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Cuentos de Antaño

Se acuerdan de los cuentos de los abuelos ? Algunos no eran muy lógicos que digamos. Y otros,
la verdad que no muy simpáticos. Sin embargo, habían ciertos cuentos que hoy en día no
tienen paralelo. Los cuentos de antaño eran nuestros favoritos. No los que inventaban para
tranquilizarnos a nosotros los muchachos, sino los que ellos se hacían entre ellos.

Hace algún tiempo atrás, diríamos unos cincuenta años, las personas eran más sociables. Era
costumbre visitar casi todas las tardes sólo para pasar el rato. No que no había nada que hacer.
La televisión ya existía, pero el tiempo se empleaba de forma diferente. A menudo, después de
la cena, se reunían varias personas en una casa con el único propósito de tomar un poco de
fresco en compañía de familiares y amistades.

En esas tertulias en que nuestros abuelos participaban fue donde oímos muchos de los
cuentos que aquí le presentamos. Quizás no tengan ningún beneficio tangible. Quizás no le
sean tan entretenidos como a nosotros. Pero tal vez, le sirvan de trampolín para empezar una
conversación amena con algún ser querido.

El Güije
El Saco
Las Cabezas Peludas
Las Botijas
Mascapiedras
Cabolo
El Güije

Un güije es un ser de la fantasía que en ciertos lugares, como el norte de la provincia de Las
Villas, Cuba, se ha vuelto parte de las leyendas populares. Al menos, tal vez, así lo describiría
algún doctor universitario o incrédulo forastero. Pero el güije es muy real para muchos,
algunos que decían haberlo visto le tenían terror.

Dicen algunos que es como un hombrecito no muy alto, de la raza negra y edad avanzada.
Otros reclaman que es como un monstruo no muy grande, con patas de chivos y cola de
caimán. También le hemos oído ser descrito como un muchachito, no muy alto, de la raza
negra con ojos saltones. Y así, las descripciones físicas de este ser, que no se sabe si es uno
sólo o si es que son varios, varían de acuerdo al narrador.

Su comportamiento es muy similar al de un duende, que quien sabe, tal vez lo sea. Dicen que
es pícaro y maldito, capaz de cualquier cosa. Corre más rápido que los caballos y salta las
cercas de piedras de un salto. Capaz de desaparecer, o aparecer, en un pestañar.

Siempre hemos oído decir que vive en una poza de algún río donde el agua nunca llega a
desaparecer. Porque en Cuba mucho de los ríos pequeños, los arroyuelos y los arroyos durante
el tiempo de seca pierden toda el agua. Aun algunas lagunas se llegan a secar del todo. Sin
embargo en algunos ríos hay pozas, al igual que ciertas lagunas, que nunca llegan a perder
toda el agua. Es en alguna de esas pozas donde vive el güije. De vez en cuando sale de su
guarida acuática. Hay quienes dicen que es a ciertas horas específicas y otras personas no
definen tal evento con las horas.

Muchos dicen haberlo visto, sentado en algún lugar. Otros cuentos hacen relatos de que una
vez lograron atraparlo. Nos hicieron el cuento que una vez unos muchachos estaban jugando
pelota en un placer próximo a un cañaveral. Cuando ya el juego iba por la mitad, un
muchachito de la raza negra se acercó a mirar. Muy natural, y muy natural también que se le
invitará a participar a aquellos que estaban observando, como sucedió en este caso. El
muchachito jugó dos o tres innings cuando algo pasó. Quien nos hizo el cuento realmente no
tenía el detalle que causó que los otros muchachos le prestaran atención al físico de este
muchachito, pero así sucedió. Le vieron ojos saltones y algo en la boca, tal vez colmillos, que
no era natural. Hasta que uno de los peloteros dijo que era un güije. Acto seguido el
muchachito se mandó a correr y desapareció dentro del cañaveral. Lo buscaron, pero fue en
vano, no se le volvió a ver.

Muchos cuentos del güije hemos oído, mas ninguno menciona el que este ser haya cometido
alguna fechoría seria, algún verdadero daño a alguien. Dicen que es capaz de cualquier cosa,
pero no sabemos de nada malo que se le pueda atribuir. Es cierto que se describe un ser que
no es humano, y son muchos los testimonios. Quizás sea ese su delito, ser diferente, por el
cual siempre los cuentos terminan en que se le persigue.

