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Contratos Bancarios en el CCC

El Código Civil y Comercial de la Nación (CCC), incorporó un capítulo dedicado


a los contratos bancarios, que representa la primera regulación normativa
específica que con alcance generalizado para la especie se introduce en la
legislación de fondo de nuestro país.

La incorporación de los denominados contratos bancarios, al Código Civil y


Comercial de la Nación, se hizo bajo el fundamento de que tales contratos tienen
una importancia relevante en todos los campos, desarrollando un capítulo para
tratarlos de modo sistémico1.

El sistema financiero nacional, desde el punto de vista normativo, se


encuentra regulado por un conjunto de leyes (21.526 y 26.831), decretos y
disposiciones reglamentarias complementarias, que tiene por finalidad
encuadrar la actividad bancaria y financiera así como la conducta de los agentes
habilitados para desarrollarla institucionalmente, las que pueden dividirse en dos
categorías bien definidas y diferenciadas, a saber:
- Normas de estructura. Aspectos sustanciales de las operaciones bancarias,
preponderantemente públicas.
- Normas de coyuntura. Aspectos técnicos operativos, preponderantemente
privadas.
En ese cometido se destaca la captura integral de los elementos subjetivos:
por un lado el que resulta de la presencia de entidades sujetas a la Ley de
Entidades Financieras, razón por la cual, se desarrollan los contratos que esas
entidades celebran habitualmente y se los regula; por otro lado, el proyecto
intentó diferenciar la condición subjetiva del cliente según se vincule o no como
consumidor. Volveremos sobre esto último.

1
Fundamentos" de la Comisión Redactora del Código Civil y Comercial. Sección 1° Disposiciones
generales del Capítulo 12 Contratos Bancarios.
Lo que desde el punto de vista técnico son operaciones bancarias, desde la
perspectiva jurídica son contratos. Como apunta Barreira Delfino “El contrato
financiero es la contracara de la operación financiera y ambos son parte
inseparable del mismo fenómeno: el negocio financiero. El contrato financiero
refleja el contenido jurídico de la relación creada; la operación financiera
comprende el sustrato económico y financiero objeto de esa relación. Si la
operación celebrada no está correctamente sincronizada con el contrato que la
contiene, la posibilidad de conflicto se torna casi inexorable”.
Sin embargo ese postulado empíricamente verificable, en la legislación de
fondo tenía escasa proyección concreta, en tanto los contratos bancarios habían
merecido una moderada captación como se evidencia en el derogado Código de
Comercio con la regulación de un solo contrato típicamente bancario (la cuenta
corriente bancaria), y con otros pocos en la legislación complementaria; (tarjeta
de crédito, leasing y fideicomiso), admitiendo que éstos últimos son expresiones
de sistemas o redes de negocios jurídicos complejos de notable desarrollo en la
actividad bancaria, pero no son excluyentes de otros ámbitos de la actividad
económica en los que puede o no intervenir una entidad financiera.
No existía una metodología legal que sistematizara armónicamente a todos
ellos como a tantas otras operaciones que la práctica bancaria cotidiana
reconoce.

Las mayores regulaciones en la materia —que en varios aspectos relevantes


han sido aprehendidas en la novel codificación— fueron dictadas por el Banco
Central en su calidad de contralor y regulador de la actividad bancaria2.

Inclusive, la Secretaría de Comercio Interior —como autoridad de aplicación

2
Nos referimos, fundamentalmente, a las Normas sobre "Protección de usuarios de servicios
financieros", según Comunicación A 5460 del 19/07/2013; a las normas sobre "Depósitos de
ahorro, cuenta sueldo, cuenta gratuita universal y especiales", según Comunicación A 5659 del
31/12/2014; y a las normas sobre "Tasas de interés en las operaciones de crédito", según
Comunicación A 3052 del 23/12/1999. Debe recordarse que la Carta Orgánica del B.C.R.A.
establece una de sus funciones proveer a la protección de los derechos de los usuarios de
servicios financieros y a la defensa de la competencia, coordinando su actuación con las
autoridades públicas competentes en esas materias (Ley 26.739 art. 4º inc. h).
del estatuto del consumidor3— ha dictado también algunas reglas respecto a las
prácticas bancarias que definieron los contornos de varios de esos contratos 4.

Pero más allá de ese inorgánico marco legal —que hasta hace no tantos años
atrás se reducía a muy escasos aspectos de este tipo de contratación que con el
tiempo se ha ido perfeccionando—, el resto del contenido de los diferentes
contratos empleados en la dinámica diaria de esta actividad ha quedado sujeto a
la autonomía unilateral de los bancos, a partir de la confección de formularios
predispuestos con condiciones generales de contratación.

Ninguna participación tienen los clientes bancarios en la discusión de tales


estipulaciones, encontrándose limitados a dar su simple adhesión a los
documentos —por lo general muy extensos y de engorrosa lectura (sea más o
menos visible la letra empleada)— que ponen delante suyo. Y esa realidad le
cabe no sólo a los clientes encarnados en personas físicas —comerciantes o no—
sino también a las empresas que operan a través de una sociedad comercial.

Esa es la esencia del fenómeno contractual que nos ocupa; y de esa realidad
deriva la alta conflictividad que en esta materia llega a los tribunales.

Tal innovación codificante, se da de modo contextualizado, con la actividad


bancaria y su dinámica negocial; al propio tiempo con la regulación de los
contratos en general del mismo Código y con el resto del ordenamiento vigente,
con un método propio seguido con la regulación específica de cada uno de las
especies negociales típicas de la actividad que se incorporan al citado Código Civil
y Comercial de la Nación.

Ahora bien, la homogeneidad instrumental, la estandarización de las


operaciones, la contratación en masa y adhesiva y el protagonismo de los bancos
llevan a pensar que existe un mercado homogéneo, sin embargo igual que
sucede en economías capitalistas hay dos mercados: el mercado de precio fijo
(determinado por el productor) y el mercado especulativo (determinado por la

3
Conf. art. 41 de la ley 24.241.
4
Ver res. 906/1998, 134/1998, 313/1998, 387/1999, 53/2003, 3/2003 y 9/2004.
oferta y demanda).

La heterogeneidad de la clientela bancaria se evidencia desde una perspectiva


sociológica y económica.

Así en la "cartera comercial" se destaca que: las tasas pasivas son


sensiblemente más altas y tienen una rápida adecuación a posiciones de
equilibrio; la concentración de la demanda de crédito (pocos tomadores de
grandes créditos), está asociada a tasas activas más bajas; el riesgo es limitado y
estable, ya que hay mayor grado de certeza sobre los comportamientos, y más
información provista por las propias empresas sobre su situación económica y
financiera; existe mayor movilidad dentro del sistema y hacia afuera (mercado de
capitales) y finalmente no influyen las garantías, sino la rentabilidad.

En tanto en la "cartera de consumo" se evidencia que las tasas pasivas son


más bajas y concentran mayor oferta de recursos, con tasas activas más altas. El
riesgo es elevado y creciente y hay escasa disponibilidad de información,
teniendo a su alcance solo al mercado bancario. Por último influyen las garantías
reales.

