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EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.

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ARTÍCULOS

RELIQUIAS Y RELATOS:
CDNSTRUCCION DEL CX)NCEPID
DE «HISTORIA FENOMÉNICA»
GUSTAVO BUENO
Oviedo

os análisis que siguen son de tipo gnoseoló- merso en un «pasado» fantasmagórico, al mismo tiempo
gico, no son de tipo metodológico. La «me-, que este pasado se nos presenta como una atmósfera que
todología de la Historia» pertenece a la se respira únicamente desde el presente. Pero este pre-
• propia estructura de la ciencia, a su tecno- sente es precisamente el presente físicalista constituido
logía (la metodología de los stemmas es la por las reliquias.
^ c i e n c i a histórica lo que, por ejemplo, a k
metodología de la doble pasada es a la ciencia química).
La Gnoseología es filosófica,, su materia no es tanto la Este es un modo «denotativo» de designar el conte-
historia, cuanto la Historia —incluida la propia metodo- nido de lo que vamos a llamar «Historia fenoménica». :.
logía—. N o obstante, bajo la rúbrica «metodología» sue-
len acogerse cuestiones gnoseológicas y, aunque los en- Pero el análisis gnoseológico de este contenido plan-
tretejimientos son evidentes, conviene mantener la con- tea cuestiones muy complejas. En primer lugar, porque
ciencia de su distinción. los fantasmas del pretérito no son gratuitamente cons-
truidos (salvo cuando la historia se convierte en novela)
y no es fácil dar una razón precisa gnoseológica de los moti-
Cuando hablamos de «Historia científica», nos refe- vos por los cuales la Historia debe comenzar por construir
rimos a las «ciencias históricas particulares» (Historia so-
«fantasmas» —es decir— no es fácil redefinir la función
cial, Historia del Arte, etc.), y no a la «Historia total».
de estos fantasmas en términos gnoseológicos. (Aquí su-
Incluso la llamada «Historia general» (por oposición a la
«Historia del Arte», a la «Historia de la Ciencia»...) es geriremos que ellos son únicamente el soporte mínimo o
también (firente a la «Historia total») una «Historia espe- el «revestimiento imaginario» de las operaciones del pla-
cial», cuyo tema es la Historia política y económica. no i3 operatorio en el cual las reliquias han de ser re-
construidas, de suerte que nos remitan, eventualmente,
al descubrimiento de futuras reliquias: este es el único
sentido positivo que creemos posible atribuir a la predic-
tividad del futuro, asociada ordinariamente a la Historia
I. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN científica. Los «fantasmas» sólo figuran, por tanto, en la
Historia fenoménica, como operadores que enlazan las
«reliquias» diferentes entre sí). En^ segimdg_Jugar,
porque la Historia así establecida, sin perjuicio de que
1. La Historia —^la ciencia histórica— se construye pueda alcanzar evidencias tan apodícticás como las mate-
sobre ruinas, vestigios, documentos, monumentos: llame- máticas, no es sino una parte de la ciencia histórica, y
mos reliquias a todas estas cosas (reliquus —restante; re- acaso la de rango más bajo. ¿Cómo definir gnoseológica-
linquere —^permanecer). Pero el historiador, en cuanto tal mente la unidad, si es que existe, de esta ciencia históri-
no permanece inmerso en sus ruinas, no se limita a per- ca que llamamos Historia fenoménica y cómo establecer
cibirlas, a constatarlas en su corporeidad físicalista. Las sus relaciones (incluidas las relaciones de realimentación
puebla de «fantasmas». El «presente» (constituido por las con el otro tipo de Historia científica que (sin perjuicio
reliquias) aparece así, tras el trabajo del historiador, in- de que sus resultados sean mucho menos evidentes) con-

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sideraremos de rango más alto, denominándola «Historia que Gardiner ha llamado «falacia de la máquina del
teórica (no precisamente «Historia social»). Sobre todo si tiempo»(2).), cuando de lo que se trata es de analizar de
tenemos en cuenta la circunstancia de que, con este qué modo llegamos a la idea misma de pasado a partir de
nombre de «Historia teórica», designamos, más que a un único presente positivo que nos puede remitir a él: las
una ciencia unitaria, —^una «Historia total», una «Histo- reliquias son,desde luego, contenidos del presente —son
ria integral» que interpretaremos como un concepto in- «modificaciones» .de la corteza terrestre actual— y el
tencional y no efectivo —^ un conjunto de ciencias his- sentido más positivo de la fórmula habitual: «La Historia
tóricas muy heterogéneas (unas de índole social —^políti- se hace desde el presente» es, desde luego, este: «La
co, económico— y otras de índole cultural) y, por consi- Historia se hace desde las reliquias». Pero, para quienes
guiente, que la expresión «Historia teórica» nos remite a parten ya de la concepción del pasado como una suerte
una determinada propiedad, compartida por diferentes de entidad real <<per-fecta» (no «in-fecta», para utilizar la
ciencias históricas, y no a una determinada ciencia histó- distinción estoica, como lo es el presente operatorio)
rica, (sugerimos aquí, como criterio más adecuado para concebida epistemológicamente como envuelta en unas
formular el sentido gnoseológico de la oposición entre la brumas que se trataría sólo de rasgar (dejando al margen
«Historia fenoménica» y la «Historia teórica», la oposi- la contradicción ontológica de dar como real precisamen-
ción general entre las metodologías ^—operatorias y las te a lo que no existe sino como fantasma, de clasificar
metodologías íí-^-operatorias características de las cien- como hecho o evento precisamente a lo que no es un
cias humanas). ¿Dónde situar, entonces, al materialismo hecho sino un constructum, puesto que el hecho es la reli-
histórico en cuanto ciencia?. ¿Es Historia fenoménica o es quia) las reliquias serán, sin más, sobreentendidas como
Historia teórica? ¿Es Historia económico-social o es His- testimonios del pasado (de las sociedades pretéritas, de
toria cultural? ¿O es Historia total científica? ¿No es est^ los individuos pretéritos).
un concepto sin sentido?. Cuando se dice que Marx des-
cubrió, como Galileo, «el continente de la ciencia his-
tórica» ¿Se ha dicho en realidad algo, si no se nos ofre- ¿Qué puede querer decir todo esto en términos
cen las coordenadas gnoseológicas (Historia fenoméni- gnoseológicos?. Utilizando las coordenadas de la teoría
ca/Historia teórica; Historia social/cultural, etc.) de este del cierre categorial: que las reliquias no forman parte del
continente, de esta nueva ciencia.'' La realidad gnoseoló- campo recto de la ciencia histórica, sino de un campo oblicuo,
gica de un continente del que no se conocen las coorde- fenoménico. Las reliquias serán entendidas, de entrada,
nadas es similar a la realidad geográfica de un continente (para decirlo con terminología semiótica) como signifi-
como la Atlántida (1). cantes (presentes) de unos significados (pretéritos) que
subsisten más allá de ellos. Las reliquias serán signos que
2. Pocos historiadores negarán esta evidencia gno- nos representan algo distinto de ellos mismos; son refle-
seológica: que la ciencia histórica se apoya, exclusiva- jos de un pasado perfecto. Pero gnoseológicamente, la si-
mente sobre las reliquias. Pero no todos aceptarán el tuación no puede reducirse en modo alguno a estos tér-
análisis gnoseológico que estamos esbozando en torno a minos. En primer lugar, porque, por lo menos, ocurre,
su significado. En rigor, la cuestión comienza en este ya, en las ciencias históricas, algo que ocurre también en
punto: en el del análisis gnoseológico del significado de las ciencias físicas: que las «esencias» son el reflejo de
las reliquias en el conjunto de la construcción histórica, los «fenómenos» físicalistas, aunque la relación recíproca
y en el análisis de los procedimientos de construcción, deba establecerse de un modo cerrado por la propia
mediante los cuales ellas parecen ser desbordadas. Con ciencia (el argumento ontológico). El espectro es el reflejo
frecuencia, este análisis se pasa por alto. Se ejercita, aca- del átomo (ordo essendi), pero gnoseológicamente el átomo
so rigurosamente, el desbordamiento, y se formula el (el átomo de Bohr) es el reflejo del espectro; a partir de
proceso mediante una frase como ésta: las reliquias son los fenómenos espectrales comenzó aquél a ser científi-
los testimonios del pasado. «La Historia es la ciencia del camente construido. Así también, el pasdo será, ante
pasado» —se dice ingenuamente—. Los más críticos aña- todo, para la ciencia histórica, el reflejo del presente (el
den, con Croce: «De un pasado, naturalmente, compren- reflejo de las reliquias) y no recíprocamente. Las tareas
dido desde el presente» (un presente que envuelve todas de la teoría de la ciencia histórica consisten, muy princi-
las coordenadas de la comprensión, incluyendo los prejui- palmente, en el análisis de los mecanismos de paso del
cios ideológicos y las perspectivas prácticas orientadas al reflejo a lo reflejado, del significante al significado, en
futuro. Y en este sentido, dado que en el presente está el tanto estos pasos hacen posible el circuito de retorno.
futuro, podría concluirse, con el mismo derecho, que la En cualquier caso, toda construcción histórica que no
reconstrucción del pasado se hace desde el futuro). Pero quiera confundirse con un relato mítico («érase una
todas estas precisiones, aunque contienen determinacio- vez...») debe comenzar por el anacronismo de los fenó-
nes objetivas (si bien formuladas en términos obscuros y menos, por las reliquias, y por quienes las han trabajado.
metafísicos: «Futuro», «Presente»...) son precisiones de Es imposible hablar científicamente de Agamenón sin
índole epistemológica, más que gnoseológica. Se refieren hablar de Schliemann, de Tutankamon, sin hablar de
más a la crítica epistemológica que al análisis gnoseológi- Cárter, de Sargón, sin hablar de Layard. En segundo
co de los procedimientos de construcción histórica. Pre- lugar, porque el terminus ad quem de la construcción his-
suponen el pasado como algo dado de antemano (aunque tórica, el pasado, no tiene las características del terminus
deformado o refractado por el prisma del presente); el ad quem de las ciencias físicas. El átomo de Bohr, aún
pasado como algo a lo que habría que retroceder (es lo

(2) «Falacia de la máquina del tiempo», según GARDINER; «Los acontecimientos del pasado
subsisten en un mundo propio. Se tiene la Impresión de que si solo pudiéramos visitar ese
mundo, todo iría bien, y regresaríamos con un conocimiento incontrastable de lo que sucede
(1) Vid. la crítica de P. Vilar a ALTHUSSER; Hisíoire marxiste, histoire en consirucíion (essaj de allí». Desgraciadamente (continúa Gardiner), no podemos hacer tal cosa y nuestro conocimien-
dialogue avec hlúwmtz). Anuales, XXVIII, n° 1 (Enero-Febrero, 1973). to será fragmentario y defectuoso (Filosofía de la Historia, trad. esp., pág. 53).

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siendo un sistema construido (una esencia), ha de tratarse heterogéneas (militares, religiosas, urbanas, etc., etc.),
como si estuviese en el mismo plano (ordo essendi) que el por medio de las formas pretéritas, la naturaleza de estas
espectro (el fenómeno) que está siendo causado por la formas y su conexión gnoseológica con las reliquias, en
esencia, que es una realidad que coexiste con aquel, sin qué medida puede hablarse de un campo categorial uni-
perjuicio de que, al propio tiempo, el fenómeno coexista tario (el de la Historia fenoménica), integrado, precisa-
en un plano oblicuo, puesto que los efectos de las radia- mente, por elementos tan heterogéneos, y qué relaciones
ciones atómicas en el espectroscopio son el re- guarda con otros conceptos gnoseológico-descriptivos,
sultado del acoplamiento de ciertas instalaciones gnoseo- como pueden serio los de «Historia evenemencial»,
lógicas que no son esenciales al sistema mismo del «Historia-factual», «Historia-teatro», «Historia narra-
átomo. En cambio, el pasado al que llegamos tras la cons- ción», etc.
trucción sobre las reliquias, no cabe tratarlo como una
realidad coexistente con el fenómeno, sino precisamente De este modo, pretendemos fijar nuestra posición
como una «irrealidad», encubierta por la circunstancia de con respecto a las posiciones que el neo-positivismo ha
que es designada por significantes verbales («fue», mantenido ante las ciencias históricas. Brevemente, di-
«sido») tan positivos como los significantes que designan ríamos que compartimos con el físicalismo todo lo que él
el presente («es»). El pasado histórico no actúa sobre las tiene de crítica (más bien epistemológica) a la teoría de
reliquias del mismo modo como el átomo de Bohr actúa sobre el la Historia pre-positivista (la Historia como «ciencia del
espectro. Y paradójicamente, advertimos que los fenóme- pasado», etc.), pero, que nos separamos de él, en lo que
nos espectroscópicos son oblicuos a las realidades atómi- tiene de reductivismo. Reductivismo que, por otra parte,
cas, mientras que los fenómenos históricos, las reliquias, acaso no consiste tanto, aquí, en «rebajar» las estructuras
son, de algún modo, componentes rectos de las realidades de un «nivel superior» a otras pertenecientes a un nivel
pretéritas, son «contenidos formales» de la Historia. «inferior» (las estructuras biológicas a las químicas, las
culturales a las mecánicas...) cuanto en «reabsorber» las
determinaciones espectficas en otras genéricas, y ello al
3. Planteamos las cuestiones gnoseológicas primeras margen de que esta genericidad sea de un nivel ontoló-
de la teoría de las ciencias históricas como cuestiones gico más bajo (el que corresponde a los géneros anterio-
centradas en torno a los «procedimientos» de transición res a las especies) o sea (como ocurre aquí) de un nivel
(o construcción, regressus) a partir de las reliquias hasta más alto (géneros modulantes). Porque el componente
los fenómenos pretéritos, así como a los procedimientos fisicalista de las reliquias, en tanto mantenga la forma de
de enlace de los fenómenos entre sí, en tanto han de tales reliquias, no implica el descenso desde el nivel cul-
conducirnos de nuevo a reliquias (progressus) y, eventual- tural a un nivel genérico (absorbente): las reliquias no
mente, a la predicción del futuro fisicalista. De un futuro son tanto, para el historiador fisicalista, «carbonato calci-
que, si es predictible científicamente, es porque ya está co» o «celulosa», cuanto, por ejemplo, «sillares» o «pa-
determin áticamente coordinado con nuestro sistema, aun- pel». La genericidad considerada principalmente por la
que (ese futuro) nos sea desconocido. (Evidentemente, teoría de la Historia fisicalista es de índole epistemológi-
lo que se denota con la expresión «futuro gnoseológica- ca, y comporta, más que un rebajamiento de nivel, un
mente determinado» no puede ser otra cosa sino el con- empobrecimiento de los complejos procesos gnoseológi-
junto de reliquias aún desconocido). cos de construcción que ligan las reliquias y las formas
pretéritas (y ello junto con precisiones muy importantes
Podría ocurrir, y ocurre de hecho, que muchos his- en el orden fisicalista). Diríamos, pues, que el neo-positi-
toriadores protesten enérgicamente ante quien les pro- vismo fisicalista ha procedido aplicando a la ciencia histó-
pone semejantes objetivos científicos. Dirán que ellos no rica el principio general (certero) de la necesidad de una
se sienten estimulados por semejantes objetivos, sino, base fisicalista sobre la que se apoye toda proposición
por ejemplo, por el deseo de conocer el pasado humano, científica (considerada, epistemológicamente, como pro-
en tanto nos ofrece el marco para comprender el futuro. posición verificable) y se ha encontrado, más o menos,
Esta es una cuestión psicológica que, naturalmente, no se con lo que llamamos «reliquias» en cuanto correlato, en
trata aquí de impugnar. ¿Quién duda un momento de la las ciencias históricas, de lo que son los datos fisicalistas
sinceridad de tan nobles propósitos?. Pero, también po- en las ciencias naturales. Ahora bien, al atenerse a la
dría ocurrir que un físico protestase enérgicamente ante perspectiva de este principio fisicalista de verificación, el
quien le asigna como misión establecer, por ejemplo, el neo-positivismo se mantiene en un terreno abstracto
cierre de la teoría de las máquinas de vapor, alegando genérico, que pone entre paréntesis los mecanismos gno-
que su estímulo verdadero (su finis operantis) es el de seológicos de transición de los datos fisicalistas a las
resultar útil a la industria (incluso llegando a descubrir el formas pretéritas, o los reduce a mecanismos lógico-pro-
perpetuum mobile). Pero los motivos psicológicos son ex- posicionales, dentro de la teoría de la ciencia bipotético-
trínsecos a la estricta tarea gnoseológica (finis operis) e deductiva. «Toda afirmación acerca del pasado es equiva-
incluso pueden entrar en contradicción con ella. lente a una afirmación acerca de registros, documen-
tos...» decía Ryle (3). Pero esto no es cierto. No hay tal
Lo que nos importa, desde el punto de vista gnoseo- equivalencia —esta equivalencia no es otra cosa sino el
lógico, son las cuestiones relacionadas con el proceso de resultado de aplicar la perspectiva genérica a la que nos
cierre histórico, con los circuitos i constituidos por los referíamos. «Decir que sabemos que tal acontecimiento
procesos de transición de las reliquias a las formas preté- ocurrió en el pasado, equivale a declarar una pretensión:
ritas (el «pasado»), en la medida en que éstas nos de- la pretensión de que si se nos pide que produzcamos
vuelven de nuevo a las reliquias en un proceso recurren-
ce. Nos interesa la cuestión en torno a la naturaleza de
la unidad que pueda adscribirse a una ciencia constituida
en la construcción de estas conexiones de reliquias tan (3) RYLE, Análysis. 1936; GARDINER. op. cit., pig. 54.

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razones concluyentes .para justificar nuestra afirmación, teológica del mundo, como aquella que podemos atribuir
podremos producirlas» dice Dakeshott (4). Desde luego, todavía, sin temor a equivocarnos (y sin olvidar las
en una reducción dialógica de la cuestión. Pero la verda- excepciones), a la época del Renacimiento. Si todas las
dera cuestión comienza aquí: en el análisis gnoseológico formaciones de nuestro mundo deben ser entendidas
de esta «producción de razones concluyentes», que es como el resultado de la acción de dioses o de démones,
algo distinto de señalarlas deícticamente, como se señala las «reliquias» quedarían desdibujadas como tales. Dios
el interior de la «caja negra», en lugar de abrirla. La modeló con una arcilla (que, a su vez, había sido previa-
«caja negra» es aquí la misma ciencia histórica. mente creada por él) los cuerpos humanos; Dios había
llevado la mano de Moisés cuando éste escribía El Géne-
sis; esos inmensos apilamientos de sillares que hoy atri-
buímos a los romanos (reliquias de acueductos) habían
sido, acaso, fabricados por el diablo. Es preciso que los
II. RELIQUIAS Y RELATOS cielos y, sobre todo, la Tierra queden hmpios de dioses
y de démones, para que los hombres aparezcan como los
únicos fabricantes. Ni siquiera los animales, llegará a
decirse, pueden fabricar, porque son máquinas, autóma-
4. Las «reliquias» son «hechos», hechos físicos, cor- tas (5). Esta concepción del hombre como único ser do-
póreos, presentes. Pero no son hechos brutos, dados por tado en el mundo de inteligencia tecnológica (gnoseoló-
sí mismos, como sustancias aristotélicas. Son realidades gicamente: como único ser inteligible en el plano |3-ope-
que subsisten, por de pronto, en contigüidad con otras ratorio) aunque sea errónea, será el núcleo en torno al
realidades que no son reliquias, «entretejidas con ellas». cual se organizará la idea moderna de «Hombre», una
Es preciso deslindar, en el «continuo» {complejo) de las idea, por cierto, esquemática y demasiado rígida (ante-
realidades presentes, aquellas que son reliquias y aquéllas rior a la teoría de la evolución, que sólo comenzará a
que no lo son. Las operaciones que hacen posible esta abrirse camino al final del siglo XVIII). Idea moderna de
delimitación, (operaciones que pertenecen precisamente «Hombre», (como tema de las ciencias humanas) que
al plano |3-operatorio) suponen, en cada caso, un conjun- comporta, a la vez, la universalidad de la razón (digamos:
to complejo de precondiciones, cuya generalización y del plano |3-operatorio, como perspectiva común a todo
cristalización se encuentran en el origen mismo de las lo que es humano) y que es, al mismo tiempo que el tér-
ciencias humanas como ciencias históricas, y es claramen- mino de una idea cristiana (el hombre «rey de la crea-
te observable a partir del siglo XVIL El concepto de ción» «el único dios en la tierra. Cristo»), el principio de
reliquias, con alcance gnoseológico, forma parte, así, de la eliminación del cristianismo medieval y renacentista.
un sistema cuyas líneas principales podrían describirse Se ha pretendido dar cuenta de este nuevo «humanis-
del siguiente modo. mo» a partir de las coordenadas existencialistas, a partir
del concepto de una conciencia de la propia nihilidad del
Dasein como «conciencia del vacío», entendido «a la
En el ámbito del mundo físico, se configuran ciertas francesa», y así Foucault ha sostenido que el hombre (di-
formas, percibidas como fabricadas por hombres, según gamos, el Dasein) es un «invento del s. XVII», un in-
operaciones similares, a las que el propio investigador (el vento que habría tenido lugar mediante el autodescubri-
precursor del «sujeto gnoseológico») ha de ejecutar para miento de su propio hueco, de la conciencia de sí como
comprenderlas como tales formas destacadas de las for- el lugar vacío (6). Pero a nuestro juicio, las categorías
mas que las rodean, es decir, en el plano ^-operatorio. heideggerianas (o sartrianas), por disimuladas que se den,
Por ello es esencial a la dialéctica del concepto de «reli- no son suficientemente potentes para analizar la gran
quia», su inmersión en un contexto áe formas que no lo novedad que estamos considerando en sus repercusiones
sean, es decir, que no hayan sido construidas por el gnoseológicas. Para decirlo en el contexto de Foucault:
hombre, ni por nadie que opere antropomórficamente. el nuevo humanismo no habría aparecido a consecuenncia
Dicho exactamente: que no pueden ser comprendidas en de una conciencia que asciende y cristaliza en el hombre
ün plano íí-operatorio, sino en un plano/? -operatorio. El a partir de su propio ser, sino a consecuencia de una
concepto operatorio de reliquia, tal como lo estamos progresiva trituración de las evidencias dé que, tras las
construyendo, implica, por tanto: formas del mundo que nos rodea, actúan los ángeles, los
démones, o los propios dioses, el propio dios que hace
A. Que presuponemos dadas estructuras o forma- milagros (7). Por ello diríamos que es ciertamente en
ciones que, aún conocidas operatoriamente, no hayan Castilla (preservada de la religiosidad protestante) en
sido operatoriamente establecidas. Si esto no ocurriera donde las primeras nuevas evidencias cristalizan, pero no
alguna vez, el concepto mismo de operación perdería su tanto en el campo de la pintura, (el Velázque'z, de
significado objetivo. Solamente si hay operaciones que Foucault) cuanto en el campo del pensamiento abstracto,
pueden ser, no ya «proyectadas en los objetos» (la cau- en la tesis del automatismo de las bestias, de Gómez
salidad, de Piaget), sino eliminadas del objeto, es posible Pereira, precursor de Descartes. Descartes es quien ha
que las operaciones tengan la forma de tales, y ulterior-
mente, que pueda ser construido el concepto de un pla-
no íi-operatorio. La evidencia de que existen formacio-
(5) Vid. cap. IIl, & 4 (Pescartes). D e nuestra obrz-- Esíaíuto gnoseológico dt las ciencias humanas
nes constitutivas de nuestro presente que son debidas a (Ined.).
causas no operatorias —cuyo ejemplo límite son las
(6) FOUCAULT, Les mots et les choses, cap. L La fórmula utilizada por FOUCAULT para des-
causas mecánicas, o las leyes del azar- no podría abrirse cribir al Hombre moderno acaso procede de la fórmula que Maurice LEENHARDT utilizó para
describir al «Hombre canaco»: «El lugar vacío es él (dice LEENHARDT, presentando un dia-
camino en el seno de un concepción antropomórfica o grama de los cuerpos) y el es quien tiene un nombre» (Do Kamo, París, Gallimard. 1947, cap.
XI).

(4) GARDINER, op. cic, pág. 51. '' (7) Vid. parte II, cap. III & 4-, de Estatuto etc.

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trazado el primer cuadro de conjunto de la nueva situa- sustancia metálica, especialmente en las nubes negras,
ción: el mundo es la totalidad de las formas que se con- que se coagula con la humedad circunfusa y que se aglu-
figuran en virtud de procesos mecánicos (plano '^-opera- tina en una masa (parecida a las de la harina amasada con
torio) y los hombres, una vez eliminados los ángeles y agua) y posteriormente se endurece a causa del calor, el
los genios malignos (o alejados a una distancia tal que los igual que un ladrillo» (8). No basta saber que «hay algu-
hace inoperantes ante las evidencias del cogito) son los nas formaciones fabricadas por el hombre» frente a todas
que únicamente actúan inteligentemente (en nuestros las demás, debidas a causas naturales y no a demonios o
términos: plano /3-operatorio), de suerte que pueden a dioses. Es preciso poder determinar, en cada caso, qué
comprender sus propias obras como producidas por formas pertenecen a una clase (las reliquias) y cuáles per-
ellos: verum est factum (Geunclinx, Vico). Solamente sobre tenecen a la otra (a la de las formas naturales o a la de
este fondo mecánico podrá destacar el concepto de «reliquia», aquéllas que se deriven naturalmente de reliquias pre-
como formación corpórea detrás de la cual está presente, vias). Porque sólo entonces es cuando podemos decir
precisamente, el homo-faher de la revolución industrial y que estamos ante un concepto operatorio de reliquia y
este concepto volverá a hacerse borroso cuando alguna que los conceptos (3-operatorios son efectivos y no «ideas
corriente del idealismo alemán pretenda reducir la totali- generales» (en el sentido de Bachelard; precisaríamos:
dad de las cosas a la condición de posiciones del Yo. La ideas generales absorbentes) tales como «un cierto vaho»
conciencia moderna del hombre se destacará, así, ante «una aglutinación». (El concepto de «formas que proce-
todo, por la negación de los ángeles y de los démones. den por vía natural de otras formas-reliquias» plantea
N o como la conciencia de un vacío, sino como la con- dificultades especiales —por cuanto a veces esas formas
ciencia de una actividad fabricadora que sólo puede reco- derivadas no podrían, sin más, reducirse a formas natu-
nocerse a sí misma en sus propias obras. Por ello, cuan- rales que aquí no consideraremos).
do en nuestros días vuelve una y otra vez a hacerse pre-
sente la sospecha (o la certeza) de que formaciones im- 5. Las reliquias constituyen, por tanto, una clase de
portantes de nuestro mundo (desde inscripciones aztecas, objetos corpóreos, dados entre otros objetos corpóreos
hasta ruinas egipcias) no han sido producidas por hom- (fundidos al paisaje, o a otras formas naturales de las que
bres, sino por extratrerrestres, que visitaron la Tierra ca- difícilmente pueden disociarse), pero caracterizados pre-
balgando en platillos volantes (Peter Kolossimo, Sendy, cisamente por esto: porque se nos presentan como efec-
etc., etc.), hemos de ver cómo resucitan los antiguos to de operaciones humanas. Tomamos como criterio de
démones y ángeles del helenismo y del renacimiento, y las operaciones humanas la similaridad al propio sujeto
como, lo que aquí nos importa propiamente: el concepto gnoseológico, en cuanto sujeto operatorio. Por ello, las
de reliquia, vuelve de nuevo a desdibujarse. Perderán su reliquias no son meramente restos (como pudiera serlo el
condición de reliquias, pongamos por caso, las ruinas de polen de Gradmann, tan útil, con todo, a los historiado-
Tihuanco. El concepto de «reliquias», en cuanto constitutivo res —pero en un sentido similar a aquel en el que la
del campo de las ciencias históricas modernas, implica la exor- Historia del hombre puede ser útil al geólogo). Las reli-
cización de los demonios, no sólo de los cuerpos de los hombres,. quias son restos dotados de un nombre (operatorio), aun-
sino de toda la faz de la Tierra, y en todas sus épocas geoló- que este nombre sea desconocido. Este es, probablemen-
gicas. En el momento en que una sola de las reliquias te, el criterio más profundo, aunque no siempre aplica-
que aparecen en ella fuera interpretada como resultado ble, para establecer la distinción entre reliquias y los res-
de la actividad fabricadora de un demon (de un «extra- tos paleontológicos. En un libro de Frederic A. Lucas,
terrestre»), el campo de las ciencias históricas perdería Director del Museo de Ciencias Naturales de Nueva
su propia estructura, sus propios límites. Y ello, precisa- York, figura esta anécdota: «Lo que más me admira de
mente porque estos límites no se establecen a partir de su ciencia —dice una señora que contempla esqueletos
un corte epistemológico (formas fabricadas por alguien/ de dinosaurios, de estegosaurios, al paleontólogo— es
formas naturales) sino a partir de un interna percepción cómo han podido llegar ustedes a saber los nombres de
de lo que es fabricado por sujetos, similares en todo a estos animales» (9). Esta ocurrencia nos sirve, al menos,
nosotros mismos, y en continuidad física (tradición) con para subrayar la aguda oposición entre los planos a-ope-
ellos. Es la extensión o propagación de esta percepción ratorios y /3-operatorios, a la vez que para constatar de
Interna, la que determinará, desde dentro, sus límites, qué. rnodo esta oposición queda sistemáticamente encu-
aquello que es natural, como clase complementaria de lo bierta en el proceso de atribución de «nombres científi-
que ha sido fabricado por los hombres o, incluso, por cos», que no tienen por qué coincidir siempre con los
sus predecesores antropomorfos. nombres vulgares y que muchas veces no existen. Pero
cuando no existen, entonces, aún cuando estuviéramos
ante «objetos himianos», estaríamos, probablemente,
B. Por ello también, es necesario al concepto de situados en el plano a-operatorio. N o todo aquello que
reliquia el que las formas conceptuadas como tales no sólo puede aparecer en el mundo fabricado por el hom-
puedan explicarse como efecto de causas impersonales, bre, es recíprocamente /S-operatorio. Basta pensar que,
mecánicas, sino como efecto de la actividad humana. La aunque dos edificios de una ciudad hayan sido fabricados
determinación de las formas precisas (tan distintas entre no por dioses, sino por hombres, (exigiendo por tanto un
sí) que han de entenderse como efectos de esa actividad, tratamiento |3-operatorio), su mera relación entre ellos
y la separación de las otras, es el único camino para el (con las figuras que ella determina, y que son, por ejem-
exacto establecimiento de la «escala» del campo de las plo, perspectivas culturales y no naturales) acaso ya no ha
reliquias, y de su anomalía, de sus diferencias y seriacio-
nes, de las leyes categoriales a que efectivamente obe-
dece. Todavía a mediados del siglo XVII, Ulises Aldro-
vandi describía las «reliquias paleolíticas» como «debidas (8} Apud Glyn Daniel, op. cir., pág. }A.
a una mezcla de un cierto vaho de trueno y rayo con (9) F.A. LUCAS: Animáis oflhtPasl. New York, 1913, pig.

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sido propiamente «fabricada», sino que es una resultancia demos pasar del presente al pasado.'. Cuando se da esta
que desborda el plano p-operatorio, en su forma más cuestión como resulta, el mecanismo de la tradición apa-
simple. rece oculto —o incluso se sobreentiende erróneamente
que son los objetos, por su supuesta actualidad objetiva
Las reliquias son objetos corpóreos, fabricados por de reliquias, los que, por sí mismos, nos remiten al pasado
sujetos similares al sujeto gnoseolQgi<^. Pero, a su vez, (un error sistemático, que se reproducirá una y mil ve-
las reliquias vienen definidas por una .marca negativa que ces, porque no es sino un modo abstracto-técnico de
se sobreañade a la marca genérica positiva: las reliquias denotar la actividad del historiador, que utiliza «reli-
no han sido fabricadas por hombres actuales, sino por sujetos quias» que «le hablan por sí mismas»). Pero ésto es una
similares a los hombres actuales. ¿Qué quiere esto decir, en petición de principio, que, a su vez, incluye la imagen
términos gnoseológicos?. Muy poco, o algo muy trivial, errónea del pasado como una estela que ha quedado
para quien dá ya por supuestos los fantasmas demiúrgi- atrás, respecto del presente, y que debiera anudarse" a este
cos. Mucho, para quien parte de la constatación del presente globalmente, como su pasado (testimoniado por
mundo presente como algo en el que hay objetos p-ope- las reliquias). La situación es muy distinta: si nos atuvié-
ratorios y otros que no lo son; para quien sólo a partir ramos únicamente a los objetos culturales, habría que decir
de aquella unidad (objetos fabricados por hombres, pero que éstos no podrían remitirnos a un pretérito: ellos son
objetos presentes) establece una disociación bastante pa- puro presente, incluso cuando su aspecto sea ruinoso;
radójica, a saber: objetos que han sido fabricados por porque las «ruinas>>__también son presentes.
hombres, pero que no han sido fabricados por hombres
vivientes, sino por difuntos, por hombres pretéritos que, por
Si los objetos culturales presentes pueden remitir-
tanto, no pueden ser percibidos. Pero esto es tanto como
nos al pasado es sólo por la mediación del presente políti-
decir que las «reliquias» son ya un concepto crítico, dia-
co-social, en cuanto que no es una entidad homogénea (a
léctico: lo fabricado por sujetos desconocidos S^Í? tale,
la que pudiera anudársele globalmente una «estela» pre-
invisibles. Por. consiguiente, al concepto de reliquia sólo
térita), sino una entidad heterogénea, rugosa o —con
cabe llegar de un modo constructivo, no perceptual, y
palabra también estoica— «anómala». De este modo, el
los planos de aquella construcción son muy complejos.
nexo entre el presente y el pasado sólo podrá entenderse
(Estos planos quedan ocultos y parecen superfluos a
como un desarrollo de los nexos entre las partes del presente
quien, míticamente, se representa, de un modo «intuiti-
anómalo entre sí, consideradas desde ciertas perspectivas.
vo», a \os fantasmas como si fueran personas vivientes, si
Correspondientemente, la ingenua fórmula según la cual
bien neutraliza su afirmación al ponerlas como presentes
«la Historia aparece a consecuencia del interés por el
en otro mundo imaginario). Es necesario, por de pronto,
pasado» ingenua porque (sobre todo cuando el concepto
que para que objetos dados en el mundo presente (rela-
de «interés» se toma en su reducción abstracta psicológi-
cionados, por tanto, con los hombres presentes) aparez-
co-individual, sin tener en cuenta que todo interés indi-
can, sin embargo, desconectados de esos mismos hom-
vidual está socialmente configurado) siendo el pasado
bres, a través de los cuales comienzan a ser entendidos
justamente aquello que la Historia construye, la fórmula
como objetos culturales, que esos objetos se nos mues-
revela tener la misma estructura de aquella otra que
tren como distintos de los actuales (y en ello tiene, sin
explica la acción soinnífera del opio por su «virtus dor-
duda, participación fundamental la propia imaginación
mitiva». Puede ser sustituida por otras fórmulas que nos
mítica que hay que comenzar, ya, por atribuir, aunque
permiten dar cuenta de ese mismo interés por el pasado
sea para ser destruida, a quien posee el concepto de reli-
y del pasado mismo. Nosotros suponemos que es a par-
quia). ¿Acaso son distintos porque estaban ocultos, por-
tir del presente social anómalo [¿íi'-cÍjpaJ^of ]• como es nece-
que ya no se usan, o porque están destrozados?. Pero
sario y suficiente proceder para llegar al concepto del pa-
todas estas circunstancias también pueden afectar a los
sado histórico. La anomalía del presente, a que nos referi-
—y afectan muchas veces— objetos actuales. N o es nada
mos, consta de los diversos escalones constituidos por las
trivial, por tanto, el establecer el mecanismo según el
«clases por edad» de los sujetos que conviven envueltos,
cual llegamos a determinar alguna forma física como reli-
por otra parte, en un sistema de relaciones «simétricas,
quia, particularmente si atendemos a un rasgo gnoseoló-
transitivas y reflexivas» mantenidas principalmente en el
gico más característico, a saber su perfección. Una reliquia
proceso lingüístico. La teoría del «presente anómalo»
es perfecta, —es decir— acabada. La reliquia conserva en
tiene, pues, una base genérica de naturaleza etológico-
su estado (incluso ruinoso) algo que importa por sí mis-
lingüística y no se apoya en hipótesis excesivamente es-
mo, que es intangible. Los objetos actuales (máquinas,
pecíficas sobre ritmos históricos. La tesis del «presente
viviendas) son, como dirían los estoicos por boca de
anómalo» —las «clases por e d a d » - ha sido interpretada
Varrón, infectos, porque están siendo utilizados y desa-
por la teoría de las generaciones en un sentido muy pecu-
rrollados, sin que hayan llegado a su acabamiento. Una
liar y poco fundado, al concretarla en la doctrina de los
reliquia es un objeto apartado de este desarrollo y con-
«grupos generacionales», de quince años de duración
vertido en sacrum. Es interesante asociar esta caracterís-
pública, período erigido en unidad del ritmo histórico
tica de las reliquias (su perfección) con su atribución a
(10). Pero el ritmo histórico de las generaciones no es
sujetos, también iiunutables, fenecidos. Las reliquias son
universal, porque depende de otros patrones culturales
perfectas, precisamente y en la medida en la cual, quienes
(industrialización, procesos de clases sociales, etc.). A
las fabricaron, ya no pueden volver a fabricarlas ni pue-
partir de la estructura del «presente anómalo», del
den comparecer jamás ante nosotros. (Comparecerán sus
solapamiento de las clases por edad, en unas sociedades
restos, sus esqueletos, pero justamente en cuanto obje-
en las cuales el lenguaje ha llegado a ser el principal ins-
tos, y no en cuanto sujetos).
trumento de socialización, podemos intentar construir el
¿Cómo podemos pasar a la determinación de los objetos
presentes como reliquias o, lo que es lo mismo, cómo po- (10) J. MARÍAS: Teoría délas generaciones, Madrid, Revista de Occidente, 1950.

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concepto de Historia. No ya a partir de un supuesto interés opuesta a la Prehistoria. Esta oposición certera, se
por el «pasado», sino a partir de la presencia, para cada impuso en virtud, diríamos, de la naturaleza misma de
clase de edad, de las clases de edad más viejas: la presencia las cosas. Pero las interpretaciones gnoseológicas de ella
sistemática de personas (dotadas de lenguaje) que poseen dejan mucho que desear. Y acaso, por esto, dada la debi-
experiencias (tecnológicas) propias, y que relatan (tradi- lidad de estas fundamentaciones, ha sido constantemente
ción) a las clases de edad más jóvenes. Sólo a través de impugnada. ¿Acaso no es un privilegio gratuito, otorgado
estos relatos podemos concebir como algunos objetos culturales por los propios escribas —un privilegio «gramma-céntri-
pueden asumir la forma de reliquias. co»— el considerar a la escritura como fuente o reliquia
absolutamente peculiar frente a todas las demás?. Consi-
Podría pensarse que las «reliquias literarias» —los derada como fuente ¿Acaso no han resultado ser tanto
documentos o los textos de la Filología— son, a la vez, rela- más fértiles las fuentes arqueológicas y epigráficas, que
tos y que, por tanto, la distinción entre reliquias y relatos las fuentes literarias en el descubrimiento de antiguas
es confusa. Sin embargo, hay razones que nos inclinan a civilizaciones.-*. Las fuentes arqueológicas ¿no son suscep-
mantener la inclusión de los textos en la clase de las reli- tibles, no menos que las literarias, de una interpretación
quias (sin perjuicio de que ellas deban, ulteriormente, «apotética» y «mitemática»?. Así, los «secretos» —si los
subdividirse de un modo interno y sistemático), de suer- tiene— de la pirámide de Keops no consisten tanto en
te que estas mismas reliquias (los textos o documentos) determinaciones internas físicamente a su mole, ni se
están necesitadas de relatos, en el sentido estricto, para
que se aparezcan como tales. Podríamos ilustrar lo que
decimos recordando el papel que el copto desempeñó en descubren penetrando en su interior y permaneciendo
el desciframiento de las «reliquias jeroglíficas» por en él, en su «cámara funeraria», después de recorrer un
Champollion, y conforme había ya predicho el padre pasillo en rampa muy inclinada, según un ángulo de 26°,
Atanasio Kircher. Reliquias y relatos se presuponen mu- 18', 10". Acaso la clave de esta inclinación sólo la poda-
tuamente, y no podríamos formar el concepto de unas al mos conocer introduciendo —como hacen Smith y
margen de las otras. Toda la Historia científica se basa, Eith—- un objeto lejano, apotético, la estrella Alfa del
según esto, en la «tecnología» (lingüística) del relato Dragón (la estrella Polar de entonces) como objeto perci-
— del «mito» — , y del relato mediado precisamente por bido a lo lejos; pues, al parecer, en la prolongación de
las reliquias. El pasado histórico es, literalmente, el con- esta pendiente, más allá de su ventana, orientada precisa-
tenido de ese mito (un contenido mitemático), la prolon- mente en esa dirección, se encontraba la Estrella Alfa de
gación ideal y recurrente de la estructura del presente Dragón (11).
anómalo, y no una «dimensión» globalmente anudada
(en virtud de una «intuición o sentido histórico») a un Utilizando los mismos conceptos de los cuales nos
presente, también globalmente considerado. El «pasado» hemos valido para distinguir las reliquias (plano j3
es, así, un concepto regresivo a partir, no del presente, —operatorio) de las formas naturales (plano o-—operato-
sino de unas partes de este presente hacia otras partes rio) reconstruiríamos, aunque sólo aproximadamente, la
del mismo presente. Esta precisión tiene consecuencias distinción entre reliquias-monumentos y reliquias documen-
muy importantes en orden a la estructuración del con- tos, como distinción de alcance gnoseológico, del siguien-
cepto de Historia. Principalmente, ésta: la Historia (no te modo:
mítica) es, de algún modo, la destrucción del presente,
%\x desbordamiento. Mientras el mito es la construcción o —Hay un tipo de reliquias que, a través de reglas
progressus del presente a partir de sucesos que in illo tem- operatorias puestas por el historiador (por los relatos, en
pore ya lo tenían incorporado. el sentido dicho), nos remiten a otras reliquias (y fantas-
mas). El jplano |S—operatorio es ejercitado, exclusiva-
3. Las reliquias constituyen el componente fisicalista mente aplicado en el sentido del relato a la reliquia.
del campo de las ciencias históricas. Naturalmente, el
campo de estas reliquias es muy variado: ellas pertene- —Hay otro tipo de reliquias que, a su vez, se nos
cen a muy diferentes clases (constitutivas del propio presentan, ellas mismas, como relatos. El relato estricto
campo gnoseológico). Las posibilidades de diferenciación es necesario, sin duda (el copto en los jeroglíficos); pero
de estas clases son muy diversas (reliquias de piedra —ta- este relato estricto nos conduce a reliquias que, a su vez,
llada o pulimentada- reliquias de metal). Pero aquí nos son relatos —es decir— que nos presentan a los propios
importa introducir la diferenciación más general y pro- sujetos operatorios en la actitud de relatar ellos mismos,
funda, cuanto a su significado estrictamente gnoseológi- de suerte que pueda decirse que «interpretar la piedra
co, por respecto a la propia teoría de las ciencias históri- Rosetta» sea reproducir similares operaciones (lingüísticas)
cas. Esta diferenciaciónn debiera estar fundada en los a las que los propios egipcios debieron hacer, para remi-
propios conceptos que venimos utilizando. tirse a los objetos (reliquias, para nosotros) por ellos de-
signados.

Por lo demás, denotativamente, nuestra clasificación


(11) Richard H E N N I G , «El secreto <Je la Pirámide de Keops», incluido en Grandei ittigmas,
de las reliquias se coordina, grosso modo, con la clasifica- op. cit. (pág. 43 y ss.). La «Pirámide» es aquí entendida desde un «modelo envolvente» (una
esfera). Lo más interesante: Este «modelo envolvente» (vid. Parte I, sección IV, cap. III, & 12)
ción ordinaria en monumentos y documentos (en tanto que, que tiene con la reliquia (vid. Pane 11, cap. 11, & 4) la relación de todo (nematológico) a parte,
en esta oposición, queda recogida principalmente la dife- está introducido con un sentido ra Kjperatorio, puesto que el modela figura precisamente en
cuanto atribuido a los arquitectos de la Pirámide. Conocer la «historia verdadera» de la Pirámi-
rencia entre reliquias no escritas y reliquias escritas). Las de de Keops es aquí algo así como «conocer el pensamiento» de quienes la proyectaron y
ocultaron sus planos de construcción <Si/Sj). El fenómeno (la reliquia, en cuanto apariencia, para
reliquias escritas constituyen un tipo de reliquias tan ca- los profanos, de mero apilamiento de sillares) es aquí un fenómeno él mismo fabricado (por la
racterístico, que sobre ellas se ha intentado fundar preci- supuesta ocultación de los planos de construcción). La teoría nos remite aquí el plan (o prolcp-
sis) del propio hecho-reliquia, cerrándose el circuito en el plano fenoménico (un plano /j -ope-
samente el concepto de Ciencia Histórica, en cuanto ratorio, tecnológico)..

EL BASILISCO 11
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Si los monumentos son reliquias, en general, térmi- relator está envuelto por el texto, y puede ser sometido
nos de nuestros relatos, los documentos, así entendidos, a crítica. Una nueva forma de conocimiento objetivo es
son «reliquias» de segundo orden, «reliquias de relatos». posible y ésta es la Historia.
Y esto nos descubre su privilegiada significación gnoseo-
lógica: no serían una «fuente más» (acaso más rica en in-
formación), sino una fuente cualitativamente diversa gno-
seológicamente. Pues así como el relato era el modo por III. HISTORIA FENOMÉNICA
el cual los objetos culturales asumían la forma de reli-
quias, así las reliquias de relatos son el modo por el cual
otros sujetos aparecen relatándose algo desde su propio
pretérito, y, por tanto, moldeando definitivamente el
«abovedado» del «espacio histórico». Se comprende tan- 1. Reliquias y Relatos son «hechos» —son los «he-
to mejor el alcance histórico de los documentos si tene- chos» sobre los cuales se edifica toda la ciencia histórica.
mos en cuenta la significación ontológica de la escritura Son «hechos» de naturaleza muy diferente, puesto que
en el marco del «presente anómalo» al que venimos re- los relatos, —como hemos dicho— son «hechos-reliquia»
firiéndonos. (Y esto, sin olvidar que la «escritura» no se- en su contenido de significantes, pero son, además, rela-
ñala ningún for/í radical, pues ella misma no es sino el tos por su significado. (Cuando Malebranche identificaba
desarrollo de otras formas de simbolismos del relato). ciertos hechos-relato a los hechos físicos-«mis datos son
Anteriormente a la escritura, la tradicióniincluso lingüisti- los de la Biblia, como los datos del físico son los proce-
ca), ya por sí misma, marca un proceso de diferenciación sos de las retortas»,-estaba simplemente confundiendo,
por respecto de la tradición animal (que sólo puede te- haciendo «oscurantismo»).
ner lugar por influencia «punto a punto» de condiciona-
miento de la conducta de las crías.) Scheler subraya, co- «Hecho» es una categoría gnoseológica, que, en la
mo característica del hombre frente a los animales supe- teoría del cierre categorial, hacemos corresponder, prin-
riores, la capacidad de «descoyuntar» progresivamente la cipalmente, con las determinaciones del sector fisicalista.
tradición, a la cual los animales superiores debieran ate- Los hechos son contenidos físicalistas (dados como tér-
nerse «mecánicamente»; sólo que Scheler ofrece un fun- minos, o como relaciones entre términos). Pero este
damento metafísico de esta diferencia: el hombre capta concepto de hecho no coincide exactamente con el con-
esencias, y supera, así, lo concreto (cuando, la génesis de cepto de «hecho» gnoseológico utilizado en la teoría de
este descoyuntamiento de la tradición podría atribuirse la ciencia positivista. Concepto que, aplicado a la teoría
precisamente, a la escritura). Pero mientras la mera tra- de la Historia (de la que el concepto gnoseológico de'
dición supone la dependencia absoluta respecto del narra- «Hecho» resulta adquirir determinaciones característi-
dor (el anciano, el viajero, que relata sus experiencias, cas), es origen dé confusiones y obscuridades que hay
puede acumular, en poco espacio, cantidades enormes de que aclarar urgentemente. N o se trata de confusiones só-
estas experiencias: pero ellas tendrán siempre la forma lo «subjetivas», sino de confusiones «objetivas», debidas
mítica, porque el relato comienza y acaba con la palabra de a la intersección parcial, pero objetiva , de series diver-
quien habla y de quien se depende, con una dependencia sas de conexiones. Ocurre que el concepto gnoseológico
que está en la línea de la tradición animal de Scheler), en de «hecho» incluye su corporeidad observable, y por lo
la escritura, es posible la liberación respecto del narrador, tanto, su presencia, pero el concepto de presente es preci-
y en una extensión que puede ser significativa. El propio samente una categoría histórica, opuesta al pasado. De

\ V [ ; ^\ ' \ f
HÉROE MOh.TAh.DO bN SALTAMOhTES CAZANDO VK BASILISCO DIBLJO DE Lh CAPITEL DE LA BASÍLICA DI \EZELA\
TOMADO DE PEDRO CAHIER. MFIASGES DARCHEOLOGIE, PARÍS lí>lí> )(

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donde el concepto de «hecho pretérito» tendrá una es- rencia molecular o de la tradición «neurológica» (13), ya
tructura similar a la del concepto de «círculo cuadrado» — no serían hechos, en el sentido gnoseológico, (acaso, gno-
«hecho pretérito» es precisamente un hecho invisible, seológicamente, pudieran asumir la función de operacio-
inobservable; ni siquiera cabe en él una «experiencia po- nes o de normas). Agudamente viene a decírnoslo, a su
sible» (no es posible ya, salvo en la ciencia ficción, ob- modo, un prehistoriador: «estamos acostumbrados a ha-
servar la batalla de Cannas). La inobservabiUdad de estos blar de los ideales imperecederos de una sociedad, pero
hechos no derivan, por tanto, de su naturaleza metafísi- el prehistoriador es testigo del triste hecho de que los
co-espiritual (incorpórea) sino, todavía peor, de su «cor- ideales perecen mientras que lo que nunca perece son
poreidad incorpórea» pretérita. Y, sin embargo, la His- las vajillas y la loza de una sociedad. N o tenemos medio
toria es, con firecuencia, entendida como una ciencia alguno de conocer la moral y las ideas religiosas de los
capaz de establecer o demostrar «hechos pretéritos» (los ciudadanos protohistóricos de Mohenjo-Daro y Harappa,
llamados eventos). Estos hechos {eventos) son considerados pero sobreviven sus alcantarillas, sus vertederos de ladri-
ahora como tales, no tanto por oposición a «objetos llos, y sus juguetes de terracota» (14). Es decir, sus reli-
inobservables o metafísicos», cuanto por oposición a las quias.
«teorías» (a las teorías históricas, en nuestro caso). Así,
se dirá que es un hecho el asesinato de César, frente a
cualquier otra teoría que pueda mantenerse para explicar 3. Los hechos presentes, las reliquias, son fenómenos
este hecho. Ahora bien: el concepto neopositivista del en su propia entidad fisicalista. Son fenómenos, precisa-
hecho tiende a envolver confiísamente estas dos determi- mente porque han de ir referidos a sujetos operatorios
naciones: hecho, como opuesto a teorh (T) y hecho como ( jS -—operatorios), para que aparezcan en su forma de ta-
entidad observable (O), física, presente; porque se supone les. Y son fenómenos porque, al propio tiempo que son
que los hechos observables son, también, previos a las teo- el único acceso a la misma esencia, nos la ocultan. Y en
rías elaboradas para construirlos. Carnap: Las observa- Historia (así como en algunas otras ciencias etológicas),
ciones convenientes a un cierto planeta, descritas en un lo característico es que la ocultación no es sólo pasiva, sino
informe Ói, son incorporadas a una teoría (T)deOiy T, activa, por cuanto los «fenómenos» han sido, muchas veces,
el astrónomo deduce una predicción P, calculando la po- fabricados precisamente con la intención de encubrir, de ocul-
sición aparente del planeta para la noche siguiente, en la tar, de engañar: en realidad, esta intención, como tal
que habrá una nueva observación y la formulará en un (operatoria) sólo podría atribuirse a las ciencias históricas
nuevo informe O2, que verificará (o no) la teoría T (12). o humanas. El descubrimiento del engaño, por ello, no
Pero semejante análisis gnoseológico (que, por cierto, ya equivale automáticamente a una revelación de la «esencia»,
contiene la forma de un cierre operatorio, si se interpre- sino a la revelación del «fenómeno verdadero» ()3-opera-
ta T como un sistema de operadores, que nos llevan a la torio). La crítica filológica, la demostración, por Lorenzo
construcción de nuevos Ói) es, aún, demasiado grosera Valla, de la superchería que dio origen a la «donación de
para dar cuenta, aún con las adaptaciones consiguientes, Constantino», es, así, el más potente mecanismo del re-
del proceso de construcción histórica —desde luego— gressus desde las reliquias (o hechos) a los restantes con-
del proceso de construcción astronómico. Es un análisis tenidos del campo histórico. Pero estos contenidos no son,
gnoseológico basado en la oposición entre un orden de necesariamente, esencias, por la simple circunstancia de
hechos (orden ontológico-epistemológico: lo dado, lo haber sido construidos por medio de «teorías». No todo
puesto, lo positivo, en cuanto observable) y un orden de lo que se construye históricamente, no toda teoría histó-
teorías (orden lógico: lo construido, las proposiciones y rica, está «en otro orden» respecto de los hechos (15).
los enlaces de proposiciones en modelos, hipótesis). Se trata de explicar por qué los hechos pretéritos (los
Pero, evidentemente, en las ciencias históricas al menos, eventos) pueden seguir oponiéndose a las teorías. O, si se
(y 'mucho más en las otras), los hechos, en cuanto entida- quiere, con más rigor: es necesario oponer teorías de un
des físicas dadas, observables, no pueden ponerse en un nivel (no esenciales) a teorías de nivel 2 (esenciales),
orden positivo (no construido), opuesto a las teorías, para dar cuenta de la razón por la cual los hechos preté-
porque los hechos construidos, por tanto, «teorías fácti- ritos, sin perjuicio de sus diferencias epistemológicas con
cas». Es preciso, por tanto, distinguir urgentemente en- los hechos presentes (reliquias) se agrupan con ellos en
tre los «hechos fisicalistas» (hechos presentes) y los he- un orden gnoseológico característico, que es necesario
chos no «fisicalistas» (los hechos pretéritos, los eventos) determinar. A este efecto, es necesario introducir el con-
en tanto ambos se oponen a las teorías (históricas); pero cepto de «hechos intermedios» (entre las reliquias estric-
no, simplemente, para disociarlos en dos órdenes inco- tas y los eventos), que nos permiten advertir la continui-
municados (que se darían simplemente confundidos) dad (gnoseológica) entre los hechos fisicalistas y los hechos
sino, para dar cuenta de la unidad que enlaza a ambos pretéritos. Los hechos intermedios no son, ciertamente, reli-
órdenes, para dar cuenta de su misma confusión. quias: en este sentido, podría decirse, sin más, que son
«hechos pretéritos» construidos, inobservables. Pero, sin
2. Los hechos históricos, en su sentido estricto gno-
seológico, son, por todo ello, las reliquias (y el compo-
(13) Hoy se insiste de nuevo en la importancia de esta tradición hereditaria excesivamente
nente «reliquial» de los relatos). Las reliquias son la base minimizada por el «culturaiJsmo lamarckista» (Eiber-Eiberfeldt, op. cit.}. En cualquier caso, las
física, corpórea, observable, presente, en términos históri- fronteras entre «Animales» y «Hombres», para que fueran operatorias (gnoseológica y, por
tanto, ontológicaniente) habría que desplazarlas a tiempos posteriores a los habituales entre
cos: la forma de presencia del pasado. Es lo único que per- prehistoriadores. Por ejemplo, no sería el incesto, ni siquiera el lenguaje hablado primitiv» (mu-
cho menos, el uso de herramientas) aquello que determinaría un nuevo campo - e l campo
manece para la ciencia, en forma de hecho, (lo que del antropológico— sino, por ejemplo, el lenguaje escrito precisamente en tanto nos pone en pre-
pasado permanece en nosotros en la forma de hábitos sencia de un tipo de nexos entre individuos que ya no son de identidad sustancial causal (como
todavía en el lenguaje oral), sino esencial, etc. Es la Historia y no la cultura aquello que marca-
musculares o lingüísticos, incluso en la forma dé la he- ría la línea divisoria (nunca instantánea) entre Biología y Antropología.

(14) Glyn DANIEL, op. cit., pág. 121.


(12) QAS^AP. FufiíiamerttGS de Lógica, ele, Qp. izit., pig. 12. (15/ Vid. nota 11.

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confuso sentido de las «teorías astronómicas» de Carnap.


Es cierto que podría analizarse la situación anterior di-
ciendo que a partir de Informe Ai (sea E), construímos
la teoría T (* íl, * Z) que nos remite a nuevos hechos
(E, F). Pero la teoría T no puede aquí confundirse con la
historia teórica, porque T (* fi, * Z) nos remite a he-
chos intermedios, ni siquiera a hechos eventos, en el
contexto. Lo mismo se dirá de otros hechos eventos
construidos «teóricamente» para explicar el nexo entre
.dos hechos presentes. (Si es un «hecho-reliquia» la pre-
sencia de una columna romana en un montículo cuya
geología no corresponde a dicha columna, hay que cons-
truir, necesariamente, el «hecho del transporte», a partir
de la cantera de la.que se prueba procede la columna).

4. La oposición entre hechos y teorías, que es muy


grosera en general, (como tantos teóricos de las ciencias,
LAMBECIUS BASILISCO
como Bachelard, han puesto de relieve), se hace doble-
mente grosera en el marco de las ciencias históricas. Un
embargo, no pertenecen al orden de los eventos (en la modo de desbordar esta grosería, partiendo de ella, es
construcción), sencillamente porque funcionan como reli- distinguir diferentes órdenes de hechos (hechos de orden
quias hipotéticas («con asterisco»), intercaladas entre las 1, orden 2,... hechos de orden n) y diferentes órdenes
propias reliquias para la ordenación de las mismas, en de teorías (teorías de orden a, teorías de orden b,... teo-
tanto que éstas son hechos fisicalistas (y ello sin perjui- rías de orden n), de suerte que los hechos de orden 2 y
cio de que, a su vez, puedan desempeñar la función de las teorías de orden a, resulten acaso, congregadas (desde
eventos). Un ejemplo muy claro de estos hechos interme- ciertos puntos de vista) en un mismo grupo, por encima
dio («quasi reliquias») nos lo suministran los manuscritos de la línea divisoria que: separa los hechos y las teorías
hipotéticos que suele ser necesario introducir para la cons- desde perspectivas más genéricas. En particular: los
trucción de un stemma. Los manuscritos (reliquias) A, B, hechos intermedios y los hechos pretéritos (construidos, diga-
C, E, F, G, del Lai de l'omhre estarían insertos, según mos, por medio de teorías a), se agrupan, sistemática-
Robert Marichal (16) en el siguiente stemma: mente, frente a las teorías de orden m (pongamos por
caso: una teoría sobre la desintegración del Imperio
romano).

íl La cuestión que se nos plantea es simplemente ésta:


¿Cabe hablar de una unidad gnoseológica entre los
hechos presentes y los hechos pretéritos, en cuanto se
X alinean frente a teorías históricas de naturaleza más abs-
tracta?. Parece que no habría lugar para tal unidad. Los
hechos, (presentes o pretéritos) se resuelven en una pol-
vareda inconexa de lados que, precisamente en tanto se
V W D consideran al margen de las teorías abstractas, no

podrían considerarse como un campo (o subcampo) de


B C una ciencia histórica. El concepto de una «Historia
evenemencial» está, sin embargo, en gran parte, cons-
truida en esta perspectiva. Cuando se le asocia con la
Los manuscritos * í)., * X, *Z, *V, * W, son quasi «Historia relato», suele connotar la noción de una
reliquias. El análisis de los métodos de construcción de «Historia externa.» {Historia como relato de sucesos, ges-
estos hechos es una de las tareas características de ia teo- tas, batallas, dinastías, «Historia-teatro»). Una «extrahis-
ría de la ciencia histórica. Subrayaremos la necesidad de toria» (superficial), frente a una supuesta «historia inter-
tener en cuenta el plano j3—operatorio para analizar de na» (no propiamente en el sentido de la «intrahistoria»
qué modo se lleva a cabo esta construcción (y ello, sin unamuniana, sino en el sentido de la Historia social, eco-
perjuicio, de la utilización de categorías á-—operatorias nómica, estructural).
que comprenden, tanto las pruebas físicas —^isótopos ra-
dioactivos, etc.—, como las químicas —^papiros, papel— Sin embargo, no parece enteramente justificado
o, en general, las pruebas llamadas «externas»). considerar a la «Historia evenemencial» como una His-
toria externa, o superficial, amorfa, dada la heterogenei-
dad de los sucesos a que ella se refiere. Teniendo en
Los hechos intermedios, por su uso, se alinean con las cuenta, además, que estos sucesos suelen estar ya inte-
reliquias; pero, por el modo según el cual han sido cons- grados en una estructuración de tipo mitemático. «Los
truidos, son hechos pretéritos. Pero no son «teorías», en el cartagineses —dice B.H. Warmington.— percibieron muy
bien que si la Sicilia occidental se perdía, los griegos
dominarían el Mediterráneo occidental, dejarían aisladas
(16) La critique des textes, en L'Hístoire eí íes méíhodes, París, Gallimard, 1961, pág. 1277. las colonias de Cerdeña y reducirían a Cartago a África»
14 '• EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.es

(17). Este «sistema mitemático» (que supone que los car- relaciones entre los sucesos. Entendemos que esa relación es
tagineses tienen un «mapa» del Mediterráneo, lo perci- una relación de secuencia, no meramente cronológica o
:,_ben similarmente-, en lo que es pertinente, a como lo externa (espacio-temporal), sino interna. Y, aquí, «interna»
percibe el historiador actual, stfgún operaciones y rela- sólo puede querer decir «lógica», «racional», dada pre-
.>ii-GÍ@Sés apotéticas) serán relatados; y estos sucesos son el cisamente .en el plano &—operatorio (la racionalidad se
contenido mismo de este marco, su realización, —el refiere a esa operatividad). Ahora bien: esta racionalidad
marco mitemático, por sí mismo, sería vacio. Esta Histo- es fenoménica (mitemdtica), en tanto se mantiene precisamente
ria evenemencial es, en gran medida, la misma Historia en la determinación de «motivos», «planes», «prolepsis»,
clásica, la «Historia razonada» de Tucidides, y toda su «utopías» o «ideologías», que enlazan unos sucesos con otros,
tradición historiográfica. N o es necesariamente una His- en un espacio-tiempo «representativo» (el «mapa» de Iqs^
toria anecdótica, puesto que puede haber una selección Cartagineses, en el «relato» de Warmington antes cita-
«argumental», un marco mitemático. El relato es «relato do). En modo alguno se trata de mera «descripción», de
de razones, de causas o de motivos» (esencialmente: de una «Historia teatro». Podríamos apelar, a efectos mera-
causas finales, prolépticas) y articulación y secuencia de mente coordinativos, al concepto kantiano de fenómeno,
estos eventos. La crítica histórica, además, puede alcan- en tanto se da precisamente en el plano estético de la
zar certeza prácticamente «matemática» (apodíctica) en intuición representativa espacio-temporal. Naturalmente,
torno a esos eventos. (LSL Historia efenemencial puede ser de Kant tomamos aquí solamente la «armadura» de los
conceptos (para él, «intuiciones») del Espacio-Tiempo, en
una Historia crítica, frente a la Historia mítica, que relata
sucesos imaginarios). un plano fenoménico y representativo. Porque lo que esen-
cialmente queremos destacar, en este orden fenoménico,
Nos parece, en resolución, que la debilidad gnoseo- es la circunstancia de que él se organiza según la meto-
lógica asociada ál concepto áe «Historia relato», hay que dología j3—operatoria, que pide precisamente este nivel
referirla, más que a la materia o contenido mismo de esta re-presentativo, apotético, «escenográfico» (recuperando
Historia —^mejor, de toda esta tradición historiográ- así, lo que de profundo tiene el concepto metafórico de
fica—, a la forma del concepto gnoseológico, a la autoconcep- la «Historia-teatro») porque sólo en la representación és
ción de lo que efectivamente pueda significar gnoseoló- posible ordenar los eventos como fenómenos. Por ejemplo,
gicamente el contenido de ese género de Historia. Ocu- cuando, Juan Maldonado, relatando la batalla de Villalar
rriría, simplemente, que las fórmulas gnoseológicas de (19), nos dice que Padilla exhortaba a los soldados para
autoconcepción no Tiabrían acertado a determinar el que volviesen «rostros» a las tropas imperiales, está si-
nivel en el cual ese género histórico se desenvuelve sis- tuado en un plano &—operatorio, porque Juan Maldo-
temáticamente, entendiéndolo, o bien negativamente nado, cómo quien lo lea (entendie'ndolo), puede ejecutar
(Historia no teórica, sino factual; descriptiva, no cons- esa operación de «volver el rostro» (u otra similar); y si
tructiva), o bien positivamente, pero como si se tratase no la pudiese ejecutar, no podría entender él sentido del
de una Historia no científica (frente a la historia social o relato (pues la operación está en el contenido del senti-
económica, como si fuera, metafóricamente, una «Histo- do), ^recíprocamente, esta. Historia fenoménica se mantie-
ria-teatro»). ne en un nivel estético-escenográfico, pero no por ello
es extetna, dado que ella es el contenido mismo del
material pretérito, a un cierto nivel (y esto lo decimos en
A nuestro juicio, es posible atribuir un «marco sis- contra de la creciente tendencia a eliminar, incluso de
temático», un «marco lógico» (es decir: reconocerle la los planes de estudio, de las ciencias históricas, esta «his-
condición de Historia razonada, en el sentido de Tucidi- toria escenográfica» en nombre de una «historia social»
des, de Historia dotada de una lógica interna, de índole que, desconectada de los fenómenos, se convierte, necesaria-
estratégico-operatoria) a esa «Historia evenemencial», si mente, en una monótona reiteración de conceptos abs-
tenemos en cuenta, principalmente la naturaleza ontoló- tractos y cuasi vacíos). Diríamos que la Historia feno-
gica y gnoseológica del suceso. El suceso (evento) sólo ménica es un desarrollo científico-constructivo de la
existe como tal en un espacio y en un tiempo. Ciertamen- misma tecnología por la cual los sujetos vivientes de una
te, definir la ciencia histórica, en general, como algunos sociedad que se mueve entre reliquias aprender a disfra-
pretenden (por ejemplo, Marzewki) como la determina- zarse con ellas, a utilizarlas, a reproducir «teatralmente»
ción de los sucesos «en el espacio y en el tiempo» es la vida de sus antepasados, de sus fantasmas. (La «Histo-
una simple ingenuidad gnoseológica, que manifiesta con- ria-teatro» no es tanto, según esto, lo que ve el especta-
fusió'n de ideas (18). Porque esos «espacio» y «tiempo» dor, cuando lo que hace el propio actor en el escenario:
no son formas anteriores o previas a los sucesos, exter- el historiador estaría aquí, más cerca del actor, del actor
nas a ellos (salvo cuando son meras coordenadas métri- teatral, que del espectador). La Historia fenoménica sería
cas), sino que son la propia conexión de los sucesos. De- Historia-teatro en su germen. N o ya una Historia compara-
cir, pues, que la Historia sitúa a los sucesos en el ble al Teatro (incluso como si tuviese que avergonzarse,
Espacio y el Tiempo es sólo decir que esta Historia sitúa en cuanto científica, de esta comparación), sino teatro
cada suceso en el contexto de otros siy;esos. Pero, no ella misma. Porque el teatro no es, ahora, tanto algo al
por ello, la referencia al Espacio y al Tiempo es mera- margen de la Historia, cuanto su germen tecnológico
mente redundante, siempre que tomemos esta referencia como (en un sentido similar a como decimos que la escritura
una determinación implkita de la naturaleza misma de esas alfabética es el germen tecnológico de la Lingüística). La

(17) W A R M I N G T O N , Cartago, op. cit. pág. 48.

(18) MAJRZEWSKI, Introduition a l'Histoire quantimive, Droz, Genéve, 1965, pág. 11: (19) «...pero Acuña, oyendo el alboroto, y conjeturando lo mismo que sucedía, manda a los
«L'objet cradicionel de l'Histoire est i'étude et lexplication des faits locaíisés dans le cemps et suyos ilacer altó y volver caras al enemigo, y cuando claramente conoció la tradición...» eic^.
dans i'espace». etc. Maldonado, op. cit., piag. 195;

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EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.es

Historia fenoménica se nos presentaría, así, como el de-


sarrollo del ritual (tecnológico), según ei cual los indivi-
duos de una sociedad dotada de lenguaje y tradiciones
culturales, se ven obligados a usar de los instrumentos
de sus antecesores, a disfrazarse con sus indumentos,
que les son ya dados. En nuestra pasión por la Historia
fenoménica —en la curiosidad o hambre por saber cómo
ocurrieron, en su más mínimo detalle, ciertas cosas— habría
que ver, acaso, la misma pasión de los primitivos cuando, dis-
frazados con los indumentos rituales de los antepasados,
danzaban para obtener la identificación con ellos.

El concepto de una Historia escenográfica suele suge-


rir la idea de que nos encontramos en un nivel pre-cien-
tífíco, por cuanto tendemos a ver, en la escenografía, una
selección arbitraria de un conjunto de eventos mucho
más rico, empobrecido en función de los intereses estéti-
cos (ahora en sentido no kantiano) del escenógrafo (del
«presente») —sobre todo, la escenografía eliminaría las
relaciones abstractas, esenciales. Pero la cuestión estriba,
no tanto en destacar el aspecto (negativo) de la selección
o eliminación de esencias (a), cuanto el aspecto positivo
de la construcción (la selección, el «corte epistemológi-
co» es una precisión o segregación resultante de la pro-
pía interna construcción cerrada, con un cierre, aquí, de mente (por curvas, diagramas); una Historia en la cual las
tipo fenoménico). Aquí sólo queremos sugerir hasta qué propia razones fenoménicas ( /5—operatorias) son cons-
punto el concepto mismo del plano jS—operatorio sumi- truidas a partir de factores objetivos (ni siquiera siempre
nistra un hilo conductor para el enlace «cerrado» de los conscientes, no prolépticos), es decir, una Historia, a
eventos de una historia razonada, sin dejar de %QX fenomé- —operatoria. Incluso cuando reanalizamos matemática-
nica, (de una Lógica de la Historia desarrollada en el mente una batalla (que sólo tiene sentido escenográfico,
plano fenoménico-práctico, al cual, a su vez, hay que fenoménico), los fenómenos quedan rebasados, porque
atribuir una función causal en el proceso mismo de la regresamos a factores que no son necesariamente causas
historia real). En particular: desde esta perspectiva, los (22).
hechos presentes (las reliquias) y los hechos pretéritos (ios
eventos) manifiestan su continuidad constructiva, precisa- La Historia fenoménica ocuparía, respecto de la
mente en el plano /S—operatorio. Reivindicaríamos, Historia esencial, el lugar que la Geometría figurativa
pues, también el concepto de «Historia-batalla», en ocupa respecto de la Geometría analítica. La «Geometría
tanto que las batallas son eventos (complejos de suce- figurativa» pese a que, con frecuencia, es llamada intuiti-
sos), dados estéticamente (fenoménicamente), dentro de va, incluso por quienes mantienen posiciones «constructivis-
un marco jS—operatorio, susceptible de ser analizado ta.s» (Noel Mouloud, por ejemplo, considera intuitiva la
matemáticamente (estrategia, teoría de juegos (20), y invariancia angular del rectángulo respecto de las dificultades
anudados con otras secuencias de eventos constitutivos absolutas de las rectas que lo forman, así como también
del material histórico. Hoy, tras un período de radicalis- considera intuitiva la demostración de un caso de inercia
mo positivista-sociológico-económico, vuelve a defender- por Galileo (2 3), es ya operatoria, constructiva; su opera-
se por muchos historiadores profesionales la tesis según tividad fenoménica es diferente (no porque sea menos
la cual la Historia tiene mucho de género literario, «es- cierta, sino por la escala en la que se mueven sus eviden-
cenográfico», de arte, incluso de arte musical (21). Des- cias) de la operatividad de la Geometría analítica, por
de nuestras coordenadas, esta tesis es altamente concor- ejemplo. La Historia teórica, o esencial, habría que
dante con el concepto de una Historia fenoménico-esceno- entenderla,desde nuestro punto de vista, menos como
gráfica. una penetración en las esencias trasfenoménicas previas,
que como un rompimiento de los fenómenos en sus fac-
tores; un rompimiento que nos permite reorganizarlos
5. En cualquier caso, nuestra defensa de una Histo- según sistemas más abstractos, no representables, aunque
ria fenoménica tiene un sentido asertivo, no exclusivo. siempre deba darse el progressus hacia la base fenoméni-
N o toda la construcción histórica es jS—operatoria o ca. A veces, la Historia teorética no puede alcanzar sino
procedimiento auxiliar, Historia oblkua, que haya de re- una mera tax:onomía de fenómenos, la comprensión de un
solverse en una Historia fenoménica. Hay una Historia grupo de fenómenos, por analogía ( a—operatoria) con
meta-fenoménica, no representable, más allá del Espacio- otros fenómenos similares, y la Historia fenomenológica
Tiempo estéticos. Pero no porque sea una Historia noumé- resulta ser mucho menos formal, más real, en ciertas si-
nica (la Historia de la mente divina). Se trata de una His- tuaciones.
toria no representable estéticamente, sino sólo simbólica-

(20) M.H.A. MAESTRE: £/ triunfe militar en Anéal (Estudios Clásicos, 1971), aplicando la
metodología de Frederic Lanchester (Aircraft in Warfare, Londies, 1916).
(22) Vida, nota 20.
(2 I) Robert BRENTANO: Obispos y Santos, incluido en El lallir del historiador, de L.P. Curtis,
J e , México, F.C.E., 1976, pág. 60. (2 3) MOULOD, ?ormes st'acturís et mojes produclifs, París, Sedes, 1958, pág. 183.

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EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.es

LÉXICO

CONCEPTOS CONJUGADOS
GUSTAVO BUENO
Oviedo

a expresión conceptos conjugados debe en- facen la definición, dejando fuera aquellos pares que no
tenderse aquí, ante todo, como un con- la satisfacen: la clase complementaria no es, pues, vacía
cepto denotativo que pretende destacar'la (esto no quiere decir que no puedan presentarse situa-
semejanza (por oscuro que sea su funda- ciones dudosas o intermedias). Pares de oposiciones tales
mento) entre pares de conceptos muy di- como blanco/negro, masculino/femenino, acción/reac-
versos pero que se caracterizan, por de ción, vertebrado/invertebrado, día/noche, padre/hijo, etc.
pronto, por darse en una forma «apareada» que no se no pueden ser llamados «conceptos conjugados», de
reduce siempre a ios tipos clásicos de la oposición con- acuerdo con la definición anterior.
tradictoria (vertebrado/invertebrado), contraria o binaria
(día/noche, crudo/cocido, frío/caliente) o correlativa (pa-
dre/hijo, acción/reacción). Como definición, que podría 2.—Liga internamente las distintas determinaciones
desarrollarse según el modo de la recurrencia, a partir de (formalmente teorías) sobre la unidad de los conceptos
un par dado como parámetro, ofrecemos la siguiente: conjugados, por cuanto éstas determinaciones aparecen
totalizadas en el sistema de los esquemas que tomamos
por referencia (ver más adelante). Por este motivo la
Llamaremos «conceptos conjugados» a aquél círculo noción de «concepto conjugado» sólo podía cristalizar
de pares dialécticos de conceptos tales que ios términos tras la formulación del concepto de «esquema de co-
(A/B) de cada par soportan alternativamente (disyuntiva- nexión diamérica» (ver más adelante) como alternativa a
mente) el sistema completo de los esquemas de conexión los esquemas más conocidos que se recogen bajo el
(metaméricos y diaméricos) de que se hablará más ade- nombre de «conexiones rnetaméricas».
lante. La exposición disyuntiva de este sistema aplicada a
cada concepto, puede llamarse la historia sistemática del El concepto de «conceptos conjugados» es un pro-
mismo. (Historia que deberá en cada caso llevarse a cabo totipo de situación dialéctica (por tanto de la metodolo-
según los métodos propios de la filología). Según esto gía histórico-dialéctica) porque los esquemas disyuntivos
podemos definir los conceptos conjugados diciendo que de conexión que suponemos deben poder soportar los
son aquellos que tienen una historia sistemática similar términos apareados deben tener sentido y, al mismo
en el sentido dicho. Por esto la noción de «conceptos tiempo, solamente uno de estos esquemas de conexión
conjugados» debe ser entendida, ante todo, como una puede ser considerado como válido (cuando un par de
noción denotativa, como un conjunto o familia de pares conceptos no pueda soportar el sistema de los conceptos
efectivamente dados en una determinada tradición de conexión de referencia, habrá que estimarlo como no
cultural. conjugado). La exigencia de que (según criterios semán-
ticos dados en el uso lingüístico de una tradición cultu-
La noción de conceptos conjugados» parece un ral) tenga sentido ensayar los diferentes esquemas y, por
concepto en tanto que: tanto, que la discusión de estos esquemas sea necesaria
para establecer el esquema válido (o el más aproximado)
1.—Discrimina, del conjunto de todos los pares, redunda en la naturaleza dialéctica de la noción de los
dados como tales pares de conceptos, aquellos que satis- conceptos conjugados y exige distinguir dos planos, por

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EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.es

lo menos, en los cuales estos conceptos se desarrollan:


un plano fenomenológko-histórico (prácticamente identifica-
do con la historia científica o semántica del concepto en
una tradición cultural) y un plano esencial en el que
suponemos se realiza el esquema válido, pero en tanto
presupone la superación o regresus del plano fenoménico
y la posibilidad del progressus a este plano. Con objeto de
«cerrar» el concepto de «conceptos conjugados» definiremos el
plano esencial como aquél en el que se dan los esquemas dia-
méricos, cuando estos son válidos (según criterios materiales de
cada caso), haciendo corresponder el plano fenomenológico con
el lugar de verificación de los esquemas metaméricos. (Cuando
el esquema diamérico no sea válido, hablaremos de un
concepto pseudoconjugado. IHablamos de pseudoconjun-
tos conjugados» con el mismo alcance que —por respec-
to a la estructura del silogismo— hablamos de «paralo-
gismos».
En cualquier caso, la distinción entre los esquemas
diaméricos de construcción conceptual y los esquemas
metaméricos, ha de entenderse en un sentido funcional-
paramétrico y, desde luego, en un sentido dialéctico. Fun
cional-paramétrico: Porque la distinción opone los dos
contextos (metamérico y diamérico) cuando está dado un
material determinado, que actúa como parámetro, al
margen del cual, la oposición es vacía. Dialéctico: Por-
que la distinción sólo tiene sentido en función del mate-
rial dado cuando éste comienza a «desarrollarse» de tal
suerte que el concepto (metamérico) del cual habíamos
partido queda.neutralizado (ehminado, etc.) en el propio
proceso de constitución del contexto diamérico; y, en el mueve («negándose como punto») (1). Lucrecio y los
caso límite —que es el de los conceptos conjugados— el epicúreos presentaron un esquema de reducción del es-
concepto «metamérico» no sólo queda neutralizado (en píritu ianimus) al cuerpo, entendiendo el espíritu como
cuanto contexto anterior —genéticamente, etc.— al con- una clase de corpúsculos perfectamente esféricos (2). Re-
texto diamérico) sino que queda absorbido en el contexto ducimos la circuhferencia'a la elipse, cuando aquella apa-
diamérico del concepto de referencia. rece como un caso particular de elipse con distancia focal
«O».

Un esquema de articulación o inserción, en virtud


del cual se desarrollan los términos conjugados hasta una
SISTEMA DE LOS ESQUEMAS DE línea tal en la que se identifican, de alguna manera. (Cir-
C O N E X I Ó N DE LOS TÉRMINOS DE U N cunferencia y elipse, en el concepto de sección cónica;
CONCEPTO CONJUGADO anverso y reverso de la medalla).

Esquemas de fusión, en virtud de los cuales los tér-


minos «A» y «B» se reducen a un tercero «C», que
Dadas situaciones de conceptos estimados como pretende absorber a ambos (Espíritu y Cuerpo, en la
conjugados (A/B), podemos ante todo ensayar la com- substancia neutra del «monismo neutro», de Russell) (3).
prensión (en el sentido de una «geometría de las ideas»)
de su .conexión, por procedimientos que llamaremos me- Los esquemas de «conexión metamérica» o global
taméricos, por cuanto estos esquemas proceden sin distin- son, sin duda, los más obvios, y deben ser ensayados en
guir partes homogéneas en «A» y en «B», sino más bien cada caso. Sin embargo, es posible señalar la efectividad
asumiéndolos globalmente, como términos «enterizos». de un tipo de esquemas de conexión de conceptos
Aparte del mero acoplamineto por yuxtaposición, que se conjugados, que procedería por una vía completamente
utiliza muchas veces como pseudoesquema de conexión diferente de la que recorren los esquemas globales: el
(y que, en rigor, equivale a una suerte de «axioma de tipo de esquemas de conexión diamérica —esquemas por
María»), conocemos tres tipos de esquemas de conexión intercalación o, si se quiere, por «infiltración»-. El
metamérica, que llamaremos reducción, articulación y fusión concepto de este peculiar tipo de esquemas de conexión
puede ser expuesto formalmente, pero la importancia del
concepto incluye, sin duda, su momento denotativo, a sa-
Un esquema de reducción es un procedimiento en ber, su capacidad para recoger procedimientos efectivos
virtud del cual se presenta la posibilidad de reducir uno
de los términos del par a la condición de determinación (I) HEGEL, Vilviofii Natural SÍ 256.
del otro término (el «A» al «B», o el «B» al «A»). Por
(3 LUCRECIO, DI nrum natura, libro III, versos 25Ü al 28Ü.
ejemplo, Hegel intenta reducir la recta al punto, consi-
derando a la recta como generada por un punto que se O RUSSELL, Análisis dt la maleria. Edic. Taurus, Madrid 1969. Cap. XXXVIl.

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EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.es

(documentables en contextos científicos o extracientífi^ va) que estará definida conjo una dotación de notas
eos) de «construcción eidética», suya semejanza perma- intensionales. Las partes A¡, A:, A.;,... serán partes
necerá encubierta, hasta que los disjecta membra no sean extensionales, desarrollo de la expresión predicativa Q
precisamente reagrupados mediante el concepto de «co- (A). La clase de los infinitos triángulos rectángulos «li-
nexión diamérica» (sea éste u otro nombre más adecua- bres» (desenmarcados) iguales a uno dado, pide un
do el que se utilice para designarlo). desarrollo distributivo; la clase de los infinitos triángulos
rectángulos inscritos en una circunferencia, y cuya hipo-
tenusa es un diámetro dado, pide un desarrollo atributivo
El esquema de conexión diamérica entre los
(sobre sus elementos aparecen subclases sistemáticas;
términos «A» y «B» de un par de conceptos conjugados
pares de triángulos enantiomorfos, etc.). Si se da el caso
no procede tratando globalmente a los términos «A» y
de que el concepto B puede reexponerse como una re-
«B» como «enterizos» (sea para reducirlos, articularlos o
lación que resulta ser constitutiva de las partes Ai, A:,
fundirlos), sino que, de entrada, comienza por «triturar»
Ai, ..., en cuanto tales partes de A, será preciso retro-
«desarrollar» alguno de los términos en partes homogé-
traer B hacia el plano de la intensión de A, es decir,
neas (Al, A2 -A3, ...A^. Ciertamente, puede interpre-
vincular de algún modo a B con la dotación de notas Q.
tarse esta división de los términos como una composición
de éstos con la Idea de Extensión, partes extra partes, pero Estamos, de este modo, ante una situación interesante de
ello no altera nuestro análisis, antes bien, lo enriquece. conexión dialéctica entre las dimensiones lógicas de la
La denominación que damos al nuevo tipo de esquemas intensión y la extensión: Una intensión Q, desarrollada ex-
de conexión (diamérica») alude precisamente a esta tensionalmente por A, nos lleva a determinar propieda-
preparación previa de alguno de los términos (o de los des B {diaméricas, respecto de las partes de A) que
dos, en sentido disyuntivo) en partes extra partes homo- deben ser anudadas con las notas Q. El desarrollo exten-
géneas, de suerte que la conexión entre «A» y «B» que- sional de Q (A), es decir, Q (Ai), Q (A2), Q (A.Í)...,
da transformada en la conexión entre las partes de «A» determina propiedades «genéricas» que, por tanto, no
( 5ta , a través, y juepo? , parte) y se realice precisa- podrán estimarse como anteriores a A («géneros anterio-
mente en los casos en los cuales la conexión entre las res»), sino posteriores a su desarrollo («géneros poste-
partes Ai, A;, ...An (conexión cuyo esquema está ya ase- riores»). Estas situaciones (ignoradas por la doctrina clá-
gurado desde la unidad de «A») tiene lugar, precisa- sica de los «géneros porfirianos») obligan a introducir un
mente, mediante el término «B». El modo más general orden en la misma materialidad de los estratos intensio-
según el cual este esquema puede tener lugar es aquél nales constitutivos de un concepto; cabría hablar de una
en el que pueda probarse (según los procedimientos «realimentación lógica», en virtud de la cual, totalidades
materiales propios de cada caso), que «B» es la misma de orden (n + 1), que presuponen las totahdades de
relación conectiva (material) entre las partes de A (Ai, orden (n), resultan estar, a la vez, a la base de estas (las
A;, ...An). Cuando esto sea posible (y, sin duda, caben células, anteceden al organismo y se reproducen en él;
grados) podrá decirse que la unidad entre los conceptos las familias se reproducen en el Estado hegeliano, y lo
«A» y «B» ha quedado establecida de un modo «ínti- fundan). Las totalidades «universales» no se reducirán ya
mo», porque «B» se ha «infiltrado» o «intercalado» al desarrollo exterior de un aniversale ante rem, indiferente
entre las mismas partes de «A», sin reducirse a él, y ante sus realizaciones extensionales (que nada pueden
porque la conexión de «A» con «B» es, en cierta ma- añadir a la estructura del universal, ya establecido ante-
nera, no otra cosa que la conexión de «A» consigo mis- riormente a sus partes, «metaméricamente»), puesto que
mo. Por lo demás, la índole de la conexión entre A¡ y Aj este desarrollo extensional se constituye en fuente de
puede ser muy diversa, y puede requerir la mediación de nuevas determinaciones o propiedades (diádicas, triádicas
otros conceptos vinculados, a su vez, con «A», según etc. etc.), que, por incluir las'partes de esta extensión,
esquemas de reducción, absorción, etc.: la recomposición serán de naturaleza diamérica. Consideremos definida l'a
de los trozos de un bloque de hielo no siempre tiene lu- . clase Q (A) de todos los segmentos que sean . perpendi-
gar a expensas del agua producida por la cuchilla que culares a una recta dada (Q= perpendicularidad a la rec-
rebajó,^ por su presión, el punto de fusión («rehielo»), ta-parámetro). Habría que discutir, es cierto, qué tipo de
sino acaso también por otras sustancias interpuestas. concepto es este, dado que no se trata de una «perpen-
Al mismo tiempo, a partir de este entramado, puede dicularidad libre o indeterminada» (que se desarrolla en
comprenderse la «segregación» de «B» como una par- la clase distributiva de todos los pares de segmentos
te sustantiva, concomitante a la sustantivación o totali- contiguos que sean perpendiculares entre sí), sino de una
zación de las partes A de «A», en una sola totalidad, «perpendicularidad paramétrica» (que se desarrolla por
enfrentada a «B», en un plano «fenomenológico». Ocu- la infinita multiplicidad de segmentos que se levantan
rre como si al triturar uno de los términos (el «A»), las perpendicularmente sobre una recta dada). El desarrollo
partes obtenidas «segregasen», como para compensar la de la intensionalidad Q (A) nos conduce a una clase de
escisión, una relación entre ellas que sería el concepto segmentos ( Ai, A:, A s ...An i que se comportan como
«B». Se trataría así de un análisis de «A» mediante «B». elementos de una clase distributiva (participan distributi-
Por lo demás, múltiples subesquemas habría que distin- vamente de Q, porque el predicado Q se aplica a cada
guir, según que «B» actúe como conexión entre todas Ai independientemente de los otros Aj). Ñ o entraremos
las partes de «A», o bien que correponda a alguna rela- tampoco aquí en la discusión acerca de si Q es predicado
ción particular determinada, establecida solamente entre diáctico de relación, o de si es monádico, puesto que
alguna región de estas partes. esta distinción está ella misma cuestionada por la clase Q
(A) de nuestro ejemplo. Ahora bien: entre los elementos
distributivos de la clase Ai, A-, A Í , ..., aparece siempre
Supongamos que A haya sido desarrollada en su necesariamente la propiedad de B paralelismo (Ai, Aj),
conjunto de partes (Ai, A:, ...A ) que figuran como ele- propiedad que podrá ser «elevada» a la dotación Q.
mentos o individuos de una clase (distributiva o atributi-

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EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.es

Incluso el «concepto clase» Q (A) podrá ser redefinido a (1) "RcposOíMovimientO".

partir de A, porque dado un conjunto de segmentos Un esquema clásico (todavía utilizado por Descartes) es el esquema de la articulación. Se
suponen los cuerpos en reposo, como propiedad originaria o primitiva; el movimiento se Ínr.erta
paralelos entre sí, siempre podremos referirnos a una en ellos en virtud de un acto de la voluntad (la «chiquenaude» de Pascal. (4). Los esquemas
misma recta con la cual formen un ángulo de noventa de reducción, del movimiento al reposo, están realizados en la concepción de Dios como Acto
Puro, coincidentia oppossitorum, la concepción de Dios como Reposo y Movimiento a la vez (5).
grados —y esta recta mantendrá con los segmentos B la Sin embargo, prevalecerá este otro esquema de conexión (al que se reduce el llamado «prin-
relación Q (A) de perpendicularidad. cipio de relatividad» de Galileó) y que no es sino una realización del esquema diamérico: los
cuerpos están originariamente en movimiento (movimientos Ai, A.-, A s ...A^). Entre estos
movimientos existen múltiples relaciones (según el sentido, celeridad) y una de ellas (cuando
los vectores correspondientes son equipolentes) constituirá precisamente la definición de
reposo.

Conocimiento, Acción
{2f La conexión entre las ideas de Conocimiento (percepción) y Acción (voluntad, apetito, praxis),
PRESENTACIÓN DE ALGUNOS MIEMBROS ha sido establecida —cuando no se ha postulado sencillamente su yuxtaposición, «ilustradas, a
lo sumo, con alguna metáfora o diagrama- según diversos esquemas: o bien el esquema reduc-
DE LA FAMIUA DE LOS CONCEPTOS CON- tito (el conocimiento es, él mismo, una actividad; la praxis intelectual de los escolásticos, o más
recientemente, la práctica teórica de Althusser), o bien el esquema de Iz fusión (conocimiento y
JUGADOS acción son facultades del alma, «brazos» del espíritu), o el esquema de la inserción (por medio
de la metáfora del espejo, o del instrumento: la voluntad es el instrumento del entendimiento,
et., etc.). Pero en la Monadologá de Leibníz (párrafo 15) encontramos una sorprendente reali-
zación del que hemos llamado esquema de conexión diamérica, aplicada al caso, entre la tis re-
presentativa y la vis appetitiva de las mónadas. Porque podría decirse que Leibníz procede como
si hubiera descompuesto la. vis representativa en diversas determinaciones homogéneas (Ai,
A:,...A^), y hubiera atribuido {salva veritate) a la vis appetitiva el papel de nexo entre tales
Presentamos algunas muestras destinadas no tanto a determinaciones: «la acción del principio interno que verifica el cambio o tránsito de una per-
cepción a otra, puede llamarse apetición; ciertamente, el apetito no puede conseguir siempre
«ilustrar», cuanto a realizar el concepto de los «concep- enteramente toda la persecución a la que tiende, pero siempre obtiene algo de ella y consigue
percepciones nuevas». Debe advertirse que también puede ensayarse "dentro del'mismo
tos conjugados». Por supuesto, sólo es posible dar aquí esquema la conexión «dual»: la interpretación de la representación como nexo entre dos o más
una sumaria indicación de trabajos muy minuciosos de «apeticiones». Una gran parce de la fuerza de la obra de Bergson, Materia y memoria: ensayo
sobre la relación entre el cuerpo y el espíritu (896) acaso pueda atribuirse, precisamente a la inge-
investigación histórica-gnoseológica y filológica, orienta- niosa y brillante utilización del esquema diamérico, en virtud del cual los nervios sensitivos
serán representados, no tanto como instrumentos para una representación, sino como segmen-
dos a la constitución de una «historia natural» de esta tos intercalados entre los nervios motores.
«familia» de formaciones culturales.
Punto, Recta -
(3) La conexión entre los conceptos de Punto y Recta suele ser de tipo reductivo: el punto se
dará como «primitivo», y la recta aparecerá como generada por «un punto en movimiento»
En cualquier caso, deberá tenerse en cuenta en el (Hegel, loe. cit.). El esquema ¿efusión se realiza en la concepción de puntos y rectas del plano,
momento de hacer esta Historia, la posibilidad de situa- como partes del espacio de «n» dimensiones. Al esc^uema. diamérico corresponderá el concepto
de la Geometría proyectiva del punto como intersección de dos rectas o, dualmente, el concep-
ciones inciertas, que solo parcialmente se aproximen a la to de la recta como nexo entre dos puntos. Es de mayor interés al comparar, en detalle, esta
serie de conexiones con las descritas en los casos (1) y (2).
estructura completa de la «conjugación» —pero estas si-
tuaciones, lejos de comprometer su concepto, lo enri- Corporeidad, Pesantez '.
('^Se diría que sólo hasta la época de Newton se ha ensayado la comprensión de la
quecen. Citaremos el caso de la «conjugación», en la conexión enere los Conceptos de Corporeidad y Pesantez por medio de! esquema diamérico. Los
antiguos (Demócrito, Epicuro) se habían planteado ya explícitamente la cuestión de la conexión
Historia de la ciencia física, de los conceptos de electrici- entre Materia y Pesantez. Los átomos de Demócrito no poseen un peso especial: éste se les
dad -^magnetismo. No nos atreveríamos, es verdad, a in- agrega «externamente», por yuxtaposición (aunque son muy oscuros los fragmentos). Epicuro
atribuye a sus átomos un peso esencial, pero cada átomo por separado («enterizo») que es
terpretar su conexión (más precisamente: su sinexión, . como si se dijera: al cuerpo, en su corporeidad inanalizada, total. Esta conexión - q u e en rigor,
sigue siendo una yuxtaposición eidética, por mucho que se postule su naturaleza necesaria e
establecida a partir de los descubrimientos de Oersted) indisoluble— queda por explicar: su asociación es una suerte de «axioma de María». Se ensaya-
como un caso puro de conjugación de conceptos. Lo rán esquemas reductivos, tales como la inclusión de la corporeidad en el concepto de una pesan-
tez originaria, d e la «gravedad» representada (Hegel, etc.). Ahora bien, la doctrina de la gravi-
cierto es que los fenómenos de la electricidad y el mag- tación newtoniana puede hacerse consistir, en gran medida, en la «movilización» del esquema
diamérico para establecer la conexión entre la corporeidad y la pesantez. «Todos los cuerpos
netismo aparecieron, fenonienológicamente, como térmi- son pesados» —hay una conexión «sintética», dirá Kant—, entre corporeidad y pesantez. Pero
nos distintos (A, B) —los imanes son dipolares, no así las esta conexión no se comprenderá si tomamos la corporeidad globalmente (lo que tendrá lugar
tanto cuando consideramos al Mundo íntegro, en su totalidad, como cuando consideramos a los
cargas electrostáticas ttc. etc.— aunque estrechamente átomos aislados, Demócrito ya había dicho que un átomo puede ser tan grande como el Mun-
do). En cambio, si consideramos la corporeidad en su desarrollo extensional, «partes extra par-
relacionados (una corriente eléctrica determinaba un tes» (Ai, A:, ...A^, entonces la relación (interpretada como atracción gravitatoria) entre ellos
—al menos para el caso particular de que uno de los A; sea la Tierra, será identificada como
campo magnético; el movimiento de un imán ante una pesantez. Y en la medida en que todo cuerpo está siempre en contexto con otros, la pesantez,
bobina determina una corriente de inducción). De aquí auque sintética, será «a priori», para seguir la terminología de Kanr. En este momento, es
necesario constatar la capacidad del concepto de «conexiones diaméricas» para dar cuenca de la
que cupiera hablar, por lo menos, de una yuxtaposición estructura de esas conexiones que Kant recogió en su concepto de la conexión «sintética a
priori», y cuya naturaleza íntima, material, no estableció. Tan sólo postuló lo que - d e s d e la
entre A y B (reflejada en el sintagma: «Electricidad y teoría de los esquemas de conexión— resulta ser una forma vacía, a saber, la forma del postula-
Magnetismo», de estructura similar al sintagma: «Espacio do de yuxtaposición (el momento «sintético»), dejarlo como necesario («a priori»), pero sin
que se den los esquema^ de esta necesidad. Un esquema de conexión diamérica es, por de
y Tiempo»); pero también de una reducción («el magne- pronto, uno de los modos de llenar este vacío: el apriorismo está, sin duda, fundado, en este
caso, en la propia relación de identidad entre las partes de «A». Sin embargo, sería excesivo
tismo es un fenómeno eléctrico»; o bien, «la electricidad afirmar que todas las conexiones cubiertas por el concepto de la imión «sintética a priori» (por
es un fenómeno magnético»), o de una articulación ejemplo., Causa/Efecto), se acojan al esquema de la conexión diamérica.

