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Nadie se va…

Monólogos desde el encierro

De Lucía Leonor Enríquez

lucialeonor.go.en@gmail.com
Galatea

Una piedra cae y una vida cambia.


Yo no debería estar aquí.
Yo soy inocente.
Sí, si te cuento seguro te da risa. Ahora te doy asco, claro, a mí también, pero antes... Te
juro que da risa, que es muy gracioso.
Todo iba tan bien. Imagina la propuesta de matrimonio en el parque donde tuvimos la
primera cita. El mantel rojo, las uvas, el pan, un poco de vino. La luna nos miraba. ¡Qué
estúpidos! ¡Qué ridículos fuimos! Y yo pensando: “este es el día más feliz de mi vida”.
Entonces la piedra.
¿Tú me crees, verdad? Te juro que intenté levantarme para ir con él, pero la mano gigante
y áspera me sometió, sí, ésa es la palabra: yo, sometida. ¿Cómo pueden unas manos
llegar a ser tan enormes y tan frías? Mi rostro entre las piedras y yo de rodillas. Quiero
girar la cabeza, para no verlo, ahogándose así, en los jugos de su carne mancillada, en el
día más feliz de nuestras vidas... pero el gigante no me deja a mí, la estúpida que miraba
a ambos lados de la calle antes de cruzarla, la que se ruborizaba al oír groserías, la que
se lavaba las manos antes de comer y pedía permiso antes de dejar la mesa, la que iba a
misa todos los domingos, la que guardó la virginidad en un cofre con llavecita y ¿para
qué? Para que una bestia te destroce el ano, la vagina y la vida.
¿Él? Te digo que era un gigante, un monstruo que jadeaba: “dime que me amas, dime que
te gusta puta”. Nadie me cree. La policía concluiría: “una cita romántica que acabó
terriblemente mal”. Terriblemente mal. ¿Verdad que da risa? ¿Verdad que es la pendejada
más grande que has escuchado en toda tu vida?

¿Te fijaste que ya no me ruborizo?, aquí uno olvida pudores y cosas. Pensarás que estoy
loca por reír así, pero, ¿yo, la asesina de mi prometido? ¿Yo, la mojigata que se resistió a
sus “avances” amorosos?
¡Yo no fui! ¡Fue el gigante! ¡Yo soy inocente!
“Dime que me amas o me llevo tu rostro conmigo puta”, y yo quiero mantener la calma
mientras me repite que me ama, que siempre me amó. Yo no entiendo nada. Yo no me
muevo, no hablo, pero escucho, pero miro, pero siento. ¿Por qué a ti? ¿Por qué a mí?
Ya no hay más nosotros.
Y el otro entra y sale, golpea y desgarra. Creo que todo ha terminado pero me voltea, voy
a vomitar. Me monta, me monta otra vez, entra y sale otra vez. “¿Te gusta? ¿Me amas?”.
Y sonríe y me muerde los labios, y mis ojos le gritan, y el gigante se aferra a mis senos
como si quisiera arrancarlos de mí. “¿Te gusta, verdad? Te siento húmeda”. Y se blande y
se mece y me jala fuerte el cabello y las orejas y yo intentó oír algo más, lo que sea, las
sombras que pasan indiferentes, los coches y las bocinas, pero su jadeo. Que ya no jadee,
que no gima.
Dioses ¿por qué no me desmayo? Vomito y él me golpea en la cara, se ha llevado trozos
de mi cabello con él. He arruinado su venida, dice. Se para y me patea, no sé con cuánta
fuerza porque no siento nada, sé que me insulta pero no oigo nada, no entiendo nada,
porque no soy ya nada, sólo herida, sólo rojo adentro, sólo podrido adentro.
¡Yo soy inocente!
Por fin me desmayo y luego. No sé.
Y mira este río blanco que sale de mí y resbala por mis piernas y es inmenso y me ahogo,
y quiero gritar pero he tragado este mar de leche.
Yo no entiendo nada.
¡Yo soy inocente!
Scilla

¡Qué te calles puta! ¡A nadie le interesa tu historia!


Yo sí, yo no tengo por qué negarlo, yo sí los maté. ¿Por qué tenía que ser yo la única que
sufre? Pero ahora que salga, voy a buscar a Circee. ¿Me oyes, hija de puta? Voy a
cazarte como el animal que eres y me las va a pagar todas.
¿Ves esto? Me lo hizo esa hija de la chingada y todo por un hombre. ¿Cuántos hombres
conoces tú que valgan la pena? Y si vieras al hombre por el que me hizo esto. Tiene una
pinche boquita de pescado y una verga chiquita, chiquititita que se escurre como
renacuajo.
¿De qué te ríes, pendeja?
De eso sólo me río yo.
Niobe