Como conclusión, en la actividad bancaria se da la presencia de dos mercados,


esto es, banca y empresa (grandes y pymes) y banca y cliente regular, ambos
afectados por condiciones subjetivas.

De allí que Barbier dice que “…no es posible sostener que el tipo contractual
bancario es idéntico en cualquiera de aquellos mercados (desde una "perspectiva
jurídica")…”

Esta diferenciación, pareciera han apuntado los autores del Código, al incluir
un parágrafo segundo, dentro de las disposiciones generales destinados a
“Contratos Bancarios con Consumidores y Usuarios”, por cuanto, en forma
paralela, volvía al concepto del viejo art. 2º de la ley 24.240 que, en su texto
original, no reconocía el carácter de consumidores o usuarios a quienes
adquirieran bienes o servicios para integrarlos en procesos de producción,
transformación, comercialización o prestación a terceros.
Tan específica alusión legal fue suprimida por la ley 26.361, que introdujo
también el concepto legal de "destinatario final" (antes se aludía a "consumo
final").

Su eliminación nos parece marcar un camino hermenéutico claro: la


adquisición de un bien o servicio aplicado a la gestión empresarial, no descarta
la existencia de un acto de consumo y, por lo tanto, la presencia de un
consumidor, en tanto aquellos no sean reinsertados en el mercado. Esta
interpretación fue sostenida también por Piedecasas, quien al referirse al
concepto de consumidor luego de la sanción de la ley 26.361, expresó "...Elimina
la exclusión de aquéllos que adquirían o utilizaban los bienes y servicios para
integrarlos en procesos propios de producción o comercialización, lo que permite
sostener la aplicabilidad del sistema a estos sujetos y situaciones. Al eliminar
estas exclusiones expresas que traía el texto original de la ley, se permite
(interpretativamente) la aplicación expansiva del sistema de defensa del
consumidor a situaciones que conceptualmente podrían no encuadrar en él..."

Ahora bien, mientras en la versión original del código unificado enviado al


Poder Ejecutivo se había calificado como consumidor "...a la persona física o
jurídica que adquiere o utiliza, en forma gratuita u onerosa, bienes o servicios
como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo familiar o social,
siempre que no tenga vínculo con su actividad comercial, industrial, artesanal o
profesional...", formulación que evidentemente tuvo la pretensión de regresar a
la redacción previa a la ley 26.361, el contenido de las observaciones del P.E.N.
fueron categóricas a los efectos de arribar al texto final de sendas normas que
terminó siendo sancionado.

Por su relevancia, dado que con ellas se indicó que esa redacción reducía la
noción de consumidor resultante de la ley 26.361, nos permitiremos leerlas a
continuación:

"... El Anteproyecto propone una noción restrictiva, puesto que la norma


proyectada excluye de la protección especial a todo acto de consumo que 'tenga
vínculo' con su actividad comercial, industrial, profesional o artesanal...".

Al referirse al art. 1093 amplió esa perspectiva, al sostener que:

"...limita el universo de beneficiarios pues focaliza la relación y el contrato de


consumo en quienes son destinatarios finales de la adquisición o utilización de un
bien o servicio siempre que no tenga vínculo con su actividad comercial,
industrial, artesanal o profesional...En ese entendimiento los artículos 1092 y
1093 devienen regresivos con respecto al régimen jurídico vigente (arts. 1º y
concordantes de la ley 24.240, modificada en 2008 por la ley 26.361)...".

De tal manera que hoy se alzan voces sosteniendo que, conforme al texto en
que han quedado redactados los referidos artículos 1092 y 1093 no cabe
distinguir entre personas físicas o jurídicas para ser considerados consumidores,
en tanto y en cuanto sean “destinatarios finales” (es decir no compren para
revender).

Esto ha llevado a Villegas a sostener que: “Dado que el " cliente " del banco es
siempre un " consumidor " , conforme las reglas de los arts. 1092 y 1093, también
resultan aplicables a los contratos bancarios las reglas del Título III sobre
Contratos de consumo (arts. 1092 al art. 1122). En efecto, las reglas para
establecer si un contrato es de consumo se fijan en el art. 1092 que, reiterando
los términos de la Ley de Defensa del Consumidor 24.240, con las modificaciones
de la ley 26.361 de 2008, prescribe que "se considera consumidor a la persona
física o jurídica que adquiere o utiliza, en forma gratuita u onerosa, bienes o
servicios como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo familiar o
social ". Y el " cliente bancario " sea un individuo o un ente social, contrata el
servicio bancario como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo
social. El cliente del banco no contrata créditos u otros servicios
complementarios para " traficar " con ellos”. De tal forma, el criterio que aplicó
el BCRA siguiendo la redacción original de la Ley de Defensa del Consumidor
“…para clasificar esos créditos en " créditos comerciales " y diferenciarlos de
los " créditos de consumo " que comprendía únicamente los créditos para la
vivienda, compra de automotores y de tarjetas de crédito. Eliminada
esa restricción al alcance del término " consumidor " por la ley 26.361 esa
distinción de la normativa del Banco Central carece de aplicación. De modo que
diferenciar normas para regular los Contratos bancarios con consumidores y
usuarios, como se hace en el Parágrafo 2ª del Capítulo 12, resulta totalmente
innecesario y lo que es más grave, introduce un elemento de confusión para los
intérpretes. Máxime que esas reglas (arts. 1384 a 1389), resultan más limitadas
que las que derivan del Título III del Libro III (arts. 1092 al 1122). Concluyendo se
trata de un error metodológico, porque a los " contratos bancarios " le son
aplicables todas las normas de Defensa del Consumidor, tanto las que surgen de
las previstas en este Código, como las que se consagran en la ley 24.240 con las
modificaciones de la ley 26.361. Razón por lo que las disposiciones de los arts.
1384 al 1389, resultan claramente innecesarias y lo que es más grave
contraproducentes…Como dispensa a ese error cabe recordar que el Proyecto de
Reformas elaborado por la Comisión contenía un texto diferente para los arts.
1092 y 1093, donde sí resultaba necesaria esa doble regulación. Texto que fuera
modificado por el Poder Ejecutivo Nacional en el Proyecto elevado a
consideración del Congreso Nacional, convertido en ley…”.

Para otros autores, como Barreira Delfino o Barbier esta postura es


insostenible, no solo porque la generalización contradice el espíritu del artículo
42 de la Constitución Nacional al extender la postura tuitiva que tiende a paliar la
vulnerabilidad del consumidor; sino además por cuanto ello hace perder de vista
el factor “profesionalidad”, cuya ausencia hace aplicable la protección del
consumo. De allí que las categorías negociales de la actividad bancaria desde la
perspectiva del cliente son diversas, desde un enfoque económico, sociológico y
desde luego jurídico. A modo de ejemplo extremo, los bancos pueden ser, y de
hecho lo son, clientes y cocontratantes de otros bancos, sin embargo por serlos
nadie podría concluir que sean "consumidores bancarios”.

A nuestro modesto modo de ver la discusión es estéril.

La jurisprudencia mercantil muestra con claridad que los pequeños


empresarios (incluimos en este grupo a las PYMES) no son ajenos a las prácticas
comerciales que se buscan desincentivar con la legislación consumeril. Y
tampoco le es extraña a ese grupo, la desinformación a la que también son
sometidos en este tipo de contrataciones ni a los daños que de ellas derivan. Es
decir, que el poder asimétrico también puede ser advertido respecto de este
conjunto de sujetos.

