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Carlos Be
Versión 1
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Acaba de irse. Sé que acaba de irse pero no consigo recordar su cara, sólo una sombra que
pasa rapida como si un aguila le sobrevolara el rostro. Los dientes pequeños, sé que tenía los
dientes pequeños, como de niño, de leche, dientes pequeños en la inmensa sombra de su cara.
No me gustaba nada cuando sonreía. Tampoco cuando se reía. Hablaba cubriéndose el cuello,
por la traqueotomía. Se cubría el agujero con una chapa metalica. Yo la utilizaba para abrir las
cervezas. Desde que se ha ido que no encuentro el abridor. Claro, mientras estaba aquí no lo
necesitaba, con la chapa me bastaba. Si siguiera conmigo ya me habría bebido la cerveza.
Sólo por eso me acuerdo de él. Acaba de irse y sólo me acuerdo de él por la chapa. Por nada
mas. Si no fuera por la chapa, ni eso.
¡Hasta nunca, desecho! ¡Hasta nunca! Eres un desecho. Un desecho humano. Eso gritaba con
voz de muerto. Y se reía. Su risa. No tengo nada en contra de las risas, nada, sólo en contra de
la suya. Se olvidaba de cubrir el agujero y el sonido que emergía de su cuerpo era
escalofriante, parecía un saco de piel espasmódico y ahogandose. Que conste que me gusta
que la gente se ría. Cómo me gustaría poder reírme siquiera una sola vez en la vida. Pero
tampoco tengo sentido del humor. Tampoco.
Nunca mas se reira delante de mis narices. Su risa me daba miedo. Nunca le pregunté de qué
se reía. Yo permanecía frente a él muy quieta, sudando, la piel fría, hasta que paraba de
golpe, le chirriaban los dientes, apretaba fuerte la mandíbula y el orificio de su cuello se
relajaba de nuevo. Es la única persona a la que no le he preguntado de qué ríe cuando se reía.
Suelo preguntarselo a la gente. Y tú, ¿de qué te ríes? ¿Y tú? ¿De qué ríes?, les pregunto para
que me lo expliquen, puede que así encuentre algún día algo que me haga reír a mí. La gente
siempre me responde. Para bien o para mal. Algunos me dicen que de mi cara. Que se ríen de
mi cara. Yo les doy las gracias. Soy sincera. Gracias por la respuesta. ¿No te enfadas?, me
preguntan. Y se ríen mas. No, y no lo digo con ingenuidad ni de ninguna manera, de verdad
Suerte que no tengo un piso grande. Si tuviera un piso grande, me volvería loca buscando el
abridor. Me gustan los pisos grandes con habitaciones pequeñas para los niños. Yo nunca he
tenido una habitación pequeña. Sólo un espacio debajo de la cama. Tampoco tengo sentido
del humor. No es lo peor.
El propietario de la finca pasa la mayor parte del tiempo en la trastienda de los bajos, tiene una
pajarería. Es muy viejo y es diabético. Desde que no se vale por sí mismo que es pera no sé qué
en la trastienda sentado en medio de un torbellino de pajaros tan pequeños como insectos y las
boqueras le agrietan los labios cuando ríe de felicidad. Su nieto le ayuda en la tienda y chasquea
la lengua como el anciano. Antes de hablar, siempre chasquean la lengua. La lengua del nieto es
gruesa y húmeda, roja y brillante. La de su abuelo, blanca y fétida, por los hongos. También
tiene hongos en las uñas y entre los dedos. Se rasca las manos compulsivamente hasta
desollarselas. Nunca compraría un pajaro tocado por él.
Al llegar a la finca me hacía mucha ilusión que en los bajos hubiera una pajarería. El jolgorio
de los pajaros al entrar y al salir. Después comenzó a notarse aquel olor en el vestíbulo. Las
heces de los pajaros. Los vecinos llamaron al nieto y parece que hizo algo para remediar que
empeorase pero aquel olor ya no se ha ido, se ha quedado impregnado en las paredes del
vestíbulo y ahora al entrar y al salir de casa ese olor inevitable a excremento e infecciones en
las paredes y en los buzones. Nadie se atreve a mirar bajo los felpudos.
