Está en la página 1de 66

Promesa de contrato

Concepto y figuras afines


El artículo 1,674 del Código Civil Guatemalteco (en adelante CC), no da un concepto o definición
de la promesa de contrato, y simplemente señala que se puede asumir por contrato la obligación de celebrar
un contrato futuro y que la promesa de contrato debe otorgarse con las formalidades y solemnidades que la
ley exige para el contrato que se promete celebrar.
Ramón Sánchez Medal1 nos señala que por el contrato de promesa se crea un estado de derecho
preliminar para la celebración de otro contrato y Manuel Albaladejo 2 indica que se trata de un
precontrato, por el que las partes se comprometen a celebrar en el futuro otro contrato que actualmente
no pueden o no quieren celebrar. Por su parte, Francesco Messineo3 señala que el contrato preliminar -promesa
de contrato- precontrato, puede ser el preludio para la celebración de cualquier contrato. López de Zavalía4 dice
que el preliminar es un contrato (puro o condicional) jurídicamente contingente, que obliga a la conclusión de
otro contrato (definitivo o preliminar), que regulará los intereses de las mismas partes sustanciales. De los
conceptos y definiciones anteriores, es posible sacar algunas conclusiones que resumen los puntos de
contacto que todas tienen:
A) Se trata de un contrato preliminar o preparatorio, cuya función y fin es la celebración en el
futuro de otro contrato diferente entre las mismas partes o sus cesionarios. Es decir, del contrato de
promesa nace una verdadera y real relación contractual, que tiene existencia y que genera derechos y
obligaciones para las partes.
Cabe, por lo tanto, diferenciar la figura del contrato preliminar o la promesa de contrato de la
policitación o proposición de contrato (Ver Arts. 1,521 a 1,529 CC), pues en ésta no existe vínculo
contractual entre las partes, sino que el mismo nacerá cuando la proposición u oferta sea aceptada por la
parte a quien va dirigida. Por el contrario, en la promesa de contrato, existe ya un consentimiento de las
partes, del que nace una relación contractual, a cuyo cumplimiento quedan obligadas.
También cabe criticar la denominación de pre-contrato que algunos autores le otorgan, pues una
relación pre-contractual lógicamente tiende a la celebración de un contrato, sin que las partes estén
vinculadas u obligadas a celebrarlo. La relación pre-contractual existe durante el proceso de
negociación de un contrato y, normalmente, la misma puede terminar sin consecuencias jurídicas. Por
el contrario, en la promesa de contrato, existe una verdadera relación jurídica contractual, que pudo
haber tenido su origen en una relación pre-contractual; pero que ya ha pasado de esa etapa de
negociación y ha adquirido realidad, creando una vinculación que tiene existencia y consecuencias
jurídicas. En otras palabras, el pre-contrato puede ser el origen o la causa de un contrato de
promesa, pero no tiene la calidad de contrato, que a éste sí le atribuye la doctrina y la ley.
B) El objeto y fin del contrato de promesa, es la celebración en el futuro de un nuevo
contrato, de naturaleza diferente. Es importante hacer notar dos cosas en relación al contrato futuro:
1) que según nuestra legislación, el contrato futuro puede ser de cualquier clase, a diferencia de lo que
ocurre en otros países (España, A r g e n t in a , F ra nc ia , e t c . ) , e n d on de e l ú n i co c o n t r a to d e
p r o m e s a q u e e s t á legalmente regulado es el de promesa de compraventa. En Guatemala, es
posible ce le br ar co nt ra to s de pro me sa de co mp ra ve nt a, de promesa de perm ut a, de
p ro me sa d e arr en da mient o , de p ro me sa d e mu tu o, e tc ., p ue s c as i t od os lo s contratos
típicos que regula nuestro CC, se prestan a ser objeto de un contrato de promesa; y 2) que el objeto
del contrato de promesa debe ser la celebración de un contrato diferente, pues no se concibe que se
celebre un contrato de promesa que tenga por objeto la celebración de otro contrato de
promesa. Si bien nuestro Código Civil no prohibe expresamente que el contrato futuro pueda ser otro de
promesa, nos parece que en los artículos 1,674, 1,676, 1,679 y 1,683 CC, pero en particular el artículo 1,679, se
señala con bastante claridad que del contrato preliminar debe resultar uno definitivo. López de Zavalía, en su
concepto de lo que es el contrato preliminar, señala que el objeto de éste puede ser un contrato definitivo (en
cuyo caso tenemos un contrato preliminar de primer grado) u otro contrato preliminar (lo que provocaría un
contrato preliminar de segundo grado). Si bien teóricamente no resulta imposible la existencia de contrato
preliminar de segundo grado, en nuestro medio y en nuestra realidad, nos parece que no puede haberlos, ya que
todo contrato de promesa debe desembocar en un contrato definitivo. Así como el contrato de promesa es
preliminar o preparatorio, el otro es el contrato definitivo.
C) Es la intención de las partes no celebrar, por ahora, el contrato definitivo, sino simplemente
comprometerse a la celebración futura del mismo, ya sea porque no se puede celebrar el contrato definitivo o
porque ello no es deseado en ese momento. Es posible que en el momento en que el contrato promisorio se
celebra, las partes no pudieren legalmente o por razones de hecho, celebrar el contrato definitivo (el
inmueble que se va a vender está hipotecado con un banco o que aún no se ha delimitado y medido la fracción
que se va a vender) y que, por ello, la celebración del contrato preparatorio es necesaria para que las partes
queden obligadas a la celebración del contrato final. Por otra parte, puede ser que las partes, por motivos
de conveniencia, resuelvan no celebrar por el momento el contrato definitivo y, simplemente, quieran
comprometerse a hacerlo en el futuro (el inmueble que va a ser objeto de compraventa, está declarado en una
suma muy baja para fines del impuesto único sobre inmuebles y convie ne al vendedor revaluarlo, para
elevar la base para el cálculo del impuesto de ganancias de capital).
Elementos de contrato de promesa
1) Elemento personal: Este contrato se celebra entre dos partes, cada una de las cuales debe tener capacidad para
obligarse. Se requiere de ambas partes la capacidad de ejercicio y si una de las partes fuere incapaz (menor de
edad o interdicto), deberá actuar por medio de su representante legal. El representante legal de un menor o incapaz,
debe contar con autorización judicial para celebrar el contrato de promesa, si el contrato definitivo a celebrarse es de
los que el representante legal del incapaz no puede celebrar válidamente sin contar con esa autorización. Es
también posible que el representante del incapaz celebre el contrato promisorio, sin contar con dicha autorización y
sujetar la celebración del contrato definitivo a que dicha autorización sea obtenida, en cuyo caso tendríamos un
contrato de promesa sujeto a condición suspensiva. En otras palabras, si el representante legal del incapaz va a
celebrar un contrato de promesa de venta de un inmueble, requerirá de autorización judicial, sea para celebrar
válidamente un contrato de promesa o para celebrar el contrato definitivo y, en este caso, la promesa debe
condicionarse a la obtención de dicha autorización; pero si el contrato definitivo fuere de arrendamiento de una
casa por un plazo menor de tres años y sin anticiparse la renta, el representante legal puede válidamente
celebrar tanto el contrato de promesa, como el de arrendamiento, sin necesidad de autorización judicial (Ver Arts.
254,264,265 y 332, inc. 1, CC).
Las personas jurídicas pueden ser parte del contrato de promesa, actuando por medio de sus representantes
legales. La necesidad de una autorización especial del Órgano de Administración de la sociedad, para que su
representante pueda válidamente celebrar el contrato promisorio, dependerá de las facultades especiales que
le señale la escritura social y, en su caso, de si el contrato definitivo es de los que constituyen el giro ordinario de
la sociedad (Arts. 47 y 163 del Código de Comercio -en adelante C de C-).
Las partes pueden igualmente celebrar el contrato de promesa por medio de mandatario, el que debería contar
con facultad especial, en caso el contrato definitivo fuere de los que detalla el artículo 1,693 CC.
2) Objeto: El objeto mediato del contrato de promesa, es el contrato futuro y el objeto inmediato del mismo sería la
celebración de dicho contrato futuro.
La licitud del objeto del contrato de promesa, se determinará de conformidad con las estipulaciones y pactos del
contrato definitivo que las partes se proponen celebrar.
Es esencial que en el contrato de promesa, se definan en forma completa y detallada todos los elementos
esenciales, naturales y accidentales, condiciones, estipulaciones y normas del contrato futuro o, por lo menos, las
bases para determinarlos, tanto para evitar nuevas negociaciones entre las partes, como para facilitar la labor judicial,
en caso se tenga que promover judicialmente la celebración del contrato definitivo, pues si el contrato preparatorio no
define totalmente y al detalle todos los elementos de aquél o no contiene estipulaciones que permitan
determinarlos, al juez le será imposible ejecutar lo pactado y habría necesidad de un proceso declarativo, para
integrar los elementos accidentales del contrato que fueron omitidos. Si en el contrato de promesa faltaren requisitos
esenciales del contrato futuro, la promesa no puede surtir efectos.
3) Forma: El CC requiere que consten por escrito los contratos que tienen un valor mayor de Q300.00 (Art. 1,575) y que los
contratos que deban inscribirse o anotarse en los registros, cualquiera sea su valor, deberán formalizarse en
escritura pública (Art. 1,576). La parte final del artículo 1,674 CC señala que la promesa de contrato debe otorgarse en
la misma forma requerida para el contrato definitivo y, además, el artículo 1,680 CC, señala que cuando la
promesa se refiere a la enajenación de inmuebles o derechos reales sobre los mismos, el contrato debe inscribirse
en el Registro de la Propiedad, lo que armoniza con la parte final del inciso 2 del artículo 1,125 del mismo Código.
Cabe acá hacer un paréntesis para señalar que la Ley del Impuesto de Timbres Fiscales y de Papel Sellado Especial para
Protocolos (Dto. 37-92 del Congreso de la República), en su artículo 5, inciso 16, estableció que el testimonio de la
escritura de promesa de compraventa de inmuebles, está afecto a un impuesto único de Q50.00, siguiendo así la linea
que inició el Decreto No. 61-87 del Congreso), el que rompió con la tradición fiscal de gravar el contrato de
promesa de venta de inmuebles, como si se tratara de un contrato definitivo. Con ello se incentiva la inscripción en el
Registro General de la Propiedad del contrato de promesa de compraventa de inmuebles y se ha dado un paso
importante que redundará en un sistema registral más confiable y seguro, ya que anteriormente, por lo gravoso del
impuesto del timbre, eran muy pocos los contratos de promesa de inmuebles que se inscribían en el Registro de
la Propiedad y las partes preferían correr los riesgos derivados de la falta de publicidad registral del
contrato, que cubrir un pesado impuesto. Sin embargo, existe un gran vacío en cuanto al tratamiento fiscal de
los contratos de promesa que no tienen por objeto inmuebles.
4) Elementos accidentales: condición, plazo, arras y cláusula penal
A) La promesa de contrato puede sujetarse a condición, igual que cualquier otro contrato u
obligación. Es interesante señalar que algunos autores han creído ver en el contrato de promesa, un
contrato definitivo sujeto a la condición de que el beneficiario quiera aprovecharse del mismo. López de
Zavalía5 critica ese criterio, señalando: I) que un contrato definitivo celebrado bajo la condición de que se
preste un nuevo consentimiento, es incoercible, pues a nadie puede obligarse a prestar consentimiento; y
II) si la promesa de venta fuere una compraventa condicional, habría que aplicarle total y
completamente el régimen del contrato de compraventa, con lo cual se privaría a las promesas
unilaterales de gran parte de su interés. Agregamos nosotros que la condición a que estaría sujeto el
contrato definitivo (que el beneficiario quiera aprovecharse del contrato o que se preste un nuevo
consentimiento por las partes), devendría inválida de conformidad con el artículo 1,272 CC, que declara
nulo el negocio jurídico contraído bajo una condición cuyo cumplimiento depende en lo absoluto de la voluntad de la parte
obligada.
B) En lo que se refiere al plazo, ese es un elemento esencial del contrato de promesa, pues es
inaceptable jurídicamente la creación y existencia de obligaciones perpetuas o de plazo indefinido. Por
ello, nuestro CC de termina que el plazo del contrato de promesa (si se trata de bienes
inmuebles o derechos reales sobre los mismos) no puede exceder de dos años y que si el objeto mediato
del contrato definitivo lo son otros bienes o prestaciones, el plazo no puede exceder de un año (Art. 1,681).
Dichos plazos, en nuestra opinión, son de orden público, por lo que las partes no pueden pactar
plazos más largos de los señalados. Nada hay, en nuestra opinión, que impida a las partes (vencido el
plazo del contrato de promesa) celebrar uno nuevo que les obligue a la celebración del mismo contrato definitivo,
durante un nuevo plazo no mayor de uno o dos años, según sea el objeto mediato del contrato definitivo. Igualmente
nos parece que no es jurídicamente aceptable la prórroga del plazo del contrato, pues el artículo 1,681 CC fija un
período máximo de tiempo de validez y vigencia del contrato de promesa y la prórroga implica la continuación o
ampliación del plazo anterior, de donde resultaría violación de la norma que determina que el plazo no puede
exceder de los máximos legales citados.

De conformidad con el artículo 1,682 CC, a falta de estipulación contractual expresa en cuanto a plazo del contrato de
promesa, se aplican los máximos establecidos por el artículo 1,681 CC.
Es interesante señalar que el artículo 706 del C de C, constituye una excepción a la norma antes comentada, pues
establece que en la promesa o la opción de compraventa de cosas mercantiles, las partes son libres de fijar el plazo, sin
límite alguno.
C) El Código Civil regula expresamente la posibilidad que en el contrato de promesa, se pacte multa (cláusula penal) y en el
artículo 1,685, dispone que el pago de la multa contractual en caso de incumplimiento, cesa la obligación de celebrar el
contrato prometido, salvo que se haya pactado expresamente lo contrario (que el pago de la multa es sin perjuicio de la
obligación de cumplimiento del contrato). De esa manera, es lícito en Guatemala pactar cláusula de indemnización
en el contrato de promesa y convenir en que el pago de la misma no substituye el cumplimiento, ni libera a la parte que
incumplió de la obligación de realizar la prestación a que se obligó (celebrar el contrato definitivo), por lo que el
acreedor podría exigir a la parte que incumplió el pago de la multa y la celebración del contrato prometido. En ese
sentido, la norma que contiene el artículo 1,685 CC se desvía de los principios generales que rigen la cláusula de
indemnización y que están contenidos en los artículos 1,436 al 1,441 CC.

D) El artículo 1,442 CC expresa que las arras dadas en garantía del cumplimiento de una obligación,
constituyen el equivalente de los daños y perjuicios provenientes de la inejecución, siempre que mediare culpa; y
si el incumplimiento procediera de quien las recibió, éste deberá restituir el doble de lo que hubiere recibido. Ese
concepto lo sentimos confuso e incompleto, pues cubre únicamente las arras penitenciales y las asemeja a la
cláusula de indemnización o multa contractual.
Por ello, cuando en el artículo 1,684 CC se indica que si al vencer el plazo legal, ninguna de las partes ha
ejercitado acción para exigir el cumplimiento del contrato de promesa, las partes quedan libres de toda obligación
y si hubo arras, las devolverá el que las recibió, no se está refiriendo a las arras penitenciales, sino a lo que la doctrina
denomina arras-pruebas o arras de retractación y que Arturo Alessandri Rodríguez y Manuel Somarriva Undurraga6
definen como la suma de dinero o de cosas muebles que una persona da a otra en garantía de que va a
celebrar un contrato y, agregamos nosotros, suma que es aceptada por ésta para asegurar a quien las da, que
también celebrará el negocio.
En nuestro medio, es muy común que en los contratos de promesa se pacten arras de retractación, como
garantía o seguridad que se otorgan ambas partes (la que las da y la que las recibe) de su intención seria de
celebrar el contrato prometido y, en caso el contrato definitivo se celebre, las mismas se aplican al precio (si fuera una
compraventa), a la renta (si se tratare de arrendamiento), etc. Si el contrato definitivo no llega a celebrarse, la
situación se resuelve así: I) si el incumplimiento es imputable a la parte que entregó las arras, las pierde en
beneficio de la otra parte y con ello cubre los daños y perjuicios causados; II) si el incumplimiento es imputable
a la parte que recibió las arras, debe devolverlas dobladas a quien las entregó; y III) si ninguna de las partes es
responsable del incumplimiento de la promesa (que sería el caso regulado en la última parte del artículo 1,684
CC), es natural que las cosas deben volver al estado que tenían antes y, por lo tanto, quien había recibido las
arras, debe devolverlas.
El Código Civil de 1877, regulaba lo relativo a las arras de retracción en el contrato de promesa de compraventa y el
artículo 1,504 del Código de 1877 decía: Si en la promesa se da alguna cantidad por arras, cualquiera de las dos
partes puede revocar su consentimiento, perdiendo las arras el que las dio o devolviéndolas dobladas el que las
recibió. Es necesario que, al efectuar la revisión del Código Civil vigente, se incluya una norma como la
transcrita, pues nos parece que en la actualidad, la regulación legal de las arras es incompleta e inadecuada, lo
que provoca inseguridad.

Modalidades
El contrato de promesa puede ser unilateral o bilateral, como lo señala el artículo 1,675 CC. Será
unilateral, si la obligación recae únicamente sobre una de las partes contratantes y bilateral, si ambas partes se
obligan recíprocamente (Art. 1,587 CC).
El contrato de promesa unilateral se denomina opción y en él, una sola parte (el beneficiario u optante),
puede exigir el cumplimiento del contrato definitivo, en tanto que la otra (el promitente), no tiene derechos y sólo la
obligación de otorgar el contrato definitivo, cuando el beneficiario se lo requiera, sin poder revocar la promesa
que ha hecho.7 Vemos así la unilateralidad clara del contrato: una sola parte obligada por el contrato promisorio
(promitente) y otra parte (beneficiario u optante), para la que el contrato promisorio representa sólo derechos y es
la que decide, unilateralmente y según su exclusiva conveniencia, obligar o no al promitente a la celebración
del contrato prometido.
La opción puede ser accesorio de otro contrato (arrendamiento con opción a compra de la cosa arrendada,
por ejemplo) o un contrato principal (X se obliga a vender a Y una casa determinada, por un precio
preestablecido, quedando a discreción de Y requerir o no a X el otorgamiento del contrato de compraventa) y el
artículo 1,677 CC así lo permite y reconoce.

La unilateralidad de la opción tiene referencia únicamente a los derechos que derivan de la promesa y, por
ello, nada impide que el objeto de la promesa pueda ser un contrato bilateral (por ejemplo, la compraventa de una
cosa).
La opción requiere para su validez de la aceptación expresa del beneficiario y establece una relación de
carácter personal, por lo que el optante o beneficiario no puede ceder sus derechos en ella, si no ha sido
facultado por el promitente (Art. 1,678 CC). Tanto el requisito de la aceptación expresa por parte del optante, como
la limitación a la transferencia de los derechos derivados de la opción, nos parecen requisitos justificados, así: I) no es
suficiente que el optante tenga conocimiento de la existencia de la opción, para que ésta tenga vida jurídica, sino
que el optante debe conocer y aceptar totalmente los elementos, condiciones y características del contrato futuro,
para poder, en su tiempo, decidir si celebra o no el contrato definitivo; y II) el elemento personal, la confianza y
el conocimiento de las partes, tienen una función importante en la existencia de la opción y, por ello, el beneficiario u
optante queda limitado en su derecho de transferencia de sus derechos.
En todo lo demás, y salvo las situaciones especiales que antes se han comentado en cuanto a la posibilidad de
que el contrato de promesa unilateral sea principal o accesorio (el contrato de promesa bilateral siempre es principal)
y a la limitación de la transferibilidad de los derechos derivados del contrato unilateral, las normas del contrato de
promesa bilateral se aplican al contrato de promesa unilateral.

Características
El contrato de promesa puede ser principal o accesorio, bilateral o unilateral y gratuito u oneroso, pero
siempre es consensual, formal.
El contrato de promesa bilateral es siempre principal, pues subsiste por sí solo, aunque su fin sea la celebración
de un contrato futuro y definitivo (Art. 1,589 CC); bilateral, pues ambas partes quedan obligadas al cumplimiento del
contrato, se obligan recíprocamente y cada una es responsable hacia la otra en caso de incumplimiento (Art. 1,587 CC);
consensual, pues basta el consentimiento de las partes para que el contrato se perfeccione y surta efectos, aunque el contrato
definitivo sea real (Art. 1,588 CC); formal, pues como antes hemos visto y lo disponen los artículos 1,674 y 1,680 CC, debe
revestir la forma que la ley exige para el contrato principal y debe otorgarse en escritura pública e inscribirse en el
Registro de la Propiedad, si el objeto del contrato definitivo es la transferencia de bienes inmuebles o derechos
reales sobre los mismos (Arts. 1,576 y 1,577 CC); y normalmente es gratuito, pues en su concepción más elemental,
las prestaciones de las partes se cumplirán al celebrarse el contrato prometido y será en esa ocasión que se
realicen los provechos y gravámenes recíprocos (Art. 1,590 CC). Sin embargo, podría ser oneroso si se pactan
arras o si se paga una cantidad por una de las partes para inducir a la otra a la celebración del contrato
preparatorio (el interesado en la compra de un terreno para establecer una gasolinera, paga al propietario de éste
una suma para que le otorgue una promesa de venta del inmueble, mientras se determina a si es posible
obtener licencias para depósitos de almacenamiento de combustibles y se verifica que el mismo se ajusta a las
normas de zonificación urbana).
La opción o promesa unilateral puede ser principal (cuando subsiste por sí sola y constituye en
sí misma el contrato) o accesorio (cuando depende de otro contrato), como ocurre por ejemplo en el
arrendamiento con opción de compra (Arts. 1,589 y 1,677 CC); es típicamente unilateral, pues aunque la
aceptación expresa del beneficiario es necesaria para la existencia del contrato, sólo una de las partes de
la relación contractual (promitente) es la obligada y la otra (optante o beneficia rio), únicamente tiene
derechos (Arts. 1,587 y 1676 CC); y es, al igual que la promesa bilateral y por las mismas razones, un
contrato consensual, formal, gratuito u oneroso.

Efectos
Hemos señalado con anterioridad que el efecto natural del contrato de pro mesa es obligar a las
partes a la celebración del contrato definitivo, de modo que al otorgarse el contrato prometido, se cumplen
las obligaciones previstas en el contrato de promesa y éste se agota y deja de surtir efectos.
La celebración de un contrato de promesa que se refiera a bienes inmuebles, muebles
identificables o derechos reales sobre éstos, no implica la transferencia de ellos, ni afecta los derechos
del propietario, sino únicamente crea para éste la obligación de celebrar en el futuro un contrato
definitivo previsto, con sus consecuencias naturales en cuanto a tales bienes y derechos. Sin
embargo, la existencia del contrato puede afectar a terceros, si aquél ha sido anotado en el Registro de la
Propiedad. Por lo tanto, si la promesa no se hubiere inscrito en el Registro, el propietario o titular de tales derechos
puede usar, gozar y disponer de ellos, libremente, durante el plazo de la promesa, con la obligación de
advertir al adquirente (en caso de disposición), de la existencia de la promesa (Ver Art. 1,805 CC); pero si la
promesa se hubiere inscrito, el propietario tampoco está impedido de usar, gozar, enajenar o gravar la cosa,
pero por los efectos naturales de la publicidad registral, las obligaciones que le corresponden, derivadas de la
promesa, pasan al adquirente de la cosa o el derecho y es a éste a quien el otro contratante o el optante puede
dirigir sus acciones (Ver Art. 1,148 CC).
Por ello, es válida la enajenación de la cosa objeto de la promesa, que el propietario de ésta hiciere a
un tercero de buena fe, durante la vigencia de un contrato de promesa que no está inscrito en el Registro y
dicha enajenación prevalece sobre el contrato de promesa, de modo que el optante o el promitente con
derecho a adquirir la cosa, no podrá impugnarla y sólo podrá reclamar al promitente que incumplió, el pago de
los daños y perjuicios o la devolución de las arras dobladas (Art. 1,683 CC).
Estudiaremos ahora lo relativo al incumplimiento del contrato de promesa.
En caso de promesa unilateral, únicamente el incumplimiento del promitente produce responsabilidades,
ya que el optante no tiene obligaciones derivadas del contrato preliminar y, por lo tanto, el no ejercicio de los
derechos que le otorga la opción, únicamente resulta en la extinción del contrato y, en consecuencia, en la
liberación del promitente. Por otra parte, si el optante o beneficiario decide hacer valer su derecho de obligar al
promitente a celebrar el contrato prometido, debe hacer saber a éste el ejercicio de la opción y, como
consecuencia, requerirle el otorgamiento del contrato prometido (Ver Art. 1,428 CC). Si el optante no efectúa en
tiempo tal interpelación, se tendrá como no ejercida la opción y ello extinguirá el contrato, sin responsabilidad
para ninguna de las partes. Si requerido, el promitente incumple su obligación y se niega a celebrar el
contrato prometido, el optante puede: I) exigirle el pago de daños y perjuicios derivados del
incumplimiento o de la multa convenida; II) exigirle la devolución de las arras y de otro tanto más, en caso de que las
hubiere; o III) exigirle judicialmente y en la vía ejecutiva, el otorgamiento del contrato prometido, como obligación
de escriturar de conformidad con lo que dispone el artículo 338 del Código Procesal Civil y Mercantil (en
adelante CPCYM), más la multa contractual si así se hubiere convenido, y el juez otorgará el contrato
definitivo prometido, en rebeldía del promitente que incumpla, de conformidad con lo que disponen dicha norma
y el artículo 1,683 CC.
En la promesa bilateral y dada la existencia de obligaciones recíprocas, el incumplimiento de cualquiera de las
partes da derecho a la otra para ejercer los derechos que legal o contractualmente le correspondan por el
incumplimiento y que se comentan en el párrafo anterior (exigir daños y perjuicios o multa, devolución de arras
dobladas o procedimiento ejecutivo de obligación de escriturar, más multa contractual, si fuere el caso). Dada la
bilateralidad del contrato y de conformidad con el artículo 1,432 CC, para que uno de los obligados en una relación
recíproca incurra en mora o incumpla su obligación, es necesario que además del requerimiento (Art.
1,428 CC), el requirente cumpla su prestación o garantice su cumplimiento. De esa manera, el promitente que
desee cumplir el contrato prometido, debe no sólo requerir a la otra parte antes del vencimiento del plazo de la
promesa, sino cumplir la prestación que le correspondía o garantizar su cumplimiento, antes de o
simultáneamente con el planteamiento de la ejecución de la obligación de escriturar.
El requerimiento que una parte del contrato de promesa hace a la otra, para el otorgamiento del contrato
definitivo, debe realizarse en la oportunidad y lugar que se haya convenido y, a más tardar, el día en que ésta
vence (1,280 CC); pero la acción para demandar la obligación de escriturar, caduca tres meses después del
vencimiento del plazo de la promesa (el plazo convencional, sin exceder del plazo legal, Art. 1,684 CC).
Comentarios finales
El contrato de promesa ha sido un contrato débil, en el sentido de que su eficacia depende en gran
parte de la buena fe y honorabilidad de las partes, ya que un contratante de mala fe, que desea
exonerarse de cumplir con las obligaciones que ha asumido, puede encontrar medios para complicar o
demorar indefinidamente el otorgamiento del contrato definitivo y la ejecución de la obligación de escriturar. Para
evitar esas situaciones, debe ponerse especial cuidado en determinar clara y completamente los elementos
del contrato, en prever situaciones que pudieran obstaculizar el cumplimiento del contrato y el otorgamiento
(por la parte obligada o por el juez, en su rebeldía) de la escritura que contenga el contrato definitivo.
Las arras no son, necesariamente, garantía de que cada una de las partes va a cumplir con las
obligaciones que ha asumido en el contrato de promesa y, en ocasiones, por ser modestas o de cuantía
reducida, constituyen una invitación a las partes para que se arrepientan y retracten de la celebración del contrato
prometido, si ello les resulta económicamente más beneficioso que cumplir.
Tenemos la esperanza de que la reducción del impuesto del timbre que grava el testimonio de la
escritura en que se formaliza un contrato de promesa, será un aliciente para que las partes se aprovechen
de las ventajas que otorga la publicidad registral y, con ello, se dé mayor seguridad, fuerza y ejecutabilidad al
contrato.

Mandato
Concepto y características
El artículo 1,686 del CC indica que por el mandato, una persona encomienda a otra la realización de uno o
más actos o negocios. No se trata de una definición típica, sino un concepto de la función y razón de ser del
contrato: que una persona realiza, por cuenta de otra y por encargo de ésta, uno o más actos.
El autor Domenico Barbero' define el mandato como el contrato por el cual una parte (mandatario), asume la
obligación de cumplir actos jurídicos por cuenta de otra (mandante). Por su parte, Alessandri y Somarriva2
señalan que el mandato es el contrato por el cual una persona confía la gestión de uno o más negocios a otra, que
se hace cargo de ellos por cuenta y riesgo de la primera.
Mandatario se denomina a la persona a quien se dirige el encargo o la encomienda y que acepta
realizarla por cuenta del otro contratante y mandante, identifica a la persona que da el encargo o encomienda y
por cuya cuenta actúa el mandatario. En Guatemala, al mandatario también usualmente se le llama apoderado, y al
mandante, poderdante, debido a que no se hace distinción en nuestra legislación entre mandato y poder (como ocurre
en otras legislaciones), y aquí dichos términos son usados como sinónimos.