La profesionalidad a la que se acude para restar eficacia a esta protección en


tales supuestos, en la mayoría de los casos se presenta indiferente como dato de
relevancia para justificar la pretendida distinción; una cosa es que el empresario
pueda ser profesional en temas estrictamente vinculados a su actividad, como
podría ser, por ejemplo, en todo lo atinente a las materias primas o productos
que utiliza, y otra muy distinta es que esa profesionalidad pueda tener influencia
respecto de todo el otro universo de adquisiciones que efectúe, obviamente en
torno a su actividad empresarial, pero que en sí mismo nada tenga que ver
directamente con el resultado final del bien o servicio incorporado en el
mercado. El empresario pequeño, mediano o incluso grande, no tiene por qué
encontrarse en mejores condiciones frente a estas operaciones que lo que se
denomina "consumidor común".

No pasamos por alto, no obstante, que en muchos ámbitos empresarios la


profesionalidad que impera o el poder negociador que pueda reconocerse, sea
suficiente para neutralizar las mencionadas asimetrías, reduciendo —o incluso
eliminando— la situación de hiposuficiencia que dio origen a la legislación en
defensa de los consumidores. Pero lo mismo podría ocurrir respecto de un
especialista en sistemas que adquiere en una cadena de electrodomésticos una
computadora para su hogar. ¿Alguien podría sostener que, en ese caso, no sería
de aplicación dicha legislación protectoria por el solo conocimiento técnico del
adquirente? ¿Y respecto del ingeniero mecánico que adquiere un vehículo?

Es aquí donde no se advierte una real diferencia ontológica que conduzca a


excluir necesariamente al denominado "consumidor empresario". Y no
advertimos suficiente —por no haberse brindados a nuestro juicio argumentos
de peso— la sola explicación de que la ampliación de la noción de consumidor
redunde en un perjuicio para los "consumidores comunes".

Destacamos, sin embargo, que en la nueva codificación se introdujeron un


sinnúmero de disposiciones en pos de equilibrar la ejecución contractual en las
que nada tienen que ver las reglas protectorias resultantes de nuestra Norma
Fundamental. Entre aquellas se encuentran, por ejemplo, el art. 10 referido a la
situación jurídica abusiva, el art. 11 relativo al abuso de posición dominante y los
arts. 984 a 989 sobre contratos celebrados por adhesión con condiciones
generales predispuestas, incluyendo, por ejemplo, una serie de pautas para
calificar de abusivas ciertas cláusulas o el principio de interpretación contra
estipulatorem.

La delimitación de la noción de "destino final" deberá ser realizada con suma


prudencia cuando estemos frente a un "consumidor empresario". Entendemos
que se presentará dirimente distinguir entre los bienes adquiridos con ánimo de
ser comercializados —ya sea, revendiéndolo en la misma forma en que se los
obtuvo o transformados en otros productos diferentes— de aquéllos otros que
"abonen el capital de trabajo", resultando el propio empresario el único
destinatario de ellos.
El financiamiento empresario como acto de consumo

Hoy ha quedado superada la discusión doctrinaria acerca de que los


consumidores bancarios sólo eran los que tomaban créditos para consumo en los
términos del art. 36 LDC.

La nueva codificación no ha incluido dentro de esta categoría de contratos a


uno específico, permitiendo que ésta sea completada con todos aquellas
operaciones bancarias que denoten la existencia de una relación de consumo. Y
entre ellos, si bien se mantendrá como contrato arquetípico los que
instrumenten operaciones de créditos para consumo, también encontraremos
operaciones pasivas, como lo serán la captación de depósitos, u otros que
impliquen la oferta de servicios propios de la actividad bancaria, también
denominadas operaciones neutras, representadas por comisiones y cargos fijos
estipulados como precio por la prestación de cada servicio contratado.

Parece no existir en la actualidad mayor disenso acerca de que las


operaciones pasivas y neutras siempre conducirán a la aplicación de la Ley de
Defensa del Consumidor.

El punto de conflicto recaerá, en las relaciones entre el empresario y la banca,


aunque puntualmente en este caso, respecto de las operaciones activas.

¿Cómo queda definido el "destino final" frente a relaciones de esta


naturaleza?

Aceptando la idea del consumidor empresario en el sentido más arriba


expuesto, el aspecto al que nos referimos, tiene que ver —primordialmente—
con la financiación empresarial. Nos preguntamos: ¿Podría derivar de este tipo
de operaciones la aplicación del régimen protectorio de los consumidores?

Hoy por hoy, la jurisprudencia mayoritaria viene recorriendo un camino


interpretativo muy diferente —y más restringido— al que venimos exponiendo.

Puntualmente, en lo que se relaciona con lo que calificamos "financiación


empresarial", salvo unos pocos precedentes de la Sala C de la cámara mercantil
capitalina, no hay otros que admitan semejante hipótesis.

Por ejemplo, fue reconocido como acto de consumo la toma de un préstamo


a los fines de destinar los fondos a la compra de hacienda para un tambo5 o de
un automotor del tipo 'minubus' para destinarlo al transporte de pasajeros

5
CNCom., Sala C, "Fondo de Garantías Buenos Aires SAPEM c. Palacios Paula s/ Ejecución
prendaria", del 18/09/2012
interjurisdiccional6 o “…un contrato de leasing en el que el objeto recibido por el
tomador fue adquirido por éste a efectos de destinarlo a su propia hacienda...En
el caso, la demandada no accedió a dicho bien a efectos de revenderlo, sino de
aplicarlo a su propia gestión, convirtiéndose así en consumidora final de tal bien,
sin que ni su calidad de comerciante, ni su pretendida —y dudosa actividad
comercial— obsten a concluir del modo anticipado..."7, o “…un contrato de
mutuo...en que no habiendo prueba en contrario, hay que asumir en el caso que
el demandado accedió a los fondos dados en mutuo —no para hacerlos recircular
en el marco de una actividad financiera, situación que habría podido conducir a
no hacer operativa la tutela del régimen impuesto por la ley 24.240— sino a fines
de aplicarlos a su propia gestión, convirtiéndose así en consumidor final de
aquéllos (arg. art. 36, ley 24.240)..."8. Completaremos este panorama
jurisprudencial, con un reciente fallo de la misma Sala, en el que se dijo "...no
resulta posible descartar que las sociedades comerciales que fueron clientes de la
entidad encartada revistan la calidad de usuarias frente al Banco Patagonia. Ello
por cuanto la cantidad de operaciones diarias que efectuara cada usuaria no
modifica el hecho de que el banco les prestó un servicio financiero, cuyas reglas
se encontraban estandarizadas, del cual las empresas eran consumidoras finales,
tal y como sucedería con otros productos financieros. En este caso, los clientes
beneficiarios de este servicio obtenían para sí el financiamiento de operaciones
que excedían su límite para girar en descubierto, situación análoga a la del
otorgamiento de un préstamo..."9.

