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La buena fe contractual, la buena fe registral y la buena fe en el Derecho comparado

Generalidades

La buena fe en la historia del Derecho Romano distingue dos etapas en las que tiene significados diferentes,
la etapa clásica y la post-clásica. En la primera la buena fe se predica principalmente en las buenas
acciones o juicios, y sirve para distinguir entre estos con aquellos otros llamados de derecho estricto, de
suerte que la buena fe es fundamentalmente una cualidad que tienen ciertos juicios y que comporta un
determinado modo o método de juicio. En la segunda, la buena fe se predica como una cualidad de los
contratos o bien se sustantiviza, convirtiéndose en un principio jurídico del cual derivan reglas o
prescripciones de carácter imperativo; el principio de buena fe comienza a entenderse en esta etapa
posclásica como un principio rector de la conducta. Son dos concepciones diferentes del mismo principio de
buena fe (una lo entiende como método de juicio, la otra como regla de conducta), no necesariamente
opuestas o contradictorias, si bien cada una tiene su propio contenido y sus peculiares consecuencias.
La fides es un principio fundamental del Derecho Romano que enuncia el deber de toda persona de
respetar y cumplir su palabra. La fides, se entiende como un principio vigente en todos los pueblos, es decir
de ius gentium y no como un principio exclusivo de los romanos. Es fuente de deberes jurídicamente
sancionados en actos que carecen de la forma jurídica necesaria, como la fidepromissio que vale, por la
fides aunque carezca de la forma propia de la sponsio. Puede considerarse que el mismo principio, la fides
o lealtad a la palabra, es la causa de las obligaciones derivadas de los contratos consensuales.
Distinta de ella es la bona fides que aparece en la fórmula de algunas acciones. Las acciones de buena fe
que se conocen en el Edicto del pretor eran éstas: la acción del antiguo negocio de fiducia, que parece
haber sido la matriz de las demás acciones de buena fe, las acciones de los cuatro contratos consensuales
(mandato, sociedad, compraventa y arrendamiento), la del depósito, la acción de gestión de negocio ajeno y
las acciones de tutela (para exigir cuentas al tutor) y la de dote (actio rei uxoriae para exigir la restitución de
la misma).
El principio de buena fe con el transcurso del tiempo no solo es una regla de conducta, si no también un
criterio de juicio o método de la decisión judicial. Su contenido concreto deberá irse actualizando en las
decisiones judiciales y en las opiniones doctrinales, pero no por la remisión a reglas éticas, modelos de
comportamiento, principios morales o, en general, consideraciones que no son propiamente jurídicas; los
romanistas no olvidaron que uno de los rasgos de la vulgarización del Derecho Romano que se da en
Occidente en los siglos IV y V es precisamente esa tendencia moralizadora que, con las mejores
intenciones, pasa por alto y desprecia las categorías jurídicas. El contenido específico del criterio de buena
fe debe irse precisando, como ocurrió en el Derecho Clásico, a partir de la misma realidad de las relaciones
contractuales, que son relaciones generadas por el consentimiento y de naturaleza bilateral. Al juzgar sobre
relaciones contractuales, el criterio de la buena fe exige del juez que considere todas las consecuencias que
se derivan de la reciprocidad de las obligaciones y de su génesis consensual.
En el ámbito del tráfico patrimonial, la Seguridad Jurídica se materializa cuando existe una adecuación o
exactitud entre la realidad física del inmueble, la realidad documental del derecho que incide sobre el
mismo, y finalmente la realidad registral. Sin embargo, el Registro, algunas veces, sólo protege con
presunción “juris tantum”; en cambio la seguridad jurídica en su máxima expresión como garantía está
amparada por el principio de la Fe Pública Registral contenido en el artículo 2014º del Código Civil; situación
jurídica que se produce al alcanzar un determinado adquirente el carácter de Tercero Registral, con
presunción de legitimidad “juris et de jure”, por lo que el tercero así constituido, mantendrá su adquisición,
aunque posteriormente se anule, rescinda o resuelva el derecho del otorgante por causas que no consten
en los Registros Públicos.

La buena fe contractual

1. CONCEPCIÒN DE BUENA FE.


También se le denomina principio de probidad. La palabra buena fe proviene del latín bona fides, el cual es
un principio general del derecho, consistente en el estado mental de honradez, de convicción en cuanto a la
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verdad o exactitud de un asunto, hecho u opinión, o la rectitud de una conducta. Ella exige una conducta
recta u honesta en relación con las partes interesadas en un acto, contrato o proceso 1.
Para efectos del derecho procesal, Eduardo Couture lo definía a la buena fe como la "calidad jurídica de la
conducta legalmente exigida de actuar en el proceso con probidad, con el sincero convencimiento de
hallarse asistido de la razón". En este sentido, este principio busca impedir las actuaciones abusivas de las
partes, que tengan por finalidad dilatar un juicio.
La buena fe es aplicada en diversas ramas del Derecho. En el Derecho civil, por ejemplo, a efectos de la
prescripción adquisitiva de un bien, en virtud de cual, quien lo ha poseído de “buena fe" se le exige un
menor tiempo que a aquel lo ha hecho de “mala fe”. En general, en las diversas ramas del Derecho reciben
un tratamiento diferenciado las personas que actuaron de buena o de mala fe.
2. LA BUENA FE COMO OBLIGACION Y COMO DEBER.
La buena fe en cuanto obligación de las autoridades, la buena fe “impone a los funcionarios públicos actuar
de una manera acorde con los principios constitucionales del respecto a la persona y a su dignidad y la
garantía de los derechos que le corresponden, por lo que puede afirmarse que la buena fe apunta a la
humanización de las relaciones entre funcionarios y particulares y entre estos y otros particulares, pues
puede conducir a que los primeros actúen con “lealtad, honestidad y confianza”. Al mismo tiempo, en cuanto
obligación de las autoridades la buena fe supone una actuación de las autoridades acorde con los principios
que guían la función administrativa como son los de igualdad, moralidad, eficacia, economía, celeridad,
imparcialidad y publicidad (Constitución Política).
La jurisprudencia ha desarrollado algunos criterios generales en desarrollo de los cuales puede establecerse
cuando la actuación de una autoridad pública es contraria a la buena fe, y por ende incumple la obligación
de actuar conforme a tal. Se estaría ante tal hecho – como lo afirma el doctor Barreto- cuando el
comportamiento del funcionario "no es la conducta racional y recta que podría esperarse de una persona en
una misma situación" cuando no se ajusta a los exámenes de objetividad y racionabilidad; cuando resulta
ser contradictoria; cuando no se tenga en cuenta la situación concreta de la persona concernida; cuando la
decisión no se adopte en el momento oportuno; cuando su respuesta no es proporcional; cuando la entidad
estatal niega sus propios actos; cuando se presentan dilaciones injustificadas; cuando no se adopten los
medios adecuados o idóneos para restablecer un derecho o cuando se abusa del poder.
Por otra parte, en cuanto al deber de los particulares, el principio de la buena fe complementa la
enunciación de los deberes previstos en el artículo 95 de la carta. La buena fe da origen a deberes en
aquellos que obren como partes en la relación con significación jurídica, lo cual conduce al reconocimiento
de los derechos de los demás y a evitar el abuso del derecho propio. "De esta manera el principio de la
buena fe obra como limite al ejercicio ilegitimo de los derechos." La posibilidad de confiar en los demás
asociados es condición necesaria de la convivencia, de la buena marcha y funcionamiento de las relaciones
entre los particulares –entre ellas las relaciones económicas- de la paz y de la seguridad jurídica
En síntesis, esta obligación o deber en cuanto al proceder y la disposición atinentes tanto a los particulares
como a las autoridades y funcionarios públicos, sirve como limite para las actuaciones de ambos en las
relaciones jurídicas en que estos interactúen entre si. Se cree que no hay que ahondar más en esta
temática por la sencilla razón que al ser esta una problemática atinente a una obligación, es perfectamente
solucionable con el cumplimiento efectivo de la misma por lo que no es necesario dar más especificaciones
sobre este deber.
3. LA BUENA FE COMO PRINCIPIO GENERAL DEL DERECHO.
Los principios generales del derecho son máximas o proposiciones y hasta aforismos de carácter lógico que
fundamentan el ordenamiento positivo. Son ideas, postulados éticos, o criterios fundamentales, básicos,
positivizados o no, que condicionan y orientan la creación, interpretación e integración del ordenamiento
jurídico escrito (legal y jurisprudencial) y consuetudinario. Estos principios son fundamentales por que son el
fundamento o fuente; son imperativos e interesan al orden publico; universales, por ser generales y por que
regulan no solo un caso sino varios o muchos y se aplican a todo el ordenamiento o a una o varias ramas
instituciones o normas suyas; tópicos, porque son lugares comunes; normas axiológicas y deontológicas,
puesto que se ocupan del deber ser del derecho; y son explicitas o implícitamente positivas, por que se
consagran o aplican expresamente por un órgano estatal o porque se extraen o inducen de normas
particulares.
Del Vecchio piensa que los principios generales son "verdades supremas del derecho ingenere, o sea,
aquellos elementos lógicos y éticos del derecho, que por ser racionales y humanos son virtualmente
comunes a todos los pueblos”2.

