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EL VIAJE

Pat Muñoz

Vacaciones de semana Santa en México, es un universo de folklore para


todos los gustos, edades, religiones y culturas. Ese año, recién casados, sin hijos
y con tiempo para viajar, no nos faltaban lugares que visitar y planes que organizar
solos o con amigos.

-Yo tengo una cabaña en Jalpan-. Dijo Pablo aquel día que nos vimos,
cuando nos avisaron que se marchaban un tiempo a vivir al extranjero-. Vayan
cuando quieran. Es bien fácil llegar, solo pregunta dónde está Huertas del
Carmen. Eso sí, no hay nada, todavía, le faltan ventanas. Pero se puede pasar
bien la noche.

Nunca pensamos que algún día fuera necesario. Dimos por acabado el
tema esa misma noche.

Al acercarse la semana santa, la Lorenza y el Oswaldo nos avisaron que


vendrían de vacaciones a Querétaro. Víctor sugirió que fuéramos a la sierra gorda,
jueves, viernes y sábado santo.

-¿Qué? Estás loco- exclamé-. Es semana santa. Todo va estar llenísimo.


-¿Quién va ir a la sierra en semana santa? Está lejísimos- me replicó. 

Y así, sin nada que perder, al llegar nuestros amigos, hicimos la maleta y
emprendimos el viaje a un mundo desconocido. La sierra gorda queretana. 

En aquel entonces, no se contaba con gps, cuando mucho llevábamos un


teléfono celular y no podíamos confiarnos de la cobertura. Teníamos escasa

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información de los lugares que podríamos visitar, misma que obtuvimos por
internet un día antes.
Nos marchamos en un sólo coche. Teníamos un astra que funcionaba de
maravilla, era casi nuevo y los hombres se alucinaban al conducirlo, pues contaba
con frenos abs y en las curvas no se derrapaba.

Lorenza y yo íbamos en los asientos traseros. Las curvas hicieron efecto.


Tuvimos que hacer un par de paradas para recuperarnos de aquella sensación.
Cuatro horas continuas de curvas peligrosas, con un paisaje maravilloso,
comenzando por la Peña de Bernal, subimos por montañas, cambios bruscos de
temperatura y la variedad de la vegetación entre una montaña y otra era
alucinante. 

Al llegar a Jalpan, comenzamos a buscar hoteles. "Nadie visitaba la sierra


gorda", según Víctor, que además comenzaba a quejarse del calor y del dedo
gordo del pie.

Los dos hoteles del cuadro principal de Jalpan, estaban llenos. En el de


lujo, sólo les quedaba la suite presidencial y estaba reservada. Después una serie
de contradicciones con el personal, que terminaron por bloquearla y no teníamos
la mínima posibilidad de rentarla. Creo que no les caímos bien o alguien con
influencias la había ganado. En el otro hotel, que era más sencillo pero de cuatro
estrellas, tenían todo reservado. Existía la posibilidad de que no llegara alguno de
sus huéspedes, pero tenían hasta las ocho de la noche para esperarlos.

-Aquí en la esquina está Doña Pueblito, ella tiene hotel, pregúntele -. Nos
dijo una señora de esas que quieren vender a los turistas cualquier cosa que les
pueda parecer novedoso.

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Víctor comenzó a quejarse de nuevo de su dedo gordo del pie, tenía una
uña enterrada. Yo comencé a agobiarme y comencé buscar una farmacia. 

Los cuatro, acalorados, decidimos ir al restaurante del hotel de doña


Pueblito a tomar algo mientras indagábamos si tenía habitaciones. Oswaldo y
Víctor se encontraban bastante relajados mientras yo solo pensaba en lo terrible
que sería pasar la noche en el auto con aquel calor.

Doña Pueblito nos acogió, nos llevó unas cervezas y mojarras asadas, sin
embargo, tenía todo lleno. Uno de sus comensales nos obsequió un cuadernillo
con varias opciones de hospedaje por la zona. No había señal de celular en
ninguna parte de Jalpan, aunque había un globo azul en la presa, con el logotipo
de la más popular compañía de telefonía celular patrocinando su famoso torneo de
pesca. Irónico. 

