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En una entrega por cada una de las cuatro partes o capítulos de los que consta
esta Ponencia final del Congreso Nacional de Laicos convocada por la C. E. E.,
pongo en rojo lo que es la parte del documento sobre la que hago una
reflexión. Una vez visto el conjunto del documento, y a modo de conclusión, me
surge una convicción, que quizás hubiera sido bueno un congreso previo del
clero para responder, desde su óptica y en lo que a ellos atañe, a la
problemática que a lo largo del Congreso se ha planteado. Pero a falta de ello,
veo como una ocasión, hacer ese esfuerzo conjuntamente con los laicos en la
fase que se nos anuncia seguirá a esta congresual. Hay experiencias en
nuestro haber como para, viendo los frutos, discernir la bondad del árbol del
que proceden. No querer verlos es una ceguera que, basta con ponerse de
cara a Dios, se cura.
Premisa
La Ponencia final tiene un doble objetivo: de un lado, presentar las
aportaciones que, en un ejercicio de discernimiento, los Grupos de Reflexión
han formulado tras el recorrido de los cuatro itinerarios que son el eje central de
nuestro encuentro; de otro, ofrecer un escenario de futuro inmediato que nos
permita profundizar en las prioridades que, en un ejercicio de sinodalidad,
hemos identificado.
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El pueblo de Dios misionero y santo
Esta Ponencia final del Congreso de Laicos está dividida en cuatro partes, de
las cuales, ésta de “Pueblo de Dios en salida” es la primera. Comienza
haciendo un poco de historia sobre los orígenes del cristianismo. Hace algunas
afirmaciones básicas: “la misión renueva a la Iglesia. En esencia la misión
consiste en dar vida”, “Este pueblo está constituido por hombres y mujeres con
diversidad de vocaciones, carismas y ministerios (…). Se caracteriza por
una vida comunitaria, la celebración litúrgica, especialmente la celebración
eucarística, y el servicio generoso para el bien del mundo”. Y termina afirmando
“Somos discípulos misioneros”.
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que Dios deja”, y da como método para responder, la sinodalidad. Sinodalidad
que describe como un caminar juntos guiados por el Espíritu que hace aflorar
los carismas y el sentido de Iglesia, entendiéndola como “comunión”. Tal y
como hemos entendido siempre a la Iglesia. Y efectivamente, sería
“significativa” una Iglesia-comunidad en la que se diera la comunión en medio
de un contexto pagano como el que nos rodea.
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recibido. Por tanto, en si tenemos o no conciencia de la obra de Dios en
nosotros, estaría el problema de fondo.
Antes de pasar a esa segunda parte, una reflexión sobre lo primero que se dice
que identifica a un “discípulo misionero”: la fe. Pues si por una de aquellas ésta
primera premisa de la fe no se diera, fácilmente entenderemos que todo lo
demás que se añade, en especial lo relativo al discernimiento, cae en vacío.
Por eso llama la atención que no haya un apartado específico para evaluar este
punto “sine qua non”, que es el de la fe que tenemos.
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Comienza esta segunda parte con una larga reflexión sobre lo que es la
sinodalidad, a pesar de haber dedicado gran parte de la primera parte a
explicarla como método. Entonces, comienza diciendo que “estamos
sembrando semillas para renovarnos y dinamizar el laicado en España; al
mismo tiempo, estamos cosechando ya los primeros frutos de los cuales
saldrán nuevas semillas de sinodalidad. De hecho, somos conscientes de
estar ya contemplando brotes de sinodalidad.”. Entiendo que las semillas de las
que dice el documento que se están sembrando, se referirá a las reflexiones,
ciertamente acertadas, sobre en qué consiste la misión del cristiano para el
mundo; y las nuevas semillas de sinodalidad que espera cosechar, tendrán que
ver con la perspectiva expresada al final del documento sobre la continuidad
que se propone dar a los trabajos del Congreso con el fin de responder a la que
parece ser la cuestión clave: la respuesta como cristianos a la realidad
social en la que estamos inmersos. Frutos éstos, que dice que ya se están
cosechando, cuando todavía ni se atisba renovación ni dinamización alguna.