1
“http://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_buena_f e"
2
DEL VECCHIO, Giorgio, “Los principios generales del derecho”. Tercera edición, pág. 62.
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Para Hernán Valencia Restrepo, los principios generales del derecho son "normas fundamentales, taxativas,
universales, tópicas, axiológicas, implícita o explícitamente positivas, que sirven para crear, interpretar e
integrar el ordenamiento jurídico".
Cuando los principios generales del derecho se aplican a varios campos del conocimiento son plurivalentes;
y (monovalentes), si solamente tienen valor en una ciencia específica. Los principios generales del derecho
son monovalentes y a su vez pueden referirse a todo el orden jurídico o ser el fundamento de una cierta
rama del derecho. Por ejemplo, se puede predicar la existencia de principios generales del derecho
constitucional; e igualmente principios generales del derecho civil; o, en fin, principios del derecho de familia.
José Maria Díaz Couselo, citado por Monroy Cabra, sostiene que "los principios generales son aquellos
juicios de valor, anteriores a la formulación de la norma positiva, que se refieren a la conducta de los
hombres en su interferencia intersubjetiva, que fundamentan la creación normativa legislativa o
consuetudinaria"
La concepción de los principios desde el punto de vista del positivismo y desde el enfoque del
iusnaturalismo. Los positivistas los consideran directrices de un ordenamiento jurídico, o sea, criterios que
sirven de fundamento e informan el derecho positivo de cada país. Los iusnaturalistas creen que son
criterios universales y eternos de justicia, con carácter suprapositivo, verdades jurídicas universales dictadas
por la recta razón, que se hallan fuera del ordenamiento de un país, por tanto previos y externos al derecho
positivo.
No hay consenso doctrinal sobre las funciones de los principios, pero en general se les atribuye el
cumplimiento de tres funciones conexas, cuales son las de servir de fuente creadora de derecho, de
integración en caso de lagunas o vacíos y de medio interpretativo 3. La función creadora consiste en que los
principios señalan las pautas que deben acatarse en la elaboración, modificación y derogación de las
normas. Para Aníbal Torres Vásquez, cuando se trata de la función creadora "los principios son fuente
material del derecho. Cuando cumplen la función integradora, son fuente formal".
Por otro lado, la buena fe es un concepto que sirvió para suavizar los rigores del derecho romano y para
estructurar el matrimonio putativo en el derecho canónico, es hoy un principio general que, por su
consagración expresa en la constitución, tiene el rango de garantía ciudadana, con vigencia tanto en el
derecho público como en el derecho privado. El derecho romano, al parecer conoció la fides, que era lo que
es hoy el honor o la virtud. "Se ha dicho que fue durante el periodo de la jurisprudencia preclásica romana
que tuvieron lugar el nacimiento y la enunciación del principio de la buena fe, atribuyéndose esta a Quinto
Mucio Escevola."
En síntesis, respecto de las funciones de la buena fe como principio, puede afirmarse que sirve para
corregir, suplir y ayudar ágilmente en la creación, interpretación y aplicación de normas jurídicas generales y
abstractas e individuales y concretas, tanto en el derecho privado como en el derecho público.
A) Contenido del principio de buena fe.
En la experiencia romana clásica se precisaron ocho contenidos del principio de buena fe, como muestra de
lo que los jueces modernos podrían definir:
i) La consideración de la culpa (falta de diligencia) para definir el incumplimiento de las obligaciones
contractuales.
ii) La consideración del monto de la condena ha de resarcir el interés del actor cuando la obligación
se hubiera cumplido.
iii) La represión del dolo, entendido en sentido amplio como engaño provocado o aprovechamiento
del error o ignorancia espontánea de la otra parte.
iv) La interpretación del contrato con el criterio de discernir lo realmente convenido por las partes con
preferencia a la literalidad de las palabras.
v) La consideración de todos los pactos que hubieran hecho las partes aunque no los invocaran en la
fórmula.
vi) El tener como convenidos los elementos naturales del negocio.
vii) La compensación de las deudas recíprocas derivadas del mismo contrato, y;
viii) La consideración de la equidad o el equilibrio entre las prestaciones.
4. LA BUENA FE EN EL DERECHO CONTRACTUAL
La buena fe en los contratos se traduce en la honestidad y lealtad que debe imperar entre las partes. La
buena fe exige en los contratos que se cumpla con lo convenido; y que exista la máxima equidad. En el

