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Ecología política de la

minería en América Latina


Delgado Ramos, Gian Carlo

América latina y el Caribe como reservas


estrategicas de minerales.

Pag 17 a 28.

UNAM – Mexico - 2010


América Latina y el Caribe como reservas
estratégicas de minerales
Gian Carlo Delgado Ramos*

Introducción

La extracción de recursos naturales en la periferia a favor


de los países metropolitanos no se limita a los últimos
tiempos. Tiene sus orígenes desde inicios de la expansión
del sistema capitalista de producción. La época colonial
se caracterizó por el saqueo masivo de metales preciosos
u otros recursos estratégicos —como el guano, en su mo-
mento. Se calcula que en América Latina (AL) entre 1503
y 1660, con base en datos de los Archivos de las Indias,
el saqueo representó una extracción, tan sólo de metales
preciosos, del orden de unos 185 mil kilos de oro y unos
16 millones de kilos de plata. Para el caso puntual de Méxi-
co, la extracción de plata, entre 1521 y 1921, representó
cerca de dos terceras partes del total de la producción
mundial de ese metal o más de 155 mil toneladas, con un
valor estimado para ese último año de 3 mil millones de
dólares (Kluckhohn, 1937).
Como es lógico, la explotación minera hoy día está
fundamentalmente delimitada por la localización de las
actuales reservas de los distintos minerales, aunque de
especial interés sugieren ser aquellas emplazadas en los
países periféricos donde, como en la colonia, los costos de
producción se reducen al máximo a costa de altos costos

* Investigador del programa “El Mundo en el Siglo XXI” del Centro


de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Integrante del SNI. Su trabajo
puede ser consultado en: www.giandelgado.net

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económicosociales. La mayoría de las veces esto coincide
con el hecho de que, en efecto, el grueso de reservas de tal
o cual mineral se encuentran en países periféricos. Tal es
el caso del cobalto que a nivel mundial se concentra en el
Congo y Cuba; del litio en Bolivia, Chile y México; del oro
en Sudáfrica; de la bauxita en Guinea y Vietnam (además
de Australia); de la plata en Polonia, China, México (además
de EUA); del cobre en Chile y Perú; o de las tierras raras
en China (USGS, 2009-A).
La extracción y transferencia de minerales hacia los
países metropolitanos –principales consumidores–, en
esencia se observa como un proceso similar al del saqueo
colonial, con la diferencia de que hoy por hoy se sostiene
bajo el ropaje del comercio internacional y el “libre mer-
cado”. El esquema funciona a partir de la conformación
y mantenimiento de economías netamente extractivas
en los países periféricos que permiten a las empresas
nacionales, pero también a las extranjeras, ocuparse de
transferir flujos crecientes de recursos por la vía del fun-
cionamiento de lo que se ha calificado como “economías
de enclave”, es decir, de aquellas que transfieren recursos
a favor de los acreedores sin generar encadenamientos
económicos endógenos de relevancia. Esto es claro no
sólo para el caso del petróleo que cuando es extraído por
países periféricos, típicamente es vendido en crudo al
mercado internacional. También sucede con los minerales
que son extraídos y vendidos sin mayor procesamiento
más allá del de su fundición y en algunos casos de algún
grado de refinamiento. El gran negocio metalmecánico no
es en esencia periférico sino metropolitano.
Los datos son claros en cuanto a la naturaleza extrac-
tivista de la participación de AL en la economía mundial.
Si se revisan las 500 mayores empresas de la región al año
2008 (www.americaeconomia.com), se corrobora que poco
más de la tercera parte de las mayores empresas operando
en América Latina (AL) están vinculadas de algún modo
al sector extractivo, ello sin incluir aquellas avocadas al

