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Capítulo X III

PROBLEMAS METODOLÓGICOS
DE LAS CIENCIAS SOCIALES

El estudio de la sociedad humana y de la conducta humana mol­


deada por las instituciones sociales ha sido cultivado hace tanto
tiempo como la investigación de los fenómenos físicos y biológicos.
Sin embargo, buena parte de la «teoría social» que ha surgido de ese
estudio, en el pasado tanto como en el presente, es filosofía social y
moral más que ciencia social, y está formada en gran medida por re­
flexiones generales sobre la «naturaleza» del hombre, justificaciones
o críticas de diversas instituciones sociales, o esbozos de etapas del
progreso o la decadencia de las civilizaciones. Aunque los exámenes
de este tipo a menudo contienen penetrantes observaciones sobre las
funciones de diversas instituciones sociales del mundo humano, ra­
ramente pretenden basarse en indagaciones sistemáticas de datos
empíricos detallados concernientes al funcionamiento real de la so­
ciedad. Si se llega a mencionar tales datos, su función es en su mayor
parte anecdótica, ya que sirven para ilustrar alguna conclusión gene­
ral, más que para someterla a prueba críticamente. A pesar de la lar­
ga historia del interés activo por los fenómenos sociales, los ordena­
mientos experimentales y la recolección metódica de elementos de
juicio para evaluar las creencias acerca de ellos son de origen relati­
vamente reciente.
D e todos m odos, en ningún dominio de la investigación social se
ha establecido un cuerpo de leyes generales comparable con las teo­
rías sobresalientes de las ciencias naturales en cuanto a poder expli­
cativo o a capacidad de brindar predicciones precisas y confiables.
Es cierto, por supuesto, que, bajo la inspiración de las impresionan­
tes realizaciones teóricas de la ciencia natural, se han construido re­
petidamente vastos sistemas de «física social» que tratan de explicar
toda la gama de estructuras y cambios institucionales diversos que
han surgido a lo largo de toda la historia humana. Sin embargo, estas
ambiciosas construcciones son el producto de nociones dudosamen-

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te apropiadas de lo que constituye un sólido procedimiento científi­
co, y si bien algunas de ellas siguen teniendo adherentes, ninguna re­
siste un análisis cuidadoso.1 L a mayoría de los estudiosos competen­
tes no creen, en la actualidad, que en un futuro previsible pueda
elaborarse una teoría fundada empíricamente, capaz de explicar en
términos de un único conjunto de suposiciones integradas toda la
variedad de los fenómenos sociales. Además, muchos expertos en
ciencias sociales son de la opinión de que aún no ha madurado el
momento de elaborar teorías destinadas a explicar sistemáticamente
ni siquiera ámbitos limitados de fenómenos sociales. En realidad,
cuando se ha intentado efectuar tales construcciones teóricas de al­
cance restringido, como en economía o — en menor escala— en el
estudio de la movilidad social, su valor empírico es considerado ge­
neralmente com o un problem a no resuelto. En considerable medida,
los problem as que se investigan en muchos centros actuales de in­
vestigación social empírica se ocupan, como todos admiten, de p ro­
blemas de dimensiones moderadas y a menudo muy poco importantes.
Se reconoce también por lo general que en las ciencias sociales no
hay nada semejante a la casi completa unanimidad que se encuentra
comúnmente entre los investigadores competentes de las ciencias
naturales en cuanto a cuáles son los hechos establecidos, cuáles son
las explicaciones razonablemente satisfactorias (si las hay) de los he­
chos afirmados y cuáles son los procedimientos válidos de una in­
vestigación bien fundada. L os desacuerdos sobre tales cuestiones,
indudablemente, también surgen en las ciencias naturales. Pero ha­
bitualmente se los encuentra en las fronteras avanzadas del conoci­
miento; y excepto en dom inios de la investigación que se vinculan
íntimamente con las opiniones morales o religiosas, generalmente
tales desacuerdos se resuelven con razonable rapidez cuando se o b ­
tienen elementos de juicio adicionales o cuando se elaboran técnicas
mejoradas de análisis. En cambio, las ciencias sociales a menudo
producen la impresión de que son el campo de batalla de escuelas de
pensamiento en guerra interminable, y que hasta cuestiones que han

1. M uchos de estos sistemas son teorías de «un solo factor» o de una «cau­
sa clave». Identifican alguna «variable» — como el m edio geográfico, la dotación
biológica, la organización económica o la creencia religiosa, para mencionar so ­
lamente algunas— en términos de la cual deben comprenderse los ordenamien­
tos institucionales y el desarrollo de las sociedades.

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sido objeto de estudios intensos y prolongados permanecen en la pe­
riferia, formada por los problemas no resueltos, de la investigación.
En todo caso, es de conocimiento público que los científicos socia­
les continúan divididos en lo concerniente a problemas fundamen­
tales de la lógica de la investigación social implícitos en las cuestio­
nes mencionadas. En particular, existe una perdurable divergencia
de objetivos científicos declarados entre quienes consideran los sis­
temas explicativos y los métodos lógicos de las ciencias naturales
como modelos que deben ser emulados en la investigación social y
quienes consideran fundamentalmente inadecuado para las ciencias
sociales buscar teorías explicativas que utilicen distinciones «abs­
tractas» alejadas de la experiencia familiar y que exigen elementos de
juicio favorables públicamente accesibles (o «intersubjetivamente»
válidos).
En resumen, las ciencias sociales no poseen en la actualidad siste­
mas explicativos de vasto alcance considerados satisfactorios por la
mayoría de los estudiosos profesionalmente competentes, y se carac­
terizan por los serios desacuerdos tanto sobre cuestiones m etodoló­
gicas como sobre cuestiones de contenido. En consecuencia, se ha
puesto en duda repetidamente la conveniencia de considerar a cual­
quier rama actual de la investigación social como una «verdadera
ciencia», habitualmente sobre la base de que, si bien tales investiga­
ciones han brindado gran cantidad de información frecuentemente
confiable acerca de temas sociales, estas contribuciones son princi­
palmente estudios descriptivos de hechos sociales especiales corres­
pondientes a grupos humanos de determinada ubicación histórica,
pero no suministran leyes estrictamente universales acerca de fenó­
menos sociales. N o sería provechoso discutir extensamente un p ro­
blema planteado de esta manera, particularmente, debido a que los
requisitos de una ciencia genuina supuestos tácitamente en la m ayo­
ría de tales afirmaciones conducen al resultado poco aclarador de
que, excepto unas pocas ramas de la física, aparentemente no hay
disciplinas que merezcan esa honorífica designación. Sea como fue­
re, para nuestros propósitos presentes bastará observar que, si bien
los estudios descriptivos de hechos sociales localizados caracterizan
a gran parte de la investigación social, esta comprobación no resume
adecuadamente todos sus logros. Pues las investigaciones de la con­
ducta humana también han puesto en evidencia (con la ayuda cre­
ciente, en los últimos años, de técnicas de análisis cuantitativo en rá­

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pido desarrollo) algunas de las relaciones de dependencia entre los
componentes de diversos procesos sociales; y de este m odo, tales in­
vestigaciones han suministrado suposiciones generalizadas, más o
menos firmemente fundadas, para explicar muchos aspectos de la
vida social, así com o para elaborar políticas sociales frecuentemente
efectivas. Sin duda, las leyes o generalizaciones concernientes a fe­
nómenos sociales que ha brindado la investigación social de la actua­
lidad tienen un ámbito de aplicación mucho más restringido, están
formuladas de manera mucho menos precisa y sólo son aceptables
como fácticamente correctas si se las considera limitadas por un nú­
mero mucho mayor de reservas y excepciones tácitas que la mayoría
de las leyes comúnmente citadas de las ciencias físicas. En estos as­
pectos, sin embargo, las generalizaciones de la investigación social
no parecen diferir radicalmente de las generalizaciones comúnmen­
te expuestas en dominios que se consideran, por lo común, como
subdivisiones indiscutiblemente respetables de la ciencia natural,
por ejemplo, en el estudio de los fenómenos de turbulencia y en la
embriología.
La tarea realmente importante, ciertamente, es lograr alguna cla­
ridad en los problem as metodológicos fundamentales y en la estruc­
tura de las explicaciones de las ciencias sociales, más que en el otor­
gamiento o la negación de títulos honoríficos. Pero los intentos por
efectuar tal clarificación tropiezan con una dificultad que es, quizá,
característica de las ciencias sociales. Y a hemos dicho bastante acer­
ca de los desacuerdos que surgen en estas disciplinas com o para su­
gerir que casi todo producto de la investigación social elegido para
su análisis lógico corre el riesgo de ser juzgado por muchos estudio­
sos profesionales com o carente de representatividad de logros im­
portantes en su dominio, aunque otros estudiosos de similar com pe­
tencia profesional pueden juzgar la cuestión en form a diferente.
Además, los problemas propuestos para el análisis por los materiales
elegidos, así com o el análisis mismo, deben enfrentar el riesgo análo­
go de ser condenados como ajenos a los problemas lógicos im por­
tantes de la investigación social o como síntomas de una estrecha
preferencia partidista por alguna escuela particular de pensamiento
social. A pesar de estos riesgos, el propósito de este capítulo y de los
capítulos siguientes es examinar una serie de problemas lógicos ge­
nerales que aparecen persistentemente en las discusiones m etodoló­
gicas de las ciencias sociales. En este capítulo, consideraremos pri­

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mero varias dificultades que se suponen creadas por el objeto espe­
cial de estudio de la investigación social y citadas frecuentemente
como obstáculos serios, si no fatales, para establecer leyes generales
de los fenómenos sociales. En el capítulo siguiente examinaremos la
cuestión relativa a si las explicaciones de las ciencias sociales tienen
una forma y un contenido sustantivo diferentes dé las de otras ramas
de la investigación; ciertos aspectos de las explicaciones probabilísti-
cas recibirán un tratamiento más detallado del que le hemos dedica­
do hasta ahora. El capítulo final tratará de problemas concernientes
al conocimiento histórico; en él discutiremos otros aspectos del es­
quema probabilístico y examinaremos la estructura de las explica­
ciones genéticas.2

1. F o r m a s d e in v e s t ig a c ió n c o n t r o l a d a

En la suposición de que el objetivo principal de la ciencia social


teórica es establecer leyes generales que puedan servir como instru­
mentos para la explicación sistemática y la predicción confiable, mu­
chos estudiosos de los fenómenos sociales han tratado de dar cuenta
de la relativa escasez de leyes dignas de confianza que hay en sus dis­
ciplinas. Examinaremos algunas de las razones alegadas. Las razo­
nes que escrutaremos llaman la atención sobre las dificultades con
las que se enfrentan las ciencias sociales, sea debido a ciertas caracte­
rísticas presuntamente distintivas del tema estudiado, sea debidas a
ciertas supuestas consecuencias del hecho de que el estudio de la so­
ciedad forma parte de su propio objeto de estudio. Generalmente,
estas dificultades no son independientes, de m odo que los proble­
mas que plantean no siempre difieren de manera radical. Sin embar­
go, es conveniente enumerar y examinar los problemas separada­
mente.
Q uizá la fuente de dificultades mencionada con mayor frecuen­
cia es el margen de posibilidades presuntamente estrecho de realizar
experimentos controlados de fenómenos sociales. Enunciemos pri­
mero la dificultad en la form a que recibe cuando se asocia un senti­

2. Las explicaciones probabilísticas y las explicaciones genéticas fueron


identificadas e ilustradas en el capítulo II, y la primera fue brevemente exami­
nada en el capítulo X .

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do muy estricto a la expresión «experimento controlado». En un ex­
perimento controlado, el experimentador puede manipular a volun­
tad, aunque sólo dentro de determinados límites, ciertos aspectos de
una situación (llamados a menudo «variables» o «factores») de los
que se supone que constituyen las condiciones para la aparición de
los fenómenos estudiados, de m odo que al variar repetidamente al­
gunos de ellos (en el caso ideal, haciendo variar solamente uno de ellos)
pero conservando los otros constantes, el observador puede estudiar
los efectos de tales cambios sobre dicho fenómeno y descubrir las
relaciones constantes de dependencia entre el fenómeno y las varia­
bles. Así, el experimento controlado no sólo supone cambios dirigi­
dos en variables que puedan ser identificadas con seguridad y distin­
guidas de otras variables, sino también la reproducción de efectos
inducidos por tales cambios sobre el fenómeno en estudio.
E s indudable que sólo muy raramente es posible realizar experi­
mentos, en el sentido estricto de la palabra, en las ciencias sociales, y
quizás no sea posible realizarlos nunca con respecto a un fenómeno
que suponga la participación de varias generaciones y grandes canti­
dades de hombres. Pues los científicos sociales habitualmente no p o ­
seen el poder de instituir modificaciones concebidas experimental­
mente en la mayoría de los materiales sociales que son de interés
científico. Además, aun cuando poseyeran tal poder y aunque los es­
crúpulos morales no impidieran someter a seres humanos a cambios
diversos de efectos imprevisibles pero quizás dañinos para su vida,
surgirían dos problemas importantes en lo concerniente a cualquier
experimento que pudieran realizar. El ejercicio del poder para m o­
dificar condiciones sociales con propósitos experimentales evidente­
mente es en sí mismo una variable social. Por consiguiente, la form a
en que tal poder se ejerza puede comprometer seriamente la signifi­
cación cognoscitiva de un experimento, si el uso del poder afecta al
resultado del experimento hasta un grado desconocido. Además,
puesto que un cambio determinado en una situación social puede
producir (y habitualmente lo hace) una modificación irreversible en
variables importantes, la repetición del cambio para determinar si
los efectos observados son o no constantes tendrá que efectuarse so ­
bre variables que ya no están en las mismas condiciones iniciales en
cada uno de los ensayos repetidos. En consecuencia, puesto que
puede ser incierto si las constancias o diferencias observadas en los
efectos deben ser atribuidas a diferencias en los estados iniciales de

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las variables o a diferencias en otras circunstancias del experimento,
puede ser imposible decidir por medios experimentales si una altera­
ción dada en un fenómeno social puede ser atribuida correctamente
a determinado tipo de cambio en una variable determinada.3 A de­
más de todo esto, el alcance de la experimentación en las ciencias
sociales está muy limitado por la circunstancia de que sólo se puede
realizar un experimento controlado si es posible provocar repetida­
mente modificaciones observables en el fenómeno estudiado, posi­
bilidad que parece claramente excluida para aquellos fenómenos so­
ciales que evidentemente no se repiten y son históricamente únicos
(como el surgimiento del moderno capitalismo industrial o la sin-
dicalización de los trabajadores norteamericanos durante el New
Deal).
Estas afirmaciones acerca del alcance restringido de los experi­
mentos controlados en las ciencias sociales plantean muchos proble­
mas importantes. Pero por el momento limitaremos nuestro examen
a los dos siguientes, dejando los restantes para su posterior análisis:
(1) ¿es la experimentación controlada una condición sine qua non
para obtener un conocimiento fáctico bien fundado y, en particular,
para establecer leyes generales? (2) ¿H ay solamente, de hecho, una
posibilidad despreciable de que las ciencias sociales puedan disponer
de procedimientos empíricos controlados?

1. Las investigaciones en las cuales es posible realizar experi­


mentos controlados presentan ventajas conocidas e innegablemente
grandes. En verdad, es improbable que diversas ramas de la ciencia
(por ejemplo, la óptica, la química o la genética) hubieran podido
llegar a su estado actual de desarrollo teórico avanzado sin la experi­
mentación sistemática. Pero esta conjetura es obviamente incorrecta
si se la extiende a todos los dominios de la investigación en los que
se han establecido vastos sistemas explicativos. La astronomía y la

3. Esta dificultad también se presenta en ciencias que tratan de cuestiones


no humanas. Habitualmente, se la puede superar en estos dom inios utilizando
una nueva muestra en cada ensayo repetido, siendo las nuevas muestras hom o­
géneas en aspectos importantes con la inicial. En las ciencias sociales, no se pue­
de resolver el problem a tan fácilmente, porque aun cuando se dispusiera de una
adecuada cantidad de muestras, éstas pueden no ser suficientemente similares en
los aspectos pertinentes a la investigación.

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astrofísica no son ciencias experimentales aunque ambas utilicen mu­
chas suposiciones que se basan manifiestamente en los hallazgos ex­
perimentales de otras disciplinas. Aunque durante los siglos xvm y
xix se consideró, con razón, a la astronomía como superior a todas
las otras ciencias por la estabilidad de su vasta teoría y por la exacti­
tud de sus predicciones, ciertamente no logró esta superioridad ma­
nipulando experimentalmente cuerpos celestes. Además, aun en ramas
de la investigación que están lejos del nivel teórico de la astronomía
(por ejemplo, en la geología o, hasta hace relativamente poco tiem­
po, en la embriología), la falta de oportunidad para realizar experi­
mentos controlados no ha impedido a los científicos llegar a leyes
generales bien fundadas. En consecuencia, está fuera de duda que mu­
chas ciencias han contribuido y continúan contribuyendo al avance
de las formas generales del conocimiento a pesar de tener muy esca­
sas posibilidades de realizar experimentos controlados.
Sin embargo, toda rama de la investigación que aspire a obtener
leyes generales dignas de confianza en lo concerniente a temas empí­
ricos debe emplear un procedimiento que, si no constituye estricta­
mente una experimentación controlada, al menos tiene las funciones
lógicas esenciales del experimento en la investigación. Este procedi­
miento (al que llamaremos «investigación controlada») no requiere,
com o la experimentación, la reproducción a voluntad de los fenó­
menos en estudio o la manipulación concreta de variables, pero se
asemeja mucho a la experimentación en otros aspectos. L a investiga­
ción controlada consiste en la búsqueda deliberada de situaciones
diferentes en las cuales el fenómeno se manifieste uniformemente
(en m odos idénticos o diferentes) o se manifieste en algunos casos
pero no en otros, y en el ulterior examen de ciertos factores destaca­
dos en esas ocasiones con el fin de discernir si las variaciones de és­
tos se relacionan con diferencias en los fenómenos; se seleccionan
para su cuidadosa observación esos factores y las manifestaciones
diferentes del fenómeno porque se supone que están relacionados de
manera significativa. Desde el punto de vista del papel lógico que
tienen los datos empíricos en la investigación, evidentemente carece
de importancia si las variaciones observadas en los factores determi­
nantes supuestos de los cambios observados en el fenómeno son in­
troducidas por el científico mismo o si tales variaciones se han pro­
ducido «naturalmente» y éste sólo las encuentra, siempre que las
observaciones hayan sido realizadas con igual cuidado en todos los

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casos y que los sucesos en los que se manifiestan las variaciones en
los factores y en el fenómeno sean semejantes en todos los otros as­
pectos importantes. Por esta razón, a menudo se considera la expe­
rimentación como una forma extrema de investigación controlada y
a veces ni siquiera se distinguen las dos condiciones. Puede suceder
que la segunda de las dos condiciones se satisfaga más fácilmente
cuando se realizan experimentos que cuando no se los realiza; y pue­
de suceder también que, cuando es posible realizar experimentos,
que se pueda someter los factores de importancia a variaciones que
raramente se encuentran en la naturaleza, si se las encuentra, pero
que sin embargo es necesario lograr para establecer leyes generales.
Estos comentarios concentran la atención sobre cuestiones de im­
portancia indudablemente grande en la conducción de las investiga­
ciones, pero no anulan la identidad de función lógica del experimen­
to controlado y la investigación controlada.
En resumen, aunque es posible realizar progresos científicos sin
experimentos, parece ser indispensable la experimentación contro­
lada (en el sentido estrecho que hemos dado a esta expresión) o la
investigación controlada (en el sentido que acabamos de indicar).
Diremos que una investigación que utilice uno u otro de estos pro­
cedimientos es una «investigación empírica controlada».4

2. En consecuencia, cabe preguntarse si en las ciencias sociales el


ámbito para aplicar procedimientos que sean estrictamente experi­
mentales o que tengan el mismo papel lógico de los experimentos es
casi nulo, como se afirma frecuentemente. La afirmación de que este
ámbito es muy pequeño comúnmente reposa sobre algunas concep­
ciones equivocadas que ahora examinaremos brevemente.

4. Tiene cierta importancia no confundir lo que se llama frecuentemente


«observación (sensorial) controlada» con la investigación empírica controlada
en el sentido indicado. Habitualmente se dice que las observaciones son «con­
troladas» si no son fortuitas, sino que se las realiza con cuidado y se las institu­
ye para resolver alguna cuestión a la luz de cierta concepción concerniente a los
requisitos para las observaciones confiables. L a observación controlada, en este
sentido, es esencial para la experimentación controlada y para la investigación
controlada. Sin embargo, la observación controlada es una condición necesaria
pero no suficiente de la «investigación empírica controlada».