El viejo tiene un perro. Se llama Mateo, el perro. El perro esta siempre caliente y lleva el
pelaje siempre sucio de cagadas de pajaro. No sé cómo el nieto puede mantenerse tan
Un aguila asoma la cabeza por la ventana abuhardillada y sin encontrar el abridor, ¿qué hago?
Estrello el cuello de las botellas contra el marmol de la encimera y el culo del vaso se llena de
cristales astillados.
Nunca he sido bonita. Ni de niña, aunque de niña nunca me dijeran que fuera una niña fea.
Supongo que aún podía crecer y cambiar. Ahora ya no puedo cambiar. Si no hay posibilidad
de redención, la gente se aleja. O se ríe de ti. Nadie te habla. Eso lo entiendo. Que nadie te
hable. Yo misma he dejado de hablarme. Me parece tan miserable mi propia compañía. Si
todo se solucionara dejando de beber. Lo único que deseo es alejarme de mí misma. Tal vez
así pudiera reírme. Pero no es posible. No puedo dejarme a solas.
He dejado de hablarme, eso sí. Aunque a veces no aguanto mas. Estallo y me grito.
El de la chapa le pedía dinero a todo el mundo. Les pedía dinero y después les decía ¡Hasta
nunca! Les decía hasta nunca para que le olvidaran rapido. Como he hecho yo. Así podía
volver y volver a pedir dinero. Hoy ha vuelto. Ha aporreado la puerta y el joven de la
pajarería, el nieto del viejo, le ha dicho qué hacía y el de la chapa le ha pedido dinero. Se lo
habra dado porque ha dejado de golpear la puerta y se ha ido con otro hasta nunca para que le
olvidemos. Sera que aún le queda un apice de conciencia sobre en qué se ha convertido. A mí
ya no. Llega la noche y me hablo y no me escucho. Me oyes. Me hablo y no me escucho.
¡Escúchame! ¡Qué quieres! ¡Dónde esta el abridor! ¡Déjame en paz! ¡Damelo! ¡No lo tengo,
no lo sé, no quiero oírte! ¡Escúchame! ¡Muérete! ¡Que me...! ¡Que te mueras!
No me dejéis sola. No quiero estar sola. Conmigo misma. No puedo dejarme a solas. Me
mataría.
Llamo a Lola.
Lola es mi mejor amiga. Mi mejor y mi única amiga, lo cual la convierte también en la peor, y
no hay nada peor que tu peor amiga. Y no es ningún juego de palabras.
La conozco desde pequeña y es muy fea. La segunda mujer mas fea del mundo. Eso la redime
de ser la primera, la mas fea del mundo. A alguien tenía que tocarle, me decía siempre y
Estamos hablando tú y yo. Te miro con los dos ojos. Normal. Y de pronto...
… mientras el ojo derecho se mantiene fijo, en este lado, todo bien, como toca...
Hay que imaginarselo al tiempo. Terrorífico, ¿verdad? Yo le digo que con ese don, si la
tarotista le dijo que era un don, no voy a ser yo quien le lleve la contraria, con ese don puede
hacerme un favor. ¿Cual? Buscarme un hombre. Si no esta vivo, que no lo esta, mi hombre no
esta vivo, puede que esté muerto, a ver si tú me das con él, Lola.
Ella ya no se sonríe como hacía antes. Antes de que su marido muriera. Creo que sigue viendo
a su marido ahora que esta muerto y por fin tiene la seguridad de que es sólo para ella. Le ama
mas que nunca. Y de fondo a su amor, una impresionantemente silenciosa catarata seca.
La última vez que le ocurrió lo del ojo, que yo sepa, fue en mi otro piso, en el que vivía antes.
Estabamos hablando en el salón, hablando y mirando la tele, y de golpe se le va el ojo. Lola,
¿qué pasa?, ¿qué ves?