18
sector agroindustrial, al del rastreo de biodiversidad y
su conocimiento asociado con potencial comercial para
la industria farmacéutica, química y afines, o al del em-
botellamiento de agua para su exportación (al respecto
véase: Delgado, 2004 y 2005).1
El mencionado mecanismo de transferencia de recur-
sos naturales se ha afianzado y apuntalado en el tiempo,
por un lado, a partir del pago de intereses de las deudas
externas que tienen los países periféricos con los me-
tropolitanos. Por el otro, desde un sostenido comercio
ecológicamente desigual que se caracteriza tanto por una
fuerte divergencia del tiempo —natural— necesario para
producir los bienes exportados (un tiempo mucho más
largo que aquel que requieren los bienes —industria-
les— y servicios de los países metropolitanos), como por
la falta de incorporación de los costos socioambientales
en el valor de las exportaciones de los países periféricos
extractivos (algo en sí verdaderamente complejo).
Como respuesta a tal fenómeno, una serie de especia-
listas en la materia han venido hablando —ya desde 1992
con el Instituto de Ecología Política de Chile (IEP)— de una
deuda ecológica que tienen los países metropolitanos con
la periferia (o del “Norte” con los del “Sur”) (Martínez-Alier,
2003: 9). Ello se debe a que los últimos, como se puntuali-
zó, tienen que aumentar su productividad y sobrexplotar
sus recursos naturales a modo de poder pagar los intereses
de su deuda externa. Y, como se suele decir en la jerga de
la economía ecológica, dado que los tipos de interés son
usualmente altos y el peso de la deuda es grande, se in-
fravalora el futuro y se relegan las cuestiones ambientales
a favor del presente (Martínez-Alier, 2003).

1
Concretamente, 82 empresas están directamente relacionadas con
procesos extractivos [33 en petróleo/gas –dieciséis de capital foráneo;
33 en minerales —diecinueve de capital mayoritariamente foráneo; 10 en
celulosa/madera, 6 en cemento] y 97 indirectamente [45 en el negocio de
generación de electricidad —catorce abiertamente de capital extranjero;
12 petroquímicas —dos de capital extranjero; y 40 siderúrgicas].

19
No sorprenden, entonces, los datos proporcionados
en 1999 por Schatan, cuando indicaba que:

…el volumen de exportaciones de AL ha aumentado


desde 1980 hasta 1995 en un 245 por ciento. Entre
1985 y 1996 se habían extraído y enviado al exterior
2,706 millones de toneladas de productos básicos, la
mayoría de ellos no renovables. El 88% corresponde
a minerales y petróleo. Haciendo una proyección
hacia el 2016 se calcula que el total de exportaciones
de bienes materiales de AL hacia el Norte sería de
11,000 millones de toneladas. En contraste, vale se-
ñalar que entre 1982 y hasta 1996, en catorce años,
AL había pagado 739,900 millones de dólares por
concepto de deuda externa, es decir, más del doble
de lo que debía en 1982 —unos 300,000 millones de
dólares— y sin embargo seguía debiendo 607,230
millones de dólares. (Schatan, 1999)

La tendencia se mantiene hasta ahora. De 1985 al


cierre de 2004, la deuda de AL pasó de 672 mil millones
a 1,459 mil millones de dólares (Toussaint, 2006: 163).
Incluso, si se considera la transferencia financiera neta
anual (diferencia entre el pago del servicio de la deuda
y la repatriación de beneficios por las multinacionales
extranjeras, con respecto a los ingresos exógenos brutos
como donaciones, préstamos e inversiones), ésta ha sido
negativa para AL prácticamente toda la década de 1980,
1990 y lo que va del presente milenio (Toussaint, 2006).
Ahora bien, el impacto socioambiental del esquema
descrito, como puede deducirse, es de orden mayor. Un
panorama que se recrudece si se contemplan las diversas
infraestructuras que se han emplazado y se tienen proyec-
tadas como parte de proyectos de “desarrollo” de tipo ex-
tractivo e industrial-maquilador (autopistas, ferrocarriles
de alta velocidad, hidroeléctricas, hidrovías, etcétera). Ello
es así dado que, por un lado, tal infraestructura impacta

20
directamente en los ecosistemas, muchas veces de modo
irreversible y porque, por otro, justamente esa infraes-
tructura es la que permite intensificar la explotación de la
población y los ecosistemas para facilitar la transferencia
de riqueza a favor de los acreedores, particularmente de
EUA, una potencia que históricamente ha mantenido una
vasta proyección —incluyendo la militar— sobre la región,
y que ante crecientes índices de dependencia de recur-
sos de otros países ha profundizado la “securitización”
o geopolitización de los recursos hemisféricos (véase:
Delgado 2003, 2006 y 2009-A).

