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«Temblar, para Jacqueline, es descubrir,

Jacqueline Goldberg
jacqueline goldberg
mirar por la grieta donde la realidad
deja de ser una cosa sólida para
convertirse en una vibración que estalla
y reconstruye revelaciones y equilibrios.
el cuarto
Desde la niñez, desde el miedo, desde de los
temblores
la valentía, desde el amor. Desde la
palabra. Porque, así como con la vida,
así también con la literatura. Jacqueline
Goldberg tiene rato llevando sus
temblores a los géneros. En este caso,
ha movido sus placas y ha desplazado

El cuarto de los temblores


la poesía y la narrativa y el ensayo
y la escritura biográfica. El deslizamiento
hizo nacer un texto que es un magnífico
estremecimiento de las formas».

Fedosy Santaella

Oscar Todtmann editores


El cuarto de
los temblores
Jacqueline Goldberg

Oscar Todtmann editores


A mis padres,
primer
cuarto
de los temblores.
«Mientras hay pacientes que concretamente cuentan lo
que sienten o les ha ocurrido, y son tan parcos que el
médico los debe incitar con preguntas reiteradas, hay
otros minuciosos, frondosos, llenos de interpretaciones
antojadizas o arbitrarias, cuando no concurren con un
extenso escrito, fruto de largas horas de meditación».
Pedro Cossio y Patricio M. Cossio

«No estamos aquí para sanar nuestras enfermedades,


sino para que nuestras enfermedades nos sanen».
Carl Jung

«Haber nacido me arruinó la salud».


Clarice Lispector

«La salud como literatura, como escritura,


consiste en inventar un pueblo que falta».
Gilles Deleuze
Libro primero
Una cierta genealogía
[…]

El temblor me antecede. Proviene de una catástrofe trazada


sin margen, sin nombre, sin fe.

Hace mucho anhelo escribir sobre el temblor. No sobre


lo que se observa en el trepidar de mis manos. No acerca
de derrames, sustos nacidos de sus desacatos. Escribir
sobre la precaria materialidad del temblor. Su duración.
Su vacuidad. Eso que por impronunciable sostiene. Porque
cuando aparece ha comenzado a desaparecer y a aparecer
de nuevo.

Temblar ha sido la más voluntaria de mis involuntades.

Alguien dijo que el día que escribiese sobre el temblor,


dejaría de temblar. Que cuando tallara en vocablos
todo lo que vibra desde mi infancia, nada volvería a
estremecerme.

Pero nunca escribí. Un poco por incrédula, otro tanto


porque temo no temblar. La desaparición del mal me
dejaría a la intemperie, sería una desconocida de mí.

Comienzo esta tarea de escribirme por quienes algún día


preguntarán. Acaso nietos, sobrinos. Quiero que conste
aquello que el temblor ha impedido: lo endilgado, lo
presentido, su cautela.

12
[…]

El temblor empieza en los hombros. No pasa por los


brazos, va directo a mis manos. Allí acaba. Y de pronto,
como si no fuese mío, vuelve, estruja, arrepentido de sí.

13
[…]

Soy Jacqueline Goldberg,


la que tiembla y escribe.
La que jamás ha dejado de temblar.

Mi padre,
Raphael Goldberg,
no temblaba.

Mi madre,
Elsa Kapuschewski,
no tiembla.

Mi abuela materna,
Luba Lubchansky,
jamás tembló.

Mi abuelo materno,
Benjamín Kapuschewski,
no tembló.

Mi abuelo paterno,
Szaja Ber Goldberg,
nunca tembló.

De mis bisabuelos y tatarabuelos Goldberg


nada sabemos.
De sus hermanos, sus hijos,
nada sabemos.
Quizá alguien en esa rama alguna vez tembló,
pero los hornos forjaron el secreto.

14
Por lo pronto, sólo yo tiemblo.
Sólo yo tiemblo y escribo,
escribo y tiemblo.

Mi abuela paterna,
Zina Sznajderman,
no tembló.

El padre de mi abuela paterna,


Abraham Sznajderman,
no tembló.

La madre de mi abuela paterna,


Chana Ruchia Mandelblum,
no tembló.

El abuelo de mi abuela paterna,


Motte Mandelblum,
no tembló.

La abuela de mi abuela paterna,


Braindl Mandelblum, no tembló.

Los hijos, nietos y bisnietos


de los hermanos de mi abuela paterna
no tiemblan.
Ninguno tiembla.
Eso dicen.

La hermana de mi abuelo materno,


Jeaneth Kapuschewska de Bromberg,
no tembló.
Tampoco sus hijos, nietas y bisnietos.
Pregunto. Me lo aseguran.

15
Los hermanos de mi madre,
Abraham, Lilia y Mery Kapuschewski,
jamás sintieron temblar.
Sus hijos y nietos no tiemblan.

Mi hermano y sus hijos nunca han temblado.


Mi hijo no tiembla.

En el anchuroso árbol familiar,


se presume que sólo yo tiemblo,
sólo yo tiemblo y escribo.
Sólo yo escribo mientras tiemblo.

¿Temblará alguien más tarde?


¿Temblará un lejano pariente en el instante de su muerte?
Jamás lo sabré.

Estoy sola en el árbol,


sola en el temblor.

16
[…]

Mis padres son los primeros en verlo aparecer. Tengo


cuatro años. Estamos en torno a la mesa de la cocina.
Es enorme. Tiene cuernos, cola, escamas, hocico, alas,
pezuñas, joroba. Aúlla, ladra, ronronea. Intentan que
retroceda. No lo hace. Se vierte. El temblor es lobo,
murciélago, hidra, pantera, medusa.

Mis padres quieren creer que no ven lo que ven. Me hacen


extender los brazos, tomar un tenedor. Observan con
espanto que mis manos no van directo a la boca, que el
vaso se derrama, que hay un batimiento sin intención.

Me asombra aquella génesis. Puedo jurar que instantes


antes no temblaba. Que nunca antes temblé. Se trata de un
momento fundacional, acaso iniciático.

Los días sucesivos nos mantienen en cautiverio. Al


monstruo y a mí. Piensan que se trata de un mal sueño,
efecto colateral del calor, visión desproporcionada de una
paternidad asustadiza. Pero el temblor amanece conmigo
el día siguiente y el próximo. Todos los demás. Y sigue
aquí, con mueca insolente.

17
[…]

Comienzan exámenes neurológicos.

Posan sobre mi cabeza una corona de cables-espinas.

El médico exige no apretar los dientes, que no me mueva.


Dice que el temblor hace equívocas las líneas en la lengua
de papel que emana de la máquina de encefalogramas.
«No tiembles», repite impaciente. Hago esfuerzos por
controlar lo que en adelante será inaprensible, engendro
que me tuerce, detesta órdenes, amarres, quietud.

18
[…]

Siempre «normal» el resultado de encefalogramas,


radiografías, perfiles sanguíneos, miradas escrutadoras.

Normal.

Es la desgracia.

Se espera un exabrupto, anomalía, un pozo, un fin.

19
[…]

No sé cuándo se fragua la suposición de que el temblor


tiene su instante genealógico en el parto. Alguien
asegurará que el cordón dos veces enrollado en torno a mi
cuello es culpable de que falle el oxígeno y mueran algunas
células cerebrales.

A veces, el cordón se aferra a las extremidades o al cuello


del feto por ser algo más largo de lo habitual o porque hay
más líquido amniótico y en consecuencia más espacio.
Quién podía saber lo que ocurría en el vientre de mi
madre. Eran tiempos sin ecografías, tiempos de milagros.

Hoy es sencillo evitar la «circular del cordón». Se hinca el


dedo entre el cuello y el cordón para deshacerla mientras
el niño sale.

Mi madre no recuerda detalles del parto. Resta


importancia a la serpiente que nos une.

Se sabe: siempre es mejor tener a mano un infractor,


un transgresor, un victimario. Allí el cordón umbilical,
gelatinoso, sanguinolento, helicoidal, sagrado y asesino.

20
[…]

En principio, el temblor aguarda señales y vértigos.

Todo en mí está por venir.

Así un después, latente como la locura, el miedo, la muerte.

21
[…]

Considero suicidarme antes de nacer.


Doy forma a una horca intrauterina.

Los médicos se empeñan en salvaciones. No saben, no


infieren, no admiten destino. Tampoco se les ocurre
practicar la onfalomancia, ciencia que por milenios
permitió adivinar el futuro a través del cordón umbilical.
Quizá si una partera japonesa, mexicana o de Transilvania
auscultase mi cordón, sabría que el temblor es inminente.
El cordón me asfixia, me hace violácea. Perfila un futuro
—dicen— en el que tenderé a crear situaciones que
amenazan la vida. Seré muy susceptible a la sensación
de asfixia. Me sentiré estrangulada en las relaciones.
Cualquier embrollo me producirá pánico.

Mi cordón tiene voz, no la escuchan.


Sus nudos guardan secretos que serán incinerados.

He allí la equivocación primigenia.

22
[…]

No deseo nacer. Un sensei me somete a una terapia


de regresión y me conduce hasta el momento de mi
alumbramiento. Pone sobre mi cabeza cojines que simulan
el cuello uterino. Me niego a salir. Me dice: «Ven al mundo,
aquí te esperan». Me aferro a esos cojines inmundos. Lloro.
No quiero desprenderme de la tibia certeza de mi madre,
de su silencio, su oscuridad. No quiero enfrentar lo que
vendrá: mi madre, su silencio, su oscuridad.

23
[…]

Me llevan a la capital para ser examinada por una


importante pediatra, la primera mujer que obtuvo el título
de Ciencias Médicas en Venezuela.
Lya Imber de Coronil es amiga de mi abuela, o quizá hija
de una amiga de mi abuela. Estoy en el Hospital Infantil
J.M. de los Ríos, en una sala de espera aireada, azul. Dice
que estoy sana. Contempla mi temblor, lo ataja, le da alas.
Repite que estoy sana.

Así comienzan viajes a través del temblor.


Travesías para vencerme.

24
[…]

Tengo doce años. Viajo con mi padre. Es preciso hallar los


repliegues del temblor. Me hospitalizan en la Universidad
de California. Me arrojan toda la tarde a una sala para que
haga manualidades junto a niños con cáncer. No quiero
comer. Mi padre me rapta, me lleva al restaurante del
centro médico. Duermo sola junto a una cama vacía. Al día
siguiente, mi padre regresa; estoy ya conectada a tubos por
los que entra y sale sangre. Son exámenes de hormonas de
crecimiento. Además, soy pequeña. Tampoco esa tragedia
arroja respuestas. Seguiré siendo pequeña. Seguiré
temblando.
El resto del viaje es bondadoso, surcamos enrevesadas
autopistas, vamos a parques de cine, a San Francisco y sus
jardines japoneses. A los riscos y a la mar.

25
[…]

Tengo trece años. Mi padre me lleva a un neurólogo en


el Mont Sinai Hospital de Miami. Me inyectan yodo, me
encierran en un tomógrafo computarizado. Siguen tras
la pista del temblor. Los ruidos del tecnológico féretro
–recién inventado– me hacen temblar aún más. También
hay un médico que me pide que detenga el movimiento.
Dice que la máquina no capta los escalones de mi cerebro.
De nuevo tiemblo. Como antes y más.

El examen arroja incógnitas, promesas de que quizá, más


adelante, un día, la pubertad y los años me aplacarán.
Eso no ocurrió. Para compensar el martirio recorro con
mi padre la ciudad lluviosa, vamos a centros comerciales,
compramos ropajes para luego estrenar.

26
[…]

Hay otros viajes a Caracas. Para un tratamiento con


un quiropráctico holandés. Se espera que enderece mi
columna y espante el temblor.
Las citas son tempraneras. Sus manos enormes repasan
mi cuerpo en un instante. Me obliga a tomar en ayunas
agar-agar, gelatina proveniente de algas marinas del sur
de África que, puestas en remojo, duplican su espesor y
mis arcadas.
Cumplido el tratamiento, la tarde deviene parques,
comidas, memoriosas horas con los abuelos paternos.

27
[…]

Tienen parecido a tantas cosas mis manos:


a una palmera,
un cuervo,
un tizón,
leguas marinas,
un alud,
un tren,
una mazorca,
un súbito desamparo.

28
[…]

Por el temblor he conocido la ceguera,


la mudez,
la sordera,
la anosmia.

Mi pacto con la templanza me limita a la piel,


a tactos impuros, escurridizos.

29
[…]

No quiero ir al colegio. Tengo seis años. Los niños se


burlan de mis dientes amarillos, pero sobre todo de mi
temblor. Dicen cosas espantosas, me bajan las bragas, me
encierran en el armario.
Una mañana anuncio a mi padre que no voy al colegio.
No intenta convencerme. Nos asomaremos a nuestro
nuevo apartamento, aún en obras. Subimos seis pisos por
escaleras a oscuras. Huele a cemento y pintura.
Nuestra casa será inmensa, luminosa, con una habitación y
un baño para mí.

Luego mi padre me conduce dócilmente al colegio.


Ya nada importa.

Hay un lugar donde esconderme, temblar a mi anchas y


un día comenzar a escribir.

30
[…]

Relámpago que no acribilla.


Sordina inquieta, incomprendida.

Por soledad suprema, me escondo.

No hay ruinas que reparar.

31
[…]

También ocurren idas a barrios lejanos, de los que


es difícil volver.

Vemos a un yerbatero camino a la frontera. Lo esperan


tullidos, leprosos, ancianos, señoras tristes.

Vemos a un chino que llena mi espalda con agujas y ventosas.

Vemos a un médico naturista que me prohíbe comer tomate.

Vemos a un hombre que mide mi energía con extraños


aparatos giratorios. Dicen que estoy sobrecargada, que es
la razón del temblor.

Viajes.
Tantos pequeños viajes.

32
[…]

Durante un ancho tiempo no hay más expediciones a


mi averno. Algo en mis padres se vacía. No escucho sus
conversaciones nocturnas. Quizá lloran, se lamentan,
se culpan.

33
[…]

La desesperación de una madre no admite llegadero.


Vamos a ver a una médium parlante. Una bruja. Detesta
que le digan bruja. Como remuneración exige una rosa
roja.
La primera cita sucede una tarde temprano. Esperamos
horas para ser atendidas. La mujer con turbante nos hace
recorrer la sala, el comedor y llegar al fondo de la casa, un
patio techado en el que aguarda su sala de sesiones.
Pasa sus manos por todo mi cuerpo, sin tocarlo. Dice que
en otra vida fui una niña pianista, que morí trágicamente
en los días en que nacía a esta otra vida. Mi madre no
dejará de hablar por mucho tiempo de ello, presa de una
sensación de maleficio.
Me da como tarea dormir junto a un vaso de agua cubierto
con un plato, en la mañana debo beberlo, rezar, rogar.
Desde entonces bebo agua al despertar.

La segunda vez vamos a la casa verde de la avenida diez


para una sesión espiritista. Tras el mismo recorrido por
la casa, llegamos a un salón sin ventanas, con sillas que
rápidamente son ocupadas por desconocidos. Me siento
junto a mi madre, en un costado. Hablan, rezan, fuman.
De pronto, aquella mujer enorme, cubana supe después,
comienza a hablar como hombre. Al mismo tiempo los
monos encerrados en las jaulas del patio dan alaridos.
Jalo a mi madre por el vestido de flores y llorando, muy
asustada, ruego que nos vayamos. Nos vamos.

34
[…]

Ya adulta quiero desarroparme de la casa verde. Los


hermanos Socorro, no demasiado dispuestos a buscar
leedoras de cartas, en su irrestricto afecto, me llevan.
Una tarde nos detenemos frente a la reja, ella sale y dice
que no nos atenderá. Volvemos, pero no recuerdo si
entramos, si nos leyó las cartas. Por momentos creo que
sí, pero que nada dijo. Esa visita, a la puerta, al cuarto
luego –si es verdad que se produjo, Marco dice que no,
Milagros que sí– al menos sirvió para arrancarme aquella
desazón a la que a veces vuelvo, preguntándome por qué
los monos exaltados tan salvajemente, por qué la bruja me
arrimó a una pianista muerta, por qué mi madre, judía y
universitaria, terminó buscando muertos ajenos.