Pero ciertamente hay que mantener viva la esperanza.
S. Pablo decía lo mismo pero sin utilizar la palabra sinodalidad. Es decir, y tal
como recoge el documento: “en la común dignidad y misión de todos los
bautizados”, como destaca “la eclesiología del Pueblo de Dios”, se fundamenta
la naturaleza de la Iglesia como comunión.
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En este apartado se toca un punto clave, la necesidad de la conversión, pues,
ciertamente, sin conversión no hay dones del Espíritu, ni misión, ni
discernimiento que valga. El documento adjetiva esa conversión como:
“conversión pastoral y misionera, comunitaria y personal” y se supone que
para explicar esos calificativos, es para lo que recurre a la historia de Jonás en
su misión de convertir a Nínive, y lo relata para explicar la necesidad de
conversión de todos, incluida la jerarquía. Observación que me parece hoy día
más que pertinente. En definitiva, es una llamada a la conversión para que
desde la humildad podamos aceptar “el camino de la sinodalidad que la Iglesia
está proponiéndonos hoy”. Aunque, como ya hemos dicho, es el mismo camino
de la Iglesia desde sus orígenes, el de la comunión. O lo que Juan Pablo II
explicaba con la expresión “trinidad en misión”. Para lo cual, por supuesto, es
imprescindible la conversión. Por cierto, que no sé si en el transcurso del
Congreso fue este sacramento, el de la reconciliación, un elemento clave para
el discernimiento o no.
La importancia de la cultura
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Esta relación prolija de desafíos culturales, entiendo que es el nudo gordiano
de todo el documento, sin embargo, no se detiene en ninguno de ellos para
intentar iluminarlos. Sería interesante ver qué dice la tradición y, sobre todo,
qué dice Jesucristo sobre cada uno de ellos. Los diez mandamientos y su
perfeccionamiento dado por Jesús en el Sermón de la Montaña, son la sal de la
vida. Jesús no vino a abolir la ley, por el contrario, vino a cumplirla hasta la
última tilde de la misma. Y dijo aún más, dijo que no bastaba con cumplirla con
hechos, había que cumplirla con el corazón, con las intenciones, en la más
oculta de las mociones. Para lograr lo cual tan sólo hay un camino, hacerse
uno con Él. Pues es Él, y sólo Él, quien puede hacerlo en nosotros.
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soñemos con evangelizar a todas las gentes, nos dice: “Id y anunciad el
Evangelio a todas las gentes”. En cualquier caso, el documento pasa a
ponernos delante una serie de puntos que considera importante tener en
cuenta para una tal empresa. Los vemos uno a uno: 1º “Salir hasta las
periferias”, humildemente, acogerlos y caminar con ellos; 2º “Diálogo y
encuentro” mediante los cuales la Iglesia llega “a asentarse en el mundo”; 3º
“Vivir desde la oración y los sacramentos” de modo que encontremos en
ellos la fuerza necesaria para tamaña empresa; 4º “Apertura a quienes
buscan”, es decir, tener una actitud de “puertas abiertas”… para abrir puentes;
5º “Cultivar las semillas del Verbo” que ya están presentes en todos, y
hacerlo paso a paso; 6º “Cercanía a los pobres y a quienes sufren”, pilar
básico para la Iglesia; 7º “Anunciar el Evangelio, pues vivir la fe, exige
comunicarla”, y añade “Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que
todos necesitamos escuchar siempre, una y otra vez” (ChV 115); estas tres
verdades son: Dios te ama, Cristo te salva, El Espíritu da vida y acompaña en
la vida” y por último el 8º “Estar a gusto con el pueblo” pues, dice, no siendo
de éste mundo, vivimos en él.
Sobre este apartado, entiendo que puesto que “nadie da lo que no tiene”, el
punto 3º sería el punto de partida, vivir de la oración y de los sacramentos.
