Está en la página 1de 5

“CUAUTLANCINGO”

Dubriel Garcia Rodriguez

Una tarde de noviembre, mi hermana me llamó para ir al panteón a llevarle flores a nuestros
difuntos, durante el trayecto, comentamos cómo había cambiado el pueblo de aquel que
conocimos de niños. Después de colocar las flores y mientras ella se quedó callada, tal vez
rezan do en silencio, caminé entre los sepulcros y descubri algo que me dejó paralizado. No
tuve fuerzas para lanzar un grito, y al punto del desmayo, trastabillé; alguien me tendió la
mano y trató de auxiliarme; pasados unos mi nutos recuperé el aliento y la calma, y a manera
de ex plicación empecé a contarle:

-Esto que te voy a narrar ocurrió hace muchos años en el pueblo. Los lugares perduran aunque
modificados por la acción de hombres y por el tiempo: la vieja escue la fue demolida y en su
lugar se erige la presidencia mu nicipal. Las personas no se sabe si en verdad existieron, pero
están presentes en el imaginario social.

La escuela era una vieja construcción rectangular de muros gruesos y dividida en seis salones;
en cada uno había dos ventanas rectangulares y una puerta que daba al patio principal; el
techo era de ladrillo sostenido por unas vigas de madera, las cuales amenazaban con caerse, el
pizarrón era de cemento y el piso de ladrillo. El mobiliario consistía en las conocidas bancas
binarias de madera. En un extremo del edificio habia un saloncito ocupado por las autoridades
del pueblo, donde solia asomarme porque había un nicho con la Bandera Na. cional y un
retrato de don Benito Juárez. Cuando las personas entraban se quitaban el sombrero.

Ese día, de las diez cuentas de sumar puestas por el maestro, sólo cuatro tenían palomita, las
demás, tache Me jaló las patillas y yo procuraba alzarme en las punti. tas de los pies para evitar
el dolor; luego fui a mi todo adolorido, no tanto por el jalón de patillas, sino por Hortensia, la
niña que hacía brincar mi corazón; ella me miraba con esos ojos negros llenos de melancolia.
Ojalá viniera el Etreuf-pensé- y se agarrara al maestro de las patillas y lo jalara hasta que pelara
los dientes, ¿Etreuf? jsi, tú lo conoces!, sale en los cuentos de Tawa, El Hom bre Gacela. Ahi los
nombres de los personajes son al re vés: Atineris es sirenita; Etnafele es elefante; Etreuf es el
hombre fuerte; jah!, también encuentras seres fabulosos, mitad hombre y mitad animal: el
hombre boa y el hom bre cebra. Ésos tiran flechas con sus arcos; pero el que se gana a todos
es el Homcabagui: ser mitológico que corre como un caballo, tira flechas como un hombre y
vuela como un águila. Cuando jugaba con mi hijo le decía: "iyo soy el Homcabagui!". Un dia
llegó un vecino y le preguntó: "¿Cómo se llama tu papá?", él respondió: "Homcabagui". lugar

Para llegar a la escuela tenía que andar por caminos arenosos y para acortar distancia, por
veredas, aún asi, demoraba como una hora desde la salida de mi casa has a llegar al colegio.
Cuando ibas rumbo a la escuela te encontrabas a doña Margarita. Esa señora siempre men tia,
te decla: "Lapenas vas a la escuela? Ya son las nueve, mejor ni vayas"-le creias y retornabas a
casa-, y no era cierto, vas de vuelta volando montado en el "homcaba. gui, perseguido por mi
madre, enemiga de la pereza.

En una ocasión mi papá me compró guaraches, y to dos en la escuela se burlaron por mis
"zapatos de húnga 10-decian- pero cuando estábamos formados me fijé en los pies de mis
compañeros, y la mayoría iban descal zos, eso si, sus pies muy limpios. Hortensia llevaba una
falda de cuadritos hasta abajo de la rodilla, cuyos olanes casi cubrían sus pies desnudos, una
blusa blanca de cue llo en cuadro con unas flores bordadas y mangas de glo bo, bien peinada
de trenzas que dejaba caer al frente, rematadas con moños rojos. Se veía muy bonita.
Todos los días por la mañana, luego de entrar, el maestro nos ponía a leer; no había libros de
texto gratuitos, pero teniamos uno titulado Horizontes. Cómo me gustaba leer la historia de
los nibelungos, el Cid Campeador, el Rey Arturo, la espada A veces, el maestro hacia concursos
de lectura rápida: te ponia a leer durante un minuto y cuando se cumplía, ¡zas!, golpeaba la
mesa con el borrador y se contaban las palabras; Hortensia ob tenia el primer lugar y yo, el
segundo. Siempre me intri gó saber cómo lograba leer tan rápido, algún secreto habla de
tener.

