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DC.1.1.III. Sacramentos de Servicio A La Comunidad
DC.1.1.III. Sacramentos de Servicio A La Comunidad
Dimensión Cristiana
Tema 1.1.iiil
1.1 Introducción
1
Vistos ya los tres Sacramentos de Iniciación y los dos de Curación, abordamos ahora los reco-
nocidos como Sacramentos de Servicio a la Comunidad, es decir, el Sacramento del Orden y el
del Matrimonio.
En la primera parte del tema estudiaremos el Sacramento del Orden y la segunda parte la
dedicaremos al Sacramento del Matrimonio.
1.3 Referencias
En conformidad con el Catecismo de la Iglesia cabe decir que “el Orden y el Matrimonio, están
ordenados a la salvación de los demás. Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto
lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás. Confieren una misión particular en la
Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios.” (CIC Nº 1534)
“En estos sacramentos, los que fueron ya consagrados por el Bautismo y la Confirmación (LG
10) para el sacerdocio común de todos los fieles, pueden recibir consagraciones particulares. Los
que reciben el sacramento del Orden son consagrados para "en el nombre de Cristo ser los pas-
tores de la Iglesia con la palabra y con la gracia de Dios" (LG 11). Por su parte, "los cónyuges
cristianos, son fortificados y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado por
este sacramento especial" (GS 48,2). (CIC n. 1535)
Se recomienda trabajar este tema en dos sesiones distintas, una para cada parte.
Mantendremos en cada uno de ellos la estructura seguida en los Sacramentos vistos ante-
riormente, presentando los elementos habituales.
Los materiales añadidos al desarrollo propiamente dicho del tema tienen la finalidad no
solo de ampliar y profundizar en lo expuesto en el documento de base para la reflexión sobre
el Sacramento en cuestión. Miran principalmente a ofrecer al Aspirante la posibilidad de ex-
traer de ellos, como ejercicio personal guiado, elementos que le ayuden a poner de relieve
todo lo referente a los pilares que sostienen cada uno de los temas, además del «saber», y
busquen en ellos respuesta también a las cuestiones referentes al «saber hacer», al «saber
ser» y al «saber vivir en comunión», la realidad o riqueza contenida, en este caso, en los Sa-
cramentos del Orden y del Matrimonio. Es lo que incluimos en el apartado que lleva por título:
«Pautas para la reflexión sobre los pilares de la formación».
2.1 Introducción
Vistos ya los tres Sacramentos de Iniciación y los dos de Curación, abordamos ahora los recono-
cidos como Sacramentos de Servicio a la Comunidad, es decir, el Sacramento del Orden y el del
Matrimonio.
3
En esta primera parte del tema estudiaremos el Sacramento del Orden.
Mantendremos en cada uno de ellos la estructura seguida en los Sacramentos vistos anterior-
mente, presentando los elementos habituales.
Bíblicas
“Por aquellos días, se fue al monte a rezar y se pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de
día, llamó a sus discípulos y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles.” (Lc 6:12-
13)
“Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos,
porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea
de los discípulos y dijeron: «No está bien que abandonemos la palabra de Dios por servir a las mesas.
Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y
de saber, para ponerlos al frente de esa tarea; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración
y al ministerio de la palabra». La propuesta pareció bien a toda la asamblea, y eligieron a Esteban,
hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a
“En verdad, en verdad os digo que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que
escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las
ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas atienden a su voz; luego las llama una por una y las
saca fuera. Cuando ha sacado a todas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su
voz. En cambio, no seguirían a un extraño; huirían de él, pues las ovejas no reconocen la voz de los
extraños.» Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. 4
Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo que yo soy la puerta de las ovejas.
Cuantos han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon.
Yo soy la puerta. Si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá, y encontrará pasto. El ladrón
sólo viene a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor,
que no es propietario de las ovejas, abandona las ovejas y huye, cuando ve venir al lobo; y el lobo
hace presa en ellas y las dispersa. Como es asalariado, no le importan nada las ovejas.
Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí; del mismo modo, el Padre
me conoce y yo conozco a mi Padre, y doy mi vida por las ovejas.
También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas debo conducir: escucharán
mi voz y habrá un solo rebaño, bajo un solo pastor.” (Jn 10:1-16)
“Después de haber comido, preguntó Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más
que éstos?». Respondió él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corde-
ros». Volvió a preguntarle por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Respondió él: «Sí,
Señor, tú sabes que te quiero». Le dijo Jesús: «Apacienta mis ovejas». Insistió por tercera vez: «Si-
món, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez « ¿Me
quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dijo Jesús: «Apacienta mis
ovejas.” (Jn 21:15-17)
“Porque el hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por la
multitud.” (Mc 10:45)
“Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que va a ser entregado
por vosotros. Haced esto es recuerdo mío».” (Lc 22:19)
“Los presentaron a los apóstoles y, después de hacer oración, les impusieron las manos.” (Hc 6:6:)
“Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que fueron hechos tales
por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien
pueda entender, que entienda.” (Mt 19:12)
“Por tal motivo, te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de
mis manos.” (2 Timo 1:6)
“También dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec.” (Heb
5:6)
En las Memorias Biográficas encontramos abundantes textos en los que Don Bosco se refiere a
los sacerdotes y a sí mismo como tal: expresa, entre otras cosas, pensamientos sobre el sacerdocio,
da consejos a los sacerdotes para ser auténticos, establece normas para su formación, etc. Propo-
nemos aquí algunos de esos textos, a título de referencia:
Don Bosco acostumbraba a decir a sus salesianos:-El sacerdote siempre es sacerdote y debe 5
manifestarse así en todas sus palabras. Ser sacerdote quiere decir tener continuamente la
obligación de mirar por los intereses de Dios y la salvación de las almas. Un sacerdote no ha
de permitir nunca que quien se acerque a él se aleje, sin haber oído una palabra que mani-
fieste el deseo de la salvación eterna de su alma. (MBe III,68)
El sacerdote no va solo al infierno o al cielo, sino que va siempre acompañado de almas
perdidas o salvadas por él (MBVIII, 773)
¡Qué hermoso y consolador es consagrarse a Dios con voto! Pero aquí hay una dificultad. Es
la de aquellos que quieren consagrarse a Dios de esta manera, pero piensan todavía en su
casa, piensan en los padres, y piensan en las ganancias. ¡Lejos de nosotros, queridos míos,
toda preocupación! El Señor, que viste los lirios de los campos y alimenta a las aves de los
aires, no deja que le falte nada a quien espera en El. Lo que debemos hacer es entregarnos
por entero al Señor, sin reserva alguna. Que nadie diga: -Si llego a ser sacerdote, profesor,
iré, vendré, ganaré, etc. Quien tenga estas intenciones, no se haga sacerdote. Sacerdote
quiere decir ministro de Dios y no negociante. (MBe XII, 382).
Son conocidas las palabras de Don Bosco dirigidas en el Palacio Pitti al ministro Ricasoli que
salía presurosamente a su encuentro, y el Santo, parándose en medio de la sala y, antes de
sentarse, declaró abiertamente: ¡Excelencia! ¡Sepa que don Bosco es sacerdote en el altar,
sacerdote en el confesonario y sacerdote en medio de sus muchachos; sacerdote en Turín y
sacerdote en Florencia; sacerdote en casa del pobre y sacerdote en el palacio del Rey y de
sus Ministros! A lo que Ricasoli respondió cortésmente que estuviese tranquilo; que nadie
pensaba hacerle proposiciones contrarias a sus convicciones.
Por último, valgan también estas palabras de Don Bosco: “¡Qué contento estoy de ser sacer-
dote! De no haberlo sido, ¿adónde hubiera yo llegado en aquellos tiempos?”. Y estos senti-
mientos le servían de norma para hacer llegar su palabra al corazón de los jóvenes, disipar
prejuicios, enseñar la verdad y mantener encendido en ellos el amor a la religión. (MBe III,
221).
PVA
2.2 Documentos
Este Sacramento del Orden consagra al que lo recibe, configurándolo de modo particular con
Jesucristo y capacitándolo para actuar en la misma persona de Cristo para el bien de todo el pueblo
de Dios.
1. Naturaleza
¿Qué es el Orden sacerdotal? 6
Es el sacramento por el cual “algunos de entre los fieles son constituidos ministros sagrados, al
ser marcados con un carácter indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar al pueblo
de Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza, las funciones
de enseñar, santificar y regir ”. (Código de Derecho Canónico c. 1008).
