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RICHARD BREEN

2. Fundamentos de un análisis de
clases neoweberiano

Introducción
En el proyecto general de “análisis de clases” se hacen muchos esfuerzos
para definir el concepto de clase y delinear los límites entre clases. Esto
ha de ser así porque el análisis de clases es “la investigación empírica de
las consecuencias y corolarios de la existencia de una estructura de clases
definida ex-ante” (Breen y Rottman 1995b, p. 453). Al partir de una defi-
nición en concreto, los sociólogos pueden establecer hasta qué punto ele-
mentos como la desigualdad en las oportunidades vitales entre familias o
individuos se articulan en función de las clases. Este enfoque contrasta con
aquel que descubre la estructura de clases a partir de la distribución empíri-
ca de la desigualdad en la sociedad —Sørensen (2000) lo llama el enfoque
de “clasificaciones nominales”—. En el análisis de clases, los presupuestos
teóricos de la versión de clase que se use tienen que declararse desde el co-
mienzo y el concepto de clase tiene que ser comprobable de forma que los
enunciados acerca de la clase puedan contrastarse empíricamente. Si exa-
minamos las dos variedades principales de análisis contemporáneo (esto es,
el análisis marxista, particularmente asociado con los trabajos de Erik Olin
Wright y sus colaboradores, y el análisis neo-weberiano, en relación con el
uso del modelo de clases formulado por John Goldthorpe), encontraremos
que estas dos tareas son esenciales en ambas.
En este capítulo examinaré algunos de los temas que surgen cuando em-
prendemos un análisis de clases desde una amplia perspectiva. Comenzaré
pergeñando las ideas del propio Weber acerca de las clases sociales, como
se presentan en Economía y sociedad. Se establecen así los parámetros ge-
nerales dentro de los que opera el análisis de clases weberiano y también
se vislumbra el alcance y los límites de sus pretensiones explicativas. Con-
tinuaré con un análisis en términos muy generales acerca de cómo puede
hacerse utilizable el trabajo de Weber sobre las clases y con un bosquejo del
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modelo de clases de Goldthorpe, que normalmente se considera de con-


cepción weberiana (por ejemplo, Marshall et al. 1988, p. 14). Concluiré
el capítulo con un repaso de las que considero principales objeciones al
enfoque neoweberiano del análisis de clases y algunas aclaraciones acerca
de qué exactamente es lo que podremos explicar mediante el análisis de
clases weberiano.

Clases sociales en la obra de Max Weber


En el capitalismo, el mercado es el principal determinante de las oportuni-
dades vitales. Podemos entender el concepto de oportunidades vitales, en
términos de Giddens, como “las oportunidades que un individuo tiene de
participar en los ‘bienes’ económicos o culturales producidos socialmente
en una sociedad concreta” (1973, pp. 130-1) o, de forma más sencilla,
como las oportunidades que los individuos tienen de obtener acceso a pro-
ductos valiosos y escasos. Weber (1964, p. 242) escribe que “entendemos
por ‘situación de clase’ el conjunto de las probabilidades típicas: 1. de pro-
visión de bienes, 2. de posición externa, 3. de destino personal”. En otras
palabras, los miembros de una clase comparten oportunidades vitales. Si
esto es lo que los miembros de una misma clase comparten, ¿qué es lo
que los coloca en esa situación común? La respuesta de Weber es que el
mercado distribuye oportunidades vitales de acuerdo con los recursos que
las personas aportan y admite que esos recursos pueden variar de múltiples
formas. Aparte de la distinción entre propietarios y no propietarios, tam-
bién se da una variación de acuerdo a habilidades concretas y otros activos.
El aspecto importante, sin embargo, es que todos estos activos tan sólo
tienen valor en el contexto del mercado, de ahí que la situación de clase se
identifique con la situación de mercado.
Una consecuencia del reconocimiento de Weber de la diversidad de activos
que generan beneficios en el mercado es la proliferación del número de
clases posibles, a las que llama “clases económicas”. Sin embargo, el núme-
ro de clases sociales es mucho menor, puesto que son agregados de clases
económicas. No se originan simplemente en función del mercado sino
que intervienen otros factores entre los cuales Weber destaca la movilidad
social. “Clase social se llama a la totalidad de aquellas situaciones de clase
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entre las cuales un intercambio personal en la sucesión de las generaciones


es fácil y suele ocurrir de un modo típico” (Weber 1964, p. 242). Weber
sostiene que de hecho, pueden identificarse cuatro grandes clases sociales
en el capitalismo entre las cuales la movilidad es difícil y poco frecuente,
aunque sea relativamente común dentro de ellas. La primera distinción se
da entre aquellos que poseen propiedades o los medios de producción y
los que no, si bien en ambos grupos se “diferencian las situaciones de clase
según la especie de bienes susceptibles de producir ganancias o según los
productos que puedan ofrecerse en el mercado” (Weber 1964, p. 684). Las
cuatro clases resultantes son “los grupos empresariales dominantes y con
propiedades”, la pequeña burguesía, trabajadores formalmente cualificados
(la clase media) y aquellos que no lo están y cuyo único activo es su fuerza
de trabajo (la clase trabajadora).
Es bien sabido que Weber consideraba la clase como uno de los aspectos de
la distribución del poder en la sociedad. En su famosa definición establece
que “poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro
de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el
fundamento de esa probabilidad” (Weber 1964, p. 43), siendo los grupos
de estatus y los partidos, junto con las clases, los fenómenos principales de
la distribución de poder en la sociedad. La distinción entre estos radica en
los diferentes recursos que cada uno puede aportar a la hora de influir en
la distribución de las oportunidades vitales. Aunque la pertenencia a estos
grupos pueda solaparse, ninguna de estas dimensiones puede resumirse en
otra. Cada una de ellas puede ser la base de la acción colectiva, aunque, de
acuerdo con Weber, los grupos de estatus y los partidos son más adecuados
para realizar esta función que las clases. La acción colectiva es la raison
d’être de los partidos, mientras que la pertenencia a un grupo de estatus se
da más en el orden de la conciencia individual y actúa así como base para
la acción colectiva, antes que la pertenencia a la clase. Que los miembros
de una clase tengan “conciencia de clase” depende de ciertos factores con-
tingentes: “depende de condiciones culturales […] así como especialmente
de la claridad que revela la relación existente entre los fundamentos y las
consecuencias de la “situación de clase” (Weber 1964, p. 685). Diferentes
oportunidades vitales asociadas a la pertenencia a una clase no dan lugar
por sí mismas a una “acción de clase”: esto es algo que sólo puede suceder
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cuando se reconocen “las verdaderas condiciones y resultados de las cir-