La minería en América Latina

La mayoría de las compañías mineras más grandes del


mundo son originarias de Australia, Canadá, EUA, Reino
Unido, Sudáfrica y Brasil. Aunque el grueso de éstas operan
en el continente Americano, las preponderancias varían
según el tipo de mineral y región.
La extracción de metales preciosos (oro y plata) en
el continente está fuertemente dominada por capital
canadiense (e.g., GoldCorp, Barrick) seguido del esta-
dounidense. Cuando se trata de otro tipo de minerales,
la situación es diversa pues predomina el capital esta-
dounidense (e.g., The Renco Group, Freeport-McMoran
Copper & Gold, Newmont, Drummond o Anglo American
en asociación con capital inglés), brasileño (e.g., Vale,
Votorantim, Paranapanema), chileno (e.g., Codelco, ENAMI,
Antofagasta PLC-Luksic) y mexicano (e.g. Grupo México,
Peñoles); aunque también se identifica en menor medida
capital australiano, japonés e incluso chino (e.g., BHP Bi-
lliton, Mitsubishi o Sumitomo Corp).
De notarse es que muchas veces en AL, el capital mi-
nero internacional opera en asociación con capital local
o regional (situación que lleva en muchas ocasiones a la

21
adquisición total del proyecto por parte de dichos capitales
foráneos). Por ejemplo, Industrias Peñoles, que destina 75%
de su producción al mercado mundial (sólo EUA representó
en 2006 el 61% de las ventas totales de la empresa), tiene
un acuerdo para la producción de plomo y zinc con Dowa
Mining y Sumitomo Corporation que es la que adquiere y
envía el zinc a Japón (aunque también compra plata). Lo
mismo pasa con la mina de oro más grande de México, La
Herradura, en la que la empresa mexicana opera en aso-
ciación con Newmont Gold de EUA (Peñoles, 2007: 23, 27).
Las actividades de plata en el lote de Juanicipio I, se hacen
en alianza con la canadiense Mag Silver, que posee el 44%
del proyecto. También, Peñoles extrae cobre en Sonora con
la Corporación Nacional de Cobre de Chile (Codelco) por
medio de la subsidiaria conjunta: Pecobre (51% propiedad
de Peñoles, 49% de Codelco) (Peñoles, 2007: 18).
En este contexto, es de advertirse cómo el capital mi-
nero internacional maniobra con un formidable apoyo por
parte de los gobiernos latinoamericanos que incentivan la
transferencia de la riqueza mineral por la vía de otorgar
facilidades e incentivos económicos al capital extranjero
(e.g., pago minúsculo por derechos de extracción y ex-
portación [en México, este último impuesto no se cobra],
importación libre de aranceles de maquinaria y equipo,
escasa regulación ambiental y laboral, certeza jurídica a la
inversión extranjera directa, etcétera). Esta situación, con
sus relativas diferencias, se registra incluso en el caso de
países con gobiernos progresistas como lo sugiere ser el
de Rafael Correa en Ecuador, un país donde el 20% de su
territorio (629,751 hectáreas, incluyendo zonas naturales
protegidas) ha sido concesionado para dicha actividad en
medio de todo un contexto de rechazo social, calificado
por el presidente como de “izquierdismo infantil” y de
“fundamentalismo ecológico”.2 Lo relevante del punto es

2
Correa impulsó, en 2008, una nueva Ley Minera, misma que firmó
a principios de 2009. Se trata, según Correa de una propuesta impor-