¡Shhh! Ya basta de tanto griterío, que me la despiertan. Mi niña. Es muy pequeña y le


gusta que la arrulle. Y a mí me gusta verla dormir tranquila, aunque a veces me da por
moverla, me asusta que esté tan quieta.
No. Imagínese, tengo catorce hijos y ella es la más pequeña. ¿Que dónde están?. ¿Está
seguro de lo que me pide? ¿Quiere que le hable de ellos? Porque puedo repasar sus
nombres, uno a uno, hasta contar catorce. Puedo hablar de lo que odian y lo que blande
sus corazones, y hasta puedo enumerar, porque nunca olvido, los gestos y las pecas de
todos ellos, de todos, los catorce.
No, no puede verla. Yo la protejo ¿sabe?. Me da la impresión de que se deshace del
miedo y hay tantas voces aquí. A veces parece que quiere resguardarse, que quiere
regresar, pero mi útero está seco, ya no es cobijo de nadie. Pero es como si ella quisiera
hundirse nuevamente.
¿Le conté ya, que para despertar me canta y por las noches me arrulla? Es al revés, le
digo, debería ser al revés. Por eso aprovecho cuando duerme, para cantarle yo, para
mecerla yo.
No, no deberíamos hablar más y mucho menos hablar de los otros. Porque mi niña llora.
Lo hemos pasado muy mal. Hemos sufrido mucho y le juro que si pudiera me la metía otra
vez, la protegía adentro, porque los Dioses nos han escupido y todo huele a sangre. Y qué
culpa tengo yo, dígame, de haber sido tan rica y tan dichosa, tan fértil y tan dichosa. Pero
no hay que hablar de eso, porque los Dioses oyen y castigan, porque huele a sangre y a
quemado y mi niña tiene pesadillas, y esta niña es mía y nadie puede tocarla, esta niña es
mía, sólo mía. Es una. Al menos, al menos déjenme una.
Lamia

¡Que deje de cantar, por piedad! Que se me cierran los ojos y no puedo, no puedo.
Descubrí que no basta tapar los oídos, escucho las risas, los llantos y huelo heridas.
Heridas. Charcos de sangre mía y querida. No puedo.
Yo te llamé, te llamé y te dije: debes volver, lo hice, ya era tiempo. Lo hice. Todos, todos
ellos.
¿Usted me cree que le llamé? No se me acerque, no me toque. Perdone, perdóneme, es
el frío, ¿sabe? Me hace mal. La humedad destruye y se marcha, pero es necesario estar
limpio, inmaculado, puro. Y usted me mira sin asco, sin rencor, ¡usted tiene que creerme,
de verdad se lo juro! ¡Yo le dije!
Perdóname cariño, tenía que hacerlo.
No me hacía caso. Nunca supe si era amigo o enemigo, pero estábamos tan intoxicados
uno del otro.
Debe estar riéndose, usted sabe quién, todas la conocemos. Pero él no podía dejarla, no
quería dejarla. Si él nos hubiera amado. Tenía que haber llegado antes, ellos
tambaleaban. Pero se quedó así, ahí, y el rencor...
Mis labios, mírelos. Están hambrientos. No importa cuánta agua tome, cuánta sangre
beba, están secos. Pero no fue mi culpa, no era yo. ¿Cree que soy mala? Tenía que
hacerlo. Sí, sí, yo sé, sé que más que yo vivirá lo que he hecho y no quiero, no puedo.
Pero dígame, dígame por favor que no importará, que un día todo esto no importará. Lo
bueno y lo malo, todo desaparecerá.
Mirra

Mamá me dice que te tome la mano, que te hable, pero ella no entiende.
Mamá no sabe del anhelo de la niña que quiere que la mano de papá hurgue debajo del
vestidito ridículo, del sueño donde los dedos de papá se mueven y remueven para
destruir.
La mano de papá llama.
La mano de papá acaricia.
Que te hable me repite mamá, que te diga que te quiero. Mamá no sabe del engaño, pobre
mamá.
Muchas veces soñé con verte así, vencido, pequeño. Eres pequeño. ¿Te has encogido?
Qué mierda la vida, ¿no es cierto? El sueño se hace realidad y no sé qué hacer con él.
Nunca supe. Siempre había dos posibilidades. No tiene sentido la muerte, hemos muerto
ya tantas veces. Y casarme contigo nunca debió ser una opción.
¿De verdad no sabías? El disfraz de la noche no te permitió reconocerme mientras me
penetrabas y convertías en tu desperdicio, en el depósito humano donde podías evacuar
toda la podredumbre que llevas dentro, así, de una vez y para siempre.
Sí, yo acepto. Papá tronco, papá fuerte como una roca.
¿Por qué a mí? ¿Por qué yo?
Me hubiera gustado soñar con muñecas, pero tus labios. No nena, no llores cuando no te
abraza papá.
Algo me robaste, algo perdí. No hay salvación.
¿Crees en la vida después de la muerte? ¿Crees en el castigo eterno? ¿Regresarías a
contarme?
Tampoco me preocupa demasiado. El mar adentro se mueve y se agita contra mí.

Quiero llorar. No sé.


Quiero odiarte. No puedo.
Sí quiero, yo quiero, pero algo se agita dentro.
Soy tuya: Mirra, mi niña, mi muñequita
Aquí el tiempo no pasa, pero la herida sangra.
Despierta papá, te habla Mirra.

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