La posición del Concilio de Trento consiste en ver el sacerdocio del Nuevo Testamento como
«poder de consagrar y de ofrecer el cuerpo y la sangre verdadera del Señor y de perdonar y retener
los pecados». Las otras funciones no fueron tratadas directamente debido a que más bien solo se
discutieron los problemas relacionados con la teología de protestantes.
A la hora de definirlo, acentuando uno u otro de los aspectos que confluyen en el Sacramento
del Orden, los Autores lo hacen teniendo en cuenta su función sacrificial y santificadora, la función
de evangelizar enseñando y propagando la Palabra, así como la función de animación y gobierno,
como pastor que unifica y conduce al pueblo hacia el Padre.
Así, el Sacramento del Orden es el que hace posible que la misión, que Cristo dio a sus Apóstoles,
siga siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Es el Sacramento del ministerio apostó-
lico.
Todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo, lo cual los capacita para colaborar en la
misión de la Iglesia. Pero, los que reciben el Orden quedan configurados de forma especial, quedan
marcados con carácter indeleble, que los distinguen de los demás fieles y los capacita para ejercer
funciones especiales. Por ello, se dice que el sacerdote tiene el sacerdocio ministerial, que es dis-
tinto del sacerdocio real o común de todos los fieles, este sacerdocio lo confiere el Bautismo y la
Confirmación. Por el Bautismo nos hacemos partícipes del sacerdocio común de los fieles.
En la actualidad se designa con la palabra ordinatio el acto sacramental que incorpora al orden
de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos, que confiere el don del Espíritu Santo que les
permite ejercer un poder sagrado que sólo viene de Cristo, por medio de su Iglesia. La “ordenación”
también es llamada consecratio.
3. Institución
El Concilio de Trento definió como dogma de fe que el Sacramento del Orden es uno de los siete
sacramentos instituidos por Cristo.
Por la Sagrada Escritura, podemos conocer que Jesucristo, durante su vida pública, instituyó un
grupo de doce personas a quienes llamó «apóstoles» y que le seguían en su vida y predicación
itinerante por Galilea y Judea (cf. Mc 3, 14-15; Jn 15, 16). A estos dio poderes especiales para expul- 7
sar demonios y curar enfermedades (cf. Mt 10, 1) pero su misión principal era «estar con Él» y pre-
dicar el evangelio. Luego, el evangelista de Lucas indica que Jesús escogió también a otros 72 llama-
dos «discípulos» y los envió con idénticos poderes que los de los apóstoles (cf. Lc 10, 1-2).
Estos apóstoles fueron quienes le acompañaron durante la Última Cena. Según el relato evangé-
lico, tras entregar el pan y el vino y hacer alusión a su cuerpo y sangre, Jesucristo dijo: «Haced esto
en memoria mía» (cf. 1 Co 11, 24 y textos paralelos). El texto es interpretado como una voluntad de
Jesús de establecer sacerdotes que perpetuaran este recuerdo. Más tarde, el día de la resurrección,
Jesús confirió también a los apóstoles el poder de perdonar pecados en su nombre (cf. Jn 20, 21-23)
y les confió las funciones de guiar, enseñar y santificar dentro de su Iglesia (cf. Mt 28, 19-20).
En estos dos momentos solemnes, así como en la venida del Espíritu Santo en Pentecostés que
terminó de fortalecer a los apóstoles para la misión que habían recibido, la Iglesia reconoce la oca-
sión de la institución del sacramento del orden por parte de Cristo.
Sin embargo, la misma carta a los Hebreos que subraya el acto sacerdotal de Cristo en el sacrificio
y en la intercesión ante el Padre, la identificación que se hace del sacrificio con el ofrecimiento que
Cristo hace de su cuerpo en la última cena y el mandato de repetirlo en su memoria, hacen ver que
se trata de un sacrificio y que, como tal es necesario un sacerdote. Ahora bien, no se afirma un
sacerdocio distinto del de Cristo, sino más bien una participación conferida a los sacerdotes de ese
único y sumo sacerdocio.
El Jueves Santo, en lo que se conoce como la Cena del Señor, se conmemora la institución de
este Sacramento.
Los sacerdotes ejercen los tres poderes de Cristo. Son los encargados de transmitir el mensaje
del Evangelio, y de esa manera ejercen el poder de enseñar. Su poder de gobernar lo ejercen diri-
giendo y orientando a los fieles a alcanzar la santidad. Asimismo, son los encargados de administrar
los medios de salvación –los sacramentos– cumpliendo de este modo la misión de santificar. Si no
Según el mismo Ritual esto supone que “al configurarse con Cristo, sumo y eterno sacerdote, y
unirse al sacerdocio de los obispos, la ordenación los convertirá en verdaderos sacerdotes del Nuevo 8
Testamento para anunciar el Evangelio, apacentar al pueblo de Dios y celebrar el culto divino, prin-
cipalmente en el sacrificio del Señor”. Todo esto supone “enseñar”, “santificar”, “guiar” en el nom-
bre de Cristo” y ”dar gloria a Dios”
5. Grados
Los grados o ministerios inferiores se han desarrollado por diversas necesidades litúrgicas.
En cuanto a la sacramentalidad del episcopado usa la expresión «plenitud del sacramento del
orden» (cf. LG 21.
También se afirma la colegialidad de los obispos que es análoga a la de los apóstoles (LG 22). Este
colegio es «sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal, si bien no puede ejercer
dicha potestad sin el consentimiento del Romano Pontífice». Ahora bien, se hace una distinción
entre el poder o jurisdicción recibida y el ejercicio de tal poder de manera que solo pueden ejercerlo
quienes están en comunión con el Romano Pontífice y los demás miembros del colegio. En el caso
de las concesiones que algunos Papas han dado a sacerdotes o abades para ordenar a otros sacer-
dotes, se debe considerar que los sacerdotes tienen el poder de consagrar a otros sacerdotes, pero
han de ejercerlo solo en virtud de una concesión. Es semejante al caso de la administración de la
confirmación.
el acolitado. No son órdenes sino ministerios y, por tanto, estos no son «ordenados» sino «institui-
dos»
6. Signos
Es interesante hacer notar, por ejemplo, que la traducción de la Vulgata de He 14,23 dice: «cons-
tituissent» u «ordinassent» (designaron, constituyeron) cuando el texto griego habla de «imponer
las manos». Solo a partir del siglo X se incorporó la ceremonia de la «Traditio instrumentorum» que
consiste en la entrega de objetos relacionados con el ministerio conferido (el evangelio a los diáco-
nos, el cáliz y el vino a los sacerdotes) que luego se volvió de uso universal. Se empezó a propagar
la idea de que la materia del sacramento del orden era esta entrega. Ahora bien, este añadido causó 9
que no pocos teólogos consideraran como parte esencial del sacramento esta entrega de objetos
(entre ellos incluso Tomás de Aquino ), y así quedó estipulado en la Instructio de Sacramen-
tis del Decretum pro armeniis (del 22 de noviembre de 1439).
En la constitución apostólica Sacramentum ordinis de Pío XII se ofrece una indicación clara y de-
finitiva del magisterio acerca de la materia y forma del sacramento del orden. En esta constitución
se afirma que la materia única para el orden –en sus tres grados– es la imposición de manos y la
forma única son las palabras que determinan o significan los efectos sacramentales de tal imposi-
ción de manos. Además añade que aunque la praxis anterior haya sido distinta, de ahora en ade-
lante no se considera imprescindible, para la validez del sacramento, la traditio instrumentorum.
Así quedó reflejado en el Catecismo de Juan Pablo II donde en el número 1573 se afirma que el
rito esencial del sacramento del orden está constituido por la imposición de manos del obispo sobre
la cabeza de quien se va a ordenar y por una oración consagratoria específica para cada grado en
la que se ruega que el Espíritu Santo conceda sus dones apropiados a cada ministerio.
7. Ministro y Sujeto
Cristo eligió a doce apóstoles, entre sus numerosos discípulos, haciéndoles partícipes de su mi-
sión y de su autoridad. Desde entonces hasta hoy es Cristo quien otorga a unos el ser Apóstoles y a
otros ser pastores.
