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PUEBLO DE DIOS EN SALIDA

En una entrega por cada una de las cuatro partes o capítulos de los que consta
esta Ponencia final del Congreso Nacional de Laicos convocada por la C. E. E.,
pongo en rojo lo que es la parte del documento sobre la que hago una
reflexión. Una vez visto el conjunto del documento, y a modo de conclusión, me
surge una convicción, que quizás hubiera sido bueno un congreso previo del
clero para responder, desde su óptica y en lo que a ellos atañe, a la
problemática que a lo largo del Congreso se ha planteado. Pero a falta de ello,
veo como una ocasión, hacer ese esfuerzo conjuntamente con los laicos en la
fase que se nos anuncia seguirá a esta congresual. Hay experiencias en
nuestro haber como para, viendo los frutos, discernir la bondad del árbol del
que proceden. No querer verlos es una ceguera que, basta con ponerse de
cara a Dios, se cura.

Ponencia final: «Un Pentecostés renovado»

 Premisa
La Ponencia final tiene un doble objetivo: de un lado, presentar las
aportaciones que, en un ejercicio de discernimiento, los Grupos de Reflexión
han formulado tras el recorrido de los cuatro itinerarios que son el eje central de
nuestro encuentro; de otro, ofrecer un escenario de futuro inmediato que nos
permita profundizar en las prioridades que, en un ejercicio de sinodalidad,
hemos identificado.

1. El pueblo de Dios en salida

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 El pueblo de Dios misionero y santo

Esta Ponencia final del Congreso de Laicos está dividida en cuatro partes, de
las cuales, ésta de “Pueblo de Dios en salida” es la primera. Comienza
haciendo un poco de historia sobre los orígenes del cristianismo. Hace algunas
afirmaciones básicas: “la misión renueva a la Iglesia. En esencia la misión
consiste en dar vida”, “Este pueblo está constituido por hombres y mujeres con
diversidad de vocaciones, carismas y ministerios (…). Se caracteriza por
una vida comunitaria, la celebración litúrgica, especialmente la celebración
eucarística, y el servicio generoso para el bien del mundo”. Y termina afirmando
“Somos discípulos misioneros”.

A continuación, explica, en cuatro puntos, de qué forma somos discípulos


misioneros, dice que, 1: “Somos hombres y mujeres de fe que miramos a Jesús
y queremos mirar la vida con la mirada de Jesús”, 2: “conscientes de nuestra
propia vocación”, 3: “con una vida entregada a los demás (…) porque
queremos acoger el don que nos hace el Señor”, y termina con el punto 4: “En
un contexto secular y pluralista”. Los puntos del 1 al 3, exponen lo que se ha
afirmado desde tiempo inmemorial sobre el discipulado, y es en este cuarto
punto donde encontramos algo, que aunque ha sido una constante en la vida
de la Iglesia con sus persecuciones incluidas, hoy nos choca porque es nuestro
contexto y lo vemos como algo que nos sorprende e incómoda: el contexto
secular. Este contexto es el que nos inquieta y de él dice el documento que se
trata de “una sociedad secularizada y plurireligiosa… y saber situarse en
este complejo contexto no es fácil y es para los cristianos un importante reto”. A
continuación, el documento, compara la situación actual con la que vivió el
Pueblo de Israel en el Exilio, donde por presiones del entorno sólo un pequeño
resto se mantuvo fiel a la Alianza. Y plantea una pregunta: “¿Cómo ser un resto
significativo en nuestro contexto actual?”.

 La propuesta de un Congreso de laicos

Aquí comienza un intento de responder a la pregunta partiendo de una


premisa: “porque Dios está actuando podemos buscar los signos y las huellas

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que Dios deja”, y da como método para responder, la sinodalidad. Sinodalidad
que describe como un caminar juntos guiados por el Espíritu que hace aflorar
los carismas y el sentido de Iglesia, entendiéndola como “comunión”. Tal y
como hemos entendido siempre a la Iglesia. Y efectivamente, sería
“significativa” una Iglesia-comunidad en la que se diera la comunión en medio
de un contexto pagano como el que nos rodea.

Avanza el documento tratando de responder a la pregunta exponiendo lo que


ha caracterizado la sinodalidad de este Congreso: “la escucha. Queremos ser
una Iglesia que escucha”, “el discernimiento. Queremos ser una Iglesia de
discernimiento” y “la corresponsabilidad y la participación. Queremos ser
una Iglesia caracterizada por la corresponsabilidad y la participación de todos
los bautizados, cada uno según su… vocación”. Estos, como podemos ver, son
términos más o menos novedosos que el Papa está introduciendo para explicar
de un modo más plástico, la misión de la Iglesia.

En cuanto a la “escucha”, entiendo que da en la diana si lo que se quiere decir


es que, siendo que el Pueblo de Dios es el pueblo del oído, que es un pueblo
que está siendo llamado a escuchar a Dios a través de su Palabra, a través de
los hermanos y a través de los acontecimientos, hemos de empezar por
escuchar aquello que el Señor nos dice cada día. No en balde el primer
mandamiento comienza diciendo “Escucha Israel… y amarás a Dios sobre
todas las cosas”. Consecuentemente se hace referencia, también, a una actitud
interior de apertura a los demás; difícil se podría hablar de una Iglesia en
comunión si no nos escuchamos, y eso de no escucharnos, efectivamente, es
algo que también ocurre. Esto referido al interno de la Iglesia. En cuanto a
nuestra actitud de cara al exterior, escuchar es realmente una premisa que
también requiere apertura en la caridad hacia el otro. En cuanto al
“discernimiento”, bueno pues, siendo un don que emana de la sabiduría de
Dios, requiere una íntima unión con el Espíritu de Jesucristo. Es pues un don
propio de la santidad. En cuanto a la “corresponsabilidad y la participación”,
pues efectivamente, es una característica fruto de la comunión, “gratis lo
hemos recibido, gratis lo damos”, si es que somos conscientes de haberlo

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recibido. Por tanto, en si tenemos o no conciencia de la obra de Dios en
nosotros, estaría el problema de fondo.

