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ADMINISTRACIÓN PARROQUIAL

El ABC
El término administrador en su sentido general significa una persona que
administra algunos asuntos comunes, por un período de tiempo corto o largo,
no en su propio nombre o en virtud de la jurisdicción ordinaria inherente a
cierto oficio, sino en el nombre y por la autoridad de un oficial superior, el
cual lo delega. En este sentido, a veces se les clasifica como administradores
a vicarios, prefectos apostólicos, vicarios capitulares e incluso vicarios
generales. En el sentido más estricto, sin embargo, los escritores modernos
aplican este término a una persona, usualmente un clérigo, pero raramente
un laico, al que se les confía, mediante un nombramiento papal o episcopal
especial, la administración provisional de ciertos asuntos eclesiásticos.
Aunque en sí mismo es delegado, el poder de un administrador puede ser cuasi
ordinario con el derecho a subdelegar. Su alcance depende totalmente del
contenido de su comisión. Su jurisdicción se puede extender sólo a
temporalidades, o a asuntos espirituales exclusivamente, o puede abarcarlos a
los dos. Hay tres clases de administradores que merecen mención especial: (1)
administradores de diócesis; (2) administradores de parroquias; (3)
administradores de instituciones eclesiásticas.
Administradores de Diócesis
Puesto que estos administradores son nombrados solo por la Sede Apostólica,
el título de administrador apostólico aplica principalmente
a clérigos, obispos o sacerdotes que son designados directamente por la Santa
Sede, con jurisdicción episcopal para administrar los asuntos temporales,
espirituales, o ambos, de una diócesis. Su poder es casi igual al de los vicarios
y prefectos apostólicos. Un pro Vicario, de hecho, es simplemente un
administrador apostólico. A menos que se establezca de otro modo en
el breve del nombramiento, el administrador apostólico tiene jurisdicción
episcopal completa, aunque en su ejercicio está obligado por las
mismas leyes que el obispo mismo. Así, por ejemplo, en algunos países, el
administrador de la diócesis está obligado a tomar consejo o recibir
el consentimiento de los consultores diocesanos, de la misma manera que el
obispo (III Pl. C. Balt., n. 22). En caso de su muerte, el administrador
apostólico puede designar su sucesor por adelantado. Su sostenimiento debe
venir de la diócesis que administra, a menos que se establezca de otro modo.
Mientras que la jurisdicción del administrador apostólico es similar a la
del obispo, aun así sus derechos honorarios están limitados grandemente. Aun
si tiene órdenes episcopales, él no puede usar el trono, ni la séptima vela,
ni diáconos honorarios, aunque sí tiene derecho al báculo. Su nombre no se
menciona en el canon ni se conmemora el aniversario de su consagración. Los
administradores apostólicos pueden ser nombrados en dos casos:
 Sede impeditâ; esto es, cuando el obispo de la diócesis ya no puede
continuar administrando los asuntos de la diócesis ya sea por
enfermedad, demencia, encarcelamiento, destierro o debido
a excomunión o suspensión. En este caso la jurisdicción del
administrador, aunque él sea un simple sacerdote, es la misma que la
del obispo, quien no podrá interferir más en los asuntos de la diócesis.
A la muerte del obispo el administrador permanece en su puesto hasta
que sea retirado por Roma, o hasta que el nuevo obispo se haga cargo
de la diócesis;
 Sede vacante, cuando una diócesis que no
tiene capítulo catedralicio queda vacante debido a renuncia, remoción o
muerte de su obispo. Donde hay un capítulo catedralicio, éste en dichos
casos elegirá un vicario capitular para administrar la diócesis. De otro
modo se debe escoger o designar un administrador, el cual administrará
la diócesis provisionalmente hasta ser confirmado por la Santa Sede.
En los países de misión el obispo o vicario apostólico puede él mismo
designar el futuro administrador de la diócesis o vicariato. Si olvida hacerlo,
después de su muerte, el obispo o vicario apostólico más cercano nombra un
administrador, o, en algunos países por el metropolitano y en su ausencia por
el obispo más antiguo de la provincia. En China e India Oriental, si el vicario
apostólico no hace provisión para un pro vicario, el sacerdote con más tiempo
en la misión se convierte en administrador apostólico del vicariato. En caso
de duda u otras dificultades, la decisión recae sobre el vicario apostólico más
cercano. Cuando una diócesis queda vacante por
la renuncia del obispo, Roma lo puede nombrar administrador de la misma
diócesis hasta que su sucesor tome posesión de ella. Cuando una diócesis se