Como decía antes, la fe sigue suponiéndosenos. El resto de puntos, 1,2,4,5,6,
7 y 8, alguno de los cuales, con formulaciones algo ambiguas, no son más que
el justo ejercicio de la caridad que conlleva ser discípulos de Cristo, como un
fruto que se nos ha prometido ser abundante, que es lo propio de la vivencia de
una fe adulta que nos hace capaces de dar frutos de vida eterna. Y todos ellos
se podrían resumir en el anuncio del Evangelio, pues es un anuncio que deberá
ser de palabra, de obras y de omisión.
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Esta tercera parte comienza diciendo “En la Iglesia de comunión sabemos
que Dios regala sus dones a todos los fieles cristianos”. E invita a tener un
papel activo en la Iglesia y en el mundo.
Se entiende bien que, ese papel activo, se está refiriendo tanto en términos
intraeclesiales como con relación al mundo. La cuestión es que siendo tantos
los cristianos bautizados, la labor intraeclesial en la que es posible participar
es, comparativamente, ínfima. Por eso mismo, entiendo que el papel del
laicado es referido, fundamentalmente, a aquel que tiene que ver con el mundo.
Y no sé si los laicos asistentes, entre los dos mil participantes, entendían esto
así, porque presumo que la inmensa mayoría de ellos se cuentan entre los que
ya están implicados activamente en labores intraeclesiales, por eso estaban
allí.
Este punto habla de “desplegar la vida desde la propia vocación”, cosa que
explica con un texto un tanto hermético “Tiene mucho sentido vivir desde lo que
soy porque eso es lo que ha soñado Dios para mí”. Teniendo presente lo que
nos ha sido revelado, me cuesta imaginar a Dios manifestando sus sueños, es
más, me cuesta imaginar soñando a alguien cuya Palabra es creadora con una
fuerza tal que basta ser pronunciada, para que se realice: “hágase la luz, y la
luz fue hecha”.
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vocación, misión y santidad”. Sin embargo, la ponencia, no entra en este
aspecto y continúa en el punto siguiente hablando de lo que entiende que es,
propiamente, la misión.
Profundizar la misión
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ante tal espectáculo, el mundo no podrá más que decir “mirad como se aman” y
entonces, sólo entonces, se convertirá. Como está escrito.
Un laicado en acción
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proyectos de investigación. Este protagonismo se ejerce en la calle, entre los
vecinos, en la ciudad y en el campo. No hay realidad humana donde no se vea
el protagonismo laical”. Efectivamente ese es nuestro medio natural y en el que
estamos llamados a realizar nuestra vocación misionera de ser testigos de la
obra de Dios en nosotros.
Esta cuarta parte presenta una propuesta, una llamada a recuperar la alegría
del Evangelio, dice “Este Congreso quiere despertar nuestra alegría y
esperanza. Viene bien este mensaje cuando constatamos que la tristeza y la
acedia van ganando adeptos”. Y, ciertamente, pues “cuando los retos son
mayores que nuestras fuerzas, las tareas resultan pesadas o el futuro es
oscuro”. Ante esta situación, hay que recordar que el “Evangelio es siempre, en
sí mismo Buena Noticia, un mensaje de alegría: Jesucristo, revelador del
amor y la misericordia del Padre, nos lleva a recorrer caminos de vida y
resurrección incluso entre dificultades”. Y termina con la siguiente afirmación
“Junto a la alegría viene la esperanza”.
Primero quiero decir que cuando sentimos que las tareas son pesadas y vemos
el futuro oscuro, entiendo que es debido al moralismo, a que, probablemente
sin darnos cuenta, hemos comenzado a hacer las cosas, a ejercer la misión, en
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nuestras fuerzas, cargando sobre nosotros las dificultades. Y no, las
dificultades se las carga Jesucristo por derecho propio.