Las características del mandato, según se desprende de los conceptos y definiciones anteriores,
son:
a) La existencia de un encargo o una encomienda que una persona hace a otra. Dicho encargo o encomienda puede
ser específico, en el sentido de limitarse a la realización de un acto determinado, cuyas características se identifican
en el propio contrato; amplio, de manera que incluya la realización de determinado tipo o clase de
actos; o amplísimo, al encargarse al mandatario la atención general de los asuntos y negocios del mandante.
El encargo o encomienda debe referirse a actos y negocios jurídicos, pues no se concibe la necesidad de
otorgar un contrato de mandato, para que el mensajero de un abogado se encargue de pagar impuestos o
entregar memoriales en oficinas administrativas, o para que un albañil construya una pared, o para autorizar a un
empleado a tripular y movilizarse en un vehículo de la empresa o persona para quien trabaja, pues esos actos
materiales los realiza el mensajero, el albañil o el chofer, en virtud de otro tipo de relación. Sin embargo, el
contador de una sociedad a quien se le encarga preparar y firmar en nombre de ésta, declaraciones juradas de
impuestos, necesita un mandato y también lo necesita una persona que contrata, a nombre y por cuenta de
otra, la construcción de una pared por un constructor. Antonio Diez Picazo y Antonio Gullón3 señalan que, por ello, la
actividad del mandatario es jurídicamente relevante.
b) Se establece, por el mandato, una situación preparatoria, pues dicho contrato tiene como fin facultar al mandatario
para que, en el futuro, pueda realizar y llevar a cabo otros actos y negocios jurídicos por cuenta del mandante.
El fin y objeto del contrato lo constituye la actuación futura del mandatario, de modo que el mandato es el
instrumento jurídico habilitante y esencial, para que el mandatario pueda entablar relaciones jurídicas con
terceros, por cuenta del mandante. El contrato de mandato no es de los que se agotan y cumplen en el
momento de otorgarse, sino que se otorga precisamente con la intención de que produzca efectos jurídicos, en el futuro,
cuando el mandatario lo ejercite y cumpla el o los encargos que se le hicieron.
El mandato específico, se asemeja al contrato de promesa, en el sentido de que ambos son el medio para la
realización de un acto o contrato determinado y futuro; pero se diferencia de éste, porque al celebrarse el contrato
definitivo, el contrato de promesa se consuma o agota normalmente y las relaciones entre las partes, derivadas del
contrato preparatorio, igualmente terminan. Por otra parte, la realización por el mandante del acto o negocio previsto en
el mandato específico, no agota ni extingue la relación contractual entre mandante y mandatario, sino que ella
persiste en tanto se liquidan las consecuencias del acto o negocio realizado. Pero además, el cumplimiento del
contrato de .promesa produce efectos en el patrimonio de las partes del mismo, en tanto que los efectos del
cumplimiento por el mandatario de las obligaciones que asumió al celebrar el mandato, se reflejan exclusivamente
en el patrimonio del mandante.
En el mandato que no es específico, la relación contractual entre mandante y mandatario, normalmente tampoco
se agota, consume o extingue, cuando éste realiza unos, algunos o todos los actos que se le han encomendado,
pues el mandato ordinariamente mantiene su plena vigencia y el mandatario puede seguir realizando, en ejercicio del
mismo, nuevos actos iguales o diferentes de los ya consumados, aparte de la obligación contractual que
tiene el mandatario de rendir cuentas al mandante, como una consecuencia necesaria del contrato.
c) El mandatario actúa siempre por cuenta del mandante, de modo que los efectos y consecuencias económicas y jurídicas
de los actos y negocios que aquel realiza, se reflejan finalmente sobre el patrimonio del mandante.
Este es el efecto más especial y característico del mandato, pues trasciende de las relaciones entre las partes del
contrato (mandante y mandatario), toda vez que se habilita y faculta al mandatario para que entable y realice
relaciones con terceros, en las que él ordinariamente no adquiere derechos u obligaciones frente a éstos, sino que lo
hace para beneficio del mandante, de modo que se traducen en una relación jurídica entre el mandante y el tercero.
Cuando Pedro otorga un mandato a Juan para que contrate un préstamo con un banco, el obligado es Pedro y
también es él quien debe recibir el capital prestado y el que debe pagarlo.
Antes de la emisión del Decreto-Ley 106 que contiene nuestro actual Código Civil, el mandatario siempre actuaba
por cuenta del mandante y en nombre de éste, de modo que en todo mandato había siempre representación
del mandante por parte del mandatario. De esa manera, los resultados de los actos y contratos realizados por
el mandatario, recaían directamente sobre el patrimonio del mandante e igualmente la actuación del mandatario
establecía una relación directa entre el mandante y el tercero.
Modernamente, se ha separado el mandato de la representación, de modo que a la par del mandato con
representación, hoy se reconoce la existencia del mandato sin representación, en donde el mandatario actúa en
su propio nombre, pero por cuenta del mandante. López de Zavalía 4 señala que mandato y representación no son
términos sinónimos, pues existe representación sin mandato (caso, por ejemplo, de la representación legal). Además,
en el derecho romano no se conocía la representación y el mandato creaba siempre una relación indirecta, en donde el
mandatario actuaba en su propio nombre y quedaba obligado a transferir al mandante los resultados de su
gestión. Situaciones similares las observamos en el contrato de comisión mercantil, conocido desde hace muchos
siglos en donde el comisionista no tiene la representación del mandante y, además, en la representación voluntaria
sin mandato, como ocurre en el caso del apoderado de recepción (cuando una persona comunica a un tercero que ha
designado a alguien para que reciba determinada cosa).
Del ejercicio del mandato sin representación surgen consecuencias diferentes de las que produce el mandato con
representación. En el mandato sin representación, existe una relación directa (externa) entre el mandatario y el
tercero con quien contrata, que les obliga personalmente al uno frente al otro, y del ejercicio del mandato
también nace una relación indirecta (interna), que vincula al mandatario ante su mandante y que le
obliga a trasladarle los resultados jurídicos y económicos del acto o contrato realizado y que también
obliga al mandante, a asumir los riesgos y esos resultados y a mantener in demne al mandatario. De esa
manera, el mandante es formalmente un tercero en el acto o negocio realizado por el mandatario sin
representación, aunque realmente tiene la posición y las cualidades de una parte no aparente del mismo.
Adelante examinaremos con más profundidad los efectos y consecuen cias del mandato sin
representación.
Figuras afines
En nuestra legislación encontramos varias figuras que tienen semejanza con el mandato, sea
porque tienen el elemento encargo o porque son también medio de representación. Veamos:
1) La gestión de negocios (Arts. 1,605 a 1,615 CC), en donde una persona, voluntariamente y sin
haber recibido encomienda o mandato de otra, se hace cargo de sus negocios, en provecho de ésta.
A diferencia del mandato (que como hemos visto, es un contrato), nos encontramos ante un acto
unilateral del gestor, en donde éste actúa velando por los intereses del principal, pero sin representarlo, ni
obligarlo y sin asumir él ante el tercero, responsabilidades u obligaciones. El acto o negocio realizado por el
gestor únicamente producirá efectos, si el principal o beneficiario lo ratifica expresa o tácitamente y, en
ese caso, la ratificación produce los efectos del mandato expreso y opera retroactivamente (Art. 1,611 CC).
2) El contrato a favor o a cargo de un tercero (Arts. 1,530 a 1,533 CC), en donde una persona, sin mandato, ni
autorización, contrata con otra y asume personalmente obligaciones a cargo de un tercero o adquiere
derechos para éste.
El contratante por o en beneficio del tercero (nuestro Código Civil le llama promitente), no actúa en
nombre, ni en representación de éste, ni ejerce mandato, sino lo hace en su propio nombre y por su propia cuenta,
de modo que si las obligaciones o derechos derivados del acto o contrato no se realizan o no son cumplidas
aquellas por el tercero, el promitente responde personalmente de los daños y perjuicios irrogados al otro
contratante.
Es claro que, en este caso, el acto o contrato realizado por el promitente, no trasciende al patrimonio del tercero,
sino hasta que éste acepta el resultado del contrato, sea adquiriendo los derechos o cumpliendo las obligaciones
contraídas y el efecto de tal aceptación o cumplimiento, por parte del tercero, es liberar al promitente de
responsabilidad ante el otro contratante.
Vemos así que en el contrato a favor o a cargo de un tercero, no sólo no hay representación (pues el tercero actúa
en su nombre y por su propia cuenta y riesgo), sino tampoco hay encargo o encomienda y el cumplimiento de
las obligaciones contratadas a cargo del tercero o la adquisición de derechos por éste tienen, ante el promitente, un
efecto extintivo de responsabilidad y no afectan la esfera jurídica del tercero, si éste no manifiesta su voluntad.
3) La representación legal nace de disposiciones legales, las que también determinan y fijan las atribuciones o
facultades del representante, en tanto que el mandato nace de un contrato, que se otorga a una persona
libremente designada por el mandante, quien también es libre de determinar las atribuciones (facultades)
del mandatario. Es así clara la diferencia existente entre esas figuras jurídicas, tanto en cuanto a su fuente, como a
su contenido y consecuencias jurídicas.
Los casos típicos de representación legal ocurren cuando el representado tiene incapacidad jurídica del ejercicio (Art. 14
CC) y la ley suple este vacío, mediante una institución cuya reglamentación contiene no sólo las bases para la se-
lección o determinación del representante, sino las facultades y limitaciones que éste tendrá en ejercicio de dicha
representación. Tenemos, por ejemplo, que en la patria potestad (Arts. 252 al 277 CC), en la tutela (Arts. 293 al 351 CC) y
en la ausencia (Arts. 42 al 62 CC), el Código Civil señala a quien corresponde o cómo se selecciona al representante
legal del menor, incapaz, interdicto o ausente, y determina claramente qué actos y negocios jurídicos
de administración puede realizar el representante y qué requisitos debe llenar para la realización de actos y
negocios de disposición.
En nuestro medio, también se incluye dentro de la categoría de representación legal, la que ejercen las personas
individuales que manifiestan la voluntad y actúan en nombre y por cuenta de las personas jurídicas (lucrativas o
no). En cierta forma pareciera que se asimila a las personas jurídicas con los incapaces, por razón de que aquellas
entidades jurídicas colectivas, tienen personalidad jurídica diferente de la de sus socios y no pueden expresar su
voluntad por sí mismas, por lo que requieren de una persona física que lo haga por ellas. A los administradores
de las entidades y al gerente de las sociedades, se les atribuye la representación legal de tales entidades, de modo
que por medio de ellos, se exterioriza y manifiesta la voluntad de los órganos sociales, en sus relaciones con terceros
(Arts. 16,24,27 y 29 CC y 44 a 58 y 163 y 164 C de C).
Algunos autores señalan que en el caso de las personas jurídicas, no existe una verdadera representación legal
como la que encontramos en los casos de menores, incapaces, interdictos y ausentes, ya que aunque tiene rasgos
que la asemejan a la representación legal típica, también tiene mucho de voluntario (particularmente, en la
selección del representante y su revocación y en la ampliación o restricción de las facultades que les señala la ley),
por lo que se trata de una representación legal especial.
Es interesante hacer notar que los representantes legales (padres, tutores, guardadores y administradores de
personas jurídicas) pueden otorgar mandatos (Arts. 1,691 y 1,696 CC y 48 C de C), con las limitaciones que señalan
dichas normas, lo cual viene a confirmar que representación y mandato son instituciones diferentes.
4) El contrato de trabajo tiene también semejanzas con el mandato, pues por medio de aquél se promete por parte del
trabajador la prestación de un servicio o la realización de una obra, bajo la dirección del empleador y a cambio de una
retribución (Art. 18 del Código de Trabajo —en adelante C de T—) y en el mandato, el mandatario queda autorizado para
realizar actos o negocios que le encarga el mandante y, salvo pacto, tiene derecho a una remuneración.

Sin embargo, el objeto del contrato de trabajo es, normalmente, la realización de actos materiales o
intelectuales, en tanto que el del mandato es la realización de actos jurídicos por parte del mandatario.
Además, el mandatario no está sujeto a la dirección inmediata, ni a la dependencia continuada del
mandante, como es característico de la relación laboral (Art. 18 C de T). Como veremos adelante, el mandato
puede ser gratuito, ya que las partes pueden convenir en que el mandatario ejerza sus funciones sin
derecho a remuneración, en tanto que una relación laboral debe ser siempre onerosa, en el sentido de
que el trabajador tiene derecho irrenunciable a percibir una remuneración, salvo casos especialmente
determinados en la ley (Art. 88 C de T).
5) Por el contrato de obra, una persona (contratista) se obliga a ejecutar y entregar una obra que le encarga otra
persona (principal), mediante el pago de un precio (Art. 2,000 CC).
Al igual que sucede con el contrato de trabajo, el objeto del contrato de obra es la realización de actos o
cosas materiales, lo que nos permite diferenciarlo claramente del mandato, porque el objeto de éste en la
realización de actos y negocios jurídicos o que tienen trascendencia jurídica. También el contrato de obra
es, por naturaleza, oneroso, en tanto que el mandato puede ser gratuito.
6) Finalmente, el contrato de servicios profesionales tiene también semejanzas con el mandato, pero hay
diferencias fundamentales entre ellos. Por una parte, el objeto del contrato de servicios profesionales
consiste en la prestación de actos materiales de carácter técnico, por parte de una persona que tiene un
título profesional, el mandato se dirige a la realización de actos y negocios jurídicos y el mandatario
(excepto el caso del mandato judicial que trataremos adelante) no requiere de un título profesional para
ejercerlo. Además, el mandato es un medio para que el mandatario entable relaciones en futuro
con terceros, cuyo resultado se reflejará siempre en el patrimonio del mandante, en tanto que el contrato de
servicios profesionales establece una relación personal entre el profesional y el cliente, que
generalmente no trasciende a terceros.

Elementos
Elementos personales: Por una parte, el mandante (a quien en Guatemala también se llama poderdante),
o sea la persona que da el encargo o encomienda al mandatario la realización de actos o negocios y, por la otra,
el mandatario (en Guatemala también llamado apoderado), que es la persona a quien se hace el encargo o se
encomienda la realización de actos o negocios por cuenta del mandante o poderdante y quien se obliga a
desempeñarlo.
Tanto el mandante como el mandatario deben tener capacidad de ejercicio (contraer obligaciones), pues
como ya se ha comentado, el mandato establece entre ellos una relación contractual (interna) que les otorga
derechos y les impone obligaciones recíprocas, que no podría válidamente celebrarse si alguna de las partes careciese
de capacidad. Además, mal podría un menor, interdicto o incapaz, quien no puede ejercer sus derechos por sí mismo,
actuar en representación de otra persona en la celebración de actos y contratos y expresar un consentimiento que sea
válido frente a los terceros con los que contrate. El artículo 1,717, inciso 5o. del CC, señala que el mandato termina por
interdicción del mandante o del mandatario, lo que viene a confirmar lo expuesto.
Los representantes legales de los menores, incapaces y ausentes, pueden otorgar mandatos
especiales, para la atención de asuntos determinados que interesen a sus pupilos y que tales representantes no
puedan realizar personalmente (Art. 1,691 CC). En este caso, no se trata de un mandato otorgado por el menor,
incapaz o ausente y que le obligue, sino una delegación especial de facultades de representación, que el
representante legal hace a favor del mandatario. En otras palabras, el mandatario no actúa en nombre y
representación del menor, sino que lo hace en calidad de delegado del representante legal y en el lugar de éste.
En igual forma, el síndico de la quiebra puede otorgar mandatos especiales para las gestiones que
hubiere de hacer fuera del lugar del proceso, dando cuenta de ello al juez (Art. 381 CPCYM). El mandato, en este
caso, es también una simple delegación de facultades de representación que el síndico hace a favor del
mandatario, quien no actúa en nombre y representación del fallido, sino como delegado del síndico y en el lugar
de éste.
El caso de las personas jurídicas es interesante, pues a diferencia de los menores, incapaces y ausentes,
tienen capacidad de ejercicio para poder realizar su objeto o giro social. Por ello, sus representantes legales o
administradores, pueden otorgar mandatos en nombre de ellas, pero debiendo limitarse el contenido del
mandato a los negocios que son objeto de la sociedad (es decir, su giro normal), y también pueden tales personas
jurídicas ejercer mandatos de terceros, siempre que las operaciones que se les encarguen entren en el curso
de los negocios de aquéllas y que sus administradores o gerentes estén autorizados para aceptarlos, de
conformidad con sus normas constitutivas (Arts. 1,696 y 1,697 CC). En este mismo sentido, el artículo 48 del
C de C, en su última parte, indica que el administrador de una sociedad puede conferir poderes especiales y
revocarlos si estuviera facultado, y en el artículo 164 del mismo C de C, se establece que en las sociedades
anónimas, el otorgamiento de mandatos en nombre de la sociedad, es atribución del consejo de
administración y que el administrador único podrá hacerlo sólo si estuviera facultado para ello por la escritura
social o por resolución de la asamblea general.
El artículo 1,698 CC establece incapacidades especiales para el ejercicio de mandatos, impidiendo que
sean mandatarios el fallido (mientras no haya sido rehabilitado), el sentenciado por cualquier delito (salvo
que haya cumplido su condena o haya sido rehabilitado) y otros casos en que la ley lo prohibe o existe
impedimento o incompatibilidad, tales como los detallados en el artículo 193 de la Ley del Organismo Judicial
(en adelante LOJ, Dto. 2-89 del Congreso), que prohibe ejercer mandatos judiciales a: I) los que por sí mismos no
pueden gestionar en asuntos judiciales; II) los que tengan auto de prisión o condena pendiente, por cualquier
delito, por el tiempo fijado en la sentencia respectiva; III) los que no sean abogados, salvo cuando representen a
parientes o en asuntos que se ventilen ante juzgados menores o en lugares en donde no hubiere más de tres
abogados; IV) los funcionarios y empleados del organismo judicial y los pasantes y meritorios de los tribunales; y V)
los funcionarios y empleados remunerados del Organismo Ejecutivo, exceptuando a quienes ejerzan la docencia
o desempeñen cargos que no sean de tiempo completo. Cabe aquí señalar que, además, el artículo 70, inciso g)
de la LOJ, impide a los jueces y magistrados ejercer mandatos judiciales, salvo cuando actúen en asuntos
propios, de su cónyuge, conviviente o de sus hijos menores de edad.
En los casos señalados en el párrafo anterior y para que el mandante no quede desprotegido jurídicamente,
en tanto llega a su conocimiento la inhabilitación o incompatibilidad de su mandatario y los terceros que tienen
asuntos pendientes con el mandante tampoco sufran las consecuencias de esas circunstancias, se prevé el
nombramiento de un representante judicial, de conformidad con lo que disponen el artículo 1,709 CC y 48 CPCYM,
como medida de urgencia y en tanto se apersona el mandante o su nuevo mandatario.
La LOJ (Art. 188, modificado por el Art. 30 del Dto. 64-90 del Congreso), señala que el representante de
una sociedad constituida en el extranjero, que no sea abogado y que está investido con facultades de mandatario
judicial, no puede ejercerlas por sí mismo, pero sí está facultado para substituirlas en abogado, a fin de que dicha
entidad pueda comparecer en juicio. Esta norma constituye un avance sobre la legislación anteriormente vigente,
la que no resolvía el aparente conflicto legal y daba lugar a que se cuestionara la posibilidad de que el
mandatario no abogado de la sociedad constituida en el extranjero, que contaba con facultades judiciales,
pudiera siquiera substituirlas, ya que ello podría implicar el ejercicio del mandato judicial.
Como una curiosidad jurídica, citamos el artículo 1,695 CC, que requiere el consentimiento de ambos cónyuges,
para otorgar mandatos relativos a la administración o disposición de bienes comunes o para celebrar contratos de los
que puedan resultar obligaciones para ambos. Esta norma es un resabio del enfoque protector de la mujer, frente a su
esposo, que tenía el Código Civil en su versión original y que fue parcialmente (y parchadamente) rectificado por el artículo
70 de la Constitución de 1965 y por el Decreto-Ley No. 124-85 y los Decretos Nos. 80-98 y 27-99 del Congreso. En virtud de las
modificaciones al régimen de disposición de los bienes comunes que contienen dichas normas, cada uno de los cónyuges
tiene la libre disposición de los bienes que estén inscritos a su nombre en los registros públicos (aunque sean comunes), de
modo que en esas condiciones, la limitación que contiene el artículo 1,695 CC ha quedado prácticamente derogada y
es ahora ineficaz.
Tanto el polo mandante, como el lado mandatario, pueden ser unipersonales o multipersonales. Por ello,
nada extraño es que un mismo mandato sea otorgado por varios mandantes o que el mandato sea otorgado a
varios mandatarios para que actúen en forma conjunta o separada e indistinta. En el caso del mandato otorgado
por varios mandantes, debe haber coincidencia de intereses entre ellos y referirse a un negocio común. Los co-
mandantes quedan responsables solidariamente por todos los efectos y consecuencias del mandato (Art. 1,716 CC).
En caso el mandato sea otorgado a varios mandatarios, en el mandato el o los mandantes debieran
determinar si aquellos deben actuar en forma conjunta o si pueden hacerlo separadamente, o lo que es lo
mismo, que cada uno de los mandatarios tenga el ejercicio independiente de todas las facultades que contiene
el mandato. Nuestro Código Civil establece que en caso se designen varios mandatarios, éstos deberán
actuar conjuntamente, si el mandante no expresó que lo pueden ejercer por separado (Art. 1,701). Es inexplicable esa
postura, que contraría la solución que el Código Civil anterior daba al mismo caso: los mandatarios podrán actuar
separadamente, a menos que el mandante haya dispuesto lo contrario (Art. 2,202) y que tampoco está acorde
con la doctrina y la legislación modernas, que unánimemente siguen la línea que establecía el Código Civil de
1877, al coincidir en que, a falta de estipulación en contrario, el mandato puede ser ejercido separadamente por
cada uno de los mandatarios.
Para terminar con el estudio del elemento personal en este contrato, examinaremos la posibilidad de que un
mismo mandatario pueda ejercer mandato de diferentes mandantes.
Personalmente, no vemos problema alguno en que así sea, en tanto no se presenten conflictos de intereses
o colisión de derechos entre los mandantes y así lo establece el artículo 1,694 CC. De esa manera, una misma
persona puede sin ninguna dificultad, ejercer mandato de varios accionistas de una misma sociedad o de varios
copropietarios de un inmueble, en tanto los intereses y derechos de los mandantes sean coincidentes y converjan
hacia un fin común; pero, si llegare a ocurrir conflictos entre ellos o si los intereses de sus mandantes no
coinciden, sino chocan, el mandatario debe renunciar a y abstenerse de ejercer, por, lo menos, uno de los
mandatos, de conformidad con la solución ética y legal que contiene el artículo 1,694 CC. En igual forma, el artículo
428 del CPCYM, prohibe que en las diligencias de separación o divorcio por mutuo consentimiento, las partes
puedan ser representadas por el mismo mandatario.
Por otra parte, debe analizarse el caso del auto-contrato, que comprende dos situaciones: a) el mandatario
celebra un contrato bilateral y contrata en su propio nombre y como mandatario de la otra parte; o b) el mandatario
ejerce mandato de las dos partes contratantes.
El artículo 1,793, inciso 5 CC prohibe al mandatario adquirir para sí, directamente o por interpósita persona,
los bienes de su mandante, sin consentimiento expreso de éste y, además el artículo 1,884, inciso 2) del Código
Civil prohibe al mandatario tornar en arrendamiento los bienes de su mandante, sin el consentimiento expreso
de éste, lo que nos da una solución para el caso de auto-contrato comentado en el literal (a) del párrafo anterior: el
mandatario requiere de autorización especial y expresa de su mandante, manifestada claramente en el contrato de
mandato, para adquirir o tomar en arrendamiento, bienes de éste, solución que nos parece ética y jurídicamente
válida y que creemos debe aplicarse analógicamente a otros contratos que el mandatario pueda celebrar con su
mandante.
En la última parte del artículo 1,694 CC se permite a un mismo mandatario otorgar contratos,
representando a la vez los derechos o intereses de las dos partes contratantes, si cuenta con autorización de
los mandantes. Estamos de acuerdo en principio con la solución que nuestro Código da a este problema:
que se pueda celebrar este tipo de auto-contrato si los mandantes lo autorizan, aunque criticamos la oración
final (sin autorización de los mandantes), que no es lo suficientemente clara que hubiera sido de desear y
deja abierta la puerta para que la autorización pueda otorgarse por cualquier medio, aun oral, lo que provoca
problemas de seguridad jurídica. Por tratarse de una situación tan especial y delicada, nos
inclinaríamos porque en este caso se requiera el otorgamiento de mandatos específicos por ambos
contratantes y que en los mismos se otorguen las autorizaciones especiales y se consignen las condiciones del
negocio.
Consentimiento: Para que el mandato exista y produzca efectos jurídicos, se requiere no sólo la
manifestación de voluntad del mandante, al designar su mandatario y señalarle el encargo que le hace y las
facultades que para ello le otorga, sino que también es esencial la aceptación del mandatario. Éste no queda vinculado
ante su mandante por el contrato, si no acepta el mismo.