Así fue que decidí cambiar de piso. Vendí el piso de mi madre y encontré la buhardilla. La
buhardilla ya no me gusta. En el momento de verla con el propietario, el viejo, un ramillete de
pajaros multicolores cruzó el cielo a un brazo de distancia de la ventana. ¡Me lo quedo!, grité
de contenta. Al nieto se le había caído una jaula al suelo y los pajaros se habían escaparon de
la pajarería. Con el tiempo descubriría que la buhardilla... Que no me gusta. En verdad lo supe
desde el primer momento. Que no me gustaba. Aún así me la quedé. Si no fuera capaz de vivir
donde no me gusta, ya me habría suicidado y nunca lo he pensado. Nunca he pensado en
suicidarme. Me acurruco en el suelo, en el centro de la buhardilla y miro el techo, las vigas
crujen como varices de un útero revenido. Es como estar debajo de la cama. Me recuerda a
cuando estaba dentro de mi madre.
Mi madre nunca me quiso. Mi padre, quién sabe. Nunca lo conocí. Sólo sé que era calvo. Mi
madre cuando hablaba de él le llamaba el calvo. De niña quería que cualquiera fuera mi padre,
cualquiera, fuera calvo o no, hombre o mujer. Me agarraba a las faldas de las mujeres y les
preguntaba si eran papa, ¡qué caras! Me decían que no y yo se lo pedía por favor. ¡Quiero que
seas papa, por favor! ¡Quiero que seas papa, por favor! ¿Dónde esta tu papa? Yo les decía que
viajando alrededor del mundo. ¿Y a qué se dedica? Toca el bombo. ¿Y tu madre? Y la
buscaba y la señalaba y ellas me devolvían a la mano de mi madre y le aconsejaban que no me
dejara suelta que era una molestia. Mi madre asentía en silencio y en cuanto las mujeres se
alejaban ella soltaba la mano y se la fregaba contra el muslo. Mi madre nunca me quiso. ¿Por
qué? Por que eres fea. Fea como un pecado. Fea de nacimiento.
Un día Lola quiso hacerme la carta astral y me preguntó la fecha exacta, hora incluida, de mi
nacimiento. Le dije que no lo sabía y mi madre ya había muerto así que no había modo de
saberlo. Aproximadamente, me dijo Lola. Que no. Ya me habría gustado saberlo, ni que fuera
Ya no juego con nadie. Tampoco. Ya no busco a mi padre. Eso no quiere decir que lo eche de
menos. Lo único que deseo ahora es que él no sepa jamas de mí. Que jamas haya sabido de
mí. No querría que sufriera mi misma angustia aquí, en mitad del pecho, donde esta el
corazón en los dibujos para niños, aquí, porque no hay nada mas triste que una niña en la calle
jugando sola a la goma.
Tengo ganas de dejarlo todo aquí. Aquí y ahora. Dejarlo. Dejarlo todo. Pero voy a proseguir.
Suena un timbre.
Seguro que es el de la chapa que viene a pedirme dinero y no abro pero en realidad es el nieto
del pajarero, Mateo, o Mateo es el perro, y abro y no sé cuando he salido pero me encuentro
descalza en la estación de autobuses, cómo habré llegado hasta aquí descalza.
En la estación de autobuses, ese vaho de alcohol perpetuo. No es que aquí me sienta como en
casa. Es que siento que hay otra mucha gente que, como yo, no tiene. Casa. Mucha otra gente.
Viajando sin cesar. Siempre tanta otra gente viajando sin cesar. Tampoco hacen compañía. Se
van enseguida.
Una mujer sostiene a un bebé en brazos. Tras ella, la darsena. Dos maletas grandes a sus pies.
Me mira, aprieta la entrepierna de la criatura y me sostiene la mirada. Los autobuses circulan,
aparcan y arrancan, un retablo en movimiento de titanes coléricos. Su marido aparece al cabo
de un rato, coge las maletas y se van. Hasta que no se van ella no retira la mirada de mí. Y yo
sigo sin comprender.
En la estación de autobuses, sólo brilla la cafetería. Las chicas de la cafetería cantan muy bien y
la barra para los pies esta calentita, no sé por qué esta tan caliente, se lo preguntaría a las chicas
pero soy muy tímida, sólo les pido un café con leche, sera por lo fríos que tengo mis pies, pienso,
y no sonrío. No es mi primera vez en la cafetería de la estación de autobuses, pero sí la última.