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a. Aunque Joh n Stuart Mili fue uno de los más destacados parti­
darios, en la Inglaterra del siglo xix, de utilizar los m étodos lógicos
de las ciencias naturales en la investigación social, estaba convencido de
que la experimentación dirigida al establecimiento de leyes generales
no es posible en las ciencias sociales. Sostenía esta opinión principal­
mente porque no veía posibilidad alguna de aplicar en estas discipli­
nas su método de la concordancia o su método de la diferencia, dos
de sus cinco «m étodos de investigación experimental», que eran para
él definitorios de lo que debe ser un experimento. Según el método
de la concordancia, se necesitan dos casos de un fenómeno que sean
diferentes en todos los aspectos excepto en uno (el cual, entonces,
puede ser identificado como la «causa» o el «efecto» del fenómeno);
y según el método de la diferencia, se requieren dos situaciones tales
que el fenómeno esté presente en una de ellas pero no en la otra y
que sean semejantes en todos los aspectos excepto en uno (que pue­
de ser identificado, nuevamente, como la «causa» o el «efecto» del
fenómeno). Evidentemente, Mili daba por supuesto que los experi­
mentos sociales teóricamente significativos deben ser realizados to­
talmente en sociedades históricas determinadas; y puesto que creía,
obviamente con buenas razones, que no hay dos sociedades seme­
jantes que se ajusten realmente a los requisitos de ninguno de sus
dos métodos y que no existe medio alguno por el cual puede lograr­
se que las mismas se adecúen a ellos, negaba la posibilidad de expe­
rimentación social.5
L a descripción de Mili del método experimental adolece del serio
defecto de subestimar, si no de ignorar, el punto esencial de que,
dado que dos situaciones nunca son completamente iguales o com ­
pletamente diferentes en todos los aspectos excepto en uno, sus mé­
todos sólo son aplicables dentro de un marco de suposiciones que
estipulen qué características (o aspectos) de una situación van a ser
considerados importantes para el fenómeno estudiado.
Pero aun cuando se corrigiera el análisis de Mili en este punto,
sus razones para negar la posibilidad de experimentación social se­
guirían siendo inconcluyentes. Pues su afirmación se basa, en parte,

5. Mili recomendaba lo que él llamaba el «m étodo deductivo concreto»


com o el m étodo apropiado para la investigación social. D e acuerdo con este mé­
todo, se verifican mediante la observación varias consecuencias deducidas de un
conjunto de suposiciones teóricas.

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en la suposición de que la experimentación controlada (y por la misma
razón, la investigación controlada) requiere la aparición de una va­
riación en un factor (importante) por vez, idea afirmada comúnmen­
te pero que es, sin embargo, una concepción demasiado simplificada
de las condiciones de un análisis empírico adecuado. Tal suposición,
en verdad, expresa un ideal del procedimiento experimental y que a
menudo se realiza, al menos aproximadamente. Pero conviene re­
cordar que la cuestión de si en un experimento se varía un «solo»
{single) factor o aun la cuestión de qué es lo que debe ser considera­
do como un «solo» factor depende de las suposiciones antecedentes
que subyacen en el experimento. Está más allá de las posibilidades
humanas eliminar completamente, aun en el laboratorio montado
más cuidadosamente, las variaciones en todas las circunstancias de
un experimento excepto una; y ya hemos señalado que en toda in­
vestigación están implícitas las suposiciones concernientes a los cam­
bios que serán destacados como importantes. Además, para ilustrar
la observación de que puede haber implicadas suposiciones especia­
les al juzgar que un factor es «único» {single), aunque en muchos
experimentos el cambio de la cantidad (por ejemplo, el número de
gramos) de oxígeno químicamente puros es considerado como una
variación en un solo {single) factor, en otros experimentos esta no es
una manera satisfactoria de especificar qué es un solo factor, debido
a la aceptación, importante en esta segunda clase de experimentos
pero no en la primera, de que hay isótopos del oxígeno. Pues, dado
que las proporciones en las cuales estos isótopos están contenidos en
cantidades diferentes de oxígeno químicamente puro no son cons­
tantes, variar la cantidad de oxígeno puro puede alterar significativa­
mente las proporciones.
De todos m odos, hay ámbitos de la investigación en las ciencias
naturales en los cuales no es posible variar uno por vez ni siquiera
los factores importantes y reconocidamente «únicos» {single) de un
experimento, pero esto no nos impide establecer leyes. Por ejemplo,
en los experimentos con sistemas fisicoquímicos en equilibrio ter-
modinámico generalmente no es posible variar la presión ejercida
por un sistema sin variar su temperatura. Sin embargo, es posible esta­
blecer las relaciones constantes de dependencia que rigen entre estas
variables y otros factores del sistema, y cuáles son los efectos que
producen sobre el sistema los cambios de sólo una de esas variables.
Además, el análisis estadístico moderno es suficientemente general

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como para permitirnos abordar muchas situaciones en las cuales las
variables no varían una por vez, aun en el caso de fenómenos con
respecto a los cuales la teoría está mucho menos avanzada de lo que
está en la física o con respecto a los cuales sólo se dispone de técni­
cas de investigación controlada, pero no de experimentación estric­
ta. Por ejemplo, las dimensiones de la cosecha de un campo deter­
minado depende tanto de los cambios de temperatura como de las
variaciones en las lluvias, aunque no es posible hacer variar estos fac­
tores independientemente. Sin embargo, el análisis estadístico de da­
tos en sus variaciones simultáneas nos permite aislar los efectos de
las lluvias sobre lá cosecha obtenida de los efectos de la temperatu­
ra.6 En resumen, la exigencia de hacer variar los factores uno por vez
representa una condición frecuentemente deseable, pero en m odo
alguno universalmente indispensable, de la investigación controlada.

b. Por consiguiente, el campo para la investigación empírica


controlada de los fenómenos sociales es, en principio, mucho mayor
de lo que permitirían suponer concepciones indebidamente estre­
chas acerca de lo que es esencial para tales investigaciones. Pero exa­
minemos brevemente las principales formas que adopta realmente el
estudio empírico controlado en las ciencias sociales.

I. A pesar de las frecuentes afirmaciones según las cuales la expe­


rimentación, en el sentido estricto, no es realizable en las ciencias so ­
ciales, de hecho se han efectuado en éstas varios tipos de experimen­
tos. U no de ellos es el experimento de laboratorio, en esencia similar
a los experimentos de laboratorio de las ciencias naturales. Consiste
en construir una situación artificial que se asemeje a las situaciones
«reales» de la vida social en ciertos aspectos, pero que se ajuste a los
requisitos que normalmente no satisfacen estas últimas, en el senti­
do de que algunas de las variables que se suponen importantes para
la aparición de un fenómeno social pueden ser manejadas en la si­
tuación de laboratorio, mientras que otras variables importantes
pueden ser mantenidas, al menos, aproximadamente constantes. Por
ejemplo, se diseñó un experimento de laboratorio para determinar si
influye sobre los votantes su conocimiento del credo religioso de los

6. L o s análisis de este tipo recibirán nuestra atención más adelante, en este


capítulo.

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candidatos a un cargo. C on tal propósito, se crearon una serie de clu­
bes, cuyos miembros fueron cuidadosamente seleccionados de modo
que ninguno de ellos fuera conocido previamente; se pidió a cada
club que eligiera a uno de sus miembros para un cargo; a la mitad de
los clubes se le suministró información acerca de los credos religio­
sos de sus miembros, mientras que no se proporcionó dicha infor­
mación a la otra mitad. L os resultados de la elección indicaron que
la información aludida influyó en una buena cantidad de votantes a
los cuales se les había suministrado.
L o s experimentos de laboratorio han sido utilizados en número
creciente en muchos campos de la investigación social. E s evidente,
sin embargo, que una amplia clase de fenómenos sociales no se pres­
ta para tal estudio experimental. Además, aun cuando sea posible in­
vestigar fenómenos sociales de esta manera, generalmente no se puede
provocar en un laboratorio cambios en las variables que puedan com­
pararse en magnitud con los cambios que a veces se producen en esa
variable en situaciones sociales reales. Por ejemplo, la sensación de
importancia fundamental que frecuentemente generan los proble­
mas de las elecciones políticas no puede ser provocada fácilmente en
sujetos que participan en una votación de laboratorio. Afirmar que,
puesto que una situación de laboratorio es «irreal», su estudio no pue­
de arrojar ninguna luz sobre la conducta social en la vida «real» es
una crítica equivocada de los experimentos de laboratorio en la ciencia
social. Por el contrario, muchos experimentos semejantes han sido
iluminadores, por ejemplo, se han hecho una serie de experimentos
sobre la conducta de los niños cuando se hacen variar las condicio­
nes en las cuales se entregan a actividades de juego. Sin embargo, es
correcta la observación de que no es posible aceptar con confianza
generalizaciones concernientes a fenómenos sociales basadas exclu­
sivamente en experimentos de laboratorio, sin una ulterior investi­
gación de medios sociales naturales.

II. U n segundo tipo de experimentos es el llamado «experimen­


to de campo». En tales experimentos, en lugar de un sistema social
en miniatura creado artificialmente, el sujeto experimental es alguna
comunidad «natural», pero limitada, en la cual se puede manejar
ciertas variables de m odo que sea posible establecer mediante ensa­
yos repetidos si determinados cambios en esas variables generan o
no determinadas diferencias en un fenómeno social. En uno de tales

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experimentos de campo, por ejemplo, se hicieron cambios en la for­
ma en que se organizaban grupos de trabajadores de cierta fábrica,
estando definidos en la investigación los diversos tipos de organiza­
ciones. Resultó que los grupos en los cuales se introducían form as de
organización más «democráticas» eran más productivos que los gru­
pos organizados menos democráticamente.
L a experimentación de campo presenta ciertas ventajas evidentes
con respecto a la experimentación de laboratorio, pero resulta igual­
mente evidente que en los experimentos de campo es, en general,
m ayor la dificultad para mantener constantes las variables de im por­
tancia. Por razones obvias, además, las oportunidades para realizar
experimentos de campo hasta ahora han sido relativamente escasas;
en realidad, la mayoría de los experimentos realizados ha sido em­
prendida en conexión con problemas que sólo tienen un estrecho in­
terés práctico.

III. Pero la mayor parte de la investigación empírica controlada


en las ciencias sociales no es experimental en el sentido que hemos
dado a este término, aunque frecuentemente se designan a tales in­
vestigaciones con nombres tales como «experimentos naturales»,
«experimentos ex post fa d o » u otros análogos. El objetivo de estas
investigaciones es, por lo general, determinar si algún suceso, con­
junto de sucesos o complejo de características está o no relacionado
causalmente con la aparición de ciertos cambios o características so ­
ciales en una sociedad determinada y, en caso afirmativo, determinar
cuál es esa relación. Ejem plos de los temas estudiados en tales inves­
tigaciones son: las migraciones humanas, las variaciones en el índice
de natalidad, las actitudes hacia los grupos minoritarios, la adopción de
nuevas form as de comunicación, los cambios en las tasas de interés
de los bancos, las diferencias en la distribución de varios rasgos de
personalidad en diversos grupos sociales y los efectos sociales de las
disposiciones legislativas.
Las investigaciones de este tipo pueden ser subdivididas de varias
maneras: las que tratan de discernir los efectos sociales de los fenó­
menos, a diferencia de las que se ocupan de sus causas; investigacio­
nes dirigidas al estudio de acciones individuales, a diferencia de las
que investigan la conducta grupal; investigaciones de las relaciones
entre características que aparecen más o menos simultáneamente, a
diferencia de las que tratan de características que se manifiestan en

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alguna secuencia temporal; etc. Cada una de estas subdivisiones está
asociada a problemas metodológicos y técnicas de investigación es­
pecíficas. Pero a pesar de tales diferencias y a pesar del hecho de que
no es posible manejar a voluntad las variables que se suponen de
importancia en estas investigaciones o de que las variaciones en esas
variables ni siquiera pueden haber sido planeadas por nadie, dichas
investigaciones satisfacen, en m ayor o menor grado, los requisitos
de la investigación empírica controlada. Por ejemplo, en un estudio
bastante representativo de este tipo, el problem a era discernir la in­
fluencia de la televisión sobre la asistencia a la iglesia de los niños.
C on este propósito, se obtuvo una amplia muestra con respuestas a
preguntas concernientes a la asistencia a la iglesia, la edad y el sexo
de cada niño de la muestra, a si el niño veía o no televisión y a la
asistencia a la iglesia de los padres del niño. Cuando se clasificaron
las respuestas según que un niño asistiera o no a la iglesia o viera o
no televisión, la proporción de niños que asistían a la iglesia en la
clase de los que veían televisión era menor que la proporción de ni­
ños que asistían a la iglesia en la clase de los que no la veían; estas
proporciones permanecieron sustancialmente las mismas cuando se
compararon niños de sexo y edades iguales. Por otra parte, cuando
se clasificaron las respuestas de la muestra según la asistencia a la
iglesia de los padres de los niños, en la clase de los niños que veían
televisión y cuyos padres asistían a la iglesia la proporción de niños
que asistían a la iglesia no difería significativamente de la propor­
ción de niños que asistían a la iglesia de la clase de los que no veían
televisión pero cuyos padres también asistían a la iglesia. Así, el
análisis de los datos de la muestra suministró cierta prueba de que la
asistencia a la iglesia de los niños no está influida por el hecho de
que vean televisión.
Más adelante examinaremos con mayor detalle la estructura de
tales análisis. Por el momento, hagamos explícito qué es lo que en
investigaciones de este tipo las califica en cierto grado para ser in­
vestigaciones empíricas controladas. Puesto que, por hipótesis, en
estas investigaciones los factores importantes no pueden ser mani­
pulados directamente, debe efectuarse el control de alguna otra ma­
nera. C om o sugiere el ejemplo anterior, se logra este control si es
posible obtener suficiente información acerca de estos factores, de
modo que el análisis de la información permita realizar construccio­
nes simbólicas en las cuales algunos de los factores estén representa­

595
dos como constantes (y, por ende, sin influencia sobre las alteracio­
nes del fenómeno en estudio), en contraste con las correlaciones (o
falta de correlaciones) entre los datos reunidos sobre las variaciones
de los otros factores y los datos reunidos acerca del fenómeno. Por
consiguiente, los objetos manipulados en estas investigaciones son
los datos de observación registrados (o representados simbólicamen­
te) acerca de los factores importantes en lugar de los factores mis­
mos. Estas investigaciones, por lo tanto, tratan de obtener información
acerca de un fenómeno y de los factores que se suponen relaciona­
dos con su aparición, de modo que al analizar estadísticamente los
datos registrados sea posible o bien eliminar algunos de los factores
como determinantes causales del fenómeno o bien aportar funda­
mentos para atribuir a algunos factores una influencia causal sobre el
fenómeno.
Sin embargo, las dificultades ligadas a la fundamentación de im­
putaciones causales sobre la base de investigaciones de este tipo son
evidentes. N o sólo hay serios y, a veces, inabordables problemas
técnicos en diversos ámbitos especiales de la investigación social
— por ejemplo, problem as concernientes a la identificación y defini­
ción de variables, a la elección de variables importantes, a la selección
de datos de muestreo representativos y al hallazgo de datos suficientes
como para permitir extraer inferencias confiables de las comparacio­
nes entre diversas clases de datos de la muestra— , sino que también
se presenta el problem a general básico concerniente a la naturaleza
de los elementos de juicio requeridos para atribuir válidamente una
significación causal a las correlaciones entre los datos. L a historia de
los estudios sociales ofrece abundantes testimonios de la facilidad
con la cual es posible caer en la falacia del post hoc cuando se interpre­
tan datos acerca de sucesos que se manifiestan en form a de secuencia
como si esto indicara conexiones causales. Más adelante concentra­
remos nuestra atención en este problem a general, así como en el fun­
damento para distinguir entre correlaciones causales espurias y ge-
nuinas. Por el momento concluiremos con la observación de que
buena parte de la investigación empírica de las ciencias sociales ni si­
quiera trata de ser investigación controlada y que las investigaciones
de este tipo difieren considerablemente entre sí en cuanto al grado
en el cual satisfacen las condiciones de tal investigación.

596
2. R e l a t iv id a d c u l t u r a l y l e y e s s o c ia l e s

O tra dificultad citada a menudo como un obstáculo para el esta­


blecimiento de leyes generales en las ciencias sociales, y estrecha­
mente relacionada con la dificultad ya examinada, es el carácter «his­
tóricamente condicionado» o «culturalmente determinado» de los
fenómenos sociales. Aunque la mayoría, si no todas las sociedades
del pasado y del presente presentan una serie de instituciones análo­
gas —por ejemplo, todas las sociedades conocidas tienen algún tipo
de organización familiar, alguna forma de educación de los niños, al­
guna manera de mantener el orden, etc.— , en general, estas institu­
ciones se han desarrollado como respuesta a ambientes distintos y
obedecen a tradiciones culturales diferentes, de modo que las estruc­
turas internas y las interrelaciones que presentan instituciones en so ­
ciedades diferentes suelen ser también diferentes. Por consiguiente,
puesto que las formas que asume la conducta social humana no sólo
dependen de las ocasiones inmediatas que estimulan la conducta,
sino también de los hábitos e interpretaciones de los sucesos insti­
tuidos culturalmente que intervienen en la respuesta a dichas ocasio­
nes, las pautas de conducta social varían según la sociedad en la cual
se genera la conducta y según el carácter de sus instituciones en un
período histórico dado. En consecuencia, las conclusiones obtenidas
mediante el estudio controlado de datos de muestreo de una socie­
dad probablemente no sean válidas para una muestra sacada de otra
sociedad. A diferencia de las leyes de la física y la química, pues, las
generalizaciones de las ciencias sociales tienen, a lo sumo, un alcan­
ce muy restringido, que se limita a fenómenos sociales que se pro­
ducen durante una época histórica relativamente breve dentro de or­
denamientos institucionales específicos. Por ejemplo, la ley de Snell
sobre la refracción de la luz formula relaciones entre fenómenos
aparentemente invariables en todo el universo. En cambio, la mane­
ra como el índice de natalidad varía según el estatus social en una co­
munidad y en un período determinado es, en general, diferente de la
manera como esos fenómenos están relacionados en otra comunidad
o aun en la misma comunidad en otro período.
La esencia de esta argumentación, que señala un serio obstáculo
para el establecimiento de leyes sociales muy generales, es inobjeta­
ble. La conducta humana, indudablemente, se modifica por obra del
complejo de instituciones sociales en el cual se desarrolla, a pesar de

597
que todas las acciones humanas suponen procesos físicos y fisiológi­
cos cuyas leyes de funcionamiento son invariables en todas las so ­
ciedades. Aun la manera como los miembros de un grupo social sa­
tisfacen sus necesidades biológicas básicas —por ejemplo, cóm o se
ganan la vida o cómo construyen sus viviendas— no está determina­
da unívocamente por la herencia biológica o por el carácter físico del
medio ambiente geográfico, pues la influencia que ejercen estos fac­
tores sobre la acción humana varía según las tecnologías y las tradi­
ciones existentes. Debe admitirse, ciertamente, la posibilidad de que
las leyes no triviales y bien fundadas acerca de fenómenos sociales
tengan siempre sólo una generalidad muy restringida.
Sin embargo, los hechos que estamos examinando frecuentemen­
te han sido mal interpretados, como consecuencia de lo cual muchos
estudiosos de los fenómenos humanos han sostenido que las leyes
«transculturales» de los fenómenos sociales (es decir, las leyes socia­
les válidas para sociedades diferentes) son, en principio, imposibles.
Por lo tanto, examinaremos este problema.

1. U na fuente común de escepticismo con respecto a las perspec­


tivas de lograr leyes sociales transculturales es la suposición tácita de
que las leyes científicas deben permitirnos hacer predicciones preci­
sas del futuro indefinido; así, se toma la astronomía como el para­
digma de cualquier ciencia digna de este nombre. Se ha sostenido,
por ejemplo, que si la ciencia social

fuera una verdadera ciencia, co m o lo es la astronom ía, n os perm itiría


predecir los m ovim ien tos esenciales de lo s asu n tos h um anos en el fu tu ­
ro inm ediato y en el futuro indefinido, n os ofrecería im ágenes de la s o ­
ciedad en el año 2000 o en el 2500, así co m o los astró n o m os pu eden car-
tografiar la apariencia del cielo en p u n to s de tiem po determ in ados del
futuro. U n a ciencia social sem ejante nos diría lo que va á suceder en los
añ os venideros y seríam os im potentes p ara cam biarlo p o r ningún es­
fu erzo de la volun tad.7

Pero puesto que «debido al desarrollo de la experiencia humana,


los hombres y las mujeres, como individuos y como grupos, razas y
naciones, están siempre en crecimiento y cambio», de m odo que «no

7. Charles A. Beard, The N ature o f The Social Sciences, N ueva Y ork, 1934,
pág. 29.

598
es posible elaborar esquemas cerrados a partir de los datos de las
ciencias sociales», y puesto que, en consecuencia, las ciencias socia­
les no pueden efectuar tales predicciones, la conclusión es que no
hay ninguna «ciencia social en algún sentido válido del término tal
como se lo emplea en la ciencia real».8
Sin embargo, no se requiere un examen muy prolongado para de­
mostrar que las circunstancias que permiten realizar predicciones a
largo plazo en la astronomía no existen en otras ramas de la ciencia
natural y que, a este respecto, la mecánica celeste no es una ciencia fí­
sica típica. Tales predicciones son posibles porque, para todos los
propósitos prácticos, el sistema solar es un sistema aislado, que se­
guirá aislado — según hay razones para creer— en un futuro indefi­
nidamente largo. En la mayoría de los otros dominios de la investi­
gación física, en cambio, los sistemas en estudio no satisfacen los
requisitos de las predicciones a largo plazo. Adem ás, en muchos
casos de la investigación física ignoramos las condiciones iniciales
pertinentes para utilizar teorías establecidas con el fin de realizar
predicciones precisas, aun cuando las teorías disponibles sean total­
mente adecuadas para este propósito. Por ejemplo, podem os prede­
cir con gran exactitud los movimientos de un péndulo determinado,
en la medida en que esté aislado de la influencia de diversos factores
de perturbación, porque se conocen la teoría del movimiento pen­
dular y los datos lácticos requeridos concernientes a tal sistema es­
pecífico; pero no es posible extender confiablemente las prediccio­
nes a un futuro muy lejano, pues tenemos excelentes razones para
creer que el sistema no permanecerá inmune indefinidamente a las
perturbaciones externas. Por otra parte, no podem os predecir con
mucha exactitud adonde será llevada por el viento en diez minutos
una hoja que acaba de caer de un árbol; pues si bien la teoría física
disponible es, en principio, capaz de responder a esa cuestión siem­
pre que se suministren los datos fácticos pertinentes acerca del viento,
la hoja y el terreno, raramente o nunca tenemos a nuestra disposi­
ción el conocimiento de tales condiciones iniciales. Así, la incapaci­
dad para prever el futuro indefinido no es algo exclusivo del estudio
de las cuestiones humanas y no constituye una señal segura de que
no se han establecido o no se puedan establecer leyes de vasto alcan­
ce acerca de los fenómenos estudiados.