La aceptación del mandatario puede constar expresamente, en el propio documento en que se otorga el
mandato, o en un documento posterior o aun puede ser tácita, de conformidad con lo que establecen los artículos
1,252 y 1,687 CC. La aceptación tácita del mandato, resultaría del ejercicio del mismo o de la realización, por parte del
mandatario, de los actos o negocios objeto del mandato. Sin embargo, existen dos casos en nuestra legislación, en
que se requiere la aceptación expresa del mandatario: a) si el mandato es gratuito (Art. 1,689 CC); y b) para
levantar el arraigo del mandante, cuando se apersona a juicio el mandatario (Art. 524 CPCYM, modificado por el Art.l
Dto. Ley 309).
Objeto: El objeto del mandato lo constituyen los actos y negocios jurídicos que el mandatario queda
autorizado a celebrar, por cuenta de su mandante.
De conformidad con las normas generales relativas al objeto de los contratos que contiene el artículo 1,538
CC, aquel debe ser posible, lícito, determinado, y en su cumplimiento los contratantes deben tener un interés
legítimo. El objeto del mandato (o sea las facultades o poderes que se otorgan al mandatario) debe llenar esos
requisitos, pues: I) por objeto imposible sería nulo el mandato que se otorga para comprar un lote de terreno en la
luna; II) por objeto ilícito lo sería el que se otorga para que el mandatario adquiera un esclavo para su mandante
o el que se otorga para burlar la norma contenida en el artículo 93 del Código Procesal Penal (en adelante CPP),
en el sentido de que sólo los abogados pueden ser defensores o procuradores; III) por objeto indeterminado, el que se
confiere para que el mandante otorgue donación o contraiga matrimonio en nombre del mandante, sin cumplir
con los demás requisitos que exigen los artículos 85 y 1,860 CC; y IV) por falta de interés legítimo, si se otorga para
que el mandatario venda bienes ajenos.
El artículo 1,688 CC nos dice, además, que pueden ser objeto de mandato ...todos los actos o negocios
para los que la ley no exige intervención personal del interesado... y prohibe expresamente, el otorgamiento de
mandato para testar o donar por causa de muerte y para modificar o revocar tales disposiciones. Además, tampoco se
puede otorgar mandato para actos personalísimos, tales como el ejercicio de un cargo público, para ejercer el
derecho político de voto, para prestar el servicio militar, para el ejercicio de la patria potestad o la tutela (aunque
antes hemos visto que, en casos especiales, es posible hacer una delegación parcial y específica mediante
mandato especial), etc. Además, se impide la actuación por mandatario, del cónyuge que se encuentra en Guatemala,
en la junta conciliatoria del proceso de divorcio o separación, y se permite la actuación por mandatario, únicamente
para el cónyuge que no está en el país (Art. 428 CPCYM).
Sin embargo, para actos tan personales como contraer matrimonio, sí es posible otorgar mandato,
pero de conformidad con el artículo 85 CC, éste debe ser específico e identificar la persona con la que el
mandante desea casarse y contener declaración jurada personalmente otorgada por el mandante sobre los
hechos que detalla el artículo 93 CC. Vemos así que un acto trascendental como es el matrimonio, puede
celebrarse por medio de mandato específico y completo, de modo que la función del mandatario es simplemente
manifestar verbalmente frente al otro contrayente y el funcionario celebrante, la voluntad que el mandante ya
expresó en el mandato.
Igualmente, para donar entre vivos, se requiere un mandato específico en el que no sólo se identifique la
persona del donatario, sino los bienes que van a ser objeto de donación y las condiciones a que quedará sujeta la
donación (Art. 1,860 CC), de modo que el mandatario simplemente externará ante el notario autorizante de la escritura
en que se formalice la donación, una voluntad claramente manifestada por el mandante.
Lo expuesto anteriormente nos lleva a señalar que, por la amplitud de su objeto, el mandato puede ser
general, especial o específico, según si las facultades que se otorgan al mandatario son amplias, referidas a uno o
más actos o actividades o limitadas a un acto que, por su trascendencia, requiere del cumplimiento de requisitos
especiales.
El mandato general, es aquel que se otorga a fin de que el mandatario atienda todos los negocios del
poderdante y autoriza al mandatario para la administración de los bienes del mandante. Es el típico poder de
administración, por el cual el mandatario queda encargado de velar por los intereses del mandante y efectuar
todos los actos que tiendan a la preservación, mantenimiento y explotación productiva de tales bienes. Nuestro
Código Civil no define ni describe con claridad las facultades que derivan del mandato general para el mandatario
y se limita a indicar que ...comprende todos los negocios del poderdante... (Art. 1,690), sin concretar qué tipo de
actos y contratos puede realizar el mandatario en relación a tales negocios. En ese sentido, nos parece mucho
más adecuada y lógica la solución del Código Civil de Costa Rica, que en sus artículos 1,253 y 1,255 detalla con
suficiente claridad y amplitud, las facultades o poderes que son inherentes al mandato generalísimo y al
mandato general, de modo que el mandatario y los terceros con los que él contrate, saben con seguridad los
actos y negocios jurídicos que aquel está autorizado a celebrar para su mandante.
El mandato especial es el que se otorga para que el mandatario realice uno o más negocios determinados
en su especie o en su género (Art. 1,690 CC). De esa manera, será un mandato especial el que se otorga a un
abogado para que represente al mandante en todos los asuntos judiciales y administrativos en que tenga interés el
mandante (mandato judicial especial, pero amplio) y también lo será aquel que se otorga a un abogado para que
represente al mandante en un litigio determinado (mandato judicial especial, limitado). En esta clase de mandato,
es el mandante quien detalla y determina las facultades que otorga al mandatario en relación al asunto o tipo
de asunto cuya atención le encarga, de modo que el texto del propio mandato nos define su amplitud.
Llamamos específico al mandato que, como en el caso del mandato para contraer matrimonio o para
donar, tiene un objeto muy bien determinado y que, por la trascendencia o importancia de éste, se limita a ese
asunto. Nuestro Código Civil (Art. 1,692) requiere el otorgamiento de un mandato específico (la ley lo llama especial)
para donar entre vivos y contraer matrimonio (Arts. 85 y 1,860 CC), para otorgar capitulaciones matrimoniales, pactar
las bases referentes a la separación o al divorcio, para demandar la nulidad o insubsistencia del matrimonio,
constituir patrimonio de familia, reconocer hijos y negar la paternidad. Los mandatos específicos que se otorguen
para los actos y negocios antes descritos, deben I) limitarse exclusivamente al asunto específico de que se trata y a
sus incidencias directas; II) identificar con todo detalle el asunto de que se trata, indicando el nombre de la otra
parte, el contenido del contrato o negocio a celebrarse y la posición a adaptarse por el mandatario y III) ser tan
completos en su exposición del asunto, que la función del mandatario sea únicamente expresar la voluntad del
mandatario contenida en el mandato.
Diferentes del mandato general, especial o específico, son las cláusulas o facultades especiales que,
según el Código Civil y la Ley del Organismo Judicial, necesita el mandatario general o especial o el
mandatario judicial, para ejecutar determinados actos o negocios. Cuando tales leyes hablan de cláusula o
facultad especial, se pretende que el instrumento de mandato (general, especial o específico), detalle o
mencione específicamente determinados actos o negocios jurídicos, para que el mandatario se
considere facultado para realizarlos por cuenta del mandante. Se requiere así, que el mandante
específicamente otorgue tales facultades o cláusulas a su mandatario, para que éste se considere
investido de ellas.
Según el artículo 1,693 CC, el mandatario necesita cláusula especial para enajenar, hipotecar,
afianzar, transigir, gravar o disponer de cualquier otro modo de la propiedad del mandante y para otros
actos que la ley lo requiera. Entre los otros actos para los que la ley requiera cláusula especial,
señalamos la substitución del mandato (Art. 1,707 CC), el recibir pagos (Art. 1,384 CC) y para transigir (Art.
2,152, inc.4CC).
Igualmente, el artículo 190 LOJ, señala que el mandatario judicial necesita facultad especial para
prestar confesión y declaración de parte; reconocer y desconocer parientes; reconocer firmas; someter los
asuntos a la decisión de arbitros, nombrarlos o proponerlos; denunciar delitos y acusar criminalmente;
iniciar o aceptar la separación o el divorcio, para asistir a juntas de reconciliación (sic) y resolver lo más
favorable a su poderdante y para intervenir en el juicio de nulidad de matrimonio; prorrogar competencia;
allanarse y desistir del juicio, de los ocursos, recursos, incidentes, excepciones y de las recusaciones,
así como para renunciarlos; celebrar transacciones y convenios con relación al litigio; condonar obligaciones
y conceder esperas y quitas; solicitar o aceptar adjudicaciones de bienes en pago; otorgar perdón de los
delitos privados; aprobar liquidaciones y cuentas; substituir el mandato total o parcialmente, reservándose
o no su ejercicio y otorgar los mandatos especiales para los que estuviera facultado; y los demás casos
establecidos por otras leyes.
El objeto del mandato que debe otorgarse al representante en el país de una sociedad
constituida en el extranjero, se sujeta a normas especiales, pues por clara disposición legal se requiere que
sea general y lo suficientemente amplio y completo para que dicho mandatario cuente ...con todas las facultades
generales y especiales que la ley exige para responder de los negocios judiciales y extrajudiciales que se relacionen con la
compañía o asociación... (Art. 29 CC) y con amplias facultades para realizar todos los actos y negocios jurídicos de su
giro y para representar legalmente (sic) a la sociedad en juicio y fuera de él, con todas las facultades especiales
pertinentes que estatuye la Ley del Organismo Judicial... (Art. 215, inc. 4 C de C). Además, tales normas establecen que si
el mandatario no tuviere las facultades especiales necesarias para los fines antes mencionados, ...se le
considerará investido de ellas por ministerio de la ley... lo que da un carácter especial a ese tipo de mandatos,
pues su objeto se complementa legalmente, en caso que el contrato de mandato no sea tan amplio como lo
requiere la ley, dándosele así a tales mandatos una situación de cuasi representación legal.
Los mandatos otorgados en el extranjero, para realizar actos o celebrar contratos en Guatemala, se rigen,
en cuanto a su contenido y la extensión de la facultades del mandatario, a lo que dispone la legislación de
Guatemala y, por ello, si según nuestras leyes se requiere de cláusula o facultad especial o de mandato específico,
el mandatario no está autorizado para realizar tales actos o negocios jurídicos, si el mandato no contiene tales
cláusulas o facultades especiales o no cumple con los requisitos del mandato específico (Arts. 1,700 CC y 30 LOJ).
El objeto del mandato siempre se refiere a actos y negocios futuros, a celebrarse por el mandatario por
cuenta del mandante, por lo que se trata de un contrato que tiene la calidad de preparatorio, por cuanto que
surtirá efectos en el tiempo, al ejecutar el mandatario los actos y negocios jurídicos encomendados. No puede
otorgarse un mandato en relación a actos y negocios que el mandatario ya ha celebrado o realizado con
anterioridad.
Forma: En nuestro medio, el contrato de mandato es solemne, ya que se requiere, como requisito
esencial para su existencia, que se otorgue en escritura pública (Art. 1,687 CC). En virtud de dicha norma, el
mandato otorgado en forma que no sea un instrumento notarial, sería absolutamente nulo, de conformidad
con el artículo 1,301 CC (Hay nulidad absoluta en un negocio jurídico... por la ausencia o no concurrencia de los
requisitos esenciales para su existencia). Otra formalidad esencial del mandato, sin la cual no puede surtir efectos,
es la inscripción del mismo en el Registro de Mandatos que se lleva en el Archivo General de Protocolos y, en
su caso, en el Registro Mercantil (Arts. 1,704 CC, 189 LOJ y 338, inciso 1 C de C).
Sin embargo, el artículo 1,687 CC, permite que algunos mandatos puedan otorgarse en forma que no
sea la escritura pública, tales como: a) los que se refieran a asuntos cuyo valor no exceda de Ql,000, ya que se pueden
otorgar en documento privado, con firma legalizada por notario o en acta levantada ante el alcalde o juez local; y b)
los que se requieren para representar en juntas y demás actos que la ley lo permita, en cuyo caso se puede otorgar
en carta-poder. Al respecto, es pertinente hacer referencia al artículo 67 del C de C, que permite a los socios hacerse
representar por otros en las juntas y asambleas generales de sociedades, acreditando la representación por
carta-poder o mandato y al artículo 165 del C de C, que permite la representación de los administradores, en
las reuniones del Consejo de Administración, por otro administrador acreditado por carta-poder o mandato. Además, el
artículo 189 LOJ, indica que para asuntos verbales (asuntos de ínfima cuantía, Art. 211CPCYM), bastará otorgar el
mandato ante el juez y el secretario, mediante acta que se levantará en el tribunal y que formará parte de las actuaciones
o en documento privado con legalización notarial. Finalmente, el artículo 323 del C de T, permite que en asuntos
judiciales laborales cuyo valor no exceda de Q300.00, el representante del trabajador pueda acreditar su representación
por medio de carta-poder. Dada la informalidad de tales poderes, es innecesaria su inscripción en el Registro de
Mandatos.
El artículo 427 del C de C, regula el endoso en procuración y señala que si el endoso de un título de crédito
incluye las frases en procuración, por poder, al cobro u otra equivalente, se entenderá conferidas al endosatario las facultades de
un mandatario con representación para cobrar el título, judicial o extrajudicialmente generándose así un mandato
totalmente informal, que se otorga mediante el simple endoso de un título de crédito y que faculta al endosatario o
mandatario para ejercer las facultades especiales del mandato judicial que sean necesarias para el cobro del
título. El mandato que se otorga mediante el endoso en procuración tiene, además, la especial característica que no
termina por la muerte del endosante o mandante y de que su revocatoria debe anotarse en el título.
Los mandatos otorgados en el extranjero, para ser ejercidos en Guatemala, se rigen por las formalidades
externas del lugar en donde el mandato es otorgado (Art. 29 LOJ); pero, como hemos comentado antes, en cuanto a su
objeto y contenido, el mandato se rige por las leyes de Guatemala (Art. 1,700 CC). El mandato debe
autenticarse mediante una cadena de legalizaciones que culmina con la del Ministerio de Relaciones Exteriores de
Guatemala, y si ha sido otorgado o contiene pasajes en lenguas extranjeras, debe ser traducido en lo pertinente, bajo
juramento, por Traductor Jurado o, en defecto de éste, por dos personas conocedoras del español y del idioma del
documento, bajo juramento y con legalización notarial de firmas (Art. 37 LOJ). Cumplidos los requisitos anteriores, el
documento que contiene el mandato, debe ser protocolado por notario en Guatemala y el testimonio del acta de
protocolación (que debe incluir al documento protocolado), se inscribe en el Registro de Mandatos que se lleva en el
Archivo General de Protocolos y, en su caso, en el Registro Mercantil. Lo relativo a las formalidades de los mandatos otorgados
en el extranjero, ha sido también regulado por la Convención Interamericana sobre el Régimen Legal de los Poderes,
firmada en Panamá, el 30 de enero de 1975 y que fue aprobada por el Decreto No. 71-79 del Congreso y publicada en el
Diario Oficial del 4 de julio de 1980.
Se ha discutido en muchísimos casos en nuestros tribunales, si el mandato judicial otorgado a un
abogado, requiere de inscripción en el Registro Mercantil, pues el artículo 338, inciso 2 del C de C establece la
obligación de inscribir allí, ...el otorgamiento de mandatos por cualquier comerciante, para operaciones de su empresa.... La
jurisprudencia ha sido abundante y uniforme, en el sentido de que el mandato judicial se rige por lo que
establecen las leyes procesales (Art. 1,687 CC) y que el artículo 189 LOJ, requiere que los mandatos judiciales se
inscriban en el Registro que se lleva en el Archivo General de Protocolos y aunque dicha norma establece la
obligación de inscribir el mandato en los registros que proceda conforme a la ley, se afirma y sostiene que la
función del abogado, como mandatario judicial, no es comercial, sino profesional y jurídica.
Modalidades
Además de las diferentes clases de mandato que hemos comentado con anterioridad (general,
especial y específico, solemne yen documento privado, etc.), nos referiremos, ahora con más detalle, a algunas modalidades
del contrato, como lo son:
a) Onerosidad/gratuidad: El mandato es, en nuestro sistema jurídico, esencialmente oneroso y sólo será gratuito, si así
se conviene por las partes (mandante y mandatario) y éste lo acepta expresamente (Art. 1,698 CC).

Según si el mandato sea gratuito u oneroso, así tendrá carácter unilateral o bilateral, pues del mandato gratuito,
únicamente derivan obligaciones directas para el mandatario. En cambio, si el contrato es oneroso, tanto el
mandante como el mandatario cargan con obligaciones directamente derivadas del contrato.
A falta de pacto o de convenio expreso entre las partes, sobre la remuneración del mandatario judicial, se aplicarán
las normas del Arancel de Abogados, Procuradores, Mandatarios y Depositarios, contenidas en el artículo 20 del
Decreto No. 111-96, el que dispone que la remuneración de los mandatarios será equivalente el 50% de los
honorarios de procuración.
b) Revocabilidad: A diferencia de lo que ocurre en otros países (México, España, Italia, etc.), en donde se permite el
otorgamiento de mandatos irrevocables, en Guatemala el mandato es esencialmente revocable, aun si se ha conferido
por plazo o para asunto determinado (Art. 1,699 CC).
La revocación del mandato es el acto unilateral, por el cual el mandante, sin incurrir en responsabilidad alguna,
termina el mandato y rompe el vínculo contractual con el mandatario.
La revocación del mandato, en nuestro medio, es un derecho irrenunciable que tiene el mandante y su ejercicio se
sujeta a determinadas normas: I) sólo produce efectos desde el momento en que se notifica al mandatario y a los
terceros interesados en el negocio o asunto pendiente (Arts. 1,699, 1,718 y 1,720 CC), notificación que debe
constar en instrumento público, acta notarial o notificación judicial; II) la revocación puede ser expresa o tácita. Es
expresa, la que se formaliza en escritura pública y, para que surta efectos, debe además inscribirse en el Registro de
Mandatos que se lleva en el Archivo de Protocolos y, en su caso, en el Registro Mercantil (Arts. 1,704 CC y 338, inciso
2 C de C). El artículo 1,720 CC establece que si el mandante designa un nuevo mandatario para que se encargue del
mismo o de los mismos asuntos o negocios, sin expresar que queda vigente al anterior, ocurre una revocatoria tácita
del anterior. La inscripción del nuevo mandato, en el Registro de Mandatos y, en su caso, en el Registro
Mercantil, provoca la revocación; pero en todo caso es obligatoria, además la notificación al mandatario y a los ter-
ceros interesados, como antes se ha señalado; III) la revocación del mandato primario, provoca necesaria y
automáticamente, la revocación de las substituciones y mandatos que el mandatario primario hubiera
otorgado, salvo que el mandante los confirme expresamente y, por ello, es también necesario notificar la
revocatoria a los apoderados substitutos y a los apoderados instituidos por el mandatario primario (Art.
1,721 CC); IV) la revocatoria del mandato judicial no surte efectos en tanto, además de la inscripción en los
registros y de la notificación al mandatario, el mandante o un nuevo apoderado suyo se apersone en el proceso
y señale nuevo lugar para recibir notificaciones (Art. 194 LOJ).
c) Relaciones: Del mandato nacen dos tipos de relaciones: una, que podríamos llamar interna, que existe entre el
mandante y el mandatario y otra, externa, entre el mandatario y los terceros con quienes se relaciona en
ejercicio del mandato.
Como antes hemos señalado brevemente, según si el mandato es con o sin representación, así cambian los
efectos y consecuencias del ejercicio del mandato y de las relaciones externas. Las relaciones internas (entre
mandante y mandatario), se mantienen inalterables. Recordemos que, en el mandato con representación, el
mandatario hace público que actúe en nombre del mandante y la parte con quien contrata sabe y conoce que no
está contratando con el mandatario, sino con el mandante, quien será el titular de los derechos y el sujeto pasivo
de las obligaciones derivadas del acto o contrato a celebrarse. De la gestión del mandatario con
representación, no nace vínculo alguno entre éste y el otro contratante. En cambio, en el mandato sin
representación, la calidad con que actúa el mandatario se mantiene reservada y puede no ser del conocimiento
del otro contratante, sin que tenga trascendencia jurídica alguna el conocimiento o desconocimiento del otro
contratante de la existencia del mandato. En ese caso, el mandatario aparenta actuar en su propio nombre y será el
titular de los derechos y el responsable del cumplimiento de las obligaciones derivadas del acto o contrato, por
lo que de la gestión del mandatario sin representación nacen vínculos entre éste y el tercero, de los que el
mandante es formalmente ajeno, requiriéndose de un negocio jurídico posterior, para que el mandatario le
traslade los efectos de dicho negocio.
Las relaciones internas (entre mandante y mandatario) no sufren cambio, se gún si el mandato es con
representación o sin ella, pues el mandatario siempre actúa por cuenta del mandante, de modo que el
efecto jurídico y económico de los actos y contratos que realice, siempre afectarán finalmente el patrimonio
del mandante. Las obligaciones y derechos del mandatario frente al mandante, son los mismos.
Son las relaciones externas las que cambian, según si el mandatario actúa o no en representación del
mandante, pues en un caso, se establece una relación directa entre éste y el tercero y, en el otro, la
relación directa existe entre el mandatario y el tercero y el mandante llega a ser parte de la misma,
como sucesor del mandatario y en virtud de otro negocio jurídico.

Características
Con base en todo lo ya expuesto, nos podemos ocupar de clasificar el contrato de mandato,
señalando que es:
a) Gratuito u oneroso: Será gratuito, únicamente si el mandatario lo ha aceptado expresamente así, pues
existe una presunción legal de onerosidad (Art. 1,689 CC).
b) Unilateral o bilateral: Dependiendo de si es gratuito u oneroso, pues en el gratuito, sólo el mandatario
queda obligado directamente en virtud de la aceptación del mandato y las obligaciones del mandante
son indirectas, pues no consisten en contraprestaciones a favor del mandatario, sino son
consecuencia y efecto natural del ejercicio del mandato.
En cambio, en el mandato oneroso, el mandante está obligado a una contraprestación a favor del
mandatario, de modo que ambas partes se obligan recíprocamente (Art. 1,587 CC).

c) Intuitu personae: La calidad personal de las partes y la confianza que existe entre ellas, es de la esencia
del contrato. Es por ello que las partes no pueden ceder a terceros sus derechos o transferir sus
obligaciones derivadas del mandato (el mandatario no puede substituir el mandato, si no tiene
facultad especial) y que la muerte o incapacidad de cualquiera de las partes, termina
el mandato (Arts. 1,702,1,717, inc. 5 y 1,722 / 25 CC).
d) Solemne: Pues salvo los casos de excepción antes comentados, su formalización en
escritura pública y su inscripción en los registros, son requisitos esenciales de validez del contrato (Art.
1,687 CC).
e) Preparatorio: Crea relaciones jurídicas entre el mandante y el mandatario, en orden a la realización por
éste de otros actos jurídicos posteriores. En ese sentido, el mandato es un contrato que se celebra
por las partes en previsión de la celebración de actos y negocios jurídicos futuros, de modo que sus efec
tos normales suceden con posterioridad a su nacimiento.
f) Principal: Es un contrato que subsiste por sí solo, independientemente de que los actos y negocios
jurídicos previstos se realicen o no (Art. 1,589 CC).

Obligaciones es de las partes


Del mandante: Para que nazcan las obligaciones del mandante hacia el mandatario, no es
necesario que éste haya aceptado expresamente el mandato, pero es suficiente que el mandatario lo haya
ejercido y que haya desempeñado, aunque sea parcialmente, el encargo que el mandante le ha hecho.
Las obligaciones del mandante son:
a) La principal y primera obligación del mandante es asumir todos los derechos y responder por todas las
obligaciones derivados de los negocios jurídicos realizados por el mandatario en ejercicio del
mandato. El artículo 1,712 CC dice que el mandante debe cumplir todas las obligaciones que el mandatario haya
contraído dentro de los límites del mandato. Esto es natural y claro en el mandato con representación, en
donde los derechos y obligaciones derivados de los negocios realizados por el mandatario, en
ejercicio del mandato, afectan y se trasladan directa y automáticamente al patrimonio del mandante; pero
es particularmente importante en el mandato sin representación, en donde el mandante tiene la obligación de
asumir por cesión u otro título, los derechos y obligaciones derivados de los actos y contratos que el mandatario
ha celebrado por su cuenta. Por ello, el mandante es, en todo caso, el recipiendario directo o indirecto
(según si el mandato es con representación o sin ella), de los efectos económicos y jurídicos de los negocios
jurídicos realizados por el mandatario y es su patrimonio el afectado por tales negocios.
b) Debe además el mandante indemnizar al mandatario de todos los daños y perjuicios que le haya causado el
cumplimiento del mandato, sin dolo, ni culpa del propio mandatario (Art. 1,714 CC). En nuestra opinión, esta norma
cubre tanto los daños y perjuicios derivados directamente del cumplimiento del encargo o encomienda que se le ha
hecho, como de sus consecuencias. En ese sentido, creemos que existe la obligación del mandante de indemnizar al
mandatario que, para poder cumplir con el encargo que le ha hecho el mandante, tiene que viajar a Puerto Barrios
y se ve obligado a pedir tres días de permiso a su patrono, el que éste le concede sin goce de salario. El
mandante debería indemnizar al mandatario el salario de esos tres días y pagarle pasajes y gastos de estadía
(alimentación y alojamiento).
Esta obligación del mandante se manifiesta, además, en la obligación de mantener libre e indemne al
mandatario por reclamos de las otras partes contratantes y aun de terceros, por los actos realizados en
cumplimiento del mandato. Ello es particularmente cierto en el mandato sin representación, pues dado que el
mandatario actúa en ese caso en su propio nombre, el mandante es un tercero en la relación existente entre el mandatario y
el otro contratante, al que éste no puede tocar jurídicamente, sino después de que el mandatario le ha trasladado el
resultado de sus gestiones. En tanto esto ocurre, el mandante no tiene legitimación, ni personalidad para ser sujeto
activo o pasivo del ejercicio de las acciones derivadas de los contratos celebrados; pero ello no le exonera de la
obligación de responder ante su mandatario por cualesquiera consecuencias de tales negocios y, si fuere el caso, de
constituirse o ser llamado dentro del litigio, como tercero coadyuvante o sucesor a título particular de éste (Arts. 56 y
60 CPCYM). En el caso del mandato con representación, como la relación se establece desde su inicio entre
el mandante y el otro contratante, el mandatario no asume obligación personal alguna ante el otro
contratante y, por lo tanto, no puede ser llamado a responder ante éste por hechos derivados del ejercicio
del mandato.
c) Otra obligación del mandante, consiste en proveer de fondos al mandatario, si éste lo pide, para el
cumplimiento del mandato y, alternativa o adicionalmente, reembolsar los gastos en que el mandatario
incurre en el cumplimiento del mandato, más intereses al tipo legal (ver Art. 9 del Dto. 29-95 del
Congreso), aunque el negocio realizado por el mandatario por cuenta del mandante no
haya tenido éxito, sin culpa del mandatario (Art. 1,713 CC). Cabe en este sentido señalar además, que el
mandatario normalmente no está obligado a anticipar fondos para cumplir el mandato, pues ello es
obligación del mandante; pero que el mandatario debe ser diligente en el sentido de pedirlos con
suficiente anticipación y en cantidad adecuada al mandante y que en caso de negligencia
del mandatario en el ejercicio de la facultad de ser expensado por el mandante, sería responsable de
proveerlos, si de ello pudiere derivar consecuencias dañinas para el mandante. Igualmente, si el negocio
fracasó o resultó negativo a los intereses del mandante, por hechos u omisiones imputables al mandatario,
éste tiene responsabilidad ante su mandante y debe indemnizarle los daños y perjuicios
causados, de acuerdo con las nornas generales que rigen la responsabilidad por culpa (Arts.
1,645 y siguientes y 1,705 CC).
d) Retribuir al mandatario, pagándole los honorarios que se hayan convenido o, a falta de convenio, los que
fije el juez o, en el caso de mandatos judiciales, los que corresponden de acuerdo con el Arancel de
Abogados, Arbitros, Procura dores, Mandatarios Judiciales, Expertos, Interventores y Depositarios (Art.
20 Dto. 111-96 del Congreso).
Recordemos que el mandato es esencialmente oneroso y que es gratuito sólo en caso de que el mandatario
así lo haya aceptado expresamente (Art. 1,689 CC).
La obligación del mandante de cubrir la remuneración del mandatario, es independiente de los
resultados económicos que deriven del ejercicio del mandato y de la diligencia o negligencia con que el
mandatario se desempeñó.
Responder en forma mancomunadamente solidaria entre sí y a favor del datario, en caso fueren varios los
mandantes que encargan al mandatario un negocio común (Art. 1,716 CC).
¿Qué debe entenderse por negocio común? En nuestra opinión, por el término negocio común incluye el caso del
mandatario que representa a todos o algunos de los copropietarios de un inmueble, a la situación del apoderado judicial
que representa a todos o algunos de los demandantes o demandados, o cuando el mismo mandatario representa a
diferentes personas en la realización de actos o negocios en los que aquéllos tienen intereses comunes. Es indiferente
que las relaciones de los mandantes con el mandatario, pueden derivar de un mismo contrato de mandato o de
mandatos diferentes, pues lo que interesa es la comunidad de intereses de los mandantes y la individualidad del
mandatario.
Nuestro Código Civil establece, en su artículo 1,715, un derecho de retención a favor del mandatario, sobre los bienes y
cosas del mandante que tenga en su poder, para asegurarle el pago de las indemnizaciones, reembolsos e intereses a
cargo del mandante, derivados de las normas comentadas en los párrafos anteriores.
No creemos que esta norma requiera de mayor comentario, pues su contenido y espíritu son claros. Tal vez lo único
que vale la pena señalar, es que nos parece extraño que no se haya reconocido en nuestra legislación, el derecho de
retención por parte del mandatario, para obligar al mandante a cubrirle su remuneración por el ejercicio y
cumplimiento del mandato. En caso de mora del mandante, el cobro habrá de realizarse por la vía judicial, pues el
derecho de retención sólo protege indemnizaciones, reembolsos e intereses...

Del mandatario: Para que el mandatario quede obligado ante el mandante, es necesario que el mandato haya sido
aceptado, sea expresa o tácitamente, pues en tanto no se haya manifestado su aceptación, expresa o tácitamente,
no habrá vínculo contractual entre las partes.
1) La principal obligación del mandatario que ha aceptado el mandato es desempeñarlo con toda diligencia y responder
ante el mandante por los daños y perjuicios que le cause el mandatario, en caso de no ejecutar la
encomienda (Art. 1,705 CC).
La citada norma es, a su vez, desarrollada por otras que establecen obli gaciones secundarias del
mandatario, como son:
a) Sujetarse a las instrucciones recibidas del mandante (Art. 1,706 CC).
Tales instrucciones, como bien señala Sánchez Medal5pueden ser ostensibles, si constan en el propio
documento de mandato, en cuyo caso no sólo el mandatario, sino también los terceros que con éste
contraten, tienen conocimiento de ellas y también producen efectos en cuanto a éstos. Son, en ese caso,
instrucciones que se presume son conocidas por todos los que contraten con el mandatario y cuyo
incumplimiento puede afectar la validez del contrato celebrado. También puede el mandante dar
sus instrucciones al mandatario en forma privada o confidencial, de modo que sólo ellos las conocen y, por lo
tanto, no pueden surtir efectos contra tercero, ni su incumplimiento por parte del mandatario, puede
afectar la validez del negocio celebrado. El incumplimiento de las instrucciones es, en este caso,
un asunto interno, del que podría resultar responsabilidad personal al mandatario frente al mandante, pero
que no puede trascender a los terceros que con él contratan.
El mandatario puede, bajo su responsabilidad, separarse de las instrucciones recibidas de su
mandante, sea suspendiendo su cumplimiento o ejerciendo el mandato en forma diferente de la
señalada, si a causa de situaciones imprevistas, el mandatario tiene fundadas razones para considerar
que el adherirse a las instrucciones recibidas resultaría perjudicial al mandante (Art. 1,711 CC). El
mandatario tiene la obligación de comunicarlo de inmediato al mandante. Es interesante señalar que, ni aún
en esta situación, cesa, ni se extingue la responsabilidad personal del mandatario ante su mandante y
que el mandante puede reclamarle por el incumplimiento de las instrucciones recibidas o por el
ejercicio de las facultades del mandato en forma diferente de la manifestada por el mandante en tales
instrucciones. La suspensión o inejecución de las instrucciones del mandante, deriva de un acto voluntario y
propio del mandatario, quien al discernir si procede cumplir o no las instrucciones del mandante, hace una
elección y debe responder por sus errores de juicio.
La ausencia de instrucciones del mandante, no es excusa para que el mandatario deje de ejercer el
mandato y de velar por los mejores intereses de su mandante. El mandatario debe realizar el encargo que
el mandante le hizo, con toda diligencia y cuidado, como un buen padre de familia.
b) No separarse, ni excederse de las facultades y límites del mandato (Art. 1,706 CC).
A diferencia de lo comentado en el párrafo a) que antecede, no se trata acá del cumplimiento o no de las
instrucciones del mandante, sino del correcto ejercicio de las facultades que otorga el mandato. Una cosa
es el cumplimiento de instrucciones ostensibles y privadas, que son las guías u órdenes que el
mandante ha dado al mandatario para el ejercicio de las facultades que le otorga el mandato, y otra
diferente es actuar siempre dentro del marco jurídico del mandato. El mandatario puede estar
facultado para vender las cosechas de café de la finca del mandante y el mandante puede, por aparte (en
privado o confidencialmente), o en el mismo contrato, indicarle parámetros mínimos de precios y fechas
de entrega, que el mandatario debe tener presentes a la hora de contratar. De esa manera,
cuando el mandatario vende las cosechas, está ejerciendo correctamente una de las facultades que
le otorgó su mandante, pero si, además, contrata la venta de acuerdo con las instrucciones
recibidas, está actuando en forma leal a su mandante.