De la referida jurisprudencia, pueden extraerse las siguientes reglas:

6
CNCom., Sala C, "Alenco SAIC c. Zurita Ramón Alberto s/ Ejecución Prendaria", del 28/06/2012.
7
CNCom., Sala C, "Toyota Cía. Financiera de Argentina c. Labonatur SRL y otro s/ Ejecutivo", del
05/06/2012.
8
CNCom., Sala C, "Cooperativa de Vivienda Crédito y Consumo San Pedro Ltda. c. Nicoli Roberto
s/ Ejecutivo", del 26/06/2012.
9
CNCom., Sala C, "Consumidores Financieros c. Banco Patagonia SA s/ sumarísimo", del
11/11/2014, de los fundamentos del Dr. Eduardo Machin.
i) el financiamiento empresarial no se encuentra excluido de la tutela de los
consumidores.

ii) lo dirimente, es si ese financiamiento tiene por finalidad abonar el capital


propio de trabajo.

iii) abonar el capital propio de trabajo, implica aplicar el financiamiento a la


propia gestión, concepto que se contrapone al de recircular dichos recursos en
una actividad financiera.

iv) es relevante a los efectos valorar en cada caso la configuración de un acto


de consumo, verificar la existencia de cláusulas estandarizadas y que se trate de
operación análogas a los préstamos, como en el último caso lo era la
autorización para exceder el límite de descubierto.

Admitir semejante interpretación conduciría, en principio, a someter gran


parte de la contratación bancaria con empresas bajo la órbita del derecho del
consumo.

Somos muy conscientes de que esta tesis es también difícil de aceptar. No


obstante, no advertimos —salvo en extremos supuestos que nos hemos
planteado al analizar este tema (v. gr. préstamo sindicado)— que una
interpretación semejante conduzca a resultados disvaliosos en la práctica.

Siguiendo los razonamientos que venimos desarrollando en función de la


noción "destino final", parecería que las posiciones precedentes son las más
cercanas a la letra y finalidad legal. En tal sentido, la mayoría de las operaciones
activas inscriptas en esta actividad, además de ser instrumentadas mediante
condiciones generales predispuestas y celebradas por adhesión, presentan los
mismos problemas de información y conducen a similares prácticas
comerciales durante la ejecución del contrato.

Es decir: la fuerte posición contractual de los bancos no se altera por el sólo


hecho de tener enfrente a un empresario, más allá que no se le dispense el
mismo trato a un consumidor común o a una pequeña o mediana empresa,
respecto de otras que tengan un volumen relevante de posibles negocios para
el banco —por lo general, correspondientes a las empresas más importantes
del mercado— que, por su propio interés, lo conduce a propiciarles un trato
diferencial.

No podemos dejar de destacar que un codificador muy atento a la realidad de


la dinámica contractual moderna, ha delineado un sistema de reglas que tiene
muchos puntos de contacto con la normativa consumeril.

En materia de cláusulas abusivas, por ejemplo, posicionarnos en uno u otro


ámbito no aparejará diferencias sustanciales, en razón de que el nuevo art. 988
tiene muchos puntos de contacto con lo dispuesto exclusivamente para los
consumidores entre los arts. 1117 a 1120, o, incluso, con el propio art. 37 LDC. A
ello se agrega, que en el parágrafo aplicable a cualquier contrato bancario el
codificador introdujo una cláusula rescisoria de carácter imperativo que podría
ser invocada aun por quienes frente al banco no sea considerado un consumidor.
Obviamente, que de ser considerado consumidor se contará, además, con el
derecho que resulta del art. 10 bis LDC; pero que ello sea así no parece tampoco
un tema sustancial que justifique la exclusión del empresario del ámbito de
protección de los contratos bancarios con consumidores. Es que incluso el
ámbito de aplicación de esta última disposición es muy reducido, en atención a la
naturaleza de las prestaciones inherentes a este tipo de contratos.

Y siguiendo esta misma línea de razonamiento, tampoco en orden a su


interpretación las diferencias se presentan radicales: mientras en el ámbito
consumeril el principio es el de interpretación a favor del consumidor; en
materia de contratos celebrados por adhesión con condiciones generales
predispuestas el principio es contra profiretem, es decir, a favor del cliente
bancario (art. 987). Mientras que respecto al contenido del contrato, las
diferencias son casi imperceptibles no sólo por la norma general establecida en
el art. 985, sino por lo que el art. 1381 prescribe para los contratos bancarios en
general, a la luz del art. 1385 y del propio art. 36 LDC.
Por lo demás, las exigencias informativas en la materia, no parecen suficientes
para distinguir entre una y otra órbita legal, en este caso. No puede pasarse por
alto, que desde hace varias décadas el BCRA —como autoridad reguladora de la
actividad bancaria— ha impuesto a los bancos intensas exigencias en materia
de información a brindar a los clientes, sin efectuar ninguna distinción sobre el
carácter empresario o no de estos últimos sujetos. Inclusive, frente al
gravitante deber de colaboración que resulta del art. 53 LDC en lo que refiere a
la valoración judicial de la prueba en los conflictos con consumidores, en la
actualidad, la teoría de las cargas probatorias dinámicas ya tiene carta de
ciudadanía en la jurisprudencia en todo tipo de materia. Y es harto evidente
que, ante una contratación caracterizada por formularios predispuestos y
ejecutadas en su aspecto formal mediante la emisión de resúmenes
confeccionados de manera unilateral por las entidades financieras, en gran
medida muchas de las cargas probatorias típicas de estos conflictos recaerán
sobre estas últimas instituciones.

A nuestro juicio, resulta corroborante de la perspectiva hasta aquí apuntada


la normativa dictada por el BCRA sobre "Protección de los usuarios de servicios
financieros", la que expresamente incluye a las personas jurídicas bajo el amparo
de esa regulación tuitiva10, lo que sólo podría entenderse justificado si se
interpretan comprendidas operaciones de crédito destinadas a abonar su propio
capital de trabajo. Por lo demás, ninguna mención se efectuó en dicha
reglamentación acerca de que las operaciones activas realizadas por personas
jurídicas quedasen excluidas de su ámbito de eficacia.

A ello se suma, que el apartado 2.4 de esa misma reglamentación


denominado "Publicidad de la información", establece que "...Las entidades
financieras y las empresas no financieras emisoras de tarjetas de crédito deberán
dar cumplimiento a las siguientes condiciones en cuanto al acceso a la

10
Ver apartado 1.1.1.
información por parte de los usuarios de servicios financieros que revistan el
carácter de consumidores finales o de micro, pequeñas y medianas empresas
(MiPyMEs), en este último caso de acuerdo con las normas sobre "Determinación
de la condición de micro, pequeña y mediana empresa...", enumerando, luego,
una serie de recaudos informativos que habrán de cumplirse.

Sobre esta última disposición, podría argumentarse que en ella se distingue


entre "consumidores finales" y "micro, pequeñas y medianas empresas", en la
inteligencia de que estas últimas, aun cuando pudiera ser destinataria de la
reglamentación, no sería consideradas consumidoras.

Con prescindencia de ese posible razonamiento, que no paso por alto que
sería contrario a lo que el apartado 1.1.1 incluye bajo la órbita de esta normativa
"como usuario de servicios financieros", lo que se pone de relieve, es que,
consumidora o no, hoy la empresa es parte del sistema tuitivo que encabeza el
BCRA como autoridad de control y reguladora del sistema financiero.