8. Ibid., págs. 26, 33 y 37.

599
Además, es un error obvio sostener, com o el pasaje citado parece
sugerir, que sólo es posible obtener conocimiento teórico en aque­
llos dominios en los cuales no hay un control humano efectivo. L os
minerales en bruto pueden ser transform ados en productos refina­
dos, no porque falte una teoría de tales cambios, sino muy frecuen­
temente porque tal teoría justamente existe. Recíprocamente, un do­
minio no deja de ser un campo para el conocimiento teórico por el
hecho de que, a consecuencia del desarrollo de técnicas adecuadas,
cambios que no era posible controlar previamente se hacen luego
controlables. ¿Perderían su validez los principios de la meteorología
si descubrimos algún día cómo dominar el tiempo atmosférico?
Ciertamente, los hombres pueden modificar diversos aspectos de
sus m odos de organización social, pero este hecho no demuestra la
im posibilidad de construir una «verdadera» Ciencia de los asuntos
humanos.

2. O tra concepción equivocada, relacionada con la anterior, es


la suposición de que grandes diferencias en las características y re­
gularidades específicas de conducta que se manifiestan en una cla­
se de sistemas excluyen la posibilidad de que haya un esquema co­
mún de relaciones subyacentes en esas diferencias, y de que las ca­
racterísticas manifiestamente disímiles de los diversos sistemas no
pueden ser entendidas en términos de una única teoría acerca de
esos sistemas. E sta suposición habitualmente surge de no distinguir
entre la cuestión de si hay una estructura de relaciones invariante en
una clase de sistemas que pueda ser form ulada com o una teoría ge­
neral (aunque sea en términos sumamente abstractos) y la cuestión
de si las condiciones iniciales adecuadas para aplicar la teoría a al­
guno de los sistemas son úniformemente las mismas en todos los
sistemas.
Considerem os, por ejemplo, los siguientes fenómenos puramen­
te físicos: una tormenta de rayos, los movimientos de una brújula
marina, la aparición de un arco iris y la formación de una imagen óp­
tica en el telémetro de una cámara fotográfica. Sin duda, son fenó­
menos muy diferentes, incomparables sobre la base de sus cualida­
des manifiestas, y en primera instancia puede no parecer probable
que sean ilustraciones de un único conjunto de principios integral­
mente relacionados. Sin embargo, com o es bien sabido, todos ellos
pueden ser entendidos en términos de la moderna teoría electromag­

6 00
nética. Por supuesto, hay leyes especiales diferentes para cada uno
de ellos, pero dicha teoría puede explicar todas esas leyes, ya que las
mismas se obtienen a partir de la teoría cuando se especifican condi­
ciones iniciales diferentes, correspondientes a las desemejanzas evi­
dentes de los diversos sistemas.
Por consiguiente, el hecho de que los procesos sociales varíen se­
gún sus marcos institucionales y de que las uniformidades específi­
cas que se encuentran en una cultura no puedan extenderse a todas
las sociedades no excluye la posibilidad de que dichas uniformidades
sean especializaciones de estructuras relaciónales invariantes para
todas las culturas. Pues las diferencias manifiestas en la organización
de las diferentes sociedades y en los m odos de conducta que se dan
en ellas pueden ser consecuencia, no de tipos incomparablemente di­
símiles de relaciones sociales, sino simplemente de las diferencias en
los valores específicos de algún conjunto de variables que constitu­
yen los componentes elementales de una estructura de conexiones
común a todas las sociedades. Ahora bien, saber si esta vasta teoría
social está o no destinada a ser siempre una posibilidad lógica pero
no realizada es pura adivinanza. N uestro examen, que no pretende
ser un análisis minucioso, solamente tiende a destacar una idea equi­
vocada que surge cuando se pasa por alto esta posibilidad.3

3. Es oportuno efectuar otra advertencia relativa a la considera­


ción del alcance limitado de las leyes sociales debido al carácter «his­
tóricamente condicionado» de los fenómenos sociales, Obviamente,
para que una ley de un dominio determinado de la investigación abar­
que una gama amplia de fenómenos que manifiestan diferencias re­
conocidamente importantes, la formulación de la ley debe ignorar
esas diferencias, de modo que los términos empleados en la formu­
lación no deben hacer ninguna mención explícita de características
específicas de los fenómenos que se producen en circunstancias es­
peciales. A veces es posible lograr tal formulación mediante el uso de
variables (en el sentido matemático común de esta palabra), efec­
tuando luego la aplicación de la ley a situaciones particulares me­
diante la asignación de valores constantes, que pueden diferir de una
situación a otra, a las variables. Por ejemplo, aunque la «constante»
gravitacional mencionada en la ley de Galileo sobre los cuerpos en
caída libre no tiene el mismo valor en todas las latitudes, en la for­
mulación habitual de la ley no se citan tales variaciones de su valor,

601
y se obtiene una expresión de mayor generalidad utilizando la varia­
ble «g» en lugar de mencionar algún valor particular.9
Sin embargo, esta técnica para dar mayor generalidad a las for­
mulaciones no siempre es posible o conveniente. O tro recurso utili­
zado comúnmente en las ciencias naturales es formular una ley para
un llamado «caso ideal», de m odo que la ley enuncia alguna relación
de dependencia que sólo es válida, presuntamente, en ciertas condi­
ciones límite, aunque estas condiciones se realicen raramente o no se
realicen nunca. Por ejemplo, se formula la ley de Galileo para los
cuerpos en caída libre con respecto a cuerpos que se mueven en el
vacío, aunque normalmente, si no siempre, los cuerpos terrestres se
mueven a través de algún medio que ofrece resistencia; de igual
modo, se enuncia la ley de la palanca para barras perfectamente rígi­
das y homogéneas, aunque las palancas reales sólo satisfacen aproxi­
madamente esta condición. En consecuencia, cuando se analiza una
situación concreta con ayuda de una ley formulada de tal modo, es
necesario introducir suposiciones o postulados adicionales para lle­
nar el abismo entre el caso ideal para el cual está enunciada la ley y
las circunstancias concretas a las que se aplica. Frecuentemente, tales
suposiciones adicionales son muy complicadas, sólo pueden ser for­
muladas con mucha menor precisión que la ley y hasta puede no ser
posible enunciarlas de manera completa, sea porque la mención ex­
plícita de todas las suposiciones sería demasiado engorrosa (por lo
que muchas de ellas simplemente se dan por supuestas), sea porque
no se posee el conocimiento de todos los factores pertinentes que di­
ferencian el caso real del ideal. Por consiguiente, si bien en su enun­
ciación formal una ley puede tener en apariencia una vasta generali­
dad y una gran simplicidad, dicha enunciación puede no revelar la
restricción de su alcance y la complejidad de su contenido, que sur­
gen a menudo cuando se introducen las condiciones reales para apli­
car la ley a situaciones concretas.

9. D ebe suponerse, pues, que el enunciado de la ley contiene un cuantifica-


dor lógico existencial para la variable «g». Así, la conocida fórm ula que relacio­
na la distancia s con el tiempo t en la caída libre, s = gt2/2, debe entenderse en el
sentido de que hay a l menos un valor de «g» para el cual rige esta relación, y que
este valor es constante en los lugares cuyas distancias con respecto al centro de
la Tierra son iguales, aunque los valores de «g » sean diferentes a distancias desi­
guales del centro de la Tierra.

602
Por lo tanto, es evidente que el carácter «históricamente condi­
cionado» de los fenómenos sociales no constituye ningún obstáculo
inherente a la formulación de leyes transculturales de gran generali­
dad. D e hecho, los dos recursos lógicos mencionados han sido utili­
zados en las ciencias sociales con tal propósito. Por ejemplo, esas
técnicas han sido empleadas repetidamente en economía, en particu­
lar para la construcción de teorías económicas en las que interviene
la noción de competencia perfecta entre compradores y vendedores
o la noción de agentes económicos que tratan simplemente de aumen­
tar al máximo sus ganancias financieras respectivas (u otras «utilida­
des»). Sin duda, los intentos por utilizar esas técnicas para construir
leyes generales, en economía como en otros ámbitos de la investiga­
ción social, sólo han tenido hasta ahora un éxito moderado, en el
mejor de los casos. Pero es un error atribuir los fracasos de esos in­
tentos, como se hace a veces, a alguna falla básica en la estrategia ge­
neral de formular leyes sociales en términos de «casos ideales». La
escasez de los logros indiscutiblemente afortunados de este tipo
debe atribuirse, en parte, a las nociones teóricas específicas emplea­
das en esos intentos, pero quizás en mayor medida a las dificultades
para discenir de qué manera es necesario modificar las enunciaciones
que utilizan nociones «ideales» a la luz de las circunstancias especia­
les que se presentan en las situaciones sociales concretas a las cuales
pueden aplicarse dichas formulaciones.
Sin embargo, los análisis de fenómenos sociales tendientes a es­
tablecer leyes generales han sido efectuados, en su mayoría, en tér­
minos de distinciones realizadas por los hombres en sus actividades
sociales cotidianas. Aun cuando se dé menor vaguedad a estas no­
ciones de sentido común habitualmente imprecisas, es difícil elimi­
nar de ellas referencias esenciales a cuestiones específicas de alguna
sociedad particular (o de una tradición social particular). Además,
raramente se conocen de manera completa las condiciones precisas
en las cuales son válidas las generalizaciones formuladas con ayuda
de tales conceptos. En consecuencia, en la mayoría de los casos, las
generalizaciones o bien son enunciados de correlaciones estadísticas
más que relaciones de dependencia estrictamente universales, o bien
son «casi generales» (es decir, que, si bien son expresadas en forma
estrictamente universal, de hecho se las afirma sin la intención de ex­
cluir diversas excepciones, a las que a veces se alude explícitamente
mediante la conocida condición de que las relaciones de dependen-

603
cía mencionadas en una generalización sólo son válidas «a igualdad
de otros factores»). En uno u otro caso, la atinencia o la validez de
una generalización para grupos sociales pertenecientes a otras socie­
dades puede ser sumamente incierta. Por ejemplo, la generalización
(basada en un estudio de los soldados norteamericanos de la Segun­
da Guerra Mundial) de que los hombres de mayor educación reclu­
tados en las fuerzas armadas de una nación presentan menos sínto­
mas psicosom áticos que los de menor educación es casi general, en el
sentido indicado. Pues es improbable que tal generalización sea con­
siderada falsa si algún grupo particular de reclutas universitarios
manifestara un número mayor de tales síntomas que un grupo de re­
clutas con educación primaria solamente, en caso de que se dem os­
trara también, por ejemplo, que el oficial que comanda a ambos gru­
pos tiene una animadversión especial contra los universitarios y se
complaciera en hacerles la vida imposible. Pero si bien el manteni­
miento de la creencia en dicha generalización puede ser muy razo­
nable a pesar de esta excepción particular, no sería factible enunciar
con exhaustivo detalle los tipos de situación no cubiertos por la ge­
neralización y cuya aparición, por lo tanto, no debe ser considerada
com o una genuina excepción de la misma. También es obvio que, si
bien la generalización no queda invalidada por el hecho de que no
haya diferencias en la educación formal en muchas sociedades (por
ejemplo, entre los guerreros del pueblo nuer del noreste de África),
ella es inaplicable (porque no es pertinente) a la consideración de la
conducta humana en esos sistemas sociales.
En resumen, si las leyes o teorías sociales deben formular relacio­
nes de dependencia que sean invariantes a través de toda la amplia
gama de diferencias culturales que se manifiestan en la acción huma­
na, los conceptos que figuren en esas leyes no pueden denotar carac­
terísticas que aparezcan solamente en un grupo especial de socieda­
des. Pero, evidentemente, es imposible ofrecer garantías de que se
hallarán eventualmente conceptos satisfactorios que no aludan a ca­
racterísticas locales, pero que no obstante esto puedan figurar en
enunciados fácticamente bien fundados de leyes sociales cultural­
mente invariantes. L o s intentos realizados hasta ahora por estable­
cer leyes transculturales generales han utilizado diversos tipos de
conceptos (o «variables») que parecen estar por encima de las dife­
rencias culturales, por ejemplo, variables referentes a factores físicos
(como el clima), factores biológicos (como los im pulsos orgánicos),

604
factores psicológicos (como los deseos o actitudes) y factores eco­
nómicos (como las formas de relaciones de propiedad), así como
factores más estrictamente sociológicos (como la cohesión social o el
papel social). Las leyes sociales propuestas con mayor frecuencia,
quizás, en términos de tales conceptos enuncian órdenes de cambios
sociales supuestamente inevitables y sostienen que las sociedades o
las instituciones se suceden según una secuencia fija de etapas de de­
sarrollo. N inguno de esos intentos o propuestas ha tenido éxito, y a
la luz de los fracasos pasados, así como por razones basadas en un
análisis general de los procesos históricos, parece sumamente im­
probable que una teoría social general pueda ser una teoría del desa­
rrollo histórico. Además, debe admitirse también la posibilidad de
que, en comparación con las variables empleadas en el pasado en las
leyes transculturales propuestas, los conceptos requeridos para este
propósito tengan que ser mucho más «abstractos», deban estar sepa­
rados por un «abismo lógico» mayor de las nociones familiares uti­
lizadas en los asuntos cotidianos de la vida social y exijan el dominio
de técnicas mucho más complicadas para manipular conceptos en el
análisis de fenómenos sociales reales.

3. E l c o n o c im ie n t o d e l o s f e n ó m e n o s s o c ia l e s
C O M O V A RIA BLE SO C IA L

U na tercera dificultad que deben enfrentar las ciencias sociales,


considerada a veces como la mayor de todas, surge del hecho de que
los seres humanos a menudo modifican sus m odos habituales de
conducta social como consecuencia de la adquisición de nuevos co­
nocimientos acerca de los sucesos en los cuales participan o de la so­
ciedad a la que pertenecen. Esta dificultad tiene dos facetas: una
relativa a la investigación de los fenómenos sociales; la otra a las con­
clusiones alcanzadas en tales investigaciones.

1. Ya hemos destacado el hecho de que la manera de conducir los


experimentos sobre temas sociales puede introducir cambios de
magnitud desconocida en los materiales en estudio y puede, por lo
tanto, viciar desde el comienzo la conclusión propuesta sobre la base
de un experimento. Puede extenderse esta observación más allá de
las investigaciones estrictamente experimentales. Por ejemplo, la in­

605
vestigación empírica actual sobre cuestiones tales com o las actitudes
hacia los grupos minoritarios, la conducta electoral o los planes de
inversiones en las empresas hacen un intenso uso de los cuestiona­
rios; y las respuestas obtenidas en diversos tipos de entrevistas en las
encuestas de opinión son los datos sobre los cuales se basan even­
tualmente las conclusiones concernientes a esas cuestiones. Sin embar­
go, aun si suponem os que los entrevistadores están adecuadamente
preparados para esa tarea y no introducen grandes distorsiones en
los datos que reúnen mediante técnicas de entrevista manifiestamen­
te incorrectas, subsiste el problem a de saber si, debido al hecho de
que los encuestados saben que están siendo entrevistados, sus res­
puestas expresan opiniones o actitudes que mantenían antes de la en­
trevista y continúan manteniéndolas después de ella. L a circunstan­
cia de que un encuestado sepa que es objeto de algún interés para el
entrevistador, las consecuencias que crea que pueden tener sus res­
puestas para cuestiones de importancia para él y la manera particu­
lar de conducir la entrevista pueden hacer intervenir influencias que
afecten fundamentalmente a las respuestas que dé, sea induciéndolo
a dar respuestas aplomadas a cuestiones acerca de las cuales nunca ha
reflexionado, sea inclinándolo a emitir opiniones que no son repre­
sentativas de sus creencias verdaderas ni reveladoras de su conducta
habitual. Por consiguiente, si el proceso de reunir elementos de jui­
cio relativos a una hipótesis acerca de un tema determinado sólo per­
mite obtener datos cuyas características — identificadas como cons­
titutivas de los elementos de juicio importantes— son creadas por el
proceso mismo, resulta evidentemente incorrecto evaluar la hipóte­
sis simplemente sobre la base de tales datos.
E s innegable que la dificultad es seria, y no hay ninguna fórmula
general para eludirla; pero no es una dificultad que sea exclusiva de
las ciencias sociales ni es insuperable en principio. Así, los estudio­
sos de las ciencias naturales están familiarizados desde hace tiempo
con el hecho de que los instrumentos utilizados para efectuar medi­
ciones pueden provocar alteraciones en la misma magnitud que se
quiere medir; este hecho ha recibido mucha atención, con particu­
laridad en años recientes, en conexión con la interpretación de las
relaciones de incertidumbre enunciadas por Heisenberg en la mecá­
nica cuántica. Por ejemplo, la temperatura registrada por un termó­
metro sumergido en un líquido no representa la temperatura exacta
del líquido antes de la inmersión, ya que antes de ésta la temperatu­

606
ra del termómetro por lo general es diferente de la del líquido, de
m odo que las dos temperaturas iniciales cambian antes de que el ter­
mómetro y el líquido estén en equilibrio térmico. Pero, evidente­
mente, carece de sentido sostener que la magnitud de una propiedad
medida se altera por el proceso mismo de medirla, a menos que sea
posible aducir elementos de juicio independientes en favor de la
suposición de que el instrumento de medición empleado en el pro­
ceso provoca en la propiedad cambios de un tipo determinado. En
consecuencia, para que lo que se dice tenga sentido, tal afirmación
debe ir acompañada de alguna noción (aunque sea brumosa) de la
medida en la cual la propiedad puede alterarse debido a su interac­
ción con el instrumento de medida. Por ende, se presentará una de
las siguientes posibilidades: se sabe que los efectos provocados por
tal interacción son relativamente ínfimos, por lo que se los puede ig­
norar; los efectos pueden ser calculados con precisión sobre la base
de leyes conocidas y se los toma en cuenta cuando se asigna un valor
numérico determinado a la magnitud de la propiedad medida; no es
posible calcular los efectos con precisión, pero sobre la base de leyes
conocidas puede demostrarse que no exceden de ciertos límites, de
modo que se asigna un valor aproximado a la magnitud de la propie­
dad medida; finalmente, debido al desconocimiento de varias cir­
cunstancias especiales en las cuales se realiza el tipo de medición
dado, no puede hacerse una estimación de los efectos, de modo que
debe postergarse la asignación de un valor a la propiedad que se
mide hasta que se supere tal desconocimiento o hasta que se creen
instrumentos de medición cuyos efectos sobre dicha propiedad pue­
dan ser estimados.
La lógica adecuada para superar la dificultad que acabamos de
examinar en relación con los temas explorados por las ciencias natu­
rales no se modifica cuando se examina tal dificultad en conexión
con los materiales estudiados por las ciencias sociales. En ambos
grupos de disciplina, la dificultad surge porque se producen cambios
en los fenómenos por los medios utilizados para investigarlos. Sin
embargo, aunque en las ciencias sociales (y no en las ciencias natura­
les) tales cambios pueden ser atribuidos en parte al conocimiento
que los hombres poseen del hecho de que son los sujetos de una in­
vestigación, esta diferencia es relativa al mecanismo particular me­
diante el cual se provocan cambios en un dominio, y esta diferencia
en el mecanismo por el cual se producen los cambios no afecta a la

607
naturaleza del problem a lógico creado por los cambios. N o obstan­
te esto, en general es menos fácil descontar tales cambios en las cien­
cias sociales porque en estas disciplinas hay menos leyes bien esta­
blecidas con cuya ayuda pueda estimarse el alcance de tales cambios.
Por otra parte, las ciencias sociales frecuentemente emplean técnicas
de investigación con respecto a las cuales la dificultad no aparece o
aparece en form a menos aguda, por ejemplo* diversos recursos para
observar la conducta social tales que los participantes simplemente
no saben que se los observa; o las llamadas «técnicas proyectivas»,
donde los sujetos, si bien saben que están én estudio, ignoran los o b ­
jetivos de tal estudio y sólo pueden conjeturar cuál es el aspecto de
su conducta que se somete a escrutinio.10

2. E l segundo aspecto de la dificultad en discusión concierne a la


validez de las conclusiones que se alcanzan en la indagación social.
C om o se ha observado a menudo, mientras que las fuerzas que man­
tienen a las estrellas en sus cursos o los mecanismos que transmiten
los caracteres hereditarios del organismo humano no son afectados
por los avances en la astrofísica o la biología, las relaciones de de­
pendencia que constituyen los temas de estudio de las ciencias socia­
les pueden ser profundamente modificadas com o consecuencia de
los progresos de esta disciplina. Pues aun cuando las generalizaciones
acerca de fenómenos sociales y las predicciones de sucesos sociales
futuros sean conclusiones logradas en investigaciones indiscutible­
mente correctas, tales conclusiones pueden ser literalmente invali­
dadas si se convierten en conocimiento público y si, a la luz de este
conocimiento, los hombres modifican sus pautas de conducta sobre
cuyo estudio se basaban las conclusiones. Por esta razón, se ha so s­
tenido con frecuencia que es inútil buscar leyes sociales que sean vá­
lidas para un futuro indefinido y que la predicción de la conducta
social es intrínsecamente incierta.
A veces se distinguen dos tipos de tales predicciones, cada uno de
los cuales ilustra una manera en que las acciones generales por creen­
cias acerca de las cuestiones humanas pueden afectar a la validez de
esas mismas creencias. U no de esos tipos es la llamada «predicción
suicida», que consiste en predicciones bien fundadas en el momento

10. Véase H andbook o f Social Psychology (comp. G ardner Lindzey), vol. 1,


Cam bridge, M ass., 1944.