35
[…]

Antes de creer que en otra vida fui pianista, toco el


piano. Se sabe que no seré ejecutante, que no tengo oído,
que mis manos se desplazan rocosas por el teclado. Mis
padres creen que dos clases por semana son calistenia
fortificadora.
A los seis años llego a una profesora venida de Marruecos,
medio loca. Vive en un edificio de aterradores pasillos. Un
empleado de mis padres me lleva, me deja y luego pasa
a buscarme. Su casa siempre huele a torta de miel. Dejo
las clases cuando mi madre comprueba que realmente
tiene problemas, quizás parecidos a los míos. Mientras
me ejercito en tontas piezas infantiles, ella gira la cabeza
descontroladamente, hace muecas, habla sola.

Más tarde soy alumna de una cubana encantadora. Si hubiese


tenido algún talento musical, ella lo habría extraído. Pero
sabe que sus clases son mera descarga de una conciencia
terapéutica. Con ella aprendo piezas serias, nos reúne en
grupo los viernes para hacernos oír ópera y zarzuelas. Pero lo
que adoro de sus clases es el final. Justo al lado de su edificio
se fríen los mejores tequeños de la ciudad.

El último intento por obligarme a tocar piano sucede


en casa. Ya entonces me han comprado mi propio
instrumento. Lo veo con admiración, sintiéndome
poseedora de un tesoro que me sería inútil en la vida.
Lo conservaré por pura nostalgia, para jactarme de un
pasado de embustes musicales. Lo venderé por pura rabia,
intentando alejarme de sus mortificaciones.

36
[…]

Son los postreros tiempos de mi ingenua carrera musical.

Cada viernes paso largo rato de puntillas en el balcón,


rezando para que el maestro polaco no llegue, para no ver
estacionarse su pequeño auto dorado. Pero siempre llega.
Me hace cortar las primeras uñas rojas, me golpea con un
lápiz en los dedos para que los estire. Logra que toque
La donna è mobile, partitura que aún podría leer si me lo
propusiese.
No sé cómo consigo que el polaco desaparezca. Tanto lo
deseé que murió o se fue con la orquesta o se lo tragó la
tierra. No volvió.

De cuando en cuando complazco a mis padres ejercitándome.


Saben que aquello es un desastre y que me perturba, pero
es, de nuevo, la búsqueda de fortaleza para unos músculos
que nada exigen.

37
[…]

Describir el temblor.
Otorgarle nombres propios.
Hacerme un código para diferenciarlo
de un dolor de cabeza,
de un orgasmo.
Hacerlo difícil.
Es escandaloso, pero no duele,
no se escucha,
no hace eco en otra parte de mi cuerpo.
Es involuntario. Animal. Un asco.

Movimiento mínimo.
Pulsión traidora.
Traición.

38
Ocasión de mudanza
[…]

Dígitos,
palma,
dorso.
[Eso es una mano]

Amasijo de
huesos,
músculos,
venas,
arterias,
nervios,
piel,
uñas,
manchas,
arrugas,
cicatrices.
[Eso es una mano]

Complejidad anatómica,
locomotora y neurológica.
[Eso es una mano]

Extremo / apéndice
de cuanto somos.
[Eso es también una mano]

Dos músculos extensores y tres flexores: la muñeca.


Cinco músculos extensores y dos flexores:
los dedos de una mano.

Veintisiete huesos mueven o impiden arrebatos:


ocho huesos del carpo en la parte inferior de la palma,

40
cinco huesos del metacarpo en medio de la mano,
cinco falanges proximales en las bases de los dedos,
cinco falanges distales en la punta de los dedos y pulgar
y cuatro falanges intermedias.

Se habla de un bienestar motor de la mano


como gran damnificado de la vida moderna,
incoherente con nuestro pasado evolutivo del movimiento.
Se dice de un potencial que cuidar, alimentar, agradecer.

Todo movimiento es artificioso.

Temblar es empeoramiento,
moverse sin destino.

41
[…]

Para abolir el temblor habría que borrar mis manos, mis


brazos, un fragmento de mis hombros. Escribir es lo de
menos. Me arrimaría a una estirpe de mancos célebres:
Miguel de Cervantes, Ramón del Valle Inclán, Blaise
Cendrars, Mario Bellatin.

Tendría razón San Marcos: «Si tu mano es para ti ocasión


de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida
manco que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego
inextinguible» [Mc 9:43].

42
[…]

Si me quitasen las manos,


podrían darme unas que no temblasen.
Manos ajenas que omitan historias.
Que no tiemblen.

Manos feas, deformes, no amadas.


Que no tiemblen.

43
[…]

El primer intento de trasplante de manos se hizo en


Ecuador en 1964, pero falló por falta de medicamentos
adecuados. Mucho más tarde, el 23 de septiembre de 1998,
se hacía en Lyon, Francia, el primer trasplante exitoso. Lo
recibió Clint Hallam, un neozelandés de cincuenta años
que había perdido la mano derecha en 1984 al manipular
una sierra mecánica en la prisión australiana donde
cumplía una condena de dos años y medio por fraude con
combustible.
En una cirugía que tomó trece horas –con el afán de ocho
médicos de Francia, Gran Bretaña, Italia y Australia– le
trasplantaron la extremidad de un hombre de cuarenta y
un años, cerebralmente muerto.

Lo que pudo ser un día afortunado terminó en tragedia.

Poseedor de quince huellas dactilares, mientras se


recuperaba de la cirugía, Hallam fue procesado por estafa,
y puesto bajo vigilancia judicial por llevar consigo a
Estados Unidos varios millones de francos de los fondos
de la European Limb Transplant Association, destinados
a ayudar a futuros trasplantados. Además, utilizó
fraudulentamente la tarjeta de crédito de su socio y amigo
Thierry de Cottignies, fundador de una asociación que
agrupaba en Francia a los trasplantados de hígado.
El célebre trasplantado no siguió al pie de la letra
el tratamiento inmunosupresor, por lo que algunos
reportes señalaron que su cuerpo rechazó el órgano
en dos oportunidades, aunque esto ha sido negado por
varios médicos y se habla de un rechazo psicológico y no
realmente fisiológico. Hallam decía que los medicamentos
le provocaban desagradables efectos secundarios.
«Hallam confesó que, durante los años que estuvo manco,
44
tenía la obsesión de que se le trasplantara una mano. Y lo
consiguió. Pero la nueva mano era más larga y ancha que
la otra. Lo hacía sentirse extraño y usaba un guante de
cuero para ocultarla […]. Al principio el paciente estaba
feliz con su nueva mano. Movía los dedos, agarraba un
vaso y escribía con un esfero grueso. “Puedo abotonar
mi camisa y lavarme, pero, sobre todo, puedo coger las
manos de mis dos hijos simultáneamente”», reseñó Juanita
Samper Ospina en el diario El Tiempo en 2001, cuando
Hallam volvió a ser manco por decisión propia tras una
operación que tomó apenas hora y media a uno solo de los
médicos que había hecho el paradigmático trasplante.
«Mi cuerpo y mi mente están hartos de esta mano y
ahora soy yo quien la rechaza», dijo el paciente antes de la
polémica amputación.

El caso de Hallam llevó a investigadores a discutir acerca


de obstáculos de orden moral y cultural implícitos en la
adquisición de un órgano como la mano –visible, como
no lo son riñones o hígado– íntimamente vinculada a la
identidad y personalidad.

¿Dónde estará hoy Hallam con su única mano? ¿Se


arrepintió alguna vez de contradecir al destino, a Dios, a
lo que sea que le obsequió la milagrosa ajenidad? Aquella
mano muerta, ¿le recordaría sus fechorías? ¿Qué le dirá su
muñón en las noches invernales?

El 25 de enero de 1999, Matthew Scott, oriundo de


Absecon, New Jersey, recibió el primer trasplante de
mano en los Estados Unidos. El procedimiento se hizo
en el Jewish Hospital en Louisville, Kentucky. Dado el
desastroso caso de Hallam, la historia de la medicina
tiende a considerar este como el primer trasplante de
manos verdaderamente logrado.
45
En 2006, la Fundación Pedro Cavadas realizó en la ciudad
de Valencia el primer trasplante bilateral de antebrazos y
manos a una mujer, que a su vez fue el primero en España.
Alba Lucía Carmona, vecina de Castellón, de ciudadanía
colombiana, sufrió la amputación de ambas manos cuando
tenía diecinueve años. Hubo una explosión mientras
realizaba un experimento de química. A los cuarenta y siete
años, volvió a tener manos y vida. Diez días después de la
cirugía, aseguraba a periodistas del diario El País de España
que se encontraba «muy bien y feliz»; que estaba animada
porque había cambiado a una vida «totalmente diferente».
La nota reseñaba que vio «preciosas» sus nuevas manos, que
pensaba en la gente que estaba igual o peor que ella y no
sabía que esto se podía hacer.

En 2008, Alba Lucía fue dada de alta con el 75% de


funcionalidad recuperada y una sensibilidad tal que ya
entonces le permitía labores antes inalcanzables como
coser, lavarse, peinarse o pintarse las uñas.

A comienzos de julio de 2015, se realizó por vez primera


un trasplante bilateral de manos infantiles. Zion Harvey
–de ocho años, nacido en Owings Mills, una comunidad
suburbana de Baltimore, Maryland– debió ser amputado
a causa de una infección generalizada que condujo a su
vez a que su madre le donara un riñón cuando tenía tan
solo cuatro años. La intervención, realizada en el Hospital
Infantil de Filadelfia por un equipo de cuarenta médicos,
duró diez horas. «“Se despertó sonriendo’’, dijo el doctor
L. Scott Levin, quien dirige el programa de trasplante de
manos», contaba un despacho de la agencia noticiosa AP.

Tras una amputación de manos, en apenas días, las


neuronas obligan a otras zonas del cuerpo a aumentar
su sensibilidad para sustituir el órgano ausente. Esas
46
mismas neuronas se supone vuelven a su acción original,
devolviendo el sentido del tacto. Todo tras un proceso
de recuperación, rehabilitación y aceptación del órgano
mudado. Puede tomar meses. Años.

47
[…]

Hay en la literatura y el cine manos amputadas,


recolocadas, con vida propia. La novela del francés
Maurice Renard, Las manos de Orlac [Les mains d’Orlac,
1921], da cuenta de un pianista que sufre un grave
accidente de tren y al que le son trasplantadas las manos
de un asesino condenado a muerte. Las nuevas manos
conservan el instinto predador y recaen en su viejo oficio.
El libro se convirtió en 1924 en una joya del cine
expresionista, bajo la dirección de Robert Wiene –autor
de El gabinete del doctor Caligari– y con Conrad Veidt como
protagonista. Luego vendrían versiones no menos célebres,
como Mad Love [Estados Unidos, 1935], dirigida por Karl
Freund, con actuación de Colin Clive, Frances Drake y Peter
Lorre; y The Hands of Orlac [Gran Bretaña, Francia, 1960], con
dirección de Edmond T. Gréville y la protagonización de Mel
Ferrer y Christopher Lee.

«Ah! ses mains, ses belles mains blanches, fines, souples,


si prestes et si nerveuses, ses mains virtuoses, les deux fées
danseuses du clavier, dispensatrices de joie, de gloire et
d’abondance!… Ah! s’il doit rester mutilé, plutôt que frappé de
la sorte, ne vaudrait-il pas mieux, cent fois, qu’il soit aveugle
comme tant de musiciens! qu’il soit sourd, au besoin, comme
Beethoven ou Smetana!… Mais ses mains! Non, non, pas cela!
Il en mourrait! Il ne faut pas!» [Maurice Renard].

48
[…]

En el pasaporte de Venetiana Taubner-Calderon hay una


raya sobre el ítem que señala «signos particulares». Todo
apunta a que ahí debió quedar reseñada la ausencia de
una mano. Nadie habló de ello. Su marido, el filósofo Elias
Canetti, lo ocultó en sus escritos, impuso pactos de silencio
a sus amistades y llegó a romper con algunas de ellas por
leves indiscreciones sobre el tema. Veza y el marido Nobel
construyeron una ficción en torno a aquella mano. Se dice
que Elias Canetti fue culpable de su pérdida.
Pese a todo, Veza Canetti fue escritora. Algunos de sus
libros y cartas consiguieron salvarse de la indiferencia o
sadismo del célebre consorte. Lograron sortear sus propios
embates, publicándose tan solo hacia finales del siglo XX.

Sin la mano que nadie pudo corroborar como ausencia,


Veza Canetti escribió. Con una única mano parece haberse
suicidado.

49
[…]

El cadáver del expresidente argentino Juan Domingo Perón


fue profanado en junio de 1987. Con una sierra eléctrica
le amputaron las manos: los cortes fueron precisos, pero
desparejos. Ocho placas y nueve milímetros de espesor
tenía el vidrio que protegía al cuerpo embalsamado, que
en 2006 fue trasladado del cementerio de la Chacarita
hasta la quinta de San Vicente, donde el general y Eva
Perón vacacionaron durante dos veranos en los años
cincuenta.
Gustavo Carabajal y Ricardo Larrondo escribían en el
diario La Nación, a los veintiocho años del robo de las
manos casi olvidadas: «Según el informe forense, la mano
derecha fue cortada a la altura de la muñeca y la otra se
cortó por encima de esa articulación, donde el hueso es
más blando. La presencia de aserrín cadavérico que no
había impregnado el faldón del uniforme del general
indicaba que los cortes habían sido recientes, no más de
una semana antes del descubrimiento».
Con las manos de Perón desaparecieron la gorra, la
bandera y el sable que cubrían el ataúd oval. También un
poema manuscrito que había dejado su viuda, María Estela
Martínez de Perón. El poema fue enviado en tres trozos
a distintas personalidades, para exigir por las manos un
rescate millonario.

50
[…]

Algunos pacientes optan por manos metálicas o robóticas,


sin historia, sin virtudes. No llegan a la centena los casos
de trasplantes de manos.

La historia de las prótesis arranca lejos, en el antebrazo


de una momia del año 2000 a.C. Cuentan también que el
recorrido continúa con el general romano Marcus Sergius
en la segunda guerra púnica [218-201 a.C.], cuando perdió
su mano derecha y se mandó a construir una de metal.
Luego, en 1501, Götz von Berlichingen ordenó ensamblar
una mano de hierro con la que sujetar su espada: aunque
muy pesada, una muñeca y dedos que podían ser
flexionados y extendidos con ayuda. En adelante vendrían
centenares de intentos, pasando por el primer brazo
artificial móvil, construido en el siglo XVI por un cerrajero
bajo encargo del médico militar francés Ambroise Paré, así
como una prótesis de miembro superior para conseguir
la flexoextensión del codo creada por el escultor holandés
Van Petersen en 1844. Tanto y todo hasta llegar en 1946
a sistemas de propulsión asistida, que dieron origen a
prótesis neumáticas, eléctricas y electrónicas.
Nuevas investigacions apuntan hacia prótesis robóticas,
neuroprótesis sensibles al tacto, que transmitan
información sensorial y de precisos movimientos a través
de una interfaz biomimética instalada en el cerebro.

¿Temblarán manos robóticas ante un hachazo de asombro?


Si me pusieran unas, ¿temblarían como propias?