divide, el obispo puede convertirse en administrador de la nueva diócesis, o, si
es transferido a la nueva diócesis, se convierte en administrador de la antigua,
hasta que un obispo sea nombrado para la sede vacante.
Administradores de Parroquias
A veces se les llama vicarios parroquiales, tenientes curas o coadjutores. Ellos
pueden ser nombrados por las mismas razones que un administrador
apostólico, esto es, por una parroquia vacante, o durante la vida
del rector o pastor que ha dejado de estar apto para la administración de la
parroquia, o durante su ausencia por un tiempo prolongado. Tal administrador
es usualmente nombrado por el obispo  de la diócesis, con
total jurisdicción sobre los asuntos parroquiales y con suficiente ingreso para
su sostenimiento, el cual de acuerdo a las circunstancias puede provenir de la
parroquia, o del pastor, o de ambos. Su oficio y jurisdicción cesan ya sea por
destitución o por el nombramiento de un nuevo pastor. En otros países, cuando
un rector parroquial inamovible hace una apelación contra su remoción por el
obispo, este puede nombrar un administrador parroquial hasta que una
autoridad superior decida la apelación. (III Pl. C. Balt., n. 286). Entre estos
administradores parroquiales se pueden clasificar los llamados curas
parroquiales perpetuos o permanentes que están bajo la jurisdicción de
algún convento o monasterio, y del cual el rector o cura es nombrado no por el
obispo de la diócesis, sino por el superior de tal convento. El caso es mucho
más frecuente en Europa que en América. Se considera que la responsabilidad
de la parroquia es del monasterio, y el cura es simplemente el administrador
de la parroquia para el convento.
Administradores de Instituciones Eclesiásticas
En el lenguaje del derecho canónico, a los seminarios,
colegios, hospitales, asilos, conventos, etc. usualmente se les llama loca pia,
lugares piadosos, es decir, instituciones caritativas y religiosas. Puesto que
todas las instituciones eclesiásticas dentro de una diócesis, con la excepción de
aquellas privilegiadas por exención Papal, están sujetas a
la jurisdicción del obispo, evidentemente está dentro de su poder el nombrar
un administrador especial o extraordinario para cualquiera de estas
instituciones, cuando él considere tal medida necesaria para el bienestar o
protección de dicha institución. Es cierto que la institución puede, bajo ciertas
condiciones, apelar contra el nombramiento de tal administrador o contra
la persona así nombrada. La Santa Sede, al tener suprema jurisdicción sobre
todas las instituciones de la Iglesia, puede nombrar administradores para
cualquier institución eclesiástica, de acuerdo a su propio juicio, sin recurso o
apelación contra su acción. El Papa u obispos pueden también nombrar
administradores (ejecutores) para hacerse cargo de ciertas mandas
o legados hechos a favor de la Iglesia o para el bien espiritual de sus
miembros. Aunque la administración de los asuntos eclesiásticos, aun aquellos
de naturaleza material y temporal, pertenecen por ley constitucional de la
Iglesia exclusivamente a la jerarquía, aun así a menudo permite a laicos tomar
parte en la administración de sus temporalidades.
Administrador de Propiedad Eclesiástica
La suprema autoridad administrativa en lo que respecta a todas las
temporalidades eclesiásticas reside en el Soberano Pontífice, en virtud de
su primacía de jurisdicción. El poder del Papa en este sentido es puramente
administrativo, puesto que no se puede decir propiamente que sea el dueño de
los bienes que pertenecen ya sea a la Iglesia Universal o a las iglesias
particulares. La autoridad administrativa pontifical es ejercida principalmente
a través de la Propaganda, la Cátedra de San Pedro, la Cámara Apostólica,
el cardenal camarlengo, y encuentra reconocimiento y expresión frecuente en
los decretos de los concilios que se llevan a cabo en todo el mundo.
En cada diócesis la administración de la propiedad recae principalmente en
el obispo, sujeto a la autoridad superior de la Santa Sede. Desde los comienzos
de la Iglesia este poder ha sido parte del oficio episcopal (Can. 37, Can.
Apost., Lib. II, cap. XXV, XXVII, XXXV. Const. Apost.). Todos los
administradores inferiores dependen de él, a menos que la ley les asegure
una exención, como es el caso de las órdenes religiosas. Por lo tanto, si existe
un acuerdo por el cual la administración de cierta
propiedad diocesana o parroquial es confiada a algunos miembros del clero o
a laicos, la disciplina de la Iglesia, sin embargo, mantiene al obispo en control
supremo con el derecho de dirigir y modificar, si es necesario, las acciones
llevadas a cabo por los administradores subordinados.