Por lo tanto, el ministro del Sacramento del Orden es el Obispo, descendiente directo de los
Apóstoles. Los obispos válidamente ordenados, es decir que están en la línea de la sucesión apos-
tólica, confieren válidamente los tres grados del sacramento del orden. Así consta en los Concilios
de Florencia y de Trento.
“Dado que el sacramento del Orden es el sacramento del ministerio apostólico, corresponde a los
obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles, transmitir el don espiritual; la semilla apostólica”.
(CIC. n. 1576)
Para que se administre válidamente, solamente se necesita que el obispo tenga la intención de
hacerlo y que cumpla con el rito externo de la ordenación. No importa la condición en que se en-
cuentre el obispo.
En cuanto a la licitud de la ordenación, para ordenar a un obispo se requiere ser obispo y poseer
una constancia del mandato de Su Santidad, el Papa. En la ordenación de obispos, además del mi-
nistro, se necesita que estén presente otros dos obispos.
Para poder recibir válidamente este sacramento, el sujeto es “todo varón bautizado”. (Cfr. Cód.
Derecho Can. c. 1024). El sujeto debe de tener la intención de recibirlo y haberla manifestado. Se
le llama intención habitual a la que tenía antes y de la cual no se retractó. En la práctica será inten-
ción actual, en el momento de recibirlo, pues está dispuesto a recibirlo y a cambiar de estado de
vida, adquiriendo nuevas obligaciones. Debe recibirlo en total libertad, pues, sino, la intención no
existe y la ordenación es nula y las obligaciones dejan de existir. 10
En la actualidad, existe una corriente muy fuerte que pugna por la ordenación al sacerdocio de
las mujeres. La Iglesia siempre ha enseñado que Jesucristo escogió a hombres para continuar su
misión redentora. Todos los Apóstoles eran varones. La Iglesia no tiene ningún poder para cambiar
la esencia de los sacramentos que Cristo estableció. En 1994, el Papa, Juan Pablo II, en su Carta
Apostólica sobre la Ordenación Sacerdotal reservada sólo a los hombres nos dice: “Con el fin de
alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina
de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a mis hermanos (cfr. Lucas 22, 32),
declaró que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las
mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.
Con esto queda definitivamente aclarada la cuestión.
Quienes por este motivo dicen que la Iglesia rebaja la dignidad de la mujer, están equivocados,
el ejemplo lo tenemos en la Santísima Virgen María. Para la Iglesia el hombre y la mujer tienen la
misma dignidad.
8. Celibato
La obligación del celibato no es por exigencia de la naturaleza del sacerdocio, sino por ley ecle-
siástica. El celibato no fue la norma durante los primeros siglos de la Iglesia, sino que fue parte de
un proceso que no culminó sino hasta el siglo XII. Sea por su valor como ideal para la vida sacerdotal,
sea en cuanto imposición debida a una ley eclesiástica, el celibato de los sacerdotes dentro de la
Iglesia católica ha sido muy contestado.
Hay quienes critican la ley del celibato afirmando que se trata de una asimilación con aspectos
propios de la vida religiosa. Finalmente hay quienes sostienen la necesidad de abandonar dicha ley
debido a la escasez de vocaciones, a las infidelidades de algunos, al abandono del estado sacerdotal
y a motivos ecuménicos, etc.
Sin embargo, los documentos de la Iglesia han defendido siempre esta práctica a partir de la
meditación de la elección de Cristo mismo. La vocación al sacerdocio lleva consigo el celibato, reco-
mendado por el Señor.
La Iglesia quiere que los candidatos al sacerdocio lo abracen libremente por amor de Dios y ser-
vicio de los hombres, para que puedan dedicarse completamente al bien de las almas, sin las limi-
taciones, en tiempo y preocupaciones, que supone sacar adelante una familia. El sacerdote debe
estar libre para dedicarse, cien por cien, al cuidado de las almas.
9. Efectos
De este sacramento se siguen varios efectos de orden sobrenatural que ayudan al ordenado al
cumplimiento de su misión. Implica una configuración con Cristo que le permite actuar como repre-
sentante de Él en su calidad de cabeza de la Iglesia en las tres funciones de sacerdote, profeta y 11
pastor.
Todo esto es posible porque el carácter configura a quien lo recibe con Cristo. Lo que hace que
el sacerdote se convierta en ministro autorizado de la palabra de Dios, y de ese modo ejercer la
misión de enseñar. Asimismo, se convierte en ministro de los sacramentos, en especial de la Euca-
ristía, donde este ministerio encuentra su plenitud, su centro y su eficacia, y de este modo ejerce la
facultad de santificar. Además, se convierte en ministro del pueblo, ejerciendo el poder de gober-
nar o guiar y acompañar.
Otro efecto de este sacramento es la potestad espiritual. En virtud del sacramento, se entra a
formar parte de la jerarquía de la Iglesia, la cual podemos ver en dos planos. Una, la jerarquía del
Orden, formada por los obispos, sacerdotes y diáconos, que tiene como fin ofrecer el Santo Sacrificio
y la administración de los sacramentos. Otra es la jerarquía de jurisdicción, formada por el Papa y
los obispos unidos a él. En este caso, los sacerdotes y los diáconos entran a formar parte de ella,
mediante la colaboración que prestan al Obispo del lugar.
Por ser sacramento de vivos, aumenta la gracia santificante y concede la gracia sacramental
propia, que en este sacramento es una ayuda sobrenatural necesaria para poder ejercer las funcio-
nes correspondientes al grado recibido.
En la Liturgia católica, el Orden se confiere por medio de la imposición de manos, que es el signo
del sacramento. Dicha imposición es acompañada de la oración del Obispo ordenante, llamada tam-
bién oración consagratoria.
En ella se pide al Espíritu Santo que confiera a los candidatos el sacramento del Orden sacerdotal
en el grado correspondiente (diaconado, presbiterado o episcopado). A estos ritos esenciales se les
han añadido otros ritos, entre los que se pueden destacar la entrega de instrumentos (traditio ins-
trumentorum), o la postración.
Solo puede ser sacerdote el hombre bautizado que, a juicio del propio obispo o superior (si es
religioso), reúna las cualidades requeridas y no tenga ningún impedimento. El rito tiene como ele-
mentos la imposición silenciosa de las manos y la oración ritual (varía según los tres grados).
Estas palabras de Concilio Vaticano II abren una puerta fascinante al camino de santificación de los
fieles laicos. El descubrimiento de su «alma sacerdotal» les sitúa ante la misión santificadora propia
de todo sacerdote.
El sacerdote es aquél que, tomando en sus manos las realidades creadas y elevándolas al Cielo, las
santifica a través del sacrificio. Cristo unió nuestras vidas a la suya, cargando sobre Sí nuestros pe-
cados, y, presentándolas ante su Padre, se ofreció a Él como Sacrificio en el altar de la Cruz: “por
ellos me santifico, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 19). De este modo
se santificó quien ya era santo, y dio inicio a la obra de nuestra santificación.
El fiel laico, en virtud del Bautismo, participa del mismo sacerdocio de Cristo, y debe prolongar en
su propia vida el Sacrificio de la Cruz, ofreciéndose a sí mismo, en unión con su Redentor, a Dios
Padre. Cuando así lo hace, es el mismo Cristo quien se ofrece en él, y así participa el fiel de la santi-
dad misma del Hijo de Dios. No existe otro camino hacia la santidad que no sea el sacerdotal, ni
existe otro sacerdocio que no sea el de Cristo. De ese sacerdocio participan, de maneras distintas,
el presbítero y el fiel laico.
Para entender correctamente la diferencia entre el sacerdocio común y el ministerial, así como
la estrecha relación que media entre ambos, es preciso tener, como telón de fondo, la analogía
paulina del Cuerpo Místico, cuya Cabeza es Cristo (Cf 1Cor, 12). El Cuerpo es animado por la Ca-
beza y participa de su vida, como la Iglesia es animada por Cristo, y participa de su Espíritu. Un
miembro desgajado del Cuerpo y separado así de la Cabeza es un miembro muerto (“Sin mí no po-
déis hacer nada” - Jn 15, 5). El sacerdocio ministerial es el sacerdocio capital, es decir, el de la Ca-
beza. Desde el día de su ordenación, el sacerdote pasa a ser, cuerpo y alma, otro Cristo. Cuando el
sacerdote consagra, Cristo consagra; cuando el sacerdote absuelve, Cristo absuelve; el celibato del
sacerdote es el celibato de Cristo; y, así como Cristo es Víctima, también lo es el sacerdote. A su vez,
el sacerdocio común de los fieles es el sacerdocio del Cuerpo, es decir, de la Iglesia, recibido por
13
participación del de la Cabeza.