Entiendo que se está buscando definir, delimitar, iluminar, la misión del


cristiano como Iglesia hoy, puesto que se trata de un Congreso de Laicos. De
los tres puntos mencionados, el del discernimiento es el menos iluminador,
pues discernir es un proceso que, aun siendo que cada día estamos llamados a
discernir y escoger entre el camino de la vida y el camino de la muerte, cuando
se plantea sobre cuestiones menos prácticas, fácilmente pasamos de discernir
a opinar. Discernir en su sentido profundo alude a la capacidad de mirar, ver y
sentir con los ojos y el corazón de Jesucristo. No está al alcance de cualquiera,
aunque es verdad que cualquiera puede recibir ese don si lo pide con fe,
constancia y humildad.

En todo esto se echa en falta una función fundamental de la Iglesia, la de


enseñar. Pues tiene que ver con su misión profética de “maestra”. Aspecto este
del que no se habla en el documento.

Y en ese ambiente de comunión vivido, se sugiere interrogar al Espíritu Santo:


“¿hacia dónde vamos? ¿qué caminos hemos de iniciar?”

La respuesta a estas dos últimas preguntas, parecen estar en la segunda parte,


en el número dos.

Antes de pasar a esa segunda parte, una reflexión sobre lo primero que se dice
que identifica a un “discípulo misionero”: la fe. Pues si por una de aquellas ésta
primera premisa de la fe no se diera, fácilmente entenderemos que todo lo
demás que se añade, en especial lo relativo al discernimiento, cae en vacío.
Por eso llama la atención que no haya un apartado específico para evaluar este
punto “sine qua non”, que es el de la fe que tenemos.

2. Sembrar semillas y cosechar espigas de sinodalidad

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Comienza esta segunda parte con una larga reflexión sobre lo que es la
sinodalidad, a pesar de haber dedicado gran parte de la primera parte a
explicarla como método. Entonces, comienza diciendo que “estamos
sembrando semillas para renovarnos y dinamizar el laicado en España; al
mismo tiempo, estamos cosechando ya los primeros frutos de los cuales
saldrán nuevas semillas de sinodalidad. De hecho, somos conscientes de
estar ya contemplando brotes de sinodalidad.”. Entiendo que las semillas de las
que dice el documento que se están sembrando, se referirá a las reflexiones,
ciertamente acertadas, sobre en qué consiste la misión del cristiano para el
mundo; y las nuevas semillas de sinodalidad que espera cosechar, tendrán que
ver con la perspectiva expresada al final del documento sobre la continuidad
que se propone dar a los trabajos del Congreso con el fin de responder a la que
parece ser la cuestión clave: la respuesta como cristianos a la realidad
social en la que estamos inmersos. Frutos éstos, que dice que ya se están
cosechando, cuando todavía ni se atisba renovación ni dinamización alguna.
Pero ciertamente hay que mantener viva la esperanza.

 La Iglesia en salida es una Iglesia sinodal

S. Pablo decía lo mismo pero sin utilizar la palabra sinodalidad. Es decir, y tal
como recoge el documento: “en la común dignidad y misión de todos los
bautizados”, como destaca “la eclesiología del Pueblo de Dios”, se fundamenta
la naturaleza de la Iglesia como comunión.

Luego continúa intentando explicar la diversidad expresada en los distintos


carismas que el Espíritu da a su Iglesia, como un bien a estimar porque “nos
complementa”, como no puede ser de otra manera tratándose de dones
recibidos del Señor. Aquí se le da una importancia terminante al “ejercicio de la
sinodalidad” que nos lleva, dice, a “ponemos a la escucha del Espíritu y hacer
juntos el camino pero cada uno desde su propia responsabilidad”, lo que es,
en efecto, elemental.

 La conversión pastoral y misionera

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En este apartado se toca un punto clave, la necesidad de la conversión, pues,
ciertamente, sin conversión no hay dones del Espíritu, ni misión, ni
discernimiento que valga. El documento adjetiva esa conversión como:
“conversión pastoral y misionera, comunitaria y personal” y se supone que
para explicar esos calificativos, es para lo que recurre a la historia de Jonás en
su misión de convertir a Nínive, y lo relata para explicar la necesidad de
conversión de todos, incluida la jerarquía. Observación que me parece hoy día
más que pertinente. En definitiva, es una llamada a la conversión para que
desde la humildad podamos aceptar “el camino de la sinodalidad que la Iglesia
está proponiéndonos hoy”. Aunque, como ya hemos dicho, es el mismo camino
de la Iglesia desde sus orígenes, el de la comunión. O lo que Juan Pablo II
explicaba con la expresión “trinidad en misión”. Para lo cual, por supuesto, es
imprescindible la conversión. Por cierto, que no sé si en el transcurso del
Congreso fue este sacramento, el de la reconciliación, un elemento clave para
el discernimiento o no.