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La interpretación y ejecución de los contratos deben sujetarse en primer término a lo expresado en ellos y si esto no
fuese posible por la discrepancia en la forma de pago del saldo del precio, es necesario someterlo a las reglas de la
buena fe y común intención de las partes. Jurisprudencia: Exp. Nº 384 – 95- Lima, Marianella Ledesma N.
“Ejecutorias Supremas Civiles”, 1993-1996, pág. 372.
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primer caso, la buena fe consiste en la honestidad necesaria para cumplir con la palabra empeñada; la
obligación debe cumplirse, aunque resulte ruinosa para el deudor, o no guarde relación alguna con el valor
de lo que reciba a cambio. Esta posición se fundamenta en que los hombres son libres e iguales; y por
consiguiente, los compromisos que contraigan ejerciendo los atributos indicados, son justos. Por otra parte,
la vida de los negocios depende, en gran medida, de la seguridad que da la intangibilidad de los contratos.
En el segundo caso, la buena fe consiste en que cada contratante busque su propio beneficio, pero
respetando leal y honestamente los intereses del otro. Cuando falta ese referente moral, el juez puede
modificar el contrato en función de diversos conceptos relacionados con la buena fe, y que se manejan en el
derecho moderno: La excesiva onerosidad al contratar o por causa sobreviniente; el abuso del derecho, no
ir en contra de un hecho propio; el enriquecimiento sin causa o la frustración de la finalidad del negocio.
Es precisamente en este punto donde surge imprescindible profundizar en la dicotomía derecho privado-
derecho público, ya que es ciertamente en estas dos ramas en que tal principio adquiere mayor arraigo
práctico en el momento de su aplicación.
A) La buena fe en el ámbito del derecho privado. En el diario acontecer de la actividad privada, las
personas que negocian o contratan entre sí suponen ciertas premisas, entre las cuales está precisamente el
postulado de la buena fe, pues pensar desde el comienzo en la mala fe del otro sería dar vida a una relación
viciada. En el plano contractual, Los particulares deben conducirse en todas sus actuaciones según el
principio de la buena fe; las partes deben comportarse con lealtad, lo que se traduce, en términos prácticos,
“ en el respeto de los derechos ajenos y en el no abuso de los propios. El abuso de las posiciones
dominantes rompe el equilibro contractual”.
El principio de la buena en el derecho privado, en el derecho de los contratos donde existen unos preceptos
que ordenan la ejecución de los contratos civiles de buena fe, articulo 1362º del código civil peruano " los
contratos deben negociarse, celebrarse y ejecutarse según reglas de la buena fe y común intención de las
partes”, y por consiguiente obligan no solo a lo que en ellos se expresa, sino a todas las cosas que emanan
precisamente de la naturaleza de la obligación, o que por la ley pertenecen a ella. De modo que no es
buena fe limitarse al cumplimiento del texto escrito de un contrato cuando debe entenderse que el obliga a
algo más que lo literal. Siendo el principio de buena fe de acuerdo a la jurisprudencia nacional un principio
fundamental de todo contrato.
Los contratos deberán celebrarse y ejecutarse de buena fe y, en consecuencia, obligaran no solo a lo
pactado expresamente en ellos, sino todo lo que corresponda a la naturaleza de los mismos, según la ley, la
costumbre o la equidad natural, con lo que se permite la aplicación directa y no por vía subsidiaria de la
buena fe contractual, que constituye la más importante manifestación del principio general de la mutua
confianza en la vida jurídica. Así, en los títulos traslaticios de dominio, la buena fe supone la persuasión de
haberse recibido la cosa de quien tenía la facultad de enajenar y de no haber habido fraude u otro vicio en el
acto o contrato.
Un justo error en materia de hecho, no se opone a la buena fe. Pero el error en materia de derecho,
constituye una presunción de la mala fe, que no admite prueba en contrario. La mala fe deberá probarse.
Por lo que toca a los grados de la buena fe, desde el ángulo privado, se descubren dos: la buena fe simple,
de un lado; y la buena fe cualificada, de otro, que es buena fe creadora o buena fe exenta de culpa. En 1958
una corte suprema de justicia determinó que mientras la buena fe simple exige únicamente conciencia (de
obrar sin fraude por ejemplo), la buena fe cualificada reclama conciencia y certeza. Más aun, ello significa
ausencia de culpa, que es tanto como una máximum de cualidades, según expresión usada en otra
providencia de la misma corte: no es suficiente que quien invoca la buena fe..."haya tenido la conciencia de
estar negociando con el verdadero heredero o con el verdadero propietario, sino que, es menester que esa
creencia no sea el resultado de una imprudencia o de una negligencia en que no habría incurrido una
persona avisada y diligente.
En suma, hay una parte de la doctrina civilista que afirma que el principio de la buena fe fue incorporado
primero en el derecho privado y subsidiariamente a esto en el derecho público, lo cual no pudo ser
demostrado, pero si se puedo demostrar como se incorpora en el derecho privado el principio general de la
buena fe de una forma notablemente polivalente, puesto que comporta un aspecto de presunción y un
aspecto de principio que dirige la conducta tanto de manera precontractual como contractual.
B. La buena fe en el ámbito del derecho público. Los principios generales del derecho contienen un
valor relevante en el derecho, pues han precedido su formación y constituyen la vía para introducir las
exigencias de la justicia en las relaciones entre la administración y los administrados. En la actualidad, el
valor de los principios generales del derecho es muy superior al que tenía en la época del surgimiento de
esta disciplina jurídica, puesto que el intervencionismo creciente del Estado y de su administración pública
en la vía social ha significado un aumento considerable de las tensiones y conflictos entre la prerrogativas
del poder público y la libertad de los ciudadanos, por lo cual se torna esencial la aplicación de unas pautas
5