La línea que separa, en nuestros templos, el presbiterio de la Asamblea es la misma línea que
separa Cabeza y Cuerpo, Esposo y Esposa, Cristo y la Iglesia. La palabra “separa” no significa, en este
caso, “aleja”, sino, más bien, «sitúa frente a frente», es decir, «pone en relación» y establece el
diálogo fecundo.
Durante la celebración de la Eucaristía, después de que los fieles han puesto en manos del sacer-
dote sus ofrendas, oran diciendo: “Que el Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y
gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su Santa Iglesia”. Las manos consagradas del
sacerdote serán las que reciban de la Iglesia y, tras consagrarlos, ofrezcan al Padre los dones pre-
sentados por los fieles. Si esas ofrendas no fueran llevadas al altar y puestas en manos del presbí-
tero, jamás serían unidas sacramentalmente a la Ofrenda Perfecta, a la Víctima sin mancha, a Cristo
realmente presente en las sagradas especies. Por tanto, el sacerdocio común de los fieles encuentra
su culmen en la Eucaristía, y lo encuentra a través del sacerdocio ministerial. Pero de ningún modo
su ejercicio se limita al breve tiempo que dura el Sacrificio Eucarístico.
El ofrecimiento de obras: esa oración con que cada mañana ofrece el cristiano la jornada que
comienza es un ejercicio plenamente sacerdotal. Cuando se realiza, el día que se inicia nace aso-
ciado a la Vida de Cristo, y ofrecido al Padre, por Él, en el Espíritu Santo. Un día ofrecido debe ser
Las mortificaciones y penitencias sólo cobran pleno sentido cuando se llevan a cabo imbuidas
de ese espíritu sacerdotal. Un pequeño sacrificio, p. ej., el esperar media hora para beber un vaso
de agua cuando se tiene sed, realizado en gracia de Dios y ofrecido con Cristo al Padre, tiene todo
el valor de la Pasión del Señor, del mismo modo que en la partícula más pequeña de la Sagrada
Hostia se encuentra Cristo entero con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y ese vaso de agua ofre-
cido en comunión con Él, que rechazó el vino mezclado con hiel cuando se lo dieron a beber antes
de ser crucificado, es capaz de redimir a todas las almas de todos los hombres.
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El trabajo humano cobra un divino relieve cuando se convierte, por su ofrecimiento, en prolon-
gación de la Eucaristía. Una breve oración realizada antes de empezar la jornada de trabajo asocia
esa labor y ese cansancio al Trabajo Redentor de Cristo en la Cruz, y convierte la mesa de trabajo en
un altar. El automóvil, la bolsa de la compra, la sierra o el papel en que se escribe, el despacho, la
cocina, el aula del Centro de Enseñanza, pasan a ser, de algún modo, «lugar sagrado» donde se
perpetúa el Ofrecimiento de Cristo por todos los hombres. Cuando así se encara el trabajo diario, el
afán por hacerlo bien no es un mero empeño humano, destinado a obtener un lucro; es Pasión del
Señor prolongada en sus miembros, la plasmación efectiva del celo que el cristiano siente por la
salvación de las almas todas. Y es que el cristiano que vive en gracia, desde que se levanta hasta que
se acuesta, trabaja para Dios, no sólo para los hombres.
d) Conclusión
El sacerdocio común de los fieles, cuando es ejercido por Amor, convierte la vida del cristiano en
una prolongación del Sacerdocio de Cristo y de su Vida misma. “Ya no soy yo quien vive” -puede
decir, con San Pablo, el cristiano-, “es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). Llegado el momento de
la muerte, cuando Dios nos llame a cada uno para invitarnos a su Gozo Eterno, dichoso aquél que
pueda pronunciar, antes de entregar su alma, esta palabras: “Todo está consumado” (Jn 19, 20), es
decir: “¡Misión cumplida!”
Conviene que el Aspirante caiga en la cuenta de que, tratándose de este Sacramento, los saberes
correspondientes presentan algunas peculiaridades.
Por lo que hace al que llamamos solamente «saber» cabe cerciorarse de que se tiene, acerca
del Sacramento del Orden, un conocimiento adecuado del mismo, según lo expuesto en la
documentación tratada. Pero, al mismo tiempo, es conveniente que haya captado lo refe-
rente al sacerdocio común de los fieles, que es el que corresponde vivir al salesiano coope-
rador laico.
Por lo referente al saber hacer, propiamente es algo que afecta a quien ha recibido la orde-
nación sacerdotal sacramental, si bien al que comparte el sacerdocio común le interesa sa-
ber relacionar su sacerdocio como bautizado con el del sacerdote ordenado. En este pilar lo
que más interesa a quien participa del sacerdocio común es saber qué tiene que hacer para
vivirlo en el día a día.
Asimismo, en lo referente al saber ser habrá que tener en cuenta que no es lo mismo lo que
define al sacerdote ordenado que al laico, y que, a esto último, ha de dedicar especial aten-
ción.
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Dimensión Cristiana
Tema 1.1.iiil
Por último, en cuanto al saber vivir en comunión, es algo que tiene implicaciones diversas
para uno y para otro tipo de sacerdocio.
¿Qué me han sugerido en este sentido, los documentos leídos en torno a este tema?
La promesa del Salesiano Cooperador indica que debe estar pronto para "colaborar en las
iniciativas apostólicas de la Iglesia local ¿Cómo conozco y participo de las necesidades de
mi obra local? ¿Qué relación tengo con los sacerdotes de mi entorno?
Conocer, si existe, el consejo parroquial y las funciones que tienen los laicos dentro del
mismo.
Participar, si existe la ocasión, en la celebración de alguna eucaristía de Orden Sacerdotal
siendo conscientes del significado de los diferentes símbolos y elementos de la misma.
Materiales
16
Concilio Vaticano II 1
Prácticamente las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre el sacramento del Orden en sus tres
grados ya han quedado recogidas en el tema expuesto hasta aquí. Por eso nos limitamos ahora a
citar algunos documentos, al menos, que la contienen, sin explicitar el contenido de cada uno para
no repetir lo expuesto en el tema.
En cambio, por lo que hace al sacerdocio común de los fieles, indicaremos a continuación textos
que se refieren a él y las ideas que presentan sobre este particular, en atención a los Salesianos
Cooperadores Laicos, que son la mayoría, y porque los Salesianos Cooperadores sacerdotes ya po-
seen esta formación en virtud de su ordenación sacerdotal.
1
También aquí, como en los temas anteriores para referirnos a los documentos del Concilio Vaticano II nos servimos de
la publicación: CONCILIO VATICANO II. Constituciones. Decretos. Declaraciones. BAC Madrid 1965, citando los textos
del modo ya indicado a raíz del tema 2.1. página 11.
“…están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangé-
lico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del
mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando ante todo, con el testimonio
de su vida, fe, esperanza y caridad. A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar
todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que
se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria
del Creador y del Redentor”. (31/2)
n. 34/1: presenta la idea de que Cristo prolonga su sacerdocio también en los laicos.
n. 34/2: “Pero a aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión, también les hace
partícipes de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para gloria de Dios 17
y salvación de los hombres”.
n. 62: hace referencia a la variada participación de las criaturas en el sacerdocio de Cristo.
Decreto Apostolican Actuositatem: n.2/2: hace mención a la misma idea diciendo: “Mas
los seglares, hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su co-
metido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo”.
Decreto Presbyterorum Ordinis n. 2/1, refiriéndose a Cristo se expresa así “:En El (el Señor
Jesús) todos los fieles se constituyen en sacerdocio santo y real, ofrecen a Dios, por medio de Jesu-
cristo, sacrificios espirituales, y anuncian el poder de quien los llamó de las tinieblas a su luz admi-
rable”.