Tomamos aquel cuadernillo y visitamos una, dos, tres, cuatro o más zonas
de cabañas, hostales o lo que se le pareciera.

Cuando acabamos con Jalpan, nos marchamos a Landa y a El lobo. Las


escasas opciones de hospedaje, estaban hasta el tope. Lo bueno, es que nadie
visitaba eso lugares tan lejanos. 

Volvimos con Doña Pueblito unas horas más tarde. Lorena me prestó unas
bermudas y Víctor ya traía puestos unos huaraches para evitar la molestia de su
dedo lastimado. Le compré en la farmacia lo que encontré, violeta de genciana,
remedios antiguos pero notorios. Aquel dedo gordo, además de hinchado, se veía
color morado.

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En la segunda tanda de cervezas, Víctor recordó la cabaña de Pablo. No
teníamos forma de contactarlo, intentamos llamarle, sin éxito. Aunque la verdad no
me daba ninguna tranquilidad pasar la noche en una cabaña sin ventanas y sabrá
Dios en qué condiciones. 

Huertas del Carmen o algo así se llamaba. Doña Pueblito y su hijo se


miraron extrañados cuando mencionamos las cabañas de Pablo y al final no
supieron darnos razón. Preguntamos en varios lugares y la gente sólo decía que
no sabían nada. Hubo un señor, que dijo saber cuál era, pero no entendimos sus
indicaciones. Se contradecía, decía disparates y al final no nos sirvió de mucho.
Se marchó mentando a un tal Ismael.

Volvimos con Doña Pueblito después de preguntar en varios sitios por la


cabaña de Pablo. 

-Pues no se apuren- nos dijo -. Si no encuentran, aquí abajo tengo una


discoteca desocupada, les hago un tendidito. 

Pagamos la cuenta, ya eran más de las siete de la noche y volvimos al hotel


de cuatro estrellas frente al templo. Oswaldo, se adelantó a la recepción. La
señorita nos dijo:

-Tengo una habitación que no ha llegado el huésped. Su tiempo de espera


es hasta las ocho de la noche. 

A partir de ese momento, no nos separamos ni un momento de la


recepción. Al dar las ocho en punto, Oswaldo, permanecía recargado con la 
mirada fija en la entrada del hotel y ejerciendo algo de presión con su presencia
ante los recepcionistas.

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-Ya son las ocho...- Les dijo sonriendo.
-Quince minutos de tolerancia- dijo la recepcionista repitiendo el gesto
amable.

Fueron los quince minutos más largos de mi vida. Mientras tanto Víctor se
marchó a la farmacia por una dotación de analgésicos para el dolor. Su dedo
seguía inflamado y del color de la violeta de genciana no era agradable a la vista.

-Su habitación está lista ¿nos llenan este formato por favor?

Lorenza y yo brincamos de alegría, nos brillaban los ojos de pensar que


podríamos tomar una ducha, después de aquel caluroso y estresante día, mientras
Oswaldo llenaba el formulario. Fuimos a cenar con Doña Pueblito, agradecerle
todas las atenciones y nos marchamos a dormir.

La habitación no era nada espectacular, pero tenía buena vista. El baño en


excelentes condiciones y dos camas matrimoniales, una para cada pareja. 

Pasamos la noche sin contratiempos. A la mañana siguiente después del


desayuno, disfrutamos de la alberca del hotel y antes de volver a Querétaro,
pasamos a las cascadas de Chuveje. El dedo gordo de Víctor estaba muy
mejorado, pero morado por la violeta de genciana.

Al salir de las cascadas, nos topamos con un puesto de gorditas. Había un


par de señores de la región bebiendo cerveza mientras nosotros comíamos
dichosos aquel manjar serrano. 

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La gente se detenía a observar el dedo morado de Víctor, eso nos causaba
gracia, sobre todo cuando un borrachito, se agachó a recoger su cerveza. Levantó
la cabeza con cara de espanto y exclamó:

- ¿Qué te pasó en tu “piede”? - Todos los presentes reímos, seguro hasta


se le bajó la borrachera.