Durante el recreo ibas a la caseta de don Tomás. Ahi vendia muy barato: dulces, frutas, chicles,
pepitas y

"güesitos" de capulin. Tenia un hijo que iba en mi grupo,llamado Agricolo; a veces no nos
cobraba las golosinas, Si nos portábamos bien, el maestro nos contaba un cuento de su amplio
repertorio, casi uno diario. Me acuerdo de La Princesa de los Cabellos de Oro, el Prin cipe Feliz,
Componte mantelito, y Hoichi, el desorejado, también nos ponia a entonar una canción
popular de Se veriano Briceño:

Llegaron los camperos con sus guitarras cantando alegres

Vienen por los esteros entre zacate verde lejos se pierden en los potreros. Llegaron los
camperos.

Cuando llegue la noche la luna va a alumbrar, por el claro del monte lejos se ve llegar. Una casa
de adobe se esconde en el breñal ahí está mi campera la que me va a esperar.

En los caminos, cuando te encontrabas con otras per sonas les debías decir "adiós", aunque no
las conocieras, y ellas te respondían igual, pero cuando se encontraban personas adultas se
saludaban de distinta manera: "Bue nos días, ¿cómo está usted?, yo muy bien, para servir a
usted y a la Santísima Trinidad", al mismo tiempo se quitaban el sombrero. Otras veces
encontrabas a unos toros negros a toda carrera, mugiendo, arreados por sus pastores, me
provocaban tanto miedo que rápidamente subla a los bordos y me ocultaba tras un árbol, en
tanto mi mano sujetaba con fuerza la espada Excalibur, por si acaso,

Las casas eran de gruesos muros de adobe, techos de teja y pisos de ladrillo cuadrado; los
cuartos tenían su puerta a la mitad del muro, con una ventanita a un lado, y eran oscuros.
Había un lugar para poner los santos y otro para colgar fotografias en blanco y negro, que con
el paso del tiempo se habían tornado amarillentas: bauti 105, primeras comuniones,
graduaciones de sexto año, casamientos, o de ancianos que supongo eran los abue los. Eran
los momentos importantes en la vida cotidiana representados en una pared, como las pinturas
encontra das en las Cuevas de Lascaux, Francia. Los santos podi an estar en retratos o en
cuerpos de yeso. Aunque los espacios de unos y otros estaban separados en los muros,
simbólicamente se encontraban unidos: la fotografia del bautizo de los niños era del
veinticuatro de junio, rela cionada con el mero día de San Juan Bautista, patrono del pueblo.

También había calendarios de los cuales pendian agu jas o alfileres, tal vez para que no se
perdieran. Las casas contaban con amplios patios, a veces enladrillados, don de se
encontraban gallinas, guajolotes y perros, y unos cobertizos donde resguardaban su ganado. .

Circundando las casas se levantaban altos muros de adobe, como murallas coronadas con
ladrillos o una fila
de teja; la puerta principal era enorme y de gruesa made. ta, se abría con una llave en forma
de pistola Fijandose bien, cada casa era como un castillo medieval y en lugar de bosques se
encontraban extensos milperios las per sonas se desplazaban a pie, montadas en burro en bici.
cleta, no había caballería.

En Cuautlancingo habia altavoces tocando música du. rante el día, también servían para dar
mensajes: "se les comunica a todas las personas que en la casa de don Maximino se están
vendiendo chicharrones" o, "la si guiente canción está dedicada para el joven Ricardo, que hoy
cumple años, de parte de sus padrinos, que mucho lo quieren". Estos avisos se decian como
cantando y había que tener el estilo para anunciarlo; asi transcurria la monotonia de la vida en
una sucesión de épocas del año: labranza de la tierra, siembra del maiz y cosecha.

De algunas casas pendía una franela roja para indicar que ahi se vendia pulque, bebida del
pueblo por excelen cia. A veces podías encontrarte a doña Dorotea, tirada en los surcos de la
milpa porque se había echado sus pulques, y ya no podia llegar a casa por sí sola.

Un día, jugando al "toro destoque", un compañero me rompió la camisa y casi lloro, el maestro
lo regañó, pero yo seguía con la camisa rota, y eso era una desgra cia para alguien que sólo
tenía dos camisas; pensaba en la reprimenda de mi madre. Algo vino a salvarme: "Si quieres te
la remiendo" -escuché una tierna voz-, era mi Hortensia, quien ya hurgaba en su cajita en
busca del hilo de la aguja.