Resumen
1590:
San Pablo dice a su discípulo Timoteo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que
está en ti por la imposición de mis manos" (2 Tm 1,6), y "si alguno aspira al cargo de obispo,
desea una noble función" (1 Tm 3,1). A Tito decía: "El motivo de haberte dejado en Creta,
fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad,
como yo te ordené" (Tt 1,5).
1591:
La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el Bautismo, todos los fieles participan del
sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama "sacerdocio común de los fieles". A partir
de este sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la
delministerio conferido por el sacramento del Orden, cuya tarea es servir en nombre y en la
representación de Cristo-Cabeza en medio de la comunidad.
1592:
El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque
confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su
servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus
liturgicum) y por el gobierno pastoral (munus regendi).
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1593:
Desde los orígenes, el ministerio ordenado fue conferido y ejercido en tres grados: el de los
obispos, el de los presbíteros y el de los diáconos. Los ministerios conferidos por la ordena-
ción son insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia: sin el obispo, los presbíteros
y los diácono s no se puede hablar de Iglesia (cf. San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Tra-
llianos 3,1).
1594:
El obispo recibe la plenitud del sacramento del Orden que lo incorpora al Colegio episcopal
y hace de él la cabeza visible de la Iglesia particular que le es confiada. Los obispos, en cuanto
sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio, participan en la responsabilidad apostó-
lica y en la misión de toda la Iglesia bajo la autoridad del Papa, sucesor de san Pedro. 18
1595:
Los presbíteros están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo de-
penden de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales; son llamados a ser cooperadores
diligentes de los obispos; forman en torno a su obispo el presbiterio que asume con él la
responsabilidad de la Iglesia particular. Reciben del obispo el cuidado de una comunidad
parroquial o de una función eclesial determinada.
1596:
Los diáconos son ministros ordenados para las tareas de servicio de la Iglesia; no reciben el
sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere funciones importantes en el ministe-
rio de la palabra, del culto divino, del gobierno pastoral y del servicio de la caridad, tareas
que deben cumplir bajo la autoridad pastoral de su obispo.
1597:
El sacramento del Orden es conferido por la imposición de las manos seguida de una oración
consagratoria solemne que pide a Dios para el ordenando las gracias del Espíritu Santo re-
queridas para su ministerio. La ordenación imprime un carácter sacramental indeleble.
1598:
La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones (viri) bautizados, cuyas
aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente reconocidas. A la autoridad
de la Iglesia corresponde la responsabilidad y el derecho de llamar a uno a recibir la ordena-
ción.
1599:
En la Iglesia latina, el sacramento del Orden para el presbiterado sólo es conferido ordina-
riamente a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente el celibato y que manifies-
tan públicamente su voluntad de guardarlo por amor del Reino de Dios y el servicio de los
hombres.
1600:
Corresponde a los obispos conferir el sacramento del Orden en los tres grados.
Bibliografía
Catecismo de la Iglesia católica, nn. 874-896 donde se trata de la institución y misión del
ministerio apostólico.
Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1536-1600 donde se trata del orden como sacramento.
J. GALOT, Sacerdote en nombre de Cristo, Ed. CETE, Toledo 1990.
2.1 Introducción
Vistos ya los tres Sacramentos de Iniciación y los dos de Curación, abordamos ahora los reco-
nocidos como Sacramentos de Servicio a la Comunidad, es decir, el Sacramento del Orden y el
del Matrimonio.
Mantendremos en cada uno de ellos la estructura seguida en los Sacramentos vistos anterior-
mente, presentando los elementos habituales.
SUGERENCIA: Podría ser útil invitar al Aspirante a leer las preguntas de este último apartado
del tema, antes de comenzar a estudiarlo. Le ayudaría a hacerlo, a sensibilizarse y situarse ante
el tema y a buscar respuestas ya desde el principio.
Bíblicas
“Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó”.
(Gn 1,26-28.31)
la iglesia. En todo caso, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo,
y que la mujer respete a su marido”. (Ef 5:22-33)
“Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin mancilla, porque a los
inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios. Sea vuestro carácter sin avaricia, contentos
con lo que tenéis, porque El mismo ha dicho: Nunca te dejaré ni te desampararé, de ma-
nera que decimos confiadamente: el Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Qué podrá
hacerme el hombre? Acordaos de vuestros guías que os hablaron la palabra de Dios, y
considerando el resultado de su conducta, imitad su fe”. (Heb 13:4-7)
“Y respondiendo el, dijo: ¿no habéis leído que aquel que los creó, desde el principio los
hizo varón y hembra, y añadió: «por esta razón el hombre dejara a su padre y a su madre 21
y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne?»- Por consiguiente, ya no son dos,
sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe”. (Mt 19:4-
6)
”Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. (Mc 10, 6-9)
”En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús
y sus discípulos estaban también invitados a la boda“.(Jn 2, 1-11)
Salesianas
Acerca del matrimonio encontramos en Don Bosco consejos de este tenor:
PVA
2.2 Documentos
El matrimonio (del latín "mater", madre y "munus", función, es decir, función de la madre),
es, para la Iglesia católica, una "íntima comunidad de la vida y del amor conyugal, creada por Dios
y regida por sus leyes, (que) se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su con-
sentimiento irrevocable"(GSp n.48). Esta definición, referida a cualquier matrimonio, participen
en él católicos o no, se concreta jurídicamente en el canon 1055, parágrafo primero, del vi-
gente Código de Derecho Canónico, que lo define como:
Ambas definiciones resaltan la concepción católica del matrimonio como realidad natural que
se apoya sobre el principio del consentimiento —que no puede ser suplido por ninguna potestad
humana—. Las únicas diferencias notables entre ambas definiciones pasan porque el código ca-
nónico omite la referencia a la palabra "amor", quizá por entenderlo como un término ajurídico
o indeterminado. Asimismo, también incluye la mención a la generación y educación de la prole,
de nuevo, por el carácter más legal que posee este texto, de donde surge la necesidad de expli-
citar los fines esenciales en la misma definición. Cuando el matrimonio se celebra entre bautiza-
dos (católicos o no, pues el código no añade tal exigencia), es elevado a uno de los siete sacra-
mentos de la Iglesia católica. Esto implica que, según la teología, fue instituido por Dios y elevado
a "sacramento" por Cristo y que es un signo visible de la gracia.
Existe una cierta controversia sobre qué naturaleza tiene el matrimonio católico desde el
punto de vista jurídico. Una primera corriente, más tradicional, lo califica como contrato, en
tanto que se basa en el libre consentimiento de las partes. Sin embargo, esta definición no es del
todo satisfactoria porque las partes no determinan el contenido del matrimonio, como en un
contrato normal, sino que ese contenido viene predefinido y los cónyuges se adhieren a él. De-
bido a esa limitación, otra parte de la doctrina lo define como una institución, es decir, un sistema
de vinculaciones jurídicas preestablecidas con una finalidad determinada y a la que los cónyuges
deciden adherirse libremente, aceptando todas sus consecuencias.
En los primeros siglos los escritores cristianos tienen que salir al paso de la permisividad sexual
del mundo greco–romano y de los distintos movimientos heréticos que plantean que el matri-
monio es algo malo, ya que la materia es mala en sí misma. Los encratitas despreciaban el matri-
monio y sostenían que todo cristiano debe guardar continencia.
Los gnósticos (a los que hay que sumar los maniqueos y priscilianistas) apoyándose en una 23
cosmología dualista defendían que la materia tenía su origen en el principio del mal y por tanto
tenían una visión negativa de la realidad del sexo y del matrimonio. Los montanistas y novacia-
nos despreciaban las segundas nupcias. Un caso extremo es la herejía encratita de Taciano.
San Agustín (354-430) sostiene claramente que el matrimonio es una cosa buena y que ha
sido instituido por Dios desde «el principio». El pecado original no ha destruido esa bondad ori-
ginaria, aunque ha dado origen a la «concupiscencia», que de tal manera afecta el ejercicio de la
sexualidad que se hace verdaderamente difícil subordinar esa actividad a la recta razón. Eso se
consigue cuando se vive en el marco de los bienes propios del matrimonio: la procreación (pro-
les), la fidelidad (fides), y el sacramento (sacramentum). Para San Agustín no hay duda de que la
búsqueda de la procreación no hace que la unión del matrimonio lleve consigo falta o pecado
alguno. Pero no ocurre lo mismo si la unión se intentara para satisfacer la concupiscencia, ya que
entonces se incurriría en pecado venial. Los autores no concuerdan en la interpretación que se
debe dar a estas afirmaciones.
