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**Estas páginas son una reelaboración de una parte de la conferencia dictada ante la Asociación de
Biblistas de México (abm) en San Miguel de Allende el 25 enero del 2011. Aprovecho para reiterar a
la abm mi agradecimiento por la invitación y la confianza deposita-da en mí.1Siendo más correctos, Gn 12-50,
la historia de los patriarcas, es una suerte de grandioso prólogo del resto del Pentateuco. El intento de establecer
un puente está plasmado en las alusiones a José al inicio de Éxodo. A la hora de conformar la Biblia hebrea, el
Pentateuco hace las veces de prólogo para el resto de la Biblia, como los evangelios lo son para el Nuevo
Testamento, es decir son la clave de lectura de toda la obra canónica.
El prólogo incluye dos relatos distintos de creación, uno calificado como sacerdotal (Gn 1,1-
2,4a) y otro como yahvista (Gn 2,4b-25)2. Este último es el más antiguo y fue incluido
primero, marcado por la traumática experiencia del exilio en Babilonia en el siglo VI
(importancia de los árboles en el jardín: vida o muerte). Posteriormente, se antepuso otro
relato más cósmico y de sabor cultual (el sábado, bendición).En estas páginas propongo
centrar nuestra atención en el hombre y su relación con la tierra, tal como se revela en las
tradiciones hebreas preservadas en los relatos bíblicos de la creación, pues, a pesar de
su antigüedad, de su ignorancia científica y otras carencias, éstos tie-nen aún mucho que
decirnos. Más aún, son una provocadora invitación a reflexionar honestamente al respecto en
un tiempo en que la (post)modernidad se embarca en usufructuar la tierra y sus recursos
inmisericordemente –por decirlo suave y diplomáticamente– movida por la codicia y las
leyes del mercado que supeditan el valor de las personas al del dinero. 1. Dios hizo al
hombre...Una pregunta previa: los textos de creación, ¿son teocéntricos o antropocéntricos?
Son ambos a la vez; son dos ejes de una elipse. Un eje es Dios: el hombre es visto en la
Biblia desde la perspectiva de Dios; es una visión religiosa, no política o científica, la que
guió a los narradores. Se enfatiza claramente que Dios es el creador, por tanto, el hombre es
creatura. El otro eje es el hombre: éste es visto desde su dignidad humana y su
responsabilidad en el mundo –también ante el Creador, que le ha dado la vida (Gn 3). Todo
fue creado en función del hombre; él es el culmen de la creación. Las reflexiones en Génesis
son desde y sobre el hombre, visto cara a Dios. Son hechas por el hombre (narrador) y para
los hombres (lectores). El hombre es el único ser consciente de su origen y su naturaleza,
y el único ser libre, por tanto confrontado con la ética y sus responsabilidades. Eso significa
que no es válida una teología de la creación que ignore el papel central del hombre,
como tampoco es legítima una ética ecológica (también económica, política y médica) que
ignore la centralidad del hombre como creatura de Dios, con la dignidad que le es propia.
Centremos la mirada en los textos.
** El relato de origen sacerdotal se conoce como P (del alemán Priester), y el del círculo monoteísta
yavista se conoce con la sigla J (del alemán Jahwist). Para nuestro estudio no es de mayor importancia
detenernos en el intricado problema de esas “fuentes” o escuelas. El interesado puede informarse en cualquier
introducción crítica al Pentateuco.
A la pregunta qué es el hombre responde Gn 2,7 pictóricamente: Yahvéh Dios formó (yitser)
al hombre (‘adam) con el polvo del suelo (‘adamah), e insufló en sus narices aliento de vida,
y re-sultó el hombre un ser viviente. En cambio, en Gn 1,27 responde lapidaria y
escuetamente: Creó (bara’) Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón
y mujer los creó. En ambos relatos la creación del hombre no se diferencia de la de
los animales. En Gn 2 ambos fueron formados del polvo de la tierra, y ambos son “seres
vivientes”. En Gn 1 ambos fueron creados y bendecidos por Dios, a diferencia del resto de la
creación. Del hombre se dice en Gn 1,27 que Dios lo creó (bara’), en contras-te con los
animales, los cuales hizo (‘asah: 1,25), lo que sugiere el empleo de materia prima
preexistente –no así al hombre–. Aunque el escritor no es consistente en su uso de
los verbos crear y hacer, en el v. 27 menciona tres veces consecutivas que Dios creó (bara’)
al hombre3. Es un acto especial, supremo, y el hombre es una criatura diferente, superlativa.