(«magnetismo y electricidad derivan de un tercer


Corpúsculos/Ondas
fluido») o fusión (acaso el propio concepto de campo elec- O L a conexión entré Corpúsculos y Ondas ha comenzado a plantearse, en términos relativa-
tromagnético). Con todo, las experiencias de Faraday y la mente actuales, a partir del siglo XVIL La historia de esta conexión puede verse, en gran me-
dida, como la historia de los ensayos para explicar hasta el fondo diferentes esquemas de co-
ulterior sistematización de Maxwell sugieren que la nexión que, después de ser utilizados, muestran su insuficiencia. Descartes y Huygens se
acogen a los esquemas reductivos, aunque utilizados en dirección opuesta. Descartes concibe la
conexión entre la Electricidad y Magnetismo tiene lugar luz como constituida por corpúsculos en movimientos; a él se reducirían los aspectos ondula-
a través del modo que llamamos diamérico. Parece como torios. Huygens adopta el punto de vista ondulatorio (desde el cual pudo construir los fenóme-
nos de reflexión y refracción tie la luz) y pretende reducir a él los conceptos «corpusculares»
si el magnetismo B (ios fenómenos del campo magnéti- (aunque no pudo incorporar en su reducción ondulatoria la propagación rectilínea de los rayos
luminosos), y, después Je Huygens, Fresnel desarrolla mucho más a fondo el esquema reduc-
co) fuese la fase intermedia necesaria para vincular a los tivo ondulatorio. Sin embargo, y tras el descubrimiento del efecto fotoeléctrico {¡a expulsión
elementos de un conjunto (Ai, A:, A s ...) de corrientes de un electrón fotoeléctrico no depende de la intensidad, sino de la frecuencia) se ve claramen-
te que la reducción mutua no llega a ser completa, va sedimentando la concepción según la cual
eléctricas; fase intermedia necesaria, además, en un senti- el aspecto «granular» y el aspecto «corpuscular» de la luz (y luego, en general, de la energía
radiante) son dos aspectos (términos «A», «B») inconmensurables, irreductibles, es decir - e n
do causal, en la medida en que Faraday supone que una nuestros términos^, dos aspectos cuya conexión no puede ser realizada por medio de los
corriente A i que atraviesa un conductor induce otra co- esquemas de reducción. Pero entonces aparece con toda su fuerza la pregunta por su conexión,
y es preciso constatar que, con frecuencia, es el esquema de la yuxtaposidón el tínico que es
rriente en el secundario A:, en virtud o a través del
campo magnético B cuya variación (determinada por la
variación de Ai) fuera la causa de la corriente A:, (vid.
D.K.C. Mac Donald: Faraday, Maxwell and Kelrin, New (4) BLAISE PASCAL, Pensamientos, n" 77.

York. Anchor Books, 1964). (5) NICOIA.S DE CUSA, De docta ignorantia. Libro II, Cap. 111: el movimiento es -quietud
ordenada sucesivamente», «explicatio» de la quietud.

EL BASILISCO 91
EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.es

posible alegar. Este esquema de yuxtaposición es el que se esconde en expresiones rales como Significante/Significado ,
las habituabnence utilizadas: «cada corpúsculo lleva asociada una onda», o bien, «la energía «É» (10) Otro tanto cabría decir del par de conceptos SignificantelSignificado. En el momento
de un fotón ligada a una onda monocromática de frecuencia >^ es "h.V ». En cierta manera, en el que retiramos la hipótesis de coordinación (yuxtaposición) entre la clase de los significan-
podría reconocerse en toda la especulación sobre ondas y corpúsculos -relacionada con la tes arbitrariamente asociados a una clase de significados, presupuesta como previamente dada a
«teoría de la complementaridad» de Bohr, la conciencia de la irreductibilidad entre ambos as- la primera, acaso sólo sea posible entender la conexión entre el significante y el significado
pectos, que llegarán a declararse tan diferentes que, por ello mismo, ni siquiera pueden entrar según el esquema diamérico, que nos muestra al significado como el nexo entre dos o más sig-
en contradicción, como dice Luis de Broglie, «toda vez que uno de ellos tiende a borrarse nificantes, así como recíprocamente. Preferimos no decir aquí nada más sobre esta
cuando el otro se afirma (6). Y a la vez la insatisfacción por el esquema de simple cuestión. -
yuxtaposición, que intentará ser atenuada mediante la determinación de leyes de transforma-
ción, externa o denotativa, de una perspectiva a la otra. Pero estas leyes de transformación Azar,rv]ecesidad ^_: : :
siguen siendo empíricas y suponen ya la conexión dada, no la analizan. ( l l ) E l par de conceptos AzarjNecesidad también presenta todas las características de un
par de conceptos conjugados. Nos limitaremos aquí a referirnos al esbozo de análisis que cons-
¿Cabe constatar la presencia del esquema de «conexión diamérica» en este contexto, o al ta en nuestra obra Ensayos materialistas, páginas 346-347.
menos indicios fundados de la acción de este esquema?. Me parece que la respuesta es afirma-
tiva. El propio Broglie (7) encarece el significado «precursor»' de la «Teoría de los accesos de Materia, Forma :_
Newton, «como una primera tentativa de síntesis entre las ondas y Ibs corpúsculos, una especie (I2)Respecto del par de conceptos Materia¡Forma, nos remitimos también a la misma
de presentimiento de la mecánica ondulatoria*. Ahora bien, la «Teoría de los accesos» (de los obra, páginas 342 a 392.
corpúsculos luminosos que atraviesan un medio material ) incluye la intercalación de ondas
(perturbaciones periódicas) en los propios movimientos de los corpúsculos. En general, siempre Base/Superestructura
que el «aspecto ondulatorio» es presentado como resultante de algún efecto de coordinación (13)E1 par de conceptos Base!Superestructura, central en el Materialismo histórico, se
de una multitud de corpúsculos (el propio concepto de «frente de onda») se está apelando al aproxima muy de cerca a la forma de la conjugación de conceptos. Levi Strauss tiende a yux-
esquema diamérico. Y la presencia de este esquema debe ser reconocida, tanto cuando a la taponerlos; el «economicismo», o el «idealismo», ensayan esquemas de reducción. Pero acaso el
onda se le da la misma modalidad ontológica que a los corpúsculos, como cuando se le da una concepto de base sólo alcance su pleno significado histórico como nexo diamérico entre dife-
modalidad, un «peso ontológico» diferente; por ejemplo, cuando, salva vertíale, se le asigna al rentes formaciones supraestructurales, así como recíprocamente.
«aspecto ondulatorio» la modalidad ontológica de \& posibilidad («¿mental-subjetiva.'', ¿objeti-
va-ideal?») y al corpúsculo la modalidad de la realidad, como sugiere Robert Havemann (8): Cultura/Sociedad
porque ahora _las ondas siguen estando pensadas como una suerte de relación-operación (la (14) Otro tanto cabría decir del par de conceptos Cultural Sociedad (que, en frase de Kroe-
«función de onda») intercakda entre los corpúsculos. ber, se vincularían —sinectivamente, añadiríamos por nuestra cuenta- «como el anverso y el re-
Substancia maierialyÍEnergía termita •. -__ • verso de una hoja de carbón»).
(^La.conexión entre una substancia'material y la Energía térmica fué entendida durante
mucho tiempo, por esquemas de inserción («Substancia-Accidente»; «Cantidad-Cualidad») o de *^5) Contradicción,Identidad — ^
simple yuxtaposición («Substancia-Substancia» cuando el calor es identificado con un fluido La dialéctica hegeüana intenta reducir el momento de la identidad a contradicción; la pers-
imponderable, un elemento qumilco entre otros, todavía para Lavoiser, el calórico). Pero un pectiva analítica intenta reducir la contradicción a identidad; el esquema áa fusión estaría repre-
cuerpo calentado no pesa más que antes de recibir el calor: luego el calor no se compone con sentado en las líneas neoplatónicas, o de Nicolás de Cusa, para quienes Dios o el Uno está más
el cuerpo por algún esquema de absorción. La teoría cinética de los gases equivale a la movili- allá de la Identidad y la Contradicción. El esquema diamérico sugiere la interpretación de la con-
zación de los esquemas de conexión diamérica: las moléculas son múltiples (Ai, A;, A.*, ...A»0, tradicción como un cierto tipo de conexión entre esquemas múltiples de identidad (A;, A., A-,
y sus movimientos recíprocos (las energías cinéticas correspondientes) corresponden a la tem- ...A^ (dialéctica positiva).
peratura en las traslaciones (a la energía cinética media de traslación de las moléculas), y al ca-
lor, cuando se añaden las rotaciones (energi^ cinética del movimiento desordenado de las mo- Dios/Mundo :
léculas). . , {l6)'DioslMundo. El esquema de articulación se realiza en el modelo de Aristóteles: Dios
y el Mundo se articulan en el «primer móvil» (que corresponde, en otro contexto, al Ectipo o
Mediator Plástico de Cudv/orth). El esquema de fusión en las «doctrinas extravagantes de
Subjeto/Objeto , algunos paganos», como dice el mismo Cudworth (12), que ponían a la Deidad y al Mundo por
(7) La conexión SujetolObjeto ha sido pensada, o bien según los esquemas de reducción mu- debajo de Hado (aunque en realidad esta es una posición muy próxima a la de Platón: El
tua (Pensamiento-2Ó5. de Blaise Pascal), o bien de yuxtaposición, o ¿efusión eti una Conciencia mundo y el Demiurgo están sometidos al reino de las ideas). Los esquemas de reducción se
Universal. Pero también ^abe ensayar los esquemas diaméricos introduciendo la multiplicidad realizan en el panteísmo y en el panenteismo. El esquema diamérico (el mundo como conexión
de objetos (Oi, O;, O.t, ...Oi^ de suerte que el Sujeto sea la relación entre ellos, o bien inver- entre diversas partes o fases Ai, A:, A-, ...A de Dios) en sistemas tipo Escoto Eriugena (De
samente, introduciendo la multiplicidad de sujetos (Sr, Si, S.i, ...S^ de suerte que el Mundo dirisione Naturae) o dualmente (los dioses como nexos entre los mundos, intermundia) en
sea el nexo entre ellos (9). La primera forma de aplicar este esquema nos lleva muy cérea de la Epicuro.
Filosofía trascendental, tal como la «ejerce», más que la «representa», el propio }¿3nt {Analíti-
ca Trascendental, Refutación del Idealismo, y Dialéctica Trascendental, Paralogismo de la ideali- Bien/Mal '
dad exterior) en el sentido de- que, efectivamente, Kant procede como si el yo pienso debiera {17) Bien/Mal. Esquema de reducción: optimismo metafísico (todo ser es bueno, incluso el
ser interpretado, no tantocomojúna substancia espiritual, al lado de los cuerpos, cuanto como malo) y pesimismo (todo ser es malo, incluso el bueno). Fusión: Dios está «por encima del bien
la conexión misma de los fenómenos en la unidad del Mundo. Lá segunda forma describe muy y del mal». Esquemas diaméricos: «el mal es la relación entre múltiples bienes» (Leibniz).
bien el «idealismo material» de Berkeley, e incluso la filosofía de Leibniz: la realidad está
ahora constituida por substancias espirituales inextensas, sujetos, y las relaciones entre ellos Moral, Derecho
(interpretadas como relaciones de expresión o lenguaje) nos remiten al Mundo como conjunto
de «mensajes» que Dios transmite a las almas, o las almas se transmiten entre sí (10): {IB) Moral! Derecho. Los .conceptos de Moral y de Derecho se comportan como conceptos
conjugados —y cada una de las formas sistemáticas de esta conexión corresponde a una doctri-
na típica (históricamente documentable) de la Filosofía del Derecho,
Alma/Cuerpo
(8) La historia de la conexión entre las Ideas de Alma y Cuerpo es también la historia de la El esquema de la yuxtaposición está representado en todos quienes conciben el Derecho y ,
utilización de los diferentes esquemas de conexión entre «conceptos conjugados». Ante todo, la Moral como dos órdenes de legalidades autónomas, independientes, aunque accidentalmente
de los esquemas metaméricos: los esquemas de reducción (el alma, secreción del cerebro, un puedan tener algún punto de intersección. Es la posición de Kant. El orden moral es extrajurí-
epifenómeno; o bien: el cuerpo es sólo un pensamiento del alma, su representación: Scho- dico; el orden jurídico se funda en principios propios (la legalidad), a los cuales la ciencia del
penhauer); los esquemas de fusión o articulación (doctrina del «monismo neutro» de Russell, Derecho como positivismo jurídico (incluyendo aquí posiciones como la de Hart) debe atener-
teoría del «mediador plástico» de R. Cudworth, en el cual se unirían'el alma y el cuerpo ( U ) ; se. El punto de intersección, que conceden los esquemas de yuxtaposición, puede ser inter-
la simple yuxtaposición, enmascarada muchas veces con la alegación de un esquema metafórico pretado en el sentido del esquema de articulación. Tal es, acaso, la posición escolástica tomista.
de articulación (la glándula pineal, en la que se unirían la res extensa y la res co'gitans). Pero tam- El esquema de fusión estaría realizado en todos quienes subsumerr derecho y moral en otros
bién, en la historia de ese dualismo, podemos constatar la apelación a los esquemas diaméricos conceptos comunes, sean teológicos, sean sociológicos (por ejemplo teorías del control social,
en el Fedón, la doctrina que Simmias opone a la que Sócrates ha desarrollado acerca de la en el sentido de Ross: «Derecho y deber se funden en la Sittlichkeit».). Los esquemas reduc-
unión del alma y el cuerpo (en realidad, un esquema pitagórico de yuxtaposición o de articula- tivos tienen dos versiones recíprocas: La reducción del Derecho a la Moral (a los '••dictamina
ción metafórica: «la nave y el piloto») es una concepción desarrollada bajo el influjo del rectae rationis» del iusnaruralismo) o la reducción de la Moral al Derecho, de lo justo a la ley
esquema diamérico: el alma es sólo la armonía entre las panes corpóreas (Ai, A2, A.;, ...Á^ de del más fuerte (la posición de Trasímaco en la República de Platón). Por último, el esquema de
nuestro organismo, el equilibrio que se alcanza cuando la mezcla de lo caliente, lo frió, lo seco, conexión diamérica arrojaría la siguiente conexión dialéctica de las relacciones entre Moral y
lo húmedo, satisface un cierto punto óptimo (la eukrasis). Derecho: la Moral aparece en la conexión entre diversos ordenamientos jurídicos Ai, A:, A-,
...Ai(. D e este modo la moralidad, a la vez que exterior en algún sentido, a una legalidad jurí-
EspaciOí Tiempo dica dada, no es exterior al conjunto de estas legalidades en su proceso histórico, en tanto in-
corpora la conexión entre legalidades diferentes. La crítica de un ordenamiento jurídico (que
(9) El par de conceptos EspaciojTiempo se aproxima mucho a la estructura de la conjugación
incluye la crítica a la coherencia lógica interna del ordenamiento en cuestión), no tiene lugar
de conceptos; al menos esta estructura podría servir como un medio para entender su extraño
entonces mediante la apelación a una moralidad abstracta, descontextualizada, sino mediante la
emparejamiento (emparejamiento de dos intuiciones, según Kant) que comienza por presen-
apelación, o bien a otros sistemas jurídicos de otros pueblos o clases sociales consideradas
tarse en términos de simple yuxtaposición («ortogonalidad» de las líneas espaciales y tempora-
superiores, o bien mediante la apelación a la lege ferenda; fJor ejemplo, la crítica del derecho
les, etc.). Pero también hay doctrinas que enseñan la reducción del Tiempo al Espacio (acaso to-
burgués, cuando no es utópica, equivaldría a una apelación a la normátividad propia, de una
das las doctrinas que intentan «suprimir» el Tiempo) o del Espacio al Tiempo (Heidegger); doc-
sociedad socialista.
trinas que proponen la articulación o fusión del Espacio y el Tiempo en un tercero, la duración
real bergsoniana. Acaso la concepción relativista del Tiempo y del Espacio realiza la forma de
la conexión diamérica entre ambos términos (relatividad de las longitudes a los movimientos,
por tanto a los tiempos, &rc. etc.).

(tí) LUIS DE BROGLIE, Ondas, corpúsculos y mecánica . ilatoria. Espasa Calpe, Madrid,
1944. Página 141.

(7) Op. cit., páginas 47 y 48.

(gi ROBERT H A V E M A N N , Dialéctica sin dogma, Edic. Ariel. Lee. 6^.

(9) G U S T A V O BUENO, El papel de la Filosofía en el conjunto del sabor. Ed. Ciencia Nueva,
Madrid. Página 160.

(10) G U S T A V O BUENO, Ensayos materialistas, Taurus ed. 1972. Pág. 130-

(11) R. CUDWORTH, The true intellectuel system of tke Universe. Book I, cap. V, páginas S29 a
832. La expresión «mediador plástico» es francesa (Larominguiére) y se aplica también ú
«Ectipo» de Cudworth, es decir, la Naturaleza que es diferente de Dios (Arquetipo), pcn)
causa del orden del mundo. (12) R. C U D W O R T H , op. cit.

92 EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.es

de los contenidos ideales del marxismo-leninismo. Frente ción. Se acudirá en este sentido al análisis de nuevos tex-
a las secuelas del nuevo «marxismo legal», las nuevas tos que se pueden oponer a otros textos, y nos permitan
formas del marxismo actual —principalmente el eucoromu- buscar siempre nuevas facetas, o a desvelar antiguos
nismo— pueden desempeñar el mismo papel que el leni- arcanos del marxismo, ocultos hasta el momento. O se
nismo desempeñó frente al «marxismo legal» y la II In- acudirá a las lecturas y relecturas del marxismo, cuyo sig-
ternacional. El eurocomunismo (dentro de su «revisionis- nificado (si tienen alguno) lo equipararíamos a la diaria
mo») puede ser considerado malgré lui como una nueva lectura y relectura que hace el sacerdote de su Breviario,
forma de leninismo. Pero si esto es así, ¿por qué ese cuyo carácter reconfortante no negamos a escala subjeti-
empeño en prescindir del calificativo de «leninista», va, pero que no puede ser considerado seriamennte
cuando se está ejercitando su propio espíritu? ¿No se cuando desbordamos esta escala. Las secuelas de la
debería, al contrario, asumir el término en toda su exten- pedantería filológica académica (pedante no por su aca-
sión? N o nos atrevemos a negar que existan razones para demicismo sino por su filologismo) son las que nos lle-
ello, razones ligadas tal vez a las connotaciones dislogísti- van a estas fijaciones de los contenidos del marxismo,
cas del término; pero de todos modos es necesario sacar siempre prestas a rasgarse las vestiduras ante cualquier
los problemas a la luz antes de lanzar excomuniones. innovación. El libro de Fernández Buey, que hemos tra-
tado de reseñar, se aleja, en cambio, de esta pedantería
Pero nuestra crítica no sólo es aplicable a las sustan- filológica, y nos presenta el leninismo desde una pers-
tivaciones que del marxismo realizan tanto el «marxismo pectiva que podríamos denominar filosófica mundana y
legal» como el Diamat, sino también a posiciones críticas divulgadora, cuyo transfondo filosófico académico nos he-
con respecto a éstos, pero que se pueden reducir a ellos mos encargado de sacar a la luz a lo largo de este
en última instancia. Y se pueden reducir a ellos porque comentario.
participan del mismo método filológico de interpreta-

SOBRE EL PODER
(En tomo a un libro de Eugenio Trias)
GlJSrCAVO BUENO MARTÍNEZ
Oviedo

Padre, y procede de nuestro primer Padre Adán, que lo


recibió de Dios Padre y lo transmitió por herencia a las
diversas dinastías legítimas que reinan en la tierra. Ocu-
as meditaciones sobre el Poder tienen un rre simplemente que el intento de comprender al Poder
carácter moral o ético —son «filosofía (al Rey, al Estado) es decir, a las categorías políticas, a
moral», y en esto estamos casi todos de partir de las categorías familiares, es tratar de entender
acuerdo. Toda reflexión sobre el Poder el Poder político en los términos morales que envuelven
(aunque, en sus comienzos, no sea estric- necesariamente estas categorías. (Si se dice: «El Poder es
tamente filosófica, sino científica, catego- la Madre» —no cambia la situación; ni tampoco cambia-
rial) alcanza inmediatamente resonancias morales, por ría si se dijera —acaso con mayor fundamento etnológi-
tanto: induce a una meditación filosófica. «El Poder (El co— que el Poder, el Estado, es «el Hermano mayor de
Estado) es el Padre»— dice una fórmula muy extendida la Madre» — , es decir, si se dijera que «el Poder es el
TÍO»).
que intenta penetrar categorialmente (puesto que «Pa-
dre» es un concepto categorial; histórico, sociológico
etc.) en la esencia del Poder. Pero la penetración en esta Trias comienza su libro desde más atrás: N o pone
esencia «categorial», induce, aunque no lo quiera, múlti- los fundamentos del Poder en las especies del «Padre», la
ples «líneas de fuerza» constitutivas de un campo moral, «Madre» o el «Hermano mayor de la madre» sino en un
a la manera como la corriente que pasa por un conductor suelo más genérico, aquel género que se cita en la frase
induce un campo magnético cuyas líneas de fuerza en- de Espinosa: Nada sabemos acerca de lo que puede un cuer-
vuelven al cable. Para muchos psicoanalistas, decir «El po. Y comenta esta sentencia diciendo: «Nada sabemos,
Poder es el Padre» es tanto como condenarlo, sugerir la o muy poco, respecto de nuestro poder». Sin embargo, y
iniciación de la tarea edípica de la «muerte del Padre». a pesar de la generidad de esta afirmación, me parece
Y, sin embargo, curiosamente, esta fórmula «revolucio- que ella no es enteramente cierta. Sabemos bastantes co-
naria», tan grata a muchos «freudomarxistas», es también sas acerca de los cuerpos, en cuanto fundamentos del Po-
la fórmula de los monarcómanos más reaccionarios (Fil- der, y estas cosas que sabemos, aunque reclamen por sí
mer, por ejemplo, en su Paíriarcha): El Poder es el mismas muchas veces un significado estrictamente cate-

120 EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 1, marzo-abril 1978, www.fgbueno.es

gorial (científico, etológico, por ejemplo) tiene inmedia- parte de la «materia»). De este modo, la meditación fi-
tas resonancias morales. Una investigación estadístico- losófica sobre el poder, comporta, de hecho (incluso co-
etológica reciente (que podría servir de comentario a la mo condición) el «enfriamiento» de todo interés parti-
sentencia de Espinosa) arroja los siguientes resultados: cular por el poder político (que nosotros consideramos
Los obispos tienen (en promedio) una talla (referida al como el «primer analogado», al menos ordo cognoscendi,
cuerpo) mayor que los párrocos; los Rectores de Univer- de la Idea de Poder).
sidad suelen ser también más altos que los Decanos de
Facultad; los Generales, sobrepasan en estatura a los En cualquier caso, este «enfriamiento» del interés
Coroneles que no llegan al generalato, así como los Jefes por la meditación sobre el Poder político no es solo el
de Gobierno son más altos, en promedio, que sus minis- resultado al que se llegue a partir de una determinada
tos (Las excepciones —Napoleón, Lenin— son casos que actitud filosófica. Tiene también una fuente antifilosófica,
requieren, como es habitual, una explicación particular). que mana, no ya del desinterés por el Poder político
Ahora bien, a los Obispos, Rectores, Generales y Jefes sino simplemente del desinterés por la meditación filosó-
de Estado se les atribuye generalmente más poder que a fica, un desinterés que se presenta a veces como la con-
los Párrocos, Decanos, Coroneles o Ministros, respecti- trafígura del interés por el poder político mismo, por su
vamente. Concedamos que estos resultados se tienen ejercicio. La primera situación se configura en el momen-
como mera constatación de un hecho (etológico, psicoló- to en el cual el regressus hacia la Idea del Poder se aleja
gico): es evidente que, no por ello, son neutros en cuanto de tal modo de aquello que consideramos su «paráme-
a su significado moral, aunque no sea más que porque tro» (su «primer analogado», el Poder político) que, en
ellos parecen conculcar una cierta norma moral que (su- el límite, solo puede volver (en el progressus) a él en
pondríamos) preside nuestras sociedades democráticas, a cuanto que es la ne^ción del Poder, en cuanto este «pa-
saber: Que las funciones de Obispo, Rector etc., depen- rámetro» sea reducible a la condición de categoría ajena
den del mérito (conse:cutivo a la posesión de ciertas cua- de todo punto a la moral (un poco en la línea de la pri-
lidades intelectuales y morales y, suponemos también, mera parte de El Político de Platón —una parte que po-
ligadas a la libertad, y no a la naturaleza, para hablar en dríamos hoy denominar «etológica»— cuando el arte po-
lenguaje kantiano.), no de la talla. Sin embargo, estos lítico se nos clasifica en el mismo género al que pertene-
resultados nos sugieren que al rnenos determinadas ce el arte de los boyeros, se incluye dentro del arte de
cualidades morales (ligadas a una situación de Poder, los «conductores de rebaños», distinguiendo cuidadosa-
están sujetas a una condición física (al cuerpo, a su ta- mente entre los «rebaños con cuernos» y los «rebaños
lla) pese a que pocos estarían dispuestos a reconocer se- sin cuernos»). La segunda situación aparece siempre que
mejante subordinación, caso por caso. Pero aquello que se pretenda la sustitución de la meditación sobre el
el plano de cada individuo (la autoridad) aparece dima- poder por el activismo político: esta pretensión parte de
nando de determinadas cualidades -morales (estimadas la estimación de que toda meditación sobre el Poder (y
en la eventual elección democrática) en el plano estadís- muy particularmente, sobre el poder político) es un pasa-
tico (de la «clase») se nos revela subordinado a propie- tiempo indigno de cualquier persona madura (política-
dades corporales «groseras», que tienen que ver con la mente madura); un pasatiempo infantil, que está fuera de
fuerza física: la libre elección democrática resulta estar lugar para toda persona adulta que, simplemente, se
sometida al prestigio del poder físico más elemental. Y ejercita en la práctica (en la praxis) de la dominación.
estenos pone inmediatamente delante de las cuestiones Caliclés, en el Georgias platónico, podría servirnos de pa-
más típicas de la filosofía moral. radigma; pero también Nietzsche hubo de recorrer (in-
tencionalmente, al menos) el mismo camino. («La natura-
leza interna del ser es Voluntad de Poder; goce es todo
¿Y qué podemos entender por «filosofía moral», aumento de poder, y desplacer de todo sentimiento de
qué podemos entender por «meditaciones sobre el po- no poder hacerse el amo» dice en su Voluntad de domi-
der» en sentido filosófico-moral?. Seguramente dos gé- nio, 693).
neros de argumentación muy diferentes, aunque aparez-
can tenazmente confundidos en el nombre común de
«Filosofía» o de «meditación filosófica» sobre el Poder. Estas situaciones coinciden al merios en este punto:
en el desinterés por la meditación filosófica centrada
Ante todo, un tipo de meditación sobre el Poder especialmente en torno al Poder político. Por ello es
que comienza por la consideración del Poder en general preciso no confundir estas situaciones con las que ocu-
(por la consideración de los elementos más abstractos y pan aquellos que, sin perjuicio de ver en el poder políti-
genéricos de la Idea de Poder, supuesto que lo más ge- co poco menos que el mal, creen necesario alimentar la
nérico sea también lo más originario) y que sólo después constante meditación sobre el poder político, orientán-
de creer estar en condiciones de pasar a considerar las dola al conocimiento de sus leyes, a fin de ayudar a su
diferentes especies del Poder (y, en particular, las espe- definitiva demolición.
cies que nosotros propondríamos; como las especies
«originarias», los «parámetros» del Poder, sus «primeros B) Pero también, un tipo de meditación sobre el
analogados» a saber, las especies del «Poder político»). Poder que comienza precisamente con el reconocimien-
Este tipo de meditación sobre el Poder, propenderá a to de la multiplicidad de las especies del Poder y de su
autoconcebirse como neutral respecto a las diferentes es- mutuo conflicto; por tanto, con el reconocimiento de
pecies del Poder, y reclamará un signo puramente onto- alguna de estas especies como «primer analogado» de la
lógico (Al no «comprometerse» con ninguna de las de- Idea de Poder. Este tipo de meditación no se autocon-
terminaciones del Poder, permanecerá, intencionalmente cebirá, de entrada, como neutral ante las diferentes es-
al menos, al margen de toda formalidad moral —y su pecies del Poder y el reconocimiento de esta imposibili-
condición de «filosofía moral» le afectará sólo por dad de neutralidad, tendrá un significado crítico. La me-

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ditación filosófica arranca ahora de la conciencia de la


necesidad de tomar partido entre alguna de las especies fía de orientación esencialmente histórica. (La indetermi-
del Poder (pongamos por caso: de tomar partido entre nación de la Filosofía metafísica se manifiesta principal-
el poder del Papa y el poder del Emperador — Mkrsilio mente en su ahistoricismo, en su intemporalidad). Una
de Pádua, Guillermo de Occam—). La meditación sobre meditación dialéctica, crítica, sobre el Poder sólo puede
el poder se reconoce ahora como una meditación prácti- llevarse adelante sabiendo, desde el principio, que las
ca, moral {includens prudentia), y es a partir de aquí {el opciones (el sistema de las opciones o alternativas teóri-
deber ser) a partir de donde- cree preciso regresar a la cas) que cabe asumir ante el Poder no podrían por me-
Ontología {al ser). Porque tanto si ponemos las diversas nos de haber sido ya esbozadas en el origen de la misma
especies conflictivas del poder en las relaciones entre meditación filosófica sobre el poder, a saber: en Grecia.
individuos, como si la ponemos entre las instituciones, Por tanto, toda meditación filosófica, y crítica, sobre el
o entre las élites, o entre las clases sociales en lucha (o poder, ha de comenzar metódicamente por regresar a las
acaso también entre los Estados) es evidente que si los meditaciones de los filósofos griegos. Esta conclusión es,
conflictos se mantienen de un modo regular (sociológica por tanto, crítica: crítica de la ingenuidad de quien cree
o incluso jurídicamente, con el consensus de las partes) posible emprender una meditación sobre el Poder «ele-
— y en otro caso no cabría hablar de Poder— ello será vando los ojos al Cielo», y dirigiéndose « a la cosa mis-
debido a la estructura real en que se asientan: una ma», para captar su esencia. Porque no solamente el
realidad que nos remite a su Ontología. Y Ontología Poder es una cosa histórica —y no metafísica— sino que
será no sólo la tesis que suponga una tendencia al también la meditación sobre el Poder ha de tomar (para
incremento positivo del Poder (en la adición de las can- ser dialéctica) la forma de una meditación histórico-filo-
tidades de las distintas especies de Poder) de una sófica. N o es cuestión de querer mantener una medita-
sociedad dada, como la tesis que suponga una tendencia ción al margen de los clásicos; es cuestión de poder man-
a la baja, o como la tesis conocida que supone que la tenerse de hecho al margen. Porque en las polémicas de
adición de las cantidades de poder de diversa especie los sofistas, y en las sistematizaciones de Platón y de
correspondientes a un sistema social dado arroja una Aristóteles, de Epicuro o de Panecio, es donde se
suma cero. encuentran ya cristalizados los planteamientos filosóficos
que la Idea del Poder imphca. Es aquí en donde la Idea
Estaríamos acaso en resolución ante dos tipos de fi- del Poder ha alcanzado su perspectiva filosófica, median-
losofía irreductibles. A la del primer tipo, la llamaríamos te la formulación de las líneas de su symploké con las
metafísica (ontológico-metafísica); a la del segundo, le lla- Ideas del Bien y de la Felicidad. Desde entonces será ya
maríamos dialéctica. Por supuesto, cada una de ellas ten- imposible una meditación filosófica crítica sobre el Poder
drá que cumplir el trámite de reducir a la otra, destru- que se mantenga separada de la Idea del Bien (y del
yéndola (la filosofía dialéctica, pretenderá que también la Bien Supremo, de la Idea de lo Mejor) y de la Idea de la
metafísica es una filosofía «partidista», sólo que «mala», Felicidad —de parecida manera a como, una vez organi-
«inmoral»). La distinción entre ambos tipos de Filosoñ'a zada la Geometría griega, será ya imposible una «medita-
no puede trazarse con la misma línea divisoria que ción matemática» sobre los Poliedros regulares que se
separa una «filosofía especulativa» de una «filosofi'a mantengan al margen de los conceptos de cara, vértice y
práctica»: en ambos casos, se trata sin duda de «filosofía arista. Frente a aquellos hombres superficiales que inten-
práctica». Más bien habría que decir, por ejemplo, que tan entender el nexo entre el Poder y la Felicidad al
la filosofía metafísica es una «falsa filosofía» (una parodia jnargen de la Idea del Bien es decir, frente a aquellos
de Filosofía) mientras que la filosofía dialéctica es «ver- que creen posible reducir la Idea del Poder a términos
dadera filosofía» (aunque no por ello pueda siempre esti- categoriales, autónomos -Sócrates demuestra que no
marse como «filosofía verdadera»).. hay verdadero Poder a espaldas del Bien, ni tampoco
hay verdadera Felicidad. Arquelao, hijo de Perdicas, Rey
de Macedonia —o el Gran Rey— no pueden ser felices
Desde luego, por nuestra parte, nos apresuramos a (dice Sócrates a Polos) aunque detenten el poder tiráni-
clasificar al libro de Trias sobre el Poder como «filosofía co. Cálleles (digamos también: Nietzsche) se mueve en la
metafísica», como una falsa filosofía, como una parodia superficie: «Te declaro que estas tres palabras: Fuerte,
de la filosofía del poder. La crudeza de nuestro «diag- Poderoso, Mejor expresan la misma Idea». Pero entonces
nóstico» tiene por objetivo, primero el ahorrarle tiempo — replica Sócrates—las leyes de la mayoría (las «leyes del
al lector de esta nota, —al lector interesado en conocer rebaño») serán las mejores, porque son las más fuertes.
la opinión del crítico. (Nó tiene por objeto formular un «¿Cómo puedes imaginarte —responde Cálleles- que
diagnóstico que se presente como indiscutible o como voy a considerar como leyes los acuerdos tomados por
inmediatamente evidente). A este lector quiere el crítico un rebaño de esclavos o por gentes de toda laya cuyo
decirle que, conservando intacto su afecto por Trias, es- único mérito es acaso la fuerza física?». Pero con esta
pera que pueda remontar su vuelo en ulteriores obras. pregunta Cálleles, el aristócrata, ha firmado para su doc-
trina la sentencia de muerte —porque ha reconocido que
La filosofía dialéctica del poder, en cuanto crítica de (con el advenimiento de la democracia) la fuerza ha deja-
la metafísica (crítica de su indeterminación) es una filoso- do de ser patrimonio de la aristocracia. Y con ello, el
aristócrata (viene a decir Sócrates) tendrá que reconocer
que el verdadero Poder no consiste en la aplicación de
(x) Pero aquello que para la «filosofía metafísica» puede ser interpretado como una «fijación»
injustificada (la «fijación» en el Poder político, como primer anaiogado de la Idea del Poder),
una fuerza arbitraria y caprichosa sino en el sometimien-
indicio de un desfallecimiento de la capacidad de abstracción es para ía filosofía «dialéctica» el to de esta fuerza a una norma, a una legalidad, a un Bien,
resultado de una actividad ella misma crítica: la critica a ía pseudo abstracción, a la abstracci(>n
vacua y escolástica que, elevándose a conceptos indeterminados o «blandos» («el Poder»), que está por encima de la propia aristocracia. Es necesa-
prescinde de una determinación (la política) al margen de la cual la Idea de Poder se desvanece
y se rompe (como se desvanece y se rompe el concepto de ciríuíu cuando se abstrae uno solo
rio, por tanto, regresar a la consideración del Bien —y
de entre los infinitos puntos que contiene, a saber, el centro).

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no sólo a la buena forma de una estructura suma cero, mas de Poder, el poder de la Voluntad erótica (el
sino al Bien Supremo, a la Ontología; porque de otra «poder engendrar en la Belleza», el Amor) o el poder
suerte, la meditaciónn sobre el poder se degrada, trans- del Entendimiento. Son dos direcciones que pueden, en
formándose en mera casuística psicológica, cuya expresión líneas generales, identificarse con la tradición platónica
es el discurso lírico de Nietzsche, el impotente — . Pero (que se continúa en el cristianismo: Deus charitas est) y
no sólo el Poder está entretejido con el Bien; también con la tradición aristotélica (Dios es Noesis noeseos) res-
está entretejido con la Felicidad (cuando éste no se redu- pectivamente. Tanto la primera tradición como la segun-
ce a un mero concepto psicológico, a la vivencia placen- da, se determinan por referencia al poder político y tra-
tera que pueda serle atribuida a un buey —ya sea el buey bajan en el sentido (práctico) de retirarle el monopolio del
coiriedor de guisantes, del que habla Heráclito, ya sea un Bien, aun reconociéndole, a veces, su necesidad dialécti-
buey Apis, del cual habla Aristóteles). Porque la felici- ca. Solo los epicúreos, por un lado (en una versión sui
dad no sólo alcanza su significado filosófico por el inter- generis del bios apolaustikós, que se renueva con fuerza en
medio de la Idea del Bien —y, por tanto, por la media- nuestros días en el comunalismo y en el ecologismo) y
ción de la Idea de Poder, en tanto va entretejida con la los neoplatónicos, por otro (el del bios theoretikós) reali-
Idea del Bien. «Cuando el alma se imagina su impoten- zan la critica absoluta del Poder político siguiendo un
cia se entristece»— nos dice Espinosa en la proposición camino que consideramos metafísico: ignorándolo, decla-
LV del libro III. N o es posible la Felicidad al margen del rándolo incluso aliado del mal y de la impotencia («Se
Poder. Hay una «conexión de esencias», una symploké, quejan de la pobreza y de la desigual distribución de las
que Espinosa reconstruye de nuevo dentro del marco riquezas entre los hombres. Ignoran que el varón sabio
trazado por los filósofos griegos. El Poder es poder en no desea la igualdad en estas cosas, que no cree que el
cuanto es Bueno; la felicidad también incluye el Bien rico lleve ventaja al pobre, ni el príncipe al subdito»,
(cuando es un concepto moral); y por ello la Felicidad dice Plotino, II, 9, IX). Platón, como Aristóteles, en
incluye el Poder, la libertad, por que la impotencia es cambio, no ignoran nunca la conexión dialéctica entre el
mala: por ello el esclavo no puede ser feliz, porque no Bien, la Felicidd y el Poder —y el Poder político. Esto
tiene poder, ni es, por tanto, bueno que haya esclavos. está bien claro en el Platón de La República y en el Pla-
¿Hay que desembocar entonces en el Poder político (o tón de has Leyes. Pero también en Aristóteles— incluso
al menos, en alguna de sus numerosas especies) como el en el Aristóteles que en la Etica nicomaquea (1778
lugar en el cual toma cuerpo el verdadero poder por b7-23) ha enseñado que «la felicidad no es otra cosa
tanto, como el lugar en el cual el poder se hace media- sino una contemplación». Porque si Aristóteles ha llega-
dor entre el Bien y la Felicidad?. Tai fué la enseñanza do a semejante conclusión no ha sido en nombre de una
(dentro del círculo peripatético) de Dicearco de Mesina, defensa del bios theoretikós frente al bios politikós y al bios
en contra de Teofrasto (Cicerón, Ep. ad Att., II, 16). praktikós. La vida teorética (nos dice Aristóteles) es tam-
Aristóteles había formulado ya las razones principales de bién vida práctica y la vida más práctica concebible, la
Dicearco: «Habrá quien sostiene que el supremo poder vida que es acción pura. Acto Puro, es la vida de Dios
(político) es lo más apetecible de todo, porque aquellos que, por ello, consiste en puro «pensar». Solo la vida de
que los disfrutan están capacitados para efectuar el Dios es verdaderamente potente, feliz y buena porque se
mayor número de actos nobles» (Política VII, 3). Sin nutre de sí misma y no depende de ninguna circunstan-
embargo Aristóteles duda de que la verdadera vida sea la cia externa, porque realiza la autarquía. Si pues Aristóte-
vida activa y política —pero esta duda se apoya en la evi- les declara a Dios paradigma de la Vida suprema, no será
dencia en otro poder que se considera superior, en la en virtud de un «mecanismo de proyección» de sus pro-
autarquía de la cual el Acto Puro constituye verdadero pias preferencias piscológicas sino en virtud de un «argu-
paradigma. Desde luego, el poder político tiránico y arbi- mento ontológico». Así como, en Descartes, la feracidad
trario, no proporciona la felicidad: Esta ilusión es un del cogito sólo a través del Dios omnipotente alcanza un
efecto producido en aquellos pueblos que pueden satis- valor modal de necesidad (que se nutre, circularmente,
facer sus ambiciones de conquista (como ios Escitas, los de aquella veracidad), así la suprema bondad de la lida
•Persas, los Tracios, los Celtas- y Aristóteles cita tam- teorética (que sigue siendo vida práctica) de Aristóteles
bién, en este contexto, a los Iberos). Platón, en su famo- solo se justifica a través del Acto Puro, paradigma del
sa digresión del Teeteto (173 E) había trazado la imagen Poder supremo, de la autarquía absoluta. Y, por ello
del sabio feliz, cuando «dirigiendo su vista a la naturale- mismo, Aristóteles concluye declarando que la vida divi-
za de todos los seres del Universo», no se rebaja ante na (el bios theoretikós puro) no es algo a lo cual los hom-
ningún objeto de los que le rodean y ni siquiera conoce bres (que no son dioses) puedan aspirar. Se diría que
el camino hacia la plaza pública (hacia la «política»). Es
el retrato más puro del «filósofo gnóstico», el diseño de Aristóteles ha puesto el dedo en la dialéctica misma de
la forrna de vida /í'orí/zV-íZJqueEIeráclides Póntico (a partir las tres formas de vida clásicas, en el conflicto entre las
de la doctrina de las tres almas de Platón, de la doctrina diferentes formas del Poder. El político no es -dice
de las tres clases sociales) proyectará retrospectivamente Aristóteles— el único varón libre, pero tampoco toda
sobre los pitagóricos, oponiendo la forma de vida de «dominación» es una forma de tiranía. Acaso pudiera
estos a otras dos formas de vida posibles, a saber: el bios afirmarse que Aristóteles —como antes Sócrates y Platón
apolaustikós (la vida privada de quien disfruta de pla- como después Espinosa o Hegel— mantiene el punto de
ceres y beneficios) y el bios politikós (la vida públi- vista de la «filosofía perenne» del Poder, a saber, el pun-
ca). En cierto modo podría decirse que toda esta doctri- to de vista de la «política filosófica».
na sobre las formas de vida (y en particular, sobre el bios
theoretikós) no es otra cosa sino el intento de demostrar II
que el Bien y la Felicidad no giran únicamente en torno
al Poder político. Pero giran, eso sí, en torno a otras for- ¿Y que es lo que hace Trias en sus Meditaciones sobre
el Poder?. Ante todo, una crítica al Poder político, un

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movimiento orientado (se diría) a colaborar en la desin- Nada. La angustia nos revela nuestra esencia y la esencia
toxicacion del politicismo absorbente en el cual los es- es poder. Trias concluye: Luego la angustia es la reacción
pañoles estamos sumergidos desde los últimos tiempos ante nuestro propio poder (Fromm acaso diría: es el
del franquismo. El Poder político no es el valor supre- miedo a la libertad).
mo, no es la sede de la verdadera libertad. Sin embargo,
la libertad implica el Poder. Por ello Trias comienza
disociando ad hoc la Voluntad de"Poderde la Voluntad de III
dominio, considerando al Poder político, no como un
caso particular del Poder (que se ejerce en el dominio) Las construcciones de Trias quizá no sean para mu-
sino como su caso límite, el límite inferior, aquel en el chos otra cosa que un pretexto para que se deje oir una
cual el Foder se convierte en Impotencia. antigua exhortación moral: la «condención» del poder
político, del poder temporal, la misma condenación secu-
lar que unas veces se formula con palabras epicúreas,
Cabría decir que la disociación —mejor: el «trámite
otras veces con palabras cristianas —las palabras que
de disociación» que, por lo que hemos dicho, cubre toda
oponen la Caridad (el Amor) a la Justicia, la Sociedad
meditación filosófica sobre el Poder— entre el Poder y
(en particular: La Iglesia) al Estado.
el Poder político, es llevado por Trias en una dirección
paralela a la de los epicúreos o a la de los neoplatóni-
cos. Se trataría de demostrar que los políticos no son los Nosotros no tenemos por qué tomar aquí posición
sujetos que, por derecho, detentan el Poder. Para ello, ante el contenido de estas exhortaciones. Lo que nos in-
nada mejor que comenzar contemplando ese círculo de teresa en cambio es esta otra cuestión: ¿Por qué apoya
los «sujetos políticos» (¿acaso la «clase política», en el Trias sus exhortaciones morales en una ontología meta-
sentido de Michels?) como un círculo de radio reducidí- física de una ingenuidad crítica tan sobresaliente y, en
simo, en comparación con todos los sujetos capaces de resumidas cuentas, tan acrítica?.
detentar el verdadero Poder; nada mejor que comenzar
ampliando el radio del círculo atribuyéndole incluso un Metafísica: Porque, sin arriesgarse en ningún tipo de
radio infinito. Así, dirá Trias, todos los sujetos pensa- «argumento ontológico», regresa a unos axiomas sustan-
bles, todos los sujetos reales (en cuanto tienen esa esen- ciaíistas —las esencias, dotadas de potencia interna, que
cia) son sujetos de Poder. Y esto, en virtud de una defi- buscan su identidad— que se ponen en línea con la más
nición: «El Poder procede de la Esencia». La Idea de arcaica tradición escolástica (en especial, el «estilo» de
Poder trata así de ser vinculada a la Idea aristotélica de Trias recuerda muy cerca al «estilo» de Zubiri). «Se
Potencia activa; el Poder es el mismo proceso de. cada quien eres» es una máxima vacía porque siempre serás lo
ser (en rigor: de cada monada) en él cual se actualiza su que has sido (Es como cuando un cristiano dice de un
propia potencia, el proceso en el cual cada ente realiza acontecimiento, pongamos la conversión de Constantino,
su esencia, alcanza su propia identidad, llega a ser «lo que es «providencial»: también sería providencial el
que era» (en su esencia). «Sé quien eres»». Este es el acontecimiento opuesto, si se hubiera producido, y por
lema de Píndaro al que Trias se acoge como a fórmula ello, semejante calificación carece de vigor constructivo
que expresa la naturaleza misma del Poder. y solo puede servir para encubrir construcciones que tra-
bajan en otro plano).
Trias se convierte, de este modo, en un verdadero Ingenua, porque los axiomas y desarrollos están pre-
escolástico. «Todo ser es perfecto» - d i c e Trias, con sentados in recto, como si fueran evidentes por sí mis-
asombroso aplomo metafísico («Todo ser es infecto» es mos, como si fuera posible mantenerse al margen de los
decir, inacabado, dirá un pensamiento que niega la inmo- conflictos que tales axiomas o construcciones instauran
vilidad de las cosas reales, un pensamiento dialéctico). con terceros axiomas o construcciones o entre sí mismos.
Por ejemplo, cuando habla de la angustia revelante del
¿Y qué es la esencial N o es meramente un género propio poder, no hace sino construir unas relaciones
abstracto. Comporta su realización individual, aquello enteramente gratuitas (por lo menos hasta que no se
que, en la esfera de la Persona, llamamos «estilo». Las «prueben» de algún modo) —aparte de ser muy poco
esencias, son así múltiples, casi infinitas. Trias contempla espinosistas (la angustia es una tristeza, y la tristeza brota
esta infinitud virtual de «esencias potentes» con ojos de la impotencia)— que acaso se agotan en su pura for-
armonistas, monadológicos. Cada esencia realmente po- malidad constructiva, pura parodia de la construcción
tente verá a las demás esencias como realidades que son «ordo geométrico». Por ejemplo, cuando Trias nos dice
amables, puesto que son buenas: De aquí que el Amor que es preciso vincular los átomos con las Ideas, como si
sea, para Trias, la verdadera expresión del Poder, porque fuese una tarea nueva, ¿a quién se dirige?. No será a los
solo una esencia potente puede contemplar a la Potencia profesores de Filosofía, que han leído simplemente a
de las otras esencias sin recelo, solo ella puede desear Windelband (Y si no se dirige a ellos ¿para qué sugerir
que las otras esencias cumplan su propio destino: El como tareas inauditas temas que son ya lugares comunes
Amor es así la relación de cada esencia con las otras entre los profesionales?). Y otro tanto habría que decir
esencias personales; el Arte es la relación de cada esen- de las solemnes afirmaciones de Trias en relación con el
cia consigo misma, con su mundo. Por ello dice que la tema de los Géneros. «Es preciso no pensar en los Gene-
individualidad de una esencia es su estilo. ros como Géneros abstractos». Pero otra vez ¿a quién se
dirige Trias? ¿Es que sigue predicando in partibus infide-
lium, como Ortega algunas veces? Nosotros creemos que
Pero la presencia del ser ante sí mismo es la Angus-
este estilo está ya fuera de lugar una vez que existen
tia (según los resultados de la analítica fenomenología de
cientos de profesores que, por obligación profesional,
Heidegger). Ahora bien: la Angustia ya no podrá consi-
han leído la Lógica de Hegel y tantas otras cosas sobre
derarse como algo que nos pone en presencia de la
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los Géneros abstractos y concretos. No creo que sea acep-


table, ni siquiera retóricamente, presentar como nuevas y
sorprendentes cuestiones que tienen ya un planteamien-
to académico preciso —planteamiento que, sin duda, es
desconocido por el gran público. Pero ¿acaso porque
el gran público desconozca las leyes de la evolución de
las vocales castellanas es legitimo decirle «Ya va siendo
hora de suscitar la magna cuestión de las leyes a que
está sometida la evolución de las vocales castellanas».

Acrítica, porque no tiene siquiera previstos las res-


puestas a las elementales dificultades que los episodios
de su construcción van suscitando. A partir de la tesis
«Todo ser es bueno», no parece fácil establecer una dis-
LAMBECWS: BASILISCO
criminación moral entre el poder del héroe y el poder
del asesino: Ambos serán buenos, y cuanto más perfecto
sea el crimen, mejor asesino será quien lo perpetró —de- trata de llevar al límite los puntos de vista de Anima/
cían los escolásticos. Así también, a partir del principio: Farm de Orwell, o los de B. Russell, o los de von Mi-
«El poder es la realización de la esencia», no se ve como ses, o los de Popper). —Sin embargo, y aunque la direc-
pueda diferenciarse la dominación y el amor, porque (has- ción crítica sea similar, el sentido de la crítica de Trias es
ta que Trias no nos lo explique) parece que podría decir- opuesto al de Levy; o, si se prefiere, el sentido de la crí-
se que el «político» realiza en la dominación su propia tica al Poder político de Trias es opuesto al de Levy,
esencia de dominador. ¿Acaso habría que suponer que pero, precisamente por ser su opuesto, se mandene en
Trias quiere decirnos que el poder político brota del su mismo género de crítica, en su misma dirección {contra-
desfallecimiento de la propia potencia, de la impotencia ria sunt circa idem): Nos arriesgamos a poner, como
de una esencia que busca compensar su debilidad con la contenido de este mismo género, a la Idea de Todo (en
posesión de las esencias ajenas.'* Pero entonces estaría- tanto se empareja con la Nada, y no, por ejemplo, con
mos ante un puro círculo vicioso —cuyo centro es el sus- la Parte, o con un Todo diferente). Esta Idea de Todo
tancialismo de esas esencias individuales— a saber, el cír- sería la perspectiva desde la cual, tanto Trias como Le-
culo que se dibuja cuando se presupone que precisamen- vy, proceden al análisis de la Idea del Poder político.
te hay un desfallecimiento de la propia esencia en el mo- Levy vendría a afirmar que el Poder político es todo el
mento de buscar la dominación («puesto que el poder Poder —el Poder del Estado totalitario, que no deja
consiste en buscarse a sí mismo»). A partir de la perfec- ningún hueco para la libertad humana individual, salvo
ción de la esencia. Trias deduce el Arte: ¿por qué no tam- la que pueda corresponder a la lucidez «gnóstica» y
bién la Gimnasia o el carbonato calcico.' Acaso ocurría desventurada que los «intelectuales» habrán de
sencillamente que Trias estaba pensando en la «perfec- defender en calidad de testimonio ético. Trias, en cam-
ción artística de las esencias» o en la «perfección de las bio, con un ánimo más «olímpico» y optimista, menos
esencias de naturaleza artística». desventurado, vendría a enseñar que el Poder político
es la Nada del Poder, porque es la Im-potencia. Ahora
bien: desde nuestro punto de vista materialista, tendre-
Pero acaso (se me dirá) el género literario que cultiva mos que decir que tanto Trias como Levy se mueven
Trias en este su último libro, no es el género exhortati- en una formulación metafísica de la dialéctica, a saber, la
vo, ni tampoco el género expresivo sino simplemente el dialéctica del Todo y la Nada, que cultivó a fondo el
género estético-constructivo, en el cual interesa única- «existencialismo» («¿Por qué hay ser y no más bien Na-
mente la forma de la «construcción geométrica», aunque daT» - s e pregunta también Levy). Una dialécdca no
esta construcción sea imaginaria. Si ello fuera así, se metafísica (que entienda la Idea del Todo como concepto
comprenderá que esta obra no puede satisfacer más que conjugado de la Idea de Parte) opondrá el Poder político
a aquellos que no están educados en la discipUna de la a otros poderes, no como se opone el Todo a la Nada
«construcción geométrica». Un género de «filosofía fic- (o recíprocamente) sino como se opone el Todo a la
ción» dirigido a un público filosóficamente inculto pero Parte (¿Platón.', ¿Hegel.'), o como se opone el Todo al
al cual no se trata de instruir, sino de mantenerlo en Todo (¿Kant?), o bien como se opone la parte (el
su ignorancia, porque solamente ante ella pueden tomar «Partido») a la parte, es decir, por ejemplo, (¿Marx.-")
forma aparente las «construcciones imaginarias», porque como se opone la clase explotadora (que es una parte
solamente ante ella puede cobrar el autor la forma iluso- de la Sociedad, la que instituye el Estado) a la clase ex-
ria de un «demiurgo», de un artesano cuando su realidad plotada, de suerte que ya no sea posible afirmar que
es solo la de un poeta. esta clase sea impotente. Hay un Poder burocrático, sin du-
da— pero también un poder popular variable histórica-
mente. Porque ahora ya excluidas en la relación
Por último: la crítica filosófica de Trias al Poder
político —al Estado— podría considerarse alineada, de Todo Nada, que no admite medio, por tanto, historia.
algún modo, con la crítica que los llamados «nuevos fi- Hay un Poder oligárquico, pero también un Poder
lósofos» — y, particularmente, Bernard Henri Levy — obrero que lo resiste y lo limita.' (Un poder que resulta
dirigen contra el marxismo-leninismo-stalinismo, enten- ser despreciado ingenuamente cuando, como en La bar-
dido como caso superior del platonismo» y el Archipié- barie con rostro humano, llega a creerse que sólo los «in-
lago Gulag es una continuación «proletario-fascista» de telectuales», los herederos desventurados del 68, pue-
los campos de concentración nazis: en cierto modo, se den mantener una lucidez ética).

EL BASILISCO 125
EL BASILISCO, número 2, mayo-junio 1978, www.fgbueno.es

AKTICULOS

EN TORNO AL CONCEPTO
DE "CIENCIAS HUMANAS"
LA DISTINCIÓN ENTRE METODOLOGÍAS
fl-OPEElATORIAS Y
B-OPERATORIAS
GUSTAVO BUENO
Oviedo

las aulas consagradas a las «ciencias humanas» —y millo-


& 1. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN nes de unidades monetarias de las especies más diversas
son invertidas por las instituciones públicas o privadas
con deístino a investigaciones que tienen que ver con las
«ciencias humanas». Y como quiera que todo concepto
«Ciencias Humanas»: una expresión de se forma por la oposición a otros conceptos de su cons-
importancia creciente y en torno a la cual, telación —como quiera que toda asignación de recursos
van cristalizando ideologías cada vez más con destino a las ciencias humanas (según algunos,
confusas e incontroladas (1). Bajo su rú- todavía vergonzosamente escasos, en la mayoría de los
brica prestigiosa logran elevarse al rango países occidentales) incluye una restricción de las inver-
universitario disciplinas (tecnologías, mi- siones con destino a otras ciencias no humanas —parece
tologías,.-.) tan dudosas, en cuanto a su difícil poner en duda el interés actual - p r á c t i c o - de
estatuto científico, como puedan serlo el Psicoanálisis, las todo intento orientado a buscar algún género de claridad
Ciencias de la Información o la Mariologm (porque, con lógica en torno a la forma de este concepto y a la natura-
Rahner, piensan muchos que toda Teología es, en el fon- leza de su oposición a los restantes conceptos de su
do. Antropología (2). Millares de estudiantes acuden a constelación semántica (a los conceptos de las demás
ciencias, de las ciencias no-humanas).
(1) Algunos subrayan la significación pragmática («interesada», «instrumental») de las ciencias
etnológicas en el contexto de los intereses colonialistas (Mercier, Bastide, Leclerc, Gough,...);
otros denuncian el papel de las ciencias psicoloópcas en el marco de la estrategia del capitalismo
(«Manifiesto de Nantes»). No falta quien ve en la ciencia ds las Religiones comparadas un instru-
mento para la cosolidación de la fe monoteísta (W. Schmidt, Konig) y otros declaran ixplícita- Es propia de toda fórmula ideológica en alza, y
mente la finalidad instrumental de la Economía política en el marco de la sociedad capitalista o
en el de al revolución socialista. A veces, sencillamente, se subraya el significado de las Cien-
también característico de la expresión «ciencias huma-
cias Humanas como ocupaciones destinadas a llenar el creciente «tiempo de ocio» de las socie- nas», su aparente luminosidad, la claridad e inmediatez
dades industriales avanzadas. Según algunos críticos, las Ciencias Humanas, respecto de las ',
Ciencias Naturales y Formales, guardarían la relación que mantiene la superestructura con la base de su significado. Su análisis resulta ser para muchos
(incluso cuando se entiende la superestructura como ideología de la clase dominante): «Infor-
mación, Cultura, circulación de la Ideas: la nueva clase ha poblado servicios gigantescos, no le-
tarea superfina, a lo sumo, tarea puramente académica,
vantó catedrales, sino que hizo su hueco blandiendo la bandera de las ííCiencias Humanas» de la cual poco puede esperarse. Poco jsuede esperarse
—dice André Glucksmann, Núaj ne sommes pas tous prolétaires, Les Temps lAodemes, tí^ 350 y
351, 1974 (trad. bajo el título íriacia la subversión del trabajo intelectual por O. Barahona y U. del análisis de lo que ya es evidente, y, por así decir, tri-
.Doyhamboure, México, Ediciones Era, 1976,_pág. 113). Entre la casi inmensa bibliografía
seleccionamos: Paul Mercier, Histoire de l'anthropologie, París, PUF 1966. R. Bastide, Anthropo-
vial: «Las ciencias humanas son las ciencias que se ocu-
logie apliquée, París, Payot 1971. G. Leclerc, Anlhropologie el colonialisme, París, Librairíe Arthe- pan del conocimiento del hombre»; o, dicho en griego,
rae Fayard, 1972. K. Gough, N « Í ' propasáis for Anthropologist, Current Anthropology, n° 8,
1968. Cohn Bendit, Le gauchisme, remede a la maladie sénile du communisme, París Seuil, 1968 «la forma científica de la autognosis». ¿Cabe algo más cla-
(en las págs. 29-30 se cita el «Manifiesto de Nantes» de 21 de diciembre de 1967, que termi-
naba así; «I"AGEN-UNEF apelle rous les étudiants de psychologie á déserter leur section»).
ro, más incitante, más puro, más inmediatamente eviden-
Franz Kónig, Cristo y las religiones de la tierra, trad. Ramón Valdés, Madrid BAC 1960, t. I, te?. Sin embargo —tal es nuestra tesis— difícilmente po-
pág. i 3: «¿cuáles habrán de ser los grandes problemas económicos de la década de ios años
60?. Nadie los sabe. Pero el mayor problema económico probablemente será éste: ¿podemos dría señalarse una cuestión hoy por hoy más oscura, más
ganar en la vasta competencia económica con el mundo comunista?»). Academia de Ciencias de
la URSS, Manual de Economía eolítica, 3^ edic. México, Grijalbo 1960 (págs. 23: «La economía embrollada, más contaminada o impura. Difícilmente
política marxista leninista pertrecha a la clase obrera y a toda la Humanidad trabajadora con
una poderosa arma en su lucha por liberarse del yugo capitalista»). Peter Winch, The idea of
cabe pensar en una ingenuidad mayor que la de quien,
Social Science. Roudedge & Kegan Paul 1970. J. Habermas, Technik und ^issenscbaft ais Ideolo- sin una reflexión lógica sostenida, alienta evidencias
gie. Frankfurt, 1971.
sobre la claridad del concepto de «ciencias humanas»:
tanto más oscuro tiene su concepto quien con mayor cla-
(2) Puede verse Juan Luis Ruiz de la Peña, Espíritu en el mundo, en Antropologías c.I siglo XX,
Salamanca, Sigúeme 1976. Pág. 182. ridad lo percibe. Desde esta perspectiva crítica —crítica

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EL BASILISCO, número 2, mayo-junio 1978, www.fgbueno.es

más del concepto de ciencias humanas que de todo aque- ñas (4).. Cuando los conceptos de «ciencias naturales» y
llo que bajo esa expresión se encubre— es desde donde «ciencias humanas» se reagrupan en el concepto de cien-
estamos reivindicando el interés filosófico actual de un cias reales, cabría hablar de la posibilidad de considerar el
análisis lógico-material (= gnoseológico) del concepto de esquema tricotómico como resultado de la intersección
las ciencias humanas. N o porque creamos que este de dos dicotomías: la dicotomía ciencias formales I ciencias
análisis es suficiente —sino porque creemos que es nece- reales y la dicotomía ciencias naturales i ciencias humanas,
sario—. Y no precisamente para lograr que algún En cualquier caso, esta segunda dicotomía no es, por su
psicoanalista, algún politólogo, algún «antropólogo» o forma lógica, identificable con la dicotomía considerada
algún mariólogo deje de usar en vano el nombre de en primer lugar {Ciencias humanas I Ciencias no huma-
«ciencia» —puesto que tanto rendimiento práctico pare- nas). Sería preciso identificar la clase negativa {«no_hu-
ce sacarle a su uso— sino para tratar de saber qué es lo manas») con las ciencias naturales, y esto no puede lle-
que se puede decir en cada caso al utilizar el nombre de varse a cabo sin remover muchos supuestos. En primer
la ciencia. lugar, porque el concepto negativo {ciencias no humanas)
puede resolverse en la suma lógica de dos conceptos po-
2. Ante todo, constataríamos que la expresión «ciencias sitivos {ciencias formales o naturales). En segundo lugar,
humanas» se utiliza (simultánea o alternativamente) en porque aún cuando no quiera llevarse a cabo esta resolu-
dos planos distintos, que son, a la vez, complementarios ción (otorgando, por ejemplo, a las ciencias formales un
y opuestos. Porque, aunque cada uno de estos planos estatuto gnoseológico especial, como meros lenguajes
dice referencia interna al otro, sin embargo cada uno instrumentales de las ciencias reales —la lógica como ór-
tiene su propia «geometría» y tiende a ser percibido con ganon y el «Lenguaje matemático» como la madurez de
independencia de su opuesto (o, lo que es equivalente: la Lógica) la dicotomía real formada por dos clases
tiende a imponer a su opuesto su propia «geometría»). complementarias (A, A) no implica la necesidad de inter-
Identificaríamos estos dos planos de referencia - d a d o pretar, salvo gramaticalmente, a las ciencias no humanas
que nos situamos en una perspectiva lógico-material- como la clase negativa. Cabe siempre pensar (y así se
con aquellos dos planos de los que habitualmente se viene pensando, de hecho, muchas veces) que, como cla-
habla en la lógica tradicional: el plano intensional y el se positiva de la dicotomía que divide a las ciencias rea-
plano extensional (o denotativo). les, habría de tomarse a la clase de las ciencias naturales
(la Física, la Química, la Biología). La clase de las ciencias
humanas, debiera en cambio ser interpretada como una
A) La expresión «ciencias humanas» tiende a ser enten-
clase negativa, si es verdad que las ciencias naturales
dida, por un lado —el lado intensional— como designan-
fueron las primeras constituidas en el sentido moderno y
do al conjunto de ciencias orientadas, al parecer, hacia el
las ciencias humanas (herederas de las antiguas «humani-
«conocimiento del hombre», o bien, hacia el conoci-
dades», que en modo alguno podrían interpretarse como
miento de «lo humano del Hombre», como algunos di-
ciencias) serían las últimas llegadas, las ciencias no-natu-
cen con la pretensión de alcanzar una mayor precisión y
rales que penosamente luchan por alcanzar un estatuto
rigor en su definición.
científico en un proceso (considerado mimético muchas
veces) de aproximación al paradigma positivo de las cien-
Haciendo abstracción, de momento, de las cuestio- cias naturales (5). La oposición entre ciencias naturales
nes relativas al contenido de este concepto considerado y ciencias humanas mantendría así análogo significado
en sí mismo (cuestiones muy oscuras: «¿Qué es el hom- intensional al que se encierra en la oposición entre
bre?»; sobre todo: «¿Qué es lo humano del Hombre.''»), Ciencias y Letras (herederas de las antiguas Humanida-
subrayamos que uno de los oficios característicos de esta des). La unidad englobante de la palabra «Ciencia», en-
interpretación intensional del concepto de «ciencias hu- cubriría la oposición de lo que C.P. Snow llamó las dos
manas» es el trazas una línea divisoria con otros conjun- culturas, en un libro célebre (6).
tos o bloques de ciencias, a su vez caracterizados inten-
sionalmente. Unas veces, la línea divisoria es dicotómica
{ciencias humanas se opone a ciencias no humanas, a la La oposición entre ciencias naturales y ciencias hu-
manera como un concepto clase se opone al concepto de manas es, en efecto, un acontecimiento moderno. No es
su clase complementaria) y otras veces la línea divisoria este el lugar oportuno para tratar este asunto. Nos limi-
es doble y produce una tricotomía. Los modelos más fre- taremos a sugerir la confrontación de esta oposición con
cuentes de estas tricotomías que contienen entre sus los dos sistemas de coordenadas más influyentes en
miembros a la expresión «ciencias humanas» son varian- nuestra tradición, dos sistemas milenarios: el sistema
tes de estos dos principales: aristotélico y el sistema escolástico (musulmán-cristiano)
de las ciencias.
a) Ciencias de lo inorgánico (físicas), de lo orgánico (bio-
lógicas) y de lo superorgánico («ciencias humanas» —lla- (4) W. Wundt: «...deben las ciencias dividirse primeramente Í^TI formales y reales. Se reducen las
ciencias formales a la Matemática pura con todas sus ramas (Aritmética, Geometría, Teoría
madas también «ciencias sociales», o «ciencias cultura- de las funciones) en tanto que las reales abarcan la totalidad de las ciencias experimentales.
les», o incluso, «ciencias del espíritu», o «ciencias mo- Este grupo real se subdivide, a su vez, en dos: ciencias de la naturaleza y ciencias del esptritií»
{Principios de Filosofía, & Vil).
rales y políticas» (3).
Rougier, Traite de la Connaiísance, París, Gauthier ViUars, 1955, págs. 37-38. La distinción de
las ciencias en Formales y Materiales (y la subdivisión de éstas en ciencias naturales y citllurales)
b) Ciencias formales, ciencias naturales y ciencias huma- parece enteramente envuelta en la tradición neoplatónica: habría unas formas lógicas generales
universales, que recaen sobre la materia (la tesis de la lógica formal como lógica general está aún
en Kant) pero la teoría del cierre categorial niega que la lógica formal sea universal ("materialis-
mo formalista»),

(5) J . H . Plumb, Crisis in tbe humanities, Londres 1973 (Pinguin Books). Andrewsky, Las cien-
(3) Rene Worms, Philosophie des Sciences Sociales. París 1903, págs. 49-50. Herbert Spencer, cias sociales corno forma de brujerá, ttad. esp. Madrid, Taurus 1974. Charles W, Lachenmeyer, El
Vundamentos de Sociología, cap. L. Gabriel Tarde, Les hois de l'imitation, París, Alean 1921, pág. lenguaje de la Sociología, Barcelona, Labor, 1976.
9. Karl Octo Apel, Analytic Philosophy of Lartguage and tkí Geisteswissenschaften, Dordrecht,
Reidel 1967. (6) C.P. Snow, The Iwo cultures and the scientific Revolution, Cambridge 1959.

EL BASILISCO 13
EL BASILISCO, número 2, mayo-junio 1978, www.fgbueno.es

En el universo gnoseológico de la ciencia aristotéli- para hablar el lenguaje kantiano (10). Esta dicotomía po-
ca, el concepto de «ciencias humanas» desaparece, di- dría considerarse, desde un. punto de vista «embriológi-
suelto en la doctrina de la división de los saberes según co» como heredera secularizada de la distinción medieval
los tres grados de abstracción (los tres grados que darán (todavía vigente en Leibniz) entre el orden de la Natura-
lugar, respectivamente, a la Física, a la Matemática y a la leza y el orden de la Gracia (11). El Reino de la Gracia,
Metafísica). El concepto de las «ciencias humanas» no que se sobreañade al Reino de la Naturaleza, sin supri-
podrá aquí ser considerado como concepto primario, mirlo, vendría a convertirse en el Reino de la Cultura, en
porque el «Hombre» no constituye el objeto formal de el Reino del Espírim. Tal es la dicotomía consagrada en
alguna ciencia, (la «Física», es, en parte, ciencia humana el hegelianismo y, sin duda, sobre esta dicotomía se mol-
—por el De Anima; también lo es la «Filosofía primera», dearan las distinciones precursoras de. la oposición actual
en cuanto ciencia de lo «positivamente inmaterial»). El que analizamos, la oposición entre ciencias naturales y
lugar del cuadro de las ciencias aristotélicas en el que ciencias humanas. Distinciones precursoras que todavía
mayor proximidad «de escala» cabe alcanzar con respec- hoy gozan de vida pujante: ciencias de la naturaleza\cien-
to al concepto moderno de las ciencias humanas es el cias del espíritu (12), ciencias naturales I ciencias culturales
lugar de las llamadas «ciencias prácticas» (la Etica, la (13), o, por último (en versión, sobre todo, francesa)
Economía, la Política y la Poética), precisamente aquellas ciencias naturales ¡ciencias sociales.
disciplinas cuya naturaleza científica resultó siempre ser
más oscura y dudosa (7). En cuanto al universo de ja B) El otro modo de enfocar el concepto de cien-
ciencia escolástica (englobando en este concepto tanto el cias humanas, al que nos hemos referido, es de índole
Catálogo de las Ciencias de Al-Farabi, cuanto los Cursos éxtensional, denotativa. Ahora, la expresión «Ciencias
de Juan de Santo Tomás) también es importante consta- humanas» designará inmediatamente a un conjunto o
tar cómo la dicotomía gnoseológica fundamental no es nube de disciplinas científicas (la Economía política, la
tanto la que opone las ciencia naturales a las ciencias hu- Etnología, el Psicoanálisis, la Lingüística estructural, la
manas, cuanto la que opone las ciencias divinas a la cien- Sociología...) cada una de las cuales tendría su campo
cias que no lo son (8). Y como las ciencias divinas son propio y su peculiar problemática gnoseológica, muchas
ciencias sobrenaturales (subalternas a la «Ciencia de los veces entendida como problemática «metodológica».
bienaventurados»), las ciencias que no son sobrenatura-
les resultarán ser, a la vez, ciencias humanas ' (etiológi- El enfoque éxtensional tiene un primer efecto gno-
camente consideradas) y ciencias naturales. La oposición seológicamente importante: permite la coordinación del
entre lo humano y lo natural se borra aquí de nuevo, concepto de ciencias humanas con otros conceptos clasi-
aunque por motivos diferentes. Y esto sin perjuicio de fícatorios que, considerados intensionalmente parece
que fuera posible reintepretar gnoseológicamente la opo- que muy poco tendrían que ver con el propio concepto
sición tológica (ciencias divinas - ciencias humanas) en tér- de las ciencias humanas. La coordinación que anterior-
rninos de la oposición moderna entre ciencias hunianas y mente y de pasada hemos sugerido entre las ciencias prác-
ciencias naturales, pero de suerte que las antiguas ciencias ticas de la tradición aristotélica y el concepto actual de
divinas se hagan corresponder (en su definición intensio- ciencias humanas presuponía ya, en rigor, un enfoque,
nal) con las ciencias humanas, dejando las antiguas cien- éxtensional, porque éxtensional es la amplia intersección
cias humanas en correspondencia con las ciencias natura- que apreciábamos entre ambos conceptos clasiflcatorios.
les modernas. Juan de Santo Tomás ofrece una distinción Éxtensional es también la coordinación, siempre latente
entre las Ciencias Humanas y las Ciencias Divinas en la (desde el punto de vista no sólo histórico, sino también
qué juegan un papel principal la contraposición entre las crítico - e l de Snow, el de Plumb, el de Andrewski) en-
ciencias por abstracción (en el sentido aristotélico: cono- tre la oposición tradicional del trivium y el cuadrivium y
cimientos que proceden de los datos empíricos según los la oposición entre las letras y las ciencias. Aprovechando
tres grados de abstracción de materia) y ciencias por par- una generalizada derivación semántica cabría sospechar si
ticipación (ciencias cuyos principios no proceden de la las ciencias humanas no son otra cosa sino ciencias «tri-
experiencia sensible, sino de la participación en la luz viales» —saberes que se oponen a las ciencias «cuadri-
revelada). En consecuencias: «la razón específica de estas viales». Pero, sobre todo, nos detendríamos en la coordi-
ciencias se toma de su diverso modo de participación. Y nación que el enfoque éxtensional nos permite estable-
así, de un modo participa la revelación de la fe por testi- cer entre la oposición ciencias naturales I ciencias humanas
ficación, de otro modo se participa por profecía —que y una distinción medieval, hoy muy olvidada, pero, que,
puede ser clara y oscura, según lá revelación no solo tes- a nuestro juicio, encierra un interés gnoseológico abso-
tificante sino también representante y declarante; de otro lutamente primordial y moderno, a saber, la distinción
modo por la ciencia infusa, que conoce quidditativamente de Ibn Hazm de Córdoba entre las ciencias comunes a
las quiddidades sobrenaturales; de otro modo, por la todos los pueblos y las ciencias particulares a cada pueblo. En
ciencia bienaventurada que llega a Dios en si» (9). efecto: entre las «ciencias particulares de cada pueblo»
Ibn Hazm enumera a la Gramática, a la 'Lexicografía, a la
La oposición entre ciencias naturales y ciencias hu- Historia, al Derecho, a la Sagrada Escritura, a la Teología
manas es, en todo caso, una oposición que está muy cer- dogmática (el concepto intensional de ciencias divinas_ que
ca de la división del universo en dos mitades, en dos
(10) Kant, Fundamenlación de la metafísica de las costumbres, Prólogo.
órdenes: el orden_ de ,1^ naturaleza y el orden de la libertad,
{11) Leibniz, Principios de la Naturaleza y de la Gracia fundados en la razón & 15.

(12) Erich Rothacker, Logik und Systematik áer Geisteswissenschaten, Müchen, Oldenberg 1965
(7) Mariétan, Le probleme de la classification des sdertces d'Aristote a Saint Thomás, París 1901. (La expresión «Geisteswissenschaften» apareció en la traducción alemana,, por Schielschen,
1849, de la Lógica de Mili, pero procede de los círculos de Hegel y Schelling).
(8) Al-FárábT, Catálogo de las Ciencias, Ed. y trad. esp. de Ángel González Falencia, Madrid
CSIC 1953- Juan de Santo Tomás, Ars Lógica, edc. Reisser, 11 pars, q. 25. (13) H. Ricken, Die Grenzen der naturwissenschaftlichen Begriffsbildung. Eine Logische Binleitung
in die historisckem ^issenschaflen. Tübingen, Mohr, 1913. Además, Ciencia natural y ciencia cul-
<9) Juan de Santo Tomás, Cursus theológicus, I p. q. 43, disp. 17. tural, trad. esp. García Morente. Madrid, Calpe, 1922.

14 EL BASILISCO
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separaba estas dos últimas ciencias de las Humanidades es necesidad de simpatizar (o empatizar) con las sociedades
ahora subsumido en el concepto de «ciencias particulares que van a ser estudiadas, hasta el punto de convertirse a
de cada pueblo») y entre las ciencias generales (a todos sus costumbres, a ejemplo de Morgan o de Malinowski.
los pueblos) Ibn Ha2m cuenta a la Aritmética, a la Geome- Las ciencias por participación son, en la teoría escolástica,
tría, a la Astronomía y a la Medicina (diríamos: a las cien- las ciencias divinas; pero estas ciencias son, en la teoría
cias formales y a las ciencias reales-naturales) (14). Sin de Ibn Hazm, ciencias humanas («particulares de cada
duda, este concepto de «ciencia particular de cada pueblo»), son ciencias por participación en sentido his-
pueblo» es un concepto problemático, si se tiene tórico-cultural. Por este motivo, no sería de todo punto
presente el principio de la universalidad, que parece extravagante utilizar el concepto de «ciencias por parti-
indisociable de cualquier ciencia natural. Sin embargo, cipación», que Juan de Santo Tomás utilizaba para
podríamos decir que el concepto de Ibn Hazm nos intro- definir las ciencias teológicas, a fin de caracterizar a las
duce por de pronto en el motivo de la ciencia interesada, ciencias humanas, herederas además históricamente de
la ciencia «con espíritu de partido» (partinost), o de aquellas (Ciencias de la Religión, Lingüística, Economía
clase, la ciencia que no está libre de valoración —y que política), en tanto se oponen a las Ciencias naturales, que
es uno de los motivos más actuales en la crítica de las se corresponderían a las «ciencias generales a todos los
ciencias humanas (15), y, por otro lado, el concepto de pueblos». Se refuerza esta conclusión cuando constata-
«ciencias particulares de cada pueblo» de Ibn Hazm nos mos la afinidad entre tantos rasgos que caracterizan el
permite recuperar (desde nuestro punto de vista raciona- concepto de saber por participación y aquellos que carac-
lista) el concepto arcaico de la teoría de la ciencia esco- terizan el saber hermeneútico (o bien, al conocimiento
lástica, el concepto de ciencia por participación que hemos por comprensión, Verstehen, saber axiológico, tacto fisiognó-
mencionado más arriba a través de Juan de Santo Tomás mico) y que los teóricos de las Geistesivissenschaften han
y al que, por si mismo, no sería posible dar beligerancia utilizado precisamente como criterio diferencial de las
desde una perspectiva materiahsta. En efecto, sin necesi- ciencias humanas.
dad de exceder los límites de las ciencias etiológicamente
humanas (ver más adelante) podemos reconducir el con- 3. La dialéctica entre el enfoque intensional y el
cepto de «saber por participación» al contexto del saber enfoque extensional del concepto de ciencias humanas es
humano, sin duda, pero de un saber contradistinto del muy rica y compleja. Nos atendremos aquí a la conside-
saber «por abstracción». Hay saberes que son esencial- ración de algunos de sus hilos más significativos para
mente revelados por una tradición, y que solo tienen sen- nuestro propósitos del momento.
tido como participación de esa tradición, porque no
pueden ser experimentados o producidos por el sujeto Diríamos que el enfoque intensional, en cuanto
individual. Podemos poner como ejemplos; los saberes prevalece sobre el extensional (denotativo) es más propi-
lingüísticos, los mismos saberes religiosos, muchos sabe- cio a las perspectivas filosóficas (ontológico-fílosóficas).
res históricos, incluso algunos saberes astronómicos (el Estas proceden, tradícíonalmente, definiendo a priori
conocimiento de la trayectoria de un cometa cuyo curso (respecto de las ciencias efectivas) a partir de concepcio-
exceda una vida individual). En cambio, habría otros nes del mundo presupuestas, los espacios ontológicos a
saberes que pueden ser reproducidos experimentalmente los cuales parece habrían de corresponder ciencias dife-
por cada sujeto individual (sin perjuicio de que este, a su rentes. Si se divide la realidad (el ser categoría!) en diez
vez, deba suponerse ya inserto en un determinado ámbi- géneros, habría diez ciencias: habrá una ciencia de la sus-
to social y cultural). Mientras que los saberes por abs- tancia, una ciencia de la cantidad, una tercera de la cuali-
tracción nos remiten a los científicos asumidos en cuanto dad, etc. (17). ¿Cual sería, por cierto -dentro de esta
son conciencias individuales que (aún trabajando en curiosa doctrina— el lugar correspondiente a las ciencias
grupo) funcionan como «conciencias corpóreas» (cada humanas?. Puesto que las ciencias humanas, como cien-
una de las cuales debe reproducir integramente, al me- cias de la cultura, no podrían definirse, evidentemente
nos en teoría, las experiencias o los argumentos sobre (en cuanto contradistintas de otras ciencias no culturales)
los cuales se fundan sus ciencias respectivas) en cambio, como ciencias de la sustancia, o de la cantidad, o de la
los saberes «por participación» nos remiten a un tipo de acción,... (que también son categorías que cubren a los
«científicos» que, aún trabajando, al parecer, en solitario entes naturales). Estamos planteando, de este modo el
(como los antiguos humanistas) dependen enteramente problema del lugar de las ciencias humanas en el entra-
de los testimonios de otras personas y se nutren casi mado de la concepción escolástica. Y estamos planteando
exclusivamente de una tradición a la que interpretan des- una cuestión que no estimamos como meramente erudi-
de dentro (.16). ta, si se tiene.en cuenta la «embriología» de la Idea de
Cultura: ¿Tenían los escolásticos (pudieron tener los
escolásticos) una Idea de cultura? ¿No estaba rota esta
De este modo, el concepto de «saber por participa- Idea, por así decir, por la propia concepción religiosa,
ción» de Juan de Santo Tomás se aproxima curiosamen-- que obligaba a extraer de lo que hoy llamamos «Reino
te, casi hasta confundirse con él, al concepto de «saber de la Cultura» (o, para el que lo prefiera, de la super-
propio de cada pueblo» de Ibn Hazm, de ese saber pres- estructura) al «Reino de la Gracia» (la religión, la moral,
crito, por ejemplo, por los etnólogos, que hablan de la el propio lenguaje, y, por supuesto, la «historia sagra-
da») que en modo alguno podría ser considerados
(14) Véase Miguel Cruz, Fílosofíí Hispanomusulmana. Madrid 1957, tomo I, pág. 249. como «humano», puesto que era divino? (18). Sugiero,
(15) Jürgen Habermas, Erkennính und Inleresse, Frankfurt 1973; Zar Logik der Social Wissens-
chafien, Tübingen, Mohr 1967 (Cuaderno 5 de Philosophische Rurídschau). M.A. QuintaniUa,
Teorm de las ideologías, Valencia, Torres 1977. Colectivo, La disputa del positivismo en la socio-
logía alemana. Trad. Jacobo Muñoz, Barcelona, Grijalbo, 1973.
(17) Nicolás Bonetti, apud S. Ramírez, De ipsa Phitosophia, en La Ciencia tomista, n° 82, pág.
(16) La oposición externo I interno («exocultural» / «endocultural», eKtertjal view I internal view) 11.
juega un papel principal en la distinción de Pike entre lo ético y lo émico. Vid. K. Pike, Langua-
ge in relation to a unífied theory of the structure of human behavior, 2. 14. Moutón. 1971. (18) Tomás de A q d n o , S. Th., 1-2, q. 110, 3c, 4c; q. 112, le, etc.

EL BASILISCO 15
EL BASILISCO, número 2, mayo-junio 1978, www.fgbueno.es

como lugar más aproximado, en cuanto a su capacidad cuando se utiliza en esta acepción, la Antropología es
para albergar al concepto de Cultura, en la medida en una ciencia categorial, clasifícable entre las ciencias hu-
que era accesible a la visión escolástica del mundo, el de- manas (la Antropología cultural corresponde a la Etnolo-
limitado por el predicamento habitus (19). gía). Pero precisamente estas ciencias no se ocupan del
hombre, sino de alguna categoría antropológica (como
Cuando, en vez de dividir la realidad en diez catego- pueda serlo, eventualmente, el cuerpo humano en
rías, se la divide en dos mitades {Materia y Espíritu, o cuanto enfermo). Las discusiones en torno a si la
bien. Naturaleza y Cultura), tendremos que hablar, Antropología es una ciencia, o es una filosofía podrían
desde este punto de vista ontológico, de dos grupos de entenderse, según esto, como discusiones sobre palabras.
ciencias —ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu— -En realidad estas cuestiones sobre palabras envuelven
grupos cada uno de los cuales tenderá a ser entendido cuestiones «de fondo», a saber: la tendencia constante
como una sola ciencia (una superciencia) en virtud de la de muchos etnólogos a autoconcebirse como antropólogos,
«unidad orgánica» atribuida tanto a la Naturaleza como en su sentido más fuerte, es decir, a entender su ciencia
al Espíritu (20). como la ciencia del Hombre. Pero si la Antropología cien-
tífica, precisamente en tanto que es científica, no puede
En resolución: nos inclinaríamos a pensar que la dia- poner como objeto de estudio al Hombre (porque
léctica del «enfoque intensional» del concepto de las entonces debiera poder englobar en su campo a las
ciencias humanas favorece una progresiva desviación del restantes ciencias humanas: a la Economía política, a la
punto de vista gnoseológico, abriendo camino antes a Lingüística, y hasta a la Teoría de la Ciencia, cosa que en
una concepción intencional —pragmática del concepto de modo alguno está de acuerdo con el estado actual de esa
las ciencias humanas (una concepción a nuestro juicio ciencia) será porque en rigor se ocupa de otras cosas,
utópica o ideológica, sin perjuicio de que ella sea, sin tiene un campo que será preciso determinar y que noso-
embargo, la que inspira muchos planes de estudio y de tros, en otra ocasión, hemos identificado con las culturas
organización y administración pública de la cultura) que húrbaras, redefinidas gnoseoíógicamente, al margen del
a las tareas del análisis gnoseológico. Se diría que no es concepto histórico de Hofgán (23). Por ello no estamos
tanto el campo de las ciencias humanas aquello que el diciendo que la Antropología etnológica no pueda hacer
enfoque intensional puede delimitar cuanto al campo de figurar en su campo también a las sociedades y culturas
la Antropología filosófica. Pero aquí damos po"r supuesto actuales —pero en tanto que las contempla a la luz de la
que la Antropología filosófica no es una ciencia —sino barbarie (que nO es en ellas un mero residuo)— sin duda,
una disciplina filosófica; y que la Antropología, en su el recorrido que los etnólogos («antropólogos») hacen
sentido científico, no puede (sino de un modo gnoseo- por los campos de las civilizaciones universales, a la vez
lógicamente muy ingenuo) ser entendida como la «cien- que fuente de extravío respecto de su propia categoría.
cia universal del hombre», ni siquiera como la «astrono- Porque nuestro «antropólogo» se convertirá, con facili-
mía de las ciencias humanas», como decía Levy-Strauss, dad, en sociólogo, en psicólogo social, incluso en filólo-
puesto que ella misma, si es ciencia, debe tener un cam- go o historiador ocasional, o, simplemente, en autor de
po categorial particular (21). reportajes enciclopédicos, enmascarados con aire
pseudocientífico. Se comprende que quien, profesional-
mente enmarcado en una institución científica, ha asu-
Cuando hablamos aquí, pues, de ciencias humanas mido el compromiso de hacer trabajos de campo antro-
excluímos a la Antropología, en tanto ella se concibe pológico en l a gran ciudad, quiera defender la naturaleza
como la «ciencia del Hombre», como «estudio científi- científica de su tarea y reclame, sin cesar, el título de
co del Hombre» precisamente porque (tal es nuestra te- científico. N o seré yo quien le quite el gusto. Perp sí
sis) el «Hombre» no es objeto categorial de ninguna importa saber qué pretende significar al llamar científicas
ciencia. Es una Idea, y, por tanto, la Antropología, a a sus tareas, sí importa lograr que distinga entre las
secas, una disciplina filosófica. Es cierto que la palabra intenciones de extender el campo de una disciplina a te-
«Antropología» se utiliza también (aunque adjetivada) rritorios nuevos y la efectividad de sus resultados (24")
para utili2ar ciencias categoriales -Antropología física.
Antropología médica, Antropqlogía_ cultural (22), y
(19) Es interesante releer a esta lu2 a Araujo, Commentaria in untversam Arisíotelií Metaphysi-
El enfoque extensional sería, en cambio, mucho más
cam, Burgos y Salamanca, 1617, art. 1 de la Q. 7, in lih. V. adecuado para hacer posible la maduración de las pers-
(20) Dilthey, Ideas acerca de una Vsicclogta descriptiva y analítica, en Psicología y Teoría del Cono-
cimiento, trad. esp. de E. Imaz, México, F.C.E., 1945.
(23) Gustavo Bueno Martínez, Etnología y Utopía, Valencia, Azanca 1972.
(21) Levi-Strauss, A) struciurale, París, Plon, 1958, pág. 415.
(24) Isidoro Moreno en Cultura y Modos de Producción (Bilbao, Nuestra Cultura 1978, pág. 131
(22) En España, la escuela de Antón y Ferrandiz entendió la Antropología como una parte de y sgs.^^ree que mi"Tibro Etnología y Utopía niega la «vertiente científica de la Antropologías en
la Historia Natural: por eso (dice Antón) la palabra «Antropología» se ajusta y conviene mejor nombre de un «inaceptable imperialismo filosófico». Me parece que se trata de un malenten-
al hombre considerado como especie que como individuo. «Se trata, pues, de una parte de la dido, puesto que yo no negué mmca la cientificidad de la Etnología, sino la de las frecuentes
Historia Natural, y aiín más concretamente de la Zoología, que estudia al hombre como la autoconcepciones que de ella suelen hacerse los etnólogos cuando la interpretan como Antro-
Cinología al perro o la Hipología al caballo, según entienden Broca, Quatrefages y los antropó- pología general, insinuando de este modo lo que podríamos llamar (utilizando la misma fórmu-
logos todos» {Programa razonadfi d€ Antropología). Luis Hoyos Sainz en su, en otro, tiempo, co- la de._Moreno) el «imperialismo etnológico». Moreno me reconoce (pág. 132) el hecho de la.
nocido manual sobre Técnica antropológica y Antropología física (Madrid, Romo y Füssel, 2^ «de. gradual, pero inexorable, desaparición .del «laboratorio» .de...la Etnolqgía_ÍCQnsec.utiva. a la
s.f., hacia 1898) abunda en la tesis de Antón, de quien cita el texto anterior y subraya las fuen- des"aparicion del colonialismo) y liega a concedér'qüe éste hecho es una de las razones funda-
tes históricas de su concepto: «La voz Antropología la utilizó por primera vez Hundt al princi- mentales que mueve a intentar la instalación de esos «laboratorios» en terrenos «civilizados».
pio Át\ siglo XVI y en el siglo XVII se empleaba aquel término como sinónimo de Anato- Pero la cuestión no estz en esa intención, sino, en la efectividad de su realización. Pudiera
mía... Buffon es, (dicen los franceses) el fimdador de la Antropología, por ser el primero que ocurrir que la nueva instalación convirtiese a la.antigua Etnología en Sociología o en Economía
escribió un Tratado dedicado a la descripción de todas las razas humanas... En España, debió Política. Sin duda, el etnólogo puede decir muchas cosas (y verdaderamente interesantes, por
emplearse por primera vez la palabra «Antropología» en 1833, fecha del libro de Adam [An- cierto) acerca de los mercados que tienen lugar en las riberas del Támesis. Pero en cuanto re-
tropología) que hay en la Biblioteca del Escorial» (pág. 34). base las categorías de análisis similares a aquellas que se utilizaban para estudiar «ios mercados
de las riberas del río Congo», el etnólogo se convierte en economista. ¿Cómo podría explicar
un etnólogo las leyes que presiden la Bolsa de Londres —cuyas variables son de naturaleza
La Antropología zoológica (etológica) aún cuando por su campo material interfiere con la Antro- «planetaria»— sin convertirse en cultivador de la Economía Política?. N o se trata de una cues-
pología etnológica, se diferencia de ella por su perspectiva En particular, la Antropología zooló- tión de nombres— «ciencia», «Antropología», «Etnología», «Barbarie»,... se trata de una cues-
gica (una vez asimilada la doctrina de la Evolución) puede recibir una inspiración histórico- .tión..de conceptos .y de. ideas y no tiene sentido discutir estos asuntos intercambiando adjetivos
evolutiva que contrasta con la tendencia «ahistórica» de la Etnología. En cualquier caso, la ^calificativos («panñ^tarío»^ etc.) por fuerte que sea la carga emocional qiie en ello ponga el in-
Antropología etológica (zoológica) al regresar más atrás de las especificaciones culturales, es terlocutor.. "
más reductora que la Etnología. Véanse notas 30 y 106.