En este punto, debe primeramente aclararse cuáles son precisa mente y cómo se determina la
extensión de las facultades que mediante el mandato se otorgan al mandatario. En otras palabras, hay que
determinar el alcance de las facultades conferidas al mandatario y Sánchez Medal,6 señala que debe
procederse con un criterio restrictivo, particularmente si se trata de un mandato especial y también,
agregamos nosotros, si se trata de un mandato que contiene facultades especiales. El mismo autor
señala que la determinación del alcance del mandato general no debe dar problema alguno, pues éste
faculta al mandatario para administrar, actividad que es claramente distinguible de lo que constituye
disponer. Sin embargo, en nuestro medio y dado que el Código Civil no es claro en definir el alcance
del mandato general, se presentan continuamente dudas e incertidumbres (particularmente en el ejercicio
del notariado), acerca de si un mandatario general está o no facultado para realizar determinados
actos y negocios en nombre de su mandante.
¿Habría exceso de las facultades o límites del mandato, si, en el ejemplo anterior, el mandatario
celebrare contratos para la pignoración de las cosechas de café? Algunos autores dirían que quien
puede lo más (enajenar), puede lo menos (pignorar), de modo que el mandatario expresamente
autorizado para enajenar o vender, podría lógicamente pignorar. Nuestra opinión es que, en este
caso, debe privar el criterio restrictivo para determinar si hubo exceso, pues si el mandante hubiere
deseado que su mandatario pudiere pignorar cosechas de café, lo debió haber consignado así en el
mandato, otorgándole facultad especial para el efecto (Art. 1,693 CC).
¿Habría exceso si el mandatario, facultado especialmente para vender la cosecha, cobra el precio y
endosa a favor del comprador los documentos representativos del mismo? En nuestra opinión, cuando
el mandante encomendó a su mandatario vender cosechas de café, le facultó para realizar todos los actos
necesarios para la conclusión de dicho negocio y no le limitó a expresar verbalmente o por escrito un
consentimiento. De esa manera, el mandatario podría válidamente recibir el precio del café en
nombre de su mandante y, además, podría endosar al comprador la carta de porte o el certificado de
depósito representativos del café vendido, pues la percepción del precio y la entrega de la cosa, son
inherentes a toda compraventa. Por ello, consideramos que, de acuerdo con el artículo 1,693 CC, aún en
el caso de facultades o mandatos especiales, el mandatario está implícitamente facultado para realizar
todos los actos necesarios para que el negocio que se le ha encomendado quede concluido y
perfeccionado, incluso otorgar en nombre del mandante, todos los documentos necesarios para for-
malizar los contratos para cuya celebración estuviera facultado.
El contrato que realice el mandatario excediéndose de las facultades o límites del mandato, es anulable
(aunque el Art. 1,703 CC usa la palabra nulo) por el mandante; pero se permite que éste lo ratifique
expresa o tácitamente, lo que curaría la anulabilidad del contrato y obligaría al mandante frente al tercero (Art.
1,712 CC).
c) Ejercicio inteligente del mandato (Art. 1,705 CC). El mandatario no sólo responde ante su mandante en
caso de separarse de las instrucciones recibidas, o de excederse en el ejercicio de las facultades c o n f e r i d a s ,
s i n o t a m b i é n p o r l o s d a ñ o s y p e r j u i c i o s q u e , la no ejecución, cause al mandante.
Esta norma viene a redondear algo que se olvida o que no se tiene siempre presente por los
mandatarios: que el ejercicio de un mandato es un negocio serio, que exige del mandatario atención
constante y cuidado permanente y que se rige por normas estrictas de responsabilidad. No es suficiente
que el mandatario maneje los asuntos de su mandante, con la misma diligencia que dedica a los propios,
sino que se exige al mandatario actuar apegado a normas abstractas y universales de diligencia y exactitud,
que pueden ser mucho más rígidas que las que él aplica en sus propios asuntos.
2) Obligación de ejercicio personal del mandato (Art. 1,707 CC).
El autor Ramón Sánchez Medal,7 nos indica que existe una obligación del mandatario de ejercer personalmente el
mandato, lo que implica que el mandatario no puede delegar o encargar a otro la ejecución de la encomienda
que se le ha hecho, salvo que estuviere facultado especialmente para ello por el mandante.
Ese es precisamente el contenido de la norma del artículo 1,707 CC, que requiere I) que al mandatario se haya
otorgado facultad expresa para sustituir; II) que el mandatario responde por la actuación del mandatario substituido, si
éste resulta notoriamente incapaz o insolvente. La prueba de esa incapacidad o insolvencia corresponderá al
mandante y la inclusión de la palabra notoriamente parece dar a entender que el mandatario sólo
responderá por los actos del substituido, si era obvia, evidente y conocida universalmente la incapacidad o
insolvencia del mandatario substituido, por lo que habría una clara y grosera negligencia o imprudencia del mandatario
al seleccionar la persona a cuyo favor haría la substitución; y III) que el mandatario quedará relevado de res-
ponsabilidad, si la substitución la hace a favor de persona designada por el mandante.
En nuestro medio, la substitución del mandato puede ser total o parcial, con o sin reserva del ejercicio del mandato
por parte del mandatario original, de conformidad con lo que dispone el artículo 190, inciso n) de la Ley del
Organismo Judicial, que si bien es aplicable específicamente al mandato judicial, lo es también al mandato civil.
De ahí que si el mandatario está facultado para substituir, él puede otorgar una substitución parcial
(únicamente de algunas facultades del mandato) o una substitución total (mediante la cual se inviste al
substituto de todas las facultades generales y especiales del mandato ejercido) y que, en ambos casos, el
mandatario substituyente, puede reservarse el ejercicio de las facultades substituidas (en ese caso, tanto él como el
mandatario substituto podrían ejercerlas) o renunciar al ejercicio del mandato, al no reservarse su ejercicio, lo que
producirá que únicamente el mandatario substituido pueda ejercerlo. Esta es una forma atípica de terminación del
mandato, no regulada especialmente por el artículo 1,717 CC y que, en nuestra opinión, es equivalente, en sus efectos, a
la renuncia del mandatario.
3) Obligación del mandatario, el rendir cuenta a su mandante de todos los actos y negocios realizados en ejercicio del
mandato (Art. 1,706 CC).
La obligación de rendir cuentas al mandante implica, también:
a) La obligación de mantenerle informado de las actividades realizada s
b) La obligación de entregar al mandante, cuando éste lo requiera, todos los bienes suyos que el mandatario
tiene en su poder.
En cuanto a la rendición de cuentas, sabemos que ello implica llevar tales cuentas en forma completa y
técnica y conservar los documentos que las respaldan, pues el mandatario debe justificar ante su
mandante el origen y causa de todos los ingresos percibidos y los gastos efectuados o ocurridos,
entregándole cualquier saldo a su favor que tuviere el mandatario.
La obligación de rendir cuentas sobrevive la terminación del mandato, cualquiera sea la causa, de modo
que el mandante puede exigírsela a su mandatario o a los herederos de éste, aun después de que el
mandato ha terminado y que el mandante haya fallecido.
De conformidad con el artículo 1,515 CC la prescripción de la obligación de rendir cuentas y de reclamar o
cobrar el saldo resultado de ella, se consuma por el transcurso de tres años, plazo que principia a
correr i) desde que termina la administración (en este caso, el mandato) en lo que se refiere a la obligación de
rendir cuentas o ii) desde que la cuenta ha sido aprobada por los interesados o por el juez, en sentencia firme,
respectivamente (Art. 1,512 CC).
Cabe aquí recordar que la rendición de cuentas puede reclamarse judicialmente, por la vía del juicio oral, de
conformidad con lo que disponen los artículos 217 y 218 CPCYM.
En el caso de un mandato sin representación, la obligación del mandatario de entregar al mandante los bienes que
haya recibido para él en ejercicio del mandante, implica también el otorgamiento de los contratos y documentos que
puedan ser necesarios para transmitir al mandante, los derechos y obligaciones que por cuenta de éste adquirió. En
el mandato con representación, esa segunda transmisión es innecesaria, pues el mandatario ha actuado en
nombre del mandante y se ha establecido una relación directa entre éste y el tercero.
4) Obligación de lealtad que, fundamentalmente, se manifiesta en cuatro formas: i) no ejercer al mismo tiempo
mandato de personas cuyos intereses están o puedan estar en conflicto (Art. 1,694 CC); ii) no renunciar
injustificadamente el ejercicio del mandato (Art. 1,708 CC); iii) no usar para sí, ni en beneficio de sus parientes,
los bienes del mandante, salvo que éste lo hubiere autorizado expresamente (Art. 1,710 CC); y iv) no
celebrar autocontrato, si no es con conocimiento y autorización expresa de los mandantes (Art. 1,694 CC).
Creemos que los casos mencionados en los literales i) y iii) no requieren de mayor explicación, pues constituyen
situaciones éticamente claras, que no debieran provocar duda en las personas que tienen firmes
conceptos éticos.
El caso comentado en el literal ii), tampoco debiera presentar problema; pero sí es conveniente aclarar que de
conformidad con el artículo 1,709 CC, se estima injustificada la renuncia, si el mandatario lo hace cuando hay
negocios pendientes, cuya interrupción puede causar daños o perjuicios al mandante e intencionalmente
abandona esos asuntos y, en general, en todo caso de abuso del derecho de renunciar. En otras palabras, el solo
hecho de renunciar no implica responsabilidad alguna al mandatario, pero puede derivarle responsabilidad, no
sólo por la oportunidad o motivación de la renuncia, sino también de la actuación del ex-mandatario con
posterioridad a la renuncia. De esa manera, no habría responsabilidad del mandatario si no obstante haber
renunciado, sigue atendiendo diligentemente los asuntos del mandante, en tanto éste designa un substituto o nuevo
mandatario; pero sí habría responsabilidad, si el mandatario se desentiende de los asuntos pendientes del
mandante y de ello deriva perjuicio para éste.

Lo relativo al autocontrato ya fue comentado antes.

Terminación
El mandato termina, de conformidad con lo que establece el artículo 1,717 del Código Civil.
a) Por vencimiento del término para el que fue otorgado (inciso 1).
Se infiere de esta norma, que el mandato puede otorgarse para que tenga vigencia durante un plazo
determinado y el artículo 1,726 CC señala que el mandato general, que no exprese duración, se considera
conferido por diez años desde la fecha del otorgamiento, salvo prórroga otorgada con las mismas formalidades del
mandato. Esta norma merece comentarios especiales, pues i) sólo es aplicable al mandato general, de modo que los
mandatos especiales y los específicos pueden tener vigencia indefinida; ii) no se sabe si las partes pueden, por
convenio, fijar un plazo mayor de los diez años o si dicho plazo es máximo y la jurisprudencia no ha aclarado este
tema. En nuestra opinión, el plazo de diez años se aplica cuando el mandato general no expresa duración y es, en
consecuencia, una norma supletoria de la voluntad de las partes y no limitativa de ésta, por lo que debería
respetarse el plazo que se fije en el contrato, aunque fuera mayor de los diez años o si dicho plazo es máximo. La
jurisprudencia no ha aclarado este tema. En nuestra opinión, el plazo de diez años se aplica cuando el
mandato general no expresa duración y es, en consecuencia, una norma que sólo adquiere
aplicación en ausencia de una expresión de voluntad de las partes y no es, ni puede ser limitativa de
ésta, por lo que debería respetarse el plazo que se fije en el contrato, aun si fuere mayor de los diez
años; y iii) hay la posibilidad de prorrogar el plazo de vi gencia del mandato, mediante el otorgamiento
de una escritura pública (la norma dice con las mismas formalidades del mandato) y la inscripción del testimonio
en el Registro de Mandatos y en el Registro Mercantil (si procede).
b) Por concluirse el asunto para el que se dio (inciso 2).
Esta causal (que algunos autores llaman agotamiento del contrato), no es aplicable al mandato general y
resultaría únicamente en caso del mandato especial o específico, lo que es una causal normal de
extinción de los contratos. Si se otorgó un mandato para que el mandatario, en representación del mandante,
vendiere una casa de éste y el negocio se realiza, el objeto del mandato ha terminado y el contrato se
ha agotado. Igual cosa ocurriría con el mandato que se otorga para contraer matrimonio, pues al
celebrarse la ceremonia, terminaría automáticamente el mandato.
c) Por revocación (inciso 3).
Con anterioridad se ha señalado la revocabilidad, como uno de los elementos esenciales del mandato en
Guatemala y se ha, también, analizado sus efectos, consecuencias y procedimientos, por lo que nos
referimos a lo ahí expuesto.
La revocación del mandato debe formalizarse en escritura pública y el testimonio de la misma debe
inscribirse en el Registro correspondiente, a más que el mandante debe notificarla al mandatario y a las
personas que tengan interés en el asunto o negocio (Arts. 1,718 y 1,719 CC).
La revocación debe también notificarse a los mandatarios sustitutos, pues la revocatoria del mandato
acarrea naturalmente el privar de eficacia y valor a las sustituciones que el mandatario hubiere
otorgado, así como los poderes que hubiere conferido (Art. 1,721 CC). Sin embargo, puede el mandante, me-
diante la confirmación expresa de tales substituciones y mandatos otorgados por el mandatario, mantenerlos en
vigencia de modo que no se vean afectados por la revocatoria del mandato principal. Aunque la ley no lo indica, la
confirmación de la substitución o el nuevo mandato, debieran constar en la propia escritura de revocación y el
mandante tendría la obligación de notificarla al mandatario sustituto.
En el mandato judicial, la revocatoria no surte efectos en los asuntos en que estuviera actuando el mandatario,
sino hasta que el mandante o un nuevo apoderado se apersone en el proceso y señale nuevo lugar para
recibir notificaciones (Art. 194 LOJ).
d) Por renuncia del mandatario (inciso 4).
Así como el mandante puede unilateralmente terminar el mandato, mediante la revocación, así también el
mandatario puede hacerlo mediante la renuncia al mandato.
La renuncia debe I) formalizarse en escritura pública, otorgada por el mandatario; II) inscribirse en el Registro
correspondiente; y III) notificársele al mandante.
Con anterioridad, hemos comentado la responsabilidad del mandatario que renuncia injustificadamente a
un mandato y nos referimos a lo allí expuesto.
¿Tendrá la renuncia de un mandato los mismos efectos que la revocación, en cuanto a las substituciones y
mandatos otorgados por el mandatario renunciante? Nada dice la ley al respecto, pero nos parece que no hay
motivo alguno que justifique tratar en forma diferente los efectos de la revocación y de la renuncia y que, en
consecuencia, la renuncia que del mandato hace el mandatario, debería acarrear la terminación de los mandatos
que éste hubiere conferido o substituido.

e) La muerte o interdicción del mandante o del mandatario (inciso 5).


Es clara la norma citada, aunque de conformidad con el artículo 1,722 CC, la muerte del mandante no
provoca automáticamente la terminación total y absoluta del mandato, ya que el mandatario debe
seguirlo ejerciendo, pero exclusivamente para la atención de los asuntos pendientes y en tanto se
apersonan los representantes legales del mandante (albaceas, administradores o herederos). Queda
prohibido al mandatario utilizar el mandato en relación a negocios que no habían sido iniciados en vida
del mandante. La excepción a esta regla es el mandato conferido mediante endoso por procuración, que antes
se ha estudiado, cuya vigencia no se afecta por el fallecimiento (agregaríamos, incapacidad, ausencia o
presunción de muerte) del mandante.
Cabe preguntar si esta norma es igualmente aplicable al caso de interdicción del mandante, ya que la
norma sólo hace referencia a su defunción. En nuestra opinión, así debiera serlo y el mandatario
del devenido incapaz, debe seguir representándolo y administrando sus negocios, en tanto su
tutor los asume.
En caso de muerte (y nosotros agregamos, incapacidad) del mandatario, es obligación de sus
sucesores avisar de inmediato al mandante o, en su ausencia, a un juez y atender
diligentemente lo relativo a la conservación de los bienes del mandante que el mandatario hubiere
tenido en su poder (Art. 1,724 CC), además, se traslada a los herederos la obligación de rendir
c u e n t a s a l m a n d a n t e , s i e l m a n d a t a r i o h a b í a a d m i n i s t r a d o b i e n e s (Art. 1,725 CC).
f) Por quiebra del mandante o por inhabilitación sobrevirdente al mandatario
(inciso 6).
No creemos que esta norma merezca mayores comentarios, pues uno de los efectos naturales de la
declaración de quiebra, es la terminación y extinción de los mandatos otorgados por el quebrado y es
lógico que la inhabilitación que sobrevenga al mandatario, por ejemplo, cualquiera de los casos detalla -
dos en el artículo 1,698 CC o, en lo que se refiere a los mandatarios judiciales, en el artículo 193 LOJ,
provoca necesariamente la terminación del mandato.

g) La disolución de la persona jurídica que hubiere otorgado mandato (inciso 7).


Vimos arriba, que las personas jurídicas pueden otorgar mandatos para los negocios que son el giro normal de la
sociedad, de modo que es lógico que su disolución (que es jurídicamente asimilable a la muerte de una persona indi-
vidual), provoque la terminación del mandato.
Para concluir, debe señalarse que las acciones derivadas del ejercicio del mandato, caducan en un año, salvo que de
conformidad con otras normas del Código Civil, tuvieren asignado un término especial de prescripción (Art. 1,727
CC). Por ello, somos de opinión que la obligación de rendir cuentas que tiene el mandatario, prescribe en tres años, de
conformidad con lo que señalan los artículos 1,512 y 1,515 del Código Civil y que antes hemos comentado.
*Sociedad civil
Concepto
El artículo 1,728 del Código Civil define la sociedad como un contrato por el que dos o más
personas convienen en poner en común bienes o servicios, para ejercer una actividad económica y dividirse
las ganancias. Ese concepto es una copia casi textual del artículo 2,247 del Código Civil italiano y de
normas equivalentes que aparecen en el Código Civil español y en el Código Civil mexicano.
El artículo 2,801 del Código Civil del Estado de Louisiana, Estados Unidos de América, define la
sociedad (partnership) como una persona jurídica, distinta de sus socios, creada por un contrato entre
dos o más personas para combinar sus esfuerzos o recursos en proporciones determinadas y para colaborar a
riesgo mutuo para ganancia común o beneficio comercial (A partnership is a juridical person, distinct from its
partners, created by a contract between two or more persons to combine their efforts or resources in determined
proportions and to collaborate ai mutual riskfor their common profit or commercial benefit) (Louisiana Civil Code,
1987 edition, West Publishing Po., St. Paul Minnesota, 1987).
Para Alessandri y Somarriva/ la sociedad es el contrato por el que dos o más personas estipulan
poner algo en común, con la mira de repartirse entre silos beneficios que de ello provengan y, para Sánchez
Medal2 es un contrato plurilateral por el que dos o más personas aportan bienes o servicios para la realización
permanente de un fin común lícito y de carácter preponderantemente económico, que no sea una especulación
comercial.
De las definiciones legales y doctrinarias que anteceden, podemos extraer los caracteres especiales de este
contrato, en la que todas concuerdan:
1. El elemento personal: un contrato en que participan dos o más personas.
2. El elemento real: el aporte de bienes.
3. El fin: el ejercicio de una actividad económica y la repartición de las ganancias entre los socios.
Hay un punto en donde tales definiciones discrepan: si la sociedad es un contrato o si la sociedad es
una persona jurídica y el contrato es el medio para crearla. Nos inclinamos por la segunda postura, pues de
conformidad con los artículos 15, inciso 4 y 16 del CC, son personas jurídicas:...4) las sociedades... y la
persona jurídica forma una entidad civil distinta de sus miembros individualmente considerados.
Si las sociedades son personas jurídicas, no pueden a su vez ser contratos o, en otras palabras, si las
sociedades son o pueden ser sujetos de derecho, no pueden ser también un convenio que produce o transfiere
obligaciones y derechos (Art. 1,793 Código Civil mexicano). No se puede confundir un sujeto de derecho
(sociedad), con un medio jurídico del que disponen los sujetos para adquirir o transferir obligaciones y derechos
(contrato).
Esa es, en nuestra opinión, una crítica fundamental al enfoque de nuestro Código Civil y de las
definiciones doctrinarias que anteceden (excepción hecha del Código Civil de Luisiana), los que asignan a la
sociedad el carácter de contrato, cuando nos parece más correcto y lógico que se reconozca a la sociedad
como persona jurídica, creada en virtud de un contrato, ya que mediante la convención de las partes y la
intervención del Estado, ese particular contrato no sólo tiene efectos creadores de obligaciones y derechos, sino resulta
también en el nacimiento de un nuevo sujeto de derecho (persona jurídica).
Por otra parte, también nos parece criticable la definición de nuestro Código Civil y de Alessandri y
Somarriva, cuando dicen que en el contrato de sociedad, **H os o más personas se obligan a poner algo en común, lo
que insinúa que la sociedad es una forma de copropiedad o comunidad, en la que los socios tienen un derecho
proindiviso. El aporte de bienes se hace ala persona jurídica y constituye el patrimonio de ésta, pues como sujeto de derecho
que es, tiene un patrimonio propio y los socios más que un derecho directo sobre ese patrimonio (que no es común,
sino propiedad de la persona jurídica), tienen un derecho de participación en la persona jurídica titular del patrimonio.
En resumen: mediante el aporte de bienes a una sociedad, éstos no pasan a ser comunes de los socios, sino
devienen propiedad de la sociedad (sujeto de derecho), distinto de los socios que la integran.
Finalmente, es necesario señalar que la definición de sociedad civil que trae el artículo 2,801 del Código Civil de
Louisiana, contiene un elemento que es extraño a lo que nosotros entendemos por sociedad civil: es injertarle un
elemento mercantil cuando al final nos indica que el fin de la sociedad puede ser el beneficio comercial. En nuestro
Derecho están claramente diferenciadas las sociedades civiles de las mercantiles, tanto por su objeto como por
su forma, y por ello la sociedad civil no puede, en Guatemala, perseguir beneficios comerciales, sino únicamente
puede realizar actividades no comerciales.
Con base en todo lo anterior, nos atrevemos a dar un concepto de sociedad civil, que no es más que el
resultado de conjugar los elementos positivos de las definiciones que hemos transcrito al principio de este capítulo:
La sociedad civil es una persona jurídica, creada por un contrato, a la que dos o más personas aportan o se obligan
a aportar bienes o servicios, a fin de constituir un patrimonio que se destinará a una actividad económica lícita, no
comercial, cuyas utilidades se pueden repartir entre los socios.

Figuras afines
1) La sociedad civil es diferente de la sociedad mercantil, tanto por su forma, como por su objeto.
Por su forma, pues las sociedades constituidas bajo alguna de las formas detalladas en el artículo 10 del C de
C, son siempre sociedades mercantiles, cualquiera que sea su objeto o fines. De esa manera, toda sociedad
constituida
como sociedad colectiva, sociedad en comandita simple, sociedad de responsabilidad limitada, sociedad anónima o
sociedad en comandita por acciones, siempre será una sociedad mercantil, aunque su objeto o fines no sean
mercantiles. Todas las formas mercantiles de sociedad (con excepción de la sociedad colectiva), tienen caracteres que
las hacen inconfundibles con la sociedad civil y así vemos que la existencia de dos clases de socios (unos con
responsabilidad limitada y otros con responsabilidad personal ilimitada), caracteriza a las sociedades en
comandita simples y por acciones y que la limitación de la responsabilidad de los socios (que es una institución
puramente mercantil), tipifica inconfundiblemente a las sociedades de responsabilidad limitada y a las anónimas.
Lo expuesto nos lleva a la necesidad de diferenciar las sociedades civiles de las colectivas, pues ambas tienen
rasgos que las hacen muy similares. El único criterio que existe en nuestra legislación para diferenciarlas, aparte de su
forma, es su objeto, pues las sociedades civiles deben tener un objeto no mercantil. Por ello, si una sociedad en la
que los socios tienen responsabilidad personal, tiene por objeto una actividad mercantil, será necesariamente una
sociedad colectiva y, por lo tanto, regida por el Código de Comercio, en tanto que si la sociedad tiene un objeto no
mercantil, puede ser una sociedad civil. Decimos que esa sociedad con objeto no mercantil puede ser una sociedad civil,
pues las sociedades organizadas bajo una de las formas mercantiles, pueden tener un objeto no mercantil, pero
aun si así fuere, siempre son atraídas hacia el régimen de las sociedades mercantiles.
A fin de definir qué sería un objeto no mercantil, debe tenerse en cuenta que el fuero mercantil es atractivo y que
en el Código de Comercio, artículo 2, se describen las actividades mercantiles y que en el artículo 10 del
mismo Código, se detallan las actividades no mercantiles. De esa forma, quienes ejercemos una profesión
liberal, podemos asociarnos bajo la forma de una sociedad civil e, igualmente, quienes se asocian para explotar
una crianza de ganado que sólo comerciará con animales criados por ella, o a la producción de café, o
verduras, lógicamente deben organizarse bajo la forma de una.sociedad civil.

2) Las sociedades civiles se asemejan a las personas jurídicas no lucrativas (tales como las asociaciones, las fundaciones, etc. a que se
refiere el articulo 15, incisos 2 y 3 CC), pues todas tienen un carácter no mercantil, nacen de un negocio jurídico en el
que concurren voluntades y gozan de personalidad jurídica; pero se diferencian porque unas son lucrativas,
en tanto que las otras no lo son.
En efecto, el fin de lucro es esencial en las sociedades civiles y se manifiesta en la división y repartición de las utilidades
entre los socios (característica esta que es común en todas las definiciones del contrato de sociedad civil). Por
ello, la lucratividad de las sociedades civiles no se manifiesta en el hecho de que se dediquen a una actividad
económica y obtengan utilidades, sino en la posibilidad de que dichas utilidades sean distribuidas entre los socios.
Las personas jurídicas no lucrativas, pueden también dedicarse a actividades económicas y aún obtener utilidades
derivadas del ejercicio de ellas; pero los beneficios obtenidos de dichas actividades no se reparten o distribuyen entre
los asociados, sino se destinan a la realización de sus fines (deportivos, sindicales, de beneficencia, de
asistencia social, culturales, etc.). Por ello, no nos debe extrañar que la Asociación de Señoras de San Vicente de
Paúl, sin perder su calidad de asociación no lucrativa, explote un establecimiento mercantil, como lo es el Puerto
Libre Vicentino, en el Aeropuerto La Aurora, del que deriva utilidades y ganancias, ya que tales beneficios
económicos se destinan a desarrollar sus fines de servicio y no a repartirse entre sus asociados.
La calidad de lucrativa o no de una persona jurídica se determina, en consecuencia, por el destino de las
utilidades, las que pueden ser repartidas entre los socios, en tanto que en las no lucrativas, las utilidades y beneficios
se invierten en el desarrollo de los fines sociales y los miembros o asociados no las reciben.
3) El contrato de participación, también llamado contrato de negocios en participación es una figura jurídica
que se asemeja a la sociedad civil, pues implica que un grupo de personas aportan y entregan bienes o
servicios, a uno o más de ellos, a fin de realizar una actividad económica y repartirse las ganancias que obtengan.
El Código de Comercio define este contrato como aquel en que un comerciante, que se denomina gestor se obliga a
compartir con una o varias personas llamadas participantes, que le aportan bienes o servicios, las utilidades o
pérdidas que resulten de una o varias operaciones de su empresa o del giro total de la misma (Art. 861).
Si comparamos la definición legal transcrita, con la de la sociedad civil, vemos que tienen muchas características y
elementos en común: a) un contrato en que pueden participar dos o más personas; b) el aporte en común de bienes
o servicios; y c) la repartición y distribución entre tales personas de las utilidades o pérdidas, resultante de la
explotación de una o más operaciones mercantiles. Por ello, parecería muy difícil diferenciar el contrato de
participación, del de la sociedad civil, pues la definición legal de una y de la otra son fundamentalmente idénticos.
El elemento diferenciador es que la sociedad civil es una persona jurídica, que tiene un patrimonio propio, en tanto que
del contrato de participación, no nace una persona jurídica (Art. 862 C de C), sino una relación contractual que no
trasciende de las partes. Vemos así que la sociedad civil es una persona jurídica distinta de los socios, en tanto que en el
contrato de participación, una persona realiza actividades mercantiles a nombre propio con (Art. 861) y por cuenta
propia y de sus asociados, con quienes debe compartir los resultados del negocio.
La deficiencia de la definición legal de la sociedad civil, que omite mencionar la personalidad jurídica que es
inherente a la sociedad civil, dificulta innecesariamente la diferenciación de ésta, con el contrato de
participación. En realidad, el único criterio válido que sirve para diferenciarlos, es que el contrato de sociedad
civil crea una persona jurídica o un sujeto de derecho, que tiene un patrimonio propio, en tanto que el contrato
de participación es una convención de la que resultan derechos y obligaciones para las partes, y de la que no
nace una persona jurídica.
Características
El contrato de sociedad es un contrato solemne, plurilateral, de organización, oneroso,
consensual, principal, conmutativo, no aleatorio e intuito personae.