Un día visitamos el zoológico de Nuevo Orleáns. Allí tenían una sección dedicada a la
naturaleza de los pantanos de Luisiana con algunas canoas y casitas representando la vida
como era en esa zona. Para nuestra gran sorpresa había un muñeco como de un caimán
caminando en dos patas. Según los relatos representaba a un ser llamado Swamp Thing, o
Cosa de los Pantanos. Un ser que supuestamente vivía en las ciénagas del sur de los Estados
Unidos, muy lejos del norte de Las Villas y definitivamente una cultura totalmente distinta. Tan
pronto lo vimos, eso podía ser, bajo algunas de las descripciones, un güije. Años más tarde,
volvimos a visitar tal zoológico, llevábamos la idea de indagar un poco más en este asunto. El
muñeco lo habían retirado de las presentaciones y todo el mundo trataba el asunto como
tabú. Aun en el museo de vudú en Nuevo Orleáns no supieron darnos ninguna respuesta
concreta cuando preguntamos de este ser.

Si realmente existe tal ser o no, nosotros nunca le hemos visto. Si es pícaro o atrevido o
intranquilo, de eso, no tenemos duda. Ser peculiar, y aunque dicen que se ha logrado capturar,
no se ha podido detener. Todas sus leyendas son coloridas, y hasta cierto punto simpáticas, al
punto que no logramos olvidarlas. Por tantas horas de alegres recuerdos, sea real o ficticio, nos
complacemos en dedicarle este sitio a uno de nuestros héroes más admirado; al güije.

El Saco

Esta es la anécdota de un joven que en una fiesta pasó gran parte de la noche bailando con
una joven muy atractiva. En el transcurso de la noche la temperatura refrescó. La muchacha le
dejó saber al galán que sentía un poco de frío a cual comentario el joven le brindó el saco de su
traje. Pues claro que ella accedió, lo cual como todos sabemos, son indicaciones muy
favorables para el comienzo de lo que puede llegar a ser una bonita relación. Y bueno,
eventualmente llegó la hora de regresar a casa. Una vez más, el muchacho insistió que no se
fuera desabrigada, y aparentemente ella se fue muy contenta con aquella pieza de vestir
prestada.

Algunas versiones de este cuento, porque esto fue famoso en Cuba cuando sucedió, dicen que
la parejita habían sido novios anteriormente. Otros dicen que se conocían y aun otros dicen
que se conocieron en tal baile. Realmente no sabemos, pero si algún día encontramos este
hecho redactado en alguna de esas revistas viejas que nosotros tanto nos gusta hojear, porque
sí fue publicado por la prensa, le agregaremos todos esos detalles aquí.

Al otro día el muchacho fue a la casa de la muchacha que vivía en otro pueblo en busca de su
saco y tal vez una conversación amena. Si aquello, por lo general, era un proceso bien lento.
Había que buscar una excusa para visitar a la muchacha o irse introduciendo en la casa como
amigo. Después venía la parte del noviazgo lo cual, claro, comenzaba con el muchacho
declarando su interés por la muchacha. Y más tarde, tal vez lo peor de todo y sumamente
difícil, había que pedirle la mano de la muchacha al padre o algún adulto en la casa. En sumidas
cuentas, una verdadera tortura prolongada, pero así era.
Si el joven iba solamente a recoger su saco o ilusionado a ver a la joven, tampoco sabemos. Sin
embargo cuando llegó a la casa de ella tocó en la puerta y le salió una señora mayor. El
preguntó por la joven y la señora le respondió que allí no vivía tal muchacha. Al describirla él,
ella le dijo que se estaba refiriendo a su hija, la cual había fallecido hacía seis meses.

En las otras versiones, donde ya los jóvenes se conocían, dice que el muchacho al salirle la
madre a la puerta le preguntó por ella. No habiéndose visto los jóvenes por un tiempo, él no
sabía que ella había muerto hacía seis meses, como la madre le informó. Sea ésta o la otra
versión el asombro del muchacho fue bien serio.

Le explicó a la señora lo sucedido y que el no podía creerle, era simplemente incierto. Tan
seguro esta él de lo que la noche anterior había sucedido que la señora no encontró más
forma de convencerlo que llevarlo hasta el cementerio para que con sus propios ojos viera la
tumba de su hija. Fueron hasta el campo santo y allí, sobre la losa de quien bailó con él toda la
noche, estaba el saco tendido.