Uno de los importantes deberes de un sacerdote parroquial es la
administración del dinero y los bienes pertenecientes a su iglesia. En algunos
casos, como en el Tercer Concilio Plenario de Baltimore (Tit. IX, Cap. III) se
dieron regulaciones detalladas en lo que respecta a la manera en que
un rector sale airoso en el desempeño de esta obligación. Entre otras cosas, se
requiere que mantenga un registro preciso de recibos, gastos y deudas; que
prepare un inventario que contenga una lista de todas las cosas pertenecientes
a la iglesia, de sus ingresos y obligaciones financieras; que una copia de este
inventario se deposite en los archivos de la parroquia y otra en los archivos
diocesanos; que cada año se hagan los cambios necesarios a este inventario y
se le notifique al canciller. La autoridad del párroco está circunscrita por la
autoridad general del obispo y por promulgaciones especiales que no le
permiten tomar ningún paso importante sin el expreso permiso escrito
del ordinario.
En muchos lugares se llama a laicos a una parte del cuidado de
la propiedad de la Iglesia, algunas veces en reconocimiento de actos
particulares de generosidad, con más frecuencia porque su cooperación con el
párroco será beneficiosa debido a su experiencia en asuntos temporales. A
pesar de que algunos sitúan el origen de nombrar seglares, o junta de laicos, en
el siglo XIV y otros en el siglo XVI, la intervención de los laicos en realidad
se remonta a tiempos más tempranos, puesto que encontramos referencia a
ellos en concilios del siglo VII. Los administradores laicos permanecen
completamente sujetos al obispo en la misma forma que los párrocos.
Las dificultades causadas por las pretensiones ilegales de
los fideicomisarios en los Estados Unidos durante la primera parte del siglo
XIX evocaron desde la Santa Sede una reiteración de la doctrina de la Iglesia
sobre la administración diocesana y parroquial notablemente en
un breve de Gregorio XVI (12 agosto 1841), por el cual el Papa declaraba de
nuevo que el derecho de tales administradores inferiores depende enteramente
de la autoridad del obispo, y que pueden hacer solamente lo que el obispo les
autoriza hacer. En algunas diócesis donde el sistema de administración por
fideicomisarios laicos está en boga, las regulaciones y disciplina de la
Iglesia Católica se hacen una parte de los estatutos de
las corporaciones eclesiásticas, una medida que es de gran ventaja en caso de
un proceso ante cortes seculares.
La administración de la propiedad perteneciente a los institutos religiosos bajo
la jurisdicción del ordinario reside naturalmente en sus superiores, pero el
obispo puede reservarse en las constituciones un derecho mayor de control y
supervisión. En referencia a los institutos bajo la jurisdicción de la Santa
Sede el derecho del obispo está limitado a firmar el informe que el superior
envía a Roma cada tercer año. Las órdenes religiosas están exentas del control
diocesano en la administración de la propiedad, pero cuando participan en un
trabajo parroquial, están obligadas a presentar al obispo un informe de las
cantidades que han recibido para propósitos parroquiales, y del uso hecho de
tales contribuciones. En la práctica las autoridades civiles han negado los
derechos exclusivos de las autoridades eclesiásticas en la administración de la
propiedad de la iglesia, con frecuencia con el resultado de una
seria injusticia y perjuicio a iglesias particulares especialmente durante los
últimos dos siglos. De ahí el cuidado que se ha tomado en varios concilios de
advertir a los administradores a asegurar los títulos de propiedad de la Iglesia
de acuerdo con las provisiones de la ley secular, e.g. III Plen. Balt., no. 266.
Bibliografía:
(1) Administrador: Respecto a administradores de diócesis, consulte a Ferrari,
Theorica et Praxis Regiminis Diocesani praesertim Sede Vacante (Paris,
1876); Smites Elements of Ecclesiastical Law, (Nueva York, 1877), I, 425;
Concilium Plenarium Baltimorense, II, nn. 96-99.
(2) Administrador de Propiedad Eclesiástica: ZECH, De jure rerum
ecclesiasticarum; MEURER, Begriff und eigenth mer der heiligen Sachen; II
Concilium Plenarium Baltimorense, IV; 111 Concilium Plenarium
Baltimorense, IX.
Fuentes:
(1) Messmer, Sebastian. "Administrator." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1,
pp. 143-144. New York: Robert Appleton Company, 1907. 12 junio 2019
<http://www.newadvent.org/cathen/01143a.htm>.
(2) Creagh, John. "Administrator (of Ecclesiastical Property)." The Catholic
Encyclopedia. Vol. 1, p 144. New York: Robert Appleton Company, 1907. 16
Jun. 2019 <http://www.newadvent.org/cathen/01144a.htm>.