51
[…]

Leo a Mario Bellatin, escritor mexicano. Me gusta su grafía


ectópica. Me gusta, sobre todo, que desde el nacimiento le
falta parte del brazo derecho. Usaba una prótesis, un día
la arrojó al río Ganges: «En cierto momento advertí que
lo que me hacía falta era la artificialidad que había estado
presente en mi cuerpo durante todos los años, casi todos
los de mi vida, en que porté una prótesis. Yo no quería
volver al mundo de la ortopedia, de donde salieron todos
los adminículos que había utilizado, porque en ese ámbito
en lugar de resaltar lo artificial se busca esconderlo»,
escribió Bellatin en la Revista Soho.
Optó el autor por brazos de artistas, varios, que
intercambia a su antojo: «Fue curioso comprobar que el
efecto curativo del arte –en el que tanto creo– se hiciera
presente en mí de esa manera. Ahora los utilizo de
manera esporádica. La última vez llevé uno en forma de
pene para ir de juerga con Marilyn Manson», dijo en una
entrevista.

52
[…]

Dos mujeres –una de aproximadamente treinta años, otra


de cuarenta– fueron descuartizadas. Sus cuerpos hallados
en Tultitlán, en las faldas de la sierra de Guadalupe,
México.
No seguí las pesquisas policiales, no sé si apareció un
culpable.
La prensa informó que el crimen habría ocurrido la
madrugada del 30 de octubre de 2012.

Los cuerpos estaban en tres bolsas.


Faltaba la cabeza de una mujer.
Faltaban los cuatro pies.
Faltaban dos manos.

53
[…]

Los restos de Santa Teresa de Jesús –o Teresa de Ávila–


fueron exhumados nueve meses después de su muerte
en Alba de Tormes. El cuerpo, aunque olía mal, estaba
incorrupto y flexible.
La mano izquierda de la mística y escritora fue «tomada»
por el superior del Carmelo del Ávila, el padre Jerónimo
Gracián, quien entregó la reliquia a las monjas carmelitas
descalzas de Ávila –se quedó con el dedo meñique para
proteger su propia salud– y luego a las carmelitas del
convento de San Alberto de Lisboa.
Joseph Pérez sostiene en su libro Teresa de Ávila y la España
de su tiempo que «hay reliquias de Santa Teresa –dedos,
jirones de carne– en los más diversos lugares de España y
de la Cristiandad».
En el siglo XIX, una vez suprimida la comunidad de San
Alberto, la mano de Santa Teresa pasó al Patriarcado, que
a su vez la entregó al nuevo convento de carmelitas de
Olivais, en Portugal.
En 1910, la revolución portuguesa arrojó a las monjas,
quienes junto a la mano bendita encontraron refugio
en España en el convento de Ronda. Tras el estallido de
la Guerra Civil Española en 1936, grupos anticlericales
asaltaron el convento; las monjas pudieron salvarse
y la reliquia fue llevada a Málaga por las autoridades
provinciales.
La mano pasó a ser posesión del general Francisco Franco,
conservada con devoción en la capilla de su residencia
en el Palacio Real de El Pardo. Después de la muerte del
caudillo, la mano de Santa Teresa de Jesús pudo finalmente
reposar en la iglesia de la Merced de Ronda, provincia de
Málaga.

54
Fue Santa Teresa de Jesús escritora, patrona de los
escritores españoles. Y temblaba.

Temblaba la santa.
Temblaba cuando escribía. Su caligrafía lo delata. Se cree
que temblaba a causa de arrebatos místicos, o quizás por
una epilepsia extática, como la que sufrió Dostoievski. Se
dice que lo suyo era «perlesía», un temblor de reposo que
se agrava con el cansancio y otras contrariedades vitales,
propio de la enfermedad de Parkinson.

Temblaba. La santa temblaba.


Los escritores rezan a una santa que temblaba.

Ella misma menciona en una carta del 28 de febrero de


1577 que escribía poco porque sentía luego un «gran
daño». Mencionaba en otro texto un «temblor recio» en la
cabeza y en el brazo. Temblor que la batía como brisa recia
a un cañaveral.

[Gran daño. Otro precioso título.


Temblar ha sido un gran daño].

55
[…]

Muchos escritores tiemblan. Por males naturales o


adquiridos. Por alcoholismo.
La firma de William Shakespeare es relampaguenate,
dicen que como vestigio de tratamientos contra la sífilis.
Imre Kertész pronunció el discurso de aceptación del
Premio Nobel en 2002 temblando tanto que la prensa no
pudo evitar reseñarlo. Murió con Parkinson.
Eugene O’Neil también sufrió Parkinson. No pudo escribir
durante sus últimos diez años de vida.

Hay más. Habrá más.

56
[…]

El 14 de septiembre de 1967 Clarice Lispector fumaba.


Fumaba y se quedó dormida.

El incendio la despertó. Trató de salvar lo escrito. Su mano


derecha y sus piernas sufrieron severas quemaduras que
requirieron tres meses de hospitalización y varias cirugías.
Casi amputan esa mano escribiente, esa «garra ennegrecida».
Así, quemada, siguió escribiendo.
De la mano difícil contó Olga Borelli, secretaria y
amiga: «Al trabajar, ágil y delicada, parecía procurar
suplir las deficiencias de la otra, dura, con movimientos
descontrolados, los dedos quemados, retorcidos, con
profundas cicatrices».

¿Temblaba?

En una entrevista de 1976 Lispector contaría: «Hace poco


un periodista uruguayo vino a entrevistarme. Además, fue
muy franco. Vio mis retratos y me dijo: “¡Era usted muy
bonita!... ¡Todavía es bonita, pero no tanto!”. Yo dije: “Pero
el tiempo pasa, ¿no?”. Él entonces me dijo: “Al principio
usted no era simpática, parecía muy cerrada y desconfiada,
sólo después se vuelve simpática”. Pero al menos una cosa
sí me la reconoció: “¡Qué pena su mano quemada, porque
tiene usted unas manos tan bonitas!...”».

[Tuve bonitas manos. Alguna vez pensé que si no


temblasen, serían fotografiables. Ya no. Están mapeadas
por venas y precariedades. Y tiemblan].

57
[…]

Las anomalías suponen aficiones, pasiones.


¿Quiero ser destrozada para dejar de temblar?

Preguntas inadmisibles.
Leo definiciones para no escrutarme.

Abasiofilia: Atracción por las personas con movilidad


reducida.

Acrotomofilia: Atracción por los miembros amputados.


Los acrotomofílicos utilizan el término «devoto» para
autodenominarse.

Apotemnofilia: Excitación por la idea de ser amputado.

Desorden de identidad de la integridad corporal (BIID,


sigla de Body Integrity Identity Disorder): Enfermedad
psiquiátrica que provoca en el individuo afectado un
irresistible deseo por amputarse una o más extremidades
sanas del cuerpo.

Quirofobia: Miedo a las manos. Se define como un


persistente, anormal e injustificado miedo a las manos.
También se conoce como chirofobia.

Sinistrofobia: Miedo a la izquierda, a las cosas ubicadas


a la izquierda, a coger cosas con la mano izquierda o bien a
los zurdos.

Tremofobia: Miedo a los terremotos y temblores. Este


sentimiento, que en cualquier persona es natural, los
fóbicos lo experimentan en un grado extremo.

58
[…]

Suculento es un adjetivo que implica «jugoso, sustancioso,


exquisito» (DLE). Pero resulta que en traumatología se
hablaba de «manos suculentas» para indicar un mayor
flujo sanguíneo a zonas inflamadas, en las que puede
haber adenomegalias epitrocleares, axilares y cervicales.
Son manos artríticas, atrofiadas, a disgusto con la
estética y los placeres. El mal suele conocerse también
como «manos en paleta», término igual y morbosamente
asociado a la cocina.
Fernando del Paso, en su Palinuro de México, lo menciona:
«Como resultado, uno tiene manos de predicador con la
muñeca doblada en ángulo recto hacia el antebrazo; el otro
manos suculentas con los dedos adheridos entre sí, y el
tercero, manos de pinzas de escorpión».

Me quedo con verdaderas manos suculentas, que


confeccionan manjares, que llevan a la boca trozos de
felicidad, que acarician tan honradamente que escarban
el alma y extraen de ella vocablos relamibles, obsequiables,
dispuestos al gemido, la ilusión, el temblor.

59
[…]

«Cuando observo mi mano,


cosa ajena conmigo emparentada,
no me hallo en tierra alguna;
no estoy en ningún aquí y ahora,
a ningún qué quedo fijada.

Siento entonces como si debiera desdeñar el mundo.

Ya puede el tiempo pasar tranquilo,


que más signos no han de suceder.

Observo mi mano,
inhóspita y cercanamente emparentada conmigo,
y, con todo, otra cosa.
¿Es ella más que yo?
¿Tiene más alto sentido?»

Hannah Arendt
Invierno 1924/25

60
[…]

Asomada a estas cuartillas, me pregunto por qué abundar


en historias de amputaciones o sañas.
¿Se aspira a lo escrito?

El temblor es lo que detesto.


El temblor es lo que me argumenta.

Si me amputaran las manos, si me trasplantaran dos bellas


manos, ¿temblaría?

No dudo: manos nuevas buscarían el viejo temblor.


Temblarían.

61
Demoras
[…]

Dormida no tiemblo. Bajo el agua no tiemblo. Jamás se


baten mis manos frente el volante, al empujar una puerta,
al encender luz. No tiemblo en el instante en que abro los
ojos, cuando me arrojo a la arena.

Puedo ser quietud.


No siempre tiemblo. Aunque venga de temblar.

64
[…]

Primera práctica de laboratorio en el colegio de monjas.


Soy nueva. Estoy en cuarto año de bachillerato. Tengo
quince años. La religiosa que enseña Biología pide que
vaya al estante por los tubos de ensayo. Quiero negarme.
Quiero pedir ayuda. No lo hago. Tiemblo. Ocho tubos de
vidrio caen al suelo y estallan. Las compañeras de clase me
miran. No sé si ríen. Quiero pulverizarme. Me regañan.
Prometo que no volverá a ocurrir.

Así los cercos.

65
[…]

Mi caligrafía es una trama de garabatos que se aferran a


la infancia. Jamás cambiarán. Es fea, zigzagueante, ajena
a márgenes. Indescifrable.
En la escuela primaria me torturan con docenas de planas.
Creen que puedo llegar a tener la caligrafía que impone
el Método Palmer, angostada entre las mínimas rayas del
cuaderno.
Demoro inmensas horas en una retahíla que otros
consiguen en minutos. Por ello me impiden salir a recreos.
Raras veces consigo terminar los exámenes. Ruego
minutos. Quiero tener otra mano, una extensión que
consiga dar tinta a todo lo que aprendo y pienso.
Escribir a mano es tortura. Duele.

Escribir me rompe. A veces sangro. Cuando la piel logra


cicatrizar, vuelve a abrirse. Vivo en la herida.
Un día nacen callos. Me socorren con su exceso engrosado,
endurecido y deforme. Tengo un callo en el dedo medio,
otro en el meñique. El primero a causa del roce del
bolígrafo o el lápiz. El otro por la excesiva fricción contra
el cuaderno. Son feos, terminan manchados, agrietados.
Durezas mías.

Antes de los diez años escribo perfectamente en una


máquina eléctrica. Primero en una Olivetti de la óptica de
mis padres. Luego en otra que es mía y ocupa el centro
del escritorio en la habitación propia. Así me hago escritora.
Tipeo trabajos para la escuela y poemas. Resúmenes
de Historia e historias sobre el amor que no llega. Así
me hago llanto.

La máquina de escribir es la prótesis anhelada. Los


maestros no lo comprenden. Preguntan a mis padres quién
66
escribe por mí. Las explicaciones no bastan. Insisten en una
escritura manual.

Un día se permiten trabajos escolares tecleados. Los


compañeros que por años me acosaron quieren ser amigos.
Se disputan conformar grupos de estudio conmigo. Soy la
única que teclea. La única que posee una máquina mágica.
Termino escribiendo en soledad, haciendo tareas de otros,
ofrendando mi pequeño don.

Tengo trece años. Estoy en tercer año de bachillerato. Es


obligatorio tomar apuntes con bolígrafo. La tinta azul es
el enemigo. El temblor me hace sudar, el sudor deja una
estela en el cuaderno, la estela genera regaños, repeticiones,
frustraciones. Soy Sísifo en una cuesta de líneas
borroneadas, que gotean.

Cuando creo que se ha volcado al olvido, los fantasmas


se descalzan, exigen, ajustician. En mi primer año de
universidad, una profesora impide que exima su materia y
me obliga a una prueba final. Dice que alguien como yo,
con tantas dificultades de comunicación, no puede aprobar
una materia que se llama precisamente Comunicación
y Lenguaje. Repito y consigo una calificación baja,
mediocre, ajena.

Luego, mucho después, culminando el Doctorado en


Ciencias Sociales, repruebo el examen de suficiencia en
lengua inglesa. Ni siquiera lo leen. Debo llevar una orden
médica que obliga a la Escuela de Idiomas Modernos
a permitirme redactar la cuartilla exigida en una
computadora portátil e imprimirla en el propio salón de
clases. Mis compañeros de examen, todos adultos, creen
estar en presencia de una criatura poderosa y humillada.
Finalmente apruebo, me gradúo, no intento rencor.
67
Los docentes no son los únicos que desuellan mi feo
escribir. Todo trámite burocrático es bofetada: el expendio
de cédula de identidad y pasaporte, operaciones bancarias,
planillas de emigración o inmigración, recibos.

Mi firma es la identidad del temblor. Se trata de una firma


sospechosa, que criminaliza.

68
[…]

Nos hemos desacostumbrado a elegir aquello que no nos


está permitido elegir. El cuerpo con todos sus males. El
paisaje. El lar natal. Tanto.

La irreversibilidad es un pantano para el que no hemos


sido educados.
Elegir lo que ya nos ha elegido.
Elegir aquello con lo que convivimos. A gusto o no.

El temblor se autoelige desde que tomo el cepillo de


dientes antes del amanecer. Le digo: «Buenos días,
tristeza». Responde. Siempre responde. Sus magnitudes
varían. A veces me hago daño. El cepillo se clava en mis
encías, temo romper un canino.
No estamos exentos de discusiones. Incluso hemos llegado
a palabras soeces. Pero siempre nos reconciliamos.

Si renegara del temblor, me desprendería de mí.


Si negara el temblor, llevaría a cuestas un demonio.
Por eso lo reconozco, lo domestico en el aullido.

Obedezco. Escribo.

69
[…]

Oficiantes del pulso.


Me pregunto si se detienen a pensar
en el beneficio de no temblar
cirujanos,
relojeros,
ingenieros nucleares,
dentistas,
dibujantes,
costureras,
manipuladores de explosivos.

Nunca quise ser astronauta, porque tiemblo.


No imaginé ser florista, porque tiemblo.
No soñé ser genetista, porque tiemblo.

Pude haber evitado otras maniobras de la yertitud, como la


maternidad, la cocina, la poesía.

La vida es ya una tarea de precisión. Por eso no se me da


atrapar libélulas, freír huevos de codorniz, agujerear el
cemento para que brote una vieja lava.

70
[…]

Raramente preguntan los amigos. Saben, auxilian.


El temblor es la intimidad expuesta. Aquello que el
entramado social ha de aceptar. Pero que no acepta. Nunca
falta una mirada, una pregunta.

El temblor es una marca que borra cualquier otro indicio


que de normalidad haya en mí.

Toda discapacidad es paredón.

71
[…]

Antes que Rivotril tomo Haldol en dos ocasiones. Ambas


por períodos breves, yo misma así lo decido.
La primera vez es fracaso. Tengo doce años. Un neurólogo
del hospital Mount Sinai, en Miami, lo recetó aunque está
especificado en casos de esquizofrenia aguda y crónica,
paranoia, alucinaciones hipocondríacas, alteraciones
de la personalidad, manías, demencia, retardo mental,
alcoholismo, personalidad compulsiva, paranoide,
histriónica, agitación, agresividad e impulso errante en
ancianos, alteraciones de conducta y carácter en niños y
movimientos coréicos.
No era yo para el Haldol.