cunstancias de clase”.
Esta consideración de los trabajos de Weber en lo tocante a las clases so-
ciales sirve, cuando menos, para fijar ciertos límites a las pretensiones del
análisis de clases weberiano. Quizá lo más importante aquí es que no se
pretendan explicar las pautas de cambio histórico en términos de la evo-
lución de la relación de clases, como sucede con el materialismo histórico
marxista. Tampoco se pretende que las clases se encuentren en un conflicto
de suma cero en el cual los beneficios de uno han de darse ilegítimamente
a expensas del otro. De hecho, Weber no presupone que las clases hayan de
ser una fuente de conflicto en la sociedad capitalista o que sirvan de fuente
de acción colectiva alguna. Antes bien, se centra en el mercado como fuen-
te de desigualdad de oportunidades vitales, aunque esto no quiere decir
que el enfoque weberiano considere los mecanismos del mercado como
algo dado. Weber dice que los mercados son formas de acción social cuya
existencia depende de otras formas de acción social, como algún tipo de
orden jurídico (Weber 1964, p 686). Pero para comprender cómo los me-
canismos del mercado han llegado a ser como son no podemos centrarnos
simplemente en las clases y las relaciones entre ellas. La evolución de las
formas sociales es un proceso complejo que puede provenir de una amplia
variedad de factores, como el mismo Weber muestra en La ética protestante
y el espíritu del capitalismo, donde se otorga a las ideas una función central
en el desarrollo del capitalismo moderno.
Las observaciones de Weber sobre las clases son algo fragmentarias: sobre
el conflicto de clases, por ejemplo, habla poco en sus trabajos1. En conse-
cuencia, a veces puede parecer más fácil definir el enfoque weberiano por
lo que no es, en vez de por lo que es, y podríamos definir como weberiano
casi cualquier modelo que no sea abiertamente marxista. De hecho, las

1
Vid. Weber (1964, p. 242-5). El desarrollo de ideas neoweberianas de “límites de
clase” y de exclusión y usurpación asociado a los trabajos de Parkin (1979) y Murphy
(1988), se basa mucho más en el tratamiento de Weber de los grupos de estatus que
en las clases. Weber sostiene que “no se puede decir gran cosa en términos generales
sobre tipos de antagonismos de clase más específicos” (1964, p. 686) y yo entiendo
que quiere decir que, si bien existen los conflictos de clase, estos no siguen una pauta
general, sino que están condicionados por circunstancias históricas específicas.
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lindes entre las versiones marxistas y weberianas son muy a menudo poco
claras. Pero, como pretendo demostrar, existe un elemento distintivo del
modelo de clases weberiano, lo cual determina cómo podríamos construir-
lo así como la evaluación de su desempeño como factor explicativo en el
análisis de clases. Pero no creo que sea lo mejor seguir los escritos de Weber
“al pie de la letra” (incluso si fuese posible hacerlo). Es posible que el enfo-
que que esbozo aquí y que llamo neoweberiano, no sea el único que puede
emanar de las observaciones escasamente sistemáticas del autor acerca de
las clases.

Los objetivos del análisis de clases


Visto como un proyecto general, el análisis de clases considera que la clase
puede explicar una gran cantidad de circunstancias. Uno de los objetivos
principales, por supuesto, es examinar la relación entre la posición de clase
y las oportunidades vitales, pero el análisis de clases rara vez se reduce a eso.
Suele sostenerse que la clase puede tener varias consecuencias. Cuando un
grupo de individuos comparte una posición de clase, estos tienden a com-
portarse de formas similares: las posiciones de clase son un factor determi-
nante de las condiciones de actuación de un individuo y pueden esperarse
acciones similares de gente que tiene las mismas condiciones de acción (ver
Weber 1964, p. 685). Cabe distinguir esto del comportamiento consciente
de clase. Ello puede ocurrir cuando, en palabras de Weber, los individuos
son conscientes de “las conexiones entre las causas y las consecuencias de
su situación de clase”.
En principio, pues, podemos considerar que las clases pueden ayudarnos a
comprender no sólo las diferencias en oportunidades vitales, sino también
una variedad de acciones, comportamientos, actitudes, valores, etc. Pero el
nexo entre las clases y sus consecuencias no son sólo un asunto empírico:
debe haber alguna teoría o argumento que explique por qué las clases, defi-
nidas de algún modo, son importantes a la hora de explicar estos resultados
y, en particular, las diferencias en oportunidades vitales. Volveremos sobre
esto más adelante. Ahora abordaremos la cuestión de cómo hacer operati-
vas las ideas de Weber respecto a las clases sociales.
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El desarrollo de un sistema de clases weberiano


Para un investigador weberiano, la clase es interesante porque enlaza la
posición de los individuos dentro de los mercados capitalistas con la des-
igual distribución de oportunidades vitales. Como hemos visto, las dife-
rencias en la posición de mercado surgen debido a la desigual posesión
de activos importantes en el mercado. Un enfoque posible a la hora de
establecer un modelo de inspiración weberiana podría consistir en agrupar
los individuos que posean activos iguales o similares entre sí. Después de
todo, Weber define la “situación de clase” como la situación en que “es
común a cierto número de hombres un componente causal específico de
sus probabilidades de existencia” (1964, p. 683) y podría pues parecer ra-
zonable definir las clases en términos de dichos componentes causales. En
este sentido, las variables explicativas de la función neoclásica del beneficio
servirían para pergeñar al menos algunas clases.
De hecho, tal modo de entender el estudio de clases no suele adoptarse
porque lo que es relevante no es la posesión de activos per se, sino su im-
plementación en el mercado. Existen muchos motivos por los cuales no se
da una relación determinista entre los recursos que un individuo aporta al
mercado y lo que recibe a cambio, de forma que la atención se desplaza a
la situación de los mercados y a identificar un conjunto de posiciones es-
tructurales que pueden ser agrupadas como clases. Como apunta Sørensen
(1991, p. 72), las clases son “conjuntos de posiciones estructurales. Estas
posiciones vienen definidas por las relaciones sociales en los mercados, es-
pecialmente en los mercados de trabajo y dentro de las empresas. Las posi-
ciones de clase existen independientemente de sus ocupantes. Son ‘lugares
vacíos’”. La cuestión para cualquier tipo de análisis de clases es cómo (sobre
qué base) debemos diferenciar estas posiciones.
Una forma de aproximarnos a esta cuestión sería comenzar preguntán-
donos qué se pretende que explique el concepto de clase. Si el objetivo
principal de un modelo de clases es entender cómo las oportunidades vi-
tales configuran las relaciones sociales en el mercado y en las empresas,
podríamos definir las clases de manera que consolidemos la asociación
estadística entre estas y la distribución de oportunidades vitales. Un en-
foque de estas características podría considerarse a medio camino entre
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clasificaciones de clase puramente inductivas (“nominales” en términos de


Sørensen) y el punto de vista que normalmente se adopta en el análisis de
clases. No conozco modelo de clases alguno que elija esta práctica, pero
se ha apuntado algo similar como método para crear escalas de distancia
social o dominación social (Prandy 1999, Rytina 2000). Por otra parte,
el principio definitorio de las clases podría considerarse como una teoría
acerca de cómo condicionan las relaciones en los mercados y las empresas
la distribución de oportunidades vitales. En ambos casos, los límites que
marquemos para fijar las posiciones en empresas y mercados de trabajo
debería ser la clasificación que mejor capte las distinciones relevantes a la
hora de explicar las variaciones, en este caso, de opciones vitales. Pero este
criterio plantea la posibilidad de que, si nuestro propósito es determinar
cómo influye la posición en el sistema de producción, por ejemplo, en los
comportamientos electorales o en formas de acción colectiva, puede que
necesitemos un principio diferente.
La característica singular del análisis de clases de inspiración weberiana es
que las clases son útiles en tanto que determinan las oportunidades vita-
les, de manera que estas últimas determinan la estrategia que se sigue al
establecer un modelo neoweberiano. Y sin embargo, como dato empírico,
resulta que tales modelos a menudo son buenos predictores de una amplia
relación de comportamientos, acciones, actitudes, preferencias, etc. El aná-
lisis de clases debería explicar, por tanto, no sólo por qué ciertas diferencias
de posición en los mercados de trabajo y las empresas originan diferencias
en las oportunidades vitales, sino también por qué una determinación de
posiciones desarrolladas a este efecto puede explicar variaciones en otros
aspectos diferentes. Pero antes de proseguir puede resultar útil concretar la
cuestión examinando un modelo de clase que normalmente se considera
neoweberiano.

