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Unidad VI.

Ejercicios:
Lee con atención este cuento de Abelardo Castillo que se titula: “El hacha pequeña de los indios”
Después, ella hizo un alocado paso de baile y una reverencia y agregó que por eso ésta era una
noche especial, mientras él, incrédulo, la miraba con los ojos llenos de perplejidad (o de algo
parecido a la perplejidad, que también se parecía un poco a la locura), pero la muchacha sólo
reparó en su asombro porque él había sonreído de inmediato y cuando ella le preguntó qué era lo
que había estado a punto de decirle, el hombre alcanzó a murmurar nada amor mío, nada, y se
rió, y siguió riéndose como si aquello ya no tuviese importancia puesto que estaba loco de
alegría, como si realmente se hubiera vuelto loco de alegría. Por eso, cuando ella fue hacia el
dormitorio y agregó no tardes, el hombre dijo que no. Voy en seguida, dijo. Pero se quedó
mirando el hacha que colgaba junto al aparador de cedro, nueva todavía, sin usar, porque esas
cosas son en realidad adornos o poco menos que se regalan en los casamientos pero que nadie
utiliza y quedan colgadas ahí, como ésta, en el mismo sitio desde hace un año, haciéndole
recordar cada vez que la miraba (de un lado el filo; del otro, una especie de maza, con puntas,
para macerar carne) viejas historias de indios cuando él era Ojo de Halcón y mataba al traidor o
al lobo empuñando un hacha parecida a ésta. Sólo que aquélla era de palo y ésa estaba ahí, de
metal brillante, frente al hombre que ahora, al levantarse y cruzar la habitación, evocó la primera
noche que cruzó esta habitación igual que ahora, el día que se casaron pese al gesto ambiguo de
los amigos, pese a las palabras del médico, la noche un poco casual en que se encontraron
casados y mirándose con sorpresa, riéndose de sus propias caras, después de aquel noviazgo o
juego junto al mar en el que hasta hubo una gitana y fuegos artificiales y un viejo napolitano que
cantaba romanzas, fin de semana o sueño que él recordaba desde el fondo de un país de agua
como una sola y larga madrugada verde, como estar desnudo y algo ebrio sobre una arena lunar,
de tan limpia, como un gusto a ola o a piel mojada pero sobre todo como un jirón de música de
acordeón y la voz del viejito napolitano en alguna cantina junto a los malecones, vértigo que se
consumó en dos días porque la muchacha era hermosa –linda como una estampa de la Virgen,
dijo mamá al verla, te hará feliz, y también lo había dicho la gitana, que sin embargo bajó los
ojos y no aceptó el dinero, y de pronto estaban riéndose y casados, pese al gesto cortado de algún
amigo al saludarla, pese a que ella quería tener un hijo y a la gitana que decía la buenaventura
entre los fuegos artificiales, pese al espermograma y al dictamen médico y a que cada vez que la
veía mirar a un chico, cada vez que la veía acariciarles la cabeza y jugar atolondradamente con
ellos como una pequeña hermana mayor de ojos alocados y manos como pájaros, pensaba estoy
haciendo una porquería y sentía vergüenza, y asco, un asco parecido al que lo mareaba ahora, en
el momento de descolgar el hacha pequeña, mientras la sopesaba lo mismo que sopesó durante
un año entero la idea de contárselo todo, de contarle que al casarse con ella él le había matado de
algún modo y para siempre un muchachito rubio, un chiquilín tropezante que jamás podría andar
cayéndose, levantándose, dejando sus juguetes por la casa: hasta que al fin esta misma tarde él
decidió contárselo todo porque supo secretamente que ella, la muchacha de ojos alocados y
manos como pájaros, la perra, entendería. Y llegó a la casa pensando en el tono con que
pronunciaría sus primeras palabras esa noche (tengo que decirte algo), el tono intrascendente o
ingenuo que tienen siempre las grandes revelaciones. Por eso el hombre estaba cruzando ahora la
habitación y empuñaba el hacha pequeña de los indios que le recordaba historias de matar al
cacique o al lobo, o a la grandísima perra que esta noche, antes de que él hablara, dijo que tenía
algo que decirle: algo que ella había dicho con el tono intrascendente e ingenuo de las grandes
revelaciones. “Vamos a tener un hijo”, había dicho. Simplemente. Después, hizo un paso de baile
y una reverencia. (Castillo, 1997 P. 239-240)

En los siguientes recuadros delimita el inicio, desarrollo, clímax y final del cuento
Inicio
Después, ella hizo un alocado paso de baile y una reverencia y agregó que por eso ésta
era una noche especial, mientras él, incrédulo, la miraba con los ojos llenos de
perplejidad (o de algo parecido a la perplejidad, que también se parecía un poco a la
locura), pero la muchacha sólo reparó en su asombro porque él había sonreído de
inmediato y cuando ella le preguntó qué era lo que había estado a punto de decirle, el
hombre alcanzó a murmurar nada amor mío, nada, y se rió, y siguió riéndose como si
aquello ya no tuviese importancia puesto que estaba loco de alegría, como si realmente
se hubiera vuelto loco de alegría.