Hay otras cosas que llaman la atención, por ejemplo, que en el proceso de
“discernimiento” emprendido en el Congreso no aparezca una interpretación
plausible, hecha a la luz de la fe, del porqué de los acontecimientos que
vivimos hoy, del estado de la sociedad o de porqué el mundo en el que
estamos inmersos, nuestro mundo, ha llegado a paganizarse como lo ha
hecho. Tampoco se nos ha trasmitido, aunque fuera brevemente, un análisis
sobre qué tiene que ver este estado de cosas con la justicia divina referida al
mundo ni referida al Pueblo de Dios. Pueblo de Dios que, no nos cabe duda, no
está siendo fiel a la voluntad de Dios. Y esta actitud rebelde que tenemos como
Pueblo, no es indiferente. Tiene consecuencias pues Dios, que “no quiere la
muerte del pecador, sino que se convierta y se salve”, que desea que nos
volvamos a Él para experimentar el sentido de nuestra existencia y la felicidad
para la que nos creó, no dejará de removernos por ver si despertamos de
nuestro sueño.
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Y antes de entrar en el siguiente punto, añade “Pero el Espíritu llama a nuestra
puerta regalando alegría y esperanza. Queremos recorrer caminos de vida y
resurrección”.
Efectivamente “el espíritu está pronto, pero”, recordemos, “la carne es débil”.
No será por el Señor que no venga pronto a consolarnos, que no nos muestre
su rostro, que no venga a dar vigor a nuestros cuerpos cansados, que no
venga a fortalecer nuestro maltrecho corazón. Pero de la misma manera que
está dispuesto a intervenir en nuestra historia, el libro de la Sabiduría nos
advierte de que “El Espíritu Santo que nos educa, huye del engaño, se aparta
de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la iniquidad”.
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Sí, ya sabemos que todo esto está implícito, pero saberlo no parece habernos
ayudado nada a fecha de hoy. Pues el punto cuarto que habla de la formación,
la constriñe a una “formación vocacional, motivacional y misionera”. Aunque
hay que admitir que lo apunta con algo más de precisión cuando indica “Por
eso no es extraño que hablemos de una formación del corazón a lo largo de la
vida (IL 89)”, que es una fórmula que se puede entender que se refiere a lo que
es propiamente una formación cristiana, que nos conduzca a “una
transformación de nuestra mente” y a empezar a pensar con nuestro corazón
en sintonía con el de Jesucristo. Una formación que nos haga auténticamente
discípulos.
En cuanto al punto quinto, habla de los cuatro itinerarios que van a marcar el
camino para los próximos años y que son: 1º. “el primer anuncio”, 2º. ”el
acompañamiento”, 3º. “los procesos formativos” y 4º. “la presencia en la vida
pública”, y en cada uno de ellos se formulan las siguientes preguntas: “¿Qué
actitudes convertir? ¿Qué procesos activar? ¿Qué proyectos proponer?”. Y
dice que estos cuatro itinerarios “representan el camino natural de nuestro
proceso de fe y, al mismo tiempo, expresan la misión y la tarea que tenemos
encomendadas como cristianos”. Ciertamente.
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embargo, hace una reflexión muy llamativa: “En los grupos de reflexión hemos
recordado que una Iglesia en salida no es posible sin reconocer el papel de la
mujer en la Iglesia, el protagonismo de los jóvenes en nuestras comunidades y
la inclusión en ellas de personas con diversidad funcional”, pues no sólo no
logro ver la relación de una Iglesia en salida -léase “en misión”-, con ese
“reconocer el papel de la mujer en la Iglesia” ni con “el protagonismo de los
jóvenes en nuestras comunidades” ni tampoco con la conversión al Señor en sí
misma.
No logro entender cómo a estas alturas haya quien se tenga que esforzar en
reconocer esta realidad que se da cada día en nuestras comunidades. Quizá la
razón sea que no se participa tanto como se afirma en la vida de las
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comunidades, o quizás sea que estamos hablando de Jesucristo en términos
humanos.
Otro punto que me cuesta entender es qué significa eso de dar protagonismo a
los jóvenes en nuestras comunidades. Ya de entrada se habla de un
protagonismo, el de los jóvenes, que se pide sobre otro protagonismo del que
se ha estado hablado en el Congreso constantemente, que es el protagonismo
de los laicos. Tanto protagonismo ¿no acabará nublando al auténtico
protagonista de nuestra salvación, Jesucristo el Señor?