El modelo de clase de Goldthorpe


El modelo de clase que desarrollaron John Goldthorpe y sus colaboradores
(Goldthorpe 1980; Erikson, Goldthorpe y Portocarrero 1979; Erikson y
Goldthorpe 1992) se ha empleado mucho en análisis de clases empíricos a
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lo largo de los últimos veinte años2. En un principio, el modelo distinguía


entre ocupaciones en función de sus posiciones en el mercado y en el tra-
bajo. La posición en el mercado hace referencia a las fuentes y niveles de
ingresos de una determinada ocupación, sus condiciones de trabajo, el gra-
do de seguridad económica y a las posibilidades de mejoría económica. La
posición en el trabajo se refiere a la situación de un puesto en la escala de
autoridad y control del proceso de producción (Goldthorpe 1980, p. 40).
Se supone que aquellas ocupaciones que normalmente compartan posicio-
nes de mercado y trabajo similares constituyen una clase y que los perte-
necientes a diferentes clases disponen de diferentes oportunidades vitales.
Sin embargo, en su trabajo posterior Goldthorpe ha establecido un con-
junto de principios ligeramente diferentes en el que basar el mismo mode-
lo. “El objetivo del modelo de clase es diferenciar posiciones dentro de los
mercados de trabajo y de los centros productivos o, más concretamente,
diferenciar dichas posiciones en términos de las relaciones laborales que
implican” (Erikson y Goldthorpe 1992, p. 37). Ahora se sostiene que las
clases reflejan dos distinciones principales: entre los que poseen los medios
de producción y los desposeídos y, entre estos últimos, en función de la
naturaleza de su relación con el empleador. La dicotomía principal aquí
reside entre las posiciones que están reguladas mediante un contrato de
trabajo y las que lo están mediante una relación de “servicio” con el em-
pleador. En el contrato de trabajo hay un intercambio muy específico de
trabajo por salario y una supervisión relativamente estrecha, mientras que
la relación de servicio se establece a un plazo mayor y supone un intercam-
bio más difuso.
El núcleo de esta distinción es el problema con que se encuentran los em-
pleadores para asegurar que sus empleados actúan en el máximo interés de
la compañía. Los empleados siempre conservan al menos cierta discrecio-
nalidad sobre cómo llevar a cabo su trabajo: cuánto trabajar, qué grado de
responsabilidad o iniciativa aceptar, etc. (Goldthorpe 2000, p. 212), de

2
Hay muchas descripciones del modelo de clase de Goldthorpe, pero la más clara y
detallada es la que se presenta en Erikson y Goldthorpe (1992, cap. 2). Así mismo
Goldthorpe (2000, cap. 10) proporciona un análisis detallado de la lógica del mode-
lo.
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manera que el problema del empleador es asegurarse de que esa discrecio-


nalidad se utilice en su beneficio. Si lo consigue o no dependerá del tipo
de trabajo que realice el empleado y por lo tanto la solución al problema
consiste en establecer contratos de trabajo adecuados a los diferentes tipos
de tareas.
Las magnitudes principales respecto a las que distinguir trabajos, de acuer-
do a Goldthorpe son, el grado de “especificidad de los activos” requeridos
y el grado de dificultad de la supervisión (Goldthorpe 2000, p. 213). La
especificidad de los activos mide el grado de habilidades específicas, expe-
riencia o conocimiento que requiera un trabajo, a diferencia de los que no
requieran habilidades especiales o específicas. En el primer caso, hay que
convencer a la empleada para que invierta en esas habilidades a pesar de
que no le resulten valiosas en otra empresa u otro puesto. De la misma ma-
nera, una vez que la empleada ha adquirido esas habilidades, el empleador
ha de asegurarse, en la medida de lo posible, que la empleada especializada
continúa en la empresa, puesto que esas habilidades no se pueden com-
prar en el mercado laboral abierto. Las dificultades de supervisión surgen
cuando el empleador no puede evaluar, con cierto rigor, el grado en que su
empleada está actuando en su interés. Se trata del clásico “problema entre
principal y agente”. En ciertos trabajos, el empleado tiene un considera-
ble grado de autonomía y discreción sobre cómo llevar a cabo las tareas
requeridas; de ahí que mientras que el empleado o empleada (el agente)
sabe hasta qué punto trabaja en interés de la compañía, el empleador (el
principal), no. Esta asimetría de la información establece incentivos para
que el agente actúe en su interés cuando este entra en conflicto con el del
principal.
Los problemas de la especificidad de los activos y las dificultades de super-
visión se compensan, en una relación de servicio, mediante el estableci-
miento de incentivos que persuaden al empleado de que actúe en el interés
del empleador. Estos incentivos han de establecer correspondencia entre
los intereses de las dos partes lo que se consigue creando una conexión
“entre el compromiso y la búsqueda activa de objetivos de la organización
por parte del empleado y el éxito de su carrera y bienestar material” (Gol-
dthorpe 2000, p. 220). Para alcanzar esta correspondencia, los futuribles
del contrato de trabajo tienen una función esencial: “por ejemplo, los in-
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crementos salariales en una escala establecida, la seguridad laboral […] los


derechos de pensión […] y […] oportunidades de carrera bien definidas”
(Erikson y Goldthorpe 1992, p. 42). En lo que respecta a las dificultades
de supervisión, la solución es ya conocida en la bibliografía de la teoría de
juegos: la tentación de desertar y obtener beneficios a corto plazo está com-
pensada por la perspectiva de beneficios a largo plazo como recompensa
por la cooperación.
El contrato de trabajo se da cuando no se plantean problemas de especifi-
cidad de activos o dificultades de supervisión. En este caso, incluso cuando
las tareas requieren ciertas habilidades, estas son generales y pueden ad-
quirirse en el mercado laboral. Los problemas de supervisión son escasos
porque el resultado de la tarea del empleado al servicio del empleador o lo
que produce es fácilmente observable. No existe pues, necesidad de esta-
blecer incentivos en la relación de servicio y, de acuerdo a Goldthorpe, las
dos características específicas del contrato de trabajo son el pago por una
cantidad de trabajo establecida y el hecho de que no se pretenda asegurar
una relación a largo plazo entre las partes.
¿Qué aspecto tendrá el modelo de clases resultante? Existe una clase cons-
tituida por los autónomos y los pequeños empleados (pequeña burgue-
sía), etiquetada como clase IV (esta clasificación se vale de números ro-
manos). Esta se subdivide primero sobre la base de sectores, de manera
que IVc abarca los agricultores y “otros trabajadores auto-empleados del
sector primario” y después en términos de empleadores y autónomos no
agricultores: la IVa abarca los pequeños propietarios con empleados3 y la
IVb a los que no los tienen. El resto de clases se compone de posiciones
de empleados y por lo tanto, la composición de esta parte dependerá de
cómo se caractericen las ocupaciones respecto a la especificidad de activos
y las dificultades de supervisión, si se da uno, ambos o ninguno de estos
factores. Las clases I y II están constituidas por aquellas ocupaciones que
presentan más claramente relaciones de servicios, siendo la distinción entre
ambas un asunto del grado. Así la clase I consta de profesionales, admi-
nistrativos y trabajadores de dirección de alto nivel, mientras la clase II la
componen los de bajo nivel. En estas ocupaciones surgen problemas de