Desarrollo
Por eso, cuando ella fue hacia el dormitorio y agregó no tardes, el hombre dijo que no.
Voy en seguida, dijo. Pero se quedó mirando el hacha que colgaba junto al aparador de
cedro, nueva todavía, sin usar, porque esas cosas son en realidad adornos o poco menos
que se regalan en los casamientos pero que nadie utiliza y quedan colgadas ahí, como
ésta, en el mismo sitio desde hace un año, haciéndole recordar cada vez que la miraba (de
un lado el filo; del otro, una especie de maza, con puntas, para macerar carne) viejas
historias de indios cuando él era Ojo de Halcón y mataba al traidor o al lobo empuñando
un hacha parecida a ésta. Sólo que aquélla era de palo y ésa estaba ahí, de metal brillante,
frente al hombre que ahora, al levantarse y cruzar la habitación, evocó la primera noche
que cruzó esta habitación igual que ahora, el día que se casaron pese al gesto ambiguo de
los amigos, pese a las palabras del médico, la noche un poco casual en que se
encontraron casados y mirándose con sorpresa, riéndose de sus propias caras, después de
aquel noviazgo o juego junto al mar en el que hasta hubo una gitana y fuegos artificiales
y un viejo napolitano que cantaba romanzas, fin de semana o sueño que él recordaba
desde el fondo de un país de agua como una sola y larga madrugada verde, como estar
desnudo y algo ebrio sobre una arena lunar, de tan limpia, como un gusto a ola o a piel
mojada pero sobre todo como un jirón de música de acordeón y la voz del viejito
napolitano en alguna cantina junto a los malecones, vértigo que se consumó en dos días
porque la muchacha era hermosa –linda como una estampa de la Virgen, dijo mamá al
verla, te hará feliz, y también lo había dicho la gitana, que sin embargo bajó los ojos y no
aceptó el dinero, y de pronto estaban riéndose y casados, pese al gesto cortado de algún
amigo al saludarla, pese a que ella quería tener un hijo y a la gitana que decía la
buenaventura entre los fuegos artificiales, pese al espermograma y al dictamen médico y
a que cada vez que la veía mirar a un chico, cada vez que la veía acariciarles la cabeza y
jugar atolondradamente con ellos como una pequeña hermana mayor de ojos alocados y
manos como pájaros, pensaba estoy haciendo una porquería y sentía vergüenza, y asco,
un asco parecido al que lo mareaba ahora, en el momento de descolgar el hacha pequeña,
mientras la sopesaba lo mismo que sopesó durante un año entero la idea de contárselo
todo, de contarle que al casarse con ella él le había matado de algún modo y para siempre
un muchachito rubio, un chiquilín tropezante que jamás podría andar cayéndose,
levantándose, dejando sus juguetes por la casa: hasta que al fin esta misma tarde él
decidió contárselo todo porque supo secretamente que ella, la muchacha de ojos alocados
y manos como pájaros, la perra, entendería.

Clímax
Y llegó a la casa pensando en el tono con que pronunciaría sus primeras palabras esa
noche (tengo que decirte algo), el tono intrascendente o ingenuo que tienen siempre las
grandes revelaciones. Por eso el hombre estaba cruzando ahora la habitación y
empuñaba el hacha pequeña de los indios que le recordaba historias de matar al cacique
o al lobo, o a la grandísima perra que esta noche, antes de que él hablara, dijo que tenía
algo que decirle: algo que ella había dicho con el tono intrascendente e ingenuo de las
grandes revelaciones.

Cierre
“Vamos a tener un hijo”, había dicho. Simplemente. Después, hizo un paso de baile y
una reverencia.
Después, ella hizo un alocado paso de baile y una reverencia y agregó que por eso ésta
era una noche especial, mientras él, incrédulo, la miraba con los ojos llenos de
perplejidad (o de algo parecido a la perplejidad, que también se parecía un poco a la
locura), pero la muchacha sólo reparó en su asombro porque él había sonreído de
inmediato y cuando ella le preguntó qué era lo que había estado a punto de decirle, el
hombre alcanzó a murmurar nada amor mío, nada, y se rió, y siguió riéndose como si
aquello ya no tuviese importancia puesto que estaba loco de alegría, como si realmente
se hubiera vuelto loco de alegría.

¿Qué puedes decir del final, es abierto o cerrado? Justifica tu selección.


Cerrado.

Escribe una historia de no más de 400 palabras donde pueda visualizarse cada una de las partes
del cuento (Inicio, desarrollo, clímax y cierre)
Lalo se infla

Lalo era un pez globo, muy pero muy tímido. Cada vez que se asustaba se inflaba como una
pelota. Cuando esto ocurría, algunos animales se burlaban y otros huían. Por eso, Lalo no
tenía amigos. De pronto, se escuchó una voz de alarma y todos comenzaron a correr en
distintas direcciones. Lalo no entendía nada. Salió de su cueva con cautela, y al hacerlo se vio
cara a cara con unos filosos dientes. Estaba frente a un temible tiburón gris. Lalo se infló cómo
nunca lo había hecho. Y el feroz tiburón salió esperando. Los animales dieron vivas, aplaudieron
y Felicitaron al pececito, que estaba rebosante de alegría. El tímido cara de globo salvó a todos
del peligro. Desde ese día, Lalo ha hecho muchos amigos y está orgulloso de Ser in pez globo.

Inicio
Lalo era un pez globo, muy pero muy tímido. Cada vez que se asustaba se inflaba como una
pelota. Cuando esto ocurría, algunos animales se burlaban y otros huían. Por eso, Lalo no tenía
amigos.
Desarrollo
De pronto, se escuchó una voz de alarma y todos comenzaron a correr en distintas direcciones.
Lalo no entendía nada. Salió de su cueva con cautela, y al hacerlo se vio cara a cara con unos
filosos dientes. Estaba frente a un temible tiburón gris.
Clímax

Lalo se infló cómo nunca lo había hecho. Y el feroz tiburón salió esperando. Los animales dieron
vivas, aplaudieron y felicitaron al pececito, que estaba rebosante de alegría. El tímido cara de
globo salvó a todos del peligro.
Cierre
Desde ese día, Lalo ha hecho muchos amigos y está orgulloso de ser in pez globo.

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