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pectivas propias del análisis gnoseológico (de la Filosofía Mientras los dialogismos característicos de las ciencias
como Gnoseología). Porque, desde él, aquello que en- naturales (que ocupan el centro de las teorías relativis-
contramos tras la expresión «ciencias humanas» no será tas), así como los autologismos o las normas se organiza-
ya, ante todo, el «programa intencional» orientado rían dentro de una estructura de reciprocidad general
«hacia el conocimiento total de hombre» sino la Gramá- (identificables con el concepto de intersubjetividad: un
ttca estructural de la Lengua Latina, la Etnología de las tri- observador terrestre percibe la órbita de Marte de distin-
bus australianas, o la Economía política de la Unión Sovié- ta manera a como la percibiría un observador desde
tica, como «disciplinas científicas» efectivas. La primera Júpiter, pero se supone que ambos observadores son
consecuencia, por tanto, del enfoque extensional es una intercambiables y estos intercambios ideales figuran en el
enérgica corrección crítica a la concepción de las «cien- centro de los razonamientos. relativistas) en las ciencias
cias humanas» como «ciencias del hombre», o, como humanas las cosas no ocurrirían de este modo.
«ciencias de lo humano». Porque, desde la consideración'
gnoseológica de las ciencias humanas efectivas, no puede El concepto pragmático de particularismo, el parti-
decirse siquiera que la Lingüística, en cuanto ciencia hu- cularismo diamérico en el sentido dicho, nos permite
mana, sea la ciencia del lenguaje humano —sino la cien- captar el significado gnoseológico de ciertas característi-
cia del latín, del griego, del indoeuropeo. (La «Ciencia cas de las ciencias humanas que, de otra suerte, pasarían
general del lenguaje humano», la Gramática general, o desapercibidas, pese a que todas ellas están presididas
bien es un proyecto filosófico, en el sentido de Husserl por la misma forma sistemática:
(25), o bien es un proyecto científico, en el sentido de
Chomsky (26), acaso más intencional que efectivo y, en a) No es posible una ciencia de! lenguaje más que
todo caso, posterior a las gramáticas particulares «de ca- desde un lenguaje determinado. La Gramática (particu-
da pueblo»). El enfoque extensional del concepto de las lar) del griego se habrá constituido a partir de la confron-
ciencias humanas nos libera así de la perspectiva metamé- tación de este idioma con otros lenguajes (por ejemplo,
rica (por respecto de las ciencias positivas) propia del en la época sofística, Gorgias, Pródiko) y, en especial,
enfoque intensional y nos remite a la perspectiva diam'e- con los idiomas semitas del Asia menor (27), a propósito
rica, una perspectiva desde la' cual podemos recuperar de los procesos prácticos, tecnológicos (rigurosamente
componentes gnoseológicos muy profundos que se es- diaméricos) de la traducción con fines comerciales, mili-
conden en el concepto de Ibn Hazm acerca de las «cien- tares o, simplemente, orientados a la escritura. La Gra-
cias particulares a un sólo pueblo» que antes hemos cita- mática española de Nebrija está pensada desde la Gramá-
do. Particularismo es ahora un concepto que nos remite tica Latina. Evidentemente, la Lingüística científica bus-
precisamente a esa perspectiva diamérica de las ciencias ca la manera de desprenderse de su «etnocentrismo»
humanas. Perspectiva que consideramos comouna de las constitutivo, a fin de evitar la exportación de formas gra-
notas diferenciales más profundas de estas ciencias (fren- maticales propias (casos, tiempos verbales) a lenguajes
te a las ciencias naturales o formales) y que queda encu- ajenos. Pero al alcanzar estos resultados, no habrá po-
bierta constantemente por las fórmulas abstracto-sistemá- dido desprenderse del sistema de coordenadas de una
ticas mediante las cuales se opone un «conocimiento lengua determinada: «los universales lingüísticos» sólo
(humano) de la naturaleza» a un «conocimiento (humano pueden expresarse en francés, en inglés, en alemán, etc.
del hombre». Porque mientras que el conocimiento hu- (28). Incluso la Gramática general, se construye desde el
mano de la naturaleza puede adscribirse a una perspecti- francés («gramáticos cartesianos») o desde el inglés
va metamérica (como si los hombres se enfrentasen glo- (Chomsky) a la manera como todo sistema de numera-
balmente a la naturaleza, lo que quiere decir, en térmi- ción sólo puede ser pensado desde un sistema determi-
nos gnoseológicos: como si no fueran pertinentes las di- nado (decimal, octal, binario). Aplicando el concepto de
ferencias posicionales de los diferentes círculos humanos, dialelo antropológico: la ciencia lingüística no puede
aún cuando ellas sin duda existan —como exiten, por construir estructuras lingüísticas desde un lenguaje cero
ejemplo, en Astronomía, cuando se representan las órbi- (desde un metalenguaje formal puro), sino que tiene que
tas planetarias desde «el punto de vista de la Tierra» o partir de un lenguaje nacional dado, y, desde él, exten-
«desde el punto de vista de Júpiter» en cambio no cabe derse diaméricamente a los demás (29). Esta situación
hablar, con sentido riguroso, de un «conocimiento hu- equivale a lo que ocurriría en Física si no pudiésemos
mano de lo humano». En efecto, esta supuesta reflexivi- eliminar en las descripciones de la Naturaleza los siste-
dad se descompone inmediatamente en la conjunción de mas de coordenadas (de los cuales hay que partir) y, so-
los diversos conocimientos «de unos hombre por otros bre todo, si no pudiésemos disponer de una regla de
hombres», en lo que llamamos la perspectiva diamérica. transformación recíproca entre estos diferentes sistemas
Por así decirlo, no es el todo lo que se aplica ai' todo (a un. de coordenadas. La Lingüística procede siempre desde el
todo antropológico, que precisamente no está dado, sino «sistema de coordenadas» de un lenguaje nacional. Re-
haciéndose históricamente, puesto que el hombre es una conocemos así un relativismo que, en lugar de elaborarse
realidad infecta y no perfecta) o la parte al todo, ni el todo a al modo del relativismo físico (por ejemplo, en el Cálcu-
la parte, sino unas partes a otras partes. Según esto, las lo tensorial), sólo puede elaborarse, recíprocamente, por
ciencias humanas son ciencias de lo humano particular des- la extensión del propio sistema de coordenadas, no por
de lo humano particular (es decir: soja «ciencias particula-
res de cada pueblo»)., (27) M. Pohlenz, Die Síoa, Ceschichte einer geistigeti Bewegung. Gottingem, 1948, 2 vol. I, pág.
45 (perspectiva semita desde la cual Zenón y los estoicos habrían desarrollado la doctrina de los
aspectos verbales).

(28) Greemberg, J.H. Universals of Lanpiage, The MIT Press, 1973. Dougherty, R.C, Reteñí
studies on language universals, en Found. of 3-ang. t. 6, n° 4, 1970, págs. 505-561. Cosseriu, Les
(2^) £. Husserl, Ini'estigadones lógicas, IV. universaux linguistiques et les autres, en Actas Cong. I.L. 1975. E. Bach-R.T. Harms, Universal
in Linguistic tbeory, Holt, Rimhart & Winston, N.Y. 1968. Michael J. Loux (edit.), Universals
(26) .N. Chomsky, Unguage ímd Mind, New York, Hartcourt, Brace & Wordd, 19S8 (craduc. and Particulars, University of Nutre Dame Press 1976.
aJ casf, con el títuJo de E¡ lenguaje y el entendimiento, por J. Ferraté, Barcelona, Seix' Barral,
(29) Etnología y Utopia, cap. 5.

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su relativización; una extensión en virtud de la cual el titución de una ciencia, en un sentido riguroso, habrá
propio sistema se haga capaz de recoger en su ámbito a que presumir que cuando se maneja el concepto intensio-
los demás lenguajes. En este sentido, la ciencia lingüísti- nal de «ciencias humanas» se está utilizando la Idea de
ca sigue siendo ciencia particular de un pueblo, y será «ciencia» en un sentido muy laxo, tanto que dará cabida
más científica en la medida en que este pueblo particular a disciplinas que tienen tan poco que ver con otras cien-
se haya elevado (y no sólo por motivos científicos) a un cias reconocidamente tales como tenga que ver la Mario-
estado de cultura más «potente», capaz de englobar a logia con la Termodinámica. Pero, por otro lado, el uso
otros pueblos (a otros lenguajes) pero sin que por ello la extensional del concepto de «ciencia humana» no puede
asimetría desaparezca. equivaler a la supresión «nominalista» del concepto ge-
neral (intensional). Cada ciencia humana efectiva (la Eco-
b) Consideraciones análogas haríamos a propósito nomía política, la Etnología, la Lingüística,..) podrá ser
de las ciencias etnológicas. La Etnología mantiene tam- analizada gnoseológicamente en sí misma: nosotros insti-
bién la perspectiva diamérica: se dirige no a la Cultura tuímos este análisis crítico por medio de la doctrina del
en general, sino a otras culturas, a las culturas «extrañas» -cierre categorial. Pero ello no excluye la posibilidad de
(30). La Etnología, pese a las pretensiones de muchos de que entre las diferentes ciencias (P, Q, R,...) que corres-
sus cultivadores, se disovería si adoptase la perspectiva ponden a la lista extensional de las llamadas ciencias hu-
metamérica de quien (como Levy-Strauss) llega a creerse manas, no pueda constatarse la reiteración de alguna
capaz de contemplar a los hombres como si ñieran hor- estructura gnoseológica similar, común, por tanto, y que,
migas (31). Pero sólo podrá envolver científicamente a además, una vez establecida (no en virtud del hecho de
otras culturas aquella cultura que tenga capacidad para que las ciencias que la comparten sean elementos de una
ello, la cultura por así decir más «potente»,- al menos clase de ciencias definidas a priori, sino en virtud de su
desde este punto de vista (32). propia naturaleza, que debe mostrarse por sí misma) re-
sulte ser verdaderamente clave para dar cuenta de las
peculiaridades que estas ciencias puedan tener, cada una
c) En cuanto a las Ciencias históricas, nos limitamos • en su propio campo (por ejemplo, las peculiaridades dia-
a indicar aquí que el reconocimiento de aquella peculia- lécticas de la Lingüística, en cuanto son semejantes, pero
ridad, tantas veces subrayada, según la cual la Historia se independientes, de las peculiaridades dialécticas de la
hace «desde el presente», al margen de sentidos triviales Etnología o de la Sociología) así como colectivamente,
y otros más particulares (33), puede verse como una en cuanto constituyen un grupo capaz de enfrentarse a
aplicación de la perspectiva diamérica de la que venimos otros grupos de ciencias (pongamos por caso, el grupo
hablando. La «Historia de la Humanidad» es el nombre de las ciencias naturales). De acuerdo con los resultados
pretencioso (puesto que precisamente «la Humanidad» de nuestro análisis, esta estructura clave —cuya determi-
no existe, puesto que está haciéndose) para designar, por nación buscamos— incluye a todas las ciencias humanas,
ejemplo, a la Historia de los egipcios hecha por los pero no solo a ellas: incluye también algunas de las cien-
griegos, o la historia de los griegos hecha por los alema- cias llamadas a veces naturales, cuando se atiende no tan-
nes. to ya a la ontología dé sus campos, cuanto a su estructu-
ra científica. Nos referimos a las ciencias etológicas (inclu-
d) Otro tanto habría que decir de la Ciencia política, yendo aquí a la Psicología). Por ello, el concepto de cien-
de la Sociología de la Ciencia de la Religión, pero no es cias humanas que nosotros vamos a proponer podría
este el lugar oportuno para analizar la rica problemática caracterizarse como un concepto gnpseológico de ciencia
que estas situaciones plantean. especificado inmediatamente por el adjetivo humano y,
por otro lado, afirma que el concepto extensional gno-
Ahora bien, la dialéctica entre el uso intensional (en seológico más próximo al pseudoconcepto de «ciencias
el sentido dicho) y el uso extensional del concepto de humanas» es el de «ciencias etológicas y humanas», si
ciencias humanas, se desarrolla precisamente debido a bien este concepto extensional ha de ser re-definido in-
que la independencia de estos usos o «enfoques» es sólo tensionalmente. Para cuyo fin, nos vemos obligados a in-
abstracta, porque cada uno de ellos, in recto arrastra al troducir el concepto de «ciencias apot'eticas» o, lo que es
otro in ohlíquo y ambos se modifican y se realimentan en equivalente, el concepto de metodologías. ^-operatorias
su desarrollo. El enfoque intensional, por ejemplo, ten- (que nos remite al concepto de metodologías a-operato-
derá a multiplicar, distributivamente, el concepto gené- rias).
rico de «ciencias humanas» adoptado como concepto pri-
mario en cada una de las ciencias humanas particulares,
que serán consideradas como realizaciones del concepto Merced a esta distinción, que constituye un intento
global, episodios de la «autognosis». Y como, por otra de penetrar en la misma dialéctica interna de las ciencias
parte, partiendo del concepto global del «campo huma- humanas, la oposición entre estas ciencias y las ciencias
no», o de sus partes, es imposible dar cuenta de la cons- no humanas (naturales y formales) se nos presentará
como «reproducida», en cierto modo, en el interior
(30) Desde su punto de visca zoológico, que cree poder regresar metaméricamente a una pers-
pectiva comprensiva de todas las culturas (ver notas 22 y 106)Marvin Harris percibe esta «vo-
mismo de las ciencias humanas. Sólo de esta manera
cación por las culturas extrañas» como un simple prejuicio profesional (digamos: un idtjlon creemos posible a la vez reconocer la legitimidad de un
theaty. «Este prejuicio refleja la tentación casi irresistible de sostener que uno ha realizado un
trabajo de campo en un grupo cuyas costumbres están lo bastante apartadas de lo común para enfrentamiento (entre ciencias humanas y ciencias que
justificar el esfuerzo y los gastos vinculados al aprendizaje de éstos», Caníbales y Reyes,^ trad. de
Horacio G. Trejo, Barcelona Argos 1978, pág. 80. no lo son) que no rompa la unidad gnoseológica de la
Idea de ciencia.
(31) Queremos decir; la Etnología regresaría al punto de vista de la Antropología zoológica.
Véase la nota anterior.

(32) Aplicando esta regla general al lenguaje, obtenemos la conocida regla particular según la En resolución, la oposición dialéctica entre el
cual un «metalenguaje» tiene que ser más potente que su lenguaje objeto. enfoque intensional y el enfoqué extensional no se reduce
(33) G. Bueno, Reliquia y Relatos, El Basilisco n° 1. a la oposición que pueda mediar

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la dirección que va del concepto universal a sus partes cias constitutivas de unas ciencias particulares por res-
(especies o individuos) y la que va desde las partes al pecto de las otras —la Lingüística respecto de la Etnolo-
concepto universal (la «dirección deductiva» y la «induc- gía, la Filología respecto del Psicoanálisis, o recíproca-
tiva» como oposición antes psicológica que lógica mente.
— supuesto que la estructura global lógica comprendiese
ambas (34)—). El concepto extensional de las ciencias 5. Pero tampoco el concepto intensional global de
humanas no lo entenderemos sólo como una preparación «ciencias humanas» podría depararnos un verdadero con-
o investigación de un concepto intensional, sino como cepto gnoseológico. Ante todo, porque sería preciso
una metodología de análisis gnoseológico que segrega, mostrar que la diferencia específica de este concepto
desde luego, un concepto intensional, pero sin que este («humano», o bien: «espiritual», «cultural») tiene en si
tenga otra identidad distinta de la que le corresponde co- misma significado gnoseológico. Sería preciso mostrar
mo mediadora diamérica entre ¿artes extensionales, en que esta diferencia específica es gnoseológicamente rele-
virtud de lo cual podamos aplicar unas partes a otras, vante y, además, capaz de recubrir la extensión de las
unas ciencias a otras, analizándolas unas por las otras, «ciencias humanas», aún dadas dentro de un genus proxi-
reforzando sus rasgos, corroborándolos o corrigiéndolos; mum como el que antes hemos sugerido: «ciencias etoló-
por tanto, un concepto intensional genérico que es tan gicas y humanas».
sólo el mediador entre sus especies y en modo alguno un
universale ante rem, como un concepto de ciencia humana a) Sin duda, cuando formamos un grupo de ciencias
previo a las ciencias humanas efectivas. El regressus desde en virtud de su referencia común al Hombre, al Espíritu o
las ciencias humanas particulares al concepto genérico a la Cultura {ciencias humanas, ciencias del Espíritu, cien-
intensional de ciencia humana y el progressus desde el cias de la Cultura) —oponiéndolo al grupo de ciencias
concepto genérico a sus diferentes especies sólo compo- que se refieren a la Materia o a la Naturaleza- hay que
nen un circuito cerrado cuando se lo contempla en una distinguir muy bien los planos en los cuales la
perspectiva abstracta —porque propiamente ambos agrupación puede tener significado (ser «relevante») y
conceptos no se conmensuran enteramente y por ello el aquellos en los cuales no lo tiene y, en particular, es
regressus-progressus es aquí tanto como un programa de preciso no tratar de transferir automáticamente el signi-
investigación de una idea infecta, más que el programa ficado o relevancia de unos planos a los otros (en nues-
de exposición de un concepto acabado y perfecto. tro caso, al plano gnoseológico). Sin duda, tiene sentido
distinguir las ciencias de los cielos (la Astronomía) de las
4. Ante todo, un concepto puramente extensional de ciencias de la Tierra (la Mecánica). Pero ¿es pertinente
«ciencias humanas» no puede confundirse con un con- esta distinción en la Teoría de la Ciencia, una vez que
cepto gnoseológico riguroso, por completo que aquel Newton fundió en una sola ciencia a la ciencia de los cielos
fuera. La enumeración completa de las ciencias humanas y a la ciencia de la Tierra, a la Astronomía y a la Mecáni-
es un proyecto que carece de sentido al margen de algún ca, a Kepler y a Galileo?. Tiene sentido práctico distin-
criterio preciso (también la Física podría considerarse guir, en Biología, las ciencias de los hombres (las cien-
ciencia humana, en la medida en que el cuerpo humano cias médicas, por ejemplo) de las ciencias de los anima-
cae dentro del campo de la Física). Este criterio existe, les, pero ¿qué sentido gnoseológico alcanza esta distin-
sin duda, implícito siempre, cuando se habla del «círculo ción una vez que Schwan estableció la unidad celular
de las ciencias humanas»; pero sólo podría pretender el entre los organismos humanos y los organismos anima-
alcance que conviene a un «círculo de ciencias semejan- les?. O bien, ¿no tiene a lo sumo un significado similar
tes». Y la semejanza no es una relación transitiva, ni al que pudiera alcanzar la distinción entre unas «ciencias
tampoco es unívoca, porque caben múltiples relaciones de las aves» y todas las demás ciencias.''. El concepto de
materiales de semejanza entre las diferentes ciencias del «Antropología» ¿tiene mayor alcance gnoseológico que
grupo. Algunas de ellas desbordarán el círculo previo el concepto de «Ornitología». Acaso les pudiéramos de-
conforme al cual habríamos delimitado la enumeración cir a los creadores del concepto de «Antropología»,
de las ciencias humanas; se trata de que las semejan2as como concepto englobante de un conjunto de ciencias
entre los puntos de este círculo se fundan en estructuras característico, lo que E¡ Extranjero le dice (en el Político
internas, que sólo podrán reconocerse después de que de Platón) a Sócrates joven: «Has obrado como hubiera
han sido dadas las ciencias efectivas. El concepto global obrado cualquier animal dotado de razón, la grulla, por
de «ciencias himianas» como concepto de un círculo de ejemplo, si distribuyendo los nombres según tu procedi-
semejanzas es un concepto • absorbente, porque los miento, tuviera a las grullas por una especie distinta de
elementos de ese círculo, en cuanto tales, quedarían la multitud de animales y se hiciera honor a sí misma,
anegados o absorbidos en el concepto genérico, sin que mientras confundiendo a todos los demás seres, incluso a
éste pudiese añadir algo más de lo qtrg SR el se contiene los hombres, en una misma categoría, les aplicase indis-
al ser distribuido en cada ciencia. El concepto de «cien- tintamente el nombre de animales» (35). Dicho de otro
cias humanas», si tiene genuína relevancia gnoseológica, modo: el concepto de «Hombre» (o el concepto de «Esr
no podrá reducirse al concepto de un círculo de seme- píritu») en cuanto contrapuesto al concepto de «animal»
janzas, sino que deberá remitirnos a un concepto inten- (o de «materia») aún cuando tengan sentido, acaso tie-
sional modulante (dado en un sistema previo de ideas nen un sentido ontológico, o metafísico -bastaría que
precisas) que permita el análisis diferencial de cada fuera metagnoseológico y, por tanto, gnoseológicamente
ciencia humana mediante el contraste con las otras cien- impertinente. Es la tesis áe. Mili: «Puesto que el Espíritu
cias del círculo, en el detalle de sus «microestructuras» {Mind) y la Materia {Matter) nos son en sí desconocidos,
gnoseológicas. Sólo así podríamos estar en condiciones no debemos fundamos en esta distinfión para establecer
de atacar las cuestiones relativas a las efectivas influen- una oposición entre ciencias del espíritu y ciencias, de la

(34) Nos referimos a la reducción aristotélica de la inducción a la forma silogística. (35) Platón, EL Político, 263 d.

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materia» (36). Todas las ciencias tratan de establecer re- significado negativo y, por tanto, si se desarrolla (como
laciones entre hechos empíricos y, por tanto, (tal sería la muchas veces ha sido desarrollado, de hecho) este signi-
conclusión de Neurath), estaría fuera de lugar distinguir ficado, habría que acabar por declarar inviable el propio
entre ciencias físicas y ciencias espirituales: todas las concepto intensional de toda ciencia humana, o, por lo
ciencias son especies de un mismo género, hay una menos, por declararlo inespecífico. En efecto, los dos
mathesis universalis,y esta es la Física (37). rasgos (estrechamente vinculados entre sí) que tradicio-
nalmente suelen asignársele al Hombre como característi-
Sin embargo, este no es el caso, porque lo humano cos y diferenciales de otras realidades tratadas por las
(en «ciencias humanas») sí que tiene relevancia gnoseo- ciencias, son los rasgos de la reflexividad y de la libertad.
lógica, y el mismo Neurath viene a reconocerlo, porque, El Hombre, en cuanto Espíritu, será el ser capaz de «re-
en el plano estrictamente gnoseológico, Neurath viene a flexionar sobre si mismo»: Omnis intelligentia intelligit
establecer una cierta oposición entre ambos grupos de essentiam suam —leemos en el Liher de causis (40) — . Y, •
ciencias, cuya diferencia había inicíalmente borrado. O, por otro lado, (acaso en virtud de esa su inteligencia
al menos, propicia una manera de reconocer un sentido a reflexiva) se dice que «el hombre es libre, como la pie-
esta oposición. En efecto, Neurath advierte que la ciencia dra es grave» (41). Ahora bien:
unitaria, en términos fisicalistas, no puede ser confundi-
da con la Física, considerada como ciencia estricta. Inclu- —^Las ciencias humanas, en tanto se conciben, según
so opone explícitamente la palabra «físico» (Physik, su definición intensional, como un episodio de la autog-
reservada para «los enunciados físicos en su sentido más nosis, habrá que verlas como el ejercicio mismo de la re-
estricto») a la palabra physikalisten (que designa toda flexividad del espíritu humano sobre si mismo: las cien-
descripción que se mantenga en los términos de espacio- cias humanas son caminos a través de los cuales el hom-
tiempo). Y, de este modo, llega a decir: «Cultivar la bre busca «el conocimiento de si mismo» (42). Pero
Sociología fisicalista [digamos: una ciencia cultural] no es ¿acaso no son inviables esos caminos de la autognosis, de
transferir las leyes de la Física a los seres vivos y a los los caminos científicos?. Porque la ciencia supone la opo-
grupos que ellos forman, como algunos han creído facti- sición del sujeto y del objeto: el conocimiento científico es
ble [nos acordamos de Winiarsky y de su pintoresca apli- conocimiento objetivo o no es conocimiento. Luego las
cación de la ley de la gravitación de Newton al creci- ciencias humanas, si se interpretan como episodios de la
miento de las ciudades (38)]. Es posible descubrir leyes autognosis, son absurdas, pues ellas implicarán la necesi-
sociológicas amplias, lo mismo que leyes para ciertos dad de que el sujeto se manifieste como objeto (en térmi-
campos sociales más reducidos, sin que se tenga que nos de Fichte: el yo como no-yo), destruyéndose como
estar en condiciones de recurrir a la microestructura y tal. Es la objeción que Comte puso a la psicología «men-
construir así leyes sociológicas a partir de leyes físicas» talista» (43). De donde el proyecto de las ciencias huma-
(39). Neurath había establecido que a partir de la con- nas en el sentido expuesto podría ser visto propiamente
cepción de la ciencia unificada como método de consti- como un mecanismo de la falsa conciencia (en el sentido
tución de correlaciones entre magnitudes que aparecen marxista), como un proyecto impulsado por la mala fe
en la descripción fisicalista de los procesos (método que (en el sentido existencialista), porque lejos de represen-
sería siempre el mismo, ya se investigue la conducta tar su proyecto un camino hacia el «descubrimiento de si
estadística de los átomos, de las plantas o de los anima- mismo» representa el camino incesante hacia el «encu-
les) se elimina desde el principio cualquier división fun- brimiento de si mismo» del que habló largamente antes
damental de la ciencia uni^cada, por ejemplo, en ciencias Heidegger (44) y después Adorno, entre otros (45). En
naturales y ciencias del espíritu «a vecer también llamadas esta misma linea, y aún sin que regresar a los mecanis-
ciencias de la cultura o de otras maneras». Las tesis por mos más profundos, habría que poner a quienes inter-
las cuales se intenta establecer esta división varían, «pero pretan el concepto de las «ciencias humanas» como efec-
son siempre de carácter metafísico, esto es, carentes de to de una ideología de clase o acaso como una estrategia
sentido». N o tiene sentido hablar de diferentes ciencias de un gremio, como el resultado de un ridículo intento
que estén detrás de los hechos. Lo que no puede expre- de los humanistas para recuperar el poder perdido ante
sarse, en forma de relaciones entre elementos no puede el avance de la moderna ciencia natural,, mediante la
expresarse en forma alguna. Y, sin embargo, con sus ul- mimética imitación de sus métodos externos {AS).
terioirés manifestaciones, Neurath nos da"pie'a pe:nsar
que el radicalismo de su fisicalismo epistemológico inicial
queda suavizado y, en rigor, neutralizado, en el plano
(40) Líber de causis, & 14 (transcripción de A. Bonilla San Martín, en el apéndice XI a su His-
gnoseológico, por cuanto, ciertamente, la verdad es que toria de IM Filosofh Española, t. I. Madrid 1908, pág. 461. F. Suárez, disputa XXXV, IV, 18).
Neurath sigue manteniendo la irreductibilidad de la So- (41) Hegel, Filoso/it del Espíritu, ^ •}.
ciología (como ciencia) a la Física (como ciencia). Y esto
(42) Husserl, Die Krisis der Europdischen Wissetischaften und die Transzenderttanle Phdnomenolo-
es lo que nos importa a nosotros desde el punto de vista gie. La Haya, Nijhoft, 1962, & 3. Husserl, Meditaciones cartesianas, IV, & 41. La reflexiviza-
ción, cuando no se entiende en términos metafísicos-límites (que incluye la identidad de S y O,
gnoseológico. noesis noéseos) no es exclusiva de la mente humana: una máquina puede ser «objeto de sus pro-
pios pensamientos». «Si, por ejemplo, la máquina está tratando de hallar, una solución a la
ecuación x^ - 4 0 x - 11 = O, uno se siente tentado a describir esta ecuación como parte de la
materia que es objeto de la máquina en este momento». (A.M. Turing, ¿Puede pensar una má-
Lo curioso es que esta pertinencia gnoseológica del quina?, trad. M. Garrido, Cuadernos Teorema, pág. 45). Cuando un hombre se mira las manos
también está reflexionando: se parece, más que al Dios de Aristóteles, a Narciso.
adjetivo humano se manifiesta muchas veces según un
(43) A. Comte, Cours de pbilosophie positive, lecc. 2, vol. 1, pág. 51. Comte, Systeme de politique
(36) Stuart Miil, Logic, Book VI, chapter 4: Qf the Laws of Mind, London, Longman, New positive, IV, Appendice general, sixieme panie.
impression, 1967, pág. 555.
(44) Heidegger, Sein un Zeit, & 36, & 78.
(37) Ruytinx, La probUmatique philosophique de l'unité de la science. Les Belles Lettres, 1962.
(45) Adorno: «En realidad el sujeto siempre es sujeto y eí objeto es sólo objeto... la dualidad
(38) L. Winiarski, Essai sur la mécanique sociale, Ginebra, Dr02, 1967 (reed.) pág. 12. entre sujeto y objeto debe ser defendida de modo crítico, contra las pretensiones totalitarias
inherentes al pensamiento». Neg/ttive Dialektik. Suhrkamp. 1966, pág. 72.
(39) Neurath, Saciologia en fisicalismo, en la compilación de Ayer, Positivismo Lógico, FCE 1965,
pág. 306. (AC)) ver nota 5.

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—Las ciencias humanas, en tanto se proponen estu- ciencias (50). LA. White ha dado los principales argu-
diar al ser libre, trazarían un proyecto absurdo. Porque la mentos para mostrar la irreductibilidad de las ciencias de
ciencia es una forma de conocimiento causal y determi- la cultura a la Psicología (51). Pero cabría añadir pruebas
nista; luego las ciencias humanas proponen metódica- mucho más precisas, desde un punto de vista gnoseoló-
roente la reducción de las libres creaciones del Espíritu y gico. El Lenguaje, por ejemplo, es una estructura que,
de la Cultura a la condición de cursos determinados cau- lejos de poder ser explicada en términos de conducta ver-
salmente. Es decir, las ciencias humanas son imposibles, bal da cuenta, en gran medida, de esta conducta verbal,
o, a lo sumo, solo son posibles como ciencias estadísticas porque la antecede y la desborda —es un error definir al
como ciencias genéricas de la indeterminación y del azar Lenguaje humano como un instrumento de comunica-
(47). ción (conductual) porque, sin negar esa dimensión suya
fundamental, el Lenguaje (en cuanto . langue) es una es-
b) Otras veces se apela a conceptos intensionales on- tructura objetiva, suprapsicológica, que solo tiene reali-
tológicos que acaso tienen significado gnoseológico, pero dad, es cierto, a través de las conductas lingüísticas de
que no recubren, sino parcialmente, pese a sus preten- los hablantes, pero de suerte que ellos son muchas veces
siones, a la extensión del concepto de «ciencias humanas» (cuando se exceptúan los pronombres personales y otras
y, por ello, habrán de declararse inadecuados para nues- partes de la lengua) más bien partes materiales y genéri-
tro propósito. Citaremos aquí, dada la importancia que él cas que partes formales suyas. Así mismo, muy poco, o
ha llegado a adquirir, el concepto de «ciencias de la con- casi nada, salvo generalidades oblicuas, podría decirnos la
ducta» en cuanto concepto que más de cerca podría ser- Psicología acerca de el «Arte de la fuga» de Bach —cuyo
virnos para extraer el contenido gnoseológico del con- análisis es parte imprescindible, sin embargo, de una
cepto de las «ciencias humanas» (48). ciencia cultural. El psicólogo puede decirnos que Beetho-
ven era apasionado - p e r o esta condición es genérica,
N o procede aquí, evidentemente, entrar siquiera en común a otros muchos sujetos que no son siquiera músi-
el análisis del concepto gnoseológico de ciencias de la con- cos; y, en cierto modo, las aclaraciones psicológicas, pese
ducta, concepto del mayor interés crítico (contra el a su sutileza, resultan ser muchas'veces groseras, porque
«mentalismo») y que ha alcanzado un gran refinamiento encubren más que aclaran, la estructura de la Quinta Sin-
gnoseológico (49). Tan solo podemos expresar aquí fonía. Tratar de entender Iz-Quinta Sinfonía como un
nuestras reservas ante cualquier intento de interpretar a fragmento de la «conducta del sujeto Beethoven» es
las «ciencias humanas» (en toda su amplitud extensional) tanto más ridículo cuanto que la Quinta Sinfonía incluye
como una subclase de las «ciencias de la conducta». Re- la cooperación de decenas de sujetos —y la coordinación
conocemos, desde luego, a este concepto, el beneficioso de esas decenas de conductas no es una conducta, ni
influjo que ha logrado alcanzar en orden a reducir la di- sigue supuestas leyes de la conducta, sino más bien, recí-
cotomía entre una supuesta clase de ciencias humanas y procamente, es la conducta de cada sujeto aquella que ha
otra clase de ciencias naturales dado que el concepto de de adaptarse a estas estructuras supraconductuales,, deter-
conducta ha logrado establecer un puente gnoseológico minadas cultural e históricamente.
(transitado por la Etología) entre las ciencias de los anima-
les y las ciencias del hombre. Pero este importante mérito c) Por último, el concepto-clase de las «ciencias hu-
no puede ocultarnos la incapacidad del concepto inten- manas» intenta ser recubierto por medio de definiciones
sional de «ciencias de la conducta» para reducir a su intensionales de marcado sabor epistemológico, o incluso
ámbito la totalidad de las «ciencias humanas». Un gran gnoseológico —pero no solo esas definiciones son adecua-
sector de estas ciencias puede, sin duda, ser considerado das. Tal sería el caso del concepto de «ciencias herme-
como una parte de las ciencias de la conducta: nos refe- néuticas», por un lado, o del concepto de «ciencias idio-
rimos, sobre todo, a las ciencias psicológicas. Pero no gráficas» por otro.
todas las ciencias humanas son ciencias de la conducta ni
menos aún son Psicología. La Psicología, incluso como Decir que las ciencias humanas son «ciencias herme-
ciencia de la conducta y pese a sus continuas pretensio- néuticas» —frente a las otras ciencias que serían ciencias
nes de erigirse en la ciencia antropológica general y fun- factuales, por ejemplo— es decir demasiado y demasiado
damental (disputando esta pretensión a la «Antropolo- poco. Es decir demasiado, si detrás del concepto de
gía») sigue siendo una ciencia humana particular y abs- «hermenéutica» se esconde la filosofía de Heidegger o la
tracta, puramente genérica. En gran medida, puede in- de Gadamer, o la Ricoeur (52); Porque estas filosofías no
cluso afirmarse que el proceso de constitución de las parecen especialmente diseñadas para inspirar análisis
ciencias humanas más características (la Lingüística, la gnoseológicos precisos: Inspiran más bien la perspectiva
Economía Política, etc.), ha incluido una emancipación de una determinada antropología filosófica, no la de una
efectiva del psicologismo, del cual habían partido y que, ciencia humana. Si «hermenéutica» se entiende en un
en cierta medida, les impedía organizarse como tales
(50) Desde el punto de vista de la leona del cierre categorial, la «liberación» delpsicoio.qísmo (o
del sociologismo) no sería tanto ei antecedente necesario para la constitución de las ciencias
humanas (como suele decirse tantas veces) cuanto el lento resultado del mismo cierre del lo^^ro
de aquello que los lingüistas suele Uamar «autonomía» de la Lingüística, Esto explicaría que,
(47) Fierre Vendryes, Ver Ui theorie de /' •, PUF 1973. una vez conseguido un cierre (en alguna región del campo virtual) sea posible iniciar tareas
í'interdisciplinarias» como la Psicolingüistica. la Etnolingüistica, etc. Vid. Andró Jacob: Cénese Je
(48) Las «ciencias de la conducta» se refieren a organismos individuales (hombres, palomas, L¡ pensie íingüütique. París. Arniand Colín, 1973, pág. 17.
raras) —que son elementos de las ciases constitutivas de ios campos gnoseológicos respectivos—
caracterizados por su capacidad de reaccionar ante estímulos del medio, eliminando toda «subje- (5 1) L.A. White, ha Ciencia de la Cultura, cap. VI («Culturología versus Psicología»): Una crí-
tividad mentaüsta». A principios de siglo W. Bechterev {La Fsicologk objetiía. trad. esp. Bue- tica a la Psicología desde el punto de vista etnológico, en Margaret Mead, Adolescencia, Sexo y
nos Aires, Paidos 1953, págs. 20-22) formuló con claridad «criterios objetivos» de psiquismo Cultura en Samoa, Barcelona. Laia, 1972, pág. A\ Otra crítica al Psicoanálisis de Freud, desde
que comprende a hombres y animales. Ulteriormente, ha sido B.S. Skinner {Ciencia y conducta perspectivas «antropológicas» en Canéales y Reyes de Harris, op. cic, pág. 91.
humana trad. esp. Barcelona, Fontanella 1974, pág. 284) quién se ha distinguido por su defensa
del significado «naturalista» de las ciencias de la conducta. (52) M. Heidegger. Sein un Zeit, & 45, & 63, &77.
Joachin Wach, Das Verstehen. Grundziige einer Geschichle der hermeneulischen Theorien im 19
(49) T.W. Wann. Behariorism and Phenomenolo^. The Universitu y of Chicago Press, 1964. Jahrkundert. 3 vols-, 1926 (Reimpresión en Georg Olms, 1966).
G.A. Miller, E. Galenter and K.H. Pribram, Plans and the struclure of Eehaviur. Holt 1970. H.G. Gadamer, Wahrheit un Methode. 2 ed. Tubingen, 1965.
M.H. Marx, Theories iii conteniporay psycholo^. McMillan 1964. P, Ricoeur, Le conflict des inlerpretatiom. Essais d'hermeneutique. París, 19ó9.

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EL BASILISCO, número 2, mayo-junio 1978, www.fgbueno.es

sentido más neutro (interpretación de signos naturales o nominalismo antiguo, hablaríamos de todos y de partes; y
artificiales), entonces todas las ciencias son hermenéuti- la singularidad (que puede ir asociada tanto al monismo
cas (en particular las ciencias médicas (53)), y no solo las más exagerado —como sería el caso de Ockam— como el
ciencias humanas. Entre estas serán hermenéuticas, en sen- nominalismo atomista) se encuentra reconocida muchas
tido estricto, las tradicionales ciencias filológicas («her- veces en las ciencias humanas no tanto al nivel de las
menéutica bíblica»,...). En cualquier caso, las ciencias for- partes (individuales, integrantes, etc.) sino al nivel de los
males debieran ser consideradas, con todo derecho, parte todos construidos con ellas, en lo que, en la doctrina del
integrante del concepto de ciencias hermenéuticas, en la cierre categorial, se llaman los «cierres fijos», en cuanto
medida en que son lenguajes lógicos o lenguajes mate- contrapuestos a los «cierres flotantes» (56).
máticos. Pero nadie considera a las Matemáticas ni a la
guo, hablaríamos de todos y de partes; y la singularidad
Lógica formal como «ciencias humanas».
(que puede ir asociada tanto al monismo más exagerado
—como sería el caso de Ockam— como al nominahsmo
En cuanto al famoso criterio de Wildenband y Ric- atomista) se encuentra reconocida muchas veces en las
kert —que aquí no podemos discutir a fondo (54)— y se- ciencias humanas no tanto al nivel de las partes (indivi-
gún el cual las ciencias culturales tendrían que ver con duales, integrantes, etc.) sino al nivel de los todos cons-
las ciencias idiográficas (frente a las ciencias naturales, truidos con ellas, en lo que, en la doctrina del cierre ca-
que tendrían más que ver con las ciencias nomot'eticas) o tegorial, se llaman los «cierres fijos», en cuanto contra-
bien, las ciencias culturales podrían caracterizarse por puestos a los «cierres flotantes» (56).
mantenerse próximas a' la perspectiva discreto/heterogé-
nea de la realidad (la perspectiva continuo/homogénea 6. Sólo si es posible mostrar que en el concepto de
correspondería principalmente a las ciencias naturales) «ciencias humanas» el adjetivo «humano» desempeña
solo diremos que no permite dar cuenta del estado una función de determinación interna de la «ciencia» en
efectivo de las diversas ciencias culturales y naturales. cuanto tal -intensional y extensionalmente- podremos
Más bien constituye, nos parece, una oposición sistemá- considerar al concepto de «ciencias humanas» (aún en-
tica y apriorística, ilustrada con algunos brillantes ejem- globado en el genus proximum de «ciencias etológicas y
plos tomados ad hoc («la Embriología de von Baader humanas») como un concepto gnoseológico estricto.
considera la serie de las fases del embrión de pollo en
cuanto fases repetibles,* legales, nomotéticas; la. Historia Pero esta función determinadora puede tener lugar
de Ranke considera la serie de papas del Renacimiento, a través de dos cauces, en principio diferentes entre si:
serie cuyos eslabones son irrepetibles, individuales, idio- uno de ellos es el cauce etiológico; el segundo, el temático.
gráficos») pero dejando de lado otras regiones dadas en Desde el punto de vista etiológico parece que la de-
las ciencias. Habermas ha subrayado los precedentes terminación de «humana» afecta intrínsecamente a toda
kantianos que actúan tras las distinción de Rickert y su ciencia: toda ciencia es humana, puesto que toda ciencia
trasfondo irracionalista: la realidad sería impenetrable, lo ha sido generada por el hombre. ¿Cabe deducir de aquí
«continuo heterogéneo». Por ello, la conciencia ha de que, entonces, la interpretación etiológica de la expre-
disociarla en dos mitades abstractas, lo «continuo homo- sión «ciencias humanas» nos coloca ante un simple pleo-
géneo» (legal, nomotético) y las «singularidades hetero- nasmo?. En modo alguno. Basta advertir que lo que pare-
géneas» (ideotéticas, discretas) en torno a las cuales se ce redundancia desde una perspectiva racionalista ahistó-
desarrollará ulteriormente la Hermenéutica (55). Pero, a rica, alcanza en cambio la categoría de una herejía, inclu-
la vez, puede verse en la distinción de Rickert el resul- so de una blasfemia, desde la perspectiva escolástica: las
tado de la acción de ciertos esquemas lógicos de cons- «ciencias por participación» de Juan de Santo Tomás,
trucción (continuo/discreto; homogéneo/heterogéneo) antes comentadas, no son ciencias humanas, sino divinas,
que interfieren con la teoría de los todos y las partes y y no solo temáticamente, sino etiológicamente, en tanto
que alcanza gran interés gnoseológico. A nuestro juicio, se consideran dependientes de la revelación sobrenatural.
la doctrina de Rickert es importante, entre otras cosas Y desde perspectivas que ya no son medievales, sino
por haber subrayado la presencia de contenidos idiográ- muy recientes y a las cuales, habida cuenta de su enorme
ficos en las ciencias culturales así como por haber inte.n- difusión en nuestros días, sería preciso dar «beligeran-
tado justificar la posibilidad de esta presencia (en c,0htra cia» (tenerlas en cuenta, aún cuando fuera con propósi-
de la teoría de la ciencia «legalista» del positivismo clási- tos puramente polémicos), la expresión «ciencias huma-
co). Pero, en cambio, creemos que es de todo punto nas», etiológicamente interpretada, tampoco podría con-
insuficiente la doctrina de Rickert en el momento de dar siderarse redundante o tautológica, sino incluso proble-
cuenta de la conexión ^ e en las ciencias mantienen esos mática. Nos referimos, por un lado, a la perspectiva
contenidos idiográficos con lo contenidos universales (en zoológica, desde la cual tiene sentido decir que las cien-
la «serie de Papas del Renacimiento» los contenidos cias, en cuanto son afines a las técnicas, han de consi-
individuales se dan necesariamente en el marco át uni- derarse ya como determinaciones zoológicas, de suerte
versales tales como «Papa», «eclesiástico», etc.) méJór
que hablar de universales y singulares, en el sentido del
(56) El campo formal de una ciencia se supone constituido por un conjunto de clases de térmi-
nos, organizados en confipiraciones que se insertan en «contextos determinantes» (El campo de
Ik Geometría plana elemental, está formado por las clases de puntos y de rectas; el círculo, es
(53) Nos referimos a la Medicina en cuanto Seminohgia o «interpretación de signos» {el sínto- un contexto determinante, en el cual se insertan' configuraciones múltiples -triángulos,
ma es smsion, susceptible de interpretación, hermeneia). En los escritos hipocráticos, el cerebro sectores... Sobre ellos se construyen los teoremas, o construcciones cerradas respecto del con-
aparece como el intérprete {hermenús) de los efectos que el aire produce en la naturaleza de] texto o el campo). Ahora bien, dada una construcción (sobre un contexto determinante), o
hombre. P. Lain Entralgo, La Medicina hipocrática, Madrid, Rev. C)cc., 1970,pág. 171. bien la configuración resultante queda disponible para componerse con cualquier otro término
o configuración de campo (queda como «flotando» en el campo} o bien modifica o afecta de
(54) En la teoría del cierre categorial, la oposición entre ciencias idiográficas y ciencias tal modo a su entorno que queda como «bloqueada» en el campo, al cual «polariza». En el pri-
nomotéticas, se reconstruye, en gran parte, por medio de la oposición entre cierres fijos y cierres mer caso, hablamos de «cierre flotante»; en e! segundo de «cierre fijo». La «individualidad» de
flotantes, yiá. notn n" 56 y Ti" 7i. las «ciencias idiográficas» podrá buscarse, según esto, más «hacia el nivel del todo» (de ia
totalidad nematológica del campo) que hacia el «nivel de las partes». Vid. nota n** 73-
(55) Puede verse, sobre este asunto, J. Habermas, Zur Logik der Sozialwissenschaften (en
Philosophischen Rundschau, hetausgegeben von H.G. Gadamer y H. Kuhn, Beiheft 5, pág. 6 y (57) Gustavo Bueno Sánchez, «Aniinales virtuosos y animales científicos», en la Se ccción
siguientes). Teatro Critico de este mismo n'* 2 de El Basilisco.

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que fuera legítimo hablar de «ciencias animales» y no vidad se'declaraba incompatible con una ciencia humana
sólo de ciencias Iiumanas (57). Por otro lado, nos referi- que qujsiera ser objetiva j h.^ libertad incompatible con
mos a lo que podríamos denominar perspectiva demono- una ciencia humana determinista. Parece, pues, que las
lógica, en la medida en que el interés actual por los extra- determinaciones filosóficas, gnoseológicamente relevan-
terrestres no sea otra cosa sino una versión del interés de tes, del adjetivo «humano» en la expresión «ciencias hu-
los antiguos por los démones (puesto que ios démones no manas» conduciría, no ya a una teoría positiva de las
son espíritus puros, ángeles cristianos, sino que son enti- ciencias humanas, sino a la teoría de su negación. Sin
dades corpóreas, cuya inteligencia puede superar a la de embargo, acaso pudieran afirmarse que estas conclusio-
los hombres) (58). Considerar redundante (etiológica- ;• nes se fundan en una interpretación metafísica de la refle-
mente) la expresión «ciencias humanas» es tanto como xividad y de la libertad —la misma interpretación que
ignorar, aunque sea polémicamente, las hipótesis que mantienen quienes hegelianamente sacaban consecuen-
ponen en la revelación extraterrestre el origen de mu- cias opuestas, considerando a las ciencias • humanas como
chas ciencias y en virtud de la cual no debieran llamarse el camino hacia la autognosis y hacia la libertad, la vía real
«humanas» aunque tampoco «divinas», sino precisamen- hacia el Espíritu Absoluto. Contraria sunt circa idem.
te «demoniacas» (59). > a) «La autognosis científica es imposible» —puesto
Si nos atenemos ahora al cauce temático, el adjetivo que ella obligaría a que el Sujeto se hiciese Objeto, a
«humano» sólo podrá ser vinculado internamente a las que lo interior se exteriorice, etc. Luego las ciencias
ciencias si aparece vinculado internamente, y con sentido humanas, que pretenden esa autognosis, "son en el fondo
gnoseológico, al campo de cada ciencia, es decir, exten- imposibles, utópicas.
sionalmente, a cada uno de los campos de las diversas Tal era el argumento primero. A el respondemos di-
ciencias que, por ello, podrán agruparse bajo la rúbrica ciendo que el concepto utilizado de autognosis científica,
intensional común de «ciencias humanas». aunque sea para declararlo imposible, es metafísico y que
N o se trata por tanto de demostrar que los conte- las ciencias humanas efectivas no necesitan ser enten-
nidos del campo de una ciencia puedan llamarse humanos didas exclusivamente a la luz de ese proyecto metafísico
—o, dicho de otro modo, no es suficiente que algo hu- de autognosis. Hacia la autognosis se llega tanto a través
mano, incluso intrínsecamente humano, figure en el pro- de la Física como a través de la Economía política. Nues-
pio campo de una ciencia que para esta pueda ser lla- tra argumentación consistiría en reexponer el concepto
mada temáticamente «ciencia humana». Pues no es nin- de «particularismo», según el cual no es el Hombre o lo
gún privilegio de las ciencias humanas (incluso en su sen- Humano en general aquello que constituye el campo de
tido extensional más rectrictivo) el que en sus campos alguna de las ciencias humanas, sino lo humano particula-
rizado, en cuanto que es «propio de cada pueblo», según
«aparezcan los hombres» (o «lo humano») dado que, en
la expresión de Ibn Hazm. La ciencia del lenguaje, según
cierto modo, y sin necesidad de apelar al principio del
hemos dicho, no es la reflexión absoluta del Espíritu (del
verum est factum, puede decirse que los hombres apare-
logos) sobre el lenguaje (el noesis noeseos), sino que es,' por
cen en los campos de todas las ciencias. En el campo de ejemplo, la ciencia del lenguaje griego realizada desde el
la Física figuran los cuerpos de los hombres y también lenguaje alemán; la Historia científica no es la reflexión
en el campo de la Biología. Solamente desde el supuesto (la exposición) que el hombre hace de su propio pasado
de que el hombre es sólo Espíritu (Malebranche: «la de- (del pasado de la humanidad), sino que es, por ejemplo,
finición del hombre como animal racional es un residuo la exposición que los españoles hacen de los incas.
del paganismo») cabría decir., que ni la Física ni la Biolo-
gía contienen en su campo la reflexión sobre el propio b) «Las ciencias humanas constituyen un proyecto
hombre. contradictorio porque la ciencia incluye construcciones
deterministas y el ser humano es libre, indeterminado».
Se trata de que estos contenidos humanos que apa- Tal era el argumento segundo. A él responderemos aná-
rezcan vinculados -al campo de una ciencia particular logamente que se funda en un concepto metafísico de
dada tengan al mismo tiempo pertinencia gnosedlógica. libertad, como proceso acausal, «creador» y gratuito y
Hemos considerado antes dos determinaciones que evi- que las ciencias humanas efectivas no necesitan ser en-
dentemente encerraban un significado gnoseológico, si tendidas (o, «comprendidas») a la luz de este «indeter-
bien éste se nos había mostrado en sus efectos negativos: minismo creador». La obra más genial no ha salido de la
las determinaciones de la reflexividad y de la libertad. Y nada y el Arte de la fuga de Bach está determinado por
a ellas vamos a atenernos aquí, precisamente para con- toda una tradición de cañones y ricercari, así como por
servar el significado filosófico tradicional envuelto :en el muchas otras tradiciones e influencias.
concepto de las «ciencias humanas» (un significado que
se perdería con una interpretación categorial o trivial del
adjetivo «humano» en este contexto). ¿Habrá que concluir, entonces, que es necesario
prescindir de las determinaciones más filosóficas, pero
El significado gnoseológico que hemos asociado a con valor gnoseológico, del adjetivo «humano» (la refle-
estas determinaciones era, en efecto, negativo: la reflexi- xividad, la libertad) si se quiere salvar la realidad efectiva
ón) Véase, por ejemplo, Tomás de Aquino, Tractatus de spiritualibu¡ creaturis, cdc. cric, de de las ciencias humanas.-*. Nuestra respuesta es bien cla-
L W . Keeler, Roma, Universidad Gregoriana, 1959. Santo Tomás admite aquí astro «telediri-
ra: es preciso reprimir el sentido metafísico envuelto en
gidos» por demonios o espíritus {ibid., 1, Vil, pág. 85).
las ideas de reflexividad y de libertad, pero nos parece
posible depurar estas ideas de suerte que ellas nos
(59) Jean Sendy, L'ere du Verseau, París, Laffont, 1970, cap. ló y 17. J. Bergier: Los extraíerres-
tres en la Historia, trad. esp. Plaza, 1971, pág. 17: «Hemos sido creados por seres en extremo muestren un significado gnoseológico no absolutamente
potentes, la proporción entre nuestro poder y el suyo es análoga a la que existe entre el poder
de un virus y el nuestro. Perfectos conocedores tanto de, las leyes de la Física como de las de la
negativo (metafísico-negativo) —ni, por supuesto, meta-
Genética, estos seres —a quien bien se les puede llamar dioses, no veo inconveniente en ello-
han j d o desencadenando una serie de hechos que no terminaron en el hombre, sino que conti-
físico-positivo (las ciencias humanas como autognosis)-
nuarán fiasta que ia evolución produzca otros dioses, unos seres iguales a sus creadores». sino dialéctico. Un significado gnoseológico suficientement

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potente como para introducirnos en la dialéctica misma propio) de que el sujeto gñoseológico no aparece inter-
(interna a' cada ciencia) de las ciencias humanas. Un namente en los campos de todas las ciencias, puesto que
significado que pueda ser él mismo elaborado según los precisamente es eliminado formalmente de muchas de
métodos de la construcción gnoseológica, a partir del ellas, a saber, de aquellas que llamaremos ciencias natura-
análisis de las ciencias efectivas, y no en virtud de decre- les y ciencias formales. La tesis implícita en esta construc-
ción es, pues, la siguiente: que todas las ciencias implican
tos a priori que pretenden manifestar axiomas ontológi- un sujeto gñoseológico (SG); que las ciencias naturales y
cos -carentes de valor gñoseológico. formales son ciencias de cuyos campos ha de ser elimina-
do el propio sujeto gñoseológico, en tanto sujeto opera-
7. El hilo conductor de nuestra construcción gnoseo- torio que construye en esos campos (en particular, esta
lógica será la propia noción de «ciencia», en tanto que tesis incluye el rechazo del psicologismo lógico) y que
en ella puedan confluir los cauces que hemos llamado esa eliminación es un proceso formal interno a la cons-
etiológicos y temáticos del concepto de lo humano, como trucción misma de las verdades científicas naturales y for-
determinación de «ciencia». Se trataría, en cierto modo, males; que las ciencias humanas se caracterizarían, esen-
de explicar el uno por el otro, en tanto que ellos con- cialmente, porque en sus campos reaparece el sujeto
fluyen precisamente en la realidad misma de cada ciencia gñoseológico y que, si esta caracterización es esencial,
efectiva. Porque «humano» en su sentido temático (ais- ella ha de tener el vigor suficiente para conducirnos, en-
ladamente considerado) es evidentemente una determi- tre otras cosas, a la misma estructura problemática de
nación muy vaga que abarca, como hemos dicho, muchos tales ciencias.
aspectos, de los cuales no todos ellos tienen asegurada su
pertinencia gnoseológica. Pero, puesto que las propias • Nos apresuramos a constatar que esta interpretación
ciencias son (etiológicamente) humanas (y —suponemos— restrictiva del adjetivo «humano» en la expresión «cien-
que en parte también zoológicas, animales) parece cias humanas» conserva, sin embargo, el sentido más le-
evidente que si entendemos la determinación «humano» gítimo, aunque esté contraído a determinaciones, muy
en la forma que toma en las propias ciencias (humanas o estrechas para algunos, de las dos Ideas por las cuales ve-
no humanas) tendremos, por lo menos, asegurada la nimos definiendo filosóficamente a lo humano; la reflexi-
pertinencia gnoseológica de esta determinación. Sin vidad y la libertad. Porque ahora, el sujetó gñoseológico,
duda, el rigor con que se nos asegura esta pertinencia que se supone reaparece en los propios campos de algu-
tiene como precio la restricción, acaso excesivamente' nas ciencias (precisamente de aquellas que llamaremos
enérgica, de lo «humano» a sus determinaciones gno- «ciencias humanas y etológicas») realiza internamente (y
seológicas (científicas). Preferimos, sin embiargo, meto- según los modos característicos de cada ciencia humana)
dológicamente, sacrijQcar, al menos en el comienzo, al la reflexión del «sujeto sobre sí mismo»: el «sujeto» se
rigor «geométrico» lá riqueza de la idea áelq humano hace «objeto» (es decir, aparece en el campo de una
— qüé'córítíéhe, sin du3a7 muchas más cosas que las que ciencia), y ese sujeto (si bien en la forma de SG) sigue
tienen que ver con las ciencias. siendo, desde luego, un sujeto humano. La reflexividad
por medio de la cual se nos determinaba lo humano, no
Pero en el momento en que tomamos a las propias queda perdida —sólo queda contraída y, acaso, acendra-
^.lencias (digamos: a los componentes formales de las da. En cuanto a la libertad: en la medida en la cual (como
ciencias engeneral, y no precisamente a las ciencias hu- es costumbre) asociamos la libertad humana a la acción
manas, para evitar la petición de principio) como primer de los hombres (es decir, a sus operaciones) podremos
analogado, o hilo conductor de la idea de lo «humano», también decir que la presencia de SG en los campos de
tendremos que concluir que (cuando pasamos a la las ciencias humanas asegura la presencia en estos cam-
perspectiva que hemos llamado temática) una ciencia pos de la «vida de la libertad», siquiera ella esté con-
humana (en sentido temático) será aquella ciencia en traída (y, según los gnósticos, acendrada, y aún realizada
cuyo campo aparece, de algún modo que pueda mostrar- de la forma más pura posible) a una libertad que no
se que es interno y formal, la propia ciencia (es decir, podrá negarse a las operaciones del sujeto gñoseológico,
sus componentes formales) que encarnaba, por hipótesis, dado que, en cualquier caso, estas operaciones son tan
la determinación de lo humano humanas como puedan serlo las del artista, las del asesi-
no, las del metalúrgico o las del místico.
Entre los componentes formales de toda ciencia
figuran los sujetos gnoseológicos (SG) es decir, los sujetos Ahora bien: nuestro rigor en la determinación de
que construyen las ciencias, en cuanto sujetos operato- una definición precisa del concepto de «ciencias huma-
rios, así como también todos los momentos subjetivos nas», capaz, sin embargo, de conservar la problemática
que las ciencias puedan envolver. Nos atendremos a filosófica, parece que nos obliga a sacar una conclusión
estos componentes, y en lugar de hablar siempre de «la alarmante, poco deseable por excesivamente estrecha:
ciencia» como analogado principal de lo humano, habla- sólo podríamos, al parecer, en virtud de la definición, consi-
remos del «sujeto gñoseológico» (SG) en cuanto que derar temáticamente como ciencias humanas aquellas ciencias
también es un sujeto humano y, eventualmente, un en cuyos campos figuren las propias ciencias, o, en particular,
sujeto zoológico (con el alcance etiológico que antes los sujetos gnoseológicos de esas ciencias. Pero las ciencias en
hemos comentado).' cuyos campos figuran las propias ciencias de un modo
De este modo una ciencia humana, desde la perspec- formal son las llamadas «ciencias de las ciencias», por
tiva temática, podría ya redefínirse, más rigurosamente, ejemplo, la Historia ^de la Ciencia (como disciphna cuasi-
como una ciencia en cuyo campo figura el sujeto gñoseo- filológica) o \di Teoría de la Ciencia (aún cuando dudamos
lógico, que desempeña, por tanto, el papel del primer que esta Teoría sea una disciplina científica, dada la sos-
analogado (metodológico) del sujeto humano, del «Hom- pecha de su naturaleza filosófica). Y esta conclusión
bre». La definición anterior tiene sentido en el supuesto constituye una restricción, excesiva a todas luces, del
(que la categoría del cierre categorial asume como concepto extensional de «ciencia humana» que intenta-

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mos delimitar. Porque aún cuando la Historia de la Cien- puede entenderse como resultado de operaciones estric-
cia figure evidentemente con todo derecho en la exten- tamente idénticas (una de ellas incluso se llama la demons-
sión del concepto de «ciencias humanas», no puede, en tratio) a aquellas que debe realizar el sujeto gnoseológico
modo alguno, pretender reemplarzar a todas las demás. (el romanista, el historiador o científico del Derecho ro-
Por consiguiente, nuestra restricción inicial (que se ins- mano), al estudiar el propio proceso jurídico romano, en
piraba en un imperativo de rigor constructivo) del sujeto el que aparece la figura del praetor. Las fórmulas del pre-
humano al sujeto gnoseológico, parece conllevar, como co- tor clásico son, a la vez que un material de una ciencia,
rolario de todo punto indeseable, por lo estrecho, la res- algo muy similar a la ciencia misma —así como el pretor
tricción de la clase de las «ciencias humanas» a uno solo estudiado por el romanista es, él mismo, algo muy simi-
de sus «elementos representativos», la Historia de la lar a un romanista, en tanto reflexiona sobre las propias
Ciencia. Y sobre el modelo de análisis de la Historia de normas jurídicas romanas de un modo, para decirlo tan
la Ciencia difícilmente podríamos, siguiendo un camino rápida como inadecuadamente, «metalingüístico».
progresivo (el camino del progressus, orientado a exten-
der la estructura de esta ciencia a las otras ciencias que la Pero si esto es así, si cada ciencia es un episodio del
admitieran) fundar una doctrina de las ciencias humanas, proceso de desenvolvimiento histórico de una categoría,
porque las transiciones serían siempre eventuales, con- podría afirmarse (regresivamente, etiológicamente) que
tingentes y nunca serían seguras, sino meramente meta- en las propias categorías (en su estadio precientífico, en
fóricas, dado que SG, así entendido, debería quedar su estadio tecnológico o mítico) han de estar prefigura-
recluido en el campo de la «ciencia de la ciencia» en el dos y aún conformados los componentes formales de las
cual se había conformado. ciencias ulteriores, puesto que éstas no pueden tampoco
haber «salido de la nada». La restricción con la cual
8. Sin embargo, creemos que nuestro camino no nuestro método parecía amenazarnos (si el hombre que
está cerrado, si lo seguimos en el sentido del regressus, si, aparece en los campos científicos se interpreta como SG,
en lugar de tomar globalmente la noción de «ciencia» (o entonces el concepto de «ciencia humana» se recluiría
incluso la noción de SG) regresamos hacia su propia es- en el concepto de una «ciencia de la ciencia») se levanta
tructura formal gnoseológica. Como base para la descrip- al mismo ritmo según el cual esa ciencia va resultando
ción de esta estructura tomamos, por nuestra parte, la ser afín a la propia categoría en la cual madura. Una
teoría del cierre categorial (cuyos rasgos pertinentes a «ciencia humana» es «ciencia de la ciencia» pero en la
nuestro presente propósito ofrecemos en el párrafo 2). medida en que toda categoría antropológica tiene, a su
Ahora bien, la teoría del cierre categorial se basa en el vez, que ver con una ciencia, es su prefiguración. Y, des-
principio de que las ciencias particulares y, en especial, de esta perspectiva, dejaría de ser absurda, o simplemen-
las ciencias humanas, lejos de proceder de la filosofía, o te extravagante, la esperanza de extender, al conjunto de
de la virtud de algún tipo de corte epistemológico, se cons- las ciencias humanas las características que podamos de-
tituyen a partir de tecnologías categoriales previamente terminar en el sujeto gnoseológico de cualquier ciencia,
dadas, que siguen desarrollándose ulteriormente a través en la medida en que los componentes formales de SG tam-
precisamente de las propias ciencias categoriales. Cada bién han de ser, de algún modo, componentes preexis-
ciencia humana particular se supondrá, según esto, inser- tentes en otras categorías culturales.
ta en el proceso histórico cultural del desenvolvimiento
dialéctico de una categoría. De suerte que el cierre cate- Alcanza, ahora, un peso muy considerable —en el
gorial en virtud del cual se organiza una ciencia positiva, conjunto de una argumentación gnoseológica, tal como
no sería otra cosa sino un episodio del despliegue^ histó- la encendemos— la circunstancia de que son los propios
rico de la categoría respectiva. La Economía política se científicos de las ciencias humanas quienes, no ya a partir
constituye como ciencia humana en época reciente (se- de preocupaciones filosóficas generales, sino a partir de
gún Marx, a mediadqs del,siglo XVIII, con los fisiócra- su propia experiencia, de la familiaridad con sus propios
tas): pero la Economía política brota de la misma «razón campos de estudio, han observado insistentemente (una
económica mundana» que actúa en los banqueros, en los insistencia que es preciso interpretar de una vez en tér-
administradores, en los hombres de Estado: Quesnay, minos gnoseológicos) esta afinidad con los sujetos mis-
como «sujeto gnoseológico» de la nueya ciencia, no está mos que figuran en sus campos respectivos, en cuanto
muy lejos de Colbert (60). La lingüística estructural es sujetos gnoseológicos. Nos referimos, no ya precisamen-
una ciencia humana muy reciente y uno de los principios te (lo que ya es mucho) a la tendencia a asimilarse (diría-
sobre los cuales se asienta es el principio de la «doble mos: «a rebajarse») a los «objetos» estudiados —el caso
articulación». Pero quien descubrió esta fundamental es- de Morgan o de Malinowsky, «disfrazándose» de seneka
tructura del lenguaje humano, no estaba muy lejos, por o de trobriandes respectivamente, o el caso de Lorenz
sus operaciones, de aquellos «tecnólogos» que crearon la graznando delante de sus patitos (62)— sino a la tenden-
escritura alfabética (61). El cultivador de la ciencia histó- cia recíproca, a la tendencia a asimilar;<«elevándolos») a
rica del Derecho romano no procede de un modo muy dis- los «objetos» estudiados a la condición de sujetos gno-
tinto, en cuanto SG, es decir, en cuanto científico, a seológicos. Los Kellog, estudiando a Gua - e l pequeño
como procedía el propio pretor de la época clásica; por- chimpancé hembra al que criaron junto con su hijo Do-
que el pretor, en la época clásica del Derecho romano nald— creen poder determinar cuatro tipos de vocaliza-
(siglo 11 a siglo III) tenía, como misión principal, redac- ciones suyas, una de las cuales, una suerte de gruñido
tar una fórmula (dirigida al iudex o al jurado) que sólo (the food-bark) era producida por Gua cuando se prepara-
ba para comer. «The food-bark, jugded by human stan-
(60) <j. Bueno: Ensayo sobre las categorías de la Economía Política. Barcelona, l a Gaya Ciencia, (62) K. Lorenz, El anillo del Rey Salomón, apud. Tomás R. Fernández, Culturas animales, en El
1972. Basilisco, ft"* 1, pág. 18.

(61) G. Mounin Historia de la Lingüística, traa. esj). Madrid, Credos, 1971, cap. 11, 5 (egrip- <63) W.N. Kellog er LA. KeUog, The Ape and The Child (facsímil de Hofncr, New York,
cios, pág. 4S)\ cap. VI, 2 {fenicios, pág. 78); cap. VIÍI, 2 (griegos, pág. 93). 1967) cap. XII, pág. 283.

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dards, seems clearly to be a pleasant sort of utterance, o sectores: El sector de los términos, el de las relaciones y
frecuently one of anticipation» (63). Ahora bien: esta el de las operaciones constituyen las tres partes del eje
anticipación o prolepsis del alimento por el gruñido es, sintáctico; el eje semántico comprende al sector fenómeno-
evidentemente, una operación de los Kellog, pero es tam- lógico, al sector: fisicalista y al ontológico (o esencial); el sec-
bién una operación que los Kellog atribuyen al chimpancé tor autológico, junto con el dialógico y el normativo, com-
(el gruñido como operación de anticipación) puesto que pleta las tres partes del eje pragmático.
lo que anticipábanlos Kellog, era que el chimpancé anti-
cipaba el alimento con su gruñido (otra cuestión es la del En la medida en que los tres ejes gnoseológicos son
carácter nientalista o no mentalista de esta atribución de abstractos, entenderemos siempre cada uno de los secto-
prolepsis al chimpancé, en la forma en que lo hacían los res de un eje dado como algo que se da compuesto alter-
Kellog). Refiriéndonos al lenguaje de las abejas: el cien- nativamente con sectores de otros ejes. Así, los términos
tífico (von Frisch) observando la danza del coleteo, se nos determinarán inmediatamente, o bien como tér-
puede predecir en qué dirección está el alimento y don- minos fenomenológicos dentro de un curso autológico, o
de va a ir la abeja.'<<En un tiempo, el resultado de mis bien como términos fisicalistas en un curso dialógico, etc.,
experimentos parecía demasiado fantástico para ser admi- etc.
tido. Me preguntaba si las abejas de mi colmena de En el análisis gnoseológico de una ciencia dada (de
observación no se habrían convertido, quizás, en una un teorema científico, eminentemente) trataremos de de-
especie de abejas científicas [dado el modo de tomar la terminar el lugar que corresponda a cada una de sus par-
dirección de la danza en función de la dirección de un tes o momentos. Si estamos ante un teorema geométrico
sol invisible y de la gravedad] ...Si conocemos esta rela- sobre triángulos, los puntos y las rectas dados en la figu-
ción entre el número de vueltas y la distancia del alimenr ra pueden figurar como términos fenomenológicos, distintos
to, podemos determinar, por medio de un cronómetro, a de los términos dados esencialmente a lo largo de la cons-
qué distancia aproximadamente ha volado una abeja dan- trucción («punto matemático» como intersección de
zarina. Las abejas de la colmena también pueden com- rectas; «rectas geométricas», que son invisibles: lo que
prender el significado del número de vueltas de la dan- percibimos son superficies estrechísimas); adosar triángu-
zarina y pueden percibir la distancia a la cual deben volar los por sus lados, puede ser una operación; la igualdad de
para encontrar alimento» {6A). El campo de la Economía sus ángulos, si eventualmente es isósceles, sera una rela-
política contiene operaciones (cálculos, por ejemplo) cióri.
similares a las del economista, que sin aquellas operacio- 2. Entre todos los componentes de un teorema —en
nes parece no podría llevar adelante el desarrollo de su^ tanto paradigma de una construcción científica— cabe es-
análisis. Alfred Marshall abre su Principios de Economía tablecer una clasificación basada en la oposición, de sig-
con múltiples consideraciones que giran sin embargo en nificado epistemológico, entre un plano subjetivo y un
torno a la idea de hasta qué punto las «leyes» que el plano objetivo. Como no es posible aquí extendernos al
economista establece, las causas y motivos que el econo- respecto, entenderemos estos términos en su sentido co-
mista intenta buscar, son del mismo género de aquellas rriente. Lo «subjetivo» lo referiremos a la propia activi-
que los propios hombres prácticos estudiados por el dad humana (o animal) estructurada en un espacio segun-
economista reconocen: «He stimates the incentives to dogenérico {61). Lo «objetivo» lo referiremos a la «reali-
action by their effects just in the same way as people do dad misma» que se mantiene «por encima» de la subjeti-
in common life» (65). Cuando Chomsky, que ha cons- vidad, aún cuándp se nos de a través de ella: lo objetivo
truido, como gramático, unas reglas de transformación, tanto es de naturaleza primogenérica como terciogenérica
las atribuye a los propios hablantes (que tendrían a su (68). Supondrernos que la subjetividad y la objetividad no
modo conciencia de esas reglas de transformación y, por son las dos mitades yuxtapuestas del Mundo (res cogitans
tenerla, la tesis sobre las reglas, de Chomsky, sería ver- y res extensa) sino que se comportan entre sí como con-
dadera) en cierto modo lo que hace es transferir el «gra- ceptos conjugados: lo que es subjetivo se nos aparece
mático» {sujeto gnoseológico) al «hablante» {objeto del como el nex:o entre múltiples objetividades y recíproca-
campo de la Lingüística) y, sobre todo, recíprocamente .mente (69).
convertir al «hablante» en una suerte de «gramático».
Estamos, al parecer, ante una especie de ciencia fenome- ¿Cabe repartir los áiíeventes Sectores gnoseológicos,
nológica a nivel operatorio {66). arriba enumerados, en alguna de estas dos rúbricas —la
subjetiva y la objetiva!. Parece evidente que hay sectores
que pueden alternativamente figurar en las dos rúbricas,
§ 2. ANÁLISIS DEL CONCEPTO DE SUJETO según la naturaleza de sus contenidos (por ejemplo, los
términos podrán ser unas veces subjetivos y otras veces
GNOSEOLÓGICO (SG) DÉSEME objetivos). Pero hay sectores que sólo mantienen su sig-
TEORÍA DEL CIEREE CATEGORIAL nificado cuando se insertan en el plano de la subjetivi-
dad. .Tal le ocurre al sector fenomenológico del eje se-
mántico: los fenómenos dicen siempre referencia a un su-
1. Una construcción cientiíica (un teorema) puede jeto (los colores son fenómenos físicos —no esencias físi-
considerarse inserta en un espacio de tres ejes (uno sin- cas, aun cuando lo sean psicológicas— que suponen los '
táctico, otro semántico, un tercero pragmático) cada uno de ojos de quien lo percibe). Tampoco el sector operatorio
los cuales se supone a su vez dividido en tres segmentos del eje sintáctico tiene sentido al margen de la subjetivi-
dad, puesto que las operaciones implican siempre el su-
(64) K. von Frisch, Las abejas, trad. esp. Buenos Aires, Lautaio, 1958, cap. III, pág. 92. .
(65) Alfred Marshall, "Principies ofEconomics. McMiUan, ed. 1966. (67) G. Bueno: Ensayos materialistas, Madrid, Taurus, 1972, pág. 291 y ss.
(66) Tal sería una posible interpretación gnoseológica del «innatismo lingüístico» de N. (68) G. Bueno., op. cit.
Chomsky, así como de su concepto de «competencia lingüística». Vid., por ejemplo, Aspectos de
la teoría de la Sintaxis, trad. C.P. Otero, Madrid, Asuilar, 1970, pág. 27 y ss. (69) G. Bueno, Conceptos conjuraos, en El Basilisco, n*' 1, págs. 88-92.

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jeto que las realiza. No hay adición o multiplicación en fi'sicas y son entidades físicas los guarismos-: las operacio-
Aritmética al margen de las operaciones del matemático nes se ejercitan sobre estos y no sobré los números esen-
(cuando componemos los números «5» y «7» en la ciales). Estas operaciones podrían reducirse, como a sus
expresión «5+7», no son estos números los que se com- elementos, a las dos siguientes: la aproximación y la sepa-
ponen por sí mismos -pensar otra cosa sería escandaloso ración de los términos operados. Tal es el punto de vista
«antropomorfismo»— sino el matemático). En «uanto al que mantuvo Bacon de Verulam (70) y que reaparece en
eje pragmático es evidente que sus tres sectores incluyen Locke (71) y también en Dalton (72). Por nuestra parte,
formalmente la subjetividad, porque no podríamos pen- procederemos no ya como si todas las operaciones pu-
sar uno sólo de ellos que, por el hecho de estar dado, no dieran ser reducidas a la aproximación y separación de tér-
nos obligase a «reproducir» íntegramente al sujeto gno- minos físicalistas (simples o complejos) pero sí como si
seológico. en toda operación científica hubiera que contar siempre
de algún modo, formal u oblicuo, con una aproximación y
Llamaremos «sujeto gnoseológico» (SG) al sujeto en una separación, en sentido estricto.
tanto que está determinado por los momentos gnoseoló-
gicos de componente subjetivo, en el sentido dicho. SG Ahora bien: tanto la aproximación como la separa-
es así un concepto complejo, no simple o sustancialis- ción de los contenidos físicalistas implican relaciones sui
ta, y sólo tiene sentido cuando se le considera in medias generis de distancia. Se trata de una «distancia» que no es
res, en el curso mismo de la construcción científica, no propiamente métrica (o geométrica, topológica) puesto
antes ni después de ella. SG es un concepto complejo en que la distancia métrica entre los símbolos «x», «y», en
cuanto tiene que ver con los fenómenos, y entonces se nos la operación «x+y» no es pertinente absolutamente (a lo
determina como «sujeto cognoscente» o «percipiente»; sumo, lo es simbólicamente, dentro del código de escri-
en cuanto tiene que ver con el sector de las operaciones tura algebraica): la distancia métrica entre dos puntos de
se nos determina como «sujeto operatorio» (por ejem- un espacio plano real R - = R x R d x, y)=lxi-yil+lx2-y2l
plo, en el sentido de Bridgman); en cuanto se mantiene es una cuantificación categorial de la «distancia gnoseoló-
en conexión con otros sujetos, se nos determina como gica». La distancia gnoseológica es propiamente una rela-
«sujeto dialógico» (y comprende categorías tan internas a ción esencial (terciogenérica) —no es sólo una relación men-
la vida científica como puedan serlo las de «controver- tal (segundogenérica)— porque ella incluye un tipo de pre-
sia» o las de «argumentación de Baroco»). sencia (co-presencia) entre los términos distanciados que
no tiene sentido físico alguno, en el momento en que no
En cualquier caso, lo que nos importa subrayar es
admitimos la «acción a distancia». Designaremos como
que, tanto SG como sus componentes, no deben enten-
presencia apotética a este tipo de presencia a «distancia
derse como conceptos psicológicos, puesto que son con-
gnoseológica». {aMÓ= lejos), y la diferenciaremos de la
ceptos gnoseológicos. Un «autologismo», por ejemplo,
presencia parat'etica, que es la presencia física, definible
es una figura gnoseológica de naturaleza tan formal (en el
por la contigüidad, en el sentido físico. No podemos
sentido de «parte formal»), en el curso de un teorema,
aquí tratar las cuestiones implicadas en esta relación de
como pueda serlo una relación objetiva. (En un desarro-
contigüidad, o presencia paratéíica; Sugeriremos, simple-
llo algebraico tal como el de la serie de Taylor, sólo a
mente, que para hablar 'He,contigüidad, sería precisa una
través del concepto de autologismo puede entenderse el
acción física entre lós términos, supuesto que no existe
sentido de muchos de sus componentes, como pueden
la acción a distancia (la contigüidad, según esto, habría
serlo los símbolo's factoriales; la igualdad a"=l, sólo
que entenderla como una relación física, como negación
puede ser justificada como resultado de una síntesis de
de la distancia —si se quiere como negación de una nega-
diversos autologismos).
ción en tanto que la distancia es, a su vez, la negación de
acción inmediata entre términos entre los cuales cabe in-
Sin excluir a los restantes componentes, y recurrien- terponer otros ténninos de su «escala»).
do a ellos cuando sea preciso, nosotros sobreentende-
remos, por antonomasia, al hablar de sujeto gnoseológi- La presencia apotética es entonces el marco en el
co (SG), al sujeto operatorio, dada, por un lado, la peculiar cual únicamente cobran sentido las operaciones de la
relevancia que corresponde (dentro de la teoría" del aproximación y la separación. \ja. aproximación, porque solo
cierre categorial) a las operaciones en el conjunto del pro- los términos que previamente se daban a distancia, pue-
ceso de las ciencias y da;da, por otro lado, la inequívoca den ser aproximados (de dos términos que estuviesen
naturaleza «subjetiva» de las operaciones científicas. En dados en contigüidad permanente, solidarios el uno del
virtud de esta naturaleza, decimos que el significado -de otro, no podría decirse que se hubieran aproximado). La
una operación sólo se nos da a través de su propia ejecu- separación, porque ella misma constituye el desarrollo de
ción. N o sería posible dar cuenta a nadie de lo que signi- la presencia apotética. Partiendo de dos términos apotéti-
fica una operación científica por vía «representativa»;
solo ejercitativamente puede ser captado su sentido. Eí
sentido de una operación es su propio ejercicio (otra cuestión (70) F. Bacón, Novum Orgamfi, I, 4: «An opera nil aliud potest homo, quam uc corpora natu-
es la de si es posible aproximarse al significado de una ralia admoveat et amoveat; reliqua Natura intus transigir» (The Works, ed. Spcdding, vol. I,
pág. 242). La reduceión de todo proceso real (nacimiento, muerte, gloria, creación artística...) a
operación a través del ejercicio de otras similares). estas dos situaciones (dadas en el plano primogenérico) no implica necesariamente un «formalis-
mo» mecanicista, puesto que los términos de esas aproximaciones y separaciones han de ser
dados ya a ciertas escala y ellos no tienen por qué figurar a su vez como resultado de aproxi-
maciones o de separaciones. Lareducción primogenérica habría sido ensayada por los atomistas
3. Suponemos que las operaciones científicas tienen griegos (y ello, aún deteniendo el proceso de los átomos), si seguimos lo que nos dice Aristó-
teles (Di Coello, III, 4; 305 a 3): Que, según ellos (los atomistas) todas las cosas se generan por
lugar por la mediación de" un SG corpóreo —puesto que la «aproximación entretejida» í.symploké) y por la separación o dispersión (peripálexis).
las operaciones científicas son entendidas; dentro de la
(71) J. Locke, Ensayo, lib. H, cap. 12.
teoría del cierre categorial, como «manipulaciones» con
términos físicalistas. Y esto vale incluso para las ciencias (72) En su Neu' System of Chemical Philosophy, 1908, decía Dalton: All the changes we can
produce, consist in separating particles that are in a State of cohesión or combination, an joing
llamadas formales (Jos símbolos algebraicos son entidades those that were previously at adistance».

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camente relacionados, podríamos decir" que Iz. aproxima- median entre metáfora y metonimia) (75) tendría que ver
ción tiende a negar la relación de distancia convirtiéndo- con la oposición entre la presencia apotética y la presen-
la, en el límite, en contigüidad (d = O, «distancia cero», cia paratética. Habría que mostrar que, puesto que la dis-
es decir, negación de distancia) y, más aún, en identidad tancia es la semejanza (o la implica) —así como su con-
sustancial, realización de la relación de congruencia. La versa— entonces también el fenómeno es (o implica) la
separación tiende también a negar la relación apotética semejanza (así como su conversa). El «arbol-ahí» (apoté-
cuando se hace infinita y se convierte en no-distancia (en tico) sólo en cuanto semejante (enclasado) a otros árboles
impresencia entre los términos, como se ve, por ejem- (y, en general, a otros objetos que ocupan su lugar,
plo, en la ecuación de la gravitación, cuando d tiende a como punto de permutación) podría tomar la figura de
infinito). Según esto, la separación resulta ser una opera- «árbol»: tal es seguramente algo que está en el fondo de
ción en tanto es negación de la contigüidad o de la iden- la doctrina de las Ideas-clase de Platóii.
tidad sustancial (congruencia realizada); la aproximación
es operación en tanto es negación de la separación, en b) La distancia (y las operaciones con ella) a través
tanto es «aproximación a la contigüidad» y, en el límite, de la semejanza (que es el fenómeno, por ella implicada)
a la «identidad sustancial» (la que se establece, incluso tiene que ver con la memoria, con el autologísmo del
en las ciencias formales, por ejemplo, en la operación recuerdo. Diríamos, también platónicamente, que perci-
idempotente a O a = a, que suponemos incluye intencio- bir una semejanza (por tanto, una distancia) es tanto
nalmente la superposición física «sin residuos» de la pri- como recordar y, recíprocamente (lo que tiene ya un in-
mera mención de «a» a la segunda mención de «a» y de terés crítico-gnoseológico, en el contexto de la crítica al
ambas a la tercera; por tanto, la congruencia de las tres mentalismo), recordar es tanto como percibir una distan-
menciones de este símbolo). Aproximación y separación cia. Tendríamos así, al menos, una forma de afrontar
son, según esto, operaciones recíprocas y sólo en esta su positivamente (de un modo no «mentalista») el fenó-
reciprocidad, el aproximar y el separar físico (los despla- meno subjetivo del recuerdo y todo lo que con él se
zamientos correspondientes) alcanzan su significado gno- vincula, y al margen de lo cual es totalmente imposible dar
seológico operatorio. un paso en el análisis de las ciencias humanas y etológi-
cas.
En la medida en que suponemos que toda operación
En realidad, diríamos, que el «campo de los fenó-
tiene lugar entre términos aporéticamente relacionados,
menos apotéticos» se propone aquí como un concepto
cabe decir que las operaciones, si bien se ejercen nece-
gnoseológico capaz de sustituir al concepto de «campo
sariamente sobre términos físicos, (fisicalistas), no son
«entidades físicas» susceptibles :de ser insertadas en un de los fenómenos mentales-» (o «internos», o «émicos»,
espacio físico_, (primogenérico). Es preciso insertarlas en en el sentido de Pike (74)) a efectos de la Psicología ob-
un «espacio logreo» (lógico material, terciogenérico y, jetiva, de la Lingüística, y de la Gnoseología en general.
según algunos, segundogenérico). La propia subjetividad "de SG podría ser redeñtóda por
medio del concepto de las estructuras apotéticas.
Desde el punto de vista físico cabe decir que la pre-
sencia apotética es fenoménica, en tanto que la distancia c) Por último, la distancia (y, con ella, la aproxima-
entre los términos es «aparente» y sólo tiene lugar a tra- ción) tiene que ver con las prolepsis (digamos, con el Fu-
vés de SG. La copresencia de la Tierra y la Luna, como turo, en tanto que reproducción por semejanza de acon-
co-presencia apotética, no es física, puesto que no hay tecimientos ya dados «en el recuerdo», según la doctrina
acción a distancia (físicamente, la Tierra y la Luna sola- epicúrea (75)). Es decir, por tanto, con Id. finalidad, con
mente por intermedio de sus campos gravitatorios, elec-
tromagnéticos —anegados en los cuales desaparecen por
(73) D. Hume {Teatrise, íib. I., parte 1, IV secc.) introduce su tipología de asociacimes
cierto como tales términos— interaccionan físicamente). fundándose en que «la imaginación compone ideas simples para dar lugar a ideas complejas». La
ambigüedad de Hume estriba en que esas «ideas», a la vez que poseen un aspecto psicológico,
La presencia paratética puede ser esencial, aun cuando sea presentan un aspecto lógico-material (las ideas simples son partes y las complejas con totalida-
fenoménica la figura de los términos que se vinculan por des). H u m e había -comenzado por distinguir tres géneros de «composición»: por semejanza, por
contigüidad (espacial y temporal) y por causa-efecto. Pero enseguida (ibid. lib. I, parte 3, II sec.)
el intermedio de una acción física. sostiene que las relaciones de causa-efecto son «asociaciones por contigüidad» (en condiciones
especiales), con lo cual su tipología se resuelve en la oposición binaria contigüidad I semejanza.
¿No es casi indiscurible la coordinabilidad de la distinción de Hume (cuando se desplaza a un
plano trascendental-holótico) con la fundamental distinción kantiana entre intuiciones (estéticas)
Podría decirse, según esto, que la distancia (apotéti- y conceptos (lógicos)?. Las intuiciones de Kant son aquí precisamente el espacio y el tiempo y se
ca) es el fenómeno así como la proposición conversa, a diferencian de los conceptos en que no son «formas puras», no son «distributivas» (diskursiver),
sino «atributivas». Diríamos: Sus partes están ligadas por contigüidad. En todo caso, Kant utiliza
saber, que el fenómeno, es siempre una distancia. Diría- el lenguaje hoiótico: el, Tieinpo es forma pura de la intuición sensible, de suerte que los «dife-
mos que un fenómeno que no aparezca a distancia apotéti- ! rentes tiempos sólo son partes fnematológicasj del mismo tiempo» ÍVerschieder'te Zéilen sind
' nur Teile ehederselben Zeilj. Aquí encontraríamos un nexo (disanto del que sugiere Habermas)
ca del sujeto, pierde la forma de objeto identificándose entre la oposición Estética ¡hopea de Kant y \í o^oúcióci Ideográfico ¡ Nomotético de
con el sujeto mismo, con un «contenido de su concien- Windelband-Rickert (véase nota n° 56). La distinción entre las composiciones por contigüidad
y las composiciones por semejanza, en su perspectiva humana, se habría desarrollado, con una
cia». fertilidad sistemática insospechada, por ejemplo, en la teoría de la magia de J.G. Frazar {La
Rama dorada, 3: Magia homeopática —«por semejanza»— y Magia contaminante =''por contigüi-
dad»=) y en la teoría el razonamiento de A. Binet (.La Psicólogo del razonamiento, cap. III:
4. Las operaciones son, de algún modo, de acuerdo Comparación de la percepción y el silogismo). La importancia que, en nuestros días, en
Lingüística, en Psicoanálisis, han alcanzado distinciones tales como sintagma/paradigma, o meíá-
con lo que venimos diciendo, operaciones aporéticas, foralmetonimia, habría que subordinarla a la importancia de las distinciones que hemos
comentado. «Sintagma» incluye contigüidad de los puntos de la cadena y «paradigma» incluye
operaciones ejecutadas en un espacio apotético. Ello nos semejanza. La «afasia de selección» (metafórica) y la «afasia de contigüidad» (metonímica) de
permite establecer. Jakobson, se manrienen también en el ámbito de las relaciones de similaridad y de las de
contigüidad, respectivamente {Fundamentos del Lenguaje, cap. V). Lo mismo se diga de la disnn-
ción entre segmentación y sustitución como operaciones fundamentales de la Lingüística estructu-
ral (E. Benveniste, Problemes de Linguistique genérale, Gallimard 1966). La interpretación de
a) Que las operaciones tienen que ver con la seme- Lacan de los conceptos freudianos de condensación IVerdichíung) y de desplazamiento (Verschie-
janza. La oposición clásica (de Hume) entre semejanza y bung) —correspondiente a la metáfora y a la metonimia- es también muy conocida (Lacan
Ecrits, p.e. págs. 688-689).
contigüidad (que en otro lugar hemos coordinado con la
oposición kantiana entre Lógica y Estética y con oposicio- (74) Pike, Etic and Emic standpoints of description ofBehavior, en Language, op. cit. pág. 37-72.

nes establecidas más recientemente, tales como las que (75) Diógenes Laercio, Epicuro, &24.