En una ocasión, unos amigos y yo no entramos a la escuela la semana completita, nos fuimos
de "pinta"

leer historietas. Encaramados en un jazmin de abundan ce follaje y de fresco aroma, nos


tiramos de espaldas co mo los gorilas africanos descritos por Dian Fosey, en Gorilas en la
niebla. Leiamos por puro placer el Charrito de On e Llanero Solitario, el Santo Enmascarado de
Plata, Kid Colt, Red Ryder, Tawa el hombre gacela, Tarzán el rey de los mon, Mamin Pinguin,
Flecha Verde, Supermán, y hasta el Kalimin, quien pronunciaba una frase que hacia mia
cuando mi hermano me apuraba en la lectura de una his torieta que él ansiaba leer:
"paciencia, mucha paciencia Solin, que tenemos toda la semana". Fueron días de in tensa
lectura, me "cai"; hoy me hubieran dado un diplo ma, en ese año me dieron una variza porque
el director nos descubrió y no tardó en denunciarnos con mi padre.

Mi mamá me mandaba a la tienda por azúcar, sal, o lo que le hiciera falta, para hacer ese
recorrido yo tenia un aro de metal que hacía rodar golpeando con un palito o empujando con
un gancho, eso sólo se lograba si uno iba corriendo, por eso cuando mi mamá tenia urgencia,
me aconsejaba: "Llévate el aro". Si no lo llevaba, me fi jaba bien en el camino y sus
alrededores, no fuera a en contrarme con unos forajidos de los que peleaban el Llanero
Solitario. Entonces descubria en las ramas del tepozán unos gusanitos negros con rayas de
color verde limón, para desplazarse se arqueaban juntando sus pati tas traseras con las
delanteras, como si fueran midiendo: les llamábamos "medidores". En el suelo encontrabas
escarabajos con su cuerno en la frente, y con él iban em pujando una pelotita de estiércol; me
tiraba de panza al selo y los observaba, queria ver cómo las amontonaban en tu casa, pero no,
nunca llegaban, solo han de aqui para allá rodando su pelotita, tal vez eran escarabajos niños.
Deblamos tener cuidado con los "azotadores" unos animalitos peludos como pedazos de
estambre ne gro, con muchas patitas, cuando te tocaban la piel sentias la muerte porque te
ardía; habia otros parecidos, pero no te pasaba nada al tomarlos con la mano, mientras no los
apretaras, eran los "chinaguates".
A veces me metía entre la milpa para llegar a los hue tos sin ser visto, comia: manzanas,
perones, higos, 4, ciruelas y duraznos, ¡qué dulces eran, pero... cuic porque si te sorprendia el
dueño, eran corretizas ter Los zapotes son frutos grandes como melones, verde fuera y blancos
por dentro, en cambio, los capulines pequeños, redonditos, negros, parecidos a las uvas, tas
dulces los unos como los otros, además, podías comer los que quisieras, nadie se molestaba
por ello.

Cuando la milpa estaba jiloteando aparecían mayates, unos insectos verdes que zumban al
volar, los atrapaba para amarrarles hilos en las patas; también había unos grises más
pequeños, silenciosos, algunos les llaman "burritos" y otros "frailes", pero son lo mismo.

Un día vi a unos campesinos sembrando maíz, echa ban tres semillas en el surco recién hecho
por la yunta y las tapaban arrimando tierra con el pie. Cuando les pre gunté por qué arrojaban
tres semillas, el más anciano me respondió: "cada semilla va a dar un elote, uno es para mí,
otro para los pájaros, y el tercero es para el caminan te". Al conjunto de las cañas secas de
maiz le llaman za. cate, a una sola y pequeña, "chinamite".

En las tardes mi papá llegaba del trabajo y, después de comer, se acostaba, me decía: "léeme
el periódico", yo leia en voz alta y él se dormia. Iniciaba con voz fuerte y poco a poco disminuía
la intensidad hasta transformarse en susurro. Pero cuando escuchaba el silencio, ordena ba:
¡sigue leyendo! Él leía mucho, le gustaba la historia, pero no las historietas, aunque para mí
eran lo mismo.

En aquel tiempo había tres maneras de saber la hora: escuchando el radio, mirando la sombra
de la barda y por el reloj de la iglesia del pueblo, el cual nunca entendi porque estaba en
números romanos. Quien iba a creer que los niños de ahora -cincuenta años después-tam poco
pueden leer un reloj de manecillas, y menos con números romanos. En el radio, aparte de la
hora, se es cuchaba una novela llamada Chucho el roto, a mi mamá le gustaba mucho; en el dia
oíamos La policia siempre vigila, y cómo olvidar el comercial de refrescos que se transmi tia
con un sonsonete: "chaparritas el naranjo no tienen comparación, tan, tan".