Las Cabezas Peludas

Ya entrada la noche, en la torre del campanario de nuestra ciudad paternal, a menudo se veían
distorsiones en las sombras. Habían quienes decían que eran lechuzas, otros afirmaban que
eran cabezas peludas.

Los incesantes ataques de los corsarios ingleses y los piratas franceses causaron que la ciudad
de San Juan de los Remedios del Cayo fuera trasladada de su ubicación original. Fundada en el
año 1510 en la costa norte de Cuba, cerca de donde hoy se encuentra Jinaguayabo, resistió la
ira de salvajes como Francis Lollonais por muchos años. Eventualmente el gobernador de la
corona ordenó echar nuevos cimientos a unos siete u ocho kilómetros tierra adentro, donde la
encontramos en nuestros días.

Aun en la nueva ciudad muchas de las calles más antiguas no son rectas. Parecen ser rectas,
pero no se ve más allá de tres o cuatro cuadras. Diseño evasivo, porque los ataques
continuaron por muchos años más.

En Remedios, como le llamamos todos, habían dos iglesias católicas. La iglesia del Buen Viaje y
la iglesia del Carmen. Recordamos la del Carmen ser de concreto, con el altar enchapado en
oro, y de dimensiones gigantescas en general. Detrás de la sacristía tenía un monasterio, con
su patio interno donde crecía una parra de uvas.
La iglesia del Carmen también tenía un campanario. Una torre sin paredes donde las columnas
se ataban por arcos, formando varios pisos. Muy normal en las iglesias de la América colonial.

Nos contaban nuestros tíos que por las noches el campanario era un lugar peligroso. Nos
imaginábamos que era porque al no tener luz eléctrica existía la posibilidad de pisar donde no
era. Pero según ellos, era porque salían cabezas peludas que lo hacían a uno tropezar. Y si te
caías para afuera de la torre, no iba a quedar mucho para hacer el cuento.

Después nos dijeron otros tíos que no existían tales cabezas. Que eran lechuzas que vivían en
el campanario. Pero si por sorpresa le salía uno de esos bichos a uno, podía terminar estrellado
de la misma forma. Nunca llegamos a subir allá arriba, ni de noche ni de día. No era miedo,
simplemente no logramos abrir la puerta por donde colarnos.

Allá en Remedios, ya interesados en el enigma del campanario, una noche participamos en una
reunión de otros viejos. Se pusieron hacer cuentos de fantasmas. Resulta ser que Remedios
siendo una ciudad tan vieja, con tantos momentos sangrientos en su historia, era muy activa
en su vida sobrenatural.

Oímos el cuento del fantasma viajante. Este espíritu salía en la carretera que iba al pueblo de
Yaguajay. Se le montaba en la parte de atrás de la bicicleta o el caballo de quien viajara por allí
de noche. Hasta en los automóviles antiguos se había montado. Lo que nos sorprendió fue que
para los viejos en la reunión lo incorrecto no era que se montaba, o ni siquiera que era un
fantasma, si no la falta radicaba en que no pedía permiso ni daba las gracias. Pero bueno, lo
aceptaban porque así son los muertos.

En una casa cercana de donde nos encontrábamos dijeron que las muchachas que allí vivían
tenían que tener mucho cuidado a la hora del baño. Habían visto un hombre mirándolas en
tales ocasiones. Y cuando se formaba la gritería, el falta de respeto se mandaba a correr por
dentro de toda la casa. Una vez el padre de las muchachas le cayó atrás, en la carrera logró
agarrar el revolver y la persecución los llevó hasta el patio de la casa. Antes que el
sinvergüenza lograra brincar la tapia de un salto, el padre le disparó dos veces. Este señor
sabía usar el arma y por su estimación le sonó los dos plomazos. Ya eran varias las personas
envueltas en la carrera y enseguida también brincaron la tapia, sólo para no encontrar ningún
rastro del descarado. Este muro era de concreto, de unos seis o siete pies y daba a una calle. Al
oír los disparos dos o tres personas en tal calle miraron hacia aquella dirección y afirmaron no
haber visto a nadie hasta que el padre brincó el muro.