 La importancia de la cultura

En este punto, se nos recuerda, con palabras de Pablo VI la importancia de la


doble fidelidad que requiere la evangelización, fidelidad al mensaje y fidelidad a
las personas a las que dirigimos el mensaje. Palabras estas que, dice el
documento, nos lleva a una conclusión: “reconocer el valor de la cultura”. La
verdad que no deja de ser curiosa la trayectoria del razonamiento.

Para ilustrar esta afirmación, recurre a citar “desafíos antropológicos y


culturales” de los que se habló en el Sínodo sobre los jóvenes. Desafíos como
“el cuerpo, la afectividad y la sexualidad, el papel de la mujer en la Iglesia y en
la sociedad; los nuevos paradigmas cognitivos y la búsqueda de la verdad; los
efectos antropológicos del mundo digital; la decepción institucional y las nuevas
formas de participación; la parálisis en la toma de decisiones por la
superabundancia de propuestas; ir más allá de la secularización” que afirma
son para nosotros “preguntas de nuestro tiempo” a la espera de nuestra
respuesta.

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Esta relación prolija de desafíos culturales, entiendo que es el nudo gordiano
de todo el documento, sin embargo, no se detiene en ninguno de ellos para
intentar iluminarlos. Sería interesante ver qué dice la tradición y, sobre todo,
qué dice Jesucristo sobre cada uno de ellos. Los diez mandamientos y su
perfeccionamiento dado por Jesús en el Sermón de la Montaña, son la sal de la
vida. Jesús no vino a abolir la ley, por el contrario, vino a cumplirla hasta la
última tilde de la misma. Y dijo aún más, dijo que no bastaba con cumplirla con
hechos, había que cumplirla con el corazón, con las intenciones, en la más
oculta de las mociones. Para lograr lo cual tan sólo hay un camino, hacerse
uno con Él. Pues es Él, y sólo Él, quien puede hacerlo en nosotros.

La historia nos demuestra además que la misión de la Iglesia ha sido siempre,


evangelizar las culturas, cosa que ha hecho, por lo general, siendo
enormemente respetuosa con ellas. Respeto que no está reñido con el rechazo
de tantas formas culturales fruto del desconocimiento del amor de Dios por los
hombres.

Para ayudarnos a enfocar el problema nos da dos criterios paulinos sobre


cómo ser cristianos en nuestro tiempo: “No os acomodéis a este mundo” y
“examinad todo y retened lo bueno” y añade un pasaje de Mateo: “Vosotros
sois la sal de la tierra y la luz del mundo”. Y sin más pasa al siguiente punto
para hablar de este mandato de Jesús.

 La Iglesia sinodal quiere ser sal y luz

Comienza afirmando que la Iglesia sinodal, es decir, la Iglesia de Jesucristo


que vive la comunión, creo entender, quiere ser sal y luz para la cultura de
nuestro tiempo. Y trae a colación una aportación de los jóvenes españoles al
mencionado Sínodo de los jóvenes: “soñaban con una Iglesia misericordiosa,
acogedora, cercana y abierta al mundo de hoy y, sobre todo una Iglesia fiel a
Jesús y su Evangelio”.

La verdad es que la expresión “soñar” la veo poco apropiada tratándose de lo


que se trata. Y no sólo la emplean los jóvenes. Pues Jesús no nos dice que

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soñemos con evangelizar a todas las gentes, nos dice: “Id y anunciad el
Evangelio a todas las gentes”. En cualquier caso, el documento pasa a
ponernos delante una serie de puntos que considera importante tener en
cuenta para una tal empresa. Los vemos uno a uno: 1º “Salir hasta las
periferias”, humildemente, acogerlos y caminar con ellos; 2º “Diálogo y
encuentro” mediante los cuales la Iglesia llega “a asentarse en el mundo”; 3º
“Vivir desde la oración y los sacramentos” de modo que encontremos en
ellos la fuerza necesaria para tamaña empresa; 4º “Apertura a quienes
buscan”, es decir, tener una actitud de “puertas abiertas”… para abrir puentes;
5º “Cultivar las semillas del Verbo” que ya están presentes en todos, y
hacerlo paso a paso; 6º “Cercanía a los pobres y a quienes sufren”, pilar
básico para la Iglesia; 7º “Anunciar el Evangelio, pues vivir la fe, exige
comunicarla”, y añade “Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que
todos necesitamos escuchar siempre, una y otra vez” (ChV 115); estas tres
verdades son: Dios te ama, Cristo te salva, El Espíritu da vida y acompaña en
la vida” y por último el 8º “Estar a gusto con el pueblo” pues, dice, no siendo
de éste mundo, vivimos en él.

Sobre este apartado, entiendo que puesto que “nadie da lo que no tiene”, el
punto 3º sería el punto de partida, vivir de la oración y de los sacramentos.
Como decía antes, la fe sigue suponiéndosenos. El resto de puntos, 1,2,4,5,6,
7 y 8, alguno de los cuales, con formulaciones algo ambiguas, no son más que
el justo ejercicio de la caridad que conlleva ser discípulos de Cristo, como un
fruto que se nos ha prometido ser abundante, que es lo propio de la vivencia de
una fe adulta que nos hace capaces de dar frutos de vida eterna. Y todos ellos
se podrían resumir en el anuncio del Evangelio, pues es un anuncio que deberá
ser de palabra, de obras y de omisión.

3. El protagonismo del laicado

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Esta tercera parte comienza diciendo “En la Iglesia de comunión sabemos
que Dios regala sus dones a todos los fieles cristianos”. E invita a tener un
papel activo en la Iglesia y en el mundo.

