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EL UTILITARISMO

El utilitarismo es uno de los sistemas éticos que mayor impacto ha causado


históricamente. Para nuestro propósito, su importancia deriva, en primer
lugar, del hecho de constituir un enfoque extendido principalmente en los
enfoques actuales de ética aplicada en los ámbitos de la económica, la
empresa y la política, entre otros.

La posición de que el valor de una acción radica en su utilidad es una


concepción tan antigua como la reflexión filosófica misma. El utilitarismo en
todas sus variedades sostiene que la única razón para que un acto sea bueno
es su utilidad para producir resultados que son buenos en sí mismos
(Raphael, 1986: 85). La expresión utilitarian fue usada por primera vez por J.
Bentham hacia 1780 y solo empezó a difundirse con su discípulo J. S. Mill
hacia 1823. No obstante, algunos de los elementos centrales del utilitarismo
tienen una larga historia.

Epicuro, como hemos visto, enseñaba que el placer y la felicidad son el fin
natural de la vida y la ética, la doctrina encargada de poder lleva a cabo este
fin, es decir, el arte de la vida racional. En ningún momento defendió Epicuro
la persecución de todo tipo de placeres, sino solo aquellos que estuvieran de
acuerdo con la inteligencia y la moderación. Brandt considera a este
utilitarismo un hedonismo psicológico, pues recordemos que «todo lo
hacemos para no tener dolor en el cuerpo ni turbación en el alma» (Brandt,
1998: 359). También encontramos apelación a la utilidad, por ejemplo, en
Horacio. Pero de estas primeras aproximaciones cabe decir que el papel del
deber, de la obligación moral, no era similar al actual, pues la obligación de
tipo individual solo puede ser justificada con lo que, a largo plazo, es más
ventajoso para el agente.

Algunos de los desarrollos iniciales del pensamiento utilitarista surgieron de


proyectos de reformas de los sistemas procesal, penal y penitenciario, dentro
del espíritu general de un humanismo ilustrado. Ello implicaba, por ejemplo,
dejar de considerar las intenciones y la maldad humanas y aceptar la
(inexcrutabilidad de la mente y el corazón humanos), para dirigirse a las
consecuencias, al criterio social de utilidad. Lo que se busca es influir en la
motivación de los seres humanos, a partir del hecho de que (el placer y el
dolor son los motores de los seres humanos) y que la (utilidad común es la
base de la justicia humana).

El utilitarismo clásico termina con H. Sidgwick, uno los últimos autores que
todavía fueron capaces de desarrollar una obra a la vez en los campos de la
ética, la economía y la politología (Colomer, 1987: 72), pero ya parte de la
dificultad de dar el salto, como habían hecho Bentham y Mill, del hecho de
que cada uno busque su propia felicidad al deber de buscar la máxima
felicidad general por parte de cada uno. A su juicio, el utilitarismo debe
concebirse como una teoría descriptiva de la naturaleza humana y el criterio
de utilidad como principio que solo por intuición podemos llegar a conocer.

El término utilitarismo, no hace referencia a una sola teoría, sino a un


conjunto de teorías que constituyen, por así decirlo, variaciones de un mismo
tema. Este tema encierra cuatro elementos básicos (Millar, 1987: 666):

a) Un elemento consecuencialista, según el cual la rectitud está ligada a la


producción de buenas consecuencias.

b) Un elemento valorativo, según el cual la bondad o maldad de las


consecuencias debe evaluarse mediante un modelo de bondad intrínseca.

c) Un elemento distributivo, según el cual lo que determina la rectitud son las


consecuencias de los actos en tanto que afectan a todos y no simplemente al
agente.

d) Un principio de utilidad, según el cual las personas deben pretender


maximizar lo que el modelo de bondad identifica como intrínsecamente
bueno. En general, la ética utilitarista proclama la mayor felicidad de los
afectados como criterio de acción moralmente correcta y juzga la corrección
de acuerdo con las consecuencias efectivas o esperadas (Höffe, 1979: 84). A
partir de esta definición: podemos ampliar las características básicas que
debería poseer, en mayor o menor grado, una ética para poder denominarse
utilitarista.

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