3
Aplicado en el Reino Unido esto es menos de veinticinco empleados.
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supervisión y de especificidad de activos. En el otro extremo, los miembros


de las clases VI (trabajadores manuales cualificados) y VII (trabajadores
manuales no cualificados) tienen un contrato laboral con su empleador.
La clase VII se subdivide por sectores: VIIb agrupa a los trabajadores de
la agricultura no cualificados, VIIa a los trabajadores no cualificados y no
agrícolas. El contrato de trabajo también se aplica a los trabajadores etique-
tados “de menor grado”, los empleos rutinarios no manuales (clase IIIb).
Estas ocupaciones incluyen “las escalas más bajas del empleo en oficinas,
tiendas y otros servicios, operadores de maquinaria, empleos de mostrador,
auxiliares, etc.” (Erikson y Goldthorpe 1992, p. 241). Las clases restantes,
IIIa (empleos rutinarios no manuales de alto grado) y V (empleos téc-
nicos inferiores de supervisión manual) “forman las posiciones asociadas
a relaciones laborales que normalmente parecen tener formas muy varia-
das” (Erikson y Goldthorpe 1992, p. 43). Pero esta forma mixta se da por
motivos diferentes en cada caso. Las ocupaciones en IIIa (normalmente
dependientes, secretarios, y otros puestos administrativos de carácter ruti-
nario) no suelen requerir activos específicos pero sí que presentan algunas
dificultades de supervisión, mientras que las de la clase V presentan la
combinación opuesta. Las ocupaciones de la clase IIIa gozan de muchos
de los elementos de las clases de servicios, pero a menudo carecen de una
clara estructura de carrera, mientras que las de clase V si presentan esta
estructura a largo plazo pero se les supervisa bastante de cerca y se les paga
por horas. Las posibles combinaciones entre la especificidad de activos y
la dificultad de supervisión y las clases que cada una caracteriza se mues-
tran en el gráfico 2.1, extraído de Goldthorpe (2000, p. 223). Al elaborar
este estudio, Goldthorpe se sirvió mucho de los trabajos de economía de
organizaciones y, de hecho, se dan muchas similitudes entre el “salario de
eficiencia” (Akerlof 1982) y los contratos de servicios. Los contratos de
empleo se ven como una manera mediante la cual las partes pretenden
asegurar la viabilidad de la empresa e incrementar el valor total del con-
trato en beneficio de ambas (Goldthorpe 2000, p. 210). A este enfoque se
le podría criticar que confiere demasiado peso a los criterios de eficiencia
y descuida los asuntos relativos al equilibrio de poder entre empleadores
y empleados. Un ejemplo simple sería el de una ocupación, o grupo de
ocupaciones que pudiese gozar de elementos de las relaciones de servicios
no porque de esa manera aumente la eficiencia sino porque la capacidad
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de negociación de esos empleados les permita capturar estos elementos en


forma de renta. Parece razonable pensar que los cambios a lo largo de los
últimos veinte años en los términos y condiciones de empleo que rigen en
muchos trabajos (y, en ciertos casos, la pérdida de algunos elementos de la
relación de servicios), se puede atribuir a la debilidad general de las posi-
ciones negociadoras de los empleados frente a los empleadores tanto como
a, por ejemplo, cambios en los requisitos de formación para estos puestos
o las posibilidades de supervisión (Breen 1997). Si estos razonamientos
son correctos, implican que la asignación de clase de una ocupación no
siempre se deriva tan claramente de consideraciones de eficiencia y que,
al explicar una estructura de clase en particular debe prestarse atención
también a otros factores históricamente contingentes.

Gráfico 2.1 Dimensiones del trabajo como fuentes de riesgos contractuales, formas de
contratación laboral y ubicación de las clases de empleados del esquema de Goldthorpe
(2000: 223, gráfico 10.2)
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En su forma más desagregada, el modelo de Goldthorpe establece once


clases. En su trabajo en Inglaterra y Gales, y en otras muchas aplicaciones
se utiliza una versión de siete categorías. La versión más resumida que, sin
embargo, mantiene las distinciones básicas del modelo es probablemente
la de cuatro categorías que establece la clase de servicios (I y II), la inter-
media (IIIa y V), la pequeña burguesía (IV) y la mano de obra contratada
(IIIb, VI y VII). Las diferentes agrupaciones del modelo se muestran en
el cuadro 2.14. Sorprende que en el modelo no figure una clase de gran-
des empleadores, la alta burguesía. Hoy en día, los grandes empleadores
tienden a ser organizaciones en lugar de personas, pero los que existen se
incluyen en la clase I. Erikson y Goldthorpe (1992, pp. 40-41) justifican
este proceder con dos argumentos. Primero, dichos individuos normal-
mente son propietarios de compañías que difieren de las de la pequeña
burguesía jurídicamente antes que materialmente. Se les sitúa en la clase I
en vez de en la IV porque “en tanto que los grandes propietarios tienden
a intervenir bastante en actividades de dirección y empresariales, también
puede considerarse que tienen mayor afinidad con los directivos asalaria-
dos que se encuentran en la clase I y que poseen una parte sustancial de las
empresas para las que trabajan”. Pero este razonamiento es poco convin-
cente por el simple motivo de que los grandes propietarios no participan
en las relaciones de servicio con un empleador, que es lo que define esta
clase. Siguiendo este criterio, quizás estarían mejor en la clase IV. Por otro
lado, los grandes propietarios o empleadores representan “alrededor del 5
por ciento de las personas asignadas a las clases de servicios (clases I y II)
en las sociedades industriales occidentales y no pueden […] verse de forma
realista como miembros de la élite capitalista […] Antes bien, considera-
dos atentamente, resultan ser propietarios de tiendas, hoteles, restaurantes,