Se entiende bien que, ese papel activo, se está refiriendo tanto en términos
intraeclesiales como con relación al mundo. La cuestión es que siendo tantos
los cristianos bautizados, la labor intraeclesial en la que es posible participar
es, comparativamente, ínfima. Por eso mismo, entiendo que el papel del
laicado es referido, fundamentalmente, a aquel que tiene que ver con el mundo.
Y no sé si los laicos asistentes, entre los dos mil participantes, entendían esto
así, porque presumo que la inmensa mayoría de ellos se cuentan entre los que
ya están implicados activamente en labores intraeclesiales, por eso estaban
allí.

Y me quedo con la impresión de que con la intención de aclarar este aspecto,


se desarrolla el siguiente punto.

 Desplegar la vida desde la vocación

Este punto habla de “desplegar la vida desde la propia vocación”, cosa que
explica con un texto un tanto hermético “Tiene mucho sentido vivir desde lo que
soy porque eso es lo que ha soñado Dios para mí”. Teniendo presente lo que
nos ha sido revelado, me cuesta imaginar a Dios manifestando sus sueños, es
más, me cuesta imaginar soñando a alguien cuya Palabra es creadora con una
fuerza tal que basta ser pronunciada, para que se realice: “hágase la luz, y la
luz fue hecha”.

Continúa diciendo, con el Concilio Vaticano II y por boca de Francisco, que


hemos de “situar todas las vocaciones a la luz del bautismo y dentro del
Pueblo de Dios”. Ciertamente sin el bautismo no hay misión, pero además,
cabe decir, que lo que pedimos a la Iglesia al recibir el bautismo es la fe. Por
tanto, lo que es perentorio reforzar seriamente es nuestra conciencia de
bautizados de modo que veamos revitalizarse nuestra fe constantemente. Pues
como añade el documento “Hay una continuidad inseparable entre

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vocación, misión y santidad”. Sin embargo, la ponencia, no entra en este
aspecto y continúa en el punto siguiente hablando de lo que entiende que es,
propiamente, la misión.

 Profundizar la misión

Aquí se afirma con valentía que vocación y misión van unidas


inseparablemente, y a continuación dice constatar con alegría que “en este
tiempo crece la conciencia misionera en la Iglesia”, lo cual debe ser cierto a
pesar de que no lo parezca en absoluto, más bien la sensación es que estamos
en retirada con ganas de replegarnos en los cuarteles de invierno, léase, en las
parroquias a esperar tiempos mejores. Pero por alguna razón habrán llegado a
esa conclusión y lo han plasmado en el documento. Y añade algo fundamental
“La misión es del Señor, es Él quien llama y envía. No es una concesión
generosa de nuestra parte”. Una puntualización que es muy oportuna para los
que, como yo, somos soberbios.

Y sigue el documento tratando de explicar cómo todo esto, que es básico, es


posible, y lo hace acudiendo a otra expresión del Sínodo de los jóvenes “la
sinodalidad misionera”, como si de una panacea se tratara, y dice más, dice
cuál es la condición para que esta sinodalidad misionera se dé “Para poder
llevar a cabo esta sinodalidad misionera es fundamental el cuidado de las
relaciones. Puede afirmarse, por ello, que la clave está en las relaciones”,
que es donde se encuentran los fundamentos, dice, de “la misión
compartida”.

Si por “relaciones” se entiende el compartir la vida en el seno de una


comunidad parroquial, donde se manifiesten tanto los propios pecados como se
confiese públicamente la fe, y se crezca en la comunión por la entrega de sí
mismo a los demás, movidos por el Espíritu hasta hacer patente que,
efectivamente, nos amamos y servimos unos a otros. Entonces sí, porque esa
forma de relacionarse tiene como consecuencia natural una fuerte tendencia a
expandirse sin que para ello haga falta ni cálculos ni estructuras especiales.
Pues sería una comunidad en misión simplemente siendo lo que es. Porque

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ante tal espectáculo, el mundo no podrá más que decir “mirad como se aman” y
entonces, sólo entonces, se convertirá. Como está escrito.

Un laicado en acción

En el sentido que acabo de exponer, ciertamente podemos hablar de lo que en


este punto se llama “protagonismo del laicado”, pero el documento parece
hacerse un lío cuando afirma que “Este protagonismo brota del don de la
vocación laical”. Pues no entiendo que ser laico sea una vocación, la vocación
es, entiendo, al discipulado, a seguir a Jesucristo y a anunciar la buena nueva
de su amor por nosotros como una experiencia vivida. En otro sitio decía el
documento que el protagonismo es del Espíritu. Creo que no hay duda de ello.
Ya, pues, hablar de protagonismo del laico, suena hueco y ayuda poco a
ponernos con espíritu de humildad de cara a la misión. Sabiendo, como
sabemos, que “sin Él no podemos hacer nada”. Por tanto, esta afirmación:
“Cuando posibilitamos y ejercemos este protagonismo, desarrollamos la
sinodalidad”, sólo puede entenderse como que si dejamos al que es el
auténtico protagonista de la misión que actúe en nosotros, sin interferir en sus
planes, sin practicar algo que nos es propio como es “ser puro impedimento”,
entonces, es cuando estamos desarrollando una auténtica vocación misionera
en sintonía y comunión con el resto de la Iglesia, no sólo con el resto de los
laicos.

