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Robert Gilpin (1930-2018)

La teoría de la guerra hegemónica

En la introducción a su historia de la gran guerra entre los espartanos y los Atenienses,


Tucídides escribió que se dirigía a "aquellos indagadores que desean un conocimiento
exacto del pasado como ayuda para la interpretación del futuro, que en el curso de las
cosas humanas debe parecerse a él si no lo refleja. En fin, he de la obra, no como un
ensayo que ha de ganar el aplauso del momento, sino como una posesión para todos los
tiempos". Tucídides, asumiendo que el comportamiento y los fenómenos que observó se
repetirían a lo largo de la historia de la humanidad, pretendía revelar la naturaleza
subyacente e inalterable de lo que hoy se denomina relaciones internacionales.

En el lenguaje de las ciencias sociales contemporáneas, Tucídides creía que había


descubierto la ley general de la dinámica de las relaciones internacionales. Aunque existen
diferencias entre las concepciones de Tucídides sobre la ley y la metodología científicas de
los estudiantes actuales de relaciones internacionales, es significativo que él fuera el
primero en exponer la idea de que la dinámica de las relaciones internacionales es
proporcionada por el crecimiento diferencial de poder entre los Estados. Esta idea
fundamental -que el crecimiento desigual del poder entre los Estados es la fuerza motriz de
las relaciones internacionales- puede identificarse como la teoría de la guerra hegemónica.

Este ensayo sostiene que la teoría de la guerra hegemónica de Tucídides constituye una de
las ideas centrales para el estudio de las relaciones internacionales. Las siguientes páginas
examinan y evalúan la teoría de la guerra hegemónica de Tucídides y las variaciones
contemporáneas de dicha teoría. Para llevar a cabo esta tarea, es necesario exponer sus
supuestos básicos y comprender su método de análisis. En consecuencia, este artículo
discute si la concepción de Tucídides sobre las relaciones internacionales ha demostrado
ser una "posesión para todos los tiempos". ¿Ayuda a explicar las guerras en la era
moderna? ¿Cómo ha sido modificada, si es que ha sido modificada, por los estudiosos más
modernos? ¿Cuál es su relevancia para la era nuclear contemporánea?

● LA TEORÍA DE LA GUERRA HEGEMÓNICA DE TUCÍDIDES:

La idea esencial de la teoría de la guerra hegemónica de Tucídides es que los cambios


fundamentales en el sistema internacional son los determinantes básicos de estas guerras.
La estructura del sistema o la distribución de poder entre los Estados del sistema puede ser
estable o inestable. Un sistema estable es aquel en el que pueden producirse cambios si no
amenazan los intereses vitales de los Estados dominantes y, por tanto, provocan una guerra
entre ellos. En su opinión, un sistema estable de este tipo tiene una jerarquía de poder
inequívoca y un poder dominante o hegemónico indiscutible. Un sistema inestable es aquel
en el que los cambios económicos, tecnológicos y de otro tipo erosionan la jerarquía
internacional y socavan la posición del Estado hegemónico. En esta última situación, los
acontecimientos adversos y las crisis diplomáticas pueden precipitar una guerra
hegemónica entre los Estados del sistema. El resultado de dicha guerra es una nueva
estructura internacional.
En este breve resumen de la teoría se incluyen tres proposiciones. La primera es que una
guerra hegemónica es distinta de otras categorías de guerra; está causada por amplios
cambios en los asuntos políticos, estratégicos y económicos. La segunda es que las
relaciones entre los estados individuales pueden concebirse como un sistema; el
comportamiento de los Estados está determinado en gran parte por su interacción
estratégica. La tercera es que una guerra hegemónica amenaza y transforma la estructura
del sistema internacional; independientemente de que los participantes en el conflicto sean
o no conscientes de ello, lo que está en juego es la jerarquía de poder y las relaciones entre
los Estados del sistema. La concepción de Tucídides y todas las formulaciones posteriores
de la teoría de la guerra hegemónica surgen de estas tres proposiciones.

Esta teoría estructural de la guerra puede contrastarse con una teoría de la escalada de la
guerra. Según esta última teoría, como Waltz ha argumentado en El hombre, el Estado y la
guerra, la guerra se produce por el simple hecho de que no hay nada que la detenga. En la
anarquía del sistema internacional, los estadistas toman decisiones y responden a las
decisiones de los demás. Este proceso de acción-reacción puede conducir a situaciones en
las que los hombres de Estado provocan deliberadamente una guerra o pierden el control
de los acontecimientos y acaban por encontrar una solución; o pierden el control de los
acontecimientos y acaban viéndose abocados a una guerra. En efecto, una cosa lleva a la
otra hasta que la guerra es la consecuencia de la interacción de las políticas exteriores.

La mayoría de las guerras son consecuencia de este proceso de escalada. No tienen una
relación causal con las características estructurales del sistema internacional, sino que se
deben a la desconfianza e incertidumbre que caracterizan las relaciones entre los Estados
en lo que Waltz ha llamado un sistema de autoayuda. Así, la historia de la antigüedad, que
introduce la historia de Tucídides, es un relato de constantes guerras. Sin embargo, la
Guerra del Peloponeso, nos dice, es diferente y digna de especial atención debido a la
acumulación masiva de poder en Hellas y sus implicaciones para la estructura del sistema.
Esta gran guerra y sus causas subyacentes fueron el centro de su historia.

Obviamente, estas dos teorías no se contradicen necesariamente entre sí; cada una puede
utilizarse para explicar diferentes guerras. Pero lo que le interesaba a Tucídides era un tipo
particular de guerra, lo que él llamó una gran guerra y lo que este artículo llama una guerra
hegemónica, una guerra en la que la estructura general de un sistema internacional se ve
afectada. La estructura del sistema internacional en el momento de estallar una guerra de
este tipo es una causa necesaria, pero no suficiente, de la guerra. La teoría de la guerra
hegemónica y el cambio internacional que se examina a continuación se refiere a aquellas
guerras que surgen de la estructura específica de un sistema internacional y que, a su vez,
transforman dicha estructura.