Cuando en 1997 llego a la consulta de mi neurólogo en


Caracas, es Haldol lo que receta. Me advierte del sueño que
vendría. Por eso comienzo a ingerirlo en las vacaciones de
Navidad, en un crucero por las Bahamas.
Un mal día para desembarcos, después del almuerzo,
no soporto el sueño. Voy al camarote, arrastro cobija y
almohada, me instalo en una de las cubiertas a ver la mar.
A ver el imprevisto invierno, a dormitar por horas que
pasaron a ras, con un libro sobre el pecho y apariencia de
turista recatada. Cuando al anochecer volví al camarote,
encontré a mis padres rendidos tras horas buscándome,
supongo que pensando lo peor. Ese mismo día me digo
que el Haldol no es para mí.

Me doy por vencida, aguardo el medicamento que vendría


del porvenir.

72
[…]

Vuelvo al neurólogo en 2010, en busca de reductos


farmacológicos. Rivotril es túnel permitido. No hay más.
Por mínimos días dejo de temblar. Son otras mis manos.
La ausencia de temblor es insolente presencia.
Dura poco la epifanía. Aumento la dosis. Dormito por
días. Dormito meses, años. Tomo pastillas adicionales
antes de dictar una conferencia, leer mis poemas en
público. Sigo en el resplandeciente oleaje de una pastilla
color mandarina, lejos del batimiento del mundo.

Son perfectos el sueño, las noches enteras, el mirar


de soslayo la hecatombe del país. Perfecto el desarraigo,
el temblor.

73
[…]

Me he acostumbrado a los desplantes, al desasosiego.


Escribo esto en octubre de 2015. Adquirir Rivotril ya no
resulta humillante. Muchos lo toman para aplacar las
embestidas del país. Para quedarse huyendo.

La escasez es ahora angustia. No podría dejar el


medicamento abruptamente. Recorro farmacias. Diez en
un día. La negativa es la misma en todas. También mis
padres persiguen boticas de provincia. La interrupción me
devolvería a un incordio con el que no sabría coexistir.

Cesar de golpe el clonazepam puede ser tormento. Se habla


de inquietud, ansiedad, insomnio, falta de concentración,
dolor de cabeza y sudores. Se recomienda reducir la dosis
de forma gradual, siempre con instrucciones médicas.
No quiero podar el tratamiento. No sabría.

El clonazepam tiene efectos secundarios asociados:


disartria [dificultad para articular palabras], ataxia
[dificultad en el movimiento], problemas visuales [visión
doble, movimiento involuntario e incontrolable de los
ojos]. También se ha descrito: disminución de la capacidad
de concentración, inquietud, confusión, desorientación;
depresión, que puede ser debida a otra enfermedad
subyacente; excitabilidad, irritabilidad, conducta agresiva,
agitación, nerviosismo, hostilidad, ansiedad, trastornos del
sueño, pesadillas; depresión respiratoria. Más.

Nada es fácil en el temblor.

74
[…]

Ingiero un miligramo diario de Rivotril porque no hay


nada más que disuada el temblor. No por las razones
que argumenta el periodista, escritor y cineasta chileno
Alberto Fuguet en su artículo «¿Qué se siente meterse
Rivotril?», publicado en la revista Soho. ¿O sí?

«Está de moda, es transversal, piola, unplugged, discreta;


te hace ser menos que más, y nadie se da cuenta a no ser
que te quedes dormido frente a ellos. Es digna y te deja
digno: no te hace sudar, gritar, vomitar o decir cosas que
nunca has siquiera pensado. No tiene resaca. Tus ojos no
se ponen rojos. No huele ni te hace oler distinto. Se puede
usar para fiestas, pero en rigor es para que te olvides de
que estás en una fiesta. Es una droga personal, solitaria,
como un iPod. Es para relajarte o para desconectarte.
Para calmarte, para pasar el mal rato, para bajar. No te
ayuda a conectarte y empezar a manosear a otros. El
Rivotril es, más bien, para atajar la ansiedad y para que
no te manosees tú.
»Está en todas partes: la usan ejecutivos y políticos,
dueñas de casas y profesores, editores de revistas y
poetas cesantes; es casi un rito de paso para entrar a la
adultez. Es quizás una de las razones por las que la gente
va al psicólogo, y no hay persona que no se haya separado
que no sienta que quizás la pastilla es más confiable que
su ex. Su uso es tan amplio que, como la cocaína en los
ochenta, la consumen aquellos con demasiados problemas
o aquellos que no tienen ninguno. Es, sin duda, el nuevo
Valium, pero posee menos estigma, es más asexual y
está menos relacionado con la histeria o con actrices de
cine suicidas. De hecho, aún no hay una novela best-seller
o una película sobre adictos al clonazepam porque, al

75
parecer, más que una adicción, el usar Rivotril es una
forma de enfrentar el mundo o, quizás, se toma para que
el mundo no te aplaste».

76
[…]

Quise escribir antes. No pude. Es 5 de septiembre de 2016.


He dejado el Rivotril. Dejé que me dejara. Fue difícil, aún lo
es. Acepté el trasmundo, me dispuse al descalabro. Tarde o
temprano las perversidades del país me devastarían. Preferí
la voluntad, decir «lo dejé, no me lo quitaron». Opté por el
conjuro de una supervivencia a medias.
Disminuí la dosis muy lentamente. Media pastilla en la
noche por cinco días. Media pastilla en el día por cinco
días. Otros cinco días sin la media gragea nocturna y
luego otros cinco días sin la matutina.
Una semana después comenzó el infierno. Sudoración,
mal sabor, hipersensibilidad a estímulos sensoriales,
taquicardia, desmemoria, ansiedad, insomnio. Lo peor han
sido las noches entrecortadas.

Tuve miedo.

Abandonar una benzodiacepina genera un síndrome


de abstinencia como el que viene después de la heroína.
Antes del proceso, leí el Informe Ashton, de Heather Ashton,
profesora emérita de Psicofarmacología Clínica de la
Universidad de Newcastle upon Tyne, Inglaterra.
Todo cuanto dice Ashton es cierto y peor. No quise
sugestionarme, leí, olvidé. Pero cuando volví al documento
entendí que todo lo que me ocurría era tan terrible como
normal. Conviví con una fauna de síntomas físicos y
psicológicos, algunos de los cuales demorarían en disolverse.

El temblor se hizo exceso, pero con los días ha disminuido y


entiendo que jamás dejé de temblar del todo, que la dosis de
Rivotril nunca fue suficiente y sus efectos nefastos.

77
He vuelto al temblor originario. No me gusta, es grotesco,
pesa en la nuca. Pero es mío, volvemos a acompasarnos.
Mi memoria habrá de quedarse con un episodio que sólo
cuando pude verbalizarlo adquirió realidad. Estaba de
pie, frente al espejo; sentí un vahido y me vi en la cámara
de gas de Majdanek. Sabía que se trataba del campo de
concentración cercano a Lublin, porque estuve allí en el
2008. Me vi en la sala con pisos de madera, una luz muy
azul. Encontré fotos en la web: el lugar es exacto a lo que
creí alucinaciones.

El Informe Ashton habla de «recuerdos intrusivos».


Maravillosa definición, bellísimo título para un libro.

Explica Ashton: «De repente, la mente evoca una imagen


muy vívida de alguien en quien estas personas no piensan
o a quien no ven desde hace años. A veces, hasta les parece
ver la cara de la otra persona cuando se miran al espejo.
Parece ser que este recuerdo no se evoca intencionalmente
y puede aparecer reiteradamente, irrumpiendo en la
memoria e invadiendo otros pensamientos. Lo que es muy
interesante en este tipo de recuerdos es que generalmente
surgen al mismo tiempo en que empiezan a aparecer
los sueños vívidos, los cuales pueden aparecer con un
retraso de una o dos semanas con respecto al principio de
la reducción de la dosis. Dado que los estudios recientes
sobre el sueño indican que algunas de sus fases [REMS y
SWS] tienen importancia en las funciones mnemónicas,
es probable que los sueños y estos recuerdos estén
relacionados entre sí. En ambos casos, este fenómeno
puede anunciar el retorno de las funciones mnemónicas a
la normalidad y, si bien sean a veces muy desagradables,
se los puede considerar como un paso hacia adelante en el
camino hacia la recuperación».

78
Aceptar lo malo que viene con lo bueno. Lo escuché en una
película. ¿Es al revés?

El Rivotril era lo bueno, se convirtió en maleficio. La


desintoxicación es lo malo que en algún momento será lo
mejor. Aunque el temblor usurpe.

79
[…]

Es 30 de noviembre de 2016. Hace unos días cumplí


cincuenta años. Me gusta esta edad. Lástima los días
del país, el temblor sin reverencias.

Tiemblo como antes, como cuando me disipaba el


medicamento. Tiemblo como lo hice siempre. Está bien
que así sea. Se supone que nada en cuanto al temblor
será ya peor.

80
Libro segundo
Nombres propios
[…]

De tantos temblores se habla. Clasificados por frecuencia,


amplitud y forma de onda. Se agrupan en rítmicos y
arrítmicos. El cuerpo lo dice.

Hay temblor de reposo, temblor postural, temblor de


movimiento. Hay un temblor de acción, intencional,
específico de una tarea, isométrico.

Comúnmente se clasifica también por su aspecto y origen.

Algunas de sus formas más conocidas incluyen temblor


esencial [explican que el temblor de las manos es
típicamente un temblor de acción], temblor parkinsoniano,
temblor distónico, temblor cerebeloso [lento, de gran
amplitud de las extremidades], temblor psicogénico,
temblor fisiológico, temblor ortostático [algunas veces
puede escucharse con un estetoscopio en los músculos
del muslo].

84
[…]

En las estanterías de la Universidad Complutense de


Madrid reposa la Enciclopedia de Medicina, Cirujía y Farmacia.
Es de 1843. Traducida del latín al castellano, su autor es
Joseph Frank, a saber, «Consejero de Estado del Emperador
de Rusia, Caballero de las Órdenes de Santa Ana y de San
Wladimir, catedrático jubilado de Terapéutica Especial
y de Clínica en la Universidad de Viena, miembro de las
principales academias y sociedades médicas de Europa».
El reluciente galeno señala que el primer frío del invierno
hace temblar a los hombres más sanos, y apunta que entre
las causas del temblor que huye del «imperio de la voluntad»
estarían:
vicios congénitos y orgánicos,
calentura nerviosa,
violencias externas,
cansancio,
la plétora,
la supresión de la menstruación,
el abuso de las bebidas fermentadas del café,
la cantidad insuficiente de alimento,
el frío,
la supresión de la transpiración,
la cólera,
el terror,
el histerismo,
la retención del semen,
el libertinaje,
el onanismo,
la sangría,
la vejez,
las lombrices,
el opio, el tabaco.

85
Explica Frank que los vapores del plomo y del mercurio
producen temblores metálicos, sobre todo en los
trabajadores de las minas, los fabricantes de espejos y los
hacedores de barómetros.

Si bien mi temblor sigue huérfano, se sabe al menos que


el listín del siglo XIX contiene improbables genealogías,
aunque algunas no sean del todo exageraciones. Tiemblo
más cuando bebo café, de frío, de miedo.

¿Temblaré aún más en la vejez?

Quisiera temblar haciendo espejos y barómetros, digna


de una declinación.

86
[…]

Dice Susan Sontag, en La enfermedad y sus metáforas, que


al nacer cada persona posee una «ciudadanía dual, en el
reino de los sanos y en el reino de los enfermos».
Temblar hace que por segundos viva en un reino, luego
en otro.
No es la enfermedad pérdida o exceso, ya lo dijo Oliver
Sacks en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero,
grande en ese género en obra que es el relato clínico: «Hay
siempre una reacción por parte del organismo o individuo
afectado para restaurar, reponer, compensar, y para
preservar su identidad, por muy extraños que puedan ser
los medios».

Temblar pervierte toda idea de enfermedad. «No es nada,


con eso se vive», me escupen señoras, parientes, médicos.
Es cierto. Pero tiemblo. La salud es un paréntesis en el
funambulismo de mis manos.

87
[…]

Desde hace nada el temblor tiene probable nombre


propio. Se supone que se trata de un mal congénito,
alojado en el gen DYT11 del cromosoma 7q21-q22, que
produce una llamada distonía mioclónica que reacciona
al alcohol. Lo digo sin certeza, pues mientras escribo
estas cuartillas no he conseguido hacerme el examen
genético que permitirá comprobarlo. Debo asumir que
la descripción de la patología concuerda exactamente
con aspectos clínicos.

En 1998 llegué al consultorio del neurólogo Roberto


Weiser, especialista en movimientos anormales,
expresidente de la Sociedad Venezolana de Neurología.
Casi con verme, haciéndome caminar, extender los
brazos y observar el temblor, bautizó mi largamente
desahuciado estremecimiento. Me bautizó.
En aquella primera cita lucía eufórico teniendo ante sí un
caso rarísimo, de muy baja incidencia. Me miraba y tocaba
como quien halla a un tesoro. Me condujo al Hospital
Universitario, me conectó a un enjambre de cables. Me
sentó en medio de un salón, rodeada por una veintena
de batas blancas. Era yo fenómeno de circo, El Dorado
tardíamente avistado, prueba de una invisibilidad.
Tuve que anotar el nombre, mi nueva identidad.
Perdí el papelito. Volví, pregunté.

«Una palabra nueva es como una semilla fresca que


se arroja al terreno de la discusión», escribió Ludwig
Wittgenstein.

También desde hace nada, la distonía mioclónica tiene


explicación en Internet. Aparece en libros, congresos,

88
artículos, chats, discusiones de neurólogos. Hay grupos
de apoyo para aquellos a los que el mal inutiliza. Google
asoma en este primer día de noviembre de 2017 que hay
«cerca de 5.500 resultados» en español. Es nada. Lo sé.

Lástima que el temblor –con advocación y ramajes–


sigue espesándose, sin plazos para abandonarme.

89
[Distonía mioclónica]

«Término acuñado por Davidenkow en 1926 y reintroducido


por Obeso y col. en 1983. Es una enfermedad autosómica
dominante en que hay una combinación de distonías y
sacudidas bruscas mioclónicas, que se inicia en la primera o
segunda década de la vida sin otros déficits neurológicos».

Diccionario Extrapiramidal
(Trastornos del movimiento)
Dres. Jaime Court y Carlos Juri
Departamento de Neurología
Escuela de Medicina
Pontificia Universidad Católica de Chile

[En 1983, cuando se volvió a hablar de distonía mioclónica,


me graduaba de bachiller, comenzaba la universidad,
comenzaba un taller literario. Lo comenzaba casi todo.
El temblor era lo único que había perdurado. El temblor
y su balada de dureza iluminada].

«Al igual que en los otros tipos de distonías, la etiología


y patofisiología de la “distonía mioclónica” permanecen
desconocidas».

Dr. Carlos Medina


Departamento de Neurología
Escuela de Medicina
Pontificia Universidad Católica de Chile

[El temblor es instancia aislada, aquello que no deja de oler


a oscuro].

90
«La enfermedad está causada por mutaciones en el gen que
codifica para el épsilon-sarcoglicano [SGCE] localizado
en el cromosoma 7q21. Se desconoce el mecanismo por
el cual las mutaciones en el gen SGCE causan MDS. Es
probable que todas las mutaciones identificadas hasta
el momento conduzcan a una pérdida de función de la
proteína. La enfermedad se transmite como un rasgo
autosómico dominante. El patrón de herencia del MDS
indica que la inactivación de uno de los alelos parentales
puede contribuir a la deficiencia de épsilon-sarcoglicano.
El análisis genealógico de familias afectadas por el MDS
mostró una marcada diferencia en la penetrancia en
función del origen parental del alelo de la enfermedad,
con una penetrancia reducida sobre todo en los casos
en los que el alelo de la enfermedad es transmitido
por la madre. Este patrón sugiere un mecanismo de
impronta de la madre (es decir, de inactivación del alelo
de herencia materna, probablemente por metilación),
mecanismo demostrado en el gen SGCE de ratones y, más
recientemente, en humanos».