Ahora la cafetería esta vacía y las chicas ponen la música que les gusta. Cojo mi café con leche
de la barra y me siento en un esquina, de espaldas a la calle y a la darsena, de cara a la cocina, la
cocinera trajina a través de la ventanilla. Hay canciones que cantan me gustan mucho. Las chicas
de la cafetería son extranjeras. Inmigrantes. Unas miserables.
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Voy por la calle y me detengo frente a las pizarras de los restaurantes. Leo los menús a ver si
encuentro alguno barato y se me pasan las horas en la calle y cierran las cocinas y vuelvo a
casa hasta mañana y sueño con un menú regalado que nadie encuentra.
No puedo evitarlo. Veo una cocina abierta y me detengo. Nunca vi a mi madre en una cocina.
Para mí eso es el amor. Y no soy capaz de decidirme. Quién me dara amor en dos platos,
bebida y postre o café. Mi tiempo, el tiempo que me dedico, es el que tardo en teñirme las
canas, lo único que recuerdo que le hacía mi madre, que se dejase ayudar, yo le teñía las canas
y ella me reñía porque le estiraba el cabello y aún así yo estaba loca esperando el día que
decidiera teñirse las canas. Soy un menú regalado que nadie encuentra.
No hay culpables. No hay víctimas. Hay un tenedor que no alcanzó a perforar el útero. En eso
se resume la razón de mi existencia. En un tenedor que no alcanzó el útero.
Lola dice que hay algo mejor a que alguien se aparezca en tu vida y es que tú te aparezcas
antes en la suya. Y él apareció en la mía y me dejé llevar. No estoy hablando de Alberto San
Juan. Lola siempre me insiste que algún día debo hacer algo por conocerlo. Al actor. A ella
también le gusta, claro. A mí me da mucho reparo. Pero no estaba hablando de Alberto San
Juan. Por aquel entonces aún no había cumplido los veinte años. Creo que estuve a punto de
que rompiera con su novia. Su novia era Lola.
Hasta que una pareja pueda separarse me parece un acontecimiento. Algo precioso. Qué
envidia.
Él tenía veinticinco años y quería vivir tanto cuanto pudiera antes de morir. No le quedaba
mucho tiempo. Tiempo de vida sí. Tiempo de consciencia, no tanto. Padecía el baile de San
Vito, ¿o es el mal de San Vito?, una enfermedad, recibe otro nombre también, algo como
corea. Sentía que su tiempo se suicidaba en estridente catarata desbocada. No me acuerdo de
su nombre. Sí de su cuerpo... que esta muerto.
–El del baile de San Vito –evidentemente no sabía qué era eso, si no no se lo hubiera dicho.
–Bailamelo.
Él se sorprendió.
–¿Qué pasa?
–¿No?
–No.
–Bailamelo.
Y me bailó su baile de San Vito. Y también cantó. Nunca olvidaré la letra de aquella canción.
–Muchas gracias.
–No estoy en esta vida para mí y sabes por qué, porque nadie merece sufrir esto que sufro.
Nadie. Estoy en esta vida para los demas.
–Yo soy fea –creo que era la primera vez que lo decía en voz alta–. Yo soy fea.
Y me besó en los labios. No. No me besó en los labios. Es lo que me hubiera gustado. No me
besó en los labios. Me habría gustado tanto. No fue un beso pero como si lo hubiera sido.
Como un largo beso de horas las vísperas de su boda, la boda de él y de Lola, su novia. A
pesar de ser su única amiga, Lola no me nombró su madrina. Le avergonzaba mi presencia.
Fue él quien vino a presentarse y bailó para mí el baile que tanto odiaba. No me besó en los
labios. No me besó pero me rozó la oreja con su voz.
–Nos vemos esta noche cuando esté tan borracho que no me tenga en pie.
Nunca había recogido flores hasta aquel día. Salí a recoger flores al campo. Se me acercó un
pavo real blanco, un macho. Extendió su cola ante mí y creí en el amor.
Esperé a que anocheciera estirada entre tallos de hierba con el manojo de flores apretado
contra el pecho. Sonó la sirena de la factoría y se fueron apagando las ventanas. Sólo quedó
encendida la cantina. Allí celebraban la despedida de soltero, a cuenta y cargo de la empresa.