Este caso sí disgustó a los viejos. No sólo por la falta de respeto tan grande del muerto, sino
porque cuando un fantasma se enamora, la cosa puede terminar en fatalidad para la
muchacha.

Y claro está, tuvimos que mencionar las lechuzas del campanario cuando aquello se estaba
poniendo bien tétrico. Una señora mayor que integraba el grupo nos miró con ojos cariñosos.
Soltó una de esas sonrisas silenciosas, de las que las madres dan cuando tratan de enseñarle
algo complicado a sus hijos pero en su intuición maternal saben que los niños, no importa la
edad, sólo pueden asimilar un poquito cada día. Y nos dijo:

-“Sí, allí también hay lechuzas”.

Las Botijas

Si algún día caminando por el campo tropieza con una pequeña lomita de tierra, siga de largo y
ni mire hacia atrás. De la misma manera, si se cae en un pequeño hueco, digamos de medio pie
de profundidad por otro de diámetro, abra hueco que tal vez esté de suerte. Cosas que
aprendimos de una anciana en los campos de La Habana.

Porque en la ciudad de La Habana no hay muchos espíritus burlones. Allí los conocimientos de
la vida sobrenatural son avanzados y tan pronto alguien fallece, si no toma su camino, lo
encaminan rápido. No es como en otras ciudades antiguas del mundo donde los muertos de
doscientos años todavía andan asustando a los niños, y a las niñas también. Aunque de vez en
cuando sale cada fenómeno que es impresionante, pero para de verdad oír cuentos de
fantasmas, había que salir de la ciudad. Un momentico, vamos aclarar algo, si desea conocer
de la Regla de Oricha, o santería, La Habana es buen lugar a donde ir, tal vez Guanabacoa,
Regla o el mismo Miami (en Estados Unidos), pero aquí nosotros nos referimos a incidentes
relacionados con muertos viejos que en ninguna de esas ciudades duran mucho si es que se les
ocurre ir a molestar por allí.

Bueno, resulta ser que cuando éramos muchachos tuvimos la oportunidad de ir a pasarnos
unos días en el campo en la provincia de La Habana, no en un pueblo, en el mismo campo
donde no había ni luz eléctrica. Allí estuvimos tres maravillosos días. La primera tarde unas
muchachas vecinas, que como guajiras al fin y al cabo estaban respetables, vinieron a hacerle
la visita a la señora de la casa. La tarde transcurrió en una conversación que podría describirse
de puros chismes. Un rato interesantísimo pero no se dijo nada de importancia, y eso es lo que
recordamos de aquel primer día.

El segundo día fue por el estilo del primero hasta que cayó la noche. Ya oscuro fuimos a un
caserío, de unas cuatro o cinco casas, donde sí había luz eléctrica. Cuando llegamos aquel
lugar, el señor que nos llevó enseguida resolvió la razón de aquella diligencia y entonces
fuimos a otra de aquellas casas a saludar a una señora que había estado enferma. Resulta ser
que en esa otra casa estaba reunido un grupo de unas siete u ocho personas visitando a la
convaleciente. La anciana, que tenía más aspecto de difunta que de enferma, se mecía en un
sillón mientras sus ojos se clavaban en los nuestros según entrábamos al cuarto alumbrado por
un bombillo de cuarenta bujías. La verdad es que nos dieron deseos de mandarnos a correr,
pero el respeto hacia las personas mayores era absoluto en aquella Cuba y nos sentamos
donde se nos asignó. Resulta ser que según la noche continuó, estuvimos allí más de tres
horas, aquella señora que tanto miedo inspiraba era más buena que un ángel.

Después de los saludos y las introducciones adecuados la conversación continuó con el tema
que aparentemente ya estaba en pleno desarrollo. Aquel cuartico era una universidad, que
manera de saber aquella gente, y la vieja llevaba la batuta. Lo primero que oímos fue el cuento
del joven que una tarde para protegerse de una tormenta de rayos se metió en una cueva.
Como joven intruso se puso a mirar por dentro de aquella cueva que no había visto antes y se
encontró con una montura preciosa sobre un caballete. La fue a levantar para llevársela y tan
pronto la tocó la montura se hizo polvo. Entonces la conversación pasó al análisis del cuento,
el ¿por qué? Unos estaban convencidos que fue porque la montura era muy vieja y
posiblemente había estado en aquel lugar por varias décadas. Otros dijeron que hay ciertas
cosas que no se pueden tomar porque tienen dueño. Hubo quien dijo que si era así, el joven se
puso de mucha suerte porque si se la hubiese podido llevar no la iba a disfrutar. Nosotros
empezábamos a erizarnos, indicación de que la cosa se estaba poniendo buena.