Y, efectivamente, como añade el documento, “siempre en clave de misión y


no de poder”. Pues de la aspiración de rozar, aunque sólo sea mínimamente,
el poder, viene el clericalismo. Ese azote, especialmente virulento, de nuestra
actual Iglesia.

Por último, concreta el documento el ámbito que es connatural al laico y que,


como decía más arriba, mayoritariamente, no es el servicio a la parroquia:
“Este protagonismo se ejerce en la familia, las parroquias, escuelas,
universidades, hospitales, programas de acción social, misiones ad gentes,
medios de comunicación, política, mundo profesional, empresas, sindicatos,

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proyectos de investigación. Este protagonismo se ejerce en la calle, entre los
vecinos, en la ciudad y en el campo. No hay realidad humana donde no se vea
el protagonismo laical”. Efectivamente ese es nuestro medio natural y en el que
estamos llamados a realizar nuestra vocación misionera de ser testigos de la
obra de Dios en nosotros.

Pero las preguntas formuladas en la primera parte “¿Cómo ser un resto


significativo en nuestro contexto actual?”, o la que hace posteriormente
“¿hacia dónde vamos? ¿qué caminos hemos de iniciar?”, tengo la
impresión de que siguen esperando concreciones.

4. Recorrer caminos de vida y resurrección

Esta cuarta parte presenta una propuesta, una llamada a recuperar la alegría
del Evangelio, dice “Este Congreso quiere despertar nuestra alegría y
esperanza. Viene bien este mensaje cuando constatamos que la tristeza y la
acedia van ganando adeptos”. Y, ciertamente, pues “cuando los retos son
mayores que nuestras fuerzas, las tareas resultan pesadas o el futuro es
oscuro”. Ante esta situación, hay que recordar que el “Evangelio es siempre, en
sí mismo Buena Noticia, un mensaje de alegría: Jesucristo, revelador del
amor y la misericordia del Padre, nos lleva a recorrer caminos de vida y
resurrección incluso entre dificultades”. Y termina con la siguiente afirmación
“Junto a la alegría viene la esperanza”.

Me parece muy oportuno acudir a las fuentes, especialmente cuando


descubrimos en nuestra desazón que “nuestra carne tiene sed del Dios vivo”.
Aunque yo más bien veo la alegría como fruto de la esperanza.

Primero quiero decir que cuando sentimos que las tareas son pesadas y vemos
el futuro oscuro, entiendo que es debido al moralismo, a que, probablemente
sin darnos cuenta, hemos comenzado a hacer las cosas, a ejercer la misión, en

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nuestras fuerzas, cargando sobre nosotros las dificultades. Y no, las
dificultades se las carga Jesucristo por derecho propio.

Hay otras cosas que llaman la atención, por ejemplo, que en el proceso de
“discernimiento” emprendido en el Congreso no aparezca una interpretación
plausible, hecha a la luz de la fe, del porqué de los acontecimientos que
vivimos hoy, del estado de la sociedad o de porqué el mundo en el que
estamos inmersos, nuestro mundo, ha llegado a paganizarse como lo ha
hecho. Tampoco se nos ha trasmitido, aunque fuera brevemente, un análisis
sobre qué tiene que ver este estado de cosas con la justicia divina referida al
mundo ni referida al Pueblo de Dios. Pueblo de Dios que, no nos cabe duda, no
está siendo fiel a la voluntad de Dios. Y esta actitud rebelde que tenemos como
Pueblo, no es indiferente. Tiene consecuencias pues Dios, que “no quiere la
muerte del pecador, sino que se convierta y se salve”, que desea que nos
volvamos a Él para experimentar el sentido de nuestra existencia y la felicidad
para la que nos creó, no dejará de removernos por ver si despertamos de
nuestro sueño.

Y de alguna manera es una pena porque si tuviéramos presente hasta qué


punto está en manos de Dios la solución de todos nuestros problemas…
recordemos el salmo “si te volvieras a mí, en un instante humillaría a todos tus
adversarios”, de otro modo nos iría todo. Porque teniendo esto presente en el
corazón, en vez de desanimarnos, de ocultarnos atemorizados, recordaríamos
lo que confiesa S. Pablo sobre que cuando los retos son superiores a nuestras
fuerzas, justo es entonces cuando la fuerza de Dios se manifiesta, porque “la
fuerza de Dios, se manifiesta en nuestra debilidad”. Si en vez de ver nuestra
debilidad como una ocasión para la manifestación del poder de Dios, lo que
nos produciría una gran alegría, la vemos como una carga, entonces nos
sobreviene la acedia. Y esta realidad lo que pone de manifiesto es, no nuestra
debilidad, sino la debilidad de nuestra fe. Independientemente de la
envergadura de los retos que tengamos enfrente.

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Y antes de entrar en el siguiente punto, añade “Pero el Espíritu llama a nuestra
puerta regalando alegría y esperanza. Queremos recorrer caminos de vida y
resurrección”.

Efectivamente “el espíritu está pronto, pero”, recordemos, “la carne es débil”.
No será por el Señor que no venga pronto a consolarnos, que no nos muestre
su rostro, que no venga a dar vigor a nuestros cuerpos cansados, que no
venga a fortalecer nuestro maltrecho corazón. Pero de la misma manera que
está dispuesto a intervenir en nuestra historia, el libro de la Sabiduría nos
advierte de que “El Espíritu Santo que nos educa, huye del engaño, se aparta
de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la iniquidad”.