El sentido de bara’ (creó) no es idéntico a nuestro concepto de creación ex nihilo, de la
nada. El mundo semítico no conoce la noción de “la nada”, abstracción familiar en el
pensamiento filosófico griego (metafísica). El sentido básico del vocablo es dar forma a algo
nuevo; no es el dar forma, sino lo novedoso, lo totalmente inédito y diferente, lo que se
destaca (véase Is 41,20; 43,1.15; 45,8; Sal 51,12; 102,19; etc.). Así el autor pone de relieve
la particular dignidad del ser huma-no. En cambio, en el relato de Gn 2 se dice que el hombre
“fue formado (yitser)” del limo de la tierra (ha’adamah), es decir, Dios empleó material y
con él hizo un ‘adam, un ser humano. No lo hizo “de la nada”. Igual sucede con la mujer,
hecha de una costilla del hombre. El verbo yatsar significa moldear, como hace un artista;
hecho con “tierra” (’adamah), evoca el trabajo del alfarero (Job 10,8s; Sal 119,73). Esta
afirmación pone de relieve que el hombre ha sido formado por Dios, y también denota su
fragilidad.
** Sólo para los seres vivientes emplea el verbo crear. El mundo vegetal no pertenecía antaño al de los
“vivientes”. Hombres y animales aparecen a menudo juntos: Gn 6,3; 7,23; Ex 9,25; etc. Este verbo “apunta a
una relación directa entre creatura y creador” (G. von Rad, Génesis, Filadelfia 1973, 56)
** 4C. Westermann, Génesis 1-11, Neukirchen 1976, 283.5Ibid, 374-380 (con amplia bibliografía). Han
sido la lectura historicista de Génesis, ig-norando el género literario (mitológico), y la retroproyección sobre
el texto bíblico de ideas doctrinarias (eiségesis), especialmente a partir de san Agustín, las responsables de la
su-posición (infundada) de que hubo un tiempo paradisíaco, destruido por “el pecado original” de Adán y Eva.
No extraña que ningún texto bíblico siquiera aluda a ese supuesto pecado y cambio de condición (sobre la
muerte, volveremos). Es una regla elemental leer los textos con detenimiento, sin proyectarles ideas
preconcebidas, y respetando tanto sus géneros como sus contextos vitales. 6Notemos que en el relato Dios
maldice al suelo de donde cosechar y del cual fue hecho (ha’adamah), no la tierra en sí (‘eretz) ni al hombre:
“Maldito sea el suelo por tu culpa” (3,17).
La pregunta medular es: ¿qué hace al hombre ser imagen de Dios?, ¿en qué medida lo es? Es
tradicional apuntar a alguna cualidad o a su dimensión espiritual (el alma, el intelecto, la
libertad, la voluntad, el amor). Obviamente no lo es su físico. Una regla importante es
observar atentamente el texto mismo, evitando la tentación de introducirle significados
extraños (eiségesis), de interpretar según prejuicios doctrinarios o filosóficos, y de omitir lo
que no convenga o no concuerde con nuestros supuestos o axiomas. Lo primero que
observamos en el texto es que no se habla de algo “en” el hombre sino que él mismo es
imagen de Dios, como lo eran los reyes en el Oriente. El hombre no toma el lugar de Dios,
pero con su existencia debe traslucirse la cercanía de Dios. Es imagen de Dios. Por tanto,
queda descartado que se trate de algo metafísico o espi-ritual, como el alma, la
inteligencia, la personalidad, la dignidad o la fuerza moral. No es algo estático ni físico como
una estatua o efigie, sino algo dinámico y procesal. Claramente, Dios no es ni tiene alma o
espíritu, como tampoco es una efigie. Es el hombre entero, como persona, quien es creado a
imagen de Dios. Por ser persona, se distingue de los animales; es pensante, creativo, libre,
por tanto responsable de sus acciones. En segundo lugar, el ser humano no es imagen de Dios
como individuo autónomo, sino dentro de la creación, con la que, como parte de un conjunto,
está puesto en relación. Esto lo expresa ya el hecho de ser creado “varón y mujer”, además
del mandato de someter la tierra y mandar sobre los animales. No es por tanto algo
estático, que se posee, sino un proceso dinámico; es una tarea a realizar, que tiene que ver
con el proceso de creación y en relación con Dios, con quien puede dialogar. Eso dignifica
al hombre como imagen de Dios. Ser imagen de Dios no es algo exclusivo, obviamente, de
un individuo, Adán, sino de todo ser humano. Es lo que el vocablo ‘adam denota. El encargo
a Adán lo es a la humanidad. En el otro relato, en 3,22, se aproxima a la idea de
imagen de Dios cuando en su soliloquio Dios advierte que, tras haber comido del fruto del
árbol del “conocimiento de lo bueno y lo malo”, “¡he aquí que el hombre ha venido a ser
como uno de nosotros, en cuanto a conocer lo bueno y lo malo!”. Ese conocimiento refiere a
la sabiduría divina, que reconoce Eva al ver el fruto como ”excelente para lograr
sabiduría” (3,6). Ser imagen de Dios es una suerte de gran tesis en el relato de la historia de
los orígenes (Urgeschichte), que es pintada idílicamente: así fue al origen, así debería serlo
siempre. Por eso no se puede hablar (ni lo pensaban) de un momento primigenio de “justicia
original” que luego se habría perdido... No se trata, como bien subtituló Carlos Mesters su
presentación del texto, de una mirada nostálgica, sino de proyectar una esperanza8. El hecho
de que se enfatice en el texto que el hombre fue creado a imagen de Dios no es
banal. Por un lado, subraya el monoteísmo judío, pues se trata de un único Dios, y es éste
el creador de todo lo existente. Al fin de cuentas, el relato de Gn 1 resalta la dignidad única
propia de todos los humanos, superior a toda la creación, la cual le está sujeta, pero de
la cual es responsable y cuyo orden debe asegurar. Esta dignidad se la confiere su ser “imagen
de Dios”. El único ser de esa categoría. No es un esclavo o un siervo de los dioses,
como en el mundo pagano, sino representante de Dios, con dignidad de realeza. Elohim,
por su parte, es un dios de la gracia (todo lo puso gratuitamente en manos y bajo el dominio
del hombre), no de las exigencias caprichosas de un culto, sacrificios, y humillaciones; es un
dios para los hombres, no un déspota; es el protector de los pobres y explotados, no un tirano.
