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Historia Antigua I (Oriente)

Curso 2021

Michaelides Meyer, Manolis Lautaro

DNI: 41824293

manolis9997@gmail.com
2. Para comenzar a analizar la articulación de las
lógicas estatal y parental al interior de las elites
gobernantes, debemos definir el marco dentro del
cual dicha articulación se llevó a cabo. Creo
conveniente rescatar el concepto de “estado
temprano” trabajado por Claessen (1984), concepto
del estado antiguo que permite entender la necesidad
y coexistencia de dos lógicas de interacción social
aparentemente contradictorias. Es la misma
naturaleza del “estado temprano”, la cual hace
necesaria mantener relaciones expresadas dentro de la
lógica del parentesco 1, debido a la dificultad en este
estadio del desarrollo estatal de mantener un control
directo por sobre un vasto territorio, a causa de los
“obstáculos a la comunicación” citados por Claessen
(1984 p.3). Estos obstáculos de orden extra-social,
crean problemas al gobernante que aspira a mantener
la cohesión interna de su “reino”, situación que lleva
a su vez a la necesidad de formular una ideología
estatal que legitime la figura del gobernante a los ojos
de los dominados (búsqueda del consenso). Dichas
ideologías estatales, suelen expresarse en términos de
una divinización del soberano, o al favor que los
dioses otorgaron al mismo. Pero en ambos casos es
preciso señalar que el favor divino es otorgado en
tanto el soberano forma parte de una cierta línea
parental. Expresando su relación con la divinidad en
el lenguaje inscrito en la lógica de parentesco,
Hatshepsut nos ‘dice’: “es el mandato del antepasado
de mi padre que viene a su tiempo, Ra.” (Gran
inscripción de Hatshepsut). De esta forma el

1Lógica que se fundamenta dentro del modelo que Sahlins (1972) denominó de “reciprocidad
generalizada”, y que estructura las relaciones de parentesco.
gobernante egipcio se inscribe dentro de un linaje
ininterrumpido descendiente del mismo dios Ra.

Por su parte, Dario, en tanto forma parte de la dinastía


Aqueménida recibe el favor de Ahuramazda:

“Y (7) Darío el rey dice: 8 reyes de mi estirpe


detentaron antes la realeza, yo en noveno (lugar)
ejercí la realeza; (8) por lazos de unión nosotros
hemos sido reyes.

Y Darío el rey dice: gracias a Ahuramazda


(Uramasda) yo ejercí la realeza; (9) Ahuramazda
me concedió la realeza”. (Inscripción de
Behistún, Columna I)

Paralela a las estrategias de legitimación ideológica,


los gobernantes, para poder realizar las acciones que
le son específicas a la estructura estatal 2, expresadas
a través de la condición sine qua non a la existencia
del estado, esto es, el monopolio legítimo de la
coerción; entabla relaciones con los actores que
pondrán en práctica las funciones estatales 3 (i. e las
élites), relaciones que, se expresan en lo que
Campagno (2006) denomina un “lenguaje parental”
(p.28). La existencia de familias poderosas (Cruz-
Uribe. 1994), con bases de poder autónomo, obligan
al soberano a buscar una solidaridad al interior de la
clase gobernante. Dicha solidaridad, es buscada
apelando a las reglas que rigen las relaciones
parentales. Dicha búsqueda de una solidaridad al
interior de la clase dirigente, es señalada por Liverani
(1977), en el caso del rey Hitita Telepinu, el cual
preocupado por los conflictos entre “nobles” les
recuerda que no “dañen a sus hermanos/as”, y que, si

2 Referir a las tres capacidades del estado desarrolladas en Campagno. 2006. 32-35
3 Ibídem.
lo hicieran, sufrirían castigo personal, pero su familia
no sería castigada ni sus propiedades expropiadas, ya
que como bien señala Liverani (1977), los “miembros
[de la nobleza] son casi siempre parientes” (p.68), y
entre estos debe regir la “reciprocidad”, tanto en un
sentido positivo (regalos, cargos) como negativo
(venganza, castigo).

En otro sentido, es interesante mencionar la figura del


“hijo ficticio”, cargo administrativo que aparece tanto
en el Imperio Egipcio como en el Aqueménida. Dicha
figura, aparece en ambos casos ejerciendo funciones
estatales, que, escapando a la lógica de parentesco, a
su vez depende de la misma. De esta manera, al
expresar la relación con el detentador de un cargo de
valor estratégico a través del lenguaje que rige las
relaciones parentales, el soberano se asegura la
deferencia que en este marco se espera de un “hijo”
(por más ficticio que el mismo fuera).