Aunque la visión cristiana del matrimonio en los primeros tiempos era positiva, equilibrada y
menos mitificadora que la del entorno, también es cierto que el matrimonio, o una de sus finali-
dades, era considerado a partir de las consecuencias del pecado original como un “remedio a la
concupiscencia” según expresión de Agustín. Así la doctrina cristiana consideraba al matrimonio
en relación con la finalidad procreativa y como cauce para equilibrar el desorden por debilidad
sexual que los hombres llevan tras el pecado original.
Los insistentes ataques de algunas sectas gnósticas contra este sacramento obligaron a la Igle-
sia a defenderlo y a rodearlo de cierta solemnidad, que contribuyera a su prestigio y santificación.
En particular se pueden mencionar las siguientes disposiciones o prácticas:
2
Este apartado del matrimonio en la historia de la teología católica puede abordarse no tanto como objeto de es-
tudio cuanto a modo de lectura informativa.
También se abre paso la consideración del matrimonio como un estado de vida bendecido por
Dios hasta tal punto que Él mismo lo ratifica de manera que se subraya incluso desde el punto
de vista legal su indisolubilidad. Los Padres de la Iglesia se detuvieron especialmente en reflexio- 24
nar sobre la relación entre concupiscencia y matrimonio subrayando en especial el fin procrea-
dor. Dado que Dios es su autor el matrimonio no puede ser despreciado. Tertuliano muestra más
bien una idea desfavorable: subraya sólo el fin de servir de freno de la concupiscencia dado que
ante el inminente fin del mundo no valdría la pena traer nuevos hombres al mundo (cf. Ad uxo-
rem 2 y 3), aunque en otro momento afirma: «Al contemplar esos hogares, Cristo se alegra, y les
envía su paz; donde están dos, allí está también Él, y donde Él está no puede haber nada malo».
Sin embargo, quien más influyó en la teología posterior sobre el sacramento fue Agustín, que
trató de los bienes inseparables del matrimonio: la procreación (proles), la fidelidad (fides), y el
sacramento (sacramentum). (cf. De nuptiis et concupiscentia 1, 11, 13).
En la Edad Media tiene lugar un esfuerzo sin precedentes capaz de dar respuesta a los grandes
interrogantes del momento, planteados, sobre todo, por los errores que renovaban las antiguas
doctrinas gnósticas (valdenses, cátaros, albigenses), y también por el permisivismo sexual a que
llevaba el ideal del amor puro y romántico —con exclusión de la procreación— que cantaban los
trovadores.
venial en el caso de que se pretendiera tan sólo evitar la fornicación. Santo Tomás (+1274), en
continuidad con San Agustín, sostiene que los bienes de la prole, la fidelidad y el sacramento son
una expresión adecuada de la bondad integral del matrimonio. Los dos primeros determinan la
bondad natural del matrimonio, de tal manera que lo hacen perfecto en su orden.
Ya en el siglo XX, con los intentos de renovación de la teología iniciados por la escuela de
Tubinga en el siglo anterior, se van explicitando con mayor fuerza las virtualidades encerradas
en la doctrina sobre la bondad del matrimonio. Nada de lo que ha sido creado por Dios y que el
Verbo ha asumido puede estar manchado. La vocación humana es parte, y parte importante de
nuestra vocación divina. Entre las consecuencias que esa doctrina comporta con relación al ma-
trimonio y a la sexualidad se señalan, junto a otras:
la bondad de la sexualidad;
la necesidad de materializar el amor;
la dignidad de las relaciones conyugales;
la vida matrimonial y del hogar como ocasión para encontrar al Señor.
La Edad Moderna, además, trajo consigo las dificultades relacionadas con el proceso seculari-
zador. Aun cuando el Estado tome parte en la celebración, registro y legislación en relación con
el matrimonio, la Iglesia católica ha subrayado el derecho que tiene a legislar y disponer en rela-
ción con el sacramento. En especial se han producido dificultades en relación con el problema
del divorcio (ver abajo)
3. Aspectos esenciales
Los aspectos esenciales del matrimonio como sacramento son la realidad de la que el matri-
monio es signo y la indisolubilidad del vínculo.
Pablo recoge esta imagen en la carta a los Efesios que luego fue comentada en múltiples oca-
siones por los padres de la Iglesia con el fin de subrayar el amor esponsal que han de fomentar y
vivir los esposos. Agustín llama «Sacramentum» a este carácter (cf. De nuptiis et concupiscen-
tia 2, 21) que sella también la indisolubilidad del matrimonio. Así se considera que la gracia del
matrimonio es una prolongación de la caridad que Cristo derrama sobre la Iglesia y va especial-
mente relacionada con la misión que la familia cristiana tiene dentro de la Iglesia.
Aunque el consentimiento libremente expresado por los cónyuges es el acto jurídico decisivo
del que dimanan los derechos y deberes matrimoniales, la sacramentalidad del matrimonio no
proviene de un acto distinto que el jurídico del consentimiento y, por tanto, se identifica con él.
Por eso, la teología católica ha dado creciente importancia a la fe de los cónyuges y a las actitudes
religiosas que se requieren para la validez o licitud del sacramento. 26
3.2. Indisolubilidad
En los evangelios y en las epístolas de Pablo de Tarso se nota el interés por aplicar las ense-
ñanzas de Cristo al ambiente de las primeras comunidades cristianas. El Pastor de Hermas con-
dena el nuevo matrimonio de quienes se han separado incluso en el caso de adulterio
(cf. Mand. 4 1, 4-8). Luego tanto Justino Mártir (cf. Apología 1 15) como Atenágoras de Ate-
nas (Legatio 33 donde rechaza también la posibilidad de volver a casarse por parte de quien
queda viudo), ofrecen una enseñanza semejante.
Parece claro, en los escritos de los padres, que quien había sufrido adulterio podía repudiar a
su cónyuge pero no volver a casarse. En cambio, parece que era posible al marido que había
repudiado a su mujer por este motivo, el volver a casarse. No así a la esposa.
Hay que esperar a los grandes padres de Occidente –Ambrosio, Jerónimo y Agustín– para una
enseñanza firme en contra del divorcio y de la posibilidad de volverse a casar tras la separación.
Desde ahí los concilios adoptan medidas severas en relación con estos casos de separados vuel-
tos a casar (la legislación romana lo permitía). Así por ejemplo el canon 102 del XI Concilio de
Cartago:
“Nos pareció bien que, según la disciplina evangélica y apostólica, ni el abandonado por la
mujer ni la dejada por el marido se unan a otro, sino que permanezcan así o se reconcilien: si
desprecian esta ley, sométanse a penitencia. Sobre esta materia hay que pedir la promulgación
de una ley imperial”.
Durante el siglo XII el así llamado Decretum Gratiani fija la indisolubilidad tal como quedó
luego recogida en los códigos de derecho canónico.
La enseñanza de los primeros protestantes en relación con la indisolubilidad fue muy varia-
ble. Lutero sentó el principio de que todo lo relacionado con el matrimonio era materia de legis-
lación civil y que, por tanto, la religión no debía introducir normativa relativa a él. Ahora bien,
permitió el divorcio y hasta la poligamia.
Por ello, el Concilio de Trento afrontó el tema: Si alguno dijere que la Iglesia se equivoca
cuando enseñó y enseña que, conforme a la doctrina del Evangelio y los apóstoles, no se puede
desatar el vínculo del matrimonio, por razón del adulterio de uno de los cónyuges... sea ana-
tema (Denzinger 977)
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Formación Inicial
Dimensión Cristiana
Tema 1.1.iiil
De ahí que fuera también necesario recoger los elementos que afectan la validez de un matri-
monio de manera que fuera posible mostrar cuándo un matrimonio no se había producido. Tales
condiciones tienen tres ámbitos: el consentimiento matrimonial, las cualidades de las personas
que contraen matrimonio y la condición de bautizados de los cónyuges.
La indisolubilidad del matrimonio sólo afecta de modo absoluto, según la praxis de la Iglesia 27
católica, al matrimonio-sacramento contraído válidamente y consumado. En caso de que este
sacramento no haya sido tal, puede ser declarado nulo luego del juicio debido.