Supuestos de la teoría: en la opinión de Tucídides subyace que el mecanismo básico de la


gran guerra o guerra hegemónica que había descubierto era su concepción de la naturaleza
humana. Él creía que la naturaleza humana era inmutable y que, por lo tanto, los
acontecimientos en su historia se repetirían en el futuro. Dado que los seres humanos se
mueven por tres pasiones fundamentales -el interés, el orgullo y, sobre todo, el miedo-
siempre buscan aumentar su riqueza y poder hasta que otros seres humanos, movidos por
pasiones similares, intentan detenerlos. Aunque los avances en el conocimiento político
podrían contribuir a la comprensión de este proceso, no podían controlar ni detenerlo.
Incluso los avances en el conocimiento, la tecnología o el desarrollo económico no
cambiarían la naturaleza fundamental del comportamiento humano o de las relaciones
internacionales. Por el contrario, los aumentos de poder humano, riqueza y tecnología sólo
servirían para intensificar el conflicto entre grupos sociales y aumentar la magnitud de la
guerra. El realista Tucídides, en contraste con el idealista Platón creía que la razón no
transformaría a los seres humanos, sino que siempre sería esclava de las pasiones
humanas. Así, las pasiones incontrolables generarían una y otra vez grandes conflictos
como el que presenció en su historia.

Metodología: Se puede entender el argumento de Tucídides y su creencia de haber


descubierto la dinámica subyacente de las relaciones internacionales y el papel de la guerra
hegemónica en el cambio internacional sólo si se comprende su concepción de la ciencia y
su visión de lo que constituye la explicación. Los estudiantes modernos de las relaciones
internacionales y de las ciencias sociales tienden a proponer la física teórica como su
modelo de análisis y explicación; analizan los fenómenos en términos de causalidad y de
modelos que vinculan variables independientes y dependientes. En la física moderna las
proposiciones significativas deben ser, al menos en principio, falsables, es decir, deben dar
lugar a predicciones que puedan demostrarse como falsas.

Tucídides, en cambio, tomó como modelo de análisis y explicación el método de Hipócrates,


el gran doctor griego. La enfermedad, según la escuela de Hippocrates sostenía que la
enfermedad debía entenderse como una consecuencia de la operación de las fuerzas
naturales y no como una manifestación de algún tipo de fuerza sobrenatural. Mediante la
observación desapasionada de los síntomas y la evolución de una enfermedad, se podía
comprender su naturaleza. Así, se explicaba una enfermedad reconociendo sus
características y trazando su desarrollo desde su génesis, pasando por los inevitables
períodos de crisis, hasta su resolución final en la recuperación o la muerte. Lo más
importante en este modo de explicación era la evolución de los síntomas y las
manifestaciones de la enfermedad, más que la búsqueda de las causas subyacentes que
busca la medicina moderna.

Tucídides escribió su historia para cumplir el mismo propósito de pronóstico, a saber,


reconocer que las grandes guerras eran fenómenos recurrentes con manifestaciones
características. Una guerra grandiosa o hegemónica, como una enfermedad, muestra
síntomas discernibles y sigue un curso inevitable. La fase inicial es un sistema internacional
relativamente estable caracterizado por una ordenación jerárquica de los Estados del
sistema. Con el tiempo, el poder de un Estado subordinado empieza a crecer de forma
desproporcionada, y ese Estado en ascenso entra en conflicto con el Estado dominante o
hegemónico del sistema. La consiguiente lucha entre estos dos Estados y sus respectivos
aliados conduce a una bipolarización del sistema, a una crisis inevitable y, finalmente, a una
guerra hegemónica. Finalmente, se resuelve la guerra a favor de uno de los bandos y
se establece un nuevo sistema internacional que refleja la distribución de poder
emergente en el sistema.

La concepción dialéctica del cambio político implícita en su modelo fue tomada de los
pensadores sofistas contemporáneos. Este método de análisis postulaba una tesis, su
contradicción o antítesis, y una resolución en forma de síntesis. En su historia este enfoque
dialéctico puede discernirse de la siguiente manera:
1) La tesis es el estado hegemónico, en este caso, Esparta, que organiza el sistema
internacional en función de sus intereses políticos, económicos y estratégicos.
2) La antítesis o contradicción del sistema es el creciente poder del estado desafiante,
Atenas, cuya expansión y sus esfuerzos por transformar el sistema internacional le
hacen entrar en conflicto con el Estado hegemónico.
3) La síntesis es el nuevo sistema internacional que resulta del inevitable
enfrentamiento entre el Estado dominante y el aspirante emergente.

Del mismo modo, Tucídides previó que a lo largo de la historia los nuevos estados como
Esparta y estados desafiantes como Atenas surgirían y el ciclo hegemónico se repetiría.

La concepción del cambio sistémico: subyace este análisis y originalidad del


pensamiento la novedosa concepción de Tucídides de la Grecia clásica como un sistema,
cuyos componentes básicos eran las grandes potencias: Esparta y Atenas. Como anticipo
de las posteriores formulaciones realistas de las relaciones internacionales, consideraba
que la estructura del sistema venía dada por la distribución del poder entre los Estados; la
jerarquía de poder entre estos Estados definía y mantenía el sistema y determinaba el
prestigio relativo de los estados, sus esferas de influencia y sus relaciones políticas. La
jerarquía de poder y los elementos relacionados con ella daban orden y estabilidad al
sistema.

En consecuencia, el cambio político internacional implicaba una transformación de la


jerarquía de los Estados en el sistema y de los patrones de relaciones que dependían de
esa jerarquía. Aunque podrían producirse cambios menores y los Estados menores podían
ascender de esta jerarquía sin perturbar necesariamente la estabilidad del sistema, el
posicionamiento de las grandes potencias era crucial. Así, como nos dice, fue el creciente
poder del segundo estado más poderoso del sistema, Atenas, lo que precipitó el conflicto y
provocó lo que en otro lugar he llamado cambio sistémico, es decir, un cambio en la
jerarquía o el control del sistema político internacional.

Buscando detrás de las apariencias la realidad de las relaciones internacionales, Tucídides


creía haber encontrado las verdaderas causas de la Guerra del Peloponeso, y por
implicación del cambio sistémico, en el fenómeno del crecimiento desigual del poder entre
los Estados dominantes en el sistema. "La verdadera causa", concluyó en el primer capítulo,
"considero que es la que fue, formalmente, más oculta. El crecimiento del poder de Atenas,
y la alarma que esto inspiró en Lacedemonia [Esparta], hizo que la guerra fuera inevitable".
De la misma manera y en épocas futuras, razonó, el crecimiento diferencial del poder en un
estado socavaría el statu quo y conduciría a una guerra hegemónica entre las potencias en
ascenso.

