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El sentido de pertenencia a la parroquia está más enraizado que la pertenencia a la Diócesis. No son
diócesis, pero sí que son parte de la diócesis, lo que exige una unidad de criterios y dinamismos
pastorales. El Obispo no debe imponer simplemente, debe estudiar con los sacerdotes sus opciones
pastorales, sobre todo en los órganos colegiales, como son el Consejo Presbiteral o en el Consejo de
Pastoral. Esta dificultad se acrecienta a la vista de la escasez de sacerdotes.
A los sacerdotes, formados en los seminarios diocesanos, se han unido, en el servicio y atención a las
parroquias, otros sacerdotes con otras tradiciones y carismas, ya sean religiosos o extranjeros, a los que
acogemos. Mirando para la totalidad de las parroquias de la diócesis, puede darnos la imagen de Iglesias
diferentes, distintas.
La convergencia de esas realidades con la parroquia no es fácil y las mutuas relaciones estuvieron
marcadas, frecuentemente, por el desconocimiento e incluso por la hostilidad. Su convergencia con la
parroquia exige que ésta se abra a la pluralidad, abandonando el monolitismo, tan propio de una visión
clerical de la Iglesia. Así como la Iglesia es, necesariamente, comunidad de comunidades, la parroquia, al
aceptar el pluralismo, la diversidad, es a su nivel también comunidad de comunidades, procurando la
unidad en la diversidad. Pero la evolución de la parroquia se debe también a las características
sociológicas y culturales de la sociedad, y que se hacen sentir, de modo particular, en las grandes
ciudades.
La fe es la principal actitud que Dios nos pide y espera de nosotros, un abandono confiado, un deseo de
descubrirlo, de conocerlo, de alabarlo, de anunciarlo. Como acto de alabanza a Dios, la fe es la primera
expresión de la caridad y, en la vida de Dios experimentada, es la simiente de la esperanza. Formar a los
catequistas al ritmo de la iniciación cristiana. Valorizar la palabra de Dios en la liturgia, en la «lectio
Divina» y en otras formas.
En este sentido, cada parroquia debe ser el espejo de toda la Iglesia, sin olvidar que, como nos enseña
San Juan, «nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo». Un esfuerzo continuo de
conocimiento mutuo y de colaboración en la misión común de la iglesia, es esencial.
También ahí el ministerio del sacerdote de la Iglesia puede ser decisivo. Es importante que esta
dimensión esté continuamente presente en la formación y en la acción pastoral y que acciones
concretas manifiesten esta dimensión de comunión de la Iglesia diocesana, que se expande a la
comunión universal.
Todos los fieles son iguales en dignidad en la comunidad eclesial y ésta es el verdadero sujeto de la
misión. La visión de comunión de la Iglesia, acentuada sobremanera a partir del Concilio Vaticano II,
puso fin a una visión de parroquia centrada en la persona del párroco, que dicta y marca las reglas y
presta servicios. Una formación específica para los sacerdotes que ejercen las funciones de Párroco es
cada día más necesaria. El ministerio sacerdotal es central, debido a su importancia sacramental, pero
eso no exige que todo se centralice en el párroco, anulando el campo de iniciativa y legitima expresión
de los otros fieles, ya sean religiosos o laicos. El dinamismo de una parroquia se evalúa por el modo
como celebra la Eucaristía y por el lugar que ésta ocupa en la vida de la comunidad. Es por eso por lo
que la pastoral litúrgica influye totalmente, inspirando todos los demás sectores de la acción pastoral. La
parroquia, como comunidad eucarística, descubre y ahonda la experiencia de adoración.
Si la parroquia se define a partir de la misión, ella evoluciona espontáneamente al ritmo de las nuevas
exigencias y condicionantes de la misión. Datos como la relación entre territorialidad y movilidad, el
nuevo sentido de pertenencia, la aparente laicización de la ciudad, interpelan a la misión antes de
cuestionarse las estructuras. Éstas necesitan de ser repensadas continuamente, porque están al servicio
de la misión, sin precipitaciones, pero también sin miedo.