Además, en el Cantar de los Cantares contemplamos una escena reveladora,


vemos al amado llamando a la puerta de la amada y a la amada, la Iglesia,
dominada por una acedia que le embarga, en el lecho, incapaz de moverse y
encaminarse a esa puerta que de abrirla le supondría el reencuentro con el
amado de su alma, y poder descansar en Él. Cuando por fin ella se hace el
ánimo de abrirle, Él, ya no está, simplemente se ha ido. Entonces dice la
amada “busqué a mi amado, pero no estaba… el alma se me escapó en su
huida, lo llamé y no me respondió”. Y entonces, a ella, a la Iglesia, a la amada,
le tocará salir de nuevo, abandonando sus seguridades, arriesgándose a
deambular por las calles y las plazas, en su busca, desnuda, siendo acosada
por los guardias de la ciudad, gritando aquello de “si encontráis a mi amado,
decidle que muero de amor”… Y a este texto hace que me pregunte, ¿Cómo
Iglesia, estamos gritando nosotros esto mismo hoy?

El Instrumentum Laboris como contexto de partida

En este punto, el documento pasa a hacer referencia al contenido de algunas


de las concreciones que aparecen en el Instrumentum Laboris para orientarnos
en el camino que nos queda por recorrer.

Son cinco puntos que repasamos a continuación: 1.- “Encontrar cauces de


crecimiento personal y comunitario. El IL propone una conversión personal
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(IL 69), una conversión comunitaria (IL 71), y una conversión pastoral y
misionera (IL 73).”; “2.- “Impulsar la corresponsabilidad en el seno de la
Iglesia “; 3.- “Asumir un mayor compromiso en el mundo. Entre otros temas
se destacan tres de manera especial: el compromiso público (IL 81), la familia
IL 82 y 83) y el cuidado de la casa común (IL 85) “; 4.- “Ofrecer una renovada
formación. En concreto, se habla de la formación vocacional, motivacional y
misionera. Por eso no es extraño que hablemos de una formación del corazón
a lo largo de la vida (IL 89) “y 5.- “Las propuestas del Congreso: la
centralidad de los cuatro itinerarios “.

El primer punto es crucial, ya se nos planteaba en la segunda parte. Sin


conversión, no se hace camino alguno, no hay crecimiento que valga. Otra
cosa son los calificativos que añadamos a la palabra conversión. Yo entiendo
que la conversión, por definición, es necesariamente personal. Es verdad que
es en el grupo, en la comunidad, donde toma cuerpo esa conversión personal
de la misma manera que es verdad que el pecado individual, lastra la vida de la
comunidad. Sobre la corresponsabilidad creo que es importante decir que,
como este documento afirma, cada uno desde su vocación, desde su carisma
propio, somos corresponsables los unos de los otros en el nivel en que
estamos llamados a serlo, en el de la caridad. Punto en el que es idéntica la
responsabilidad del laico y del ordenado o consagrado. Y en virtud de esto es
posible que nos ayudemos, que nos sirvamos, unos a otros.

En cuanto a lo de asumir un mayor compromiso frente al mundo, decía arriba


que ese era el problema de fondo que plantea el Congreso, y por tanto es
donde más detenidamente se debería haber trabajado, pues es efectivamente
donde más visible queda la incomparecencia de los cristianos. Ni parece
haberse trabajado la necesidad de una verdadera transmisión de la fe a
nuestros hijos, ni sobre el modo en el que podemos, en cuanto sociedad civil,
hacer oír nuestra voz repetidamente acallada por los poderes fácticos, ni
parecen haberse ofrecido vías de profundización de nuestra fe a través de una
renovación de nuestro bautismo, que es lo único que puede hacernos madurar
como cristianos y que es lo único realmente provechoso que nos cabe hacer.

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Sí, ya sabemos que todo esto está implícito, pero saberlo no parece habernos
ayudado nada a fecha de hoy. Pues el punto cuarto que habla de la formación,
la constriñe a una “formación vocacional, motivacional y misionera”. Aunque
hay que admitir que lo apunta con algo más de precisión cuando indica “Por
eso no es extraño que hablemos de una formación del corazón a lo largo de la
vida (IL 89)”, que es una fórmula que se puede entender que se refiere a lo que
es propiamente una formación cristiana, que nos conduzca a “una
transformación de nuestra mente” y a empezar a pensar con nuestro corazón
en sintonía con el de Jesucristo. Una formación que nos haga auténticamente
discípulos.

En cuanto al punto quinto, habla de los cuatro itinerarios que van a marcar el
camino para los próximos años y que son: 1º. “el primer anuncio”, 2º. ”el
acompañamiento”, 3º. “los procesos formativos” y 4º. “la presencia en la vida
pública”, y en cada uno de ellos se formulan las siguientes preguntas: “¿Qué
actitudes convertir? ¿Qué procesos activar? ¿Qué proyectos proponer?”. Y
dice que estos cuatro itinerarios “representan el camino natural de nuestro
proceso de fe y, al mismo tiempo, expresan la misión y la tarea que tenemos
encomendadas como cristianos”. Ciertamente.