En resumen, según Tucídides, una guerra grande o hegemónica, como una enfermedad,
sigue un curso discernible y recurrente. La fase inicial es un sistema internacional
relativamente estable caracterizado por una ordenación jerárquica de los Estados con una
potencia dominante o hegemónica. Con el tiempo, el poder de un Estado subordinado
comienza a crecer de forma desproporcionada; a medida que se produce esta evolución,
entra entra en conflicto con el Estado hegemónico. La lucha entre estos contendientes por
la preeminencia y sus alianzas acumuladas conduce a una bipolarización del sistema. En la
jerga de la teoría de los juegos, el sistema se convierte en una situación de suma cero en la
que la ganancia de una parte es necesariamente la pérdida de la otra. A medida que se
produce esta bipolarización, el sistema se vuelve cada vez más inestable, y un pequeño
acontecimiento puede desencadenar una crisis y precipitar un gran conflicto; la resolución
de ese conflicto determinará el nuevo hegemón y la jerarquía de poder en el sistema.

Las causas de la guerra hegemónica: siguiendo este modelo, Tucídides comenzó su


historia de la guerra entre los espartanos y los atenienses, explicando por qué, desde el
principio, creía que la guerra sería una gran guerra y, por tanto, digna de especial atención.
Contrastando los inicios de la Guerra del Peloponeso a las constantes guerras de los
griegos, comenzó en la introducción a analizar el crecimiento sin precedentes del poder en
Hellas desde la antigüedad hasta el estallido de la guerra. Aunque, como ya hemos notado,
Tucídedes no pensó en las causas en el sentido moderno o científico del término, su
análisis de los factores que alteraron la distribución del poder en la antigua Grecia y que, en
última instancia, explicaron la guerra, es notablemente moderno.

El primer conjunto de factores para explicar el aumento de poder en Atenas y la expansión


del imperio ateniense contenía elementos geográficos y demográficos. Debido a la pobreza
de su suelo, el Ática (la región que rodea a Atenas) no era envidiada por ningún otro pueblo;
gozaba de libertad de conflictos. En consecuencia, "las víctimas más poderosas de la
guerra o de las facciones del resto de Hellas se refugiaron con los atenienses como un
retiro seguro", se naturalizaron y engrosaron la población. Con el aumento de la población,
el Ática se quedó pequeña y Atenas comenzó a enviar colonias a otras partes de Grecia. La
propia Atenas se volcó en el comercio para alimentar a su creciente población y se convirtió
en el "taller de la antigua Grecia", exportando productos manufacturados y mercancías a
cambio de grano. Así, Atenas comenzó su carrera imperial por la presión demográfica y de
la necesidad económica.

El segundo conjunto de influencias fue económico y tecnológico: el dominio griego, y


especialmente ateniense, del poder naval, que había facilitado la expansión del comercio
entre los estados griegos y el establecimiento de la hegemonía de Hellas en el Mediterráneo
oriental. Tras la derrota de Troya, nos dice Tucídides, Hellas alcanzó "la tranquilidad que
debe preceder al crecimiento" mientras los griegos se dedicaban al comercio y a la
adquisición de riquezas. Aunque Atenas y otras ciudades marítimas crecieron "en ingresos y
en dominio", no había una gran concentración de poder en Hellas antes de la guerra con
Persia: "No había ninguna unión de ciudades súbditas en torno a un gran estado, ni una
combinación espontánea de iguales para las expediciones confederadas; los combates que
había consistían en la innovación técnica del poderío naval, la introducción en Grecia de
técnicas de fortificación y el aumento del poder financiero asociado al comercio, hicieron
posible una concentración de poder militar y económico sin precedentes. Estos desarrollos,
al transformar la base del poder militar, crearon las condiciones para la creación de alianzas
sustanciales, un cambio profundo de poder y la creación de grandes imperios marítimos. En
este nuevo entorno, los Estados interactuaron más íntimamente, y un sistema
interdependiente internacional económico y político tomó forma. Estos cambios militares,
tecnológicos y económicos iban a favorecer el crecimiento del poder ateniense.

El último factor que condujo a la guerra fue político: el ascenso del imperio ateniense al
término de la guerra con Persia. Esa guerra y sus consecuencias estimularon el crecimiento
del poder ateniense, al mismo tiempo que la guerra y sus consecuencias estimularon a
Esparta, el hegemón reinante y el líder de los griegos en su guerra contra los persas, a
retirarse al aislamiento. Con el surgimiento de una clase comercial rica en Atenas, la forma
tradicional de gobierno -una monarquía hereditaria- fue derrocada, y una nueva élite
gobernante que representaba a la creciente y emprendedora clase comercial; su interés era
el comercio y la expansión imperial. Mientras los atenienses crecían en poder a través del
comercio y el imperio, los espartanos se quedaban atrás y se encontraban cada vez más
rodeados por el poder en expansión de los atenienses.

Como consecuencia de estos acontecimientos, los griegos anticiparon la proximidad de una


gran guerra y empezaron a elegir bando. En ese tiempo, el sistema internacional se dividió
en dos grandes bloques. "A la cabeza de uno estaba Atenas, a la cabeza del otro
Lacedemonia, una la primera potencia naval, la otra la primera potencia militar en Hellas. La
primera -comercial, democrática y expansionista- empezó a alarmar a los espartanos más
conservadores. En este mundo cada vez más bipolar e inestable, una serie de encuentros
diplomáticos, que empezaron en Epidamno y culminaron con el Decreto de Megara y el
ultimátum espartano, iban a sumir a las alianzas rivales en la guerra. Para evitar que la
dinámica y la expansión de los atenienses volcaran el equilibrio de poder internacional y los
desplazara como estado hegemónico, los espartanos acabaron dando un ultimátum que
obligó a Atenas a declarar la guerra.

En resumen, fue la combinación de importantes cambios ambientales y la naturaleza


contrastante de las sociedades ateniense y espartana, lo que precipitó la guerra. Aunque las
causas subyacentes de la guerra pueden atribuirse a factores geográficos, económicos y
tecnológicos, el principal determinante de las políticas exteriores de los dos protagonistas
fue el diferente carácter de sus regímenes internos. Atenas era una democracia; su pueblo
era enérgico, audaz y con una buena disposición comercial; su poder naval, sus recursos
financieros y su imperio estaban en expansión. Esparta, el tradicional hegemón de los
helenos, era una esclavocracia; su política exterior era conservadora y se limitaba a los
estrechos intereses de preservar su statu quo nacional. Al tener poco interés en el comercio
o el imperio de ultramar, fue decayendo gradualmente en relación con su rival. En épocas
futuras, a juicio de Tucídides, se producirían situaciones similares a las de Atenas y Esparta,
y este fatídico proceso se repetiría eternamente.