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EL BASILISCO, número 2, mayo-junio 1978, www.fgbueno.es

la coordenación de los objetos aporéticos operables. Las de las operaciones, en cuanto condición de la verdad
operaciones de las ciencias sólo llegan a ser tales cuando científica objetiva, incluye, de un modo u otro, la elimi-
están insertas en cursos o cadenas operatorias capaces de nación de la presencia aporética entre los términos some-
construir entre sí, dentro de una estrategia científica que tidos al proceso operatorio, así como su sustitución por
implica un plan (una finalidad), que aquí no podemos re- nexos paratéticos a través de los cuales puedan tener
definir adecuadamente, eliminando sus componentes lugar las identidades sustanciales en torno a las cuales se
«mentalistas» (76). anudarían los cursos cerrados categoriales, en su sentido
más fuerte. Tampoco es propio de este artículo exponer
5. La ciencia es ciencia, según la doctrina del cierre más en detalle este punto fundamental.
categorial, en la medida en que, tras complejos cursos de
construcciones operatorias, puede llegar a establecer ver-
dades objetivas. No queremos decir con esto que la cien- § 3. EXPOSICIÓN DIALÉCTICA DE LA
cia se reduzca a esas verdades —porque también contie- DISTE>ÍCION ENTRE METODOLOGÍAS
ne formalmente errores y otras muchas cosas que no son
ni verdades ni errores, sino un tejido complejísimo de 5C Y METODOLOGÍAS p
términos y relaciones dadas en planos diversos, que se
entrecruzan. Pero las verdades vendrían a ser como los
nudos que atan los innumerables hilos de la trama: sin 1. Las ciencias humanas (en cuanto, según hemos
aquellos, ésta se afloja y el todo desaparece. dicho, forman parte solidaria del genus proximum «cien-
cias humanas y etológicas») son aquellas ciencias en cu-
¿Cómo es posible alcanzar verdades objetivas a par- yos campos figura formalmente el sujeto gnoseológico
tir de procesos que incluyen formalmente la subjetividad (SG), y se oponen a las ciencias no humanas (físicas, for-
en las construcciones operatorias?. Nosotros hemos que- males) entendidas como aquel conjunto de ciencias en
rido evitar siempre (a la manera como se evita una tauto- cuyos campos no figura SG, en virtud del proceso de la
logía) la respuesta a esta pregunta apelando a la imagen «eliminación de las operaciones».
de la «reproducción», a la imagen del «reflejo» que
alienta en el fondo de la teoría de la verdad tarskiana (las Pero la ciencia de un campo en el que figura SG
operaciones alcanzarían una composición de términos tal (eminentemente, el sujeto operatorio) es una ciencia que
que reproduce o refleja un estado de cosas real). En reconoce la presencia formal de ese sujeto operatorio, ante
lugar de este tipo de respuestas, la teoría del cierre cate- todo, desde luego, en el plano fenomenológico (puesto
gorial intenta poner la verdad científica en las mismas que, de otro modo, carecería de significado gnoseológico
conexiones objetivas de los términos del campo, precisa- ese reconocimiento). Pero también en el plano fisicalista
mente cuando esas conexiones incluyen una identidad (los sujetos operatorios son corpóreos, organismos ani-
sintética (77). males que «operan» inteligentemente, a la manera como
operaba Sultán, en las experiencias de Kóhler, enchufan-
Pero esto es tanto como decir que la verdad objeti- do cañas en Tenerife) e incluso en el plano esencial (me-
va se nos manifiesta, no ya tanto en el momento de la diante la «reconstrucción» de esas operaciones a partir
posición de las operaciones (que re-producen la situación de factores que hayan sido ellos mismos, a su vez, opera-
real isomorfa), cuanto en el momento (dialéctico) de la toriamente construidos).
eliminación de las mismas operaciones, por medio de las
cuales aparecieron los términos entre los cuales descan- Llamaremos metodoloff'as ^-operatorias a todos aque-
san las verdades científicas. Tampoco podemos entrar llos procedimientos (y, por extensión, a los aspectos, fa-
aquí en el análisis de este fundamental proceso dialéctico ses o situaciones de las ciencias en ellos implicados) por
gnoseológico de la eliminación de las operaciones (78). Tan medio de los cuales un campo gnoseológico intenta ser
solo diremos aquí al respecto que para que este proceso elaborado científicamente a la misma «escala» de los
pueda tener lugar hay que suponer dado el conjunto de componentes formales del sujeto gnoseológico que utili-
más de una operación y la resultante de relaciones entre za tales métodos, es decir, aquellos procedimientos que
los términos directos que ellos operan, cuando estas re- incluyen el intento de organizar científicamente un cam-
sultancias sean a la vez condición de la misma confluen- po en tanto él reproduce análogamente las mismas opera-
cia operatoria. Es la identidad en la que hacemos consis- ciones (para referirnos a lo principal) que debe ejecutar
tir la verdad aquello mismo que segrega a las operaciones el sujeto gnoseológico para organizarlo.
del complejo de los términos que las soportan.
Esta definición de las metodolo^ás ,iS-operatorias es
Una conclusión de especial significado para nuestros puramente abstracta, cuando se la considera en sí misma
actuales propósitos tenemos que extraer: la eliminación y su significado gnoseológico sólo se dibuja en el mo-
Í76) E.S. Russell, La ¡iiiaUdad de las actividades orgánicas, trad. t-sp, Madrid, Espasa Calpe,
mento en el que se tiene en cuenta la estructura dialécti-
1948. A. Rüscnblueth, N. Wiener, J. Bigelov, Beijaiior parpóse and iheleoiosO'. Phvlosophv of ca que conviene a esta definición, cuando se la inserta en
Science, 1943, 10, 18-24. Woodfield, Tdeolofy. 1973.
la teoría del cierre categorial. En efecto: si suponemos que
(77) La «verdad» del átomo de Bohr {y los límites de esa verdad) se «localizaría» en la identi-
dad entre términos tales como el simbolizado por la expresión; (m- 27r-Z-e" / ch-) y el simboli-
el cierre de una ciencia cualquiera incluye, en principio,
zado por la e-vpresion 3.I0"'.4/ 3Ó46'13.3.10"* y que suele abreviarse por medio de la letra R la «eliminación de las operaciones», una ciencia que uti-
(constante de Rydberg). Ver Ensayos Materialistas, pág. 428.
lice una metodología -operatoria ha de presentársenos,
(78) Con la expresión «eliminación de las operaciones» designamos, no un proceso ad l?fic de ante todo, como una ciencia problemática y aún contra-
abstracción de la parte subjetiva (operatoria) —para retener los contenidos objetivos
operados— sino una resultancia que sólo podría tener lugar en las mismas confluencias de dictoria. Porque la eliminación de las operaciones, en las
cursos operatorios múltiples y cuyo análisis no es propio de esta nota. Denotativamente, «eli-
minación de las operaciones» cubre tanto la eliminación del operador «+» en la composición metodologías , envolvería la eliminación de sus análogas
de vectores, cuando esta composición se resuelve 'en un vector-suma, «segregable» de los
sumandos, como a la eliminación de las coordenadas en el tensor que se configura a partir de
en el campo, en tanto a su escala no fuera posible un
e/Jas. cierre objetivo. Por ello, reconoceríamos en el propio

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EL BASILISCO, número 2, mayo-junio 1978, www.fgbueno.es

concepto de las metodologías (3, en cuanto metodologías tias estaba dirigida a preservar la irreductibilidad del es-
científicas, el principio crítico mismo en virtud del cual píritu del hombre respecto a la vida zoológica) retirar la
el proceso de «eliminación de las operaciones» tiende pperatividad a un chimpancé para conservar en el hombre
también de algún modo a eliminar las metodologías |3 del el privilegio de ser el único «animal lógico» (animal con
ámbito de las ciencias humanas, regresando hacia un pla- Lagos) del Universo.
no en donde las operaciones (así como los otros compo-
nentes de SG) desaparezcan formalmente del campo Ahora bien, en virtud del proceso de la eliminación
gnoseológico en el cual habían comenzado por figurar. de Is operaciones, en la teoría del cierre categorial, las
metodologías (3-operatorias han de comenzar manifestán-
Estas metodologías que, partiendo de las metodolo- dosenos como inadecuadas y problemáticas, no ya por
gías ^-operatorias, regresan a un plano en el cual las ser desproporcionadas a las figuras de los campos a los
operaciones (y demás componentes de SG) del campo cuales se aplican (los campos etológicos y humanos) sino
gnoseológico han desaparecido como tales, factorizadas por no proporcionarse, al parecer, a las exigencias del
en sus componentes objetivos, serán llamadas metodolo- conocimiento científico objetivo, «impersonal», consecuti-
gías a-operatorias. Y en la medida en que estas metodo- vo al proceso de la eliminación de las operaciones de un
logías a-operatorias alcanzadas en virtud de un proceso cierre categorial.
interno a las propias ciencias etológicas y humanas resul-
ten estar alineadas con las metodologías regulares de las
Las metodologías ^-operatorias habrán de experi-
ciencias físicas y formales, podremos extender también
mentar, según esto, en su concepto, una rectificación
(por una cierta metonomia) el ámbito de aquel concepto
dialéctica que abra caminos a las correspondientes meto-
a los campos de las ciencias naturales y formales.
dologías a en las qué pudiera tener lugar una organiza-
ción según el estilo propiamente científico del campo.
De este modo, el concepto de las metodologías Las metodologías a operatorias podrán así dar «belige-
a-operatorias adquiere una determinación (intensíonal) rancia» a las metodologías jS-operatorias, y aún reconocer
nueva, a saber: las metodologías que no se ocupan de su necesidad de partir de los fenómenos (5-operatorios.
campos en los cuales puedan figurar, ni siquiera inicial- Pero juzgarán estas metodologías como propias de una
mente (fenomenológicamente) contenidos similares a fase (o estrato) precientífico, aunque necesario, de la.
SG. Por tanto, aun cuando esta «ausencia» no sea el ciencia (por ejemplo, la «ciencia de Fabre» será conside-
resultado de un proceso crítico, digamos, aunque la, rada como un estadio descriptivo, precientífico de la
ausencia sea más una negación que una privación. Ahora Etología conductista); como una fzse fenomenológica, «cua-
bien: en tanto puede decirse que (históricamente) lá^ litativa», a la manera como el físico podría estimar pre-
mayor parte de las ciencias naturales (y aún formales), en científíca y meramente fenomenológica, aunque necesa-
el estado actual (a-operatorio) de su desarrollo,' son el ria, a la «ciencia de los colores perceptuales», anterior-
resultado de un proceso crítico de eliminación de inter- mente al análisis de los colores en términos, de frecuen-
pretaciones antropomórfícas (míticas) previas —que pue- cia ü y longitud de onda X.
den asimilarse a las formas de organización propias de las
metodologías |3— también cabrá aplicar a las jpropias
ciencias naturales y formales el sentido fuerte (dialéctico- b) Pero entonces^ las metodologías a-operatorias,
crítico y no meramente metonímico) del concepto de me- aún en el supuesto de que nos conduzcan a un tipo de
todolo^as a. organización científica, no podrán ser consideradas, sino
por modo oblicuo (y extrínseco), como ciencias humanas.
2. La dialéctica gnoseológica que liga los conceptos
de las metodologías (3-óperatorias y a-operatorias, en su Desde el punto de vista de las metodologías /?, por
forma más general, podría ser expuesta del modo si- tanto, las metodologías a se presentarán como científicas
guiente: —pero no como conducentes a una ciencia humana. Las
metodologías podrán reconocer la exactitud de los aná-
a) Las metodologías jS-operatorias parecen exigidas lisis ¿z-operatorios, pero verán en ellos la «evaporación»
por la materia misma de los campos gnoseológicos en los de la escala etológica o antropológica, (es lo que ocurre,
cuales figuran formalmente componentes de SG, de por ejemplo, cuando el estudio psicológico o etológico
suerte que, con respecto a ellos, el «antropomorfismo» de los movimientos voluntarios asociados a los músculos
se nos muestra tan proporcionado y obligatorio como es lisos se lleva a cabo, no en el contexto —si ello fuera po-
desproporcionado y mítico cuando se ejercita en los sible— de otras unidades de movimientos voluntarios,
campos físicos y formales. Si debe rechazarse por antro- sino en el contexto de los «modelos.mecánicos del mús-
pomórfíca y metafísica una doctrina astronómica que culo», o del análisis bioquímico del proceso, o„del análi-
atribuya al Sol la capacidad de percibir a la Tierra, para sis fisiológico — reflexológico— del mismo).
atraerla a su campo, en cambio parece que no debe
recha2ar, en virtud de la misma razón, una doctrina polí- Si las metodologías a juzgaban a las metodologías (j
tica que atribuya a los jefes de un Estado histórico la como <<z.vAxo^anxóé\C3&>> (humanas) pero precientífica
capacidad de percibir a otro Estado a fin de incorporarlo las metodologías /? verán en las metodologías a a meto-
á su zona de influencia: el antropomorfismo debe ser eli- dologías científicas pero no humanas. Y en tanto que las
minado en el primer caso por los mismos motivos según metodologías a reivindiquen su derecho a conocer los
los cuales parece debe ser postulado en el segundo caso. campos humanos qua tale, parece que estarán obligadas
Si es metafísico, «antropomórfico», atribuir una operati- (una vez que han cumplido su regressus desde los fenó-
vidad al Sol cuando atrae a los planetas, no es menos menos antropomórficos a las esencias objetivas) a volver
metafísico (la metafísica espiritualista de Gómez Pereira (progressus) a la escala antropomórfica y, con' ello, a trans-
y DescajJtes, cuya tesis sobre el automatismo de las bes- formarse en metodologías j3-operatorias.

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3. La importancia gnoseológica de la distinción entre situaciones efectivas de las ciencias (en particular, la
metodologías «-operatorias y j8-operatorías puede medir- naturaleza polémica de las propias ciencias humanas, y su
se por la influencia que ella tiene en el propio sentido propia situación problemática —frente a las ciencias natu-
de la verdad. Si, dentro de las metodologías a, la verdad rales y formales—); para reintepretar el mayor número
conserva un estatuto análogo al que le atribuíamos en las posible de rasgos significativos que permanecen mudos,
ciencias naturales y formales {verdad como identidad sin- como disjecta membra, al margen de una teoría general de
tética, no «tarskiana») dentro de las metodologías ^ la las ciencias humanas capaz de organizados y para llevar a
verdad científica (sin variar, por ciertoi, su conexión cabo, metódicamente, los estudios «micrognoseológicos»
general con la identidad) adquiere una determinación al margen de los cuales la teoría de la ciencia está con-
nueva que la asimila a la definición tarskiana (79). Podría denada a mantenerse en una perpetua vaguedad.
afirmarse, desde este punto de vista, que la «verdad
tarskiana» es una generalización (que podría estimarse 5. Ante todo, la línea divisoria entre las ciencias hu-
como abusiva) a todas las ciencias de la modulación manas y las ciencias que no lo son. Los conceptos pro-
particular que la verdad como identidad asume en el puestos tienen capacidad, sin duda, para establecer, al
ámbito de las metodologías j3-operatorias. Cuando, a par- menos intencionalmente, dos grupos de ciencias, cuando
tir de las ruinas de una ciudad antigua, el historiador utilizamos inmediatamente el criterio general (el criterio
regresa eventualmente al «plano hipodámico», como operatorio). Pero la eficacia demarcadora es también
paradigma desde el cual las ruinas (fenómenos) quedan muy precisa y concordante cuando utilizamos propiedades
esencialmente («estructuralmente») interpretados (80) po- que hemos considerado asociadas internamente a los
dría decirse que la verdad de la reconstrucción histórica propios criterios operatorios (o relativos a SG en gene-
es de tipo «tarskiano», puesto que cabe hablar aqm', ri- ral), en especial, el carácter apotético de SG y, eminente-
gurosamente, de una identidad por isomorfismo entre mente, del sujeto operatorio.
los planos reconstruidos por el historiador y los planos
que el arquitecto utilizó efectivamente para construir la Ahora bien, la «concordancia demarcadora» entre
ciudad cuyas ruinas se investigan. En cambio, este tipo los resultados de la aplicación del criterio inmediato y
de identidad «isomórfíca» carece de sentido —pese al los resultados de la aplicación de sus propiedades puede
uso tan firecuente que se hace de ella— interpuesto entre pasar como testimonio del alto grado de proporción que
el moulage mediante el que se «reconstruye» el esqueleto media entre una doctrina y sus propósitos, puesto que,
del hombre de Mauer, cuya mandíbula conocemos, y el evidentemente, en ese ajuste mutuo de las partes de la
esqueleto real perdido. Sólo cabe hablar de isomorfismo doctrina es donde el todo doctrinal puede efectivamente
entre A y B c u ^ d o tanto A como B llevan «acoplados» reforzarse como tal.
sistemas operatorios coordinables. Si podemos (y debe-
mos) hablar de operaciones al referirnos al arquitecto anti- Examinemos pues, antes de nada, los resultados de
guo, no podemos hablar de operaciones al referirnos a la la reexposición de la distinción entre ciencias humanas y
génesis del hombre de Mauer (salvo introducir un de- ciencias no humanas por medio de la propiedad que hemos
miurgo). considerado constitutiva (entre otras) de las operaciones
gnoseológica, a saber: la presencialidad apotética.
Por lo demás, este regressus es una esencia, operatoria Las ciencias etológicas y humanas podrían caracteri-
en si misma, puede tener el alcance propio de un regressus zarse de hecho por su «propensión» a componer los tér-
sobre el fenómeno que la encubre, éh virtud de la volun- minos de su campo por medio de los nexos apotéticos.
tad misma de quien configuró los fenómenos: el saber Esta peculiaridad tiene inmediatamente, por sí misma, un
científico más actual (de tipo ,5-operatorio) es así, de significado gnoseológico, aunque sea de índole crítica: si
algún modo, un saber que ya fué poseído por algunos las ciencias físicas han eliminado toda acción a distancia,
hombre pretéritos. La ciencia del historiador puede equi- unas ciencias caracterizadas por utilizar nexos aporéticos
valer ahora al descubrimiento, por parte,del/'/íéíyo, de la ¿cómo pueden ser llamadas ciencias?. La pregunta se
sabiduría ya poseída por el señor (81). reformula así desde la perspectiva del cierre categorial:
¿cómo son posibles los contextos determinantes con nexos
4- Si el concepto dialéctico que acabamos de diseñar aporéticos.'*.
acerca de las metodologías a-operatorias y á-operatorias
tiene algún significado gnoseológico efectivo será debido La «presencia a distancia» o, como le llamamos téc-
exclusivamente a su capacidad para acoger lo más impor- nicamente, «presencia apotética», podría ser tomada
tante de las características diferenciales de las ciencias como rasgo cuasiempírico (gnoseológicamente hablando)
humanas en su relación con las ciencias naturales y pertinente sobre el que fundar la oposición entre las
formales; para reexponer (o dirigir la exposición) si no ciencias humanas (en cuanto se alinean a su vez con las
de toda, si de gran parte de la variedad empírica de etológicas y psicológicas) y las ciencias físicas. Hasta tal
punto que, en cuanto copartícipes (según proporciones
(79) Tarski: The concepc of Truth m formalized Lan^uages (en Logic, Semanta, Melamathematics,
Papers from 1923 to 1938, Oxford, Clarendon Press, 1956,pig. 225).
muy diferentes) de este rasgo, podríamos formar una
clase global que incluyese a las ciencias sociales, econó-
(80) Se interfiere aquí la distinción entre casualidad mecánica y teleológica (ver Julio Caro Ba-
rcia, Una teoría de las ciudades viejas, incluida en Razas, Pueblos y Linajes, Madrid, Revista de micas, históricas, estéticas, psicológicas, etnológicas, eto-
Occidente 1957, pág. 168). Sin embargo, la «estructura en alcachofa cortada de arriba abajo»
que el propio Caro Baroja atribuye, sin duda certeramente, a la Vitoria medieval, no fué pro-
lógicas, lingüísticas (que denominaríamos «ciencias apo-
yectada como tal; ni siquiera se proyectó como «ciudad elíptica», en cuyos focos se situasen las téticas» o, con más rigor, ciencias sobre campos apoté-
iglesias. Esta disposición resultó a la manera como en el papel doblado resulta una figura a
partir de un corte dirigido según una líneas operatorias (fínalísticas) peculiares. ticos rectos, no oblicuos) y que se opondrían a las cien-
{SI) Por ejemplo, el descubrimiento de la «verdad» de la «donación de Constantino», o el
cias físicas (en tanto que se organizan mediante construc-
descubrimiento de la «verdad» (secreta) de la pirámide-de Keops -supuesto que éste descu- ciones de términos ligados por nexos de contigüidad:
brimiento sea algo así como una «reconstrucción de los planos» de los arquitectos que la
proyectaron, al mismo tiempo que ios ocultaban. ciencias «paratéticas»).

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Esta tesis, en principio, sólo pretende un alcance aunque de grado muy superior al de las influencias físi-
gnoseológico, y por ello conviene comenzar poniendo cas ex contactu: incluso comenzaremos por reconocer el
entre paréntesis sus resonancias ontológicas. No trata- carácter metafísico, y aún mágico, de semejantes influen-
mos formalmente de caracterizar a los seres vivientes (y cias a distancia. Pero el concepto de la presencia a distan-
a sus grados) frente a los seres inorgánicos, apelando al cia no tiene por qué contaminarse con el concepto de
criterio de la distancia, al criterio del radio creciente de influencia o acción a distancia. El concepto de presencia a
influencia de los cuerpos orgánicos sobre su contorno. distancia que utilizamos quiere mantenese en el estricto
Este criterio ha sido, sin duda, utilizado muchas veces, campo gnoseológico, el marco de los campos gnoseológi-
para establecer la scala naturae (el habitat de la ameba es cos constituidos por términos dados en su reducción fisi-
más reducido que el de los mamíferos; a medida que calista , por términos corpóreos (aquello que están en el
ascendemos en la serie animal las distancias entre los lí- fondo de las reivindicaciones behavioristas). Los térmi-
mites de cada JJmwelt específico parece aumentar hasta nos corpóreos resultarían ahora vinculados por relaciones
hacerse, en el animal humano, prácticamente infinitas). que incluyen una distancia espacial. Esta característica se-
N o necesitamos entrar en su consideración formal por- ría irrelevante si los términos del campo no fuesen cor-
que nuestra perspectiva es otra. Tan diferente que quien póreos y si la acción real entre ellos no tuviese que se-
suscribe este criterio, en el plano ontológico, podría, sin guir transcurriendo por contigüidad, es decir, físicamen-
embargo, mantenerse al margen de nuestra tesis gnoseo- te. Porque no se trata de introducir la acción a distancia,
lógica, dado que el criterio de ampliación del radio del la telepatía pura. La acción sigue manteniéndose por con-
campo conductual podía ser entendido desde la misma tacto. Por ello, la distancia incluida en las relaciones que
perspectiva de la contigüidad que hemos atribuido a las ligan los términos de los nuevos campos tiene ya un sig-
ciencias físicas: el incremento del radio de acción de un nificado gnoseológico por cuanto supone el desarrollo
individuo biológico puede ser pensado siempre (al modo dialéctico del campo etológico, por ejemplo, sobre el
como Locke contruía el espacio) desde la perspectiva campo físico, en tanto que las relaciones de este campo
de un campo de gradientes de funciones de alcance pro- tienen que ser «negadas» —pero manteniendo la acción
gresivo. El radio de exploración global de los individuos por contacto— para que se configure, no ya sólo un con-
de una especie biológica va creciendo por sucesivos y cepto abstracto, sino una nueva figura real. Supongamos
continuos incrementos acumulativos de la marcha respec- una conducta de acecho, de las que describen los etólo-
to de un origen de referencia. Y,^ por el contrario, la gos: el león observando la cebra, más el salto posterior
«zona de influencia» de los cuerpos inorgánicos puede mediante el cual la apresaen sus garras. Aquí, evidente-
alcanzar un radio mucho mayor que la de cualquier ani- mente, hay que presuponer un campo físico, es decir,
mal —el Sol extiende su influencia mucho-más lejos que acciones ex contactu: la luz o el aire deben transportar los
el mamífero rnás elevado, sin que por ello aquellos cuer- estímulos desde la presa hasta los teleceptores o intra-
pos salgan de la órbita de las ciencias físicas. ceptores de la fiera, a partir de los cuales se pondrán en
funcionamiento los mecanismos bioquímicos dados en
Nuestra tesis sobre la presencia a distancia nó ise re- sus sistema nervioso y glandular. Pero todos estos pro-
fiere a la longitud del radio de influencia de ciertos orga- cesos físicos y fisiológicos se mantienen en un plano que
nismos, sino a la estructura de ciertos nexos que se esta- no es el formalmente considerado por el etólogo, el
blecen entre términos corpóreos en cuanto se conciben plano de la contigüidad. El etólogo conductista se refie-
presentes a distancia en el sentido de que se considera supri- re, cierto, a conductas de organismos corpóreos: león-
mido por irrelevante, desde el punto de vista perceptual o cebra. Pero a distancia. El león acecha (palabra del voca-
gnoseológico, el espacio interpuesto. Sin duda, la gradación bulario etológico, no del vocabulario físico) porque percibe
de estas presencias distantes podría utilizarse en la cons- (Ídem) a su presa desde lejos: sólo por ello mira (Ídem),
trucción de una scala naturae (el ave de rapiña y su sólo por ello tensa los músculos y luego salta (ídem). Un
presa, ante el etólogo, mantienen una distancia mayor de cristal de iodo, o la misma acetilcolina que interviene en
la que debe guardar una araña y la mosca atrapada en su los procesos considerados por el etólogo, no podría reci-
tela). Pero, en cualquier caso, sería innecesario sobreen- bir los predicados de acechar, percibir, saltar, porque to-
tender que esta presencia a distancia constituya un géne- das sus relaciones físicas han de mantenerse en su con-
ro de acción real más elevado, aunque en la misma línea torno contiguo, aunque recurrente (la acetilcolina no
que la acción física por contigüidad. Este sobreentendido acecha, ni mira —sino la fiera). .Pero, en el plano del
es metafísico y nos arrojaría en el campo de la telepatía. campo etológico, si la distancia o lejanía no apareciese,
Sin perjuicio de lo cual, parece que podríamos ver mu- no habría percepción. De la misma manera que, cuando
chas veces en el propio concepto de «telepatía» (de yo percibo un árbol o un cuadro, lo que percibo es el
«influencia a distancia») la forma metafísica o mítica de cuadro o el árbol ahí'—pexo no percibo los fotones que
abrirse camino el propio criterio positivo de la presencia vienen despedidos del objeto la retina, ni siquiera
aporética, el reconocimiento confuso de que la presencia percibo los procesos que esos fotones desencadenan en
aporética es un rasgo pertinente en el momento de esta- mi cerebro; ni siquiera percibo esos procesos de mi cere-
blecer una discriminación entre campos antropológicos y bro cuando estoy percibiendo mi propio cerebro repre-
campos físicos. «Palabras pronunciadas en voz baja afec- sentado en la pantalla toposcópica. Tanto los procesos de
tan a una persona alejada y le hacen oir lo que está a mi cerebro como los procesos físicos que transcurren
gran distancia. En esto se ve la unidad de todos los hom- entre el sujeto y el objeto, son componentes materiales,
bres, unidad que resulta de que el alma es una» (82). pero no componentes/orw^fo de la percepción.

Aquí no entendemos, pues, la presencia a distancia El etólogo que considera una conducta de acecho
como una suerte de influencia espiritual del mismo tipo, (el animal A' acecha a la presa B) establece un nexo de
presencia a distancia entre B y A (B está presente a dis-
(82) Plotino, Enmda IV, tratado IX. tancia de A), no porque el etólogo deba suponer alguna

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EL BASILISCO, número 2, mayo-junio 1978, www.fgbueno.es

influencia a distancia entre B y A (antes bien, el etólogo ser utilizada de inmediato como un criterio-de demarca-
considerará el estímulo que procede de B y se propaga ción, al menos empírica (es decir, al margen de sus con-
por contigüidad hasta el olfato, la retina y el oido de A), secuencias y de sus fundamentos gnoseológicos) entre
sino porque elimina (hace abstracción, niega) en su cons- ciencias físicas y ciencias humanas. Porque la misma rela-
trucción las influencias por contactos sucesivos. Porque ción que acabamos de insinuar entre Fisiología y Etología
en el momento en que comenzase a considerar la influ- (Psicología) se mantiene proporcionalmente, por ejem-
fluencia por contacto de un determinado estímulo quími- plo, entre la Geología, y la Geografía.
co, mecánico o eléctrico sobre un receptor de A, el etó-
logo se convierte en fisiólogo o en bioquímico. Todavía Ambas ciencias se ocupan de las mismas entidades:
otro ejemplo: el relieve de la Tierra. Pero mientras la Geología esta-
blece conexiones por contigüidad entre estos términos o
Cuando consideramos' un conjunto de organismos partes del relieve terrestre (conexiones que, por ser
animales (insectos, mamíferos) formando grupos sociales, recurrentes, irán extendiéndose regresivamente bástalas
las relaciones entre estos organismos se acogen a la for- capas más profundas, invisibles, a partir de las cuales ha
ma de los nexos apotéticos; entre ellos desempeñan una de poder progresar hasta la superficie: la esfericidad de la
función principal los nexos semánticos, de comunicación Tierra sería la forma misma del cierre categorial geológi-
(los signos, o los símbolos, y, en particular, los lenguajes co) la Geografía se ocupa del relieve en cuanto «paisaje»
articulados). Pero esto no quiere decir que haya de ne- de los hombres, es decir, en cuanto ámbito práctico o
garse la efectividad de las conexiones paratéticas que es- escena de nuestras actividades (Kant), envolvente, preci-
tán a la base de aquellas mismas relaciones o actos de samente a distancia, de los hombres (84): «Paisaje» es
comunicación por medio de signos (de significantes y sig- un concepto genuinamente apotético, un concepto que
nificados). Los bioquímicos penetran en la naturaleza quí- puede considerarse como una especie particular del con-
mica de los significantes en tanto son, acaso, secreciones cepto genérico de Umwelt. (Conviene tener en cuenta
externas («ectohormonas»), \zsfenmonas, por ejemplo, y que este criterio de demarcación entre la Geología,
determinan su estructura química (la cis-4-hidroxidodeca- como ciencia física, y la Geografía, como ciencia huma-
6-enoico-lactona de la «feromona social» del venado). na, expuesto aquí en general, exige un desarrollo muy
Pero la perspectiva de la bioquímica se constituye preci- detallado y precisamente la posibihdad de este desarro-
samente en el marco de las relaciones paratéticas, de las llo, abierto al análisis gnoseológico, será la única prueba
relaciones de contigüidad: los individuos de una misma de la fecundidad del criterio mismo). Análogamente: el
especie, ligados por medio de feromonas, se consideran economista que esmdia un mercado no se mantiene en
como una suerte de superorganismos y el medio ambien- el plano de los nexos por contigüidad entre objetos (mo-
te (milieu más que Umwelt) desempeña el papel de ve- nedas, bienes, letras de cambio,...) que, si se desplazan
hículo entre ellos, de suerte que esas secreciones (las fe- de unas manos a otras en el proceso de circulación, es
romonas) que se convierten al medio ambiente y no a la desde luego a consecuencia de la acción de fuerzas físicas
sangre (como las hormonas) puedan ser consideradas que obran por contigüidad, «aproximando» o «separan-
como «hormonas sociales» (83). Diríamos que la Socio- do» tales objetos. No porque el economista deba intro-
logía —y la Lingüística o la Psicología de los lenguajes ducir otras fuerzas espirituales capaces de mover esas
animales— se mantiene en una escala tal en la que los monedas y bienes a distancia, sino, simplemente, porque
procesos bioquímicos en los que cabe resolver las estruc- lo que él tiene en cuenta (haciendo abstracción de las
turas simbólicaso lingüísticas, pasan a desempeñar el fuerzas físicas, las únicas que dan razón de los desplaza-
papel de partes materiales (no formales). ¿Acaso por ello mientos) son las presencias distantes entre, por ejemplo,
hay que concluir que las líneas estructurales de la comu- un bien y una cantidad de dinero, en tanto esta presencia
nicación se habrán desdibujado y que ya no podremos es establecida por el homo oeconomicus que está haciendo
entender nada de su naturaleza simbólica.''. En cualquier una selección de alternativas —selección en la que figu-
caso no podríamos olvidar que el ejercicio mismo de estas ran, precisamente, bienes in absentia, por tanto, no con-
estructuras simbólicas —un ejercicio operado (j3-operato- tiguos, a distancia. Por último: un psicólogo que está
riamente) por los mismos organismos que se intercomu- experimentando sobre la «memoria» de un animal —al
nican— se mantiene a una escala tal para la que las partes cabo de semanas de haberle mostrado varias veces obje-
materiales tampoco muestran su dibujo. Por así decir, el tos ¿z y ¿, le muestra el objeto a para que él se ponga a
venado no «conoce» su glándula tarsal, ni menos aún la búsqueda del objeto h— no sólo está investigando so-
necesita conocer para comunicarse la estructura de la cis- bre «el tiempo» (como concepto ligado a la memoria)
4-hidroxidodeca-6-enoico-lactoña que ella vierte al me- sino también sobre los objetos a distancia (en ausencia el
dio. Pero las ciencias lingüísticas, etológicas..., (j3-opera- h respecto del a).
torias) son precisamente aquellas que tratan de analizar
el proceso de la comunicación a una escala lo más próxi- Evidentemente, el problema inmediato que tiene
ma posible a aquella en la cual opera el mismo venado que resolver el criterio de la distancia es el que plantean
cuando se comunica apotéticamente con los otros indivi- ciertas situaciones ontológicas o psicológicas en donde
duos de su especie (comunicación apotética porque el no hay distancia, ni siquiera contacto, sino aquello que,
venado que marca un accidente del terreno se aleja de en términos tradicionales se llamaría «autopresencia in-
él, etc.). mediata». Sin embargo, este problema, en principio, en
lugar de ser un límite del criterio (una objeción al
mismo) puede interpretarse como un episodio interno
Y no deja de ser sorprendente que una característi-
ca aparentemente tan trivial («nexos a distancia») pueda
184) Kant, Physische Gtogyíiphie. Para el concepto de «espacio ambital», K. Kofflía, Principies o[
(83) Vid. Antonio Gallego, Feromonas, en Boletín InfoTmafivo de la Fundación Juan March, n** Gestalt Psycioologie, New York, 1935, cap. I; M. Merleau-Ponty, Ptoáiomenoloí^ic !¡c leí ptrception.
70. abriJ 1978, pág. 4, París 1945, IV («El campo fenoménico»).

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del desarrollo del mismo criterio que, de este modo, Ahora bien: ¿qué alcance puede atribuirse a la tesis
exhibe una complejidad mayor de la que aparantemente que acabamos de formular sobre las conexiones a distan-
tiene. En efecto, desde un punto de vista dialéctico, la cia como criterio de demarcación gnoseológica entre
negación de la distancia puede entenderse como distan- ciencias humanas (más en general: apotéticas) y ciencias
cia O, no como su negación absoluta, como relación físicas?. ¿Se trata de un criterio superficial —aun en el
entre términos entre los cuales careciera de sentido la supuesto de que fuese efectivo— o bien se trata de un
noción de distancia espacial: se tratará de investigar hasta criterio ligado a la naturaleza misma de los campos
qué • punto, en los casos en los cuales hay conexiones semánticos de las ciencias respectivas.''.
etológicas entre términos que no mantienen relaciones
aparantes de distancia, estas relaciones son reintroduci- Desde muchos puntos de vista, los nexos a distancia
das internamente por el propio etólogo o psicólogo, a fin podrían considerarse como poco significativos. A fin de
de que la relación mantenga su sentido peculiar dentro cuentas, las relaciones de distancia podrían entenderse
de las ciencias de la conducta. El modo característico de como una especie muy determinada de relaciones, al
esta reintroducción tendría lugar por medio del concepto lado de las relaciones de semejanza, de causalidad, de
de memoria, en tanto pueda tratarse de un modo no tamaño, de todo a parte, etc. ¿Por qué las relaciones a
«mentalista». (La memoria, tratada en los términos en distancia podrían ser características de los campos de las
que la consideran los bioquímicos, como Hyden o Ungar ciencias humanas más que, pongamos por caso, las rela-
no es, evidentemente, un concepto etológico o psicoló- ciones de causalidad final o las de todo a parte?. Podrían
gico, precisamente —de acuerdo con nuestro criterio- ensayarse criterios más obvios, como el siguiente: las
porqué ahora se opera mediante relaciones ex contactu: ciencias físicas, mecánicas, procederían por medio de
inyecciones de extracto de cerebro de rata, ingestiones..-. nexos de «parte a parte», o bien por nexos de «causali-
(85)). Se trataría de reintroducir en el concepto de me- dad eficiente»; las ciencias humanas, holísticas, procede-
moria a través de las relaciones de presencia distante rían por medio de nexos de todo a parte, o por nexos de
(apotéticas) y no ya tanto in essendo (derivando el tiempo causalidad final. Más aún ¿acaso las relaciones de distan-
del espacio) cuanto in cognoscendo (derivando nuestro cia, al margen de las cuestiones que suscita su propia
tiempo conductual de las distancias que están a su base). realidad, no son, en todo caso, relaciones abstractas, sin-
catogoremáticas, por si mismas mudas o irrelevantes?.
Advertimos también que ni siquiera comenzamos Las relaciones a distancia, tal como aparecen en la fór-
por postular la equiparación gnoseológica entre las mula de la gravitación significan algo enteramente dife-
«ciencias que componen términos a distancia» y las rente a lo que puedan significar las relaciones de distan-
«ciencias que componen términos por contigüidad». El cia entre un ejercito que avanza y sus fuentes de aprovi-
criterio de la conexión a distancia seguirá manteniendo sionamiento. En el primer caso, las relaciones de distan-
su importancia gnoseológica en el supuesto de que las cia (el cuadrado de la distancia entre dos masas) alcanzan
ciencias físicas fuesen consideradas «más científicas» que su significado en un contexto mecánico; en el segundo
las ciencias humanas o psicológicas, siempre que entre caso, las relaciones apotéticas alcanzan su significado en
las claves de la decaída cientifícidad de éstas últimas figu- un contexto lo^'stico, proléptico. Por otra parte, según el
rase precisamente la presencia en ella de los nexos a dis- criterio de la distancia, parece que habría que otorgar
tancia. Acaso la verdadera ciencia sólo proceda de la se- mayor importancia histórica al viaje a la Luna de 1973
gunda vía —acaso las ciencias apotéticas sean pseudo- que al viaje a América de 1492; y, sin embargo, históri-
ciencias, y esto aún cuando sus términos sean físicos. camente no es así, porque la Luna está vacía de habitan-
Habría un fisicalismo más estricto que el de Neurath tes. (En términos de cierre categorial: el «descubrimien-
cuando, hablaba de una Sociología fisicalista «cuyas leyes to de América» compone términos de la clase A de los
no son deducibles de. la Mecánica» (86). ¿Por qué hablar hombres con otros términos de la misma clase A —aun-
entonces de Sociolo^a. fisicalista?. La verdadera Sociolo- que pertenezcan a otra subclase— para dar lugar a nuevas
gía fisicalista sería la de Winiarsky, que utiliza nexos por «figuras» histórico-culturales; pero el «descubrimiento
contigüidad (87); pero esta Sociología no es verdadera. de la Luna» no comporta ninguna composición cerrada
En todo caso, la divisoria no separa unas supuestas cien- semejante).
cias, que tratasen de términos incorpóreos (de mentes, de
N o sería, en resolución, la distancia, sino la natura-
espíritus, en cuyo interior habría que entrar por modo
leza de los objetos distanciados aquello que, en cada
«émico») y ciencias que tratan de términos corpóreos.
caso, sería significativo a la hora de establecer una línea
Todas las ciencias tienen en su campo términos corpó-
de demarcación entre diferentes campos gnoseológicos.
reos: los que se distribuyen en el eje fisicalista de nuestro
Si, a pesar de todo, el criterio contenido en la tesis pre-
«espacio gnoseológico». La diferencia estribará en que
cedente puede reclamar algún sentido, sería a título em-
unas ciencias utilizan nexos por contigüidad entre esos
pírico, subordinado a alguna vaga e indirecta coordina-
términos (ciencias físicas) y otras ciencias pretenden ope-
cióifi entre determinados objetos específicos y sus rela-
rar con nexos a distancia (ciencias apotéticas).
ciones a distancia, siempre dentro de contextos implíci-
tos que sería preciso determinar en cada caso. También
podría ensayarse el criterio según el cual las ciencias hu-
manas se ocupan con objetos cuyo tamaño (tomando el
(85) H.- Hyden, Biochemical and molecular aspeas of leamitig and meviory, Proceedeing Americ. cuerpo humano como unidad) se encuentra, de acuerdo
Phil. Society, 1967, 111. G. Ungar and L.N. Irving, Transfer of acquired information by brain
exíracts, Náture n° 214, 1967, 433. E.M. Gurowitz, Las hases moleculares ds la memoria, Madrid, con una observación de Gamow, a mitad del camino en-
Taller de Ediciones, 1977.
tre el tamaño del Sol (10 '^).y el tamaño del núcleo ató-
(86) o . >3eurath,'5(írtWí>g¡ír en fisicalismo, punto 4: «Cultivar la sociología fisicalista no es trans-
ferir las leyes de la Física a los seres vivos y a los grupos que ellos forman, como algunos han
mico (10 '-); o bien a mitad de camino entre el sistema
creído factible», op. cit. solar (10'*) y las partículas elementales (10-'*), es decir,
(87) L. Winiarski, op. cit. entre la Astrofísica y la Microfísica. Pero el criterio del

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tamaño, seguramente no puede reclamar, por si mismo, en ordenadas) y la distancia al lugar del alimento en me-
un significado gnoseológico directo. Y ello sin perjuicio tros (representada en abscisas), no son, en modo alguno,
de que el tamaño no tenga por qué ser considerado operaciones atribuibles a las propias abejas, y, por consi-
como criterio enteramente arbitrario —por el contrario, guiente, esta construcción gnoseológica de von Frisch es
comenzará a ser significativo, si lo vinculamos a las ope- enteramente «coplanaria» a cualquier construcción física
raciones gnoseológicas, dadas siempre a escala del cuerpo en la que se correlacionen funcionalmente dos variables
humano, formalmente constitutivo de la misma racionali- (90). .
dad (88).

También la vinculación a las operaciones gnoseológi-


cas, en las situaciones ^-operatorias, es la que confiere
un luminoso significado gnoseológico al criterio de la
presencia apotética, en virtud de la naturaleza que, en el
párrafo anterior, hemos atribuido a las operaciones.

6. En virtud del modo según el cu^ ha sido intro-


ducida la distinción entre metodologías a-operatorias y
/J-operatorias habrá que concluir que en las ciencias físi-
cas o formales no se hallarán (salvo residualmente) for-
mas de metodologías /^-operatorias. En cambio, en las
ciencias humanas y etológicas, tendremos que esperar
encontrar, no solo formas de las metodologías ;j-operato-
rias (acaso sólo en su plano fenomenológico) sino tam-
bién formas de la metodología a-operatorias.

Desde este punto de vista cabría redefinir gnoseoló-


gicamente a las ciencias humanas y etológicas como cien-
cias dotadas de un doble plano operatorio.

Estas conclusiones deben poder ser verificadas mi-


nuciosamente («micrognoseológicamente») en el propio as t ¡s e a 3 a i '.s Í a e a 7 ^$ s n s 9s 'o
estado actual empírico (por así decir) de las ciencias, es Distancia del lugar señalado desde ¡a colmena, en kilómetros
decir, aún haciendo abstracción de la perspectiva crítica
gnoseológica. He aquí, a título de ilustración, el tipo de
análisis que sería preciso desarrollar metódicamente. El plano /3-operatorio en el que se incluyen aquellas
operaciones que, de algún modo, como hemos dicho, se
atribuyen al propio campo, por problemática que pueda
El plano a-operatorio contiene, como hemos dicho, resultar esta atribución, discrimina ya las ciencias etológi-
a aquellas operaciones gnoseológicas que se presentan cas y humanas de las ciencias físicas y fórmales. La situa-
como distintas de las operaciones reconocidas en el cam- ción de las ciencias etológicas o humanas es ahora ente-
po, a la manera de las operaciones propias de las ciencias ramente incomparable (cuando nos atenemos a los estric-
naturales, tal como aparecen en la obra de Bridgman tos contenidos semánticos respectivos) a la situación de
(89). Las operaciones del histólogo, al preparar el corte las ciencias físicas o formales. Las diferencias entre cons-
de un tejido, teñirlo, situarlo en la platina del microsco- trucciones de la Óptica física, en las cuales el físico intro-
pio o del analizador cromatográfico, no pertenecen, des- duce una línea auxiliar (por ejemplo, la normal, o la pro-
de luego, al tejido: el operacionalismo del histólogo es longación virtual del rayo incidente en el Teorema de la
un operacionalismo a. Las operaciones en virtud de las refracción) y las construcciones etológicas similares gráfi-
cuales el astrónomo compone (por suma vectorial) las camente, por cuanto también aquí aparecen líneas auxi-
fuerzas de los planetas no pueden ser atribuidas (salvo liares (por ejemplo, para seguir con las propias construc-
antropoínorfísmo) a los planetas; la operación «-I-» en la ciones de yon Frisch, las líneas punteadas que señalan la
expresión «5 -I- 12», no puede ser atribuida a los guaris- dirección del Sol, llevada a la dirección de la vertical,
mos, (como si ellos fiíesen los que se sumasen), ni tam- «percibida» por la gravedad, en los experimentos con
poco la diferencial «x dx» tiende por sí misma al límite abejas) son evidentes. Sencillamente, mientras que la
de integración «x^ / 2», sino a través de Ja operación «normal», en el teorema óptico, no puede, de ningún
« / X dx» puesta por el matemátirn. modo, atribuirse a los términos físicos compuestos (el
rayo incidente y el rayo refractado), las líneas auxiliares
Que las operaciones a están presentes en las cien- de von Frisch sólo mantienen su sentido cuando, de
cias etológicas, es algo absolutamente evidente. Las ope- algún modo, se supone que son percibidas (apotéticamente)
raciones de von Frisch al construir una curva que simbo- por las propias abejas (91).
liza la conexión funcional entre el número de vueltas
efectuadas en 15 segundos por las abejas (representadas

(88) D'Arcy W. Tromson, On Grou'th and Form, Cambrifide University Press, 1963 (reed.),
vol. I, cap. II, pág. 66, establece una serie.de 10* metros (cuadrante de la Tierra) hasta 10'" (90) von Frisch, Las abejas, op. cit-, fig. 43 de la pág. 80.
(molécula de agua).
(89) W. Bridgman, The lo%ic o¡ rmdim Physia. New York 1927. Namre of Physical Theory, (91) Las figuras proceden respectivamente de von Frisch (Las abejas, op. cit, pág. 84) y de F.W.
Nueva York 1936. Sears, Oplica (trad. esp. Madrid Aguilar, 1963), pág. 80.

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(la «representación» que el arquitecto tiene de la casa Podría declararse el significado gnoseológico global
que va a construir, según el ejemplo «mentalista» del de estos estados o fases diciendo que ai y 1S2 son los
joven Marx (99)) no sería otra cosa sino comparar los estados-límite de las ciencias humanas en los cuales, o
planos fisicalistas efectivamente, dados y la realización de bien se aproximan de tal modo a la ciencia natural o for-
esos planos (retrospectivamente) a través de una con- mal que se identifican con ella, dejando de ser humanas
ciencia operatoria. para ser ciencias estrictas (estado ai) o bien se aproximan
de tal modo a la tecnología o a la praxis «planifícadora»
La teoría operatoria de la finalidad nos permitiría que, identificándose con ella, pueden decirse verdadera-
considerar, como momentos de un mismo proceso, la mente humanas (en sentido operatorio) pero a costa de
tendencia a eliminar de las ciencias físicas las causas fina- dejar de ser ciencias estado (/J2). Diríamos que en los es-
les Y la tendencia a la eliminación del sujeto operatorio tados a\ y #2, los nKcos que se logran establecer alcanzan
(100). Porque si la finalidad va ligada a las operaciones el sentido de una identidad stistancial —mientfás que en
(subjetivas) la eliminación de las operaciones arrastrará ai y 1 los nexos se mantendrían en el ámbito de la iden-
consigo la eliminación de la finalidad. De este modo ten- tidad esencial. En todo caso, los estados de los cuales en-
dríamos una explicación sencilla, aunque estrictamenu gno- contramos las realizaciones más próximas a lo que llama-
seológica, de la dialéctica constante en las ciencias físicas y mos ciencias humanas y etológicas, en sentido ordinario,
formales, orientada a suprimir las causas finales. serían los estados az y fi —que son, a su vez, según su
concepto, antagónicos, opuestos entre sí. Sin embargo,
8. Es imprescindible, en este bosquejo general de la aún cuando en los campos antropológicos y etológicos,
dialéctica de las metodologías a-operatorias y ,g-operato- en cuanto tales, no sean posibles conexiones apoyadas en
rias de las ciencias etológicas y humanas, exponer los de- esquemas de identidad sustancial, sería posible, en ellos,
sarrollos internos que cabe reconocer en cada una de una constructividad apoyada en conexiones de identidad
estas metodologías, según su propio concepto. La impor- esencia, capaces de alcanzar un estado próximo al de la
tancia gnoseológica de estos desarrollos reside en su na- necesidad. Pueden ir más allá de las meras aproximacio-
turaleza conceptual (no «empírica»), en cuanto, mediante nes por semejanza: entre las series de dibujos de estilos
ésta, aquellos nos .remiten constructivamente (por desenvol- diversos grabados en una caverna cuaternaria es preciso
vimiento de los principios expuestos) a una tipologa de situa- intercalar, desde luego, a los pintores; no hay una rela-
ciones gnoseológicas puras, capaces de suministrar^ un marco ción directa entre las figuras dibujadas. Y los sujetos
gnoseológica general al análisis del material emético consti- operatorios intercalados (¿bosquimanos?, ¿homo aurigna-
tuido por las ciencias humanas y etológicas. censis?) son aporéticos. Pero puede llegar a establecerse
una conexión muy firme, de la inisma manera que (in-
versamente) tampoco las ciencias físicas, cuando no dis-
Lo que hemos llamado «metodologías a-operato- ponen de esquemas de identidad sustancial, puede llegar
rias» es, en efecto, el nombre de un proceso dialéctico a establecer conexiones firmes, dentro de su estatuto
en el cual podemos distinguir dos estados o niveles carac- empírico (puede haber un ajuste por contigüidad casi
terísticos que, en general, cabe diferenciar nítidamente y total entre dos huesos que el paleontólogo encuentra en
que denominamos metodologías ai y metodologías ai. la misma caverna).
Asimismo, en las metodologías j3-operatorias, distinguire-
mos dos estados o «fases de estabilización» que designa-
mos como metodologías ^^i y metodologías '^2. La distin- 9. Las metodologías a-operatorias, según hemos di-
ción de éstos estados en los conceptos generales, de meto- cho, regresan, a partir, de fenómenos ^roperatorios, a un
dologías a y | # no tiene el sentido de un «detalle erudi- estrato esencial del campo tal que las propias operacio-
to», del cual pudiera prescindirse sin afectar a la com- nes puedan decirse eliminadas de algún modo de los me-
prensión de los conceptos generales. Dada su naturaleza canismos que sostienen la identidad (o verdad) gnoseoló-
dialéctica, puede decirse que estos conceptos generales gica, aproximándonos al sentido de la verdad objetiva
no alcanzan su estructura sino a través, precisamente, dfe característica de las ciencias físicas o formales. Ahora
su desarrollo en sus cuatro estados críticos, a saber, m, bien: el proceso de eliminación de las operaciones (de la
ai, ::^i, 02. Podríamos afirmar en este sentido, que las «subjetividad») constitutivo de las metodologías a tiene
ciencias humanas y etológicas son ciencias definibles lugar según dos modos fundamentales: o bien regresiva-
como conjuntos de procesos gnoseológicos esencialmen- mente, con lo que obtenemos una eliminación absoluta de
te inestables, pero que tienden a «fijarse» en algunos de las operaciones (estado ai), o bien progresivamente y en-
los estados de equilibrio (ai, az, igui^i} equilibno_c:ons-i tonces logramos una eliminación sólo relativa (ai).
tantemente perdido, sin embargo, cuando se atiende a la
naturaleza del proceso en su conjunto. De este modo,
trataremos da interpretar la situación característicamente 10. Ante todo, eliminando absolutamente el plano
polémica y crítica de las metodologías de las ciencias hu- .•^-operatorio, en virtud de un regressus a componentes o
manas, como una situación que lejos de ser meramente factoresj^eñgaxaa en el conjunto del campo como ante-
coyuntural («todavía las ciencias humanas y etológicas no rior_es_ z.\¡iS'/pvop'ias^^eyacloríes fenoménicas: así alcanzamos
han encontrado su seguro camino») es propiamente de el estado que llamamos ai y a través del cual, propia-
naturaleza estructural, expresada por la teoría de los cua- mente, nos encontramos en el ámbito de la ciencia
tro estados. natural. Una ciencia que ahora ya no es meramente neu^
tral, en tanto que contiene una enérgica connotación crí-
tica de lo que, desde ella, resulta ser «aparente sabidu-
(99) Primer Manuscrito de 1884, párrafos 22 y 24. ría» fenoménica. La Reflexolo§a es una metodología efec-
(100) La hipótesis de l£sage sobre la gravitación pordría interpretarse como orientada no tanto tiva, desde el punto de vista científico, pero cuando lo-
a reemplazar la atradón por el choque, cuanto a la distaticia por la contigüidad. Le Sage, Traite de
Phisique (redactado por Prevost) París 1918. Vid. E. ^Gyer50n, Identidad y Realidad (trad. esp.
gra su objeto, se convierte en Fisiología del sistema ner-
pág. 80). H . Poincaré C/fiWí-áz jy iW^ííwfe III, 3, III. vioso. La teoría del automatismo de Ifs bestias puede ci-

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Rayo Rayo bien presente que esta utilización no debe implicar la


incidente reflejado atribución de una mente a las máquinas con "retroalimen-
Normal
tación negativa (94). Esto conduce a plantear el análisis
jf
/ de las fórmulas teleológicas, presentes de hecho en cual-
C
quier tipo de explicación científica o de reconstrucción
/ \ <P r / It Colmena tecnológica, al margen de toda hipótesis sobre entele-
V1 / X- quias mentales o conciencias programadoras. Ahora bien,
desde nuestro punto de vista, tenemos que destacar que
n \y \ este método se aplica tanto cuando los análisis se refie-
ren a las ciencias físicas (en los que suponemos eliminada
la metafísica antropomórfica) como cuando se refieren a
las ciencias de la conducta (en las cuales, diríamos, la
(c) mente es eliminada por motivos más epistemológicos
que ontológicos). De este modo, la forma de los nexos
iV teleológicos utilizados en las ciencias físicas se sobreen-
Dama tenderá como idéntica o análoga a la forma de estos
Rayo refractado nexos cuando se utilizan en las ciencias de la conducta.
Así, Braithwait (95) y Taylor (96). Pero este es un pre-
7. El concepto de las ciencias que contienen en sus supuesto que no pude, sin más, admitirse desde nuestro
cursos formales un plano ^-operatorio nos permite desarro- punto de vista, precisamente parque contiene la^ hipótesis de
llar métodos para el análisis del efectivo uso que las la indiferenciación gnoseológica de las ciencias físicas y de las
ciencias etológicas y humanas tienen que hacer obligato- ciencias humanas (en tanto constituyen una especie de las
riamente (aunque sea críticamente) de las categorías de ciencias de la conducta). Tampoco queremos sugerir que
la prólepsis y de las categorías teleológicas («planes», «pro- las fórmulas de las explicaciones teleológicas tendentes a
gramas», etc.) disociando de entrada estas categorías de elimmar todo tipo de conciencia, deban eliminar también
los contextos mentalistas en los cuales suelen estar inser- la estructura de los nexos teleológicos, por el hecho de
tadas. N o es este el lugar para una exposición de estas que estas formulas se apliquen a las ciencias físicas.
cuestiones, por otra parte ineludibles en la teoría de las Como piensa Woodfield, cuando afirma que las leyes
ciencias humanas y relacionadas con toda la problemática «T» son útiles pero no son teleológicas (97). Taylor ha-
de la predicción en Historia, Economía y Política. bía distinguido las «explicaciones teleológicas» y las «ex-
plicaciones intencionales» (pourpusive explanation). Que
La perspectiva gnoseológica, aplicada a la cuestión la formula de Taylor («debemos poder dar una correla-
de los nexos finales, ha de comenzar, ante todo, por ción de la forma SE ^-B^ por medio de la ley B = f ,(T) y
constatar la presencia (lingüística, por supuesto) de fór- diremos que SE, da lugar a B, y podremos predecir lo
mulas teleológicas en las diferentes ciencias, desde las que ocurre cuando (SE)n+, di.ci^ndo lo que se requiere
matemáticas hasta las ciencias jurídicas. De lo que se trata para G, o sea, la descripción en términos'T») se aplique
es de llegar a comprender los mecanismos gnoseológicos por los a procesos no goal directed, por ejemplo, a un péndulo
cuales determinadas ciencias han eliminado progresivamente libre que se desplaza desde la vertical, no quiere decir
todo tipo de formai teleológicas —no de dar por supuesto que que no haya fórmulas teleológicas (holísticas, no atomís-
estas fórmulas debían ser eliminadas en absoluto. Sin embar- ticas) en las ciencias físicas (98).
go, entre los biólogos, se ha mantenido siempre, aquí y
allá, la resistencia a la eliminación de los nexos finalísti-
cos. En modo alguno —viene a decir E.S. Russell— pue- Por nuestra parte, asociaríamos los conceptos fínalís-
den interpretarse los nexos finales como residuqg' elimi- ticos, en sentido estricto, al momento operatorio de las
nables de la explicación biológica, porque la eliminación ciencias y, con ello, habríamos establecido el significado
de estos nexos arruinaría la totalidad de las ciencias bio- gnoseológico de la finalidad, simultáneamente al recono-
lógicas mismas (92). Después de la última guerra mun- cimiento de su subjetividad. La crítica al mentalismo nos
dial y en conexión con los progresos de la Cibernética y obligará a prescindir de todo intento de llegar a los
de la Teoría de las Inteligencias artificiales, las cuestiones «planes» o «fines» de los sujetos operatorios y, por
gnoseológicas sobre los nexos teleológicos se han replan- tanto, a la necesidad de reinterpretar estos conocimien-
teado de un modo similar en las ciencias físicas, dentro, tos efectivos en otra dirección: propiamente diríamos
muchas veces, de la crítica bolista, (o de la Teoría gene- que lo que es ilusorio es pensar que tenemos un cono-
ral de los Sistemas) al atomismo y al mecanicismo (93). cimiento, aunque sea obscuro, de los fines, programas o
planes de una mente. La atribución de estos planes o pro-
gramas que suponemos conocidos a una mente no añade
Podría afirmarse que la tendencia más generalizada, nada a nuestro conocimiento, puesto que la mente (supo-
en estas investigaciones gnoseológicas, conduce a un nemos) no tiene otra función que la de la reproducción
intento de disociar los nexos finales, presentes en la tautológica y sustancializada del conocimiento de aque-
explicación científica o en construcción tecnológica, y la llos fines o programas. Conocer los planes de una mente
atribución al animal de cualquier tipo de conciencia pla-
nificadora, que. se considera, desde luego, eliminada des-
(94) A. Rosenblueth, op. cit. 18-24.
de la crítica al antropomorfismo y al mentalismo. Si se
utilizan categorías teleológicas, se tendrá en todo caso (95) R.B. BraithwiátG, Mo^is in tire empirícai Sciences, 1960.

(96) Ch. Taylor, The Explanulion of Behavior, 1964.


(92) E.S. Russell, Op. cit. E.C. Tolman, Purposive behavior, in Atiimah atid man. N. ^'
Appleton, 1932. (97.) Woodfield, Teleoloey, Cambridge, U.P., 1976.

(93) A. Rosenblueth, N . Wie ner, J. Bigelov, op. cit. (98)' Woodfield, op. cit. pág. 215.
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tarse como una doctrina que ofrece una fundamentación nes entre los objetos expresados en las proposiciones.
filosófica a las metodologías a\. Por ello, es del mayor interés gnoseológico determinar
en esta proposición, cuya necesidad presumimos, cual
Construimos una situación ad hoc para ilustrar el sea su fundamento objetivo, es decir, cual sea la naturale-
concepto de metodologías ai partiendo de una proposi- za del contexto determinante en cuyo marco deja de ser
ción (verdadera) que, a juzgar por sus términos, pertene- puramente empírica y comienza a ser una construcción
ce, desde luego, a las «ciencias de la cultura»: «todas las científica. ¿Se dibujaría este contexto determinante en
casas tienen jpuerta». Desde muchos puntos de vista, esta un plano /S-operatorio?. Si así fuera, la proposición de
proposición es del mismo género que otras proposicio- referencia podría tomarse como una prueba de existencia
nes nomotéticas de las ciencias reales (algunas de las cua- y como un paradigma de proposiciones j3-operatorias ne-
les han necesitado largos siglos para ser establecidas, cesarias. Sin embargo, la necesidad qué analizamos no se
pongamos por caso la proposición: «todos los organis- recoge, nos parece, en un plano |8-operatorio, sino en un
mos vivientes tienen células», que no fué conocida antes plano de naturaleza física, termodinámica. Resumiríamos
,dé_Schleichen Y Schwan) y es enteramente similar a otras de este modo nuestro argumento: Si toda casa o habitá-
proposiciones de las ciencias culturales, tales como «to- culo tiene puerta es debido a que los organismos que en
das las proposiciones tienen sujeto» (que no es hoy. ella viven tienen que tomar (en cuanto organismos bio-
generalmente admitida) o «todas las iglesias tienen un lógicos genéricos, no en cuanto hombres) energía del
altar». La preposición «todas las casas tienen una puerta» medio (Primer principio de la Termodinámica). Por lo
pertenece a la Etnología, a la Geografía, a la Urbanística. tanto, los recintos en los cuales viven no pueden ser
Pero ¿cuál es su estatuto gnoseológico?; ¿es una propo; esferas o poliedros, sino toros, para hablar topológica-
sición empírica, obtenida por inducción (que, teórica- mente: deben tener un agujero de comunicación con el
mente) podría ser completa, dado que el número de exterior, y este agujero es la puerta, con abstracción de
casas es finito?. Si fuera estimada como empírica, su fun- las diferentes determinaciones estéticas o topográficas en
damento sería contingente (el nexo entre una casa y su las cuales se realice el agujero. Si las viviendas no tuvie-
puerta no sería necesario). Su sentido habría de buscarlo sen puertas, serían tumbas. Desde esta interpretación, se
en un plano de tipo /3-operatorio, en el que se configu- comprende la capacidad predictiva de la proposición que
raría acaso un principio de ésta índole: «existe una ley analizamos y los límites en que se mantiene esta capaci-
estructural operatoria que se aplica por mecanismos difu- • dad predictiva. Podemos predecir, siempre que se
sionistas (similares a aquellos que puedan dar cuenta de suponga dada una «humanidad urbana», que las casas de
la presencia, en las casas de una cierta área cultural, de sus ciudades han de tener puertas, y no como predicción
balcones o de aleros) según la cual se ha dado el caso de probable (cbmo si predijésemos que han de tener balco-
que todas las casas se construyen con puerta». Pero, en nes o aleros) sino de un modo necesario. Esta necesidad
realidad, y sin perjuicio de que consideremos dadas las ; no se funda, pues, en relaciones de tipo lingüístico-pro-
operaciones de los arquitectos, nadie quedaría satisfecho posicional, sino en las relaciones de unos términos con
con esta interpretación empírica (epistemológicamente) y , otros términos del contexto (organismos, casas...). En
contingente (ontológicamente) de la proposición que resolución; solo superficialmente, podreipos decir que la
analizamos. Esta proposición se nos presenta como nece- proposición «todas las casas tienen puertas» es empírica
saria. Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza de ésta necesi- en el campo de las ciencias humanas (j-operatorias; pero
dad?. La proposición, «todas las casas tienen puerta» es su necesidad, establecida en un plano ai-operatorio, nos
una proposición necesaria, casi axiomática, y podría pen- saca fuera, propiamente, del ámbito de las ciencias hu-
sarse, por ello, que esta necesidad se mantiene en los manas y nos reniite al terreno de la Termodinámica.
límites de la necesidad lingüística («lógica»). Apelaría-
mos a una supuesta definición implícita de «casa», que
estipulase la presencia de la «puerta» entre sus notas , 11. La eliminación relativa de las operaciones (cons-
intensionales. La' proposición «todas las casas tienen titutiva del estado ai) tiene lugar no por un regressus a
puerta» y la derivada de ella: «un edificio que no tenga los componentes o factores de estas operaciones (dados
puertas no es una casa», tendría una evidencia semántica, como previos a ellas, «géneros anteriores», por ejemplo,
similar a la de esta otra: «toda longitud menor que cien los reflejos elementales, como previos a las operaciones
centímetros no es un metro». musculares «voluntarias», o bien, el.organismo viviente
al que reducimos a los hombres que habitan en casas)
Pero esta salida gramatical es, más bien, la reducción sino partiendo de ellas y progresando a situaciones que
' lingüística a una convención, cuyo efecto principal es la desbordan o envuelven a las operaciones mismas. Por
, desconexión (engañosa) del contexto correspondiente, eso, este estado ai de las ciencias etológicas y humanas,
respecto de los objetos con los cuales él está interna- podría ser alcanzado según dos situaciones generales típi-
mente vinculado, no ya en el plano proposicional lin- cas:
güístico, cuanto en el plano objetual. La reducción lin- a) La situación I se alcanzaría en el momento en el
güística, por elegante que se nos aparezca, nos desvía de cual las operaciones-!; (o sus resultados) parecen poder
la naturaleza del asunto y, ocultándonos el fundamento componerse entre sí de tal manera que, lejos de ser ella
de la necesidad de esa proposición, pretende sustituirlo misma operatoria, nos remite a formas genéricas («gene-
por la necesida^r PV¥3ffi-tP-te,£QgagL denvada¿e^ ros posteriores») de composición. Las operaciones/J (o
rencia respectó de Una definición gramatical previa. sus resultados) instauran, en efecto, disposiciones, proce-
sos o estructuras genéricas dadas a partir, de las propias
Nos encontramos, sin embargo, ante una proposi- unidades fenoménico-operatorias. Es el caso de las es-
ción característica de las ciencias antropológicas que se tructuras estadísticas resultantes en colectivos cuyas uni-
nos presenta como necesaria, no sólo a nivel lingüístico, dades se dan a escala g-operatoria. Un conjunto o colec-
analítico, proposicional, sino a nivel de tejido de -relacio- i tividad de individuos humanos, encerrados en un recinto

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(un teatro, un estadio) en el que se supone ha estallado paradigmas lingüísticos, desde los cuales los individuos
un incendio se dirigirán en línea recta hacia sus salidas (sujetos de una conducta operatoria) y las formas cultu-
(101); en sus trayectorias se tropezarán con otros de su rales o conductuales, tienden a ser resueltos en la condi-
clase, y el resultado de estos choques podrá dar lugar a ción de fenómenos. La operatividad conductual, por ejem-
una situación cuya estructura global se aproxima a la plo, será presentada como la reiteración de ciertos patro-
constituida por las moléculas de un gas encerrado en una nes culturales cuya aplicación también estará confiada a
vasija, a la que se ha aplicado una llama. Ahora^ bien, si algún patrón cultural genérico, que forma parte de un
tanto las moléculas del gas, como los ciudadanos del «plasma cultural» (el «Paideuma» de Frobenius): «no es
recinto, se mueven en línea recta, no por ello cabría infe- la voluntad del hombre la que produce la cultura, sino la
rir que en ambos casos estamos aplicando unos mismos cultura vive sobre el hombre —hoy diría, atraviesa el
principios físicos. Si podemos decir que las moléculas hombre» (104). «Plasma cultural» en tanto se correspon-
caminan en línea recta en virtud de la ley de la inercia, de al concepto de lo que Weissman llamó el «plasma
no podemos decir, como diría Winiarsky, que los ciuda- germinal» por respecto del cual el soma resulta ser casi
danos caminan en línea recta en virtud de ese mismo un soporte fenoménico, un remolino moldeado por un
principio. Estarían sometidos al principio de la inercia, o paradigma —una esencia platónica— y destinado a desa-
al de la gravedad, si el suelo del teatro se hundiese parecer para dar paso a otro fenómeno que soporta la
mientras caían, pero cuando se dirigían en línea recta esencia. La reducción del individuo operatorio a la con-
(según el principio de la Psicolog'a topológica de Kurt dición de fenómeno —«si el teniente Bonaparte hubiera
Lewin) proceden dentro del plano /?-operatorio. Ahora fallecido en Tolón, otro oficial francés hubiera sido pri-
bien, si lográsemos describir el colectivo estadísticamen- mer cónsul», en fórmula de Engels (105)- es acaso el
te, la eliminación de las operaciones-3 no habrá tenido más inmediato efecto crítico de las metodologías ai en la
lugar según el modo de a\. Ahora, las operaciones (jhan situación II, y ello aproxima, por cierto, las perspectivas
de figurar necesariamente como términos formales del resultantes de estas metodologías a ciertas concepciones
campo (no regresamos hacia sus componentes pre-opera- fatalistas, de carácter religioso o metafísico. Pero, en
torios) y, sin embargo, estos términos operatorios no se modo alguno, queremos decir con esto que el estado en
componen entre si ¿-operatoriamente. Precisamente ellos — II de las ciencias humanas implique siempre este tipo
no están realmente, en" el colectivo", compuestos en un de metafísica. Por el contrario, este estado es el habitual
plano 6 , puesto que los encuentros se producen, supo- en todas aquellas metodologías que tienen que ver, por
nemos, al azar. ejemplo, con la metodología de los tipos ideales de Max
Weber (cuya oposición entre «ciencia» y «política» —su
El «movimiento browniano» del taxista parisino es- postulado de exclusión de las «consecuencias prácticas»
tudiado por Vendryes, ilustra también perfectamente la del ámbito de la ciencia social— ha de ser interpretado,
situación I de los estados a\ a que pueden llegar regular- por nuestra parte, como ejecución del trámite de «des-
mente las ciencias humanas (102). bordamiento» de las operaciones-)3, a través de la «racio-
nalización según fines») o con las metodologías «estruc-
b) Las situaciones II se alcanzarían, sin embargo, turalistas», desde Saussure hasta Levy-Strauss. A su vez,
cuando el progressus sobre las operaciones presupuestas el concepto de «tipo ideal» de Max Weber, tiene mucho
conduce a estructuras envolventes no genéricas (comunes que ver con el método de El Capital, de Marx, método
a los campos físicos o formales, estadísticas por ejemplo, que también clasificamos dentro de la situación II de las
o topológicas, en el sentido de Rene Thom (103)), sino metodologías ai de las ciencias humanas. Las discusiones
espedjicas, a. su vez, de los propios campos etológicos y en torno a la Werfreiheit de las ciencias sociales y cultu-
humanos. La posibilidad de estas situaciones II puede rales, en términos de la supuesta disyuntiva entre una
fundarse en la propia naturaleza de las estructuras cultu- ciencia neutral y una ciencia comprometida, habría que con-
rales y sociales que, aún realizadas exclusivamente por la siderarlas como discusiones groseramente planteadas. En
mediación de operaciones, llegan en sus desarrollos, sin ellas, en el fondo, se oponen globalmente los planos a y
perder su especifidad antropológica (o etológica) a envol- /y, sin discriminar sus estados. Los valores pueden figurar
ver a esas operaciones, desbordándolas y presentándose en el plano ai de un modo distinto a como figurarían en
incluso como si fueran anteriores a ellas (al menos, par- el plano /3i o ^'i. Las dicotomías de referencia, según
cialmente) determinando su propio curso, como si fueran esto, deberían ser disueltas.
su pauta esencial. Las estructuras culturales y sociales
constituyen así el lugar de los ejemplos de elección de La «Antropología naturalista», representada princi-
las situaciones II en torno a las cuales se constituyen las palmente por la tradición anglosajona —desde Darlington
ciencias humanas y etológicas en su estado «2. Por- eso, hasta Harris (106)— podría citarse como una de las más
donde los efectos de las metodologías az-operatorias se brillantes realizaciones de las metodologías ai y, precisa-
nos mostrarán más potentes será en el terreno de las mente por ello, el naturalismo antropológico se nos pre-
ciencias sociales y culturales. Acaso pudiera darse, como senta como una de las opciones más científicas ofrecidas
forma general de estas metodologías, la que conviene a a las ciencias humanas. Esta Antropología naturalista está
la construcción de clases (especies, esencias, clases esta- más cerca de la Zoología etológica (aplicada al hombre, a
dísticas, curvas de correlación). Clases que no tienen por su totalidad —totum, sed non totaliter) que de la Etología
qué hacerse consistir en intensiones «naturalistas»: pue- o de la Psicología tradicional. Las bandas y sociedades
den acoger a patrones culturales, esquemas ideológicos, humanas (tanto las paleolíticas, como las actuales) son
1101) Kurt Lewin, Principies of Topological Psycholo . Netf Yurit, Me Graw Hill. ed. 1966. cap.
II, piig. 9 y cap. VI (104) Frobenius, La Cultura como ser viviente, trad. esp.. Madrid, Espasa Calpe 1934 («Ante
todo, me vi obligado a sustituir la palabra «cultura» en un sentido especial de significación, por
(102) Fierre Vendryés, Ven la theorie de Vhomme, op. ctt. pá^í. 20. la palabra paideuma» pág. 27).

(103) Rene Thom, Modeks mathematiques de morphogénese. París, U.G.E., 1974. (105) En von Mises, The anticapiíalist Meníaliíy, Princeton, 1956, pdg. 103.

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consideradas por la Zoología antropológica, fundamental- cidio sistemático de niñas no se hará derivar de oscursos
mente, en cuanto conjuntos de organismos que se causan complejos o representaciones edípicas, sino de la necesi-
unos a otros (por tanto, que componen un proceso de dad (organizada según ciertas condiciones) de «cegar las
desarrollo paralelo al que consideran las ciencias históri- fuentes de la vida» —las corrientes uterinas de las que
cas). Sin duda, a los organismos que forman parte del manan incesantemente nuevas bocas que conducen al
campo gnoseológico, se les reconoce una estructura ca- agotamiento de las fuentes de aprovisionamiento. Si la
racterística y diferencial respecto de las otras especies de rueda no fué utilizada en las antiguas culturas del Nuevo
primates (una peculiar forma de percepción, una peculiar Mundo, no es porque los indios carecieran de inteligen-
«escala» operatoria, una «morfología» dada en el plano cia operatoria (concepto del plano /3), sino porque (aun
jS-operatorio). Pero la cuestión es tratar a esa estructura acreditándosela, de entrada, como se las acreditarán tantos
como si se reabsorbiese en el marco genérico objetivo de las fenómenos del plano /?) no existieron, en el medio ameri-
estructuras zoológicas (según una genericidad que puede cano, animales adecuados para arrastrar carros. Si se trata
ser entendida en el sentido de los «géneros posteriores»: de dar cuenta de la práctica de ingerir cerebros huma-
el naturalismo antropológico no tiene por qué recaer en un nos, no se apelará a ciertos «instintos eróticos» (107),
reductivismo «primatológico»). Mervin Harris por ejem- sino, de nuevo, al mismos postulado objetivo de la necesi-
plo, considerará a esas bandas y sociedades humanas (ya dad de alimentarse. Los gritos de guerra de los héroes
equipadas morfológicamente, en el sentido dicho) exclusiva- homéricos, serán escuchadas como aullidos. En resolu-
mente en función del medio (por la alimentación, princi- ción: Esta Antropología zoológica (esta Zoología antro-
palmente) y en función de la reproducción —alimentación y pológica) — cuya potencia reductora y globalizadora es
reproducción., son categorías zoológicas, «genéricas». A las muy superior a la que pueda convenir a la Etnología-
bandas humanas (y a las sociedades que de ellas deriven) cierra su campo de un modo muy riguroso (aunque abs-
una vez que se suponen morfológicamente equipadas, se les tracto), en tanto que, partiendo de él, pretende recons-
atribuye la- necesidad de alimentarse y la necesidad de re- truirlo por medio de postulados causales naturales y objeti-
producirse. Conviene advertir que la «necesidad» de ali- vos (ai) que subordinan a su perspectiva los propios com-
mentarse no tiene por qué entendrse a la manera de un ponentes «materiales» operatorios (108).
«instinto» absoluto (teleológico), atribuido a cada ani-
mal— sino como una causa que ha de postularse (retros-
pectivamente) una vez que suponemos que las bandas y 12. Cuando el plano ^g-operatorio no es eliminado
las sociedades humanas existen a lo largo, del tiempo. La del campo que la ciencia considera (incluso en su nivel
«necesidad» de la reproducción tampo._i> ha de entenderse esencial) será preciso reconocer una suerte de identidad
como asociada a un «instinto» (teleológico), que actuase (que antes hemos llamado «tarskiana») entre las propias
en cada individuo, a escala jS, sino como un postulado operaciones científicas y las operaciones mantenidas en
causa exigido (retrospectivamente) por,'.el hecho mismo el campo organizado por la ciencia (operaciones que de-
de suponer dado el colectivo de aquellas existencias ani- ben ser re-construidas por esa ciencia, lo que implica, al
males que se causan una a otras y se extienden a lo largo parecer, la exigencia de un regreso a la categoría, salvo
de milenios. Estos postulados son, por tanto, objetivos y que la reconstrucción tenga lugar en otro plano analógi-
a ellos ha de subordinarse toda construcción ulterior (y, co). De aquí tomamos el fundamento de la distinción en-
en particular, todos los mecanismos individuales, opera- tre dos tipos o direcciones de las metodologías /3-opera-
torios, subjetivos, etc., que, sin embargo comienzan por torias, dado que aquella identidad puede ser esencial o
serles atribuidos a los animaleshumanos). Cualquier otra sustancial (numérica). Cuando las identidades (entre la
categoría (por ejemplo, los instintos "del Psicoanálisis, reconstrucción de las operaciones y las operaciones cate-
y la dialéctica de los mismos, conducente, por ejemplo, a goriales) se mantengan en la perspectiva esencial (por
las situaciones edípicas) se subordinará a aquellos mar- consiguiente: con la posibilidad de la eliminación de las
cos objetivos a la dialéctica objetiva (malthusiana) qué operaciones numéricas, continuas a las operaciones gno-
enfrenta la necesidad de alimentarse cada organismo y la seológicas) las ciencias humanas alcanzarán el estado jSi;
necesidad de reproducirse (dialéctica de la «presión re- cuando las identidades puedan considerarse sustanciales
productora» sobre los alimentos limitados). La guerra, (cuando las propias operaciones científicas manifiesten
por ejemplo, como institución, no podrá ya ser construi- una continuidad con las operaciones implicadas en la pra-
da a partir de un «instinto de agresividad masculina» xis categorial —cuando las operaciones de la ciencia polí-
(Freud, etc.) sino que se hará derivar de la necesidad de tica o económica resulten ser las mismas que las opera-
alimentarse, en las condiciones de escasez de alimentos y ciones del estadista o el financiero) entonces diremos
vecindad con otras bandas o sociedades que los poseen que entramos en el estado /? 2, en el cual la ciencia viene
(la agresividad, como algo aprendido, se explicará en a limitar con el propio proceso práctico categorial y, en
cambio a partir de la institución de la guerra). El infanti- cierto modo, se convierte en un momento más de ese
proceso-
(106) C.D. Darlington, The evoluHttn of mein and society, London, üeorge Alien 1968. Marvin
Harris, CanihaUs y Reyes, op. cií. Desmond Morris, Et mono desnudo, un estudio del animal huma-
no, trad. esp. Barcelona, Plaza 1968. Eibl-Eíberfeldt, El hombre preprogramado, rrad. esp.
Madrid, Alianza 1977.- En todos estos casos podríamos decir que regresamos al punto de vista
El concepto de metodologías jg no es nuevo. Está
de la Zoología antropológica {vid. nota 22), si bien en los dos primeros (Darlington, Harris) el recogido ya, de algún modo, en la noción escolástica de
regressus comienza desde la Etnología (y su perspectiva es, más bien, social) mientras que en
los dos últimos (Morris, Eibl-Eiberfeldt) el regressus comienza en la Etologia (y su perspectiva «ciencias del orden que la razón introduce en sus pro-
es, más bien, específico-individual). Pero en los cuatro casos estamos, diríamos, en un estado
alfa-2, correspondiente a ía Zoología, y, más propiamente, a la Etologia. Parece evidente que la
y aún en la misma oposición clásica en-
capacidad reductora (respecto de los contenidos antropológicos cuJturales-humanos) del tre la «razón especulativa» y la «razón práctica», cuando
«zoologismo» antropológico es superior a la del «etnologismo», porque aquel «coge las aguas
desde más arriba». La similaridad entre el gesto de amenazfc del chimpancé y el gesto de
amenaza del Presidente Nixon (tal como se analiza en las fiarás 62 y 63 del libro de Alison (107) Osear Kiss Maerth: El principio era el fin. Barcelona, Barral, 1973.
Jolly, The evolution of primate behavior, N.Y. McMillan, pág. 156) es más reductora o genérica
que la similitud que pueda eventualmente establecerse entre el gesto de un saludo ritual de un (108) Podemos tomar, como paradigma, la obra citada de Eibl-Eiberfeldt.
Presidente americano y el de un jefe sioux (porque esta última semejanza podría ser más
circunstancial y menos profunda). (109) Santo Tomás, In decem libros Ethicorum, lee. I, 1.

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a la razón práctica se le atribuya una cierta autonomía que ya las contienen (lo que constituye una interpreta-
(tecnología o prudencial) que permita hablar de un cierto ción muy precisa del principio verum est factum) o bien,
cierre específico (verüm est factum). La filosofía clásica según que las operaciones se consideren ya dadas, pero
alemana lleva el concepto de razón práctica a sus mismos determinadas por otras operaciones.
límites al identificar la razón prácnca con la facultad de
«desear». La faculad de desear es caracterizada por Kant En la situación I, las operaciones constituidas en el
como «facultad de un ser que es causa, por medio de sus campo son construidas ellas mismas como tales operacio-
representaciones, de. los objetos de 'esas representacio- nes y, en tanto que nos prohibimos hablar en términos
nes» (110). Por ello, los objetos de la razón práctica se mentalistas, las operaciones construidas sólo podrán serlo
aproximan al concepto de los objetos nouménicos, a saber, a partir de objetos (aspectuales) reconstruibles ellos mis-
aquellos objetos que estuviesen dados al entendimiento mos por SG. La condición para que esta identidad esen-
sin interposición de una sensibilidad receptiva propia de cial sea posible es que SG, ante los sujetos «directos»,
la conciencia finita (111). Desde las coordenadas escolás- se encuentre isomórficamente cómo estos ante el objeto
ticas, estas representaciones que anteceden (proléptica- y entre si: por tanto, los sujetos directos deberán figurar
mente) a sus objetos, en el concepto kantiano de razón como términos de una clase distributiva. En la situación
práctica, son los fines. Pero en el contexto de la filosofía I, aparentemente se daría la verdad tarskiana en su grado
idealista, estos fines ya no corresponderán a objetos pre- límite, puesto que las operaciones de SG, reconstruyen-
existentes (a esencias) sino a objetos en los que se subra- do objetos, componiéndolos, serían las mismas esencial-
ya su condición de no existentes. De aquí la conexión mente que las operaciones por medio de las cuales se cons-
entre el concepto de razón práctica o facultad de desear (a truyeron los objetos del campo. (Encontramos aquí una
través de la figura hegeliana del deseo, cuarto momento explicación del hecho, muchas veces observado, y utili-
de la Fenomenolog'a del Espíritu) y el concepto de produc- zado como argumento en contra de la cientificidad de las
ción del materialismo incipiente. Producción, en su más ciencias humanas por algunos críticos, de que el vocabu-
amplio sentido, que conmensura precisamente los cam- lario de las ciencias humanas es en gran medida el mis-
pos de las ciencias humanas y etológicas. Pero las método- mo que el vocabulario de la vida corriente).
logas j3. y sobre todo las metodolog'as |Si no se constituyen,
por decirlo así, en la autoreflexión de la facultad de desear Supongamos que hemos descompuesto («por sus
ante su objeto, sino en el enfrentamiento (diamérico) a través junturas naturales», pero mediante las operaciones *i y
del objeto ya dado, entre «facultades de desear» distintas en- *2) una rama de laurel en hoja y pedúnculo; la conexión
tre si. Maimónides (en un texto que Hintikka ha utiliza- de estos términos obtenidos (Oi, O2) no es operatoria,
do para fines propios) expuso de este modo la situación: sino que precisamente ha de ser concebida a partir de
«Existe una gran diferencia entre el conocimiento que el procesos en los que hayan sido eliminadas cuidadosa-
que produce una cosa posee con respecto a ella y el mente todas las operaciones de tipo demiúrgico. Pero si
conocimiento que poseen otras personas con respecto a estamos ante una lanza, tras la descomposición en mástil
la misma cosa. Supongamos que una cosa sea producida (Oi) y punta (O2), la recomposición no tiene lugar en vir-
de acuerdo con el conocimiento del productor; en este tud de ninguna conexión no operatoria, sino en virtud
caso, el productor estaría guiado por su conocimiento en de la operación de quien la fabricó (o fabricó la de su
el acto de producir la cosa. Sin embargo, otras personas «clase nomotética»). Hasta el punto de que si pretendié-
que examinan esta obra y adquieran un conocimiento de ramos prescindir de esta operación, la conexión objetiva
la totalidad de ella, para este conocimiento dependerán sería tan mística y absurda como la que resultaría si pre-
de la obra misma. Por ejemplo, un artesano hace una tendiéramos interponer una operación demiúrgica entre
caja de la cual las pesas son movidas por la corriente de hoja y pedúnculo. Más aún: si la lanza se ha quebrado
agua e indican de este modo cuantas horas han pasado... siguiendo líneas físicas de fuerza, las operaciones de re-
Su conocimiento no es el resultado de observar los construcción volverán a ser de tipo a-operatorio, como
movimientos, tal y como en realidad se desarrollan, sino son fl-operatorias las operaciones del arqueólogo que
que por el contrario, esos movimientos se producen de recompone las piezas o fragmentos de un vaso etrusco
acuerdo con su movimiento. Pero otra persona que mire que se ha roto al azar (y esto sin perjuicio de que alguno
ese instrumento, recibirá conocimiento fresco en cada de los fragmentos resultantes, o- incluso todos ellos, sean
momento que perciba. Cuanto más obse'rva, más conoci- «partes formales» del vaso). Pero el vaso etrusco mismo,
miento se adquiere; irá aumentando en conocimiento en tanto que puede ser reconstruido incluso a partir de
gradualmente hasta que Comprende la maquinaria por una materia prima de «partes materiales» (las de la arci-
completo» (112). lla, las del caolín, etc.) moldeadas según operaciones
]S-operatorias, constituirá ya un genuino objeto pertene-
13. Al estado /?I podrán llegar las ciencias humanas ciente al campo de las ciencias humanas. Solamente en
y etológicas a partir de dos situaciones generales típicas un sentido muy genérico podríamos suscribir la siguiente
(correlativas a las dos situaciones que habíamos podido observación de un prehistoriador: «... hay poca diferen-
distinguir en el ámbito de las metodologías ai) según cia entre el prehistoriador que se dedica al estudio de las
que las operaciones sean construidas a partir de objetos culturas del Paleolítico inferior [digamos, que trabajo en
el plano , o quizá en el plano 02] y el geólogo que tra-
baja en el período pleistoceno, que estudia los fósiles de
( l i o ) DüS BcgehrlíTigsvermogen ist das Yermügen desselben, durch seiue Vorsteliungen ilrsache ton de' caballo o hipopótamos del mismo depósito [que trabaja
Wirklkhkeil dsr Gegenstdnde dieser Vorstellungen zil sein, K.P.V., c-dc. Cassircr. Band V, pág. 9
(nota ^). Scopenhauer, Cuádruple raíz, & 20.
en el plano a\]» (113).
(111) Kant, Analítica, 11, 3. Heidegger, Kant y el problema de la metafísica. & 9. La situación I de las metologías j3i incluye la consi-
(112) Guk de Perplejos. III Parte, cap. XXI. A/Í^Í/Jaakko Hintikka, Razóti práctica tersus razón deración de las prolepsis (o planes) del agente de la obra
teórica: un legado ambiguo, versión castellana de Ana Sánchez, Teorema. V1/2,I976, pág.
214-215. (113) Glyn Daniel, El concepto de Prehistoria, trad. esp. Labor, 1968, pág. 118,

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de la cual se parte y, en cierto modo, la presunción de negras, una vez que han abandonado el «control del cen-
que este agente escogió (prefirió) aquello que fué capaz tro», adquieren la posibilidad de dar mate en siete juga-
de conducir a un resultado real y racional. De suerte que das (operaciones). Las siete jugadas constituyen una línea o
si no fuese así, la obra no hubiera llegado hasta nosotros secuencia determinista, no menos rigurosa que los siete
(la «preferencia») es entonces, en cierto modo, siempre segundos que pueden resultar del cálculo perfecto de un
racional y un «preferidor racional» no parece decir más físico que predice el intervalo de tiempo necesario para
que lo que puede decir un «triángulo triangular»). Si que un proyectil alcance un blanco (las siete jugadas, en
esta regla se aplicase efectivamente habría que concluir cambio, pueden ocupar siete segundos o siete minutos).
que únicamente podemos clasificar como prolépticas a Pero la determinación física es de una naturaleza diferen-
aquellas acciones de los sujetos que han logrado un re- te a la determinación proléptica. En ambos casos hay que
sultado efectivo. Esta consecuencia, en su forma más ra- suponer dadas cienas condiciones previas («no se inter-
dical, acaso fué ya extraída por CoUingwood, para aquel pondrá una corriente de aire en la trayectoria del pro-
caso especial y eminente en el que las prólepsis son cálcu- yectil»; «no se interpondrá una amnesia en la conducta
los racionales: el historiador solamente podrá explicar del jugador»). Las diferencias entre el determinismo pro-
[suponemos: en el plano jS ] una acción ocurrida cuando léptica y el determinismo féico, que aquí nos interesan, no
conoce el problema que el intentaba resolver. De donde son sólo de índole ontológica sino también gnoseológica.
sólo las acciones que han tenido éxito pueden tener ex-
plicación histórica. «Los historiadores navales juzgan que Ahora bien, podría ocurrir que este concepto de si-
vale la pena argimientar acerca del plan táctico [prólep- tuación II de las metodologías j3i fuese metodológica-
sis] de Nelson en Trafalgar, porque ganó la batalla. No mente vacío (utópico) es decir, podría ocurrir que no hu-
merece la pena argumentar sobre el plan de Villeneuve. biese ninguna ciencia humana o etológica fundada en
N o logró llevarlo a cabo y por tanto nadie sabrá nunca torno a este género de conductas determinantes. Sin
cuál fué» (114). Esta consecuencia de CoUingwood nos embargo, creemos que cabe citar una ciencia particular,
parece terminante, en la hipótesis de que la materia de relativamente reciente - l a Teorh de los Juegos- como
las prólepsis deba entenderse como resultado del regre- paradigma más general de estas metodologías j3i, en la si-
ssus retrospectivo de la obra (0^) hacia el contenido tuación II que venimos exponiendo. Más aún, creemos
mental (Op) que se supone lo representa anticipadamen- que la Teoría de los Juegos no solo constituye la necesa-
te. Pero si ocurre que también damos sentido gnoseoló- ria «prueba de existencia» de las metodologías j3i en la
gico a la materia de las prólepsis no realizadas (el plan de situación II sino que, a su vez, los problemas gnoseo-
Villeneuve, por ejemplo) entonces habrá que redefinir el lógicos que esta nueva ciencia suscita, sólo podrían anali-
concepto gnoseológico de prólepsis fuera del círculo men- zarse adecuadamente por medio de conceptos muy simi-
talista que liga a la obra producida (0^) con su represen- lares a los que aquí designamos como situación II de las
tación «interior», aunque sea retrospectiva (Op). Cree- metodologías |3i. Por lo demás, el análisis gnoseológico
mos que esta redefinición es posible y necesaria y que, de las Teorías de los Juegos se encuentra en estado de
por tanto, el circularismo de la noción, mentalista de pró- virginidad. ¿Qué clase de ciencia es ésta: formal (mate-
lepsis no autoriza a prescindir absolutamente de éste con- mática), psicológica, lógica? ¿Es ciencia descriptiva, es
cepto en las ciencias humanas y etológicas, sino que más ciencia de modelos? ¿Es ciencia nomotética? ¿Qué axio-
bien obliga a intentar aquella redefinición (115). mas tiene? ¿Cuál es la naturaleza de su campo, dado que
sus contextos determinados son tan heterogéneos entre
sí?. La Teoría de los Juegos pasa muchas veces por ser
En la situación II, las operaciones, construidas en el una disciplina formal de tipo matemático, ligada con la
campo, se suponen ya dadas. Aquí presumimos que el Teoría de la planificación lineal (116). Si aceptásemos
sistema procesual se desenvuelve en virtud de la determi- este diagnóstico, difícilmente podríamos tomarla como
nación no fenoménica que algunas partes suyas (opera- paradigma de una metodología jSi, característica de las
ciones) ejercen sobre otras partes y, a través de ellas, en ciencias humanas y etológicas. Si mantenemos nuestras
tanto que, de algún modo, a la vez estas partes deben premisas (las ciencias formales no son ciencias humanas)
representarse el sistema (el todo) de un modo confuso al concluiremos, como más propia, la consideración de la
representarse las otras partes. \jd. determinación no es aquí Teoría de los Juegos como una disciplina que no es
por tanto, física (regida por las leyes de Newton): la de- obviamente formal (lógica, matemática) sino que, más
terminación es proléptica («moral»). No ser «determina- bien, es una disciplina antropológica —etológica—. Su ca-
ción física» puede implicar, por ejemplo, que no contie- rácter general (y, sólo en este sentido, formal) se mantie-
ne el tiempo o la velocidad del proceso sistemático, sin ne dentro de los campos dados a los planos (3i, como
que ello debiUte, en principio, la determinabilidad de las una suerte de praxiologn general (117). Una primera jus-
líneas de confluencia de las operaciones constitutivas del tificación de esta tesis podría tomarse de la circunstancia
sistema. Supongamos que, en una partida de ajedrez, las de que la Teoría de los Juegos sólo tiene aplicación a
campos con planos ;S-operatorios, y no es aplicable
(114) R.G. CoUingwood, An. Auíobiography, pág. 30-51- Apud. John Watkins, Racionalidad
(como lo es la Lógica y la Matemática) a campos físicos.
imperfecta en Borgen y Cioffi, La explicación en las ciencias de la conducta, trad. esp. Madrid, El propio Oskar Morgenstern, hablando de la significa-
Alianza, 1970, pág. 8 1 . - N o es nada claro el significado científico de la «crítica al pasado»
como «irracional»-"Hernán Cortés no debió apresar a Moctezuma»- no ya en nombre de lá ción de la teoría de los juegos para el conjunto de las
«neutralidad axiológica» cuanto en nombre de la irreversibilidad de las operaciones que estas
ciencias analizan. La crítica al pasado es, en todo caso, crítica en el plano beta, puesto que,
ciencias sociales, dice: «los hombres actúan a veces unos
desde luego, carece de todo sentido criticar las órbitas planetarias o ios reptiles del Jurásico. contra otros, a veces cooperan entre ellos; tienen distin-
Diríamos que la «critica al pasado» recae sobre "operaciones similares a las que S.G. puede
realiza; pero la similaridad es siempre abstracta— y si criticamos al pasado es, en gran medida,
porque conocemos restrospectivamente los resultados de las operaciones criticadas.
(116) von Neumann Morgenstern, The Theory of Games and Economic Behavior, Princeton Uni-
(115) En otro l u g ^ hemos intentado la redefinición de prólepsis (para evitar el mentalismo) versity Press, 1953. S.I. Gass, Linear Programing, Mac Graw Hill, 1958.
como la anticipación de lo que va a venir como causa de lo que se anuncia (vid. nota n° 110),
lo. que incluye, no tanto una «adivinación del futuro», cuanto una consideración retrospectiva (117) T. Kotarbinky, Les problemes de la praxiologie, iheorie ? la activité efficace, Revue
d^ los resultados de prólepsis pretéritas. Philosophique, P.U.F., 1964.