4
Podría parecer extraño que la versión del modelo con siete categorías junte a las clases
IIIa y IIIb. Sin embargo, Goldthorpe utilizó esta versión inicialmente para su análisis
de la movilidad social de los hombres en Inglaterra y Gales. La versión que más tarde
usarían Erikson y Goldthorpe, pese a que difiere ligeramente de las siete categorías
que se muestran en el cuadro 2.1, también integraba la IIIa y la IIIb, si bien también
esta versión se había desarrollado para el análisis de la movilidad masculina. Hay re-
lativamente pocos hombres que ocupen posiciones en IIIb y las posiciones ocupadas
por hombres suelen estar más próximas a las de IIIa que las posiciones ocupadas por
mujeres. Así, en el capítulo en el que analizan la movilidad de las mujeres, Erikson y
Goldthorpe (1992, cap. 7) unen la clase IIIb a la clase VII.
68 Richard Breen

garajes, pequeñas fábricas o compañías de transporte” (Goldthorpe 1990,


p. 435). Probablemente la proporción de propietarias en las clases de ser-
vicios aún será menor. Pero este razonamiento también tiende a reforzar la
idea de que la ubicación correcta sería la clase IV y no la I. Claro que, en
la práctica (y suponiendo que la proporción de grandes propietarios en los
datos del sondeo sea la de la población) los grandes propietarios son tan
escasos que el asignarlos a la clase I o a la IV difícilmente pueda tener re-
levancia en las conclusiones que se puedan extraer acerca de desigualdades
en las posibilidades de movilidad, por ejemplo. Sin embargo, el colocarlos
en la clase I (en vez de, digamos, una nueva subclasificación en la clase IV)
suscita una incoherencia en el modelo entre los postulados teóricos y su
implementación.

Cuadro 2.1 Posibles complementos al modelo de clases de Goldthorpe

Versión de once clases


Versión de siete clases Versión de cuatro clases
(máxima desagregación)

I Clase superior de servicios I Clase superior de servicios I + II Clase de servicios

II Clase inferior de servicios II Clase inferior de servicios


IIIa Empleados no manuales rutinarios de III Empleados no manuales IIIa + V Clase intermedia
nivel superior rutinarios
IIIb Empleados no manuales rutinarios de IIIb + VI +VII Trabajadores
nivel inferior manuales
IVa Pequeños propietarios con IV Pequeña burguesía IV Pequeña burguesía
empleados
IVb Pequeños propietarios sin empleados
IVc Agricultores y otros empleados por
cuenta propia en la producción primaria
V Técnicos de nivel inferior y V Técnicos y supervisores IIIa + V Clase intermedia
supervisores de los trabajadores
manuales
VI Trabajadores manuales cualificados VI Trabajadores manuales IIba + VI + VII Trabajadores
cualificados manuales
VIIa Trabajadores manuales semi- VII Trabajadores manuales no
cualificados y no cualificados (no cualificados
agrícolas)
VIIb Trabajadores agrícolas manuales
semi-cualificados y no cualificados
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El cambio en el modelo de Goldthorpe de la formulación inicial a la poste-


rior no tiene consecuencias operativas; esto es, la asignación de ocupacio-
nes a clases no cambia. Este asunto se aborda más adelante. Es más, podría
argumentarse que las dos formulaciones pueden reconciliarse en el orden
teórico, puesto que en la primera versión eran las diferencias entre posicio-
nes en el carácter del contrato de empleo las que causan las variaciones en
las situaciones del mercado y de trabajo. En ambos casos, se sostiene que
las distinciones reflejadas en el modelo generan diferencias en las oportu-
nidades vitales: la posición de clase es un determinante “de las experiencias
de abundancia o escasez, de seguridad o inseguridad económica, de pers-
pectivas de continua mejora material o de limitaciones materiales insalva-
bles” (Erikson y Goldthorpe 1992, p. 236).
A pesar de las quejas de Goldthorpe, hay motivos para etiquetar este mo-
delo como neo-weberiano en tanto que se centra en las opciones vitales y
comparte la modestia de Weber respecto al alcance del análisis5. El pro-
pósito del modelo es permitir la exploración de las “interconexiones es-
tablecidas mediante las relaciones de empleo en los mercados laborales y
unidades de producción, el proceso por el que los individuos y las familias
se distribuyen y redistribuyen en esas posiciones a lo largo del tiempo; y las
consecuencias que ello pueda tener en sus opciones vitales” (Goldthorpe y
Marshall 1992, p. 382). Es más, el modelo de clases no pretende identificar
los grupos que actúan como “motor del cambio social”, tampoco supone
que las clases se opongan entre sí en una relación de explotación ni que sus
miembros desarrollen automáticamente una conciencia de clase o que par-
ticipen en acciones colectivas (Goldthorpe y Marshall 1992, pp. 383-4).

5
Es bien conocida la reticencia de Goldthorpe a etiquetar su modelo como weberiano.
Pese a que admite haber adoptado los principios del modelo en gran medida de Marx
y Weber, escribe: “a menudo se han referido y se ha tratado nuestro enfoque como
‘weberiano’, aunque no consideramos que sea algo especialmente relevante o útil en
cualquier sentido: […] lo que importa son las consecuencias y no los precedentes”
(Erikson y Goldthorpe 1992, p. 37, Nota 10).
70 Richard Breen

El problema de los límites en el análisis de clases


neoweberiano
Un modelo de clases neoweberiano es un conjunto de principios que asig-
na posiciones a las clases de manera que capte las principales dimensiones
de diferencia en los mercados de trabajo y las unidades de producción rele-
vantes en la distribución de oportunidades vitales. Al evaluar los modelos
de clase weberianos, o de cualquier otro tipo, es importante establecer una
distinción entre las críticas que se dirigen a su marco conceptual o base
teórica por un lado y las que se dirigen a su implementación específica,
incluso cuando las objeciones de ambos tipos puedan, en última instancia
ser dilucidadas empíricamente. Una crítica frecuente a las clasificaciones
de clases es que, dada la enorme diversidad aparente de posiciones en los
mercados laborales y organizaciones económicas, ¿cómo puede un modelo
de clases, tal como el de Goldthorpe, y especialmente uno con un número
de clases relativamente pequeño, pretender captar las distinciones princi-
pales en posiciones relevantes para la distribución de oportunidades vitales
entre quienes las ocupan?6
Una respuesta a esta crítica consiste en decir que la variación en opor-
tunidades vitales entre los individuos o las familias en la misma clase no
es en sí una objeción teórica a un modelo neoweberiano de clase puesto
que las oportunidades vitales de alguien dependen de una serie de factores
ajenos a la posición de clase. Desde este punto de vista, las diferencias en
las oportunidades vitales entre personas de la misma clase no deben verse
como diferencias de clase per se sino como diferencias originadas por otros
factores. Pero cabe adelantar la objeción de que el conjunto de principios
elegidos no sea el más apropiado, esto es, que exista otro conjunto que
funcionaría mejor (y esto podría llevar a una clasificación de ocupacio-