22
que la extracción minera por parte del capital internacio-
nal (y muchas veces por parte de monopolios nacionales)
suele ser extractivista en sumo grado, con pocos encadena-
mientos productivos endógenos, y socioambientalmente
devastadora tanto en países subordinados y neoliberales
como México como en aquellos de gobierno alternativo
o progresista.
La facilidad de operación del capital minero se favorece
no sólo del apoyo gubernamental antes mencionado o de
mano de obra barata, sino también de energía barata. Esto
es relevante para los procesos extractivos vinculados al sec-
tor minero siderúrgico pues sobre todo la fundición puede
llegar a emplear una cantidad gigantesca de energía, misma
que se obtiene del propio país anfitrión. A ello se suma el
coste ambiental que implican tales procesos extractivos y
de generación de energía, mismos que terminan por inter-
nalizar los países explotados. Por ejemplo, llaman sobre
todo la atención los casos de: Vale (Brasil) con un consumo
mensual promedio de 1,368 MW; Votorantim (Brasil) con
1,232 MW; Alumar (Brasil, propiedad de BHP Billiton, Alcoa
y Rio Tinto-Alcan) con 812 MW; Albras (Brasil, propiedad
del Banco Japonés de Cooperación Internacional, Vale y
Nippon Amazon Aluminium) con 800 MW; Companhia
Brasileira de Aluminio (Brasil) con 754 MW; Grupo Gerdau
(Brasil) con 575 MW; entre otros (Sin autor, 2007: 54).

tante para el desarrollo de Ecuador, por ser un sector con potencial


que permitiría el desarrollo integral del país. Todo lo contrario opinó
Acción Ecológica, una ONG ecuatoriana que abiertamente se opuso y que
por ello fue cerrada y, posteriormente, ante la fuerte presión nacional
e internacional, restituida su personalidad jurídica. Para tal ONG, “…el
proyecto de Ley de minería, con ligeras modificaciones, como la rela-
cionada a una mayor participación del Estado en los resultados de la
actividad; la creación de una empresa estatal minera; y la incorporación
de una retórica de disposiciones ambientales, se inscribe… en el modelo
neoliberal de apertura y tratamiento privilegiado a la inversión extran-
jera directa en la minería…” (www.accionecologica.org/images/2005/
mineria/documentos/analisisleyminera.pdf).

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Se suma el despojo de las tierras cuando es necesario,
así como el uso masivo de agua que requiere dicho sector
minero metalúrgico y que, muchas de las veces, genera
conflictos por el acceso, uso y usufructo del recurso.
Además, al final del proceso, el líquido es desechado con
altos índices de contaminantes como lo son metales pe-
sados, arsénico, cloratos, cianuro u otros. Tales costos,
entre otros, pero sobre todo los de largo plazo, en ningún
momento son tomados seriamente en cuenta, ni siquiera
de algún modo en el valor de los minerales extraídos y por
tanto en los impuestos por cobrar al capital minero. En ese
sentido, se puede afirmar que la minería carga consigo una
pesada mochila socioecológica. En el caso puntual del agua,
hablaríamos de una vasta huella hídrica.3 En Australia, por
ejemplo, se considera que la minería tiene el índice de uso
de agua más intensivo de toda la industria extractiva del
país; un sector que en total emite 80% de sus desechos al
agua (la minería de hierro, cobre, carbón, plata, plomo,
y zinc son los que más contribuyen en este sentido).4 En
EUA, el coeficiente de uso de agua por tonelada de mineral

3
La mochila ecológica es la suma de materiales y energía utilizados
a lo largo de todo el ciclo de vida de un recurso o bien. En el caso del
segundo, desde la obtención de la materia prima, su creación, hasta su
desecho e incluso, para algunos autores, su reciclaje. La huella hídrica
es un indicador del uso del agua que toma en cuenta el uso directo e
indirecto del agua. Es, en el caso de la minería, el volumen de agua
empleada en la extracción y procesamiento del mineral y el desecho de
la misma (ya contaminada). Por tanto, la huella hídrica considera tres
componentes: el consumo de agua de lluvia, el consumo de agua extraída
de fuentes superficiales y subterráneas y la contaminación del agua.
4
Es de advertirse que la minería de metales contribuyó en 2006-
2007 con el 13% de las emisiones de sustancias a nivel nacional, la ma-
nufactura de metales no ferrosos básicos con el 10.5% y la manufactura
de metales ferrosos básicos con el 8%. La contaminación de tierra con
plomo se atribuye al sector minero en un 84% para ese mismo periodo.
La contaminación con mercurio corresponde para tales años en un 10%
a la minería de metales y en un 65% a la manufactura de metales no
ferrosos (véase: Gobierno de Australia, 2008).