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tos grados de información uno acerca de otro y sus aspi- Ahora bien, de hecho, el Juez, al fallar, no se limita a
raciones les conducen a contener o cooperar. La natura- «aplicar» una fórmula a un «argumento» de una variable.
leza inanimada no muestra ninguno de estos rasgos. Los Es, a la vez que un «científico», un «creador del Dere-
átomos, moléculas y estrellas, pueden coagularse, chocar cho» —como lo era el antiguo «casuista» — . Su situación
y explotar, pero no luchan entre si ni colaboran» (118). no es la del científico «puro», que desarrolla la «doctri-
Consideramos, por tanto, a la Teorú de los juegos como na» o dogmática jurídica —que, a fin de cuentas, resultará
una ciencia humana o étológica, sin perjuicio de sus ser tan indispensable, en su estado de abstracción 1 por
componentes matemáticos (también la Física los incluye respecto de las fuerzas sociales que mueven al Derecho)
sin por ello ser una ciencia formal). Una disciplina gene- como pueda serlo en Física, la Cinemática respecto a la
ral, humana-etológica, dada en el plano j3-operatorio, por Dinámica. Pero no es este el caso de la ciencia jurídica
cuanto ella se atiene a contextos en los cuales siempre ha práctico-práctica. Hasta qué punto este curso de la ciencia
de figurar, entre otras, una clase A=[ai, a2,... an] de su- jurídica (que consideramos dado en el plano Pi) desbor-
jetos operatorios, en las condiciones dichas (relaciones da el propio ámbito de una ciencia estricta, nos lo mani-
diaméricas de sus aspectos). Esto implica el recha2o, como fiesta el postulado del llamado «uso alternativo del Dere-
concepto inmediato, del concepto de «juego uniperso- cho» que, en gran medida, puede ser vinculado a aquella
nal» y del concepto de «juego contra la naturaleza». Es situación (121). Porque el luez, en cuanto dado en el pla-
imposible jugar al ajedrez consigo mismo (porque las no &2, interpreta o aplica las leyes teniendo en cuenta las
operaciones de un solo sujeto no permiten introducir el circunstancias de casa caso, escogiendo aquellos precep-
«aspecto»); el concepto de «juego unipersonal» conduce tos que interesan según los contextos sociales o políticos
a considerar como jugador a la Naturaleza impersonal en los cuales se siente implicado y, por ello, el Juez pue-
(no operatoria) con evidente antropomorfismo. Sugeri- de, mediante ese uso alternativo, imprimir al sistema un
mos que los problemas de juegos unipersonales, tratados uso revolucionario (o reaccionario), es decir, «partidista»
y resueltos en los tratados de Teoría de juegos, pueden («propio de cada pueblo»). Y, con esto, el desarrollo al-
reinterpretarse, en realidad, como problemas de cálculo ternativo del Derecho desborda ampliamente la estricta
de probabilidades, y sólo metonímicamenre se presentan categoría jurídica («científica») insertándola en el conjun-
como «juegos». No podemos, en este artículo, extender- to de intereses sociales o políticos con los cuales, sin
nos más sobre este punto, que hemos tratado más exten- duda, está vinculada.
samente en otro lugar (119).
15. La teoría de los estados alternativos que pueden
ser alcanzados por las ciencias humanas y etológicas en
14. El estado 1S2, finalmente, será alcanzado por las los diferentes cursos de su desarrollo (estados inestables,
ciencias cuyas operaciones se consideren como sustan- que tienden a transformarse continuamente unos en
cialmente idénticas (continuas, etc.) a las operaciones del otros), invita a retirar cualquier esquema de separación
campo gnoseológico de estas ciencias. Evidentemente, efectiva tajante y dicotómica entre las ciencias humanas .y
con el concepto de este estado de las ciencias humanas, las ciencias que no lo son, sin que por ello quede borra-
podemos pretender haber logrado una redefinición da la diferencia de principio. Pero esta diferencia de
gnoseológica de lo que la tradición llamaba «ciencias principio (que afecta a la propia determinabilidad de los
práctico-prácticas» (por ejemplo, la Ethica includens pru- contextos y de las verdades, consecutiva a la eliminación
dentia), que se mantienen, extensionalmente (denotativa- de las operaciones) queda atenuada, ante todo, por la cir-
mente) dentro del ámbito de las ciencias humanas (pues- cunstancia de que tampoco las ciencias formales (y,
to que las «ciencias prácticas» no han de confundirse con menos aún, las físicas) alcanzan una organización plena
las «ciencias aplicadas»). Las «ciencias jurídicas» nos pro- de su contexto determinante; en segundo lugar, y sobre
porcionan situaciones -182 muy claras. Citaremos aquí, por todo, porque los estados oi y ¿22 nos remiten directa-
su importancia actual, el papel que algunas Constitucio- mente a disposiciones en las cuales los campos humanos
nes atribuyen al Juez, en cuanto medio («operador») y los no humanos participan de estructuras genéricas co-
para desarrollar el sistema jurídico, frecuentemente en- munes, estructuras que no nos obligan a regresar siem-
tendido en términos muy similares a como la teoría del pre a estratos genéricos, anteriores a los campos humanos
cierre categorial entiende a una ciencia. Un sistema que puesto que son géneros posteriores. Particularmente es
quiere ser coherente, completo y cerrado. Según ello, la cien- esto claro en la situación I de los estados ai. Hay estruc-
cia jurídica, en su estado práctico, se aproxima al sistema turas matemáticas muy similares en los campos antropo-
jurídico vigente hasta el punto de confundirse práctica- lógicos y en los campos físicos. La función exponencial
mente con él. Pero, de hecho, un sistema jurídico (ni, y = e^, se aplica tanto a la desintegración de un cuerpo
por tanto, la ciencia jurídica correspondiente),. cumple radiactivo como a la formación de un capital a interés
las condiciones, de coherencia, completitud y cierre que compuesto. La silueta de la curva logarítmica correspon-
Hilbert exigía a los sistemas axiomatizados (120). Para de tanto al perfil de los árboles de cierta altura, como al
remediar esta situación, el propio sistema (es decir, la perfil de las torres y, desde el punto de vista arquitectó-
Constitución) podría atribuir al Juez (y se les atribuye, nico, (no meramente poético), se dice rigurosamente que
de hecho, en algunos casos) competencias para desarro- la torre Eiffell es un «árbol (concretamente, un roble) de
llar los preceptos legales, para concordarlos, de suerte
que no quede ningún juicio sin sentencia (en términos
(121) Véase el libro de Nicolás López Calera, Modesto Saavedra y Perfecto Andrés, Sobre el
de Hilbert: que toda fórmula del sistema sea decisible). uso alternativo del Derecho, reseñado en este mismo número 2 de El Basilisco por José María
Laso. Son muy importantes las exposiciones del mismo José María Laso Hacia un nuevo uso
alternativo del Derecho (Argumentos, a° 3, Julio 1977, págs, 48-52) y Función del Derecho en el
cambio social (Arptmentos, n** 7, Diciembre 1977, pág, 15-17).
(1 \S)Estatuto gnoseo/ógico de las ciencias hutnanás. Segunda parre, I, & 6 ííned,),
(122) «Pero el pino ahusado no es más que un caso especial en un problema más amplio. El
(119) Estatuto Gnoseológico de las ciencias hmnanas. Seííunda Parre 1 (inédito}, roble no llega a alcanzar la altura del pino, pero soporta una carga más pesada y su carga cap-
(120) C,A, Alchourron y E. Bulygin, Normalive Systems, Wien, New York, Springer, 1971, sular y amplia se basa sobre raíces muy extendidas mostrando un contorno diferente. Smeaton
Trad. esp,, Metodología de las ciencias jurídicas. Excelente exposición cririca en Manuel Atienza, lo romo cotilo modelo para su faro y Eiffel consrruyó su gran árbol de acero, de mil pies de al-
Filoso/¿a del Derecho en Argentina, Oviedo, 1976 (Tesis), tura, en un plano similar, pero más estricto", D'Arcy Thomson, op, cit. vol. 1, 2,

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hierro» (122). Ello sugiere evidentemente que las opera- 2. Consideremos, a título de ilustración, el caso de
ciones prolépticas de los constructores de torres se plie- la Lingüística. Para comenzar por lo más reciente: la di-
gan a las propias legalidades objetivas de los materiales vergencia entre el «estructuralisrho» y el «generativis-
(el finis operis). Pongamos por caso —puesto que éstas mo». La oposición Saussure/Chomsky puede, en una
legalidades son muchas veces negativas— a la imposibili- medida muy importante, interpretarse como el resultado
dad de que una torre tenga más de trescientos pies de de enfocar las ciencias del lenguaje en términos de una
altura. Más. aúni_estas^ legalidades pueden actuar como. metodología a o en términos de una metodología /5-ope-
marcos o «figuras creódicas» de la propia actividad opera- ratoria. Esta oposición se ha interpretado, naturalmente,
toria. Rene Thom ha ofrecido un ya célebre «sistema de de otras muchas maneras. Por ejemplo, tomando como
modelos topológicos» —«pliegue (v=x^/3), frunce (V = criterio la oposición descripcionismo¡constructivismo (crite-
x'*/4), mariposa (v=y^/6) etc.— que se aplicarían aproxima- rio utilizado por el propio Chomsky). La Lingüística es-
tivamente, es cierto, en modo alguno in forma) tanto a tructural (tanto en su dirección americana, representada
los campos biológicos como a los económicos o, en ge- por Bloomfíeld y Harris, como en su dirección europea,
neral, a cualquier «campo de catástrofes» (123). En cuan- representadapor Saussure o Hjemslev) sería descripcionis-
-to a las estructuras estadísticas, que también-revelan un ta; el chomskysmo representaría el punto de vista cons-
determinismo, frente a lo que algunos filósofos han pen- tructivista (124). También se ha aplicado el criterio que
sado (una distribución gaussiana) sólo tiene sentido su- separa a la sociedad del individuo (la Lingüística de Sau-
puesto el determinismo de los términos del colectivo ssure se movería en una perspectiva social, en el ámbito
—el azar aparece como una «apariencia» lógica, a nivel de la langue; Chomsky consideraría al individuo, en
de clase) es evidente que enmarcan no solamente los su- cuanto representado en la especie distributiva). Criterio
cesos mecánicos, sino también los termodinámicos y los poco satisfactorio, porque deja al margen la tesis de
sociológicos y culturales. Hasta el punto de que podría Chomsky sobre la identidad profunda entre todos los in-
afirmarse que la Sociología es, en gran medida, en cuan- dividuos y entre todos los lenguajes. También será utili-
to ciencia, «Estadística aplicada». zado el criterio que pone al empirismo frente ai innatismo:
la escuela americana, de orientación behaviorista, sería
empirista (no sólo en sus métodos, sino en su teoría del
§ 4. ALGUNAS IMPUCACIONES DE LA lenguaje) mientras que Chomsky mantendría la perspec-
DISTINCIÓN ENTEIE tiva innatista. Este criterio suele cruzarse con este otro:
METODOL0GLA.S ce Y METODOLOGÍAS 3 behaviorismolmentalismo. Pero tampoco estos criterios son
discriminativos, dado que son parciales y poco pertinen-
tes. Por otra parte, la diversidad de metodologías empuja
1. La distinción entre los planos a y./5 en cuanto a cada escuela a seleccionar estratos, en parte diversos,
distinción propia de las ciencias humanas, nos permitiría del campo lingüístico, sin que con esto pueda decirse
dar cuenta del significado gnoseológico de múltiples que la oposición metodológica pueda resolverse en una
oposiciones clásicas (dadas con frecuencia en forma dia- oposición entre distintos campos de estudio. Porque la
lógica polémica) que tiene lugar independientemente en pretensión de cada metodología es, más bien, la de abar-
las ciencias humanas más alejadas entre si (oposiciones car la totalidad de ios estratos lingüísticos. Pero la meto-
que cada ciencia interpreta a su modo, generalmente dología estructuralista habría encontrado su campo de
como oposición de métodos, de escuelas y aún de doctri- elección principalmente en el terreno de la «segunda ar-
nas) y nos permitiría • captar la unidad de estos disjecta ticulación» (en la Fonología y en la Morfología) mientras
membra (por ejemplo, la polémica Durkheim/Tarde, o la que la metodología generativista habría encontrado el
polémica Chomsky/Saussure, o todavía, la oposición suyo en un terreno más próximo a la «primera articula-
Marx/Jevons). Damos, en un cuadro sinóptico, ejemplos ción» (en la sintaxis).
de estas oposiciones, cuyo análisis minucioso concierne a
la Gnoseología especial de cada ciencia.

Lingüística Psicología Sociología Política Economía Etnología Historia


Niveles \^

Fonética Fisiología Física social Biopolítica Termodinámica Etoetno- Sociología


a, Cibernética psicológica Winiarski económica psicología histórica
(Bechterev) Estadística social
Fonología Pavlov Análisis Ciencia del Economía Etnología Historia
aa Morfología nmultifactorial Estado «clásica» estructural cuantitativa
(Saussure) Durkheim
Sintaxis Thorndike Tarde Ciencia del Praxeología Etnopsicología Historia
^-i • • ft (Chomsky, Tolman Gobierno (Jevons) fenoménica
Pike) (Maauiavelo)
Lingüística Psicoanálisis Tecnología Praxis Política Técnica Historiografía
Aplicada clínico sociológica Política Económica colonial, del presente
Tecnología Encuestas misionera Periodismo
0-^- Enseñanza
Idiomas

(124) Ducrot /Todorov, Dictionnaire encyclopedique des sciences du language, pág. 49-50. W. Do-
.roszewski, Queques remarques sur les rappoerts de la sociologie et de la linguistique: Durkheim et F.
de Saussure, Journal de Psycho. Normal er Paí., París, tomo XXX, 1933. Aldo Testa, The dia-
(123) Rene Thom, op. cit. logic structures of Language, Capelli. 1970, pág. 91-

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EL BASILISCO, número 2, mayo-junio 1978, www.fgbueno.es

A partir de nuestra distinción, podemos intentar dar Renunciamos a desarrollar aquí con más detalle este
cuenta del por qué una Lingüística a habría de cosechar punto.
sus principales resultados en el terreno de la Fonología, 3. La oposición de Pike entre el punto de vista
y por qué una Lingüística ;? habría de recogerlos en el émico y el punto de vista ético es muy confusa y polisémi-
terreno de la Sintaxis. En efecto, la metodología a, en ca, según las coordenadas que se presupongan en cada
tanto regresa a unos niveles lingüísticos en los cuales las caso (126). Y precisamente por esta polisemia puede
operaciones 6 (del hablante) pueden ser consideradas conservar la distinción de Pike un juego útil y coherente
como fenoménicas; se verá de hecho empujada a alejarse en muchas situaciones concretas. Lo que no es (nos pare-
del nivel sintáctico —porqué es en este nivel en donde ce) es una distinción gnoseológica, capaz de formular la
los sujetos operatorios, los hablantes, se comportan peculiaridad de las ciencias humanas frente a las ciencias
como tales sujetos operatorios (como desplegando una naturales y formales. Se trataría, más bien, de una distin-
conducta, no sólo lingüística, sino lingüístico-operatoria). ción epistemológica, empírica, ^aún restringida a los cam-
En el nivel fonológico, en cambio, el sujeto operatorio pos antropológicos y etológicos. Por respecto de la opo-
no se nos dibuja como tal. Diríamos, que mientras en la sición entre metodologías a y 'd se revela más bien como
escala sintáctica (de la frase) el sujeto opera como una una distinción ciega. En tanto presupone la hipótesis
unidad (ante otros sujetos) en la escuela fonológica no son gnoseológica descripcionista, propenderá a considerar las
los sujetos las unidades de acción, sino ciertas estructu- metodologías-(< como meramente émicas (porque aquellas
ras cerebrales que comandan la emisión de fonemas de- son internas al sistema considerado) y a las metodolo-
terminados en el conjunto; de suerte que, ahora, el suje- gías-a como éticas (en tanto las operaciones del plano
to hablante carece de «libertad operativa». Jakobson ob- a-operatorio son construcciones). Sin embargo, el plano
serva cómo en la combinación de las unidades lingiiísti- a-operatorio, en cuanto plano esencial podrá ser llama-
cas se sigue una escala de «libertad» (interpretamos: ope- do émico en la medida en que contenga componentes in-
toriedad) creciente. La enfermedad llamada «agrama- ternos al campo investigado (aún cuando éstos no fueran
tismo» es un desmoronamiento del sujeto —y, a la vez, operatorios). Y, en cualquier caso, el plano a-operatorio,
un desmoronamiento de las estructuras sintácticas: «el aunque elimine las operaciones ^, no tendrá por qué
orden de las palabras se vuelve caótico y desaparecen los considerarse como una perspectiva externa y previa (éti-
vínculos de la coordinación y subordinación gramaticales, ca) al plano '^-operatorio, por cuanto también puede co-
tanto como la concordancia y el régimen» (125). Pero no tener los resultados de una esencialización posterior e
desaparecen los fonemas, al mismo ritmo, —la regresión interna a las propias reconstrucciones ^-operatorias.
gradual del sistema fónico repite con regularidad y en
sentido inverso el orden de las adquisiciones fonemáticas 4. La oposición entre modelos mecánicos y modelos es-
del ¡mismo. tad Éticos es utilizada a veces para trazar oposiciones gno-
(125) Jakobson, Lenguaje infantil y afasia, trad. csp. Ayuso, 1974. (126) Pike, op. cil.

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seológicas dentro de las mismas ciencias humanas. Aun- entre 'modelo estadístico' (la representación que tiene el
que esta oposición se utiliza combinada con la oposición analista del sistema que se describe) y 'modelo mecánico'
entre construcciónjempiria, resulta que los cuadros marca- (el mismo sistema visto por los miembros que participan
dos con «—» en la primera fila de la tabla, es decir, los en el)» (129). La interpretación de Beattie arrastra la
no-constructivos, terminan en la segunda fila siendo contaminación de la oposición de Levy Strauss con la
constructivos, al ser marcado con « + ». Levi-Strauss pro- oposición de. Pike que ya hemos considerado (étkol'emico)
pone una tabla combinatoria que daría cuenta de las dife- pero precisamente ambas oposiciones están «cruzadas»
rencias entre cuatro tipo de ciencias humanas (127); por la oposición entre metodologías a y metodologías ,6-

Ciencias
Historia Sociología Etnología Etnografía
Criterios

Observación em-
pírica / construc- + — + —
ción de modelos

Modelos mecáni-
cos / modelos es- — + -1-
tadísticos

A primera vista no parece que exista la menor cone-


xión entre esta distribución de las ciencias humanas y la
oposición entre metodologías a y metodologías |3. Esto
es debido a que el criterio utilizado (modelos mecánicosj
modelos estadéticos) se aplica también a las ciencias físicas.
Pero si comenzamos por contraer este criterio al terreno
que nos interesa (los campos antropológicos y .etológi-
cos) la noción del modelo adquiere matices muy peculia-
res en el marco antropológico: no es posible simular un
sistema social de la misma manera a como simulamos un
sistema físico. En efecto, los «modelos mecánicos», en
campos antropológicos, tienden necesariamente a organi-
zarse precisamente como «modelos operatorios» (no me-
cánicos, cuanto al contenido) y, por consiguiente, apro-
ximarse al plano |S operatorio. En efecto: Levy Strauss
llama mecánico a un modelo cuyos elementos constitu-
tivos están dados a escala de los fenómenos; un «modelo
estadístico» es aquel cuyos elementos se dan a escala di-
ferente. Ahora bien, si introducimos la tesis según la
cual los fenómenos antropológicos y etológicos están a la
escala de las operaciones de los individuos, se establece-
rá inmediatamente una correspondencia entre las meto-
dologías (3 y la construcción de modelos estadísticos, (ba-
sados en medias, desviaciones típicas, etc., es decir, en
determinaciones abstractas por respecto de los indivi-
duos operatorios), y las metodologías (3 y la construcción
de modelos mecánicos. De hecho (con palabras del mis-
mo Levy Strauss) «en las sociedades primitivas, las leyes
del matrimonio pueden ser representadas bajo la forma
de modelos en los que figuran los individuos, efectiva-
mente distribuidos en clases de parentesco» (128). Levy
Strauss tiene seguramente a la vista los «modelos atómi-
cos» de cuentas de plástico, en los cuales las bolas no
son propiamente operatorias. Nuestro supuesto es que
esas bolas (o dibujos), que representan individuos con-
ductuales, contienen simbólicamente también las nocio-
nes operatorias (del plano ^). En cualquier caso, la inter-
pretación que suele recibir la distinción de Levy Strauss
por parte de los antropólogos, la aproxiina a la distinción
(129) John Beattie, Otras Culturas, ed. esp., México, F.CE., 1972, pág. 59.
entre los planos a y los planos f,, «... el antropólogo so-
cial francés Levy Strauss [dice John Beattie] distingue (130) En cuanto a ía apelación al criterio de los lenguajes expresivos —utilizados por algunos para
distinguir las Humanidades de las Ciencias físicas (las «Humanidades» utilizarían un lenguaje
preferentemente «expresivo»; las ciencias físicas, un lenguaje preferentemente «denotativo»:
W.T. Jones: The Sciences ánd the Humanities. Conflict and Reconciliation, Univer. of California,
(127) Levi Stiauss, Anthropologü síructurak. París, Plon, 1958, pág. 314. 1965, cap. V) —sólo diremos que nos parece adolecer de un espejismo «mentalista»: las «Hu-
manidades» también han de tener un campo denotativo y su lenguaje no es expresivo, aunque
(128) Levi Strauss, op. cit., pág. 311. sea «expresivo» (nosotros diríamos operatorio-beta) el contenido de los términos denotados.

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EL BASILISCO, número 4, septiembre-octubre 1978, www.fgbueno.es

LÉXICO

CULTURA
GUSTAVO BUENO
Oviedo

1 concepto de «cultura» es uno de los con- tura» es principalmente una definición denotativa (aún
ceptos centrales de la antropología filosófi- cuando contiene algunos rasgos de intención globalizado-
ca —a la manera como el concepto de ra): «La cultura o civilización, en sentido etnográfico
«energía» es uno de los conceptos centra- amplio, es aquel todo complejo que incluye el conoci-
les de la Física—. Pero mientras que el miento, las creencias, el arte [incluyendo la tecnología],
I concepto de «energía» ha alcanzado una la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros
definición operacional (por medio del con- hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuan-
cepto de trabajo) en la que físicos pertenecientes a las to a miembro de la sociedad».
escuelas más diversas están de acuerdo, en cambio puede
afirmarse que cada escuela de antropólogos ofirece un Lo interesante de esta definición reside precisarhen-
concepto de «cultura» diferente. «A la vista de esto te, ante todo, en su gran amplitud denotativa. Lejos de
(dice Leslie A. White) uno se pregunta qué sería de la restringir el concepto de cultura a ciertos contenidos hu-
Física con una variedad tal de concepciones opuestas de manos, que se oponen a otros al ser considerados exce-
la energía». lentes (estéticamente: «exquisitos»; moralrnente: «bue-
nos») —como cuando se dice: «X es una persona muy
El objetivo de estas líneas es presentar un diseño culta» o «X tiene mucha cultura»: o bien: «conviene que
global de la idea de cultura en el que se refleje de algún los ciudadanos, además de sus actividades como trabaja-
modo su misma complejidad dialéctica. dores, tengan acceso a las actividades culturales» (inclu-
se instituyen al efecto «casas dé la cultura», «días de
1. El término «cultura» tiene una denotación muy la cultura», y «concejales de cultura»)— el concepto
amplia. Pero no es suficiente enumerar las partes de esta de «cultura» de Tylor abarca también a todo otro conte-
denotación, porque estas partes (que no constituyen sólo nido humano en cuanto tal. No solamente el arte es una
la extensión externa de la idea) pueden entenderse como actividad cultural, sino que también lo es el trabajo ma-
determinaciones de su extensión interna (partes integra- nual; nO solamente hay cultura en las «casas de la cul-
les y diferenciales), de sus modos específicos: jpor eso es tura», puesto que una casa cualquiera, aunque sea una
preciso intentar alcanzar también el- principio que nos choza, es también un «objeto cultural». Y no solamente
permite pasar de unas partes a otras (principio que ten- es cultura la organización de un hospital —Porque tam-
drá que ver con la intensión misma— con la connota- bién es cultura la organización de una banda de asesi-
ción— de la idea que nos ocupa). De este modo, el nos—. En cualquier caso, si la definición de cultura de
concepto denotativo de cultura pide desarrollarse por Tylor no quiere ser una mera enumeración heterogénea
medio de un concepto connotativo y, circularmente, el (en la que aparezcan yuxtapuestos, como en un agrega-
concepto intensional pide su desarrollo denotativo. El do, la tecnología y la moral, la religión y las formas de
concepto de «curva cónica» no puede considerarse parentesco) es en virtud del supuesto de la unidad e
expuesto por la numeración de los modos internos o es- interconexión (en el «todo complejo») de sus partes, una
pecies de su denotación (la elipse, la circunferencia, la unidad que tendrá que ser establecida (de muy diversas
parábola, la recta...); reclama un principio general (una maneras: desde el evolucionismo o el organicismo, hasta
ley, acaso la «ecuación de las cónicas») capaz, no sólo de el funcionalismo o el estructuralismo) y no meramente
cubrir a todos los casos particulares, sino también de de- postulada (acaso como una composición empírica de uni-
terminarse («modulares») en cada uno de ellos y dar dades, temas o pautas relativamente independientes).
cuenta de los nexos que vinculan a los unos con los
otros (y aún de las transformaciones de unos en otros).
El concepto de cultura de Tylor, en cuanto contiene
La célebre definición que E. B. Tylor dio-de la ".«cul- la noción del «todo complejo», dice también la segrega-

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ción de todo aquello que no es cultura y aún se perfila ¿no tiene que ver muchas veces con el hambre, deter-
mediante esta segregación. Denotativamente, el concepto minada a su vez por una situación cultural, histórica?. En
antropológico de cultura suele abarcar a todo aquello realidad, el criterio anterior suele ir unido a este otro: la
que no es naturaleza (la «cultura» se opone a la «natura- cultura es el espíritu (las ciencias de la cultura son las
leza»; las «ciencias culturales» se oponen a las «ciencias ciencias del espíritu) frente a la naturaleza, de carácter
naturales»). no espiritual (sino mecánico o, a lo sumo, orgánico, bio-
lógico). Por donde cabría concluir que, de acuerdo con
2. En cualquier caso, la denotación del concepto de este criterio, la oposición cultura-natura es un último
cultura sólo cuando se lleva a cabo por medio de crite- transformado de la oposición de la antigua metafísica es-
rios definicionales más abstractos puede cumplirse lógi- piritualista entre el alma (espíritu) y el cuerpo.
camente. Depende de lo que se entienda por naturaleza
(por procesos naturales) —dado que los procesos natu- Ahora bien, la claridad de este concepto de cultura
rales también están presentes en el «reino de la cul- (en cuanto opuesto a natura) es aparente. Ella se nutre
tura»— y, a su vez, es la denotación efectivamente reali- de la luz de ciertos esquemas metafísicos presupuestos,
zada aquello que abre camino a un criterio definicional pero que son en sí mismos oscuros e incluso erróneos,
(intensional) más bien que a otro. cuando se contrastan con el estado actual de la investi-
gación científica.
3. Desde una perspectiva lógico conceptual, apare-
Principalmente:
cerá clara la Idea de Cultura en sus relaciones con la
Naturaleza, cuando regresamos al paralelismo de aquella A) Porque no cabe coordinar biunívocamente los
Idea con la Idea medieval de la Gracia: el reino de la conceptos de «hombre» y de «cultura». Hoy sabemos
cultura se sobreañadirá al «reino de la naturaleza», aún que también los animales (insectos, vertebrados) son
presuponiéndolo. Se trata de una situación paralela a seres culturales —ellos tienen lenguaje, y lenguaje do-
aquella que en la edad media componía el «reino de la blemente articulado, utilizan herramientas o edifican ha-
gracia», respecto del orden natural («gratia naturam non bitaciones—. Si el hombre se diferencia de los animales,
tollit, sed perficit»). Incluso cabe afirmar que la idea mo- no será por la culmra, sino por un tipo característico de
derna de cultura, se configura (al final del siglo XVIII) cultura, que será preciso determinar.
como una secularización del concepto del «reino de la
gracia», una vez que se han producido los profundos B) Las formas culturales no son meramente algo
cambios en la conciencia religiosa del mundo. Lo que en «espiritual» (en el sentido de mental, íntimo, consciente)
el «antiguo régimen» era el «reino de la gracia», sobre- —porque si la cultura es espíritu, lo es como espíritu
añadido a la naturaleza (lo sobrenatural) será ahora el objetivo—. Precisamente una de las razones por las
«reino de la cultura» (incluso podría decirse que este es- cuales la idea de cultura fue presentada como sustitutiva
quema sigue presidiendo ocultamente una de las distin- del concepto hegeliano del espíritu (en el contexto de las
ciones más famosas del materialismo histórico, a saber, la «ciencias de la cultura», frente a las «ciencias del espíri-
distinción entre la base y la superestructura; los compo- tu») era ésta: que la cultura (como dice H. Rickert)
nentes básicos de la producción, en efecto, suelen ser incluye la referencia a las formas corpóreas, dadas en el
entendidos desde supuestos naturalistas, mientras que las mundo exterior objetivo. Estas formas objetivas cultura-
superestructuras suelen ponerse en conexión con la con- les incluso alcanzan una consistencia y estabilidad mayor
ciencia, con la «falsa conciencia»). Cabría desdoblar este (desde el punto de vista gnoseológico) que los procesos
esquema en dos momentos, de los cuales el primero (A) mentales, espirituales. «Estamos acostumbrados a hablar
tiene un carácter más bien denotativo, correspondiendo de los ideales imperecederos de una sociedad, pero el
al segundo (B) en matiz de índole más bien connotativa. prehistoriador es testigo del triste hecho de que los idea-
les perecen, mientras que lo que nunca perece son las
A) La cultura, frente a la naturaleza, equivaldría a vajillas y la loza de una sociedad. No tenemos medio
algo así como al hombre frente al mundo natural (cosas alguno de conocer la moral y las ideas religiosas de los
inorgánicas, vegetales, animales). El hombre (se presu- ciudadanos protohistóricos de Mohenjo-Daro y Harappa,
pondrá) es el «ser cultural» —y la cultura se definirá, a pero sobreviven sus alcantarillas, sus vertederos de ladri-
su vez, por el hombre (los componentes no culturales llos y sus juguetes de terracota». Dice Glynn Daniel.
del hombre —físicos, fisiológicos, incluso psicológicos—
seguirán siendo naturaleza). «La cultura (decía, por ejem- 4. Una manera muy extendida en nuestros días de
plo Krober) es el producto especial y exclusivo del hom- definir el concepto de cultura (de suerte que cubra tanto
bre y es la cualidad que lo distingue en el cosmos». a los hombres como a los animales, por un lado, y que,
Tesis análogas se encuentran, también en la Antropología por el otro, tenga en cuenta también los componentes
de Cassirer. objetivos, fisicalistas de la cultura) es aquella que condu-
ce a la que podríamos denominar «idea subjetiva de cul-
B) Decíamos que el criterio anterior tiene un senti- tura». «Subjetiva» porque el marco en el cual la cultura
do más bien denotativo. ¿Cómo discriminar en el hom- ahora se inscribe es el sujeto (el sujeto psicológico, sin
bre lo que es culmral y lo que es natural?. Ni siquiera que haga falta que este sea entendido como «sujeto espi-
las formas son consideradas como naturales (genéricas) ritual»: bastaría referirlo al organismo dotado de sistema
son previas siempre a muchas formas que se consideran nervioso, o al sujeto de una conducta). Dado este marco,
como culturales, porque a veces son las formas culturales se distinguirán aquellos aspectos de la conducta que se
las determinantes de ciertos rasgos naturales (pongamos reproducen o transmiten naturalmente (principalmente,
por caso, el «aplanamiento dinárico», el aplanamiento por herencia cromosómica) —como la talla, el color de
occipital de los libaneses, ¿es natural —hereditario— o los ojos, etcétera— y aquellos otros que se reproducen
es cultural —o al menos, peristático—.'. La dolicocefália. por medio del aprendizaje (principalmente, por la educa-

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ción, en sentido amplio) como el lenguaje, la técnica de bitan» (dice el sacerdote en su primer parlamento del
construir redes o el arte de tocar el violín. Todos aque- Edipo rey de Sófocles). Pero de aquí no se sigue ningún
llos contenidos que se reproducen (a través de las gene- subjetivismo (sociologista o psicologista). La cultura no
raciones y de los siglos) por medio del aprendizaje (diga- es un mero reflejo de la sociedad (las pirámides de Egip-
mos: por el mecanismo delcondicionamiento de refle- to no Sé agotan en sur un reflejo de la sociedad faraóni-
jos) serían precisamente los contenidos culturales. ca, puesto que muchas de sus características culturales
proceden de otras formas artísticas, incluso de otras so-
De este modo se lograría explicar, en primer lugar, ciedades), ni tampoco es un mero resultado de la con-
por qué también los animales pueden.tener formas de ducta (el ritmo de una sinfonía —y no digamos su es-
cultura (el aprendizaje es un proceso ordinario en la vida tructura armónica— no es deducible meramente de los
animal, tal como la estudia la etnología). Y lograríamos, ritmos cardíacos). Las leyes psicológicas o sociológicas no
de algún modo (oblicuamente), dar cuenta de la «cultura pueden dar cuenta de las legalidades que gobiernan las
objetiva», a través principalmente del esquema del ins- formaciones culturales y, en gran medida, puede afirmar-
trumento (las cosas exteriores —herramientas, va:jillas...— se que el proceso de constitución de las ciencias cultura-
son culturales en cuanto instrumentos de la conducta les (la. lingüística, la economía política, por ejemplo) ha
que, sin embargo, sigue siendo la sede propia de las for- comportado la liberación del psicologismo, y la lucha
mas culturales). A está concepción subjetivista de la cul- contra él. (A partir del conocimiento de la psicología de
tura (sin perjuicio de su naturalismo) pueden asimilarse Vivaldi muy poco podemos obtener para comprendr el
otras muchas concepciones de la cultura que aparente- tejido de un concierto suyo; incluso se diría que la for-
mente tiene otro formato (no psicológico ni biológico): mación psicológica más oscurece el entendimiento de ese
así, la concepción de la cultura como comunicación o tejido, que contribuye a aclararlo). La lucha contra el psi-
expresión de unos sujetos ante los demás; o la concep- cologismo (el de Herkovits, el de Ruth Benedict), en la
ción de la cultura como conjunto de símbolos, cómo len- definición de cultura, y (sobre todo en España) contra el
guaje ^-dadas las conexiones entre los símbolos y los re- sociologismo (el de Boas, el de Radcliffe Brown) sigue
flejos condicionados. siendo una de las tareas más urgentes de la antropología
filosófica.
Sin embargo, la concepción subjetivista (espiritualis- 7. Si se. suprimiesen los objetos corpóreos, desapa-
ta, psicologista o-^sociologista) de la cultura es muy estre- recería también la cultura, porque las formaciones cultu-
cha y poco filosófica. Esta concepción puede entenderse rales ni siquiera serían cognoscibles, al reducirse a un
más bien como un criterio que funciona en zonas, sin conjunto de fantasmas mentales (lo émico de Pike no
duda, muy ampliadas (dada la evidente dependencia que tendría por qué entenderse en la línea del mentalismo).
el «reino de la cultura» ha de tener respecto de la con-
«La piedra es grave, el espíritu es libre» dice Hegel;
ducta de los animales y de los hombres) pero que es po-
pero lo cierto es que el espíritu, la cultura, también pesa,
co profundo y, en todo caso, deja fuera procesos tan sig-
porque pesado es el Partenón o la edición Kógel de Mo-
nificativos como los siguientes:
zart.
a) De un lado los procesos en virtud de los cuales 8. Si "prescindimos de la trama de las peculiares
los patrones culturales pueden hacerse hereditarios (en relaciones terciogenéricas según las cuales se organizan
él sentido en que los estudia, por ejemplo, Eibl-Eibes- las formas culturales (las normas morales, los valores
feldt, en «El hombre preprogramado»). estéticos, las legalidades económicas), el reino de la cul-
tura se convertiría en un agregado amorfo y caótico,
b) D e otro lado los procesos según los cuales la re-
producción de una forma cultural no tiene lugar por vía 9. La cuestión estriba entonces en poder regresar a
subjetiva; un disco grabado (que es un bien cultural) se un punto tal en el que el concepto de cultura pueda
reproduce mecánicamente a través de la impresión de su abrazar normativamente a la vez a sus componentes sub-
matriz, y no a través del aprendizaje. jetivos (conductuales) y a los componentes objetivos, sin
subordinar los unos a los otros. (Cuando L. A. White de-
5. La cultura, (como conjunto de formas culturales fine la cultura por el simbolizar —actividad de índole
—:pautas, contenidos, etcétera—) no parece poderse re- más bien subjetiva— pero incorpora a las cosas en
ducir ni a algo subjetivo (segundogenérico) ni a algo ob- cuanto «simbolados» («symbolate»), está en rigor redu-
jetivo (primogenérico). Y no porque sea un «tertium» ciendo psicológicamente, aún en contra de sus preten-
(terciogenérico), sino porque consta de componentes ge- siones no psicologistas, el concepto, puesto que los obje-
néricos de toda índole (Mi, M2, Ms) organizados a una ción, de referencias de los símbolos, denominaciones
cierta escala (la que corresponde a aquello que Krober extrínsecas y pasivas de una actividad conductual subje-
llamó lo superorgánicó). Acaso sea esta circunstancia la tiva).
que le confiere al concepto de «cultura» ese carácter
abstracto, «intangible», que algunos (como Hérskovits) f.Por nuestra parte, propondríamos este «regressus»
quieren atribuirle a regañadientes, pero que no es nada como un regreso hacia una escala de organización o
peculiar suyo (tan abstracto e «intangible» es el concepto estructuración tal de los contenidos de la cultura que las
de energía; y, por contra, un objeto cultural.—^por ejem- partes formales del «todo complejo» pueda reconocérse-
plo, un templo— es tan visible e intuitivo, o acaso más, les una causalidad propia (lo que no excluye, sino
qué un objeto natural—por ejemplo, un-átomo—), más bien incluye, el reconocimiento de los procesos
causales materiales dados a una escala inferior). Si esta
6, Si desapareciesen los sujetos, también la cultura: causalidad no fuera de algún modo reconocida, si la cau-
las formas culturales perderían su significado. «Nada es salidad cultural fuera sólo la causalidad psicológica o la
la torre, nada la nave, sin los hombres dentro que la ha- sociológica, entonces las formaciones culturales habrían

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de entenderse sólo como inertes resultados fenoménicos ra, que se desarrolla precisamente y toma cuerpo en tal
(epifenómenos) sin identidad organizativa propia, como derivación. Si en esta idea de cultura, como orden supe-
constelaciones cuya figura tiene sólo la realidad de la rior al de las relaciones naturales (psicológicas, sociológi-
apariencia. El reino de la cultura aparece como orden au- cas, biológicas, físicas) y moldeadora, de algún modo, de
tónomo y dinámico cuando, a consecuencia de la com- la recurrencia de esas relaciones, habíamos puesto la cau-
plejización de los procesos conductuales y mecánicos salidad (y, por decirlo así, el automatismo) de secuencias
(ecológicos, etcétera) van resultando líneas de conexión dadas a una escala sui géneris (aquella que conocemos
causal (formal, por ejemplo) dadas a una escala tal que denotativamente y sólo de este modo) la división de esa
desborde tanto la escala de la conducta como la escala ¡dea de cultura podría fundarse en la consideración de
ecológica del medio, hasta el punto de que los procesos los lugares o núcleos independientes (aunque confluyen-
dados en esta últimas escala comiencen a ser, en parte al tes) en donde (a nivel material, de partes materiales, da-
menos, algo subordinado al nuevo reino (una lengua co- do que dudamos de las doctrinas «organicistas») se
menzará a ser previa a los propios individuos de la socie- asientan los automatismos moldeadores de referencia,
dad que la habla, comenzará a ser moldeadora de esos automatismos cuya estructura desempeña el papel de un
individuos, más que recíprocamente; comenzará a hacer programa, de un paradigma de la morfología de un objeto
posible la constitución de las personalidades dentro de las cultural. Dintingueremos así:
culturas). Si el reino de la cultura va organizándose (su-
ponemos) precisamente en estos procesos de complejiza- L Contenidos culturales cuya recurrencia depende
ción (de ahí su naturaleza histórica) se comprende que sobre todo de los «automatismos conductuales», aquellos
no baste la transmisión por aprendizaje para poder ha- que constituyen una suerte de programa o pauta de se-
blar de cultura (el aprendizaje es también naturaleza aún cuencias grabadas en el sistema nervioso de cada sujeto
cuando, efectivamente, el reino de la cultura subsiste, corpóreo (ya sean estos programas instaurados por
como pretende ese organicismo que se continúa en la aprendizaje —y aquí encuentra su principal material la
doctrina del «Paideuma» de Frobenius) como algo inde- problemática «cultura» y personalidad —ya lo sean por
pendiente de los procesos psicológicos o sociales (en herencia, ya lo sean por ambos cauces a la vez). Eviden-
particular, de las relaciones que llamamos aporéticas) y temente este cultura intrasomática (moral, lingüística) es
de los procesos físicos, mecánicos, orgánicos. La cultura una determinación del concepto de cultura.
implica una sociedad, pero no se trata del reverso y el
anverso de un mismo «tertium» (el anverso y el reverso IL Contenidos culturales cuya recurrencia depende
de una misma hoja de papel carbón); cultura y sociedad de dispositivos empíricos, o automatismos sociales cons-
se comportan más bien como conceptos conjugados, tituidos por la concurrencia de diversos sujetos corpó-
pero de tal suerte que sé desbordan mutuamente y que reos (cultura intersomática): son las instituciones, el Esta-
son, en cierto modo, inconmensurables. do, las leyes del Critón platónico.

En cualquier caso, la nueva legalidad que atribuimos IIL Contenidos culturales cuya recurrencia depende
al reino de la cultura no tiene por qué ser una legalidad de automatismos extrasomáticos (que sin embargo pueden
inaudita: las estructuras culturales pueden realizar una re- considerarse que funcionan como programas), dotados
fluencia de las estructuras naturales (de nivel «más bajo») de un finis operis que se superpone al finis operantis; es
asemejarse a ellas, sin que por ello pueda decirse que el finis operis de una calle, de una máquina, de una ciu-
brotan directamente de ellas. Las tenazas de un herrero dad, en general de un trozo de lo que suele llamarse
pueden reproducir, en virtud de motivos topológicos (en cultura objetiva.
el sentido de Rene Thom) la estructura de las pinzas de
un cangrejo, sin que por ello pueda decirse que son un
transformado de esas pinzas y ni siquiera que se han ins- 11. El desarrollo de la idea de cultura en sus esta-
pirado en ellas; la trayectoria de un taxista de París pue- dios de cultura animal y cultura humana habrá que tra-
de reproducir la trayectoria de un movimiento brownia- zarlo a partir de esta división interna de la cultura. La
no, sin que por ello sea necesario reducir las leyes cultu- cultura humana es más compleja que la animal y posible-
rales a la condición de leyes físicas (al modo de Winiars- mente se constituye como tal a partir del incremento de
ky). la «cultura extrasomática», del despegue de la cultura
respecto de los cuerpos, consecutivo a la proliferación de
La idea de cultura, entendida de este modo, no po- automatismos objetivos (máquinas, escritura). Para aco-
dría, por tanto, desarrollarse internamente por medio de gernos a la terminología clásica, cabría distinguir, dentro
una división tal como la que opone la cultura subjetiva a de la idea general de cultura, una cultura anmicí¿-{\& del
la cultura material (o, para utilizar terminología clásica, la animal, muy diferenciada en sí misma) y una cultura espi-
que opone lo agible a lo factible), dado que en todo mo- ritual, pero siempre que tomemos este concepto en el
mento de una formación cultural existen componentes sentido del espíritu objetivo (que constituiría la definición
subjetivos y objetivos. misma del hombre como ser histórico).

10. Pero con esto no pretendemos significar que la 12. En cualquier caso, el reino de la cultura humana
distinción entre los objetos culturales «agibles» (las le- no debe entenderse como una entidad homogénea y ar-
yes, las instituciones, los negocios jurídicos) deban con- mónica: sus automatismos son muy heterogéneos y se
fundirse con los objetos culturales «factibles» (las máqui- enfrentan entre sí. El «todo complejo» de que hablaba
nas, los edificios, las carreteras). Tylor no es en modo alguno único, porque hay múltiples
culturas que se oponen entre sí, y la «cultura universal»
El principio interno de clasificación de las formas sólo puede entenderse como algo que está en proceso,
culturales habrá de derivarse de la misma idea de cultu- como algo que es el argumento mismo de la historia.

EL BASILISCO 67
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ARTÍCULOS

DETERMINISMO CULTURAL
Y
MATERLA^LISMO HISTÓRICO
GUSTAVO BUENO
Oviedo

I. PROGRAMA DE NUESTÍIO ANAUSIS (en la línea de Michael Harner, pero también Malcolm
Webb, o Colin Renfrew) como determinismo cultural. En
el marco de esta tradición antropológica naturalista,
unibales y Reyes. El origen de las culturas, es
Marvin Harris nos ofrece una construcción de conjunto
ia obra madura, de síntesis, de un antropó-
original, notable además por el radicalismo de sus
logo profesional (que no de un filósofo
posiciones (de ahí su claridad) y por la fidelidad a sus
profesional), Marvin Harris (1). En ella, el
axiomas (de ahí su coherencia).
en otro tiempo profesor de Antropología
>de la Universidad de Columbia, acomete
una audaz tarea: la de bosquejar las líneas Una construcción expuesta además con una brillan-
maestras de una concepción general acerca de las claves del tez inusitada, en sus formulaciones felices, en el material
origen y desarrollo de las culturas humanas, desde el interesante utilizado. Una brillantez, sin duda, muy cuida-
Paleolítico hasta la Revolución Industrial. da (retóricamente) y calculada en sus efectos apelativos y
didácticos: bastaría fijarse en las titulaciones de los capí-
La concepción general que en este libro se nos ofre- tulos, pensadas como si fueran títulos de novelas («Las
ce, así como sus múltiples aspectos o hipótesis particula- proteínas y el pueblo feroz», «El reino caníbal», «El
res, no han salido de la nada, ni son gratuitas. Sin me- cordero de la misericordia», «La trampa hidráulica»,
.noscabo de su originalidad -y aún como condición de «Carne prohibida», «Asesinatos en el Paraíso»), en la
ella-, Marvin Harris incorpora explícitamente en el dise- meditada secuencia de los mismos (secuencia que sigue
ño general de su obra (de un modo que recuerda estilís- un orden histórico global, que se demora en capítulos
ticamente a la Antropología de Cassirer, tan distinta sin monográficos, como en estampas ilustrativas -los aztecas,
embargo, en cuanto a inspiración, de la obra de Harris) los hindúes-), en las fórmulas irónicas y efectistas, pero
numerosas teorías e hipótesis particulares (por ejemplo, también eficaces dentro de la argumentación: «segura-
las de Wittfogel, sobre los «Estados hidráulicos»; la de mente el pueblo que fué capaz de imaginar cómo era el
Morton Frie, sobre los «Estados prístinos»; los análisis rostro de Traloc era capaz de imaginar que sus dioses
de Chagnon sobre los yanomanos, etc.) y el tejido de eran apasionadamente aficionados a los menudillos de
conjunto se lleva a efecto dentro de una precisa orienta- pavo y a los corazones de perro» (cap. 10); «la cuestión
ción antropológica: aquella orientación que podríamos que merece destacarse a propósito de los cánones del
designar como «naturalismo» -tan característica de los Concilio de Laodicea, 363, que prohibían a los cristianos
antropólogos anglosajones (desde Darwin, y sobre todo, las prácticas de los ágapes es que el valor nutritivo de la
Herbert Spencer, hasta los antiguos funcionalistas, o comunión es virtuaknente nulo, haya o no transustancia-
autores como Darlington) y que Marvin Harris designa ción» (ibid.); «incluso es posible que el cristiano fuera
más el don del cordero en el pesebre que el del niño
que nació en él» (cap. 9). «En el siglo XVIII el Gobier-
no no podía sustentar el costo de criar a los niños hasta
(1) Marvin Harris. Canibals and Kings. The origins of the cultures. Ran- la adultez y rápidamente las inclusas se convirtieron, de
dom House, Inc., 1977. Traducción española de Horacio González
Trejo. Barcelona, Argos Vergara, 1978. 286 páginas. hecho, en mataderos, cuya función primordial consistía

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en legitimar la pretensión del Estado al monopolio del rico y del determinismo cultural. Si nos referimos a la
derecho a matar» (cap. 15). Filosofía del Espíritu de Hegel como a un metro o canon,
es precisamente por motivos críticos, críticos de todo,
El libro de Harris se nos presenta así como un libro ingenuo señalamiento hacia un «campo objetivo dado».
vigoroso, perfecto en su género, «redondo», y, en Es Hegel quien «recorta» esa sociedad civil 2L la que el pro-
cuanto libro que no quiere ser extravagante, sino que pio Marx alude al establecer la escala de la Historia («He-
quiere mantenerse inmerso en la ortodoxia memdológica gel, siguiendo el procedimiento de los ingleses y franceses
de una escuela antropológica-científica de i rcstigiosa tra- del siglo XVIII» -Prefacio a la crítica de la Economía Políti-
dición, está llamado a ser (nos parece) una referencia casi ca) y quien introduce a continuación la dialéctica del Esta-
inexcusable durante muchos años, paradigma de un do de la Historia (2). Sólo teniendo presente esta escala
modo característico, clásico, de enfocar las cuestiones (que justamente cabe discutir desde el naturalismo), desde .
antropológicas más generales, en cuanto incluye, implíci- la que se organiza el campo material de estudio (campo al
ta o explícitamente, enjuiciamientos y valoraciones sobre que pertenecen los individuos «que tienen que alimen-
prácticamente todas nuestras instituciones morales, econó- tarse día a día») sería posible, nos parece, establecer una
micas, religiosas, o políticas. En cualquier caso, un para- clara línea de demarcación gnoseológica entre el natura-
digma que puede servir para aclarar y precisar incluso lismo antropológico de Harris y el naturalismo antropo-
terceras posiciones de quienes no comparten su línea po- lógico de, pongamos por caso, Desmond Morris (El Mo-
derosa y fértil. no Desnudo) o de Eibl-Eibesfeldt (El hombre preprogra-
mado). La apelación a esta escala implícita en la que se
dibujan \zs figuras de los campos del determinismo cultu-
Desde este punto de vista va a continuar nuestro
ral y del materialismo histórico es tanto más necesaria
análisis del libro de Hárris: queremos determinar la axio-
cuanto que es Harris (como un siglo antes Marx) quien
mática que preside sü construcción, «diagnosticar» tanto
se refiere incesantemente a esos «individuos que tienen
sus componentes científicos como los ideológicos ^y con-
que alimentarse diariamente», es decir, a los individuos
trastar las líneas de esta construcción (consideradas por
tal como los contempla precisamente la Zoología (o la
el propio Harris como exposiciones del determinismo cul-
Etología). Pero se diría que mientras que el naturalismo
tural) con las líneas, más o menos convencionales, del
zoológico o etológico, como perspectiva antropológica,
llamado materialismo histórico -no ya propiamente en el
se mantiene en la escala de esos individuos corpóreos,
sentido de las doctrinas efectivas (de acuerdo con la in-
de sus conductas, y de las relaciones entre ellas, en tanto
vestigación filológica) que Marx haya podido sustentar al
resuelven de nuevo en los individuos (digamos; en la es-
respecto, sino en el sentido de esa «orientación antropo-
cala de la especie distributiva 75 ), el naturalismo antro-
lógica» que, partiendo sin duda de Marx, y según distin-
pológico-etnológico ó histórico, considera ya, de entrada
tas corrientes, ha ido decantándose y cristalizando a lo
(volveremos a este punto central en la Sección IV de
largo de los años, particularmente en la Unión Soviética,
este comentario) a los individuos en cuanto están inte-
tal como el propio Harris ha podido representársela (a
grando formaciones sociales, históricas, encadenadas en to-
través de su exposiciones globales, de artículos de revista
talidades atributivas (de índole T) las de la Filosofía del
o de críticas de libros). Harris -no estará de más adver-
espíritu hegeliano. Harris vuelve, sin duda, una y otra
tirlo- no manifiesta ninguna intención de desarrollar su
vez, a los individuos del naturalismo biológico («la con-
diseño del determinismo cultural en cuanto contrapunto o
versión de la vaca en carne prohibida se originó en la
alternativa del materialismo histórico (a la manera como,
vida práctica de los agricultores individuales», pág. 199);
por ejemplo, lo hizo Rostow en sus Etapas del crecimiento
pero él es un etnólogo, incluso un historiador, y la escala
económico). Ni siquiera cita a Marx en su bibliografía (en
de su campo de estudio no es la de Lorenz, sino más
ella aparece, en cambio, como fuente, La situación de los
bien, por ejemplo, la escala en la que se dibujan las cul-
trabajadores en Inglaterra de Engels). Se refiere a Marx en
turas de Spengler, o las civilizaciones de Toynbee: son las
el texto, en algunos puntos importantes (y, por cierto,
formaciones dadas a esta escala aquello que él quiere
con simpatía), pero a la manera como se refiere a cual-
explicar y reconstruir, sin duda porque parte ya de ellas,
quier otro «científico social» (Marx es para Harris, por
aún en el momento en que se refiere a los individuos.
ejemplo, el precusor de la «teoría hidráulica» dentro de
la ciencia política); y sugiere a Lenin y Stalin como de-
formadores ideológicos de la teoría y de la lucha de cla- En segundo lugar, tanto el determinismo cultural co-
ses marxista. mo el materialismo histórico convienen en adoptar una
metodología materialista no hegeliana (idealista), desde
Pero, sin embargo, la confrontación entre el determi- el momento en que quieren asumir el punto de vista se-
nismo cultural, expuestos por Harris, y el materialismo gún el cual la conciencia humana está determinada por el
histórico, en las condiciones dichas, no parece enteramen- ser social del hombre (de donde toma precisamente
te accidental u oblicua (dictada por intereses, aunque Harris la denominación «determinismo cultural»). «En la
legítimos, puramente subjetivos) en un análisis del libro producción social de su vida, los hombres están someti-
de Harris. A fin de cuentas, entre el determinismo cultu- dos a relaciones determinadas necesarias, independientes
ral y el materialismo histórico hay puntos de contacto de su voluntad; relaciones estas de producción que co-
muy fuertes, cualquiera que sean las inspiraciones res- rresponden a un grado determinado de la evolución de
pectivas. las fuerzas productoras materiales» -dice el «texto céle-
bre» del Prefacio antes citado. Harris: «analizando el pa-
Ante todo, en cuanto a la temática. Ambas concep- sado en una perspectiva antropológica, creo que es evi-
ciones globales se refiere al mismo campo, a saber, el
campo de la filosofía del Espíritu de Hegel. Podría pare-
cer a algunos extemporáneo que apelemos a Hegel para (2) Gustavo Bueno, hos Grundrisse de Marx y el Espíritu objetivo de
indicar el núcleo común temático de materialismo histó- Hegel. Sistema, Enero 1974, n° 4. Páginas 35-46.

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dente que las principales transformaciones de la vida so- tarea obligada- el precisar las distancias entre las trayec-
cial humana, no se han correspondido, hasta el momen- torias del determinismo cultural y la del materiaUsmo
to, con los' objetivos conscientemente fijados por los histórico. (En algún sentido cabría decir que esta con-
participantes históricos» (pág. 256); y, en particular había frontación es un fragmento de la confrontación entre la
dicho, al exponer el origen y evolución de los Estados ideología antropológica de vanguardia de USA y la ideo-
prístinos: «en mi opinión, lo más destacado de la evolu- logía de la URSS -tal como es contemplada cónvencio-
ción de los Estados prístinos es que tuvo lugar como nalmente desde América con las repercusiones que, ade-
consecuencia de un proceso inconsciente: los participan- más, pueda haber tenido esta representación en la propia
tes de esta enorme transformación no parecen haber sa- cristalización del materiahsmo histórico).
bido lo que estaban creando» (pág. 115). Desde nuestra
perspectiva gnoseológica (3): Las «voluntades» de Marx, Pero no cabe pensar, partiendo de esta perspectiva
como los «objetivos conscientes» de Harris, se mantie- americana (como groseramente alguien ha sugerido) que
nen en un plano P-operatorio, en el que se mantiene Harris mantenga el punto de vista de la «apología del ca-
también el idealismo al cual se ataca. Y se le ataca por- pitalismo». Por el contrario (y esta es la cuarta analogía
que -traduciendo a nuestros términos gnoseológicos- se fundamental con el marxismo, que queremos subrayar)
desenvuelve en un plano fenomenológico (digamos, «émi- Harris, como Marx, ve al capitalismo como un modo de
co»), dado que ni Marx ni Harris niegan toda existencia producción cuyo fin está ya próximo, si bien los motivos
a esas voluntades o a esas fijaciones conscientes de objetos. Lo en que se funda esta previsión son muy distintos de
que se viene a decir, simplemente, es esto: que' existen aquellos en los que se fundan las predicciones marxistas,
en un plano apáriencial, por cuanto ellas mismas estarían y esto sin perjuicio de que, también de acuerdo con
determinadas por factores más esenciales que, al actuar Marx -y en común desacuerdo con Hegel- Harris sosten-
«por encima de la voluntad» o «por detrás de los objeti- ga que la sociedad civil «es más importante que el Esta-
vos conscientemente fijados» (por tanto: más allá del do» (pág. 236). Los argumentos sobre los cuales Harris
plano P-operatorio) nos remiten al plano a operatorio. funda sus opiniones sobre la irracionalidad del capitalis-
mo y su próximo final se basan en su tesis permanente
En tercer lugar (como punto de contacto de princi- acerca de la relación entre los hombres y los recursos
pal importancia entre el materialismo histórico y él de- energéticos naturales (en el caso del capitalismo: de los
terminismo cultural), hay qiíe tener en cuenta cómo Ha- recursos energéticos fósiles, carbón y petróleo), según el
rris se apropia la fórmula marxista del «modo de pro- modelo ideal del llamado «coeficiente de eficiencia»:
ducción». Y aunque, por supuesto, la llena de otros con- «Hoy se emplean en Estados Unidos 2.790 calorías de
tenidos, se mantiene en su misma escala, se ocupa de las energía para producir y ofrecer una lata de cereales que
mismas «magnitudes antropológicas» («modo de produc- contiene 270 calorías» (pág. 253). Pero, en cambio, lo
ción asiático», «modo de producción feudal»). En cierta que si puede seguramente decirse es que el determinismo
manera, podría decirse que tanto el materialismo históri- cultural de Harris es un fruto genuino del democratismo
co como el determinismo cultural se proponen dar cuen- individualista madurado en los Estados Unidos y, en este
ta de los mecanismos de transformación histórica de sentido, cabría decir que se opone frontalmente a los
unos modos de producción en otros, supuesto que, para componentes comunistas inexcusables (creemos) en la tra-
ambos, la producción y la reproducción de la vida (como ma del materialismo histórico.
decía Engels) es el argumento o materia misma de la his-
toria humana (4). (Aquello que Harris llama «cultura» se En cualquier caso: aquello que verdaderamente nos
corresponde aproximadamente con el concepto de «pro- interesa, desde una perspectiva filosófica, es la utiliza-
ducción humana de bienes materiales» necesarios para la ción, si fuera posible, de aquellas distancias entre las
vida individual y social). El naturalismo de Harris, como tesis del determinismo cultural y las del materialismo
el de su escuela, de filiación darwinista, según hemos histórico, como estribo para regresar hacia la determina-
dicho, tampoco es enteramente extraño al materialismo ción de las Ideas que se abren camino por medio de
histórico (Engels, en el Discurso funeral, comparó a Marx aquellas tesis particulares. De aquellas Ideas cuyo entra-
conDarwin; así como Darwin ha descubierto las leyes de mado pueda constituir las concepciones filosóficas que
la evolución animal, Marx habría descubierto las leyes de envuelven al determinismo cultural y al materialismo his-
la historia humana). Ahora bien; es sobre este terreno tórico, si es que, efectivamente, las diferencias entre
afín, donde parece que tiene sentido -incluso que és ambas antropologías se mantiene a esta escala filosófica.
(3) Gustavo Bueno, E» tomo al concepto de ciencias humanas, El Basilis-
co, vfi 2, pág. 12 a. 46.
En efecto; pudiera pensarse también que las dife-
rencias entre ambas concepciones de la Historia no fue-
(4) «...El primer hecho de la historia dei hombre —y hecho que debe ran propiamente filosóficas, sino categoriales, científicas.
cumplirse cada día y cada hora, hoy como hace siglos— estriba en pro- La filosofía implícita en ambas acaso pudiera ser la mis-
ducir los medios con que sostener su vida material» (decían Marx y
Engels, «con los ojos puestos en San Bruno», en h Ideología alemana).
ma (el materialismo); las diferencias serían del tipo de las
Y añadían: «lo primero, pues, que debe proponerse todo historiador, que existen entre la Sociología y la Psicología, pongamos
es examinar este hecho en todo su significado y extensión y hacer por caso -aún dentro de un mismo marco de Ideas filo-
justicia a este hecho fundamental. Y eso —es sabido— los alemanes no sóficas-.
lo han hecho nunca. Por lo mismo, no han tenido nunca una base te-
rrena para la historia ni un historiador. Los franceses e ingleses, en
cambio (añadiríamos nosotros: y los antropólogos americanos) habrán Esto nos introduce en las cuestiones gnoseológicas,
enfocado todo lo parcialmente que se quiera el influjo de este hecho porque tanto el materialismo histórico como el determi-
en la historia, sobre todo cuanto tenían cautivo el espíritu de preocu- nismo cultural se presentan como construcciones cientí-
paciones políticas. No se ha de desconocer, sin embargo, con todo, que
es a ellos a quienes se deben los primeros intentos de dar a la historia ficas. El materialismo histórico suele ser entendido como
una base materialista». «La Ciencia de la Historia» (no sólo en el Diamat;

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Sin embargo, desde nuestro punto de vista ¿cómo


podían ser ciencias unas concepciones que, por su natura-
leza, incluyen juicios de valor sobre la mayor parte de
las categorías antropológicas, sobre temas de moral, de
política, de religión.'' ¿Cómo es posible que puedan auto-
concebirse como las «ciencias globales 'del hombre» si la
Antropología (sin adjetivos; física, médica, cultural, etc.)
no es ciencia? (5). Adviértase que, con esta pregunta, no
pretendemos sugerir, de antemano, que ni el materialis-
mo histórico ni el determinismo cultural no sean en ab-
soluto científicos, sino que, en el supuesto de que lo
sean, los límites de su campo no podrán superponerse
con el campo de la «Antropología», puesto que habrán
de superponerse con campos que es preciso delimitar.
¿En qué medida, pues, el determinismo cultural (y, a su
vez, el materialismo histórico) se mantienen en el ámbito
de una ciencia categorial -que suponemos ya no será ni
Antropología, ni Historia total, respectivamente- y en
qué medida y cómo esta ciencia, sin dejar de serlo,
envuelve ya una filosofía (una antropología filosófica o
una filosofía de la Historia).''.

II. LOS PRINCIPIOS DEL


DETERMINISMO CULTURAL, SUPUESTA
SU ESTRUCTURA CIENTÍFICA

Concedamos inicialmente, por razones de método, la


estructura científica del determinismo cultural -pero re-
servándonos el derecho (afín de no mantenernos en una
cuestión de palabras) de entender la naturaleza de esta
estructura científica de un modo semejante a aquel se-
gún el cual la entenderemos cuando hablemos de la
«estructura científica» del materialismo histórico, o de
cualquier otra disciplina que se autopresente como cien-
tífica (la Lingüística estructural o la Termodinámica).
Sólo de este modo podremos estar en condiciones «pre-
vias» para establecer comparaciones mutuas a través
de un metro o cañón común. El cañón que a este propó-
sito utilizamos, por nuestra parte, es la «estructura de la
ciencia» tal como se perfila en la Teoría del Cierre Cate-
gorial (6).
también para Althusser, por ejemplo, Marx es el descu-
bridor de un nuevo «continente científico», a la manera Una ciencia (según la Teoría del Cierre Categorial)
como Galileo fué el descubridor del «continente físi- no tiene «objeto», sino campo. Un campo categorial que
co»). El determinismo cultural también se autoconcibe, puede descomponerse (desde el punto de vista del eje
sin duda, como una ciencia. Valdría, como contraprueba semántico) en un plano fenomenológico, un plano fisicalista
de esta afirmación, el título del Epílogo (muy endeble y y un plano esencial. Desde un punto de vista más bien
«vulgar», por cierto, en cuanto a la estructura conceptual sintáctico, un campo se nos aparece como una multiplici-
de sus consideraciones morales y filosóficas) en el que dad de términos, pero no cualesquiera, sino de suerte
Harris expone su «filosofía democrática»: «Epílogo y soli- que estos términos resulten estar enclasados por lo me-
loquio moral», como si el cuerpo del libro no fuese, por nos en dos clases. A, B, a su vez necesariamente subdivi-
tanto, un soliloquio moral, sino una construcción científi- didas en subclases, a partir de las cuales se establezcan
ca. Sin duda lo que se entiende por «ciencia» en uno y las construcciones áe figuras ulteriores. Los términos del
otro caso, no será exactamente lo mismo, o acaso no será
muy diferente- y no es este el lugar para aclararlo. (Posi-
blemente «ciencia» connota en ambos casos algo así
como un racionalismo naturalista, una apelación a los (5) Gustavo Bueno: Etnología y Utopía. Valencia, Azanca, 1971. pág.
133. El Basilisco, n° 2 citado, página 16. En la columna b, línea 31, fal-
axiomas naturalistas de la nutrición o de la reproducción, ta esta línea: «fuente de enriquecimiento de su propio campo de estu-
cuando se trata de explicar las instituciones, los dogmas dio, puede también ser...».
religiosos, etc., y una regular documentación antropoló-
gica, sociológica o histórica). Pero ni el materialismo his- (6) Vid. Diccionario de Filosofía contemporánea, dirigido por Miguel
Quintanilla, art. Cierre categorial (pág. 82-86). Salamanca, 1976. Gusta-
tórico ni el determinismo cultural se autoconciben como vo Bueno, La Idea de ciencia desde la teoría del cierre categorial, Santan-
ideologías, eventualmente, ni siquiera como filosofías. der, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 1976.

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campo constituyen configuraciones y contextos determi- por puntos de un círculo interior concéntrico a aquella)
nados -los puntos y las rectas del plano geométrico, «contexto circular» (orden de relaciones circulares, Hi /
como campo.de la geometría elemental plana, se organi- Hj) y «contexto radial» ( H Í / N K ). Sin duda, los fenóme-
zan en figuras tales como triángulos o circunferencias. nos antropológicos que tienen que ver con la estructura
Pero además, sintácticamente, una ciencia incluye relacio- de la producción, se dejan analizar muy a fondo con la
nes entre los términos y operaciones (que «arrojan» nue- ayuda de sólo estos dos ejes, es decir, en un «espacio bi-
vos términos a partir de términos dados y que mantienen dimensional» (en el cual se dibuja acaso lo más relevante
relaciones determinadas entre sí y con los términos facto- del humanismo, de la reducción de las cuestiones antro-
res internos a la categoría). Las relaciones establecidas (en pológicas a los términos de la relación entre el yo y el
los teoremas) entre los nuevos términos, en cuanto que no/yo, es decir, de la naturaleza como no/yo, de algo da-
son coristruídas, se dan a través de configuraciones inter- do en función del yo, al modo de Fichte: se trata de la
medias o contextos determinantes (a través de la circunfe- inmanencia del idealismo alemán cuya potencia reductiva
rencia, como contexto determinante, se establecieron las acaso sólo el «argumento zoológico» podría neutralizar).
relaciones necesarias entre los catetos y la hipotenusa de Pero, por nuestra parte, dudamos que este campo plano
los triángulos rectángulos). Por último, recordamos, que pueda ofrecer el marco para un análisis filosófico exhaus-
desde el punto de vista del eje pragmático, una ciencia tivo de los fenómenos antropológicos. Suponemos que
puede descomponerse en procesos autológicos, dialógicos y es preciso contar con un tercer contexto, un tercer or-
normativos (que nos inclinamos a identificar con la propia den de relaciones, que llamaremos «angular» en virtud
«lógica material» de cada categoría). En cualquier caso, de su representación, en el diagrama de referencia,
una ciencia que construye relaciones en el ámbito de un cuando al diagrama anterior se agregan puntos intercala-
campo categorial (que va cerrándose al ritmo mismo de dos entre la circunferencia exterior a interior) que enten-
esa construcción) no agota el campo en cuyo ámbito se demos irreductible y que comprende ál contexto consti-
abre sus caminos. Los términos de un campo categorial tuido por el género de relaciones entre los hombres y
dado se insertan, en parte, en otros campos categoriales los sujetos préterhumanos, en particular, los animales
diferentes -y de aquí, las confluencias, conflictos, desa- (H¡ / A)) cuando los animales figuran, no como personas
justes e inconmensurabilidades entre las diferentes cien- humanas (lo que nos remitiría al contexto circular) pero
cias, cuyas relaciones mutuas se nos presentan según una tampoco como entidades corpóreas («comestibles», por
coloración más dialéctica que armónica. ejemplo) lo que nos remitiría al contexto radial, sino
como amigos o enemigos de los hombres, sin ser ellos mis-
Nos atendremos aquí, en nuestro análisis (y de un mos humanos. (En el contexto angular incluiríamos tam-
modo muy sumario) a la perspectiva sintáctica (aunque bién las relaciones de los hombres con los démones o con
contemplando obligadamente, desde ella, al menos obli- los dioses -que, desde una perspectiva materialista, sólo
cuamente, las dimensiones semánticas y pragmáticas). pueden figurar como dados en el eje fenomenológico).
La dialéctiva general de estos tres ejes podría formularse
de este modo: las relaciones propias de cada contexto se
1. Sobre el sector de los términos
establecen a través de la mediación de los demás, pero,
de suerte qué sean capaces de alcanzar un ritmo propio,
Si no nos equivocamos, los términos con los cuales
que no p'úfede ser derivado de los órdenes de relaciones
Harris construye, desde su perspectiva del determinismo
componentes de los productos relativos.
cultural, se organizan, intencionalmente al menos, en dos
clases distintas, que se sobreentienden por lo demás, ne- Los órdenes de relación circular (H / H) y radial
cesariamente vinculadas (nosotros diríamos: sinectivamen- (H / N) se intersectan necesariamente, sinectivamente,
te) a saber: la clase de los individuos humanos (organi- pero son irreductibles, y su conflicto permanece siem-
zados en familias, bandas, etc.) y la clase de los objetos del pre. N o es posible tratar un orden sin intermedio del
medio (animales, plantas, etc.) son pues, clases «recorta- otro ( H / H a través de N; H / N a través de H) pero
das» precisamente a esta escala. siempre hay una tendencia a tomar uno u otro como
Es interesante advertir ya, en este momento, impor- perspectiva. Diríamos que el naturalismo de Harris toma
tantes diferencias con el materialismo histórico. Son di- como perspectiva el eje «radial», mientras que el mate-
ferencias que se dibujan, según hemos dicho antes, sobre rialismo histórico, se mueve, sobre todo, en el ámbito
el fondo de una semejanza común, semejanza que, desde del eje «circular». El error de Engels -su confusionismo,
nuestro punto de vista filosófico, formularíamos sub- su oscurantismo- habría consistido en ofrecer un concep-
rayando un carácter común, llamémosle «plano», de to de Producción tal que en el se borraría la diferencia
ambos campos científicos (tanto el del determinismo cul- entre estos dos contextos: un concepto «absorbente», en
tural como el del materialismo histórico), frente al carác- el momento que incluye tanto la producción («radial»)
ter «tridimensional» de la antropología filosófica (tam- como la reproducción («circular») de la vida. Paralela-
bién materialista) desde la cual nosotros argumentamos. mente, al entender como base de un modo de produc-
El adjetivo «plano» está sugerido por la circunstancia de ción a las fuerzas de producción (que son más bien radia-
que tanto el determinismo cultural como el materialismo les) y a las relaciones de producción (que son circulares),
histórico operarían en un campo determinado por dos y al considerar a la familia (a las relaciones de parentes-
ejes coordenados, por dos «ordenes de relaciones», por co) como relaciones de producción, se las subordinará
dos contextos de relaciones formalmente antropológicas automáticamente de hecho a la producción («radial»).
(puesto que, además, hay que suponer dadas las rela- Como la dialéctica estriba aquí en el conflicto de relacio-
ciones materiales biológicas, químicas, etc.) que llamare- nes (circulares) y fuerzas (radiales) resultará que son las
mos a su vez (tomando los nombres de un diagrama en fuerzas aquellas que al desbordarlas, transforman a las re-
el que los individuos o grupos humanos se representasen laciones (las superestructuras, son aquello que emana de
por puntos de una circunferencia y los seres deL medio la base). Levi-Strauss, según el análisis de Claude Mei-

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Uassoux (7) habría tomado un texto de Engels -sobre la guiares», el que contiene el orden de relaciones entre
semejanza de los indios y de los germanos- interpretán- los hombres y los animales en tanto forman un orden P
dolo en el sentido de que el materialismo histórico (que específico, irreductible a los otros dos. Queremos decir,
Meillassoux, traducido a nuestra terminología, pone en por ejemplo, que: en el origen de la agricultura hubieron
perspectiva «radial», dado que las relaciones familiares de tener parte, no ya las relaciones de los hombres con
procederían de la agricultura; en la horda, aún cuando no los dioses (como enseñaban los mitos antiguos) pero sí las
hay relaciones de parentesco, hay relaciones «circulares» por ejemplo, que en origen de la agricultura hubieron de
de dominación) no valdría para las sociedades primitivas tener parte, no ya las relaciones de los hombres con los
(«cosanguinidad»), que constituyen el campo de la Etno- dioses (como enseñaban los mitos antiguos) pero sí las
logía. La tesis de que las relaciones circulares (sobre relaciones específicas de los hombres con los animales. Y
todo el parentesco) brotan de las relaciones radiales de no sólo porque fueron los animales quienes pudieron en-
producción nos parece, en rigor, sobre todo, una tesis señar a los hombres algunas técnicas agrícolas (como ya
«capitalista»: para la economía clásica, en efecto, la repro- sugirieron los epicúreos) sino también porque los anima-
ducción es reproducción de la fuerza del trabajo, es un les, en virtud de su peculiar cooperación con el hombre
episodio de la producción a partir de la naturaleza (ra- (en la domesticación) son aquellos que impulsaron la
dial). Meillassoux, acaso impresionado por la crítica de agricultura (en la misma obra de Harris, aparecen los
Garlan (discípulo de Godelier) -que concluye que, dado herbívoros «acudiendo» a ios silos de grano de los cam-
que la producción está determinada por un marco de pa- pos de cereales del cercano oriente -herbívoros que, por
rentesco previo por tanto, no tiene base científica- infie- su condición de tales, mantenían unas relaciones |3 no
re que el parentesco se subordina a la producción; di- conflictivas con los hombres).
gamos, el orden circular al orden radial. Pero aún cuan- Sin duda, pues, las relaciones «radiales», imponen
do esto fuera así, aún cuando el parentesco estuviese límites al desarrollo de las relaciones «circulares», pero
determinado por la producción o, en general, el orden sin que estas deriven de aquellas como superestructuras.
social por los recursos disponibles (una banda bosquima- Más bien se diría que las relaciones circulares envuelven,
na difícilmente puede alcanzar una cantidad superior a como un marco, a las relaciones radiales; y que son las re-
los treinta miembros, en virtud de la limitada capacidad laciones circulares (que incluyen relaciones de domina-
del menos capaz de los pozos de agua en el desierto del ción) aquellas que hacen significativas, antropológica-
Kalahari) no se reduciría el orden circular al orden ra- mente, a las relaciones radiales. Si, por ejemplo, consi-
dial. El concepto de caza (como modo de producción) no deramos un grupo social jerárquico sometido a una
es sólo una forma (dada en el orden radial) de obtener deteirminada tasa de producción, el agotamiento de los
calorías y proteínas: es también un determinante de rela- recursos en el sentido radial, hará imposible su subsis-
ciones sociales (circulares) muy precisas: las de la familia, tencia recurrente (su «reproducción simple»). La produc-
en sentido estricto; la cooperación, la jerarquía (que son ción se orienta selectivamente, según las estructuras cul-
categorías circulares) son facilitadas por la caza, es decir, turales circulares. Si hay contradicción entre las estruc-
por una categoría radial. Pero sería excesivo afirmar que turas circulares y las radiales, ello no significa que las
brotan de ella: la caza facilita el desarrollo, en una deter- estructuras radiales impongan una estrategia (salvo en el
minada dirección, de ciertos mecanismos circulares ya supuesto de que se reconociesen todos los factores del
preparados y que tienen un juego diferente. Por este mundo natural). Ocurre que Marx no consideró sino glo-
motivo, la organización de las relaciones circulares facili- balmente la correspondencia entre la ley de la población y
tadas por la caza, pueden subsistir aún cuando la socie- el modo de producción de una sociedad dada: no consideró
dad de referencia haya dejado de ser cazadora (los hadza los mecanismos P de control de la población, reconoci-
del lago Eyasi, Tanzania, estudiados por Woodbüirn, son bles ya en la Edad de Piedra. Consideró, más bien, la re-
recolectores, pero mantienen su comportamiento ante- gulación de la población como automática, en la medida
rior de cazadores). El paso a la agricultura (una revolu- en que esta no crece más de lo que puede permitir la es-
ción que exige se conceptualizada tanto en el contexto tructura de la producción (al modo de Ricardo). Harris,
circular -la ciudad- como en el radial) ¿podría ser expli- en.cambio, utiliza de hecho mecanismos p-operatorios en
cada por categorías radiales (el agotamiento de los recur- la explicación del equilibrio (como puedan serlo la gue-
sos de los cazadores recolectores, como dice Harris)?. rra o el infanticidio «calculado» económicamente).
Las teorías difusionistas se mantienen, en rigor, en el
contexto circular, pero se mueven, además, en el plano (3 Atribuímos, pues, una «contextura plana» tanto al
operatorio (cuando se explica la revolución agrícola a materialismo histórico como al determinismo cultural.
partir del «despegue demográfico» que, a través de la Pero se diría que la organización radial del campo de
presión sobre el medio, habría determinado la necesidad Harris se parece en este sentido más a la organización de
de cultivar los terrenos, se está apelando a un mecanis- Toynbee (estímulo del medio / respuesta) que a la de
mo «circular», el despegue demográfico, como «ley in- Spengler (para quien el campo de la Historia «el segun-
terna de la población» actuando a través de la presión do Cosmos», mantiene una cierta autonomía, en cuanto
ecológica, que es un concepto radial). De pasada, dire- dotado de una dialéctica interna distinta y aún contra-
mos que esta alternativa -¿presión del medio (radial) o puesta a la esfera de la naturaleza) (8). Sin duda, no sería
presión social (circular).'' -entre cuyos brazos suelen lícito atribuir a Marx una organización de su campo ente-
desenvolverse polémicas casi seculares como las del ori- ramente similar a la de Spengler, dada la insistencia de
gen de la agricultura, es un marco muy limitado. Sería Marx en la diaiéctica.£ntre el hombre y la naturaleza y en
preciso considerar otras opciones: nos referimos, en con- su mutua modificación. Pero nos atreveríamos a sugerir
creto, al contexto de relaciones que hemos llamado «an- que Marx se aproxima más a la perspectiva (que llama-
ríamos «germánica») mantenida por Spengler (y que

(7) Claude Meillassoux. Mujeres, Graneros y Capitales. Trad. esp. Siglo (8) O. Spengler. La decadencia de Occidente. Introducción, t. I. de la tra-
X X I , 1977. Pág. 38. ducción esp. de Rev. de Occidente, pág. 81 y sgts.

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podemos verificar también en Hegel), que tiende a sub- aldeas permanentes recolectoras de semillas significaba
rayar la inmanencia antropológica (o biológica, en gene- prescindir de la carne. «¿Por qué el pueblo de Tehuacan
ral) de la dialéctica histórica (respecto de la Naturaleza), no se asentó cerca de los parajes en que crecía el ama-
en lugar de situar el primer plano de esta dialéctica en la ranto o el grano?. ¿Era debido a que carecían de genios
relación «radial» del Hombre (o del viviente) con su que le dijeran cómo hacerlo?» (pág. 44). No: ocurría
medio. Somos conscientes de que estas afirmaciones (en que si los pobladores de Tehuacan deseaban comer car-
tanto suponen una cierta interpretación del marxismo) ne, debían trasladarse libremente en respuesta a las
levantarán inmediatas protestas y nos apresuramos a ma- costumbres estacionales de sus presas, principalmente
tizarlas, en el sentido de que tales afirmaciones no pre- ciervos selváticos, conejos, tortugas. Por esto tampoco
tenden excluir, en el marxismo, la importancia de la dia- «inventaron la rueda de transporte» (con todas las impli-
léctica entre «el Hombre y la Naturaleza». Pretenden, caciones tecnológicas que ello habría comportado). No
eso si, insinuar que la dialéctica circular, inmanente, por falta de inteligencia (la conocieron como juguete,
antropológica (representada en el materialismo histórico incluso en alfarería) sino porque no había animales de
principalmente por el concepto de la lucha de clases -cla- tracción útiles. Fué, pues, el medio aquello que determinó
ses que se recortan enteramente en el contexto «cir- las trayectorias divergentes entre los dos hemisferios «y
cular»- y en el concepto de la contradicción entre las rela- esto explica el motivo que determinó que Colón 'descu-
ciones de producción y las fuerzas productivas, que son briera' América y que Powhatan no 'descubriera' Europa,
también determinaciones de la «región humana») ocupa que Cortés conquistara a Moctezuma y no a la inversa»
en Marx un primer plano, que empuja hacia el fondo a (pág. A6). En todo caso, esta acción moldeadora del me-
la dialéctica radial del Hombre y la Naturaleza. Y ello dio funciona, en el determinismo cultural, de un modo
no accidentalmente, sino en conexión con la misma idea más bien negativo (según el modelo de la «teoría de la
filosófica de Naturaleza atribuible al propio Marx y a la criba») que positivo (precisamente porque a los hombres
que nos referiremos en la última sección de este comen- se les atribuye una dotación fija de capacidades invaria-
tario (9). Los términos (diríamos) son los mismos en bles). Y, desde este punto de vista, resulta, paradójica-
ambas axiomáticas, pero se organizan de otro modo. mente, que el medio, en el materialismo histórico (sin
Mientras en el materialismo histórico el medio funciona perjuicio de su axiomática «circular») puede jugar una
como una masa moldeable por el trabajo humano, a la función más positiva sobre la Historia que la que desem-
vez que moldeador de los hombres mismos, en el deter- peña en el determinismo cultural. Para este, el medio es,
minismo cultural de Harris, el medio moldea enteramente sobre todo, depósito de proteínas, o depósito de mate-
las culturas, aunque no precisamente a los hombres, por- riales y energías necesarios para obtenerlas. Por ello, es
que estos -se suponen ya organizados, dotados de un interesante' constatar que el medio influye en las culturas
equipo invariable de patrones de conducta. (Las culturas y en los hombres principalmente a través de sus operacio-
son, por ello, vistas más bien como modos de adaptación nes, de las operaciones orientadas a extraer de él esas
al medio de unos hombres que permanecen fundamen- proteínas o esos instrumentos en orden a satisfacer nece-
talmente invariables). Si, para referirnosja lo esencial, re- sidades prefijadas. El determinismo cultural, por eso, no
gresamos a aquel momento relativamente homogéneo de entiende la acción del medio sobre el hombre a la mane-
la humanidad en el que puede hablarse de una situación ra como la entendían los clásicos, no sólo Lamarck, sino
igual de los hombres ante el medio, el momento en que Montesquieu: «Los pueblos del Norte son enérgicos
se ex:tingue la «megafauna del pleistoceno», veríamos, porque el aire frió contrae las extemidades de las fibras
viene a decirnos Harris (pág. 40 y sgs.), cómo son las di- de nuestro cuerpo, aumenta su elasticidad y favorece la
ferencias del medio (entre el Viejo y el Nuevo Mundo) vuelta de la sangre de las extremidades al corazón». La
aquellas que determinan las secuencias características de diferencia entre esta acción del medio en el «determinis-
las civilizaciones euroasiáticas y amerindias. Pero estas mo geográfico» de los clásicos y en el determinismo cul-
secuencias diversas (queremos insistir sobre este punto, tural de Harris la pondríamos (utilizando nuestras coor-
en torno al cual habremos de volver más tarde) serían denadas gnoseológicas) en que aquel se mantiene en un
deducibles a partir de los mismos mecanismos humanos; plano a-operatorio (fisiológico -pseudo fisiológico-, bio-
se trataría de diferencias de adaptación. En el Viejo lógico); mientras que éste ha de tomar en cuenta las ope-
Mundo, abunda el grano -cebada silvestre, trigo y otros raciones del plano |3, aunque deba, ulteriormente (por su
cereales- y, correspondientemente, los animales herbívo- determinismo) eliminarlas.
ros -vacas, corderos (la vaca hindú, el cordero israelita),
cabras-, de ahí que los cazadores recolectores «de amplio
espectro» levantaran las primeras aldeas permanentes Resumiendo: diríamos que el campo de términos
como lugares de almacenamiento de grano, anteriormen- del determinismo cultural, tal como Harris lo presenta,
te al «descubrimiento» de la agricultura. Estas colonias está constituido por dos clases de términos: la clase de
pre-agrícolas, en medio de densos campos de cereales, los hombres sujetos (llamémosles H ó S) y la clase de las
habrían determinado la proximidad constante de anima- cosas u objetos (llamémoslas O ó N). Decimos «sujetos»
les que, por otra parte, no entraban en competencia con porque sólo los hombres aparecen allí como sujetos ope-
los hombres: los cazadores ya no tenían que salir a bus- ratorios, y ésta precisión es pertinente en cuanto a su
carlos, porgue son los animales los que se acercaban a significación gnoseológica. Decimos «objetos» porque,
los cazadores. De ahí la ocurrencia (puesto que nunca en la construcción de Harris, todo lo que no son los
«faltaron conocimientos», pág. 43) de alimentarlos, de hombres (o sujetos) aparece únicamente como «alimen-
domesticarlos. Pero en Mesoamérica, donde no existía tos» o útiles pensados en orden a la obtención de ali-
esa proporción de animales domesticables, instalarse en mentos, a su almacenamiento, a su elaboración o distri-
bución (por ejemplo, los templos-mataderos).
(9) Alfred Schmidt. Der Begriff der Natur in der Lehre van Karl Marx. • Por lo demás, puede afirmarse que la clase, de los
Frankfort a. M., Europeische Verlags Anstalt, 1962. hombres -si nos atenemos al uso efectivo gnoseológico

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que se hace de ella- aparece principalmente definida como


una clase de «comedores de carne» (y sólo subsidiaria-
mente de vegetales) y, por supuesto, como una clase
susceptible de reproducirse internamente. De ahí que la
clase de los hombres (S) se nos dé subdividida esencial-
mente en dos subclases, a saber: la clase de los varones y la
clase de las mujeres. Las diferencias entre estas dos subcla-
es (en cuanto transcienden al plano gnoseológico) subsisten
sobre todo en un contexto a-operatorio. Nos referimos
a las diferencias en el proceso de la generación (corres-
pondiente, en el orden de la construcción científica, a la
introducción de nuevos términos del campo); pero es
característico de Harris el «redoblar» estas diferencias,
con diferencias tomadas de un contexto ^-operatorio, a
saber: la mayor fuerza muscular de la subclase de los va-
rones, con respecto a la mujeres. Esta superioridad (que,
aunque fisiológica, creemos entraña un significado gno-
seológico, a través del concepto de los contextps (3-ope-
ratorios) será la clave de importantes instituciones cultu-
rales, acaso no de un modo inmediato (porque la dife-
rencia en fuerza muscular queda neutralizada en muchas
situaciones) sino a través de terceras instituciones (prin- La relación más llamativa, por el uso que Harris
cipalmente, de la guerra) con las cuales Harris construye. hace de ella, acaso sea una relación de igualdad o de se-
En cuanto a la clase de los objetos -definidos, como mejanza, la igualdad o semejanza entre los términos de
hemos dicho, principalmente (aunque no únicamente: la clase H cuando se relacionan por la mediación de N.
hay otros rasgos clasificatorios que un análisis gnoseoló- (Se trata de un «axioma de identidad» utilizado amplia-
gico más fino debiera precisar) como comestibles- ellos se mente por la Antropología naturalista, desde Tylor y
dividen de hecho (si nos atenemos al juego que de esa Morgan hasta Margaret Mead o Beattie). «Todos los
división se hará en la construcción ulterior) en plantas y hombres se consideran iguales en cuanto a necesidades
animales. Queremos con esto decir que esta división rio fisiológicas (en virtud de su anatomía: «la anatomía es el
se agota en su significado biológico, sino que alcanza un destino», en virtud, por tanto, de su análoga preferencia
significado formal en la construcción antropológica e his- por las dietas de carne) y en cuanto a sus capacidades in-
tórica (dado que las diferencias culturales e históricas telectuales». Los individuos paleolíticos son tan inteli-
entre el Viejo y el Nuevo Mundo toman su origen, se- gentes como aquellos que, según un modo de decir, in-
gún hemos visto, a escala de esa distinción). ventaron en el Neolítico, la agricultura. Los individuos
que inventaron la rueda no eran más inteligentes que
2 . Sobre el sector de las relaciones aquellos individuos pertenecientes a culturas sin rueda.
Se trata de determinar el tejido de relaciones que
Harris considera interpuestas entre los términos de su ¿Qué es lo que elimina, segrega o abstrae (pone
entre paréntesis) el axioma de igualdad de Harris?.
campo, porque este tejido de relaciones puede señalar-
Muchas cosas, pero entre las más significativas, diríamos
nos la «línea de flotación» de las categorías del determi-
que las relaciones de desigualdad física o intelectual, que
nismo cultural sobre el campo antropológico. otros antropólogos atribuyen a los hombres en cuanto
Harris no expone, desde luego, explícitamente, las diferenciados racialmente, o anatómicamente, o indivi-
relaciones que utiliza en su construcción y por ello es dualmente. Son estas relaciones de desigualdad las que
una labor de interpretación, siempre discutible, la que (sin negarse) se desdibujan ante la luz del axioma de
tenemos planteada. Incluso es muy probable que él no Harris. Y esto sin necesidad siquiera de atribuir a Harris
niegue la existencia de ciertas relaciones que (desde un postulado igualitarista -al estilo de Helvetius, o de
otros puntos de vista) puedan asignarse a este campo. Chomsky, para tomar dos referencias suficientemente
Pero lo que importa en el análisis gnoseológico es deter- alejadas (10)- porque su axioma podría ser compatible la
minar las relaciones de las que efectivamente se hace uso tesis de un «igualitarismo resultante» (dentro de ciertos
en la construcción, y no las relaciones que por cualquier parámetros) en el curso histórico social, con el recono-
otro motivo (diríamos, «privado») pudiéramos reconocer cimiento de las diferencias individuales o raciales, siem-
al respecto. pre que éstas apareciesen como algo susceptible de ser
neutralizado. Lo que si parece relevante, en todo caso, en
el determinismo cultural, es la eliminación de toda som-
Por otra parte, las relaciones que más nos interesan bra de «racismo» -y esta característica negativa es obvia-
en un análisis global como el presente, son las relaciones mente significativa en Antropología, dado el uso que otras
fundamentales o constitutivas, es decir, aquellas que vin- construcciones, precisamente naturalistas, hacen de las
culan términos del campo cuando se les considera según
sus categorizaciones originarias. Estas relaciones constitu-
yen el contenido mismo de los principios o axiomas de (10) Helvetius, De l'Homme, de ses facultes et son education. París, 1975,
relaciones de la ciencia considerada. tomo VII de O.C. (reimpresión), nota 40 de la pág. 181: «una propo-
sición es evidente si puede ser verificada empíricamente por cada indi-
viduo». —Chomsky, Linguistic and Philosophy, (en S. Hook, Language
A) En primer lugar, nos referiremos a las relaciones and Philosoíhy, London Press, 1969, pág. 88): «todo niño nace con el
circulares constitutivas de los términos de la clase H. conocimiento perfecto de la gramática universal».

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figuras de las razas, en su juego mutuo. Es este un carác- Ante todo, las relaciones entre las subclases de varones y
ter que el determinismo cultural comparte ampliamente de mujeres, en todo cuanto se refiere, no ya a la «cose-
con el materialismo histórico. Y es gnoseológicamente cha de alimentos» (de la que hemos hablado) sino a la
interesante por cuanto nos introduce en el tema de la «cosecha humana», a la reproducción (pág. 15). La asi-
independencia de los géneros categoríales que, por otra metría de las relaciones (su desigualdad) es aquí esencial,
parte, se suponen intersectados entre sí. La Antropología por cuanto discrimina a los varones de las mujeres, que
física, la que se ocupa, por ejemplo, de las razas huma- son las que marcan el ritmo reproductor (un grupo que
nas, parece ser poco significativa (por no decir nada) en consta de diez varones y una mujer tiene una «ley repro-
estas construcciones de la Antropología histórica; y no ductora» totalmente diferente a la del grupo formado
porque el determinismo cultural niegue las reales dife- .por un varón y diez mujeres). Esta asimetría es el funda-
rencias raciológicas, o porqué Harris las desconozca, sino mento de instituciones culturales tan importantes como
más bien porque resultan ser no pertinentes en la escala la del infanticidio femenino (como mecanismo de control
(lingüística, cultural) adoptada, un poco a la manera de la población), o el trato preferente dado a los niños
como serían poco significativas las diferencias «racioló- varones, lo que -dice Harris- constituye un triunfo
gicas» entre las plumas de pavo o las plumas de gallina excepcional de la cultura sobre la naturaleza. (Se diría
utilizadas por músicos y escritores, para dar cuenta de que el infanticidio femenino cumple en la obra de Harris
sus diferencias estilísticas (lo contrario, nos pondría en un trámite similar al que el tabú del incesto cumple en la
los umbrales de la ciencia ficción, al pretender explicar obra de Levi-Strauss). También comienzan a ser signifi-
las diferencias entre las estructuras estilísticas de Bach y cativas las relaciones de desigualdad entre varones y
las de Vivaldi a partir del análisis de las diferencias entre mujeres, fundadas en su diferente fuerza muscular, en el
las plumas de gallina o las plumas de ganso de las cuales contexto de las relaciones directas interhumanas, particu-
estos músicos pudieron servirse para escribir sus partitu- larmente en la guerra (concepto que se mantiene obvia-
ras. mente en el contexto «circular»). Y, por último, en el
contexto de las relaciones inmediatas circulares, en cuan-
Las relaciones generales de igualdad entre los térmi- to generales e indeterminadas (es decir, no determinadas
nos H (a través de N) se manifestarían principalmente, por la subclase de varones y mujeres) también se desta-
en cuanto relaciones de cooperación (a través del trata- can las relaciones de desigualdad. Estas relaciones de de-
miento cultural del medio) -de cooperación en la pro- sigualdad se resuelven acaso en relaciones de dominación
ducción- en las semejanzas de reacción ante situaciones (de tipo, diríamos, «adleriano») constitutivas de jerar-
análogas planteadas por el medio («El tabú de la carne quías. Por así decir, la desigualdad no se funda ahora en
de vaca fué el resultado acumulativo de las decisiones diferencias de inteligencia (ante la naturaleza) cuanto en
individuales de millones y millones de agricultores indi- diferencias de voluntad, de ambición. Pero una ambición
viduales», pág. 199). En este contexto, incluso se borran que no se concibe como orientada tanto a la apropiación
las diferencias fisiológicas y anatómicas entre las subcla- de los bienes tomados del medio (según la tesis subya-
ses de H (varones y mujeres) puesto que el déficit de cente en una interpretación psicológica de la • teoría
fuerza muscular femenina carece de consecuencias, o marxista de la lucha de clases muy extendida) cuanto a la
queda neutralizado, en el conjunto de' la actividad caza- dominación y control de los demás individuos del grupo.
dora, recolectora, etc., cooperativas. En cualquier caso, Hasta el punto de que incluso el contenido originario de
es muy importante tener en cuenta que esta igualdad, esa ambición (como ocurre con los mumi de los sivai. Is-
dada en el proceso de la cooperación, da lugar (en tér- las Salomón), de las tareas dominadoras del «gran hom-
minos lógicos) a clase de equivalencia; es decir, organiza el bre» sea el distribuir, repartir los bienes, no apropiárse-
campo antropológico como una totalidad distributiva^ avcfzs, los: «en su etapa más pura y más igualitaria, la más cono-
subclases, precisamente en virtud de sus relaciones de cida gracias a los estudios de numerosos grupos de Mela-
igualdad, se mantienen separadas entre si (las bandas o nesia y Nueva Guinea, los «grandes hombres» juegan el
grupos separados por «tierras de nadie») y virtualmente papel de individuos trabajadores, ambiciosos y llenos de
enfrentadas (por la guerra) a medida que se produzca su civismo, que persuaden a sus parientes y amigos para
expansión demográfica. Se cumple así claramente el prin- que trabajen para ellos al prometérseles celebrar un
cipio (tan heterodoxo desde una perspectiva clásica neo- enorme festín [dado a terceros] con los alimentos extraí-
platónica) de que la unidad {^n nuestro caso, la desigual- dos que produzcan» (pág. 98).
dad entre los hombres) separa, tanto como une. (También
puede decirse que todos los hombres se asemejan en la B) En cuanto a las relaciones materiales (no formal-
posesión de un lenguaje doblemente articulado; pero mente antropológicas) que el determinismo cultural de
esta característica es el principio de su dispersión, de la Harris considera establecidas entre los elementos de la
Torre de Babel, tanto como de su unidad). Otro tanto se clase N de su campo, tan sólo nos referiremos (huyendo
diga de la religión. de la prolijidad) a las relaciones entre las dos principales
subespecies de esta clase N , a saber, los animales y las
N o deja de ser interesante advertir que es acaso al plantas. Los principios de estas relaciones, que el deter-
pasar al contexto de las relaciones inmediatas vsxx.ethMxa.zr minismo cultural considera, sus principios ordinarios, po-
nas (H/H) cuando Harris introduce preferentemente re- dríamos decir que «triviales», aunque no por ello erró-
laciones de desigualdad. Así, se diría que las relaciones neos. Y, en todo caso, dejan de ser triviales en cuanto
específicas (dentro de H) comienzan a funcionar de mo- los consideramos como una selección entre otras muchas
do diferencial cuando ellas se establecen directamente relaciones igualmente objetivas pero que, sin embargo,
(H/H) y no por la mediación de la producción (H/N/H) no alcanzan una participación gnoseológica en la cons-
-digamos: como productos relativos interhumanos a tra- trucción.
vés de los términos de la clase N. Las relaciones específi- La relación principal acaso fuera aquí la relación de
cas interhumanas que aquí cuentas son de dos órdenes. dependencia de los animales (herbívoros, por ejemplo)

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respecto de ciertos vegetales. Sobre esta relación (presu- 3- Sobre el sector de las operaciones
puesta objetivamente), como algo anterior a la actividad
humana) se establecerá, por ejemplo, el origen de la do- Llegamos ahora al punto central de nuestro análisis
mesticación de los animales en las aldeas-graneros pre- gnoseológico, aquel en el cual (nos parece) va a ser posi-
agrícolas del Oriente medio, hacia los años 12.000 a.n,e. ble establecer la naturaleza precisa de las dificultades in-
Se diría, por tanto, que las variaciones derivadas de la trínsecas que el determinismo cultural entraña cuando se
actividad misma de los hombres (como puedan serlo las le examina gnoseológicamente.
instalaciones de aldeas-graneros) se mantienen dentro de
relaciones naturales objetivamente dadas, que se desen- Nos valemos, principalmente, de la distinción (que
cadenan a su vez, según su estructura, a consecuencia de juzgamos esencial en la Teoría de las Ciencias Antropo-
aquellas variaciones. Es también, sin duda, un principio lógicas) entre los planos a-operatorios y |3-operatorios,
materialista. presentes en toda ciencia del hombre, en cuanto tal
(11). Esta distinción nos va permitir, por lo menos,
C) En tercer lugar habremos de referirnos a las rela- desentrañar las ambigüedades y confusiones de la meto-
ciones {radiales) entre los términos de las dos clases A y dología de Harris o, si se quiere, nos va a ayudar a sacar
B. Sin duda, estas relaciones son las más importantes y a la luz la complejidad escondida en su aparente senci-
significativas (gnoseológica y ontológicamente) en el con- llez.
junto de la estructura del determinismo cultural, porque
en ellas pondrá el determinismo cultural las claves de la Intencionalmente, la metodología de Harris, en
dialéctica de la dinámica histórica. En particular, la dia- cuanto determinismo cultural, quiere mantenerse (tradu-
léctica abierta en el ámbito de las «clases de equivalen- ciendo a nuestras coordenadas) en el plano a-operatorio.
cia» asociadas a las relaciones igualitarias (señaladas en El mismo formato del concepto de «determinismo cultu-
A) sólo alcanza su condición de tal a través de las rela- ral» nos remite a este plano. En efecto, el concepto de
ciones con el medio (B), a saber, a través del agota- determinismo cultural lo propone Harris como correctivo
miento de los recursos de los «espacios de nadie». En a la apelación («idealista») en la construcción a las libres
efecto, la relación fundamental {sinectiva) de dependencia voluntades cuyos designios marcasen las trayectorias his-
entre el hombre y el medio, está determinada como rela- tóricas; a la tesis según la cual el curso de los aconteci-
ción de «inconmensurabilidad». El ritmo ordinario de mientos humanos hubiera de verse como la ejecución de
expansión demográfica natural de la clase H (determina- programas, planos, claves u objetivos establecidos por
do precisamente por la misma disponibilidad y estructura los propios hombres, en cuanto se guían por sus desig-
de los recursos ambientales, por su influencia, no sola- nios que buscan, pongamos por caso, «el conocimiento
mente en la nutrición, sino en la fertilidad de las muje- de sí mismo» (Hegel), la gloria de Dios o la expansión
res) se enfrenta con el ritmo de expansión del medio: la de la esencia humana. «Analizando el pasado, en una
relación sinectiva fundamental de que hablamos incluye, perspectiva antropológica -dice Harris- creo que es evi-
por tanto, diríamos, una relación de desequilibrio ecológico. dente que las principales transformaciones de la vida so-
De aquí, el concepto clave, en la dinámica antropológica, cial humana no se han correspondido, hasta el momento,
de «presión reproductora», que interpretamos como con los objetivos conscientemente fijados por los
in£^mensurabilidad entre la nutrición (la «cosecha de ali- participantes históricos» (pág. 256). Ahora bien: estos
mentos» y la reproducción (la «cosecha huínafía») efecti- «objetivos fijados por los participantes históricos» (por
va. La tendría determinada por la expansión demográfica los sujetos) quedan obviamente del lado de las operacio-
ordinaria y la intensificación de la producción («cosecha nes de los sujetos. Y lo que Harris vendría a decir enton-
de alimentos» y bienes para obternerlos) resultaría ser ces es que estas operaciones (que el no niega, ni desco-
así, en el fondo, siempre antiproductiva, en tanto implica noce, en un sentido absoluto) se mantienen en un sector
(malthusianamente) un ineluctable agotamiento de los re- semánticamente fenomenológico, apariencial. La ciencia
cursos (pág. 15). antropológica, como determinismo cultural, se constitui-
ría en el regressus de ese plano P-operatorio, considerado
Resulta absolutamente esencial constatar ahora que como apariencial (un plano en el que se sitúa el idealis-
la relación dialéctica primaria que atribuimos a la Antro- mo cultural), hacia un plano natural, orientado a la re-
pología, desarrollada según el determinismo cultural, no construcción, por medio de operaciones de índole
es una relación que pueda considerarse como específica a-operatorio, de la realidad efectiva (es decir; el pasado)
(específicamente antropológica) puesto que esta relación del material antropológico.
es genérica, en tanto que cubre otras muchas especies
animales. Con esto queremos decir que, dentro del de-
Y es indudable que Harris se mueve ampliamente
terminismo cultural, no es precisamente al terreno de la
en el plano a-operatorio, particularmente cuando apela a
relación dialéctica fundamental adonde habría que acudir
operaciones similares a las de los «naturalistas», para dar
para encontrar la especifídad de la clase humana (gnoseo-
cuenta del origen, pervivencia y fin de las culturas, es
lógicamente: la diferencia entre la Antropología y las de-
decir, de los modos o sistemas de producción. Los pro-
más ciencias zoológicas). La naturaleza genérica de la
cedimientos de Harris, en este terreno, nos parecen
que consideramos «relación dialéctica fundamental»
completamente legítimos, y aún irreprochables, dentro
asegura, sin. duda la intencionalidad naturalística de
de la metodología «darwinista» de lá selección natural.
la Antropología de Harris. Pero la especificidad de ésta
Ni siquiera le será preciso postular instintos de nutrición
Antropología, por respecto a las restantes ciencias zooló-
o de reproducción, en cuanto principios de su construc-
gicas, se encuentran gnoseológicamente en otra parte.
ción. La apelación a estos instintos podría interpretarse
Nosotros creemos que en el sector de las operaciones (con
todas las consecuencias, para la crítica de la propia An-
tropología, que ello, sin duda, envuelve). (11) £/ Basilisco, n» 2, pág. 29-46.

