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desarrollo es un concepto histórico que ha ido evolucionando, por lo que no tiene una
definición única. Aun así, se puede decir que desarrollar es el proceso por el cual una
comunidad progresa y crece económica, social, cultural o políticamente.
Desde sus inicios, las teorías relacionadas con el desarrollo se interesaron por los procesos
de enriquecimiento material, es decir, por el incremento del volumen de producción de
bienes y servicios. Estas teorías economicistas entendían que el medio para alcanzar el
desarrollo era la acumulación de capital físico. Se defendía que un aumento del producto
interior bruto per capita reduciría la pobreza e incrementaría el bienestar de la población.
Esta premisa se basaba en que, a más producción, más renta, y, a más renta, mayor
bienestar económico. Es decir, que el desarrollo estaba directamente relacionado con el
crecimiento económico, tanto de los países como de las personas. Como apunta Keith
Griffin en su ensayo “Desarrollo humano: origen, evolución e impacto”, el crecimiento se
convertía no sólo en el medio para alcanzar el desarrollo, sino en el fin del desarrollo
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Esta idea del desarrollo no sólo influía en la forma en que se entendía el concepto, sino que
también afectaba a la hora de medir el fenómeno. Durante la década de 1970 varios autores
y economistas de instituciones destacadas como el Banco Mundial o la Organización
Internacional del Trabajo reconocieron que el aumento de la producción no era suficiente
por sí solo para reducir la pobreza y alcanzar el desarrollo.
Durante los años setenta, gracias a autores como Amartya Sen o T.W. Schultz, el concepto
de desarrollo pasó a entenderse como un proceso de ampliación de las “capacidades de las
personas”, más que como un aumento simplemente económico. Se amplió la visión y se
dejó de hablar únicamente del desarrollo ligado a la acumulación de capital físico, para
pasar a considerar el capital humano (educación, investigación y desarrollo…). Los
estudios empíricos han demostrado que, efectivamente, el gasto en capital humano produce
rendimientos económicos mayores que la inversión en capital físico.
Según Keith Griffin, bajo esa nueva concepción, se entendió que el objetivo del
desarrollo no tenía que ser incrementar el PIB de una región, sino propiciar que la
gente “dispusiera de una gama mayor de opciones, que pudiera hacer más cosas”,
esto es, tener una vida más larga, librarse de enfermedades, tener acceso al
conocimiento… Además de todo esto, Griffin apunta algo que más adelante
comentaremos, y es que “un aumento en el suministro de artículos de consumo
puede contribuir a aumentar las capacidades humanas”.
En su ensayo “Teorías del desarrollo a principios del siglo XXI”, el propio Amartya Sen
defiende sus ideas sobre el concepto y hace un repaso de varios ejemplos que demuestran
que, para favorecer el desarrollo de una sociedad, la solución no la tiene la economía de
mercado ni la economía planificada, sino que el secreto del desarrollo está en una
combinación de las dos. Sen asegura que todas las economías del mundo son mixtas, y que
delegar en manos del mercado o del Estado el objetivo del desarrollo no favorece a la
sociedad. El desarrollo depende de ambos elementos combinados.
Durante la década de 1980, gracias a la mala experiencia de las crisis en América Latina y
África (que se intentaron superar mediante duros planes de ajustes), gran parte de la
comunidad intelectual y académica consiguió convencer a instituciones internacionales de
la importancia de la dimensión social y humana en los planes económicos. UNICEF se
puso al frente de estas reivindicaciones con el enfoque “ajuste con rostro humano”. En
contra de la ortodoxia tradicional y de la corriente de pensamiento establecida sobre el
desarrollo, las nuevas voces fueron encontrando huecos en la Mesa Redonda Norte-Sur,
fudanda en 1977, o el Comité de Naciones Unidas para la Planificación del Desarrollo, que
en 1988 incluyó en su informe los costes humanos de los ajustes estructurales. La idea era
sencilla pero suponía un profundo cambio en la concepción de términos como desarrollo o
crecimiento, era una idea que decía simplemente: primero las personas.
Para ampliar: «El futuro de la lucha contra la pobreza en América Latina«, Fernando Rey
en El Orden Mundial, 2017.
El enfoque del desarrollo humano cuestiona que exista una relación directa entre el
aumento de los ingresos y la ampliación de las operaciones que se ofrecen a las personas.