en su relación con la creación misma. Es imagen de Dios con una finalidad, relacionada con
la creación. Por eso se puede hablar de una creatio continua o creación procesual9.
Observemos que la imagen de Dios que se proyecta en Gn 1 no es la de un ser
todopoderoso, como tendemos a calificarlo: no dice que absolutamente todo lo posible lo ha
hecho o lo puede hacer, ni dice que el primer deber del hombre es reconocer la soberanía de
Dios so pena de maldición. No ejerce violencia alguna. No es un dios tirano, dictador ni
autoritario el que se perfila: le confía al hombre la creación, es decir, respeta su libertad y
capacidad de dominio. No se trata, pues, de abajar al hombre para engrandecer a Dios
(Feuerbach, Nietzsche, Freud). Al contrario, sin usar el vocablo mismo, todo el cuadro de
creación presenta a un dios guiado por el amor al hombre: todo lo hace “bien” y lo hace para
dárselo al hombre (v. 26). El hombre pasa así a ser, de cierto modo, representante de Dios
frente a la creación. Eso significa que, así como Dios todo lo hizo “bien”, igual debe ser el
actuar humano con la creación que le es encomendada. Veamos con detenimiento esto, que
es lo distintivo, pues nos invita a una seria reflexión sobre el actuar humano en el
contexto de la creación. El acento no está en la naturaleza del hombre, sino en su actuación,
en su misión, que aparece como orden divina10. Antes de su creación (v. 26), y después de
ella (v. 28), a modo de marco, se menciona expresamente que Dios creó al ser humano “para
que dominen” sobre los animales:
26 “Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra ima-gen, conforme a nuestra
semejanza, y dominen (yirdu) sobre los peces del mar, las aves del cielo, las bestias, las
alimañas terrestres, y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra’. 27 Creó, pues, Dios
al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. 28 Dios los
bendijo y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Pueblen la tierra y sométanla
(kibeshuha), y dominen (redu) so-bre los peces del mar, las aves del cielo y todos los
animales que se arrastran sobre la tierra’”
** 9Vea al respecto A. Gounelle, Le dynamisme créateur de Dieu: Essai sur la théologie du Process, París 2000,
y más recientemente J. Pixley, “Teología bíblica y filosofía procesual”, en Theologica Xaveriana 60 (2010),
215-236, centrado en Gn 1.10El hebreo no piensa en categorías de naturaleza o de esencias, como el filósofo
griego, sino en términos de acción. Esto es evidente ya, tanto en el lenguaje, en que predomina el verbo, como
en sus artefactos, que se distinguen por su practicidad y no su belleza.
** Por eso Dios no le da al hombre como alimento a los animales, sino solamente vege-tales (1,29s). Los
animales eran los únicos otros “seres vivientes”. Esto se suspende en el llamado pacto noaítico, en 9,2-5.