Orphanet
Portal de información de enfermedades raras
y medicamentos huérfanos
Revisor(es) experto(s):
Dr Christoph Kamm
Última actualización: Noviembre 2013

[En pocos años toda definición estará caduca. Mi temblor


acunará suficiencias. Los verbos habrán de ser una tarde
de imprevistos anhelos].

91
[…]

Mi temblor siembra una herencia autosómica dominante.


Nadie lo explicó. De saberlo me habría resecado. Pero
en mi ignorancia tuve un hijo con ojos de albahaca, por
fortuna sano, que no perpetuará mis herrumbres.
Dice el médico que no seré culpable de futuros temblores
–toda madre es culpa–.
No me tranquiliza.

Habré de transmitir hastíos, tribulaciones en lo liso.

92
[…]

Tengo una enfermedad rara, minoritaria.


De sacudidas fulgurantes, siempre visibles.
Enfermedad huérfana. Sin espejo retrovisor.

Dicen que mi esperanza de vida es normal.


No así mi esperanza.

93
[…]

Tartamudeo. También tartamudeo. Un poco.


No sé por qué no lo he mencionado, si vivir con ello ha
sido tan difícil. Otra prisión.

No se asocia la tartamudez a la distonía mioclónica.


Desde niña es un simple dato en mi historia médica,
también insalvable. Apareció apenas hablé. No es terrible,
se acentúa con las vocales y el miedo. Desaparece con el
sosiego. Tiene astucias propias como el temblor, me hace
abrir la boca, subir las cejas, respirar sucio.

No digo que soy tartamuda, por momentos lo olvido. No sé


por qué no lo mencioné antes. Quizá porque este libro es
sólo sobre el temblor, porque hablar a saltos es otra historia
y estoy ya muy cansada para casi todo.

94
[…]

No se busque en el temblor indicios climáticos. En mis


manos siempre es equinoccio y un día muy largo. Tal vez,
ya de vieja, la humedad diga, el verano diga.

No me afectan ciclones,
tormentas de polvo,
mangas de agua, el niño, la niña.

Tiemblo sin fenómenos, en una naturaleza propia.


No me jacto de sistemas de alerta temprana.

Tiemblo en tiempo real,


escribo en tiempos diferidos.

95
[…]

Recaigo. Me dejo conducir al comedor de una científica que


mide mis energías con un péndulo. Debo ingerir alimentos
negros. Es su única advertencia.

Ajos negros,
arroz negro,
huitlacoche,
caraotas,
zarzamoras,
aceitunas,
chocolate,
té,
café,
regaliz.

Busco «negra leche del alba», para beberla de noche,


beberla en la mañana y al mediodía, beberla al atardecer.

96
[…]

Pudo llamarse este libro La mujer temblorosa o la historia de


mis nervios. Pero Siri Hustvedt lo escribió antes. The Shaking
Woman or A History of My Nerves, publicado en Nueva York
en 2009 por Henry Holt and Company, y un año después
en Barcelona por Editorial Anagrama.

Compré el volumen en una pequeña feria. Jugué a cubrir el


nombre de la autora e imaginar el mío en su lugar.

Hustvedt y yo temblamos distinto.


Sus sacudidas comenzaron a la intemperie, mientras
hablaba de su padre, fallecido dos años atrás. Mi temblor
se mostró frente a mi padre.
Ella busca un diagnóstico, yo un refugio.
Ella dice que la mujer temblorosa ha llegado tarde a su
vida, yo llegué demasiado pronto al temblor.
Ambas buscamos que nos expliquen quién es la mujer
temblorosa, por qué somos mujeres temblorosas.

97
El goce, lo demás
[…]

El temblor hace acto de presencia en cenas refinadas,


preciosas tazas de té. Bofetada que importuna a ajenos,
como si se tratara de un mal contagioso, aberración
de la Matrix.
Desde otras mesas miran con curiosidad y descaro cómo
el tenedor suena al volver al plato o cómo dejo a un lado
los palitos del sushi y tomo los rolls entre mis dedos. Luego
cuchichean mirándome. Nunca falta quien pregunte «qué
te pasa» y, antes que explicar mi vida o responder una
atrocidad, prefiero inventar enfermedades venidas de las
estepas rusas, despechos por un amante exiliado en la isla
de Borneo.

100
[…]

Las copas de vino me delatan. Si las tomo, como ha de ser,


por la base, más que airear el caldo desato ventoleras. Sus
traslúcidas piernas devienen cataratas y el olisqueo me
baña la nariz. De ahí que he adoptado lo que el especialista
en vinos Alberto Soria ha llamado «agarre tipo cáliz».
Tras una velada en su Cofradía de Catadores, tampoco
Soria apresó la tentación de preguntar. Y yo conté. En un
correo electrónico de marzo de 2008 inventó una historia
para mí: «El agarre tipo cáliz fue usado desde la Baja Edad
Media hasta la década de los noventa por los sacerdotes
católicos (y los monaguillos que lograban meterle mano
al vino de misa). Creo que fue un cura argentino el que
sustituyó el agarre con las dos manos por el de tres dedos
en ele de los catadores, para presumir que también él
sabía, y no poco, de vinos. Lo licenciaron por ponerse a
comentar el vino en misa: “especias y chocolate, buena
madera, taninos un poco fuertes, abracadabrantes aromas
de trufa y tierra mojada…”. En la filosofía del profe,
disfrutar el vino es más sabio que pantallar con vino».
Soria me hizo reír a carcajadas. Me obsequió el guiño: lo
importante es gozarse el vino hasta el fondo, sin modales.
De todas maneras, desde entonces, ante cualquier
suspicacia, digo que agarro la copa como me da la gana,
que aquello de que el vino se calienta me importa poco
y que el mío es, sencillamente, un antiquísimo «agarre
tipo cáliz» de cuya historia no puedo dar cuenta. Santo
remedio.

101
[…]

El lunes 4 de octubre de 2010 conté en mi blog Textos en


su tinta la historia de Alberto Soria. Amigos, conocidos y
desconocidos dejaron mensajes:

Anónimo Víctor dijo...


Y yo que me ufanaba con «Mirá cómo hago temblar a
Jackie». No se vale, chama... rompiste el encanto.

Blogger + Adrimosar dijo...


Los discapacitados de inteligencia y cordura son los que
más abundan. Pobres... no saben, ni sabrán, cómo chuparle
el jugo a la vida. ¡Oh capitán, mi capitán!

Blogger Luisa Elena Sucre dijo...


No sé por qué creo que estudiamos juntas en la Escuela
de Letras de la UCV... en todo caso me re-encontré
contigo en una lectura de poesía en la Librería Kalathos y
me impactaron tus versos profundos que se abrían paso
desde tu temblor. Gracias por este texto tuyo tan íntimo,
tan TÚ, tan abierto y humano... eres temblor y al mismo
tiempo línea recta, líneas que expresan con fuerza y nos
conectan con nuestros propios temblores.

Blogger Fanangerella dijo...


Paladeé, compartí y me conmoví con cada línea. Eres
increíble, Jacqueline. Otro día te contaré lo que he
aprendido de esos temblores maravillosos. Un abrazo

Blogger Joaquín dijo...


Qué hermoso post, Jacqueline. Tiene algunas frases bien
logradas, es divertido y poderosamente honesto. Termina
como una cachetada a la estupidez, firme y sonora, que ha

102
despertado mi admiración (cosa que agradezco) y me tiene
aquí escribiéndote.
Recuerdo cuando te conocí. Tú ibas a evaluarme para
un puesto de trabajo, y yo (nunca te lo había dicho) iba
preparado. Un amigo de entonces me habló de ti. Ya
puestos frente a frente, cada uno a un lado del escritorio,
mi pensamiento se dividía entre calcular la primera
impresión que pretendía ofrecerte, y preguntarme por qué
este carajo no me había advertido nada de tu temblor.
Tras un muy breve intercambio, por alguna razón, que no
perdí tiempo en averiguar, me di cuenta de que estabas
decidiendo o intentando mostrar una parte fina, aguda,
de tu ser, y que encontrabas verdadera complacencia
en comunicarla. Desde entonces, ningún temblor ha
distorsionado el mensaje de tu mirada precisa y vivaz,
muchas veces pícara, jodedora, y siempre inteligente.
Te mando un fuerte abrazo. Nos vemos pronto.

103
[…]

Soy cintura angosta y pocos kilos. Estoy ante la taquilla de


una vieja editorial del Estado. Retrocedo. Tras de mí, en la
fila, una reconocida poeta. Ella ha escuchado mi nombre,
amablemente se presenta, conversamos sobre lecturas
comunes, mi admiración por ella, nuestros libros. En
algún momento, me mira hondo. Seductora, confiesa: «Yo
también estoy temblando».

104
[…]

Lanzo botellas a la web. Pregunto si alguien tiembla, si hay


alguien como yo.
Responde Janice Moskowitz: «My son, age 15, has dystonia
with tremor and writer’s cramp. He does not have DYT1
dystonia and probably does not have dopamine responsive
dystonia since he had a very limited response to dopamine.
His symptoms respond to benzodiazepines so he might have
myoclonic dystonia. He currently takes carbemezepine and it
helps, too. It is not addictive like benzodiazepines. I know very
little Espanol. It is nice to meet you!».

No es igual. Tiembla. No como yo.


El temblor es soledad sin apelativos.

105
[…]

Aquello que tiembla a sus anchas:


la cordillera andina,
un párpado,
gelatina recién fraguada,
un pájaro,
un avión sobre la tormenta,
la voz del temeroso,
ramas en la ventisca,
un músculo agotado,
un elevador obstinado,
vasos muy juntos,
un perro asustado,
la barbilla,
un automóvil a medio camino,
mis manos,
mis hombros,
mis manos.

106
[…]

«Las manos, de modo completamente inconsciente,


empezaron un movimiento que nunca habían aprendido»,
escribió Yukio Mishima. Lo suyo era una eyaculación. La
primera.

Mi temblor también fue aprendizaje de niña


masturbándose. Tarde mis manos aprisionaron por vez
primera un pene erecto. Fue como si el temblor hubiese
hallado una justicia. Descubrí que había surgido para ese
estrujamiento, ese placer ajeno, ese crepúsculo que me
embestiría propiciando un estremecimiento mucho más
vasto, que acaparaba mis piernas, la espalda, el vientre,
lo más obscuro. En adelante, el orgasmo sería combustión
deseada, espasmo que no teme mostrarse, asirse,
mezclarse. Que halaga al amo de ese felino de temblores
propios.

107
[…]

Nunca temblé por miedo.


No me espantan temblores venidos del centro de la Tierra.

Temblé en el quirófano después de parir.


Dicen que por el frío, la anestesia, la hora.
Digo que fue la errancia acabada, lo nudoso
de recomenzar en un hijo, el ajetreo de aguas interiores.

108
[Hubo un poema, antes]

Me invitan a un taller de poesía. Me piden leer todos los


textos titulados Poética, pertenecientes a mi libro Verbos
predadores [Ediciones Equinoccio, Caracas, 2007]. Frente a
ellos, la conmoción de haber olvidado que aún antes de
estas páginas ya había escrito sobre el temblor. Pero el
temblor siguió junto a mí.

«Lo que ocurre en mi temblor no ha sido dicho.

Sismo bisiesto e inútil que a nadie convierte.


No importa, no es indicio.

Pero sucede.

Martirio intransferible, peste del origen,


ha ladrado en mis costillas,
ha condenado umbrales en mi garganta.

Resopla todavía con retrasos de abandono,


me jura ortigas, alimenta un habla de adversarios.

Así consta en informes de hospitales extranjeros,


expedientes de incapacidad,
amantes huidos,
cartas de la madre pidiendo perdón:
—la niña no puede
—la niña no sabe
—la niña jamás podrá

A veces tirito a mis anchas,


pronto me recojo, me enderezo.

109
Disimulo.

Una sed trágica me deslava desde el nacimiento.

Nunca se han podido leer las líneas de mis manos,


mi futuro es movedizo, mis esperanzas inaprensibles.

Si en vez de tenazas entrampadas


mis brazos terminaran en unos bellos muñones,
–dignos de zanjar un hogar al final del viaje–
quizá podría agitarme desanclada,
sin pudor lamer el café volcado sobre la mesa,
no omitir que el tenedor me raja las encías,
que las agujas me atraviesan las uñas,
que mi escritura es cifrado vómito.

De pronto cedo
–no al temblor sino a la voz–,
a una identidad perseguida,
que se fractura en el agua.
Me traduzco lentamente en el poema,
construyo el espacio de una estructura muda,
que dicta infortunios, me describe desplegada, informe.

El poema estuvo en mi temblor desde el principio,


desde el fin del principio,
cuando crecía y destruía a la vez.

Por el poema mi cuerpo es acertijo,


cavidad tupida de mapas indoloros.

Mi caligrafía es extensión de una invalidez boreal,


soy ilegible, existo cuando otros ayudan a deletrearme.

110
Pero, reconozco, si no temblara no escribiría;
si no me repudiaran
me habría diluido en papeles difuntos,
no sabría remontarme,
heredera de una lealtad adusta e insolente».

111
[…]

Tuit para una hermana gemela


Habrías odiado mi temblor, temiendo temblar.
¿Y qué, si también temblaras?

Tuit para mi maestro zen


No pida quietud. No enseñe quietud. No alcanzo.

Tuit para la vecina ciega


En la ciénaga, el relámpago. No lejos una cigarra.
Tanto temblor invisible.

Tuit para el amante difunto


Gastosa la mañana. Avísame si se aquietan crines en tu
tinta. Si lo salvaje nos fundó, si lo llano fue anticipo.

Tuit para Antígona


Al menos llevas una tumba. Sola. Cruel, sola. Cayendo en
tierra prometida. De haber temblado, creerías.

112
[…]

Pregunto por Messenger: ¿Y si de pronto temblaras…?


¿Si de pronto tus manos temblaran?

Ellas –son solo ellas, escritoras todas– responden:

Enza García
El otro día me pasó en una mano y me asusté.

Blanca Strepponi
Si mis manos de pronto temblaran, sentiría mucho temor.

Isabella Saturno
Me aterrorizaría. Una vez me tomé un medicamento que
me infló la cara, me dio una reacción alérgica. Pensé que
la realidad había cambiado mi configuración, no que mi
cuerpo había cambiado la configuración de mi realidad.
Me aterroricé. Como si mi personaje del videojuego se me
hubiese dañado. Si de repente temblara pienso que me
sentiría así.

Liliana Lara
Querría tener tu grandeza, pero soy minúscula y no sabría
qué hacer.

Yolanda Pantin
No me tiemblan las manos, pero no tengo pulso.

Sonia Chocrón
Me asustaría grandemente y me bebería, de una, un
tranquilizante. Luego iría al médico.

113
Krina Ber
Sería como aquella vez cuando escapé a un asalto en la
avenida Libertador: se abrió la vuelta libre a mi mano
izquierda, el carro de atrás avanzó y bloqueó la posibilidad
de seguirme a la moto cuyo parrillero me acababa de
mostrar, desde una bolsa de papel, la punta de una pistola.
Escapé riéndome como una bromista, tomé a la derecha,
luego a la izquierda, y seguí, seguí, seguí... Hasta que vino
esa tembladera, incontrolable, devastadora, que me tumbó
el pie del acelerador y las manos del volante, me sacó
lágrimas de los ojos y sólo pude apagar el motor y seguir
temblando.

La novia manca
Si de pronto me temblaran las manos sería más difícil
bordar, no sabría qué hacer con el tablero y mi dislexia,
y quién sabe cómo serían las caricias. Quizás sería más
sencillo dejar que se viera cuánto tiemblo.

Mónica Montañés
Ya tiemblo sólo de imaginar mis porqués.