608
en que se las hace y que, por ende, probablemente sean confirmadas
por los sucesos futuros, pero que no obstante esto son refutadas de­
bido a acciones emprendidas como consecuencia de la difusión de
las predicciones. Por ejemplo, sobre la base de un análisis aparente­
mente adecuado del estado de la economía en Estados U nidos, los
economistas predijeron un «receso» comercial para 1947. Pero, a
causa de esta advertencia, los hombres de negocios redujeron los
precios de una cantidad de productos que ocupaban posiciones es­
tratégicas en las operaciones del mercado económico, de m odo que
la demanda efectiva de esos bienes aumentó y el receso predicho no
se produjo. El segundo tipo es la llamada «profecía de autocumpli-
miento»; a este tipo pertenecen las profecías que son falsas en el m o­
mento en que se las hace, pero que resultan verdaderas debido a las
acciones emprendidas como consecuencia de creer en las prediccio­
nes. Por ejemplo, aunque el United States Bank (un banco privado
de la ciudad de N ueva York, a pesar de su nombre) no pasaba por
ninguna dificultad financiera seria en 1928, muchos de sus clientes
creyeron que se encontraba en una horrible situación y que pronto
quebraría. Esta creencia se extendió rápidamente, y la organización
se vio obligada a declararse en bancarrota.11
El hecho hacia el cual llaman la atención tales predicciones — es
decir, que las creencias acerca de cuestiones humanas pueden llevar
a cambios fundamentales en los hábitos de la conducta humana que
son objeto de esas creencias— es presentado a veces como si la difi­
cultad que plantea a la investigación fuera exclusiva de las ciencias
sociales a causa de la presunta «libertad de la voluntad humana». Sin
embargo, este antiguo problema es totalmente ajeno a los problemas
metodológicos de la investigación social, como lo pone de manifies­
to la circunstancia de que es posible ilustrar ambos tipos de predic­
ciones con ejemplos tomados de las ciencias naturales. Por ejemplo,
es posible hacer apuntar y descargar un cañón antiaéreo por medio
de un mecanismo puramente físico. Podemos suponer que tal me­
canismo incluye un radar para localizar el blanco, una calculadora
automática para determinar la dirección en la cual debe apuntar el
cañón para dar en el blanco transmitido por el radar, un mecanismo
de ajuste para apuntar y disparar el cañón, y algún sistema para

11. Véase Robert K. M erton, Social Theory an d Social Structure, ed. rev.,
Glencoe, 111., 1957, cap. 2.

609
transmitir los cálculos de la com putadora como una serie de señales
al aparato de ajuste. Supongam os ahora que si se disparara el cañón
de acuerdo con los cálculos de la computadora en una ocasión de­
terminada, éste daría en el blanco; pero supongam os también que las
señales que transmiten estos cálculos tienen efectos de perturbación
(sea en el aparato de ajuste, sea en el blanco) que la computadora no
puede tomar en cuenta. Por consiguiente, aunque se coloque el cañón
y se lo dispare de acuerdo con cálculos que eran correctos en el m o­
mento en el que se los hizo, no obstante esto, no logra dar en el blan­
co debido a los cambios introducidos por el proceso de transmisión
de esos cálculos. Esta situación no difiere en aspectos esenciales de
una predicción suicida en la investigación social, a pesar de que en el
ejemplo sólo intervienen suposiciones puramente físicas. D e manera
similar se puede construir una analogía física de profecía de auto-
cumplimiento. Así, supongamos que en el ejemplo anterior el equipo
de radar o la com putadora tienen algún «defecto», tal que si se apun­
tara el cañón y se lo disparara de acuerdo con los cálculos de la com ­
putadora en un momento dado, el cañón de hecho no lograría dar en
el blanco. Sin embargo, obviamente es posible que, aunque se dispa­
re el cañón de acuerdo con cálculos que eran incorrectos en el momen­
to en el que se los hizo, se logre dar en el blanco debido a los cambios
introducidos por el proceso de transmisión de esos cálculos.12
Sea como fuere, es innegable la frecuente aparición de prediccio­
nes suicidas y de autocumplimiento concernientes a cuestiones hu­
manas, y ninguna teoría adecuada de los fenómenos que estudian las
ciencias sociales puede ignorar el hecho de que algunas acciones em­
prendidas a la luz del conocimiento de algunas pautas de conducta
social, a menudo pueden provocar un cambio en esas pautas. Sin em­
bargo, como sugerimos en el párrafo anterior, a veces las interpreta­
ciones basadas en este hecho pueden ser sumamente dudosas. En par­
ticular, aunque este hecho indudablemente complica la búsqueda de
generalizaciones bien fundadas relativas a fenómenos sociales, no eli­
mina, como se alega comúnmente, la posibilidad misma de establecer
leyes sociales generales. H agam os explícito el porqué de esto.

12. El ejemplo utilizado en este párrafo es una adaptación del empleado


para propósitos idénticos por A d o lf G rünbaum en «H istorical Determinism,
Social Activism , and Prediction in the Social Sciences», British Jo u rn al fo r the
Philosophy o f Science, vol. 7, 1956, págs. 236-240.

610
a. En primer lugar, quienes hacen tal afirmación pasan por alto el
hecho elemental de que un enunciado que pretende ser una ley tiene
la forma lógica de un condicional, aunque la formulación particular
empleada no lo revele explícitamente. Tales enunciados simplemente
afirman que si se satisfacen ciertas condiciones, entonces se producen
también otras cosas (sea invariablemente, sea sólo con una frecuencia
relativa formulada de manera más o menos precisa). Por consiguien­
te, la validez fdetica de una ley social propuesta no depende de que un
caso determinado de la cláusula antecedente del condicional sea ca­
tegóricamente verdadero, aunque la aplicabilidad de la ley a una si­
tuación dada depende de que se cumplan en esa situación las con­
diciones mencionadas en el antecedente. Por ejemplo, una versión
simplificada de una conocida ley económica afirma que, si disminuye
el precio de venta de un bien, aumentará la demanda efectiva del mis­
mo. Supongamos que en cierta sociedad una caída constante de los
precios de diversas mercancías (en particular, de los caramelos) du­
rante un largo período va acompañada por un constante aumento en
el consumo de esos artículos, de modo que la ley resulta correcta.
Pero supongamos también que, con el fin de desalentar el consumo
de caramelos (por ejemplo, por razones derivadas de estudios sobre
los efectos de tal consumo sobre el exceso de peso), se toman medi­
das — considerando esta ley— para invertir la tendencia de los pre­
cios de este producto, de modo que eventualmente disminuye la de­
manda efectiva de caramelos. Es obvio, sin embargo, que la ley nb
queda invalidada por la circunstancia de que, a causa de la acción em­
prendida a la luz de la ley, el precio de los caramelos disminuya gra­
dualmente, de igual modo que el hecho de que los hombres general­
mente eviten los vapores del ácido cianhídrico, cuando toman
conocimiento de la ley según la cual si se inhala dicho gas se produce
rápidamente la muerte, no constituye una refutación de esta ley. En
resumen, si la acción basada en el conocimiento de una ley determi­
nada no es una de las condiciones que la ley menciona en su cláusula
antecedente y de la que afirma que va acompañada de ciertas conse­
cuencias cuando se cumplen esas condiciones, no se demuestra que la
ley sea errónea cuando se descubren situaciones en las cuales se reali­
za tal acción pero no aparecen las consecuencias enunciadas.

b. En segundo lugar, no hay ninguna razón válida para descartar


definitivamente la posibilidad de elaborar leyes cuyas cláusulas ante­

611
cedentes tomen en cuenta la presencia de acciones deliberadamente
emprendidas sobre la base de un conocimiento concerniente a pro­
cesos sociales. Por el contrario, de hecho a veces es posible prever,
aunque sólo sea de una manera general, cuáles son las consecuencias
probables que puede tener para hábitos sociales establecidos la ad­
quisición de nuevos conocimientos o nuevas habilidades. Por ejem­
plo, la fabricación de los equipos necesarios para el transporte y la
comunicación generalmente aumenta con la creciente industrializa­
ción de una sociedad. Por otra parte, hay también evidencias en favor
de la generalización según la cual, cuando los hombres descubren las
ventajas de formas más rápidas de transporte y comunicación, tien­
den a usarlas con preferencia a los medios más antiguos y más len­
tos. En consecuencia, cuando se difunde el conocimiento de medios
más rápidos, la fabricación del equipo necesario para mantener los
medios tradicionales tenderá a disminuir o a aumentar a un ritmo
más lento, y al mismo tiempo los recursos naturales necesarios para
esta fabricación serán explotados en menor escala o destinados a
otros usos. Aunque los efectos de un conocimiento recientemente
adquirido acerca de las pautas sociales de conducta pueden no ser
predecibles con minucioso detalle, a veces puede darse al menos una
descripción aproximada de las consecuencias probables de tales in­
novaciones. Para resumir, si el conocimiento que los hombres p o ­
seen de los procesos sociales es una variable que interviene en la de­
terminación de los fenómenos sociales, no hay ningún fundamento
a priori para sostener que los cambios de esta variable y los efectos
que ellos puedan producir no pueden ser objeto de leyes sociales.
N o debe confundirse el punto en consideración con la cuestión
muy diferente de saber si es o no posible predecir la adquisición de
nuevo conocimiento y las formas que éste puede adoptar. Tal pre­
dicción, sin duda, no es posible en general, excepto quizás en aque­
llos dom inios en los cuales el avance del conocimiento depende de la
solución de una clase especial de problemas, para cuya solución se
dispone ya de técnicas efectivas y recursos adecuados. El punto en
discusión es saber si es o no posible en principio, una vez adquirido
un conocimiento de relaciones de dependencia entre fenómenos so ­
ciales, establecer leyes que tomen en cuenta las consecuencias que el
uso de tal conocimiento puede tener para esas relaciones. N uestro
examen ha tratado de hacer evidente por qué es insostenible la afir­
mación de que las leyes de este tipo son intrínsecamente imposibles.

612
c. Finalmente, aunque a menudo se ha subestimado la influencia
de las creencias y las aspiraciones de los hombres sobre la historia
humana, es igualmente fácil exagerar el papel regulador de la elec­
ción deliberada en la determinación de los sucesos humanos, aun
cuando la elección se base en un considerable conocimiento de los
procesos sociales. E s un hecho de experiencia común el que, a pesar
de la cuidadosa elaboración de planes para alcanzar cierto objetivo,
las acciones emprendidas desembocan en complicaciones imprevis­
tas y, ciertamente, no deseadas. Pues las acciones planeadas rara­
mente o nunca se desarrollan en un ordenamiento social sobre el
cual los hombres posean un completo dominio. Las consecuencias
que siguen a una elección deliberada no son simplemente el resulta­
do de esta elección, sino que están determinadas también por diver­
sas circunstancias concomitantes, cuya relación con el objetivo de la
acción no siempre es bien comprendida y cuyos modos de operación
no están, de todos m odos, dentro del completo control efectivo de
quienes han hecho tal elección. Eli Whitney no inventó la desmota­
dora de algodón con el propósito de fortificar un sistema social ba­
sado en la esclavitud humana; Pasteur se habría horrorizado de saber
que sus investigaciones sobre la fermentación se convertirían en la
base teórica de la guerra bacteriológica; y el apoyo de Francia a la cau­
sa revolucionaria norteamericana contra Inglaterra no pretendía alen­
tar la fundación de una nación que luego dificultaría a Francia el
mantenimiento de su poder colonial en América del N orte.
Esta conocida incongruencia entre la intención y el resultado de
la acción social tiene considerable importancia para la cuestión de sa­
ber si el papel que desempeña el conocimiento de los procesos so ­
ciales en la modificación de esos procesos excluye la posibilidad de
establecer leyes sociales generales. L os objetivos de la acción social
planeada indudablemente están sujetos a mucha variación, ya que ta­
les objetivos dependen generalmente de características más o menos
distintivas de los individuos que elaboran el plan y actúan, así como
del conocimiento de los procesos sociales que ellos poseen; y a me­
nudo es difícil, en verdad, prever cuáles serán esos objetivos. Por
otra parte, como ya hemos apuntado antes, los resultados reales a los
que se llega mediante tal acción habitualmente caen dentro de una
gama de alternativas mucho más limitada, debido a las restricciones
que imponen a la conducta social individual las instituciones relati­
vamente estables dentro de las cuales los individuos tratan de reali­

613
zar sus fines. Pues aunque el esfuerzo planificado puede, ciertamen­
te, transformar el carácter de las instituciones sociales, las acciones
que los hombres realizan en una ocasión determinada no son, en su
mayoría, la manifestación de un pensamiento reflexivo dirigido a la
resolución de algún problema específico de tal ocasión, sino más
bien de hábitos de conducta que no es posible transformar simultá­
neamente y de los que cabe esperar que permanezcan inalterados,
por lo común. En consecuencia, los efectos producidos por esfuer­
zos tendientes a lograr cierto objetivo suelen quedar anulados por
efectos producidos por una conducta que se ajusta a las pautas habi­
tuales de conducta social o por otros sucesos sobre los cuales los ac­
tores no tienen ningún control. Aunque existe siempre la genuina
posibilidad de que la acción basada en el conocimiento de los proce­
sos sociales modifique el carácter de esos procesos, tal posibilidad a
menudo puede ser ignorada, pues por lo general dicha acción no
transforma radicalmente el esquema total de la conducta social co­
rriente. Por esta razón, así como por las razones ya examinadas, esta
posibilidad no constituye un obstáculo fatal para el establecimiento
de leyes sociales.13

13. En años recientes, la cuestión que hemos examinado ha sido objeto de


una serie de investigaciones teóricas y empíricas. Se ha dem ostrado, por ejem­
plo, que el que hace un sondeo de opinión puede, en principio, publicar su pre­
dicción del resultado de una elección de manera tal que, a pesar de las reacciones
de los votantes al pronóstico, la predicción no sea refutada p or esas reacciones.
Véase H erbert A. Simón, Models o f M an, N ueva Y ork, 1957, cap. 5, que lleva el
título de «Bandw agon and U nderdog Effects o f Election Predictions».
Adem ás, recientemente se ha iniciado una rama de la investigación cuyo
propósito es especificar, dada una acción competitiva dirigid? al logro de cierta
finalidad, la estrategia a seguir que es, en cierto sentido, la «m ejor» estrategia
con un resultado al que no afecta la información que pueda tener cada parte en
competencia (los «jugadores del juego») en lo concerniente a los planes del otro.
A sí, esta «teoría de juegos» suministra reglas para decidir un curso de acción
que no es necesario alterar para lograr el objetivo, aunque los otros «jugadores»
adquieran nuevo conocimiento en el curso del «juego». L a teoría básica fue ela­
borada p o r John von Neum ann y O sk ar M orgenstern, The Theory o fG a m e s
an d Economic Behavior, Princeton, 1944. Véanse también John C . C . M cKin-
sey, Introduction to the Theory o f Gam es, N ueva Y ork, 1952; y R. D . Luce y
H . Raiffa, G am es an d Decisions, N ueva Y ork, 1957.

614
4. L a n a t u r a l e z a s u b je t iv a d e l o s t e m a s d e e s t u d io s o c ia l e s

La conocida afirmación según la cual las explicaciones de fenó­


menos sociales objetivamente bien fundadas son difíciles si no im­
posibles de alcanzar, debido a que esos fenómenos presentan un as­
pecto esencialmente «subjetivo» o «impregnado de valoraciones»,
da origen a un cuarto conjunto de cuestiones metodológicas relacio­
nadas entre sí.
Frecuentemente se considera que el tema de las ciencias sociales
es la acción humana intencional, dirigida al logro de diversos fines
o «valores», sea con un propósito consciente, sea por la fuerza de
un hábito adquirido, sea a causa de un com prom iso inconsciente.
U na caracterización un poco más restrictiva limita dicho tema a las
respuestas que los hombres dan a las acciones de otros hombres, a
la luz de expectativas y «evaluaciones» concernientes a las respues­
tas que estos otros a su vez darán.14 En ambas delimitaciones del
tema de las ciencias sociales, comúnmente se afirma que su estudio
presupone la familiaridad con las motivaciones y otras cuestiones
psicológicas que constituyen los resortes de la conducta humana in­
tencional, así como con los objetivos y los valores cuyo logro es la
finalidad explícita o implícita de tal conducta. Según muchos auto­
res, sin embargo, las motivaciones, las disposiciones, los fines bus­
cados y los valores no son cuestiones susceptibles de una inspección
sensorial y no pueden ser conocidas o identificadas por medio del
uso exclusivo de procedimientos que son adecuados para explorar
los fenómenos públicamente observables de las ciencias «puramen­
te conductistas» (o naturales). Por el contrario, son cuestiones de
las que sólo podem os adquirir conocimiento a través de nuestra
«experiencia subjetiva». Además, las distinciones que son atinentes
al tema de las ciencias sociales (se las emplee para caracterizar ob­
jetos inanimados, com o en el caso de términos tales como «he­
rramienta» y «oración», o para designar tipos de conducta humana,
como en el caso de términos tales como «crimen» y «castigo») no

14. Max Weber, The Theory o f Social and Economic Organization, N ueva
York, 1947, pág. 118. Según la definición más restrictiva, un granjero que culti­
va el suelo solamente para proveerse de alimentos no realiza una actividad so ­
cial. Su conducta sólo es social si hace planes para satisfacer sus propias necesi­
dades con referencia a las supuestas necesidades de otros hombres.

615
pueden ser definidas excepto por referencia a «actitudes mentales»
y no pueden ser comprendidas sino por quienes han tenido la ex­
periencia subjetiva de tales actitudes. Decir que un objeto es una
herramienta, por ejemplo, equivale presuntamente a decir que quie­
nes caracterizan ese objeto de tal m odo esperan de él determinados
efectos. Por consiguiente, las diversas «cosas» que puede ser nece­
sario mencionar al explicar la acción intencional deben ser concebi­
das según lo que los actores humanos mismos creen acerca de esas
cosas, y no según lo que puede descubrirse acerca de ellas mediante
los m étodos objetivos de las ciencias naturales. Para decirlo con las
palabras de un defensor de esta tesis, «una medicina o un cosm éti­
co, por ejemplo, para los propósitos de los estudios sociales, no son
cosas que curen una dolencia o mejoren el aspecto de una persona,
sino cosas de las que la gente cree que tendrán tales efectos». Y con­
tinúa diciendo que, cuando las ciencias sociales explican la conduc­
ta humana invocando el conocimiento de los hombres acerca de las
leyes de la naturaleza, «lo importante en el estudio de la sociedad no
es si estas leyes de la naturaleza son verdaderas en un sentido obje­
tivo, sino solamente si la gente cree en ellas y actúa de acuerdo con
ellas».15
En resumen, se sostiene que las categorías descriptivas y explica­
tivas de las ciencias sociales son radicalmente «subjetivas», de m odo
que estas disciplinas se ven obligadas a confiar en técnicas de in­
vestigación «no objetivas». El científico social, por lo tanto, debe
«interpretar» los materiales de su estudio identificándose en su ima­
ginación con los actores de los procesos sociales, considerando las
situaciones a las que se enfrentan como tales actores y construyendo
«m odelos de motivaciones» en los cuales se atribuyan a esos agentes
humanos resortes de su acción y com prom isos con diversos esque­
mas de valores. El científico social sólo puede lograr esto porque él
mismo es un agente activo en procesos sociales y puede comprender,
p o r ende, a la luz de sus propias experiencias «subjetivas», los «sig­
nificados internos» de las acciones sociales. En consecuencia, se sos­
tiene que la creación de una ciencia social «objetiva» o «conductista»
es una esperanza vana; pues excluir por principio todo vestigio de
interpretación subjetiva y motivacional del estudio de los problemas

15. F. A. H ayek, The Counter-Revolution o f Science, Glencoe, 111., 1952,


pág. 30.

616
humanos equivale a eliminar de dicho estudio la consideración de
todo hecho social genuino.16
Esta descripción del tema de las ciencias sociales plantea muchos
problemas, pero en este contexto sólo recibirán atención los tres si­
guientes: 1) ¿son las distinciones necesarias para explorar éste ámbi­
to exclusivamente «subjetivas»?; 2) ¿es inadecuada una descripción
«conductista» de los fenómenos sociales?; 3) ¿la atribución de estados
«subjetivos» a agentes humanos cae fuera del alcance de los cánones
lógicos utilizados en la investigación de propiedades «objetivas»?