6
Weber supera esta objeción utilizando dos tipos de criterios. Los miembros de una
clase tienen en común sus oportunidades vitales, pero las clases sociales están com-
puestas de aquellas clases entre las cuales es frecuente la movilidad. Breiger (1982)
aplica esta idea al analizar un sistema de movilidad de diecisiete grupos ocupacionales
con el que intenta corroborar que los resultados, tanto la pauta de movilidad como de
la estructura de clase subyacente (una amalgama de las diecisiete categorías iniciales),
coinciden con los datos originales. Sin embargo, su enfoque no ha tenido mucha
repercusión.
Fundamentos de un análisis de clases neoweberiano 71

nes más detallada, si bien no necesariamente). Se podría argumentar, por


ejemplo, que una jerarquía de prestigio de puestos de trabajo captaría más
acertadamente las principales distinciones entre posiciones que afectan
a las oportunidades vitales. O podría decirse que los mismos puestos de
trabajo forman grupos que permiten distinguir las oportunidades vitales
más claramente que las clases. Responder a estas objeciones requiere tanto
aclaración conceptual como análisis empírico. En primer lugar podríamos
preguntar qué mecanismos explican las variaciones en oportunidades vi-
tales que surgen de estas fuentes. En el caso del modelo de Goldthorpe,
la forma de relación laboral es importante para las oportunidades vitales
por las diferentes recompensas e incentivos que se asocian a cada tipo de
contrato. En segundo lugar, cabe preguntar por qué se ha establecido la
diferencia entre clases de esta manera. En el modelo de Goldthorpe los dos
tipos de contratos de empleo son intentos de solucionar los problemas de
especificidad de los recursos y supervisión de empleados a que se enfrentan
los empleadores. Un sistema alternativo de diferenciación de clases debería
basarse en mecanismos de ambos tipos que muestren al menos el mismo
grado de verosimilitud. Por último, podríamos considerar las pruebas em-
píricas. Si hay que elegir entre dos clasificaciones justificadas teóricamente,
el análisis empírico comprobará cuál de los dos predice con mayor certeza
las oportunidades vitales, teniendo en cuenta que hay que equilibrar los
aspectos explicativos y parsimoniosos de las explicaciones.
Las objeciones de este tipo son básicas y distintas de las que se puedan diri-
gir al intento de hacer operativo un conjunto de principios subyacentes en
los que coincidan el crítico y el criticado. De hecho, Erikson y Goldthor-
pe (1992) se mueven en su trabajo entre diferentes versiones del modelo
de clases de Goldthorpe, según que cuenten siete, cinco o tres de ellas7 y
nunca llegan a usar las once categorías. Estiman que “al mantener la idea
fundamental del modelo de que las clases han de definirse en función de

7
La versión de cinco clases agrupa I, II y II en clase de trabajadores de cuello blanco,
IVa y IVb en pequeña burguesía, IVc y VIIb en trabajadores agrícolas, V y VI traba-
jadores especialistas y VIIa queda como la clase de los trabajadores no cualificados.
Después, la versión de tres clases agrupa IVa y IVb con I, II y III en la clase de los
trabajadores no manuales, V, VI y VII en la de trabajadores manuales y mantiene la
clase de los trabajadores agrícolas (IVc y VIIb).
72 Richard Breen

las relaciones de trabajo, la distinción de clases podría extenderse mucho


más si hubiese razón suficiente para hacerlo” (Erikson y Goldthorpe 1992,
p. 46, nota 18). Esta posición concuerda con su afirmación de que los
modelos de trabajo son un instrument du travail y no un mapa definitivo
de la estructura de clases.
A pesar de que las posiciones se dividen en clases en función de su relación
con los medios de producción y después con relación al tipo de relación
laboral que se da, el modelo de Goldthorpe nunca se ha ha comprobado
en la práctica midiendo estas características y asignándolas a clases con este
criterio. En vez de eso, se asignaban las ocupaciones a las clases en función
de los conocimientos existentes acerca de las relaciones laborales típicas. La
razón para proceder así es de carácter pragmático. Un beneficio es que los
datos que ya se han recogido pueden incluirse en el modelo. Es el caso de
los datos de orden nacional utilizados en el proyecto CASMIN (Análisis
Comparativo de Movilidad Social en los Países Industrializados), que dio
lugar a la publicación de The Constant Flux (Erikson y Goldthorpe 1992).
Con esto no se pretende que las mismas ocupaciones deban asignarse siem-
pre a las mismas clases, las ocupaciones podrían cambiar su posición de
clase con el tiempo y las mismas ocupaciones podrían ser atribuidas a dife-
rentes clases en función del país (algo que parece haberse tenido en cuenta
en el proyecto CASMIN, Erikson y Goldthorpe 1992, pp. 50-51).
Sin embargo, puesto que el tipo de relación laboral está definido por una
serie de factores (algunos de los que mencionan Erikson y Goldthorpe son:
aumentos salariales, derechos pasivos y garantías de seguridad), surge la
cuestión de hasta qué punto se dan en relación a las ocupaciones. Si, por
ejemplo, estas dimensiones de las relaciones laborales estuviesen tan sólo
vagamente relacionadas entre sí, podría cuestionarse la operatividad de los
conceptos subyacentes en forma de clases. Evans y Mills (1998) abordan
este asunto utilizando datos de encuestas británicas de 1984 para analizar
la relación entre nueve indicadores de relaciones laborales. Entre estas se
incluye si el puesto exige que el trabajador fiche en algún momento espe-
cífico, la forma de pago (a destajo, por horas, en función del rendimiento,
etc.), si el puesto se enmarca claramente en una carrera profesional y si
el empleado tiene capacidad de decisión sobre el ritmo de realización de
su trabajo. Al aplicar un análisis de clases latente con estos indicadores,
Fundamentos de un análisis de clases neoweberiano 73

identifican cuatro clases también latentes. Se trata de un buen indicio de


que estos cuatro aspectos de las relaciones laborales no varían de forma
independiente, sino que ocurren simultáneamente en cuatro combinacio-
nes. Además, un análisis de las pautas de probabilidad de respuesta para
cada asunto dentro de cada clase latente hace pensar a Evans y Mills que
estas cuatro clases corresponden aproximadamente a: trabajadores de cue-
llo blanco, una clase inferior de gerentes y supervisores, una de empleos
rutinarios no manuales y una de asalariados manuales. Por ejemplo, la
probabilidad de tener que fichar es de 0,05 en la primera y tercera clases,
mientras que asciende a 0,54 en la supuesta clase de gerentes y supervisores
subalternos y a 0,65 en la de los asalariados manuales. Podríamos tomar la
primera y la última clase como dos polos, uno de las relaciones de servicios
y el otro de las relaciones de trabajo asalariado, mientras que las otras dos
representan situaciones intermedias. Y de hecho, Evans y Mills hallan una
gran sintonía entre estas clases latentes y las clases de Goldthorpe: “el 78
por ciento de la clase latente 1 se sitúa en las clases I y II de Goldthorpe,
esta cifra asciende al 95 por ciento si consideramos las clases I, II y IIIa.
Igualmente, no menos del 89 por ciento de la clase latente 4 se encuentran
en las clases VI y VIIab de Goldthorpe, el 96 por ciento en las clases VI,
VIIab y V (Evans y Mills 1998, p. 95). Sostienen que estos resultados indi-
can la gran validez del modelo: esto es, en qué medida consigue separar con
éxito “la estructura laboral de manera que acierte a identificar las divisiones
esenciales en las características de los puestos de trabajo que Goldthorpe y
sus colegas consideran teóricamente significantes” (Evans 1992, p. 213).
En análisis posteriores, Evan y Mills (2000) utilizaron una base de datos
británica mucho mayor y más reciente (recogidos en 1996) y un grupo de
ocho indicadores similares, si bien no idénticos, de las relaciones laborales.
Los resultados de su análisis de clases latentes revelaron en esa ocasión que:
Una clase latente (1) reducida, entre el 8 y el 13 por ciento de la población, re-
munerada preferentemente mediante salarios y alguna forma de primas o pago
adicional, tiene una probabilidad realmente alta de no tener remuneración por las
horas extraordinarias, de estar obligada a dar un mes de preaaviso o más al aban-
donar el puesto de trabajo y de estar sometida a control sobre horario a comienzo
y fin de la jornada. En el otro extremo de la escala encontramos la clase (3), entre
el 35 y 45 por cien, con características opuestas… Entre estos dos grupos se sitúa la
clase (2), entre el 45 y el 52 por ciento, predominantemente asalariada, que suele
recibir paga por horas extra, debe dar más de un mes de preaviso al abandonar el
74 Richard Breen

puesto y cuyo control de las horas de trabajo es bastante variado. (Evans y Mills
2000, p. 653)