de justicia material para impedir que la supremacía jurídica del Estado degenere en arbitrariedad y para
garantizar los derechos y libertades de los administrados.
La circunstancia de que el principio de la buena fe tenga un claro fundamento constitucional, es de gran
trascendencia en el área del derecho público. De un lado, permite su aplicación directa y no subsidiaria en el
espectro de las actuaciones administrativas y, del otro, por cuanto contribuye a establecer límites claros al
poder del Estado, buscando impedir el ejercicio arbitrario de las competencias públicas, y a humanizar las
relaciones que surgen entre la Administración y los administrados.
El derecho público es un desarrollo de los principios de legalidad y de separación de los poderes públicos
que dominan la configuración del Estado a partir de la revolución liberal del siglo XVIII, como técnica de
garantía de la libertad; tiene pues su fuente en unos postulados de justicia material y no en una
complicación de normas positivas, y esta precisamente es la clave que ha de orientar su desarrollo
posterior, principalmente por la vía jurisprudencial, en los países a los que les correspondió la fortuna de
tener un tribunal de justicia como el Conseil d’ Etat , que en su prodigiosa labor creadora acudió a los
principios generales del derecho para la construcción de sus mas brillantes instituciones jurídicas, no solo
para suplir las lagunas por vía de integración normativa, sino también para tutelar la libertad de los
ciudadanos frente a los excesos del poder publico. En otros países que no han tenido la suerte de contar
con un tribunal de la calidad del Conseil d’ Etat, ha sido la doctrina de los juristas, influida en buena parte
por las formulas Francesas, la que ha echado mano de los principios jurídicos para señalarle al legislador
las bases del régimen administrativo.
Si el principio de la buena fe, es fundamental en las relaciones entre particulares, con mayor razón tiene
validez cuando ellos actúan ante las autoridades públicas, bien en demanda de sus derechos, ya en el
cumplimiento de sus deberes y obligaciones, toda vez que el Estado y quienes lo representan deben sujetar
su actividad al objetivo de realizar el bien común, sobre la base de las previsiones trazadas por el legislador,
en vez de crear dificultades a los gobernados y entrabar innecesariamente el desenvolvimiento de las
múltiples relaciones que con ellos deben forzosamente establecerse. Así, por ejemplo, la sola voluntad de
un servidor público no es suficiente a la luz de la Carta Política en vigor para exigir autenticación de firmas,
presentación de documentos, imposición de sellos, trabas inoficiosas, términos no previstos en ley o
reglamento, para apenas indicar algunos de los requerimientos favoritos del burócrata, ya que varios
preceptos constitucionales remiten a la ley como única fuente de tales exigencias.
En materia contractual, igual a lo que ocurre con el principio de reciprocidad, la buena fe comporta entonces
uno de los criterios de imputación dentro de la teoría de la equivalencia de los contratos estatales y, por ese
aspecto, se convierte en la causa jurídica de la que surge la obligación para la Administración Pública de
reconocerle al contratista los mayores costos y las pérdidas que haya podido sufrir, como consecuencia del
surgimiento de algunas contingencias extraordinarias o anormales que alteran la ecuación financiera
prevista en el acuerdo de voluntades.
Así mismo, y haciendo una especificación más detallada en el derecho administrativo, se tiene que el
principio de la bona fides tiene una extraordinaria importancia en los contratos administrativos,
principalmente por dos razones: a) Constituye un límite a la supremacía jurídica de la administración
pública, en garantía de la posición patrimonial del contratista (señala unas reglas de conducta para el
ejercicio de los derechos y de las potestades exorbitantes - terminación, modificación e interpretación
unilateral, etc. - y el cumplimiento de las obligaciones); b) .Contribuye a elevar el tono moral de la gestión
contractual pública y a humanizar las relaciones entre las entidades públicas y los contratistas (La bona
fides es el fundamento que orienta la labor interpretadora y preside la integración normativa de los contratos
del estado). Por lo tanto la buena fe dentro de la contratación administrativa trata de equilibrar a las partes.
Así la buena fe en materia contractual obliga dentro del mismo a que las partes actúen con diligencia,
lealtad y cooperación para el cumplimiento de su objeto, que es la finalidad del interés público. Así para
ambos se le es exigible el principio de la mutua confianza.

La buena fe registral

1. PRESUNCION DE LA BUENA FE
A favor de los particulares, la presunción de la buena fe apunta a garantizar los derechos de las personas en
todas aquellas circunstancias en las que su ejercicio este supeditado a la actuación de las autoridades y
también de los particulares. A pesar de ser un supuesto necesario del buen desenvolvimiento de las
relaciones de los particulares con las autoridades y con otros particulares, en el trámite de las diligencias
que las personas deben adelantar ante los despachos oficiales la confianza fue sustituida por la sospecha
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general hacia el particular. El proceder honesto y legal de los ciudadanos se presume en muchas normas
de nuestro ordenamiento jurídico hasta que se demuestre lo contrario es decir hasta que se demuestre la
mala fe, así establece el artículo 665º del Código Civil “La acción reivindicatoria procede contra el tercero,
que sin buena fe, adquiere los bienes hereditarios por efecto de contratos de contratos a título oneroso
celebrados por el heredero aparente que entro en posesión de ellos. Si se trata de bienes registrados la
buena fe del adquirente se presume si, antes de la celebración del contrato, hubiera estado debidamente
inscrito, en el registro respectivo, el título que amparaba al heredero aparente y la transmisión de dominio
en su favor, y no hubiera anotado demanda ni medida precautoria que afecte los derechos inscritos...”
Por otro lado, emparentada con la garantía procesal de la presunción de inocencia, la presunción de buena
fe hace que las diligencias de los particulares ante la autoridad y otros particulares sean tenidas de
antemano como ajenas a toda intención reprochable jurídicamente. Desde luego, “los funcionarios pueden
revisar razonablemente su contenido y la ley puede crear procedimientos para verificar lo manifestado por
los particulares, lo que puede conducir a que los hechos y su prueba desvirtúen esta presunción”, porque
sino, en contrario sensu, se incurriría en el absurdo de pensar que todas las personas por el simple hecho
de ser particulares actúan siempre y sin excepción conforme a derecho, las buenas costumbres y el
ordenamiento público.
A nivel del derecho administrativo la presunción de la buena fe establecida a favor de los particulares
implica que las autoridades deberán, entre otras obligaciones, tener por legítimos los documentos que
acompañe una persona a sus solicitudes. Entre ellos, los documentos públicos aportados han de asumirse
como ciertos y validos, y constituyendo así plena prueba, presumiendo buena fe de su otorgamiento, de su
fecha y de las declaraciones que en ellos hagan los funcionarios que los autorizan. Aun cuando es menester
Constitucional y legal proteger esa presunción de buena fe frente al particular que se torna para estas
instancias como una garantía, excepcionalmente, la ley puede establecer la presunción contraria, es decir,
la presunción de mala fe.
Por tanto, la presunción de mala fe que ahora impera, en la práctica se convierte en una pesada carga para
los ciudadanos honestos, para quienes siguiendo a Jesús González Pérez: "la administración no es otra
cosa que un conjunto de ventanillas donde se hace cola". Este tratadista español, ilustra el lamentable
cuadro de la administración contra el particular. El cual se compagina perfectamente con lo afirmado por
Hermann Hesse: no hace falta ser condenado para conocer este extraño e infernal mundo de las oficinas,
de las documentaciones, y de las actas.
En síntesis, aunque la regla general es que se presuma la buena fe en el actuar y proceder de las partes en
cualquier relación o vinculo jurídico, existen casos en donde excepcionalmente, la mala fe se presume, no
obstante, sin ir esto, en detrimento del espíritu de la Constitución Política, total, que “La buena fe se
presume, excepto en los casos en que la ley establece la presunción contraria. "En todos los otros casos, la
mala fe deberá probarse”.
2. LA BUENA FE REGISTRAL
Como toda figura jurídica, la “la buena fe” no es un fin en sí mismo, sino un medio para encauzar la
protección de determinados valores e intereses sociales.
El contenido de la buena fe más conocido es el que encontramos en el Código Civil, en las normas referente
a los derechos reales y a lo establecido respecto al tercero registral 4 Con estas normas se protege a los
titulares de dominio y a los que suplen el capital. La buena fe no se orienta aquí a la protección de deberes
de lealtad, por ejemplo, de una persona frente a otra determinada, sino a garantizarles a los titulares que el
ordenamiento sancionará a quienes adquieran bienes de personas sobre las cuales pueda haber sospechas
respecto a su facultad para transferirlos. En lo que respecta a la figura del tercero registral, el concepto de
buena fe se orienta a garantizarle a éste que la apariencia (bautizada fe pública registral) que generan las
constancias del Registro son superiores a la realidad de la titularidad.

