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El Perú y las barriadas

José María Arguedas

Cualquier persona que visite una barriada, aunque solo sea por simple curiosidad,
descubrirá entre los aspectos más sobresalientes del espectáculo, dos, especialmente: el contraste
que casi todas ellas ofrecen entre ciertas casas de apariencia, diremos, satisfactoria (algunas, incluso
de dos pisos, construidas de ladrillos, con ventanas y puertas de madera, y hasta podrá observar en
el techo antenas de radio e, incluso, muy raramente de televisión) y la gran masa de construcciones
de esteras, de adobes, de calamina, de cartones y hasta de simple “cotencio”. Sentirá, además,
como una agresión especialmente fuerte, el mal olor y aun la fetidez penetrantes que brotan de
toda partes. No solo de la calle, de las aguas sucias, que en algunas atraviesan la barriada, sino de
todo, de todo el cuerpo de la barriada. Esta fetidez podrá hacer creer a los visitantes, extranjeros
por su procedencia, o a extranjeros nacionales de aquellos que no están vinculados de veras con el
país, podrá hacerles creer que la gente misma que vive en esas barriadas es una de las fuentes de la
putrefacción que huele.

Desearía escribir unas notas acerca del contrates al que me he referido.

Ambas cosas son una muestra de la pujanza del Perú y de la mano dura de quienes no le
permiten ser tan gran como podría serlo ahora mismo. No ignoro la literatura aun periodística que
sobre este hecho se ha publicado y con reflexiones muy semejantes a las que he de exponer. Pero
quizá sea capaz de ofrecer algunas informaciones y fuentes de reflexión relativamente nuevas.
¿Cómo es que esta fetidez tan agresiva y “vergonzosa” puede ser considerada por alguien como una
muestra de la pujanza del país? Alguien sospechará que estoy afirmando una verdadera locura o
insensatez: Nos ocupáremos del caso.

Un ilustre historiador uruguayo a quien guie por una de las barriadas de Lima me dijo al final
de su visita: “Amigo Arguedas, me ha mostrado algo que no olvidaré jamás. Aquí hay una evolución
de fuerzas humanas que siento como algo absolutamente original y extraordinario”. Este ilustre
historiador es un hombre de gabinete, pero con una sensibilidad atenta a los síntomas aún muy
leves o sutilmente expresadas de la sociedad humana. Me escribió, meses después, del Uruguay y
las pocas líneas de su carta contenían una más reflexiva y aún más rotunda reafirmación de su
observación inmediata. Yo había tenido la suerte de presentarle a los miembros de la directiva de
la barriada, y el historiador había comprendido cuán fuerte, tenaz y coordinada era esa organización
y cómo estaba directa y legítimamente brotaba de la masa social.

En la peor barriada de Lima hay algo que no existe en la mayor parte de los pueblos y aldeas
desde los cuales ha emigrado a Lima especialmente el campesino andino: la posibilidad de la
emergencia, del ascenso, de la promoción. La organización social y política que se mantiene
congelada en las provincias andinas, no solo han sumido en una miseria espantosa al campesino,
sino que esta miseria le ha quitado lo que constituía a veces una compensación suficiente a su dura
vida: las fiestas, la recreación profunda que, según sus antiguas usanzas, estas fiestas constituían.
Ya casi nadie quiere ahora ser mayordomo de las fiestas, ni alcalde, ni “alférez” en las aldeas
castigadas por la miseria.

Para el indio, el lacta runa, y aun para el mestizo pobre, el porvenir está cerrado en esos
pueblos con una cortina de acero e infierno. Esa imposibilidad de ascenso compromete aun a las
clases más altas que las del mestizo pobre. ¿A que puede aspirar el indio, es decir, la lluntan o llacta
runa y aun el hijo del pequeño propietario, sobre todo, si alguna vez ha venido a Lima, y ha
observado y conocido aquí a gente que era como él, o socialmente inferior a él, y que en la capital
asciende y ha alcanzado éxito y aun éxito “ostentoso”? ¿A qué puede aspirar en su aldea oriunda?
¿Qué importa hundirse en la inmundicia, en la fetidez y en el martirio de una barriada si le alienta
la convicción, aunque sea lejana, aunque incierta, pero no imposible, de que puede, al fin, surgir, si
tiene ante sus ojos el ejemplo vivo, real, objetivo de que algunos han realizado esa hazaña?

Hay una diferencia inexpresable entre vivir sin esperanzas en el martirio y la fetidez, como
en el infierno de Dante, y entre trasladarse a otro lugar en el que también hay ese mismo martirio,
y aún fetidez, pero donde la esperanza existe realmente.

Preguntas

¿Qué comparaciones hace Arguedas?

¿Qué elementos semejantes y qué distintos halla?

¿Qué tesis es la que sostiene? ¿Qué norma propone?

Su ensayo data de 1961 ¿Cuánto valor le queda? ¿Por qué?

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