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La verdad
o
«El vino es fuerte, el rey es más fuerte que el vino, las mujeres son más fuertes
que el rey, pero la verdad es más fuerte que todo.»
(Martín Lutero)
Antes, todo era más sencillo. Estaba la Biblia, y la Biblia era la Palabra de Dios,
y Dios era omnisciente y demasiado honesto como para engañar a los seres
humanos. De ahí que cada frase de la Biblia contuviera la pura verdad, una
verdad que hasta los que no eran cristianos podían reconocer. Pues ya lo dice el
Corán: «Él (Alá) te ha revelado el Libro con la Verdad, en confirmación de los
mensajes anteriores. Y antes reveló la Torá y el Evangelio, como norma para los
hombres».
Lo único que había que hacer era traducir e interpretar correctamente la Palabra
de Dios. Y aunque alguien pudiese dudar de que Matusalén haya vivido 969
años, las grandes verdades de la Sagrada Escritura estaban fuera de discusión,
pues se confirmaban cada día por medio de la experiencia: la Tierra era un disco
plano, la mujer estaba subordinada al hombre y los designios de Dios eran
insondables.
¿Qué es la verdad?
Eso suena plausible, pero también trivial. Me parece que la filosofía puede ser
un poco más sutil. Fijémonos bien, pues, y preguntemos: «Señor Wittgenstein,
¿dónde podemos encontrar la realidad con la cual comparar nuestra idea?».
Por lo visto, la realidad está fuera de nuestra conciencia. Todo lo que sabemos
sobre la realidad ha pasado por los canales de nuestra percepción, por los
órganos de los sentidos, las vías nerviosas y la refinería del cerebro. De este
modo, se clasifican, se filtran y se distancian los datos. Sólo cuando llegan a la
cabeza, las impresiones difusas se reúnen en una visión de conjunto gracias a un
proceso extraordinariamente complejo. Lo que llamamos realidad, en verdad,
sólo es una idea de la realidad. Los murciélagos, los extraterrestres y algunos
enfermos mentales perciben el mundo de un modo completamente distinto.
¿Los seres humanos también viven en cajas de Skinner? Más o menos. Cuando
el ser humano está aislado del mundo exterior, se construye su propio mundo.
Los dictadores que no admiten voces críticas en su entorno son particularmente
propensos a perder el sentido de la realidad. Una secta herméticamente aislada
deriva de forma automática en la superstición. Incluso una sociedad entera puede
perder la razón (véase la obsesión de la caza de brujas o el nacionalsocialismo).
Estos sistemas enajenados interpretan todos los hechos de forma tal que el
propio sistema se vea confirmado y consolidado. Existe un único remedio contra
semejantes «verdades»: la comunicación más ilimitada posible.
¿Qué es la verdad?
Rehbein limpió la pizarra con tal vehemencia que el agua salió a chorros de la
esponja. Luego, se dio la vuelta:
–¿Quién ha sido?
–No –iban diciendo todos los demás. Nadie se desmayó. A nadie le creció la
nariz.
–No.
(Continuará)
Los niños y los locos siempre dicen la verdad. Los borrachos tampoco se
guardan los conocimientos que adquieren in vino. Esto no es necesariamente un
argumento a favor de la verdad. Cualquier niño, cualquier idiota, cualquier
bebedor puede decir la verdad. Pero para mentir bien se requiere inteligencia,
imaginación y cierto conocimiento de la naturaleza humana. Por supuesto, la
mentira no es auténtica. Camufla su verdadero carácter bajo toda clase de
eufemismos: cumplidos, maquillaje, publicidad, cortesía, mascarada,
espectáculo, tacto, moda, cultura, romanticismo. Todo es mentira, fingido
encanto, patraña; todo es ilusión y falsas apariencias.
«¡Pero si el emperador está desnudo!», grita el niño del cuento. El niño necesita
urgentemente un terapeuta. Ha de aprender que lo que importa en la vida real no
es la verdad, sino la mentira socialmente aceptada. Y que la felicidad no es un
fruto del árbol del conocimiento. El sentimiento de felicidad, aunque se base en
ilusiones, también es auténtica felicidad.
–¡Di la verdad!
Rehbein desplegó su índice y lo apuntó hacia la nariz respingona de Sabina:
–¡La verdad!
–¿Puedo preguntarle por qué? En realidad, los fariseos eran sabios honorables y
muy creyentes. Fue la propaganda cristiana la que los desacreditó. Para mí,
«fariseo» es un cumplido.
Rehbein emitió un sonido gutural y se precipitó fuera del aula. Sabina Sandmann
se acercó a mí y me prometió que en el recreo largo me daría el beso que yo
llevaba pidiéndole desde hacía semanas.
¿Cómo dice? ¿Que si la historia es real? ¿Acaso eso sigue teniendo alguna
importancia para usted después de todas las consideraciones arriba
mencionadas? Se non è vero, è ben trovato, dicen los italianos. Si no es verdad,
está bien inventado.