Se mencionó el caso del muchacho que le ofrecieron dos pesos para que cortara una caña
brava y cuando dio el primer machetazo los centenes cayeron como lluvia. Recogió las
monedas de oro, le devolvió el machete al que le ofrecía los dos pesos y se fue. En este cuento
sólo hubo risas y carcajadas. Porque es así en Cuba. Como han habido tantas revueltas políticas
mucha gente se ha tenido que ir de la isla. Ya que estas salidas no han sido nada favorables y
los agentes de las adunas no perdonan ni un real, antes que le quiten sus propiedades es
preferible esconder las cosas de valor con la ilusión de algún día poder regresar y volver a
tener sus pertenencias. Hoy en día posiblemente usen nylons y pomos de cristal, en el tiempo
de la colonia usaban botijas. También muchos de los inmigrantes hacían una huaca; escondían
las monedas, que en tiempo de antaño eran de oro, para que no se las robaran y algún día
regresar desapercibidos pero ricos a su país. Otra gente simplemente no confiaba en los
bancos, que hasta cierto punto tenían y tienen razón. Ya que el colchón lleno de monedas no
debe ser muy cómodo, pues estas personas también hacían su huaquita. Como el tiempo no
perdona, muchos nunca regresaron a Cuba o a su patria, quedando fortunas escondidas en
botijas por toda la isla.

En otras conversaciones recordamos haber oído casos donde al tratar de tumbar una pared
vieja o cuando por sí solo algún techo viejo se caía, los centenes rodaban por todas partes. No
era cosa del diario cuando uno se enteraba de algo así, aunque posiblemente ocurría más a
menudo de lo que se decía. Pero sí tenemos conocimiento de un caso donde el valor
monetario de los centenes se encontraba en los cientos de miles de pesos. Claro, cada moneda
de aquellas valía mucho más del valor monetario que representó en sus días, tanto por su peso
en oro como por su valor como pieza de colección.

¡Oh, se nos olvidaba! Bajo ningún concepto vaya usted aceptar de un muerto una botija o una
huaca. Si en un sueño alguien que usted no conoce o sabe que está muerto le dice donde está
escondida una botija, de acuerdo a los consejos que le daba aquella viejita a una muchacha en
la reunión, mejor que se olvide del incidente. No se le vaya ocurrir buscar la botija y
“cuidadito” en decirle nada a nadie.

En dos conversaciones, ajenas totalmente a la de aquella noche, confirmamos aquellos sabios


consejos. Una fue con una muchacha que nos comentó haberle ocurrido algo así, por suerte
ella sabía las consecuencias y no daba más detalles. El otro caso lo oímos de la hermana, ya
anciana, de una muchacha que dijo donde estaba enterrada una botija. Nos dijo pero no
recordamos como fue que el muerto le regaló la huaca a su hermana. Lo que recordamos es
que se excavó, se tocó algo duro como una piedra en dos o tres ocasiones y no se encontró
nada. Mientras la excavación tomaba efecto, a la muchacha le dieron unas fiebres repentinas y
falleció.

Eventualmente llegó el momento de despedirnos de la viejita. Antes de irnos nos explicó que
los cadáveres tienen la tendencia de levantar la tierra. Si vemos una lomita o pequeño
montículo de un pie de alto y más o menos las dimensiones de una persona, es muy posible
que en ese lugar haya alguien enterrado. O al menos, si hubiera alguien allí sepultado, la tierra
de por sí se comportaría de esa manera. Todo lo contrario sucede con las botijas. La tierra se
hunde, no mucho pero sí lo suficiente para torcerse un tobillo si no está prestando atención. Si
se recupera de la caída y se decide a excavar, bueno, entonces sí tiene que prestar mucha
atención a lo que está haciendo y mucho más cuidado porque recuerde, es posible que esa
botija tenga dueño.

Mascapiedras

Decían que Mascapiedras cogía las piedras del piso, se las metía en la boca, y las devolvía al
suelo hechas polvo.