La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo


estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo
diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio' (CIC can.
El vicario es quien apoya al párroco de una parroquia, bajo la autoridad del
obispo diocesano en cuyo ministerio de Cristo ha sido llamado a participar,
para que en esa misma comunidad se cumpla las funciones de enseñar, dirigir
espiritualmente, ayudar en las necesidades de la comunidad y, aun cuando no
posee autoridad.
Es difícil sintetizar en unas líneas los derechos y obligaciones que competen al
párroco, porque son tan amplias como lo es la vida de la Iglesia. El párroco,
como afirma el canon 519, “ejerce la cura pastoral de la comunidad que le está
encomendada bajo la autoridad del Obispo diocesano”. Por lo tanto, sus
competencias son las que se refieren a la vida cristiana en la comunidad que
tiene encomendada. Ya se ve que cualquier relación de derechos y
obligaciones del párroco siempre será una reducción, pues la tarea más
importante es nada menos que el cuidado de la vida cristiana en la comunidad
que el Obispo diocesano le ha encomendado.

En atención a la importancia pastoral de su misión, el Código de derecho


canónico dedica dos extensos cánones, los cánones 528 y 529, a dar
indicaciones al párroco sobre el cumplimiento de sus funciones. De acuerdo
con ellos:

a) El párroco está obligado a procurar que la palabra de Dios se anuncie en su


integridad a quienes viven en la parroquia (canon 528 § 1);

b) Procurará que la Santísima Eucaristía sea el centro de la vida parroquial


(canon 528 § 2);

c) El párroco debe procurar conocer a los fieles que se le encomiendan (canon


529 § 1);

d) El párroco procurará promover la función propia de los laicos, y cooperará


con el Obispo diocesano (canon 529 § 2);

Las funciones anteriores constituyen obligaciones verdaderas para el párroco,


aunque son de difícil concreción. Por eso, además, el Código de derecho
canónico da una relación de las obligaciones más concretas del párroco:

a) La administración de ciertos sacramentos (canon 530, y canon 1108 para el


matrimonio);
b) Obligación de residir en la parroquia, salvo que haya justa causa (canon
533);

c) Debe aplicar la Misa por el pueblo a él confiado los días de precepto (canon
534);

d) Ha de llevar con orden los libros parroquiales y el archivo de la parroquia


(canon 535);

e) Debe presentar la renuncia una vez cumplidos los setenta y cinco años. El
Código de derecho canónico en este caso hace aquí un ruego a los párrocos,
sin imponerles la obligación de presentar la renuncia. Por otro lado, la
renuncia, una vez presentada no es automática, puesto que el Obispo decidirá
sobre ella, ponderando todas las circunstancias (canon 538 § 3);
f) Ha de procurar que se predique la homilía los días en que está indicado
(canon 767 § 4);

g) Debe cuidar de la formación catequética de los fieles (cánones 776 y 777);

h) Ha de guardar en lugar decoroso los Santos óleos (canon 847 § 2);

i) Ha de cuidar la debida preparación de los padres y padrinos de los niños que


se van a bautizar (canon 851, 2);

j) Ha de cuidar la debida preparación de quienes acceden por vez primera a la


Eucaristía (canon 914);

k) Ha de llevar un libro con las cargas, obligaciones y cumplimientos de las


obras pías (canon 1307);

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