● LA APORTACIÓN DEL MODELO DE TUCÍDIDES:

La historia de Tucídides y el modelo que revela han fascinado a los estudiantes de


relaciones internacionales de todas las épocas. Personas de todas las tendencias políticas,
desde los realistas hasta los idealistas y los marxistas, han reclamado su parentesco con él.
En momentos críticos, los académicos y los estadistas han visto su propia época reflejada
en su relato del conflicto entre la Atenas democrática y la Esparta antidemocrática. La
Guerra de Secesión, la Guerra Civil Americana, la Primera Guerra Mundial y la Guerra Fría
entre los Estados Unidos y la Unión Soviética han sido arrojados a su luz. En una línea
similar, Mackinder y otros geógrafos políticos han interpretado la historia del mundo como la
lucha recurrente entre la potencia terrestre (Esparta, Roma y Gran Bretaña) y el poder
marítimo (Atenas, Cartago y Alemania) y han observado que una gran guerra o guerra
hegemónica ha tenido lugar y ha transformado los asuntos mundiales aproximadamente
cada 100 años. Los escritos de Wright y Toynbee sobre la guerra general se inscriben en
una línea similar. La teoría marxista de la guerra intra-capitalista puede considerarse una
subcategoría de la teoría más general de Tucídides. Más recientemente, algunos científicos
sociales han revivido el concepto de guerra hegemónica. La teoría de la transición de poder
de Organski, la teoría de los ciclos largos y la guerra global de Modelski, y el libro del autor
sobre el cambio internacional son ejemplos de elaboraciones de Tucídides. Aunque estas
variaciones y extensiones del modelo básico de Tucídides plantean muchas cuestiones
interesantes, son demasiado numerosas y complejas para ser analizadas aquí. En su lugar,
se hará hincapié en la contribución de la teoría de Tucídides, su aplicabilidad a la historia
moderna, y su continua relevancia para las relaciones internacionales.

La contribución fundamental de la teoría es la concepción de guerra hegemónica y la


importancia de las guerras hegemónicas para la dinámica de las relaciones internacionales.
La expresión guerra hegemónica puede haber sido acuñada por Aron; ciertamente ha
proporcionado una excelente definición de lo que Tucídides llamó una gran guerra.
Describiendo la Primera Guerra Mundial como una guerra hegemónica, Aron escribe que tal
guerra "se caracteriza menos por sus causas inmediatas o sus propósitos explícitos, sino
por su extensión y lo que está en juego. Afecta a todas las unidades políticas dentro de un
sistema de relaciones entre estados soberanos. Llamémosla, a falta de un término mejor,
guerra de hegemonía, siendo la hegemonía, si no el motivo consciente, en todo caso la
consecuencia inevitable de la victoria de al menos uno de los estados o grupos". Así pues,
el resultado de una guerra hegemónica, según Aron, es la transformación de la estructura
del sistema de relaciones interestatales.

En términos más precisos, se puede distinguir una guerra hegemónica en términos de su


escala, los objetivos que están en juego y los medios empleados para alcanzar esos
objetivos. Una guerra hegemónica generalmente implica a todos los Estados del sistema; es
una guerra mundial. Cualquiera que sean los motivos inmediatos y conscientes de los
combatientes, como señala Aron, las cuestiones fundamentales a decidir son el liderazgo y
la estructura del sistema internacional. Su resultado también afecta profundamente a la
composición interna de las sociedades porque, como el comportamiento de Atenas y
Esparta, el vencedor remodela a los vencidos a su imagen. Estas guerras son a la vez
luchas políticas, económicas e ideológicas. Debido al alcance de la guerra y la importancia
de las cuestiones que se deciden, los medios empleados suelen ser ilimitados. En términos
Clausewitzianos, se convierten en puros conflictos o enfrentamientos de la sociedad en
lugar de perseguir objetivos políticos limitados.

Así, en la Guerra del Peloponeso, toda la Hélade se involucró en una lucha interna para
determinar el futuro económico y político del mundo griego. Aunque los objetivos iniciales de
las dos alianzas eran limitados, la cuestión básica de la contienda era la estructura y el
liderazgo del emergente sistema internacional y no sólo el destino de determinadas
ciudades-estado. Las disputas ideológicas, es decir, los puntos de vista conflictivos sobre la
organización de las sociedades domésticas, también estaban en el centro de la lucha; la
democrática Atenas y la aristocrática Esparta trataban de reordenar otras sociedades de
acuerdo con sus propios valores políticos y sistemas socioeconómicos. Como nos cuenta
Tucídides en su descripción de la nivelación y de Melos, no había restricciones en los
medios empleados para alcanzar sus objetivos. La guerra liberó fuerzas de las que los
protagonistas no eran conscientes de ello; tomó un rumbo totalmente imprevisto. Como los
atenienses habían advertido a los espartanos al aconsejarles contra la guerra, "consideren
la gran influencia del accidente en la guerra, antes de participar en ella". Además, ninguno
de los dos rivales preveía que la guerra dejaría a ambos bandos exhaustos y abriría así el
camino al imperialismo macedonio.
La idea central plasmada en la teoría hegemónica es que existe una incompatibilidad entre
los elementos cruciales del sistema internacional existente y la cambiante distribución del
poder entre los Estados del sistema. Los elementos del sistema -la jerarquía de prestigio, la
división del territorio y la economía internacional- son cada vez menos compatibles con la
cambiante distribución del poder entre los principales Estados del sistema. La resolución del
desequilibrio entre la superestructura del sistema y la distribución de poder subyacente se
encuentra en el estallido e intensificación de lo que se convierte en una guerra hegemónica.

La teoría no se ocupa necesariamente de si el Estado en declive o en ascenso es el


responsable de la guerra. De hecho, la identificación del iniciador de una guerra
concreta es a menudo imposible de determinar y las autoridades rara vez se ponen de
acuerdo. ¿Cuándo comenzó realmente la guerra? ¿Qué acciones la precipitaron? ¿Quién
cometió el primer acto hostil? En el caso de la Guerra del Peloponeso, por ejemplo, los
historiadores difieren sobre si Atenas o Esparta inició la guerra. Mientras que la mayoría
considera el decreto de Megara emitido por Atenas como la causa precipitante de la guerra,
se puede argumentar con la misma que el decreto fue el primer acto de una guerra ya
iniciada por Esparta y sus aliados.

La teoría tampoco aborda la cuestión de las consecuencias explícitas de la guerra. Tanto los
protagonistas en declive como los ascendentes pueden sufrir y un tercero puede ser el
vencedor final. Con frecuencia, el principal beneficiario es, de hecho, una potencia periférica
en ascenso que no participa directamente en el conflicto. En el caso de la Guerra del
Peloponeso, la guerra allanó el camino para que el imperialismo macedonio triunfara sobre
los griegos. En resumen, la teoría no hace ninguna predicción sobre las consecuencias de
la guerra. Lo que la teoría postula en cambio es que el sistema está maduro para una
transformación fundamental debido a los profundos cambios en curso en la distribución
internacional del poder y el entorno económico y tecnológico. Esto no quiere decir que el
cambio histórico producido por la guerra deba ser en algún sentido progresivo; puede, como
ocurrió en la Guerra del Peloponeso, debilitar y eventualmente poner fin a una de las más
gloriosas civilizaciones de la humanidad.

