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Facultad de Sociología, Universidad Veracruzana, región Xalapa. Correo electrónico:
nathcruz_1@hotmail.com.
El campo escolar de la masculinidad
Cruz Antonio Velázquez Nath
Abstract.
El trabajo que se presenta corresponde a una propuesta analítica que busca examinar
la manera en que se construye la masculinidad entre los compañeros de clase. Para ello se
plantea que las interacciones entre pares conforman un campo social específico que
estructura los habitus de lo que se puede denominar como masculinidad hegemónica. La
virilidad, fuerza, astucia se convierten en elementos que son privilegiados en la lucha por
llegar a “ser hombre”. De esta manera la violencia escolar tiende a erigirse como un
mecanismo eficaz de socialización de lo masculino.
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El campo escolar de la masculinidad
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Introducción.
Jaheem (…), de 11 años, fue encontrado
muerto en su casa el 16 de abril, después de
haber regresado de la escuela. La madre del
menor (...), dijo que se suicidó porque no
soportó más el acoso de varios compañeros
de clase que le llamaban “gay” todo el
tiempo…
El Universal, 12/05/2009
Resulta indiscutible que los avances realizados por las luchas de género han sido
contundentes en la disputa por derribar los mitos de las sociedades tradicionales. No
obstante, es cierto también que los mecanismos y patrones de la dominación masculina
aún se reproducen con diferente fuerza en campos variados de las relaciones sociales.
Las tensiones entre una sociedad represiva de la sexualidad y otra que se asoma a la
construcción de un universo sexual plural e incluyente han provocado la búsqueda de
nuevas definiciones de nuestra sexualidad. Al respecto, es cada vez más claro el
surgimiento sobre el cuestionamiento de qué es ser hombre. Tradicionalmente las
relaciones de poder tanto en lo íntimo como en lo público habían dotado de sentido la
definición masculina a partir de una oposición discriminatoria en relación con lo femenino.
Hoy se vuelve necesario, e incluso para algunos hombres un compromiso ineludible,
pensar de manera distinta y colaborar en la construcción de un universo social –y sexual–
nuevo.
Como afirman Carrillo y Revilla (1996: 115), las escuelas son verdaderos espacios de
afirmación de la masculinidad de los jóvenes varones. La escuela asume un papel central
en la posibilidad de reproducir y transformar los patrones de género. En ese sentido, el
presente ensayo analiza la expresión de la violencia de género en la escuela,
particularmente de la que acontece entre pares masculinos.
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En primer lugar, la violencia escolar debe entenderse como toda acción u omisión
intencional que, dirigida a una persona, tiende a causarle un daño a la integridad física,
simbólica, psicológica y/o sexual en el contexto de las instituciones escolares (Serrano e
Iborra, 2005). Como violencia forma parte del sistema de dominación masculino, pero es
también una medida de su imperfección e ilegitimidad (Connell, 1997: 31). Algunos
autores manifiestan que entonces la escuela se convierte en un espacio productor y
reproductor de la violencia, pero también que puede ser un espacio posibilitador de
cambios hacia la prevención (Villaseñor y Castañeda, 2003: 45)
Michel Foucault
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La posición en las relaciones de género, las prácticas por las cuales los
hombres y mujeres se comprometen con esa posición de género, y los
efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y en
la cultura (1997: 36).
Como realidad habría que definirla con base en las prácticas sociales y la experiencia de
los agentes masculinos. La multitud de experiencias que crean y recrean las trayectorias
biográficas, actitudes y conductas de los agentes masculinos concretos a lo largo de su
vida nos demuestran esta aseveración. Derivado de ello podemos seguir a Badinter (cit. en
Carrillo y Revilla, 2006) indicando tres cuestiones fundamentales:
c) La identidad masculina se aprende y por tanto se puede cambiar. Esto vale también
para la escuela, donde es necesario destruir los viejos moldes de género y acabar con la
violencia en todas sus formas, desde lo simbólico hasta lo físico.
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todo aquello que puede ser definido como femenino. Este modelo representa una
ideología hegemónica construida y reproducida por los hombres, “mediante el curso de la
historia, que plantea como supuestos fundamentales para sí, la heterosexualidad, la
racionalidad y el privilegio de poder infligir violencia” (Villaseñor y Castañeda, 2003:44).
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“Los hombres también están prisioneros y son víctimas subrepticias de la representación dominante. Al
igual que las tendencias a la sumisión, aquellas que llevan a reivindicar y a ejercer la dominación no están
inscritas en la naturaleza y tienen que estar construidas por un prolongado trabajo de socialización, o sea, de
diferenciación activa en relación con el sexo opuesto” (Bourdieu, 2000: 67).