Los libros sapienciales nos ilustran sobre cómo educar a nuestros jóvenes y si
una palabra no aparece en las múltiples sentencias que nos ofrecen al
respecto, esa es la de “darles protagonismo”. Es a los ancianos a los que hay
que escuchar, nos enseña la Sabiduría. Todos estamos llamados a la escucha,
pero los jóvenes, particularmente ellos, están llamados a escuchar para
aprender de sus mayores. Claro que esta forma de verlo choca con la forma de
verlo que tiene hoy el mundo, que más bien tiende a ahorrarse el trabajo de
educar, y no tanto por el esfuerzo que supone cuanto por lo que implica de
jugarse el afecto de los hijos. Craso error propio de la falta de fe. Pero ¿por qué
tendríamos que acomodarnos al mundo? Sobre este peligro nos advertía esta
misma Ponencia con palabras de S. Pablo: “No os acomodéis a este mundo”.
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la caridad?, pero sobre todo llama la atención la última afirmación, la de que “el
diálogo es la premisa para la evangelización”. ¿Por qué? Porque dice S. Pablo
que la fe viene de la predicación. Ya sé que no es “ortodoxo” afirmar esto hoy
día, pero siento y creo que esa es la verdad, que la fe no viene por el diálogo
sino por la predicación, a través del oído, por la escucha atenta que
desemboca en la acogida de quien es la Palabra. Pasa, con muchas de las
reflexiones que se nos han ido exponiendo, que el conflicto quizás surja por
que se actúa como con la idoneidad para el servicio militar, que el valor venía
presupuesto y en estos temas, lo que se presupone es la fe.
Hay otras expresiones difíciles de entender, por ejemplo, para expresar que
hay un modo de hacer en el que la fe adquiere todo su sentido, que lo expresa
así: “cuando nos comprometemos con el sueño que Dios tiene para cada
persona”, y lo expresa así cuando un par de renglones antes lo ha expresado
con bastante precisión: “nuestra fe adquiere todo su sentido cuando somos
capaces de compartirla con quienes están a nuestro alrededor”. Quiero
entender que “el sueño que Dios tiene para cada persona” se refiere a la
voluntad salvífica que Dios tiene para cada hombre. Pero sobre el uso de la
palabra “sueño o soñar”, es algo sobre lo que ya he expresado mi perplejidad.
En esta cuarta parte, al ser la que toca aspectos más pragmáticos, es donde se
aprecia más la presencia de expresiones a la espera de ser llenadas de
contenido. Es verdad que el documento remite a un ulterior trabajo, sobre los
temas que va exponiendo, en un postcongreso. Siendo que lo que se dice en
este apartado tiene sentido, lanza dos premisas para este hipotético trabajo
posterior “el discernimiento como actitud y metodología; y la creatividad
desde la escucha al Espíritu y como oferta al mundo”, y vuelvo a no entender.
El discernimiento es, primero que todo, un don grandísimo del Señor de toda
sabiduría, y no se me ocurre cómo puede hablarse de él como método, a no
ser que se quiere decir otra cosa como “intercambio de opiniones”, “diálogo en
común”, “estudio o reflexiones compartidas” o expresiones similares. Y en
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cuanto a la creatividad…, pues me llama mucho la atención lo impreciso y poco
clarificador del término. Bastaría trabajar a la sombra del Creador para que la
expresión cobrara cierto sentido.
1. a) El primer anuncio
1. b) El acompañamiento
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cual viene expresado y con asombrosos resultados. ¿Le interesa a alguien
conocer esas realidades o preferimos jugar a ser creativos?
Termina con una recopilación, parece, del sentir general entre los participantes.
Un Pentecostés renovado
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El resto del texto sigue a vueltas con los sueños, y como no dudo que el
Espíritu estuvo allí, he llegado a la conclusión de que se está hablando de
“sueños” o de “soñar juntos” con el sentido de “potenciar nuestro celo por el
Evangelio”.
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