La estrategia de entablar lazos de parentesco con las


elites gobernantes en el caso del imperio persa
Aqueménida, podemos observarlo cuando Kuhrt
(2000) menciona el accionar de Darío II el cual “con
el fin de ganarse apoyos que le aseguraran la corona,
casó a dos de sus hijos con miembros de la familia de
un noble, Hidarnes” (p. 341). Esta misma estrategia,
podemos observarla en las relaciones que se
entablaron hacia afuera de los reinos. Cuando el rey
Hitita, Suppiluliuma I, luego de haber derrotado en el
campo de batalla al rey de Mitanni, Tusratta, “tomé a
Sattiwaza, hijo de Tusratta, el rey, en mi mano, y lo
senté en el trono de su padre” y luego “le he dado a
mi hija en matrimonio”4. Sappiluliuma, enfatiza que
su hija, debe ser la principal esposa y la reina de

4 Tratado entre Sappiluliuma I y Sattizawa de Mitanni.


Mitanni, y aludiendo al nuevo lazo parental creado,
dice “Y Sattizawa, el hijo del rey, debe ser en el futuro
para mis hijos verdaderamente su hermano, y
verdaderamente su igual linaje”5. Las implicancias
que dicha afirmación conlleva son enormes.
Establece de forma implícita las obligaciones
recíprocas que caracterizan al lazo de padre-hijo. Lo
cual en este caso pone en claro Sappiluliuma, es que
Sattizawa, en tanto hijo, debe cumplir las condiciones
del tratado que entre los dos reinos están firmando.
Estableciendo este vínculo, el rey Hitita busca
asegurarse la reciprocidad que el lazo parental trae
aparejado, y que en este caso no se apoyaría sobre una
figura meramente retórica, situación que podemos
observar en el caso de la carta dirigida por
Burnaburiash II a Akhenaton: “Que mi hermano y su
casa, su caballo y sus carros, sus jefes y su tierra se
encuentren muy bien”, en este caso, no parece existir
un lazo de parentesco “real” entre ambos soberanos.
Burnaburiash apela al “hermano”, e implícitamente a
las normas que el parentesco dicta. Liverani (2003),
señala que los reyes del Bronce tardío, empleando un
modelo de reciprocidad en su relación con otros,
generaron condiciones favorables al mantenimiento
de las relaciones continuadas entre los estados a
través del intercambio de dones. Esto en términos de
Liverani (2003), hizo posible una “sublimación de un
posible enfrentamiento militar”, “un tratamiento
homeopático de la guerra” (p. 209). A la vez, dio
acceso a los reyes a los bienes de prestigio que
circulaban en forma de dones. Lo cual ayudó a
reforzar su legitimidad a través de la distribución de
bienes hacia el interior de las elites.

5 ibidem.
3. Las relaciones entre las distintas entidades estatales
en el antiguo oriente pueden ser enmarcadas dentro
de dos tipos de interacción: interacciones pacíficas,
esto es, a través del intercambio, así como relaciones
diplomáticas (alianzas, armisticios, etc.); y, en
segundo lugar, las interacciones de tipo hostiles, en
las que nos centraremos aquí. Estas mismas
categorías también pueden ser aplicadas a las
relaciones entre estados y entidades no estatales.

En el análisis de las relaciones interestatales,


considero pertinente, la aproximación a las mismas a
partir del concepto de “topos”, al cual Poo (2005) se
remite a partir del trabajo de Loprieno, autor que
utiliza el término para distinguir la aproximación de
la ideología estatal egipcia en su relación con pueblos
extranjeros. Dicha visión reflejada en las fuentes
oficiales, nos muestran una imagen distorsionada de
las relaciones del estado en cuestión, con los pueblos
“extranjeros”. En términos generales, dicha relación
se nos es presentada, en forma de una subordinación
del “enemigo” vencido, frente al soberano victorioso.
En cuanto a esto, la Paleta de Narmer, es un ejemplo
categórico.

Pero, aunque en general podemos asumir que las


relaciones entre las distintas entidades no siempre
fueron del tipo bélicas, la referencia constante a la
guerra en las fuentes, aunque distorsione la verdadera
dinámica de las interacciones, puesto que suele
responder a un interés ideológico, nos proporciona
una imagen respecto a la preeminencia del conflicto
que no puede ser descartada. “devasté, destruí y
quemé las ciudades de Laqê y de Suḫi en la orilla de
acá del Éufrates. Segué su cosecha, pasé por la espada
a 470 soldados suyos, a 20 los apresé vivos y los
empalé.” (Anales de Aššurnasirpal II: la Séptima
Campaña)

Respecto a esto, el caso de la dinastía de Ur III,


analizada por Garfinkle (2013), parece reflejar dicha
universalidad de la guerra. El autor, encuentra esto en
la constante referencia al conflicto, que podemos
encontrar en los nombres de años. Aunque las fuentes
suelen responder a la intención de legitimar la
posición del soberano, como el gran proveedor de la
victoria, el tributo, etc; la pretensión de gobierno
universal que las fuentes transmiten, sin aceptarlas al
pie de la letra, aun así, permiten vislumbrar la
importancia de la guerra en este y otros periodos.