En el estallido de una guerra hegemónica subyace la idea de que la base del poder y del
orden social está sufriendo una transformación fundamental. Halevy debió de tener en
mente algo parecido a esta concepción del cambio político cuando, al analizar las causas de
la Primera Guerra Mundial, escribió que "es evidente por qué todas las grandes
convulsiones en la historia del mundo, y más particularmente en Europa moderna, han sido
al mismo tiempo guerras y revoluciones”. La Guerra de los Treinta Años fue a la vez una
crisis revolucionaria, un conflicto, dentro de Alemania, entre los partidos rivales de
protestantes y católicos, y una guerra internacional entre el Sacro Imperio Romano, Suecia
y Francia. Del mismo modo, continúa Halevy,las guerras de la Revolución Francesa y de
Napoleón, así como la Primera Guerra Mundial deben verse como trastornos de todo el
orden social y político europeo.

Los profundos cambios en las relaciones políticas, la organización económica y la


tecnología militar que subyacen a la guerra hegemónica y a las convulsiones internas
asociadas socavan tanto el status quo internacional como el doméstico. Estas
transformaciones subyacentes en el poder y las relaciones sociales dan lugar a cambios en
la naturaleza y el lugar del poder. Ello da lugar a la búsqueda de una nueva base de orden
político y social, tanto a nivel nacional como internacional.
Esta concepción de una guerra hegemónica asociada a la historia del mundo está
ejemplificada por la Guerra del Peloponeso. Se estaba produciendo un cambio básico en la
naturaleza y, por tanto, en el poder económico y militar en Grecia durante el siglo V a.C.
Este cambio en el entorno económico y tecnológico cambiante tuvo diferentes implicaciones
para las fortunas de los dos principales protagonistas. La Guerra del Peloponeso sería la
partera del nacimiento del nuevo mundo. Esta gran guerra, al igual que otras guerras
transformadoras, encarnaría importantes cambios a largo plazo en la economía, los asuntos
militares y la organización política de Grecia. Antes y durante las guerras persas, el poder y
la riqueza en el mundo griego se basaban en la agricultura y los ejércitos terrestres; Esparta
era ascendente entre las ciudades-estado griegas. Su posición política tenía una base
económica segura, y su poder militar era indiscutible. El crecimiento de la importancia del
poder naval y el aumento del comercio después de las guerras transformó la base del
poder. Además, la introducción en Grecia de la tecnología de fortificación y la erección de
murallas alrededor de Atenas anuló gran parte de la ventaja militar espartana. En este
nuevo entorno, el poder naval, el comercio y las finanzas se convirtieron en componentes
cada vez más importantes del poder estatal. Así, mientras que la naturaleza del poder había
favorecido a los espartanos, el entorno transformado favoreció a Atenas y a otras potencias
comerciales y navales en ascenso.

Atenas, más que Esparta, se benefició de este nuevo entorno militar y económico. A nivel
interno, Atenas había experimentado los cambios políticos y sociales que le permitieron
aprovechar la creciente importancia del poder marítimo y del comercio. Su aristocracia
terrateniente, que había estado asociada al antiguo dominio de la agricultura y de los
ejércitos terrestres, había sido derrocada y sustituida por una élite comercial cuyos intereses
residían en el desarrollo del poder naval y en el desarrollo de los ejércitos terrestres con el
desarrollo del poder naval y la expansión imperial. En una economía internacional cada vez
más monetarizada, los atenienses tenían los recursos financieros para equipar una
poderosa armada y expandir su dominio a expensas de los espartanos.

Por el contrario, los espartanos, en gran medida por razones económicas y políticas
internas, no pudieron o no quisieron adaptarse al nuevo entorno económico y tecnológico.
No sólo porque Esparta no tenía salida al mar, sino también porque los intereses
dominantes de la sociedad estaban comprometidos con el mantenimiento de un sistema
agrícola basado en la mano de obra esclava. Su principal preocupación era evitar una
revuelta de esclavos, temían que las influencias externas estimularan a los helotas a
rebelarse. Tal rebelión los había obligado a volverse a aislar al final de las guerras persas.
Parece haber sido el miedo a otra revuelta lo que los llevó a desafiar a los atenienses. El
decreto de Megara despertó a los espartanos porque el posible retorno de Megara al control
ateniense habría abierto el Peloponeso a la influencia ateniense y, por tanto, habría
permitido a los atenienses ayudar a la revuelta de los helenos. Así, cuando el
expansionismo ateniense amenazó un interés vital de los espartanos, éstos decidieron que
la guerra era inevitable, y entregaron un ultimátum a los atenienses.

La diferente capacidad de atenienses y espartanos para adaptarse al nuevo entorno


económico y tecnológico, así como el cambio en la naturaleza del poder, condujeron
finalmente a la guerra. El desarrollo del poder naval y la adquisición de los recursos
financieros para comprar barcos y contratar marineros requirió una profunda reordenación
de la sociedad nacional. Mientras que los atenienses se habían reformado para aprovechar
las nuevas oportunidades de riqueza y poder, los espartanos no quisieron o no pudieron
liberalizar debido a una constelación de intereses domésticos y a su miedo de
desencadenar una rebelión de los helotas. El resultado fue el desigual poder entre estos
rivales que Tucídides consideraba la verdadera causa de la guerra.

El punto crítico llegó cuando los espartanos empezaron a creer que el tiempo se movía en
su contra y a favor de los atenienses. Se había producido un punto de inflexión o un cambio
fundamental en la percepción espartana del equilibrio de poder. Como afirman algunos
historiadores contemporáneos, el poder ateniense pudo haber alcanzado su cenit al estallar
la guerra y ya haber empezado a decaer, pero la realidad de la situación no es
especialmente relevante, ya que los espartanos creían que Atenas era cada vez más fuerte.
La decisión que tenían que tomar era cuándo comenzar la guerra, más que si comenzarla o
no. ¿Era mejor luchar mientras la ventaja estaba con ellos o en una fecha futura cuando la
ventaja podría haber cambiado? Como ha escrito Howard, percepciones similares y el temor
a la erosión del poder han precedido a otras guerras hegemónicas de la historia.