No es de extrañar que identifiquen las clases latentes 1, 2 y 3 con las de ser-


vicio, intermedia y contrato de empleo respectivamente. Pero, en este caso,
cuando afrontan la cuestión de la validez de criterio del modelo, Evans y
Mills (2000, p. 657) concluyen que existen ciertos problemas para hacer
operativo el modelo.
La mayor parte de la clase II de Goldthorpe no tiene un tipo de contrato de empleo
de “servicio”. La línea divisoria entre el servicio y las clases intermedias parece
atravesar la clase II en vez de separar esta de la clase IIIa. También calculamos
que cerca de un tercio de los empleados de la clase I tampoco tiene un contrato
de “servicios”.

Esto hace abrigar dudas sobre si puede seguir manteniéndose la práctica de


confiar tan solo en las titulaciones laborales como base de las clasificaciones
empíricas, al menos en el caso británico y con el fin de delimitar la clase de
servicios8. El intervalo de doce años entre el acopio de datos del primer y el
segundo estudio de Evans y Mills sugiere que ha habido un solapamiento
reciente entre las titulaciones laborales y la clase de servicios de Goldthor-
pe. Una conjetura razonable podría ser que una inflación de las titulaciones
laborales pueda haber causado que ya no sean buenos indicadores de las
relaciones laborales a medida que se generaliza el uso de términos como
“gerente” para una gran variedad de posiciones. Quizás adoptar el uso de
medidas directas de las relaciones laborales podría ser beneficioso puesto
que permitirá a los investigadores determinar qué elementos de la relación
se asocian más claramente con posibilidades concretas de clase, lo cual
sería obviamente valioso en la búsqueda de mecanismos específicos que
unan la posición de clase con tales posibilidades. De hecho, la ausencia de
una explicación concreta de qué mecanismos enlazan el tipo de relaciones
laborales con las variaciones en las oportunidades vitales es un evidente
punto débil del modelo. Los trabajos de Evans y Mills han probado hasta

8
Sin embargo, existe un inconveniente de estos análisis que deberíamos mencionar,
esto es, que obtienen la información de los empleados, cuyas respuestas bien pueden
estar más relacionadas con su propia posición y experiencias que con las características
de la posición que ocupan (por ejemplo en temas como las probabilidades de promo-
ción). Es posible que sea mejor obtener la información de los empleadores.
Fundamentos de un análisis de clases neoweberiano 75

qué punto el modelo refleja las distinciones en las relaciones de trabajo y


muchas investigaciones han mostrado que la posición de clase está asociada
con las oportunidades vitales y otras posibilidades. No obstante, carecemos
de una explicación teórica de cómo esas diferencias producen esas varia-
ciones y, por tanto, tampoco tenemos demostraciones empíricas. Gold-
thorpe y otros (Erikson y Goldthorpe 1992, Cap. 11; Breen y Rottman
1995b) reconocieron el problema y Goldthorpe ha pretendido resolverlo
recientemente (2000, Cap. 11). Sin embargo, para que estos mecanismos
explicativos prueben la teoría concreta de clases que se propone, han de
discriminar entre teorías alternativas. En otras palabras, los mecanismos
propuestos deberían no ser tan genéricos que puedan servir para explicar
la vinculación entre las posibilidades y varias teorías de clase. Esta “exigen-
cia de especificidad”, como podríamos llamarla, podría ser el escollo más
difícil de salvar a la hora de desarrollar una teoría de clase neo-weberiana
convincente.

La unidad del análisis de clase


Hasta ahora hemos tratado las clases como agregados de posiciones, en vez
de individuos. El mecanismo implícito que vincula la posición de clase y
las oportunidades vitales consiste simplemente en que las oportunidades
vitales de cada individuo obedecen a la posición de clase que ocupa o,
si adoptamos una perspectiva de toda la vida, a la secuencia de posicio-
nes que haya ocupado. Pero no todos los individuos se ubican en una de
esas posiciones y, en tales casos, suponemos que las oportunidades vitales
vienen establecidas por la relación entre dicho individuo y otros que sí
ocupan una posición en la estructura de clases. La posición de clase de un
niño normalmente se desprende de la de sus padres y convencionalmente
se viene considerando que la de una mujer casada se desprende de la de su
marido. Pero las oportunidades vitales de alguien que no ocupa una posi-
ción en la estructura de clase, como por ejemplo un niño o una mujer ca-
sada que no trabaja fuera del hogar, dependerán no solo de la posición que
ocupen sus padres o su marido, sino también de la naturaleza de la relación
que se establezca entre ellos. En otras palabras, las relaciones familiares o
del hogar median entre el mercado y las oportunidades vitales de los suje-
tos. Naturalmente, esta cuestión es la misma que surge en los estudios de
76 Richard Breen

desigualdad de ingresos, en que las circunstancias de la distribución de los


ingresos dentro del hogar rara vez se analizan empíricamente.
Pese a estos argumentos, la práctica de tratar a todos los miembros del
hogar como si ocupasen una sola posición de clase ha sido la común entre
los teóricos de clases. Esta costumbre causa relativamente pocos problemas
cuando tan sólo uno de los miembros de la familia ocupa una posición en el
mercado de trabajo, como en el arquetipo del varón que trae el pan a casa,
pero surgen dificultades cuando ambos cónyuges trabajan fuera del hogar.
Algunos autores (como Heath y Britten 1984) pretenden mantener el uso
de una única posición de clase por hogar, si bien una que esté determinada
por las respectivas posiciones de ambos cónyuges. Otros (Stanworth 1984,
por ejemplo) argumentan que debería considerarse que cada cónyuge tiene
su propia posición y que, en vez de atribuir una única posición a la familia,
su condición debería tratarse como una función de ambos. Goldthorpe y
sus colaboradores han rebatido ambos puntos de vista argumentando que,
puesto que las mujeres suelen tener carreras discontinuas, los análisis de
movilidad femenina tenderán a mostrar una gran movilidad, que en su
mayoría es artificial. Por consiguiente la unidad apropiada del análisis de
clases sería el hogar y la clase a la que pertenecen sus integrantes debería
determinarse mediante la posición de aquel cónyuge que tenga el vínculo
más perdurable con el mercado laboral. Una forma de medir esta última
noción es el enfoque de “dominancia” (Erikson 1984). En la práctica, el
varón suele ser el cónyuge que tiene el vínculo más perdurable con el mer-
cado de trabajo. “Sin embargo, no hay motivos para presuponer que vaya
a ser siempre así, no es difícil imaginar circunstancias en las que el enfoque
de dominancia lleve a asignar la clase de la familia en función de la ocupa-
ción de la mujer” (Breen y Rottman 1995a, pp. 166-167).
Una manera de articular estos enfoques enfrentados consiste en conside-
rarlos formalmente. Supongamos que nuestro objetivo es explicar la va-
riación de un resultado Y, evaluado a nivel individual o familiar (como el
rendimiento educativo de un individuo o el nivel de vida de una familia)
en términos de una clase social X, de la cual contamos con dos medidas
posibles (una por cónyuge en el hogar) que identificaremos como Xh y Xm.
Podemos reducir las cuestiones previamente expuestas a una función de la
relación entre Y, Xh y Xm, que en términos generales sería Y = f(g(Xh, Xm))
Fundamentos de un análisis de clases neoweberiano 77