La terminología utilizada por los distintos estados


refiriéndose a los extranjeros, suele estar cubierta en
un halo de hostilidad inmanente. El análisis de Poo
(2005), respecto a esto parece confirmar la idea, que,
en las relaciones con pueblos vecinos, y
principalmente los de tipo nómade, los reinos de
carácter sedentario plasmaron su relación con los
mismos en los nombres con los que los denominaron.
El autor alude al término sumerio “kur”, utilizado
indistintamente para referirse tanto a extranjeros
como a enemigos, lo cual parece indicar la
identificación del primero con el segundo. Dicha
identificación, en el contexto de la caída de la
Dinastía Ur III (ca. 2004 A.N.E), parece justificarse,
en cuanto a las repetidas invasiones de pueblos
Nómades como lo fue en el caso de los Guti.

La identificación de pueblos nómades en referencia a


la amenaza que presentan, no es única a la región
mesopotámica. Tanto en el caso egipcio como en el
chino, la situación es similar. En términos generales,
y a partir del trabajo de Poo (2005), parece posible
afirmar, que la identificación del extranjero con la
“bestialidad”, falta de cultura (material e inmaterial),
en contraposición al “yo” civilizado, es un motivo
extendido entre los pueblos sedentarios. Este motivo
puede encontrarse en el “Matrimonio de Martu”: “Él
está vestido con un saco de cuero […], viven en una
tienda, expuestos al viento y a la lluvia, y no pueden
recitar plegarias propiamente.”, todas características
de una persona “incivilizada”.

Aunque las relaciones hostiles con los vecinos


nómades parecen estar bastante extendidas, Schwartz
(1995), resalta el carácter muchas veces simbiótico de
las relaciones entre ambos modos de vida. Dejando de
lado la complementariedad económica, la utilización
de guerreros nómades como mercenarios por parte de
los estados antiguos puede remontarse al periodo
anterior al uso de los mismo en el imperio persa,
donde la utilización de caballería escita parece haber
sido bastante extendida. Este parece haber sido el
caso en la ciudad de Mari (II milenio A.C) “El
segundo grupo de los auxiliares de Hana he llegado
aquí.” (refiriéndose al grupo seminómada de los
Haneos).

En cuanto a las justificaciones de la expansión


territorial, los casos de Egipto, el imperio acadio,
Persia y China, parecen seguir líneas similares. En
todos los casos la ideología imperial, plasmo en su
discurso una pretensión de control universal. A su
vez, la idea de la imposición del orden frente al caos,
es otro tema abordado con frecuencia.

En Egipto, el faraón, era soberano de todo “lo que


rodea el disco”, “Su frontera meridional es el límite
de los vientos, al norte atraviesa el extremo del
océano” (Vernus. 2011. p. 27). El faraón justificaba
sus conquistas, puesto que él debía poner orden a las
tierras exteriores, donde el Demiurgo no había
finalizado su tarea creadora. Dicha pretensión de
reinado universal, podemos encontrarlo también en
China, donde el emperador era soberano de “todo
bajo el cielo”. Los estadistas de este imperio,
fabricaron un entramado ideológico, justificando la
necesidad de un único monarca que impusiera el
orden en el contexto de los Reinos combatientes que
desgarraban la sociedad china. Algo similar podemos
encontrar en la pretensión de Sargón el grande, el cual
proclamaba en el Siglo XXIV A.C, ser el soberano de
los “cuatro cuartos del universo”, de donde recibía
tributo (Garfinkle. 2013).

El caso persa difiere un tanto de los casos antedichos,


puesto que las pretensiones de un reinado universal,
parecen justificarse en la gran extensión del imperio.
De esta forma cuando Darío I proclama:” Yo (soy)
Darío (Dariyamauis), el rey grande, el rey de reyes,
rey sobre los persas. rey de los pueblos...”
(inscripción de Behistún), encuentra sus palabras
avaladas por la enormidad y la diversidad de pueblos
del imperio. En términos de Vernus (2011), la
pretensión de hegemonía universal de jure se
confirma (o más bien, se acerca más que en los casos
anteriores) en la hegemonía de facto del imperio.
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