114
Males hermanos
[El álamo temblón contra los miedos]

Hay un árbol mediano, de pálido gris-verdoso, científicamente


conocido como Populus tremula, cuyas hojas, por su peciolo
plano, tiemblan con la más leve brisa, tiemblan en el silencio,
tiemblan incluso cuando nada se mueve.

[«Álamos tiemblan bajo cualquier régimen. Pero al cuco,


también reverdece bajo todos», escribe Stanisław Jerzy Lec,
traducido por Carsten Todtmann en una nota al margen
de esta página].

El álamo temblón o chopo temblón o lamparilla o aspen


tolera largos y fríos inviernos y veranos breves. Su
madera es suave y blanca, sus hojas acorazonadas, casi
triangulares. Es la especie de álamo más extendida en
el planeta.
Edward Bach –científico, médico cirujano, bacteriólogo,
patólogo y homeópata inglés– utilizó por primera vez el
álamo temblón en 1935 por el método de cocción. Forma
parte de los treinta y ocho remedios conocidos como Flores
de Bach. Está indicado «para personas que sienten vagos
temores desconocidos para los que no hay explicación
ni razón».

¿Quién no tiene miedos desconocidos?


Quizás en otra vida fui álamo. En esta tirito sin aire,
sin temores nombrados.

116
[Del escribiente]

En el llamado calambre o «parálisis del escribano o del


escribiente» los músculos dejan de obedecer. Todo comienza
de forma insidiosa, quizá con un dolor sordo en el pulgar
o en el índice de la mano que da pie la escritura. Lo
acompaña cierta rigidez. Disminuye y hasta llega a
desaparecer durante el reposo o el sueño, pero regresa con
el deber de escribir al día siguiente. [Dr. Javier López del
Val. Servicio de Neurología. H.C.U. Zaragoza].
No sé si tengo este u otro mal, si soy escribana
o escribiente. Acaso escritora. No siempre hay dolor
o rigidez. Me descubro vástago de peores naturalezas,
palabras quejumbrosas, venenosa en edades y exilios.

Al otro día siempre hay otro día.

Escribo en la impiedad de moverme y doler, en huida


hacia una pálida reliquia de mí.

117
[Tremor volcánico]

La vulcanología supone temblores en las entrañas de


la Tierra. El magma tiembla contra las paredes de la
chimenea volcánica en su búsqueda de cielo. Es apenas
una vibración entre las tantas que hay en los vapores
de un volcán, pero cuando es captada por el sismógrafo
adquiere nombre.

«El tremor refleja una vibración continua del suelo o


pequeños movimientos muy frecuentes cuyas ondas se
superponen. Si la señal mantiene una frecuencia constante,
estamos en presencia de tremor armónico. Algunos
autores denominan tremor espasmódico a una señal que
varía significativamente en frecuencia o amplitud» [Elena
González Cárdenas. Universidad de Castilla-La Mancha].

Es espasmódico mi tremor, aunque luzca armónico en


tantos sustantivos ahuecados.

118
[Tremor esencial]

Me busco en la página de la International Essential Tremor


Foundation (IETF). Quizá mi tremor es esencial. Pregunto.
No lo es.
En el tremor esencial (TE) hay temblor rítmico en las
manos, cabeza, piernas, tronco o voz. El desorden
neurológico puede afligir a personas de cualquier edad,
sexo y raza, y en la gran mayoría de casos es hereditario.
Puede comenzar desde el nacimiento, aunque es común
que llegue con las edades. Se considera un tremor
de acción, porque acude en determinadas posturas
[manteniendo voluntariamente una posición contra la
gravedad] y en posición cinética [al hacer cualquier tipo
de movimiento].

Mi temblor es esencial. Lo es. Para mí.

119
[El baile de San Vito]

La enfermedad de Huntington tuvo nombres populares:


baile de San Vito y mal de San Vito. Investiduras crueles
si se supone que San Vito es el patrón de los bailarines.

La mayor concentración mundial de afectados


por esta enfermedad hereditaria se encuentra en el
pueblo de Barranquitas, en el estado Zulia. No lejos
de donde nací.

San Vito fue un mártir siciliano del siglo IV. Algunas


versiones aseguran que sufría de movimientos
involuntarios y que fue torturado junto a su nodriza
Crescencia y su tutor Modesto, por no renegar de su fe
cristiana. Condenado a una paila de aceite hirviente,
salió de ella con movimientos que, pese a carecer de
ritmo, fueron considerados un baile. En adelante, muchos
bailaron como él.
El médico y alquimista Paracelso, que había hablado
sobre «danzas patológicas», ofrece una explicación a
la epidemia que en 1518 hizo que unas cuatrocientas
personas en Estraburgo bailaran sin parar y hasta morir.
«Existía en cierta ocasión una mujer llamada Trofea (Die
Frau Troffea) de tan singular carácter, tal orgullo y tan
empecinada obstinación en contra de su marido que cada
vez que éste le ordenaba cualquier cosa o la importunaba
de cualquier manera comenzaba a bailar, achacando
que estaba impelida de una fuerza sobrenatural. Gestos
y actitudes, saltos, gritos, contorsiones y cantinelas
asustaban al marido, que inmediatamente la dejaba
en paz. Y como tal estratagema no fallaba nunca, fue
adoptada por otras mujeres, siempre con el mismo
éxito. Entonces el fervor popular achacó tan estupendos

120
resultados a San Vito, pero parece que un día el Santo se
enfadó y todas acabaron bailando a la fuerza».
Ya en la Edad Media se invocaba a San Vito para curar
enfermedades asociadas a la epilepsia.

Nunca he rezado a San Vito. Mi baile es otro.

121
[Tótem de tremor]

Hay un tótem de tremor [Tremor Totem] en el videojuego


World of Warcraft, comúnmente conocido como WoW,
introducido en 1994 y desarrollado por Blizzard
Entertainment.
Dicen que previene algunos efectos de control de masas:
miedo, seducción, ovejeo.
Dicen que es un tótem polémico, útil contra mobs que
echen miedo, debido a que permite que el grupo no se
disperse demasiado.
Dicen que funciona por ticks, que el hecho de plantarlo
no nos hace inmunes a esos efectos de control, sino que
puede quitárnoslos en el siguiente tick del tótem.

Nada entiendo. Es raro videojuego.


Algo tiembla en un videojuego.

122
[La pócima de Toulouse-Lautrec]

El coctel Tremblement de terre o Terremoto se atribuye al


pintor francés, aguerrido bebedor de la muy verde hada.
Lleva un cuarto de onza de absenta y un cuarto de onza
de coñac bien fríos. Mitad y mitad, en todo caso. Se sirve
en una copa previamente helada. Se sirve, se tiembla.

123
[…]

«Cuando China despierte, el mundo temblará», frase que


se atribuye a Napoleón Bonaparte. Se supone que también
la dijo Lenin y dio título a un libro de Alain Peyrefitte.
Muchos no la recordaron hasta que fue necesario temblar.

Despierto.
Tiembla el mundo, tiembla mi inútil mundo, no por China.

124
[…]

Hay localidades españolas


cuyos nombres vienen de temblar.
Espina de Tremor, en León.
Cerezal de Tremor, en Torre de Bierzo.
Tremor de Arriba, también en León.

En el estado Monagas, al sureste de Venezuela, se


encuentra la población de Temblador, de habitantes
tembladorenses. ¿Temblarán?

Cuentan que Tremor de Arriba fue enclave importante


de la minería del carbón en la provincia de León. Lugar
de paso de mineros gallegos, portugueses, asturianos.
Lugar de alma negra, de por sí temblorosa.

Cuentan que Temblador lleva tal nombre por el río


homónimo que pasa por su costado este, alguna vez
nadado por peces tembladores –producen descargas
eléctricas– que debían ser espantados para dar paso
a gentes y ganado. Jesús Mariano Pérez dice desde
Wikipedia: «En algunos casos colocaban como carnada
a una res para que el temblador descargara toda su
electricidad, y así pasar debido a que no había puente».

125
[…]

Dice Wikipedia que Mont-Tremblant es una ciudad de


la provincia de Quebec, Canadá. Dice que está ubicada
en el municipio regional de condado de Les Laurentides
y, a su vez, en la región administrativa de Laurentides.
Dice que en 2011 hubo allí un aumento poblacional
de 602 habitantes.

El gentilicio para los habitantes de Mont-Tremblant


es Tremblantois: ¿tembladores?, ¿temblantes?

¿Tiembla alguien en Mont-Tremblant?


Dice mi amiga Valentina Guzmán que a los esquiadores
les tiemblan allí las piernas. Ella tembló una vez en
otoño, otra en invierno.

126
[…]

Europa, una de las cuatro lunas galileanas de Júpiter, tiembla.


El satélite muestra actividad geológica que cambia su
rostro, tal como se expande el fondo marino en la Tierra.
Lo dicen científicos de la Universidad de Idaho y del
Laboratorio de Física Aplicada Johns Hopkins, basándose
en imágenes captadas por una nave orbital de la misión
Galileo de la NASA.

La Tierra no está sola. No en su temblor.

127
[…]

Que escriba mucho, hasta desangrarme.


Que escriba pidiendo sanar. Eso preconizan.
Eso hago, pálida, ya tan escrita.

128
Autorretrato traidor
[…]

Se tiembla en la lengua:
papiro comestible,
hojilla de oro,
gusano de palma.

Se tiembla en lengua de feroces, los sin diestra, aquellos


que añadieron ocre a la mancha.

Se tiembla en la lengua de los ancestros. En yidish, polaco,


francés. En gangoso silencio.

130
Temblar en inglés

Concise Oxford Spanish Dictionary © 2009 Oxford University


Press:

temblar (conjugate→) verbo intransitivo


[persona] (de frío) to shiver;
(por nervios, miedo) to shake, tremble;
tiemblo de pensar lo que podría haber pasado I shudder to
think what might have happened;
(+ me/te/le etc) me tiembla el párpado my eyelid is
twitching;
le temblaba la mano his hand was shaking;
la voz le temblaba de emoción her voice was trembling with
emotion;
~ como un flan u hoja to shake like a jelly o leaf

[En inglés «temblar», en el filo,


en la lengua de Virginia Woolf]

131
Temblar en francés

Diccionario Espasa Grand: español-francés français-espagnol ©


2000 Espasa-Calpe:

temblar
vi trembler;
echarse a t. se mettre à trembler

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de
Français:
ballotter - chevroter - ébranler - feuille - fouetter - frémir - grelotter
- horreur - membre - peur - trembler - trembloter - trémuler

[Francés, lengua de mi padre,


que hablaba yo un poco cuando empecé a temblar]

132
Temblar en mi lengua

Diccionario de la Real Academia Española. En línea tantas


palabras que tiemblan en su belleza y en otro modo de
temblar:

tembladal.
(De temblar).
1. m. tremedal.

tembladero, ra.
(De temblar).
1. adj. Que retiembla.
2. m. tremedal.
3. f. Acción y efecto de temblar.
4. f. Vasija ancha de forma redonda, hecha de una capa
muy delgada de plata, oro o vidrio, con asas a los lados y
un pequeño asiento.
5. f. tembleque (|| joya).
6. f. torpedo (|| pez selacio).
7. f. Planta anual de la familia de las Gramíneas, con cañas
cilíndricas de unos cuatro decímetros de altura, dos o tres
hojas lampiñas y estrechas, y panoja terminal compuesta
de ramitos capilares y flexuosos, de los cuales cuelgan
unas espigas aovadas matizadas de verde y blanco.
8. f. tremedal.
9. f. rur. Arg. Espasmos que sobrevienen al yeguarizo a
consecuencia de un enfriamiento, cansancio excesivo o por
haber comido alguna hierba dañina.
V.
vaca tembladera

133
tembladeral.
1. m. Arg. y Ur. tremedal.

[¿Habrá país sin temblor?]

tembladerilla.
1. f. Chile. Planta de la familia de las Papilionáceas, que
produce temblor en los animales que la comen.
2. f. Chile. Planta herbácea de la familia de las Umbelíferas,
con tallos rastreros, hojas sencillas, lobuladas, y umbelas
sencillas, involucradas.

temblador, ra.
1. adj. Que tiembla. U. t. c. s.
2. m. y f. cuáquero.
3. m. Col. y Ven. torpedo (|| pez selacio).

temblante.
(Del ant. part. act. de temblar).
1. adj. Que tiembla.
2. m. Especie de ajorca o manilla que usaban las mujeres.

[Tantas palabras para ceñir la calma viva]

temblar.
(Del lat. tremulāre).
1. intr. Agitarse con sacudidas de poca amplitud, rápidas
y frecuentes.
2. intr. Tener mucho miedo, o recelar con demasiado temor
de alguien o algo. U. t. c. tr. Lo tembló el universo entero.
3. intr. Dicho de la tierra: Sacudirse como consecuencia
de movimientos sísmicos.

MORF. conjug. c. acertar.

134
temblando.
1. adv. A punto de arruinarse, acabarse o concluirse.
Empinó la bota y la dejó temblando.

tembleque.
1. adj. tembloroso. U. t. c. s. m.
2. m. coloq. Temblor del cuerpo.
3. m. Joya que, montada sobre una hélice de alambre,
tiembla con facilidad.

[Debo inventar palabras antídoto, menos temblorosas]

temblequear.
(De tembleque).
1. intr. coloq. Temblar con frecuencia o continuación.
2. intr. coloq. p. us. Afectar temblor.

temblequera.
1. f. coloq. temblor (|| acción y efecto de temblar).

temblequeteo.
1. m. coloq. Temblor leve y continuo.

tembletear.
1. intr. coloq. p. us. temblequear.

tembliquear.
1. intr. coloq. temblequear.

temblón, na.
1. adj. coloq. Que tiembla mucho.
2. m. álamo temblón.
hacer un pordiosero la ~.
1. loc. verb. coloq. Fingirse tembloroso para mover a lástima.

135
temblor.
(De temblar).
1. m. Acción y efecto de temblar.
2. m. Terremoto de escasa intensidad. U. m. en América.
~ de tierra.
1. m. terremoto.

tembloroso, sa.
(De temblor).
1. adj. Que tiembla.

temedero, ra.
1. adj. desus. temible.

temedor, ra.
1. adj. p. us. Que teme. U. t. c. s.

[Quien tiembla teme.


El tembloroso es temedor]

136
[…]

Hay otras lenguas para temblar:

Afrikáans
aardbewing

Albanés
dridhje

Alemán
Zittern

Armenio
hayut’yan

Bengalí
kampana
[la más bella y sonora traducción:
tiemblan mis manos como campanas,
aunque no suenen, no convoquen]

Bielorruso
triemor

Birmano
tone hkar

Bosnio
tremor

Búlgaro
treperene

137
Catalán
tremolor

Chino tradicional
zhèn

Coreano
tteollim

Croata
tremor

Finés
vapina

Griego
trómos

Hebreo
reidá

Hindi
bhookamp ke jhatake

Húngaro
remegés

Indonesio
gempa

Islandés
skjálfti

138
Italiano
tremito

Japonés
furue

Latín
locorum

Lituano
drebulys

Malayo
gegaran

Noruego
tremor

Polaco
drżenie
[debería sonarme conocido:
si algún pariente tembló, habrá sido en polaco,
mis cuatro abuelos polacos,
mis ocho bisabuelos polacos]

Rumano
tremur

Sueco
tremor

Tailandés

139
Turco
titreme

Vietnamita

Xhosa
ngcazela

Yidish
tremer
[los parientes polacos hablaban yidish,
la otra lengua de ningún temblor]

Zulú
eliqhaqhazelayo

140
[…]

Penetrar el sufrimiento, sugiere la narrativa médica.


¿Qué galeno está interesado en ello?

Me preguntan cuándo surgió mi temblor, si estorba.

A nadie importan sus reveses, cuánto de él queda en mi


vigilia y lleva al dolor.