4.2. Ministro
Aunque aún es un tema debatido, en occidente se considera que los ministros son los contra-
yentes mismos, siendo el clérigo un testigo que recibe, en nombre de la Iglesia, el consentimiento
del esposo y esposa. Mientras que en oriente se considera que el ministro que confiere el sacra-
mento es el clérigo que preside la celebración y no los contrayentes.
4.3. Sujeto
La Iglesia Católica solo permite acceder al matrimonio a las personas que cuenten con los
sacramentos del bautismo, comunión y confirmación; además de que no consten con impedi-
mentos como por ejemplo ser demasiado jóvenes, sufrir de impotencia o tener parentesco. En
el antiguo rito el sacerdote preguntaba en la misma ceremonia si alguien conocía un impedi-
mento para la realización del sacramento. El rito actual prevé que se ponga un anuncio en la
parroquia con antelación de manera que las personas que piensen que existe un impedimento
para el matrimonio se lo comuniquen al párroco.
4.4. Fines
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "El matrimonio y la familia están ordenados al bien
de los cónyuges, a la procreación y a la educación de los hijos." (n. 2249; cfr. n. 1601)
4.5. Efectos
El Catecismo de la Iglesia Católica enumera dos:
2.3.1. Saber
¿Qué te ha llamado particularmente la atención del Sacramento del Matrimonio?
¿Qué es, en realidad, el Matrimonio?
¿Cuáles son las propiedades esenciales del mismo?
De los valores que concurren en el Sacramento del Matrimonio ¿cuáles destacarías?
Señala dos o tres aspectos de los que el Concilio Vaticano II ve en el Matrimonio. 28
Indica alguna de las ideas que ofrece el Catecismo de la Iglesia Católica acerca del Sacra-
mento del Matrimonio.
¿En qué sentido, o por qué razón se llama «Iglesia doméstica» al hogar cristiano?
Según el Catecismo de la Iglesia, los divorciados:
o ¿pueden contraer un nuevo matrimonio mientras viven sus cónyuges legítimos? ¿Por
qué?
o ¿Están separados de la Iglesia los que viven en esta situación?
o ¿Pueden acceder a la comunión eucarística?
o ¿Pueden vivir de alguna manera su vida cristiana?
¿Qué pecado comete el cristiano que, viviendo su consorte, se une con otra persona?
¿Por qué –según el Papa Francisco- debilitar a la familia como sociedad natural fundada
en el matrimonio es algo que no favorece a la sociedad?
Con más tiempo, la lectura completa y comentario en grupo del documento del papa francisco 29
"Amoris Laetitia" sería aconsejable.
Documentos
[…] con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a
crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el
deber de la procreación. Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los nuevos matri-
monios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus horarios, a sus lenguajes, a
sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimo-
nio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de
las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no
hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y
atractivo, sino todo lo contrario. (Número 36).
[…] Nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matri-
monio es algo que favorece a la sociedad. Ocurre lo contrario: perjudica la maduración de las
personas, el cultivo de los valores comunitarios y el desarrollo ético de las ciudades y de los pue-
blos. Ya no se advierte con claridad que sólo la unión exclusiva e indisoluble entre un varón y una
mujer cumple una función social plena, por ser un compromiso estable y por hacer posible la
fecundidad. Debemos reconocer la gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar
cierta estabilidad, pero las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo, por ejemplo, no
pueden equipararse sin más al matrimonio. Ninguna unión precaria o cerrada a la comunicación
[…] En todas las situaciones, « la Iglesia siente la necesidad de decir una palabra de verdad y
de esperanza […] Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana corresponden a la
búsqueda que impregna la existencia humana ». (Número 57)
Homilía de Benedicto XVI, en la misa de clausura del VII Encuentro Mundial de las
Familias, 3 junio 2012
30
La familia está fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer
Es un gran momento de alegría y comunión el que vivimos esta mañana, con la celebración
del sacrificio eucarístico. Una gran asamblea, reunida con el Sucesor de Pedro, formada porfieles
de muchas naciones. Es una imagen expresiva de la Iglesia, una y universal, fundada por Cristo y
fruto de aquella misión que, como hemos escuchado en el evangelio, Jesús confió a sus apósto-
les: Id y hacer discípulos a todos los pueblos, «bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo» (Mt 28, 18-19). Saludo con afecto y reconocimiento al Cardenal Angelo Scola,
Arzobispo de Milán, y al Cardenal Ennio Antonelli, Presidente del Pontificio Consejo para la Fa-
milia, artífices principales de este VII Encuentro Mundial de las Familias, así como a sus colabo-
radores, a los obispos auxiliares de Milán y a todos los demás obispos. Saludo con alegría a todas
las autoridades presentes. Mi abrazo cordial va dirigido sobre todo a vosotras, queridas familias.
Gracias por vuestra participación.
En la segunda lectura, el apóstol Pablo nos ha recordado que en el bautismo hemos recibido
el Espíritu Santo, que nos une a Cristo como hermanos y como hijos nos relaciona con el Padre,
de tal manera que podemos gritar: «¡Abba, Padre!» (cf. Rm 8, 15.17). En aquel momento se nos
dio un germen de vida nueva, divina, que hay que desarrollar hasta su cumplimiento definitivo
en la gloria celestial; hemos sido hechos miembros de la Iglesia, la familia de Dios, «sacrarium
Trinitatis», según la define san Ambrosio, pueblo que, como dice el Concilio Vaticano II, aparece
«unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Const. Lumen Gentium,4). La so-
lemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad, que celebramos hoy, nos invita a contemplar ese
misterio, pero nos impulsa también al compromiso de vivir la comunión con Dios y entre nosotros
según el modelo de la Trinidad. Estamos llamados a acoger y transmitir de modo concorde las
verdades de la fe; a vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo gozos y sufrimientos,
aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorando los diferentes carismas bajo la guía de los
pastores. En una palabra, se nos ha confiado la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean
cada vez más una familia, capaces de reflejar la belleza de la Trinidad y de evangelizar no sólo
con la palabra. Más bien diría por «irradiación», con la fuerza del amor vivido.
La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada al
igual que la Iglesia a ser imagen del Dios Único en Tres Personas. Al principio, en efecto, «creó
Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo
Dios, y les dijo: “Creced, multiplicaos”» (Gn 1, 27-28). Dios creó el ser humano hombre y mujer,
con la misma dignidad, pero también con características propias y complementarias, para que
los dos fueran un don el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comuni-
dad de amor y de vida. El amor es lo que hace de la persona humana la auténtica imagen de la
Trinidad, imagen de Dios.
Queridos esposos, viviendo el matrimonio no os dais cualquier cosa o actividad, sino la vida
entera. Y vuestro amor es fecundo, en primer lugar, para vosotros mismos, porque deseáis y
realizáis el bien el uno al otro, experimentando la alegría del recibir y del dar. Es fecundo también
en la procreación, generosa y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado de ellos y en la
educación metódica y sabia. Es fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida familiar es la
primera e insustituible escuela de virtudes sociales, como el respeto de las personas, la gratui-
dad, la confianza, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación. 31
Queridos esposos, cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmi-
tidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas
y sosteniéndolos en las debilidades. Pero también vosotros, hijos, procurad mantener siempre
una relación de afecto profundo y de cuidado diligente hacia vuestros padres, y también que las
relaciones entre hermanos y hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor. El proyecto
de Dios sobre la pareja humana encuentra su plenitud en Jesucristo, que elevó el matrimonio a
sacramento. Queridos esposos, Cristo, con un don especial del Espíritu Santo, os hace partícipes
de su amor esponsal, haciéndoos signo de su amor por la Iglesia: un amor fiel y total. Si, con la
fuerza que viene de la gracia del sacramento, sabéis acoger este don, renovando cada día, con
fe, vuestro «sí», también vuestra familia vivirá del amor de Dios, según el modelo de la Sagrada
Familia de Nazaret.
