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“Entre los judíos, el matrimonio constaba de dos actos esenciales, separados por un lapso de tiempo: los esponsales
y las nupcias. Los primeros no eran simplemente la promesa de una unión matrimonial futura, sino que constituían ya
un verdadero matrimonio. (…) Desde ese momento la novia recibía el nombre de esposa de… El enlace era válido
desde los esponsales, y su fruto legítimo. Si el desposado moría, ella pasaba a ser su viuda (…).
La costumbre fijaba el plazo de un año como intermedio entre los esponsales y las nupcias. Ese tiempo se
empleaba en terminar los preparativos de la nueva casa, completar el ajuar, etc. (…)
La segunda parte, las nupcias, constituía la perfección del contrato matrimonial, que ya se había realizado. La
novia era llevada a casa del esposo en medio de grandes festejos y de singular regocijo. Al contrato privado (privado,
pero conocido por todos) se le daba ahora toda su publicidad”. FERNÁNDEZ CARVAJAL, Francisco, Vida de Jesús,
Palabra, Madrid 1997, págs. 26-27.