«Conocer qué clase de persona tiene una enfermedad es


tan esencial como conocer qué clase de enfermedad tiene
una persona». [F.S. Smyth]

«Hoy vivimos en una época de especialistas, y lo que


nos ofrecen es simplemente perspectivas y aspectos
particulares de la realidad». [Víctor Frankl]

Los médicos miran de reojo. No requieren desnudarme


para prever si algo más tiembla en mí: quizá el abdomen,
un tendón de la entrepierna. Jamás indagan más allá de
la historia que relato y que cada vez es más escueta. Creo
haber extraído el zumo de ella, obviar lo superfluo, lo que
sólo yo percibo.

Un investigador del Instituto Venezolano de


Investigaciones Científicas [IVIC], al que consultan mi caso,
aconseja no hacer el examen genético y pregunta: «¿Acaso
dejará de temblar si sabe algo más sobre el temblor?».

Mi temblor es signo y basta.


Temblor es como me digo.

141
[…]

El médico escribe frente al paciente. Anota lo que ve,


aquello que cree ver. Pregunta. No pregunta. Igual escribe.
En su ficha quedan nuestras vidas. Texto que jamás leemos.

¿Qué se ha escrito sobre mi temblor?


¿En cuántas historias clínicas duerme el relato que falta a
este libro?

142
[…]

Conectada al electrocardiógrafo, piden que no tiemble.


Pero tiemblo. El trazado de mi corazón luce defectuoso,
sobresaturado, inaprensible. Va del Mar Muerto al
Anapurna. Arritmia de falsedad pretérita. Nunca dirá
duración, alteraciones, predisposiciones.

Mi historia clínica lleva siempre notas al margen.

143
[…]

balancearse temblor bambolearse fluctuar


tambalearse cabecear moverse temblor ondear
ag itarse t remolar f lamear f lotar ondular
cimbrear mecerse columpiarse menearse
t raquetear bascular dar t umbos dar bandazos
inclinarse bandearse acunarse vibrar temblar
alternar desequilibrarse cambiar contonearse meneo
agitación movimiento zarandeo estremecimiento
zamarreo zarandeo conmoción traqueteo ajetreo
sacudimiento zangoloteo trasteo alteración
vaivén oscilación balanceo impulso bamboleo
bandazo vibración temblor terremoto ruido
revolución trastorno conmoción salto sobresalto
golpe choque percusión tumbo barquinazo
mecimiento fluctuación bandeo columpio espasmo
contracción crispación reflejo reacción sacudir
zarandear agitar menear conmocionar mover
estremecer traquetear batir zamarrear tremolar
temblor blandir ondear agitar trastear alterar
zangolotear oscilar bambolear balancear mecer
impulsar vibrar temblar conmocionar crispar
contraer sobresaltar columpiar mantear levantar
subir revolver azacanear fluctuar tumbar chocar
golpear percutir revolucionar trastornar trepidación
temblequeo vibración estremecimiento sacudida
crispación espasmo convulsión trémolo agitación
movimiento salto brinco baile tiritona castañeteo
dentelleo temblor repiqueteo zarandeo ajetreo
titilación parpadeo balanceo vaivén oscilación
meneo traqueteo conmoción repeluzno escalofrío
frío palpitación susto terror temor sobresalto
terremoto sismo seísmo temblar temblequear tiritar

144
trepidar agitarse vibrar sacudirse estremecerse
saltar brincar bailar moverse retemblar temblar
tremolar ondear flamear titilar convulsionarse
conmoverse traquetear castañear chasquear
repiquetear entrechocar resonar tiritar balancearse
oscilar menearse crisparse palpitar parpadear
sobresaltarse aterrarse temer estar nervioso azorarse
asustarse impresionarse tembloroso temblequeante
estremecido sobrecogido trepidante temblador
temblón trémulo sacudido crispado vibrante
vibratorio ondulatorio ondulante oscilatorio
oscilante tremolante bamboleante asustado temeroso
espantado aterrado sobresaltado nervioso azorado
convulso bailarín brincador castañeteante titilante
que tirita palpitante traqueteante parpadeante
agitado sacudido conmocionado movilidad
actividad trabajo meneo funcionamiento dinamismo
desplazamiento moción balanceo locomoción
marcha carrera curso evolución traslación traslado
transporte ajetreo tráfago mecánica mecanismo
deslizamiento zigzag serpenteo empuje tracción
recorrido trayectoria rumbo maniobra manejo
arrastre rodadura apresuramiento prisa agilidad
aceleración patinazo lanzamiento desvío andadura
salto caída tumbo vaivén ascenso descenso
subida bajada adelanto atraso vuelta giro
rotación revolución sacudida movimiento balanceo
bamboleo oscilación meneo temblor vibración
estremecimiento escarceo cabrilleo caracoleo
agitación ondulación inestabilidad ritmo compás
variación cambio contracción reflejo espasmo
contorsión conmoción contoneo crispamiento
zarandeo mover(se) desplazar movilizar correr
temblor

145
Libro tercero
Temblores transcritos
[…]

En 2006 se publicó de manera póstuma la conferencia de


Jacques Derrida titulada «¿Cómo no temblar?».

Hallé en sus palabras razones suficientes para continuar


batiéndome y desear temblar aún más: «Parece entonces
que fuera preciso temblar, no escoger temblar, como por
deber, sino ceder ante la necesidad del desfallecimiento,
de la debilidad, abandonando toda complacencia o
todo sentimiento ingenuo o inocente de tener una firme
capacidad, o el dogmatismo de saber dónde se está parado,
toda presunción segura acerca del temblor; no hay que
hacer como si se supiera lo que quiere decir temblar, o saber
lo que es verdaderamente temblar, en verdad, ya que el
temblor se mantendrá siempre heterogéneo al saber, es el
único saber posible al respecto».
Derrida asumió sentir «un temblor del cuerpo» por
única vez en su vida entre 1942 y 1943, en plena guerra,
durante las noches de bombardeos en Argelia. Un día,
recordaba, tenía doce años y sus rodillas comenzaron a
temblar de miedo. Otro día, un verano años después, sus
manos también temblaron a causa de los rastros de una
quimioterapia. No podía escribir ni firmar cheques: «No
temblaba de miedo, pero tenía miedo de temblar, de ese
temblor que me sucedía. Entonces, se puede temblar de
miedo y se puede tener miedo de temblar».

Derrida se preguntaba cómo no temblar, qué hacer para


no temblar. Con ascuas semejantes me he lacerado,
acudiendo a torpes respuestas como dios, el destino,
la misión de vida. Las dudas del filósofo eran literales,
las mías retóricas. Ambos hemos acudido a la tierra, a
álamos y pájaros, aquello que tiembla lejos. Él murió

150
habiendo indagado en su temblor, de mi temblor poco
sabemos aún.
«No podemos no temblar en el momento de pensar, de
escribir y, sobre todo, de tomar la palabra, en particular
cuando a falta de fuerza y de tiempo, lo hacemos de
manera más o menos im­provisada; y sobre todo cuando
se trata de interrogarse, como a menudo estuve tentado
a hacerlo en el pasado, explícitamente, literalmente, y
de manera sistemática, sobre el sentido, los sen­tidos, los
diferentes sentidos, a veces heterogéneos, así como sobre
la esencia del temblor, sobre lo que quiere decir temblar
[…]. Un secreto siempre hace temblar. No solamente
estremecer­se o sentir escalofríos, cosa que sucede también
alguna vez, sino temblar».

151
[…]

Busco Temor y temblor de Soren Kierkegaard, nadie tiembla


allí. Se habla de que cuando el hombre se entrega a los
placeres de este mundo, siente con temor y temblor las
funestas e imprevisibles consecuencias que implica el
designio divino.

«Pero hay una cosa que me llena de pavor y me hace


temblar hasta la médula, a saber: pensar que se pueda
perder del todo la razón y con ella la finitud entera
—cuyo agente de cambio es cabalmente la razón—,
y que entonces en virtud del absurdo se recupere
justamente esa misma finitud perdida. El hecho de que
me espante tal pensamiento no significa que el fenómeno
sea para mí de poca importancia y deleznable, al revés,
lo considero el único prodigio».

Tanta reflexión.
El temblor no conjetura.
El temblor es.

152
[De temblores en prosa]

«Tú también te detienes en medio de los arbustos, te


paralizas, tú también, el cazador. Sientes en tus manos
un temblor ancestral, tan antiguo como el hombre
mismo, la disposición para matar, la atracción cargada de
prohibiciones, la pasión más fuerte, un impulso que no
es ni bueno ni malo, el impulso secreto, el más poderoso
de todos; ser más fuerte que el otro, más hábil, ser un
maestro, no fallar. Es lo que siente el leopardo cuando se
prepara para saltar, la serpiente cuando se yergue entre
las rocas, el cóndor cuando desciende de las alturas,
y el hombre cuando contempla su presa».

Sándor Márai
en El último encuentro

«Y había, aunque rarísimos, los temblores santos (uno


cada milenio, aproximadamente), que no tomaban
ningún tipo de precaución, no estudiaban el terreno, no
trazaban rutas previas ni tomaban notas. Un instante
de intuición suprema los sacaba del magma en que se
hallaban dormidos y les regalaba la ruta plena, fácil
y gloriosa que todos buscaban. Solo un temblor de esa
especie podrá acabar con la Tierra (de hecho acabará con
ella), y solo a un temblor así le será dado ver algún día
de un solo golpe todos los caminos del subsuelo y todas
las galerías, las grietas y las nervaduras más ínfimas,
y abrazar todo lo abrazable, y quemar todos los misterios
que aún nos oprimen».

Fabio Morábito
en La lenta furia

153
«[…] yo soy un tímido de los que tiemblan todo el tiempo,
no puedo ni pedirle un whisky a una aeromoza porque
la mano me tiembla y todos se ponen nerviosos porque a
mí me tiembla todo, y por eso me lleno todo el tiempo de
palabras, palabras para que no se den cuenta de que, en
realidad, me está temblando todo».

Alfredo Bryce Echenique


en conversación con Juan Cruz
en el Hay Festival Xalapa 2011

«En el curso de la mañana el temblor se intensificó (en mi


dedo meñique), como también aumentaría la búsqueda de
una explicación no solo durante el resto del día, sino a lo
largo de los meses que siguieron».

Michael J. Fox
en Un hombre afortunado. Memorias

«Veo que nunca te conté cómo escucho música. Apoyo


suavemente la mano en el tocadiscos y la mano vibra
esparciendo ondas por todo el cuerpo: así oigo la
electricidad de la vibración, sustrato último en el dominio
de la realidad, y el mundo tiembla en mis manos».

Clarice Lispector
en Agua viva

«El saldo decisivo del temblor fue el siguiente: nuestro


respeto por la Tierra creció hasta el espanto».

Juan Villoro
en 8.8: el miedo en el espejo

154
«Ese temblor del costado, de las rayas de su vientre al
respirar, me salpica la vista, me obsesiona».

Andrés Neuman
en La mujer tigre

«Solo temblor y palpitación fue su respuesta a la


afirmación de que tal vez poseía pero no era».

Franz Kafka
en Consideraciones acerca del pecado

«Costó enorme trabajo abrir la puerta, y si con hachazos y


voces, insistieron los soldados, sosteniendo su temblor con
plegarias…».

Carlos Monsiváis
en Nuevo catecismo para indios remisos

«En esta casa no miro el cielo. Miro la dura extensión que


me circunda, escucho lejos batallar el viento. Sus límites
me marginan de lo abierto. Es una casa cerrada, nada en
ella se revela. No hay espacios ni columnas ni aleros donde
aniden pájaros inquietos. Una casa desnuda sin el hondo
temblor de lo secreto. Me pego de sus muros, de su olor a
desierto. Es mi casa».

Antonia Palacios
en Hondo temblor de lo secreto

155
«A veces no sé quién tiene el control, si mis temblores o yo».

Oliver Sacks
en Despertares

«Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo


te siento temblar contra mí como una luna en el agua».

Julio Cortázar
en Rayuela

«Un pensamiento que tiembla, no mayor que un reyezuelo


herido, se hincha al pulso de mi alma redondeada, punza
mientras su arañazo señala semejante a un montón de
porquería, alas ovales sonando monótonamente como un
corazón apanelado».

Derek Walcott
en Un pensamiento que tiembla

«Las ovejas, acarradas en el redil, se apretujaban inquietas,


con un temblor que por primera vez no era de miedo».

Alejandro Casona
en Otra vez el diablo

«Hay una tierra amarilla abrasada por un fuego que no es


el del sol, que parece brotar de ella misma, y sobre ella una
ciudad pequeña que también tiembla».

María Zambrano
en Algunos lugares de la poesía

156
«Soy todo fibra. Me sacuden todos los temblores, y el peso
de la tierra oprime mis costillas».

Virginia Woolf
en Las olas

«Los espectros salen uno a uno de cada ola que se levanta.


Vosotros que estáis allí escondidos, llegó la hora de
temblar ante la voracidad de la muerte».

Vicente Huidobro
en Temblor de cielo

«Pero no me he bañado. He cerrado la puerta del


dormitorio, me he tomado dos pastillas rojas y me he
acostado con todo el cuerpo temblando. Los temblores han
ido empeorando hasta que mi cuerpo era como una hoja
sacudida por una tormenta. Tenía frío, pero no era el frío
lo que me hacía temblar.
Vamos minuto a minuto, me he dicho a mí misma. No te
desplomes ahora: piensa solamente en el minuto siguiente.
El temblor ha empezado a remitir.
El hombre, he pensado: la única criatura que tiene una
parte de su existencia en lo desconocido, en el futuro,
como una sombra proyectada delante de sí. Que todo el
tiempo intenta atrapar esa sombra escurridiza, habitar en
la imagen de su esperanza. Pero yo no me puedo permitir
ser hombre. Tengo que ser algo más pequeño, más ciego,
más cercano al suelo».

J. M. Coetzee
en La edad de hierro

157
[De temblores en verso]

«Información interior.
La busco. La busco en todas partes. Por las desnudeces
de su imaginación. En la tristeza. En las madrigueras.
(Como el temblor del ciervo que se aleja en el bosque a
finales de invierno)».

Anne Carson

«no hay amparo:


todo lo que era firme se viene abajo».

José Emilio Pacheco

«La raíz del temblor llena tu boca,


tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta».

José Ángel Valente

«y del primero
al séptimo día
tu cuerpo es un arrogante
palacio
donde vive el temblor».

Rafael Cadenas

«en la turbia antesala no acierta con la manga


la mano quebrada de temblor».

Vladimir Mayakovsky

158
«Temblé una vez –en la reja,
A la entrada de la viña–
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña».

José Martí

«Hay destinos
donde lo que carece de temblor no es sólido».

Vladimir Holan

«y este duro anegarse en humo o en temblor


surgido desde el sueño, como eterna marea que consume
el herido temor donde flotamos».

Alí Chumacero

«¡No tiembles, dolor, dolor!».


José María Arguedas

«¡Yo que temblaba, sintiendo gemir a cincuenta leguas


el celo de los Behemots y los Maelstroms espesos,
eterno hilandero de las inmovilidades azules,
yo extraño la Europa de los viejos parapetos!».

Arthur Rimbaud

«Cuanto más grande la ventana, más tiembla».

Ted Kooser

159
«Tiemblo cuando creo que me falsifico».
Rafael Cadenas

«Tuyo es el tiempo cuando tu cuerpo pasa


con el temblor del mundo, el tiempo, no tu cuerpo».
Eugenio Montejo

«El que ha naufragado tiembla incluso ante las olas tranquilas».