1) Es solemne, pues de conformidad con el artículo 1,729 del Código Civil, debe formalizarse en escritura pública y la
omisión de esa formalidad, acarrea consecuencias jurídicas.
En efecto, la sociedad que no se constituye en escritura pública y que se mani-fiesta públicamente como tal, es una
sociedad de hecho y los terceros con quienes ha contratado, tienen acción contra la persona que contrató en nombre de
ella y, además, contra los socios de la misma. En cambio, en la sociedad civil debidamente constituida, los terceros no
tienen normalmente acción contra el socio que actúe en representación de ella, ni contra los socios, si antes no se ha
agotado el patrimonio social (Arts. 1,735 y 1,742 CC).
2) Es plurilateral, porque a diferencia de los contratos bilaterales, en que las prestaciones de las partes son recíprocas y
contrapuestas, de modo que la prestación de cada parte es la contraprestación de la otra, en el contrato de
sociedad, las prestaciones de todas las partes son paralelas. Ello provoca que, en el contrato de sociedad, un socio no
se puede amparar en el hecho de que otro u otros de los socios han sido morosos en el cumplimiento de sus
respectivos aportes (exceptio non adimpleti contractus), para justificar su propio incumplimiento o demora en la
realización de su aporte.
Igualmente, la demora en el pago o entrega del aporte de un socio, no provoca necesariamente la resolución del
contrato, sino únicamente puede resultar en la rescisión parcial del contrato en cuanto a dicho socio moroso
(Art. 1,744 CC) y que, además, cuando se extingue uno o algunos de los vínculos contractuales, se produce la
rescisión parcial del contrato, pero se mantiene el contrato (Arts. 1,766 y 1,767 CC).
Algunos autores dan a la plurilateralidad un enfoque diferente y asientan que la sociedad no es un contrato,
sino un acto complejo, en el que la contraposición de intereses es reemplazada por la cooperación. Luis Diez
Picazo y Antonio Gullón,3 señalan que la figura del acto complejo no ha sido aún umversalmente reconocida y que es
falso que en el contrato de sociedad no haya contraposición de intereses, pues ello existe tanto en el momento de
constituir la sociedad, como durante la vida de ésta, ...en lo que respecta a la valoración de las respectivas
funciones en la administración, en la distribución de pérdidas y ganancias... y, en ese mismo sentido, Guillermo A.
Borda," expresa que ...los futuros socios discuten la importancia de sus aportes, de su participación en los
beneficios y en la administración de la sociedad..., de modo que ésta nace de la negociación y del sacrificio de
ciertos intereses para lograr el reconocimiento de otras ventajas.
Carlos Gilberto Villegas5 sostiene que el contrato de sociedad es plurilateral de organización, porque aunque en el
mismo no deja de haber sinalagma, lo que ocurre es que aquí el sinalagma tiene un contenido propio,... el sinalagma no
impide que estando una parte frente a las demás, pueden a su vez estar juntas, unidas, persiguiendo un fin
común...
El contrato es de organización, porque mediante el mismo se ordenan los intereses contrapuestos de las partes,
se crean normas de convivencia social, se establecen los principios que norman la constitución y la emisión de
la voluntad social y, en general, se estructura la persona jurídica y su funcionamiento. El contrato de
sociedad trasciende el efecto normal de los contratos bilaterales, en el sentido de crear o transmitir derechos y
obligaciones de las partes, para llegar a regular la organización y funcionamiento de la persona jurídica y la
forma como ésta puede celebrar válidamente actos y negocios jurídicos.
La tesis del contrato plurilateral de organización, nos parece muy afortunada y válida, para tipificar el contrato de
sociedad, particularmente si coincidimos con el concepto de Contrato de Sociedad que contiene el artículo 2,801
del Código Civil de Louisiana.
3) La onerosidad del contrato de sociedad es indiscutible, pues no sólo se hace evidente por el hecho de que todos los
socios deben hacer aportes a la sociedad, lo que implica la necesidad de una prestación de cada uno de ellos para
poder adquirir la calidad de socio, sino además por el fin económico: obtener utilidades y repartirlas entre los
socios.
En el contrato de sociedad, se estipulan provechos y gravámenes que corresponden a cada socio, cuando se
define su aporte, sus obligaciones hacia la sociedad y su cuota en la repartición de utilidades, y ello
confirma la onerosidad del contrato, en los términos del artículo 1,590 CC.
4) Es igualmente indiscutible que estamos en presencia de un contrato principal, pues subsiste por sí solo y no tiene
por objeto el cumplimiento de otra obligación (Art. 1,589 CC).
Cierto que el contrato de sociedad tiene mucho de contrato preparatorio, pues abre el camino a la creación de una
persona jurídica y regula su organización y estructura, que le permiten celebrar contratos y contraer obligaciones.
5) El contrato de sociedad civil es consensual y no real. El contrato de sociedad se perfecciona y surte todos sus efectos
inter-partes, cuando se ha manifestado el consentimiento de ellas en la forma requerida por la ley y el aporte o
realización de las prestaciones de las partes no es requisito para la existencia del contrato. Es suficiente el
compromiso de aportar.
Si analizamos el artículo 1,728 CC, nos dice que mediante este contrato, dos o más personas convienen en aportar
bienes o servicios, lo que implica que las prestaciones pueden realizarse posteriormente a la
celebración y perfeccionamiento del contrato y los artículos 1,744 y 1,771 CC, nos confirman la posibilidad legal de
diferir la entrega de lo aportado, con lo que se elimina toda posibilidad de considerarlo como un contrato real.
Debemos señalar que algunas formas de contrato de sociedad mercantil, sí tienen características que permiten
considerarlas como contratos reales, pues obligan al pago total o parcial del capital, como requisito previo a la celebración
del contrato. Así, los artículos 71 y 81 del Código de Comercio, exigen el pago íntegro del capital de la sociedad en
comandita simple y de la sociedad de responsabilidad limitada, como condición de validez de la escritura constitu-
tiva y el artículo 90 del mismo Código, impone como requisito de validez de la escritura constitutiva de una sociedad
anónima, que se haya pagado por lo menos un capital de Q.5,000.00
6) Se ha discutido si el contrato de sociedad es aleatorio o conmutativo y la doctrina moderna se inclina por reconocerle
conmutatividad y no aleatoriedad.
Es conmutativo, porque las prestaciones de las partes son ciertas desde que se celebra el contrato, aunque es de
reconocer que ninguno de los socios está en capacidad de apreciar inmediatamente el beneficio o pérdida que le
resulte de su participación en el contrato (Art. 1,591 CC).
Por no tratarse de un contrato bilateral, sinalagmático, sino multilateral y de organización, los socios tienen certeza
de su participación como tales y de sus derechos dentro de la sociedad y frente a los demás socios, derechos que
si bien son cualitativamente iguales, no necesariamente lo son cuantitativamente.
Borda' nos señala que a diferencia de los restantes contratos conmutativos, en los que las partes
intercambian prestaciones en base a intereses contrapuestos, la sociedad provoca la creación de una comunidad
de bienes y de trabajo con la que se han de alcanzar fines paralelos de los socios. Creemos muy atinada la
explicación transcrita, con excepción de la parte relativa a la creación de una comunidad de bienes y de trabajo, pues
como antes hemos comentado, no existe esa tal comunidad, sino lo que se constituye es el patrimonio de la
persona jurídica, distinto del de cada uno de los socios individualmente considerados y que responde de las
obligaciones del ente.
Por otra parte, los socios desconocen al celebrar el contrato, los resultados económicos de la sociedad y están
asumiendo un riesgo eventual: no obtener utilidades, perder su capital y aun responder personalmente de las
obligaciones sociales. Ello, a primera vista, podría asemejarlo a un contrato aleatorio; pero debe tenerse presente que
los resultados económicos de la sociedad, afectan o benefician a todos los socios, en igual forma, aunque no
necesariamente en igual cantidad, de modo que no hay la posibilidad de que algunos socios sufrieren
pérdidas, en tanto que otros obtuvieron ganancias a costa de aquéllos. Sánchez Medal7 aclara que en la
sociedad, al igual que en la asociación, no se da la posibilidad,... de que lo que es pérdida para una de las
partes, constituya ganancia o utilidad en la misma medida, para las otras partes, lo cual es propio del contrato
aleatorio. En ese sentido, el artículo 1,732 del CC, prohibe lo que doctrinariamente se conoce como pacto leonino, o sea
aquel que discrimina entre los socios en lo que se refiere a los resultados económicos de la sociedad, o sea,
que alguno de los socios no participe en la repartición de utilidades o que su aporte esté libre de responsabilidad
o riesgo.
7) Es un contrato intuito personae, pues el elemento personal adquiere una importancia relevante y fundamental y nace de lo
que la doctrina llama affectio societatis y que Villegas8 citando a Halperin, define como la voluntad de colaboración
activa, jurídicamente igualitaria e interesada, enfatizando que la colaboración activa no sólo se manifiesta en el aporte de
cada socio, sino también en su participación leal en la administración y gobierno de la sociedad y que dicha
colaboración es jurídicamente igualitaria, porque los socios están en un mismo plano jurídico, sin subordinación de
unos a otros.
Los socios de una sociedad civil normalmente convienen en unir sus esfuerzos económicos y de trabajo, a base de una
relación familiar, de amistad o profesional que preexiste al contrato y que establece un vínculo de confianza y
compatibilidad, que es fundamental para la celebración del contrato. Sin esa confianza y compatibilidad,
difícilmente podría celebrarse ese contrato con visos de realidad.
Nuestro Código Civil nos pone en evidencia la condición de intuito personae del contrato de sociedad, en el artículo
1,760, que prohibe a los socios ceder o transmitir el interés (derecho) que tiene en la sociedad, sin el consentimiento
unánime de los demás, ya que el ingreso de un socio indeseable para algunos de los socios, ello podría romper la
armonía y confianza que es necesaria para el normal desarrollo y éxito de la sociedad.

Elemento personal
Para la validez del contrato de sociedad se requiere, por lo menos, dos contratantes. Ello es de la naturaleza
del contrato y todas las definiciones que antes hemos comentado, nos señalan que es esencial la participación de dos o
más personas para la existencia del contrato. No habría contrato y, menos aún, persona jurídica, si una sociedad tiene
un solo socio. La sociedad de un solo socio, también conocida como one man company o einmangesellschaft, no tiene así
cabida jurídica en nuestro medio.
Nuestra ley no requiere que los socios de una sociedad deban ser personas individuales y, por ello,
nada impide que las personas jurídicas sean socios de sociedades civiles. Dadas las características de éstas y,
particularmente, el affectio societatis que es tan fuerte en este tipo de sociedades, difícilmente podemos concebir un
caso en que otra sociedad sea uno de sus socios; pero la posibilidad legal-mente existe. Debe señalarse que en
las sociedades mercantiles y, más particularmente en la sociedad anónima, es muy común y usual que algunos de
sus accionistas (si no todos), sean personas jurídicas.
Los socios deben tener capacidad de ejercicio, pues el contrato de sociedad requiere de un
consentimiento válido expresado por las partes que en él intervienen (socios) y sabemos que, en Guatemala, sólo los
mayores de dieciocho años tienen capacidad de ejercicio (Art. 8 CC).
Los artículos 1,736 al 1,740 CC regulan algunas incapacidades especiales relativas al contrato de sociedad.
Veamos:
a) Los cónyuges no pueden celebrar entre sí el contrato de sociedad, salvo que figuren también terceros como socios
(1,736 CC). Esta norma tiene raíces muy antiguas y tradicionales y tiende a impedir que una institución civil, como lo
es el matrimonio, se desnaturalice convirtiéndose en una entidad lucrativa, aparte de que la celebración de un
contrato de sociedad entre esposos, rompe el régimen económico del matrimonio. Creemos que la motivación que
dio origen a esa norma, refleja un enfoque tradicional del matrimonio, que ya no concuerda con la realidad y
desconoce el hecho de que cada día es más común el ingreso de la mujer a la fuerza laboral y profesional.
Sin perjuicio de lo anterior, no podemos dejar de criticar la redacción y el contenido de esta norma, que dice:
Artículo 1,736. Los cónyuges no pueden celebrar entre sí contrato de sociedad que implique la formación de una
persona jurídica, salvo que figuren como consocios terceras personas. Se exceptúa también el caso de
substitución legal.
Lo primero que se pregunta uno es, ¿existe contrato de sociedad que no implique la formación de una persona
jurídica? Todos sabemos que la creación o formación de una persona jurídica es uno de los efectos normales
y necesarios del contrato de sociedad. Por otra parte, ¿qué debe entenderse por substitución legal? ¿Será el
heredero un substituto legal del causante? Nosotros interpretamos esta norma, en el sentido de que si uno de los
cónyuges sucede al consocio del otro y, en consecuencia, por razón de tal sucesión los cónyuges resultan únicos
socios de la sociedad, la prohibición no se aplica. En otras palabras, si "A" que es socio del marido "B", fallece y
deja como heredera a "C", que es la esposa de "B", no habría impedimento legal para que la sociedad continuara
entre "B" y "C", no obstante que son marido y mujer.
Es oportuno señalar que esta prohibición no es aplicable a las sociedades mercantiles, pues el Código de
Comercio, en su artículo 19, con un enfoque más realista y moderno, expresamente permite que los cónyuges
puedan constituir, solos o asociados con terceros, sociedad mercantil.
b) El artículo 1,737 CC prohibe a uno de los cónyuges, celebrar con tercero contrato de sociedad en relación a bienes
comunes o aportar a una sociedad esta clase de bienes.
Esta norma, al igual que el artículo 1,695 CC que anteriormente comentamos en relación al mandato, son
resabios no rectificados del principio que originalmente se plasmó en el artículo 131 CC que disponía: La
enajenación o gravamen de bienes inmuebles de la comunidad debe ser otorgada con el consenti miento de
ambos cónyuges para que el acto sea válido, cuya norma fue derogada por el segundo párrafo del
artículo 70 de la Constitución de 1965, que para evitar las molestias que aquella causaba a los maridos,
para enajenar o gravar bienes que eran parte de la comunidad de bienes de matrimonios mal aveni dos,
dispuso:
En el régimen económico del matrimonio o de la unión de hecho, cada cónyuge o conviviente tiene la libre
disposición de los bienes que se encuentren inscritos a su nombre en los registros públicos, salvo las
limitaciones que expresamente consten en las incripciones de cada bien. En todo caso, los cónyuges o
convivientes responderán entre sí por la disposición que hicieren de bienes comunes.
Esta norma constitucional fue reproducida en el Estatuto Político de 1982; pero al cesar de tener vigencia el
Estatuto Político y no haberse reproducido en la Constitución Política de la República de Guatemala,
actualmente vigente, a algunos políticos les nació el temor de que el artículo 131 del Código Civil
volviera a tener eficacia, por razón de esa omisión constitucional (?) y ello provocó la emisión del Decreto-
Ley 124-85 que modifica el artículo 131 citado y restableció la norma que contenía el artículo 70 de la Constitución
de 1965, pero olvidó otros que siguen esa misma línea, como el 1,695, el 1,737 y el 1,882, todos del Código Civil...
Como siguiente acto de esta comedia jurídica, el Congreso de la República emitió el Decreto No. 80-98 que
nuevamente modificó el artículo 131 del Código Civil, para establecer que Bajo el régimen de comunidad absoluta o
en el de comunidad de gananciales, ambos cónyuges administrarán el patrimonio conyugal, ya sea en forma
conjunta o separadamente (¿ ?) y eliminó (por negligencia legislativa) el segundo párrafo del mismo que
permitía la libre enajenación de los bienes comunes registrados por quien dichos registros muestren como
su propietario. El acto final lo constituye el Decreto No. 27-99 del Congreso de la República, que nuevamente
modifica el artículo 131 del Código Civil, para agregarle el párrafo eliminado equivocadamente y que dice:
Cada cónyuge o conviviente tiene la libre disposición de los bienes que se encuentran inscritos a su nombre en
los registros públicos, sin perjuicio de responder ante el otro por la disposición que hiciera de los bienes
comunes.
En nuestra opinión, las limitaciones que en lo relativo a la disposición, gravamen, aporte y arrendamiento
de bienes comunes contenían los artículos 131, 1,695,1,737 y 1,882 del Código Civil, fueron derogadas por
la norma contenida en el artículo 70 de la Constitución de 1965 y el hecho de que dicha Constitución haya
sido derogada y que en la Constitución Política de Guatemala de 1985, no se haya repetido dicha
norma derogatoria, no tiene como resultado que aquellas revivan. Las indicadas disposiciones del Código
Civil, habían ya quedado sin efecto cuando entró en vigor el artículo 70 de la Constitución de 1965, y la no
inclusión en la Constitución Política de 1985, de la norma constitucional que las derogó, no puede provocar
que vuelvan a tener vigencia.
Por ello, sostenemos (al igual que ya lo hicimos al comentar los artículos 1,695 y 1,737 CC) que esta norma
está derogada y ha cesado de tener vigencia, en lo que se refiere a la aportación de bienes comunes no
registrados.
c) El artículo 1,738 CC impide al tutor y al guardador celebrar contrato de sociedad
con sus representados, mientras no haya terminado la minoría de edad o la incapacidad
y estén aprobadas las cuentas de la tutela y canceladas las garantías.
Nada tenemos que comentar en cuanto al fondo de la norma transcrita, pero sí en cuanto a la forma, pues
expresa que la función del guardador se relaciona con la tutela, cuando ese cargo existe en los casos de
ausencia (Art. 47 CC).
Esta norma no es más que el desarrollo del principio establecido en los artículos 50 y 336, inciso 1 CC.
d) Tampoco tienen capacidad para celebrar contrato de sociedad los declarados
en quiebra, mientras no hayan sido rehabilitados (Art. 1,739 CC).
No creemos que esta norma requiera de mayor comentario, pues es sabido y reconocido universalmente
que la declaratoria de quiebra acarrea la incapacidad del fallido para ciertos actos y funciones (Art. 398
CPCYM), en tanto se le rehabilita.
e) Finalmente, el artículo 1,740 del Código Civil permite a los representantes legales de los menores e incapaces, celebrar
contrato de sociedad y aportar bienes de sus pupilos, siempre que cuenten con autorización judicial, lo que está en
armonía con lo que determinan los artículos 264 y 332, inciso 1 del Código Civil, pues se trata de proteger el patrimonio
del menor o incapacitado.
Dicha norma establece, además, que la responsabilidad del menor por las obligaciones sociales, queda limitada a
su aportación entregada, de modo que en caso de insolvencia o quiebra de la sociedad, no se puede exigir al menor
la entrega de aquellos bienes que aún no habían entregado a la sociedad, como parte de su aporte prometido, ni se le
puede exigir que cubra sus responsabilidades en exceso de lo efectivamente aportado.
Por otra parte, el Código no resuelve en qué forma queda la responsabilidad del menor, cuando éste llega a la
mayoría de edad y nos parece que, lo lógico y justo, es que la limitación de responsabilidad cubra todos aquellos
negocios iniciados antes de que el menor cumpla los 18 años y que, en cuanto a todos los demás, éste responda
ilimitadamente, al igual que los demás socios.
Cabe aquí señalar, además, que en caso se autorizare al representante de un menor o incapaz, para que
celebre en nombre de su pupilo un contrato de sociedad, la aportación de capital del menor no puede consistir
en bienes inmuebles, ni en derechos reales sobre éstos, de conformidad con el artículo 1,743 CC; pero que sí es lícito el
aporte de frutos o productos de tales bienes.

Elemento real
Todas las definiciones del contrato de sociedad que antes hemos comentado, señalan la necesidad de un
elemento real para que el contrato pueda existir: el capital, o sea los aportes de bienes o servicios, esfuerzos o
recursos, por parte de los socios, que son el medio material para realizar una actividad económica, que
produzca utilidades o ganancias a repartirse entre los socios. El elemento real constituye el objeto mediato del
contrato.
Debiéramos principiar por diferenciar el capital de una sociedad, de su patrimonio. Aquel es una cifra
fija y permanente que consta en la escritura social y que los socios han aportado o se han obligado a aportar, dicha
cifra no puede ser cambiada más que mediante una modificación de la escritura social. Por otra parte, el patrimonio
de la sociedad lo constituyen sus activos y, a diferencia del capital, es una cifra contable, constantemente variable, que
aumenta o disminuye de acuerdo con los resultados económicos de la sociedad. El capital y el patrimonio concuerdan
en el momento de constitución de la sociedad, pues el patrimonio de ésta es, en esa ocasión, solamente su capital;
pero en cuanto la sociedad inicia operaciones, la cifra del capital y la del patrimonio son diferentes.
El capital se rige por algunos principios que vale la pena comentar brevemente:
a) El capital es único, pues una sociedad sólo puede tener un capital y ello resulta en una unidad de garantía para los
acreedores, pues el capital debe proveer a éstos, un respaldo adicional a sus créditos. Al examinar el balance de
una sociedad solvente, notaremos que su capital, más sus obligaciones, reservas y utilidades, no distribuidas,
igualan el valor de sus activos o, en otras pala bras, que los activos de la sociedad son superiores a sus
obligaciones, por el equivalente del capital, más reservas y utilidades no distribuidas. En caso de una sociedad que
ha sufrido pérdidas, una parte de su capital queda como garantía adicional de sus acreedores, pues éste siempre
asegura que los activos sean mayores que los pasivos.
El capital también se manifiesta corno una unidad de crédito, o sea como un tipo especial de obligación subordinada
que la sociedad tiene con sus socios y que está obligada a reembolsarles al liquidarse total o parcialmente.
b) El capital debe ser determinado, consignándose en la escritura constitutiva su cuantía, forma de integración y
aportes de los socios. Así como no puede existir una sociedad sin capital, tampoco puede serlo si su
capital es indeterminado.
c) El capital debe ser estable, manteniéndose invariable durante la vida de la sociedad, como una cifra contable,
salvo el aumento o disminución de capital acordado por los socios con las formalidades legales. La estabilidad del capital
requiere que el valor de los bienes aportados por los socios a la sociedad, queda afecto al riesgo de la misma
y no puede desafectarse, sino mediante una modificación de la escritura. La estabilidad del capital tiende a dar
seguridad a los terceros con quienes contrata la sociedad, pues éstos tienen la seguridad de que los socios no
pueden retirar esa unidad de garantía de que gozan los acreedores.
La reserva legal que es obligatoria para las sociedades mercantiles (Art. 36 C de C); la prohibición de distribuir
utilidades no realmente causadas (Art. 35 C de C); y la obligación de reponer mediante nuevos aportes o de
compensar las pérdidas de una sociedad, antes de poder distribuir utilidades (Art. 32 C de C), son medios que
tienden a asegurar la estabilidad del capital.
d) La realidad del capital, tiende a asegurar que los bienes que se han aportado para integrarlo, representan
verdaderamente el valor por el que se han transmitido a la sociedad. Dado que el capital es una unidad de
garantía para los acreedores de la sociedad, interesa que esa unidad sea valiosa y verdadera, para seguridad de los
terceros con los que contrate la sociedad. Las normas que requieren el justiprecio de los bienes que se aportan,
la transferencia de dominio de los bienes aportados a la sociedad y su oportuna entrega a ella, la responsabilidad
personal del socio moroso en la entrega de los bienes aportados, etc., tienden todas a asegurar la realidad de los
aportes y, por ende, del capital.
Según sea el tipo de aporte que realiza un socio, nos encontraremos frente a un socio capitalista (el que contribuye
bienes) o un socio industrial (que aporta sus servicios, experiencia y conocimientos). Borda 9 señala que el socio
capitalista asume una obligación de dar (transmitir el dominio de bienes, a favor de la sociedad), en tanto que el
socio industrial contrae una obligación de hacer y otra de no hacer (prestar sus servicios exclusivamente a la sociedad
y el abstenerse de hacerlo para otros).
La doctrina y la legislación reconocen que toda clase de bienes transmisibles, que tengan un valor económico o
puedan ser útiles a la realización del fin social, pueden ser aportados para integrar el capital de la sociedad. De
esta manera, es lícita y válida la aportación de bienes muebles e inmuebles, presentes o futuros, corporales o
inmateriales, derechos reales como el usufructo o uso, créditos, derechos personales, dinero, etc.
De conformidad con el artículo 1,734 CC, la aportación de bienes implica la transmisión de su dominio a la
sociedad como persona jurídica, salvo que expresamente se pacte otra cosa. Esta norma es fundamental para
determinar los efectos de la aportación, pues I) nos señala que es un negocio jurídico traslativo de dominio de
bienes, a favor de una sociedad; II) que el socio aportante enajena esos bienes a favor de la persona jurídica o
promete aportarlos y se obliga a entregarlos en el lugar y fecha convenidos; III) que, contrariamente a lo que dicen
los artículos 1,728 y 1,744 CC, con la aportación no se forma una masa común (copropiedad), sino el patrimonio
de la persona jurídica; IV) que el socio aportante, responde ante la sociedad del saneamiento de los bienes que ha
aportado (Art. 1,745 CC); V) que la aportación se presume que es en propiedad, pero si se pacta así
expresamente, puede comprender únicamente el uso o disfrute de la cosa (aportación de usufructo o de dere-
cho de uso), en cuyo caso el derecho real transmitido tiene una duración máxima de 30 años (Arts. 706,1,748 y
1,783 CC); y VI) que salvo los casos en que se pacte lo contrario, la aportación de bienes es permanente, de
modo que los bienes contribuidos al patrimonio de la persona jurídica, quedan afectos a servir a los fines de la
sociedad, durante toda la vida de ésta y no pueden ser retirados, ni desafectados por el aportante, sino hasta
la disolución de la sociedad, aunque ello no impide que se puedan enajenar.
El riesgo de las cosas aportadas en propiedad corresponde a la sociedad, de modo que es ésta la que sufrirá la
pérdida de tales cosas por caso fortuito, fuerza mayor o por el deterioro natural de ellas. La única excepción a
esta norma, es el aporte de bienes en uso o usufructo, pues en ese caso el riesgo de la cosa queda en el propietario,
pero de acuerdo con las normas generales de responsabilidad, la sociedad sería responsable por la destrucción o
daños de esos bienes, si ello ocurrió por culpa de sus administradores o trabajadores (Arts. 1,663,1,664 y 1,748
CC).

El aporte (incluyendo la entrega) de bienes o servicios, es la principal obligación de todo socio y la mora da
derecho a la sociedad, para I) proceder ejecutivamente contra el socio moroso, para exigirle el cumplimiento de
la obligación de entregar (dar), o II) rescindir el contrato en cuanto a dicho socio (Art. 1,744 CC) y, en todo caso,
cobrarle el interés legal, del capital que no entregó a tiempo (Arts. 1,746 y 1,947 CC, este último, reformado por el
Dto. No. 29-95 del Congreso). Como no existe norma legal especial en relación al procedimiento a seguir para la
rescisión parcial del contrato de sociedad (exclusión del socio moroso), nos parece que dicha acción debe ser
promovida por la sociedad, en la vía ordinaria, salvo que hubiere pacto arbitral.
El patrimonio de la sociedad, es la garantía de primera línea que tienen los acreedores de ella, de conformidad
con lo que disponen los artículos 1,329 y 1,742 CC, y éstos pueden proceder coactivamente contra los bienes
enajenables que tenga la sociedad, para lograr el pago de las obligaciones a su favor. Adicionalmente, en caso
de que el patrimonio social no sea suficiente para cubrir las obligaciones sociales, responde el patrimonio de
cada uno de sus socios (excepto los menores de edad o incapaces, según el Art. 1,740 CC que antes comentamos),
quienes serán obligados en forma mancomunadamente simple, como veremos adelante.