1. Es indiscutible que la conducta humana es frecuentemente in­


tencional; y es también indiscutible que cuando se describe o se ex­
plica tal conducta, por los científicos sociales o por legos, común­
mente se supone que en sus manifestaciones subyacen diversos tipos
de estados «subjetivos» (o psicológicos). Sin embargo, como lo p o ­
nen en evidencia las ciencias biológicas, frecuentemente es posible
investigar muchos aspectos de las actividades dirigidas hacia un fin
sin que sea necesaria la postulación de tales estados. Pero, lo que es
aún más importante, aun cuando las conductas estudiadas por las
ciencias sociales estén dirigidas sin discusión hacia fines perseguidos
conscientemente, las ciencias sociales no se limitan a utilizar exclusi­
vamente distinciones referentes a estados psicológicos. Además, no
se ve por qué a estas disciplinas deben planteársele tales restriccio­
nes. Por ejemplo, con el fin de explicar la adopción de ciertas reglas
de conducta por una comunidad determinada puede ser importante
investigar las maneras como los miembros de la comunidad cultivan
el suelo, construyen viviendas o conservan alimentos para su uso fu­
turo; pero las conductas manifiestas que estos individuos revelan al
realizar estas tareas no pueden ser descritas en términos puramente
«subjetivos».
Además, aunque a veces pueda explicarse parcialmente la acción
intencional con ayuda de suposiciones concernientes a disposicio­
nes, intenciones o creencias de los actores, otras suposiciones con­

16. R. M. M aclver, Social Causation, N ueva York, 1942, cap. 14; M ax We-
ber, cap. 1, esp. la sec. 1; Charles H . C ooley, Sociological Tbeory an d Social R e­
search, N ueva York, 1930, págs. 290-308; Ludw ig von M ises, Theory an d His-
tory, N ew Haven, Conn., 1957, cap. 11; Peter Winch, The Idea o f a Social
Science, Londres, 1958, esp. el cap. 2.

617
cernientes a cuestiones que los actores desconocen totalmente pue­
den también contribuir a explicar sus acciones. Así, como lo pone en
claro el pasaje ya citado, si deseamos explicar la conducta de hom ­
bres que creen en las propiedades medicinales de una sustancia de­
terminada, obviamente es importante distinguir entre la cuestión re­
lativa a si esta creencia influye de alguna manera sobre la conducta
de quienes abrigan dicha creencia y la cuestión relativa a si la sus­
tancia tiene, de hecho, las propiedades medicinales que se le atribu­
yen. Por otra parte, parece haber excelentes razones para rechazar la
conclusión, presuntamente derivada de esta distinción, según la cual
al explicar la conducta intencional el científico social no debe usar
ninguna información disponible para él pero no para los actores.17
Por ejemplo, los plantadores de algodón del sur de Estados U nidos
antes de la Guerra Civil desconocían las leyes de la moderna quími­
ca de suelos y creían, erróneamente, que el uso de abono animal con­
servaría indefinidamente la fertilidad de las plantaciones de algodón.
Sin embargo, el conocimiento de esas leyes por un científico social
puede ayudarle a explicar por qué, con ese tratamiento, el suelo en el
cual se cultivaba algodón se agotaba gradualmente y, en consecuen­
cia, por qué había una creciente necesidad de tierra virgen para cul­
tivar algodón con el fin de que no disminuyera su cosecha. N o es en
m odo alguno evidente la razón por la cual es necesario excluir tales
explicaciones de las ciencias sociales. Pero si no se las excluye, dado
que evidentemente implican nociones que no se refieren a los esta­
dos «subjetivos» de los agentes intencionales, es indudable que las
categorías descriptivas y explicativas de esa ciencia no son exclusiva­
mente «subjetivas».

2. L a doctrina de las ciencias sociales conocida como «conduc-


tism o» es una adaptación del programa de investigación adoptado
por primera vez por muchos psicólogos durante la segunda década
del siglo xx. Ese program a fue expresión de una difundida rebelión

17. «T odo conocimiento que poseam os acerca de la verdadera naturaleza


de la cosa material (es decir, la presunta medicina), pero que las personas cuyas
acciones queremos explicar no posean, es tan poco atinente a la explicación de
sus acciones com o nuestro escepticismo privado acerca de la eficacia de un en­
cantamiento mágico para la comprensión de la conducta del salvaje que cree en
él.» F. A. H ayek, op. cit., pág. 30.

618
contra la vaguedad y la incertidumbre general de los datos psicoló­
gicos obtenidos mediante análisis introspectivos de estados mentales,
y sus defensores tomaron como modelo inmediato de la investiga­
ción psicológica los procedimientos utilizados por los estudiosos de
la conducta animal. En su formulación inicial, el conductismo reco­
mendaba el rechazo total de la introspección como técnica de estudio
en la psicología, y su propósito declarado era investigar la conducta
humana de la misma manera que las investigaciones de procesos quí­
micos o de la conducta de los animales, sin apelar ni referirse para
nada a los contenidos de conciencia. Además, algunos de sus defen­
sores propugnaron tesis particulares sobre problemas psicológicos
fundamentales (por ejemplo, sobre los mecanismos de «condiciona­
miento» implicados en el aprendizaje o en la creación literaria), aun­
que las ingenuas teorías «mecanicistas» que adoptaron no estaban
implicadas por su rechazo de la introspección. Vale la pena observar,
sin embargo, que aun los exponentes de esta form a radical del con­
ductismo no negaban la existencia de estados mentales conscientes,
sino que su rechazo de la introspección, en favor del estudio de la
conducta manifiesta, estaba dominado primordialmente por la preo­
cupación metodológica de basar la psicología en datos públicamente
observables.18
Sea como fuere, el conductismo ha sufrido una importante trans­
formación desde su formulación inicial, y quizás ya no haya psicó­
logos (o, con mayor razón, científicos sociales) que se consideren
«conductistas» y que suscriban la anterior condena sin reservas de la
introspección. Por el contrario, los conductistas declarados aceptan
hoy, generalmente, los informes introspectivos de sujetos experi­
mentales, no como enunciados acerca de estados psíquicos particu­
lares de los sujetos, sino como respuestas verbales observables que
los sujetos dan en condiciones determinadas; por consiguiente, se
incluyen los informes introspectivos entre los datos objetivos sobre
los cuales es menester fundar las generalizaciones psicológicas. A de­
más, los conductistas contemporáneos que actúan dentro de este
marco metodológico más liberal han investigado muchos dominios
(que frecuentemente no se tocan) de la conducta humana, tanto in­

18. Véase J. B. W atson, «Psychology as the Behaviorist Views It», Psycho-


logical Review, vol. 20, 1913, págs. 158-177, y del mismo au to r'Behaviorism,
N ueva York, 1930.

619
dividual (por ejemplo, la discriminación perceptual, el aprendizaje o
la resolución de problemas) como social (por ejemplo, la comunica­
ción, la decisión grupal o la cohesión de los grupos), y han propues­
to una serie de mecanismos especiales para explicar estos diversos fe­
nómenos, mecanismos que en su m ayoría difieren entre sí y difieren
también de los mecanismos simples propugnados por anteriores ad-
herentes al punto de vista conductista. Sin embargo, ninguno de estos
mecanismos sugeridos más recientemente parece ser adecuado para
explicar toda la gama de la conducta humana, por lo que el conduc-
tism o (como la mayoría de las «escuelas» de la psicología contempo­
ránea) continúa ofreciendo un program a diversificado de investiga­
ción que pone énfasis en ciertas consideraciones metodológicas, más
que una escuela comprometida con una teoría explícita particular
minuciosamente articulada. U n estado de cosas semejante predom i­
na en la actualidad entre los científicos sociales que se declaran con-
ductistas o que manifiestan simpatías por el enfoque conductista. En
consecuencia, el término «conductism o» no tiene una connotación
doctrinaria precisa, y los estudiosos de la conducta que se llaman a sí
mismos conductistas lo hacen principalmente por su adhesión a una
metodología que otorga particular importancia a los datos objetivos
(o intersubjetivamente observables).19
A la luz de esta situación, por ende, no es fácil evaluar la afirma­
ción de que un enfoque «conductista» del estudio de los fenómenos
sociales se refuta a sí mismo, ya que habitualmente no se ve con cla­
ridad cuál es el blanco de la crítica. Buena parte de dicha crítica está
dirigida, ciertamente, contra lo que es una caricatura de tal enfoque.
Así, cuando se afirma que un conductista consecuente no puede ha­
blar con propiedad de «las reacciones de las personas ante lo que
nuestros sentidos nos dicen que son objetos similares» (tales com o

19. Véanse Kenneth W. Spence, «The Postulates of “ Behaviorism ” », Psy-


chological Review , vol. 55, 1948, págs. 67-78; Gardiner M urphy, H istorical In-
troduction to M odem Psychology, N ueva Y ork, 1951, caps. 18 y 19; The Scien­
ce o f M an in the World Crisis (comp. Ralph Linton), N ueva Y ork, 1945, esp. los
capítulos de C lyde Kluckhohn y William H . Kelly, «The Concept o f Culture»,
Melville J. H erskovits, «The Processes o f Cultural Change», y G eorge P. M ur-
dock, «The C om m on Denom inator o f Culture»; y Paul F. Lazarsfeld, «Pro-
blems in M ethodology», en Sociology Today (comps. R obert K . M erton, Leo-
nard B room y Leonard S. Cottrell, Jr.), N ueva Y ork, 1959.

620
los círculos rojos), sino solamente de «las reacciones a estímulos que
son idénticos en sentido estrictamente físico» (por ejemplo, de los
efectos de las ondas luminosas de determinada frecuencia sobre una
zona particular de la retina del ojo humano),20 o cuando se dice que
un conductista no reconoce la diferencia entre la acción puramente
refleja (como el respingo de una pierna) y la conducta intencional
(tal como se manifiesta en la construcción de un ferrocarril, por
ejemplo),21 en ambos casos el ataque está dirigido contra un espanta­
pájaros, construido según el modelo de un biofísico pervertido por
una dudosa epistem ología, y no contra una posición defendida
por algún conductista real. Sin duda, a veces los conductistas se han
mostrado muy insensibles a importantes aspectos de la experiencia
humana y a menudo han propuesto explicaciones de los procesos
psicológicos y sociales que resultaron ser demasiado toscas para dar
cuenta adecuadamente de las complejidades reales de la conducta
humana. Pero los conductistas no tienen el monopolio del fracaso;
y, como ya hemos indicado, la aceptación del conductismo como
enfoque metodológico no requiere en modo alguno la aceptación de
una teoría determinada.
Una suposición implícita en buena parte de la crítica dirigida al
conductismo es la de que un conductista consecuente debe negar la
existencia misma de estados mentales «subjetivos» o «privados»; será
conveniente examinar brevemente esta afirmación. En primer lugar,
probablemente todo el mundo admite la distinción entre un dolor ex­
perimentado directamente, por ejemplo, y las manifestaciones de
conducta al experimentar un dolor (como los gemidos o los espasmos
musculares). En todo caso, quien considere que tales distinciones no
son válidas pone en tela de juicio hechos demasiado bien establecidos
para estar sujetos a duda. Pero, en segundo lugar, un conductista no
está obligado, para ser consecuente, a renunciar a tales distinciones
familiares ni a abandonar los postulados centrales de su posición me­
todológica. Pues no necesita ser un «materialista reduccionista» para
quien el término «dolor» (u otros términos reconocidamente «subje­
tivos») es sinónimo de alguna expresión que sólo contenga términos
pertenecientes inconfundiblemente a los lenguajes de la física, la bio­
logía o la lógica general. Por el contrario, hará bien en rechazar esta

20. F. A. H ayek, op. cit., pág. 45.


21. Ludw ig von M ises, op. cit., pág. 246.

621
tesis reduccionista, ya que confunde hechos establecidos en la física y
la fisiología con hechos de un tipo muy diferente establecidos en las
investigaciones lógicas sobre las relaciones de significación; es decir,
comete el error que es común en otros contextos, por ejemplo, cuan­
do se identifica el significado de la palabra «rojo» (tal como se lo usa
actualmente y como se lo usaba antes del surgimiento de la teoría
electromagnética de la luz para designar un color visible) con el sig­
nificado de «vibraciones electromagnéticas cuyas longitudes de onda
son de aproximadamente 7.100 unidades angstrom».22 U n conductis-
ta que rechace esta tesis equivocada, pues, puede reconocer sin difi­
cultad que los hombres son capaces de tener emociones* imágenes,
ideas o planes; que estos estados psíquicos son «privados» para el indi­
viduo en cuyo cuerpo aparecen, en el sentido de que sólo este individuo
puede experimentarlos directamente, debido a la relación privilegia­
da que su cuerpo tiene con esos estados; y que, por consiguiente, un
hombre puede, en general, dar testimonio de que se encuentra en cier­
to estado psíquico sin tener que examinar primero el estado pública­
mente observable de su propio cuerpo (por ejemplo, su propia expre­
sión facial o sus propias expresiones verbales), aunque otros hombres
sólo puedan establecer que él se encuentra en tal estado psíquico so­
bre la base de tal examen.23
Sin embargo, el conductista también afirma que los estados psí­
quicos sólo aparecen en cuerpos que tienen ciertos tipos de organi­

22. Véase la discusión de este problem a realizada en el capítulo X I.


23. Determ inar exactamente cuál es la cantidad de elementos de juicio con­
firm atorios de un enunciado que se necesita para justificar su aceptación es un
problem a difícil para el que no hay ninguna solución general. Indudablemente,
hay muchos casos en los cuales basta un mínimo de elementos de juicio confir­
m atorios, de m odo que los elementos de juicio adicionales a veces son conside­
rados gratuitos. L o s enunciados introspectivos caen frecuentemente en esta cla­
se, aunque no todos ellos son de este tipo, puesto que pueden ser falsos y sólo
son aceptados com o verdaderos a veces, cuando se establecen controles elabo­
rados. Sin em bargo, los enunciados introspectivos no son los únicos que se
aceptan sobre la base de un mínimo de elementos de juicio en su favor. Así, un
quím ico que observa que un papel azul de tornasol se vuelve rojo cuando se lo
sumerge en un líquido puede afirmar que el papel realmente se ha vuelto rojo y
que el líquido es un ácido. Adem ás, puede considerar una pérdida de tiempo
buscar elementos de juicio en apoyo de estas afirmaciones, aunque puedan hallar­
se datos adicionales en favor de sus enunciados.

622
zación; que tales estados son «adjetivales» o «adverbiales» de esos
cuerpos, y no agentes sustantivos (o «entidades») que habitan en
ellos; que la aparición de un estado psíquico en un cuerpo está siem­
pre acompañada de ciertas conductas manifiestas y públicamente
observables (frecuentemente, en un nivel «m olar» o macroscópico)
del cuerpo; que tales conductas manifiestas (inclusive las respuestas
verbales) constituyen una base suficiente para dar fundamento a
conclusiones acerca de toda la gama de la experiencia humana; y que
la observación de tal conducta manifiesta no sólo es la única fuente
de información que cualquiera tiene en lo concerniente a las expe­
riencias y acciones de otros hombres, sino que también suministra
— en general— datos más seguros para extraer conclusiones acerca
del carácter y las capacidades de una persona que los que suministra
el análisis introspectivo de los estados psíquicos. Por consiguiente,
un conductista puede sostener sin contradecirse que hay estados psí­
quicos privados y, al mismo tiempo, que el estudio controlado de la
conducta manifiesta es el único procedimiento correcto para lograr
un conocimiento digno de confianza de la acción individual y social.
Además, aunque algunos conductistas contemporáneos creen
que es posible crear una ciencia del hombre que sólo emplee distin­
ciones «definibles» en términos de la conducta humana molar, en la
orientación metodológica del conductismo no hay nada que impida
a esos conductistas adoptar teorías psicológicas que postulen diver­
sos tipos de mecanismos no susceptibles de observación pública di­
recta. Muchos de tales conductistas, de hecho, se adhieren a teorías
de este tipo. Sin duda, hay algunos conductistas que, sin negar la
existencia de estados psíquicos, tratan de elaborar teorías cuyos tér­
minos se refieran exclusivamente a estados y procesos (molares o m o­
leculares) físicos, químicos o fisiológicos. Los conductistas de esta
categoría son hostiles, por lo tanto, a las teorías psicológicas que se
proponen explicar la conducta humana manifiesta con referencia a
diversos sucesos «mentales», por ejemplo, teorías que invocan in­
tenciones «subjetivas» o búsqueda de fines para explicar las conduc­
tas manifiestas de los hombres. Sin embargo, el conductismo de esta
variedad es, claramente, un programa de búsqueda teórica y experi­
mental semejante al programa de los mecanicistas de la biología, que
trata de lograr un sistema general de explicación de la conducta hu­
mana a través de la «reducción» de la psicología a otras ciencias. Los
objetivos de este programa ciertamente no han sido alcanzados, y

623
quizás no lo sean nunca. Pero, siempre que dicho programa no des­
carte form as bien atestiguadas de conducta humana por considerar­
las «irreales» en algún sentido —y no hay razón alguna inherente al
program a para que se haga esto— , no puede ser rechazado como ile­
gítimo o como intrínsecamente absurdo por razones apriori.
Es difícil, pues, eludir la conclusión de que el conductismo, como
orientación metodológica (a diferencia del conductismo com o teoría
sustantiva particular de la conducta humana), no es intrínsecamente
inadecuado para el estudio de la acción humana intencional y que, en
consecuencia, las reiteradas afirmaciones acerca de la esencial inade­
cuación de un enfoque conductista del tema propio de las ciencias
sociales no se basa en ningún cimiento firme.

3. Pero sea como fuere, supongamos que la finalidad distintiva


de las ciencias sociales es «comprender» los fenómenos sociales en
términos de categorías «significativas», de m odo que el científico so ­
cial trata de explicar tales fenómenos atribuyendo diversos estados
«subjetivos» a los agentes humanos que participan en los procesos
sociales. A sí, la cuestión fundamental que queda por examinar es si
tales atribuciones implican el uso de criterios lógicos diferentes de
los utilizados en conexión con la atribución de características «obje­
tivas» a las cosas en otros dominios de investigación.
Al examinar este problema, será útil tener presentes algunos
ejemplos de explicaciones «significativas» de acciones humanas. C o ­
mencemos con un ejemplo simple, en el cual el autor destaca la dife­
rencia esencial

entre un p ap el que vuela al viento y un h om bre que huye de una m ulti­


tud que lo persigue. E l p ap el no conoce ningún tem or y el viento ningún
o d io , p ero sin el tem or y el o d io el h om bre n o huiría ni la m ultitud lo
perseguiría. Si tratam os de reducir el tem or a sus concom itan tes co rp o ­
rales, sim plem ente su stitu im o s lo s concom itantes en lugar de la realidad
expresada co m o tem or. D e sp o jam o s al m undo de sign ificados en p ro de
una teoría que es ella m ism a un sign ificado falso que n os priva de to d o
lo dem ás. S ó lo p o d em o s interpretar la experiencia en el nivel de la exp e­
riencia .24

24. R. M. M aclver, Society, N ueva Y ork, 1931, pág. 530.

624
U na ilustración más completa nos la suministra un historiador
que sostiene lo siguiente:

Rechazamos la teoría según la cual el movimiento intelectual del si­


glo x v i i i fue la única causa de la Revolución francesa porque sabemos
que en esta conmoción participaron grandes masas de campesinos y de
obreros, masas analfabetas que carecían de todo conocimiento de las
doctrinas filosóficas o políticas; y por analogía con nuestra propia expe­
riencia personal sostenemos que, si fuéramos analfabetos e ignorantes y
tuviéramos que rebelarnos contra la sociedad en la cual vivimos, nues­
tras actividades revolucionarias deberían ser imputadas, no a impulsos
ideológicos, sino a otras causas, por ejemplo, a nuestros males económi­
cos. En cambio, sostenemos que entre las causas de la Revolución fran­
cesa deben contarse las doctrinas filosóficas y políticas elaboradas en
Francia durante el medio siglo anterior a la Revolución, porque hemos
observado que las clases cultas continuamente invocaban tales doctrinas
mientras destruían el Antiguo Régimen; y, nuevamente, la analogía con
nuestra experiencia personal nos conduce a pensar que ninguno de no­
sotros, al tomar parte en un movimiento revolucionario, profesaría pú­
blicamente doctrinas filosóficas y políticas que no formaran parte real­
mente de nuestras creencias. Todos los razonamientos del historiador y
del científico social pueden ser reducidos a este común denominador de
la analogía con nuestra experiencia interna, mientras que el científico [de
las ciencias naturales] no tiene la ayuda de esta analogía.25

Pero el ejemplo que ha llegado a ser el modelo clásico de las ex­


plicaciones «significativas» de los fenómenos sociales es la descrip­
ción cuidadosamente elaborada de Max Weber del capitalismo m o­
derno, en la cual atribuye el desarrollo de este tipo de sistema
económico, al menos en parte, a la difusión de las creencias religio­
sas y los preceptos de conducta práctica asociados con las formas as­
céticas del protestantismo.26 El examen de Weber es demasiado de­
tallado para poder resumirlo aquí brevemente. Sin embargo, la
estructura de su argumentación (y de otras explicaciones «significa­
tivas») puede ser representada por el siguiente esquema abstracto.
Supongamos que un fenómeno social E (por ejemplo, el desarrollo

25. Gaetano Salvemini, The H istorian an d Scientists, Cam bridge, M ass.,


1939, pág. 71.
26. M ax Weber, The Protestant Ethic and The Spirit o f Capitalism, L o n ­
dres, 1930.