En suma, los contratos bancarios quedan sometidos a los principios


generales de los contratos de consumo (además de los especiales previstos
para los mismos), principalmente los siguientes:
- El trato digno que el banco debe dispensar al cliente (art. 1097, CCC).
- El trato equitativo y no discriminatorio (art. 1098, CCC).
- El suministro de información cierta detallada, comprensible y gratuita (art.
1100, CCC)
- El acatamiento de las prohibiciones que debe respetarse en toda publicidad
dirigida al público (art. 1101, CCC)
- Los lineamientos previstos para considerar qué cláusulas revisten carácter de
abusivas y cuándo existe una situación jurídica abusiva (art. 1119 y 1120, CCC).
- El sometimiento al contralor judicial de las cláusulas abusivas y la facultad
integradora que se le reconoce al juez si declara la nulidad parcial del contrato
bancario (art. 1122, CCC).
Tratamiento en el nuevo Código

Disposiciones generales. Transparencia de las condiciones contractuales.

Las normas de este acápite apuntan a que el ofrecimiento de los


servicios financieros que hagan las entidades autorizadas al mercado sea
idóneamente transparente en el sentido de informar de la manera más amplia
posible los términos y condiciones de los contratos de captación de dinero del
público como de los contratos de préstamos, asistencias crediticias y demás
servicios, de modo que cualquier interesado pueda entender acerca de los
alcances del producto ofrecido, sus ventajas y desventajas como sus beneficios y
costos inherentes, de modo de permitirle manifestar su voluntad contractual con
pleno discernimiento y libertad.
La transparencia debe signar no sólo la etapa previa a la contratación sino
también la posterior a la celebración del acuerdo de voluntades, acerca de la
evolución de la operación concertada y sus eventuales vicisitudes.
El mercado financiero debe funcionar con la mayor competitividad, pero
también con la mayor equidad y eficiencia. Sobre esos tres pilares se apoya la
transparencia.
El 1378 CCC, dispone: “Aplicación. Las disposiciones relativas a los
contratos bancarios previstas en este Capítulo se aplican a los celebrados con las
entidades comprendidas en la normativa sobre entidades financieras, y con las
personas y entidades públicas y privadas no comprendidas expresamente en esa
legislación cuando el Banco Central de la República Argentina disponga que dicha
normativa les es aplicable”.
La extensión de estas disposiciones son aplicables a los contratos
bancarios celebrados con las entidades financieras, pero también son aplicables
a las personas y entidades públicas y privadas no comprendidas en la ley 21.526,
cuando el Banco Central les extienda la aplicación de dicha ley, de conformidad
con lo previsto en el art. 14, inc. v) de su Carta Orgánica11.

a) Obligación de informar

El Art. 1379 del CCC establece: “Publicidad. La publicidad, la propuesta y


la documentación contractual deben indicar con precisión y en forma destacada
si la operación corresponde a la cartera de consumo o a la cartera comercial, de
acuerdo a la clasificación que realiza el Banco Central de la República Argentina.
Esa calificación no prevalece sobre la que surge del contrato, ni de la decisión
judicial, conforme a las normas de este Código”.
Los bancos deben informar en sus anuncios, en forma clara, la tasa de
interés, gastos, comisiones y demás condiciones económicas de las operaciones
y servicios ofrecidos.

Las entidades financieras y las empresas no financieras emisoras de


tarjetas de crédito deberán facilitar el acceso a la información por parte de los
usuarios de servicios financieros. Deberán entregar a los referidos usuarios de
servicios financieros que lo soliciten un detalle con las características de los
productos y servicios que ofrecen, precisando especialmente la totalidad de las
comisiones y cargos asociados a ellos. La información debe ser íntegra, clara y
discriminada por concepto.
A su vez, tales obligados deben publicar en la página de inicio de su sitio
de internet institucional, todas las comisiones y cargos, tasas de interés y costo
financiero total, de la totalidad de los productos y/o servicios, que se ofrezcan a
los referidos usuarios de servicios financieros, en forma discriminada para cada

11
Procede señalar que el art. 14, inc. v) de la ley 24.144 autoriza la extensión de la Ley de
Entidades Financieras a otros, "cuando así lo aconsejen el volumen de las operaciones o razones
de política monetaria, cambiaria o crediticia". En cambio, el art. 3º de la ley 21.526 lo justifica
"cuando lo aconsejen el volumen de las operaciones y razones de política monetaria y crediticia".
Las diferencias es sutil pero trascendente.
una de las variantes del producto y/o servicio en cuestión. También deben
informar las promociones y bonificaciones ofrecidas, con indicación precisa de
las fechas de comienzo y finalización, así como sus modalidades, condiciones y
limitaciones pertinentes. El acceso a toda esta información deberá ser fácil y
directo desde la página de inicio del sitio de Internet institucional y ocupar un
lugar destacado --en cuanto a visibilidad y tamaño-- en la mencionada página12.

b) La forma para los contratos bancarios

El Art. 1380 del CCC dispone: “Forma. Los contratos deben instrumentarse
por escrito, conforme a los medios regulados por este Código. El cliente tiene
derecho a que se le entregue un ejemplar”.

Queda desestimada la posibilidad de contratar verbalmente (contratación


telefónica).
Recordemos aquí que el Art. 1020 del CCC dispone en general: “Prueba de
los contratos formales. Los contratos en los cuales la formalidad es requerida a
los fines probatorios pueden ser probados por otros medios, inclusive por
testigos, si hay imposibilidad de obtener la prueba de haber sido cumplida la
formalidad o si existe principio de prueba instrumental, o comienzo de ejecución.
Se considera principio de prueba instrumental cualquier instrumento que
emane de la otra parte, de su causante o de parte interesada en el asunto, que
haga verosímil la existencia del contrato”.
El requerimiento de la formalidad escrita que exige el art. 1380 prevalece
por ser especial al principio general previsto en el artículo 1020,
precedentemente citado.

12
Véase "Normativa/Texto ordenado sobre protección de los usuarios de servicios financieros",
en www.bcra.gov.ar.
Otro aspecto importante reside en tener presente que el contrato escrito
configura el título de deuda de la obligación bancaria y, conforme sea su
naturaleza, dependerá la suerte de la acción judicial de reclamo que pretenda el
acreedor para reclamar y cobrar la obligación principal incumplida y garantizada.
El derecho del cliente a exigir un ejemplar del contrato bancario
celebrado, lo que conlleva la obligación del banco de entregarlo. Se aclara así las
discrepancias acerca de si correspondía o no cumplir con la obligación del doble
ejemplar.
De esta manera, el cliente puede contar en su poder con el instrumento
contractual suscripto con el banco, con constancia de su entrega o acuse de
recibo por parte del banco. Por consiguiente, la prueba del conocimiento de los
alcances de la relación contractual constituida queda plenamente acreditada, por
lo que ya no le será posible al cliente invocar el desconocimiento de los términos
y condiciones del contrato que ha suscripto, particularmente, cuando ha
incurrido en mora y pretende obstaculizar el derecho de cobro del banco
afectado por la demora o el incumplimiento.
Un aspecto tangencial que merece la formalidad escrita es lo que
entiende por firma de los instrumentos el nuevo Código, al especificar que la
firma "debe consistir en el nombre del firmante o en un signo" (art. 288, CCC).