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La gran mayoría de hombres que obteniendo los beneficios del patriarcado y con un
machismo más sutil Connell los identifica bajo el tipo de la masculinidad cómplice. Por
último, la masculinidad marginal se fundamenta en relaciones de raza entre los varones.
Esta masculinidad alude a la de grupos excluidos socialmente como la gente de color que
sufre opresión sin distanciarse de las conductas machistas.
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Cierto es que algunas de las relaciones que se entablan entre pares se conforman en la
amistad, la complicidad y la camaradería, pero también hay un lado oscuro donde existe la
burla, el acoso y hasta la discriminación. En lo que respecta a la experiencia de ser
hombre, o de llegar a serlo, las relaciones entre los pares son definitorias de la visión
social respecto del niño o joven y de la constitución o reforzamiento de la identidad
individual masculina.
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Partiendo de la visión de Bourdieu podríamos observar las interacciones entre los pares
como relaciones estructurantes de un campo. Así, podríamos observar las relaciones que
dotan de sentido el ejercicio de la masculinidad hegemónica entre los pares. Primero hay
que tomar en cuenta que un campo puede definirse como:
Si consideramos que un campo se estructura por el capital que está en juego, en este
campo escolar de pares masculinos el capital que se privilegia es el que se podría
denominar capital viril. En nuestro análisis, este capital viril está asociado íntimamente a
la masculinidad hegemónica. En efecto, el capital viril se constituye a través de ciertas
características, conductas y actitudes que se corresponden con las expectativas de rol de
la cultura de dominación masculina. La habilidad para el deporte, las posturas físicas, la
agresividad, entre otras características forman el complejo que caracteriza al capital viril.
Expresando de manera analítico-gráfica el campo, éste nos mostraría algo así como una
pirámide invisible masculina. Invisible porque se trata de una especie de estructura
mental inconsciente que organiza las prácticas de los agentes, tanto dominantes
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Pero también deberíamos observar que este microuniverso escolar está formado por
cierta cantidad de normas, de reglas no escritas que inciden sobre las acciones, conductas
y expectativas. Por ejemplo, un muchacho que es objeto de una broma pesada no debe
acusar a los responsables ante los mayores pues inmediatamente su hombría es puesta en
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La posesión privilegiada del capital viril establece una contradicción básica entre los
dominantes y los subordinados. Los dominantes basan su dominio en su habilidad para
asociar sus conductas, sus prácticas y hasta sus características físicas con el modelo de la
masculinidad hegemónica.
A partir de ciertos criterios asociados al deber ser masculino surge una serie de
oposiciones binarias que operan en la base del juego. De este modo que se privilegian
elementos como la astucia, la fortaleza, la resistencia física y emocional, etcétera. Para
dominar se emplean determinadas tácticas algunas explícitas y otras más sutiles. Estas
tácticas, sólo por anotar algunos ejemplos pueden abarcar la manipulación, el chantaje, la
intimidación, la exclusión, los insultos, el menosprecio, las amenazas, los golpes, los
empujones, entre muchas otras.
Los modelos ideales alternativos tienen que ver más con el incumplimiento
asolapado de la norma, con el vivo. Es la imagen del (…) "vivo", astuto, el
que no se va a dejar engañar, ni burlar, ni insultar, el que sabe pelear, o por
lo menos amedrentar a los posibles rivales, sabe jugar al fútbol u otros
deportes "para hombres", sabe poner apodos, bromear, conquistar a las
chicas, el que se atreve a hacer aquello que está prohibido (Callirgos,
1995:2).
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Como si cada estudiante pudiese llevar sobre sí una carga compuesta por las
características inadecuadas para la cultura escolar. Puede cargarse, en este equipaje
imaginario, el aspecto físico (…), los defectos físicos -desde el uso de anteojos, hasta
impedimentos mayores-, (…), la debilidad física, la poca habilidad para el deporte, la
menor capacidad económica -también expresada en la menor capacidad para estar a la
moda-, el ser menos agresivo, el ser tímido. Aquel que cargue el mayor número de estas
características, se desenvolverá con mayores dificultades en los caminos de la escuela
(Callirgos, 1995:3).