4
Código Civil: Artículo 2014º .- “El tercero que de buena fe adquiere a título oneroso algún derecho de la persona
que el registro aparece con facultades para otorgarlo, mantiene su adquisición una vez inscrito su derecho, aunque
después se anule, rescinda o resuelva el del otorgante por virtud de causas que no consten en los registros públicos. La
Buena fe del tercero se presume mientas no se pruebe que conocía la inexactitud del registro”.
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El concepto de la buena fe registral 5 se define así por nuestra jurisprudencia, siguiendo a Roca Sastre,
como: "el desconocimiento por el tercer adquirente de la verdadera situación jurídica del derecho adquirido
en la parte no reflejada exacta o íntegramente en el Registro”.
La buena fe en términos psicológicos: es la creencia o la ignorancia excusable respecto a la titularidad del
que nos transfiere y a la legalidad del negocio.
El principio de la buena fe, el cual aparece del ordenamiento jurídico como una garantía de protección, por
lo que en ultimas seria un mecanismo de protección para los individuaos, de modo que, como tal, cumple su
función de limitar los derechos ajenos. La buena fe como principio general del derecho, impregna la
totalidad del ordenamiento jurídico.
Las características de la vida moderna, con su creciente complejidad, exigen que este principio de la buena
no sea simplemente un criterio de interpretación y un límite en el ejercicio de los derechos, sino su
consagración como garantía para los particulares. Así, dentro de los mecanismos de protección de los
derechos, pueden distinguirse los que apuntan a hacer eficaz la actuación de los particulares y las
autoridades administrativas como la prohibición de la tramitomanía los cuales también tienen aplicación en
la esfera de las actuaciones judiciales.
El profesor De Traseignes dice: Desde la perspectiva de la sociedad de mercado, negar a los contratantes
la capacidad para engendrar por sí mismos maduramente derechos y obligaciones correlativas en lo que no
está prohibido por la ley con el argumento de que las decisiones adoptadas al momento de celebrar el
contrato atentan ahora contra la equidad y la buena fe, es deformar el cuerpo social y hacer imposible la
predicción y el cálculo que son condiciones sine qua non del ejercicio de la libertad y de la garantía de
eficiencia de las acciones dentro de este medio social. La equidad y la buena fe —con la vaguedad implícita
a la que he hecho referencia— se convierten aquí en los agentes terroristas de la seguridad contractual 6.
3. PRINCIPIO DE LA BUENA FE PÚBLICA REGISTRAL.
Este principio adoptado por el artículo 2014º del Código Civil y por el artículo VIII del Título Preliminar del
Reglamento General de los Registros Públicos es el que caracteriza nuestro Sistema Registral.
La exposición de motivos define el principio de fe pública registral como el que protege la adquisición
efectuada a título oneroso y con buena fe, de quien aparece en el Registro como titular registral, que se
inscribe en el Registro, contra cualquier intento de enervar dicha adquisición que se fundamenta en causas
no inscritas antes. (7[7])
A la simple lectura del Art. 2014º del C.C. se aprecia que su contenido conceptual, es, en primer lugar, de
adquisición de una situación registral; y, en segundo lugar, de oposición o defensa frente a los derechos que
emanan de normas de derecho común y también de derechos que emanan de principios y normas
registrales. En este conflicto de derechos, intereses y normas legales, en aras del interés público, la paz y el
orden social debe, necesariamente, establecerse una jerarquía jurídica interrelacionada por los conceptos
ley, derecho y justicia; jerarquía de la cual, inexorablemente, prevalecen los principios y leyes que tutelan la
fe pública institucionalizada, frente a los principios y leyes que tutelan derechos que no han alcanzado el
amparo de la fe pública registral. En otras palabras, siempre que se intente aplicar el principio de la fe
pública registral, se estará inevitablemente ante una situación en la que la “seguridad del tráfico”, sacrifica
la “seguridad del derecho.”
Veamos como explica la Exposición de Motivos el sacrificio de la seguridad del derecho. Según el derecho
común, civil o extra registral, si una persona adquiere de otra un derecho y sucede que el derecho del
otorgante es nulo, el derecho común establece que será nulo también el del adquirente en virtud de que
nadie puede transferir más de lo que tiene; y, por el contrario, nadie puede adquirir mayor o diverso derecho
que aquél que se transmite.
5
“La buena fe es un presupuesto de la protección registral dado que el tercero resulta protegido en la medida en que ha
contratado confiando en el registro. La protección registral es una protección a la fe pública registral y esta fe es
confianza en que la titularidad que el registro pública es la verdadera titularidad. Un contratante o un adquirente que
son conocedores de la inexactitud del registro no merecen una especial protección. (...) Si Ticio contrata con Cayo o
realiza un negocio adquisitivo del dominio o de cualquier otro derecho, porque cree de acuerdo con el registro que
Cayo es el verdadero titular , la protección de la fe pública y la seguridad de comercio jurídico pueden imponer que
Ticio sea mantenido en su adquisición. En cambio si en el mismo supuesto Ticio sabe que el registro es inexacto y que
Cayo no es el verdadero titular, sino que lo es Sempronio y ello no obstante celebra el negocio con Cayo, no hay razón
alguna para otorgarle especial protección. En virtud de su buena su negocio adquisitivo deberá se r un negocio ineficaz
o de eficacia claudicante”. DIEZ PICAZO, citado por GONZALES BARRON, GUNTHER. Tratado de Derecho
Registral Inmobiliario, 2º edición, jurista editores, Pág. 82.
6
DE TRASEIGNES, Fernando, "Desacralizando la buena fe en el derecho", en varios autores, pág. 43.
7 [7]
UCHUYA CARRAZCO, Humberto. AMPARO CONSTITUCIONAL DEL TERCERO REGISTRAL. Editorial
Enmarce Primera Edición 1999. P. 115
8

Empero, esta solución establecida por el derecho común extra registral, es sacrificada por lo que la doctrina
denomina “seguridad del tráfico registral”, que expresa que si esa nulidad no aparece del registro, el
adquirente adquiere el bien y, en consecuencia, la nulidad del título del transferente no lo perjudica. En
breves palabras la seguridad del tráfico registral sacrifica la aplicación del derecho común”. ( 8[8])
Ante esta consecuencia inevitable y controvertible que resulta de la aplicación del principio de la fe pública
registral, el legislador de 1984 ha considerado necesario que el derecho común sacrificado sea lo menos
posible, para lo cual pone como contrapeso, hacer más difícil acogerse al principio en estudio, puesto que,
ha incluido como causas que no aparezcan del mismo registro, además de la nulidad, a la rescisión y
resolución; en tanto el reglamento General de los registros Públicos incluye, además de las indicadas, la
anulación.
Luego de haber analizado el principio de la fe pública registral y de conformidad con la norma legal,
señalaremos que, para ser acogido por los beneficios de la pública registral, se requieren las siguientes
características:
 Que se adquiera el derecho de persona que en el registro aparece con facultades para
otorgarlo; es decir, que existe apariencia de justo título registral,
 Que la adquisición se a título oneroso,
 Que el adquirente inscriba su derecho; y,
 Que exista buena fe en el adquirente, quedando comprendido en este nuevo
carácter legal, la condición de que el que pretende acogerse a la fe pública registral,
inscribe su derecho con anterioridad y que no haya intervenido en el acto o contrato
contra el cual se opone el tercer