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en otro sentido, como si ellos fuesen resultados obtenidos como puramente mecánica). «Sólo a través de una con-
a partir de los datos incontestables según los cuales los ciencia de la naturaileza determinada del pasado podemos
hombres se vienen manteniendo por lo menos desde abrigar la esperanza de que el futuro dependa menos de
hace quinientos mil años hasta la fecha. Diríamos: no se fuerzas impersonales e insconscientes» (pág. 258). Y
han mantenido los hombres tanto tiempo por estar dota- consideramos insatisfactoria esta respuesta porque ella
dos de esos oscuros instintos, sino que hay que suponer no advierte que sólo tendría sentido supuesta la finitud
que han estado sometidos a tales automatismos precisa- (o por lo menos, la no inmensidad) de la Naturaleza,
mente porque se han mantenido durante estos milenios, porque sólo con este supuesto (por otra parte discutible)
y en la medida en que se han niantenido. Aunque ordo la determinación progresiva de los factores causales
essendi se declaren previos a la realidad histórica seme- puede conjurar el conjunto de factores (variables) incóg-
jantes instintos biológicos, ordo cognoscendi (por tanto: nitos efectivamente determinantes.
gnoseológicamente) la realidad histórica es lo primero y
sólo en función de ella cabe hablar, no ya de instintos, Pero, en todo caso, Harris también utiliza, al
sino de procesos institucionalizados de nutrición y de reconstruir la «realidad pasada», la metodología P-opera-
reproducción. Lo que equivale a decir, que un campo, toria, y no precisamente en un terreno fenoménico. Esta
que hay que sobreentender como mucho más complejo utilización tiene lugar, principalmente (si no nos equivo-
y organizable según muy diversas líneas, es organizado camos) a través del concepto de «institución del control
por Harris según «las líneas naturalistas trazadas por los de población» y, en particular, de la institución del in-
conceptos de nutrición y de reproducción», con la pre- fanticidio, que es utilizado efectivamente por Harris
tensión de reconstruir, dentro de esas líneas, y por como una operación dirigida explícita y conscientemente a
medio de ellas, las figuras del campo antropológico ínte- ese control; una operación prol'eptica, cualquiera que haya
gro. Todo cuanto desde esta perspectiva (a-operatoria, la sido la génesis de la prolepsis (génesis que Harris no
de las causas que actúan impersonal e inconscientemen- considera). Una operación (o sistema operatorio) gracias
te, hasta el punto de que no son específicamente humanas) a la cual las sociedades humanas paleolíticas pueden di-
Harris pueda obtener -y, sin duda, obtiene bastantes re- ferenciarse de las sociedades animales y homínidas que,
sultados, algunos verdaderos, otros, aunque sean erró- sin embargo, están sometidas a la misma dialéctica de la
neos, sugeridores de investigaciones nuevas- será acorde, inconmensurabilidad respecto de su medio. La institución
sin duda, con la metodología científica a-operatoria del del infanticidio, como la regla del tabú del incesto (que
naturalismo. es P-operatoria, incluso" algebraicamente formalizable) de
Levi-Strauss, es. un mecanismo sobreañadido a la ley na-
Ahora bien: ¿cuáles son los Imites internos de esta tural (a-operatoria) que instaura un orden específico
metodología, de este cierre categorial resultante de la apli- nuevo. Para decirlo brevemente, la diferencia inicial,
cación de aquella a un material como el que Harris tiene gnoseológicamente pertinente, entre los animales y los
delante?. Diríamos, en general, que los límites propios hombres, en la Antropología de Harris —aquella dife-
de los planos a-operatorios. Y nos atreveríamos a añadir rencia en virtud de la cual los hombres pueden aparecer
que Harris no parece siempre consciente de estos límites situados en un orden peculiar desde el cual «controlan»
y que es esta inconsciencia gnoseológica aquello que de algún modo a la evolución, o se relacionan con la na-
confiere una suerte de ingenuidad a su metodología pro- turaleza de un modo nuevo, por respecto del animal, y
pia. Porque Harris, de hecho, utiliza ampliamente la sin perjuicio de su dependencia de ella— podría ponerse
metodología |3-operatoria, como no podría ser menos si en la utilización por los hombres del infanticidio sistemá-
pretende conservar, para su ciencia, el nombre de «An- tico (y no, por ejemplo, en la «producción de sus pro-
tropología». pios alimentos», o en la «fabricación de herramientas», o
en el «lenguaje doblemente articulado», o en el «tabú
Ante todo, y explícitamente, en el Epílogo y solilo- del incesto»).
quio moral, Harris reconoce la posibilidad de «operacio-
nes conscientes» significativas, matizando o corrigiendo Utilizar operaciones del plano (3 en el nivel fenome-
de este modo su determinismo inicial en el sentido dicho nológico, no constimye, desde nuestro punto de vista,
(Porque no hablamos aquí de «libertad» en un sentido una incoherencia, en el momento en que se ha recono-
metafísico, sino en la medida en que la libertad tenga cido la posibilidad de dominar en el futuro la totalidad
que ver con los actos realizados en función de «objetivos práctica de las variables pertinentes. Es lógico conceder
conscientemente fijados»). Podría hablarse, acaso, de una entonces la efectividad del dominio operatorio de «algu-
contradicción escandalosa entre el Epílogo y el cuerpo de nas variables» durante los períodos pretéritos. Más aún;
su obra. Pero no creemos, por nuestra parte, que ésta es este dominio (por tanto, la metodología |3 operatoria)
contradicción exista, al menos como contradicción aquello que en cierto modo eleva al determinismo de Ha-
formal, por cuanto el cuerpo de la obra se refiere al pa- rris a la condición de determinismo cultural, como po-
sado (a la realidad efectiva del hombre) mientras que el dríamos inferirlo de algunos pasajes de la obra que co-
Epílogo y soliloquio moral podría considerarse referido al mentamos. «La regulación del crecimiento de la pobla-
futuro «irreal», todavía, de la Humanidad. Es cierto que, ción mediante el trato preferente dado a los niños varo-
habrá que explicar siempre por qué en el futuro la situa- nes constituye un triunfo excepcional de la cultura sobre
ción de la Humanidad va a ser diferente de la de su pa- la naturaleza» (pág. 62). Este texto (que antes hemos con-
sado (una diferencia que permitirá hablar de un poder de siderado desde otra perspectiva) significa, en nuestras
liberación nada menos que del determinismo cultural). A coordenadas, que la cultura aparece vinculada precisamen-
nuestro juicio, la respuesta de Harris es por completo te a las operaciones , a aquellas que, precisamente, desde
. insatisfactoria, en cuanto se funda en una pretendida un ángulo -naturalista, debieran ser absorbidas. Y, con
posibilidad del conocimiento de las condiciones de la la absorción, también la consideración del determinismo
causalidad cultural (que no se entiende, por supuesto. como determinismo c_ulí.ural.

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El plano |3-operator¡o, en el contexto en que esta- cultura» (Harris no lo dice explícitamente, pero eviden-
mos, acoge, ante todo, a aquellas operaciones que, a temente el tiene en la mente también, como paradigma
partir de términos A y B del campo, construyen otros de operaciones racionales del futuro de la humanidad, al
términos de esas clases A y B, de suerte que la cons- control de la concepción).
trucción pueda llamarse cerrada. El cierre.operatorio in-
cluye, por tanto, la estrategia (proléptica) que regula las Por otro lado, habría que tener en cuenta que los
propias operaciones, en cuanto recurrentes. El principio caminos 1° y 2° no son excluyentes y, por tanto, que si
de la estrategia gnoseológica de la recurrencia dé las Harris (que ha dedicado un magnífico capítulo a los azte-
operaciones equivale aquí (teniendo en cuenta los axio- cas) fuera coherente, debiera haber puesto como punto
mas de las relaciones, en particular, el axioma del dese- de síntesis de la naturaleza y de la cultura (y no sólo para
quilibrio ecológico) al sistema de postulados prácticos, el pasado, sino para el futuro), según sus propios criterios
pragmáticos, tendentes a conseguir el equilibrio ecoló- ejercidos, a la institución (operatoria) del canibalismo.
gico que, por vía natural se supone llamado a romperse Porque, desde la perspectiva de esta institución, el incre-
constantemente (de. ahí, la decadencia de los modos de mento de la «cosecha humana» (de la clase A) represen-
producción históricos). Estos postulados orientarán (pág. ta, a la vez, un incremento de la «cosecha de alimentos»
15): (digamos, de la clase B), neutralizando así la barrera mal-
thusiana. Ciertamente, Harris, podría responder que su
1° O bien (en la clase B) a una intensificación de la principio de igualdad limitará las instituciones del Reino
producción (de la «cosecha de alimentos») a fin de com- caníbal -pero lo cierto es que no ha invocado este princi-
pensar la creciente presión demográfica. Postulados pio en otro momento en el que podría haberlo hecho, a
«irracionales», según Harris, en tanto toda intesifícación saber, a propósito de las «sociedades hidráulicas» («...tu-
de la producción implica propiamente una destrucción. vieron abundantes contradicciones y luchas de clases
Se trata de una situación digamos, mas natural que cultu- pero parecen haber sido notablemente resistentes al
ral . cambio fundamental», pág. 216).
En cualquier caso, diríamos que, en la exposición de
2° O bien (en la clase A) a un control de la demo- Harris, los sujetos o actores de la Historia (que en todo
grafía (a un control de la cosecha humana), que se con- caso son quienes aparecen como realizadores de una
creta principalmente en la institución (operatoria) del in- conducta estrictamente operatoria) llevan adelante su ac-
fanticidio, y sobre todo, en el infanticidio selectivo de tividad dentro de una perspectiva similar a aquella que
hembras. Por ello, estas operaciones han podido ser con- inspira la concepción «moral» de Harris, a saber, la pers-
sideradas por Harris como el verdadero «triunfo de la pectiva que tiende a mantener, en el futuro, la recurren-
cia del material, el equilibrio ecológico. Y desde el mo-
mento en que el proyecto gnoseológico del determinis-
mo cultural se nos ofrece como inserto en la misma cate-
goría que él describe, podemos a su vez considerar a los
sujetos o actores de la historia como similares a «sujetos
gnoseológicos, aún cuando su ciencia sea inferior: «Decir
que su conciencia [la de nuestros antepasados] no jugó
un papel en la orientación del curso de la evolución cul-
tural, no significa decir que fueran zombis. Creo que no
tenían conciencia de la influencia de los modos de pro-
ducción y reproducción en sus actitudes y valores [que
es el horizonte del determinismo cultural: nuestros ante-
pasados, simplemente, tendrían un horizonte más estre-
cho, pero con similares planteamientos] y que eran abso-
lutamente ignorantes de los efectos acumulativos a largo
plazo de las decisiones adoptadas para maximizar los cos-
tos y beneficios a corto plazo» (pág. 257).
El primer tipo de principios o postulados de las ope-
raciones que organizan la construcción antropológica de
Harris y que acabamos de comentar es, pues, netamente
pragmático; y aunque se dá en un plano (3-operatorio,
tiene en cuenta las leyes del equilibrio recogidas en el
plano a-operatorio. Sin duda Harris mantiene una gran
ambigüedad, colindante con el mentalismo y con el instin-
tivismo (al atribuir a los sujetos unas «motivaciones a la
limitación de la natalidad» o bien una «tendencia a la
intensificación de los productos» (pág. 22). Pero Harris
utiliza también un segundo tipo de principios o postula-
dos, reguladores sin duda de las operaciones, y cuya
aplicación sólo podría tener lugar a nivel individual, a
nivel distributivo de todos los individuos de la especie.
Y ello en virtud del axioma de igualdad, a saber, el prin-
cipio económico de maximización de beneficios (incluyen-
do el placer) y minimización de costos (incluyendo los

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esfuerzos, según el estilo del marginalismo clásico, tal el cual nosotros entendemos que habría que llevar ade-
como aparece en la obra de Stanley Jevbns). Estos pos- lante semejante tarea.
tulados operatorios juegan un papel importante en la
metodología de Harris (su naturaleza P operatoria queda Es una tarea que podría compararse a la de la Geo-
patente cuando advertimos en ellos su dimensión «de metría euclidiana, en tanto no se reduce (suponemos) a
cálculo económico», en el sentido marginalista). Pero es un conjunto de derivaciones íógico-formales a partir de
interesante constatar que aunque ellos se aplican a todos principios (definiciones, axiomas, postulados). Supone-
los hombres, es decir, se consideran derivados de una mos que la construcción geométrica procede, como el
igual naturaleza humana (en virtud del axioma de igual- resto de las construcciones categoriales, utihzando diver-
dad), sin embargo no conducen al establecimiento de sos modi sciendi, de los cuales nos interesa subrayar aquí
una nivelación (igualación) entre los hombres, sino que las configuraciones de términos o figuras consecutivas a las
incluso generan la desigualdad o la mantienen. En efecto, operaciones (o secuencia de operaciones entretejidas):
el mismo principio económico será aquel que mueve a un par de rectas que se cortan constituyen una configu-
manchiguengas (horticultores del Amazonas peruano) a ración (incluso un contexto determinante, «la configura-
trabajar tres horas diarias y a los obreros ingleses de la ción de Tales») a través de la cual se llevan a cabo múlti-
primera revolución industrial a trabajar doce horas (pág. ples construcciones y teoremas ulteriores. Si una ope-
20, pág. 243); en virtud del mismo principio económico, ración, o un aparato, o dispositivo, o curso operatorio
un «gran distribuidor» escala las zonas del poder político (que ha de referirse siempre a alguna figura previa) pue-
y los miles de individuos de su jurisdicción descubren de caracterizarse como el proceso que da lugar a nuevos
los beneficios de su status permanentemente subordina- términos o figuras del campo, una figura puede caracte-
do (en tanto, mediante él, superan «los costos» de sus rizarse como un sistema de relaciones entre términos del
pretensiones de mantener su independencia, pág. 109). campo. Como las figuras son cauces (contextos) a través
Advertimos, pues, que Harris parece 'proceder reducien- de los cuales se canalizan los cursos operatorios, también
do todo tipo de posibles impulsos susceptibles de ser in- podrán asumir el papel de esos cursos cuando se les con-
vocados en la dinámica social (cualquiera que sea su con- sidere como episodios previos a la construcción de nue-
tenido; «adleriano», en los deseos de dominación de los vas figuras. Las figuras se ordenan en estratos de crecien-
mumis,ío «freudianos», los placeres de la mesa como la te cornplejidad; llamamos subcategorías (incluso en un
«dulzura de obedecer» de que habló Nietzsche) a los sentido lato, categorías) a las figuras (o contextos deter-
conceptos del placer y del dolor, interesantes en cuanto minantes) de «radio máximo», dentro de un campo cate-
pueden ser sometidos a un cálculo económico (según la gorial dado. Valdrían como ejemplos, en geometría ele-
tradición epicúrea, cuya aritmetización culminó en mental el cono -én tanto comprende triángulos, círculos,
Bentham y en Jevons). Porque tanto es un placer (un parábolas -.
beneficio) el del mumi que «prescinde de la carne que-
dándose el hueso», pero queda «gratificado» por el reco- La gnoseología del cierre categorial no reconoce
nocimiento de su magnanimidad, como el del siervo que, unas ciencias empíricas al lado de unas ciencias formales
aún sometido extrae de su situación el placer de la segu- (constructivas). Por tanto, considera que no es una carac-
ridad. terística de algunas ciencias (por ejemplo, las Matemáti-
cas) la construcción. También las ciencias antropológicas,
si son ciencias, son constructivas, y por tanto, también
Creemos conveniente terminar diciendo que no en ellas habrá de ser posible identificar (entre otros com-
aparece en modo alguno claro el nexo que pueda me- ponentes) figuras y cursos operatorios. ¿Dónde localizar
diar, en la obra de Harris, entre los dos tipos de princi- estas formaciones gnoseológicas en la Antropología de
pios operatorios que hemos señalado; que más bien saca- Harris.''.
mos la impresión de que ambos tipos de principios apa- Sugerimos que aquello que Harris llama instituciones
recen yuxtapuestos en virtud de motivos «biográficos» (la guerra, el infanticidio ritual, la domesticación de las
del autor más que en virtud de motivos gnoseológicos. plantas o de los animales) desempeñan el papel de dispo-
Desde este punto de vista, el sistema de postulados ope- sitivos operatorios, por cuanto ellas se contemplan prin-
ratorios de la Antropología de Harris se nos revela como cipalmente como generadoras de nuevos términos o figu-
una suerte de bricolage sin mayor unidad teórica. ras del campo. Los modos de producción, en cambio,
desempeñarían mejor el papelde figuras subcategoriales
III. EL DESAKROLLO DEL (figuras máximas, contextos determinantes). «Feudalis-
mo», por ejemplo, desempeñaría en Antropología histó-
DETEEÜVDNISMO CULTURAL rica, el papel que corresponde a «cono» en Geometría
elementaL Y aquí reside, creemos, tanto o más que por
El tema de este apartado es la reconstrucción de la su contenido, el fundamento de la analogía que puede
obra de Harris desde la perspectiva de los principios establecerse entre los modos de producción del materialis-
gnoseológicos que hemos intentado determinar en el mo histórico (concepto que -nos atreveríamos a decir-
apartado anterior. Sólo por medio de una reexposición resulta imposible analizar gnoseológicamehte -a veces se
semejante sería posible graduar el nivel científico catego- los considera como «modelos», muy inadecuadamente,
rial del determinismo cultural. La tarea es muy prolija- metafóricafnente- por los marxistas que, sin perjuicio de
y en su ejecución aparecen interesantes problemas parti- hacer un uso fértil de los mismos, carecen de conceptos
culares ante los cuales no es nada fácil tomar una deci- gnoseológicos apropiados) y los modos de producción del
sión. Las líneas que siguen no pretenden, en modo algu- determinismo cultural. Los modos de producción son, en
no, desarrollar in forma la temática de este apartado -ello la construcción de Harris (como las culturas para Spen-
exigiría un volumen mucho más grande que el de Harris- gier, los campos inteligibles de estudio pzxa: Toynbee, o las
sino ofrecer algunas indicaciones relativas al modo según epistemes para Foucault) las figuras máximas o conceptos

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determinantes máximos de su campo de estudio, sin per- dades atributivas de tipo T y totalidades distributivas de
juicio de que, a su vez, también puedan utilizarse como tipo í . Lo que es común, en efecto se distingue de lo
cursos operatorios. Pero evidentemente, las instituciones privado -pero no de lo que es individual, puesto que la
se encuentran a distinto nivel gnoseológico: la guerra o comunidad de especie incluye la individualidad distribu-
el infanticidio se constatan tanto en el modo de produc- tiva. Hay que distinguir, en resumen, una comunidad
ción feudal como en el modo de producción capitalista -a distributiva (£) que es individualista (aunque no sea
la manera como el «ciclo de Cori» aparece tanto en ma- «privada») y una comunidad atributiva (T) que es esen-
míferos como en aves. Por lo demás, las propias figuras cialmente colectivista. Aparece aún claramente en núes-:
máximas son el resultado de una construcción gnoseoló- tros días, en España, ejercida esta oposición lógico mate-
gica. En el caso del determinismo cultural (como en el rial en la distinción entre los llamados bienes comunales
caso del materialismo histórico) estas figuras se constru- y bienes de propio de las circunscripciones municipales: los
yen seriadamente, y se dan como sucesivas (sin perjui- bienes comunales lo son en un sentido distributivo
cio de que puedan subsistir simultáneamente figuras del —ellos están íntegramente destinados a ser usufructua-
mismo nivel, en diferentes puntos del campo), a la dos por cada uno de los vecinos, sea simultáneamente,
manera como ocurre con los géneros, familias o clases en sea rotativamente (son propiedades colectivas, no pri-
la zoología evolucionista. Por ello, es superficial (aunque vadas, pero propiedades pensadas para ser distribuidas
no sea inexacto) decir que Harris organiza su exposición individualmente).. Pero los bienes de propio son bienes
según el orden cronológico. Porque el paleolítico, el no repartibles (no participables, no distribuibles), sino
neolítico, los estados prístinos, la trampa hidráulica, el destinados a las necesidades de la colectividad (cami-
feudalismo o el capitalismo, no son presentados (al me- nos, conducciones de aguas, etc.) y, por tanto, unida-
nos intencionalmente) como meras figuras que se suce- des a partir de las cuales, las circunscripciones munici-
den fantasmagóricamente, sino como figuras que preten- pales entran formalmente en relación con otras de su es-
den ser construidas las unas a partir de las otras (al igual cala y con el Estado (13). Por medio de esta distinción
que la elipse o la circunferencia se construyen a partir caracterizaríamos diferencialmente las respectivas estruc-
del cono) de acuerdo con los principios del determinis- turas de las situaciones iniciales del materialismo históri-
mo cultural. co y del determinismo cultural. Las diferencias estable-
cidas por medio de nuestra distinción lógico-material po-
Naturalmente cabe señalar una situación inicial, una drían ponerse además en correspondencia con las carac-
disposición cero. Se comprende (dada la naturaleza del terizaciones ordinarias del sentido global de estas
campo antropológico y el alcance global del proyecto) concepciones. Brevemente, la situación inicial de Harris,
que la representación de esta situación inicial tenga un se parece, más que ninguna otra, al estado de naturaleza
significado de primer orden en el momento de estable- en el que vivía el buen salvaje de los pensadores clásicos
cer el sentido mismo del determinismo cultural (corres- de la «burguesía individualista» de la Industrialización.
pondientemente: del materialismo histórico). En efecto; Es erróneo (dice Harris) suponer que en la edad de pie-
esta situación inicial no es, en modo alguno, pese a sus dra la vida era excepcionalmente difícil y los hombres
pretensiones, un simple dato empírico, sino la redefini- salvajes casi prehumanos. Su alimentación era mucho
ción de un material (sin duda en parte empírico) a partir más rica en carne que la nuestra promedio; la talla de los
del cual ha de proseguirse la construcción y, en parti- hombres de hace treinta mil años (177 los varones, 175
cular, la construcción futura (la predicción). En cierto las mujeres) habría sido superior a la de sus congéneres
modo, por tanto, se diría que el diseño de esta situación de veinte mil años después (175 y 173 respectivamen-
inicial ha de reflejar muy probablemente alguno de los te), leemos en la pág. 26. Cuanto a sus habilidades, los
componentes esenciales de lo que se juzgue situación fi- hombres primitivos no eran «chapuceros aficionados» e
nal. N o solamente, pues, el diseño de la situación inicial incluso podría decirse que las técnicas industriales mo-
está ejecutado desde la situación presente (como se ve dernas «no logran reproducir sus cuchillos extraordina-
muy claramente en las periodizaciones de Fichte o de riamente delgados de hoja de laurel, finamente lamina-
Hegel (12) sino que (cuando se mantienen posiciones dos, de 27 cm. de largo y sólo 1 cm. de espesor» (pág.
monistas) es muy probable que las líneas según las cuales 19). Y además, con muy poco esfuerzo (tres horas diarias
se diseña la situación inicial la configuren como un para- de trabajo incluso) tenían suficiente para subsistir, dedi-
digma embrionario de la situación final futura (según el cando el resto del día al ocio, al juego, al descanso. Es
esquema neoplatónico). Todo esto se ve muy claro en cierto que Harris no olvida ensombrecer el paraíso origi-
esa construcción teórica que el materialismo histórico nal de estos, buenos salvajes con la tinta tomada de la
llama la comunidad primitiva (el «comunismo primitivo»). sangre de los infanticidios paleolíticos. Pero, al margen
¿Cuál es la estructura de esa situación originaria en el de este componente «realista» (compartido por lo demás
determinismo cultural?. por civilizaciones avanzadas) lo que si parece claro es
Aparentemente, una estructura muy similar a la de
la comunidad primitiva del materialismo histórico. «La (13) Los incendios provocados de bosques, durante los últimos años, en
la cornisa cantábrica, son selectivos y se orientan principalmente hacia
tierra, el agua, los vegetales y los animales de caza era los bienes de propio («consorciados»). Vid. el trabajo de Arturo IMar-
propiedad comunal» (dice Harris en su capítulo VII, tín). Estudio sociológico sobre los factores condicionantes de los. incendios fores-
pág. 95). Pero (nos parece) esta similaridad es superfi- tales en la cornisa cantábrica, Oviedo, S.A.D.E.I., 1976, policopiado,
cial. Una similaridad fundada en la ambigüedad del con- pág. 119.
cepto comunidad (referida a la propiedad de los bienes de O f a distinción que puede ponerse en correspondencia con la que
venimos comentando es la distinción marxista (referida al socialismo)
producción, incluso de consumo, en una sociedad deter- entre los bienes de producción (el Sector I) y los bienes de consumo
minada). La definición pertinente nos parece ser aquí, (el Sector II). El «sector I» corresponde a los «bienes de propio»; el
como en muchos otros lugares, la distinción entre totali- «sector II», a los «bienes comunales». La oposición entre las totalida-
des í y T corta también otros muchos puntos del campo antropológico:
(12) Gustavo Bueno, Los Grundrisse, Sistema, n° 2, Mayo 1973, pág. por ejemplo, a la distinción entre el «Hombre» y «Ciudadano» de la
37-38. Declaración de derechos.

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que la comunidad primitiva de Harris es una comunidad cápita que una liberación de la servidumbre de los hom-
distributiva: los bienes comunes (diríamos) son entendi- bres a la naturaleza.
dos más bien como bienes comunales que como bienes pro-
pios. «La tierra, el agua, los vegetales y los animales de Por lo demás, la instalación de este nuevo modo de
caza eran propiedad comunal. Todo hombre y mujer te- producción, no fué uniforme, sino que se llevó a cabo
nían derecho a una porción igual de naturaleza. Ni las según figuras distintas, determinadas precisamente por
rentas ni los impuestos, ni los tributos impedían que la las peculiaridades del medio (del Nuevo y del Viejo
gente hiciera lo que quería. Todo esto fué arrasado por Mundo), según hemos dicho en la Sección anterior.
la aparición del Estado» (pág. 95/96). Podríamos aducir Unas peculiaridades que si bien permiten a Harris seguir
también (como indicio que delata la estructura distributi- considerando a Hernán Cortés y a los españoles como
va del concepto de «comunidad primitiva» de Harris) su simples «animales carniceros», en modo alguno alivian a
insistencia en representarse a esos grupos humanos como Moctezuma y a los aztecas de su canibalismo (frente a las
«diseminados individualmente», a razón de «1 o 2 per- idílicas pretensiones de los indigenistas antiespañoles)
sonas por milla cuadrada» (representación que, sin duda, porque la diferencia «moral» que Harris parece estable-
está impuesta por la aplicación del concepto estadístico cer entre el Viejo y el Nuevo mundo, no consiste preci-
de «densidad de población» pero que, sin perjuicio de samente en la mayor dulzura de éste respecto de aquel,
su verdad abstracta, contrasta con una representación sino en que los habitantes del Viejo mundo no comían
que subraye la proximidad relativa de los individuos pa- carne humana, no devoraban a los hombres a quienes,
leolíticos en el seno de las bandas u hordas comunales). sin embargo, habían asesinado.
Y, por último, podríamos aducir también el amplio uso
que Harris hace del concepto de los «grandes hombres» En el Viejo Mundo, las adeas (que prefiguran las
como «grandes distribuidores», porque con ello se está ciudades), habrán sido previas a la instalación de la agri-
haciendo descansar en el consumo individual la finalidad cultura. Ellas nacieron en función de los rumiantes del
de una producción colectiva anterior a la aparición del contorno y, por consiguiente, nacieron como aldeas lla-
Estado. Se diría -sin que esto pueda constituir en modo madas a tener un gran desarrollo tecnológico (en el
alguno una objección de principios- que las representa- sentido spengleriano). Pero en el Nuevo Mundo la agri-
ciones que Harris se hace de la vida primitiva tienen cultura, que habría brotado en él independientemente
mucho que ver con las representaciones que un gran (Harris, siguiendo la tradición evolucionista del naturalis-
profesor norteamericano pueda tener, durante sus vaca- mo, prefiere esta tesis sobre el origen de la agricultura
ciones, en una isla de la costa de Maine. americana á las tesis difusionistas -«propagandistas», tra-
duce^ pintorescamente González Prejo) fué anterior en
A partir de esta situación originaria, la reconstruc- casi mil años a la instalación de aldeas y cuando edifica-
ción qiie Harris hace de las principales figuras e institu- ron las ciudades, éstas tuvieron otro carácter que las del
ciones de la Historia humana adquiere un, formato casi Viejo Mundo. Por ejemplo, las ciudades del Viejo
geométrico {salva veníate). N o es posible aquí reexpo- Mundo dispondrán de templos a los cuales acudirán los
nerlá en detalle. Nos limitaremos a algunos ejemplos. fieles (poseedores de vacas, cabras o corderos) para forti-
ficar su esperanza en la vida futura: diríamos que Harris
A la sociedad primitiva («paleolítica») se la conside- entiende la función de los templos del Viejo Mundo
ra, en principio, en equilibrio ecológico y en estado esta- como inmensas «salas de espera» imaginarias y a sus sa-
cionario. Es el equilibrio del paraíso. El «pecado origi- cerdotes como ima suerte de «guías de turismo» de via-
nal» que determina la salida del paraíso (en rigor: de los jes espaciales. «Cuando el globo se cubrió de decenas de
paraísos) es decir, la ruptura del equilibrio, no se pro- millones de esclavos harapientos y sudorosos, los 'gran-
duce tanto en virtud de un desarrollo interno de la co- des proveedores' fueron incapaces de actuar con la
munidad primitiva -de las comunidades primitivas separa- "pródiga generosidad* de los jefes bárbaros de antaño.
das por tierra de nadie- sino por el juego de otros facto- Bajo la influencia del cristianismo, el budismo y el is-
res, considerados, desde luego, en la axiomática. El prin- lamismo se convirtieron en 'grandes creyentes' y erigie-
cipal es el cambio mismo del medio hacia el fin del tercer ron catedrales, mezquitas y templos en los que no se ser-
glaciar (pág. 34). Hace unos trece mil años, el crecimien- vía nada de comer» (pág. 163). Este rasgo negativo, que
to y expansión de los bosques de abedules y otras espe- sería extemporáneo para caracterizar a una «sala de espe-
cies similares determinaron una retirada de los pastos y, ra», es sin embargo pertinente cuando (después de haber
por tanto, un descenso de la caza (descenso al que con- considerado a los grandes creyentes de las religiones su-
tribuye, desde luego, el propio ritmo de la matanza de- periores como los mismos grandes proveedores metamor-
predadora). Es así como se pasará (digamos: a partir del foseados) se confrontan los templos de las ciudades del
producto de los hombres y del medio) al establecimiento Viejo Mundo con los del Nuevo . Porque aquí los tem-
de una nnev2. figura (o modo de producción), a saber, la plos tendrían más bien la función (diríamos) no ya de
agricultura, el modo de producción agrícola. La agricultu- «salas de espera», sino de «tenaplos-restaurantes», en
ra, no será, según esto, el resultado de un descubrimiento donde los pueblos caníbales mesoamericanos podían con-
genial, inspirado por algún dios o por un gran hombre, sumir carne humana, y no como mera golosina o como
es decir, una invención gratuitamente surgida. No les fal- parte de un místico ritual (la tesis de A. Caso (14)), sino
tó nunca capacidad intelectual a los hombres paleolíticos como componente sustancial de su dieta; correspondien-
para instaurar la agricultura: simplemente no la necesita- temente, los sacerdotes aztecas asumirán la función de
ban. La agricultura podrá construirse, entonces, antes co- matarifes y de cortadores, más bien que las de «guías de
mo nn sucedáneo que como un invento (orientado a poner turismo» propias de los sacerdotes del Viejo Mundo, No
al hombre en un escalón superior, en su escala del pro-
greso). La agricultura, por otra parte, entre otros efectos,
habría determinado más el incremento del trabajo per (14) Alfonso Caso. El Pueblo del Sol, México, F.C.E., 1974, pág. 98.

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sólo, es cierto, del Viejo Mundo: «Las llamas permitie- nada prácticamente puede decirnos acerca de contenidos
ron que los incas dejaran de sacrificar seres humanos culturales tan importantes como lo son las estructuras
porque les permitieron dejar de comer seres humanos. lingüísticas?. La ilusión del antropólogo científico que,
La lección parece clara: la carne de los rumiantes con- por referirse a las estructuras generales del determinismo
tuvo el apetito de los dioses y tornó misericordiosos a cultural, cree envolver gnoseológicamente a las catego-
los 'grandes proveedores'» (pág. 173). rías lingüísticas podría asimilarse a la ilusión de un físico
que, por entender las leyes generales de la Termodiná-
Creemos que no, en modo alguno. No son precisa- mica, cree poder entender el dispositivo tecnológico de un
mente los individuos (Soni, Shakespeare, Rockefeller) motor Diesel. Pero lo que decimos de las categorías lin-
aquellos contenidos del campo antropológico que perma- güísticas hay que extenderlo a las categorías musicales,
necen «indeterminados» ante los principios del determi- arquitectónicas, morales, religiosas —a todas las «for-
nismo cultural: son regiones categoriales enteras las que maciones simbólicas» (en el sentido de Cassirer, por
permanecen en la sombra del cono de luz que, sin duda, ejemplo). ¿Acaso es pertinente, al trazar las diferencias
proyectan aquellos principios. Comparativamente, inclu- entre las pirámides egipcias y las aztecas, apelar a la opo-
so diríamos que los individuos, en el sentido —por lo sición entre pavos y corderos.''. Es trivial la influencia
demás ordinario— de Harris, aparecen mucho más de- diferencial de la fauna o de la flora en las respectivas
terminados por el determinismo cultural de lo que sus «formaciones simbólicas» cuyas estructuras, en todo ca-
sobreentendidos gnoseológicos preveen. En efecto, las so, no se agotan, sobre todo a medida que van desarro-
categorías antropológicas consideradas en la Antropolo- llándose, en el proceso de nimesis. Pero los principios
gía diferencial de las razas humanas (Antropología que es del determinismo cultural operan, por decirlo así, un «li-
sin duda una ciencia humana) quedan en primer lugar en sado» de las formaciones culturales reduciéndolas a su
la zona de sombra. Los principios del determinismo cul- «estructura molecular» (a su estructura proteínica, pon-
tural son indiferentes aplicados al hombre de Neander- gamos por caso). Y cuando se tiene que reintroducir la
thal o al hombre de Java; las diferencias entre négridos, referencia a formas simbólicas concretas (imaginería mi-
európidos o mongólidos quedan también borradas ante tológica, «monstruos sobrenaturales», por ejemplo), se
los principios del determinismo cultural. N o se trata de acude al concepto de «alucinación», puramente psicoló-
sugerir que Harris no conozca perfectamente los conte- gico (o crítico-epistemológico), pero extemporáneo. Por-
nidos de la Antropología raciológica; se trata de que el que no se trata de ver los mitos religiosos como «aluci-
cierre logrado por los principios del determinismo cul- naciones», sino de dar cuenta de sus contenidos, en cuan-
tural segrega aquellos otros contenidos, los deja fuera a la to sometidos a una legalidad objetiva (no psicológica),
manera como el cierre geométrico segrega o «deja fue- sin perjuicio de su entidad «fenomenológica».
ra» a los colores o a los tiempos (los triángulos resultan-
tes de la división de un polígono, no son, geométrica- N o negamos, en absoluto, en resolución, la potencia
mente, ni rojos ni verdes ni amarillos, y no tanto porque constructiva (explicativa) del determinismo cultural en
sean incoloros -como pensarían los «platónicos»- cuanto Antropología; precisamenjce porque la reconocemos
porque las reglas de aquella división se aplican sustituti- ampliamente, ponemos el problema urgente de la delimi-
vamente a cualquier tipo de coloración de los triángulos tación de su alcance, la cuestión dialéctica de la opo-
fisicalistas). Pero no solamente las categorías raciológicas sición entre lo que, siendo general, no es, sin embargo,
(propias de la llamada Antropología física, pero no por total (el análisis de la estructura de unos principios que,
ello, sobre todo desde la perspectiva naturalista en la aún refiriéndose el totum antropológico, no lo afectan to-
que Harris se sitúa, menos internas al campo antropoló- taliter). Porque no son las categorías culturales más fami-
gico), sino también la mayor parte de las categorías cul- liares a las ciencias humanas aquello que queda determi-
turales, de las formaciones culturales lingüísticas, artísti- nado por los principios de determinismo cultural. En la
cas, tecnológicas, religiosas, filosóficas. Es cierto que es- medida en que estos principios tienen una esfera de de-
tas formaciones culturales son también relativamente terminación, también podrán considerarse como princi-
independientes (gnoseológicamente) entre sí —las leyes pios categoriales. Y entonces ¿por qué considerar a la
lingüísticas, referidas a cada lenguaje particular, son inde- Antropología que se ajusta a los principios del determi-
pendientes de las peculiaridades raciológicas (y no nismo cultural como Antropología simpliciterl. Su gene-
porque una lengua pueda ser pensada como estructura ralidad ¿no sigue siendo tan abstracta (tan parcial, por
independiente de cualquier raza, sino porque no depen- tanto) como la generalidad inherente a la Psicología o a
de de una en concreto, porque cualquier individuo de la Sociología?.
cualquier raza puede hablar cualquiera, según subrayan
los chomskyanos, si bien extrayendo acaso consecuencias La cuestión que planteamos, es una cuestión gnoseo-
excesivas en lo que se refiere a la equivalencia mutua de lógica de primer orden. N o se trata tanto de dar cuenta
cualquier lengua, a su traductibilidad recíproca). Ahora de cómo unos principios categoriales (como los del de-
bien, los principios del determinismo cultural, que nos terminismo cultural) pueden dejar fuera o segregar, en el
ofrecen esquemas sobre el origen, desarrollo y fin de las proceso de su cierre a masas muy voluminosas pertene-
culturas, no nos pueden decir absolutamente nada (o cientes al campo material, sino de comprender como, se-
prácticamente nada) sobre por ejemplo, el origen, estruc- gregándolas, pueden sin embargo quedar determinados
tura, desarrollo y función de los lenguajes, tan como los ritmos objetivos y generales del campo antropológico
estudia la ciencia lingüística. Ellos se suponen simple- -los ritmos que señalan «el origen, desarrollo y decaden-
mente dados (como el geómetra los colores) pero sin cia» de las culturas.
que sean partes formales de esta Antropología general. Ante todo, consideremos la «segregación de los in-
dividuos». Esta «segregación», que Harris reconoce
¿Qué tipo de generalidad hay que atribuir entonces explícitamente, no significa solo, desde el punto de vista
^ una ciencia universal del hombre que, sin embargo, de nuestras coordenadas gnoseológicas, la abstracción del

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EL BASILISCO, número 4, septiembre-octubre 1978, www.fgbueno.es

«caso individual», como átoyov (y no tanto por motivos


ontológicos —en el sentido de Engels: «Si el teniente
Bonaparte hubiera muerto en Tolón, otro teniente ha-
bría llegado a ser Primer Cónsul»—, también por mo-
tivos epistemológicos) sino, sobre todo, la «segregación
del individuo operatorio» (concepto gnoseológico, más
que epistemológico, la regresión desde el plano P-opera-
torio a un plano a-operatorio. El problema gnoseológico
que nos plantea esta segregación, si no la entendemos
mal, tiene que ver con el momento operatorio del indivi-
duo de los campos de las ciencias humanas (y etológicas),
más que con el momento individual de los «hombres»
segregados, en cuanto términos de la «clase de orden ce-
ro» de la teoría de los tipos lógicos (clase que cubre no
sólo a los hombres, sino también a los objetos inorgáni-
cos, etc., etc.)- La «segregación de los individuos», no es
sólo, entonces, la segregación de ciertos individuos so-
bresalientes (como Soni, Shakespeare o Rockefeller),
absorbidos en el «torbellino de las masas, ó de los pue-
blos, sujetos de la historia», sino la segregación de todos
los individuos, en cuanto sujetos operatorios. Y esta
consecuencia gnoseológica se encuentra en contradicción
con el proceder mismo de Harris, dado que, en su expo-
sición, según hemos dicho, las leyes del determinismo
cultural se abren camino a través de los individuos ope-
ratorios. «Las decisiones [subrayado nuestro] individuales
de millones y millones de agricultores produjeron, como
resultado acumulativo, el tabú de la carne de vaca»
-—dice Harris (pág. 199). Expresado en nuestro lenguaje
gnoseológico: El determinismo cultural no puede desa-
rrollarse al margen, s¡no a través de y por mediación de
las operaciones P, del plano P-operatorio, que incluyen
los mismos individuos a los cuales, por otra parte, las
pretensiones nometéticas tienden a eliminar. Porque
¿acaso el determinismo cultural no recae precisamente
sobre esas operaciones —sobre esas decisiones— remi- guen a influir en el curso general, sea porque se neutrali-
tiéndonos, por tanto, al plano a-operatorio?. ¿No hay zan, sea porque la trayectoria global se dibuja en otro
contradicción entre los principios de un determinismo de «orden de magnitud». Es el caso de un avión averiado
las decisiones individuales y la exigencia dé contar con «en caída libre»; los movimientos libres de los pasajeros
estas decisiones para establecer el determinismo?. podrán acaso dar cuenta de ciertas oscilaciones, pero no
La contradicción se daría en el supuesto de que las^ del curso de la caída.
decisiones individuales fueran verdaderamente operato-
rias, «conscientes de sus objetivos», cosa que puede ocu- Ni siquiera la posibilidad de predecir el curso his-
rrir (viene a decirnos Harris) en éí futuro, cuando el hom- tórico del desarrollo de las culturas (según alguna de sus
bre conozca los factores que intervienen en el curso de líneas cronológicas y aún de otra índole abstracta) ><iebe
los acontecimientos. Pero Harris refiere el determinismo confundirse con la efectividad de un conocimiento del
cultural al pretérito, a la «realidad humana efectiva». Pero determinismo del material antropológico. La predicción
¿es absurdo introducir en ella la intervención de decisio- podría estar fundada, por ejemplo, en el conocimiento
nes operatorias que sólo lo sean parcialmente. Tales de- de componentes que, aunque esenciales, sean materiales
nes Operatorias que sólo lo sean parcialmente. ¿Tales de- y no formales. En esta hipótesis, cabría decir que más
cisiones estarían también determinadas, sea por la acu- que las claves de los orígenes de las culturas, conocemos
mulación de terceras decisiones (confluyentes con las las claves genéricas de sus decadencias. Esto ocurre tam-
dadas, y sin que sean tenidas en cuenta -en una situación bién en las ciencias naturales. La Biston betularia gris
de juego- por ellas) —^lo que nos remitiría ya a un plano blanca, desaparece en los bosques ingleses contaminados
a-operatorio— sea porque existan ciertos sujetos que, sustituida por la carbonaria gris negra; el proceso del me-
ante un conjunto finito de alternativas, hayan de escoger lanismo industrial permite determinar los ritmos de la
según alguna regla presupuesta (económica, por ejem- desaparición de la mariposa blanca, pero no 'dá cuenta
plo). Podría hablarse entonces de un regressus al plano de la morfología de la carbonaria (que, en realidad, hay
aoperatprio, a partir del plano P-operatorio, a saber, un que presuponer ya prefigurada genéticamente). También
un regreso en el sentido del regreso que llamamos o, si la construcción de Harris dá por supuesto el «equipo
es posible determinar efectivamente la serie de alternati- morfológico-cultural» de los individuos de una sociedad
vas que envuelve a cada conjunto, o bien si es posible la dada; equipo desde el cual tiene lugar, por ejemplo, la
¿omposición de las decisiones libres según reglas que regulación proleptica de la población. Prolepsis que inclu-
conduzcan a una resultante necesaria, determinada. En ye operaciones aritméticas, coordinaciones precisas que,
estas hipótesis, las decisiones libres podrían figurar inclu- a su vez, presuponen estructuras familiares etc. (por
so como dadas a una «escala» tal que sus efectos no lle- ejemplo, cuando se atribuye a un grupo social la pose-

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sión de la regla: «cada dos padres, dos hijos», como re- de en el capítulo siguiente: «Las seis regiones en las que
gla para alcanzar £l estado demográfico estacionario). Los es más probable que se haya desarrollado el Estado prís-
«equipos moríplógico-culturales» los dá Harris. como tino poseen, sin duda alguna, zonas de producción clara-
presupuestos cuando establece el punto cero, el estado mente circunscritas. Como ha sostenido Malcolm Webb,
inicial. Pero sólo a partir de estos equipos implícitamente todas estas regiones contienen núcleos fértiles rodeados
reconocidos tiene lugar la predicción (la construcción). por zonas de potencial agrícola bruscamente reducido.
Aquí pondríamos la diferencia entre la Antropología En realidad son valles recorridos por un río o sistemas
«ecológica» de Harris y la Antropología zoológica (o lacustres rodeados por zonas desérticas, o, al menos,
etológica), que resuelve en los individuos en tanto que fi- muy secas. Es famosa la dependencia de Egipto, Mesopo-
guran como elementos de una especie distributiva, o de tamia y la India antigua de las llanuras anegables del
un género. Nilo, el Tigris-Eufrates y el Indo» (pág. 110-111). Por lo
demás, la configuración de los Estados prístinos determi-
Independientemente de la figura de la agricultura, nará —diríamos que a la manera como el triángulo ins-
Harris introduce la institución de la guerra, que no deri- crito en un cuadrado, que une dos vértices colineales y
varía de la agricultura, sino más bien (diríamos) de las toca al lado opuesto, determina otros dos triángulos se-
relaciones entre distintas comunidades primitivas que se cundarios— la configuración de otros Estados de segun-
disputan, por ejemplo, la tierra de nadie (pág. 52). Las do orden, que recaen sobre los primeros y que no ne-
guerras vienen a fiíncionar, en la «geometría» de Harris, cesitan apoyarse en una base agrícola previa, pero sí en
como un dispositivo operatorio, según el cual las opera- la guerra (por ejemplo, los Estados germánicos que bor-
ciones reconocidas en el sistema (obtención de alimen- dearon al Imperio Romano).
tos, control demográfico) se coordinan de un modo pe-
culiar. La institución de la guerra desempeña un papel Las repercusiones que la aparición del Estado com-
muy importante en la construcción de Harris, en especial portan en orden a la re-configuración de las estructuras
como dispositivo operatorio que vincula a círculos distin- parentales (principalmente, la transformación de la es-
tos de las que hemos llamado «clases de equivalencia»
A, que discriminan a las mujeres (por su menor ñierza
muscular, y con ello las excluye, por analogía, de la caza
mayor, pág. 66) y dá origen a todo el curso de situacio-
nes que constituyen la problemática principal de la
teorías del feminismo. La guerra es también causa y no
efecto del complejo de Edipo, con todo lo que él implica
(pág. 93). Pero, paralelamente, y principalmente, la insti-
tución de la guerra determinaría la estructuración de la
figura del Estado. Si pudiéramos reducir a una expresión
algebraica la construcción de Harris (que sigue en este
punto muy de cerca a Malcolm Webb), escribiríamos :
«Estado = Sociedad agrícola I x Sociedad agrícola II»,
interpretando «x» como la institución de la guerra. Ha-
blamos aquí de los Estados prístinos (es decir, de los Esta-
dos que no brotan supuesta la existencia de otros Esta-
dos previos, es decir, de los Estados que no sean «Esta-
dos secundarios»). Según Harris el Estado no brota me-
ramente de la intensificación de la Agricultura. Los exce-
dentes derivados de esta intensificación y elaborados por
la institución de los «grandes proveedores» no conducen
al Estado ( el «gran proveedor» no tiene anejas las fun-
ciones de jefe político o militar, pág. 103). Sin embargo,
las sociedades agrícolas han de considerarse, en general,
a la base de los Estados prístinos (sin que se nos diga la
razón por la cual el Estado no pudo constituirse a partir
de las sociedades cazadoras) y, en particular, los agricul-
tores de cereales y otros productos susceptibles de ser
conservados y «capitalizados» por los grandes proveedo-
ra:. Ahora bien: cuando la guerra (la institución de la
guei."a) se aplica —y, otra vez, no gratuitamente, sino a
raíz dt. algún cambio ecológico que determine una caída
en la pr». ducción de cereales, por ejemplo— por una so-
ciedad agrícola, el aparato militar organizativo necesario
para enfrentarse con un enemigo (estructurado ya de un
modo preciso), así como el aparato necesario para admi-
nistrar el botín y los prisioneros después de la victoria, al
reaplicarse a la sociedad agrícola presupuesta hará que
ésta pueda cobrar la figura de un Estado. «La forma de
organización política que denominamos Estado surgió
precisamente porque pudo llevar a cabo guerras de con-
quista territorial y saqueo económico» (pág. 57). Y aña- • •«Íl»-.,.4; ^>^il^*fA.'.*'5'iA V

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tructura matrilineal en la estructura patrilineal y patrilo- tegoríales (salvo en las proposiciones precisas que pue-
cai «clásica») son también presentadas por Harris brillan- dan reivindicar como de su competencia, restituyéndolas
temente según un método que alguien llamaría «deducti- a su propia categoría).
vo» y que nosotros preferimos llamar «constructivo»,
aún cuando no nos sea posible entrar aquí en este análi- Ahora bien: Así como es natural que cada ciencia se
sis. desarrolle envuelta en un halo de ideas metacientíficas
(de índole gnoseológica) que, sin embargo, la desbordan,
IV. LOS SUPUESTOS DEL DETERMINISMO así también es natural que cada ciencia asuma posiciones
o supuestos relativos a la determinación de la situación
CULTURAL EN RELACIÓN CON LAS de su categoría con el campo material en el cual se inser-
CIENCLAS HUMANAS Y CON EL ta; y también el análisis de estos supuestos excede el
MATERLALISMO HISTÓRICO ámbito de la ciencia categorial estricta. Si asignamos a la
filosofía (aunque sin intención exclusivista) el análisis de
Concedamos que el determinismo cultural de Harris estos supuestos de las ciencias categoriales, diremos tam-
tiene mucho de construcción científica, que está desarro- bién que cabe una «crítica filosófica de las ciencias» que
llado dentro de una metodología con intención realmen- , afectará, no ya a su textura propia, pero si a multitud de
te científica. Esto no quiere decir que todas sus partes componentes que la atraviesan y de los cuales no puede
sean impecables, que todas sus proposiciones sean verda- prácticamente prescindir (puede en cambio sustituir unos
deras, y que no contengan relaciones erróneas. Quiere por otros).
decir que los errores que eventualmente pueda contener
-—así como los planteamientos desajustados— incumben La situación se hace mucho más delicada cuando
a la crítica científica misma; quiere decir que la tesis uti- (como ocurre con las ciencias humanas) los cierres son
lizada por Harris (en su capítulo 11) sobre la coinciden- precarios, cuando las identidades (verdades) son suplidas
cia de 'la desaparición del cerdo de la dieta mesopotámica por semejanzas más o menos fundadas, cuando la cienti-
y el grave agotamiento ecológico (y el declive de la pro- ficidad es más programática e intencional que real y efec-
ductividad) en la baja Sumeria, si se considera errónea, o tiva. Todo esto, por un lado, el gnoseológico. Pero ade-
dudosa, o impertinente, debe ser remitida a los historia- más, hay que tener en cuenta también el lado de los
dores, a los arqueólogos o a los paleontólogos, para su «contenidos» la namraléza de las relaciones semánticas
enjuiciamiento preciso. entre las categorías y los campos materiales en el caso de
Pero una vez concedido esto -y dado que aqui no las ciencias himianas. Tal es el caso que nos ocupa.
mantenemos el punto de vista de ninguna ciencien parti-
Se diría que el determinismo cultural de Harris se
cular sino el punto de vista filosófico- el problema
autoconcibe como la «ciencia que expone las claves del
que sé plantea inmediatamente es el siguiente: ¿Qué
campo antropológico», por tanto, envolviéndolo entera-
sentido puede tener una crítica filosófica de una ciencia?.
mente y prácticamente agotándolo. Pero esto significa
Hablamos de crítica filosófica pensando, no ya en el for-
que los principios o axiomas del cierre del determinismo
mato gnoseológico (lógico-material) de la construcción
cultural, en lugar de asumirse estrictamente como tales,
científica (porque entonces sí que cabe hablar de crítica
resultan estar al mismo tiempo funcionando como su-
filosófica, de crítica gnoseológica), sino en los propios
puestos desde los cuales se interpretan los principios de
contenidos de la construcción. ¿No son los antropólogos
terceras ciencias categoriales que cruzan el campo antro-
(científicos) quienes tendrán que juzgar sobre estos con-
pológico. Nos referimos a ellos como supuestos gnoseológi-
tenidos?.
cos. Simultáneamente, este sistema de supuestos (gnoseo-
La respuesta no es nada sencilla. En primer lugar, lógicos) se nos aparecerá como algo relacionado con
porque no es posible diferenciar nítidainente, en con- otros sistemas alternativos de supuestos (que llamaremos
creto, el formato gnoseológico de una construcción científi- ontológicos: nosotros consideraremos a los del materia-
ca y los contenidos de esta construcción (muchos de los lismo histórico) que, además de funcionar como princi-
cuales se configuran el propio proceso lógico-material). pios de cierre de otras ciencias antropológicas, pretenden
En segundo lugar, porque nosotros nO sabemos muy también erigirse en esquemas de interpretación de los
bien qué son los «antropólogos» en cuanto científicos principios de otras categorías antropológicas.
(descontando a los antropólogos físicos). Y no precisa-
mente porque dudemos de que los «antropólogos» ten-
gan que ver con la ciencia, sino precisamente porque tie- A) SOBRE LOS SUPUESTOS GNOSEOLOGICOS
nen que ver con demasiadas ciencias -con la Sociología, DEL DETERMINISMO CULTURAL
con la Etnología, con la Psicología, con la Historia con la Sin necesidad de una formulación explícita, Harris
Economía Política. ¿Acaso esta Antropología puede deja bien clara su concepción del determinismo cultural
concebirse como la «ciencia global» del Hombre?. Pero como el contenido mismo de algo así como una antropo-
entonces (en tercer lugar) tendríamos que tener en cuen- logía fundamental, de una ciencia capaz de ofrecer las cla^
ta que una ciencia es categorial. Y una ciencia que organi- ves últimas de todos los materiales dados en el campo
za categorialmente un campo dado, no sólo puede con- humano, y que constituyen el tema de las ciencias hu-
siderarse desde la perspectiva de su categoría (es decir, manas particulares. En efecto, el determinismo cultural
desde la perspectiva cerrada de las relaciones entre sus de Harris ofrece el marco general en el que se nos
partes) sino también desde la perspectiva de las relacio- muestran las razones de la aparición, funcionalidad y de-
nes entre las restantes categorías que cruzan el campo saparición de las más diversas formaciones sociales (por
(y que, en todo caso, no queda agotado por ninguna de ejemplo, los tipos de parentesco: matrilocal o matrili-
ellas). Esta perspectiva ya no corresponde a la ciencia neal), o políticas (la guerra, el Estado feudal o el capita-
categorial estricta, ni tampoco a las restantes ciencias ca- lista); y se nos muestran también las razones de diversas

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estructuras psicológicas (como el complejo de Edipo) e las relaciones «radiales» entre los hombres y la Naturale-
incluso de las grandes religiones (como el hinduismo -«la za —ecologismo— el materialismo histórico organizaría
vaca sagrada»- o el judeocristianismo -«el cordero de la el campo pasando a primer plano las relaciones «circula-
misericordia»-). Parece, pues, natural decir que una res» (sin que ello signifique que no tome en cuenta las
teoría científica, como la Antropología desarrollada se- relaciones radiales). De aquí la propensión del materia-
gún los principios del determinismo cultural, está asu- lismo histórico que hemos llamado «plano» a recaer en
miendo la función de ciencia fundamental del hombre. un sociologismo,. la tendencia a derivar los contenidos
Antropología simplkiter, puesto que todo contenido hu- ideológicos, históricos, culturales, de la estructura social,
mano que sea científicamente inteligible, deberá termi- considerándolos como superestructuras o reflejos del
nar envuelto por sus coordenadas. De hecho, pues se «ser social del hombre». El materialismo histórico
diría que Harris sobreentiende que la relación entre la «ampliado» (tridimensional) que defendemos tiene, con
categoría antropológica y las demás categorías humanas todo, más afinidad con el materialismo histórico «restrin-
(políticas, sociológicas, económicas, religiosas, morales) gido» que con el determinismo cultural, debido a la
-por tanto, la relación entre la Antropología y las res- mayor afinidad que el orden de relaciones «angulares»
tantes ciencias humanas- es la relación de lo general a lo guarda con el orden de relaciones circulares, que con el
particular. Lo general, envuelve a lo particular, y por orden de relaciones radiales. A fin de cuentas, las rela-
ello, la Antropología funcionará como la ciencia envol- ciones circulares podrían interpretarse como uíja especi-
vente del campo humano íntegro. A lo sumo, tan sólo ficación (para los casos de simetría) de las relaciones
dejaría fuera de su alcance a lo humano-individual: pero angulares (las relaciones entre los hombres podrían verse
no tanto por ser humano cuanto por ser individual como una especificación de las relaciones entre los hom-
(como ocurre también en las ciencias naturales). Recibi- bres y los animales). Pero así como las relaciones circula-
mos la impresión de que esta limitación «idiográfíca» que res, aún siendo dadas entre sujetos, son las que permiten
Harris atribuye a la Antropología general es entendida desbordar el psicologismo, así también son las relaciones
tan sólo (en la línea del naturalismo antropológico, el de angulares aquellas que (a nuestro juicio) permiten des-
Tylor, por ejemplo), como limitación común a toda cien- bordar el sociologismo antropológico, incorporado interna-
cia, que sería ciencia de lo universal, ciencia «nomotéti- mente en el materialismo histórico el mismo orden de
ca». «No pretendo saber por qué Soni [un mumi de las relaciones radiales.
Islas Salomón] se convirtió en un gran dador de festines,
ni por qué John D. Rockefeller .se convirtió en un gran
acumulador de riquezas. Tampoco sé por qué un indivi- Como ilustración del alcance de estas diferencias
duo y no otro, escribió Hamlet. Estoy absolutamente dis- recordamos que Harris considera las relaciones de con-
puesto a dejar que estas cuestiones se disuelvan en un flicto entre los hombres (por ejemplo, las relaciones de
perpetuo misterio» (pág. 257) (15). canibalismo, o los conflictos entre bandas, o los conflic-
tos de clase) al mismo tiempo que está suponiendo que
estas relaciones de conflictos {circulares) sólo son verda-
Esto nos remite de nuevo al proyecto de una Antro- deramente significativas, desde el punto de vista históri-
pología científica general, capaz de ofrecer las claves de- co, cuando, a través de ellas, brota la «relación ecológi-
terminantes de toda región antropológica especial inteli- ca». Los hombres aparecen como comestibles, sucedá-
gible, con excepción de lo individual (como loáXoYOv). neos de los animales; los conflictos entre bandas tienen
¿Realiza la obra de Harris este proyecto, o, al menos, se lugar a través de la disputa de una tierra de nadie {natu-
aproxima suficientemente a el como para poder tomarla ral); las luchas de clases no determinan un cambio más
como prueba de su viabilidad?. que cuando los recursos del medio correspondientes al
modo de producción, se han agotado. (En general, se tra-
B) SOBRE LOS SUPUESTOS ONTOLOGICOS ta de relaciones «naturalistas» que fueron ya cultivadas
DEL DETERMINISMO CULTURAL por el «darwinismo social»). En cambio, para el materia-
lismo histórico, son las relaciones" dialécticas «circula-
Los principios de cierre del determinismo cultural res», determinadas principalmente en la forma de rela-
asumen la significación de supuestos ontológicos cuando ciones entre clases sociales, aquellas que se declaran for-
se les considera como «principios arquitectónicos» del malmente como motores de la Historia. Incluso cuando se
campo antropológico en su integridad. Es aquí en donde habla del conflicto que surge, «a un cierto grado de de-
estos supuestos pueden aparecérsenos como enfrentados sarrollo», entre las fuerzas materiales productivas de la
a otros alternativos —consideraremos aquí los del mate- sociedad y las relaciones de producción, los componen-
rialisnio histórico, en el sentido dicho— cuyos perfiles tes naturales de aquellas fuerzas materiales están ya me-
respectivos se delinearán más nítidamente en la confron- diados por el trabajo humano (digamos: están «culturali-
tación. Nos atenemos a lo que juzgamos esencial. zados») en tanto que, desde luego, las relaciones de pro-
ducción quedan obviamente del lado de las relaciones cir-
1). En primer lugap, la organización global del cam- culares. Ni que decir tiene, por otra parte, que el recono-
po, en el cual tanto el materialismo histórico como el de- cimiento (al menos implícito) de esta «autonomía» en el
terminismo cultural vienen a reconocer similares compo- desarrollo de las relaciones circulares no es exclusivo del
nentes y órdenes de relaciones establecidas entre térmi- materialismo histórico. Otras antropologías de orienta-
nos dados a similar escala (v. gr., «Hombre», «Naturale- ción naturalista también lo asumen. Recordemos a
za», etc.). Pero la organización de estos órdenes de rela- Marshall Sahlins, dadas las coincidencias que, no obs-
ciones sería diversa en cada caso. Mientras e] determinis- tante, tiene con Harris en lo tocante a la crítica del «pre-
mo cultural organiza el campo pasando a primer término juicio neolítico», el que impediría ver la condición «opu-
lenta» de los hombres de la Edad de piedra (opulencia
(15) Marvin Harris. The rise of anthropological theory. New York, Tho- que Sahlins, por lo demás, explica apelando a un concep-
mas Y. Crowell, 1968, pág. 169.

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to de opulencia inspirado en el budismo Zen). Pero como infinita, al menos, como inmensa (en Sahlins sería
Marsahll Sahlins no acepta que el nivel demográfico (que más bien «elástica»), comcx^ndeterminada, según la tra-
es de «orden circular») de una sociedad primitiva sea dición hegeliana..Y esta iilíinitud de la naturaleza no so-
simplemente función de los recursos ecológicos (de «or- lamente está implicada con la concepción ontológica
den radial»). Intenta extraer el significado de los resulta- materialista en general (17) sino que también puede en-
dos de ciertas técnicas de análisis antropológico centrado tenderse sencillamente como una exposición del estado
en torno al concepto de «capacidad crítica de conten- mismo del funcionamiento gnoseológico del materialis-
ción», límite teórico al que puede llegar la población sin mo histórico (por cuanto, según suponemos, la naturale-
degradar la tierra y sin comprometerse el futuro de la za no juega un papel formal inmediato en la dialéctica
agricultura. (Siguiendo a Alian se calcula —^para la agri- histórica). Y estas diferencias entre las concepciones del
cultura basada en el sistema de roza— por la fórmula materialismo histórico y el determinismo cultural subsis-
100 CL/P, siendo P el porcentaje de la tierra cultivable a ten sin perjuicio de que, paradójicamente, la comunidad
disposición de la comunidad, L el promedio per cápita de primitiva del determinismo cultural (aún situada en un
hectáreas cultivadas y C un factor que representa el nú- mundo finito) aparece representada como una comu-
mero de unidades de cultivo necesarias para un ciclo nidad opulenta, mientras que la comunidad primitiva del
completo). Desde estos criterios, se concluye que la den- materialismo histórico,. aún inserta en un mundo finito,
sidad de población representa a veces sólo el 64% de la tiende a ser representada como una comunidad necesita-
capacidad agrícola general (en la región Naregu de Nue- da, que requiere constantemente preocuparse por su
va Guinea); en otras ocasiones se alcanza sólo el 7% del subsistencia. En cualquier caso estas diferencias se vincu-
máximo de la población calculable (una aldea kuikuro lan a su vez con otros componentes ideológicos-filosófi-
con 145 personas, tiene 6000 hectáreas cultivables —de cos de los que reseñalaremos especialmente los compo-
las que sólo utiliza 500—-, lo que permitiría una expan- nentes ecologistas del determinismo cultural, frente a los
sión a 2041 persogas). ¿Qué deduciríamos de estos re- componentes cristianos del materialismo histórico. No
sultados?. Fundamentalmente, que la «ley de población» podemos entrar aquí en este tema tan rico. Simplemente
se dá en un orden circular, que no es derivable sin más aclararemos la expresión «componentes cristianos» del
del «modo de producción», que incluye el orden radial: materialismo histórico: nos referimos a la posibilidad de
«La definición de presión social, como sus efectos socia- equiparar la actitud cristiana conn la actitud del materia-
les, pasan por el camino de la estructura existente» dice lismo histórico clásico ante la Naturaleza, en cuanto a la
Sahlins (16). Y estas «estructuras existentes» contienen, consideración de la materia natural como algo sometido
por lo demás, la posibilidad de una operatividad p, más enteramente al hombre y modificable por él (Lynn
patente cuando ella es errónea (fenoménica, producto de White, Macfarlame Burnet y otros han subrayado, en
la falsa conciencia), es decir, cuando los cálculos de los pri- este sentido, la continuidad entre el cristianismo y el
mitivos sobre los recursos de su medio estén equivocados. Pero, progresismo tecnológico del siglo XIX). Las razones cris-
en todo cas6, la relativa autonomía de la ley de pobla- tianas son, sin embargo, otras que las razones materialis-
ción respecto de la capacidad del medio ambiente subsis- tas. Para el cristianismo (dejando aparte corrientes suyas
tiría en la hipótesis de que en cada habitat la población «anómalas», corno el franciscanismo, y su veneración por
no. llegue al punto de contención que permita la recu- los animales) la Naturaleza es finita, y está sometida al
rrencia. Ocurre acaso que se supone implícita una ley, de hombre, que la recorre enteramente, como lugar de
tipo a-operatorio, que utilizó la Economía clásica paso. Además, es un lugar en el cual cabe siempre espe-
(aunque es genérica en la Zoología) en virtud de la cual rar el milagro —^y ello compensa su finitud (un milagro
la población es función directa del trigo. Es por relación paradigmático, es el milagro de la multiplicación de los
a esta ley por donde resultados como los citados sugie- panes y los peces). Para el materialismo histórico,
ren una legalidad P que subraya la autonomía de ritmos impregnado de la ideología del progresismo industrial, la
legales característicos del orden de relaciones circulares, Naturaleza es fuente de recursos inagotables; si se ago-
en cuanto (en este casq) determinados por internas'leyes tan los rectursos fósiles, otras alternativas se abrirán, si se
P-operatorias. buscan. Es significativo por ello, que Harris apenas pres-.
te ateoción a la Energía Nuclear. En este sentido, hemos
La diferencia de perspectiva entre el determinismo mantenido en otra ocasión la tesis de que, en el Materia-
cultural y el materialismo histórico en la determinación lismo histórico, la economía no es tanto una reacción
de la dialéctica originaria del proceso histórico está tam- contra «los recursos escasos», cuanto una reacción ante
bién vinculada, sin duda, al concepto filosófico de Natu- la superabundancia de recursos, que es una fuente de
raleza subyacente en cada una de estas concepciones. conflictos tan caudalosa como pueda serlo la escasez del
Diríamos que el determinismo cultural se enfrenta a la «terror ecologista»). Y con todo esto no pretendemos
naturaleza como si fuese un receptáculo, recinto o depó- insinuar la tesis según la cual el materialismo histórico
sito//«/to o inelástico, y de composición definida (un eco- debiera inhibirse de los problemas planteados por el
sistema) que los hombres se disponen a explotar. De ahí, «ecologismo»; simplemente queremos decir que él pue-
la consideración del medio como auténtico moldeador de de plantearlos de otro modo (digamos, como problemas
las culturas.. Por lo demás, la definición del receptáculo de coyuntura, más que como problemas de estructu-
sólo es posible en función de unas exigencias ó necesida- ra). ,
des^ humanas que también han de estimarse como da-
das de antemano y precisamente esta precisión es la ga-
rantía dé resultados también precisos. En el materialismo Por lo demás, la diferencia de perspectivas ontoló-
histórico, en cambio, diríamos que la naturaleza aparece gicas que estamos trazando entre los supuestos del de-
terminismo cultural y los del materiíilismo histórico, no
(16)Marshall Sahlins. Economía de laUdad de Piedra. Trad. esp., Ma- (17) Gustavo Bueno. Ensayos materialistas, Madrid, Taurus, 1972, pág.
drid, Akal, 1977. Pág. 63. 122 sigts.

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sería ajena a una diferencia de perspectivas prácticas rico (aún cuando no se nos oculta que las formulaciones
(incluso cabría pensar si estas diferencias prácticas no habituales de este último no son fácilmente concotdantes
están a la base de las diferencias de formulación ontoló- con tal esquema).
gica). Quien desde una actitud moral de signo epicúreo Atribuiríamos al determinismo cultural de Harris un
que incluye la conciencia de la fínitud de la vida (actitud esquema igualitarista —cuya fertilidad no negamos— en
que tanto la tradición de San Isidoro como la de Ramón virtud del cual todos los individuos de la clase A se con-
Martí asocian al ateismo) prima la perspectiva «ecologis- sideran iguales (consideración congruente con el supues-
ta» (sin que ello implique la necesidad de la recíproca), to anterior, según el cual los hombres aparecen global-
es porque entiende que el punto de aplicación de la acti- mente opuestos al medio). La igualdad se establece al ni-
vidad práctica (capaz de resolver los problemas sociales) vel (material) de las capacidades intelectuales, fisiológicas
ha de ser la tecnología (la «Naturaleza»). Quien, desde y anatómicas, en función de las necesidades ante el
una actitud más bien «romántica», considera como pri- medio. Y obviamente estas relaciones de igualdad
maria la perspectiva política es porque ha cambiado el cubren la totalidad del campo, es decir, a todos los hom-
modo de entender ese «punto de aplicación» de la acti- bres, desde los hombres del Paleolítico hasta los hom-
vidad práctica. bres de la Civilización industrial. Es en virtud de este
esquema de igualdad como tiene sentido la comparación
Evidentemente, ni la perspectiva tecnológica puede de situaciones correspondientes a las épocas más alejadas
prescindir de las cuestiones sociales ni la perspectiva en el tiempo: el tiempo que el hombre de Neanderthal
política puede prescindir de los problemas tecnológicos, no dedica a la caza, podrá así compararse con el ocio de
particularmente cuando se tiene en cuenta (como el ma- un trabajador de Londres; la intimidad de los habitantes
terialismo histórico) que es a través de la tecnología (de de las aldeas neolíticas, con la intimidad de los habitantes
la industria), como tiene lugar la modificación efectiva de de los apartamentos-colmena (intimidad considerada en
la «naturaleza» por el hombre. En realidad, si es posible su reducción naturalista) y esta comparación pueda favo-
esta reordenación de las dos perspectivas (tecnológica y recer a los hombres primitivos. «En la primera década
política) ello es debido a una diferencia aún má profunda del siglo XIX los operarios fabriles y los mineros traba-
en las actitudes morales mismas. Diriamos que la moral jan doce horas diarias en condiciones que no habría tole-
implícita en el determinismo cultural de Harris es una rado ningún bosquiman, trobriandés, cheroque ni iro-
moral de orientación «monástica», que resuelve en los ques que se respetara». El supuesto igualitarista se
individuos (sin que por ello deje de ser universal, con la extiende a los hombres más lejanos tanto por su distan-
universalidad propia de las clases distributivas); mientras cia histórica como por su distancia geográfica.
que la moral implítica en el materialismo histórico ten-
dría que ver más con la orientación política (aquella que Pero en este supuesto igualitarista aquel que parece
presupone a los individuos como parte de una totalidad extraño a la inspiración del materialismo histórico («a
atributiva —la clase social, frente a otras clases, el cada cual según sus necesidades»). Sin duda, la «comuni-
pueblo, frente a otros pueblos, el estado frente a otros dad primitiva» suele sobreentenderse en términos iguali-
estados). Una perspectiva monástica (acaso aquella que tarios (la égalité de la Gran revolución burguesa). Porque
forma el núcleo de lo que hoy llamamos «humanismo») la comunidad primitiva, como hemos dicho, subsiste
podrá percibir, como tema de primera -magnitud, la revo- plenamente cuando se la piensa estructurada sobre rela-
lución de las tecnologías que, en cada momento se supo- ciones de desigualdad. A fin dé cuentas, ese concepto de
nen referidas a cada individuo —la monástica no es una comunidad primitiva tiene mucho que ver con el concep-
moral egoísta, puesto que puede «socializarse», demo- to de la familia de Aristóteles, tiene más que ver con la
cratizarse o distribuirse— para asegurar la existencia de Gemeinschaft de Tónnies que con el Estado de la Etica a
su bienestar y de su felicidad (pongamos por caso, citan- Nicomaco, con la Gesellschaft. IJZ. sociedad familiar, en la
do un problema de máxima actualidad, para conseguir doctrina aristotélica, está constituida como un conjunto
«un coche para cada ciudadano»). Una perspectiva polí- de relaciones de desigualdad (hombres/mujeres, padres/
tica (en el sentido platónico) percibirá en el primer plano hijos, viejos/jóvenes, señores/siervos) y su unidad se
como problema todo aquello que tenga que ver con las mantiene en virtud de la ^úJa del amor (que es virtud
estructuras de la comunidad, a la cual se subordinan las ética); la sociedad política se organiza en cambio sobre
cuestiones tecnológicas que, en todo caso, se reorgani- relaciones de igualdad (la isonomíd de la democracia
zarán de otro modo. (Desde los programas de produc- ateniense, un concepto a la vez político y económico,
ción de transportes colectivos, hasta programas milita- que supone el mercado) y su virtud característica es la
res). Otra cosa es la investigación de la escala efectiva en 81KTJ, justicia, que es virtud de tipo moral). Cuando se
la que se mueve la programación de la producción de la introduce el concepto de libertad humana, se diría que
Humanidad, incluyendo tanto las sociedades capitalistas en las coordenadas de Aristóteles, la libertad se realiza
como las socialistas actuales: esta escala se encuentra como ^úJa (amor o caridad) en la familia —lo que su-
acaso en un lugar intermedio entre el individuo y la pone el enfrentamiento entre las familias diferentes— y
comunidad política, a saber, en el lugar que Aristóteles como 61KTI en la sociedad política. Hay pues, reconoci-
consideraba ocupado por la economía (la familia, el ele- da en Aristóteles, como después en Hegel, un tensión
mento, si creemos que Schmoller, de las propias clases dialéctica entre la familia y el Estado (a través de la so-
sociales). ciedad civil), entre sus virtudes correspondientes, tensión
que constantemente tenderá a ser borrada, por las pers-
pectivas igualitaristas dadas a escala monástica, del enten-
2) En segundo lugar cabría considerar un supuesto dimiento de. la libertad, a saber: cuando la fraternidad y
ontológico del determinismo cultural al cual podría opo- la igualdad se consideran simplemente como predicados
nérsele frontalmente otro esquema que acaso pudiéra- acumulables por conjunción. Pero evidentemente, la fra-
mos coordinar con los principios del materialismo histó- ternidad tiene más que ver con la familia y la igualdad

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tiene más que ver con la sociedad política. El concepto Rodbertus sigue el camino abierto por Marx ente socie-
de comunidad primitiva del materialismo histórico podría dades que no comercian y sociedades que comercian—
ser pensado (de acuerdo además con datos efectivos de se mantiene en esta dirección (19).
la Etología y de la Etnología) más desde la óptica de la
fraternidad que desde la óptica de la igualdad. Decimos La comunidad primitiva resultaría ser así algo más
esto teniendo en cuenta sobre todo que la igualdad de la que un concepto aconómicamente reducible, y más bien
ciudad .(como Gesellschat) supone la igualdad (equivalen- negativo (comunidad de bienes = negación de la propie-
cia) de las mercanciis en el mercado, al margen del cual dad privada). Porque la ausencia de la propiedad privada
no cabe hablar de ciudades. Y esta igualdad en los pre- (y eminentemente la de los medios de producción) no
cios es un fenómeno, en el sentido, no sólo de que sea implica en modo alguno el igualitarismo '(sino que más
aparente (al menos en la ciudad capitalista) la igualdad bien es la relación de igualdad en sentido económico clá-
entre el salario y la fuerza de trabajo que, sin adverten- sico la que implica la propiedad privada). La propiedad
cia del sobretrabajo, es vendida por el obrero capitalista, colectiva de tierras o de ganados es compatible con una
sino también en elsentido de que la igualdad de las mer- estructuración jerárquica_cuanto a las relaciones de do-
cancías en el mercado tiene génesis diferentes (en el es- minación, efi el ámbito del clan o de la gran familia de la
clavismo, en el feudalismo —y, por tanto, por sí sola, es sociedad primitiva. La igualdad en las bandas de cazado-
abstracta—). Habría acaso aquí un fundamento para dar res es mucho mas problemática incluso que lo que pueda
cuenta, en términos no metafísicos, de la distinción entre serlo en las sociedades de recolectores (e incluso de los
valor y precio, entre esencia y fenómeno (18). Lo fenoméni- agricultores posteriores). Y esto en virtud de la misma
co (aquí, lo operatorio, lo que resulta de los procesos materia z. obtener y distribuir. En las sociedades recolec-
P-operatorios del intercambio a través de monedas) sería toras, lo que se captura es homogéneo (frutas, bayas) y
la igualdad en abstracto considerada. Esta igualdad es sin- tanto la reproducción como la distribución puede se ho-
categotemática (la igualdad de los intercambios en el mogénea é igualitaria, incluso individualista. Pero la caza,
kula, e n . el cóavenio colectivo de trabajadores y a un cierto grado de desarrollo, es esencialmente coope-
empresarios) y estaría envuelta siempre en un contexto rativa y jerárquica (como una operación militar); la pieza
no distributivo, sino atributivo, un contexto definido debe ser consumida pronto, es heterogénea, y en ella se
realmente porque en él no hay mercado (regulado por la distingue siempre «la parte de león».
igualdad), como ocurre en la familia. Pero precisamente
este es el criterio que Marx utilizó en los Grundrisse para
definir la comunidad, como lugar en el que no hay valor La descomposición de la comunidad primitiva podrá
de cambio (así, las «entidades comunitarias indias» como ser vista, por ello, como un «progreso», como un desa-
conjuntos de producción autosufícientes, en las cuales la rrollo dialéctico -—y no como una expulsión de un Pa-
masa principal de los productos no tiene el sentido de raíso que se mira con nostalgia. ¿En qué medida-en-
mercancía). La «sociedad doméstica» de Meillassoux tonces el estado originario (la comunidad primitiva) puede
—que subraya hasta qué punto el concepto oikos de considerarse como paradigma del estado final &XÍ el mate-
rialismo histórico.''. Supongo 4ue en la piedida en que la
revolución no se entienda cómo un proceso que tiene lu-
(18) Sweezy, Economía burgftesa y economía socialista (Hilferdin, Bóhm-
Bawerk, Bortkiewicz). Cuadernos de Pasado y Presente, n° 49., 1975. (19) Claude Meillassoux, Mujeres, Graneros y Capitales, op. cit., pág.
Distribuido por Siglo XXI. 14-15."

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gar en el mero plano económico del traspaso de los me- toria (y no sólo de la prehistoria) en tanto la igualdad,
dios de producción de manos privadas a manos públicas, como concepto lógico sincategoremático, sólo tiene sen-
porque este traspaso es compatible con formas de domi- tido dialéctico sobre el fondo de desigualdades simultá-
nación tan crueles como las que se dan en el capitalismo, neas, que siempre han de considerarse dadas, a distintos
con formas de dominación que constituyen una recaída, niveles, en una sociedad no utópica. En este sentido,
si no en la comunidad primitiva, si en ciertos modos de desde el punto de vista del materialismo histórico, los
«producción asiática». El traspaso de los modos de pro- cambios se enfocan desde la perspectiva de la dialéctica
ducción no sería revolucionario, y no tanto porque sub- entre las partes de la clase A —y sólo a través de estas
sistiera la desigualdad cuanto, sobre todo si no existe la tensiones de clase cobran significado histórico las
fraternidad. Pero con estas rápidads consideraciones n c alteraciones del medio natural (que en modo alguno se
se pretende subestimar la importancia, para el materialis- desconocen, puesto que incluso se interpretan como epi-
mo histórico, de la dialéctica de la igualdad —en nombre sodios del proceso mismo de la Naturaleza). Será una dia-
de una mística representación de la fraternidad. La igual- léctica interna (endógena) aquello que determina, por
dad preside una dialéctica constante (una contradicción) ejemplo, la transición del feudalismo al capitalismo, la
no ya solo con las injustas desigualdades debidas a la dialéctica de la contradicción entre las relaciones de pro-
estupidez de los hombres, a la rapacidad de los posee- ducción y las fuerzas productivas. De este modo, aún en
dores, o las mentiras de los impostores. Aunque esta es- la hipótesis de un medio inexaurible o, por lo menos,
tupidez, rapacidad o impostura queden fuera del cuadro, aún no agotado en relación con las demandas de produc-
las desigualdades subsisten y, solo por ello, la igualdad ción de una sociedad dada, no habría que pensar en una
puede seguir siendo un concepto dialéctico y una preo- tendencia al estado estacionario, porque los motores del
cupación política y no meramente un supuesto naturalis- cambio se encuentran en el interior mismo del complejo
ta (como lo es para el determinismo cultural). social.

Precisamente desde estas premisas, podríamos inten- 3) Por último, y en tercer lugar, aunque no por ello
tar dar cuenta del paradójico curso que el esquema de la menos importante, citaríamos, como supuesto del deter-
igualdad toma en el determinismo cultural, por oposición minismo cultural, una clara tendencia a la visión intem-
al que toma en el materialismo histórico. Diríamos que poral («naturalista») y ahistórica del desarrollo humano.
el determinismo cultural, precisamente porque ha co- Sin duda se reconocen las diferencias entre los estados
menzado por conceder la igualdad en el principio (di- prístinos y los secundarios, entre el feudalismo y el capi-
gamos: como propiedad definicional constitutiva, por talismo. Pero todos estos sistemas significarían algo así
tanto, irrenunciable gnoseológicamente) no" podrá consi- como situaciones diferentes en las cuales los mismos in-
derarla suprimida en adelante, y esto vale cualquiera que dividuos (iguales también en el tiempo) desarrollan téc-
sea el nivel en el que se define la igualdad (un nivel nicas de adaptación a circunstancias impuestas por el me-
naturalista, es cierto, pero que ejerce aquí efectos simila- dio. A veces, es cierto, a consecuencia de la modificación
res al nivel espiritualista de los igualitarismos metafísicos, (más bien en sentido negativo, de agotamiento) que los
que conducen al concepto de la «igualdad de todos los hombres hacen de él; otras veces, espontáneamente
hombres ante Dios»). Las desigualdades sociales más es- —por ejemplo, las glaciaciones— y siempre a consecuen-
candalosas, históricamente dadas, no comprometerán esa cia de la estructura del propio medio, que es el principio
igualdad fundamental del determinismo cultural y así, las del cambio (cambia, por ejemplo, la cantidad de los re-
tensiones de clase (en cuyo contexto cada individuo pue- cursos energéticos fósiles).
de desarrollar iguales mecanismos económicos de adap-
tación) no comprometen la estabilidad de una sociedad Las culturas son sistemas de producción que pueden
que se encuentra en equilibrio ecológico. Incluso se dirá desenvolverse independientemente («evolucionismo»
(con Wittfogel) que la lucha de clases es un privilegio de frente a «difusionismo»). Aún cuando se apoyen en
la sociedad capitalista, que ha permitido a las clases más otros sistemas previos, estos se comportan más bien
bajas alcanzar la libertad de luchar abiertamente por el como se comportan las culturas-sustrato (de otras) en la
control del Estado (pág. 236). El igualitarismo naturalista concepción de Spengler (la cultura faústica toma mate-
del determinismo cultural se nos revela así compatible riales de la cultura mágica, pero sin que pueda entender-
con la axiomática de aquello que se llamó darwinismo se como desarrollo de aquella Y dado que se toma co-
social, incluso con las tesis (como la clásica de Guizot) mo referencia el plano uniforme de la naturaleza bio-
que consideran a la repartición desigual y móvil de la lógica humana -como conjunto de necesidades y habili-
riqueza como condición que permite a la sociedad evitar dades que podrían llamarse básicas— todas aquellas for-
el regreso a la «comunidad animal» primitiva. maciones qué desborden los límites genéricos de este
plano uniforme —tal sería el lugar correspondiente a las
Pero en cambio, se comprenderá perfectamente que superestructuras— serán entendidas reductivamente,
si el materialismo histórico adoptase como supuesto como cantidades despreciables en cuanto a su contribu-
gnoseológico inicial la estructura de la desigualdad en ción a la dinámica histórica, o interpretadas psicológica-
cuanto compatible con la «fraternidad» de la comunidad mente («alucinaciones») o, acaso, manteniendo la pers-
primitiva) podría incluir en sus esquemas de desarrollo la pectiva naturalista, como formas alternativas (equivalen-
dialéctica de la igualdad, una vez rota la fraternidad ori- tes, intemporales) de transformación de la energía exce-
ginaria. Sería así como la tesis de la «lucha de clases dente, como aliviaderos de la misma, como juegos. Ajus-
como motor de la Historia» encontraría su contexto tan al menos, estas correspondencias, con el concepto de
ontológico y dejaría de ser una mera tesis empírica. La «tiempo libre» del hombre primitivo en cuanto «tiempo
lucha de clases es la lucha por la igualdad en una socie- de ocio». Pero el tiempo de ocio, cuando no es un con-
dad en la cual la fraternidad ha llegado a ser un concepto cepto meramente negativo (el no-trabajo, o el descanso),
ideológico, a determinados niveles; y es motor de la his- cuando quiere ser llenado con contenidos positivos, nos

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porta los demás tejidos, tampoco es previo a ellos, sino


que toma cuerpo en el proceso ontogenético común).
D e aquí que la conciencia pueda entenderse ya no como
un sistema uniforme y permanente (susceptible de aluci-
naciones, de mitos) sino como un sistema variable históri-
camente, y de ahí la posibilidad de un concepto crítico
de falsa conciencia, que no sea meramente psicológico.
Una teoría histórico-crítica de las ideologías se hace
entonces posible y necesaria en el materialismo histórico
.—pero no en el determinismo cultural. Porque las cultu-
ras no serían para el materialismo histórico meros dispo-
sitivos o mecanismos de adaptación al medio cambiante
remitirá al juego, pero también al arte y a la religión, o de una naturaleza hxmíana invariable, sino el contenido
a la ciencia (como curiosidad especulativa) es decir, al Es- mismo de ésa naturaleza humana que se desarrolla his-
píritu absoluto hegeliano, a las superestructuras. Y la tóricamente.
tendencia a reducir el tiempo de trabajo máximo a tres
horas, en estas comunidades paradisíacas, parece que Para terminar: Cierto que el desarrollo del materia-
tiene que ver con la idea de que es el hombre quien ha lismo histórico, desde estas perspectivas, es imposible en
sido hecho para el sábado y no el sábado para el hombre el marco «plano» {radial y circular) en el que venimos
(para el hombre trabajador). considerándolo, a fin de estrechar la comparación con el
determinismo cultural. La eliminación del «orden angular»
Estos supuestos ontológicos del determinismo cultu- distorsiona muchas de las relaciones dadas en el plano y
ral contrastan vivamente con los del materialismo his- obliga a entenderlas de otro modo. No queremos decir
tórico —^precisamente a propósito de su determinación que una Antropología plana (bidimensional) no pueda
de histórico (que Marx recoge de la tradición hegeliana) reconocer formaciones distintas de los fenómenos natu-
Porque ahora son las mismas necesidades aquello que rales, a saber, aquellas que llamamos formaciones espiri-
cambia («necesidades históricas»), de suerte que no es tuales. Para decirlo en las viejas palabras de Quevedo,
posible tomar un sistema de necesidades uniformes, sal- en un contexto no gnoseológico, pero paralelo, no en-
vo como referencia puramente genérico-abstracta. Y es tendemos al materialista como si fuera «atheo que dice
aquí también, nos parece, en donde la distinción funda- que no hay bien para el hombre sino comer y beber»
mental entre base y superestructura encuentra su quicio (20). N o queremos decir que la Idea de Espíritu o de
propio. Decimos esto precisamente porque estamos pen- Cultura sólo pueda entenderse como derivada bien sea
sando en las exposiciones ordinarias del materialismo de la revelación animal (los epicúreos enseñaron que el
histórico, que aproximan la concepción de la base a un lenguaje había sido manifestado a los hombres por las
modo similar a aquel según el cual la entiende el deter- aves), bien sea de una revelación demónica, (la revela-
minismo cultural, reservando el concepto de Historia al ción de la ciencia por los extraterrestres) bien sea de una
campo de las superestructuras intercaladas entre la comu- revelación divina (la doctrina clásica del tradicionalismo y
nidad primitiva original y la final. La base, en efecto, sue- del fideísmo). Queremos decir que una vez suprimido el
le entenderse de un modo naturalístico, económico; las orden de las relaciones angulares, las formaciones espiri-
superestructuras, suelen entenderse de un modo sobrena- tuales y culturales tenderán a ser reducidas dentro del
turalista, por tanto irreal, ligado a la falsa conciencia, marco constituido por la alternativa entre el naturalismo
aunque siempre dotado de una importancia histórica de (la cultura como cultura exterior, como modificación del
primer orden. Caben, sin duda, posiciones intermedias: medio) y el subjetivismo (el espíritu subjetivo, sociolo-
siguiendo a Levi Strauss, relacionan algunos las superes- gista o psicologista, el entendimiento de la cultura como
tructuras con el mundo ahistórico, intemporal, sustanti- «cultura interior», creencia, símbolo, conciencia) o la
vo, del «estructuralismo» asignando al materialismo his- mezcla de ambos extremos (por ejemplo, interpretando
tórico la tarea de determinación de los mecanismos de la cultura exterior como base y la cultura interior como
los cambios básicos. En realidad, todas estas cuestiones se superestructura o epifenómeno). Mezclas y yuxtaposicio-
plantean en virtud de la oscuridad de la distinción pro- nes posibles en tanto que, no sólo el sociologismo (o el
puesta por Marx entre la base y la superestructura, de la psicologisnio) sino también el naturalismo, están afecta-
indecisión en torno a la denotación de cada concepto (la do por un índice antropocentrista (el Mundo natural
moral y el derecho suelen computarse como contenidos como mundo dado íntegramente en torno al hombre).
superestructurales, pero a la vez son relaciones de pro- Queremos decir que sólo introduciendo una tercera di-
ducción y, por tanto, son básicos; los lenguajes nacio- mensión ontológica en Antropología cabe pasar por en-
nales —que Marx consideró superestructurales, reflejo cima de la dicotomía entre cultura exterior y cultura in-
de las mentalidades de las clases dominantes— habrían terior, entre base y superestructura, así como también cabe
de ser considerados, a partir de Stalin, como básicos o, al liberarse del antropocentrismo, puesto que el mundo ya
menos, como no-superestructurales, en el momento en no será sólo el «mundo de los hombres» sino también el
que el socialismo en un sólo país se había altanzado sin mundo de «otros sujetos no humanos», a saber, el mun-
necesidad de desprenderse de la lengua rusa). En cual- do de los dioses o, por lo menos, el mundo de los ani-
quier caso diríamos que si es la base lo que cambia, males. Pero no corresponde a este lugar hablar más de
cambia en el seno mismo de la superestructuras envol- este asunto.
ventes, porque las estructuras básicas no son algo previa-
mente dado, sino un sistema que cristaliza en el proceso
global mismo, sin que por ello sea menos objetivo (a (20) .Quevedo, Providencia de Dios y Gobierno de Cristo, B.A.E., t. XXIII
la manera como el esqueleto de un vertebrado, que so- pág. 186. Comentarios de Caro Baroja, De la superstición al ateismo,
Madrid, Taurus, 1974, pág. 267).