En todas las ciudades, grandes y pequeñas, siempre hay personas que se roban la popularidad,
y hasta cierto punto el cariño de todos. Los mendigos son buenos candidatos en tal certamen.
Buenos también son aquellos que en su afán de lograr alguna hazaña, a veces sin mucha
explicación para los que se creen cuerdos, corren, o cantan, o hacen lo que su imaginación les
indique, todo el día, sin cesar. Muy en especial se les toma a los que por su naturaleza tienen
el físico, o el entendimiento, distinto a los demás. Y así, en todas partes siempre hay alguien,
por lo general sin proponérselo, que llega a ser la celebridad del pueblo.

La ciudad paternal nuestra, San Juan de los Remedios, o simplemente Remedios, tenía varias
personas de grata popularidad. Siendo una ciudad cubana, se mantenía la costumbre de la isla
al apodar a sus ciudadanos peculiares. La práctica común era dejar el nombre de pila y cambiar
el apellido por la característica propia de la persona. Si en un pueblo había un señor llamado
Jesús, al que le faltaba un brazo, muy probable le llamaran Jesús, o Chucho, el Manco. No
demostraba falta de respeto, simplemente era más fácil identificarlo así. Y como el señor Jesús
sabía que no era a mal, más bien por cariño, no se ofendía.

En algunos casos se hacía lo contrario. Se le apodaba el nombre y el apellido permanecía,


como en el caso del Andarín Carvajal. Pero por lo general, siempre se le unía al apodo el
nombre o el apellido. De tal forma, en caso de que hubieran dos personas con incapacidad al
caminar en el mismo pueblo, se les podían distinguir llamándoles Pepé el Cojo y Perico el Cojo.

En Remedios vivió un personaje que sólo necesitaba el apodo. Es más, nunca oímos a nadie
referirse a él por ningún otro nombre, y todo el pueblo le conocía. A tal señor se le llamaba
Mascapiedras. Porque en toda Cuba, que nosotros sepamos, sólo ha habido una persona con
una dentadura tan prodigiosa como la de este señor.

Fueron muchos los relatos que oímos de Mascapiedras, y muchas personas afirmaban que sí
mascaba las piedras. No sabemos hasta que punto creer tales cuentos. Pero sí tomamos por
verídicos que pelaba con los dientes la caña de azúcar antes de comérsela. Y también cierto es
que en una ocasión tomo un garrafón de cristal, de los que se usan para el agua, y de una
mordida le partió el pico. Empezó a mascar. Momentos más tarde, expulsó hecho polvo de
cristal lo que había sido la boca del botellón.

Esa es la historia que todo remediano conoce. Pero nosotros, como muchachos intranquilos
que éramos, indagamos más en la vida de nuestro admirado héroe. Y nuestros abuelos, que
sabían que con cuentos de calle no nos convencían, ejercitaban sus memorias para que no
molestáramos más. Eventualmente nos contaban detalles, que cuando salían a relucir en las
tertulias familiares y de amigos, muchos recalcaban como cierto.

Mascapiedras era un señor negro. De talla alta y dimensiones corpulentas. Nos contaban que
era una persona de carácter muy respetuoso. Y también muy respetado, no tanto por su fuerza
física, sino por su personalidad seria y caballerosa. Nos dijeron que cuando caminaba por las
calles de Remedios cantaba en voz baja y ronca. Y los niños le tenían terror, los jóvenes y
adultos mucha estimación.

Su origen no se nos fue nunca definido con claridad. Tal vez haya nacido en Remedios, o tal vez
no. Lo que sí sabemos es que nació en tiempo de la colonia, muy posible bajo la esclavitud. Ya
cuando nosotros llegamos a tener uso de la razón, por allá por el año 1960, ya había fallecido
hacía algún tiempo.

Mascapiedras era sepulturero y dormía en el cementerio. Su cama era la camilla donde se


tendían los difuntos para hacerle la autopsia. Y esto sí lo creemos a plenitud, porque nos lo
dijeron personas de una seriedad absoluta. En varias ocasiones se dio el caso en que tenían
que esperar hasta el otro día para poder sepultar al cadáver. Esas noches, Mascapiedras
durmió en la misma camilla donde descansaba el cuerpo sin vida. Dicen que acomodaba a su
compañero a lo largo de una mitad y él se acostaba en la otra. Entonces, antes de cerrar los
ojos, siempre con las mismas frases, aclaraba las reglas de la casa. - “Hermano, usted en su
lado y yo en el mío. Si usted no me molesta, yo no le molesto. Buenas noches.”
Cabolo

Allá en Cuba, como en muchos otros lugares de América Latina, a las personas cortas de
entendimiento no se les menospreciaba. Es cierto que se les apodaba, y en muchos casos el
vocablo bobo se usaba. Pero siempre el cariño popular hacia ellos era excesivo.

