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Respecto a la historia de la película podemos visualizar durante el desarrollo de esta, aspectos

importantes que son clave para entender al personaje principal durante toda la película. Schmidt,
el protagonista de la historia, tiene sesenta y seis años, al empezar cuenta los segundos que faltan
hasta las cinco, hora en que acaba el trabajo de su último día en la empresa. Su esposa muere por
una embolia, su hija va a casarse con un hombre que él considera un fracasado, y él piensa que
debe evitarlo. Un programa sobre el tercer mundo lo sensibiliza acerca de la pobreza y apadrina a
un niño africano de 6 años. A este niño le cuenta lo que siente de la vida en algunas cartas que
marcan el ritmo de la película y que arrojan la única luz sobre un personaje egoísta y rígido cuya
única redención es esta confesión periódica.

Podemos entender que la única manera de acercarse a un hombre algo repelente como Schmidt
era el humor, no exento de ternura. Vemos como la dirección de imagen sigue al personaje con
cierta lejanía para no jugar con nosotros como espectadores, pero son los primeros planos que
asigna la dirección a la película, y las cosas pequeñas de la película las que conducen la verdadera
historia. Y en cada episodio acaba hilvanando algún detalle y nunca queda un cabo suelto.

Ha diferencia de otros filmes, en esta ocasión no es una producción con mensaje, no guarda
ninguna carta para el final porque lo va contado durante las casi 2 horas de cinta. Para el final deja
un momento de emoción sincera, aunque quizá el único. Pero no debería enfatizarse. Revisar una
película en función de su cierre es un ejercicio necesario en muchos casos, pero se entiende que
algunos directores huyan de ese broche y no ofrezcan un final que es como decir no ofrezcan una
clave. Películas detallistas como esta deberían ser juzgadas por el recorrido, no por la meta.

Además, podríamos intuir o pensar que hay algo en el señor Schmidt que lo convierte en un ser
odioso, miserable, profundamente ordinario. Quizás ese algo sea su propia vida, tan normal, tan
chata, una vida que, sin dudas (y tal vez ésa sea la razón que lo convierte en un ser odioso) podría
ser la de cualquiera de nosotros, la de cualquier ser humano común y corriente. El señor Schmidt
funciona como un crudo espejo hacia fuera de la pantalla; su personalidad, su modo de vivir la
vida, es un mensaje por elevación, tan sutil como filoso, al corazón de seguramente muchos.

Usualmente no es la película que todos queremos ver, porque simplemente se trata del retrato de
una vida que nadie quiere vivir, pero que muchos viven. Por eso, la experiencia de ver la película
de este director es como crearse un pequeño espacio para dialogar a través de ella con uno
mismo, preguntarse algunas cosas que por obvias quedaron en el olvido, y tratar de hallar un
camino que lleve a encontrar respuestas. El Sr. Schmidt no las tiene, se acordó tarde de buscarlas.
En ese vacío de soluciones didácticas, quizás, pueda llegar a percibirse un punto de partida.

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