625
de la moderna empresa capitalista) aparece en un conjunto comple­
jo de condiciones sociales C (por ejemplo, una difundida adhesión a
ciertos grupos religiosos, como los que profesan el protestantismo
calvinista), y que algunos de los individuos que participan en C ge­
neralmente también participan en E.27 L o s individuos que participan
en E y según se supone, comparten ciertos valores (o están en ciertos
estados «subjetivos») VE (esto es, aprecian la honestidad, el orden, la
abstención y el trabajo); y se supone también que los individuos que
participan en C están en el estado subjetivo Vc, (por ejemplo, creen
en la santidad de una vocación mundana). Pero también se alega que
Vc Y Ve están relacionados «significativamente», en consideración
de las pautas motivacionales que hallamos en nuestra experiencia
personal; por ejemplo, al reflexionar sobre la manera como están
vinculadas nuestras emociones, valores, creencias y acciones, llega­
mos a reconocer una conexión íntima entre creer que la propia vo­
cación en la vida está consagrada por mandato divino y creer que no
debemos caer en la indolencia o la autocomplacencia. Por consi­
guiente, al atribuir estados subjetivos a los agentes que participan en
E y C, podem os «comprender» por qué E aparece en las condiciones
C, no simplemente como una mera coyuntura o sucesión de fenó­
menos, sino como manifestación de estados subjetivos cuyas inte­
rrelaciones nos son familiares por la consideración de nuestros pro­
pios estados afectivos y cognoscitivos.
E stos ejemplos ponen en claro que tales explicaciones «significa­
tivas» emplean invariablemente dos tipos de suposiciones que son
de particular importancia para el presente examen: una suposición,
de form a singular, que caracteriza a determinados individuos como
estando en ciertos estados psicológicos en momentos especificados
(por ejemplo, en la primera de las citas anteriores, la suposición de
que los miembros de la multitud odiaban al hombre que estaban
persiguiendo); y una suposición, de form a general, que expresa las
maneras de relacionarse tales estados entre sí y con ciertas conductas
manifiestas (por ejemplo, en la segunda de las citas anteriores, la su­
posición de que los hombres que participan en movimientos revolu­
cionarios no se adhieren públicamente a una doctrina política a me­
nos que crean en ella). Sin embargo, ninguna de tales suposiciones se

27. W eber trató de dem ostrar que E no aparece en ausencia de C. Pero este
punto no es directamente atinente al problem a específico en discusión.

626
justifica por sí misma, por lo cual se necesitan elementos de juicio en
favor de cada una de ellas si no se quiere que la explicación de la cual
forman parte no sea más que un ejercicio de imaginación incontro­
lada. A menudo, es difícil obtener elementos de juicio adecuados en
favor de suposiciones acerca de las actitudes y las acciones de otros
hombres; pero, ciertamente, no se los obtiene simplemente median­
te la introspección de los propios sentimientos o examinando las
propias creencias acerca de cómo es probable que se manifiesten ta­
les sentimientos en la acción, como lo han destacado a menudo los
mismos defensores serios de las explicaciones «interpretativas» (por
ejemplo, con vigor y lucidez, el mismo Max Weber). Podemos iden­
tificarnos en la imaginación con un vendedor de trigo y conjeturar
qué conducta adoptaríamos si nos viéramos enfrentados a algún
problema que requiera una acción decidida en un mercado fluctuan-
te de ese producto. Pero una conjetura no es un hecho. Los senti­
mientos o los planes que podem os atribuir al vendedor pueden no
coincidir con los que realmente posee o, aunque coincidan, pueden
sugerirle una conducta muy diferente del curso de acción que hemos
imaginado como «razonables» en las circunstancias supuestas. La his­
toria de la antropología testimonia con abundancia los desatinos que
pueden cometerse cuando se extrapolan categorías apropiadas para
describir procesos sociales conocidos sin un estudio más profundo de
las culturas extrañas. Tampoco se halla bien fundada la frecuente afir­
mación según la cual las relaciones de dependencia entre procesos psi­
cológicos de los que tenemos experiencia personal o entre estos pro­
cesos y las acciones públicas en las que pueden manifestarse pueden
ser comprendidas con una «visión» más clara de su razón de ser que
las relaciones de dependencia entre sucesos y procesos no psicológi­
cos. ¿Podemos comprender, realmente, de manera más cabal y con
mayor certidumbre las razones por las cuales un insulto produce eno­
jo que las razones por las cuales se forma un arco iris cuando los ra­
yos del sol chocan con gotas de lluvia en determinado ángulo?
Además, no es en modo alguno obvio que un científico social no
pueda explicar las acciones de los hombres a menos que haya expe­
rimentado en sí mismo los estados psíquicos que les atribuye o a me­
nos que pueda reproducir exitosamente tales estados en su imagina­
ción. ¿Debe un psiquiatra ser demente, al menos parcialmente, para
estar en condiciones de estudiar al enfermo mental? ¿Es incapaz un
historiador de explicar los sucesos y los cambios sociales provoca­

627
dos por hombres com o Hitler, a menos que pueda reproducir en su
imaginación los odios frenéticos que puedan haber animado a indi­
viduos semejantes? ¿Son incapaces los científicos sociales de tempe­
ramento suave y emocionalmente estables de comprender las causas
y las consecuencias de la histeria de masas, de la orgía sexual institu­
cionalizada o las manifestaciones de las ansias patológicas de poder?
L o s elementos de juicio fácticos, ciertamente, no prestan ningún
apoyo a estas suposiciones y a otras semejantes. En realidad, el cono­
cimiento discursivo — es decir, el conocimiento expresable en form a
proposicional, acerca de cuestiones de «sentido común», así como
acerca de los materiales explorados mediante los procedimientos es­
pecializados de las ciencias naturales y sociales— po consiste en te­
ner sensaciones, imágenes o sentimientos, sean vividos o apagados;
ni consiste en identificarse de alguna manera inefable con los objetos
del conocimiento, ni en reproducir en alguna form a de experiencia
directa el tema que se desea conocer. El conocimiento discursivo es,
en cambio, una representación simbólica de sólo ciertos aspectos de
un tema determinado; es el producto de un proceso que trata delibe­
radamente de formular relaciones entre diversos aspectos de un
tema, de m odo que un conjunto de características mencionadas en
las formulaciones puedan ser consideradas como un indicio seguro
de la presencia de otras características mencionadas; y supone como
condición necesaria de su adecuado fundamento la posibilidad de
verificar esas formulaciones a través de observaciones sensoriales
controladas por cualquiera que quiera tomarse el trabajo de verifi­
carlas.
En consecuencia, podem os saber que un hombre en huida de una
multitud persecutoria animada de odio hacia él se encuentra en un
estado de temor sin que hayamos experimentado tales temores y
odios violentos y sin reproducir imaginativamente tales emociones
en nosotros mismos, del mismo m odo que podem os saber que la
temperatura de un trozo de alambre aumenta porque aumentan las
velocidades de sus moléculas constituyentes sin tener que imaginar­
nos en qué consistiría ser una molécula en movimiento rápido. En
ambos casos, se atribuyen «estados internos» que no son directa­
mente observables a los objetos mencionados para la explicación de
su conducta. Por consiguiente, si podem os pretender con razón que
sabemos que los individuos poseen los estados que se les atribuyen y
que tales estados tienden a producir formas específicas de conducta,

628
podem os hacerlo solamente sobre la base de elementos de juicio ob­
tenidos por la observación de hechos «objetivos»; en un caso, por la
observación de la conducta humana manifiesta (inclusive las res­
puestas verbales de los hombres), en el otro caso, por la observación
de cambios puramente físicos. Sin duda, hay importantes diferencias
entre los caracteres específicos de los estados atribuidos en los dos
casos: en el caso de los actores humanos se trata de estados psicoló­
gicos o «subjetivos», y el científico social que hace tal atribución
puede tener una experiencia personal directa de ellos, pero no sucede
lo mismo en el caso del alambre y de otros objetos inanimados. A pe­
sar de estas diferencias, el quid de la cuestión es que los criterios lógi­
cos empleados por científicos sociales serios para evaluar los elemen­
tos de juicio objetivos para la atribución de estados psicológicos no
parecen diferir esencialmente (aunque a menudo puedan ser aplica­
dos con menos rigor) de los criterios empleados con propósitos aná­
logos por los estudiosos serios de otros ámbitos de la investigación.
En resumen, el hecho de que el científico social, a diferencia del
estudioso de la naturaleza inanimada, pueda proyectarse a sí mismo
por un esfuerzo de imaginación en los fenómenos que trata de com ­
prender, concierne a los orígenes de sus hipótesis explicativas, pero
no a su validez. Su capacidad para entrar en relaciones de empatia
con los actores humanos de un proceso social puede ser heurística­
mente importante para sus esfuerzos por inventar hipótesis adecua­
das que expliquen el proceso. Pero su identificación empática con
esos individuos no es, en sí misma, conocimiento. El hecho de que
logre tal identificación no anula la necesidad de elementos de juicio
objetivos, evaluados de acuerdo con principios lógicos que son co­
munes a todas las investigaciones controladas, para dar apoyo a su
atribución de estados subjetivos a esos agentes humanos.28

5. E l s e s g o v a l o r a t iv o d e l a in v e s t ig a c ió n s o c ia l

Abordaremos, finalmente, las dificultades que, según se sostiene,


encuentran las ciencias sociales debido al hecho de que los valores

28. Se discute la función heurística de tal identificación imaginaria en Theo-


dore Abel, «The O peration Called Verstehen», American Jo u rn al o f Sociology,
vol. 54,1948, págs. 211-218.

629
sociales a los cuales se adhieren los estudiosos de los fenómenos so ­
ciales no sólo tiñen el contenido de sus hallazgos, sino que también
controlan su evaluación de los elementos de juicio sobre los cuales
basan sus conclusiones. Puesto que los científicos sociales discreipan,
en general, en los valores a los que adhieren, la «neutralidad valora-
tiva» que parece ser tan universal en las ciencias naturales es im posi­
ble, se afirma a menudo, en la investigación social. Según el juicio de
muchos pensadores, es absurdo esperar que las ciencias sociales pre­
senten la unanimidad tan común entre los científicos de la naturale­
za concerniente a cuáles son los hechos establecidos y las explicacio­
nes satisfactorias de éstos. Examinemos algunas de las razones que
se han esgrimido en apoyo de tales afirmaciones. Será conveniente
distinguir cuatro grupos de tales razones, de m odo que nuestro exa­
men considerará por turno el presunto papel de los juicios de valor
en: 1) la selección de problemas, 2) la determinación del contenido
de las conclusiones, 3) la identificación de los hechos, y 4) la evalua­
ción de los elementos de juicio.

1. Las razones citadas con mayor frecuencia insisten mucho en el


hecho de que los objetos que un científico social elige para su estu­
dio están determinados por su concepción acerca de cuáles son los
valores socialmente importantes. Según una opinión muy difundida,
por ejemplo, el estudioso de cuestiones humanas sólo examina m a­
teriales a los que atribuye «significación cultural», de m odo que en
su elección del material de investigación está implícita una «orienta­
ción valorativa». Así, aunque Max Weber era un vigoroso defensor
de una ciencia social «libre de valores» — es decir, sostenía que los
científicos sociales deben apreciar (o «com prender») los valores im ­
plicados en las acciones o instituciones que estudian, pero, com o
científicos objetivos, no deben aprobar o desaprobar esos valores o
esas acciones o instituciones— , afirmaba que
E l concepto de cultura es un concepto v alo rativ o. L a realidad em pí­
rica se convierte en «cu ltu ra» para n o so tro s en la m edida en que la rela­
cion am os con ideas de valor. Incluye aquellos do m in io s de la realidad, y
só lo estos, que han llegado a ser significativos p ara n o so tro s a cau sa de
su atinencia con los valores. S ó lo una parte pequeñ a de la realidad co n ­
creta existente está coloreada p o r n uestro interés co n dicion ado p o r los
valores y só lo ella es significativa p ara n o so tro s. E s significativa p o rq u e
revela relaciones que son im portan tes deb id o a su conexión con n u es­

630
tros valores. S ó lo en la m edida en que esto es así vale la pena, p ara n o so ­
tros, conocerla en sus aspectos individuales. Pero no p o d em o s descubrir
qué es significativo p ara n o so tro s p o r m edio de un a investigación «sin
p resu p o sicio n es» de datos em píricos. P o r el contrario, la percepción de
su carácter significativo p ara n o so tro s es la p resu p o sició n necesaria para
que llegue a convertirse en un objeto de investigación .29

Es casi perogrullesco decir que los estudiosos de cuestiones huma­


nas, como los estudiosos de cualquier otro dominio de investiga­
ción, no investigan todo, sino que dirigen su atención hacia ciertas
partes seleccionadas del inagotable contenido de la realidad concre­
ta. Además, aunque sólo sea para los fines de nuestra argumenta­
ción, admitamos que el científico social se dirige exclusivamente a
las cuestiones que considera importantes debido a su presunta ati­
nencia a los valores culturales que sustenta.30 N o obstante esto, no es
en modo alguno claro por qué el hecho de que un investigador se­
leccione los materiales que estudia a la luz de problemas que le inte­
resan y que considera relacionados con cuestiones que juzga im por­
tantes tiene mayor trascendencia para la lógica de la investigación
social que para la lógica de cualquier otra rama de la investigación. Por
ejemplo, un científico social puede creer que un mercado económico
libre es un valor humano fundamental y puede aducir elementos de
juicio tendientes a demostrar que ciertos tipos de actividades hu­
manas son indispensables para la perpetuación de un mercado libre.
Si se ocupa de procesos que mantienen este tipo de economía y no
otro, ¿por qué es esto más atinente a la cuestión de si ha evaluado
adecuadamente los elementos de juicio en apoyo de su conclusión
que el hecho análogo de que un fisiólogo puede ocuparse de proce­
sos que mantienen una temperatura interna constante en el cuerpo
humano y no de alguna otra cosa? Las cosas que un científico social
selecciona para su estudio con vistas a determinar las condiciones o
consecuencias de su existencia pueden depender del hecho indiscu­
tible de que él es un «ser cultural». Pero de igual modo, si no fuéra­
mos seres humanos capaces de realizar investigaciones científicas,

29. M ax Weber, The Methodology ofthe Social Sciences, Glencoe, 111., 1947,
pág. 76.
30. Dedicam os alguna atención a este problem a más adelante, en la discu­
sión concerniente a la cuarta dificultad.

631
no tendríamos interés en conocer las condiciones que posibilitan un
mercado libre, ni los procesos implicados en la homeostasis de la
temperatura interna de los cuerpos humanos, ni — por la misma ra­
zón— los mecanismos que regulan la altura de las mareas, la suce­
sión de las estaciones o los movimientos de los planetas.
En resumen, no hay diferencia alguna entre las ciencias con res­
pecto al hecho de que los intereses del científico determinen los ob­
jetos que elija para investigar. Pero este hecho no constituye en sí
mismo ningún obstáculo para la prosecución exitosa de investiga­
ciones objetivamente controladas en cualquier disciplina.

2. U na razón más sustancial que se da comúnmente del carác­


ter valorativo de la investigación social es que, como el científico so­
cial se halla él mismo afectado por consideraciones acerca de lo co­
rrecto y lo incorrecto, sus nociones de lo que constituye un orden
social satisfactorio y sus propias normas de justicia personal y social
intervienen, de hecho, en sus análisis de los fenómenos sociales. Por
ejemplo, según una de las versiones de este argumento, los antropólo­
gos frecuentemente deben juzgar si los medios adoptados por una so­
ciedad logran el objetivo buscado (por ejemplo, si un ritual religioso
provoca el aumento de la fertilidad para obtener el cual se realiza di­
cho ritual); y en muchos casos la adecuación de los medios debe ser
juzgada por normas reconocidamente «relativas», es decir, en térmi­
nos de los fines buscados o las normas aplicadas por esa sociedad, y no
en términos de los criterios del antropólogo. Sin embargo, continúa
la mencionada argumentación, hay también situaciones en las cuales

deb em os aplicar norm as ab solu tas de adecuación, esto es, deb em os eva­
luar lo s resu ltados finales de la con du cta en térm inos de p ro p ó sito s en
las cuales creem os o que p o stu lam o s. E sto sucede, ante to d o , cuando
h ablam os de la satisfacción de «n ecesidades» p sicofísicas ofrecida p o r
cualquier cultura; en segun do lugar, cuando evaluam os la relación de los
hechos sociales con la supervivencia; y tercero, cuando n os p ron u n cia­
m o s acerca de la integración y estabilidad sociales. E n cada u n o de esos
caso s nuestras afirm aciones im plican ju icio s relativos al v alo r de las ac­
ciones, a las solucion es culturales «b u en as» o «m alas» de lo s problem as
de la vida y a lo s estados de co sas «n o rm ales» y «an o rm ales». H a y ju i­
cios b ásicos de lo s que no p o d em o s p rescindir en la investigación social
y que, evidentem ente, n o expresan u na filo so fía puram en te p erson al del
in vestigad or ni valores afirm ados arbitrariam ente. M ás bien surgen de la

632
historia del pensamiento humano, de la que el antropólogo no puede se­
pararse, como no puede separarse nadie. Sin embargo, como la historia
del pensamiento humano no ha conducido a una filosofía sino a varias,
las actitudes valorativas implícitas de nuestras maneras de pensar diferi­
rán y, a veces, entrarán en conflicto.31

Se ha observado a menudo, además, que el estudio de los fenó­


menos sociales recibe mucho de su impulso de un intenso celo m o­
ral y reformador, de m odo que muchos análisis aparentemente «o b ­
jetivos» de las ciencias sociales son, de hecho, recomendaciones
disimuladas de política social. Para decirlo con las palabras de una
formulación típica de esta tesis, aunque expresada con moderación,
un científico social

no puede separar totalmente la estructura social unificadora que, como


teoría científica, guía sus investigaciones detalladas de la conducta huma­
na, de la estructura unificadora que, como ideal ciudadano, conside­
ra que debe prevalecer en los asuntos humanos y espera ver más plena­
mente realizada alguna vez. Así, su teoría social es esencialmente un
programa de acción según dos lincamientos que esta teoría mantiene en
armonía hasta cierto punto: una acción que trata de asimilar hechos so­
ciales con propósitos de llegar a una comprensión sistemática y una ac­
ción tendiente a moldear progresivamente el esquema social, en la medi­
da en que puede influir en éste, para que sea lo que él cree que debe ser.32

Sin duda, está fuera de discusión que los científicos sociales, de


hecho, a menudo trasladan sus propios valores a sus análisis de los
fenómenos sociales. E s indudablemente cierto, también, que hasta
los pensadores para quienes los asuntos humanos pueden ser estu­

31. S. F. N adel, The Foundations o f Social Anthropology, Glencoe, 111.,


1951, págs. 53-54. A veces se afirma también que la exclusión de los juicios de
valor de la ciencia social es indeseable e imposible. « N o podem os descartar to­
das las cuestiones de lo que es socialmente deseable sin perder de vista la signi­
ficación de muchos hechos sociales; pues, dado que la relación entre medios y
fines es una form a especial de la relación entre partes y todo, la contemplación
de fines sociales nos permite ver las relaciones de grupos totales de hechos entre
sí y con los sistemas más am plios de los que form an parte.» M orris R. Cohén,
Reason and Nature, N ueva Y ork, 1931, pág. 343.
32. Edwin A. Burtt, Right Thinking, N ueva Y ork, 1946, pág. 522.

633
diados con la neutralidad ética que caracteriza a las investigaciones
modernas acerca de relaciones geométricas y físicas y quienes a me­
nudo se enorgullecen de la ausencia de juicios de valor en sus pro­
pios análisis de fenómenos sociales, en realidad, a veces emiten tales
juicios en sus investigaciones.33 N i es menos evidente que los estu­
diosos de cuestiones humanas con frecuencia defienden valores an­
tagónicos, que sus desacuerdos sobre cuestiones de valor a menudo
son las fuentes de desacuerdos concernientes a problemas ostensi­
blemente fácticos y que, aunque se suponga que los juicios de valor
son intrínsecamente susceptibles de ser som etidos a prueba o a refu­
tación por elementos de juicio objetivos, al menos algunas de las di­
ferencias entre los científicos sociales concernientes a juicios de va­
lor no se resuelven mediante los procedimientos de la investigación
controlada.
Sea como fuere, en la mayoría de los dominios de investigación
no es fácil impedir que nuestros gustos, aversiones, esperanzas y te­
mores tiñan nuestras conclusiones. Se han necesitado siglos de es­
fuerzos para desarrollar hábitos y técnicas de investigación que pro­
tejan a las investigaciones de las ciencias naturales contra la intrusión
de factores personales extraños; y aun en estas disciplinas la protec­
ción que ofrecen esos procedimientos no es infalible ni completa. El
problema, indudablemente, es más agudo en el estudio de cuestiones
humanas, y debe admitirse que plantea dificultades para el logro de
un conocimiento confiable en las ciencias sociales.
Sin embargo, el problema sólo es inteligible suponiendo que exis­
te una distinción relativamente clara entre juicios fácticos y juicios
de valor, y que por difícil que pueda ser a veces decidir si un enun­
ciado determinado tiene o no un contenido puramente fáctico, en
principio es posible hacerlo. Así, la afirmación de que los científicos
sociales tratan de realizar el doble programa mencionado en la cita
anterior sólo tiene sentido si es posible distinguir entre las contribu­
ciones a la comprensión teórica (cuya validez fáctica presumiblemen­
te no depende del ideal social, al cual pueda adherirse un científico
social), por un lado, y las contribuciones a la difusión o realización
de algún ideal social (que puede no ser aceptado por todos los cien­
tíficos sociales), por el otro. Por consiguiente, las innegables dificul­

33. Se hallará un docum entado tratamiento de este punto en Gunnar


M yrdal, Valué in Social Theory, Londres, 1958, págs. 134-152.