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EL BASILISCO, número 5, noviembre-diciembre 1978, www.fgbueno.es

LÉXICO

SOBRE EL CONCEPTO
DE «ESPACIO
ANTROPOLÓGICO»
GUSTAVO BUENO
Oviedo

La Idea de espacio, geométrica por anto- fecta capaz de eclipsar la heterogeneidad constitutiva e in-
nomasia, puede utilizarse también en con- fecta del material que tal expresión cubre) pueden consi-
textos no estrictamente geométricos. derarse como si fuesen los puntos de un espado multidi-
Aquello que destacamos, como compo- mensional,' en los términos arriba insinuados. Se trata de
nente genérico, en el concepto de los es- determinar cuales puedan ser "ios ejes necesarios y sufi-
pacios geométricos (por ejemplo, los es- cientes coordinantes de éste espacio. A partir de ellos,
pacios prehilbertianos) es su condición de todos los «materiales antropológicos» habrían de poder
totalidad (heterólógica) constituida por una multiplicidad situarse. Asimismo, desde éstos ejes habrá de ser posible
de series de partes que pueden variar ( = componerse indicar la «dirección» hacia la cual los materiales por ellos
entre sí) independientemente las unas de las otras (lo que coordenados generan relaciones que escapan del espacio
supone que no están dadas siempre en función de las antropológico (aún cuando hayan sido creadas a través de
restantes series) pero que sin embargo^, están «engrana- él) y resultan estar formando parte de otros espacios onto-
das» con ellas. El concepto de articulación (de partes o lógicos, o los instauran.
procesos) tiene que ver con ésta situación.
Lo que no es lícito será tomar tales ejes como si fue-
El número de las series articuladas corresponde al ran principios, axiomas o fuentes de las cuales dimanen
número de las dimensiones del espacio. Un espado es, de los materiales o partes del espacio antropológico. Hay
éste modo, una symploké. Cada parte, al componerse con que suponer ya dados éstos materiales, en una suerte de
otras, no aparece siempre ligada a todas las demás —^pero petición de principio («dialelo antropológico»). Sólo
sin que ésto quiera decir que pueda pensarse desvinculada podemos disponernos a reconstruir el origen del hombre
de todas ellas. Los vectores (Ai, Aa..., Ar) constituyen un cuando tenemos en cuenta que está ya dado su final (rela-
espacio vectorial É si cabe componerlos de un modo aditi- tivo). Y si olvidásemos ésto, fingiéndonos situados en una
vo (Ak:+ Aq= Ap) y de un modo multiplicativo, formán- «quinta dimensión», desde lá que presenciásemos lo que
dose productos de cada uno de ellos con un escalar (X Ai = ocurrió in illo tempore, incurriríamos en ingenuidad cul-
= Aq). Los vectores independientes en éste espacio son pable y acrítiga. Una ingenuidad que nos llevaría a un
aquellos que no dependen en sus transformaciones de los puro reduccionismo, a creer que podemos construir «geo-
otros (lo que se expresa mediante el criterio de considerar inétricamente» al hombre a partir de rasgos aislados ana-
que no existe una función polinómica de los monomios kticamente. Pero el progressus sólo en dialéctica con un
formados por productos de cada vector por un escalar, regressus incesante puede llevarse a efecto. Los ejes son
igualable a cero). El número de vectores independientes ellos mismos parte del espacio. El material antropológico
nos determina las dimensiones de éste espacio, cuya base que sirponemos dado asume la forma de una totalidad
está constituida por los vectores dados. muy compleja de partes y procesos cada uno de los cuales
puede tener sus líneas propias de desarrollo, no siempre
2. Las realidades antropológicas (aqiiello que se «sincronizadas». oPor ello es absurdo hablar del «origen
denota con la expresión «el Hombre» —expresión peli- del Hombre», o.del «momento de la homtnizadón» (del
grosa, si nos alejamos de su sentido deaotativo, porque'su «paso del Rubicón»). Cuando se habla así (y ge habla así
forma gramatical sustantiva sugiere una unidad global per- con mucha frecuenci^i) es porque se piensa en úgana. parte

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EL BASILISCO, número 5, noviembre-diciembre 1978, www.fgbueno.es

Esta composición ilustra la teoría tridimensional del espacio antropológico que se expone en éste número de EL BASILISCO. Los
materiales antropológicos (aquellos que constituyen los campos de las diferentes categorías antropológicas) ni podrían quedar coordi-
nados por sólo dos contextos de relaciones (el contexto de las relaciones hombre / naturaleza y el contexto de las relaciones hom-
bre 7 hombre) como pretenden las antropologías naturalistas, e incluso, en gran medida el materialismo histórico clásico. Sería preciso
introducir un tercer contexto o dimensión. En realidad, la antropología metafísica operaba ya en un espacio tridimensional, agregando
a los dos contextos anteriores el constituido por las nociones hombre / Dios. Pero este espacio no es compatible con una antropología
materialista. El tercer eje es aquí interpretado como conteniendo las relaciones entre el hombre y los animales y, en general, los n ú -
m e n e s que, no siendo divinos, tampoco son humanos. Se supone que las relaciones de este eje son irreductibles a las relaciones
contenidas en los otros dos contextos.
En cualquier caso, estos dos diferentes contextos de relaciones que pretenden coordenar el material antropológico han de
entenderse de un modo más abstracto del que sugiere su exposición anterior, demasiado adherida a las determinaciones orgánicas.
Las relaciones geométricas dadas en un diagrama-como el presente, pueden sugerir mejor esta perspectiva abstracta. Hablamos así
de relaciones circulares (que en la figura se representan por escenas en las que participan diversos individuos huhianos, utilizando
instrumentos culturales; de relaciones radiales (escenas en las que hombres se enfrentan con la naturaleza) y de relaciones angu-
lares (figuradas por situaciones en las que hombres se relacionan con animales, en tanto éstos conservan algún sentido numinoso)La
dialéctica de estos tres contextos del espacio antropológico puede hacerse consistir en esto: que las relaciones dadas en cada uno de
ellos se anudan por el intermedio de los demás, a la vez que logran, en determinadas circunstancias, mantener una cierta autonomía.

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o rasgo (el volumen craneal, el «salto a la reflexión», o la de una nueva categoría a partir de otras dadas. Y porque
capacidad de utilizar bifaces) hipostasiándolo como si fue- esa confluencia de semejanza no puede deducirse de cada
ra el todo. Es ima pura sinécdoque hablar de «Humani- semejanza parcial, es por lo que el método analítico, aún
dad» en el momento en que encontramos, hace dos millo- siendo necesario, es insuficiente. El sentido global (holís-
nes de años, un depósito de piedras preparadas o, hace tico) del camino para reconstruir la categoría antropo-
cien mil años, huellas de una hoguera. Más bien presu- lógica se encuentra en la convergencia de semejanzas de
pondríamos que el material antropológico, en cuanto tota- especies distintas (la piedra tallada, más el fuego, más la
lidad característica, sólo comienza a hacerse presente «ha- aguja de coser solutrense, etc.) cada una de las cuales, por
cia el final», pongámoslo en el magdaleniense, o en el sí sola, carecería de todo significado antropológico (la ca-
neolítico, y esto sin perjuicio de la necesidad de perseguir pacidad de emitir sonidos modulados sólo cobra su signi-
durante milenios los antecedentes de cada uno de los hi- ficado supuesto ya dado el lenguaje fonético articulado).
los aislados que formarán la trama del campo antropológi- Según esto, el núcleo infecto de lo que llamaremos «Hom-
co. Por eso tampoco queremos decir que no tenga sentido bre» comenzará a reconocerse muy tardíamente, cuando
en absoluto hablar de una «línea divisoria» entre los ho- la acumulación de rasgos parciales haya podido dar lugar a
mínidos y «el hombre». Habría más bien que hablar de un torbellino cuyas partes comienzan a cerrarse y a reali-
«diversas líneas divisorias». Pero lo que estas dividen mentarse de un modo característico. Y de ahí la sorpresa
sería más bien los cierres categoriales de complejos cursos permanente que recibimos en el Museo, cuando observa-
de procesos en desarrollo, de partes que han venido ac- mos un hacha mustériense: diríamos que no consiste lá
tuando según líneas propias, pero que, al alcanzar un cier- sorpresa tanto en encontrarnos allí ya con el hombre,
to grado crítico de complejidad, en su confluencia mutua, cuanto en encontrarnos con un rasgo humano y antece-
han dado lugar a un espacio nuevo. dente del hombre, sin que sea aún hombre el sujeto que
lo soporta. Es así contradictoria formalmente la expresión:
«el hombre descubrió el fuego» —porque si el fuego (jun-
Ocurre así que la cuestión en torno al «origen del tamente con el hacha o el lenguaje articulado) «inventó al
hombre» contiene simultáneamente la cuestión en torno a hombre», no podrá decirse que el hombre inventó el fue-
la esencia del hombre, a su clasificación. Y estas cuestiones go o el lenguaje, puesto que no existía, por hipótesis, el
se abren camino dialécticamente en dos sentidos opuestos sujeto agente. (Decir que el inventor fué el «hombre
—analítico y sintético— aunque necesariamente vinculados. primitivo» es aumentar todavía más la confusión, puesto
Porque la perspectiva analítica es imprescindible, no sólo que, en ese contexto, «primitivo» quiere decir lo que aún
como perspectiva previa a la formación de las síntesis, no es hombre: «hombre primitivo» es el «hombre no hom-
sino como perspectiva que ha de renovarse constante- bre». Y, sin embargo, con ésta falta absoluta de rigor
mente a partir de síntesis parciales, a efectos de alcanzar filosófico, se procede ordinariamente por parte de los pa-
síntesis ulteriores de escala más alta. El camino analítico leontólogos o biólogos más conspicuos).
(atomístico) tiende a destacar alguna determinación par-
ticular y precisa del material antropológico (tanto en el
plano que llamaremos cp-físico, morfológico: los 1.500 3'. La Idea de un espacio antropológico supone dado
cm-' de capacidad craneana, el bi pedismo— como en el un material y un conjunto de tesis en torno a las relacio-
plano que llamaremos JC~cultural y eminentemente es- nes de éste material con el resto de la realidad. No es líci-
piritual: la talla de la piedra o la utilización del fuego--) to reducir la idea de un espacio antropológico a algo así
como criterio de hominización y como definición del como a una exposición de ciertas evidencias empíricas,
hombre. La metodología analítica se apoya principal- positivas. Sin duda, la idea de un espacio antropológico
mente en la determinación de semejanzas significativas: presupone la tesis de que el hombre sólo existe en el con-
puesto que los 1.000 cm^ o el bipedismo nos aseme- texto de otras entidades no antropológicas. No conside-
jan a los pitecántropos, habrá que reconocer a éstos su ca- raremos ahora cuáles sean ellas, pero tampoco es posible
lidad humana. Pero la semejanza no es criterio suficiente disociar la cuestión de la existencia de esas realidades de la
para la construcción de una idea filosófica, porque las se- cuestión de su contenido. «La divinidad, el mundo y el
mejanzas pueden ser perseguidas regresivamente hasta los hombre mismo»: éstos son los contenidos de las coorde-
lémures o los reptiles, pongamos por caso. Es cierto que nadas que la filosofía metafísica tradicional ha utilizado
los criterios analíticos suelen ir acompañados de una hi- persistentemente, desde Aristóteles hasta Francisco Ba-
pótesis genética constructiva: la hipótesis de la posibili- con, en su teoría de las tres sustancias, que están a la base
dad de utilizar el rasgo de semejanza destacado como di- de las tres grandes divisiones de su filosofía: de Numine, de
ferencia generadora de lo humano (a partir del bipedismo Natura, de Homine (*). Pero desde una perspectiva natu-
o de la invención del fuego, reconstruir el resto de la cul- ralista no es posible aceptar, sin más, éstas coordenadas
tura: «el fuego hizo al hombre»). Pero esta hipótesis es (salvo en un nivel estrictamente fenómenológico, «émico»).
absurda. Sólo podemos reconstruir al hombre, ordo cognos- Sin duda, la idea de un espacio antropológico presupone
cendi, partiendo de rasgos parciales que sean a la vez ter- la tesis de que el hombre sólo existe en el contexto de
minales, finales (por ejemplo, la música sinfónica) pero no otras, entidades no antropológicas, la tesis según la cual el
a partir de rasgos parciales iniciales, originarios. La razón hombre no es un absoluto, no está aislado en el mundo,
que daríamos es ésta: que las nuevas categorías antropo- sino que está «rodeado», envuelto, por otras realidades
lógicas no se construyen a partir de semejanzas parciales no antropológicas (las plantas, los animales, las piedras,
~y no porque éstas puedan ser marginadas, sino porque los astros). Pero ésta no es una proposición meramente
no pueden tratarse aisladas (o, lo que es lo mismo, yuxta- empírica y trivial —salvo para quien, con una mente tri-
puestas). N o es una semejanza originaria, sino un conjun- vial, no advierta la petición de principio que contiene. El
to heterogéneo de semejanzas de especies distintas, en alcance de ésta tesis, depende de la determinación de los
tanto que confluyen según un orden de construcción pecu-
liar, aquello que puede aproximarnos a la reconstrucción
(*) De augmentis Scientiarum, ed. Spedding. vol. II, pág. 252.

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contenidos implicados en esa «realidad no antropológica» como un concepto «descriptivo». Se trata de un concepto
y por eso aquel alcance sólo puede medirse cuando se dialéctico (en este caso, la dialéctica de la existencia y de
tiene en cuenta que la tesis es la negación (o antítesis) de la esencia, de la causa y de la estructura). ¿Cómo designar
toda concepción antropologista, de toda concepción que, a éste primer orden o contexto de relaciones en cuanto
de un modo más o menos coherente y radical, interpreta, concepto precisamente dialéctico-abstracto?.
explícita o implícitamente, al hombre como un ser incon-
dicionado, es decir, como una realidad envolvente de Las designaciones tomadas de la denominación de los
cualquier otra a la cual conmensura (Protágoras: «el hom- términos («relaciones humanas» o «sociales» o «interes-
bre es la medida de todas las cosas») o incluso pone, en el pecíficas») contienen un germen de falsedad, porque nos
sentido del idealismo absoluto (Fichte: «el mundo es el conducen a un concepto pensado como si fuese meramen-
no-yo, una posición del yo»). Ahora bien, suponemos te positivo, empírico («relaciones entre los individuos hu-
que, no sólo la tesis de Protágoras, pero ni siquiera la de manos» por ejemplo) o parcial (¿por qué llamar relacio-
Fichte, son gratuitas, extravagancias que puedan ser pasa- nes humanas a éstas relaciones? ¿acaso no son también
das por alto, como pensará sin duda cualquier mente humanas las relaciones que reconocemos en otros órde-
realista roma. El idealismo absoluto de Fichte podrá ser nes?). Precisamente con el intento de neutralizar la
considerado, en efecto, como la plena conciencia atea que tendencia a la reducción del concepto, a su conversión en
de sí misma alcanza dialécticamente la concepción cris- un concepto descriptivo meramente positivo, recurrire-
tiana, la concepción del yo divino creador del mundo, casi mos a un rodeo, a un artificio: toniar la denominación de
una nada cuando se considera al margen de la divina ac- un diagrama en el que los términos de la relación se repre-
ción conservadora. Por consiguiente, nuestra tesis —aque- senten por los puntos de una circunferencia (con la ven-
lla que hemos considerado como presupuesto de la idea taja de que aquí sólo consideraremos una parte, digamos
de un espacio antropológico— constituye a la vez la antíte- insignificante, de sus infinitos puntos: 140.000 millones
sis del idealismo y es así una tesis materialista. Con ésto de puntos, correspondientes a los individuos humanos
queremos indicar que no se alcanzaría toda su profun- que, según estimaciones, han existido desde la época del
didad filosófica si se la considerase como tesis meramente Paleolítico superior hasta la fecha) y sus relaciones por los
empírica, positiva, porque entonces su realismo se reduci- arcos de la circunferencia que unen tales puntos. Y, así,
ría a una simple evidencia espacial (que nuestro cuerpo denominaremos a éste orden de relaciones por medio de
está envuelto por la atmósfera, por otros cuerpos). Decir la expresión.«orden de las relaciones circulares».
que el hombre no es un absoluto, es negar el idealismo,
pero no es negar los fundamentos del idealismo y, en par-
ticular, las virtualidades inmanentes de las realidades an- Desde nuestra perspectiva materialista (en el sentido
tropológicas cuando se consideran en el contexto de sus arriba sugerido), las relaciones circulares no son las únicas
relaciones mutuas, de las «relaciones de el hombre consi- relaciones del espacio antropológico. Diríamos: éste espa-
go mismo» en tanto delimitan un círculo mágico del cual cio no es el espacio unidimensional, lineal, del idealismo
no es posible escapar sin apelar a la dialéctica del argu- absoluto de Fichte. Las realidades antropológicas dicen
mento ontológico, cuya fuerza —creemos— sólo puede también relaciones constitutivas (trascendentales) a otros
hacerse presente a través de la «vía zoológica». términos no antropológicos, tales como los entes de la
llamada «naturaleza» (la tierra, el agua, el aire y el fuego),
consideradas ante todo, desde luego, como entes físicos o
El hombre una vez constituido, se relaciona, según biológicos, es decir, como entes desprovistos de todo
esto, en primer lugar, consigo mismo. N o queremos género de inteligencia (aunque tengan estructura, organi-
entender ésta relación como una relación reflexiva pura. zación, e incluso, al menos desde un punto de vista des-
Sólo desde la perspectiva del absolutismo antropológico, criptivo, teleología). Si representamos a éstos entes (Ni,
. ésta relación habría de tener la forma de una reflexividad N2,... Nk) por los puntos de otro círculo interior (o exte-
originaria, que sólo podría ser, por tanto, vacía y utópica rior) al que acabamos de asociar al primer contexto, las
(la vaciedad límite del noesis noeseos aristotélico). Cuando, relaciones antropológicas que ahora estamos designando
de entrada, sobreentendemos «hombre» como una deno- se representarán por medio de flechas que ligan los
tación de realidades múltiples y heterogéneas (los indivi- puntos de ambas circunferencias: les llamaremos, por
duos egipcios o los celtas, las institucionejs chinas Q las_; esto, relaciones «¿S^ÍW/W. Nos permitimos, desde luego,
escitas), entonces la «relación del hombre consigo mis- advertir, que lo que pretendemos no es llevar a cabo
mo» no nos remite a una reflexividad originaria, sino sim- un mero cambio terminológico, como pudiera pensar
plemente a un contexto de relaciones peculiares, a un or- algún lector simplista. El concepto de «relaciones radia-
den de relaciones relativamente autónomo cuanto a las fi- les» no designa meramente a esas relaciones «del hombre
guras que en el puedan dibujarse, figuras que supondre- con la naturaleza» a que nos hemos referido, puesto que
mos agrupadas alrededor de un primer eje antropológico. pretende romper esas relaciones en su estructura dialéc-
La autonomía de éste orden de relaciones tiene carácter tica, insertándolas en otros contextos pertinentes (qp, Jt) a
esencial (estructural, formal), no existencial o causal: nin- que más adelante tendremos que aludir.
gún orden de relaciones puede existir en éste eje, aislado
de los demás. Pero, sin perjuicio de ello, reconoceremos la Las relaciones radiales, junto con las relaciones circu-
autonomía de éstas relaciones. Tampoco un organismo lares, definen ya un espacio antropológico bidimensional,
dota:do de temperatura autoregulada puede subsistir al de cuño materialista. Toda una tradición materialista pre-
margen del medio, que es fuente de su calor, a triavés de supone (al menos implícitamente), que éste espacio
los alimentos; pero ésta «sinexión térmica» del organismo bidimensional es necesario y suficiente para comprender
y su medio no excluye la autonomía térmica, la autoregu- las realidades antropológicas. Porque ahora nada existe
lación animal de la temperatura. Este primer orden de fuera de los hombres y de las cosas naturales: no existen
relaciones que estamos delimitando no se nos da tampoco los dioses, y todo lo que no es humano —una vez barridos

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los antropomorfismos ilusorios— es físico, res extensa carte-


siana. El materialismo histórico (y el determinismo cultu-
ral) induce a una antropología bidimensional, muy útil, sin
duda, pero que acaso debiera ser considerada aún como
demasiado adherida al antropologismo idealista (Copérni-
co, como nos recuerda Max Scheler, no suprimió la cre-
ciente exaltación griega y judeocristiana del hombre a su
posición dé centro metafísico del Universo; porque, como
enseño Hegel, la Tierra, en cuanto sede del hombre, no
por dejar de ser el centro astronómico, ha dejado de ser
el centro metafísico de la realidad).

Nosotros no consideramos legítimo reducir el espa-


cio antropológico a la condición de un espacio bidimen-
sional, plano. Y ello no solamente en virtud de las propias
exigencias del material antropológico sino también en vir-
tud de requerimientos, por así decir, gnoseológicos (un
espacio con dos ejes hace imposible componer las figuras
de un eje con independencia constructiva del otro; pero,
en cambio, un espacio de tres ejes, permite construir figu-
ras bidimensionales abstrayendo alternativamente el ter-
cer eje). La tradición metafísica aristotélica ~y, por su-
puesto, cristiana— había utilizado, de hecho, un espacio
tridimensional. Tenía siempre presente (en Ontoiogía, en
Moral) la consideración de los tres órdenes de relaciones
antes citadas en las cuales el hombre estaría siempre in- geles cristianos), dotados de inteligencia y voluntad, que
serto, a saber: las relaciones del hombre para consigo acechan a los hombres, los vigilan, los defienden, los envi-
mismo, las'relaciones del hombre con la naturaleza y las dian o los desprecian. En nuestros días éstos démones del
relaciones del hombre para con Dios (o los dioses). Es in- helenismo se presentan bajo la forma de «extraterres-
teresante constatar que esta teoría de los tres ejes subsiste tres». Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la.
plenamente en muchos antropólogos positivos, si np refe- demonología helenística ha renacido en nuestra época de
rida a un espacio ontológico, si al menos referida al es- los viajes interplanetarios en la misma medida en que se
pacio fenomenológico {émicó), en el momento de afrontar alejan los ángeles y los dioses cristianos. Pero no, en
la descripción de las culturas humanas. modo alguno (como pensará el teólogo cristiano) porque
constituyan el sustitutivo de aquellos dioses, sino más
Del hecho de adoptar (contra ésta tradición) una bien porque vuelven a abrirse camino, emprendido desde
perspectiva ^materialista (que niega los dioses como enti- una tradición milenaria, una vez que desaparece el blo-
dades inmateriales o por lo menos —en el caso de los epi- queo que el antropocentrismo cristiano (en su «lucha
cúreos— los reduce a la condición de entidades ociosas) contra los ángeles») les hubo impuesto. Ahora bien:
¿cabe inferir que es preciso ^reducir el espacio tridimen- desde un punto de vista materialista creemos que no es
sional a las proporciones de un espacio plano.'. Creemos posible negar a priori (como quaestio iuris) la posibilidad
que en modo alguno. Sólo será preciso cambiar los éérmi- de los démones, de los extraterrestres, como es posible ne-
nos del tercer contexto. N o serán los dioses quienes lo gársela a los dioses: si se trata de una cuestión de hecho
constituyan. {quaestio facti). Pero es un hecho que, por probable que
aparezca para muchos hombres de nuestros días (tanto la
URSS como EEUU dedican importantes porciones de sus
Pero ¿acaso no es preciso reconocer que los hombres
presupuestos a la escucha de los mensajes demónicos) no
se relacionan de un modo espeafico (= irreductible al
sería suficiente para edificar el concepto de un tercer con-
orden de las relacionees circulares y al de las radiales) con
texto o eje antropológico dotado del mismo grado de rea-
•otras entidades que no son hombres, sin duda, pero que
lidad que los anteriores (el circular y el radial). Pero es
tampoco son cosas naturales, en el sentido anteriormente
preciso contar con otros hecbos que,, nos psyrece, se ajustan
mencionado.''. Entes ante los cuales los .hombres se com-
puntualmente a la misma forma de lo numinoso. Es preciso
portan, sin embargo, según relaciones de temor o de
reconocer que los númenes existen, desde luego, como
amistad, y según un comportamiento no imaginario (pura-
términos de relaciones específicas antropológicas, y que
mente fenomenológico), sino real, ontológicamente fun-
éstos númenes pueden ser identificados con los animales,
dado (lo que no excluye la posibilidad del error, la posibi-*
al menos con ciertos animales teriomorfos. Solamente
lidad de interpretar las cosas o los otros hombres como si
desde una tradición cristiana que terminó por despojar a
fueran éventualmente entes de éste tercer "tipo). Estos
los animales de todo tipo de numinosidad (la tradición
entes a los cuales nos estamos refiriendo no serán divinos,
que culminó en la tesis del automatismo de las bestias de
pero si podrán ser numinosos. Los consideraremos núme-
Gómez Pereira y los cartesianos, de la reducción de los
nes, inteligencias y voluntades, realmente existentes, ante
animales a la condición de simples determinaciones de la
los cuales los hombres adoptan una conducta «política»
res extensa, a puntos del eje radial) puede dudarse que los
de adulación, de engaño, de lucha, de odio o de amistad.
animales constituyan una clase de términos constitutivos
Desde hace muchos siglos, los hombres se han represen-
de un órde'n específico de relaciones. Ahora bien: la rea-
tado la realidad de estos númenes en la forma de démones,
lidad de los animales (en este sentido) nos permite tratar
es decir, de organismos corpóreos (no espíritus puros, án-

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como una unidad la dase constituida por la suma lógica de quedará nuestro espacio antropológico coordenado por estos
la clase de los animales y la de los démones, digamos, la tres ejes:
clase {a U d } . Porque aunque la clase d sea considerada
(I) El eje circular; (II) El eje angular y (III) El eje
como la clase vacía (d = 0 ) , la clase {a U d } ya no será
vacía. Esto nos permitirá introducir las relaciones con lo radial.
numinoso (las relaciones religiosas) como relaciones irre-
Por supuesto, nuestro diagrama no es un ideograma:
ductibles al género de las relaciones circulares (el antropo-
de lo contrario cabría confundir las relaciones circulares
logismo de Feuerbach: «el hombre hizo a los dioses a su
asociadas al círculo exterior con las posiciones de quienes
imagen y semejanza») o a las leldLciones radiales (el enten-
entienden que los hombres «envuelven» a la naturaleza
dimiento de la religión como una metafísica o como una
(el idealismo de Fichte o la «constitución trascendental»
concepción del mundo): nos permitirá edificar una
de Husserl); y si, para evitar ésta consecuencia, permutá-
filosofía materialista de la religión que sea algo más que
semos los círculos (asignando el círculo exterior a los ob-
mera fenomenología o psicología de la percepción (la reli-
jetos naturales) peligraríamos hacia la interpretación del
gión como «alucinación», como «proyección» de deseos,
círculo exterior como un mundo natural envolvente (el
etc.); nos perrhitiría reconocer a la religión con una di-
Umwelt en su sentido ecológico). En rigor, las dos dispo-
mensión verdadera de ios hombres, siempre que ñiera po-
siciones posibles del diagrama se neutralizan mutuamente
sible sostener la tesis de la religión como brotando origi-
e incluso podríamos coordinar ésta posibilidad de permu-
nariamente de la religación con los animales, de lo que po-
tación con el dualismo dialéctico contenido en el pensa-
dríamos llamar «religión natural» (*). Esta tesis ha sido fe-
miento 265 de Pascal: «En cuanto cuerpo, el espacio me
nomenqlógicamente reconocida por los defensores de las
absorbe como a un punto; en cuanto conciencia lo absor-
teorías totemistas de la religión -pero éste reconocimiento
bo yo a él».
se ha mantenido en el plano fenomenológico y empírico
(lo que defendió Frazer, por ejemplo, en un momento de
su pensamiento, no fiíé que la veneración de los animales
constituyese una dimensión humana, sino más bien una
reacción primitiva que de hecho podía registrarse en la con-
ciencia falsa de muchos primitivos). Otras veces, los etnó-
logos han reconocido ampliamente la naturaleza religiosa
del trato de los hombres primitivos con los animales, pero
entendiendo ésta relación en el marco de una relación
más general con la divinidad («y sólo tratando de apreciar
en mucho más de lo corriente las posibilidades de comu-
nicación entre el hombre y el animal, podemos esperar
penetrar con comprensión hasta aquellas plasmaciones
culturales extrañas que llevaron al hombre de una época
primitiva muy remota a relacionar inclusive la vivencia de
lo divino preponderantemente con el animal» nos dice
Jensen). El sentido de nuestra tesis teleológica es otro, a
saber, el de la concepción de la religación como una rela-
ción originaria práctica («política», no metafísica) con
ciertos animales (por ejemplo, con el «Señor de los ani-.
males», que puede ser un reno gigante, el oso de la cueva
musteriense de Drachenloch, o el oso de los ainos). Los
dioses no estarían, según esto, hechos a imagen y seme-
janza de los hombres, sino también hechos a imagen
y semejanza de los animales numinosos; por ío qué toda
Teología sería en el fondo Etología, así como, recíproca-
mente, en la sabiduría del etólogo sería posible encontrar 4. Las relaciones entre los términos dados en cada
con frecuencia la sabiduría del teólogo natural (la descrip- uno de estos tres ordenes tiene lugar por el intermedio de
ción de \í fidelidad del perro que nos ofrece Lorenz perte- terceros. Pero ello no estorba, como hemos dicho, a la
nece, curiosamente, al lenguaje religioso). La impiedad posibilidad de la autonomía esencial de las relaciones de
moderna habría que situarla no tanto en las obras de los cada orden. Las relaciones de intercambio económico, la
ilustrados del siglo XVIII cuanto en Gómez Pereira, o en figura de la mercancía, por ejemplo, parece una relación
Descartes, cuando enseñaban que los animales sólo son circular (social): Robinson no intercambia mercancías.
máquinas. Estas relaciones económicas no podrían subsistir, desde
luego, sin la mediación de las entidades físicas (radiales).
Pero la complejización de las relaciones de trueque darán
Si representamos a éstos términos numinosos por_pui> lugar a cursos confluyentes dotados de un ritmo propio,
tos intercalados entre los dos círculos que antes hemos independiente en el sentido, solamente, de que éste ritmo
introducido, las relaciones de este nuevo orden adopta- es compatible con diferentes mediaciones físicas, incom-
rían, en el diagrama, una disposición angular. Con ella. patibles entre sí (no en el sentido de que sea indepen-
diente de todas ellas). Las relaciones de los hombres con
las cosas del mundo tampoco son, en general, indepen-
dientes de los animales y no en el sentido material, según
(*) En próximos números publicaremos una exposición global de ésta
el cual, los animales (como partes de nuestro mundo natu-
filosofía materialista de la religión. ral, como comestibles) nos ayudan a subsistir, sino en un

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sentido formal. El mundo del hombre no es solamente su dualismo metafísico (utilizado constantemente en nues-
habitat, algo así como la jaula es el «mundo» de la rata tros días por los paleontólogos y antropólogos theilardia-
que está encerrada en ella. El mundo no es la jaula del nos) aunque no es gratuito, es una forma inadecuada de
hombre —salvo para quien crea que el espíritu puede es- interpretar una dualidad gnoseológica, que no se estable-
capar a un trasmundo. El mundo no es una jaula o una pri- cería entre las dos partes de un todo acumulativo, sino
sión: esto es pura metáfora pitagórica o cristiana. Porque más bien entre las partes abstractas de los componentes
mientras el concepto de «jaula» o de «prisión» incluye que llamaremos de tipo cp y las totalidades de tipo n, o si
esencialmente la nota de «recinto con límites» (como se quiere, entre las partes conjugadas de un complejo, en
también lo incluyen los conceptos de «casa» o «morada»), el cual el cuerpo como acófxa JíveviiaxiKÓv se relacione
el mundo del hombre no tiene límites: es ilimitado, consigo mismo por mediación del espíritu de la cultura
aunque sea finito ~y por eso también es metafísica pura humana.
hablar del mundo como la «morada del hombre». Pero a
la ilimitación constitutiva de nuestro concepto de Mundo Estas realidades heterogéneas se agrupan, en efecto,
sólo podríamos haber llegado en el proceso dialéctico de en dos grandes rúbricas que tradicionalmente suelen de-
la confrontación con los animales, con el Umwelt de ellos, signarse como corpóreas (físicas, morfológicas, fisiológicas)
en cuanto envuelto por nosotros. y espirituales (lingüísticas, artísticas, religiosas). Pero ésta
división está sobrecargada de presupuestos metafísicos,
5. Estos tres ejes sólo lo son en tanto en ellos quepa aunque su contenido denotativo no es en modo alguno
disponer exhaustivamente todas las realidades antropoló- vacío. También a efectos de disociar en lo posible las
gicas, según hemos dicho. Y, ¿cuáles son éstas?. Muy he- connotaciones jnetafísicas de una distinción que, de otra
terogéneas y cambiantes. Es acrítico todo intento de defi- parte, es inelüdibI^,^cudimos a dos símbolos abstractos
nir al hombre por algún predicado permanente y global. (q), como inicial de (púoig, naturaleza; n, como inicial de
3iV8V[ia, espíritu). Y así diremos que las realidades o los
conceptos antropológicos, o bien son de índole (p (como
«genitor») o bien son de índole n (como «padre»). Las
formaciones Jt, en virtud del dialelo antropológico, han de
suponerse ya humanas (cuando se dan a través de un qp a
su vez humano), si bien pueden generalizarse a las forma-
ciones de las culturas animales. En cualquier caso la opo-
sición entre las determinaciones me y qp del campo antropo-
lógico es muy compleja y tiene que ver, por ejemplo,
incluso con la distinción ontológica entre la esencia o rea-
lidad y el fenómeno. Los cínicos, por ejemplo, sostuvieron
que sólo la qjúoi? era lo real, porque lo espiritual (o si se
quiere, lo cultural) sería apariencia, fenómeno, conven-
ción, VÓH05. Sin embargo, y aunque la distinción entre
una esencia y el fenómeno tenga siempre que ver con la
distinción entre determinaciones « y (p, no cabe reducir
ambas distinciones. La cultura no es sólo el reino del fe-
nómeno, el reino del espíritu (de la conciencia, de la
superestructura). El fenómeno es también una realidad.
Según Pike la auténtica realidad que interesa al científico
de los campos antropológicos —lo mico, frente a lo ético,
entendido como artefacto o construcción extrínseca. (Sin
II embargo, muchas veces, lo ético, en el sentido de Pike,
nos pone mucho más cerca de la realidad antropológica
que lo que es émico: «genitor» no es sólo un concepto
tal como la libertad, el bipedismo, la autoreflexión o la mora- ético del antropólogo que describe una sociedad hipoté-
lidad, porque éstos predicados son siempre abstractos y tica en la que éste concepto no existiera; los esclavos del
presuponen ya el material que se pretende derivar de derecho romano clásico son personas, desde un punto de
ellos. Las realidades antropológicas no son algo dado, sino vista ético, aún cuando émicamente puedan figurar como
algo que está haciéndose. Cuando hablamos del hombre ganado parlante.
hay que tener en cuenta --dialelo antropológico— que es-
tamos hablando de nuestra realidad actual, presenté,
desde la cual podemos proceder regresivamente en las di- 6. Pero los conceptos denotados por los símbolos q>
versas líneas de los componentes que nos conducen a y 71 son abstractos, ente otras cosas porque queremos aso-
regiones eventualmente disociadas. Esta necesidad de la ciar las ideas qp y Jt no sólo a ciertos contenidos denota-
perspectiva presente (bolista, por tanto) sería el funda- tivos empíricos, sino precisamente a las ideas ontológicas
mento en que se apoyan las concepciones metafísicas que de parte y todo (en el sentido de la omnitudo rerum). Pre-
postulan la necesidad de definir al hombre no ya a panir sentamos ésta asociación como dada en la propia idea de
de su morfología anatómica, sino a partir de sus cuali- hombre tal como nos ha sido transmitida por nuestra tra-
dades espirituales (moralidad, religiosidad, reflexividad) dición cultural y filosófica (cualquiera que sea su verdad).
sin perjuicio de reconocer la necesidad del cuerpo. Se re- Queremos decir con ésto que la idea actual de hombre, la
cae así en el dualismo metafísico clásico entre las dos par- que nuestra tradición filosófica nos ha transmitido, apare-
tes de un todo acumulativo (hombre = cuerpo + espíri- ce vinculada internamente a éstas ¡deas ontológicas («el
tu). Desde nuestro punto de vista diríamos que el hombre es la medida de todas las cosas»; o bien: «el

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hombre es el hijo de Dios —o su creador», siendo Dios el de una totalidad distributivaTj ). Tal es el formato canóni-
principio de todas las cosas; o bien, «el hombre es el co (aunque sin duda no el único: la lactancia es una situa-
animal que vive rodeado de un espacio ilimitado, totah). ción/^ÍÍ'Í» pero que incluye dos organismos) que atribui-
Nosotros desconfiamos de la consistencia que pueda con- mos a las características de tipo (p. Se nos resuelven éstas,
venir a las ideas de Dios o de todo absoluto; pero dado el por tanto, en una clase cuyos elementos son los «organis-
espesor de ésta tradición, habremos de esforzarnos por mos humanos», los «140.000 millones». No considera-
redefínir éstas ideas desde nuestros propios supuestos a mos, salvo como excepciones, a las formas físicas de vida
fin de incorporarks al diseño de nuestro «espacio antro- humana no estrictamente individual, en este sentido.
pológico». Prescindimos aquí también de las cuestiones relativas a la
determinación de las notas distintivas (de tipo morfológi-
co o funcional) o constitutivas de esta especie, dada dentro
Las determinacionees antropológicas de tipo cp se del orden de los primates —tales como la fórmula cariotí-
organizan, en general, ante todo, según el formato lógico pica, la fórmula dentaria, o el ángulo facial. Suponemos
de una especie porfiriana, mendeliana, en la que supone- que, en general, ésta especie (el homo sapiens sapiens) se ha
mos incluida la individualidad (si se quiere, bajo la forma fijado desde hace (pongamos) cincuenta mil años y que
ésta fijación tiene que ver precisamente con la propia na-
turaleza de las determinaciones Jt (espirituales, cultura-
les). Y no precisa o exclusivamente (creemos) en el
sentido de que la cultura humana (la «hominización») sea
un resultado de características cp (por ejemplo, el lenguaje
humano un resultado de un cierto desarrollo cerebral) si-
no también, recíprocamente, en el sentido de que éstas
características morfológicas y fisiológicas q) sólo han podi-
do mantenerse, y aún originarse, a través de los procesos
culturales y sociales. La cultura humana, según ésto, antes
que un mero resultado de transformaciones físicas (q)) de
un cierto tipo de homínidos (australopitecos, sinántropos)
la consideraríamos como marco o condición, por lo me-
nos, para que tales características se multipliquen hasta
alcanzar el punto crítico a partir del cual puedan despegar
del nivel de las sociedades de primates O de homínidos.
Desdé este punto de vista (si llamamos, en general, «espí-
ritu» a las determinaciones de tipo Jt) cabría decir, con
paradoja puramente verbal, que, para el materialismo his-
tórico no reduccionista, es el espíritu humano (la «super-
estructura») aquello que condiciona y hace posible la
propagación de las propias características fisiológicas del
cuerpo hmnano, por lo menos en la escala cuantitativa en
que éstas se realizan (escala de millones frente, a lo sumo,
los cuatrocientos individuos a los que llegan las hordas de
mandriles). Sin duda, multitud de determinaciones cp ha
aparecido a partir de condiciones biológicas preculturales,
de mutaciones, seguidas o no de las adaptaciones consi-
guientes (lactancia prolongada, neotenia, facilitada por el
grupo familiar de cazadores). Lo que queremos- decir, en
todo caso, es que éstas determinaciones carecerían de toda
significación antropológica %x se considerasen descontextua-
lizadas de los marcos Jt pertinentes. (La aparición, por
mutación, de cuerdas vocales nada significa antropológi-
camente, al margen del lenguaje humano, como no signi-
fican todavía gran cosa la capacidad de empuñar una pie-
dra o un instrumento —ni siquiera su utilización de hecho
por australopitecos— fuera del marco de ésa tecnología
más compleja que es su resultado (dialelo antropológico).
Y, con todo, los problemas centrales de antropología
filosófica brotan en ios puntos de conexión entre las de-
terminaciones Jt y las determinaciones <p del material hu-
mano. Así también, el «cierre» de las ciencias antropo-
lógicas, por ejemplo, de la Antropología humana, tiene
lugar precisamente en la composición de términos de
clases pertenecientes a qp y a JT. LOS restos óseos ((p) de
pitecantrópidos se coordinarán con las piedras del ache-
lense (jt) como los restos óseos (tp) neanderthalienses con
las piedras (Ji) musterienses. Dadas piedras musterienses
pasamos, en general, a huesos neanderthalienses y recí-

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no por herencia; pero no todo lo que se transmite por


aprendizaje es por ello, automáticamente, cultural (salvo
que convencionalmente se desee —como desean muchos
etólogos— llamar Cultura al conjunto de las pautas trans-
Duldcavjda mitidas por el aprendizaje). N o es cultura (al menos, cul-
gríseaurelh tura objetiva) el conjunto de estereotipos dinámicos se-
gún los cuales vuela un ave, aunque los haya adquirido
por aprendizaje, y no porque no pueda hablarse de una
cultura animal (es el nido que aquella ave ha tejido lo que
quedaría más cerca del concepto de cultura objetiva).
Además, no todas las determinaciones qp no hereditarias
son siquiera efectos del aprendizaje. Lo que es hereditario
se opone a lo que se deriva de la influencia del medio
ambiente (a lo que es peristáticó), pero esta influencia
puede no tener que ver con los procesos de aprendizaje
(o sólo de un modo indirecto u oblicuo). Una determina-
da pigmentación de la piel puede no ser hereditaria, sino
un efecto peristáticó natural, regular y necesario para los
individuos de una población dada 'en un ecosistema; el
aplanamiento dinárico es acaso una característica física, sin
duda, pero no hereditaria, sino peristática, y tampoco
fruto del aprendizaje, aunque si efecto oblicuo de un ri-
tual (jt), a saber, la costimibre de echar al niño sobre una
tabla dura. Casualmente, éstas determinaciones morfoló-
gicas, podían llamarse culturales, aunque no son efecto
del aprendizaje.

Las determinaciones de índole Jt (por ejemplo, los


«bienes» en el sentido económico) se ajustan, muchas ve-
ces al formato lógico de la especie porfiriana definida a
partir de los parámetros de los organismos individuales
naturales (así, «los bienes de consumo» y también
muchos bienes de producción). Los indtunentos del «mo-
no vestido» son individuales, a la escala de la individua-
procamente —tal sería el curso de las cerradas construc- lidad q) y ningún colectivismo ha llegado a proponer como
ciones paleontológicas. Pero cp no contiene sólo los restos ideal de la sociedad futura a un abrigo colectivo, a una
óseos. Cuando definimos al hombre como el bípedo im- camisa que cubra a varios hombres (Bellamy, habló, es
plume, al modo platónico —o, en fórmula actual, como el cierto, en El año 2000, de paraguas colectivos) y a lo más
«mono desnudo»-- estamos situados en un plano <% aun- que llega el ideal de la comunicación de bienes es a ins-
que también podríamos definir al hombre, aún más pro- taurar la utilización sucesiva-distributiva de los bienes in-
fundamente como «el mono vestido» (en términos aristo- dividuales. Individuales son también los actos de hablar,
télicos —como el único animal que cae regularmente bajo la mayor parte de las herramientas primitivas, precisa-
el dominio de la séptima categoría, el ^X^'^'v, el habitus). mente porque son «prolongación» de los brazos o del
El concepto de «mono vestido» es un concepto Jt, riguro- cuerpo. Sin embargo, las determinaciones n no pueden
so —mientras que el concepto de «mono desnudo», pese a ajustarse, en general, a ésta forma canónica: su escala, por
su apariencia biológica, es puramente literario y metafó- así decir, es otra, supraindividual. Y éste punto es esencial,
rico, puesto que supone la previa interpretación del vello principalmente porque muchas veces se eclipsa desde las
de los primates como si fuese un vestido y, de hecho, sólo perspectivas humanísticas o sociologistas. Sin duda, de
a través de la referencia a un marco cultural (en donde siempre se ha intentado, desde el punto de vista del hu-
hay vestidos) cobra sentido antropológico la determina- manismo coordinar las configuraciones n (culturales, espi-
ción (p «desnudo». rituales, mentales) a las configuraciones q) (físicas, anató-
micas), ajustar las máquinas, como se dice, «a la escala
¿Cómo delimitar, en esta perspectiva, las característi- humana» (lo que conduce a veces al ideal: «un coche para
cas de tipo (p en el formato canónico que le hemos atri- cada ciudadano»). Se interpretará la cultura (por ejemplo,
buido (el de especie porfiriana, cuyos elementos designa- el lenguaje) como consistiendo esencialmente en ser un
mos por H i , H2,... Hn).'. Seguramente el criterio de la he- medio de comunicación entre los hombres entre los indivi-
rencia es muy firme en muchos casos. Porque las carac- duos humanos, como el medio a través del cuaLse expre-
terísticas hereditarias (el color de los ojos, la talla, etc.) san unos hombres ante otros, porque es a éste nivel q)
son de índole q). Pero se trata sólo de una situación para- como se establece la igualdad humanística. «Es suficiente
digmática, porque la recíproca no es válida: no todo lo observar la necesidad naniral de todos los hombres..., nin-
que no se transmite hereditariamente deja por ello de guno de nosotros puede ser definido como bárbaro o
pertenecer al ámbito (p y, mucho menos pasa automáti- como griego, puesto que todos respiramos el aire con la
camente a formar parte del reino espiritual de las boca y con la nariz...» decía Antifon. Y en el libro de
determinaciones Jt. Una gran cantidad de determinaciones Mencio (VI A 17) leemos: «TtíÜas las cosas de la misma
antropológicas naturales se transmiten por aprendizaje y especie son semejantes entre si y ¿por qué habríamos de

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dudarlo respecto del hombre?. El sabio y yo somos de la que un organismo puede considerarse inserto en el tejido
misma especie... las bocas de los hombres gustan de los de las relaciones personales).
mismos sabores; sus oídos escuchan los mismos sonidos y
a sus ojos les complace la misma belleza. ¿Podría ser que La oposición individual / social sugiere que aquello
sólo en su mente no gustaran de la misma cosa?». Se que no es individual ha de ser social. Sin embargo diría-
supone, por la teología cristiana, que a cada cuerpo le co- mos que no es por ser social (que lo es) por lo que algo
rresponde un espíritu creado ex profeso (en oposición al no es individual, sino porqué se organiza según otra
traduciánismo) aún cuando se discuta cuál sea el mo- forma canónica, la que corresponde a las formas cultura-
mento de la insuflación. Y, es interesante advertir que les, en general. El lenguaje, la Langue de Saussure, que es
quienes ya no creen en la insuflación, siguen sin embargo formación n, no es ya una totalidad porfiriana, porque sus
discutiendo sobre el momento en que pueda considerarse partes no son sin más, elementos de una clase cp, tal como
persona a un embrión o a un feto, como si la espiritua- se ha definido. Hay así una inconmensurabilidad entre la
lidad fuera un predicado distributivo porfiriano ligado a la Lengua y el Habla (multiplicada según la forma de los or-
individualidad de tipo (p (sería preciso tener en cuenta ganismos qp). Y otro tanto ocurre con las viviendas, con
que no es por medio de las estructuras de tipo los caminos, con las ciudades. Las viviendas, entre sí, ya
distributivo, sino por medio de nexos atributivos, por lo no mantienen (salvo que sean celdas «monásticas») la es-
tructura individual y se coordinan no con los individuos,
sino con las familias, sin perjuicio de que a su vez éstas
puedan considerarse como elementos de otra clase porfi-
riana Jt, dada a otro nivel paramétrico. Las determina-
ciones culturales, por otro lado, ya no se transmiten por
herencia, pero tampoco se transmiten siempre por apren-
dizaje. Cuando se considera la participación que de ellas
tiene cada individuo q) (o bien, se considera la multipli-
cación o difusión de éstas características entre los indivi-
duos (p), entonces hay que hablar, en general, de aprendi-
zaje: el lenguaje debe ser aprendido, porque no brota de
la mente o del cerebro en el mismo sentido que tampoco
le brotan al iroqués las plumas de su tocado. Pero otras
veces la participación cultural es de índole peristática,
aunque no sea de tipo aprendizaje —pongamos por caso,
el uso de un camino heredado, o el propio «triángulo de
Edipo» cuando el síndrome se cumple regularmente. Y, en
todo caso, la transmisión de las formas culturales incluye
también los procesos causales «automáticos» que se dan
al margen de las realidades qp (la permanencia de un ca-
mino a través de generaciones, la posibilidad de la
máquina que se autorestaura) y, en todo caso, se dan «por
encima de nuestra voluntad».

7. Las determinaciones de índole qp son múltiples y


constituyen de algún modo un cierto orden causal «autó-
nomo»: designemos éste orden por la fórmula (p¡, cpj. En
cualquier caso debemos recordar que éstas relaciones han
de considerarse dadas como inmersas en el orden cultural,
aún cuando éste haya sido abstraído. Las relaciones de
que hablamos no son precisamente previas al orden cultu-
ral, en cuyo caso la oposición qp/ Jt nos retrotraería a la
oposición ordinaria y metafísica Naturaleza j Cultura
(heredera de la oposición teológica ¿n/(?» Vi la Natura-
leza I orden de la Gracia). Pero cuando se habla de «pleis-
toceno inferior o medio» (en sentido geológico) no por
ello entramos formalmente en el campo de la antropolo-
gía, sino que nos mantenemos en el ámbito de la ciencia
natural. Guando hablamos de «paleolítico inferior» o de
«paleolítico medio», pisamos ya en el terreno de la antro-
pología. Y es aquí donde aparece la oposición entre el
plano qp (al que pertenecen los huesos de un hombre de
Neanderthal) y el plano TÍ (al que pertenecen, por ejem-
plo, las lascas musterienses). La dialéctica de ésta distin-
ción estriba en que precisamente a través de las deter-
minaciones qp (aunque no sólo a través de ellas) se
intersecta el campo antropológico, de un modo caracterís-
tico, con otros campos zoológicos. Y las situaciones son
mucho más complejas de lo que pudiera parecer en un

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principio: el reno, es, en abstracto, un concepto zoológi-


co; pero en el contexto de su conexión con los hombres
de Cro-magnon puede comenzar a ser un concepto qp,
cuando atendemos a su cantidad. E incluso, en cuanto
domesticado, un concepto Jt.

En realidad, cuando las relaciones cp¡/ qpj no incluyen,


más o menos remotamente, la mediación de determina-
ciones Jt, podríamos decir que nos remiten fuera de la es-
fera de la antropología y que se mantienen en el campo
de la biología, en general. Los procesos de fusión de ga-
metos procedentes de dos individuos humanos (H¡ / H;-)
en la medida en que tienen lugar al margen de toda deter-
minación Jt, son procesos biológicos. Corresponden a la
antropología, en la medida en que ésta es antropología fí-
sica, es decir, fundamentalmente, una parte de la Zoolo-
gía. En cambio, la «braquicefalia libanesa», de la que
antes hemos hablado, es ya (causalmente) una determina- cibernéticas, o incluso de estructuras estadísticas (ponga-
ción de significación antropológico-cultural. mos por caso, las similares a la llamada ley de Zipf) que,
resultando en el seno del reino de la cultura, desbordan
También las determinaciones Jt se relacionan mutua- éste reino como una especie más de otras estructuras ge-
mente y éstas relaciones constituyen un orden caracterís- néricas que se realizan también en'el reino de la naturale-
tico, de interés antropológico. ¿Siempre? ¿No ocurrirá za.
aquí algo análogo a lo que vimos ocurría en el plano qp.'.
Según ésto, desde los conceptos de los órdenes cp y Jt
ai nos atuviésemos a la ideología implícita de la antropo- parece posible delimitar un espacio de relaciones que per-
logía cultural estaríamos tentados a concluir que, en gene- tenece a la antropología y otros espacios que exceden su
ral, todo análisis de la cultura humana es, ipso facto, tarea campo. Cierto que no todas las relaciones antropológicas
de la antropología. Pero se trata, creemos, de un error han de poder recogerse en éstos dos contextos (qpz/jtqpj;
conceptual. Muchas relaciones que se mantienen entre TcJ (pní;). También los hombres mantienen relaciones a al-
términos culturales no son de suyo antropológicas, sino go que no es ni la cultura ni el organismo biológico, sino
xa "ktKxá y por tanto, sería antropologismo suponer lo con- el medio ecológico o «todo lo demás». Este «todo lo de-
trario. Tampoco muchos de los conceptos que han brota- más» puede ser definido, desde los propios conceptos qpy
do de la experiencia con nuestro cuerpo son reducibles al Jt del siguiente modo (designando por * la composición
cuerpo: los números dígitos proceden de los dedos de la de las formaciones (py Jt): [(qp * Jt) / fqp * JT)]. Si interpre-
mano, pero no por ello los símbolos numéricos (ni siquie- tamos qp y Ji como clases (como una de las interpreta-
ra los de la numeración romana) pueden considerarse ciones posibles que pueda tomarse como referencia), *
como «dedos» sublimados. ¿Dónde trazar la línea diviso- puede interpretarse como producto de clases, con lo que
ria?. Sugerimos el siguiente criterio: cuando las relaciones la fórmula anterior se convierte en esta otra: [(qrcr)/
entre las ^determinaciones JT tengan lugar a través de qp (qpojí)]. Suponiendo disyuntas las clases qp y Jt, entonces
(jti/ qpjtj) —en condiciones sobre todo |3-operator¡as~ esta- (qpnjt) = (qpTJt) equivale a la totalidad ( = 1 ) del universo
ríamos en el reino de la antropología. Pero si cp pudiera lógico del discurso, en nuestro caso, la omnitudo rerum.
ser eliminado, nos saldríamos de él. Así, las relaciones De este modo, recuperaríamos a partir de Jt y de (p, el
geométricas entre figuras fabricadas (jt) por el hombre, no contacto con la idea del todo (como omnitudo rerum) que
son antropológicas, sino resultancias objetivas. Y lo habíamos considerado como esencial en la Idea de
mismo se diga de las relaciones lógicas o de las relaciones «Hombre», de nuestra tradición filosófica (Protágoras,
Hegel).

(*) La evidencia en tomo a la efectividad de ciertos órdenes de relacio-


nes que, brotando del seno de los procesos culturales no son reductibles
al campo antropológico, se constata, por ejemplo, en muchos teóricos de En conclusión, podríamos establecer que el ámbito
la llamada «filosofía de los valores» -cuando defendía, contra el psicolo- de las categorías antropológicas estrictas brota de las con-
gismo axiológico, la objetividad de los valores y su irreductibilidad no fluencias de las determinaciones qp y de las determina-
sólo a los sujetos que te estiman, sino también a las cosas o bienes que las
soportan (Scheler, N . Hartmann). También en particular en el llamado ciones Jt y queda delimitado por ellas mismas. Cuando
movimiento por la «deshumanización del arte», en tanto implicaba (en consideramos las formaciones qp disociadas de Jt, nos se-
nuestra terminología) la metodología de la desconexión de los valores paramos del campo antropológico y entramos en el reino
artísticos (de orden jt) respecto de la vida fisiológica o psicobiológica (de
orden (p): «El problema del poeta [decía Valery] deberá-consistir en
de las categorías zoológicas o incluso psicológicas; cuan-
extraer de ése instrumento práctico el medio para lograr una esen^ do consideramos las formaciones Jt disociadas de qp, entra-
cialmente no práctica» («no práctica» significaría para nosotros: al mar- mos en un campo de categorías preterculturales. Esta-
gen del plano <p). Y ese mundo artístico, no por organizarse «al margen» mos ante un gesto agresivo del preisidente Nixon y ante el
del mundo féico (o biológico), resulta estar menos estructurado. Baude-- gesto agresivo de un orangután (tal como se representan
laire lo expresaba así: «Existe sin duda en el espíritu [digambs: en el
plano K] una especie de mecánica celeste de la qije no hay que avergon- en la obra de JoUy (*): cuando evacuamos los qontenidos,
zarse; por el contrario, hay que sacarle el partido más glorioso, como los
médicos lo sacan de la mecánica del cuerpo [dígame, cp)». El estructura-
lismo de Levi-Strauss (como ha demostrado James A. Boon, en su mag-
nífico libro Vrom Symbolism to Structuralism, 1972) flota enteramente en (*) Aliso'n •• Jolly, The Evolution of Primate Behavior, New York, Me
la ola de ésta tradición, reforzada con e\ formalismo ruso, Jakobsoá, etc. Millan, 1972.

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ambos gestos aparecen como enteramente similares: tal es


el punto de vista del psicólogo, que resulta ser así un
punto de vist2i formal (precisamente en tanto que segrega
dichos contenidos). Para que el gesto agresivo de Nixon
recupere su características humanas es preciso introducir,
no ya una interior «conciencia reflexiva» del propio
gesto, sino, por ejemplo, su referencia a la Bolsa o al
Pentágono, es decir, a contenidos de la cultura objetiva, a
contenidos materiales, contenidos que de ningún modo
pueden ser asociados en el mismo sentido al gesto agre-
sivo similar del prknate.

8. Cabe establecer una correspondencia ente los tres


ejes del espacio antropológico simbolizados en los diagray
mas anteriores y los contextos de relaciones obtenidos a
partir de las ideas cp y Jt.

A) Obviamente, las relaciones circulares se corres-


ponden, ante todo, con las relaciones q)¡/ Ji(}?; y con las
relaciones K¡ / qKj.

B) Las relaciones radiales se corresponderán eviden-


temente con las relaciones Jt * qp / Jt * cp. La correspon-
dencia se refuerza teniendo presente que, a partir de ella,
el «mundo» se nos da ya no como un concepto ecológico,
como Umwelt determinado, sino como concepto in-finito
(negativo) que se amplía virtualmente de modo ilimitado
a partir de una esfera inicial.

C) En cuanto a las relaciones que hemos llamado


angulares, se corresponderán con los contextos qp/ qp
—abstraído 3t (el Ji humano, pero no necesariamente las
formas Ji animales)— y Jt / Jt —abstraído qp (en -su refe-
rencia humana, pero no necesariamente en su referencia
animal)—. Cuando consideramos las relaciones entre los
hombres y los animales es evidente que ellas pueden ser
consideradas en el ámbito de una categoría no antropoló- procesos antropológicos desde la óptica de k idea de
gica, sino etológico genérica, zoológica (por ejemplo, la adaptación. R. Brown habla de una adaptación social —que
caza). Y, otra vez, la línea divisoria entre lo que tiene podría ponerse en correspondencia con el eje circular—, de
significación antropológica y aquello que no la tiene po- una adaptación ecológica —que corresponde con el eje ra-
dría pasar por la idea Jt, a saber: si las relaciones angulares dial (aunque incluyendo también el eje angular)-- y de una
son tales que, mediante ellas, los términos relacionados adaptación cultural —que ya no tiene una correspondencia
(hombres y animales) se nos dan por el intermedio de sus precisa con algún eje determinado de nuestro espacio
culturas, al menos, desde luego, por el intermedio de las antropológico, puesto que habría que repartirla entre
formas culturales humanas, entonces evidentemente las todos sus ejes. Sin embargo, ésta organización del campo
relaciones tendrán ya un significado antropológico. Por antropológico por medio de la idea de adaptación, si bien
otra parte, cada caso plantea problemas especiales y no puede tener una significación gnseológico-categorial muy
puede resolverse aisladamente: es preciso considerar su fértil, tiene también las limitaciones propias de la misma
conexión con el tejido antropológico en su conjunto. La idea á^ adaptación. Supone no sólo un «mundo» ya dado
supuesta «batalla de Krapina», que según algunos prehis- (un habitat) sino una cultura ya dada, para cada sociedad,
toriadores habría tenido lugar "en el paleolítico ¿debe con- una cultura ahistórica a la cual habrían de adaptarse los
siderarse como una guerra o como una cacen a (en la cual individuos y las sucesivas generaciones. La perspectiva de
las presas hubieran sido homínidos neanderthalienses)?. la adaptación instaura, sin duda, un método para analizar
La respuesta a ésta pregunta imaginaria comprometería la cerradamente sociedades bárbaras, estacionarias. Es la
concepción misma del campo antropológico. perspectiva cultivada principalmente por-el funcionalis-
mo. Cuando, desde la «cultura occidental», se contempla
9. N o hay una correspondencia puntual, ni tiene por la «cultura trobriandesa»,como un orden o sistema esta-
qué haberla, entre las dimensiones def espacio antropoló- cionario, en equilibrio, adaptado al medio, cabe entonces
gico así estructurado, y otras estructuraciones más o distinguir la cultura (y la adaptación cultural) del medio (y
menos empíricas, corrientes en la Uteratura antropológica. X^L adaptación ecológica); pero esto, sólo porque se distingue
Ya hemos citado la estructuración metafísica tradicional la cultura trobriandesa de la nuestra; porque se contempla
según el orden de las relaciones del material con el Hom- la posibilidad de que un individuo trobriandés salga de su
bre, con la Naturaleza y con Dios. Podríamos referirnos círculo cultural y se integre en Estados Unidos o en Ingla-
también a la conocida estructuración, más científica (natu- terra. Considerado en sí mismo, no hay distinción entre
ralista), debida a Radcliffe Brown, quien contempla los su adaptación a la cultura y su adaptación al medio.

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porque es la cultura globalmente, la que se adapta al fundas entre las sociedades humanas, la disociación sim-
medio, y no el individuo a ambas por separado. bolizada en el mito de la torre de Babel.

10. El espacio antropológico definido en los párrafos Una prueba de que los ejes del espacio que estamos
anteriores no sólo parece capaz de ofrecer un principio de intentando configurar encierran un profundo significado
organización, muy general, de las principales categorías antropológico (es decir: no «sobrevuelan» exteriormente
antropológicas, cuanto también un principio de segrega- al campo antropológico, sino que «lo atraviesan») podía
ción de las categorías que, no siendo antropológicas, están ser ésta: que un concepto cambia, o puede modificarse
intersectadas necesariamente con los campos antropológi- esencialmente, según el eje o ejes a los cuales lo refira-
cos (las categorías físicas y biológicas, por un lado, y las mos. O, lo que es lo mismo: que los ejes tienen aptitud
categorías lógicas, matemáticas, cibernéticas —en general, para discriminar conceptualizaciones muy diferentes de
las categorías que podrían llamarse supraculturales, y que las determinaciones antropológicas. El tatuaje (que, según
pueden considerarse como hemos dicho antes, resultancias algunos prehistoriadores, juzgando a partir de ciertos
de las categorías antropológicas). Muchas formaciones lla- restos minerales de colores, como el ocre y la hematita,
madas, desde Marx, «superestructurales», acaso exigen habría que atribuir ya a los hombres acheulenses) ¿cobra
ser conceptuadas dentro de la idea de las resultancias su significado originario en el eje circular —en cuanto sím-
supraculturales, si no se quiere que el materialismo histó- bolo social o sexual— o bien su significado originario ha-
rico recaiga en una suerte de antropologismo. Pero no es bría que expresarlo en el eje angular —en el supuesto de
ésta la ocasión de tratar tales cuestiones. que los tatuajes fuesen procedimientos de camuflaje, en
el contexto de la caza, o, simplemente, operaciones mági-
11. Por lo que se refiere a las categorías estricta- cas, en ese mismo contexto.''.
mente antropológicas: la organización del espacio presen-
tado nos permitirá distinguir inmediatamente entre unas
categorías (o conceptos categoriales) de tipo lineal (ya
sean circulares, ya sean radiales, ya sean angulares), unas
categorías de tipo bidimensional (conceptos circulares /
radiales, circulares / angulares y radiales / angulares) y
unas categorías de tipo tridimensional. Las categorías linea-
les y bidimensionales, son, dentro de éste espacio, abs-
tractas —lo que significa que los conceptos en su seno
configurados abstraen las otras dimensiones de las cuales,
sin embargo, dependen?

El concepto de mercancía, así como los conceptos


sociológicos, en general (relaciones de parentesco, rela-
ciones políticas, morales, etcétera) son abstracto-circula-
res. Característico de éstas relaciones circulares (por
tanto, de los predicados a ellas asociados) es que, aún
cuando sean universales —pues no todas \o son: sólo en
algunas propiedades o virtudes, dice el Protágoras
platónico, deben participar todos los hombres, Jtávxag"
(xstéxeiv, hasta el punto de que cuando ello no ocurra así,
será preciso condenarlos a muerte (322 d)— sin embargo,
por no ser conexos, no constituyen un principio de asocia-
ción entre los elementos de la clase (de la especie porfi-
riana homo sapiens), sino precisamente principio de diso-
ciación en clases de equivalencia disyuntas entre sí. Tal es
la dialéctica que consideramos más característica de éstos
conceptos «circulares»: los predicados a ellos asociados, a
la vez que expresan eventualmente propiedades comunes
a todos los hombres, se nos presentan como gérmenes de
12. Por último, el espacio antropológico coordinado
disociación, tanto como principios de conexión. «El hom-
con los tres ejes de referencia, debe tener aptitud para
bre es un animal político» —es decií, un animal que vive
discriminar diferentes teorías o doctrinas de la antropolo-
en ciudades, un ciudadano, un miembro del Estado. Pero
gía fílpsófica. Ya hemos sugerido la distinción, entre antro-
éste predicado no implica que todos los hombres estén
pologías unidimensionales (la antropología idealista de
unidos en una comunidad universal: más bien, según él,
Fichte, por ejemplo) y las antropologías bidimensionales (el
se nos aparecen referidos a clases disyuntas (los diferentes
materialismo histórico, en la versión del marxismo tradi-
Estados), enfrentadas entre sí por la guerra, o, en general,
cional, o el determinismo cultural de Marvin Harris (*).
por el conflicto. La contraposición entre los derechos del
Cabe también levantar una teoría de teorías sobre el hom-
hombre y los del ciudadano es un episodio de ésta dialécti-
bre a partir de las relaciones entre las formas que hemos
ca. Otro tanto digamos del predicado «animal loquens»
denorñinado Jt y q). Pero no es ésta la ocasión de desarro-
con el que tantas veces se ha definido al hombre. Porque
llar este punto.
el lenguaje, a la vez que caracteriza al hombre como una
especie peculiar, lejos de establecer una comunidad entre
los hombres, introduce una de las disociaciones más pro- (*) Vid. El Basilisco, n« 4, págs. 4-28.

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EL BASILISCO, número 9, enero-abril 1980, www.fgbueno.es

LÉXICO

IMAGEN, SÍMBOLO,
REALIDAD
(Cuestiones previas metodológicas ante
el XVI Congreso de Filósofos Jóvenes
GUSTAVO BUENO
Oviedo

todo, como primer postulado metodológico, es lo si-


1. SOBRE LA ESTRUCTURA TERNARIA guiente: que, en cualquier caso, entre estas posibilida-
DEL TEMA DEL XVI CONGRESO des de interpretación, habría de figurar siempre, como
punto inexcusable de referencia, aquella que se ciña,
más que ninguna otra, a la estructura gramatical misma
de la forma titular (salvo que ésta fórmula se tome como
on frecuencia, los temas de los Congresos un mero pretexto, y entonces sobraba), a saber: la estruc-
de Filósofos Jóvenes, han sido forimila- tura (sintáctica) de una serie de tres términos que, sin du-
dos de modo binario: «Teoría y Praxis», da, son permutables, aunque, de hecho, se proponen
«Filosofía y Poder». El tema del Congre- según un orden elegido entre los seis posibles (un
so de 1979 adopta la estructura de una orden que tiene, por tanto, el valor de un signo, de
cadena triangular: «Imagen, símbolo, rea- un síntoma, en el sentido de K. Bühler), pero que no
lidad». son, en todo caso, desglosables, puesto que es el propio
sintagma titular el que los vincula triangularmente. El tí-
Podría, desde luego, suponerse que el orden de suce- tulo del Congreso nos convoca aquí para discutir las «rela-
sión de sus tres términos es puramente sintagmático y que ciones» entre los tres términos de su tema titular, en
cualquier otro orden debería ser considerado en pié de cuanto ellos forman un triángulo, sea de orden primero,
igualdad («Realidad, símbolo, imagen», «Símbolo, reali- sea de orden segundo. Triángulos, por lo demás, que nos
dad, imagen», y todas las restantes permutaciones necesa- remiten inmediatamente (dada la materia o contenido se-
rias para alcan2ar el factorial de la terna). Podría también mántico de los términos primitivos) a los triángulos que
interpretarse la fórmula titular como una terna, sin duda, son ya habituales en los tratados de semiótica, a los
pero no de tres términos (digamos: como un triángulo de triángulos de Bühler o de Odgen-Richards, a los triángu-
primer orden) sino como una terna constituida por tres los de Morris o de Christensen. Sin duda podría ocurrir
pares de términos («Imagen y símbolo», «Imagep y reali- —como ha ocurrido en otros congresos— que llegue a re-
dad», «Símbolo y realidad») dado el supuesto de que toda sultar mucho más interesante la consideración de cuestio-
relación ternaria pueda resolverse en una conjunción de nes colaterales, o solamente ligadas oblicuamente con los
tres relaciones binarias (digamos: en un triángulo de se- triángulos titulares, podrá ocurrir que lleguemos, muchos
gundo orden). Podrá también entenderse el tema; ¡senci- de nosotros, a la evidencia de que esta organización terna-
llamente, como un conjunto de tres términos, cada, uno ria del campo es engañosa (acaso una especie de residuo
de los cuales pidiera acaso un tratamiento separado. Y, teológico), en la misma medida en que sugiere que hay
por último, cabría sospechar que la serie titular fuese sólo una clara estructura encadenada de relaciones en donde la
el fragmento (ternario) de una estructura (o totalidad) re- realidad hay otras cosas muy confusas; por tanto, una or-
lacional mucho más compleja (digamos, n-aria). ganización que convendría desmantelar, sea por segrega-
ción de algunos de sus términos (o parejas de términos),
Todas estas posibilidades están abiertas, sin duda, y, sea por rompimiento de estos términos en sus eventuales
sin duda también, todas ellas serán exploradas en el curso componentes, sea por incorporación de todos ellos a es-
de sesiones y debates. Lo que se quiere decir aquí, ante

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tructuras más complejas, en cuyo seno las figuras triangu- tica?. Si inventariásemos las acepciones en uso de cada
lares se desvanecieran, como se desvanece el triángulo uno de nuestros tres términos, dentro de un lenguaje
geométrico al ser insertado en la red de las líneas que for- determinado, o en el conjunto de todos los lenguajes co-
man un polígono de orden superior. nocidos (tarea siempre posible y, desde luego, necesaria)
podríamos construir una muchedumbre de triángulos (pri-
Pero, nos parece, todo esto debiera dejarse (metodo- marios o secundarios) poniendo alternativamente en los
lógicamente) para el decurso del congreso, para su final. vértices cada una de las acepciones recogidas. Esta tarea
En sus principios, y si su tema titular se acoge mínima- analítica, minuciosa, por importante que sea, no podría
mente en serio, nos parece que debiéramos comenzar poi: llevarnos a ningún resultado claro: la misma variedad
atenernos a aquello que pueda quedar encerrado en el amorfa de los triángulos que se acumulan los unos a los
triángulo (en los triángulos) determinados por los tres otros, oscurecería, desde su propio interior, nuestro cam-
puntos del título que nos convoca. Me atrevería a añadir: po de atención. El conjunto de todos estos triángulos,
sólo cuando, en el principio, nos hayamos ceñido bien cada uno de los cuales es acaso muy claro, por sí mismo,
(«disciplinadamente») al tema de la convocatoria, estare- resulta ser profundamente oscuro, un verdadero caos de
mos en condiciones de concluir 4 final (en la eventuali- confusión. Y un «triángulo promedio»,'—una especie de
dad de que este tenia resulte desbordado, e incluso mar- «imagen media» de Galton— o un «triángulo sintético»
ginado) que otras perspectivas han dominado efectiva- en cada uno de cuyos vértices figurasen las serie de las
mente el tema titular - q u e no se han limitado a descono- acepciones distinguidas, podría servir como el paradigma
cerlo. mismo de la confusión (tal es el triángulo que propone
Umberto Eco en el párrafo 1.2.3 de sus signos).

Lo que aquí proponemos, por motivos económicos,


POSTULADOS PROPUESTOS es comenzar (una vez que hemos decidido atenernos ini-
PARA ACLARAR METODOLÓGICAMENTE cialmente a la estructura sintáctica triangular) no por el in-,
LA CONFUSIÓN DEL TEMA ventarlo exhaustivo de acepciones semánticas (en Li^, o en
TITULAR DEL XVI CONGRESO todos los L¡), sino por una selección del número menor
posible de acepciones —que es el de dos— de cada térmi-
no, compensando, por así decir, esta reducción (que
La claridad de los diagramas triangulares tiene, se- podría estrechar absurdamente el campo de nuestra vi-
guramente, siempre, algo de engañoso, cuando ella resul- sión) mediante la elección de acepciones que sean opues-
ta de una suerte de operación (implícita) consistente en tas entre sí, de un modo, digamos, diametral. Esta oposi-
transferir la claridad geométrica del diagrama significante ción podría tomarse como una garantía de que, al menos,
(el triángulo) a la materia por él significada. Ocurre aquí tocamos los extremos o polos semánticos de cada térmi-
como en la mayoría de las representaciones gráficas, de no, de que no nos recluímos en un área local y arbitraria
los grafismos metafóricos, podríamos decir. La metáfora de su constelación semántica. Por otro lado, la misma
del «árbol de las ciencias» (cuyas profundas raíces corres- elección de acepciones que sean efectivamente opuestas
ponderían a la filosofía) expresa —se dice— de un modo entre sí, nos preserva, con mucha probabilidad, de entrar
muy claro, las interrelaciones de las diferentes disciplinas, e n el terreno de lo que es meramente equívoco, dado que
entre sí, y con la filosofía: pero sospechamos que esta cla- las acepciones opuestas suelen estar profundamente em-
ridad corresponde propiamente a la misma figura del ár- parentadas {contraria sunt circa ideni). Evidentemente lo
bol dibujado ad hoc y que este «árbol de las ciencias», más que acabamos de decir valdría para cada término (Imagen,
que luz, proyecta sombras tenebrosas sobre el sistema de Símbolo, Realidad) por separado; pero podría darse el
relaciones efectivas qué ligan a las ciencias particulares caso de que los pares de acepciones opuestas selecciona-
entre sí y con la filosofía. das a propósito de cada término no «engranasen» con los
pares de acepciones opuestas seleccionados en los térmi-
En nuestro caso: N o solamente la figura del triángulo nos restantes. Esto nos sugiere ya un procedimiento expe-
es ya ambigua en su misma estructura sintáctica, según he- ditivo para llevar a cabo la elección de las acepciones que,
mos dicho en el párrafo anterior (triángulos de primer or- por lo demás, estarán empíricamente (analíticamente, filo-
den,' triángulos de segundo orden) sino que, sobre todo, lógicamente) recogidas: escogeremos precisamente aqué-
lo es en su misma estructura semántica, dada la polisemia llas acepciones de cada término que, de un modo feha-
de cada uno de los términos primarios que lo determinan. ciente, digan, dentro de un determinado lenguaje L|<, algu-
Cada uno de estos términos (Imagen, Símbolo, Realidad) na relación característica a las acepciones de los otros tér-
se usa en acepciones muy diversas y, si no infinitas, si al minos. Este será nuestro postulado en torno al «criterio
menos amorfas, indefinidas, cuando cada término se toma de pertinencia». De este modo, las in-finitas acepciones
por separado. ¿Qué criterio seguir entonces, para escoger de nuestro material semántico, que constituyen en sí mis-
una acepción del término «realidad», pongamos por caso, inas una masa informe e intratable, nos sugieren un siste-
más bien que otra?. Para un aristotélico, la acepción prin- ma mínimo de acepciones entretejidas y pertinentes (den-
cipal del término realidad sería la sustancia, las sustancias tro del planteamiento inicial sintáctico que venimos pre-
incorruptibles; para un tomista, «realidad» será, ante suponiendo. Sin duda, este sistematismo empírico no nos
todo, el Acto puro, es decir, el Acto sin mezcla de po- garantiza la posesión de las claves profundas del material
tencia, la realidad inmóvil; para un hegeliano, realidad sig- que nos ocupa. Se trata simplemente de una técnica meto-
nificará, ante todo, el Espíritu en-sí y para-sí. ¿Qué crite- dológica para comenzar a organizarlo, para coordenar los
rio seguir para escoger una acepción del término «símbo- ulteriores análisis y desarrollos. Y, por descontado, tam-
lo» más bien que otra, dada la variedad de definiciones poco nos ata las manos —aporque siempre podemos admi-
solventes que encontramos entre los tratadistas de semió- tir que sean los mismos desarrollos de sus partes aquello

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que nos obligue a rectificir las coordinaciones metodoló- ria que sea, se aproxima siempre a la constitución de una
gicas iniciales, a desbordarlas, a declararlas superficiales o esfera que no podrá ser evitada por la reflexión filosófica,
incluso mentirosas. Nosotros aquí sólo hablamos de cues- en nombre, por ejemplo, de una «crítica de la ciencia» (o
tiones de método. del entendimiento) realizada desde fuera o en el vacío
—en realidad, en el vacío de la ignorancia. ¿Cómo atrever-
se a penetrar en el análisis de la idea de símbolo o de ima-
gen sin haber frecuentado, pongamos por caso, los con-
3. MÉTODO METAFISICO, ceptos de la lingüística estructural o generativa, o ponien-
MÉTODO POSITIVO, do en un mismo plano sus conceptos y los conceptos uti-
MÉTODO DIALÉCTICO lizados en el tráfico ordinario, en el «uso ordinario del
idioma», aunque este sea el inglés?.

Nosotros no argumentamos desde el supuesto cienti-


El «postulado de pertinencia» que hemos propuesto fícista según el cual los resultados de las ciencias positivas
en el párrafo precedente sólo cobra su verdadera signifi- fueran los únicos puntos de partida para el pensamiento
cación (como ya hemos insinuado) cuando lo referimos a filosófico —^particularmente, cuando estas ciencias positi-
algún lenguaje Lk (el castellano actual, el latín de la esco- vas pertenecen a la familia de las llamadas «ciencias huma-
lástica española del siglo XVI, el corpus de frases inglesas nas»—. Argumentamos simplemente desde el supuesto
sobre el cual trabajan los llamados filósofos analíticos an- según el cual un cierre categorial determina una organiza-
glosajones —y también muchos españoles que son buenos ción de los conceptos lo suficientemente profunda como
compañeros nuestros—). Cuando creemos haber suprimi- para ser tomada en cuenta como referencia mucho más
do todo marco lingüístico de referencia y nos disponemos segura que la constituida por los usos ordinarios (y que,
a analizar los conceptos o las ideas de «imagen», o de en modo alguno, queremos subestimar).
«símbolo» o de «realidad», en sí mismas, seguimos en ri-
gor prisioneros de un marco oculto, o, todavía peor, esta-
mos mezclando confusamente determinaciones tomadas Pero al mismo tiempo que postulamos este trato
de distintos marcos que no controlamos, bajo la aparien- obligado de la filosofía —que no es una ciencia— con la
cia de estar aprehendiendo los conceptos o las ideas, en sí «República de las ciencias», con los conceptos científicos,
mismas, como si fueran esencias o sustancias, o incluso, presuponemos también que las tareas de la filosofía no
relaciones «puras». A este proceder—tan frecuente entre pueden confundirse con las tareas de una reexposición
el gremio de los filósofos mundanos o espontáneos— lo sintética (y vulgarizada) de los resultados de las ciencias.
designaremos aquí como «método metafísico». Metafísi- Suponemos que las Ideas se realizan, aunque no exclusi-
co, en cuanto a su propia contextura metódica, aún cuan- vamente, por la mediación de los conceptos categoriales
do las tesis mantenidas a su través sean muy empíricas. positivos. Pero los métodos positivos no podrían tomarse,
Curiosamente habría que clasificar como metafísicos a por sí mismos, como sinónimos de los métodos filosóficos
algunos filósofos analíticos del inglés que, sumergidos en que deben llevar a efecto el regressus sobre los mismos
la apariencia universal de una lengua que es hoy día conceptos e hipótesis científicas, que no pueden limitarse
planetaria, parecen olvidar que el inglés es una lengua a progresar sobre sus resultados. Es preciso, por tanto, dis-
entre otras y, en modo alguno, la revelación del Espíritu tinguir en cada caso la función y sentido de un concepto
Absoluto (Quine, por ejemplo, niega de plano la existen- científico, en el contexto de su cierre categorial y la fun-
cia de la «significación», meaning; pero sería preciso tener ción y sentido de este concepto como realización eventual
en cuenta que ésta palabra tiene muchas acepciones dis- de una Idea que lo atraviesa y lo desborda dialécticamente
tintas y que es metafísico abordarlas todas ellas de un mo- —de una Idea que, por tanto, ha de recorrerse a través de
do global, tanto para defender su existencia como para su formato categorial dispuestos a trascenderlo ulterior-
negarla). mente. Valga aquí este ejemplo, tomado precisamente del
campo de la semiótica en el que estamos pisando: el con-
cepto o tesis fundamental de la arbitrariedad del símbolo
Nosotros postulamos, como marco más adecuado lingüístico, admitido por los lingüistas a partir de Saussu-
para establecer metódicamente las acepciones de los tér- re;" Saussure, en efecto, definió el signo lingüístico como
minos de nuestro tema en el sentido dicho, el lenguaje ca- una entidad compuesta de dos partes, una «unidad de dos
tegorial de las ciencias positivas, en particular, en nuestro caras», el significante y el significado, y estableció, como
caso, de las ciencias más próximas a la lingüística, o a la axioma de la nueva ciencia la naturaleza arbitraria, institu-
llamada Semiótica, por jjrecariojiue^ea el gradp de cien- cional, de la conexión entre ambos componentes del sig-
tificidad que podamos atribuirle. N o pretendemos con no lingüístico. La distinción original de Saussure ha sido
ello descalificar el método metafísico, que lo considera- ulteriormente pulimentada. Si nos atuviésemos a ella ha-
mos muy fértil y necesario, en tanto que (cuando efectiva- bría que considerar el campo de la Lingüística como cons-
mente negamos la metafísica) puede interpretarse como tituido por dos clases de términos, la clase A de los signi-
un ejercicio confuso del propio método positivo o del ficantes y la clase B de los significados, y habría que con-
método que llamaremos dialéctico. Pretendemos simple- siderar las relaciones categoriales entre los términos de las
mente aplicar a nuestro caso la tesis general sobre la nece- dos clases como si fuesen externas, convencionales o arbi-
sidad metodológica que a toda filosofía académica obliga, trarias. N o se vería entonces cómo podría ser posible una
en lo que se refiere a atravesar los análisis categoriales para ciencia cuyas relaciones fundamentales se postulan como
penetrar en la dialéctica misma de las Ideas. Imagen, Sím- arbitrarias. En rigor, la tC'sis del «convencionalismo del
bolo y Realidad (o sus correlativos en traducciones acep- nexo» entre significante y significado debe ir concordada
tadas) son términos que aparecen constantemente utiliza- con la tesis (en cierto modo opuesta) según la cual el sig-
dos por las ciencias lingüísticas o semióticas. Suponemos nificante (en cuanto constitutivo del signo) no puede
que la organización científica de una categoría, por preca-

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EL BASILISCO, número 9, enero-abril 1980, www.fgbueno.es

bían que hay sonidos que sólo son con-sonantes, pero


creían que los vocales eran autónomos: hoy sabemos que
cada vocal sólo es fonológicamente significativa por la po-
sición que ocupa en la serie vocálica); Si tomásemos en
serio éste programa de sustitución de los significantes por
sus co-significantes correspondientes, las figuras serían
ciertamente co-significantes (no signos); pero entonces
habría que explicar porqué llamamos significantes a las
unidades más próximas a la primera articulación, como
cuando decimos que Imesal es el significante de «mesa».
En realidad habría que concluir que tampoco Imesal es un
significante, sino un cosignifícante a otra escala o articula-
ción, sin duda. Y otro tanto cabría decir de los significa-
dos: tampoco ellos serían sino co-significados, también
habría que admitir figuras en el significado, cuyo sistema
investiga la semántica estructural (y sin que ello implique
necesariamente la hipótesis del llamado «isomorfismo»
entre el plano de la expresión y el plano de los conteni-
dos). Si todos los significantes son cosignificantes y todos
los significados son cosignificados, ¿por qué destacar al-
gunos significantes como si estuvieran dotados de signifi-
cado absoluto.'' {Imesal, «mesa»). Habría que acudir acaso
a motivaciones extralingüísticas, tecnológicas, por ejem-
plo. Ahora bien: todas estas reformulaciones de la doctri-
na de Saussure ¿acaso ha debilitado un punto su tesis fun-
damental acerca de la arbitrariedad del nexo entre los sig-
nificantes (cosignificantes) y los significados (cosigni-
ficados).'*. ¿Acaso no es preciso tomar esta tesis como
un resultado científico, como un punto de partida de
la filosofía hngüística y que a la filosofía no correspon-
de discutir?. ¿Acaso no es así como toman los resultados
de la lingüística algunos pensadores franceses, como
Lacan o Derrida.''. ¿Acaso no hay que decir que la lingüís-
tica estructural ha sancionado científicamente la antigua
tesis aristotélica que, en la línea de Hermógenes, esta-
blecía, contra Cratilo y Platón, la convencionalidad de los
considerarse como un mero proceso físico, sino que sólo símbolos lingüísticos.''. Lo que hasta la constitución de la
en cuanto que va asociado a un significado puede llamarse ciencia lingüística moderna figuraba como una opción fi-
significante: por ello se dice que el signo (a diferencia de losófica —el naturalismo o el convencionalismo de los
la concepción tradicional aristotélica) no es el significante, lenguajes humanos—, una opción que sólo filosóficamen-
sino el significante más el significado (la intrincación del te podría resolverse, encontraría ahora una determinación
significante fonético con el significado suele ser analizada científica: «La Lingüística moderna ha establecido la con-
por medio de conceptos «psicológicos»: el significante no vencionalidad de los lenguajes humanos». Las cuestiones
es sólo el proceso fonético, sino que comporta una ima- filosóficas habrían de plantearse a partir de esta tesis —en
gen acústica —que corresponde a lo que Peirce llamaba, la línea del progressus respecto de ella.
desde una perspectiva más bien lógica, legisigno; es ésta
«imagen acústica» aquello que se supone asociado a un
concepto o significado; de éste modo, el signo ya no será Por nuestra parte, no creemos que la cuestión pueda
una expresión —o significante— que nos remite a un con- plantearse de éste modo. Suponemos que la tesis lingüís-
tenido situado fuera del signo, sino la asociación de una tica sobre la convencionalidad del nexo entre el signifi-
expresión de un contenido cuya conjunción remite a un cante y el significado no es una tesis filosófica, sino que es
objeto real que estaría fuera de ambos). En realidad, sa- una tesis que solamente tiene sentido en el marco del cie-
bemos hoy que la clase de los significantes de Saussure es rre categorial de la lingüística estructural. Según esto,
algo mucho más complejo, porque, además de los llama- sería absurdo tomarla como una tesis dada en el mismo
dos significantes hay que considerar a las partes de esos plano en el que se plantearon los problemas filosófico
significantes que ya no tienen por sí mismas significados lingüísticos en el Cratilo platónico, por ejemplo; sería ne-
(los fonemas y los rasgos distintivos) y, por tanto, no po- cesario regresar hacia el análisis de su alcance estricta-
drían ser llamados signos (ni tampoco significantes), en la mente gnoseológico. A nuestro juicio este alcance tendría
acepción de Saussure. La Escuela de Copenhage las llama mucho que ver con la reconsideración, antes sugerida, de
«figuras». Podrían acaso ser llamadas «con-significantes» todo significante como un cosignificante. Porque esta co-
—extendiendo a la segunda articulación el viejo concepto signifícación nos remite, no al «lenguaje» en general, sino
escolástico de los términos sincategoremáticos. Nos a un lenguaje Lk determinado (el griego homérico, el latín
mantendríamos así, en lo fundamental, obedientes a las de la Repúíjlica), es decir, introduce formalmente, en el
más estricta ortodoxia saussureana, que establecía que to- campo lingüístico, el conjunto de clases constituidas por
do significante sólo toma su carácter de tal en la oposición los diferentes sistemas lingüísticos {Li, L2,... Li,... Ln} y las
a otros significantes del sistema (Platón y Aristóteles ya sa- relaciones de transformación {traducciones) entre ellos. El

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significado (o cosignificado) en cuanto opuesto al signifi- Tradicionaimente la «imagen» se sobreentendía


cante puede ser redefínido entonces, al menos en su ma- como un contenido subjetivo (mental o cerebral), un re-
yor parte (cuando suponemos que las transformaciones sultado de la llamada imaginación o fantasía, sin perjuicio
forman grupo, puesto que cabe traducción directa e in- de que se le atribuyese eficacia causal. En la tradición es-
versa, y traducción transitiva) como el invariante de colástica, la imagen resultaba de la «huella» que el objeto
estos grupos de transformaciones. Pero entonces, la tesis sensible dejaba en un sentido interno {hí fantasía) al cxial
de la arbitrariedad del nexo entre significante y sig- se le atribuía la capacidad de re-producir (con mayor o
nificado, así entendidos, puede restituirse a su marco es- menor fidelidad) el objeto sentido externamente en
trictamente científico positivo y hacerse equivalente sen- ausencia del excitante y sin determinación del tiempo (la
cillamente a las siguientes tesis gnoseológicas: primera, imaginación no es la memoria) o del valor (la imaginación
a la tesis de la multiplicidad de los sistemas lingüísticos no es la estimativa). Esta noción de imagen se continúa en
—un «mismo» significado va asociado a significantes dife- la tradición empirista que, sin embargo, atenúa la distan-
rentes, los que corresponden a cada Li —en la medida en cia hasta casi borrarla, entre las imágenes y los conceptos
que ésta multiplicidad sea la condición de la posibilidad («copias pálidas» de las impresiones) —mientras que la tra-
misma de la gramática de un idioma (la gramática del cas- dición escolástica diferenciaba enérgicamente las imáge-
tellano comenzó a ser realizada desde el latín; en los trata- nes (sensibles) de los conceptos (intelectuales).
dos de fonética —observaba Vendryes— la descripción de
los sonidos se hace, no partiendo del aparato vocal del La oposición escolástica entre la imagen y el concep-
hombre, sino de una lengua conocida por el lector). Se- to objetivo podría considerarse, de algún modo, reex-
gunda, a. la tesis gnoseológica según la cual el objetivo de puesta en la oposición de Frege entre la representación
la gramática de un idioma es determinar el sistema de sus (Vorstellung) y el sentido (Sinn) de los nombres o de las
significantes, la conexión de unos significantes con otros
expresiones functoriales. (El sentido es una parte del signi-
en el sistema, una vez dado éste, pero abstrayendo las
ficado; la otra parte es, según Frege, la referencia, Bedeu-
cuestiones de génesis («origen del lenguaje»), es decir,
tung). Los nombres son expresiones que tienen signifi-
por tanto, las cuestiones que plantean directamente la na-
turaleza de la cuestión entre el significante y el significa- cado: «expresan» un sentido (Sinn) y «designan» (o deno-
do. Por estos motivos, la tesis de la arbitrariedad del tan) una referencia (Bedeutung). Las expresiones functo-
nexo, como tesis positiva, podría ser compatible con la te- riales remiten a una función: éstas no designan un objeto,
sis (platónica) sobre la rectitud de los signos lingüísticos porque son insaturadas, pero pueden saturarse con un
originarios (digamos: los de la segunda articulación) que nombre (funciones monarias) o con más de uno. Las fun-
hay que distinguir de la rectitud de los signos considera- ciones monádicas cuyos valores son siempre funciones de
dos al nivel de la primera articulación, considerada tam- verdad, son los conceptos (Begriffe): los conceptos, para
bién por Platón en el Cratilo en la primera parte (la «eti- Frege, son predicados (antecedentes de lo que Russell lla-
mológica» de su diálogo). mará después funciones proposicionales uniádicas). Las
relaciones son funciones cuyos valores son valores de ver-
dad. Pero los conceptos (que nos remiten a una objeti-
El método dialéctico en filosofía incluye pues, entre vidad, cuando menos, ideal, noemática, en términos de
otras cosas, el regreso hacia la determinación del propio Husserl) van acompañados de imágenes o representaciones
alcance de los resultados científicos, la determinación de que tendrían un carácter subjetivo. F. Mauthner decía al-
sus límites y su desbordamiento eventual. go parecido en su Crítica del Lenguaje (en su proyecto de
una nueva «Crítica de la Razón Pura»): «cuando yo digo
'árbol' me represento yo personalmente algo así como un
4. LAS DOS ACEPCIONES tilo de unos veinte años de edad [acaso la imagen sensible
OPUESTAS DEL TERMINO IMAGEN
del tilo individual que Mauthner hubiese percibido en su
PROPUESTAS COMO PERTINENTES
infancia], el oyente tal vez un abeto o una encina milena-
ria».
Denominaremos a éstas acepciones, en tanto se opo- La imagen subjetiva se opone, pues, al significado, en
nen entre sí como el «sujeto» pueda oponerse al «obje- tanto éste es un concepto. Sin embargo es interesante
to», la acepción subjetiva (a) y la acepción objetiva (A) del constatar que comparte con él (al menos en la tradición
término «Imagen», en tanto que aparece en contexto con escolástica, y también en la empirista-mentalista) rasgos
«Símbolo» y «Realidad». El concepto de imagen utilizado comunes muy importantes. En efecto, los escolásticos dis-
por Saussure (y su distinción entre las imágenes acústicas tinguían entre signos instrumentales (aquellos que repre-
y otro tipo de imágenes) se reduce notoriamente a la sentaban otra cosa distinta de sí mismos pero con praevia
acepción (a), la subjetiva —y, por ello, ha sido reiteradas notitia de sí mismos) y signos formales (sin previa noticia).
veces Saussure criticado como «mentalista» o «psicologis- Los signos instrumentales eran significantes físicos, que
ta». El concepto de imagen utilizado por Peirce (como la debían ser percibidos en su corporeidad previamente a la
primera especie de los signos iconos, junto con los iconos recepción de la relación de signo. (Por lo demás, los
diagramas y los iconos metafóricos) se alinean mejor con signos instrumentales podían ser naturales o artificiales;
la acepción (A), la que llamamos objetiva. podían ser semejantes al objeto o desemejantes de él: el
humo era considerado signo instrumental del fuego, un
En cuanto a la acepción (a) de imagen (imagen subje- signo a la vez natural y desemejante). Los signos formales
tiva): se trata evidentemente de la acepción habitual den- remitirían, en cambio, al objeto sin praevia notitia sui: su
tro de las ciencias psicológicas o psicofisiológicas. En rea- ser consistiría en la pura transparencia, en dejar que otra
lidad habría que decir que se trata de una familia de acep- cosa distinta de ellos apareciese por su intermedio a la
ciones, dadas las diferencias según las cuales el concepto conciencia, en la intencionalidad absoluta. Los escolásticos
subjetivo de «imagen» se modula. estimaban que sólo los conceptos (formales) podían ser