Si bien hablamos de dotaciones de capital de acuerdo con Bourdieu, —y esto podría ser
importante para otros campos de la sociología—, tendríamos que hablar de aquellas
características del agente que, opuestas a la idea de acumulación de capital, acumulan
desventajas. Aparece por tanto el estigma, el defecto físico, el rasgo de la personalidad
negativo como elementos que inciden en la posición social del agente. Estas
características que las denominamos estigmatizantes.
El niño-adolescente varón debe afirmar, con mayor o menor fuerza según los
imperativos culturales, un conjunto preciso de emociones y significados, e ir desechando -
a veces de manera violenta- otros. En ese sentido, el mundo de lo áspero gana
definitivamente en el terreno haciendo retroceder el lenguaje del roce y la caricia. Los
consejos y mandatos de los padres, las charlas de los profesores, las imágenes de los mass
media por un lado. Las anécdotas subterráneas, los mitos, los ‘chistes rojos’, por el otro.
Todo ello apunta en esa dirección (Del Castillo, 2001: 264-265).
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La sujeción y vigilancia en torno al poder nos recuerda las premisas de Foucault (2002),
donde hay que destacar que la interacción dentro de la escuela permite no sólo la
evaluación y dominación de los pares sobre todos y cada uno de los compañeros de clase,
sino también una especie de autocensura y represión. De esta manera, la evaluación de
los pares se convierte en un dispositivo eficaz para la reproducción de los patrones de la
masculinidad hegemónica:
De hecho, la competencia que existe entre los más débiles viene a ser no en contra de
los que detentan el poder, sino la mayor parte es contra ellos mismos. De este modo lo
importante no es quizá ser el más hombres, sino no ser el último lugar; en términos más
coloquiales se trata de una lucha por reafirmar su hombría y no ser el “tonto” o el
“maricón” del salón. Orientado por el psicoanálisis, Del Castillo afirma que:
En el aula de clases los personajes del "lorna " y el "maricón" son parte de
los mecanismos de proyección activados por los niños-adolescentes. Todos
proyectan sus propias ansias y su desconcierto en esos alumnos que por
razones a veces arbitrarias -formas corporales, debilidad, "feminidad",
suavidad, etc.- son arrojados a los márgenes de la vida social escolar. La
agresividad y crueldad inconsciente que se vuelca hacia ellos expresan una
lucha interna considerable, relacionada con presiones culturales
particularmente intensas en este período. Del Castillo, 2001: 267.
Un campo escolar masculino resulta más efectivo en cuanto el abuso es cada vez más
repetido y prolongado. La existencia de patrones de conducta persistentes coloca a cada
quien en “su lugar” de dominación o subordinación. También es más efectivo si se
mantiene el anonimato en torno a los adultos. Es decir, se requiere la mínima
interferencia de la autoridad familiar, aunque la existencia de un padre machista puede
ser catalizador del juego.
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Conclusiones.
Lo planteado en estas breves líneas pretende ser un marco para el análisis de la
construcción escolar de la masculinidad. El propósito fundamental es el de mostrar que las
relaciones entre pares masculinos están incrustadas en relaciones de poder que deben ser
objeto de análisis. En la vida cotidiana dichas relaciones se vuelven naturales, comunes en
apariencia, pero detrás hay un conjunto de significados que intervienen en la
reproducción de la dominación. Como reconoce Bourdieu:
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Así como en otros espacios se ha dado una discusión importante y necesaria, la escuela
también debe ser parte de ese espacio de subversión. Resulta evidente que la
construcción de ese universo social y sexual plural e incluyente debe partir no sólo del
combate de la dominación por las mujeres, sino también de la lucha de los hombres por
definirse de un modo distinto al que complaciente o convenientemente la cultura
patriarcal les ha asignado.
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Bibliografía.
Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona: Anagrama
Del Castillo, D. (2001). “Los fantasmas de la masculinidad”, 253-264 en: López Santiago
et al: Estudios Culturales. Lima: Red para el desarrollo de las ciencias sociales.
Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. Historia del nacimiento de las prisiones. 1a, ed.
Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Lomas, C. (comp.) (2003). ¿Todos los hombres son iguales? Identidades masculinas y
cambios sociales. Contextos, Barcelona: Paidós.
Serrano, Ángela e Isabel Iborra (2005). Informe. Violencia escolar entre compañeros en
la escuela. España: Goaprint, Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia.
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Carrillo Trujillo, Carlos y Jorge Revilla Fajardo. (2006). Masculinidad entre padres
(madre y padre) e hijos, en Revista de Estudios de Género. En La Ventana, número 023,
Universidad de Guadalajara, Guadalajara, México. pp. 95-126.
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