La estabilidad del sistema internacional griego tras las guerras persas se basaba en un
entorno económico y tecnológico que favorecía la hegemonía espartana. Cuando la
agricultura y los ejércitos terrestres se volvieron menos vitales para el poder del Estado, y el
comercio y la marina se volvieron más importantes, los espartanos fueron incapaces de
adaptarse. Por lo tanto, el lugar de la riqueza y el poder se trasladó a los atenienses.
Aunque los atenienses perdieron la guerra al no prestar atención a la prudente estrategia
establecida por Pericles, el punto básico no se altera; la guerra por la hegemonía en Grecia
surgió de una profunda revolución social, económica y tecnológica. Las guerras como ésta
no son meras contiendas entre Estados rivales, sino que marcan cuencas políticas que
marcan la transición de una época histórica a la siguiente.

A pesar de la visión que proporciona para entender las grandes guerras de la historia, la
teoría de la guerra hegemónica es una teoría limitada e incompleta. No pueden manejar
fácilmente las percepciones que afectan al comportamiento ni predecir quién iniciará una
guerra hegemónica. Tampoco puede predecir cuándo se producirá una guerra hegemónica
y cuáles serán sus consecuencias. Como en el caso de la teoría de la evolución biológica,
ayuda a entender y explicar lo que ha sucedido; pero ninguna de las dos teorías puede
hacer predicciones que puedan ponerse a prueba y, por tanto, cumplir con el riguroso
estándar científico de falsabilidad. La teoría de la guerra hegemónica es, en el mejor de los
casos, un complemento de otras teorías como las de la psicología cognitiva y utilidad
esperada y debe integrarse con ellas. Sin embargo, ha resistido la prueba del tiempo mejor
que cualquier otra generalización en el campo de las relaciones internacionales y sigue
siendo una importante herramienta conceptual para entender la dinámica de la política
mundial.

● LA GUERRA HEGEMÓNICA EN EL SISTEMA INTERNACIONAL MODERNO:

En el mundo moderno, tres guerras hegemónicas han transformado sucesivamente el


sistema internacional. Cada una de estas grandes luchas no sólo supusieron una contienda
por la supremacía de dos o más grandes, sino que también representaron cambios
significativos en las relaciones económicas, las capacidades tecnológicas y la organización
política. La guerra surgió de profundos cambios históricos y de la incongruencia básica
entre las nuevas fuerzas del entorno y las estructuras existentes. Cada una de ellas fue una
guerra mundial en la que participaron casi todos los Estados del sistema y, al menos en
retrospectiva, se puede considerar que ha constituido un punto de inflexión importante en la
historia de la humanidad. Estos largos e intensos conflictos alteraron los contornos
fundamentales tanto de las sociedades nacionales como de las relaciones internacionales.

La primera de las guerras hegemónicas modernas fue la Guerra de los Treinta Años (de
1619 a 1648). Aunque esta guerra puede considerarse como una serie de guerras
separadas que en varios momentos involucraron a Suecia, Francia, España, Polonia y otras
potencias, en suma involucró a todos los principales Estados de Europa. Como señala
Gutmann en su contribución a este volumen, los orígenes de la guerra estaban
profundamente arraigados en la historia del siglo anterior. Se trataba de la organización del
sistema estatal europeo, así como la organización económica y religiosa interna de las
sociedades nacionales. ¿Europa iba a ser dominada y organizada por el poder imperial de
los Habsburgo o por estados nacionales autónomos? ¿Iba a ser el feudalismo o el
capitalismo comercial el modo dominante de organizar las actividades económicas? ¿Iba a
ser el protestantismo o el catolicismo la religión predominante? El enfrentamiento por estas
cuestiones políticas, económicas e ideológicas causó una devastación física y una pérdida
de vidas que no se había visto en Europa Occidental desde las invasiones mongolas de
siglos anteriores.

Detrás de la intensidad y duración de la guerra hubo un profundo cambio en la naturaleza


del poder. Aunque el poder de un Estado seguía basándose principalmente en el control del
territorio, la tecnología y la organización eran cada vez más importantes en los asuntos
militares y políticos. Desde la época clásica hasta el siglo XVII, la tecnología, las tácticas y
la organización militar apenas habían cambiado; la pica, la falange griega y la caballería
pesada seguían caracterizando la guerra. A finales de ese siglo, sin embargo, la artillería
móvil, la infantería profesional en formaciones lineales y las innovaciones navales pasaron a
dominar las tácticas de guerra. Junto con lo que se ha llamado la Revolución Militar,
también surgió el estado burocrático moderno. Este desarrollo mejoró en gran medida la
capacidad de los gobernantes para movilizar y aumentar el uso eficiente de los recursos
nacionales. Con estas innovaciones militares y políticas, el ejercicio del poder militar se
convirtió en un instrumento de política exterior; la guerra ya no era el "choque
[desenfrenado] de sociedades" que era característico de la guerra en el mundo antiguo y
medieval.

La Guerra de los Treinta Años transformó la escena política nacional e internacional. La


apuesta de los Habsburgo por el imperio universal fue derrotada, y el Estado-nación se
convirtió en la forma dominante de organización política en el mundo moderno. En el
Tratado de Westfalia (I648) se estableció el principio de soberanía nacional y no
intervención como norma rectora de las relaciones internacionales; esta innovación política
puso fin al conflicto ideológico sobre el ordenamiento religioso de las sociedades
nacionales. Durante el siguiente siglo y medio, la política exterior se basó en los conceptos
de interés nacional y el equilibrio de poder; como resultado, la escala de las guerras
europeas tendía a ser limitada. La revolución comercial triunfó sobre el feudalismo, y el
sistema estatal europeo pluralista proporcionó el marco necesario para la expansión del
sistema de mercado mundial. Con su armamento y organización superiores, los diversos
Estados de Europa Occidental crearon imperios de ultramar y sometieron a las demás
civilizaciones del planeta.
En la última década del siglo XVIII, una segunda gran guerra o serie de guerras transformó
de nuevo los asuntos internacionales y dio paso a una nueva época histórica. Durante casi
un siglo, Francia y Gran Bretaña, operando en el marco del sistema clásico de equilibrio de
poder, habían estado luchando en una serie de conflictos limitados tanto en Europa como
en el extranjero para establecer la primacía de uno u otro. Esta "guerra de los cien años",
según la expresión de Seeley, culminó en las grandes o hegemónicas guerras de la
Revolución Francesa y de Napoleón Bonaparte (1792 a I815). Como en otros conflictos
hegemónicos, se unieron profundas cuestiones políticas, económicas e ideológicas: la
hegemonía francesa o británica del sistema político europeo, los principios mercantilistas o
de mercado como base organizadora de la economía mundial, y el republicanismo
revolucionario o las formas políticas más conservadoras como base de la sociedad
nacional. La conflagración que siguió envolvió a todo el sistema político internacional, dando
lugar a una violencia sin precedentes y a la apertura de una nueva era de asuntos
económicos y políticos.

Durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera década del siglo XIX, los avances
económicos, tecnológicos y de otro tipo transformaron la naturaleza del poder y socavaron
la relativa estabilidad del anterior sistema de guerra limitada. En el mar, los británicos
habían conseguido dominar las nuevas tácticas y la tecnología del poder naval. En tierra, el
genio militar de Napoleón llevó a su culminación la revolución provocada por la pólvora al
integrar el nuevo armamento, las tácticas y la doctrina. Sin embargo, las innovaciones más
significativas fueron las organizativas, políticas y sociológicas. La concepción de la masa y
de la nación en armas hizo posible que los franceses dispusieran de ejércitos masivos y a
arrollar a sus enemigos. Bajo el estandarte del nacionalismo había llegado la era de las
guerras populares. Los nuevos medios de organización militar habían transformado la
naturaleza de la guerra europea.

Después de veinte años de guerra global que se extendió al Nuevo Mundo y a Oriente
Medio, los británicos y sus aliados derrotaron a los franceses y un nuevo orden internacional
fue establecido mediante el Tratado de Viena (1815). En el continente europeo, un equilibrio
de la guerra hegemónica fue creado y duraría hasta la unificación del poder alemán a
mediados de siglo. Los intereses británicos y el poder naval garantizaron que los principios
del mercado y el laissez faire gobernarían los asuntos económicos mundiales. Bajo la
superficie de esta Pax Britannica, nuevas fuerzas comenzaron a agitarse y a cobrar fuerza a
medida que pasaban las décadas. Tras un siglo de relativa paz, estos cambios en el entorno
económico, político y tecnológico, estallarían en la tercera guerra hegemónica del mundo
moderno.

Como muchas otras grandes guerras, la Primera Guerra Mundial comenzó como un
aparentemente asunto menor, aunque su escala y consecuencias finales estaban más allá
de la comprensión de los estadistas contemporáneos. En cuestión de pocas semanas, los
diversos conflictos bilaterales de los estados europeos y las alianzas transversales se
unieron a los europeos en una lucha global de dimensiones horrendas. La carrera naval
británico-alemana, el conflicto franco-alemán por Alsacia-Lorena y la rivalidad
germano-austríaca-rusa en los Balcanes atrajeron a casi todos los estados europeos a la
lucha que determinaría la estructura y el liderazgo del sistema político europeo y,
finalmente, del sistema político mundial.
El alcance, la intensidad y la duración de la guerra reflejaron la culminación del
fortalecimiento de las fuerzas y de las nuevas formas de poder nacional. Los franceses, bajo
el mando de Napoleón, habían desencadenado primero la nueva religión del nacionalismo.
Durante las décadas siguientes de relativa paz, la difusión de las ideas nacionalistas
desgarró el tejido tradicional de la sociedad europea, socavó las estructuras políticas
estables y enfrentó a unos pueblos con otros. La Revolución Industrial también se había
difundido desde Gran Bretaña al continente. La guerra se había industrializado y fusionado
con la pasión del nacionalismo. Una época de rápidos cambios económicos y agitación
social también había dado lugar a movimientos radicales que amenazaban con la revolución
y desafiaban el el status quo interno de muchos Estados. En este nuevo entorno de guerra
industrializada y nacionalista, los líderes políticos perdieron el control sobre las masas y la
guerra volvió a ser lo que había sido en la era premoderna: un choque desenfrenado de
sociedades. Las naciones lanzaron hombres y maquinaria unos contra otros causando una
carnicería masiva y dislocaciones sociales de las que a Europa le resultaba difícil salir. Sólo
el agotamiento mutuo y la intervención de una potencia no europea -Estados Unidos-
pusieron fin a la destrucción de guerra total.

La terrible devastación de la guerra puso fin a la dominación europea de la política mundial


y dio lugar a una nueva actitud hacia la guerra. La democratización e industrialización de la
guerra habían socavado la legitimidad de la fuerza militar como instrumento normal y
legítimo de la política exterior. En el Tratado de Versalles (1919), los estadistas prohibieron
la guerra, y el concepto revolucionario de seguridad colectiva se plasmó en la carta de la
Sociedad de Naciones. Por primera vez se prohibió legalmente a los Estados entrar en
guerra, salvo en caso de autodefensa, y se les exigió que se unieran para castigar a los
agresores. A diferencia de las otras grandes conferencias y tratados de paz de la diplomacia
europea, el acuerdo no reflejó las nuevas realidades del equilibrio de poder y, por tanto, fue
incapaz de establecer un orden político europeo nuevo y estable. Este fracaso sentó las
bases de la Segunda Guerra Mundial, que debe considerarse como la continuación de la
hegemonía iniciada en 1914 con la ruptura del orden político europeo.

El orden internacional de posguerra se ha basado en la bipolaridad


estadounidense-soviética y en el concepto de disuasión mutua. La paz y la guerra como
medio para resolver los conflictos entre las superpotencias se han mantenido gracias a la
amenaza nuclear y a la posibilidad de aniquilación mutua. La cuestión fundamental de
nuestro tiempo es si este sistema se verá o no socavado algún día por los acontecimientos
históricos y destruido totalmente por una guerra hegemónica librada con armas de
destrucción masiva.

● LA REVOLUCIÓN NUCLEAR Y LA GUERRA HEGEMÓNICA:

Aunque la teoría de la guerra hegemónica puede ser útil para entender el pasado, hay que
preguntarse si es relevante para el mundo contemporáneo. ¿Ha sido superada o de alguna
manera trascendida por la revolución nuclear en la guerra? Dado que ninguna nación que
entre en una guerra nuclear puede evitar su propia destrucción, ¿tiene sentido pensar en
términos de grandes guerras o guerras hegemónicas? Morgenthau se refería a este
profundo cambio en la naturaleza de la guerra y su importancia política cuando escribió que
la "relación racional entre la violencia como medio de la política exterior y los fines de ella ha
sido destruida por la posibilidad de una guerra nuclear”.