4. TERCERO REGISTRAL O BENEFICIARIO DE LA BUENA FE PÚBLICA REGISTRAL.


La Doctrina Española entiendo por tercero registral, “a la persona que goza del efecto fundamental que se
deriva de la fe pública registral y que consiste en ser mantenido en la adquisición de su derecho si reúne los
requisitos establecidos por la Ley Hipotecaria, para ello, es decir: Haber adquirido de persona que figure en
el Registro con facultades para transmitir su derecho; haber adquirido a título oneroso, de buena fe y haber
inscrito su derecho en el Registro de la Propiedad” (9[5])
El concepto de tercero registral, en nuestra legislación, fluye del artículo 2014º del Código Civil y artículo VIII
del Título Preliminar del Reglamento General de los Registros Públicos ( 10[6]).
En un primer significado, es tercero registral aquél que, de buena fe, adquiere un derecho a título oneroso
de quien aparece en el registro con derecho inscrito y, a su vez, ha inscrito su adquisición. Es decir, un
determinado adquirente registral ha alcanzado la situación jurídica en que es protegido por el principio de la
fe pública registral. En un segundo significado, también es tercero registral quien, ya amparado por la fe
pública, opondrá con éxito tal situación jurídica, frente a cualquier acto o contrato en cuya celebración no
haya intervenido, y que, a su vez, no se haya inscrito o se inscriba posteriormente, convirtiéndose su
posición en invulnerable e inatacable.
Resulta evidente, entonces, que la persona constituida en tercero registral usará para defender su derecho,
no las normas de derecho común que le podrían resultar perjudiciales, sino, exclusivamente, los principios y
normas de derecho registral, con las cuales su derecho está asegurado toda vez que las leyes de los
Registros son de orden público, y, por lo consiguiente, prevalecen frente a las normas comunes y si se trata
de derechos reales inscritos o de derechos de la misma naturaleza según el artículo 2022º del Código
Civil.7La Doctrina Española entiendo por tercero registral, “a la persona que goza del efecto fundamental
que se deriva de la fe pública registral y que consiste en ser mantenido en la adquisición de su derecho si
reúne los requisitos establecidos por la Ley Hipotecaria, para ello, es decir: Haber adquirido de persona que
figure en el Registro con facultades para transmitir su derecho; haber adquirido a título oneroso, de buena fe

8 [8]
UCHUYA CARRAZCO, Humberto. Ob. Cit. P. 115.

9 [5]
DICCIONARIO JURÍDICO ESPASA. España 1998. Editorial Espasa Calpe S.A. P. 954
10 [6]
ART. 2014º DEL C.C.- “ El tercero que de buena fe adquiere a título oneroso algún derecho de persona que en el registro
aparece con facultades para otorgarlo, mantiene su adquisición una vez inscrito su derecho, aunque después se anule, rescinda o
resuelva el del otorgante por virtud de causas que no consten en los registros públicos. La buena fe del tercero se presume mientras
que no se pruebe que conocía la inexactitud del registro”
ART. VIII DEL T.P. DEL R.G.R.P.- “La inexactitud de los asientos registrales por nulidad, anulación, resolución o rescisión del
acto que los origina, no perjudicará al tercero registral que a título oneroso y de buena fe hubiere contratado sobre la base de
aquellos. Siempre que las causas de dicha inexactitud no consten en los asientos registrales”
9

y haber inscrito su derecho en el Registro de la Propiedad” 7


El concepto de tercero registral, en nuestra legislación, fluye del artículo 2014º del Código Civil y artículo VIII
del Título Preliminar del Reglamento General de los Registros Públicos 8.
En un primer significado, es tercero registral aquél que, de buena fe, adquiere un derecho a título oneroso
de quien aparece en el registro con derecho inscrito y, a su vez, ha inscrito su adquisición. Es decir, un
determinado adquirente registral ha alcanzado la situación jurídica en que es protegido por el principio de la
fe pública registral. En un segundo significado, también es tercero registral quien, ya amparado por la fe
pública, opondrá con éxito tal situación jurídica, frente a cualquier acto o contrato en cuya celebración no
haya intervenido, y que, a su vez, no se haya inscrito o se inscriba posteriormente, convirtiéndose su
posición en invulnerable e inatacable.
Resulta evidente, entonces, que la persona constituida en tercero registral usará para defender su derecho,
no las normas de derecho común que le podrían resultar perjudiciales, sino, exclusivamente, los principios y
normas de derecho registral, con las cuales su derecho está asegurado toda vez que las leyes de los
Registros son de orden público, y, por lo consiguiente, prevalecen frente a las normas comunes y si se trata
de derechos reales inscritos o de derechos de la misma naturaleza según el artículo 2022º del Código Civil.
4.1 CARACTERISTICAS DEL TERCERO REGISTRAL
El tercero registral que, ciertamente, es el beneficiario del principio de fe pública registral, participa de
ciertas características.
a. El tercero registral es tercero porque su cualidad principal es no haber participado relación jurídica
(inscrita) precedente, esto es, en la relación jurídica por cuyo mérito adquirió su derecho quien, ahora,
viene a transferirlo en favor del tercero registral
b. El tercero registral debe ser extraño en la relación jurídica previamente inscrita.
El tercero registral debe haber intervenido en otra relación jurídica (también inscrita), distinta a la
relación jurídica previamente inscrita (perjudicada por causales que determinan su invalidez o
ineficacia: nulidad, anulabilidad, rescisión o resolución).
c. El tercero registral debe ser parte en otra relación jurídica.
Entre las relaciones jurídicas antes referidas, esto es, la relación jurídica donde el tercero registral no
ha intervenido (relación jurídica afectada por causales de invalidez o ineficacia) y la relación jurídica
donde el tercero registral ha sido parte; debe existir conexión lineal.
La conexión lineal refleja el supuesto normativo del principio de buena fe recogido en el Art. 2014 del
C.C. Y, ciertamente, supone la existencia e inscripción de dos relaciones jurídicas: la del transmitente
del derecho y la del adquirente (sucesor del derecho: tercero registral). Veámoslo en un ejemplo:
Compraventa 1 (inscrita pero, inválida): - "A vende a B". - B inscribe su derecho.
Compraventa 2 (inscrita y válida): - "B vende a C".
- C inscribe su derecho.
Gráficamente estas relaciones jurídicas pueden ser representadas del siguiente modo:
Para ver el gráfico seleccione la opción "Descargar"
Entre las relaciones jurídicas representadas en el gráfico (compraventa 1 y compraventa 2), que son
dos (podrían ser más pero, siempre ordenados lineal y rigurosamente en el Registro); existe conexión
por las siguientes razones: por un lado, ambas tienen como objeto un mismo inmueble y, por otro, en
las dos ha intervenido un mismo sujeto (B, en el ejemplo). La conexión que los vincula se denomina
lineal porque la primera relación jurídica inscrita ("A vende a B") es el presupuesto lógico para la
inscripción de la segunda ("B vende a C"). O, dicho de otro modo, porque la primera relación jurídica
inscrita ("A vende a B") hace viable la inscripción de la segunda relación jurídica ("B vende a C")
Por el principio de fe pública registral las eventuales causales de invalidez o ineficacia (nulidad,
anulabilidad, rescisión o resolución) que afecten a la primera relación jurídica ("A vende a B"), no
perjudicarán a la segunda relación jurídica ("B vende a C"). El Art. 2014 del C.C. expone el principio de
fe pública registral en tal sentido. Señala que el tercero (C, en el ejemplo) que de buena fe adquiere a
titulo oneroso (compraventa) algún derecho de persona que en el registro aparece con facultades para
otorgarlo (B, en el ejemplo), mantiene su adquisición aunque después se anule, rescinda o resuelva
por virtud de causas que no consten en los registros públicos.
d. Debe existir conexión lineal entre las dos relaciones jurídicas.
Esto significa que el derecho inscrito del tercero registral debe encontrarse amenazada por las
causales de ineficacia que afectan a la relación jurídica inscrita precedente, de la cual deriva. El
principio de fe pública registral, impide que dicha amenaza se haga efectiva.
e. La relación jurídica inscrita del tercero registral debe ser amenazada por otra, igualmente inscrita.
Conforme se ha puntualizado al tratar del principio de oponibilidad de lo inscrito, el tercero registral es
"registral" en la medida que su derecho se encuentra inscrito en el Registro.
10