24
crudo extraído varia de entre 636 y 7,123 litros para el
caso de la minería de metales; de entre 227 a 268 litros
para el caso del carbón; y de entre 136 y 4,532 litros para
el caso de minerales no metálicos (excepto minerales
energéticos) (USGS, 2009-B). Alrededor de dos terceras
partes del agua se obtiene de mantos freáticos y el resto
de aguas superficiales. Las aguas de desecho en muchas
ocasiones no son manejadas apropiadamente y la infra-
estructura que las contiene no recibe el mantenimiento
adecuado. Cuando los procesos mineros terminan, tal y
como lo demuestra la historiografía, se convierten en un
problema de largo plazo que normalmente las empresas
mineras dejan a pesar de la implementación de progra-
mas de desmantelamiento, reparación y retiro pues ésos
suelen ser ineficaces.
A dichos costos ocultos se suma el hecho de que, ade-
más, la minería es una actividad que está lejos de reducirse
en términos de tonelaje de minerales extraídos (consecuen-
temente, sucede lo mismo respecto a sus costos e impactos
directos). De 1980 al 2000, la extracción de materiales en AL
se incrementó considerablemente debido al sector minero
de Chile y Perú. Al esquema extractivo se añade, para ese
mismo periodo, una mayor explotación de biomasa y petró-
leo en Ecuador, así como de materiales de construcción en
México (Russi et al., 2008: 704). La tendencia se corrobora
más recientemente para el periodo 1995-2006 cuando, en
particular, Chile, Perú y Brasil intensificaron su producción
aprovechando los altos precios internacionales (sobre todo
los de 2004 a 2007), acaparando así el grueso de ingresos
por venta de minerales de toda América Latina (UNCTAD,
2008). El resto de países de la región aprovecharon tam-
bién la coyuntura, aunque por su tamaño geoeconómico
no lograron indicadores como los anteriores. Bolivia, por
ejemplo, vio incrementar su extracción minera en 39%
durante el 2008 (Sin autor, 2009-A).
Lo arriba indicado adquiere un mayor grado explica-
tivo si se toma nota de que la exportación de minerales

25
de Chile en el año 2000 representó el 52% del peso de las
exportaciones. Un 37% de las exportaciones fue biomasa,
mientras que un 70% de las importaciones en términos de
peso correspondió a petróleo (Russi et al, 2008: 712). Ello
revela el carácter extractivo de la economía chilena, así
como la fuerte dependencia energética de ese país.
En el mismo sentido, llama la atención que en el caso
mexicano, el 58% de las exportaciones en términos de
peso fuera, en el 2000, petróleo crudo, mientras que el
16% fueron minerales no metálicos, incluyendo materiales
de construcción y 10% biomasa (Russi et al., 2008). Con
tendencia similar, 60% de las exportaciones en términos
de peso de Ecuador correspondieron a combustibles fósi-
les, mientras que 24% a productos agrícolas y pesqueros
(Russi et al., 2008). Tales esquemas de extracción masiva
de combustibles fósiles, fundamentalmente petróleo,
constituyen la principal transferencia de riqueza hacia el
exterior de ambos países; todo sobre la base del recurso
estratégico más relevante para el sistema de producción
actual y que de refinarse puede generar ingresos de hasta
20 veces su valor en crudo (negocio que como se señaló
queda en manos de países metropolitanos y sus empre-
sas). Lo irrisorio por tanto, es que, por ejemplo, México,
desde 1991, transfiriera a EUA grandes cantidades de
crudo a ritmos de entre 70% y 75% de sus exportaciones,
lo que acumula desde entonces unos 20 a 25 mil millones
de barriles. Al mismo tiempo, ha importado cantidades
crecientes de gasolina,5 a fines de la primera década del
siglo XXI, en cantidades que rondan el 40% de la que con-
sume el país.6

5
Cálculos con base en datos de (BP, 2004).
6
El aumento de las importaciones de gasolina en México son inusi-
tadas, más siendo país petrolero. Al año 2000, 12% de las importaciones
de México en términos de peso fue gasolina y 56% productos terminados
y partes para su ensamblaje por la industria maquiladora (Russi et al.,
2008: 712). La dependencia petroquímica es, pues, mayor, dado que se