634
tades que surgen en el camino del conocimiento confiable acerca de
cuestiones humanas debido al hecho de que los científicos sociales
difieren en sus orientaciones valorativas son dificultades prácticas.
Tales dificultades no son necesariamente insuperables, ya que por
hipótesis no es imposible distinguir entre hechos y valores, por lo
que pueden tomarse medidas para identificar una propensión valo-
rativa cuando aparece y reducir al mínimo, si no eliminar completa­
mente, sus efectos perturbadores.
U na de las contramedidas frecuentemente recomendadas es la de
que el científico social abandone la pretensión de estar libre de toda
parcialidad y formule, en cambio, sus suposiciones valorativas lo más
explícita y completamente que pueda.34 Tal recomendación no supo­
ne que los científicos sociales deban llegar a un acuerdo en lo que res­
pecta a sus ideales sociales una vez que los hayan enunciado explí­
citamente, ni que los desacuerdos acerca de valores puedan ser
dirimidos por la investigación científica. Su propósito es destacar que
la cuestión relativa a cómo realizar un ideal determinado o la cues­
tión relativa a si determinado ordenamiento institucional es una ma­
nera efectiva de lograr dicho ideal no es manifiestamente un proble­
ma de valor, sino fáctico, concerniente a la adecuación de los medios
propuestos para alcanzar determinados fines y que debe ser resuelto
por los métodos objetivos de la investigación científica. Así, los eco­
nomistas pueden discrepar permanentemente acerca de la convenien­
cia de una sociedad en la cual sus miembros gocen de una protección
garantizada contra las penurias económicas, pues el desacuerdo pue­
de provenir de preferencias indecidibles por valores sociales diferen­
tes. Pero cuando la investigación económica suministra suficientes
elementos de juicio, presumiblemente los economistas concuerden
en lo que respecta a la proposición fáctica según la cual para crear tal
sociedad no basta un sistema económico puramente competitivo.
Aunque la recomendación de que los científicos sociales hagan
plenamente explícitas sus preferencias valorativas es indudablemen­
te saludable y puede producir excelentes frutos, se asemeja bastante
al consejo de buscar la perfección. Por lo general, no som os cons­
cientes de muchas suposiciones que están implícitas en nuestros aná­

34. Véase , por ejemplo, S. F. N adel, op. cit., pág. 54; y también Gunnar
M yrdal, op. cit., pág. 120, así com o su Political Element in the Development o f
Economic Tbeory, Cam bridge, M ass., 1954, esp. el cap. 8.

635
lisis y acciones, de m odo que a pesar de nuestros resueltos esfuerzos
por poner de manifiesto tales concepciones previas, algunas de ellas
pueden no ocurrírsenos siquiera. Pero las dificultades que plantean a
la investigación científica las preferencias inconscientes y las orienta­
ciones vaíorativas tácitas raramente pueden ser superadas por las de­
votas resoluciones de eliminar la parcialidad. Por lo común se las su­
pera, a menudo sólo gradualmente, a través de los mecanismos
autocorrectivos de la ciencia como empresa social. Pues la ciencia
moderna estimula la invención, el intercambio y la crítica — libre
pero responsable— de ideas; alienta la competencia en la búsqueda de
conocimiento entre investigadores independientes, aun cuando sus
orientaciones intelectuales difieran; y disminuye progresivamente los
efectos de las actitudes parciales conservando solamente aquellas
conclusiones de las investigaciones que sobreviven al examen crítico
de una comunidad indefinidamente grande de estudiosos, sean cuales
fueren sus preferencias vaíorativas o sus adhesiones doctrinarias. Se­
ría absurdo pretender que este mecanismo institucionalizado para fil­
trar creencias bien fundadas ha actuado o es probable que actúe en la
investigación social de manera tan efectiva como en las ciencias natu­
rales. Pero no sería menos absurdo concluir que es inalcanzable un
conocimiento confiable de cuestiones humanas simplemente porque
la investigación social tiene con frecuencia una orientación valorativa.3

3. H ay una argumentación más elaborada en favor de la tesis se­


gún la cual las ciencias sociales no pueden estar exentas de valora­
ciones. Según tal argumentación, la distinción entre hechos y valores
supuesta en el examen precedente es insostenible cuando se analiza
la conducta humana intencional, ya que en este contexto los juicios
de valor se mezclan inextricablemente con los que parecen ser enun­
ciados «puramente descriptivos» (o tácticos). Por consiguiente, quie­
nes se adhieren a esta tesis sostienen que una ciencia social ética­
mente neutra es imposible en principio, y no simplemente difícil de
lograr. Pues si realmente hechos y valores se hallan tan entremezcla­
dos que ni siquiera es posible distinguirlos, no se puede eliminar de
las ciencias sociales los juicios de valor, a menos que se elimine tam ­
bién de ellas toda predicación y, por ende, a menos que estas ciencias
desaparezcan completamente.
P o r e je m p lo , se h a a r g ü id o q u e el e s t u d io s o d e c u e s t io n e s h u m a ­
n a s d e b e d is tin g u ir e n tre la s f o r m a s v a lio s a s y la s f o r m a s in d e s e a b le s

636
de actividad social, so pena de no cumplir con su «simple deber» de
presentar los fenómenos sociales veraz y fielmente:

¿ N o n os reiríam os a carcajadas de un h om bre que pretendiera haber


escrito una so cio lo gía del arte p ero que só lo hubiera escrito, realm ente,
una so cio lo gía del cachivache? E l so ció lo g o de la religión debe distin ­
guir entre fenóm enos que tienen un carácter religio so y ferióm enos que
son arreligiosos. P ara ello, debe entender qué es la religión. [...] T al co m ­
pren sión le perm ite y lo obliga a distin guir entre religión genuina y reli­
gión espuria, entre religiones superiores y religiones inferiores; son su ­
periores las religiones en las cuales las m otivaciones específicam ente
religiosas tienen un m ay o r grad o de efectividad [...]. E l so ció lo g o de la
religión no puede dejar de observar la diferencia entre aquellos que tra­
tan de conquistarla p o r un cam bio de sentim ientos. ¿P uede captar esta
diferencia sin captar al m ism o tiem po la diferencia entre una actitud
m ercenaria y otra no m ercenaria? [...] L a proh ibición de los ju icios de
v alor en la ciencia social conduciría a la consecuencia de que se n os p e r­
m itiría ofrecer una descripción estrictam ente fáctica de los actos m ani­
fiestos que pueden observarse en lo s cam pos de concentración y, qu izás,
un análisis igualm ente fáctico de las m otivaciones de los actores im pli­
cados: n o se n os perm itiría hablar de la crueldad. T o d o lector de tal d es­
cripción que no fuera com pletam ente estú pido com prendería, p o r su ­
p u esto, que las acciones descritas son crueles. T al descripción fáctica
sería, en verdad, una am arga sátira. A qu ello que pretendía ser un in fo r­
me directo resultaría ser un inform e desusadam ente perifrástico. [...] ¿E s
p osib le decir algo atinente a los son deos de opin ión pú blica [...] sin
com pren der el hecho de que m uchas respuestas a los cuestion arios p ro ­
vienen de p erson as sin inteligencia, sin inform ación, m entirosas e irra­
cionales, y que no p o cas preguntas son fo rm u ladas p o r gente del m ism o
calibre, es p osib le decir algo atinente a los so n d eo s de la opinión p ú b li­
ca sin expresar un juicio de valor tras o tro ?35

35. Leo Strauss, «The Social Science of M ax W eber», Measure, vol. 12 1951,
págs. 211-214. Para una discusión de este problem a en sus relaciones con cues­
tiones de filosofía del derecho, véase Lon Fuller, «H um an Purpose and N atural
Law », N atu ral Law Forum, vol. 3, 1958, págs. 68-76; Ernest N agel, «O n the
Fusión of Fací and Valué: A Reply to Professor Fuller», op. cit., págs. 77-82;
Lon L. Fuller, «A Rejoinder to Professor N agel», op. cit., págs. 83-104; Ernest
Nagel, «Fact, Valué, and H um an Purpose», N atu ral L aw Forum, vol. 4, 1959,
págs. 26-43.

637
Además, la suposición implícita en la recomendación ya mencio­
nada para lograr la neutralidad ética a menudo es rechazada por con­
siderársela irremediablemente ingenua; nos referimos, como se re­
cordará, a la suposición de que las relaciones entre medios y fines
pueden ser establecidas sin adherirse a estos fines, por lo cual las con­
clusiones de la investigación social concernientes a tales relaciones
son enunciados objetivos que expresan afirmaciones condicionales, y
no categóricas, acerca de valores. Sus críticos dicen que esta suposi­
ción se basa en el supuesto de que los hombres dan valor únicamen­
te a los fines que buscan, y no a los medios para alcanzar sus objeti­
vos. Pero, según ellos, tal supuesto es un craso error. Pues el carácter
de los medios que se empleen para lograr un objetivo afecta a la na­
turaleza del resultado total, y la elección que hacen los hombres en­
tre medios alternativos para alcanzar un fin determinado depende de
los valores que asignen a esas alternativas. En consecuencia, se so s­
tiene que la adhesión a valores específicos está implicada aun en los
que parecen ser enunciados puramente fácticos acerca de relaciones
entre medios y fines.36
N o intentaremos realizar una evaluación detallada de esta com­
pleja argumentación, pues la discusión de los numerosos problemas
que plantea nos llevaría demasiado lejos. Sin embargo, tres de las
afirmaciones hechas en la argumentación serán admitidas sin mayor
comentario como indiscutiblemente correctas: que un gran número
de caracterizaciones consideradas a veces como descripciones pura­
mente fácticas de fenómenos sociales en realidad formulan algún
tipo de juicio de valor; que a menudo es difícil y habitualmente in­
cóm odo, en todo caso, distinguir en la práctica entre los contenidos
puramente fácticos y los contenidos «estimativos» de muchos térmi­
nos empleados en las ciencias sociales; y que comúnmente no sólo se
asignan valores a los fines, sino también a los medios. Sin embargo,
admitir todo esto no lleva a la conclusión de que hechos y valores se
hallen fusionados, de una manera que sea exclusiva del estudio de la
conducta humana intencional, más allá de toda posibilidad de distin­
guirlos. Por el contrario, como trataremos de demostrar, la afirma­
ción de que existe tal fusión y de que, por ende, una ciencia social
exenta de valores es algo intrínsecamente absurdo confunde dos sen­

36. Véase G unnar M yrdal, Valué in Social Theory, Londres, 1958, págs. xxii
y 211-213.

638
tidos muy diferentes del término «juicio de valor»: el sentido en el
cual un juicio de valor expresa aprobación o desaprobación de algún
ideal moral (o social) o de alguna acción (o institución) debido a una
actitud tomada frente a tal ideal; y el sentido en el cual un juicio de
valor expresa una estimación del grado en el cual algún tipo de ac­
ción, objeto o institución comúnmente admitido (y más o menos
claramente definido) está implicado en un caso determinado.
Será útil ilustrar estos dos sentidos de «juicio de valor», en pri­
mer término con un ejemplo tomado de la biología. L os animales
con sangre a veces presentan el estado conocido como de «anemia».
U n animal anémico tiene un número reducido de glóbulos rojos,
por lo cual, entre otras cosas, es menos capaz de mantener una tem­
peratura interna constante que los miembros de su especie con una
dosis «norm al» de glóbulos rojos. Sin embargo, aunque puede darse
total claridad al término «anemia», de hecho no está definido de ma­
nera completamente precisa; por ejemplo, la noción de un número
«norm al» de glóbulos rojos que entra en la definición del término es
ella misma un tanto vaga, ya que este número varía en los miembros
individuales de una especie tanto como en un mismo individuo en
períodos diferentes (según su edad o la altura a la cual vive). Pero sea
como fuere, para decidir si un animal determinado está anémico, el
investigador debe juzgar si los elementos de juicio disponibles ga­
rantizan la conclusión de que dicho espécimen está anémico.37 Pue­
de considerar que hay anemias de diversos tipos (como se hace en la
práctica médica real) o puede concebir la anemia como una condi­
ción realizable de manera más o menos completa (así como se dice a
veces de ciertas curvas planas que son mejores o peores aproxima­
ciones a un círculo, tal como se lo define en geometría); y, según la
concepción que adopte, puede decidir que su espécimen tiene un
cierto tipo de anemia o que sólo está anémico hasta un cierto grado.
Cuando el investigador llega a una conclusión, puede decirse de él,
pues, que está haciendo un «juicio de valor», en el sentido de que tie­

37 . El elemento de juicio es habitualmente un recuento de glóbulos rojos en


una muestra de la sangre del animal. Sin embargo, debe observarse que «el re­
cuento de glóbulos rojos sólo da una estimación del número de células p o r uni­
dad de volumen de sangre», pero no indica si el suministro total de glóbulos ro­
jos ha aumentado o disminuido. Charles H . Best y N orm an B. Taylor, The
Physiological Basis o f M edical Practice, 6a ed., Baltimore, 1955, págs. 11 y 17.

639
ne in mente algún tipo estandarizado de condición fisiológica llama­
da «anemia» y que evalúa lo que sabe acerca de su espécimen según
la medida que le suministra su criterio. Para facilitar las referencias,
llamaremos «juicios de valor caracterizadores» a las evaluaciones de
los elementos de juicio que afirman la presencia (o ausencia) en un
cierto grado de una característica determinada en un caso dado.
Por otra parte, el estudioso puede también emitir un juicio de va­
lor de un tipo muy diferente y según el cual, puesto que un animal
anémico presenta una disminución de sus facultades para mantener­
se, la anemia es un estado indeseable. Además, puede aplicar este jui­
cio general a un caso particular y deplorar el hecho de que un animal
determinado esté anémico. Llam em os «juicios de valor apreciati­
vos» a las evaluaciones según las cuales un estado de cosas imagina­
do o real es digno de aprobación o desaprobación.38 E s evidente que
si un investigador emite un juicio de valor caracterizador, ello no lo
obliga lógicamente a afirmar o negar una evaluación apreciativa co­
rrespondiente. N o es menos evidente que no puede emitir un juicio
de valor apreciativo acerca de un caso dado (por ejemplo, qué es
indeseable que un animal determinado continúe estando anémico) a
menos que pueda afirmar un juicio caracterizador acerca de este
caso, independientemente del juicio apreciativo (por ejemplo, que el
animal está anémico). Por consiguiente, aunque los juicios caracteri­
zadores están necesariamente implicados en muchos juicios aprecia­
tivos, el emitir juicios apreciativos no es una condición necesaria
para emitir juicios caracterizadores.
Apliquem os ahora estas distinciones a algunas de las afirmacio­
nes contenidas en la argumentación ya citada. Considerem os prim e­
ro la afirmación según la cual el sociólogo de la religión debe reco­
nocer la diferencia entre actitudes mercenarias y no mercenarias, y
que, en consecuencia, adopta inevitablemente ciertos valores. Está

38. Carece de importancia para el presente examen el punto de vista que se


adopte en lo concerniente al fundamento sobre el cual se basan supuestamente
tales juicios, sea este fundam ento simplemente preferencias arbitrarias, presun­
tas intuiciones de valores «objetivos», imperativos m orales categóricos o cual­
quier otra cosa que se haya propuesto en la historia de la teoría de los valores.
En efecto, la distinción que se hace en el texto es independiente de cualquier su ­
posición particular acerca de la fundamentación de los juicios de valor aprecia­
tivos, «últim os» o lo que fuera.

640
fuera de toda discusión el hecho de que comúnmente se distinguen
estas dos actitudes; y también puede admitirse que un sociólogo de
la religión debe comprender la diferencia que hay entre ellas. Pero la
obligación del sociólogo, a este respecto, es muy semejante a la del
estudioso de la fisiología animal, quien debe también familiarizarse
con ciertas distinciones, aunque las distinciones del fisiólogo, por
ejemplo, entre anemia y ausencia de anemia, puedan ser menos fami­
liares para el profano y, en todo caso, mucho más precisas que lá dis­
tinción entre actitudes mercenarias y no mercenarias. En realidad,
debido a la vaguedad de estos últimos términos, un sociólogo escru­
puloso podría hallar sumamente difícil decidir si la actitud de una
comunidad hacia sus fines reconocidos debe o no ser caracterizada
como mercenaria; y si debe decidir finalmente, puede basar su con­
clusión en una «impresión global» inarticulada de la conducta mani­
fiesta de esta comunidad, sin poder formular exactamente los funda­
mentos detallados de su decisión. Pero sea como fuere, el sociólogo
para quien determinada actitud manifestada por un grupo religioso
dado es mercenaria, así como el fisiólogo para quien determinado
individuo está anémico, están emitiendo primordialmente un juicio
de valor caracterizador. Al emitir tales juicios, ni el sociólogo ni el fi­
siólogo se comprometen necesariamente con otros valores que no sean
los de la probidad científica. A este respecto, pues, parece no haber
diferencia alguna entre la investigación social y la biológica (o, por la
misma razón, la física).
Por otra parte, sería absurdo negar que al caracterizar diversas
acciones como mercenarias, crueles o engañosas, los sociólogos afir­
man frecuentemente (aunque, quizás, no siempre conscientemente)
tanto juicios de valor apreciativos como caracterizadores. Términos
como «mercenario», «cruel» o «engañoso», tal como se los usa co­
múnmente, tienen un tono peyorativo reconocido. Por consiguien­
te, de todo el que emplee tales términos para caracterizar ciertas con­
ductas humanas puede suponerse, normalmente, que expresa su
desaprobación de esas conductas (o su aprobación, si usa términos
como «no mercenarios», «amable» o «veraz») y que no las caracteri­
za simplemente.
Sin embargo, aunque muchos (pero no todos, ciertamente) enun­
ciados ostensiblemente caracterizadores afirmados por los científi­
cos sociales expresan sin duda una adhesión a diversos valores (no
siempre compatibles entre sí), hay una serie de términos «puramen­

641
te descriptivos» usados por los científicos naturales en ciertos con­
textos que también tienen, a veces, una connotación valorativa de un
carácter inconfundiblemente apreciativo. Así, la afirmación según la
cual un científico social realiza juicios de valor apreciativos cuando
caracteriza a los que responden a cuestionarios como no inform a­
dos, mentirosos o irracionales puede ser colocada en un mismo pla­
no con la afirmación igualmente correcta de que un físico también
emite tales juicios cuando describe un cronómetro particular como
inexacto, una bom ba como ineficaz o una plataforma de apoyo como
inestable. Al igual que el científico social de este ejemplo, el físico está
caracterizando ciertos objetos de su campo de investigación; pero,
también al igual que el científico social, está expresando, además, su
desaprobación de las características que atribuye a esos objetos.
Sin embargo, y este es el punto central de la discusión, no hay
ninguna buena razón para pensar que sea intrínsecamente imposible
distinguir los juicios caracterizadores de los apreciativos implícitos
en muchos enunciados, sean éstos afirmados por estudiosos de cues­
tiones humanas o por científicos naturales. Sin duda, no siempre es
fácil hacer formalmente explícita tal distinción en las ciencias socia­
les, en parte porque el lenguaje empleado en ellas es en gran medida
muy vago y en parte porque tendemos a pasar por alto los juicios
apreciativos qüe pueden estar implícitos en un enunciado cuando
son juicios a los cuales nos adherimos sin ser conscientes de nuestra
adhesión. Tam poco es siempre útil o conveniente llevar a cabo esa
tarea. Pues muchos enunciados que contienen implícitamente eva­
luaciones caracterizadoras y apreciativas a veces son suficientemen­
te claros, sin que sea necesario reformularlos de la manera que exige
dicha tarea frecuentemente, las reformulaciones son demasiado en­
gorrosas para una comunicación efectiva entre los miembros de un
grupo de estudiosos grande y desigualmente preparados. Pero estos
problem as son, esencialmente, de carácter práctico, no teórico. Las
dificultades que presentan no suministran ninguna razón abruma­
dora en favor de la tesis según la cual es imposible llegar a una cien­
cia social éticamente neutra.
Tam poco tiene fuerza alguna el argumento según el cual, puesto
que comúnmente se asignan valores a los medios y no solamente a
los fines, los enunciados acerca de las relaciones entre medios y fines
no están exentos de valoraciones. Pongam os a prueba este argumen­
to con un simple ejemplo. Supongam os que una persona tiene ur­