Otra costumbre de la Cuba que recordamos, la cual nos afectaba a nosotros directamente, era
todos los días ir a jugar tan pronto se terminaban las clases. Si existía un terreno de baseball en
las cercanías, pues allá nos íbamos los muchachos. Sino, en las calles y plazas se improvisaba
alguna actividad. Lo importante era estar fuera de la casa, haciendo algo o nada. Recordamos
el verbo “mataperrear”, el cual nos lo aplicaban las muchachas cuando nos perdíamos.

Como no era costumbre torturar a los que no podían aprender a leer o escribir, a los que por
su entendimiento no eran capaces, pues simplemente no tenían que lidiar con los tormentos
de la escuela. Y aunque ellos no se pasaban todo el día afuera, sí tomaban parte en las
importantes obligaciones del callejear.

Muchas veces algún carpintero o pintor adoptaba durante las horas de trabajo una de estas
personas de poco razonamiento. No era tanto la ayuda, pero por lo menos ellos pasaban las
horas ocupados y desarrollaban el sentido de responsabilidad. Y el mentor, hacia algo útil por
la patria.

En la ciudad de San Juan de los Remedios, de donde proceden nuestros antepasados


paternales, vivió un joven llamado Cabolo. Este tal Cabolo no era mala persona pero no
razonaba bien. Por tanto caía en la categoría de bobo, que no sabemos porque les llamaban así
cuando en realidad eran más pícaros que el más inteligente.

Un dentista, que no recordamos su nombre, le permitió ayudarle en su consulta. Cabolo llegó a


ser tan eficiente que el doctor le dejó usar una bata blanca, similar a la de él. Y sobre el bolsillo
le bordaron su nombre, como era la costumbre.

En Cuba a las personas que vivían en el campo, fuera del pueblo, y que por lo general
cosechaban la tierra o atendían el ganado se les llamaban campesinos. Claro siempre había
quien prefería usar la palabra guajiro. Lo cual era una ofensa para muchos y la verdad a mucha
honra para otros, porque según ellos, quería decir el más importante. La ironía es que tenían
toda la razón de acuerdo a los libros del lenguaje. Entrando en definiciones más detalladas
para el beneficio de los que no son cubanos: si esta persona del campo era mujer, claro está,
se le decía guajira y si el guajiro era grande, fuerte, y algo brutón, entonces le llamaban
“guajiro macho” y ahí ya la cosa sí era bien seria.
Un día estaba el dentista en su consulta cuando llegó un guajiro macho con dolor de muela. El
doctor lo fue a reconocer pero el paciente se negó a que le mirara dentro de la boca. -“Si
quiere que lo cure me va a tener que dejar verle los dientes” le dijo el doctor.

El guajiro lo miró y contestó en no muy buena forma. -“Claro que me tienen que mirar los
dientes para sacarme la muela” Y cuando una de esta gente se ofuscaba, su voz estremecía las
paredes. Entonces añadió -“Pero sólo el médico me va a meter la mano en la boca”.

El dentista, sorprendido, le explicó que él era el único doctor en la consulta. Y el guajiro afirmó
que no era cierto. Unos meses antes ya se había sacado una muela allí y estaba tan contento
que no se dejaba ver por más nadie que su médico. La discusión siguió y cuando los dos ya
estaban acalorados, entró en la sala el diligente Cabolo luciendo su bata blanca. El guajiro
replicó -“Doctor que bueno que llegó, este hombre quiere acabar conmigo”.

Resulta ser que todo era cierto. Unos meses antes el señor había visitado la consulta,
aparentemente cuando el doctor no se encontraba. Cabolo, que o tenía una tuerca suelta o le
apretaba, le metió mano al pobre hombre. Parece que hizo buen trabajo porque el guajiro sólo
se dejó tocar en presencia de Cabolo.

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