Finalizaba la década de los cincuenta. Las noticias re levantes de ese tiempo fueron el inicio de
la Revolución Cubana y el lanzamiento del primer satélite-El Sputnik I-cuando orbitó la Tierra.

En las tardes solia jugar con mis soldados, eran de olote, los clavaba en la arena simulando
ejércitos del Cid Campeador que peleaban a espadazos. Un dia pasó el hijo del capitán, un
muchacho riquillo. Se me quedó mi rando y como no le hice caso, exclamó: "si fueran sol
dados de verdad me quedaba a jugar contigo", y se fue. Entonces le grite: juega con tu papá,
jél sí es soldado de verdad!

En una ocasión mi papá recibió en pago por hacer unos escritos, varios costales de cebolla, y
decidió que yo podia venderlas en el mercado del pueblo. Cada domin go ponía mi puestecito;
no siempre recibía dinero, a ve ces las cambiaba por chayotes, frijol tierno o elotes. A mi me
daba vergüenza, pero pronto se me quitó, descubri que junto al puesto de cebollas, había uno
de jitomates, y vendía ahi, era mi dulce y bella Hortensia.

Intenté platicar con ella y me detuvo con un gesto, después me contó que su papá le tenía
prohibido acer. carse a los muchachos, sólo lo permitiría cuando cum. pliera quince años. No
hablamos más, pero creamos un código de miradas y señas para comunicarnos. Al prin cipio,
cuando la sorprendía mirándome, bajaba la vista y un tenue rubor asomaba a sus mejillas; días
después cambió: me sostenía la mirada y sonreía, entonces era yo quien se hacia el
disimulado. Ella guardaba como un te soro un huacal de muchos cuentos, y entre cliente y
cliente leia en voz alta. A mi me gustaba escucharla por que leia todo, incluso los disparos de
armas de fuego: "bang! ¡bang!", las balas zumbando "izing! ¡zing!", o risas "ja ja ja!". ¡Por fin
había descubierto su secreto pa ra ganar los concursos de lectura! Además de leer histo rietas
todos los domingos, lo hacía en voz alta. No tarde en copiar su método con un agregado:
leiamos al uniso no el mismo cuento. A veces me provocaba: tan pronto me veia llegar
empezaba: "llegaron los camperos con sus gu tarras cantando alegres..." y entonces yo
remataba: " casa de adobe se esconde en el breñal, ahí está mi campera la que me va a
esperar...". Ella cantaba muy bonito, me mi

raba y reía mostrando pequeños hoyuelos en las mejillas. Cierta ocasión, aprovechando la
ausencia de su padre, me pregunto si eran ciertos los rumores de que me mar charia del
pueblo para estudiar la secundaria; ante la respuesta afirmativa, dijo: "no importa, te esperaré
toda la vida".

Cuando terminé la primaria, salí del pueblo donde aprendi a leer entre nibelungos, caballeros
de la mesa redonda, santos enmascarados de plata, tawas, tarzanes, kalimanes, llaneros, y
otros tantos héroes, mis héroes, que llenaron mi infancia de sueños e ilusiones. Me dolió la
partida porque era mi pueblo de niño y de historietas, con su iglesia de torres altas, cúpulas
amarillas y sus fies tas: el Día de las Cruces y de San Juan, y los apellidos ilustres: Romero,
Paleta, Cotzomi, Tlaque y muchos más. Me fui triste y soñando, siempre soñando con La
Princesa de los Cabellos de Oro, que en mi realidad se llamaba Hortensia, a quien nunca tuve
el valor de confe sarle mi gran amor de caballero niño.

Cuando me convertí en adolescente y regresé, busqué a mi Hortensia con el deseo de decirle


tantas cosas que uno se va guardando; al caminar iba cantando: "una casa de adobe se
esconde en el breñal, ahí está mi campera la que me sa a esperar". Fue inútil, no la encontré
por ninguna par te, a pesar de que interrogué con insistencia a cuantos de escuela vi, nadie me
dio razón.

Y hoy, en el ocaso de mi vida, he encontrado la terri ble verdad de la desaparición de


Hortensia. Allí, en esa cruz con letras difuminadas por el paso de los años, se lee: "Aqui yacen
los restos de la niña Hortensia Romero,

falleció el dia 15 de noviembre de 1960, a la edad de ca torce años".

Mi hermana me tocó el hombro e interrumpió mis re cuerdos:

-Esa niña murió durante la epidemia de fiebre tifoi dea, ¿no te acuerdas, verdad? Iba contigo a
la escuela.

No dije nada, abandonamos el cementerio llenos de tristeza. Sólo repetia en silencio "Ahi está
mi campera...".

También podría gustarte