Queridas familias, pedid con frecuencia en la oración la ayuda de la Virgen María y de san
José, para que os enseñen a acoger el amor de Dios como ellos lo acogieron. Vuestra vocación
no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza
que puede verdaderamente transformar el mundo. Ante vosotros está el testimonio de tantas
familias, que señalan los caminos para crecer en el amor: mantener una relación constante con
Dios y participar en la vida eclesial, cultivar el diálogo, respetar el punto de vista del otro, estar
dispuestos a servir, tener paciencia con los defectos de los demás, saber perdonar y pedir per-
dón, superar con inteligencia y humildad los posibles conflictos, acordar las orientaciones edu-
cativas, estar abiertos a las demás familias, atentos con los pobres, responsables en la sociedad
civil. Todos estos elementos construyen la familia. Vividlos con valentía, con la seguridad de que
en la medida en que viváis el amor recíproco y hacia todos, con la ayuda de la gracia divina, os
convertiréis en evangelio vivo, una verdadera Iglesia doméstica (cf. Exh. ap. Familiaris consortio,
49).
Quisiera dirigir unas palabras también a los fieles que, aun compartiendo las enseñanzas de
la Iglesia sobre la familia, están marcados por las experiencias dolorosas del fracaso y la separa-
ción. Sabed que el Papa y la Iglesia os sostienen en vuestro sufrimiento y dificultad. Os animo a
permanecer unidos a vuestras comunidades, al mismo tiempo que espero que las diócesis pon-
gan en marcha adecuadas iniciativas de acogida y cercanía.
En el libro del Génesis, Dios confía su creación a la pareja humana, para que la guarde, la
cultive, la encamine según su proyecto (cf. 1,27-28; 2,15). En esta indicación de la Sagrada Escri-
tura, podemos comprender la tarea del hombre y la mujer como colaboradores de Dios para
transformar el mundo, a través del trabajo, la ciencia y la técnica. El hombre y la mujer son ima-
gen de Dios también en esta obra preciosa, que han de cumplir con el mismo amor del Creador.
© Asociación de Salesianos Cooperadores – Región Ibérica
Vemos que, en las modernas teorías económicas, prevalece con frecuencia una concepción uti-
litarista del trabajo, la producción y el mercado. El proyecto de Dios y la experiencia misma mues-
tran, sin embargo, que no es la lógica unilateral del provecho propio y del máximo beneficio lo
que contribuye a un desarrollo armónico, al bien de la familia y a edificar una sociedad justa, ya
que supone una competencia exasperada, fuertes desigualdades, degradación del medio am-
biente, carrera consumista, pobreza en las familias. Es más, la mentalidad utilitarista tiende a
extenderse también a las relaciones interpersonales y familiares, reduciéndolas a simples con-
vergencias precarias de intereses individuales y minando la solidez del tejido social.
Un último elemento. El hombre, en cuánto imagen de Dios, está también llamado al descanso
y a la fiesta. El relato de la creación concluye con estas palabras: «Y habiendo concluido el día 32
séptimo la obra que había hecho, descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y
bendijo Dios el día séptimo y lo consagró» (Gn 2,2-3). Para nosotros, cristianos, el día de fiesta
es el domingo, día del Señor, pascua semanal. Es el día de la Iglesia, asamblea convocada por el
Señor alrededor de la mesa de la palabra y del sacrificio eucarístico, como estamos haciendo hoy,
para alimentarnos de él, entrar en su amor y vivir de su amor. Es el día del hombre y de sus
valores: convivialidad, amistad, solidaridad, cultura, contacto con la naturaleza, juego, deporte.
Es el día de la familia, en el que se vive juntos el sentido de la fiesta, del encuentro, del compartir,
también en la participación de la santa Misa.
Queridas familias, a pesar del ritmo frenético de nuestra época, no perdáis el sentido del día
del Señor. Es como el oasis en el que detenerse para saborear la alegría del encuentro y calmar
nuestra sed de Dios. Familia, trabajo, fiesta: tres dones de Dios, tres dimensiones de nuestra
existencia que han de encontrar un equilibrio armónico. Armonizar el tiempo del trabajo y las
exigencias de la familia, la profesión y la maternidad, el trabajo y la fiesta, es importante para
construir una sociedad de rostro humano. A este respecto, privilegiad siempre la lógica del ser
respecto a la del tener: la primera construye, la segunda termina por destruir. Es necesario apren-
der, antes de nada en familia, a creer en el amor auténtico, el que viene de Dios y nos une a él y
precisamente por eso nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos con-
vierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea «todo para todos» (1 Co 15,28). (Enc. Deus
caritas est, 18). Amén.
El deber educativo recibe del sacramento del matrimonio la dignidad y la llamada a ser un
verdadero y propio «ministerio» de la Iglesia al servicio de la edificación de sus miembros. Tal es
la grandeza y el esplendor del ministerio educativo de los padres cristianos, que santo Tomás no
duda en compararlo con el ministerio de los sacerdotes: «Algunos propagan y conservan la vida
espiritual con un ministerio únicamente espiritual: es la tarea del sacramento del orden; otros
hacen esto respecto de la vida a la vez corporal y espiritual, y esto se realiza con el sacramento
del matrimonio, en el que el hombre y la mujer se unen para engendrar la prole y educarla en el
culto a Dios».
La conciencia viva y vigilante de la misión recibida con el sacramento del matrimonio ayudará
a los padres cristianos a ponerse con gran serenidad y confianza al servicio educativo de los hijos
y, al mismo tiempo, a sentirse responsables ante Dios que los llama y los envía a edificar la Iglesia
en los hijos. Así la familia de los bautizados, convocada como iglesia doméstica por la Palabra y
por el Sacramento, llega a ser a la vez, como la gran Iglesia, maestra y madre. La Iglesia al servicio
de la familia (n. 38)
33
Materiales
Concilio Vaticano II
Son tan numerosas las referencias al Matrimonio en los documentos del Concilio Vaticano II
(sobre todo en la Constitución Gaudium et Spes), que presentarlas aquí sobrepasaría de manera
desproporcionada los límites propios de un solo tema sobre este Sacramento. Por esta razón nos
vamos a limitar, primero, a enunciar los aspectos del matrimonio a los que el Concilio hace refe-
rencia. Y, en segundo lugar, traeremos a colación tan solo algún que otro texto concreto refe-
rente a determinados aspectos.
1. “…el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos sino una sola carne(Mt
19,6), se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la lo-
gran cada vez más plenamente por la íntima unión de sus personas y actividades”(Cons-
titución Gaudium et Spes n. 48/1).
2. “Los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que manifiestan
y participan del misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia (Ef 5,32),
1659: San Pablo dice: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia [...]
Gran misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef 5,25.32).
1660: La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima
comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador.
Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y edu-
cación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la
dignidad de sacramento (cf. GS 48,1; CIC can. 1055, §1).
1661: El sacramento del Matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los
esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del
sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisolu-
ble y los santifica en el camino de la vida eterna (cf. Concilio de Trento: DS 1799).
1662: El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, es decir, en la
voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y
fecundo.
1663: Dado que el matrimonio establece a los cónyuges en un estado público de vida en
la Iglesia, la celebración del mismo se hace ordinariamente de modo público, en el marco
de una celebración litúrgica, ante el sacerdote (o el testigo cualificado de la Iglesia), los
testigos y la asamblea de los fieles.
1664: La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esenciales al matri-
monio. La poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio; el divorcio separa lo
que Dios ha unido; el rechazo de la fecundidad priva la vida conyugal de su "don más
excelente", el hijo (GS 50,1).
1665: Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras viven sus cón-
yuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en
esta situación no están separados de la Iglesia pero no pueden acceder a la comunión
eucarística. Pueden vivir su vida cristiana sobre todo educando a sus hijos en la fe.
1666: El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por
eso la casa familiar es llamada justamente "Iglesia doméstica", comunidad de gracia y de
oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana.
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Bibliografía
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. El sacramento del matrimonio. (1601 - 1666)
CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO. Del matrimonio. (Can. 1055 – 1165)
IUS CANONICUM. Derecho matrimonial.
COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA nn. 337-350
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Vaticana, Roma 2016,
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JORGE MIRAS, JUAN IGNACIO BAÑARES. Matrimonio y familia: iniciación teológica (2ª
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riales y pastorales sobre la familia y la vida, 1965-1999 (2ª edición). Palabra. (2001).
CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA. Lexicón: Términos ambiguos y discutidos sobre
familia, vida y cuestiones éticas (2ª edición). Palabra. (2006).
TOMÁS RINCÓN-PÉREZ La sacramentalidad del matrimonio y su expresión canónica. Edi-
ciones Rialp. (2001).