Concluimos nuestro viaje, volvimos el sábado a buena hora a Querétaro.


Aún nos dio tiempo para llevar a rebelar las fotos y pasear por el centro de la
ciudad.

Pasaron diez años para volver a la sierra. Buscábamos con frecuencia un


pretexto para volver, pero entre los hijos y el negocio se nos complicaba. Cada vez
que Lorenza y Oswaldo nos visitaban, recordábamos aquella aventura.

Pablo y su familia volvieron del extranjero y le contamos aquella odisea, que


buscamos su cabaña y nadie nos supo dar razón.

-Ya está terminada, mi hermano me dijo que la quería vender, no sé por


qué. Yo tengo años que no me paro por allá. No he visto ni como quedó. Cuando
quieran ahí está. Ismael vive a lado, él tiene llave. 

Un día, después de una semana de estrés en el trabajo, Víctor habló con


Pablo para organizar un plan de fin de semana. Él y su familia tenían ya planes, en
realidad a su esposa no le gustaba ir a Jalpan porque hacía mucho calor.

-Vayan a la cabaña, ya está lista. El señor que no la cuida, vive a un lado. Él


tiene la llave. 

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Víctor emocionado me llamó. Prepara a los niños y el equipaje, nos vamos
a Jalpan un par de días y aprovechamos la cabaña de Pablo.

Me tomó por sorpresa, pero estaba acostumbrada a esos viajes relámpago.


Ya era nuestro estilo de vida. El sábado a buena hora, salimos de casa con lo
necesario. Las curvas de la carretera no ocasionaron efectos secundarios en los
niños, se portaron de maravilla en el viaje de tres horas, la carretera estaba muy
mejorada. El paisaje espectacular, como en la ocasión anterior.

En el camino, veníamos platicando con los niños de nuestra aventura diez


años antes con Lorenza y Oswaldo.

Disfrutaron el paisaje y nuestras historias. Al llegar a Jalpan, no dudamos


en ir a saludar a Doña Pueblito, que nos ofreció hospedaje en su hotel. Pero le
aclaramos que Pablo nos había prestado su cabaña en Huertas del Carmen. Nos
cambió de tema de inmediato, como si le incomodara. Ofreció un postre a los
niños y nos marchamos.

Antes de llegar a la cabaña, pasamos a un supermercado local a comprar lo


que hacía falta. No estábamos seguros de lo que habría en la cabaña y a qué
distancia de alguna tiendita nos encontraríamos.

Con hijos, por más que uno quiere viajar ligero, terminas llevando más de lo
necesario. 

El internet de los teléfonos era intermitente, así que en realidad uno


consigue desconectarse. El gps nos marcó la ruta, entramos por un camino poco
agradable, pero al final se compuso con un lindo empedrado. La primera reja que
encontramos llevaba un letrero de lámina con las letras pintadas en negro y buena

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caligrafía que decía "Huertos del Carmen". Tras ella un hermoso jardín silvestre
lleno de árboles altos y frondosos y la famosa cabaña de Pablo. Blanca, de dos
plantas y un techo de dos aguas de lámina y madera. Un poco más adelante,
estaba la cabaña de Ismael, con fachada clara y ventanas blancas y una
construcción en obra gris. Me bajé a preguntar por las llaves y salió un chico, de
unos dieciséis años.

-Hola, buenas tardes. Venimos por las llaves de la cabaña.

Sólo contestó con monosílabos. Se fue corriendo mientras nosotros


esperábamos fuera. Lo vimos correr de una cabaña a otra, luego volvió con un
martillo y un cincel. 

-Disculpen, es que las llaves están dentro. Pero ahorita les abro.

Seguimos esperando y a los pocos minutos volvió con las llaves, abrió el
candado de la reja sonriendo y nos dio el paso.

-La cabaña está sucia, pero en hora y media se las dejo lista-. Nos dijo, y se
metió a limpiar.

Nosotros no teníamos prisa y nos marchamos a caminar con los niños hacia
el río que estaba totalmente seco. Los niños se pusieron a recolectar piedras de
distintos tamaños y acabados. Estaban felices. Se sentían exploradores.
Brincaban de un lugar a otro y nos presumían lo que iban encontrando y
guardando en sus bolsillos.