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Ahora bien, a pesar de que muchos minerales extraí-
dos en AL no necesariamente son de gran importancia
en términos de la composición de la actividad comercial
internacional de tal o cual país (en gran medida debido a
su permanente bajo precio, sobre todo si se mira en tér-
minos históricos), esos sí figuran como materiales clave
en la economía mundial pues son fundamento de muchos
procesos productivos, tanto civiles como militares. Lo
señalado es claro para el caso de México donde, por ejem-
plo, la contribución del sector minero en el PIB nacional
pasó de 1.63% en 1983 a 1.1% en 2008 (Cámara Minera
de México, 2008: 8). En otros países donde el peso de la
maquila o del sector petrolero no es tan alto, la minería
tiene desde luego una mayor contribución. Por supuesto,
la plata y oro de México, el litio de Bolivia, el cobre de
Chile o el cobre y oro de Perú, entre otros, son casos de
minerales de gran relevancia vistos desde el contexto
minero nacional, no obstante, lo que se quiere advertir
es que existen una serie de minerales que se extraen, en
muchos casos como subproductos de proyectos mineros
tradicionales, que en ocasiones son más relevantes en
términos de su carácter estratégico y que, sin embargo,
suelen mandarse al exterior sin mayor control.
Tomando nota de lo anterior es que se puede argumen-
tar que AL se coloca como reserva estratégica de ésos,
pero también de otros recursos (Delgado, 2003, 2006 y
2009A y 2009-B; Saxe-Fernández, 2009), de ahí que des-
de 1994 se colocara como el principal destino de gastos
en exploración minera a nivel mundial. Sólo en 2008, se
adjudicó el 25% del total de inversión, siendo México,
Perú y Chile los principales receptores (Gobierno Fede-
ral, 2009: 10). Canadá se posicionó en el segundo lugar a

pasó de 137 mil barriles diarios en 1998, a 309 mil barriles diarios en
2007. Más aún, las proyecciones al 2015 calculan 489 mil barriles diarios
importados (Paz, 2008: 67).

27
nivel mundial con el 19% de la inversión total (Gobierno
Federal, 2009: 10).
Por lo descrito, es claro que el rol abastecedor de AL
por la vía de economías extractivas de enclave ha dejado y
parece que seguirá dejando poco más que despojo, explo-
tación y una creciente deuda ecológica. El caso mexicano
es un claro modelo de ese tipo de economías. Además de
la inusitada transferencia de crudo antes mencionada, la
transferencia de minerales tan sólo hacia EUA rondó en
el 2008 el orden del 60% del total de las exportaciones o
poco más de la mitad de la producción minera nacional,
mientras que un 18% se fue hacia Europa (Gobierno Fe-
deral, 2009: 204).

Procesos productivos y dependencia de minerales.


America Latina como reserva estratégica

El avance científicotecnológico, tanto en lo civil como en


lo militar, contínuamente modifica el carácter estratégico
de los materiales. Por ejemplo, no es hasta la invención de
la energía eléctrica y su popularización, que el consumo
de cobre se intensifica como nunca en la historia humana.
Algo similar sucede con el hierro y el aluminio a la par del
avance de los sistemas de transporte. El caso del automóvil
es nítido ya que en promedio contiene hasta 39 tipos de
minerales en diversos componentes, además de plástico,
caucho, y otros materiales de base orgánica.7 El contenido

7
De las 2.6 a 3 toneladas de peso promedio, un automóvil contiene
unos 963 kilos de hierro y acero, 109 kilos de aluminio, 23 kilos de car-
bón, 19 kilos de cobre, 19 kilos de silicón, 11 kilos de plomo, 10 kilos
de zinc, 8 kilos de manganeso, 7 kilos de cromo, 4 kilos de níquel, 2
kilos de manganesio, 0.9 kilos de sulfuro, 4.5 kilos de molibdeno, me-
nos de 450 gramos de vanadio, 1.5 a 3 gramos de platino y rastros de
otros metales como antimonio, cadmio, cobalto, feldespato, galio, oro,

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