Elementos formales
El contrato de sociedad es un contrato solemne y formal, pues de conformidad con el artículo 1,729 CC debe
formalizarse en escritura pública e inscribirse en el Registro Civil (Art. 438 CC), para que la sociedad adquiera
personalidad jurídica.
La inscripción registral, no sólo da publicidad al hecho de la constitución de la sociedad, sino que tiene un
efecto constitutivo, al otorgarle la personalidad jurídica.
En la misma forma, toda modificación del contrato de sociedad, sea por ingreso o retiro de socios, aumento o
reducción de capital, cambio de objeto o por cualquier otro motivo, debe formalizarse en escritura pública al
inscribirse en el Registro Civil (Art. 1,733 CC).
Si el contrato de sociedad no consta en escritura pública, el contrato será inválido, de conformidad con el
artículo 1,577 CC y nos encontramos ante lo que la doctrina denomina sociedad de hecho. Si el contrato, no
obstante haberse celebrado en escritura pública, no se inscribió en el Registro Civil (por lo que no llegó a adquirir
personalidad jurídica), su resultado será una sociedad irregular.
Los artículos 1,730 CC y 46 del Código de Notariado (en adelante, C de N), nos detallan los requisitos que debe
contener la escritura de constitución de sociedad:
a) Clase de la sociedad (Art. 46, inc. 1 C de N). En el caso de las sociedades civiles (que son las que nos
interesan), habrá que indicar que se trata de una sociedad civil, para diferenciarla de las sociedades mercantiles, las
que están sujetas a llenar los mismos requisitos notariales.
b) Objeto de la sociedad, expresando las negociaciones sobre las cuales versará su giro (Art. 46, inc. 1 C de N y 1,730,
inc. 1 CC). El objeto de la sociedad es diferente y no necesariamente coincide con el objeto del contrato de sociedad.
Aquel es lo que comúnmente se denomina giro social, o sea la actividad o actividades económicas a ejercerse
por la sociedad y este es el elemento real del contrato (prestaciones o aportes de los socios y participación
en las utilidades). Cuando analizamos la sociedad mercantil, como una figura afín a la sociedad civil, señalamos
que ésta debe tener un objeto no mercantil y logramos determinar que lo sería cualquier actividad no
comprendida en el artículo 2 del C de C y, en particular, las detalladas en el artículo 9 del C de C.
Según Villegas,10 el objeto de la sociedad debe ser determinado, preciso, posible y lícito. No queda duda alguna que una
sociedad con objeto ilícito o imposible es nula, de conformidad con lo que dispone el artículo 1,301 CC.
Según dicho autor, es el objeto de la sociedad lo que determina su capacidad y limita las facultades de
administración y representación de sus órganos, por lo que es necesario definir con precisión el objeto de una
sociedad y no sería aceptable que simplemente se enumeraran genéricamente las distintas actividades contractuales
en que puede intervenir la sociedad o que la descripción sea tan amplia que incluya todas las actividades a que
podría dedicarse.
El artículo 16 CC nos señala que la persona jurídica ...puede ejercitar todos los derechos y contraer las obligaciones
que sean necesarias para realizar sus fines..., lo que implica que la capacidad de la sociedad está limitada a la
realización de las actividades que constituyen su objeto social. Además, de conformidad con el artículo 1,696 CC, el
contenido de los mandatos que otorgue la socie-dad queda limitado a los negocios que son objeto de la
sociedad y el artículo 47 C de C establece que las funciones de los administradores o gerentes están limi-tadas por
lo que constituye el giro ordinario de la sociedad, o sea su objeto.
Es práctica aceptada generalmente por los notarios y los registradores (Civil y Mercantil), que la descripción del
objeto de la sociedad pueda ser bastante amplia e incluya todo un género de actividades diferentes y, que
sepamos, nunca se ha cuestionado la amplitud del objeto, ni discutido si una sociedad tiene o no capacidad para
realizar determinado giro de actividades, que no se relacionan con su objeto, ni están detalladas en su escritura
constitutiva. Ello, en nuestra opinión, es correcto y adecuado a nuestro medio, no sólo porque no existe norma alguna
que requiera una descripción precisa, exacta y cerrada de las actividades que constituyen el giro de una sociedad,
sino además porque la amplitud en la descripción del objeto, no es ilícita, ni puede provocar nulidad.
Desde hace mucho tiempo existe la doctrina ultra vires, según la cual la actividad detallada como objeto o giro
ordinario de la sociedad en su escritura constitutiva, representa un límite, no sólo al poder de los
administradores, sino también a la misma capacidad de la sociedad, determinando como consecuencia que los
negocios extraños al objeto social son insanablemente nulos, aun cuando el cumplimiento de los mismos haya sido
decidido por el acuerdo unánime de los socios. Gervasio Colombres." En apoyo de esta doctrina, Sánchez
Medall2 dice que reconocer validez a los actos realizados por los administradores fuera del objeto social, equival-
dría a permitir que dichos administradores modificarán de hecho el estatuto social en lo referente al objeto social,
sin necesidad de acuerdo unánime de todos los socios, por lo que se justifica la nulidad de tales actos o
contratos. La doctrina de ultra vires, que tuvo vigencia en países anglosajones y en Argentina, ha sido
descartada en la mayor parte de los países de Europa Continental y Estados Unidos de América, pues su
aplicación generalizada y estricta, puede provocar la nulidad de negocios jurídicos celebrados por terceros
de buena fe y, en consecuencia, resultar en daños a éstos.
El último párrafo del artículo 47 del Código de Comercio, reconoce la validez de los actos que exceden del
giro ordinario de la sociedad, realizados por los administradores, si éstos contaban con facultad
especial que conste en la escritura social, en resolución que conste en acta o en mandato, por lo que nos
parece que la doctrina de ultra vires no rige en Guatemala.
c) Razón social (Art. 46, inc. 2 C de N y 1,730, inc. 2 CC). La razón social es el nombre con que se identifica
la persona jurídica y se forma, en la sociedad civil, con el nombre y apellido de uno de los socios, o los
apellidos de dos o más de ellos, con el agregado Sociedad Civil (Art. 1,741 CC). No deja de llamar
la atención que el artículo 1,741 CC indique que para formar la razón social hay que consignar el nombre y
apellido (en singular) de uno de los socios, cuando el artículo 4 CC nos señala que el nombre de la persona
individual se compone del nombre propio y del apellido de sus padres casados, o del de sus padres no
casados que la hubieren reconocido, lo que obliga al uso (en esos casos), de dos apellidos: el del padre y el de
la madre.
d) Nombre de la sociedad, si lo tuviera (Art. 46, inc. 3 C de N). ¿Qué debe entenderse por nombre de la
sociedad? Obviamente, ese término no es sinónimo de razón social o de denominación social, pues lo relativo a
estas materias está regulado por el inciso anterior y la sociedad no puede tener dos nombres. Ello nos
lleva a pensar que la norma que comentamos se refiere al nombre comercial que es optativo con las
sociedades mercantiles y que identifica a su empresa o establecimientos; pero en el caso de la
sociedad civil, creemos que por no tener ésta el carácter de mercantil, no le es aplicable esta norma.

e) Domicilio de la sociedad (Art. 46, inc. 4 C de N y 1,730, inc. 3 CC). Los artículos 38 y 39 CC,
señalan que el domicilio de las personas jurídicas es el que se designa en su documento constitutivo
o, en su defecto, el lugar en donde tenga su administración o sus oficinas centrales y que si una
sociedad tiene agencias o sucursales permanentes en lugares diferentes de su domicilio, el lugar
en donde operan tales agencias o sucursales será también su domicilio, respecto de los actos o
contratos que éstas ejecuten. De ahí se desprende que los socios, en la escritura constitutiva, son
libres de señalar
el lugar que será el domicilio de la sociedad y que igualmente la sociedad podrá tener varios
domicilios (uno general y otros especiales). El domicilio de las sociedades regidas por las leyes de
Guatemala, debe establecerse dentro del territorio nacional, sin perjuicio de que la sociedad pueda
tener agencias o sucursales dentro y fuera de nuestro país, en cuyo caso el lugar en donde operen
tales agencias y sucursales será un domicilio especial en relación a las actividades de éstas.
f) Capital y la parte que aporta cada socio, sea en dinero, en cualquier otra clase de bienes o en industria
personal; el valor que se le asigne o la forma en que debe realizarse el justiprecio, en caso no se les
hubiere asignado valor alguno (Arts. 46, inc. 5 C de N y 1,730, inc. 5 CC).
En la escritura debe determinarse monetariamente el monto del capital, señalándose la parte
que cada socio aporta o aportará para integrarlo. Recordemos que la sociedad civil, a diferencia de las
sociedades en comanditas, de responsabilidad limitada y anónima, es un contrato consensual, por el que
los socios convienen en aportar bienes o servicios, de modo que no es esencial que el capital de una
sociedad civil esté totalmente pagado al constituirse, sino basta la promesa de aportación por parte de
los socios (Art. 1,744 CC).
Los aportes de los socios pueden ser en dinero, en cuyo caso solamente habría que señalar su cuantía; o
en especie, en cuyo caso habría que identificar los bienes aportados con su número de inscripción
registral (si se trata de bienes fungibles identificables) o de cualquier otra manera que sirva para
determinar con exactitud los bienes aportados o a aportarse. Si el aporte es de bienes, es necesario
además asignarles un precio o valor, lo que se debe hacer de común acuerdo o, alternativamente, por
cualquier otro medio de valoración (precio en bolsa, avalúo, precio de mercado, etc.), especificado en la escritura.
En caso de aporte de industria, habría que identificar en qué consiste y qué obligaciones de tipo personal asume
el socio industrial ante la sociedad. El Código de Notariado insinúa la necesidad de valorar el aporte de
industria, lo que no nos parece adecuado, pues no se trata de un salario o remuneración que pueda ser tasada. El
socio industrial aporta su industria (experiencia, trabajo personal, conocimientos, etc.), a cambio de una
participación en las utilidades, y no es necesario asignarle un valor económico a dicho aporte.
g) Forma de administración de la sociedad, designación de la persona o personas que tendrán a su cargo la
administración y sus facultades (Art. 46, inc. 6 CdeN y 1,73O,inc.lOCC).
Cuando la ley nos pide identificar la forma de administración de una sociedad civil, creemos que tiende a definir si
la administración será unipersonal o pluripersonal y, en este caso, si será colegiada o individual. Como veremos
adelante, en la administración de una sociedad descansa, en gran parte, el éxito o fracaso de la misma y es un
elemento importantísimo y fundamental dentro de la organización social, por lo que a la par que se detalla la forma
de administración, hay que determinar a la persona o personas que fungirán como administradores, el
período durante el cual desempeñarán su cargo, forma de elegir a sus sucesores y las facultades que tienen.
De conformidad con el artículo 1,757 CC, la administración de la sociedad debe sujetarse a lo dispuesto en el
contrato, lo que deja a la voluntad de las partes convenir sobre todas las modalidades de la administración y las
normas del Código Civil, que son escasas y elementales, únicamente son supletorias de la voluntad de las partes.
h) Parte de utilidades y pérdidas que se asigne a cada socio, fecha y forma de su distribución (Arts. 46, inc. 7 C de N y
1,730, inc. 6 CC).
La sociedad civil es lucrativa y sus socios, al constituirla, tienen el propósito de obtener utilidades y repartírselas
entre ellos, de modo que el convenio sobre la parte o proporción que a cada socio corresponde en las utilidades
y en las pérdidas, es de la esencia del contrato.
Cuando hablamos de la distribución de utilidades, debemos aclarar qué debe entenderse como utilidades para los
fines de su distribución, pues obviamente no se puede repartir utilidades inexistentes, ni utilidades sobre las que
la sociedad no ha pagado aún el Impuesto sobre la Renta, ni utilidades que están aún sujetas a deducciones para la
compensación de pérdida o la formación de reservas legales o convencionales. En otras palabras, no se puede
distribuir como utilidades entre los socios, aquellos beneficios obtenidos por la sociedad y que ésta debe, en primer
lugar, aplicar a compensar pérdidas acumuladas de ejercicios anteriores, al pago de impuestos o a la formación de
reservas. Lo que se puede repartir es la utilidad distribuible, o sea aquella utilidad que se refleja en la contabilidad de
la sociedad y de la cual se han deducido todos aquellos cargos que la gravan. Para los fines de la distribución de
utilidades, es lícito incluir las utilidades obtenidas en el ejercicio social inmediato anterior y las de ejercicios
anteriores que aún no se han repartido entre los socios.
Creemos que cuando la ley se refiere a la fecha y forma de distribución, únicamente lo hace refiriéndose a las utilidades
o beneficios, mas no a las pérdidas, pues no existe ninguna otra norma que requiera un dividendo pasivo obligatorio
(cuota que cada socio debe reintegrar a la sociedad para reintegrar el capital que se ve afectado por una
pérdida). La pérdida afecta el capital y contablemente mediante un cargo a cada socio de su proporción
de las pérdidas.
Es en la escritura de sociedad en donde se determina cuál será la participación de cada uno de los socios capitalistas
e industriales, en las utilidades y en las pérdidas, determinación que normalmente se define
fraccionaria o porcentualmente (al socio capitalista Juan corresponde el X % o una cuarta parte de las
utilidades; al socio capitalista Pedro corresponde el Y % o una tercera parte de las utilidades; y al socio industrial
Julio corresponde el Z % o sea cinco duodécimas partes de las utilidades).
Normalmente, en una sociedad que no tiene socio industrial, la parte que a cada socio capitalista corresponde en
las utilidades es igual a su participación en la sociedad. Sin embargo, los socios son libres de pactar entre sí, en
la escritura constitutiva, participaciones diferentes, siempre que se respete el principio de que todos los socios
deben participar en las utilidades y en las pérdidas de la sociedad y de que la parte de capital de todos los socios
debe ser afectada por las pérdidas. La infracción de tales principios, constituiría lo que se llama pacto leonino, que
consiste en que uno o algunos de los socios no participan en las utilidades o en que los bienes que aporte ese o
esos socios estarán libres de responsabilidad o exentos de ser afectados por las pérdidas o que él o ellos, en lo
personal, no tendrán responsabilidad hacia terceros por obligaciones de la sociedad. Cualquier cláusula de la
escritura de sociedad que contenga alguna de las modalidades del pacto leonino es nula y se tiene por no puesta
(Art. 1,732 CC).
A falta de estipulación en la escritura de sociedad, sobre la forma de repartir las utilidades o pérdidas entre los socios,
se aplican supletoriamente las normas contenidas en los artículos 1,752,1,753,1,754 y 1,755 CC, así:
1) En caso de no haber socio industrial, la repartición de las utilidades se hace a prorrata del capital que cada socio
aportó;
2) Si se indicó en la escritura la parte de las ganancias que corresponde a cada socio, pero nada se dijo en cuanto a la
parte de pérdidas que a cada uno corresponde, se distribuirán éstas en la misma proporción que
aquellas. Esta norma permite que, mediante pacto expreso, la participación de cada uno de los socios en las
utilidades, sea diferente (mayor o menor) a la que les correspondería en las pérdidas y siempre que dicho
pacto no linde con lo leonino;
3) La parte de utilidades que corresponda al socio industrial será igual a la del socio capitalista que haya aportado más
capital, y en caso los aportes de capital sean iguales o sólo haya dos socios (uno capitalista y el otro industrial), el
socio industrial participará en las utilidades, en igualdad con los demás; y

4) El socio industrial sólo participará en las pérdidas, en caso de que excedan, y únicamente en la parte que excedan, del
capital social.
Nos parece que las normas supletorias glosadas son justas, pero debemos criticar la contenida en el artículo
1,754 CC, pues se presta a injusticias al referir la participación en utilidades del socio industrial a la que
corresponde al socio que aportó más capital, pues puede muy bien ser que éste no tenga una participación en las
utilidades que sea proporcional a su capital. Igual cosa ocurre cuando se habla de que todos los socios capitalistas
tienen igual aporte, pues ello no garantiza que participen en igualdad en las utilidades. La intención del legislador
parecería ser que el socio industrial tenga una participación en las utilidades, igual a la del socio capitalista que la
tenga mayor (aunque su aporte de capital no sea el mayor) e igualmente, que si todos los socios capitalistas
participan en igualdad en la distribución de utilidades (aunque sus capitales no sean iguales), el socio industrial
participe en igualdad con ellos. Lamentablemente, el texto legal no refleja esa intención.
En cuanto a la fecha y forma de distribución de las utilidades, habría que señalar en primer lugar que es a los
socios, reunidos en Junta de Socios, a quienes corresponde resolver sobre la distribución de las utilidades o, en
otras palabras, son ellos los que determinan si las utilidades netas obtenidas por la sociedad se reparten o no y, en su
caso, qué parte o proporción de las utilidades netas obtenidas se distribuirá entre los socios. La fecha o época fija en
que se resolverá sobre la distribución de utilidades, debe determinarse de conformidad con lo exigido
por el inciso 10 del artículo 46 del C de N, que adelante comentaremos y, en cuanto a la forma de distribución de
utilidades, éstas deben preferentemente pagarse en efectivo, en las fechas que señale la Junta de Socios y en las
oficinas de la sociedad, aunque los socios son libres de pactar otra cosa en la escritura o en la resolución de la Junta
de Socios, que acuerde la repartición de las utilidades.
i) Duración de la sociedad (Arts. 46, inc. 8 C de N y 1,730, inc. 4 CC).
El contrato de sociedad civil puede ser celebrado a plazo fijo, para un propósito determinado o por tiempo indefinido,
según se desprende de los artículos 1,731,1,770 y 1,774 CC.

En la escritura debe consignarse con claridad, cuál de los tres sistemas de plazo o duración se adopta por los
socios. Si la sociedad se constituye para levantar una cosecha de maíz de una finca, su plazo terminará
cuando concluyan las labores de recolección de dicha cosecha y, entonces, deberá procederse a su liquidación
(Art. 1,731 CC). Si la sociedad se constituye por un plazo determinado, es posible prorrogarlo legalmente,
siempre que la prórroga se formalice en escritura pública antes del vencimiento del plazo (Art. 1,770 CC) y,
finalmente, en la sociedad constituida por tiempo ilimitado, cualquiera de los socios puede denunciar el contrato
unilateralmente y ello provoca la disolución de la sociedad (Art. 1,774 CC).
La conclusión del plazo de la sociedad, sea porque se realizó su objeto, pasó el tiempo sin prorrogarlo o hubo denuncia,
provoca la disolución (muerte) de la sociedad (Art. 1,768, incs. 1 y 7 CC).
j) Casos en que procederá la disolución de la sociedad, antes de su vencimiento y las bases sobre las que debe hacerse
la liquidación y división del haber social (Arts. 46, incs. 9 y 11 C de N y 1,730, inc. 7 CC).
Adelante nos detendremos a analizar la disolución de una sociedad, sus causales, efectos y el procedimiento
de liquidación, por lo que en este lugar no nos detendremos más que para analizar la posibilidad de que los
socios, por convenio que conste en la escritura constitutiva, puedan establecer causales convencionales de disolución o
modificar las que contienen los artículos 1,766 y 1,768 del CC. No vemos motivo o razón alguno que justifique que las
causales de disolución parcial y de disolución total que contienen dichas normas, sean numerus clausus y que las
partes, en la escritura social, no puedan convenir en otras. Si analizamos los incisos 3 y 4 del artículo 1,768 CC,
veremos que cabe pacto en contra de ellos y, por otra parte, el artículo 1,775 CC contiene otras situaciones
capaces de provocar la disolución de la sociedad, que no están detalladas en el artículo 1,768 CC. Además, el
contrato de sociedad puede quedar sujeto a condiciones resolutorias, libremente pactadas por las partes y en nada
se afecta al orden público, la moral o las buenas costumbres, por el hecho de que la escritura contenga
causales de disolución adicionales a las legales.

k) Las épocas fijas en que se presentará (a los socios) la memoria, inventario, balance general de las
operaciones sociales y proyecto de distribución de utilidades (Art. 46, inc. 10 C de N). Esta norma del
Código de Notariado armoniza con la que contiene el artículo 1,764 del CC, que establece como
derecho de los socios, el de examinar el estado de la administración y de hacer (a los administradores) las
reclamaciones convenientes al interés común.
¿Qué debe entenderse por época fija para que los socios conozcan la memoria, el inventario, el balance
general y el proyecto de distribución de utilidades? Nuestra interpretación de la indicada norma, a la luz de
los artículos 1,730, inciso 6,1,756 y 1,776 CC es que:
1) Dicha época fija debe ser anual, pues la memoria, el inventario, el balance general y el proyecto de
distribución de utilidades, se preparan sobre una base anual. Obviamente, no se daría cumplimiento a esa
norma, si
la reunión de los socios se celebrare cada dos o tres años;
2) Todos los socios tienen derecho de asistir y participar en dicha reunión, pues es en ella en donde los
socios ejercen su derecho de información y los administradores deben rendirles cuentas;
3) Que es en esta reunión en donde se resuelve por los socios si se distribuirán utilidades o
no y, en su caso, qué monto y en qué fecha y la forma como se hará el pago; y
4) Que las resoluciones sobre aprobación o improbación de los documentos que se
presentan a la consideración, de los socios, se toman por votación.
1) Cómo se formará la mayoría, en los casos en que los socios tengan derecho a votar (Art. 46, inc. 12 C de N).
Esta norma requiere de un desarrollo mayor, pues en primer lugar, habría que normar lo relativo al
quorum (asistencia mínima de socios para poder celebrar Junta); seguidamente, habría que determinar
si el voto de un socio puede ser ejercido por otro; luego, los tipos de mayoría (mayoría simple, absoluta,
especial, etc.); y, seguidamente, la forma de integrar la mayoría.
Creemos muy posible que en una escritura de sociedad, se establezcan requisitos de asistencia y mayorías
especiales para casos determinados. Por ejemplo, sería lícito pactar en una sociedad que se dedica a la
explotación de una finca de café, I) que para poder enajenar el inmueble, se requerirá autorización emitida por
una junta, en la que comparezcan más de las tres cuartas partes de los socios y que la resolución aprobatoria
requiera el voto favorable de más de las dos terceras partes de los socios, II) que para que los administradores
puedan obtener para la sociedad préstamos de avío con garantías reales, se requiere autorización emitida por la
Junta de Socios, en la que estén presentes más de la mitad de los socios y que la resolución aprobatoria se tome
con el voto de por lo menos la mitad de los socios, y III) que para que los administradores puedan vender el café, se
requiera de autorización emitida por una Junta, en la que estén presentes más de la mitad de los socios y que la
resolución aprobatoria se tome con el voto de una mayoría de ellos. Vemos acá que, en la misma sociedad y
según la gravedad del tema, se pueden establecer lícitamente mayorías diferentes.
En cuanto a la representación de socios o, en otras palabras, que el derecho de voto de un socio sea ejercido
por otra persona (socio o no), nada dice el Código Civil en el título relativo a sociedades; pero hemos ya visto
que el artículo 1,687, inc. 2 CC, permite el otorgamiento de carta-poder para la asistencia a juntas y que el
artículo 1,688 CC señala como objeto de un mandato, todos los actos o negocios para los que la ley no exige
intervención personal del interesado, de modo que la representación de un socio por medio de mandatario, es
lícita y válida. Quedaría por analizar la validez de la estipulación de la escritura que limitará el derecho de
representación en las Juntas, de modo que únicamente los socios pudieren ser mandatarios. En nuestra
opinión, esa limitación no sería válida, pues atentaría contra el principio constitucional de libertad e igualdad, al
limitar el derecho del socio para elegir a su mandatario, máxime que el contrato de mandato se basa en la
confianza recíproca.

Los fundadores son libres de establecer y pactar en la escritura constitutiva, cómo se integrará el quorum y las
mayorías en las reuniones de socios, y el Código Civil no contiene norma supletoria alguna, por lo que una
estipulación contractual sobre este tema es fundamental. Lo que se trata de resolver es lo relativo al derecho de
voto de cada uno de los socios y cómo se integra la mayoría de votos. Existen, en nuestro medio y para las
sociedades de personas, tres sistemas: I) el de voto por cabeza, en donde cada socio tiene un solo voto, cualquiera
que sea su aporte de capital; II) el de capital, de modo que por cada quetzal o múltiplo de éste que se haya
aportado como capital, se tiene un voto; y III) el de voto mixto, en el que el socio vota tanto por cabeza, como por
capital. En los casos de voto por cabeza o voto por capital, la mayoría se integraría tomando en cuenta los votos
así depositados y, en el caso de voto mixto, para que haya mayoría se requiere del voto numéricamente superior
de cabezas y de capitales.
El artículo 14 C de C, contiene una norma supletoria sobre la formación de mayorías en las sociedades mercantiles
y, en el caso de sociedades de personas, la refiere a la mitad más uno de los socios (voto por cabeza), y en las socieda-
des anónimas, la mitad más una de las acciones con derecho a voto (voto por capital).
m) Cantidad que pueda periódicamente tomar cada socio, para sus gastos personales (Arts. 46, inc. 13 C de N y
1,730, inc. 8 CC).
En las sociedades civiles, que son sociedades normalmente pequeñas en cuanto al número de socios y de escaso
capital y en donde los propios socios desempeñan labores dentro de la sociedad, es usual, común y aceptable
que éstos puedan tomar periódicamente una cantidad para sufragar sus gastos personales.
No estamos acá frente al pago de un salario por parte de la sociedad, hacia sus socios, pues la relación que
existe no es laboral, sino societaria, en donde el socio, sin subordinación, ni dependencia, trabaja y presta sus
servicios a la sociedad en labores normalmente preconvenidas en la escritura social. Se trata de una remuneración de
subsistencia, para que el socio pueda vivir decorosamente, en tanto se conocen los resultados (utilidad o pérdida) y se
resuelve si se distribuyen o no.
Tampoco se trata de un anticipo sobre utilidades que la sociedad hace a sus socios y que se descontaría de los
beneficios que correspondan a cada uno, sino de un gasto común y corriente, en que incurre la sociedad y que
formaría parte de sus costos de operación y administración.
Los retiros que un socio hace para sus gastos personales, son independientes de los gastos en que el socio incurre
para el desempeño de sus funciones en la sociedad, por ejemplo, gastos de viaje, hospedaje y alimentación
mientras viaja al extranjero a adquirir materia prima o maquinaria para la sociedad, de modo que tiene derecho a que
éstos le sean reembolsados en adición a aquellos (Art. 1,751 CC).
El artículo 1,750 CC regula lo relativo a los retiros para gastos personales, limitando su monto a lo que se haya
pactado en la escritura social y obligando al socio que se haya excedido en sus retiros a responder por los daños
y perjuicios que de ello hayan derivado a la sociedad y, además, a abonar el interés legal correspondiente. Lo
interesante de esta norma es que incluye dentro de la indemnización el pago de interés legal sobre los excesos
retirados, en adición a la responsabilidad general por daños y perjuicios, lo que rompe el principio general que,
sobre daños y perjuicios en obligaciones monetarias, contiene el artículo 1,435 CC. Cabe finalmente indicar que el
tipo de interés legal en Guatemala, se determina de acuerdo con el artículo 9 del Decreto No. 29-95 del Congreso, que
modificó el artículo 1,947 CC.
n) Modo de resolver las diferencias que surjan entre los socios y, si se conviniera en la cláusula compromisoria, forma en
que se hará el nombramiento de los arbitros (Arts. 46, inc. 14 C de N y 1,730, inc. 9 CC).
Normalmente, las diferencias que surgieren entre los socios o entre éstos y la sociedad, con motivo o por causa del
contrato de sociedad, su ejecución, cumplimiento o interpretación, se resolverían en la vía ordinaria civil (Art. 96
CPCYM), aunque por convenio entre las partes, pueden serlo en la vía oral (Art. 199, inc. 7 CPCYM), en la vía
sumaria (Art. 229, inc. 6 CPCYM) o por arbitraje (Art. 269 CPCYM).
La legislación insinúa muy fuertemente a los socios fundadores de una sociedad civil, la conveniencia de que en la
escritura constitutiva se incluya una cláusula compromisoria y podría afirmarse que es usual en Guatemala que
dicha cláusula exista en toda escritura de sociedad (civil o mercantil). Nosotros estamos totalmente a favor de ello, no
sólo porque creemos en el arbitraje como un medio adecuado, eficiente y pronto de solucionar diferencias que, de
otra manera, tendrían que ser conocidas por los tribunales, sino porque los problemas que se suscitan en una
sociedad y que pudieran ser objeto de un litigio, no son sencillos, requieren conocimientos técnicos especializados y
un criterio de negocios de que nuestros jueces normalmente carecen.
En su lugar, trataremos del contrato de compromiso y de la cláusula compromisoria, por lo que no
entraremos al fondo de ese contrato.
Nos limitamos a señalar que las partes son libres de definir, en la escritura constitutiva de la sociedad, si las
diferencias que se planteen entre los socios o entre éstos y la sociedad, por razón del contrato de sociedad, se
resolverán en la vía ordinaria, en la vía oral, en la vía sumaria o en la vía arbitral, y que conviene a los intereses
de los socios, hacer esa selección, pues es sabido que un proceso judicial (aun si se tramita en la vía sumaria u
oral), es muy lento en su trámite y las relaciones que derivan del contrato de sociedad requieren una pronta
solución.
Si las partes optaren por el arbitraje, habrá que definir en esta cláusula si será un arbitraje de derecho o de equidad,
cómo se nombra los arbitros, la sede del tribunal y los demás elementos necesarios para orientar y facilitar la
formalización judicial del contrato de compromiso (Art. 2,175 CC).

Derechos y obligaciones de los socios


Los socios tienen los siguientes derechos
a) El principal y fundamental de ellos es el de participar en la toma de decisiones dentro de la sociedad.
Los socios, reunidos en junta, constituyen el órgano soberano y jerárquicamente superior de la sociedad, en el
que se pueden tomar toda clase de resoluciones que orienten, instruyan o, incluso, destituyan a los administra-
dores. En las Juntas de Socios, como antes hemos visto, se conocen los estados financieros de la sociedad, se recibe
el informe de los administradores sobre sus actividades, se resuelve sobre la distribución de utilidades y, en
general, se puede conocer y tomar resoluciones sobre cualesquiera de las cuestiones que afecten a la sociedad.
Todos y cada uno de los socios, tienen el derecho de participar en esa función, con voz y con voto, para así coadyuvar a
la formación de la voluntad social. A ninguno de los socios se le puede excluir de participar en tales juntas, ni se le
puede impedir que sea representado en ellas por mandatario acreditado por carta-poder o mandato.
b) Los socios también tienen el derecho de información y vigilancia, que es correlativo a la obligación de los
administradores de informar a los socios sobre las actividades de la sociedad y de rendirles cuentas de su
administración.