Al volver a la cabaña, Víctor pregunto al muchacho su nombre.

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-Me llamo Luis.
-Ah. Entonces Ismael es tu papá.
-Bueno, sí. Es que mi papá ahorita está metido en un lío. Está en la cárcel.
Por eso yo estoy a cargo.
- ¿Y tu mamá?
-Mi mamá se divorció de mi papá desde hace mucho. Estoy aquí solo con
mis hermanos trabajando.
- ¿En qué trabajan? 
-Hacemos pulque.

Pasó el tiempo y el muchacho se despidió. Le preguntamos por el


calentador de agua y nos dijo que lo dejaría encendido.

-Espera- le dijo Víctor-, para darte algo-. Me hizo una seña para que le diera
algo de propina. Cuando salió ya no estaba. Más tarde lo vimos pasar corriendo,
supongo que pasó a encender el calentador de agua.

Tuvimos un rato divertido con los niños, jugando juegos de mesa. Risas,
bromas y más. 

Antes de dormir, fuimos al auto a bajar lo que había quedado pendiente, en


el vestíbulo, de pronto saltó una rana grande. Preciosa. Brincó justo al ventanal, y
se quedó ahí pendiente, cómo si nos observara.

-Hola ranita- le dijo uno de los niños impresionado por su gran tamaño.

Ya que todo estaba obscuro, nos subimos a dormir. Había dos camas
tamaño king. Los niños no quisieron dormirse solos, así que se acomodaron en
medio de nosotros. Yo pasé muy mala noche. Se escuchaban muchos ruidos.

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Entre grillos, pájaros, las ramas de los árboles golpeando el techo, el calor, y una
sensación extraña, como si alguien estuviera afuera. Pasaron camionetas con
música a alto volumen, otra anunciando el baile del pueblo y en la madrugada,
unos hombres con machetes limpiando la carretera de la hierba. También recuerdo
haber escuchado un timbre de bicicleta.

Me percaté que no cerramos la reja, y eso me puso nerviosa. Los gallos


comenzaron a cantar desde las cuatro de la madrugada, me zumbaban los oídos,
ya no fue posible conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, nos levantamos con algo de pereza, pero mucha


hambre. A Víctor y a mí no nos dieron ganas de preparar el desayuno, cabe
mencionar que tampoco teníamos muchas opciones. La noche anterior, olía
mucho a gas y nos dio algo de pendiente, pues tuvimos que cerrar el paso de la
manguera. 

Les preparé a los niños leche con chocolate y se comieron un par de


panecillos, nos arreglamos y salimos de la cabaña rumbo a Landa de Matamoros
a conocer una de las cinco misiones de la sierra. El pueblo estaba bastante quieto,
eran alrededor de las diez de la mañana. En la iglesia había un grupo de personas
tomando catequesis y un puesto de gorditas frente al atrio. Algunos coches
estacionados y una bicicleta, de esas vintage, con canastilla de mimbre.

Café de olla, al parecer preparado con café soluble y un par de jugos. De


ahí nos aventuramos seguir a Xilitla, a donde decían había un jardín botánico con
unas construcciones grotescas y exóticas, dignas de tomar fotografías. En dicho
parque, hay un río, mismo que tiene algunas modificaciones para que los
visitantes se metan a nadar. Los niños estaban felices.

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Yo estaba nerviosa, demasiada naturaleza me provocó una sensación
extraña. Sentía que algo nos vigilaba. Esa misma energía la sentí en la cabaña
mientras no podía conciliar el sueño.

A la mitad del recorrido, encontramos una cafetería, y entramos a beber un


buen café.

-Dos espressos dobles- indicó mi marido.

La cafetería estaba en remodelación, encontré unos periódicos viejos sobre


unas repisas, me llamó la atención el titular de día de muertos, sin duda era una
nota vieja. “Encarcelan al padre de los muchachos asesinados en Jalpan”. La nota
era de unos diez años antes. Se me erizó la piel, y no quise seguir leyendo.