4.2.1. Actitudes a convertir

En este apartado se hace un laudable esfuerzo por poner el acento en la


necesidad de la conversión y en los requisitos indispensables para ello. Así
leemos cosas concretas y claras como que “la conversión tiene su fuente en
Dios, gracias al impulso del Espíritu, mediante el encuentro con Jesús el
Señor” o lo siguiente “Asumir nuestra responsabilidad como bautizados
implica, ante todo, observar la realidad a la luz de la fe, ser conscientes de que
debemos anunciar explícitamente a Jesucristo con nuestra palabra y con
nuestras obras; y, siempre, desde la alegría”. Y tratando de concretar este
punto de la conversión asociado a la idea de “una Iglesia en salida”, dice “Para
ser Iglesia en salida vemos que hemos de combatir nuestro individualismo,
abandonar el derrotismo, el pesimismo y la tentación del clericalismo”. Sin

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embargo, hace una reflexión muy llamativa: “En los grupos de reflexión hemos
recordado que una Iglesia en salida no es posible sin reconocer el papel de la
mujer en la Iglesia, el protagonismo de los jóvenes en nuestras comunidades y
la inclusión en ellas de personas con diversidad funcional”, pues no sólo no
logro ver la relación de una Iglesia en salida -léase “en misión”-, con ese
“reconocer el papel de la mujer en la Iglesia” ni con “el protagonismo de los
jóvenes en nuestras comunidades” ni tampoco con la conversión al Señor en sí
misma.

Con lo sencillamente que se ha expuesto el fin y el alcance de la tan necesaria


conversión, y de repente el documento plantea la necesidad de reconocer el
papel de la mujer en la Iglesia. Sinceramente no entiendo qué es lo que se les
escapó a los congresistas respecto a la labor que la mujer realiza, y ha
realizado de siempre, en tantas y tantas parroquias, como no entiendo qué falta
a su participación en la vida de la Iglesia que, sin embargo, sí tenga el hombre,
ni entiendo qué parte de la misión del cristiano le es vetada a la mujer… como
no sea visto desde una perspectiva clerical. Creo haber entendido bien que el
Congreso lo era de laicos. Si el Congreso era para laicos, ¿desde qué óptica se
puede afirmar que la misión del cristiano, que es ser luz, sal y fermento en
medio de esta sociedad, le está restringida a la mujer? ¿No es cierto que,
incluso, diría, la mujer en este aspecto es más eficiente que el hombre? ¿No es
cierto que fueron las mujeres las que acompañaban y sostenían a Jesús en su
vida pública, que continuaron sosteniendo después a los apóstoles en sus
periplos evangelizadores, y no es cierto que hasta hoy podemos decir que han
seguido acompañando a Jesús, con mucho más sacrificio que el hombre, en la
persona de sus padres ancianos, de su marido, de sus hijos, de los nietos, de
los pobres, de los curas, de los necesitados? ¿O es que no tenemos fe?
Porque creo que está escrito: “quien quiera ser el mayor entre vosotros, sea
vuestro servidor”.

No logro entender cómo a estas alturas haya quien se tenga que esforzar en
reconocer esta realidad que se da cada día en nuestras comunidades. Quizá la
razón sea que no se participa tanto como se afirma en la vida de las

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comunidades, o quizás sea que estamos hablando de Jesucristo en términos
humanos.

Otro punto que me cuesta entender es qué significa eso de dar protagonismo a
los jóvenes en nuestras comunidades. Ya de entrada se habla de un
protagonismo, el de los jóvenes, que se pide sobre otro protagonismo del que
se ha estado hablado en el Congreso constantemente, que es el protagonismo
de los laicos. Tanto protagonismo ¿no acabará nublando al auténtico
protagonista de nuestra salvación, Jesucristo el Señor?

Los libros sapienciales nos ilustran sobre cómo educar a nuestros jóvenes y si
una palabra no aparece en las múltiples sentencias que nos ofrecen al
respecto, esa es la de “darles protagonismo”. Es a los ancianos a los que hay
que escuchar, nos enseña la Sabiduría. Todos estamos llamados a la escucha,
pero los jóvenes, particularmente ellos, están llamados a escuchar para
aprender de sus mayores. Claro que esta forma de verlo choca con la forma de
verlo que tiene hoy el mundo, que más bien tiende a ahorrarse el trabajo de
educar, y no tanto por el esfuerzo que supone cuanto por lo que implica de
jugarse el afecto de los hijos. Craso error propio de la falta de fe. Pero ¿por qué
tendríamos que acomodarnos al mundo? Sobre este peligro nos advertía esta
misma Ponencia con palabras de S. Pablo: “No os acomodéis a este mundo”.

Continúa la reflexión sobre la conversión hablando ya más bien de pastoral, y


dice algo muy importante “es fundamental pasar de una pastoral de
mantenimiento a una pastoral de misión” para lo que es exigible “ponernos en
disposición de escucha… reforzar nuestra capacidad para la empatía, acoger;
solo así es posible el diálogo, premisa de todo lo demás”

Es ciertamente importante descubrir que hemos de pasar de una pastoral de


mantenimiento a una pastoral de evangelización, y eso significa tanto
evangelizar como ser evangelizados, por eso la referencia a la “escucha”.
Fundamental. Pero de nuevo aquí se pasa a hacer concesiones a la
terminología al uso cuando habla de empatía, porque, ¿qué añade la empatía a

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la caridad?, pero sobre todo llama la atención la última afirmación, la de que “el
diálogo es la premisa para la evangelización”. ¿Por qué? Porque dice S. Pablo
que la fe viene de la predicación. Ya sé que no es “ortodoxo” afirmar esto hoy
día, pero siento y creo que esa es la verdad, que la fe no viene por el diálogo
sino por la predicación, a través del oído, por la escucha atenta que
desemboca en la acogida de quien es la Palabra. Pasa, con muchas de las
reflexiones que se nos han ido exponiendo, que el conflicto quizás surja por
que se actúa como con la idoneidad para el servicio militar, que el valor venía
presupuesto y en estos temas, lo que se presupone es la fe.