Ovidio

«Si la muerte tiene algún tipo de anestesia


seguro es en forma de temblor».
Oriette D’Angelo

«En cada aposento


el mundo tiembla,
la vida engendra algo
que asciende hacia los techos».
Antonin Artaud

«Tiembla junco y penumbra


a la orilla del río».
Federico García Lorca

«Soy un pecho que grita y un cerebro que sangra


Soy un temblor de tierra
Los sismógrafos señalan mi paso por el mundo».
Vicente Huidobro

160
[De temblores cantados]

«Sentado en un cráter desierto


sigo aguardando el temblor en mi cuerpo,
nadie me vio partir, lo sé,
nadie me espera.
Hay una grieta en mi corazón».
Soda Stereo
en Cuando pase el temblor

«Y tiembla la tierra, ¡se escapó Armenteros!


Dicen que anda buscando a los que de él se rieron.
En el pellejo de esa gente, hermano, estar yo no quiero.
Y tiembla la tierra, ¡se escapó Armenteros!
Las ventanas están cerradas, no se abren ni por dinero.
Todas las puertas trancadas con el cerrojo del miedo.
Y tiembla la tierra, ¡se escapó Armenteros!
Buscando la recompensa, llegaron del extranjero.
Y cuando vieron al hombre, los importados corrieron».
Rubén Blades
en Cipriano Armenteros

«Mami, es que esa falda está causando temblor


ese movimiento está causando temblor
me tumba ese cuerpo, ‘ta causando temblor
como un terremoto va causando temblor».
Daddy Yankee
en Temblor

161
«No le temo a la culebra ni a cuarenta tiburones,
pero si la tierra tiembla corro más que los ratones…
Si la tierra tiembla, yo me voy de aquí».

Tata Guerra
en Si la tierra tiembla

«Tiemblas,
cada vez que me ves, yo sé que tiemblas».

Tito Rodríguez
en Tiemblas

«Y vuela, y vuela y vuela cual si fuera hoja al viento


tiemblo
y estallo el fuego y te quemo por dentro
tiemblo
y sobre tu pecho tranquilo me duermo».

Viti Ruiz
en Caricias prohibidas

«I feel the earth move under my feet


I feel the sky tumbling down, tumbling down
I feel my heart start to tremble
Whenever you’re around».

Carole King
en I Feel the Earth Move

162
[El muchacho que nunca tembló]

No siempre se sabe temblar.


Casi nunca se sabe no temblar.

El muchacho que nunca tembló, el del así titulado cuento


de los hermanos Grimm, quería comprender ese «arte»,
que otros dominaban cuando se reunían en torno al fuego
para contar historias: «¡Si al menos aprendiese a temblar,
si al menos aprendiese a temblar!».
Sería feliz cuando temblara. Eso creía el joven rey.
Un día, su esposa se cansó de tanta queja y lo ayudó a
temblar. Agua fría y pececillos haciéndole cosquillas
consiguieron el milagro: «¡Estoy temblando, querida
esposa, estoy temblando! Ahora ya sé lo que es temblar».

Pudiera yo desaprender el temblor.


Aprender mejores temblores.

163
[…]

Pregunto por temblores. Ninguno de mis contactos de


Facebook tiembla. Pero temen temblar. De ello escriben.
Ya lo dijo Derrida: «Se puede tener miedo de temblar».

Blanca Rivero, arquitecta, ha visto temblar a su tía, a su


abuela. Un temblor genético les acecha. La angustia crece
frente al padre, que tiembla para abrir una botella, marcar
un número telefónico. A veces lo ayuda en la puntería
perdida. Sólo a veces. «Mientras lo observo, me pregunto
cuánto falta para que el temblor llegue a mí».

María Alejandra Rosales, arquitecta, teme a los terremotos


y a perder el control. Su abuelo temblaba todo el tiempo.
Mientras crecía se preguntó si también ella temblaría
con las edades. Un día descubrió que su tía y su madre
temblaban. Llegaron así los años del repudio al temblor de
la parentela materna, luego la resignación y la aceptación:
«A estas alturas, ya no me preocupa el tremor de los
Méndez, es parte de mí».

Marianella Ferrer, pintora, maratonista, no tiembla. Pero


un día su madre enfermó y comenzó a temblar. El mal de
Parkinson trajo lo suyo y el temblor como una presencia
que por insistente desapareció en la cotidianidad,
tanto que no puede recordarla ya sino como un abrazo
movedizo: «Yo imitaba sus temblores, ella imitaba mi
manera de hablar; yo me burlaba de ella, ella de mí.
Lloramos pocas veces, reímos mucho».

Podría yo tener Parkinson. Un día.


Temblar sobre el temblor.
¿Uno aplacaría al otro?
Sería doblez, eco, compás repetido.
164
[Bibliografía incompleta, no consultada y, a decir verdad,
ya innecesaria sobre el temblor]

Alberto Herrero, El último temblor. Devenir, Juan Pastor,


2003.
Alfonso Ussía, El temblor diario. Ediciones B, 1999.
Álvaro Pombo, El temblor del héroe. Destino, 2013.
Belén Gonzalo, Temblor memoria. Secreta belleza. Mandala
Ediciones, 2014.
Carlos Samayoa Lizárraga, México mártir. Crisis y sismos.
Apolo Editorial, 1986.
Charo Ruano, Temblor. Amaru Ediciones, 2016.
Cristina Pacheco, Zona de desastre. Océano, 1986.
Elena Poniatowska, Nada, nadie: las voces del temblor.
Ediciones Era, 1988.
Humberto Musacchio, Ciudad quebrada. Océano, 1985.
Ignacio Padilla, Arte y olvido del terremoto. Almadía, 2012.
John J. Junieles, El temblor del kamikaze. Antorcha y Daga,
2003.
José María Mendiola Insausti, El temblor de los monstruos.
Edebé, 1997.
José María Muñoz Quirós, El temblor de las libélulas.
El Brocense, 2011.
Leopoldo María Panero, Piedra negra o del temblar.
Libertarias/Prodhufi, 1992.
Maggie Stiefvater, Temblor. Ediciones SM, 2010.
Manuel Muñoz Hidalgo, El temblor de la llama.
Fundamentos, 2008.

165
Patricia Highsmith, El temblor de la falsificación, Anagrama,
2016.
Rosa Montero, Temblor. Seix Barral, 1999.
Rubén Martín, Radiografía del temblor. Renacimiento, 2007.
W. Somerset Maugham, El temblar de una hoja. Sexto Piso
Editorial, 2008.

166
[…]

La hoja escrita. Desprendida.


En mis manos desparece lo blanco.
El tímpano retiene otra historia.

¿Y el temblor?
El temblor es remanente.

167
Libro cuarto
El cuarto de los temblores
[…]

«Misericordia, Señor.
Aplaca, Señor, tu ira,
tu justicia y tu rigor.
Por tu purísima sangre,
misericordia, Señor».

¿He de rezar al Señor de los Temblores, patrono jurado del


Cusco? ¿Rogar a ese Cristo moreno que aplaque mi vaivén?

¿Habré de ir a la ciudad peruana un lunes santo? ¿Temblar


en procesión? ¿Ver la reliquia oscurecida por años de
ruegos, velas e incienso?

Cuentan que un encarnizado terremoto azotó el Cusco


en marzo de 1650. Entre réplicas y súplicas, los pobladores
llevaron al Jesús crucificado en procesión por la ciudad.
Los movimientos cesaron. El Cristo fue instalado
en la puerta de la catedral para perpetuar el milagro.
Así comenzó la existencia de Taytacha Temblores
–tayta: «padre, señor»; acha: diminutivo–, el Señor de los
Temblores, cuya festividad es patrimonio cultural y se
celebra el último domingo de octubre.

[En su página web, el Arzobispado de Cusco recomienda al


público asistente a la procesión del Señor de los Temblores
«proteger los muros durante el recorrido de la procesión,
no remover de su lugar las piedras».
Y aclara: «En Semana Santa, se les hace recordar a todos
los fieles que el 18 de febrero de 1776, en la ciudad de
Roma, Su Santidad el Papa Clemente XIII, otorgó la
concesión de la Indulgencia Plenaria y la remisión de todos
los pecados a quienes en Cusco participen de la procesión

172
del Señor de los Temblores, cumpliendo debidamente
con el Sacramento de la Confesión y comulgando
dignamente».]

Misericordia, Señor.
Aplaca, Señor, tu diestra,
tu siniestra y mi temblor.
Por tu purísima sangre,
quietud te pido, Señor.

173
[…]

Hubo un tiempo en que los moradores de las casonas


coloniales andinas eran sabios en resguardarse de los
mandatos de la tierra. Construían en la parte baja o en
el centro de sus patios jaulas de maderos para refugiarse
después de un sismo, antes de sus réplicas. De palos
eran sus muros, livianos sus techos. A veces su único
ornamento –al menos en Perú– era un retablo del Señor
de los Temblores y cruces de San Andrés.
Ese habitáculo era llamado «cuarto de los temblores».
Desterraba las penurias del estremecimiento.

El escritor Francisco Javier Pérez cuenta que Julio César


Salas –etnólogo, historiador, abogado, lingüista, sociólogo
venezolano– pasó sus postreros días «yacente, inmóvil,
semienmudecido» en lo que los niños llamaban «el cuarto
de los temblores». En su casa merideña acabó «colmado de
cuidados familiares y de atención médica». No hay noticias
en su biografía de que temblara, ni de cuántos ajenos
temblores huyó.

Yo, semienmudecida y móvil, he forjado jaulas para


protegerme de mi propio temblor. Donde seguir
temblando.

174
[…]

Escribe David Berceli en su libro Liberación del trauma:


«En nuestra sociedad, el temblor es considerado un signo
de debilidad, por lo tanto en vez de seguir el natural y
sanador efecto del temblor anestesiamos nuestro dolor
con fármacos, alcohol u otros sedantes. Pero es el cuerpo
el que recurre al temblor para volver al equilibrio. Si una
gacela es atacada por un león y logra escapar, veremos
que temblará por un rato. Este temblor es una forma de
sacudir el exceso de carga energética. Luego de liberada
la adrenalina, la gacela vuelve al rebaño, tomando agua
de la laguna como si nada hubiera pasado. También
los seres humanos: en la mujer, después de haber parido,
aparece el temblor». Y concluye: «El temblor es lo que
cierra el círculo y significa el regreso al equilibrio,
a la normalidad».

Fue en un refugio antiaéreo en el Líbano, en 1979, donde


Berceli apreció por vez primera temblores y círculos.
Protegiéndose de las explosiones y del caos del exterior,
los niños temblaban prendidos de sus padres. Pudo
observar algo más: mientras los padres consolaban a sus
hijos, permanecían calmos.

Años más tarde, mientras trabajaba con refugiados


de la guerra en Sudán, notó algo similar. Cuando se
producían explosiones u otras señales de peligro, la única
responsabilidad de los adultos era tomar a los niños y
rápidamente llevarlos a un lugar seguro. Una vez más los
niños respondían temblando. Los adultos no mostraban
ningún signo de temor, ningún temblor.
Cuando Berceli interrogó a los adultos, pasado el peligro,
éstos explicaron que habían esquivado su miedo para no

175
evidenciar síntomas de angustia que asustaran a sus hijos.
El tiempo pasó y el médico volvió a observar. Los niños
habían conseguido reponerse del trauma, mientras
que los adultos desarrollaron síntomas debido al efecto
residual del miedo: algunos, incluso, padecían estrés
postraumático.

Temblar como refugio y medicina.


Temblar al borde del temblor. Para sanar.

176
[…]

Es mi casa cuarto de los temblores, donde fogones, libros


y cama aligeran huesos. Lo es el hijo, el marido, el
mueblecillo que pulo para corroborar que no todo es
inútil. Cuarto que me cuida de bellas catástrofes, odios
macerados, verbos predadores.

Pasar de puntillas junto a ciertas cosas, con el asco


alerta, la desgracia como temperamento. Ceder al rapto,
inclinarse, acunarse. Simplemente temblar.

Escribo un libro, este libro,


mi «cuarto de los temblores».
Debo cuidar el porvenir.

El libro es anhelo;
temblar, premonición.

177
Nota bene
[antes de imprimirse este libro]

Alguien dijo que el día que escribiese sobre el temblor


dejaría de temblar. Que cuando tallara en vocablos todo
lo que en mí vibra desde la infancia, nada volvería a
estremecerse.

He escrito un libro sobre el temblor.


Tiemblo.
Aún tiemblo.

178
Índice

Libro primero
Una cierta genealogía
11
Ocasión de mudanza
39
Demoras
63

Libro segundo
Nombres propios
83
El goce, lo demás
99
Males hermanos
115
Autorretrato traidor
129

Libro tercero
Temblores transcritos
149

Libro cuarto
El cuarto de los temblores
171
Jacqueline Goldberg
nació en Maracaibo,
Venezuela, en 1966.
Es doctora en Ciencias
Sociales, licenciada en
Letras y autora de premiadas obras de poesía,
narrativa, ensayo, testimonio, gastronomía y
libros álbum para niños.

Su novela Las horas claras [2013] mereció el XII


Premio Transgenérico de la Sociedad de Amigos
de la Cultura Urbana 2012 y el Premio Libro del
Año 2014 otorgado por los libreros venezolanos,
fue finalista del Premio de la Crítica a la Novela
del Año 2013 y ha sido reeditada en México
en 2018 por la Universidad Metropolitana
de Monterrey.

Sus primeros trece poemarios están recogidos


en Verbos predadores, poesía reunida 2006-1986
[2007]. Luego vinieron Postales negras [2011];
Limones en almíbar [2014]; Nosotros, los salvados
[2015] y Las bellas catástrofes [2018]. Es autora
de los libros-album para niños Pitchipoï [2018];
El niño que desayunaba de noche [2016]; Qué ves
cuando te ven [2015]; El filósofo saltamontes [2006];
Benjamín caballito de mar [2004]; La casa sin
sombrero [2001]; Mi bella novia voladora [1994]
y Una señora con sombrero [1993, reconocido
entre los “10 Mejores del Banco del Libro”
de Venezuela]. También recopiló una colección
de oraciones para niños y jóvenes, Plegarias
en voz baja [1999].

Su poesía aparece en antologías en España, Italia,


Reino Unido, Rumania, Corea del Sur, Puerto
Rico, Estados Unidos, Perú, Brasil, México, Chile,
Colombia, Argentina y Venezuela.

OT editores publicó antes Limones en almíbar,


ganador de la mención especial del jurado
del Premio Tenedor de Oro 2015 a la Publicación
Gastronómica que otorga la Academia
Venezolana de Gastronomía.

#ElCuartoDeLosTemblores
@jacgoldberg
El cuarto de los temblores
Jacqueline Goldberg
Oscar Todtmann editores

Coordinación Editorial: Luna Benítez


Corrección final de textos: Graciela Yáñez Vicentini
Fotografía: Andrea Sandoval
@andreadanielas
Diseño: Carsten Todtmann y
Pascual Estrada

© de esta edición OT editores, c.a.


© Jacqueline Goldberg
ISBN: 978-980-407-046-4
Depósito Legal: DC2017000292

Caracas, Venezuela 2018

email: oteditores@gmail.com
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por alguna otra forma la totalidad o partes del libro, sin la previa
autorización y permiso del autor o de la editorial. Así, amigo lector, usted
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publicación de libros para una significativa variedad de lectores.
«Temblar, para Jacqueline, es descubrir,

Jacqueline Goldberg
jacqueline goldberg
mirar por la grieta donde la realidad
deja de ser una cosa sólida para
convertirse en una vibración que estalla
y reconstruye revelaciones y equilibrios.
el cuarto
Desde la niñez, desde el miedo, desde de los
temblores
la valentía, desde el amor. Desde la
palabra. Porque, así como con la vida,
así también con la literatura. Jacqueline
Goldberg tiene rato llevando sus
temblores a los géneros. En este caso,
ha movido sus placas y ha desplazado

El cuarto de los temblores


la poesía y la narrativa y el ensayo
y la escritura biográfica. El deslizamiento
hizo nacer un texto que es un magnífico
estremecimiento de las formas».

Fedosy Santaella

Oscar Todtmann editores

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