-Salió libre-. Me dijo un viejito que se encontraba sentado en la mesa de


junto-. Pero hace unas semanas volvieron a detenerlo. Encontraron en la sierra
unos machetes con sus huellas digitales. Si coincide el adn de los restos de
sangre, se quedará el resto de su vida en prisión-.Una pena. Hacían el mejor
pulque de la región.

Nos bebimos el café y seguimos nuestro recorrido y nos marchamos a


Jalpan, en la carretera pasaron varias cosas curiosas. La bicicleta con su
canastilla de nuevo, detenida en la carretera, como si esperara a alguien. No
había nada. A los pocos metros, un caballo de pie, dormido, no se movía, con la
cabeza hacia a la carretera como si fuera a cruzar, pasamos junto a él y no sé
movió.

-¡Un caballo!- Gritaron los niños emocionados.

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De pronto comencé a sentir de nuevo esa sensación, como si alguien nos
observara. Llegamos a Tilaco, que nos quedaba de paso, para conocer el templo.

El pintoresco pueblo, se prestó para una buena sesión de fotografías, a


diferencia del resto de los lugares que visitamos, no había gente, no había
negocios abiertos. Parecía un pueblo fantasma. El templo estaba abierto,
entramos, los niños pidieron un deseo. Su abuela les había dicho que cada vez
que conocieran un templo nuevo, podían pedir uno.

De regreso, encontramos al caballo en el mismo lugar, ya no dormía y la


bicicleta ya no estaba. No nos topamos con ningún automóvil, hasta Jalpan.

Paramos a comer en un restaurante de mariscos, bebimos un par de


cervezas y los niños jugueteaban con la pizza. El mesero nos sacó plática, que de
donde los visitábamos, en que hotel nos hospedábamos.

-Cuidado con los fantasmas-dijo-. Aquí en la sierra asustan mucho. Más en


las cabañas. Ahí en las huertas, han pasado cosas feas.

Yo que procuro evitar ese tipo de conversaciones, trataba de no sacar


plática, pero el mesero parecía divertirse contando historias de espantos. Mis hijos
estaban embobados escuchando del jinete sin cabeza y otras leyendas.

De regreso a la cabaña, me quejé con Víctor. Que puntadas de contar esas


historias a los niños, no quería que durmieran con miedo. Nos perdimos en la
plática, cuando me percaté que estábamos haciendo mucho tiempo en volver.

- ¿Te acuerdas cómo llegar?


-Claro ¿Por qué?

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-Porque ya tardaste mucho, y el anuncio de ese rancho lo pasamos por la
mañana camino a Landa.

Víctor confundido se hizo a un lado. Ahí estaba la bicicleta bonita de un rato


antes. De nuevo no había nada alrededor.

Revisamos el gps, que no tenía señal, afortunadamente, estaba guardada


la ruta. Nos habíamos pasado como cinco kilómetros.

De ahí pudimos volver sin contratiempos. Al llegar a la cabaña, Víctor fue a


buscar a Luis, tocó en su cabaña pero no abrió nadie.

Mandamos a bañar a los niños, ya estaba obscureciendo. Los ruidos de los


insectos comenzaron su melódico concierto nocturno.

Dormimos de maravilla y los niños también.

A la mañana siguiente, encontramos una nota de Luis: “Por favor dejen las
llaves, yo cierro a mi regreso.”

Le dejamos lo que compramos de comida, y la propina que no pudimos


darle el día que desapareció.

Víctor fue a tocar a la casa, y estaba todo cerrado con llave. Antes de partir,
pasó un hombre en moto, tocando el claxon y aventó el periódico que cayó a mis
pies. Detrás del hombre de la moto, timbró una campana de bicicleta, era aquella
que vi en la carretera, estacionada frente a la cabaña. De nuevo no había nadie.

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Recogí el periódico, mientras Víctor y los niños ya habían subido al coche.
Me subí al auto, ya en la carretera, tomé el periódico. El titular decía: “Encuentran
culpable a Ismael García por el asesinato de sus tres hijos, Luis, Rogelio y
Francisco, hace poco más de 10 años”.

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