Dicho derecho se puede ejercer por los socios, en la junta anual (en donde los administradores deben presentarles
estados financieros, memoria, inventario, etc., Art. 46, inc. 10 C de N) y, además, mediante el examen del estado de la
administración y la formulación de reclamaciones convenientes al interés común, dentro de los períodos y en las
condiciones que establezca la escritura (Art. 1,764 CC).
c) El derecho a las utilidades es inherente a la condición de socio y de la esencia del contrato, pues es el fin último
de la sociedad (obtener utilidades y repartirlas entre sus socios).
El derecho a las utilidades se hace valer, no sólo cuando se resuelve repartirlas, pues a cada socio le corresponde una
parte de la cantidad a distribuir, sino también al concluir el proceso de disolución y liquidación de la sociedad,
cuando el socio tiene derecho a que se le entregue la parte que le toca de los excedentes que quedan después de
cubiertas todas las obligaciones sociales y de reembolsados los aportes de los socios (Arts. 1,782,1,783 y 1,784 CC).
Este derecho, así como el de que se le devuelva su aporte de capital al terminarse la sociedad,
depende de que, después de pagadas todas las obligaciones de la sociedad, quede aún un remanente a
distribuirse entre los socios como cuota de liquidación. En otras palabras, estos derechos no son absolutos, pues no
existe una garantía otorgada por la sociedad o por los demás socios, de que a cada socio se le reembolsará, con motivo
de la liquidación, el capital que aportó, más su parte en las utilidades no distribuidas y la única obligación de la
sociedad y de sus liquidadores es que, si quedare algún remanente después de pagar todos los pasivos, el
mismo se repartirá entre los socios, como cuota de liquidación.
d) El derecho de administrar la sociedad, en caso la escritura no contuviera convenios especiales sobre la
administración (Arts. 1,757 y 1,758 CC).
En ese caso, todos y cada uno de los socios serán administradores, con facultad para obrar en nombre de la
sociedad (representación) y de celebrar todos aquellos contratos que sean del giro ordinario de la misma, sin
perjuicio del derecho de oposición de los demás socios-administradores para impedir el perfeccionamiento del
acto impugnado (Art. 1,758, inc. 1 CC).
En nuestra opinión, también habría un derecho de administración temporal, por parte de cada uno de los socios, en
caso de que por cualquier circunstancia, la sociedad quede sin administrador y no se haya previsto un mecanismo
rápido para llenar esa vacante.
e) Los socios tienen también un derecho de veto a cualquier transmisión de derechos en la sociedad que un socio
desee hacer a otra persona (socio o no socio) o a la delegación que un socio administrador desee hacer en un
tercero de sus funciones, pues esa transmisión y esa delegación requieren el consentimiento de los demás
(Art. 1,760 CC).
Surge por supuesto la pregunta de si es requerido el consentimiento de todos los demás socios, para que uno de
ellos pueda donar sus derechos en la sociedad civil. La norma citada, únicamente habla transmitir... el interés
que tenga en la sociedad, sin calificar si la transmisión es a título oneroso o gratuito. Nos parece que la transmisión a título
oneroso está indudablemente comprendida dentro de la norma que nos ocupa; pero no podemos aceptar que
esa limitación pueda extenderse hasta cubrir las transmisiones a título gratuito, lo que constituiría una
restricción inaceptable a la libre disposición de los bienes.
En otras legislaciones y en nuestro Código de Comercio (Art. 38, inciso 5), se ha regulado que, en las sociedades
mercantiles, la transmisión de derechos sociales a otra persona (socio o no), requiere el consentimiento unánime
de los demás socios (lo que es una clara manifestación de intuito personae) y, además, los otros socios tienen
derecho de tanteo para adquirir los derechos a transmitirse. En nuestra opinión, la existencia de un derecho de tanteo a
favor de los demás socios, para que éstos puedan adquirir los derechos del socio autorizado para transmitirlos, es
necesario y beneficioso, pues es el mecanismo ideal para mantener la proporcionalidad en el control político y
económico de la sociedad y para evitar roces y problemas entre los socios. Sin embargo, la inclusión del derecho
de tanteo, parece sustraer del ámbito de esa norma, las enajenaciones a título gratuito. Cierto que la necesidad
de una autorización unánime de los demás socios a la transmisión de derechos que uno de ellos quiera hacer,
puede abrir la puerta a negociaciones que permitan mantener equilibrado el control de la sociedad; pero la existencia
de un derecho de tanteo asegura y refuerza el derecho de los socios a impedir el ingreso de personas non gratas
o la concentración del control político y económico.
f) En las sociedades constituidas por tiempo ilimitado, los socios tienen derecho de denunciar el contrato y provocar con ello la
conclusión de la sociedad, siempre que no actúen de mala fe, ni intempestivamente, y da a los demás socios el
derecho de continuar la sociedad, si así lo acuerdan o si así se pactó en la escritura (Arts. 1,768, inc. 7,1,769 y
1,774 CC).
El segundo párrafo del artículo 1,774 CC establece una presunción que el socio denunciante actúa de mala fe, si
mediante la terminación del contrato, pretende un lucro particular que no hubiere podido obtener si la
sociedad continuara y que procede intempestivamente, si lo hace en circunstancias de no haberse concluido una
negociación y de convenir que continúe la sociedad por algún tiempo más, para evitar el daño o perjuicio que
de lo contrario le resultaría (sic). No
estamos de acuerdo con que esta norma defina y enmarque en forma tan específica, en qué casos se presume
que el socio denunciante actúa de mala fe o intempestivamente, pues el concepto de la norma no incluye todos
aquellos casos de mala fe o intempestividad que, en la práctica, se pueden presentar y que, por lo tanto, quedarían
sin sanción. En todo caso, somos de opinión que la indicada presunción legal, no sólo admite prueba en
contrario, sino que además, no impide que pueda accionarse contra el socio denunciante, si se puede probar
mala fe o intempestividad de su parte.
Criticamos también esta norma, porque la denuncia de uno de los socios, no debiera producir la conclusión de la
sociedad, o lo que es lo mismo, su disolución total, sino solamente debiera ser causal de rescisión parcial (separación
del socio). El dejar a la discreción de uno de los socios, la terminación del contrato y la disolución total de la sociedad,
mediante la denuncia del contrato, coloca a los demás socios en una situación delicada, aparte de que les
impone la carga de decidir si desean continuar la sociedad. Ello es injusto y muy peligroso. En nuestra
opinión, estamos frente a un caso especial de separación de un socio, que voluntariamente se retira de la sociedad
constituida por plazo indefinido, que pone fin a su participación en la misma, mediante la denuncia del contrato, pues
no pueden existir vínculos contractuales perpetuos; pero de ello debiera resultar únicamente la ruptura de uno de
los vínculos sociales (el del denunciante), de modo que la sociedad debiera continuar con los demás, sin necesidad de
una nueva manifestación de voluntad por parte de éstos. La solución que nuestro Código Civil da a este caso,
implica desconocimiento y desprecio de la plurilatemlidad del contrato de sociedad.

Las principales obligaciones de los socios son:


a) Efectuar el aporte que se comprometió a realizar, sea de efectivo, de bienes o de industria, entregándolo a la sociedad
y respondiendo por el saneamiento (Arts. 1,734,1,744,1,745 y 1,746 CC).
El socio debe efectuar su aporte de capital en el tiempo y en las condiciones convenidas en el contrato de
sociedad, y la demora o negativa del socio a hacerlo puede resultar, según el artículo 1,744 CC, en que la
sociedad le demande ejecutivamente la entrega (pues la propiedad ya fue transmitida como efecto de la
aportación, según el artículo 1,734 CC) o en la rescisión del contrato, en cuanto a dicho socio (Art. 1,766, inc. 5 CC).
En el último de los casos, la sociedad se disolvería parcialmente, en lo que se refiere al socio moroso.
La ausencia del socio industrial que le impide realizar su aporte de industria y su renuencia a regresar o su
incapacidad o impedimento para continuar aportando su industria, resultan también en la disolución
parcial de la sociedad, mediante la exclusión del socio industrial (Art. 1,766, inc. 6 CC). En nuestra opinión, esa norma
debiera también aplicarse en caso el socio industrial se negare a continuar su aporte de industria o fuere moroso y
negligente en hacerlo. De todas formas, el socio industrial que explote o utilice su industria fuera de la sociedad,
queda obligado a dar cuenta a la sociedad de los ingresos que ello le produzca, pues se entiende que el socio
industrial ha aportado su industria a la sociedad y sólo la puede explotar o aplicar en beneficio de ella, y cualquiera
ingresos que obtenga por el ejercicio de la misma fuera de la sociedad, corresponden a ésta (Art. 1,747 CC).
La obligación de aportar capital tiene un límite: el socio no está obligado a aportar más capital, que el que
voluntariamente se ha comprometido. De esa manera, toda vez ha cumplido el socio con entregar a la sociedad
los bienes constitutivos de su aporte, no puede ser obligado a incrementar ese aporte contra su voluntad. Por
ello, al aumentarse el capital, el socio tiene, en primer lugar, el derecho de impedirlo negando su consentimiento y
rehusándose a otorgar la escritura en que dicho aumento se pretenda formalizar. No hay que confundir el derecho del
socio a rehusarse a aumentar su aportación de capital, con la responsabilidad personal del socio, ante los acreedores
de la sociedad, si el patrimonio de ésta es insuficiente para cubrir sus adeudos. En aquel caso el socio puede
negarse a incrementar su capital y en éste, se trata de una obligación de otra naturaleza impuesta por ley,
cual es la responsabilidad personal de los socios hacia los acreedores de la sociedad, si el patrimonio de ésta es
insuficiente para cubrir sus obligaciones.
Si la cosa que es objeto de aporte, es fundamental para la realización del objeto de la sociedad y la misma se pierde
antes de ser entregada a la sociedad, ello provoca la disolución total de la sociedad (Art. 1,771 CC). Nos parece que
la solución dada por el Código Civil es simplista y, por ello, incompleta e inadecuada. En primer lugar, no se
diferencia o califica si el socio obligado a aportarla estaba o no en mora en la entrega, lo que tendría diferentes
efectos de acuerdo con la teoría del riesgo que adelante estudiaremos, pues si el socio estaba en mora en la
entrega, el riesgo caería sobre él y le correspondería reponerla o restituir su valor, por lo que disolver la
sociedad resulta injusto para los demás socios y muy favorable para el aportante. Por otro lado, no se indica si la
cosa pereció por culpa del socio, por fuerza mayor o caso fortuito, pues en el primero de los casos, el socio
aportante también tendría la responsabilidad de restituirla o de pagar su valor, lo que haría innecesario
disolver la sociedad, en tanto que si la pérdida ocurrió por caso fortuito o fuerza mayor, o cuando la sociedad está
en mora en la recepción de la cosa, el riesgo correría por cuenta de la sociedad y, entonces, la pérdida sería por su
cuenta y sí procedería su disolución total.

En todo caso de mora o incumplimiento en el aporte, el socio moroso queda obligado al pago de intereses
legales (calculados a la tasa que establece el artículo 1,947 CC), por todo el tiempo que se retardó en la
entrega y sin perjuicio de que la sociedad pueda provocar su exclusión, de acuerdo con lo antes
comentado.
El artículo 1,748 CC trae normas especiales sobre el riesgo de las aportaciones de capital, así:
1) Cuando sólo se aporta el uso, frutos o productos de una cosa cierta, determinada y no fungible, el riesgo
de la cosa corresponde al propietario de ella. No tenemos nada que comentar;
2) Si el aporte consiste en cosas fungibles o perescibles, el riesgo corresponde a la sociedad. Esta norma estaría
bien, si las cosas ya habían sido determinadas y entregadas a la sociedad, pues si aún no lo fueren,
es inaceptable que la sociedad corra con el riesgo de algo que aún no le pertenece y, peor aún, que el
socio que no ha efectuado su aportación, quede liberado de responsabilidad. Si las cosas fungibles aún
no han sido determinadas y entregadas, no puede haber ocurrido la transferencia del dominio y el socio (no la
sociedad) debiera correr con el riesgo de ellas; y
3) La sociedad corre con el riesgo de las cosas justipreciadas al aportarse, a falta de otro pacto, pero puede
reclamar el precio en que fueron tasadas. Tampoco nos parece correcta y justa esta norma, pues omite
tomar en cuenta la causa de la pérdida, el cumplimiento o incumplimiento de la obligación de entrega por
parte del aportante, etc. y, por otro lado, no obstante que a la sociedad le asigna el riesgo de la cosa, le permite
también reclamar su valor, lo que resultaría en un enriquecimiento indebido. Si el riesgo es de la sociedad, a
ella le toca asumir la pérdida de la cosa, y si el riesgo es del aportante, éste debería quedar obligado a aportar el
justiprecio de la cosa, pero si el riesgo corresponde a la sociedad, no se justifica que pueda reclamarle su valor
al aportante que no tiene responsabilidad en la pérdida de la cosa. Por otra parte, la norma calla en
relación al riesgo de las cosas que no han sido justipreciadas al aportarse, sino lo serán posteriormente por un
tercero o cuando su valoración queda sujeta a una determinación posterior, dejando así una grave laguna.
b) Todos y cada uno de los socios tienen una obligación de lealtad y fidelidad, que les impide competir con la sociedad,
aprovecharse de ella o de los bienes sociales para beneficio propio, participar en la discusión y decisión de asuntos en
los que ellos o sus parientes puedan tener interés, etc. y el incumplimiento de tales obligaciones, es causal de
expulsión (rescisión parcial del vínculo contractual con el expulsado, por decisión de la sociedad).
En nuestro Código, notamos que casi todas las causales de rescisión parcial, detalladas en el artículo 1,766,
tienen que ver con actos u omisiones que implican una ruptura o violación de la obligación de lealtad y fidelidad
por parte del socio. Veamos:
1) Usar el nombre, las garantías o el patrimonio de la sociedad, para los negocios propios del socio desleal
(Inc. 1);
2) Cometer fraude en la administración o cuentas de la sociedad (Inc. 3). Cuando se menciona la palabra
fraude cabría interpretar si la misma tiene, en este caso, una connotación delictiva o si se refiere al fraude civil. En
nuestra opinión, la referencia es tanto al fraude penal como al civil, de modo que cualquier acto u omisión engañoso,
conscientemente inexacto o abuso de derecho por parte del administrador de la sociedad, tendiente a causarle un
daño a la sociedad o del que pueda derivar un beneficio para sí, sería causal para expulsarle de la sociedad.
3) Ocuparse de sus negocios privados, cuando está obligado a dedicar su tiempo a la atención de los negocios
sociales (Inc. 4). En el caso del socio industrial, el artículo 1,747 CC desarrolla esa norma y señala que las
utilidades que aquel haya obtenido, en su actividad independiente, benefician a la sociedad. Nos
parece que dichas normas no son alternativas, sino complementarias, de modo que el socio industrial que
infrinja sus deberes de lealtad hacia la sociedad, no sólo no puede ser excluido, sino que además debe entregar
a la sociedad las ganancias que haya obtenido por el ejercicio de su industria.
También encajaría en esta norma, el caso del socio administrador que descuida sus funciones como tal, por
atender sus propios negocios (aunque éstos no sean competitivos comercialmente).
4) El retardo o la negativa del socio a cumplir con su aporte de capital o la comisión de daños o perjuicios a la
sociedad, por razón de actos realizados con dolo, abuso de facultades o negligencia grave (Inc. 4).
Hemos ya comentado la primera parte de esta norma y, por ello, nos referimos a lo antes indicado al respecto.
En cuanto a la segunda parte (la comisión de actos u omisiones dañinos para la sociedad, por dolo, abuso de
facultades o negligencia grave) implica una seria infracción de deberes que todo socio tiene hacia la sociedad y
sus consocios, que justifica la ruptura del vínculo.
5) Se ausenta el socio industrial y, después de requerido, no regresa a prestar su industria a la sociedad o alega
impedimento (Inc. 6).
Esta norma ya fue comentada con anterioridad, con énfasis en el aporte y la participación del socio industrial en la
sociedad. Ahora la vemos desde un punto de vista ético, pues como parte de su obligación de lealtad y fidelidad
a la sociedad, el socio industrial se ha obligado a prestarle a ésta sus servicios, poner a su disposición sus
conocimientos y técnicas y emplear su industria únicamente en beneficio de la sociedad.
6) Responsabilidad personal ante acreedores de la sociedad, si los bienes de ésta son insuficientes para cubrir las
deudas (Art. 1,742 CC).
La citada norma del Código Civil, es la única que toca este punto y plantea muchas dudas, por la forma escueta como
está desarrollada.

De conformidad con lo que dispone el artículo 1,353 CC, para que exista responsabilidad solidaria en un
negocio jurídico civil, se requiere pacto expreso o disposición legal, y en este caso la ley no impone la
solidaridad, por lo que somos de opinión que los socios son obligados entre sí y ante terceros, en forma
mancomunadamente simple y que, en consecuencia, cada uno de los acreedores tiene que requerir y cobrar a
cada uno de los socios, su parte en la deuda no pagada por la sociedad. Seguidamente, vemos que se trata
de una responsabilidad subsidiaria, pues en primer lugar hay que agotar el patrimonio de la sociedad y sólo si
éste fuere insuficiente, procede la acción de cobro personal contra los socios. Finalmente, debe de-
terminarse en base a qué factor se determina la responsabilidad personal de cada socio: el capital aportado o
la participación en las utilidades y pérdidas.
Nuestra opinión es que cada uno de los socios responde ante terceros, en forma mancomunadamente simple y
en igual proporción que su participación en las utilidades y pérdidas. El aporte de capital no es el medio
adecuado para determinar porcentualmente dicha responsabilidad, pues eximiría de la misma a los socios
industriales, quienes de acuerdo con el artículo 1,755 CC, responden cuando las pérdidas exceden del
capital y sólo en la parte que excede del capital. Es claro que la responsabilidad personal de los socios
industriales principia cuando se ha agotado el patrimonio social, incluyendo el capital aportado, de modo
que el socio industrial no puede eximirse de su responsabilidad personal. Además, la proporción de
participación de los socios en las utilidades, debe ser la misma que les corresponde en las pérdidas y si el
patrimonio social ya no alcanza para responder de sus obligaciones, es por la acumulación de pérdidas que han
diluido y reducido el patrimonio.

Órganos de la sociedad
Toda sociedad, como ente jurídico y no físico, requiere de medios o sistemas para la formación y
exteriorización de su voluntad.

Modernamente, se ha desarrollado la doctrina del órgano, que señala que en las sociedades, el órgano es
parte de su orden normativo social y producto de la regulación legal, completada o reglamentada por el estatuto
social, con competencia específica para el ejercicio de funciones indelegables; ejercido por personas físicas o
jurídicas. Los órganos expresan la capacidad de ejercicio de los derechos de la persona jurídica.13
En las sociedades de personas, como la sociedad civil, en donde generalmente hay un número reducido de
socios y en donde el affectio societatis es muy fuerte, no se requiere de una gran organización, ni una detallada
estructura de los órganos sociales, con sus respectivas atribuciones. Al contrario, debe diseñarse una estructura
administrativa sencilla, eficiente y de fácil funcionamiento. Lo opuesto ocurre en las sociedades mercantiles de
capital (particularmente, en la sociedad anónima), en donde la regulación de las funciones de los diferentes órganos
es particularmente complicada y requiere de una detallada estructura jurídica. La doctrina y el C de C tratan de tres
categorías de órganos en la sociedad anónima: I) el Órgano de Soberanía (Asamblea General de Accionistas, Arts.
132 y ss); II) el Órgano de Administración (Consejo de Administración o Administrador Único, Arts. 162 y ss); y III)
el Órgano de Ejecución y Representación (Gerente, Arts. 181 y ss), además de un mal llamado Órgano de
Fiscalización (Arts. 184 y ss).
Al tratar de la sociedad civil, nuestro Código Civil ni siquiera una vez menciona a la Junta de Socios (que
sería el órgano de deliberación, equivalente de la Asamblea General de Accionistas, en la sociedad anónima), ni
tampoco toca para nada lo relativo al órgano de representación legal de la sociedad, ni el órgano de fiscalización,
concentrándose exclusivamente en la administración de la sociedad, a lo que dedica unas pocas normas.
A) Junta de Socios: En el contrato de sociedad civil, debe proveerse a la organización y funcionamiento de la Junta de
Socios, a la que le correspondería desempeñar las funciones que señalan los artículos 1,764 y 1,776 del CC y 46, incisos
10 y 12 C de N y que debiera reunirse por lo menos una vez al año para resolver sobre tales asuntos, aparte
de que también le correspondería elegir y remover a los administradores (si no fueren irrevocables), resolver
sobre distribución de utilidades, dar orientaciones a los administradores, autorizarlos especialmente para la
celebración de actos que exceden del giro ordinario de la sociedad y para celebrar transacción (Art. 2,165 CC) o
para decidir finalmente en caso los administradores asuman posiciones opuestas (Arts. 1,758, inc. 1 y 1,763 CC).
Por ello, en la escritura se debiera regular todo lo relativo a convocatorias, clases de juntas (ordinarias y
extraordinarias), representación de socios, quórum, mayorías, atribuciones, etc., para así llenar el vacío legal.
B) Órgano de Administración: La administración de la sociedad debe regularse en la escritura, de conformidad con lo
que disponen los artículos 46, inc. 6 C de N y 1,730, inciso 10 CC y, por ello, el artículo 1,757 CC nos indica que
todo lo relativo a la administración de la sociedad, debe sujetarse a lo dispuesto en el contrato.
No obstante lo expuesto, el CC sí contiene un conjunto de normas relativas a la administración y que tienen
aplicación a falta de convenio especial en el contrato de sociedad. Son ellas:
1) Si en la escritura constitutiva, se encarga a uno o más socios la administración de la sociedad, se entiende que se le ha
designado irrevocablemente y por tiempo indefinido y que los demás socios no pueden oponerse a su
administración, ni revocar su nombramiento, sino en caso de dolo, culpa, inhabilidad o incumplimiento de sus
obligaciones (Art. 1,757). Esta norma nos merece algunos comentarios: I) se presta a interpretar que es
legalmente posible que el administrador de una sociedad civil no sea socio de la misma. De no ser así, ¿por qué el
segundo párrafo del artículo 1,757 CC principia si está encargada a uno o más de los socios?; II) la
irrevocabilidad del nombramiento de administradores sólo tiene validez si el designado es socio y no se ha
pactado en la escritura que la gestión del administrador está limitada en el tiempo. El nombramiento de
administrador que recaiga en un tercero, es fundamentalmente revocable; III) la irrevocabilidad del
nombramiento de administrador es una estipulación que admite pacto en contrario. Por lo tanto, en el contrato
puede pactarse que los administradores sean temporales y su nombramiento pueda ser revocado, aunque
sean socios y hayan sido designados en la escritura constitutiva y también se puede estipular la reno -
vación periódica del órgano de administración, por la Junta de Socios y que corresponda a ésta revocar el
nombramiento de los administradores y elegir a los administradores; y IV) la norma citada únicamente se-
ñala que en caso de dolo, culpa, inhabilidad o incumplimiento de las obligaciones del administrador,
puede ser revocada su designación, pero no indica el procedimiento a seguir, ni cuál es el órgano
competente para ello. En nuestra opinión, debiera corresponder a la Junta de Socios, resolver sobre la
revocación y la designación de nuevo administrador y que es el socio-administrador removido el que, en
caso de inconformidad, podría reclamar contra la sociedad, en la vía ordinaria o en la vía arbitral, si la
escritura tuviere cláusula compromisoria.
2) El artículo 1,758 CC señala que a falta de convenios especiales sobre la administración, se observarán las reglas
que comentamos a continuación:
a) Si en la escritura no se designa administrador o la forma de elegirlo, lo será cada uno de los socios, quien puede
obrar a nombre de la sociedad; pero los demás socios-administradores pueden oponerse a un acto que otro
socio-administrador vaya a realizar (Art. 1,758, inc. 1 CC).
Esta norma se aplicaría, en nuestra opinión, tanto en el caso de que en la escritura constitutiva no se haya
designado administrador o no se haya previsto la forma de designarlo, como cuando la
administración de la sociedad queda vacante por muerte, renuncia, incapacidad, etc. del administrador.
En este caso, cada uno de los socios, en forma separada e individual, funge como administrador y tiene
facultades para representar a la sociedad (la norma dice obrar a nombre de la sociedad). Aunque fueren tres o más
los socios-administradores, no funcionarían como un órgano colegiado, sino actuarían individualmente.

El derecho de oposición que regulan los artículos 1,758 (inc. 1) y 1,763 CC, existe cuando una sociedad
tiene más de un socio-administrador y, en ese caso, basta que uno de los otros socios-admi nistradores se
oponga, para que el otro deba abstenerse de celebrar el acto o contrato objeto de oposición. El artículo
1,763 CC es claro en el sentido de que el derecho de oposición puede ser ejercido por uno de los socios
administradores, para impedir que otro de los socios administradores contraiga una obligación nueva. El
artículo 1,758, inc. 1 CC únicamente señala el derecho de los otros para oponerse, sin aclarar si es suficiente
la oposición de uno de ellos o si se requiere de una mayoría y, por ello, nos inclinamos a afirmar que con
uno solo de los socios-administradores que se oponga en tiempo, es suficiente para impedir la celebración
del acto o contrato de que se trate y debiera impedirlo; pero ese conflicto entre los administradores no
debiera quedar ahí, en la suspensión del acto o contrato, sino debiera poder elevarse al conocimiento de la
Junta de Socios, para que sea este órgano el que resuelva en definitiva.
En el artículo 1,763 CC se prevé el caso de que no obstante la oposición de otro socio-administrador, la
nueva obligación haya sido contraída por el socio-administrador y se reconoce la validez de ésta en
cuanto al acreedor, pero el socio-administrador que contrajo la nueva obligación quedará responsable de los
daños y perjuicios que con ello se puedan causar a la sociedad. En principio, la norma parece justa y correcta;
pero... ¿si el acreedor no actuó de buena fe, pues tenía conocimiento de la oposición? ¿Es posible que los
socios, en junta, ratifiquen o aprueben expresamente el contrato y que con ello se elimine la
responsabilidad del administrador, de acuerdo con el Art. 1,749 CC?
b) Cada socio puede servirse de los bienes puestos en común, empleándolos en su destino natural; sin perjudicar
los intereses de la sociedad, ni impedir que los demás socios usen de igual derecho (Art. 1,758,
inc. 2 CC).

Nos parece que esta norma está totalmente fuera de lugar, pues nada tiene que ver con la
administración de la sociedad y, además, no es sino la copia del artículo 487 CC, relativo al
derecho de uso de los bienes comunes por los comuneros, confundiendo la figura de la persona
jurídica, que tiene un patrimonio propio, con la copropiedad.
c) Igual cosa ocurre con la norma contenida en el inciso 3 del artículo 1,758 CC, que no viene siendo
más que una copia del artículo 488 CC, relativo también a la comunidad de bienes.
Otorgar a uno de los administradores el derecho de obligar a los demás para que concurran a los gastos que exige
la conservación de las cosas de la sociedad (Art. 1,758, inc. 3 CC), es aceptable en el caso de la
copropiedad, en que el patrimonio es de los comuneros, pero contradice los principios que
regulan la personalidad jurídica de la sociedad y la limitación de la obligación de aportar capital a
la misma por parte de los socios, quienes no están obligados a hacer más aportes de capital que
los convenidos en la escritura constitutiva. En efecto, es uno de los derechos de los socios el limitar
su obligación de aportar bienes a la sociedad, sin que se le pueda obligar a aumentar su aporte de
capital, y la norma que comentamos infringe y viola ese derecho de los socios, al permitir que
cualquiera de ellos pueda obligar a los demás a hacer aportes adicionales de capital, bajo la
excusa de la conservación de las cosas de la sociedad.
d) El inciso 4 del artículo 1,758 CC impide a uno de los socios hacer innovaciones en los bienes
inmuebles que dependen (sic) de la sociedad, aun cuando las considere ventajosas a ella, si no consienten
los demás.
Esta norma es otro indebido injerto de la copropiedad y reproduce el artículo 489 CC, al requerir el
acuerdo unánime de los socios para introducir mejoras a los inmuebles de la sociedad. Criticamos
el fondo de la norma, aunque reconocemos que en la copropiedad pudiera justificarse, pero creemos
que carece de pertinencia en la sociedad, en primer lugar, porque ningún socio que no sea el
administrador, puede ejercer funciones de administración, de modo que bajo ninguna circunstancia, un
socio no administrador está facultado para hacer innovaciones a los bienes inmuebles de la
sociedad y, por otra parte, porque el socio administrador está legalmente facultado para introducir
mejoras útiles y necesarias a los inmuebles que administra, sin necesidad de consulta o
consentimiento de los socios y limitar esa atribución del administrador, es inaceptable y constituye
un freno injustificado a su labor.
Por esos motivos, criticamos la inclusión de los incisos 2), 3) y 4) del artículo 1,758 CC, los que no sólo
están totalmente fuera de lugar, sino que confunden la copropiedad con la sociedad y parecen
desconocer el hecho de que la sociedad tiene personalidad jurídica y patrimonio propio.
3) En caso la sociedad tenga administrador o administradores, los socios que no son administradores
carecen de personería para celebrar contratos relativos a bienes de la sociedad, aunque sean muebles (Art.
1,759 CC).
Esta norma nada aclara y nos parece que no se justifica, pues sólo da lugar a confusiones. En efecto,
no creemos que quepa discusión en el sentido de que si una sociedad tiene un órgano de
administración, los socios que no son administradores deben abstenerse de administrar, y ya el inciso
1) del artículo 1,758 CC nos indica que únicamente en caso de que una sociedad carezca de administrador,
cada uno de los socios lo será. Por otra parte, la obligación de los socios no administradores, de
abstenerse de administrar es general y absoluta e incluye todo tipo de actividades administrativas,
tales como la contratación y despido de trabajadores, ver que la contabilidad sea llevada debidamente,
velar porque haya materiales para que las labores no se interrumpan, pagar los impuestos, dar en
arrendamiento bienes, etc., de modo que prohibir a los socios no administradores celebrar contratos
sobre bienes sociales, aunque sean muebles, es un absurdo y una contradicción que no puede tomarse
en serio.
4) Los artículos 1,761 y 1,762 CC expresan que los contratos celebrados por el socio administrador o por el
que estuviera autorizado y las deudas que han beneficiado a la sociedad, aun si fueron contraídas por un
socio que no es administrador, obligan a todos los socios.
Debemos señalar un grave error conceptual en que se incurrió por el legislador, al indicar que tales contratos
son obligatorios para todos los socios (Art. 1,761 CC) y que por tales deudas quedan igualmente obligados todos los
socios (Art. 1,762 CC). Nuevamente el legislador incurre en el error de desconocer que una sociedad forma
una persona jurídica diferente de sus socios, que tiene patrimonio propio y capacidad para celebrar contratos
y contraer obligaciones (Art. 16 CC), de modo que por los contratos y deudas a que se refieren los
artículos comentados, no son los socios los que quedan obligados, sino la sociedad.
Por otra parte, no deja de llamarnos la atención que el artículo 1,761, parecería otorgar validez sólo a los
contratos celebrados por el socio administrador y nos preguntamos si los contratos que en ejercicio de
sus atribuciones y dentro de sus facultades, celebre el administrador que no es socio, también
obligan a la sociedad. En nuestro criterio, no hay duda alguna al respecto, pues tales contratos,
aun si fueron celebrados por un administrador no socio, son obligatorios para la sociedad.
Además, ¿será lógico sostener que todos los contratos que celebre el socio administrador obligan a la sociedad?
¿Es que el socio administrador tiene facultades omnímodas de administración y de disposición? Adelante es-
tudiaremos esta cuestión, pero nos atrevemos a anticipar que las facultades del administrador para obligar a
la sociedad y contratar en nombre suyo, son limitadas y no pueden exceder del objeto o giro ordinario de la
sociedad, de modo que ésta quedaría obligada únicamente por los actos y negocios válidamente celebrados
por el administrador.