Esperé tras la reja a que saliera él. Y al fin salió. Tan borracho que apenas se tenía en pie, tal
como me había prometido.
–¿Qué es eso?
No pude mas que ofrecerle mi vida, tanto me estaba dando, y le susurré que me matara.
–Matame. Matame.
Esperé el dolor y el universo. Esperé la sangre y el cuerno. Esperé las cadenas y el hierro.
Esperé el vacío y el engendro. Esperé la naturaleza y el seno. Esperé el orgullo y el ocaso.
Esperé la piel y el tormento. Esperé los arañazos y el vello. Esperé las puntas de sus dedos en
las raíces de mis cabellos. Esperé los dientes en los pliegues de mi sexo. Esperé.
Se había dormido a mi lado. Me arrimé a él. Le abrí la cremallera y apoyé la cabeza. Olía a
meado. Intenté masturbarme. No pude. Intenté masturbarle a él pero sólo encontré un sexo
arrugado y diminuto. Tejí en sus cabellos una corona de margaritas decapitadas y crucé el
campo el diagonal. Soy la mujer mas fea del mundo.
Se lo contó a Lola y Lola me lo contó a mí. Qué puedo hacer. Regalo mis sentimientos. Para
mí, hasta el hombre mas feo del mundo sería el mas bello.
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Ademas de ser fea y de no tener sentido del humor, soy aburrida. Soy tan aburrida que cuando
me masturbo se me duerme la mano. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que incluso mientras
me masturbo pienso en los demas. Me siento tan olvidada.
Alberto San Juan es mi último hombre. Ayer, con el de la chapa, antes de que se fuera,
agitandose sentado frente a mí, porque le doy asco, me dice, que me suba la falda y con ella
me tape los pechos y la cara, me dice, a mí ya me esta bien, así puedo imaginar que es Alberto
San Juan quien esta sentado ahí delante. Me lo crucé el otro día por la calle. En la tele parece
mas alto y cuando vi lo bajito que era me dio una alegría. Como si fuera... mas accesible. No
para mí, por supuesto, para las demas. Me dio una alegría. Lo vi acercarse desde lejos y pensé
en doblar la esquina para no encontrarmelo cara a cara pero me dije qué diantres si tampoco
me va a mirar a la cara y allí que me lancé y crucé a su lado e intenté olerle y no olía a nada
como la tele cuando aparece él y bajo el volumen al mínimo y arrimo la mejilla a la pantalla y
pienso que cuando mueve los labios no habla sino que besa y me desea y me besa en la
mejilla y se me eriza todo el vello y me atreví y alcé los ojos del suelo y le miré a la cara y él
apartó rapidamente la mirada y dobló la esquina mas cercana. Habría besado tus pisadas,
planchado con la lengua las arrugas de tu pantalón, suspirado por cada cabello de tu cuerpo
caído en el mío y doblas la esquina mas cercana y las cocineras cocinan en sus cocinas y el
olor a tinte emana de los respiraderos y me giro y doblo la misma esquina tras de ti, la esquina
que si hubiera doblado yo antes que tú me hubieras seguido, y en la nueva calle se bailan
boleros y pierdo un zapato de nuevo y me río ante tus brazos abiertos que me esperan
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Yo ahora con mis canas no sé qué hacer. Cada vez me parezco mas a mi madre. Lo veo en el
espejo. Esa vieja repugnante. La teñía frente al espejo. Ahora me tiño y no veo a la niña que
era yo, sólo veo a la vieja repugnante que no logró matar a la niña que llevaba en su vientre
con un tenedor y delante del espejo me arranco el cabello a puñados como tantas ganas tuve
tantas veces de hacer mientras la teñía y grito y lloro y golpeo y el espejo se rompe. Yo ahora
con mis canas no sé qué hacer.
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Lola siempre me trae tintes nuevos y me dice que la belleza es como el dinero, aunque no
tengas, actúa como si tuvieras. Tíñete esos pelos y busca alguien con quien bailar boleros.
Busca alguien que te saque a bailar. ¿Puedo pedir el bolero a la orquesta? Me gustan mucho
los boleros. Me gustaría tanto bailar un bolero. Bailar un bolero con alguien que me sacara a
bailar un bolero...