f. El tercero registral debe ser un titular registral.


g. El tercero registral debe haber adquirido su derecho de buena fe.
El tercero registral, conforme se ha expuesto, no debe haber conocido las causales de invalidez o ineficacia
que afectaba a la relación jurídica por la cual adquirió su derecho el antecesor.
4.2 AMPARO CONSTITUCIONAL DEL TERCERO REGISTRAL.
En el numeral 4 del Capítulo II de este artículo, se ha explicado en qué consiste la figura del tercero registral
y en el numeral del mismo Capitulo el principio de buena fe pública registral; de lo cual se ha dejado en claro
que el fundamento constitucional esencial de los Registros Públicos es la Seguridad Jurídica amparada en
el Art. 38º de la Constitución vigente; en este orden de ideas, debemos concluir que el amparo constitucional
del tercero registral también radica en el principio de Juricidad, materializándose expresamente en la
seguridad del tráfico registral, seguridad ésta que sacrifica la seguridad del derecho, por la misma
naturaleza de los Registros Públicos, por la presunción que toda persona tiene conocimiento del contenido
de las inscripciones y, de conformidad con el principio de legitimación, según el cual el contenido de las
inscripciones se presume cierto mientras no se rectifique o se declare judicialmente su invalidez.
Por otro lado, los Registros Públicos, hay que indicar, que forman parte de la Estructura del Estado; en
consecuencia, su desempeño sólo puede ser ejercitado dentro de los márgenes establecidos por la
Constitución y el ordenamiento jurídico y, como lógica consecuencia, sometido, a su vez, a los controles
constitucionales frente a los excesos de su denominada “autonomía registral.”
Ahora bien, como todo acto jurídico registral (inscripciones, cierre de partidas, bloqueos, publicidad, etc.) se
desenvuelve dentro del derecho administrativo con sujeción a las normas constitucionales, las disciplinas
encargadas del estudio de la solución a los conflictos que genera la administración pública, serán el
Derecho Procesal Administrativo y el Derecho Procesal Constitucional, dentro de este último se convierte en
mecanismo procesal efectivo del ejercicio que tienen los peticionantes, dentro de los cuales puede
encontrarse un tercero registral, frente a los excesos cometidos por los registradores o servidores de los
registros.
Es así que, la acción de amparo consagrada en el inc. 2 del Art. 200º de la Constitución, que la consagra
como aquella garantía constitucional que procede contra el hecho u omisión, por parte de cualquier
autoridad, funcionario o persona, que vulnera o amenaza los demás derechos reconocidos por la
Constitución, con excepción de los referentes a la libertad individual -que los protege el habeas corpus-, se
constituye como mecanismo procesal indispensable para proteger el derecho de los peticionantes ante las
Oficinas Registrales, cuando determinados actos vulneran o amenazan derechos constitucionales, como el
derecho a la inviolabilidad de la propiedad, derecho de petición, derecho a la juricidad, etc.
De igual modo, la garantía constitucional de habeas data, también se constituye como mecanismo procesal
efectivo contra el hecho u omisión, por parte de cualquier autoridad, funcionario o persona, que vulnera o
amenaza los derechos a que se refiere el artículo 2º, incisos 5 y 6 de la Constitución, esto es, a solicitar sin
expresión de causa la información que requiera y a recibirla de cualquier entidad pública, en el plazo legal
que suponga el pedido. Se exceptúan las informaciones que afectan la intimidad personal y las que
expresamente se excluyan por ley o por razones de seguridad nacional; y a que los servicios informáticos,
computarizados o no, públicos o privados, no suministren informaciones que afecten la intimidad personal y
familiar.
Por otro lado, la acción de cumplimiento, referida en el inciso 6 del artículo 200º de la Constitución, está
destinado a posibilitar el acatamiento por parte de los funcionarios de las Oficinas registrales de toda norma
legal o de un acto administrativo; como por ejemplo, cumplir con el principio de impenetrabilidad, referido en
el Art. 2017º del C.C. o con el acto de cerrar una partida o ficha a causa de duplicidad de inscripción. Pero,
claro está, todo esto sin perjuicio de la responsabilidad penal en que incurriría el registrador y la
consiguiente indemnización de daños y perjuicios por responsabilidad extracontractual, las cuales pueden
ser ejercitadas en vía penal, o excluyentemente, la última en la jurisdicción civil.
Como puede verse, si bien hemos podido determinar el fundamento constitucional del principio de la fe
pública registral y, por ende, la protección al tercero registral, no podemos establecer un mecanismo
específico amparado por la Constitución para la protección del tercero registral; por ende, y en coincidencia
con el Dr. Humberto Uchuya Carrazco, se constituye en una necesidad impostergable la de uniformar la
jurisprudencia en materia registral y, sobre todo, en lo concerniente al tercero registral, con el objeto de
viabilizar la justicia en defensa del mismo.