5) La administración es indelegable y la parte final del artículo 1,760 CC prohibe al socio administrador poner a otra
persona en su lugar, para que desempeñe los oficios que le tocan en la administración de los negocios
sociales. De allí que la función de administrador y la responsabilidad e imputabilidad por los actos de administración
es personal y corresponde únicamente al administrador.
La doctrina comenta que no obstante esta prohibición de delegar, el administrador de una sociedad está facultado
para otorgar mandatos y el artículo 1,696 CC señala que las personas individuales que representen a una
sociedad, pueden otorgar mandatos especiales pero únicamente en relación a los negocios que son objeto de la
sociedad. Si no existiere disposición en contrario del contrato de sociedad, que limite o condicione la facultad del
administrador de otorgar mandatos especiales a nombre de la sociedad, debe entenderse que éste está facultado
por ley para hacerlo, en la forma y para los fines que señala dicha norma.
Q Órgano de Representación: De conformidad con el artículo 16 CC, la sociedad será representada por la persona u
órgano que designe... la escritura social.
El órgano de representación no es necesariamente el mismo que tiene a su cargo la administración, pues la
función de administración hace referencia a la esfera interna de la sociedad y a las relaciones de los socios entre
sí; en cambio la representación se refiere a la actuación exterma de la sociedad, en sus relaciones con terceros. I4 Así
vemos que, normalmente, en una sociedad anónima, la administración la ejerce el Consejo de Administración o
el Administrador Único, quienes tienen a su cargo la atención de los negocios sociales y el cuidado del patrimonio
social, en tanto que la representación la tiene el Presidente o el Gerente, quienes actúan frente a terceros
ejecutando las resoluciones del Consejo de Administración.
En las sociedades civiles, por la simplicidad de su estructura organizativa y como efecto del intuito personae, lo
normal es que la representación la tenga el administrador, de modo que ambas funciones van unidas. Nuestro
Código Civil no llega a expresarlo con claridad, pero lo insinúa cuando en el artículo 1,758, inciso 1, indica que el
administrador puede obrar a nombre de la sociedad y en el artículo 1,761, otorga validez a los contratos celebrados por el
socio administrador. El obrar en nombre y por cuenta de otro es típico de la representación, de modo que el
vínculo jurídico se establece entre el representado y el tercero y esos dos efectos característicos de la
representación, se reconocen en las normas antes comentadas, pues señalan que el administrador de la
sociedad actúa y obra en nombre de la sociedad y que los contratos que celebra en esa calidad, son obligatorios
para ella.
Quedaría por definir, entonces, qué facultades tiene el administrador de una sociedad en su calidad de
representante de ésta o, en otras palabras, debe determinarse la amplitud de la personería del
administrador. Al estar la representación asignada al órgano de administración, éste estaría facultado para
representar judicialmente a la sociedad, de conformidad con las disposiciones de la Ley del Organismo Judicial y
también para ejecutar los actos y celebrar los contratos que sean del giro ordinario de la sociedad, según su
naturaleza y objeto, de los que de él se deriven y lo que con él se relacionen, como claramente lo establece el artículo 47 C
de C. Nos parece que esta norma refleja perfectamente la función y las facultades de la persona designada
como administrador-representante de una sociedad.
Si el objeto de una sociedad civil es producir y vender café o criar ganado, en una finca de su propiedad, el
administrador podrá realizar todos los actos y celebrar todos los contratos que puedan ser necesarios para ello,
incluyendo la contratación de préstamos de avío y la venta de la cosecha, de las crías y de los animales de desecho.
Pero el administrador de esa sociedad no podrá vender un camión o un tractor de la sociedad, ni vender una
fracción de la finca, si no cuenta con autorización de los socios.
Hemos visto ya que el representante de una sociedad, puede otorgar mandatos especiales, en nombre de ésta, para la
atención de los negocios que son objeto de la sociedad (Art. 1,696 CC), de modo que esa es una atribución legal del
administrador representante.

Para terminar con la representación, procede comentar el artículo 1,735 CC, el que establece que el socio que
contrata en nombre de una sociedad que no tiene personalidad jurídica (sea porque está en trámite o porque
nunca se gestionó la inscripción de la sociedad), queda directamente responsable por los efectos del contrato
celebrado. Nos parece que esta norma requiere un análisis detenido, pues es vaga e imprecisa en lo que se
refiere a la responsabilidad y la situación de los terceros. Dicha norma parece dar validez al contrato así celebrado,
lo que nos parece un acierto, particularmente si el tercero ha actuado de buena fe. Ahora bien, ¿puede el
tercero exigir el cumplimiento del contrato a la sociedad o debe dirigirse al socio contratante? En nuestra opinión, no
podría dirigirse contra la sociedad, pues ésta no tiene personalidad jurídica y, en consecuencia, podría
emplazar al socio contratante, como principal obligado o a los socios de la sociedad, en lo personal.
Debemos recordar que la sociedad puede, una vez obtenga su personalidad jurídica y de conformidad con el
artículo 1,749 CC, ratificar o aprobar lo hecho por el socio contratante, lo cual exoneraría a éste de res-
ponsabilidad ante la sociedad; pero no ante el tercero, quien siempre tendría acción directa.

Disolución
Hemos señalado con anterioridad que el contrato de sociedad puede terminar en forma parcial o total.
Habrá terminación parcial, cuando solamente se destruye uno o alguno de los vínculos y, dada la multilateralidad del
contrato, subsiste éste en relación a los demás y se mantiene la persona jurídica, habrá terminación total, cuando
se extinguen todos los vínculos y muere la persona jurídica.
La disolución parcial o total, ocurre al realizarse alguna de las causales que la provocan, las que pueden
consistir en hechos ajenos a la voluntad de las partes (la muerte o incapacidad de alguno de ellos, la imposibilidad
de continuar realizando su objeto social, la quiebra de uno de los socios, la quiebra fortuita de la sociedad, etc.) o en
actos voluntarios (el vencimiento del plazo de la sociedad, sin prorrogarlo, la quiebra culposa o fraudulenta de la sociedad,
etc.). En nuestra opinión y siguiendo el criterio expuesto en el artículo 238 C de C, toda causal de disolución, parcial o
total, es remediable o subsanable por los socios, de modo que no hay causales fatales o automáticas de disolución
(salvo el vencimiento del plazo de la sociedad, según el artículo 1,770 CC).
Se discute por tratadistas extranjeros, si los socios pueden pactar, en la escritura social, causales de
disolución parcial o total, adicionales a las detalladas en la ley, o si éstas son un numerus clausus. En Guatemala no
debiera existir duda, pues el inciso 9 del artículo 46 del C de N y el inciso 7 del artículo 1,730 CC, señalan como uno de
los requisitos de la escritura social el detallar los casos en que procederá la disolución de la sociedad antes de su
vencimiento, de modo que legalmente se reconoce que los socios pueden estipular causales convencionales
de disolución, en la escritura social.
a) Disolución parcial: Existen dos tipos de disolución parcial de una sociedad: la exclusión de un socio, que permite a la
sociedad romper el vínculo jurídico que la une con dicho socio; y la separación, que ocurre cuando es el socio
quien termina y rompe dicho vínculo con la sociedad. En ambos casos, el contrato de sociedad subsiste entre
los demás socios, pues la sociedad no se disuelve y su personalidad jurídica se mantiene (salvo que la
sociedad únicamente tuviere dos socios, pues no podría subsistir una sociedad de una sola persona).
i) Exclusión: Nuestro Código Civil regula, por una parte, la rescisión parcial del contrato, detallando en el artículo 1,766, las
causales de exclusión de un socio, las que, como ya hemos visto, tienen en común ser el resultado del incumplimiento
grave o violación de las obligaciones de un socio hacia la sociedad. Por ello,nos referimos a lo que en ese sentido
hemos indicado en la parte relativa a Obligaciones de los Socios y, particularmente, a la obligación de lealtad y
fidelidad.
También prevé el artículo 1,769 CC que en los casos de disolución detallados en los incisos 4, 5, 6 y 7 del artículo
1,768 CC, voluntad de los restantes socios (siempre que sean más de dos), o si así fue pactado en la escritura, las
siguientes causales de terminación o disolución total, se conviertan en causales de exclusión o separación de un
socio, de modo que la sociedad continúa con ellos: I) la muerte de uno de los socios, si el contrato no contiene pacto
expreso para que continúen los herederos del socio fallecido (Arts. 1,772 y 1,773 CC); II) la interdicción judicial de uno
de los socios o si, por cualquier otra causa, se le priva de la administración de sus bienes; IQ) la quiebra de uno de los
socios; y IV) la voluntad de uno de ellos.
De las indicadas causales, sólo la muerte de un socio y la interdicción judicial de uno de los socios, requieren de
un comentario especial. Con anterioridad, al tratar de los derechos de los socios, comentamos la renuncia o
manifestación de voluntad de un solo socio como causal de separación y nos referimos a lo allí indicado.
Al ocurrir la muerte de uno de los socios, se pueden plantear dos situaciones: que el contrato social haya
previsto el ingreso de sus herederos o que, a falta de tal pacto, el fallecimiento del socio provoque la disolución
parcial (o total) de la sociedad.
En el primero de los casos, los herederos del socio fallecido ingresarán en su lugar a la sociedad, estando los socios
sobrevivientes obligados a aceptarlos como tales, siempre que aquellos manifiesten de consuno (es decir,
unánimemente), su deseo de ingresar a la sociedad (Art. 1,772 CC). Diez Picazo y Gullón,15 señalan que ese pacto puede
considerarse como una estipulación en provecho de tercero o como una disposición negocial que permita una
posible transmisión mortis causa de un derecho naturalmente intransmisible, y señalan que si se tratare de una
estipulación en provecho de tercero, sería necesario identificar al tercero, lo que resultaría un pacto sobre herencia futura,
que sería inválido de conformidad con el artículo 1,539 CC. En cambio, la segunda alternativa es jurídicamente inobjetable,
quedando los restantes socios obligados a recibir a los herederos (o legatarios) del causante, determinados en
su proceso sucesorio.
Si la escritura social no contiene pacto de continuación con los herederos o si habiéndolo, éstos no aceptan ingresar, nos
encontraríamos ante una situación de exclusión provocada por el fallecimiento del socio y debe procederse a
liquidar la parte del causante a la fecha de su muerte, y ésta no se afectará por los resultados (utilidades o
pérdidas) obtenidos con posterioridad a esa fecha, salvo que éstos sean consecuencia necesaria de operaciones
realizadas antes de la muerte del socio (Art. 1,773 CC).
En cuanto a la declaración judicial de interdicción de un socio o de cualquier otra causa que le prive de la
administración de sus bienes, compartimos con muchos autores la duda de la justicia de esa causal, pues al
producirse la declaratoria de interdicción, ausencia o muerte presunta (que son los tres únicos casos que se nos
ocurren), se designaría un tutor, guardador o administrador de los bienes del socio y no existiría motivo que
obligara a un cambio en la estructura de la sociedad. El socio seguiría siendo el incapaz, ausente o presuntamente
muerto, aunque actuaría por medio de su representante. Diez Picazo y Gullón16 justifican la norma, señalando que
por la interdicción, incapacidad o muerte presunta, se produce una alteración sobrevenida de las circunstancias
o de la base subjetiva del negocio que, dado el carácter de 'intuitu personae' de éste, debe permitir la
disolución y que, en todo caso, las causales de exclusión no determinan una extinción automática y sólo son
causas que permiten a los demás socios o a cualquiera de ellos, demandar la disolución. En nuestra opinión,
no puede justificarse la exclusión de un socio en cualquiera de los casos incluidos en esta causal, ya que en la
práctica, toda liquidación (aunque sea parcial), resulta en una pérdida económica para el o los socios, por lo que
la disolución parcial afectaría los intereses del afectado, los que por su situación especial, merecen una diligente
protección. El hecho de que un socio deba actuar por medio de su representante, no provoca riesgo alguno a la
continuidad de las operaciones de la sociedad, pues si el socio interdicto, ausente o presuntamente muerto hubiere sido
administrador, su representante no asumiría tales funciones (Ver Art. 1,760 CC).

En caso la interdicción o incapacidad afecte a un socio industrial, sí nos parece procedente la disolución de la sociedad,
salvo que los demás socios no dispongan continuar la sociedad.
Tal como señalamos con anterioridad, la exclusión de un socio puede ser planteada judicialmente por la sociedad,
actuando por medio de su representante y en virtud de resolución tomada por los restantes socios.
ii) Separación: En el artículo 1,775, nuestro Código Civil parece regular la separación de un socio, como causal de disolución
total. Dice dicha norma que en toda sociedad celebrada por tiempo determinado, ningún socio puede pedir la
disolución antes del vencimiento del plazo, a menos que concurran motivos justos, como serían que otro de los
socios falte a sus deberes, que el socio que se separa padezca de enfermedad que le inhabilita para los
negocios o si han sobrevenido otras causas cuya gravedad y legitimidad se dejan al arbitrio del juez.
La norma glosada merece un comentario crítico:
La separación de un socio debe provocar la disolución parcial (no total) de la sociedad, extinguiendo a voluntad suya y
por causal justa, el vínculo que le une a la sociedad y la norma debiera ser clara en ese sentido. Tal como está
redactada, parecería que la separación de un socio sea una causal adicional de disolución total.
El incumplimiento de un socio en el desempeño de sus obligaciones hacia la sociedad, la enfermedad del socio
renunciante que le impida realizar sus labores en la sociedad, la no exclusión del socio que ha cometido alguna
de las faltas detalladas en el artículo 1,766 CC y otros motivos similares, justifican que uno de los socios plantee su
separación de la sociedad, rompiendo así su vínculo y provocando la necesidad de que se liquide su parte en la
sociedad.
El derecho de separación puede ejercerse extrajudicialmente por el socio que desee retirarse o puede también
plantearse judicialmente en contra de la sociedad, en la vía ordinaria, correspondiendo al demandante probar la
causal grave y legítima en que se apoya su pretensión.
iii) Efectos de la exclusión y de la separación de un socio: En primer lugar, debe procederse a la liquidación de la parte que
corresponde al socio excluido o que se ha separado, y para el efecto es procedente por analogía seguir el criterio que
señala el artículo 1,773 CC, en relación a la liquidación de la parte del socio fallecido, si sus herederos no ingresan a la
sociedad. Sin embargo, dicha liquidación debe hacerse sobre valores reales y actuales, tanto de activos como pasivos y no
necesariamente con los valores que muestra la contabilidad. Recordemos que muchos activos están sujetos a
depreciación y que la contabilidad normalmente no refleja su valor comercial, por lo que es usual que tengan, en
libros, valores que resultan ridículos frente a su valor actual. La devaluación de nuestra moneda y la inflación que estamos
sufriendo, hacen necesario que a la hora de liquidar la parte de un socio que se retira o es excluido, tales valores,
tanto de activos como de pasivos, sean actualizados, para poder hacer una justa y equitativa liquidación de la parte del
socio excluido o separado.
Por otra parte, al concluirse el proceso de liquidación de la parte que corresponde al socio afectado, debe I)
pagársele el valor de su cuota de liquidación y II) modificar la escritura social, para formalizar el retiro del socio, con sus
implicaciones.
Para finalizar esta parte, debemos señalar que para que pueda ejercerse por un socio el derecho de separación,
o para que la sociedad pueda excluir a un socio, debe existir una causal válida, prevista en la ley o en la escritura social.
Ni uno ni la otra pueden provocar la disolución parcial de la sociedad en forma discrecional y caprichosa.
b) Disolución total: La disolución total provoca la muerte de la persona jurídica y la terminación del contrato de sociedad, en
cuanto a todos los socios.
El artículo 1,768 CC, detalla las causales legales de disolución total del contrato de sociedad:

1) Por concluirse el tiempo convenido para su duración, por acabarse la empresa o el negocio que fue objeto de la
sociedad o por haberse vuelto imposible su consecución (Inc. 1).
La primera situación (vencimiento del plazo) implica que los socios no tomaron o no quisieron tomar las previsiones
necesarias para prorrogarlo, de conformidad con lo que dispone el artículo 1,770 CC. El vencimiento del plazo es, en
nuestra opinión, la única causal automática de disolución total, pues no requiere de acto alguno por parte de los socios y
opera por el solo transcurso del tiempo, pues el Código Civil no contempla la prórroga extemporánea del plazo de la sociedad. El
Código de Comercio (Art. 25), permite que los socios prorroguen el plazo de una sociedad, aún después de que éste ha
vencido, siempre que todos consientan a la misma; pero existirá responsabilidad personal de los socios como si se
tratare de una sociedad irregular, por las operaciones realizadas en el ínterin.
El agotarse la empresa o el negocio que fue objeto de la sociedad, implica igualmente la terminación del plazo de la
misma, de conformidad con lo que dispone el artículo 1,731 CC; pero no opera automáticamente, sino requiere de
una declaración o expresión de sus socios que reconoce esa situación y, por lo tanto, puede subsanarse mediante
un acuerdo para modificar o ampliar el objeto de la sociedad, refiriéndolo a otras actividades.
La imposibilidad sobreviniente de realizar el objeto de la sociedad, no plantea mayores problemas, pues cuando se
constituyó la sociedad, tenía un objeto lícito y posible; pero por circunstancias imprevisibles y con el devenir del tiempo,
dicho objeto se ha vuelto ilícito o imposible. El único comentario que deseamos formular es que, al igual que en el caso
anterior, los socios deben declarar o reconocer la existencia de esa causal de disolución y pueden, por lo tanto,
modificar el objeto de la sociedad y subsanar la causal de disolución.
2) La pérdida de más del cincuenta por ciento (50%) del capital, a menos que el contrato señale un porcentaje menor
(Inc. 2).

Hemos visto con anterioridad, que el capital constituye una unidad de garantía para los acreedores de la sociedad,
de modo que para evitar los riesgos derivados de la reducción substancial de dicha unidad de garantía, la ley establece
esta causal de disolución.
Por supuesto, se trata de una causal que debe ser considerada por los socios y que es remediable, sea mediante la
reposición del capital perdido por parte de ellos o mediante el aumento o reducción del capital.
3) La quiebra de la sociedad (Inc. 3).
La situación de insolvencia de la sociedad, necesariamente provoca la disolución total, pues su patrimonio
íntegro pasa a control de sus acreedores en pago de sus acreedurías.
Para que se realice esta causal de disolución, es necesario que un tribunal haya emitido una resolución que declare la
quiebra de la sociedad, con todas sus consecuencias, y no es suficiente que se haya iniciado el proceso de concurso o de
quiebra, por lo que esta causal es subsanable durante el proceso judicial, sea mediante la celebración de un convenio
de cesión de bienes con los acreedores, o si los socios asumen el pago de las acreedurías que están en
descubierto, en cumplimiento de su obligación de responder personalmente por las obligaciones sociales en caso
de insolvencia (Art. 1,742 CC).
4) Acuerdo de los socios.
El Código Civil no contempla esta causal de disolución total, en el artículo 1,768, pero es innegable que si la sociedad nace de
un contrato, los socios pueden terminarla de común acuerdo, en igual forma como la constituyeron.
5) Otras causales.
El artículo 1,771 CC señala como causal de disolución total, la pérdida de la cosa aportada por un socio, antes
de su entrega a la sociedad, siempre que la importancia de dicha aportación es tal que equivale al objeto
fundamental de la sociedad. Con anterioridad, hemos ya comentado esta situación y nos referimos a lo allí
expuesto.
Recordemos que los socios, en la escritura social, son libres de pactar causales especiales de disolución de la
sociedad, de conformidad con los artículos 46, inciso 9 C de N y 1,730, inc. 7 CC.
Las causales generales que producen la extinción de los contratos, tales como la nulidad, la simulación, el
acaecimiento de la condición resolutoria a que se hubiere sujetado el contrato, etc., también provocan la
disolución total de la sociedad, aunque no estén detalladas en el artículo 1,768 CC.
Finalmente, la muerte, la interdicción, la pérdida de administración de sus bienes o la quiebra de un socio o la
denuncia del contrato, son previstos como causales de disolución total de la sociedad, en los incisos 4 al 7 del
artículo 1,768 CC, pero como lo señala el Art. 1,769 CC y lo hemos comentado antes, tales causales son
remediables mediante pacto en contrario en el contrato social o por acuerdo de los restantes socios (siempre que
sean más de dos), para convertirlas en casos de disolución parcial. Al tratar de la disolución parcial de la sociedad,
hemos ya comentado estas normas y nos referimos a lo allí expuesto.
c) Declaratoria de disolución: En virtud de que las causales de disolución total son remediables (excepción hecha del
vencimiento del plazo), se hace necesario que al ocurrir alguna de tales causales, los administradores lo pongan
en conocimiento inmediato de los socios, a fin de que éstos tomen de común acuerdo las resoluciones del caso,
sea subsanando la causal de disolución (lo que implica que la sociedad continúa con una escritura social
modificada) o declarando la disolución.
El acuerdo de los socios que declara la disolución, es irreversible, debe formalizarse en un convenio de disolución y da
inicio al proceso de liquidación de la sociedad.

Liquidación
La declaratoria de disolución de la sociedad no provoca la extinción inmedia-ta del contrato, sino únicamente
constituye el inicio del período de liquidación de la sociedad, el que tiene por fin y objeto único convertir en dinero
todos los activos sociales, para así poder limpiar el patrimonio de la sociedad, mediante el pago de todas las
acreedurías a cargo de ella y devolver a los socios, cualesquiera sobrantes.

El proceso de liquidación se rige por las siguientes normas:


a) La designación del liquidador o liquidadores, que son las personas encargadas de realizar esos actos. Ellos pueden haber
sido designados en la escritura social o pueden serlo, por los socios, de común acuerdo, al acordar la disolución. Si
los socios no se pusieren de acuerdo en la designación del liquidador o liquidadores, el nombramiento lo
hará el juez, a solicitud de cualquiera de aquéllos (Art. 1,778 CC).
b) El artículo 1,779 CC atribuye al liquidador la calidad de mandatario, obligado a desempeñar su cargo de acuerdo con
las reglas que se le hayan fijado en el acuerdo de disolución o la resolución judicial y a prestar garantía, si ha sido
nombrado judicialmente y lo pide alguno de los socios o si lo solicitan acreedores que representen más del 25% del
pasivo de la sociedad. El atribuir al liquidador la calidad de mandatario es un resabio de la doctrina, ya superada,
que otorgaba esa calidad a los administradores de la sociedad.
c) En nuestra opinión, el liquidador es un órgano de la sociedad, que tiene la administración y la facultad de disponer
del patrimonio de la sociedad disuelta y la representa legalmente en todo lo relativo al proceso de liquidación. Sus
funciones son las mismas que tiene el administrador de la sociedad, pero limitadas al proceso de liquidación, de
modo que tiene la representación legal de la sociedad, pero sólo para el cobro de lo que se le debe, para la defensa del
patrimonio de la sociedad y para la realización de los bienes sociales. Las funciones del liquidador se detallarán
en el convenio de disolución y, además, por disposición de ley tiene las que señalan los artículos 1,777,
1,785 y 1,786 CC.

d) La sociedad conserva su personalidad jurídica, durante el período de liquida ción, pero su capacidad se ve
limitada a la realización de los actos y la celebración de los contratos necesarios para la liquidación
(Art. 1,777 CC). El liquidador no puede emprender nuevas operaciones, sino únicamente
terminar las que estuvieren en curso.
e) A la razón social de la sociedad, debe agregársele las palabras en liquidación, a fin de que los terceros
sepan que se encuentra en esa situación.
f) Los administradores cesan en sus cargos y entregan por inventario el patrimonio social al
liquidador, a quien corresponderá continuar y concluir las operaciones pendientes y quien no podrá
iniciar nuevos negocios, ni operaciones, ni podrá gravar los bienes sociales, ni tomar dinero a
préstamo, ni transigir sobre derechos de la sociedad, ni someter asuntos a arbitraje, a
menos que obtenga autorización judicial (Arts. 1,786, incs. 1 y 2 y 1,785 CC).
g) La liquidación puede encargarse a más de un liquidador, en cuyo caso los liquidadores deberán
proceder conjuntamente y son solidariamente responsables de su gestión. En caso de
discrepancia de pareceres, el asunto deberá someterse a los socios y, en defecto de éstos, a un juez (Art.
1,780 CC).
h) Los socios pueden efectuar por sí mismos la liquidación y no designar a un liquidador o liquidadores,
pero tendrán la calidad y la responsabilidad solidaria de liquidadores conjuntos y deberán regirse
por las normas que el Código Civil les señala (Art. 1,788 CC). Igualmente, la liquidación puede ser
encargada a los administradores (Art. 1,786 CC, parte final).
i) El período de liquidación no debe durar más de seis meses, pero si dicho plazo resultara insuficiente,
cualquiera de los socios o de los acreedores podrá pedir a un juez que fije al liquidador un período
adicional para el efecto (Art. 1,781 CC).
j) Con el producto de la venta de los bienes de la sociedad y el cobro de los créditos a favor de ella, el
liquidador debe cubrir las acreedurías a cargo de la sociedad, siguiendo el siguiente orden (Art. 1,782 CC):

i) Gastos de liquidación, incluyendo los honorarios del liquidador;


ii) Pasivos (deudas) a cargo de la sociedad, incluyéndose todas las obligaciones a cargo de ésta que sean líquidas,
aunque no sean todavía exigibles;
iii) Reembolso de los aportes de los socios capitalistas, y
iv) Distribución de las utilidades retenidas y de cualquier otro remanente entre los socios, de acuerdo a su participación
en aquéllas.
k) El liquidador o la comisión liquidadora debe presentar su informe a los socios, detallando todo el movimiento de
ingresos y gastos del proceso de liquidación y rindiendo cuenta de su gestión (Art. 1,786, incs. 7 y 8 CC). Si los
liquidadores fueren los propios administradores, pueden rendir cuentas de administración, simultáneamente
con las de la liquidación (Art. 1,786 CC parte final).
1) Cubiertos todos los pasivos detallados en los incisos 1) y 2) del artículo 1,782 CC y simultáneamente con el reembolso
de los aportes de los socios y el pago de la cuota de liquidación o después de ello, se deberá otorgar por los socios la
escritura de disolución y liquidación de la sociedad, la que deberá inscribirse en el Registro Civil para los efectos de
cancelar la inscripción de la sociedad y terminar su personalidad jurídica.
m) A falta de disposición especial en el acuerdo de liquidación o en el Código Civil, se aplicará a la liquidación de la
sociedad, las normas que rigen la partición de la herencia (Arts. 1,085 y 1,784 CC).
n) La disolución de la sociedad provoca automáticamente y de pleno derecho, la terminación de todos los
mandatos que ésta hubiere otorgado, de conformidad con lo que dispone el artículo 1,717, inc. 7, CC.

También podría gustarte