donde f indica el tipo de relación entre Y y g(Xh, Xm) mientras que g indica
cómo Xh y Xm se tratan en el análisis. El enfoque individualista de clase
propondrá un modelo que establezca g(Xh, Xm) igual a Xh y Xm, mientras
que los enfoques llamados convencionales establecerán g como un modelo
de dos a uno de (Xh, Xm) a X. En el enfoque de dominancia, por ejemplo,
g(Xh, Xm) es la función que decide la variable dominante entre Xh o Xm.
Puesto así, se hace patente que podríamos utilizar muchas funciones para
g. Por ejemplo, podría especificar la relación entre una clase latente X y los
dos indicadores Xh y Xm. Esta ligera formalización nos aporta una forma
de resolver estos problemas empíricamente. Puesto que los análisis neowe-
berianos se centran en la distribución de oportunidades vitales, podríamos
pretender determinar, en función de la elección de f, cuál de las posibles
funciones de g explica mejor la variación de oportunidades vitales de los
individuos.

Conclusión
El enfoque neoweberiano del análisis de clases descansa sobre la construc-
ción de un modelo basado en principios que capten las principales dimen-
siones de diferencias de posición en los mercados de trabajo y unidades de
producción que sean relevantes en la distribución de oportunidades vitales.
El principio elegido será la base teórica y el modelo de clase correspon-
diente será operatividad. Una vez establecidos estos, se abren al menos dos
líneas importantes de investigación empírica. Por un lado, podemos querer
saber qué importancia real tienen las clases al explicar la distribución de
oportunidades vitales, especialmente en comparación con otras fuentes de
desigualdad social como el grupo étnico, el género, etc. Y, por supuesto,
dicha investigación se puede ampliar para establecer comparaciones sobre
la intensidad de los efectos de clase en diferentes países y a lo largo del
tiempo. Por otro lado, la existencia y la fortaleza de la relación entre clase
y otros resultados constituye de por sí tema de investigación empírica.
Pero si las clases han de captar las distinciones especialmente relevantes
para la distribución de oportunidades vitales, es posible que los miembros
de una clase se comporten de forma similar o no, tengan o no actitudes
similares o emprendan acciones colectivas o no lo hagan, etc. En tanto
que las variaciones en estos u otros resultados se puedan relacionar con
78 Richard Breen

las variaciones en las oportunidades vitales, o en tanto que esos aspectos


de la organización del mercado laboral y el proceso de producción, que
también influyen en las expectativas vitales, también son decisivos en esos
resultados, podremos encontrar una relación entre ellos y las clases. La
conexión causal entre las oportunidades vitales y un resultado como la
acción colectiva muy a menudo puede depender de otras circunstancias
y entonces, como indicó Weber, puede que haya o no una relación con la
clase. Pero en muchos casos existe un vínculo consistente entre las posibi-
lidades vitales y otros resultados. Volviendo a un argumento que formulé
antes: si las oportunidades vitales determinan las condiciones bajo las que
se adopta cierto tipo de acciones, incluyendo los intereses de la gente (y
que se pueden expresar, por ejemplo, en las elecciones) y los recursos que
pueden hacer valer (y que puedan resultar decisivos, por ejemplo, orientar
la educación de sus hijos), las variaciones en tales acciones se articularán en
función de la posición de clase. Pero supongamos que en un caso concreto
no encontramos relación alguna, como cuando se deduce que las clases no
forman la base de una identidad común o colectiva. ¿Deberíamos concluir
entonces que la clase no es importante o que la clasificación en concreto
es inadecuada? Mi respuesta es que deberíamos concluir que aquellas dis-
tinciones que generan variaciones en las oportunidades vitales no sirven
como base para la identidad colectiva. Pero el tema importante es que
resultados como este último no son específicos del modelo neoweberiano.
Por ejemplo, lo que se conoce como ideas de clase gemeinschaftlich (esto es,
las comunidades subjetivamente reales) no son necesariamente parte de un
enfoque neoweberiano9.
Pero incluso si estos otros resultados no son constitutivos de la clase en el
sentido neoweberiano, la importancia de la clase como concepto socioló-
gico depende, sin duda alguna, de la intensidad con que se vincule a ellos,
así como a las oportunidades vitales. Si las clases no predicen resultados

9
De hecho, en el propio trabajo de Goldthorpe y el de aquellos que utilizan su modelo
de clase, se presta ya muy poca atención a los temas de formación de clase demográ-
fica y sus consecuencias (a diferencia, por ejemplo, de los anteriores trabajos de Gol-
dthorpe [1980] sobre movilidad en Inglaterra y Gales). Ahora este modelo de clase se
utiliza sobretodo como forma de reflejar las desigualdades en cuanto a oportunidades
vitales.
Fundamentos de un análisis de clases neoweberiano 79

significativos, carecerán de interés. Lo que está claro es que en muchos


de los campos principales de la sociología hay escasos indicios de que la
influencia de las clases esté decayendo y, de hecho, existen ciertos indicios
de que se está incrementando. La obra colectiva compilada por Shavit y
Blossfeld (1993) demuestra que en trece países desarrollados la influencia
de clase sobre los logros educativos de los niños no ha disminuido durante
el siglo veinte. Los trabajos incluidos en Evans (1997) demuestran que el
tan cacareado “declive general del voto de clase” es un análisis erróneo de
tendencias complejas e internacionales. El voto de clase parece haber dis-
minuido en Escandinavia, pero en Alemania, Francia y otros países no se
percibe tal cambio. Por último, en el ámbito de la movilidad social, Breen
y Goldthorpe (2001) muestran cómo en el Reino Unido, no ha habido
cambio alguno en la medida en que los orígenes sociales contribuyen a
determinar la clase a la que se pertenece durante el último cuarto del siglo
XX. Afirmación que sigue siendo válida aunque se consideren los logros
educativos y las mediciones de habilidad individual. Puede añadirse este
resultado al resto de pruebas que demuestran la estabilidad a largo plazo
de las pautas de movilidad social advertidos por Erikson y Goldthorpe
(1992).

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