La buena fe en el Derecho comparado


11

1. BUENA FE EN EL DERECHO COLOMBIANO.


Dentro de una visualización general del Capitulo 4 de la Constitución Política Colombiana (DE LA
PROTECCIÓN Y APLICACIÓN DE LOS DERECHOS) del titulo 2 (DE LOS DERECHOS, LAS GARANTIAS
Y LOS DEBERES); encontramos subsumido el principio general de la buena fe. Consagrado expresamente
en el artículo 83 de la Carta Política “Las actuaciones de los particulares y de las autoridades públicas
deberán ceñirse a los postulados de la buena fe, la cual se presumirá en todas las gestiones que aquellos
adelanten ante éstas “. "La circunstancia de que el principio de la buena fe tenga un claro fundamento
constitucional –que algunos consideran que su única función dentro de la carta es de garantía- es de gran
trascendencia en el área del derecho público. De un lado, por cuanto permite su aplicación directa y no
subsidiaria en el espectro de las actuaciones administrativas y, del otro, por cuanto contribuye a establecer
limites claros al poder del Estado, buscando impedir el ejercicio arbitrario de las competencias públicas, y a
humanizar las relaciones que surgen entre la Administración y los administrados. Esto, claro esta, visto
desde un punto de vista preferentemente público.
Gorphe, la buena fe es "la consagración del deber moral de no engañar a los demás, el cual no es otra cosa
que la aplicación de la norma general que ordena no hacer mal al prójimo o no dañar a nadie sin derecho o
sin necesidad: neminem laedere". La bona fides "es un principio que informa e integra el ordenamiento
jurídico con el valor de la confianza que gravita en la conciencia social, por lo cual la doctrina científica lo ha
considerado, con acertada razón, como la base del trafico y el principio supremo y absoluto que domina el
derecho de las obligaciones". Y con mucha razón lo anterior, puesto que hay gran parte de la doctrina
civilista que considera a las obligaciones en conjunto con el derecho procesal, como la espina dorsal o
columna vertebral del derecho, de ahí surge, que este principio tenga la tajante fuerza que adquiere en el
contexto del derecho privado. “La buena fe es el cause por medio del cual el derecho recoge el valor ético
social de la confianza, constituye un principio general del derecho, que como tal, forma parte del
ordenamiento jurídico, tiene valor normativo y existencia propia como fuente del derecho, al margen de que
haya sido o no reconocido por el legislador o la jurisprudencia”.
El principio general de la buena fe fue elaborado por la jurisprudencia civil y administrativa con base en la
regla consagrada en el articulo 8 de la ley 153 de 1887, que establece “que a falta de una ley aplicable
exactamente al caso controvertido, se aplicaran las leyes que regulen casos o materias semejantes, y en su
defecto, la doctrina constitucional y las reglas generales del derecho (los principios)”.
El principio de la buena fe en el derecho privado “por su relativa falta de tipicidad legal” (a diferencia del
derecho Administrativo en que si se encuentra consagrado normativamente), no es de aplicación directa,
sino por vía subsidiaria, cuando no haya una norma especial que regule exactamente el caso controvertido.
Sin embargo, en el derecho de los contratos existen unos preceptos que ordenan la ejecución de los
contratos civiles de buena fe, articulo 1.603 del código civil "los contratos deben ejecutarse de buena fe, y
por consiguiente obligan solo a lo que en ellos se expresa, sino a todas las cosas que emanan precisamente
de la naturaleza de la obligación, o que por la ley pertenecen a ella. De modo que no es buena fe limitarse al
cumplimiento del texto escrito de un contrato cuando debe entenderse que el obliga a algo mas que lo
literal. Esta norma penetra en el contrato y se instalan en el, en virtud del articulo 38 de la ley 153 de 187
"en todo contrato se extenderán las incorporadas las leyes vigentes al tiempo de su celebración." Por ende,
el articulo 1.603 distingue perfectamente entre dos cosas: (que emanan precisamente de la naturaleza de la
obligación) luego las primeras difieren de las normas positivas contenidas en el régimen supletorio del
respectivo contrato. Y (las cosas que por la ley pertenecen a ella) las cosas de la naturaleza del contrato
son practicas usuales y los estándares propios del trafico honesto entre quienes hacen del respectivo
negocio jurídico.
Dentro del ámbito contractual del derecho público, la intención del Constituyente colombiano fue la de
consagrar un postulado fundamentalmente ético que sirviera como modelo a seguir en las relaciones entre
los particulares y las autoridades públicas. Se busca evitar el abuso de los derechos por parte de los
particulares y la desviación de poder de las autoridades en el ejercicio de sus facultades legales y
constitucionales, situaciones estas que, sin lugar a dudas, tienen la suficiente entereza para amenazar o
violar derechos fundamentales de los asociados dentro de una estado social de derecho personalista y
garantista.
2. LA BUENA FE EN EL DERECHO FRANCÉS, ITALIANO Y ESPAÑOL.
En este mismo orden de ideas, en el código civil Francés, existe una regla según la cual los contratos
legalmente celebrados deben ser cumplidos de buen fe (Art. 1134). Otra regla establece que el deudor es
obligado al pago de daños y perjuicios por incumplimiento de la obligación o retardo en la ejecución todas
las veces que no justifique que el incumplimiento proviene de una causa extraña que no puede serle
imputada, aun si no ha existido mala fe de su parte (Art. 1147). Por lo tanto aquí se mira la buena fe desde
un plano preferentemente contractual, ya que se ciñe a la hora de la celebración contractual. Y por ultimo,
12

tenemos el código civil italiano, el cual contiene numerosas reglas sobre la buena fe en materia pre-
contractual (Art. 1328 a 1337) y también dispone que el contrato debe ser ejecutado de buena fe (Art.
1375).En España no hay expresamente artículos propios de la interpretación de los contratos en los que
se preceptúe la necesidad de que se atienda a la buena fe en es tarea. Sin embrago el artículo 1.288,
existe una aplicación muy concreta del principio de buena fe al señalar “que la interpretación de las
cláusulas oscuras de un contrato no deberá favorecer a la parte que hubiese ocasionado la oscuridad”.
Impone pues una sanción al que ha violado el deber de hablar claro, de expresarse comprensiblemente,
estableciendo al mismo tiempo la voluntad contractual11.
El jurista español José Luis de los Mozos, en un libro cuyo título es ya indicativo de una postura; se llama El
principio de la buena fe. Dice “En definitiva, parece evidente, y, en ello, es unánime la doctrina, que la buena
fe constituye una regla de conducta a la que ha de adaptarse el comportamiento jurídico de los hombres” 12.

Bibliografía

1. CAJAS BUSTAMANTE, WILLIAM, “Código Civil”, 5ª Edición, Crijley, 2003, Págs. 1044.
2. GONZALES BARRON, GUNTHER. Tratado de Derecho Registral Inmobiliario, 2º edición, jurista
Editores, Págs. 1010
3. DICCIONARIO JURÍDICO ESPASA, Editorial Espasa Calpe S.A., España, 1998, pp. 1010
4. DIEZ PICAZO – ANTONIO GULLON. “Sistema de Derecho Civil” (II), IX edición. Págs. 586.
5. DE LOS MOZOS, J. L.: "El principio de la buena fe", Barcelona, 1965.
6. UCHUYA CARRAZCO, Humberto. AMPARO CONSTITUCIONAL Y LEGAL DEL TERCERO REGISTRAL,
Editorial Enmarce, 1999, pp. 332
7. DEL VECCHIO, GIORGIO. “Los principios generales del derecho”. Tercera edición, Barcelona, 1961.
8. DE TRASEIGNES, FERNANDO, "Desacralizando la buena fe en el derecho", en varios autores.

Autor:
Flor Lyly Becerra Ramos
lylybera@hotmail.com

Abogada

11
DIEZ PICAZO – ANTONIO GULLON. “Sistema de Derecho Civil” (II), IX edición. Pág. 82.
12
DE LOS MOZOS, José Luis, El Principio de la buena fe, Barcelona, 1965, 40.

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