Hay otras expresiones difíciles de entender, por ejemplo, para expresar que
hay un modo de hacer en el que la fe adquiere todo su sentido, que lo expresa
así: “cuando nos comprometemos con el sueño que Dios tiene para cada
persona”, y lo expresa así cuando un par de renglones antes lo ha expresado
con bastante precisión: “nuestra fe adquiere todo su sentido cuando somos
capaces de compartirla con quienes están a nuestro alrededor”. Quiero
entender que “el sueño que Dios tiene para cada persona” se refiere a la
voluntad salvífica que Dios tiene para cada hombre. Pero sobre el uso de la
palabra “sueño o soñar”, es algo sobre lo que ya he expresado mi perplejidad.

4.2.2. Procesos y proyectos

En esta cuarta parte, al ser la que toca aspectos más pragmáticos, es donde se
aprecia más la presencia de expresiones a la espera de ser llenadas de
contenido. Es verdad que el documento remite a un ulterior trabajo, sobre los
temas que va exponiendo, en un postcongreso. Siendo que lo que se dice en
este apartado tiene sentido, lanza dos premisas para este hipotético trabajo
posterior “el discernimiento como actitud y metodología; y la creatividad
desde la escucha al Espíritu y como oferta al mundo”, y vuelvo a no entender.
El discernimiento es, primero que todo, un don grandísimo del Señor de toda
sabiduría, y no se me ocurre cómo puede hablarse de él como método, a no
ser que se quiere decir otra cosa como “intercambio de opiniones”, “diálogo en
común”, “estudio o reflexiones compartidas” o expresiones similares. Y en

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cuanto a la creatividad…, pues me llama mucho la atención lo impreciso y poco
clarificador del término. Bastaría trabajar a la sombra del Creador para que la
expresión cobrara cierto sentido.

1. a) El primer anuncio

Aquí vuelven a aparecer la escucha, el acompañamiento y por fin algo sólido


“anunciar el Kerigma con lenguajes adecuados a aquellos con los que se
dialoga”, solo que mezclado con la idea del diálogo. Yo esto lo entiendo en el
sentido de que hay que entrar en diálogo tantas veces y tanto como se pueda
para acercarnos al mayor número de personas posible, para anunciarles la
Buena Noticia del amor del Padre en Jesucristo muerto en cruz y resucitado.
Que expresado de otra manera, sería algo así como: “haciéndonos a todos
para ganar a algunos”, que decía S. Pablo. Y, no hay mejor escuela de
evangelización que siendo evangelizados (como una formación permanente),
vivir la fe, y que el Señor la vaya acrecentando, en el buen combate y
arropados por una comunidad.

1. b) El acompañamiento

Este punto busca poner el acento en el ejercicio de la caridad, sin la cual no es


que no haya misión, es que no hay ni siquiera vida cristiana.

1. c) Los procesos formativos

Necesario y bastante completo este punto que dice en sustancia “Vemos


necesario activar procesos continuados de formación en la fe desde la
infancia hasta la edad adulta en los que el laico sea el protagonista, incluyendo
los sacramentos como ejes vertebradores”. Entiendo que es de las cosas a
desarrollar en el futuro, con protagonismo incluido. Aunque a decir verdad, a
Dios gracias, ya hay parroquias que están llevando a cabo un proceso así, tal

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cual viene expresado y con asombrosos resultados. ¿Le interesa a alguien
conocer esas realidades o preferimos jugar a ser creativos?

1. d) La presencia en la vida pública

En este apartado queda, también, bien expuesta la necesidad de terminar con


la persistente incomparecencia de la Iglesia en la vida pública. Y, sin que nos
falte la inevitable alusión a la ecología, queda perfectamente expuesto. Y en
este punto cobra especial importancia el recurso al laicado porque a la
jerarquía no se le escucha, el mundo no quiere escucharle, y además tampoco
es que se prodiguen tanto, y en sus raras comparecencias, frecuentemente
rehúyen el combate, quiero decir, desaprovechan las numerosas oportunidades
que les presenta el mundo para anunciar a Jesucristo. Vivimos una época en la
que, viendo cómo está de confuso el pueblo fiel, viene a la mente aquello de
“como ovejas sin pastor”. Y esto, evidentemente, es una generalización y por
tanto, una injusticia que lo diga, pero no se me ha ocurrido otro modo de
decirlo. Lo siento.

Termina con una recopilación, parece, del sentir general entre los participantes.

 Un Pentecostés renovado

Aquí se habla de cosas fundamentales y fácilmente inteligibles, como que “Nos


sentimos gozosos por sabernos llamados a través de la vocación bautismal a
desarrollar nuestra misión”, o que “la comunión, esa es la clave”, o ese otro
punto que si bien es una palabra del Papa para los jóvenes extraída de
Christus Vivit, se ha aplicado a una asamblea que si tenía paralelismo con la
asamblea preparatoria de aquí, de Valencia, no estaría compuesta
precisamente por jóvenes, que dice así: “A veces toda la energía, los sueños y
el entusiasmo de la juventud se debilitan por la tentación de encerrarnos en
nosotros mismos, en nuestros problemas, sentimientos heridos, lamentos y
comodidades”.

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El resto del texto sigue a vueltas con los sueños, y como no dudo que el
Espíritu estuvo allí, he llegado a la conclusión de que se está hablando de
“sueños” o de “soñar juntos” con el sentido de “potenciar nuestro celo por el
Evangelio”.

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