No basta con analizar la cantidad, es más importante tener en cuenta la calidad de ese
crecimiento. Por eso, el desarrollo humano no es que muestre desinterés por el crecimiento
económico, sino que enfatiza la necesidad de que ese crecimiento debe evaluarse en
función de que consiga o no que las personas puedan realizarse cada vez mejor. Al cambiar
la óptica son la que se estudia el desarrollo, la preocupación principal es que se establezcan
relaciones positivas entre el crecimiento económico y las opciones de las personas.
Aun así, Amartya Sen recuerda que “si en última instancia considerásemos al desarrollo
como la ampliación de la capacidad de la población para realizar actividades elegidas
(libremente) y valoradas, sería del todo inapropiado ensalzar a los seres humanos como
instrumentos del desarrollo económico.” Es una puntualización muy interesante, porque, tal
y como argumenta Sen, se tiende a interpretar el concepto “capital humano” como la
generación de ingresos. Volvemos de nuevo a utilizar términos estrictamente economicistas
para cuantificar el desarrollo.
El debate sobre el desarrollo está impregnado con la realidad global, que se puede resumir
en la dinámica Centro-Periferia o Norte-Sur. Esta división del mundo diferencia entre una
serie de países desarrollados y otros que no lo están tanto (están en proceso de desarrollo o,
directamente, subdesarrollados). Con respecto a los países del Tercer Mundo, la mayoría de
las veces el desarrollo no se entiende como algo que los propios países del Sur tengan que
conseguir por sus medios, sino como algo que los países del Norte han de proveerles. Se
habla de Ayuda al Desarrollo o de “cooperación internacional para el desarrollo” para
ayudar a los países de la Periferia. Habría que preguntarse si esta cooperación se hace
porque existe una verdadera voluntad de que los países menos desarrollados progresen,
porque hay una sensación de remordimiento, o porque hay un interés en que la Periferia se
desarrolle.
En ese sentido, el debate sobre la ayuda al desarrollo está muy abierto. También podemos
entrar a valorar fenómenos como la occidentalización, que pretende llevar el modelo de
desarrollo occidental a todos los rincones del mundo. Una de las características de ese
modelo occidental es que se ha basado en una producción masiva que ha fomentado la
llamada sociedad de consumo. Como hemos dicho antes, Keith Griffin señala que “un
aumento en el suministro de artículos de consumo puede contribuir a aumentar las
capacidades humanas”, una frase en la que subyace una idea peligrosa.
Quizás sí que sea cierto que un mayor nivel de consumo está ligado con un mayor nivel de
vida pero, ¿significa eso que aumente también la calidad de vida? Como hemos apuntado al
principio, el desarrollo busca mejorar el bienestar de las personas, ¿a caso el consumismo
fomenta ese bienestar? Llegados a este punto cabría reflexionar sobre la raíz del debate:
¿qué es el desarrollo? ¿cómo se mide? Si el grado de desarrollo depende, entre otras cosas,
de las posibilidades de consumo que tienen las personas, seguramente República
Dominicana sea un país subdesarrollado en comparación con Corea del Sur. En cambio, los
habitantes dominicanos son más felices que los coreanos (Índice Planeta Felíz), conviven
mejor con el medio ambiente (Huella Ecológica) y tienen una tasa de suicidios mucho
menor que en Corea. Todo depende de qué parámetros utilicemos para medir el grado de
desarrollo.
Por otro lado, condicionar el desarrollo al consumo es irresponsable porque los niveles de
consumo actuales no son sostenibles en el tiempo y amenazan al medio ambiente.
La única diferencia entre los modelos de antes de 1970 y del S.XXI es en la forma. En el
fondo sigue siendo una concepción muy economicista del desarrollo. La forma ha
cambiado: ahora se nos vende con etiquetas amigables como “desarrollo humano”. No es
cuestión de desprestigiar la gran labor de instituciones internacionales y de organizaciones
no gubernamentales en la lucha real por un desarrollo mejor, pero sí es necesario criticar la
apropiación de términos como “humano” o “sostenible” para seguir haciendo las mismas
cosas bajo un envoltorio más atractivo.
Podemos finalizar esta reflexión con las ideas del propio Amartya Sen: el simple hecho de
considerar importante el capital humano no significa per se un cambio en la forma de
proceder, puesto que se puede considerar el capital humano como un simple mecanismo
para generar ingresos. Es decir, aunque añadamos conceptos humanistas, podemos estar
utilizándolos para justificar actuaciones economicistas.
Juan Pérez
Graduado en Geografía por la Universidad de Zaragoza y Máster en Relaciones
Internacionales, Seguridad y Desarrollo por la Universidad Autónoma de Barcelona.
Inquieto por comprender cómo funciona el mundo y apasionado de la divulgación
de conocimiento. Además de bloguero, soy un viajero incansable.
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