642
gente necesidad de un automóvil pero carece de los fondos necesa­
rios para comprarse uno; ahora bien, puede lograr su objetivo pi­
diendo prestada una suma determinada a un banco comercial o a
amigos que renuncian a cobrar intereses. Supongamos, además, que
le disgusta quedar obligado a sus amigos por favores de carácter fi­
nanciero y prefiere la impersonalidad de un préstamo comercial. Por
consiguiente, los valores que este individuo asigna a los medios al­
ternativos de que dispone para alcanzar su propósito obviamente
gobiernan la elección que hace entre ellos. Ahora bien, el resultado
total a que llegaría por su adopción de una de las alternativas es dife­
rente, sin duda, del resultado total que resultaría de su adopción de
la otra alternativa. Pero independientemente de los valores que pue­
da asignar a esos medios alternativos, ambos desembocan en algo
que es común a los dos resultados, a saber, su compra del automóvil.
En consecuencia, la validez del enunciado de que podía comprar el
automóvil pidiendo un préstamo a un banco y la del enunciado de
que podía alcanzar también este objetivo pidiendo un préstamo a sus
amigos no se ven afectadas por las valoraciones hechas de los me­
dios, de modo que ninguno de tales enunciados supone evaluaciones
apreciativas especiales. En resumen, los enunciados acerca de rela­
ciones entre medios y fines están exentas de valoraciones.4

4. N o s queda por considerar la tesis de que es imposible crear


una ciencia social sin valoraciones porque éstas intervienen en la
misma estimación de los elementos de juicio de los científicos socia­
les, y no simplemente en el contenido de las conclusiones que pro­
ponen. Esta versión de la tesis tiene muchas variantes, pero sólo exa­
minaremos tres de ellas.
La forma menos radical de dicha tesis sostiene que las concep­
ciones sustentadas por un científico social acerca de cuáles son los
elementos de juicio convincentes o de lo que constituye una elabo­
ración intelectual correcta son producto de su educación y de su
ubicación en la sociedad, por lo cual reflejan los valores sociales que
le han sido transmitidos a través de su aprendizaje y asociados a su
posición social. Por consiguiente, los valores a los cuales el científico
social se adhiere determinan su aceptación de ciertos enunciados como
conclusiones bien fundadas acerca de cuestiones humanas. Bajo esta
forma, la afirmación examinada es una tesis fdctica, y debe ser sus­
tentada por detallados elementos de juicio empíricos concernientes

643
a la influencia que ejercen los valores morales y sociales de una per­
sona sobre lo que está dispuesta a reconocer como un análisis social
adecuado. En muchos casos, se dispone realmente de tales elementos
de juicio, y las diferencias entre los científicos sociales con respecto
a lo que aceptan como creíble pueden ser atribuidas, a veces, a la in­
fluencia de preferencias nacionales, religiosas, económicas y de otros
tipos. Sin embargo, esta variante de la tesis examinada no excluye la
posibilidad de reconocer las evaluaciones de los elementos de juicio
distorsionadas por adhesiones valorativas especiales ni la posibilidad
de corregir tales distorsiones. Por lo tanto, no plantea ningún p ro­
blema que no haya sido discutido ya cuando examinamos la segun­
da de las razones en favor del carácter presuntamente valorativo de
la investigación social (páginas 632-634).
O tra formulación diferente de dicha tesis se basa en la labor re­
ciente realizada en estadística teórica y vinculada con la evaluación de
elementos de juicio atinentes a las llamadas «hipótesis estadísticas», es
decir, hipótesis concernientes a las probabilidades de sucesos de azar,
como la hipótesis de que la probabilidad de que un recién nacido sea
varón es de V2 . La idea central atinente a nuestro problema y que está
implícita en estos desarrollos puede ser esbozada mediante un ejem­
plo. Supongamos que, antes de lanzar a la venta un nuevo medica­
mento, se realizan pruebas con animales de experimentación para de­
terminar sus posibles efectos tóxicos debidos a ciertas impurezas que
no han podido ser eliminadas durante su elaboración; por ejemplo, se
introducen pequeñas cantidades de la droga en la dieta de cien cone­
jillos de Indias. Si sólo unos pocos de los animales manifiestan serias
perturbaciones, el medicamento será considerado seguro y será eti­
quetado para la venta. Pero si se obtiene el resultado contrario, el pro­
ducto será destruido. Supongamos ahora que tres de los animales
enferman gravemente. ¿Es significativo este resultado (es decir, indi­
ca que el medicamento tiene efectos tóxicos), o es quizás un «accidente»
que se debió a cierta peculiaridad de los animales afectados? Para res­
ponder al interrogante, el experimentador debe decidir, sobre la base
de los elementos de juicio, entre la hipótesis H x: el medicamento es
tóxico, y la hipótesis H 2: el medicamento no es tóxico. Pero, ¿cómo
decidir de manera «razonable» y no arbitraria? L a teoría estadística
actual nos ofrece una regla para tomar una decisión razonable, regla
que se basa en el siguiente análisis.
Cualquiera que sea la decisión que el experimentador tome, corre

644
el riesgo de cometer uno de dos tipos de errores: puede rechazar una
hipótesis verdadera (es decir, a pesar de que H x sea verdadera, el expe­
rimentador puede pronunciarse erróneamente en contra de ella, a la
luz de los elementos de juicio de que dispone); o puede aceptar una
hipótesis falsa. Su decisión sería sumamente razonable, pues, si se
basara en una regla que garantizara que ninguna decisión tomada de
acuerdo con dicha regla incurre en alguno de esos tipos de error.
Lamentablemente, no hay reglas de esta clase. O tra posibilidad es ha­
llar una regla tal que, cuando se toman decisiones de acuerdo con ella,
la frecuencia relativa de cada tipo de error es muy pequeña. Pero de­
safortunadamente, los riesgos de cometer cada tipo de error no son
independientes; por ejemplo, en general es lógicamente imposible ha­
llar una regla tal que las decisiones basadas en ella incurran en cada
tipo de error con una frecuencia relativa no mayor que l%o. En conse­
cuencia, hasta que no pueda proponerse una regla razonable, el expe­
rimentador debe comparar la importancia relativa que tienen para él
los dos tipos de error y formular el riesgo que está dispuesto a correr
de cometer el tipo de error que considera más importante. Así, si re­
chaza H x siendo esta verdadera (es decir, si cometiera un error del pri­
mer tipo), se pondrían a la venta todos los medicamentos en conside­
ración y correrían peligro las vidas de quienes los usen; por otra parte,
si cometiera un error del segundo tipo con respecto a H x, se desperdi­
ciarían todos los medicamentos elaborados y el fabricante incurriría
en una pérdida financiera. Pero la protección de la vida humana pue­
de ser de mayor importancia para el experimentador que las ganancias
financieras, y puede declarar que no desea basar su decisión en una re­
gla según la cual el riesgo de cometer un error del primer tipo es ma­
yor del 1%. Si se supone esto, la teoría estadística puede especificar
una regla que satisfaga el requisito del experimentador, aunque la ma­
nera de crearla y de calcular el riesgo de cometer un error del segundo
tipo son cuestiones técnicas que no nos conciernen. El punto funda­
mental que es menester observar en este análisis es que la regla presu­
pone ciertos juicios de valor apreciativos. En resumen, si se generaliza
este resultado, la teoría estadística parece dar apoyo a la tesis de que las
adhesiones valorativas intervienen decisivamente en las reglas para
evaluar elementos de juicio atinentes a hipótesis estadísticas.39

39. El ejemplo anterior está tom ado del examen realizado por J. Neymann,
en First Course in Prohability an d Statistics, N ueva Y ork, 1950, cap. 5, donde se

645
Pero el análisis teórico sobre el cual reposa esta tesis no implica la
conclusión de que las reglas realmente empleadas en toda investiga­
ción social para evaluar elementos de juicio necesariamente suponen
com prom isos vaiorativos especiales, como los mencionados en el an­
terior ejemplo, y distintos de los que generalmente están implícitos
en la ciencia com o empresa tendiente a lograr un conocimiento dig­
no de confianza. En verdad, el anterior ejemplo, que ilustra el razo­
namiento de la teoría estadística actual, puede ser engañoso, en la
medida en que sugiera que decisiones alternativas entre hipótesis es­
tadísticas diversas deben conducir invariablemente a acciones dife­
rentes que tengan consecuencias prácticas inmediatas a las cuales se
asignen diferentes valores especiales. Por ejemplo, un físico teórico
puede tener que decidir entre dos hipótesis estadísticas concernien­
tes a la probabilidad de que se produzcan ciertos intercambios de
energía en los átomos; y un sociólogo teórico, análogamente, puede
tener que decidir entre dos hipótesis estadísticas concernientes a la
frecuencia relativa de los matrimonios sin hijos en ciertos ordena­
mientos sociales. Pero ninguno de ellos puede adherirse a los valores
especiales en juego, asociados a las alternativas entre las cuales debe de­
cidir, aparte de la obligación de conducir sus investigaciones con
probidad y responsabilidad, valores que está obligado a aceptar como
miembro de una comunidad científica. Por consiguiente, la estadís­
tica teórica no permite dirimir de una u otra manera la cuestión rela­
tiva a si intervienen com prom isos vaiorativos especiales en la eva­
luación de elementos de juicio en las ciencias naturales o en las
ciencias sociales, y sólo se puede responder a esa cuestión examinan­
do investigaciones concretas en las diversas disciplinas científicas^
Además, en el razonamiento de la estadística teórica no hay nada
que dependa del tema particular en discusión cuando se toma una de­
cisión entre hipótesis estadísticas alternativas. Pues el razonamiento
es completamente general, y la referencia a algún tema especial sólo
adquiere importancia cuando debe asignarse un valor numérico defi­
nido al riesgo que un investigador está dispuesto a asumir de tomar
una decisión errónea concerniente a una hipótesis determinada. Por

presenta una exposición técnica elemental de los avances recientes en la teoría


estadística. Se encontrará una descripción no técnica en Irwin D . J. Bross, D e-
sign f o t Decisión, N ueva Y ork, 1953, y en R. B. Braithwaite, Scientific Explana-
tion, Cam bridge, Reino Unido. 1953, cap. 7.

646
consiguiente, si se utiliza la teoría estadística actual en apoyo de la te­
sis según la cual los compromisos valorativos intervienen en la eva­
luación de los elementos de juicio atinentes a hipótesis estadísticas en
la investigación social, la teoría estadística puede ser utilizada con
igual justificación para sustentar análogas afirmaciones con respecto
a otras investigaciones. Para resumir, la tesis que hemos examinado
no plantea una dificultad que se presente en la búsqueda de conoci­
miento confiable en el estudio de cuestiones humanas y que no se en­
cuentre también en las ciencias naturales.
H ay una tercera variante de esta tesis que es la más radical de todas.
Difiere de la primera variante mencionada antes en que sostiene la
existencia de una conexión lógica necesaria, y no meramente contin­
gente o causal, entre la «perspectiva social» de un estudioso de cues­
tiones humanas y sus normas acerca de la investigación social adecua­
da; en consecuencia, la influencia de los valores especiales a los cuales
se adhiere debido a su propia situación social no es eliminable. Esta
versión de la tesis está implícita en la explicación de Hegel de la
naturaleza «dialéctica» de la historia humana y forma parte de las filo­
sofías tanto marxistas como no marxistas que destacan el carácter
«históricamente relativo» del pensamiento social. Sea como fuere, se
basa comúnmente en la suposición según la cual, puesto que las insti­
tuciones sociales y sus productos culturales se hallan en cambio cons­
tante, el equipo intelectual necesario para comprenderlos también
debe cambiar, y toda idea utilizada con este propósito sólo es adecua­
da, por lo tanto, para una etapa particular del desarrollo del mundo
humano. Por consiguiente, ni los conceptos sustantivos adoptados
para clasificar e interpretar fenómenos sociales, ni los criterios lógicos
utilizados para estimar el valor de tales conceptos, tienen una «validez
intemporal»; no hay ningún análisis de fenómenos sociales que no sea
la expresión de un punto de vista social especial o que no refleje los in­
tereses y los valores dominantes en algún sector de la escena humana
en determinada etapa de su historia. En consecuencia, aunque puede
hacerse una distinción correcta en las ciencias naturales entre el origen
de las concepciones de una persona y su validez fáctica, tal distinción
no puede realizarse en la investigación social, se alega. Los defensores
más eminentes del «relativismo histórico», pues, han puesto en tela de
juicio la validez universal de la tesis de que «la génesis de una propo­
sición es, en toda circunstancia, ajena a su verdad». Para decirlo con
las palabras de un destacado exponente de esta exposición:

647
L a génesis h istórica y social de una idea só lo sería ajena a su validez
últim a si las condiciones tem porales y sociales de su em ergencia n o tu ­
vieran efecto algun o so b re su contenido y su form a. Si esto fu era así, d o s
p erío d o s cualesquiera de la h istoria del conocim ien to hum ano só lo se
distin guirían un o del o tro p o r el hecho de que, en el p e río d o anterior,
aún se desconocerían ciertas co sas y p ersistirían ciertos errores que el
conocim ien to p o sterio r corregiría totalm ente. T o d a época tiene su en­
fo q u e fundam entalm ente nuevo y su p u n to de vista Característico; p o r
consiguiente, ve el «m ism o » o b jeto desde una nueva perspectiva. [...]
L o s m ism os prin cip ios a cu y a lu z se critica el conocim ien to están co n ­
d icion ad o s social e históricam ente. P o r consiguiente, su aplicación p a ­
rece estar lim itada a determ in ados p e río d o s h istóricos y a lo s tip o s p ar­
ticulares de conocim ien to prevalecientes en ello s .40

L a investigación histórica acerca de la influencia de la sociedad


sobre las creencias de los hombres es de indudable importancia para
comprender la naturaleza compleja de la empresa científica, y la so ­
ciología del conocimiento — como se ha llamado a tales investigacio­
nes— ha aportado a tal comprensión muchas contribuciones clarifi­
cadoras. Sin embargo, estos servicios reconocidamente valiosos de la
sociología del conocimiento no demuestran la tesis radical que he­
mos expuesto. En primer término, no hay elementos de juicio adecua­
dos que demuestren que los principios utilizados en la investigación
social para evaluar los productos intelectuales estén necesariamente
determinados por la perspectiva social del investigador. Por el con­
trario, los «hechos» habitualmente citados en apoyo de esta afirma­
ción sólo demuestran, a lo sumo, una relación causal contingente en­
tre los condicionamientos sociales de una persona y sus cánones de
validez cognoscitiva. Por ejemplo, la opinión que estuvo de moda
hace un tiempo según la cual la «mentalidad» o las operaciones lógi­
cas de las sociedades primitivas difieren de las típicas en la civiliza­

40. Karl Mannheim, Ideology an d Utopia, N ueva York, 1959, págs. 271,
288,292. El ensayo del cual se ha tom ado la cita anterior fue publicado por pri­
mera vez en 1931, y Mannheim posteriorm ente m odificó algunas de las ideas
expresadas en él. Sin em bargo, todavía en 1946, el año anterior a su muerte, rea­
firm ó la tesis enunciada en el pasaje citado. Véase su carta a K urt H . W olff del
15 de abril de 1946, citada en el trabajo de este últim o «Sociology of Knowled-
ge and Sociological T heory», en Symposium on Sociological Theory (comp. por
Llewellyn G ross), Evanston, 111., 1959, pág. 571.

648
ción occidental — discrepancia que fue atribuida a las diferencias en
las instituciones de las sociedades comparadas— es umversalmente
considerada errónea, en la actualidad, porque constituye una inter­
pretación seriamente equivocada de los procesos intelectuales de los
pueblos primitivos. Además, aun los representantes extremos de la
sociología del conocimiento admiten que la mayoría de las conclu­
siones afirmadas en la matemática y en las ciencias naturales son
neutras con respecto a las diferencias en perspectiva social de quie­
nes las afirman, de m odo que la génesis de esas proposiciones es aje­
na a su validez. ¿Por qué las proposiciones acerca de cuestiones hu­
manas no podrían manifestar la misma neutralidad, al menos en
algunos casos? L os sociólogos del conocimiento no parecen dudar
de que la verdad del enunciado según el cual dos caballos pueden, en
general, arrastrar una carga mayor que un solo caballo es lógicamente
independiente del estatus social del individuo que afirma el enuncia­
do. Pero no han expuesto con claridad cuáles son las consideracio­
nes ineludibles que, presuntamente, hacen intrínsecamente im posi­
ble tal independencia en el caso del enunciado análogo acerca de
conductas humanas y según el cual dos trabajadores pueden, en ge­
neral, cavar una fosa de dimensiones dadas más rápidamente que
uno solo de ellos.
En segundo lugar, la tesis que hemos expuesto debe enfrentar
una dificultad dialéctica seria que ha sido señalada con frecuencia,
dificultad que sus defensores sólo han logrado superar abandonan­
do la sustancia misma de la tesis. Preguntémonos, pues, cuál es el es­
tatus cognoscitivo de la tesis según la cual tanto en el contenido
como en la validación de toda afirmación acerca de cuestiones hu­
manas interviene esencialmente una perspectiva social. ¿Es esta tesis
significativa y válida solamente para aquellos que la sostienen y que
defienden, así, ciertos valores a causa de sus condicionamientos so­
ciales distintivos? Si esto es así, no podrá comprenderla nadie que
tenga una perspectiva social diferente; su aceptación como válida se
hallará estrictamente limitada a aquellos que puedan comprenderla,
y los científicos sociales que defiendan un conjunto diferente de va­
lores sociales deberán rechazarla como charla vacía. ¿O bien la tesis
está singularmente excluida de la clase de afirmaciones a las cuales se
aplica, de modo que su significado y su verdad no están relacionados
intrínsecamente con las perspectivas sociales de quienes la afirman?
Si esto es así, no es en m odo alguno evidente por qué esa tesis goza

649
de tal excepción; pero de todos m odos, esa tesis será entonces una
conclusión de una investigación en cuestiones humanas que es, cabe
presumir, «objetivamente válida» en el sentido habitual de esta ex­
presión. Ahora bien, si existe una conclusión semejante, no se ve por
qué no puede haber también otras.
Para superar esta dificultad y escapar al escéptico relativismo
autorrefutador al cual conduce la tesis, a veces se la interpreta en el
sentido de que, aunque un conocimiento «absolutamente objetivo»
de cuestiones humanas es inalcanzable, no obstante esto puede lo­
grarse una form a «relacional» de objetividad llamada «relacionis-
m o». Según esta interpretación, un científico social puede descubrir
cuál es su perspectiva social; y si luego formula las conclusiones de
sus investigaciones «relacionalmente», para indicar que sus hallaz­
gos se ajustan a los criterios de validez implícitos en su perspectiva,
sus conclusiones habrán logrado una objetividad «relacional». Cabe
esperar que los científicos sociales que comparten la misma perspec­
tiva coincidirán en sus respuestas a un problema determinado, cuan­
do aplican correctamente los criterios de validez característicos de su
perspectiva común. Por otra parte, los estudiosos de fenómenos so­
ciales que actúen dentro de perspectivas sociales diferentes e incon­
gruentes entre sí también pueden lograr la objetividad, aünque sólo
sea mediante una formulación «relacional» de los resultados — in­
compatibles unos con otros, por lo demás— de sus diversas investi­
gaciones. Sin embargo, también pueden lograrla «de una manera
más indirecta», tratando «de hallar una fórmula para traducir los re­
sultados de uno a los del otro y descubrir un denominador común
de estas diversas visiones en perspectiva».41
Pero es difícil ver en qué difiere la «objetividad relacional» de la
simple «objetividad» sin el adjetivo calificativo y en el sentido habi­
tual de la palabra. Por ejemplo, un físico que da fin a una investiga­
ción con la conclusión de que la velocidad de la luz en el agua tiene
determinado valor numérico cuando se la mide según un cierto sis­
tema de unidades, mediante un procedimiento establecido y en con­
diciones experimentales establecidas, formula su conclusión de una
manera «relacional», en el sentido indicado; y su conclusión lleva el
signo de la «objetividad» presumiblemente porque menciona los
factores «relaciónales» de los cuales depende el valor numérico asig-

41. Karl Mannheim, op. cit., págs. 300-301.

650
nado a la velocidad. Pero formular de esta manera ciertos tipos de
conclusiones es una sana práctica corriente en las ciencias naturales.
Por consiguiente, la propuesta de que las ciencias sociales formulen
sus hallazgos de manera análoga lleva implícita la admisión de que
no es imposible, en principio, que estas disciplinas establezcan con­
clusiones con la misma objetividad de las conclusiones obtenidas en
otros dom inios de investigación. Adem ás, para que la dificultad
en consideración pueda ser resuelta por las fórmulas de traducción
sugeridas para hallar los «comunes denominadores» de conclusiones
provenientes de perspectivas sociales divergentes, esas fórmulas no
pueden, a su vez, estar «determinadas situacionalmente» en el senti­
do de esta expresión que estamos examinando. Pues si esas fórmulas
estuvieran determinadas de tal m odo, surgiría nuevamente la misma
dificultad con respecto a ellas. Por otra parte, la búsqueda de tales
fórmulas es una fase de la búsqueda de relaciones invariantes en una
disciplina, de modo que las formulaciones de esas relaciones son vá­
lidas independientemente de la perspectiva particular que uno pue­
de elegir entre una clase de perspectivas sobre esa disciplina. En con­
secuencia, al reconocer que la búsqueda de tales invariantes en las
ciencias sociales no está condenada necesariamente al fracaso, los de­
fensores de la tesis considerada abandonan la que era al principio su
tesis más radical.
En resumen, las diversas razones que hemos examinado relativas
a la imposibilidad intrínseca de llegar a conclusiones objetivas (es
decir, exentas de valores y parcialidades) en las ciencias sociales no
demuestran lo que pretenden demostrar, aunque en algunos casos
dirijan la atención a dificultades prácticas indudablemente im por­
tantes que se encuentran con frecuencia en estas disciplinas.

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