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Desde los inicios de la vida, el ser humano ha estado en la búsqueda constante

de respuestas a los misterios que se presentan en el mundo. Desde las cosas más
complejas, por ejemplo, cómo funciona el universo, hasta cosas un poco más simples
tales como de qué está compuesta el agua. Gracias a esta iniciativa y ánimo de
aprender de las personas, como sociedad se han dado avances increíbles a pasos
agigantados. Tecnología, ciencia, literatura, comunicación, abriendo panoramas que
para las generaciones de siglos pasados jamás hubieran sido una posibilidad.

Es debido a esta constante búsqueda, curiosidad y persistencia, que nacen


personas interesadas en descubrir cuáles son los elementos que componen a las cosas
del planeta. Anteriormente se creía que los únicos elementos existentes eran la tierra,
agua, fuego y aire, pero, poco a poco y con el desarrollo de la investigación, hombres
estudiosos denominados científicos, fueron descubriendo que había muchísimos
elementos más que estaban en el entorno y que debían ser analizados para lograr
adquirir más conocimiento y entendimiento sobre el mundo, y también así, solventar
dudas.

Pero los científicos fueron dándose cuenta de que el descubrimiento de estos


elementos químicos, como fueron denominados, debían ordenarse o clasificarse de
alguna manera para poder agruparlos según un patrón específico (características o
propiedades). Debido a esto a partir del siglo XIX, se empezaron a hacer intentos de
clasificar los elementos; esta primera clasificación se hizo guiándose por las
propiedades físicas (organolépticas) y químicas de estos elementos. Pero con el
tiempo se determinó que esa agrupación no era la correcta, tenía varias fallas que la
hacían insuficiente, es por ello que, en 1817, el químico Doberenier, elaboró un
informe sobre la relación entre la masa atómica de algunos elementos y sus
propiedades, ordenando así los elementos en las denominadas “tríadas”, en donde
pone en evidencia que la masa de uno de los tres elementos de la triada es intermedia
entre la de los otros dos.

Ahora bien, con el pasar de los años, otros químicos estudiosos de la materia
hicieron sus propias investigaciones y clasificaciones sobre los elementos, resultando
así, en 1864, el surgimiento de una nueva sistematización de los elementos químicos
en manos del geólogo francés Chancourtois y el químico inglés Newlands. Ambos
denominaron a esta nueva clasificación “La ley de las octavas”, explicando que las
propiedades se repiten cada ocho elementos. El gran error de este intento de
agrupación es que la ley no puede aplicarse más allá del Calcio y por lo tanto resulta
insuficiente de la misma que la clasificación anterior mencionada. Pero, no todo es
malo, gracias a este intento fallido se empieza a diseñar la tabla periódica.

Por otro lado, es en 1869, pocos años después de transcurridos los hechos
dichos en el párrafo anterior, que Meyer, químico alemán, que existe cierta
periodicidad en el volumen atómico de los elementos, es decir, que aquellos
elementos que sean similares tienen un volumen atómico similar, en relación con
otros elementos. Posteriormente y ligado a este descubrimiento, el mismo año, el
químico ruso Mendeleiev, presenta la primera versión hecha de la tabla periódica
como la conocemos hoy en día. En esta, el químico, clasificó los elementos según sus
masas atómicas; esta primera tabla contenía 63 elementos y algunos espacios en
blanco, en los cuales Mendeleiev alegaba entrarían otros elementos que luego se
descubrirían.

Gracias a esta última clasificación hecha se dio inicio a la formación y


estructuración de la tabla periódica que ordenara los elementos de la forma más
acorde posible. Antiguamente la tabla estaba clasificada de la siguiente manera:
estaba constituida por un sistema de clasificación de dos letras, las cuales eran A y B.
Los elementos que pertenecían al grupo A eran los elementos representativos,
mientras que aquellos que estaban en el grupo B eran los metales de transición (esto
debido a su estructura que difiere de los elementos del grupo B). Aparte de que en la
tabla existían estos grupos, también estaba clasificada en periodos (7 periodos),
siendo los grupos las columnas y los periodos las filas. En ese momento lo común era
que los elementos estuvieran representados por dos letras de su nombre en latín,
aunque en esa tabla antigua puede observarse que los elementos del periodo 113 al
118 poseen una nomenclatura de tres letras (que posteriormente sería cambiada).
Actualmente, se hicieron algunas modificaciones: los grupos que antes
estaban divididos en las letras A y B, ahora están enumerados de forma creciente del
número 1 al 18 (los periodos siguen siendo los mismo, es decir, 7 periodos), y como
se dijo anteriormente a nomenclatura de los elementos del periodo 113 al 118 cambió.
Cada grupo y periodo posee el nombre de los elementos que se encuentran allí: Grupo
1, alcalinos; grupo 2, alcalinotérreos; grupo 13, térreos; grupos 14, carbonoideos;
grupo 15, nitrogenoideos; grupo 16, anfígenos; grupo 17, halógenos; y, grupo 18,
gases nobles. Por otro lado, están los periodos que no tienen un nombre como tal a
excepción del periodo 6, lantánidos, y, periodo 7, actínidos.

Para concluir, es importante destacar que, gracias a todos los avances e


investigaciones hechos por los químicos anteriormente mencionados, y todos los que
actualmente pertenecen a organizaciones como la IUPAC (International Union of
Pure and Applied Chemistry), se hicieron y se siguen haciendo descubrimientos
importantísimos que pueden dar con el hallazgo de elementos químicos que sean
utilizados por la humanidad para mejorar los objetos que crea, para que estos sean
más resistentes, de mejor calidad y más duraderos. También, y es súper importante
destacarlos, para que cada vez se esté más consciente de cómo se forman las cosas,
entiendo que no todo es producto de la casualidad, sino que tiene su origen en la
ciencia.

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