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Palabra de
Dios
DOMINGO XIV
DEL TIEMPO ORDINARIO
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Queridos hermanos: invitados a esta celebración de la fe, dejemos que el Señor nos renueve su llamada, como
al profeta y obedientes como Jesús, asumamos nuestro compromiso de ofrecer a todos el regalo de lo que Dios
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nos otorga con bondad y amor. (de pie)
El apóstol san Pablo es llamado por Dios para anunciar a todos la Buena Nueva de la salvación de
Cristo, aun así san Pablo no olvida su propia pequeñez y sus debilidades. Escuchemos.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 7b-10
Hermanos: Para que no tenga soberbia, me han clavado una espina en la carne: un ángel de Satanás que me abofetea,
para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: «Te basta mi gracia; la fuerza
se manifiesta en la debilidad».
Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en
medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque,
cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
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En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó
a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: —«¿De dónde saca todo eso?
¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero,
el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros
aquí?».
Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía: —«No desprecian a un profeta más que en su tierra,
entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó
de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Comentario Biblico
Cuando la fama de Jesucristo había crecido por su enseñanza y milagros. Volvió un día a su lugar de
origen, Nazaret, y como de costumbre se puso a enseñar en la sinagoga. Pero esta vez no suscitó
ningún entusiasmo, ningún ¡hosanna! Más que escuchar lo que decían y como lo juzgaban; según
ellos se pusieron hacer consideraciones ajenas: “¿De dónde ha sacado esta sabiduría? Si no ha
estudiado; le conocemos bien; es el carpintero, ¡el hijo de María!”. “Y se escandalizaban de Él”, o sea,
encontraban excusas para no creerle, en el hecho de que le conocían bien.
Jesús comentó: “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio”.
Esta frase es típica en la forma abreviada: “nadie es profeta en su tierra”; pero esto es sólo una
curiosidad.
El pasaje evangélico nos lanza también una advertencia implícita que podemos resumir así: ¡atentos
a no cometer el mismo error que cometieron los nazarenos! En cierto sentido, Jesús vuelve a su patria
cada vez que su Evangelio, es anunciado a los fieles cristianos.
También el episodio del Evangelio de Marcos, nos enseña algo importante. Que Jesús respeta nuestra
libertad y no impone su enseñanza.
Aquel día, ante el rechazo de sus paisanos, Jesús no cedió a las amenazas y agresiones.
Sencillamente se marchó a otro lugar. Una vez Jesucristo no fue recibido en cierto pueblo; los
discípulos indignados le propusieron hacer bajar fuego del cielo, pero Jesús se volvió y les reprendió
(Lc. 9, 54).
Así actúa también hoy el Señor con su pueblo, es un “Dios compresivo”. Tiene mucho más respeto de
nuestra libertad, que la que tenemos nosotros mismos, los unos con los otros. Esto nos origina una
gran responsabilidad. San Agustín decía: “Tengo miedo de que Jesús pase”. Podría, suceder en efecto
de que Jesús, pase, venga a mi vida sin que me percate, sin que yo esté dispuesto acogerlo.
El paso del Señor es siempre un paso de gracia. Marcos dice sintéticamente que, habiendo llegado a
Nazaret el sábado, Jesús “se puso a enseñar en la sinagoga”. Pero el Evangelio de Lucas nos refiere
también que enseñó aquel sábado.
Dijo que había venido “para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los
cautivos y la vista a los ciegos; para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del
Señor” (Lucas 4,18-19). Lo que Jesús proclamaba en la sinagoga de Nazaret era, por lo tanto, el primer
jubileo cristiano de la historia, el primer gran “año de gracia”.
No ser reconocido como profeta en su tierra para Jesucristo, no significo dejar de serlo. No ser
reconocida la voz profética de la Iglesia, como la voz legitima de Cristo, no quiere decir que no lo sea.