Pero nunca encuentro a nadie, así que me despido de Lola, que desde que su marido ha
muerto ha vuelto a llamarme para ir juntas a la sala de baile, y regreso sola a casa, donde,
como cada noche, me encadeno y me devoro el hígado.
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Una puta se compra. Yo me regalo. A gritos. Y ando sin zapatos. A pasos podridos.
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Una noche después de la sala de baile entré donde no debía. Me senté en la barra. Espalda
recta y manos sobre el bolso. El propietario del local se acercó y se inclinó sobre la barra. Me
pidió por favor que me fuera, molestaba a sus clientes. Les miré y apartaron la vista. Me
levanté del asiento, me puse el abrigo y me alejé por el pasillo en penumbra. Qué incauta, no
pensé que pudiera molestarles. Ya me lo decían las mujeres que confundía con mi madre, esta
niña no hace mas que molestar. En las películas, cuando ella se equivoca, él la pega. Así que a
la salida del local me pegué. Eso me pasa por no tener un hombre. Con el bolso, con los
puños, con las uñas. Eso me pasa por no tener un hombre. El portero salió en mi auxilio.
Cuando me vio la cara, me dejó de nuevo en el suelo. No sé si lloraba o llovía, veía todo a
través de una luna empapada. Eso me pasa por no tener un hombre.
Esta mañana he ido al Rastro. De repente una dependienta ha gritado desde su parada a mis
espaldas: ¡A ver, coños sucios! ¡Bragas a un euro! Me siento desfallecer. Me desmorono
Ribera de Curtidores abajo y muero a ras de suelo con el vientre doblado por el poste de un
andamio.
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El nieto del pajarero me ayuda con la compra. Le acompaña el perro, Mateo. O Mateo es el
nieto, no lo sé. Subimos las escaleras hasta el último piso. El nieto deja las bolsas al pie de la
puerta. El perro husmea una de las bolsas. El nieto le golpea en el hocico. El perro se achanta
y nos deja a solas frente a la puerta. Quiero preguntarle si quiere pasar cuando se despide y se
va tras el perro.
Fui hija única. Mis hermanos prometidos son los abortos logrados de mi madre. Se quedaron
en el útero contemplando el eterno pasado. Fui la única que logró entrever el futuro a través
de los barrotes del tenedor. Su capricho de tres puntas en mi hombro es la saña de una mala
madre embarazada. Me hubiera gustado preguntarles a mis hermanos desconocidos quiénes
fueron los padres que nunca conocerían. A esos padres prometidos me dirigiría con la cabeza
de mi madre en una bandeja plateada. Si pudieron amarla a ella, podrían amarme de mí.
Grito, la cabeza se ha movido. Cae al suelo, rueda, se detiene. No esta muerto. No ha muerto.
Mi madre sigue viviendo. Sigue engendrandoos a todos los que os creéis bellos.
Mi calvo.
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Que la vida sabe mal no es ninguna novedad. Lo sé desde que probé los amargos labios de mi
madre al nacer que me siento envenenada.
Mateo esta en la puerta. Le abro. Detras entra el viejo. Viene con la lengua fuera resollando
por las escaleras. Su lengua cubierta de hongos. Me estiro en el sofa y se acerca. Separo las
piernas. El olor a heces. Las boqueras le agrietan los labios de felicidad. Me muerde en un
Tampoco.
A punto de medianoche regresara el aguila a la ventana y devorara mi hígado una noche mas.
23
Sólo dejé atras un deseo mantenido. Bailar un bolero con alguien que me sacara a bailar un
bolero.
Nadie supo nada hasta que llamaron a Lola y entró en casa con su copia de las llaves y su ojo
izquierdo se volvió hacia la cama y los olores confundidos y encontraron debajo todos los
muertos en avanzado estado de descomposición. ¿Qué nos ha hecho? No os preocupéis,
podéis decir que yo fui la primera. La paria. Quien os brindó el fuego. A la salud de vuestra
belleza. Siempre hay alguien que debe hundirse en los cementerios para que otros entren en el
cielo.
Y suena un bolero.
Y a Jan Písařík