c) Contenido contractual

El Art. 1381, CCC: “Contenido. El contrato debe especificar la tasa de


interés y cualquier precio, gasto, comisión y otras condiciones económicas a
cargo del cliente. Si no determina la tasa de interés, es aplicable la nominal
mínima y máxima, respectivamente, para las operaciones activas y pasivas
promedio del sistema, publicadas por el Banco Central de la República Argentina
a la fecha del desembolso o de la imposición.
Las cláusulas de remisión a los usos para la determinación de las tasas de
interés y de otros precios y condiciones contractuales se tienen por no escritas”.
Resulta entonces primordial explicitar en el contrato, en forma clara y
precisa, la tasa de interés a la que está sometida la operación, como así también
el costo financiero total. Si resulta omitida en la contratación, ello queda suplido
por la aplicación de una tasa mixta entre la nominal mínima y máxima,
respectivamente, para las operaciones activas y pasivas promedio del sistema,
publicadas por el Banco Central, lo que tiene importancia en la labor
morigeradora de los jueces.
Otro aspecto interesante es la carga periódica informativa que tienen las
entidades financieras. Es decir que la transparencia no debe ser solo anterior y
coetánea al contrato, sino durante todo su desarrollo. El Art. 1382, CCC.
“Información periódica. El banco debe comunicar en forma clara, escrita o por
medios electrónicos previamente aceptados por el cliente, al menos una vez al
año, el desenvolvimiento de las operaciones correspondientes a contratos de
plazo indeterminado o de plazo mayor a un año. Transcurridos sesenta días
contados a partir de la recepción de la comunicación, la falta de oposición escrita
por parte del cliente se entiende como aceptación de las operaciones informadas,
sin perjuicio de las acciones previstas en los contratos de consumo. Igual regla se
aplica a la finalización de todo contrato que prevea plazos para el cumplimiento”.
En cuanto a la vigencia del contrato bancario el Art. 1383, CCC acuerda al
cliente el derecho de desvincularse sin penalidades, indemnizaciones o gastos de
cualquier especie- Así: “Rescisión. El cliente tiene derecho, en cualquier
momento, a rescindir un contrato por tiempo indeterminado sin penalidad ni
gastos, excepto los devengados antes del ejercicio de este derecho”.

Sobre los contratos con consumidores y usuarios


Hemos visto que el Código consagra un parágrafo segundo a los
“contratos con consumidores y usuarios”
El Art. 1384, CCC, establece “Aplicación. Las disposiciones relativas a los
contratos de consumo son aplicables a los contratos bancarios de conformidad
con lo dispuesto en el artículo 1093”.
Los contratos bancarios quedan comprendidos en la Ley de Defensa del
Consumidor, aun cuando haya dudas sobre el encuadramiento correspondiente
a situaciones determinadas, siendo la entidad financiera la principal interesada
en ajustarse a esos principios tuitivos, para evitar que, so pretexto de violarse
esos principios, el deudor interrumpa los flujos de fondos de la asistencia
financiera otorgada. Además, debe tenerse presente que toda duda sobre los
alcances de alguna cláusula del contrato bancario, va a ser interpretado en el
sentido más favorable al consumidor bancario o de la manera menos gravosa.
Así, el Art. 1385 del CCC traslada la exigencia de transparencia a la
publicidad: “Publicidad. Los anuncios del banco deben contener en forma clara,
concisa y con un ejemplo representativo, información sobre las operaciones que
se proponen. En particular deben especificar:
a) los montos mínimos y máximos de las operaciones individualmente
consideradas;
b) la tasa de interés y si es fija o variable;
c) las tarifas por gastos y comisiones, con indicación de los supuestos y la
periodicidad de su aplicación;
d) el costo financiero total en las operaciones de crédito;
e) la existencia de eventuales servicios accesorios para el otorgamiento
del crédito o la aceptación de la inversión y los costos relativos a tales servicios;
f) la duración propuesta del contrato”.

a) El sustrato financiero
Cabe una muy breve mención de las normas generales del CCC relativas a los
intereses en el CCC. Expresa al respecto la Comisión Redactora que, en lo
sustancial, ha adoptado el sistema del Código Civil procurando simplificarlo y
hacerlo más comprensible.
Así, la clasificación de los intereses incluye.

— Compensatorios (art. 767 CCC: “Intereses compensatorios. La obligación


puede llevar intereses y son válidos los que se han convenido entre el deudor y el
acreedor, como también la tasa fijada para su liquidación. Si no fue acordada por
las partes, ni por las leyes, ni resulta de los usos, la tasa de interés compensatorio
puede ser fijada por los jueces”): resultan válidos los convenidos entre las partes
y la tasa fijada por las mismas así como los que derivasen de los usos, pudiendo
ser establecidos judicialmente cuando no hubieren sido acordados.
— Moratorios (art. 768 CCC: “Intereses moratorios. A partir de su mora el deudor
debe los intereses correspondientes. La tasa se determina:
a) por lo que acuerden las partes;
b) por lo que dispongan las leyes especiales;

c) en subsidio, por tasas que se fijen según las reglamentaciones del


Banco Central”), son los que debe el deudor a partir de que incurra en mora. Se
establece la validez de la tasa convenida por las partes o la que dispongan las
leyes especiales aplicables y, en subsidio, las que se fijen según las
reglamentaciones del Banco Central de la República Argentina (BCRA). Se aclara
en los Fundamentos que no se adopta la tasa activa como regla general porque,
en tanto el Código comprende —en su normativa general— supuestos de hecho
muy diversos, es conveniente que el juez cuente con un mayor margen para
adoptar la solución más justa para el caso concreto.

— Punitorios (art. 769: “Intereses punitorios. Los intereses punitorios


convencionales se rigen por las normas que regulan la cláusula penal”), vale
decir, se consideran como una pena o multa convenida para el caso de retardo o
inejecución de la obligación.
En cuanto al anatocismo, el art. 770 (“Anatocismo. No se deben intereses
de los intereses, excepto que: a) una cláusula expresa autorice la acumulación de
los intereses al capital con una periodicidad no inferior a seis meses; b) la
obligación se demande judicialmente; en este caso, la acumulación opera desde
la fecha de la notificación de la demanda; c) la obligación se liquide
judicialmente; en este caso, la capitalización se produce desde que el juez manda
pagar la suma resultante y el deudor es moroso en hacerlo; d) otras disposiciones
legales prevean la acumulación”) acota en su inc. a) la acumulación convencional
de los intereses al capital a una periodicidad no inferior a seis meses quedando
regulado, por lo demás, de modo similar al del Código anterior. El inc. b)
incorpora la acumulación de los acrecidos al capital, en caso de demanda judicial,
desde la fecha de notificación de la demanda. El inc. c) mantiene la previsión del
art. 623 del Código Civil, capitalizando los intereses cuando la obligación se
liquide judicialmente, el Juez mande pagarla y el deudor persista en su mora a
pesar de ello. El inc. d) remite, entre las excepciones a la prohibición general, a
las otras disposiciones legales que prevean la acumulación. Allí encuadra
entonces la regla propia del contrato de cuenta corriente bancaria a la que nos
referiremos más adelante.
El art. 771 (“Facultades judiciales. Los jueces pueden reducir los intereses
cuando la tasa fijada o el resultado que provoque la capitalización de intereses
excede, sin justificación y desproporcionadamente, el costo medio del dinero para
deudores y operaciones similares en el lugar donde se contrajo la obligación. Los
intereses pagados en exceso se imputan al capital y, una vez extinguido éste,
pueden ser repetidos”) reglamenta la facultad judicial de reducir los intereses
"cuando la tasa fijada o el resultado que provoque la capitalización de intereses
excede, sin justificación y desproporcionadamente, el costo medio del dinero para
deudores y operaciones similares en el lugar donde se contrajo la obligación". En
tal supuesto, los intereses abonados en exceso se imputan al capital y,
extinguido el mismo, pueden ser repetidos.
Reglas sobre intereses en las disposiciones generales sobre contratos
bancarios

