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Pat Muñoz
-Yo tengo una cabaña en Jalpan-. Dijo Pablo aquel día que nos vimos,
cuando nos avisaron que se marchaban un tiempo a vivir al extranjero-. Vayan
cuando quieran. Es bien fácil llegar, solo pregunta dónde está Huertas del
Carmen. Eso sí, no hay nada, todavía, le faltan ventanas. Pero se puede pasar
bien la noche.
Nunca pensamos que algún día fuera necesario. Dimos por acabado el
tema esa misma noche.
Y así, sin nada que perder, al llegar nuestros amigos, hicimos la maleta y
emprendimos el viaje a un mundo desconocido. La sierra gorda queretana.
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información de los lugares que podríamos visitar, misma que obtuvimos por
internet un día antes.
Nos marchamos en un sólo coche. Teníamos un astra que funcionaba de
maravilla, era casi nuevo y los hombres se alucinaban al conducirlo, pues contaba
con frenos abs y en las curvas no se derrapaba.
-Aquí en la esquina está Doña Pueblito, ella tiene hotel, pregúntele -. Nos
dijo una señora de esas que quieren vender a los turistas cualquier cosa que les
pueda parecer novedoso.
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Víctor comenzó a quejarse de nuevo de su dedo gordo del pie, tenía una
uña enterrada. Yo comencé a agobiarme y comencé buscar una farmacia.
Doña Pueblito nos acogió, nos llevó unas cervezas y mojarras asadas, sin
embargo, tenía todo lleno. Uno de sus comensales nos obsequió un cuadernillo
con varias opciones de hospedaje por la zona. No había señal de celular en
ninguna parte de Jalpan, aunque había un globo azul en la presa, con el logotipo
de la más popular compañía de telefonía celular patrocinando su famoso torneo de
pesca. Irónico.
Tomamos aquel cuadernillo y visitamos una, dos, tres, cuatro o más zonas
de cabañas, hostales o lo que se le pareciera.
Volvimos con Doña Pueblito unas horas más tarde. Lorena me prestó unas
bermudas y Víctor ya traía puestos unos huaraches para evitar la molestia de su
dedo lastimado. Le compré en la farmacia lo que encontré, violeta de genciana,
remedios antiguos pero notorios. Aquel dedo gordo, además de hinchado, se veía
color morado.
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En la segunda tanda de cervezas, Víctor recordó la cabaña de Pablo. No
teníamos forma de contactarlo, intentamos llamarle, sin éxito. Aunque la verdad no
me daba ninguna tranquilidad pasar la noche en una cabaña sin ventanas y sabrá
Dios en qué condiciones.
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-Ya son las ocho...- Les dijo sonriendo.
-Quince minutos de tolerancia- dijo la recepcionista repitiendo el gesto
amable.
Fueron los quince minutos más largos de mi vida. Mientras tanto Víctor se
marchó a la farmacia por una dotación de analgésicos para el dolor. Su dedo
seguía inflamado y del color de la violeta de genciana no era agradable a la vista.
-Su habitación está lista ¿nos llenan este formato por favor?
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La gente se detenía a observar el dedo morado de Víctor, eso nos causaba
gracia, sobre todo cuando un borrachito, se agachó a recoger su cerveza. Levantó
la cabeza con cara de espanto y exclamó:
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Víctor emocionado me llamó. Prepara a los niños y el equipaje, nos vamos
a Jalpan un par de días y aprovechamos la cabaña de Pablo.
Con hijos, por más que uno quiere viajar ligero, terminas llevando más de lo
necesario.
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caligrafía que decía "Huertos del Carmen". Tras ella un hermoso jardín silvestre
lleno de árboles altos y frondosos y la famosa cabaña de Pablo. Blanca, de dos
plantas y un techo de dos aguas de lámina y madera. Un poco más adelante,
estaba la cabaña de Ismael, con fachada clara y ventanas blancas y una
construcción en obra gris. Me bajé a preguntar por las llaves y salió un chico, de
unos dieciséis años.
-Disculpen, es que las llaves están dentro. Pero ahorita les abro.
Seguimos esperando y a los pocos minutos volvió con las llaves, abrió el
candado de la reja sonriendo y nos dio el paso.
-La cabaña está sucia, pero en hora y media se las dejo lista-. Nos dijo, y se
metió a limpiar.
Nosotros no teníamos prisa y nos marchamos a caminar con los niños hacia
el río que estaba totalmente seco. Los niños se pusieron a recolectar piedras de
distintos tamaños y acabados. Estaban felices. Se sentían exploradores.
Brincaban de un lugar a otro y nos presumían lo que iban encontrando y
guardando en sus bolsillos.
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-Me llamo Luis.
-Ah. Entonces Ismael es tu papá.
-Bueno, sí. Es que mi papá ahorita está metido en un lío. Está en la cárcel.
Por eso yo estoy a cargo.
- ¿Y tu mamá?
-Mi mamá se divorció de mi papá desde hace mucho. Estoy aquí solo con
mis hermanos trabajando.
- ¿En qué trabajan?
-Hacemos pulque.
-Espera- le dijo Víctor-, para darte algo-. Me hizo una seña para que le diera
algo de propina. Cuando salió ya no estaba. Más tarde lo vimos pasar corriendo,
supongo que pasó a encender el calentador de agua.
Tuvimos un rato divertido con los niños, jugando juegos de mesa. Risas,
bromas y más.
-Hola ranita- le dijo uno de los niños impresionado por su gran tamaño.
Ya que todo estaba obscuro, nos subimos a dormir. Había dos camas
tamaño king. Los niños no quisieron dormirse solos, así que se acomodaron en
medio de nosotros. Yo pasé muy mala noche. Se escuchaban muchos ruidos.
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Entre grillos, pájaros, las ramas de los árboles golpeando el techo, el calor, y una
sensación extraña, como si alguien estuviera afuera. Pasaron camionetas con
música a alto volumen, otra anunciando el baile del pueblo y en la madrugada,
unos hombres con machetes limpiando la carretera de la hierba. También recuerdo
haber escuchado un timbre de bicicleta.
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Yo estaba nerviosa, demasiada naturaleza me provocó una sensación
extraña. Sentía que algo nos vigilaba. Esa misma energía la sentí en la cabaña
mientras no podía conciliar el sueño.
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De pronto comencé a sentir de nuevo esa sensación, como si alguien nos
observara. Llegamos a Tilaco, que nos quedaba de paso, para conocer el templo.
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-Porque ya tardaste mucho, y el anuncio de ese rancho lo pasamos por la
mañana camino a Landa.
A la mañana siguiente, encontramos una nota de Luis: “Por favor dejen las
llaves, yo cierro a mi regreso.”
Víctor fue a tocar a la casa, y estaba todo cerrado con llave. Antes de partir,
pasó un hombre en moto, tocando el claxon y aventó el periódico que cayó a mis
pies. Detrás del hombre de la moto, timbró una campana de bicicleta, era aquella
que vi en la carretera, estacionada frente a la cabaña. De nuevo no había nadie.
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Recogí el periódico, mientras Víctor y los niños ya habían subido al coche.
Me subí al auto, ya en la carretera, tomé el periódico. El titular decía: “Encuentran
culpable a Ismael García por el asesinato de sus tres hijos, Luis, Rogelio y
Francisco, hace poco más de 10 años”.
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