La responsabilidad frente a la creación incluirá especialmente su relación con sus semejantes,
lo que resalta el relato de Caín, y se lee expresamente en 9,6: “El que derrame la sangre de
un hombre, por otro hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios es hecho el
hombre”. No es un actuar a favor de Dios, sino del mundo, especialmente de sus semejantes;
no es por tanto cultual, sino so-cial12.Recordemos que el ser “imagen” de Dios tiene de
trasfondo la ideología real, del rey que representa a la divinidad, cuya función primordial es
la de preservar el orden y garantizar la justicia (cf. Sal 72), es decir, la armonía social, lo que
incluye proteger a los pobres –“la viuda, el huérfano y el extranjero”–, es decir, los privados
de derechos. Por todo eso, la soberanía del hombre sobre la creación, como la de todo rey
justo, debe asegurar y preservar la paz, el shalom (cf. 1Re 5,4s)13. En el v. 26 se especifica
que Dios hizo al hombre para que domine sobre los peces del mar, las aves de los cielos, y
los animales de la tierra, los tres ámbitos que juntos representan la totalidad del cosmos. Así
como el rey ideal ejerce su soberanía para asegurar la paz y armonía, así el ‘adam debe regir
sobre la totalidad de la creación como representante del Creador. El fracaso en ese sentido
desembocó en un caos universal: “Viendo Yahvéh que la maldad del hombre cundía en la
tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó
a Yahvéh haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. Y dijo Yahvéh:
‘Voy a exterminar de sobre la faz de la tierra al hombre que he creado, desde el hombre hasta
los ganados, las sierpes y hasta las aves del cielo’” (6,5ss). El único justo (tsadiq) es Noé (v.
9), que será una suerte de nuevo Adán.
**C. Westermann, op. cit., 217s. El relato encomienda en Gn 1 al hombre cuidar de los animales, no de otros
hombres, pues todavía no los había. 13El campo semántico soberanía, dominación, en nuestro mundo tiene una
connotación negativa, afín a tiranía, contraria a democracia. En el Oriente Medio, lo contrario de soberanía (de
los reyes), en el caso ideal, no era libertad o autodeterminación de los individuos, sino el caos, las amenazas, la
esclavitud. La soberanía regia garantiza protección, paz, prosperidad.
La creación que Dios sentenció que “todo (está) muy bien” (1,31), tiempo después verá que
“estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra” (6,12).
Imperaba la violencia; se había anulado la armonía. Y así como el primer hombre quiso “ser
como un dios” (3,5s), así también tras el segundo hombre, nuevamente buscaron “llegar a la
cúspide de los cielos” (11,4). Todos estos relatos responden a las simples preguntas: “¿por
qué se da en la creación violencia y destrucción?, ¿por qué reina el caos en lugar del orden y
la armonía?, ¿qué impide que impere la paz y la concordia?, ¿qué papel juega en todo esto el
hombre? No se pregunta sobre Dios, sino sobre el hombre: es ‘adam, es Eva y Adán, es Abel
y Caín, es Noé
En el nuevo inicio, bajo una alianza (9,9ss), que empieza por Noé como una suerte de
nuevo Adán, Dios repite el mandato de Gn 1: “Sean fecundos, multiplíquense y llenen
la tierra” (9,1; el v.7 lo repite y añade “y dominen sobre ella”), y agrega: “Infundirán temor
y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta
por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a su disposición. Todo lo que se mueve y
tiene vida les servirá de alimento: todo se lo doy, lo mismo que les di la hierba verde”
(9,1-3). Estas reglas claras, si son observadas, deben asegurar la armonía entre los hombres,
y entre éstos y los animales. Lo novedoso en estas reglas es lo referente a los alimentos, que
para el hombre incluye “todo lo que se mueve y tiene vida”15. Era un hecho que el hombre
se alimentaba de la caza y la pesca, pero Dios pone de relieve la sacralidad de la vida, como
había hecho en la escena de Caín (cf. Gn 4,15): “Yo les prometo reclamar su propia sangre:
la reclamaré a todo animal y al hombre. A todos y a cada uno reclamaré la vida humana.
Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen
de Dios hizo Él al hombre” (9,5s). La prohibición de verter sangre subraya que el señor de la
vida es Dios, no el hombre. En resumen, el hombre representa a Dios rigiendo y protegiendo
la creación. El sentido, por lo tanto, es netamente relacional-funcional: define la
relacionalidad del hombre con Dios y su funcionalidad en el mundo, no su identidad
ontológica. Mejor dicho, en su soberanía sobre la creación, siguiendo el patrón del Creador,
el hombre se revela como imagen de Dios. El futuro de la creación le fue encomendado al
hombre. Ese es el reto: vivir humanamente, lo que significa asegurar el shalom en la creación,
mediante las relaciones armónicas entre el hombre y el cosmos, la creación, sus semejantes
y Dios.
** 15El abandono del vegetarianismo, obviamente, no es histórico, sino que el relato bíblico explica por qué
al hombre le está permitido alimentarse de animales. Una restricción sin embargo se establece, y se
cumple en el judaísmo hasta hoy: la llamada ley noaítica: “no comerán la carne con su vida (nephesh), es decir,
con su sangre” (v. 4): lo sagrado es “el factor vida (sangre)”.