Importa destacar que, como lo establece el art. 1378 del nuevo


ordenamiento, las disposiciones del Capítulo relativo a los contratos bancarios se
aplican no solo a los contratos celebrados por las entidades comprendidas en la
normativa sobre entidades financieras sino también a los que se celebrasen con
las personas y entidades públicas y privadas que, pese a no estar incluidas
expresamente en esa legislación, ella les resulta aplicable por disposición del
BCRA13.

El primer parágrafo de las "Disposiciones generales" referidas a los contratos


bancarios, destaca desde su título la demanda de transparencia en las
condiciones contractuales. Ella comprende la obligación a cargo de las entidades
de informar con claridad, tanto en la publicidad como en las propuestas de
contratación y en la documentación contractual, acerca de las condiciones
económicas de las operaciones y servicios que ofrecen, en particular,
lógicamente, la tasa de interés (art. 1379 segundo párrafo)14.

La norma del art. 1381 vertebra, desde las disposiciones generales, la


regulación de esta materia. objeto de este trabajo. Es importante detenerse en
ella, que establece: “Contenido. El contrato debe especificar la tasa de interés y

13
La norma se refiere al art. 3º de la Ley de Entidades Financieras (21.526) según el cual: "Las
disposiciones de la presente Ley podrán aplicarse a personas y entidades públicas y privadas no
comprendidas expresamente en ella, cuando a juicio del Banco Central de la República Argentina
lo aconsejen el volumen de sus operaciones y razones de política monetaria y crediticia".
14
El Banco Central considera que no son conceptos computables los gastos de escribanía,
impuestos nacionales, provinciales o municipales que graven los préstamos e intereses. Las
entidades deberán exponer en pizarras colocadas en los locales de atención al público, además
de las TNA y la TEA, el CFT.
Iguales conceptos deben consignarse en la publicidad a efectuar en medios gráficos
masivos o en forma individual, y específicamente establece que el CFT debe publicarse en una
tipografía de tamaño mayor o igual a la más grande que se utilice para informar el nivel de la tasa
nominal anual y/o la cantidad de cuotas y/o su importe. Véase "Normativa/Texto ordenado
sobre tasas de interés sobre operaciones de crédito", en www.bcra.gov.ar. "Portal del Cliente
Bancario" (www.clientebancario.gov.ar.)
cualquier precio, gasto, comisión y otras condiciones económicas a cargo del
cliente. Si no determina la tasa de interés, es aplicable la nominal mínima y
máxima, respectivamente, para las operaciones activas y pasivas promedio del
sistema, publicadas por el Banco Central de la República Argentina a la fecha del
desembolso o de la imposición. Las cláusulas de remisión a los usos para la
determinación de las tasas de interés y de otros precios y condiciones
contractuales se tienen por no escritas”.

En suma:

* Los contratos bancarios —y los otros incluidos en su regulación, conforme al


art. 1378 ya referenciado— deben especificar la tasa de interés convenida,
además de cualquier otro precio, gasto, comisión o condición económica a
cargo del cliente.

* La tasa es un elemento claramente esencial del contrato y la transparencia


a su respecto un recaudo decisivo, ello a tal extremo que si no se la
determinase, el Código impone la aplicación de las tasas nominales mínima y
máxima, respectivamente, para las operaciones activas y pasivas promedio del
sistema publicadas por el BCRA, a la fecha del desembolso o de la imposición. Es
decir que, en caso de omitirse un pacto expreso, la norma es aplicar la tasa más
favorable al cliente de la entidad financiera dentro de las usuales y aprobadas
por la autoridad de aplicación que rigen, para el tipo de operación de que se
trata, en el sistema financiero.

* Con fundamento análogo, el segundo párrafo del art. 1381 tiene por no
escritas las cláusulas que remiten a los usos para determinar las tasas así como
cualquier otro precio o condición contractual. Una vez más, la transparencia es
indispensable para la validez de los acuerdos de partes.

Por otra parte y conforme al art. 1384 queda ratificado que las normas sobre
contratos de consumo (arts. 1093 y siguientes del Código) se aplican a los
contratos bancarios celebrados con consumidores.

El art. 1385 añade requerimientos propios para la tutela del consumidor


bancario, garantizando que éste posea información suficiente para una amplia y
adecuada comprensión de las condiciones de los contratos. Tal el sentido de
exigir que las entidades incluyan en sus anuncios ejemplos representativos de las
operaciones propuestas, especifiquen la tasa de interés y el costo financiero total
(incs. b] y d] de la norma de marras).

El art. 1387 requiere, de modo complementario, que se suministre al


consumidor, antes de la contratación, "información suficiente para que el cliente
pueda confrontar las distintas ofertas de crédito existentes en el sistema,
publicadas por el Banco Central de la República Argentina".

La norma siguiente (art. 1388) consolida la vinculación entre transparencia, y


derecho a la información al sentar el principio de que ninguna suma no prevista
expresamente en el contrato puede serle exigida al consumidor ni cabe cargar
comisiones o costos por servicios que no se le hubiesen prestado en forma
efectiva. La clave está en el concepto de "costo financiero total publicitado o
incorporado al documento contractual", explicitado en el párrafo final del
artículo, en tanto toda cláusula relativa a costos no incluidos o incluidos
incorrectamente en el aludido total, se tendrá por no escrita.

Finalmente, el art. 1389 declara nulos los contratos carentes de información


sobre el costo financiero total, respaldando así la trascendencia de que el cliente
bancario tenga pleno y cabal conocimiento de los términos con los que ha
acordado y, sobre todo, precisión acerca de las sumas que deberá abonar en las
operaciones de crédito.

Recordemos que, hace pocos días, la Corte Suprema de Justicia de la Nación


in re "Proconsumer contra Banco Itaú Buen Ayre S. A." al rechazar un recurso
extraordinario, consolidó la postura de la sala C de la Cámara Nacional en lo
Comercial que estableció que. "...al deudor de saldos en tarjetas de crédito no se
le puede cobrar un interés que supere en un 25% a las tasas aplicadas a
préstamos personales...".
Resumiendo entonces, el encuadre de las convenciones sobre intereses en
los contratos bancarios, debe cumplir los recaudos de validez sintetizados.
Parece una obviedad por completo innecesaria decir que, cumplidos dichos
requisitos, los pactos deben ser considerados válidos. Sin embargo, a
consecuencia del contexto en el cual se desarrolla la actividad bancaria, sus
particularidades —en especial las de los últimos años, tanto en nuestro país
como en el resto del globo— y las inequivalencias que suelen plantearse entre
las entidades financieras y la mayoría de sus clientes —sobre todo los
consumidores—, la cuestión no es tan sencilla y merece ser analizada.