Que se ha producido una revolución en la naturaleza de la guerra no se puede negar. Las


armas nucleares han transformado profundamente la destructividad y las consecuencias de
una gran guerra. Es muy dudoso que una guerra entre dos potencias nucleares pueda ser
limitada y evitar que se convierta en una guerra a gran escala. Tampoco es probable que la
terrible devastación de una guerra tan grande o que las consecuencias sean aceptables en
algún sentido. En la era nuclear, el objetivo principal de las fuerzas nucleares debería ser
disuadir el uso de armas nucleares por parte del adversario y así prevenir el estallido de una
guerra hegemónica.

No se deduce necesariamente que este cambio en la naturaleza de la guerra, por muy


importante que sea, haya cambiado también la naturaleza de las relaciones internacionales.
Las características fundamentales de los asuntos internacionales lamentablemente no se
han alterado y, si acaso, se han intensificado por la revolución nuclear. La política
internacional sigue siendo un sistema de autoayuda. En la anarquía contemporánea de las
relaciones internacionales, la desconfianza, la incertidumbre y la inseguridad han hecho que
los Estados se armen y se preparen para la guerra como nunca antes.

Para poder decir que las armas nucleares han cambiado la naturaleza de las relaciones
internacionales y, por tanto, han hecho imposible la guerra hegemónica, tendría que
producirse una transformación de la propia conciencia humana. La humanidad tendría que
estar dispuesta a subordinar todos los demás valores y objetivos a la preservación de la
paz. Para asegurar la supervivencia mutua, tendría que rechazar la anarquía de las
relaciones internacionales y someterse al Leviatán de Thomas Hobbes. Hay pocas pruebas
que sugieran que alguna nación esté cerca de tomar esta decisión. Ciertamente, en este
mundo de armamentos sin precedentes de todo tipo, ningún Estado se comporta como si
las armas nucleares hubieran cambiado su conjunto de prioridades nacionales.

Ni siquiera se puede descartar la posibilidad de una gran guerra o guerra hegemónica en la


era nuclear. La teoría de la guerra hegemónica no se trata de que los hombres de Estado
"quieran" una gran guerra; las grandes guerras de la historia rara vez se predijeron, y su
curso nunca ha sido previsto. Como argumentó Tucídides en su discusión sobre el papel del
accidente en la guerra, una vez que ha comenzado, la guerra desencadena fuerzas que son
totalmente imprevistas por los protagonistas. En la era nuclear no hay garantía de que un
conflicto menor entre las superpotencias o sus aliados no desencadene acontecimientos
adversos sobre los que pronto perderán el control. En resumen, el hecho de que la guerra
nuclear causaría una devastación sin precedentes en la humanidad no ha impedido que las
potencias nucleares del mundo se preparen para una guerra, quizás haciéndola más
probable.

Lo que las armas nucleares han logrado es elevar la evasión de una guerra total al más alto
nivel de la política exterior y la preocupación central de los estadistas. Sin embargo, este
objetivo, tan importante como es, se ha unido, no ha suplantado, a otros valores e intereses
por los que las sociedades del pasado han estado dispuestas a luchar. Todos los Estados
nucleares tratan de evitar la guerra nuclear al mismo tiempo que intentan salvaguardar
intereses más tradicionales. El resultado ha sido, al menos para las superpotencias, la
creación de una nueva base del orden internacional. En contraste con el sistema de
equilibrio de poderes de la Europa moderna temprana, la Pax Britannica de la Europa
moderna, la Pax Británica del siglo XIX o el malogrado sistema de seguridad colectiva
asociado a la Sociedad de Naciones, el orden en la era nuclear se ha construido sobre la
base de la disuasión mutua.

La estabilidad a largo plazo de este orden nuclear es de crucial importancia, y la amenaza a


su existencia a lo largo del tiempo ciertamente no puede ser ignorada. Cada superpotencia
teme que la otra consiga un avance tecnológico significativo y trate de explotarlo. ¿De qué
otra manera se pueden explicar las esperanzas y ansiedades que suscita la Iniciativa de
Defensa Estratégica? Además, con la proliferación de armas nucleares en cada vez más
estados, existe un creciente peligro de que estas armas caigan en manos de Estados
desesperados o grupos terroristas. El orden nuclear es una función de políticas deliberadas
y no, como sostienen algunos, una condición existencial.

Históricamente, las naciones han decidido conscientemente ir a la guerra, pero rara vez, o
nunca, han iniciado guerras hegemónicas a sabiendas. Los hombres de Estado intentan
hacer cálculos racionales o de coste/beneficio en relación con sus esfuerzos por alcanzar
objetivos nacionales, y parece improbable que un estadista considere que las eventuales
ganancias de las grandes guerras de la historia sean proporcionales a los costes eventuales
de esas guerras. No se puede exagerar el hecho de que, una vez que se inicia una guerra,
por limitada que sea, puede liberar poderosas fuerzas imprevistas por los instigadores de la
guerra. Los resultados de la Guerra del Peloponeso, que iba a devastar la Grecia clásica, no
fueron previstos por las grandes potencias de la época. Tampoco los efectos de la Primera
Guerra Mundial, que puso fin a la primacía de Europa sobre otras civilizaciones, fueron
anticipados por los estadistas europeos. En ambos casos, la guerra fue provocada por la
creencia de cada protagonista que no tenía otra alternativa que luchar mientras la ventaja
estuviera de su lado. En ninguno de los dos casos, los protagonistas lucharon en la guerra
que querían o esperaban.

La llegada de las armas nucleares no ha alterado esta condición fundamental. Una nación
todavía puede iniciar una guerra por temor a que su fuerza relativa disminuya con el tiempo,
y un accidente podría precipitar una devastación sin precedentes. No es inconcebible que
algún estado, tal vez un Israel dominado, una Sudáfrica asustada o una superpotencia en
declive, pueda un día estar tan desesperado que recurra al chantaje nuclear para
adelantarse a sus enemigos. Al igual que en la guerra, un accidente durante un
enfrentamiento de este tipo podría desencadenar fuerzas poderosas e incontrolables
totalmente imprevistas por los protagonistas. Aunque la violencia potencial y la
destructividad de la guerra han cambiado con la llegada de armas nucleares,
desgraciadamente hay pocos indicios de que la naturaleza humana también se haya
transformado.

● CONCLUSIÓN:

Cabe esperar que el miedo al holocausto nuclear haya escarmentado a los estadistas. Tal
vez hayan llegado a apreciar que un orden nuclear basado en la disuasión mutua debería
ser su prioridad máxima. Pero a esta expectativa hay que contraponer la larga historia de
las debilidades humanas y la aparente incapacidad de la humanidad para mantener la paz
durante mucho tiempo. Sólo el tiempo dirá si la teoría de la guerra hegemónica se mantiene
en la era nuclear. Mientras tanto evitar una guerra nuclear se ha convertido en un
imperativo.

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