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Republica Bolivariana de Venezuela.

Ministerio del Poder Popular Para la Educación.


U.E. “Dr. José Tadeo Arreaza Calatrava”.
6º Semestre, Parasistema.
Puerto La Cruz, Edo. Anzoátegui.

EL MODERNISMO
(Manuel Díaz)

Alumno: Profesora:
Luis B. Ylla C. Milagro del Valle Farias.

15/11/2021
EL MODERNISMO

Novelista venezolano nacido en Chacao en el año 1871, cuya narrativa contituye


uno de los momentos de mayor vigor y robustez en la literatura de su país.
Aunque no cultivó la lírica, Manuel Díaz Rodríguez figuró entre los más militantes
modernistas de Venezuela. En sus ensayos se mostró consciente de la profunda
renovación que este movimiento entrañaba para las letras en lengua española tras
dos siglos de esterilidad, y a la vez de lo radicalmente americano de las obras
aparecidas desde la publicación de Azul (1888), de Rubén Darío. Díaz Rodríguez
argumentaba que había que luchar por imponer los logros del modernismo a una
España reacia a perder la preeminencia en el campo de las letras.

Cuando publicó su primer libro, Sensaciones de viaje (1896), Manuel Díaz


Rodríguez había estudiado la carrera de medicina en la Universidad Central de
Venezuela (por la que se graduó en 1891) y en Viena, y aportaba una percepción
del mundo europeo preñado de referencias cultas, claro está, pero sobre todo de
una deliberada voluntad de estilo poco frecuente entre sus coterráneos. Último hijo
del matrimonio de Juan Díaz Chávez y Dolores Rodríguez, inmigrantes canarios
llegados a Caracas en 1842, Díaz Rodríguez nació el 28 de febrero de 1871. Se
inició en la escritura por la vía de apuntes y estampas de sus viajes por Francia,
Austria e Italia, cuajados de vertiginosas referencias culturales y vertidos en la
prosa típicamente "exquisita" del primer modernismo, como si antes de
enfrentarse con Venezuela hubiese buscado la mayor distancia posible, tanto
geográfica como cultural.

Con sus dos siguientes libros, Confidencias de psiquis (1897) y De mis


romerías (1898), apuró su inmersión en el género de la literatura de viajes. Todos
estos textos, así como Los cuentos de color (1899), aparecieron originalmente
publicados en El Cojo Ilustrado, el gran órgano del modernismo finisecular en
Venezuela. En 1899, tras contraer matrimonio con Graziella Calcaño, regresó a
París, de donde volvió a Caracas en 1903 para hacerse cargo de la hacienda
familiar, en los alrededores de Chacao, después de la muerte de su padre.

Retirado de la vida pública hasta 1908, en 1909 asumió la dirección del diario El
Progresista y el nombramiento de vicerrector de la Universidad Central de
Venezuela. Comenzó entonces una carrera que lo llevó de la dirección de
Educación Superior y Bellas Artes en el Ministerio de Instrucción Pública (1911) a
la cartera de Relaciones Exteriores (1914), la curul de senador por el estado
Bolívar (1915), el nombramiento de ministro de Fomento (1916), la representación
diplomática de Venezuela en Italia entre 1919 y 1923, y la presidencia del estado
Nueva Esparta (1925) y el estado Sucre (1926). En este último año fue recibido en
la Academia Nacional de la Historia.

Fue durante su segunda estadía europea, después de su matrimonio, cuando se


produjo el vuelco en su escritura que le permitió abordar asuntos y motivos
propiamente venezolanos desde perspectivas inéditas y explorando novedosos
recursos narrativos. La adquisición de una voz propia es patente a partir de Ídolos
rotos (1901) y Sangre patricia (1902), novelas en las que destaca, además de la
asunción de la estética del modernismo, una visión crítica y negativa de la
sociedad venezolana, de la que denunciaba la mediocridad y estrechez.

Ídolos rotos (1901) es la primera novela venezolana que dramatiza el conflicto


entre un artista nutrido de cultura e ideales foráneos y la realidad política y social
venezolana. Es significativo que esta obra fuera elogiada por Rubén Darío y
simultáneamente muy mal recibida por la crítica venezolana, empezando
por Gonzalo Picón Febres, el crítico más influyente en esos años, quien la
desestimó brutalmente. Sólo Pedro Emilio Coll supo ver en la primera novela de
Díaz Rodríguez una reflexión sobre la función social del artista.

La misma descalificación crítica recibió la segunda novela del autor, Sangre


patricia (1902), que fue en su momento apreciada por Miguel de Unamuno. En
este libro, Díaz Rodríguez exploró diferentes registros narrativos e incluyó un
elemento, el de la idealización amorosa y el onirismo, que posiblemente delata un
temprano conocimiento de la obra del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud.
Con el tiempo se ha visto en esta novela una de las obras precursoras del
surrealismo en Hispanoamérica. Pero sin duda no fueron los aspectos
innovadores, sino la visión pesimista de la coetánea situación venezolana evocada
por su autor, lo que motivó, también en este caso, la reacción adversa de los
lectores en el país.

Lógicamente, los críticos venezolanos manifestaron entusiasmo por su última


novela, Peregrina o el pozo encantado (1922), "debido a sus rasgos criollistas -
apunta Judit Gerendas-, a los que se consideraba superiores a los modernistas,
los cuales presuntamente no podían dar cuenta de la realidad venezolana".
En Peregrina o el pozo encantado, así como en algunos de sus cuentos
(como Música bárbara, 1903), la idea central es la irrupción de la modernidad
tecnológica concebida como un mal absoluto. Díaz Rodríguez ofrece una visión
pesimista de un mundo atrapado entre dos imposibilidades: recuperar la idealizada
pureza de un pasado donde el individuo vive en armonía con su entorno y puede
en él crear obras cargadas de valor para la comunidad, y vivir equilibradamente en
un mundo marcado por la deshumanización del trabajo masificado y la
despersonalización de las relaciones individuales.

En este sentido, su credo literario e ideológico es opuesto al de Rómulo Gallegos;


para Díaz Rodríguez, la peor "barbarie" es la que trae consigo la moderna
"civilización" de las máquinas y la lógica productiva. Quizá lo mejor de la obra de
este incomprendido de las letras venezolanas no esté en su producción narrativa,
sino en sus ensayos, sobre todo en Camino de perfección (1910); admirado por
José Enrique Rodó, este libro es uno de los clásicos del género en
Hispanoamérica. Manuel Díaz Rodríguez falleció en Nueva York en 1927, durante
un viaje que había realizado para recibir tratamiento médico por una afección en la
garganta.

Manuel Díaz Rodríguez

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