Expresamos antes que las mencionadas circunstancias —de indudable


repercusión en todas las personas, lo que comprende, claro, a los magistrados
que deben interpretar la Ley en cada caso— no deberían obstar a que la regla
sea procurar la regularidad de los contratos y de su cumplimiento. Esto conlleva
que lo convenido por las partes, en tanto no confronte con las exigencias legales
y reglamentarias, las obligue con arreglo a derecho. Dicho de otra forma, no cabe
duda de que debe atenderse, como pauta rectora, a los principios generales:
requerir a los contratantes una conducta de buena fe e impedir todo abuso.

Igualmente hay que considerar que las entidades financieras deben satisfacer
las legítimas expectativas de sus clientes de poder confiar en ellas y que
corresponde demandarles la prestación del servicio profesional a que están
obligadas. También cabe juzgarlas conforme al estándar de mayor
responsabilidad que les incumbe y aplicar —en cuanto corresponda al caso
resuelto— la normativa de defensa del consumidor. Todo ello es plenamente
compatible con la validez de todo pacto que respete tales principios y
prescripciones por lo que, sostenemos, no cabe descalificar los acuerdos de
manera apriorística.

El CCC aporta un marco consistente en materia de principios generales y lo


traslada a una normativa clara en lo que respecta a los contratos bancarios.
Gracias a ello, se ha acotado el margen dentro del cual deben juzgarse las
convenciones celebradas por las partes, entre ellos las relativas a los intereses.

Enumeramos previamente los requisitos que deben ser cumplidos en los


acuerdos sobre intereses y las consecuencias en caso de no hacerlo.

Las entidades están obligadas a brindar al cliente una información veraz y


amplia, desde su oferta contractual y hasta el momento de instrumentarse el
acuerdo, incluyendo facilitarle la comparación de las condiciones que ofrecen
con las demás de mercado. El CCC hace constantes menciones a la tasa de
interés y al costo financiero total de las operaciones, con el claro objetivo de
garantizar al cliente bancario su conocimiento de esa información crucial para
este tipo de contratos.

El costo financiero total —presente en la reglamentación del BCRA15 y ahora


incorporado a la letra legal— comprende todos los costos a cargo del cliente y el
nuevo régimen tiene por no escrita cualquier cláusula que implique
incrementarlo indirectamente.

Sentado ello, cumplidas las exigencias del Código que hemos referenciado así
como las que derivan de otras normas aplicables y de las reglamentaciones del
BCRA, si los términos contractuales son precisos y han sido informados al
cliente —en especial los referidos al costo financiero total—, es lógico concluir
que las convenciones sobre intereses serán válidas, como principio y salvo
excepciones expresamente previstas por la ley.

Son aplicables, en esa dirección, los arts. 767, 768 y 769 del CCCN que, como
ya lo expusimos, establecen la validez de los intereses convenidos entre las
partes como compensatorios, moratorios y punitorios.

Del mismo modo serán válidos los acuerdos de acumulación de los intereses
al capital en los términos de los citados arts. 770 —acumulación acotada a una
periodicidad no inferior a seis meses— y 1398 —capitalización mensual de los
acrecidos en el contrato de cuenta corriente bancaria—.

15
Comunicación BCRA "A" 3052.
El nuevo Código amplía la seguridad jurídica de las transacciones al delimitar
los supuestos de invalidez y abuso. Esto posibilita regresar a un enfoque
jurídicamente más racional: el de considerar inicialmente válidas y exigibles las
convenciones —en el caso, sobre intereses— celebradas en base a normas que
les otorgan certidumbre y transparencia.
Los contratos bancarios quedan sometidos a los principios generales de los contratos de consumo

Trato digno que el banco de dispensar 1097. Trato digno. Los proveedores deben garantizar condiciones de atención y trato digno a los consumidores y
al cliente usuarios. La dignidad de la persona debe ser respetada conforme a los criterios generales que surgen de los
tratados de derechos humanos. Los proveedores deben abstenerse de desplegar conductas que coloquen a los
consumidores en situaciones vergonzantes, vejatorias o intimidatorias.
Trato equitativo y no discriminatorio 1098. Trato equitativo y no discriminatorio. Los proveedores deben dar a los consumidores un trato equitativo y
no discriminatorio. No pueden establecer diferencias basadas en pautas contrarias a la garantía constitucional
de igualdad, en especial, la de la nacionalidad de los consumidores.
Suministro de información cierta 1100. Información. El proveedor está obligado a suministrar información al, consumidor en forma cierta y
detallada, comprensible y gratuita detallada, respecto de todo lo relacionado con las características esenciales de los bienes y servicios que provee,
las condiciones de su comercialización y toda otra circunstancia relevante para el contrato. La información debe
ser siempre gratuita para el consumidor y proporcionada con la claridad necesaria que permita su comprensión.
Acatamiento de las prohibiciones en 1101. Publicidad. Está prohibida toda publicidad que:
publicidad dirigida al público a) contenga indicaciones falsas o de tal naturaleza que induzcan o puedan inducir a error al consumidor,
cuando recaigan sobre elementos esenciales del producto o servicio;
b) efectúe comparaciones de bienes o servicios cuando sean de naturaleza tal que conduzcan a error al
consumidor;
c) sea abusiva, discriminatoria o induzca al consumidor a comportarse de forma perjudicial o peligrosa
para su salud o seguridad.
Lineamientos previstos para 1119. Regla general. Sin perjuicio de lo dispuesto en las leyes especiales, es abusiva la cláusula que, habiendo
considerar que cláusulas revisten el sido o no negociada individualmente, tiene por objeto o por efecto provocar un desequilibrio significativo entre
carácter de abusivas y cuándo existe los derechos y las obligaciones de las partes, en perjuicio del consumidor.
una situación jurídica abusiva 1120. Situación jurídica abusiva. Se considera que existe una situación jurídica abusiva cuando el mismo
resultado se alcanza a través de la predisposición de una pluralidad de actos jurídicos conexos.
Sometimiento al contralor judicial de 1122. Control judicial. El control judicial de las cláusulas abusivas se rige, sin perjuicio de lo dispuesto en la ley
las cláusulas abusivas y facultad especial, por las siguientes reglas:
integradora del juez si declara la a) la aprobación administrativa de los contratos o de sus cláusulas no obsta al control;
nulidad parcial del contrato b) las cláusulas abusivas se tienen por no convenidas;
c) si el juez declara la nulidad parcial del contrato, simultáneamente lo debe integrar, si no puede
subsistir sin comprometer su finalidad;
d) cuando se prueba una situación jurídica abusiva derivada de contratos conexos, el juez debe aplicar lo
dispuesto en el artículo 1075.

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