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(por ser espirituales) signos formales. Pero lo cierto es concepto de aquellos objetos (O') sólo podemos llegar a
que las imágenes de los psicólogos mentalistas son tratadas través de las imágenes (I'), mientras que a los conceptos
como si fuesen signos formales y, en este sentido, se de aquellas imágenes mentales (signos formales) sólo
aproximan a los conceptos de la tradición escolástica (inclui- podemos llegar a travás de los objetos reales (0). Esto
ríamos aquí también las «señales locales retinianas» de aproxima tanto las imágenes mentales, como las microfo-
Helmholtz). Y también se aproximan las imágenes a los tografías, a la categoría de «metáforas imaginarias» de las
conceptos en el momento en que se subraya la imposibi- que hemos hablado en otro lugar (en el Prólogo a la Meto-
lidad de una imagen como mera huella de una impresión dología del pensamiento mágico de E. Trías).
«instantánea», en la medida en que se exige que una ima-
gen, para serlo, sea anudada (en la «vivencia») a otros ins- ¿Qué es entonces aquello que distingue a una imagen
tantes, reconociéndose, por identidad, en ellos: es un objetiva del objeto o situación respecto del cual se dice
tema que aparece en el Teeteto (en la polémica de Platón imagen?.
contra Protágoras) y reaparece tanto en las «imágenes
repetidas» de Hobbes como en las «imágenes-medias» Se suele destacar la semejanza —y así Peirce conside-
de Galton. ra las imágenes como el primer tipo de iconos, definidos
precisamente por la semejanza. Sin embargo, la semejan-
Las imágenes, por tanto, en la literatura psicológica za no parece constituir la razón formal del concepto de
tradicional, se distancian de los conceptos, aunque apro- imagen. Si toda imagen dice alguna semejanza con su
ximándose a ellos constantemente. También se aproximan objeto, en cambio, no todo lo que es semejante a otra
a la realidad, de la que constituían una copia o re-pre- cosa, por serlo, es imagen suya, salvo que la propia seme-
sentación (la imagen se supone semejante —con semejan- janza se considere la re-presentación de ese objeto en
za intuitiva, plástica, no ya analógica, en Peirce— a los ciertas circunstancias. Semejanza es un concepto muy
objetos reales que les corresponden) pero se distancian vago, y las diferenciaciones entre los diversos tipos de se-
continuamente de sus modelos, porque son apariencias mejanza se fundan en criterios muy discutibles. Se distin-
(corresponden al primer sector de la línea cuatripartita guirán las semejanzas simples (derivadas de la copartici-
del libro sexto de La República platónica), y se hacen, en pación de alguna cualidad aislada, un color) de las seme-
el límite, irreales, oníricas, alucinatorias (si no en sus par- janzas complejas (diagramas, metáforas) en las cuales el
tes, si en ios resultados de la combinación de partes que, concepto de semejanza se aproxima a la analogía, y supo-
por sí mismas, mantendrían la semejanza con sus correla- ne algún tipo de morfismo. Y, siguiendo a Peirce, se
tos reales). llamarán imágenes a los iconos de semejanza simple y dia-
gramas o metáforas a los iconos de semejanzas compuestas.
Si las acepciones (a) del término imagen se encuen- Sin embargo, por nuestra parte, nos inclinaríamos a res-
tran, sobre todo, en el lenguaje de los psicólogos, las tringir el ámbito del concepto de imagen a los casos de las
acepciones (A), que vamos ahora a considerar, se encon- semejanzas complejas, cuya forma canónica son los mor-
trarían sobre todo en el lenguaje de las ciencias reales fismos. Si una fotografía funciona como imagen del obje-
(Óptica, Termodinámica), pero también en el lenguaje.de to es en la medida en que funciona un morfismo más o
la teoría estética {imágenes en el sentido de retratos, pictó- menos analizado. (Por lo demás, un morfismo no implica
ricos o escultóricos, esquemas) o en lenguajes interme- meramente relaciones de semejanza, sino también relacio-
dios (imagen fotográfica, simuladores, modelos). La carac- nes de contigüidad, o causales, entre cada parte de la ima-
terística de las imágenes, en éstas acepciones objetivas (en gen con otras partes de la imagen, entre cada parte del
cuanto se oponen a las acepciones subjetivas) es su natu- objeto con otras partes del objeto: separar de un tajo,
raleza primogenérica, corpórea, que ha cortado su refe- también con Peirce, los índices y los iconos parece una de-
rencia al sujeto y, por supuesto, la consideración de la cisión arbitraria y confusa).
imagen como una entidad propiamente invisible, mental,
un «signo formal». La imagen es ahora (en la acepción A)
una realidad del mismo género que las restantes realida- Pero si en la imagen reconocemos siempre un mor-
des corpóreas: la estatua de César es imagen de César y, fismo más o menos analizado, estamos diciendo que
en cuanto a su entidad corpórea, podría ponerse en la (aunque la imagen sea una entidad cósica, no mental) la
contigüidad de César, como un cuerpo puede ponerse imagen no existe.como una cosa meramente natural, sino
frente a otro cuerpo. Esta propiedad —llamémosla «en- que supone la actividad «lógica» del sujeto operatorio, si
frentabilidad» de la imagen objetiva respecto de su obje- bien ésta actividad esté abstraída (neutralizada) y como
to— es mucho más interesante de lo que su aspecto pura- puesta en otro plano. Es ésta actividad operatoria lo que
mente descriptivo y trivial pudiera sugerir. En virtud de podría tomarse como criterio para diferenciar una re-pro-
ella, habría que concluir, por ejemplo, que una microfoto- ducción artificial (el retrato hecho por un pintor) y una
grafía (óptica o electrónica) no es una imagen, pese a la reproducción «natural», física (una fotografía). En el re-
afinidad que ella tiene técnicamente con una fotografía trato, el morfismo es explícito, aparece en el momento de
ordinaria. Porque mientras la fotografía I puede enfren- la génesis de la imagen, cada rasgo correspondiente ha
tarse isomórficamente con el objeto O, que coexiste con sido producido, mientras que en la fotografía estas corres-
ella segregadamente (puede percibirse independiente- pondencias deben ser entresacadas por quien la interpreta
mente) ante los sujetos que establecen el morfismo, la mi- como imagen (interpretar un retrato como imagen supone
crofotografía I' no puede enfrentarse con el objeto O' el rodeo a través del sujeto que lo hizo; interpretar una
puesto que éste, por hipótesis, no puede ser percibido se- fotografía como imagen excluye este rodeo —la interven-
gregadamente de r . Resulta así una curiosa analogía ción del fotógrafo tiene otro carácter). Por ello, ni siquie-
inversa entre los objetos O' de las imágenes microfoto- ra el retrato más realista puede compararse con una foto-
gráficas y las imágenes subjetivas de los psicólogos menta- grafía o con una imagen especular: en el retrato hay mor-
listas: que no son directamente perceptibles, sino que al fismos efectivos, a través de los cuales puede decirse que

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el objeto se ha reproducido (o recreado) en la escala ade- imágenes objetivas con los símbolos de ellas resultantes y,
cuada a la propia representación: un retrato realista, por de otra, a las imágenes mentales y a los conceptos que de
mimético que sea, es siempre una obra del arte humano. ellas se nutren.
Es también virtud de ésta actividad operatoria ligada a los
morfísmos por lo que podemos clasificar a las imágenes
objetivas dentro de la categoría de los signos, y no preci- Nota sobre el concepto de imagen poética
samente de signos que «están por otros», sino sencilla-
mente por signos que representan a otros. El bisonte de
Altamira, aunque jfuera imagen de un hipotético bisonte Además de las acepciones del término imagen rese-
real, no podría considerarse meramente como un susti- ñadas, conviene referirse a otra acepción muy corriente
tuto del bisonte real (un sustituto obediente a una supues- entre los tratadistas de poética. Utilizan éstos (Dámaso
ta «ley mágica de la participación» en el sentido de Levy- Alonso, por ejemplo) el término imagen para designar un
Bruhl): los primitivos, como observa Jensen, no dejan de tipo específico de figura retórica que se encuentra en las
arrojar jabalinas a los animales reales aún después de ha- proximidaddes de la metáfora (incluso de la metonimia)
ber tributado sus ceremonias a las imágenes de los anima- pero que, al parecer, no debiera confundirse con ella.
les (el bisonte re-presentado es ya por su pura forma de Mientras en la metáfora la comparación no es explícita,
imagen construida isomórficamente, un bisonte «domi- porque hay sustitución («la copa es el escudo de Dioni-
nado», re-construído, al menos parcialmente). sos»), en la imagen la comparación sería explícita, acaso
porque aquí (suponemos nosotros) en lugar de sustitución
habría que hablar de «fusión intencional» entre los com-
Pero la imagen objetiva, aún en su función de signo ponentes que llaman reales e irreales: «Sus dientes eran
(no necesariamente sustitutivo), se diferencia de otros sig- menudas perlas» —en lugar de la forma metafórica «sus
nos (tampoco necesariamente sustitutivos), precisamente perlas» (por «sus dientes»). La imagen poética, de este
de aquellos que llamaremos símbolos, en una última pro- modo, resultaría en una aposición de semas (real, irreal)
piedad característica, que se encuentra, por cierto, conte- por la cual tendría lugar su condensación o fusión. Estos
nida ya en el mismo concepto de morfismo que hemos semas podrían mantener entre sí relaciones de semejanza
utilizado, a saber, en la naturaleza aplicativa de los mor- (hablaríamos de imágenes metafóricas: «Pintadas aves/cí-
físmos, en la «univocidad a la derecha» de las aplicaciones taras de pluma») pero también de contigüidad (imágenes
isomórfícas u homomórficas. Cuando el objeto del mor- metonímicas), como ocurriría con éste pensamiento:
fismo está dotado de unicidad (cuando es una clase de un «Abultadas vacas/almiares que caminan», en donde cabría
sólo elemento, sin perjuicio de lo cual éste elemento hablar de una imagen metonímica en la medida en que
debe tener partes atributivas) la imagen podría llamarse imaginemos la figura abultada de la vaca, en tanto es cau-
retrato; cuando éste no sea el caso, entraríamos en el te- sada por la contigüidad del almiar que suponemos que ha
rreno de las imágenes-modelo, sobre todo, si no son so- ingerido (es el almiar mismo aquello que está caminando
breyectivos inicialmente, es decir, si la regla del morfismo en la vaca; mientras que si nos limitamos a percibir la se-
permite seguir construyendo nuevas «imágenes». Las apli- mejanza de la vaca abultada con el almiar volveríamos a la
caciones, sin embargo, no incluyen la inyectividad. imagen metafórica, más pobre, por cierto, al menos en
Caben aplicaciones «de varios a uno», caben múltiples re- nuestro caso).
tratos (no iguales entre sí) de una misma persona, caben
imágenes objetivas, a muy diverso grado, del mismo obje-
Ahora bien, esta acepción poética del término ima-
to, por ejemplo, mapas más o menos detallados, esque-
gen no nos parece directamente pertinente en nuestro
mas. Un esquema, o un mapa, podría considerarse en
contexto. Su interés lo mantienen en todo caso a través
efecto como una imagen, que se diferencia de otras imá-
de las acepciones de imagen que ya hemos analizado.
genes fotográficas sólo en atención a criterios «paramétri-
cos» tomados en cada caso, no en términos absolutos, da-
do que es imposible un mapa fotográfico de un terreno,
la sencilla razón de que debiera representarse a sí mismo,
5. LAS DOS ACEPCIONES DEL TERMINO
instaurando un proceso ad infinitum (el «mapa de Roy-
S Í M B O L O PROPUESTAS COMO PERTINENTES
ce»). Cuando un signo, aunque fuese semejante respecto
de su objeto, no tuviese ésta intención aplicativa, dejaría
de ser imagen y podría convertirse en símbolo, en el sen-
tido que daremos a éste término en el párrafo siguiente y «Símbolo» es un término que ha recibido defini-
que cubire, por ejemplo, a aquello que Kandinsky llamaba ciones muy distintas. Nosotros no queremos añadir una
imagen primaria (un cuadro y un punto én su interior) o a nueva y, por ello, en lugar de presentar nuestro concepto
los significados secundario y terciario (o «valores simbóli- como una nueva definición lo introducimos como defini-
cos») de las imágenes de los que habla Panofsky en la In- ción de un tipo específico de símbolos a los que llamare-
troducción a sus Ensayos de iconología. Es lo cierto que las mos símbolos prácticos —lo que no excluye que ulterior-
imágenes mantienen una estrecha afinidad con los símbo- mente podamos defender que este tipo de símbolos sea
los, que las imágenes se transforman insensiblemente en precisamente el «primer analogado».
símbolos ~y en esta transformación tendría su lugar prin-
cipal la obra artística plástica (pictórica, escultórica); la Si en el concepto de imagen habíamos destacado la
música en cambio sería por naturaleza, simbólica, no ima- semejanza con el objeto, como nota genérica característi-
ginativa, como el lenguaje fonético humano, a cuya natu- ca, y habíamos dividido sus acepciones según el criterio
raleza temporal debe sin duda, alguna de sus principales de la subjetividad/objetividad, en el concepto de símbolo
prerrogativas. Y esto nos permite trazar otra curiosa pro- práctico destacaríamos, como característica genérica esen-
porcionalidad entre las razones que ligan de una parte a las cial, su naturaleza «técnico cultural» (institucional, por

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ejemplo) en virtud de la cual diremos que los símbolos


son causados (o producidos) por la actividad (lógica, tec-
no-lógica) humana y, a la vez son de algún modo causan-
tes o determinantes en algún grado del objeto al cual
simbolizan (y que eventualmente, podría ser el propio
sujeto estable, en los mándalas). De aquí, también, que
como criterio para distinguir las acepciones pertinentes
del término símbolo tomemos la oposición entre lo que
es convencional o externo (acepción b) y lo que es natural
o interno (acepción B).

Al destacar la relación de causalidad o de determi-


nación tecnológica, práctica, como característica del sím-
bolo, no excluímos la semejanza (como la excluía Peirce,
según veremos). Simplemente, no la incluímos, saliendo
al paso, de este modo, de quienes sobreentienden, gratui-
tamente, que la internidad eventual del nexo simbólico
con su objeto sólo podría conceptuarse como semejanza o
iconicidad, confundiendo el símbolo con la imagen. En las
imágenes, en cambio, y sin perjuicio de que ellas sean
también fruto de la actividad humana, no destacaríamos
esta condición, sino la semejanza por ella evenmalmente
lograda.

Al destacar la naturaleza técnica o práctica de los sím-


bolos, tampoco excluímos su materialidad corpórea: sólo
queremos decir que ésta materialidad está dada en ellos
bajo la razón de lo que es «organizado» por la actividad
humana y, por ello, los símbolos prácticos tanto pueden
ser objetos corpóreos, «plásticos» (los que caen bajo el
dominio del faceré) como procesos agibles según pautas
(instituciones, poemas, alegorías) más cercanas a las imá-
genes en su acepción subjetiva.
determinabilidad depende de la propia actividad práctica
humana que se ejerce a través de la interpretación del
En virtud de ésta condición técnica y práctica, agible símbolo. Diríamos que el símbolo práctico es impreciso
o factible, que atribuimos al concepto de símbolo, cabría pero debido a que su objeto es, en cierto modo, infecto y
decir que el símbolo incluye un logos QJy^oc, = ensambla- no perfecto, porque el perfeccionamiento del objeto del
miento, reunión organizada, «racional», no en el sentido símbolo depende de la propia acción que transcurre pre-
del formalismo intelectualista, sino en el sentido estoico, cisamente a través del símbolo. Como paradigma de estos
que cubre incluso a los mitos, o a los rituales mágicos o símbolos que llamamos prácticos, propondríamos el famo-
religiosos): crun,-(3aXXELV dice, en efecto, con-posición, so presente que los escitas enviaron a los persas que ocu-
confluencia, pacto, tratado («símbolo de la fe»). Un sím- paban su territorio, del que nos habla Herodoto (libro IV,
bolo es sin duda un signo, pero no precisamente un signo 131-132): «Los reyes de los escitas determinaron enviar
sustitutivo (el concepto de signo sustitutivo se enmarca un heraldo que le regalase de su parte un pájaro, un ra-
más bien en el contexto diamérico constituido por una es- tón, una rana y cinco setas. Los persas no hacían sino pre-
fera de símbolos: lo que es sustituible es un símbolo por guntar al portador les explicase qué significaba aquel pre-
otro símbolo —el interpretante, la variable por su argu- sente, pero él les respondió que no tenía más orden que
mento, la moneda por el valor de cambio de la mercan- la de regresar con toda prontitud una vez entregados los
cía— pero no el símbolo por su objeto, lo determina, lo dones, y que bien sabrían los persas, si eran tan sabios
• «causa». Y en ésto pondríamos la diferencia formal más como presumían, descifrar lo que significaban los rega-
profunda entre la imagen y el símbolo. Mientras que las los». Ahora bien: Dario interpretó el presente como sím-
imágenes conllevarían una suerte de aplicación a sus obje- bolo de que los escitas se rendían a su soberanía entregán-
tos («univocidad a la derecha») los símbolos prácticos no dole el aire (el pájaro), la tierra (el ratón) y el agua (la
conllevarían esta aplicación, puesto que el objeto del rana), así como las armas (las cinco saetas). Pero Gobrias,
símbolo se nos daría como esencialmente indeterminado, uno de los entendidos que arrebataron al' mago trono y
más o menos ambiguo u oscuro. Lo decisivo en el concep- vida dio una interpretación completamente distinta: «Si
to de símbolo práctico podría ahora declararse de éste vosotros, persas, no os vais de aquí volando como pájaros,
modo: que ese halo de indeterminación o imprecisión que o nos os metéis bajo la tierra hechos unos ratones, o de
atribuímos al objeto del símbolo práctico, no brota tanto un salto no os echáis a las aguas, como ranas, todos que-
de nuestra ignorancia del objeto (como si éste ya estuvie- dareis traspasados por estas saetas». Estamos aquí ante un
se determinado, dado como algo perfecto, frente al símbolo símbolo práctico genuino: un conjunto complejo de obje-
incompleto y ambiguo), sino que es el objeto mismo el tos «arreglados», ensamblados (según un logos) que está
que es indeterminado e incompleto, pero en tanto que su destinado a causar un efecto, el cual tiene que ver con su

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propio significado. Pues no cabría decir que éste signifi- aplicación siempre posible, dado que la distinción nos
cado ya existía, por ejemplo, en la mente de los escitas, a introduce en otro plano de la realidad, aquel en el que se
título de «mensaje» enviado a Darío en forma alegórica. suscita la cuestión acerca de la estructura determinista
Aparte de que no nos consta la existencia de tal mensaje de las instituciones, de los convenios, en cuanto sus razo-
(solamente cuando éste mensaje figurase fisicaltsticamente nes, motivos o implicaciones puede aparecer como opues-
en unas tablillas, pongamos por caso, podría hablarse de tas a las causalidades de los procesos llamados naturales.
él) lo cierto es que lo característico de esta alegoría es la
posibilidad de su doble o múltiple interpretación. Aún en La acepción que hemos llamado (b) del término sím-
el supuesto de que el mensaje fisicalista hubiera existido, bolo —el símbolo como un signo en el que se destaca la
lo que haría de.su expresión alegórica un símbolo es esa arbitrariedad o convencionalidad del nexo entre signifi-
su indeterminación, ante la cual, la propia interpretación cante y significado— es frecuente entre los autores anglo-
de quien envía el mensaje puede figurar, a lo simio, como sajones, acaso por la influencia de Peirce. En efecto, Peir-
una interpretación más al lado de las otras. Diríamos: ce, atendiendo a las relaciones entre el signo y su objeto,
quien envía un mensaje simbólico, dotado ya de una in- distinguía los índices (relación física de contigüidad, emi-
terpretación propia, es inconsciente respecto de las otras nentemente), los iconos (relaciones de semejanza: el sig-
interpretaciones posibles. Y la interpretación victoriosa no icónico participa de las propiedades de su denotado) y
será, en todo caso, la que deberá ser privilegiada, sobre los símbolos (signos arbitrarios en los cuales la relación al
todo si el símbolo ha de ser institucionalizado. Un signo objeto depende de una convención, de una norma, de una
«perlocutivo» (en el sentido de Austin) tal como «¡fue- ley). La clasificación de Peirce es sin duda muy útil, pero
ra!» sólo llegará a significar lo que significa en castellano muy superficial y poco filosófica, entre otras cosas porque
si efectivamente quien lo interpreta realiza regularmente utiliza criterios heterogéneos y sugiere evidencias en
su significado actual; si «¡fuera!» determinase regular- donde todo es confusión. En realidad, su concepto de sím-
mente la acción de entrar, entonces llegaría a significar bolo, en cuanto opuesto al de índice y al de icono, es pura-
«¡a dentro!». Todos los signos mágicos, rituales, sacra- mente negativo: «Son los signos que no son ni índices ni
mentales, envuelven esta connotación causal, muchas ve-
iconos, porque en ellos no hay relaciones de contigüidad
ces vivida como independiente de nuestra propia activi-
ni de semejanza». Pero una relación establecida por con-
dad, como si actuase ex opere operato (los teólogos católicos
vención no excluye contigüidades o semejanzas, mediatas
definían el sacramento de éste modo: «Signum rei sacrae
nos santificantes»). Pero, evidentemente, esta teoría mís- o inmediatas, sobre todo si se ha comenzado por conside-
tica de los sínibolos mágicos no podría ser aceptada filo- rar a estas relaciones como constitutivas de otro tipo de
sóficamente más que en el plano émico, no en el plano ético signos. Ocurre en el fondo que Peirce está presuponiendo
(en el sentido de Pike), que es ahora el que está más cerca que las relaciones de contigüidad y de semejanza son rele-
de la verdad, de la realidad. El oráculo del veneno, el vantes en cuanto a la función de signo. Pero habrá que
Benge de los azande (descrito minuciosamente por Evansr .preguntar: ¿en virtud de su propio contenido (lo que es
Pritchard), aunque incluye la acción natural de la estricni- absurdo: la contigüidad de dos objetos no hace a uno sig-
na sobre el pollo (por cierto una acción cuyos resultados no de otro) o en virtud de una institución establecida sobre
no han de conocerse con absoluta precisión y han de estar esos contenidos?. Pero si ésta institución se hace también
indeterminados desde el punto de vista probabilístico) es precisa en los índices y en los iconos (el metro-patrón,
un simbolismo práctico, que conduce al exorcista a deter- aunque es semejante, más aún, igual, a las demás longitu-
minadas situaciones insconscientes, que se revelan a los des de -100 cm., no es signo de ellas) no cabe oponerlos a
propios interesdos a lo largo del rito. Los símbolos siem- los «signos por institución». Y lo que habría que mostrar
pre podrían entenderse, según esto, a la luz de aquél per entonces es la razón por la cual la contigüidad y la seme-
visihilia, ad invisibilia de que nos habla San Pablo en la janza son relaciones pertinentes para distinguir tipos de
Epístola a los Romanos (I, 20). Porque mientras los obje- signos (¿Por qué no las relaciones de causalidad o de gra-
tos de las imágenes pueden decirse visibles, aunque estén dación cromática?). En realidad ocurre que estas dos rela-
ocultos, porque ya existen (las imágenes-reliquias de per- ciones (o tipos de relación), sobre las cuales se organizan
sonajes pasados tendrían mucho de simbólico), los obje- en nuestros días los conceptos lingüísticos de metonimia y
tos de los símbolos son intrínsecamente invisibles, por- de metáfora, son muy oscuras, en sí mismas y en su co-
que, aunque tengan un contenido corpóreo, todavía no nexión mutua. En otros lugares hemos indicado (El basi-
existen. Tanto más vasto será un simbolismo cuando lisco, n° 2, pág. 28, notra 73) cómo la distinción de Hume
mayor sea el campo de objetos que a su través puedan lle- (asociaciones por contigüidad y asociaciones por semejan-
gar a realizarse. El simbolismo de las fórmulas lógicas o za) debe coordinarse con la distinción kantiana entre Esté-
matemáticas, entendidas, no como imágenes de relaciones tica y Lógica, entre intuiciones —espacio y tiempo— y con-
ontológicas previamente dadas, sino como metros o cáno- ceptos. Y a través de ésta coordinación, advertiremos que
nes de ulteriores situaciones o procesos que pueden ser la yuxtaposición de las relaciones de contigüidad y de se-
construidos de acuerdo con ellas —sería acaso el simbo- mejanza es muy confusa, porque mezcla planos diferen-
lismo dotado de una mayor extensión dentro del universo tes, el de las totalidades de tipo atributivo y de tipo distri-
racional. butivo. Además, el concepto de semejanza no es el con-
cepto de una relación, sino el de una familia de relacio-
Ahora bien, aún desde la perspectiva de éste con- nes, definibles por la no transitividad —según Carnap—,
cepto de símbolo práctico que venimos exponiendo, man- o acaso por la no simetría, totalmente distintas por la ma-
tiene su alcance, y aún lo profundiza, la consideración de teria, por el contenido de la semejanza. (En cambio, el
las dos acepciones (b, B) del término símbolo que hemos concepto de contigüidad es más unívoco, supone referen-
propuesto como pertinente. Porque ahora obligamos a cia a los cuerpos). Además, y sobre todo, las relacio-
ésta distinción (en sí misma puramente empírica y des- nes de contigüidad no se oponen a las relaciones de seme-
criptiva) al aplicarse a los propios símbolos prácticos. Una janza más que en un determinado plano (el plano de la

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teoría de los todos y las partes), pero se oponen (en otro bolos a los internos). Porque el fondo de la cuestión está
plano mucho más obvio) a las relaciones de distancia (las en la ambigüedad del mismo criterio de la distinción (con-
relaciones que llámennos apotéticas), dado que la contigüi- vencional/natural, externo/interno) tai como se utiliza por
dad puede definirse como la negación de la distancia, la una y otra escuela, y en las circunstancias de que en
distancia cero. Precisamente por esta razón, que nos per- ambos casos se consideran los signos lingüísticos como
mite entender la contigüidad de un modo dialéctico externos o convencionales (llámense signos o símbolos).
(negación de distancia) y no empírico (ver & 8) es muy El fondo de la cuestión que la dualidad de acepciones del
dudoso que el concepto de «signos índices» de Peirce término símbolo suscita está precisamente en la com-
pueda sostenerse cuando se interpretan las relaciones prensión de la conexión, en el símbolo, de los compo-
entre signo y referencia como relaciones de contigüidad, nentes convencionales y los naturales, en la cuestión pla-
dado el supuesto de que toda significación deba ser aporé- tónica (y griega, en general) en torno a si los símbolos del
tica. (Los signos índices incluyen relaciones de semejanza, lenguaje humano son signos que significan por naturaleza
como tafcbién los signos icónicos incluyen las de conti- (qpuoEL) o por convención (Séoei).
güidad: incluso el «señalar con el dedo», en el caso en
que el dedo hace contacto con lo designado, incluye la
separabilidad o alejamiento del índice para quien tam-
biénj desde lejos, interpreta el signo (pueden leerse a ésta
luz las consideraciones de Wundt.a este respecto). 6. LAS DOS ACEPCIONES OPUESTAS
DEL TERMINO REALIDAD
En resolución: decir que los símbolos son signos arbi- PROPUESTAS COMO PERTINENTES
trarios porque en ellos no hay relación de semejanza ni de
contigüidad entre significante y significado es tanto como
decir (si se quiere llegar a un concepto constructivo) que
se ha negado una semejanza y una contigüidad previa- El término «realidad» es prácticamente intercambia-
mente dadas acaso para alcanzar otro tipo de semejanzas o ble, en la tradición filosófica, por el término «ser» {Res
de contigüidades. No se trata aquí, en todo caso, de era uno de los cinco «predicados transcendentales» del
impugnar el concepto de símbolo de Peirce, pero sí de Ser). En consecuencia, las acepciones del término Reali-
subrayar su carácter problemático. Problematismo que dad son tantas como las acepciones de Ser: por ejemplo,
hacemos consistir en la indeterminación del concepto de las diferentes categorías (sustancia, cantidad, etc.) la reali-
«convención» o ley que establece el nexo, en la evacuación dad como potencia (o materia) y como acto (o forma), la
del contenido de tales convenciones o leyes y, por tanto, de realidad como existencia y como esencia. También po-
las cuestiones relativas a su génesis y a sus consecuencias. dríamos interpretar «reaUdad» en el sentido de «verdad»,
Si cabe hablar de signos (símbolos) establecidos según una que era otra de las «pasiones» del ser, y de éste modo,
ley, esto no será suficiente para proceder como si «ley» estableceríamos, desde el principio, la conexión enere los
equivaliese a ausencia de toda relación, incluso relación símbolos y las verdades, lo que, según algunos' constitui-
interna que se abra camino a través de la ley. Si el sím- ría el camino más recto para llegar al fondo de nuestros
bolo práctico tiene una relación de determinación causal problemas. Sin embargo, y dada la indeterminación del
con el objeto, aún cuando esta determinación hubiera si- propio término «verdad» —¿qué significa «verdad» para
do establecida a través de una ley arbitraria, no por ello N . E. Christensen en su Sobre la naturaleza del significa-
cabría interpretar la relación entre el signo y su objeto do}— nos parecería injustificado interpretar «realidad»
como puramente negativa. como «verdad», sin que con ésto olvidemos las conexio-
nes internas que los términos de nuestro triángulo guar-
En cuanto a la acepción B (en virtud de la cual «sím- dan con la verdad —aunque no sólo, precisamente, a tra-
bolo» es tanto como «símbolo interno») cabe decir que es vés del vértice «realidad».
la acepción más firecuente en los círculos europeos, desde
los lingüistas saussureanos (que, precisamente por su teo- ¿Qué acepciones, opuestas entre sí, cabe seleccionar
ría del convencionalismo de los signos lingüísticos, rehu- entre ésta ingente multiplicidad de acepciones del térmi-
san llamarles símbolos) hasta los psicoanalistas («símbolos no realidad de las cuales, en principio al menos, podría
de la libido» De Jung) o las filosofías de orientación pensarse que quedan demasiado lejanas respecto de los
hermenéutica (las formas simbólicas de Cassirer, Gada- conceptos actuales de la semiótica?.
mer). Es cierto que, con frecuencia, se sobreentiende co-
mo contenido de la internidad de la relación precisamente Sin embargo, y no sin cierta sorpresa, advertimos que
la semejanza o la contigüidad (un ideograma es un símbo- ello no es así, sino que precisamente son dos pares de
lo, o el humo es signo natural del fuego) —aunque tampo- acepciones clásicas del término realidad (la realidad como
co se excluye la función reveladora de los símbolos, en materia y la realidad como forma, por un lado; la realidad
cuanto conformadores de su propio objeto. como existencia y la realidad como esencia, por el otro)
aquellos qué están constantemente implicados en las
Si la oposición entre las acepciones (b) y (B) es filo- conceptuaciones de los semiólogos y de los lingüistas.
sóficamente interesante, es debido (nos parece) a que no
•puede entenderse como una mera oposición de termino- Por lo que concierne al primer par (materia/forma)
gía, en la que las definiciones resultasen estar simplemen- bastaría recordar a L. Hjelmslev, en su distinción entre
te cambiadas respecto de los definienda (la «Escuela anglo- materia del contenido (o de la expresión) Y forma del conteni-
sajona» reconociendo las diferencias entre signos internos do (o de la expresión), a partir de la cual introduce el
y externos, llama símbolos a los externos; la «escuela concepto de sustancia del contenido o de la expresión. Se
europea», reconociendo la misma diferencia, llama sím- diría, además, que Hjelmslev no sólo se acoge a una dis-

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tinción tradicional, sino a una distinción de sabor eleático, forma sintáctica de una teoría) cuando se interpretan se-
según la cual la realidad sería un continuo («materia») gún las consabidas acepciones, pueden coordinarse con las
sobre el cual los hombres habrían establecido la decisión más importantes teorías de la significación que la tradi-
de nombrar dos formas donde sólo debían nombrar una: ción nos ofrece. Ocurre como si estas diversas teorías de
«los juzgaron de forma opuesta y les atribuyeron signos la significación pudieran, en una gran medida al menos,
separados» {or]\iaiÉVEv xo, versos 54-55). Precisamente delimitarse por medio de los diferentes «triángulos» de-
por ésta perspectiva cuasimetafísica que afecta a la distin- terminados por las diversas interpretaciones semánticas
ción de Hjelmslev, y por cuanto la oposición entre sus- de sus términos, según las acepciones consideradas. «En
tancia y forma del contenido puede redefínirse intralin- una gran medida», porque, evidentemente, hay teorías
güísticamente en el contexto de la multiplicidad de len- que postulan la necesidad de introducir más de tres térmi-
guajes {Li, L2, ...Ln}, que constituyen el campo de la lin- nos, por ejemplo, el sujeto operatorio, o incluso la dis-
güística, del que antes hemos hablado, (la sustancia del tinción entre sujeto y conciencia, como propone Lacan.
contenido de una lengua Lk sería el conjunto de las otras Es cierto que éste sujeto está implícito en el término ima-
lenguas Li, en ciertas condiciones), es por lo que abando- gen y en el término símbolo —aporque las imágenes y los
namos estas dos acepciones de «realidad» que, por otro símbolos no podían ser pensados al margen de un sujeto.
lado, reaparecen en el otro par de acepciones que hemos Pero lo cierto es que hay triángulos "(como los de Frege,
citado. Peirce o Odgen-Richard) que no explJcitan al sujeto; y
hay triángulos que creen indispensables explicitarlo (el de
En efecto, ía oposición entre la esencia y la existen- Bühler o el de Morris). Nosotros consideraremos aquí, en
cia es la oposición que puede considerarse representada todo caso, el sujeto, ya sea explícita ya sea implícitamen-
en la oposición entre los dos principales planos de la reali- te.
dad a la que toda teoría de los signos tiene que aludir: Podríamos clasificar las teorías en dos grandes fami-
lias, la primera de las cuales estaría formada por todas
Ante todo, a la realidad como existencia (como exis- aquellas concepciones susceptibles de ser caracterizadas
tencia individual, concreta, cósica, la realidad de la sus- por la eliminación o desconsideración de una de las acep-
tancia aristotélica o de los accidentes que sobre ella des- ciones alternativas de cada término. La segunda estaría
cansan), es decir, a la realidad referencial (acepción c, Be- integrada por todas aquellas concepciones susceptibles de
deutung de Frege). ser caracterizadas por su tendencia a dar cuenta interna-
mente de las acepciones opuestas de cada término (sea de
Pero también a la realidad como esencia, es decir, alguno de ellos, sea de dos, sea de todos). Podrían llamar-
como «realidad noemática» (acepción C) —acaso noética, se unilaterales o radicales a las teorías que forman parte
en el «conceptualismo»—, el sentido (Sinn) de Frege. de la primera familia y dialécticas a las teorías que cons-
tituyen la segunda familia, especialmente en el último de
los géneros considerados.
La oposición entre éstas dos acepciones del término
realidad que suponemos implicadas en la teoría del signo Los géneros de teorías unilaterales o radicales son
o del símbolo, nos pone delante de las cuestiones más ocho, aunque cada una de las combinaciones resultantes
profundas en torno a la comprensión de la naturaleza de de nuestro planteamiento pueden ser especificadas de di-
la significación, a la comprensión del papel que corres- versas maneras. Los géneros pueden describirse de éste
ponde a los conceptos y a los juicios, a los noemas (tercio- modo:
genéricos) y a las referencias, en el significar, y a las rela- (I) (abe); (II)(abC); (III) (aBc); (IV) (aBC); (V) (Abe);
ciones entre todos ellos. Se diría que, en éste punto, esta- (VI) (AbC); (VII) (ABc); (VIII) (ABC).
mos ante un sistema de opciones preestablecido, que fué
ya recorrido en las discusiones sobre el problema de los Por ejemplo, el género (I) (abe) puede interpretarse
universales, y que necesariamente se nos impone también como delimitando aquellas teorías de la significación que
hoy a nosotros (las «cuatro principales respuestas a nues- descansa en la consideración de la imagen mental (a) de
tro problema propuestas en el marco de la filosofía analí- las referencias individuales (c) y que defienda, sin embar-
tica» de las que habla N.E. Christensen, en el libro antes go, el carácter interno (b) de los símbolos mediante los
citado, son literalmente las cuatro respuestas que conoce- cuales los sujetos ligan la imagen y su referencia. La posi-
mos desde hace varios siglos al «problema de los univer- ción de Cratilo, en el diálogo platónico de éste nombre,
sales»). podría muy bien acogerse a los límitees de éste triángulo
(abe), los límites de un nominalismo naturalista. Se trata
de un nominalismo que no es, de suyo, convencionalista
ni, menos aún, atomista: un nominalismo generalmente
confundido con el moderno nominalismo inglés, a pesar
7. POSIBILIDAD DE UTILIZAR
de que podría defenderse la tesis de que el nominalismo
ALTERNATIVAMENTE LAS ACEPCIONES
de Óckham nada tiene que ver con el atomismo, ni con el
DISTINGUIDAS PARA EL ANÁLISIS individualismo —Ockham, el «comunista»; un nominalis-
DE LAS T E O R Í A S DE LA SIGNIFICACIÓN mo que niega las esencias universales, sin duda, pero no
para oponerlas a la visión de un mundo resuelto en la pol-
vareda de los individuos atómicos, sino en la visión de un
mundo cuyas partes, siendo siempre concretas, se conti-
La mejor prueba gnoseológica de la pertinencia de las núan unas a otras en la forma de lo que, por ejemplo,
acepciones que hemos seleccionado para los términos ti- otro biólogo «nominalista», Haeckel, llamó los «indivi-
tulares del Congreso es, seguramente, la constatación de duos genealógicos». La propia teoría del lenguaje defen-
que los encadenamientos triangulares alternativos de és- dida por Mauthner en su Crítica del lenguaje podría tam-
tos términos (a los cuales, sin duda, ha de ajustarse la

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bien considerarse como una especie de este género de (1) Reducción inicial de la consideración de la ima-
nominalismo. gen subjetiva a la consideración de la imagen obje-
tiva (A), que tomaríamos como punto de partida.
El género (II) (abC) recoge sin duda a Platón y, des-
(2) Reducción inicial de la consideración de los sím-
pués, a Husserl. Es el género de los «conceptualismos na-
bolos externos a la consideración de los símbolos
turalistas». El símbolo interno (b) nos remite al significa-
internos (b).
do noemático (C) a través de una imagen hylética (a) que
alimenta al proceso del significar, sin reducirlo. (3) Reducción inicial de la consideración de las reali-
dades noemáticas a la consideración de los refe-
El género (III) (aBc) nos remite al convencionalismo renciales (C).
nominalista, asociado a las figuras de Demócrito, o a las
concepciones de Quine o del Russell ya alejado del plato-
nismo inicial. Los símbolos convencionales (B) ligan las (1) Reducción de la imagen subjetiva
imágenes mentales (a) con las referencias individuales (c); a la imagen objetiva
se llega a pedir la eliminación, en la teoría de los signos,
del concepto de significación, sustimyéndola por el con-
cepto de denotación. Partir de la imagen subjetiva —del tratamiento subje-
tivo o proyectivo de la imagen— es permanecer prisio-
El género (IV) (aBC) parece capaz de albergar cómo- nero en las limitaciones gnoseológicas del mentalismo (tal
damente a la teoría del signo de Aritóteles, en cuanto y como ha sido criticado por el fisicalismo). Se trata de
conceptualismo convencionalista, presente también en la una perspectiva todavía muy común entre los filósofos
teoría de Saussure y, sobre todo, de Frege. JEl signo lin- profesionales, y particularmente, entre los españoles.
güístico, el símbolo, supone ahora el concepto (C) —que Pero hablar de imágenes (o de imaginación) según un tra-
es tanto concepto subjetivo como concepto objetivo—, tamiento proyectivo, es tanto como fingir ó bien que los
un concepto que se alimenta de las imágenes mentales (a). demás pueden penetrar en el mundo que quien habla
Porque el signo lingüístico es convencional (B), o dicho sobre la imágeii delimita ó bien que estamos penetrando
de otro modo, porque se presupone que es antes pensar . en el interior del sujeto Sk que imagina para, desde esa
que hablar —justamente la tesis contra la cual habrá de le- imagen interior, dar cuenta de los símbolos que Sk utiliza
vantarse Humboldt o Mauthner. Es interesante advertir la y de las realidades a las cuales él se refiere. «Sk imaginó
conexión de esta famosa tesis aristotélica («hablamos por- percibir una zanja y saltó», o bien «Anoche soñé (imagi-
que previamente hemos pensado») con su propia metafí- né) que entraba en un castillo en ruinas». Si llamamos pro-
sica del Acto Puro, el Ser soberanamente autárquico cuya yectivo a éste tratamiento del concepto de imagen es por-
vida se agota en pensar sobre sí mismo, un pensar que no que, según él, la imagen (al margen de toda realidad pre-
necesita hablar (que no necesita de símbolos). Este es el via) resulta asignada de inmediato al sujeto que la ima-
único ser bueno y feliz, el único paradigma de la vida mo- gina, y que la realiza proyectándola. Valdría el siguiente
ral humana, tal como se nos muestra en la Etica a Nicóma- esquema (SG, sujeto gnoseológico):
co. Una tesis que se opone frontalmente a la concepción
platónica, según la cual el pensamiento comienza con el
lenguaje y propiamente habría que definirlo, a lo sumo,
como el «hablar del alma consigo misma»; que se oponía SG- •> Sk

también frontalmente a la metafísica cristiana, la que nos


dice in principio erat Yerbum.
Pero éste proceder nos obligaría, si fuéramos cohe-
Renunciamos, para evitar la prolijidad, desarrollar rentes, a considerar la imagen I como un contenido de
más esta teoría de teorías. Ello sería además innecesario, conciencia de Sk; sería preciso suponer que penetramos en
porque cualquiera que nos haya seguido hasta ahora, po- el interior de Sk y que, desde esa su interioridad, (que no
dría continuar por sí mismo. puede confundirse con la interioridad del cerebro, cuyas
estructuras perceptibles ya no pueden ser imágenes en el
sentido subjetivo, en el sentido de «imagen ejercida»,
imaginada), nos es dado comprender las imágenes que en
PROPUESTAS METODOLÓGICAS ella se dibujan (lo que sólo podía tener sentido en el
DE REDUCCIÓN INICIAL DE supuesto de que SG se transformase él mismo en Sk,
LAS ACEPCIONES PRESENTADAS identificándose con él). N o cabe tampoco acogerse a la si-
tuación en la que S* es él mismo SG y no ya tanto por los
motivos que ofreció Comte en su famoso argumento de la
Sin perjuicio de que, por nuestra parte, defendamos lección primera de su Curso de filosofía positiva —la impo-
una concepción de la significación emparentada con la sibilidad de la reflexión— sino por cuanto que la expo-
familia de las teorías que hemos llamado dialécticas (a sa- sición lingüística que SG lograse realizar de sus propias
ber, aquellas que tienden a estimar la necesidad de tener imágenes, aún concebida la posibilidad de la introspección
en cuenta en cada término sus dos acepciones opuestas reflexiva, obligaría a los demás S, a penetrar en nuestro
tratando de pasar internamente de una a otra), sin embar- interior, volviendo así a reproducirse la situación anterior.
go consideramos metodológicamente la conveniencia de Pero si eliminamos la acepción subjetiva del término
reducir inicialmente las dos acepciones opuestas de cada «imagen», será preciso atenernos a la que hemos llamado
término a una sola, a efectos de comenzar la construcción acepción objetiva. Con ello no pretendemos reducir el
y el análisis a partir de ella. Y esto de la siguiente manera: concepto de imagen (y no ya la imagen del concepto) a la

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condición de una cosa (la estatua de César), no preten- sean contenidos mentales «interiores a mi piel».'. Noso-
demos eliminar todo residuo de subjetividad, en el senti- tros diríamos que son desde luego, contenidos psicológi-
do del físicalismo behaviorista tipo Carnap, en tanto pos- cos pero «exteriores a mi piel», cuando aparecen adheri-
tula la necesidad de traducir todo enunciado psicológico dos a los objetos físicos lejanos. Para decirlo con palabras
al plano de los enunciados sobre estados corporales, metafísicas: mi alma (mi espíritu) no está tanto en el inte-
envueltos, por así decir, por la piel humana. rior de mi cráneo, cuanto ahí, en el rojo, en el verde,
percibido a lo lejos. Y esto es tanto afirmar que lo psíqui-
Más bien se trataría de llegar a la subjetividad, pero co-cromático no reside en mi interior, en mi mente o ce-
de otro modo, digamos, desde fuera. (Es muy importante rebro (los procesos nerviosos responsables de la sensación
para estos efectos advertir que el tratamiento subjetivo, o azul o roja, no son azules ni rojos) sino en el mundo, apo-
mentalista de la imagen puede coordinarse con la perspec- téticamente. (Egon Brunswik ha visto, desde una perspec-
tiva de quien habla de sus signos. Y de quien habla en tiva más bien gnoseológico empírica —es decir, al margen
cuanto sujeto absoluto, distributivo, «monologando» de una teoría general de la oposición entre las ciencias
—cuando he dicho «pájaro» in absentia me atengo a una psicológicas y las científicas— al exponer el desarrollo his-
imagen del pájaro que supongo asociada a percepciones tórico de las categorías de la ciencia psicológica, como hay
anteriores—. Pero, el tratamiento objetivista se coordina una progresiva ampliación del campo de la psicología, que
con la perspectiva de quien escucha, de quien escucha, por llega a desbordar la «línea de defensa» constituida por la
tanto, á otro sujeto, áesáe fuera de él—^la imagen de quien piel humana y, de hecho, cómo las ciencias psicológicas se
habla no me es accesible y lo que yo pueda a mi vez expe- ocupan de relaciones entre sujetos y términos distantes
rimentar no es lo mismo que lo que suponga en el que ha- de los organismos). Las consecuencias que ésta concep-
bla—). La disyuntiva habitual, que nos propone la necesi- ción de las categorías gnoseológicas tiene para la teoría de
los símbolos saltarán a la vista en cuanto advirtamos la po-
dad de elegir (en el momento de situar a la subjetividad
sibilidad (y aún la necesidad) de definir a los signos preci-
psicológica) o bien entre una mente interior al cuerpo (el
samente a través del concepto de relaciones apotéticas.
«fantasma de la máquina» de Ryle) o bien entre un orga-
¿<2ómo podríamos hablar de signos cuando la distancia entre el
nismo anatómica y fisiológicamente accesible (el hipotá- significante y el significado es nula?. Ni siquiera la «huella»
lamo, el sistema límbico, el área 17, o cualquier estructura contigua al objeto es signo más que cuando el pie se ha
física, aunque sea hipotética, como pide Quine) tiene que alejado. (Las relaciones in absentia de Saussure pueden re-
ser desbordada, porque, prisioneros de ella, tan sólo po- considerarse como apotéticas). Decir que los símbolos,
dríamos hablar de imágenes, en cuanto contenidos psico- entonces, nos introducen en la esfera de lo espiritual (y
lógicos, o bien en términos «mentalistas» inaccesibles, o acaso también de lo físico animal) es decir que la esfera de
bien en términos fisicalistas extemporáneos (por ejemplo, lo espiritual {o de lo psíquico) es la esfera de las categorías apo-
la «imagen retiniana» que puede a su vez fotografiarse, téticas. Y definir al hombre (al modo de Cassirer) como
pero que ya no es una imagen ejercida) que, aunque refe- animal simbólico es casi una tautología. (Con todo, esta
ridos al sujeto orgánico, no son ya psicosubjetivos, por- definición envuelve el peligro de atribuir mecánicamente
que la imagen del fuego no quema. En otros lugares he- a cualquier contenido cultural el carácter de un símbolo
mos mantenido la tesis {El basilisco, n° 2, pág. 27-28) se- ~y ésto es erróneo).
gún la cual la categoría de lo «mental», de lo «psíquico»,
podría ser analizada no ya tanto a la luz de los conceptos Suponiendo, pues, que la subjetividad está dada en el
de dentro y fuera {vía interioritatis, vía exterioritatis) exterior mismo de una percepción apotética, cuando éste
—entre otras cosas porque ambos conceptos se reducen exterior no pueda explicarse al margen de la subjetividad,
mutuamente, porque todo lo que aparece exteriormente como ocurre con la propia semejanza, la imagen podría
puede considerarse desde la «inmanencia», y todo lo que interpretarse como una aplicación de una imagen objetiva
aparece en un interior puede abrirse en la autopsia— sino a un sujeto. En el caso límite, partiríamos de una imagen
a la luz de los conceptos de cerca y lejos. De este modo, física (I) del objeto (0), atribuyendo ésta misma semejan-
podemos decir que nos movemos siempre en campos fisi- za a la imagen (I') aplicada a Sk desde fuera:
calistas, porque los términos que soportan las relaciones
áe cerca y de lejos han de ser términos físicos, exteriores,
«públicos». De lo que se trata es de darse cuenta del sig- 1^0
nificado gnoseológico de cerca y de lejos. Por nuestra parte {^' )
suponemos que todos los conceptos que llegan a organi-
zar términos vinculados por contigüidad o, como diremos
más precisamente, por relaciones p'aratéticas, tienen que
ver con las ciencias físicas y biológicas, -en las cuales se ha
SG J
La dificultad de ésta transformación inyectiva aparece
desterrado la «acción a distancia»; mientras que las cien-
cias psicológicas (y humanas, en general) tendrían que ver en el caso en que no existe una I objetiva (casos de las
con los conceptos capaces de organizar términos que se alucionaciones, de las imágenes oníricas). Será preciso
mantienen a distancia o, como preferimos decir, para eli- postular, entonces, algún objeto O, en cuanto percibido
minar la expresión «presencia a distancia» las connotacio- por Sk aporéticamente, que no sea semejante en todo a I'
nes místicas de una «acción a distancia» que suponemos (una franja sombreada puede corresponder a la zanja alu-
inexistente, organizar términos vinculados por relaciones cinatoria; el dibujo de un libro de historia a la imagen del
apotéticas. castillo).
Una consecuencia importante para la teoría de los
En el caso de los conceptos psicológicos: cuando se símbolos implícita en los planteamientos que proceden es
dice que la cualidad «azul» o «rojo» es psicológica y no ésta: que no podemos seguir hablando del lenguaje, en
física ¿acaso se sigue de ahí que «este azul» o «este rojo» general, como expresión o comunicación de mensajes inte-

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ñores (imágenes o conceptos del sujeto emisor) que, ulte- concepto de «lo que procede de un pacto» es un concep-
riormente, hubieran de ser «decodificados» por el recep- to muy confuso:
tor. Cuando hablamos así, nos mantenemos prisioneros de
una mala metáfora. Un «mensaje» es una serie de símbo- (a) Se trata de un concepto genético («procede de»),
los objetivamente dados, por ejemplo, un texto escrito en por un lado,
Morse. «Transmitir un mensaje» es transformar esa serie
objetiva en otra, el texto en Morse en lenguaje de pa- (b) Y se trata de una génesis a la que explícitamente
labras. Pero quien habla (salvo que esté leyendo un texto (por su carácter convencional) se la quiere desvincular de
--«transformando sus símbolos gráficos en otros fonéti- la «estructura» del símbolo.
cos»—) no emite ningún mensaje ni lo comunica, ni el
que escucha lo reconstruye mentalmente. Porque un suje-
to no puede ser tratado como si fuera un mensaje obje- Se diría pues que el concepto de "símbolo conven-
tivo más, sino que precisamente es el principio operatorio cional" es un concepto estructural que deliberadamente
capaz de transformar entre sí los mensajes objetivos. Ha- excluye los vínculos genéticos. Esta exclusión es necesa-
blar, por tanto, en lo fundamental, no es transmitir men- ria, sin duda, en la medida en la cual nos interesamos por
sajes, sino causar efectos (imprevistos, inconscientes, en el sistema simbólico: se trata, según hemos dicho antes, de
una gran parte) en el oyente; e interpretar símbolos (escu- un concepto dado en un proceso de cierre categorial, no
char) no es «descifrar un mensaje» —salvo en las situa- de una Idea filosófica. Pero cuando reintroducimos, cual-
ciones en las cuales la interpretación vaya referida no ya al quiera que sea el motivo, la perspectiva genética, en-
«mensaje del otro», sino a un mensaje relacionado con tonces el concepto de pacto, institución, etc., comienza a
otro mensaje, a través de terceros sujetos ya dados. ser fenoménico y confuso. ¿Acaso un pacto no puede lle-
gar a ser necesario y naturd —en el sentido de la «selec-
ción natural»— si fuera indispensable para la superviven-
cia de un organismo o de un grupo de organismos?. Sobre
(2) Reducción de los símbolos todo: la nota de convencionalidad (o arbitrariedad) ligada
externos a símbolos internos al pacto ¿es aplicable formalmente al significante qua tale
o precisamente se aplica a lo que todavía no es significan-
te?. Porque, sin duda (es lo que Sócrates viene a decirle a
Hermógenes) un signo comienza a serlo cuando es repetí-
En cuanto al postulado de reducción metodológica de ble, estable, es decir, cuando no puede ser arbitrariamen-
las acepciones de «símbolo» a la acepción interna: la fun- te cambiado, dado que ha de mantenerse dentro de su ti-
po (el «legisigno» de Peirce) aún dentro del margen de
damos en que parece posible, en principio, dar cuenta de
variabilidad de su entidad física {Token). Habría que decir,
los símbolos externos a partir de los símbolos internos,
pues, que el primer significante-mención no es todavía un
pero no recíprocamente.
significante: es precisa su repetición y ésta repetición
carece de sentido sin una estabilidad mínima. La estabili-
dad del signo pertenece a su misma esencia. Por eso, ha-
Sin duda, el concepto de símbolos convencionales blar de «signos convencionales» es tanto como pretender
parece muy claro y trivial, denotativamente. Son aquellos desconectar de toda cuestión genética, es tanto como de-
instituidos por una «decisión arbitraria» que en cualquier sear mantenerse flotando en un reino mágico en el que
momento podía ser cambiada (Hermógenes cree poder signos y símbolos han sido creados gratuitamente para
cambiar el nombre de su esclavo cuando le plazca). En un que se relacionen con leyes que reflejan maravillosas es-
sistema decimal de numeración puedo simbolizar a la uni- tructuras. Pero si los sujetos tienden a ser eliminados del
dad por / I / y /a/ y el elemento cero puedo simbolizarlo cierre categorial de la lingüística estructural, ello no quie-
por /O/ o por /A/. Pero si elegimos / I / y /O/ ya no es con- re decir que no deban ser reintroducidos cuando nos ocu-
vencional, sino necesario, el simbolizar la centena por pamos de la teoría filosófica del signo, Porque un signo (o
/lOO/, o al millar por /lOOO/. ¿De dónde brota la necesi- un símbolo), en una perspectiva materialista, no puede ser
dad en la simbolización? ¿No será preferible regresar a un entendido, en su génesis real, más que como resultado de
nivel en el cual la propia arbitrariedad aparente de las fi- un proceso de condicionamiento de reflejos neuronales. y
guras o grafismos primitivos 101 y /I/ pueda aparecérsenos lo decisivo en este condicionamiento es que, aunque los
como necesaria, por supuesto, en el contexto del propio «estímulos indiferentes» comiencen por ser externos, (re-
significar?. lativamente) arbitrarios, han de terminar por ser internos
(asimilados al organismo), cuando se encadenan a la reac-
La cuestión estriba (creemos) en que el propio con- ción. Este encadenamiento obedece a una lógica caracte-
cepto de convencionalidad es sumamente confuso, cuando rística (que aquí no es posible analizar) de la cual brotan
no quiere reducirse al concepto de lo acausal. Acaso los diversos «sistemas de señalización» (para hablar en
«convencional» (frente a «natural») suele ser entendido términos pavlovianos), tanto los que rigen la vida de rela-
como aquello que se deriva de una institución, un pacto, ción de las aves como la vida de relación de los mamíferos
una ley ~a diferencia de lo que se deriva espontáneamen- y, por tanto, del hombre. Según esto, el concepto de un
te de la naturaleza, de acuerdo con la oposición sofística. «origen convencional» de los símbolos lingüísticos resulta
Y con frecuencia se sobreentiende que aquello que deriva ser puramente confuso y oblicuo, material y, no formal,
de una convención es consciente (deliberado) a diferencia porque se refiere a la materia de donde proceden los es-
de lo que es natural, que estaría producido de forma in- tímulos indiferentes (a su vez, sin duda, motivados en
consciente, espontánea. Este sobreentendido es casi un otras escalas) —^la ciudad, un congreso científico, y no la
dogma en el psicoanálisis. selva— pero no a su forma. Por ello, asimismo, habría
que limitar, aún externamente, el margen de arbitrariedad
Sin embargo habrá que decir, en primer lugar, que el

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de las llamadas convenciones. Estas no crean «el símbo- ción, en expresiones de la primera articulación (el fonema
lo», sino algunos símbolos dentro de un sistema de sím- /i/ formaría parte de palabras que, en los lenguajes más
bolos preexistentes, que suponen, ya dado el proceso del diversos, expresan pequenez: «mínimo», «petit», «bit»,
simbolizar. Y el símbolo creado debe ser tal que pueda «little», «klein», «piccolo») tendiendo a interpretarla
insertarse (por su forma, por su escala) en el sistema de como resultado de procesos insconscientes (frente a la te-
símbolos presupuesto . La «elección convencional», antes sis de Platón, que en el Cratilo había defendido precisa-
que verla como arbitraria, convendría verla más bien mente la naturaleza racional de la mimesis a 'nivel precisa-
como obediente a una suerte de lógica ejercida cuya no mente de lo que hoy llamamos segunda articulación) ten-
representabilidad inmediata es acaso lo que llamamos con- dríamos que decir que esa caracterización de inconsciente
vención. es confusa. El fonema /i/, en cuanto signo icónico de la
pequenez (una «metáfora fonética», decía Wundt) dentro
Y con esta consideración tocamos la otra nota que del triángulo vocálico, no podría llamarse «inconsciente»
suele ir asociada al concepto de convencionalismo: la con- en términos absolutos, puesto que lo que se considera
ciencia. Nos parece enteramente confusa la tesis según la consciente acaso no es otra cosa sino su representación
cual sólo aquello que es inconsciente puede ser natural, gráfica, o en su comparación con otros fonemas. Y, en
puesto que lo que es convencional, en tanto supone deli- general, dado que los símbolos nos remiten siempre a
beración y elección, habría de ser consciente (en el Crati- objetos apotéticos, que han de suponerse insertos en con-
lo, Platón se refiere ya claramente al origen pactado del textos imprecisos, por naturaleza (tanto contextos de
lenguaje, sin que por ello deje de defender su carácter na- contigüidad como de semejanza) y ellos mismos han de
tural y racional). El quid pro quo reside, nos parece, en el darse envueltos en los contextos sintagmáticos y paradig-
carácter metafísico de la distinción entre lo que es consciente máticos, dados en la línea de otros símbolos del sistema,
y lo que es inconsciente. Suele entenderse ésta distinción podría afirmarse que los símbolos incluyen siempre la
como algo que separa dos mitades (sustancializadas- de presencia del inconsciente. Porque lo «inconsciente obje-
la psique (acaso con una franja de claroscuro, lo precons- tivo» aparece precisamente en el proceso mismo de la
ciente) que se repartirían, por lo demás, los dos tipos «concienciación», y todo ello acaso de un modo necesario
principales de pensamiento: el pensamiento nocturno (iló- o azaroso, pero no acausal, arbitrario. En cualquier caso,
gico, mítico, simbólico sin embargo, con un simbolismo estas premisas nos conducen, por último, de nuevo, a du-
«natural») y el pensamiento diurno (lógico, artificioso, dar de la naturaleza originariamente comunicativa de los
simbólico convencional). Sin embargo, la propia evolu- símbolos, de los conjuntos de símbolos que componen
ción interna del psicoanálisis, se ha encargado de ir demo- una «expresión», precisamente en la medida en que la co-
liendo esta distinción —^por ejemplo, Lacan, se ha visto municación incluye la conciencia del mensaje (en el sen-
obligado a reconocer que el inconsciente puede brotar a tido en el que antes hemos hablado).
raíz del propio proceso lingüístico. Por nuestra parte nos
limitaríamos a sugerir cómo sería mucho más fértil tratar a
los conceptos de consciente e inconsciente como conceptos
conjugados. Aquello que llamamos inconsciente supone (3) Reducción de los significados a las referencias
siempre una relación entre términos que pueden llamarse
conscientes en otro plano y recíprocamente, porque cons-
ciente o inconsciente no son conceptos unívocos. Puesto En cuanto al postulado de reducción metodológica de
que toda percepción es diferencial (el Zueinander de los las acepciones noemáticas de la realidad a sus acepciones
gestaltistas), en toda percepción de un objeto habrá que referenciales, me limitaré a advertir que él se dirige no ya
reconocer siempre franjas inconscientes. Incluso cuando a defender un tratamiento estrictamente denotativista-
estamos conscientes de haber cerrado operatoriamente un atomista en el análisis de los símbolos, sino, más bien, a
grupo de transformaciones (del cuadcado, por ejemplo), detener la tendencia a sustancializar en un tercer mundo los
acaso somos inconscientes de las relaciones de semejanza significados o las esencias, como sí éstas fueran cosas que
(paradigmáticas) que este grupo guarda con otros grupos se hacen presentes por sí mismas, o entidades que pudié-
no geométricos. Y en las fórmulas algebraicas más abs- ramos considerar como ya dadas, a la manera como, legí-
tractas de estos grupos seguimos siendo inconscientes, sin
duda, de otras estructuras que envuelven a las del grupo,
a la manera como puede lograrse una conciencia tecnológica
plena de la estructura de la elipse en el plano permane-
ciendo «inconsciente» de la conexión que ésta estructura
guarda con las restantes cónicas. Se observará que, en
todos los ejemplos precedentes, utilizamos el término
«inconsciente», en un sentido objetivo (precisamente para
escapar a las dificultades del mentalismo psicoanalítico).
El concepto de inconsciente se refiere así a situaciones de
conexiones «retrospectivas» ante términos, tanto primo-
genéricos (a través de una conciencia operatoria que no
puede agotar las estructuras dadas en las relaciones entre
cuerpos, sino que sólo cabe representarlas a diferentes es-
calas), como segundogenéricos (aporéticos) o terciogené-
ricos. Según esto, cuando algunos lingüistas actuales nos
descubren la extensión prácticamente universal («natu-
ral») de algunos signos o símbolos de la segunda articula-

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EL BASILISCO, número 9, enero-abril 1980, www.fgbueno.es

timamente desde su punto de vista, las considera la cien- En la versión realista, el dualismo orienta los triángu-
cia lingüística categorial. Lo que se quiere decir simple- los de modo que la realidad se suponga ya determinada
mente es que los significados, sólo por la mediación de las (como una forma) mientras que el sujeto funciona más
referencias corpóreas pueden ser tratados filosóficamente, bien como una entidad indeterminada (una materia, re-
en cuanto contenidos terciogenéricos, aún cuando éste ceptividad pura) pero capaz de conformarse según las for-
tratamiento requiera un desarrollo dialéctico del propio mas reales. Estas formas de la realidad serán las que
plano fenoménico en el que se dan las referencias. (Inclu- imprimen las imágenes mentales, sobre las cuales se elabo-
so los significados utópicos —como «centauro»— podrán rarán los conceptos o significados. El ordo cognoscendi
tratarse si comenzamos por resolverlos en las referencias viene a ser así una réplica del ordo essendi, en principio in-
de sus partes, aún cuando, en cuanto totalidades, carezcan dependiente de los símbolos. Los símbolos pertenecen al
de referencia). ordo significandi, cuya misión principal consistirá en comu-
nicar a otras personas los pensamientos previamente con-
cebidos.

9. SOBRE LA FERTILIDAD DE También es verdad, dentro del realismo dualista ca-


LOS TRATAMIENTOS METAFISICOS bría atribuir a los símbolos una función interna en el pro-
DE LOS TÉRMINOS TITULARES ceso del pensar, una función en cierto modo equivalente a
la que suele confiarse a las imágenes —con la ventaja de
que, ahora, los símbolos son ya físicos. Platón entiende así
la función de los símbolos: ellos (los primitivos) dicen la.
Los postulados formulados en el párrafo anterior no esencia misma de las cosas, acaso porque esta esencia se
pretenden negar todo sentido a los tratamientos que se recorta precisamente a través del desarrollo de los actos
mantengan en la perspectiva opuesta, la que aquí es con- simbólicos (la detención de la lengua en los alvéolos,
siderada como metafísica. N o se trata meramente de ma- cuando pronuncia la ó, es ella misma el ejercicio del concepto
nifestar una voluntad no dogmática, sino «abierta», ante de encadenamiento). Al menos, son los símbolos aquello
los tratamientos metafísicos. El problema es comprender, que moldea la imagen, y sólo de éste modo podría com-
situados en la perspectiva de nuestros postulados, cómo prenderse cómo los pensamientos pueden «ir atados» a
los tratamientos metafísicos (los que proceden desde su- los sonidos: es porque los sonidos (autogóricos) son ellos
puestos mentalistas, o convencionalistas, o noematicistas, mismos pensamientos y, por ello, tiene sentido afirmar
respectivamente) sin perjuicio de ser metafísicos, y pre- {salva veritate), que el pensar sólo es posible en el hablar.
cisamente por serlo, son fértiles, por tanto, histórica-
mente necesarios, porque efectivamente la historia de la En la versión idealista, el dualismo se reorganiza en
filosofía del lenguaje es precisamente la historia de éstos sentido inverso. Ahora, es el sujeto quien resulta ser el
tratamientos metafísicos. Nos limitamos, en la ocasión depósito de las formas y el dator formarum, el entendi-
presente, a la «metafísica» del mentalismo. Se trata, más miento agente; mientras que la realidad desempeña el pa-
que de demostrar que ésta metafísica es errónea, de pel de materia-receptáculo. Las imágenes son ahora deter-
comprender por qué es necesaria y útil, de justificarla minación de ese depósito espiritual que con-forma el
—se trata de cultivar una suerte de Pseudodicea—. mundo y la percepción podrá definirse como si fuera una
«alucinación verdadera». La imaginación se nos manifiesta
ahora como la fuente de las formas que moldean a la rea-
Ante todo, observamos que el tratamiento proyecti- lidad (así es como Heidegger interpretó el idealismo de
vo (mentalista) de la imagen orienta todos los encadena- Kant). Los diferentes sistemas simbólicos, los diferentes
mientos ternarios (los triángulos de los que hemos habla- lenguajes, son otras tantas maneras de organizar el conti-
do) en un sentido característico y que no es, él mismo, nuum amorfo de la materia real: «...El español, el francés y
paradójicamente, ternario, sino dualista. Los tres términos el alemán (dice un lingüista contemporáneo, Emilio Alar-
de éstos triángulos esconden, en rigor, cuando se les trata eos, en el & 9 de su Gramática estructural) distribuyen
metafísicamente, una estructura binaria del campo total, . (conforman) diferentemente la zona de sentido siguiente:
una estructura que actúa por debajo de la aparente orga-
nización ternaria. Se trata de la estructuración de la reali-
dad en torno a los términos consabidos del «sujeto» y del
«objeto». La imagen quedará ahora enteramente del lado leña
del sujeto; la referencia (o el significado noemático) que- bois
darán del lado del objeto {Gegen-stand). El símbolo, como madera Holz
«entidad de dos caras», se entenderá como el puente en-
tre el sujeto y el objeto, «una masa sonora que lleva enca- bosque Wald
denados los pensamientos». El símbolo es así subjetivo y forest
objetivo a la vez, pese a lo cual el lenguaje, coniO conjunto selva
de símbolos, aunque ya es algo real, suele volver a opo-
nerse a la «realidad» en el sintagma: «lenguaje y reali- Los lenguajes, los sistemas simbólicos, aparecerán
dad». como expresión del espíritu, y es en éste sentido como al^
canza su significado más característico la definición del
Ahora bien, éste dualismo se orienta según dos senti- hombre como «animal simbólico». En el límite, todas las
dos opuestos, el del realismo y el del idealismo lingüístico formas de la realidad serán consideradas como simbólicas,
—^las dos grandes opciones metafísicas de las que dispone- como expresiones de alguna conciencia, como mensajes
mos en el momento en que queremos comprender la na- divinos (Berkeley), como apariencias de una voluntad
turaleza del símbolo. nouménica (Schopenhauer), o de una libido infinita que

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EL BASILISCO, número 9, enero-abril 1980, www.fgbueno.es

és pura energeia, antes de ergon (Hiunboldt, Jung). En


.otro lugar {Ensayos materialistas-, I) hemos mostrado
algunas de las contradicciones que se derivan del pansim-
bolismo.

(Hay también versiones del dualismo que, en cierto


modo, constituyen una suerte de yuxtaposición del realis-
mo y del idealismo. Nos referimos a las doctrinas oca- son ellos mismos, en cuanto figuras, resultantes del pro-
sionalistas, pero también al gestaltismo clásico, con su hi- ceso total. Se tratará, más bien, de «disolver» estas fi-
pótesis del isomorfismo). guras, dualmente enfrentadas, en otros conjuntos de figu-
ras más complejas y diversas (entre ellos, los conjuntos
Ahora bien: como hemos dicho, lo que nos preocupa ternarios dados por el tema titular de éste Congreso). En
aquí no es tanto demoler el realismo o el idealismo cuanto definitiva, se trataría de comprender que la materia prima
comprender su función, comprender por qué, aún siendo (o la materia ontológico general) no se encuentra ni del
tratamientos metafísicos, están llenos de significado, son lado del sujeto ni del lado del objeto, puesto que envuel-
fértiles y siempre ricos en enseñanzas. La base de nuestra ve a ambos, que son determinaciones suyas.
«pseudodicea», en éste punto, es la apelación al dualismo
hilemórficó (el dualismo forma/materia), como dualismo
ontológico raíz del dualismo epistemológico realismo/ 10. CUESTIONES ABIERTAS EN
idealismo. Según ello, el dualismo epistemológico funda- EL TRATAMIENTO Ñ O METAFISICO
mental (realismo/idealismo) no sería originario, pese a su DE LOS TÉRMINOS TITULARES
apariencia, dentro de los planteamientos de las filosofías
de corte epistemológico. Resultaría de la composición del
dualismo sujeto/objeto con el dualismo materia/forma. Ya La reconducción constante de las Ideas metafísicas
' hemos insinuado de qué modo: cuando al sujeto se le atri- suscitada por la organización dualista que hemos asociado
buye el papel de materia, y al objeto el papel de forma, a la concepción proyectivo-mentalista de las imágenes al
estamos en la dirección del realismo, que podrá desarro- plano (más positivo) de las organizaciones-pluralistas (en
llarse en diversos grados según la extensión del campo a nuestro caso: ternarias), no termina o resuelve las cues-
que se aplique; cuando al sujeto se le atribuya el papel de tiones filosóficas, sino que las abre de modos mucho más
forma y al objeto el papel de materia, estaríamos en la di- ricos, precisos y profundos.
rección del idealismo (estas tesis podrían justificarse
arnpliamente con argumentos filológicos). En la medida (1) Quedan abiertas todas las cuestiones que giran
en que entendamos a las formas como «materias ante otras en torno a las conexiones entre imágenes (objetivas) y
materias» {Ensayos materialistas, II), podríamos compren- realidades, a través de los símbolos. El «problema de
der la legitimidad originaria del realismo y del idealismo, Molyneux» podría citarse coipo paradigma de las cuestio-
porque tanto el sujeto, el organismo, como las cosas de su nes en torno a las cuales tanto el realismo como el idea-
mundo, son determinaciones formales que se moldean lismo manifiestan sus límites recíprocos, porque éste
mutuamente. N o son formas primitivas, son formas dadas problema sólo puede plantearse cuando no sólo el objeto,
a una escala, in medias res. Por ello, tanto el realismo, desde luego (la esfera de madera, o de plomo) sino tam-
como el idealismo, tampoco podrían considerarse como bién el sujeto, lejos de funcionar como una unidad for-
opciones originarias en un sentido ontológico (como pre- mal, ha sido ya descompuesta en diversos planos (sujeto
tendía Fichte) dado que dependen de parámetros tales táctil, sujeto visual), por tanto, por un sujeto cuya unidad,
como «sujeto» (orgánico) y «formas» (mundanas). Pero, en la percepción, debe ser explicada, como también debe
puestos ya tales parámetros, siempre estarán abiertas las ser explicada la unidad del objeto. Es preciso, pues, com-
posibilidades límites de explorar las consecuencias que se parar a la imagen, no con la realidad subjetiva absoluta
derivan de un sujeto concebido como materia pura, mate- (puesto que entonces la imagen se convierte en imagen
ria prima, reflejo absoluto que deja intacta la realidad —^y mental, en expresión de una mente), pero tampoco con la
que, propiamente, sería preciso borrar, por supérfluo— y imagen de la realidad objetiva absoluta: la imagen es
de un objeto que es forma absoluta, proyectador absoluto ahora la «imagen microfotográfica». La imagen habrá de
de las formas mundanas, hasta el punto de comprometer compararse con realidades positivas (no el sujeto, sino el
la posibilidad misma de la realidad de la materia prima, de hotentote, o el mandril; no el objeto real, sino el árbol
un noúmeno que sería preciso borrar, por supérfluo. fenoménico o la roca visible a simple vista). Todas las
Tanto la duplicación perfecta del mundo (límite de la con- cuestiones relacionadas con la «falsa conciencia» cruzan
ciencia realista) como su creación (límite de la conciencia este contexto de relaciones, particularmente cuando el
idealista) se nos manifiestan así como dos consecuencias sujeto es determinado como sujeto socialmente enclasa-
equivalentes, por contradictorias. Pero es entonces db, y cuando el objeto es determinado como objeto pro-
cuando podemos detener estas consecuencias, volviendo ducido, en el marco de un dado modo de producción.
o regresando desde ellas, para disponernos a comprender
los motivos de la fertilidad, tanto del realismo como del
idealismo. Porque es gracias a la abstracción dualista (2) Las relaciones de las imágenes con los símbolos
como se nos revela el carácter formal que pueden tener (a través de terceras realidades) nos remiten al centro de
los sujetos y los objetos. N o se trata, en todo casó, de los problemas hermeneúticos, a las cuestiones suscitadas
concluir que «uno y otro (sujeto y objeto) intervienen en en torno a la interpretación de los símbolos a partir de las
el conocimiento», pues esto sería tanto como concederles imágenes que podamos atribuir a quien los utiliza. ¿Hasta
una realidad previa a su misma interacción, siendo como qué punto un idioma simbólico es antes un reflejo de
imágenes atribuibles a una clase social dominadora (Marr)

EL BASILISCO 73
EL BASILISCO, número 9, enero-abril 1980, www.fgbueno.es

que reflejo de las imágenes atribuibles a su medio natural realidad y recíprocamente. En cualquier caso, nos parece
o tecnológico?. que la posibilidad «técnica» de una conexión interna
entre los tres términos titulares (Imagen, Símbolo, Reali-
dad) descansa en la propia complejidad de cada término y
(3) En cuanto a las relaciones de los símbolos con las requiere, por tanto, su descomposición o desdoblamiento
realidades, nos limitaremos a recordar la necesidad de te- en sus diferentes factores, en sus diversos componentes.
ner siempre presente la idea del inconsciente objetivo. Pero ello compromete el mismo esquema de una unidad
Un alegorismo positivista estrecho («la bella Oritia, triangular, como unidad de relaciones entre términos aso-
cuando jugaba con Farmacia, fué arrebatada por Bóreas: ciados a sus vértices. En rigor, si hay posibilidad de hablar
esto significa sólo que la arrebató un golpe de viento») es de relaciones internas entre estos términos considerados
algo muy firívolo, para decirlo con las palabras de Sócrates globalmente, como si fueran «enterizos» (Imagen, Sím-
en el Fedro. La realidad objetiva, además, genera los sím- bolo, Realidad), ello es debido a que precisamente estos
bolos por caminos muy diversos, en los cuales la «volun- términos habrán debido ser descompuestos en sus partes,
tad», y lo que está por encima de la voluntad, sin ser ob- de tal suerte que serán las relaciones entre los compo-
jetivo (sino social, cultural), interviene tanto como él nentes de los diversos términos aquellos puentes que bus-
objeto. El símbolo del amor del niño observado por cábamos para establecer las relaciones entre los términos
Mauthner, juntando y separando sus manecitas, procedía titulares. Así, el término Imagen, en cuanto está en
de manipulaciones anteriores con una torta que le había contexto con un Símbolo, se decompondrá inmediata-
gustado mucho. La «danza simbólica» del oso, cuando es- mente, por ejemplo, en una imagen acústica, y en una
cucha el pandero, procede de la realidad, ahora invisible, imagen significativa, según que consideremos el símbolo
de una plancha muy caliente que los gitanos le pusieron por su componente significante o por su componente sig-
debajo de sus plantas mientras golpeaban rítmicamente. nificado. El símbolo (en cuanto es un signo) se descom-
Pero, ¿cuál es el simbolismo encerrado en la danza de la pondrá en su momento significante (que a su vez se des-
lluvia de los chimpancés observado por Goodal.''. ¿De qué doblará en acontecimientos y en pautas) y en su momento
manera los reflejos condicionados (o la realidad causal- significado, descompuesto en complejísimas redes. Y cada
mente) se transforman en símbolos.''. ¿De qué manera los realidad, en cuanto afectada por los símbolos, se conside-
símbolos y las cadenas de símbolos llegan a alcanzar una rará, sea como una entidad empírica, sea como una enti-
eficacia causal y no sólo «ideal-racional» implicativa?. dad esencial. Ahora bien, la imagen, a través de su com-
ponente de imagen acústica, se aproxima al símbolo en su
(4) También hay que considerar el contexto de las componente de significante, en cuanto «legisigno». Y la
relaciones de las imágenes con las imágenes, a través del imagen significativa se aproxima, por un lado, a la realidad
sujeto y de la realidad. El problema de Molyneux, la rela- empírica, (en cuanto referencia), y, por otro, al concepto
ción de las imágenes táctiles y las imágenes visuales, pue- o significado conceptual del propio símbolo. Significado
de servirnos de ejemplo de las cuestiones que en este conceptual a su vez que, en tanto que concepto objetivo
contexto se contienen. Así también, los conceptos de no se reduce a pura subjetividad (concepto formal), sino
mentira, enmascaramiento, ocultamiento, engaño, necesa- que se aproxima, hasta confundirse con él, con ese
rios en la teoría de los juegos. componente de la realidad que suele llamarse esencial, de
naturaleza terciogenérica. Desde un punto de vista téc-
(5) ¿Y las relaciones de realidades con realidades, a nico-metodológico, los puentes entre los términos de
través de los símbolos?.'Todo el problema de la causali- nuestro triángulo pasan por los componentes de esos tér-
dad histórica se encierra de algún modo en éste contexto. minos y por las conexiones entre esos componentes
—conexiones de identidad en las que precisamente apa-
(6) En cuanto a la evaluación de la riqueza problemá- rece, según pensamos, la verdad. Pero ¿podría hablarse si-
tica del contexto constituido por las relaciones de los sím- quiera de estos puentes si no existieran signos físicos
bolos con otros símbolos, bastaría tener en cuenta que, en (eminentemente fonéticos, temporales) capaces de abrirse
éste contexto, es en donde el símbolo se configura como ellos mismos {autogóricamente) el camino sonoro hacia el
tal. Pero no todas las relaciones entre símbolos son ellas pensamiento, si no existiese un nexo interno entre las
mismas simbólicas: si negásemos ésta tesis, tendríamos imágenes acústicas y los significados de los símbolos?.
que permanecer prisioneros del idealismo lingüístico o
semiótico. Las relaciones sintácticas nos remiten constan-
temente más allá de los propios símbolos y de su mismo En cualquier caso, la dialéctica de éstos círculos ter-
convencionalismo. narios puede hacerse consistir precisamente en su necesa-
rio carácter parcial, abstracto. Cuando se logra establecer
un circuito ternario, ello tendrá lugar en la dirección de
(7) Finalmente, damos por evidente que las cuestio- algunas relaciones, es decir, a fuerza de dejar fuera a
nes más profundas se plantean en el momento en el cual otras. Esto nos obliga a volver constantemente al material
intentamos recuperar el «nivel terciario» (como mínimo) enciclopédico, a enriquecer y concretar el circuito esque-
de las relaciones consideradas. Pero no precisamente en la mático obtenido y, al hacerlo así, a desfigurarlo y aún di-
dirección «enciclopédica», que tiende a acumular, en ta- solverlo.
blas de triple entrada, intersecciones de conceptos o rela-
ciones binarias —enciclopedismo, en todo caso, necesa-
rio—, sino la dirección verdaderamente dialéctica que Diríamos, con todo, que la verdad filosófica no se en-
busca conceptualizar los circuitos de conexiones efectivas cuentra en las conclusiones, sino en su proceso. En eso
que tengan lugar entre las imágenes, los símbolos y las que Kant llamó «filosofar», pero que no cabe oponer a
realidades, que busca los puentes a través de los cuales el una hipotética inenseñable «filosofía», puesto que ésta,
lenguaje toma contacto con el pensamiento (deja de ser desde los tiempos de Platón, no es otra cosa sino el filoso-
un sistema primario de reflejos), el pensamiento con la far mismo.

74 EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 7, mayo-junio 1979, www.fgbueno.es

ARTÍCULOS

OPERACIONES
Y HEimOFORMANTES
Ensayo de un criterio de demareaeióngnoseológi^
emre la Lógica formal y la M
(I)
GUSTAVO BUENO
Oviedo
«Cuando señalas con tu dedo ala Luna —dice el
proverbio oriental— el estúpido mira atentamente al de-
do» . En este artículo vamos a defender la, tesis de que en
la estupidez de la Lógica formal occidental ante los
ámbolos algebraicos es donde reside su sabiduría.

simplemente, concepción de la Lógica como una «sec-


I. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN ción» de la Matemática, al lado del Cálculo, o de la Geo-
metría proyectiva), o bien cuando asume el sentido
El desarrollo progresivo del formalismo opuesto, el de la reducción de las Matemáticas a la Lógica
lógico (imitando muchas veces el paradig- (la «línea leibniziana» logicista, que culmina en Russell).
ma del formalismo matemático: Leibniz, D e hecho, en todo caso, es lo cierto que los criterios de
Boole, Frege...) así como el progresivo demarcación no parecen estar a la vista: se procede mu-
desarrollo de la formalización matemática chas veces como si no existieran. La misma expresión, hoy
(Peano, Russell, Bourbaki...) han deter- popularizada, «Lógica matemática» (cuyo alcance es mu-
minado una creciente aproximación, si- cho inás general que el que correspondería a una «Lógica
quiera íea en el plano de las apariencias (en el piano tec- de las Matemáticas») puede servir de testimonio d,e esta
nológico del lenguaje algebraico) entre la Lógica y las Ma- confusión, acaso legítima, a la par que de refuerzo de la
temáticas. Esta aproximación podrá ser reconocida, por lo misina. Y la disciplina llamada entre nosotros «Lenguaje
menos, como un hecho cultural. N o prejuzgamos de mo- matemático» se resuelve prácticamente en un curso de
mento cuál sea su alcance. Sin duda, las analogías en los Lógica formal sobre ejemplos matemáticos. Pero, a veces,
procedimientos de ambas ciencias no son gratuitas, meros se trata de mucho más que de ejemplos o de aplicaciones:
mimetismos superficiales. Pero el reconocerlo así tampo- en las dos obras fundacionales de Boole (L^WJ ofThougths
co signifíca que estas semejanzas prueben, por sí mismas, y —su título ya lo anuncia— The Mathematical Analysis of
la indistinción entre Lógica y Matemáticas: plantean, más Logic) encontramos nada menos que una derivación de lo
bien, constantemente, la cuestión de su demarcación y que se considera la función lógica por antonomasia
explican, por lo menos en el plano psicológico, la tenden- [y = ax + b (1 —x)] a partir de la fórmula de Taylor o de
cia a confundir los procedimientos matemático-formales y Me Laurin, respectivamente, para el desarrollo en serie de
los procedimientos lógico-formales. Tanto cuando esa funciones enteras ^fórmulas cuya estructura matemática
confusión tiene el sentido de una subsunción de ambos nadie puede poner en duda—. ¿Cómo podría derivarse
procedimientos en un tertium (¿el Algebra abstracta.''), una fórmula lógica a partir de una fórmula matemática (y
cuando cobra el sentido de una reducción'(o asimilación) no ya de la aritmética elemental sino del cálculo diferen-
de la Lógica a las Matemáticas (la «línea cartesiana», que cial) si no existiera una sustancial afinidad entre ambos
culmina en Hilbert, en la concepción de la Lógica como simbolismos? ¿No estaríamos sencillamente ante un puro
«infancia de las Matemáticas», del órganon aristotélico disparate, en el que aparecen asociadas fórmulas que se
como sistema realizado por la Geometría de Euclides, o refieren a valores discretos con fórmulas que suponen un

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EL BASILISCO, número 7, mayo-junio 1979, www.fgbueno.es

cálculo de «lo continuo»?. Pero no nos parece suficiente por ios esquemas relativos a las concepciones en torno a
decir que la derivación de Boole es «artificiosa», o que la naturaleza de las Matemáticas. Lo ideal sería cubrir to-
pertenece a la «arqueología» de la Lógica formal. Es pre- das estas posibilidades, porque los caminos que se abrie-
ciso poder penetrar en la naturale2a de esa artifíciosidad, ran a partir de cada una de ellas no tendrían por qué es-
aclarar cómo ha sido siquiera posible el artificio. Por otra perarse siempre confluyentes. Pero no es éste el lugar
parte, no pertenece ya a la arqueología de la Lógica for- adecuado para semejante tarea.
mal, sino a su práctica presente, el uso interno de concep-
tos matemáticos tales como «cantidades booleanas», «can- A) En una primera rúbrica agruparíamos a todos los
tidad booleana general», representable por cubos o hiper- esquemas que convienen en poner a la Lógica en la direc-
cubos (1). Se «aritmetiza» la sintaxis lógica (Gódel) y se ción de la Ontología general. La Lógica formal, por serlo,
«logicaliza» la matemática (Russell). sería también general, universal: las fórmulas lógicas re-
Y, sin embargo, en el teclado mismo del computador presentarían estructuras ontológicas absolutamente uni-
que contiene tanto símbolos lógicos como matemáticos, versales (y de ahí su carácter «segundo-intencional», res-
podemos diferenciar muy bien el sector de los «botones pecto de las leyes ontológicas, en cuanto vendrían a ser,
lógicos» y el sector de los «botones numéricos». En ios en expresión' de Frege, las «leyes de las leyes de la Natu-
manuales de lenguajes de ordenadores se distinguen ex- raleza») y los principios lógicos —el principio de identi-
plícitamente los símbolos que pertenecen a la «parte lógi- dad, el principio de no contradicción, el principio de ter-
ca» de esos lenguajes («V», «A», «—>») de aquellos que cio excluido— serían paralelos a los principios ontológi-
pertenecen a su «parte matemática» (« + », «V», «sen x»). cos. La Lógica será así entendida como mimesis de la Meta-
Pero, ¿cómo formular una distinción adecuada entre par- física, como decían los aristotélicos. Las leyes lógicas se-
tes que, sin embargo, han de funcionar juntas, entreteji- rían leyes trascendentales, constitutivas del Mundo, o mejor
das, «confundidas»?. ¿Cómo trazar una línea de demar- aún, expresión de la estructura del Mundo «anteriormen-
cación entre sectores cuyos elementos parecen desbordar te a su creación», en frase de Hegel (2). No por ello
constantemente su propio recinto; borrar toda línea de queda disociada necesariamente la Lógica de la mente
demarcación como superficial, artificiosa o extrínseca?. —digamos, del logos— en la medida en que el Mundo se
¿No será porque la línea de demarcación deberá trazarse considera a su vez como determinación de una mente, ya
en un estrato más profundo, por debajo de la continuidad sea la «mente divina» (la «lógica divina» de los neoplató-
aparente establecida por la praxis tecnológica?. ¿No será nicos, de los cristianos o de los musulmanes) ya sea la
preciso regresar hacia las Ideas filosóficas —en tanto se «mente humana» (o acaso zoológica), el ego trascendental
realizan precisamente por la mediación de estos mismos de Kant o de Wittgenstein (3).
desarrollos tecnológicos y científicos {categoriales)— para
poder establecer la línea gnoseológica de demarcación Acaso lo más característico de todos los esquemas
que, en todo caso, seguimos percibiendo, aunque sea con que incluimos en esta primera rúbrica sea el intento de
«trazo discontinuo»?. entender a la Lógica formal a la luz de una Lógica trascen-
dental, sea en el sentido de Suárez, sea en el de Kant, sea
2. N o faltan, por supuesto, como es bien sabido, en el de Hüsserl, sea en el de Wittgenstein. La Lógica
propuestas de criterios de demarcación entre la Lógica formal no será percibida ahora merainente como un «len-
formal y las Matemáticas, propuestas que son defendidas guaje artificial», incluso convencional: si es un lenguaje
tenazmente con argumentos nada gratuitos. Como es será un lenguaje que representa «la trama invisible del
obvio, cada criterio de demarcación incluye una cierta Mundo» (de nuestro Mundo) y, por ello, la Lógica no dirá
concepción acerca de la naturaleza de las Matemáticas y nada sobre los contenidos (o materia) de este Mundo.
de la Lógica. A veces, porque explícitamente un criterio Acaso, porque vale para «todos los mundos posibles», co-
determinado se apoya en esa concepción; otras veces, mo sostienen (en la tradición de Leibniz) H. Scholz y G.
porque la promueve; en general, porque la cuestión de la Hasenjáger (4). Y decir que vale para todos los mundos
demarcación entre Lógica y Matemáticas, al mismo tiem- posibles la Lógica acaso no sea algo tan metafísico como
po que testimonia un entendimiento (implícito o explíci- declara su primer sonido, si es que todos esos mundos po-
to) de cada uno de los campos respectivos, contribuye sibles a los cuales nos volvemos (cuando resolvemos aban-
internamente a configurar ese entendimiento, puesto que, donar el nuestro) terminan por ser declarados como iso-
en rigor, es una parte de ese mismo proceso de enten- morfos a él, de suerte que «aún cuando Dios hubiera
dimiento (no puede entenderse filosóficamente nada so- creado varios mundos, no podría haber uno en donde no
bre la esencia de la Lógica al margen del entendimiento se observaran cumplidamente las leyes divinas, las de
de la naturaleza de las Matemáticas o recíprocamente). nuestro mundo» (5). Decía F. Mauthner: «Ya el formar
Vamos a pasar revista, muy someramente, a los principa- un plurar de mundo es una insolencia, porque nunca ni
les esquemas que están, por decirlo así, disponibles (y
que, de hecho, han sido propuestos) en orden a entender (2) Hegel: «... La lógica tiene que ser concebida como el sistema de
la naturaleza de la Lógica, para después proceder a con- la ra2Ón pura, como el reino del pensamiento puro. Este reino es la verdad
siderar algunas de las interferencias que con esos esque- tal como está en sí y por sí, sin envoltura. Por eso puede afirmarse que di-
cho contenido es la representación de Dios, tal como está en su ser eterno,
mas han de alcanzar diferentes tesis sobre la línea de de- ajttes de la creación de la naturaleza y de un espíritu finito-o {Ciencia de la ló-
marcación entre Lógica y Matemáticas. También podría gica, Introducción).
precederse inversamente (partir de la exposición de di-
versos esquemas de demarcación y explorar después su (3) Tractatus 6. 13. Vid. M. Garrido, La lógica del mundo, en Teorema,
incidencia en las concepciones respectivas de la Lógica o número monográfico, 1972, págs. 139-152.
de la Matemática). Y podríamos, por último, comenzar (4) Metaphysik ais strenge Wissenschaft, Darmstadt, reimpr. 1965. Con-
ceptos y problemas de la lógica moderna, Barcelona, Labor 1978.

(1) J. Kuntzmann, Algebre de Boole, París, Dunod 1965, & 12. (5) Descartes, Discurso del Método, parte V.

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EL BASILISCO, número 7, mayo-junio 1979, www.fgbueno.es

B) En una segunda rúbrica incluiríamos a todos


aquellos esquemas que tienden a referir las «leyes lógicas
formales» a la realidad (empírica) del mundo físico —di-
gamos, que tienden a reducir la Lógica a un ámbito primo-
genérico. Cuando el «mundo físico» (incluyendo las di-
mensiones segundo genéricas) se identifica con el «mundo»,
sin más, los esquemas agrupados en A coincidirán con los
esquemas agrupados en B: tal sería probablemente el caso
de Hegel, cuyo panlogismo implica, por eso, que todo lo
real, empírico, es, a la vez, lógico, racional. Pero cuando
estos supuestos no se den, las leyes del mundo físico,
como leyes lógicas, podrán entenderse simplemente como
un conjunto más de leyes empíricas, caracterizado acaso
por su generalidad: la Lógica será entendida como una «fí-
sica del objeto cualquiera» en el sentido de Gonseth (9).
Y si acaso se restringe este «objeto cualquiera» al «siste-
ma nervioso» o a las máquinas cibernéticas que lo simu-
lan, la Lógica podrá seguir siendo entendida a la luz de la
Mecánica, sin perjuicio de considerarla como una legali-
jamás hubo más de uno» (6). La lógica, en cuanto trascen- dad peculiar de ciertos sistemas mecánicos.
dental, no se entenderá como empírica o convencional,
sino como pnta. y a priori, ya se haga depender ese aprio- C) Mucho más tradicionales son los esquemas que
rismo de las esencias formales a las cuales el mundo ha- refieren, desde luego, la Lógica, al pensamiento subjetivo
bría de someterse («platonismo») ya se haga depender de (ya sea en una perspectiva espiritualista, ya sea en una
la propia estructura de su demiurgo, entendido como da- peirspectiva biologista), psicológico o sociológico {segundo-
tar formarum («operacionismo», desde Kant hasta Din- genérico), esquemas que entienden la Lógica formal como
gler). el «arte del pensamiento» o como la «moral del entendi-
Lo más frecuente es atribuir a la Lógica el sentido de miento». La perspectiva es ahora psicologista —no fisi-
una universalidad formal genérica común a todas las di- calista— y aún cuando a veces este psicologismo pueda
versas manifestaciones de la argumentación o del razona- aproximarse a posiciones trascendentales (acaso aquello
miento (físico, matemático, político, etc.) dado en cuales- que se designa cuando se haWa del «pensamiento/«//TO», a
quiera de los lenguajes naturales Li, L2, ...Li. Aunque no la Lógica como estudio de las leyes del pensamiento que
se considere trascendental de un modo explícito, una Ló- preside todavía el título de la obra de Boole: The laws of
gica formal así entendida ejercerá sus mismos efectos. Thought) con frecuencia se distingue de ellas y constituye
Porque si «formal» significa ahora «genérico», «univer- incluso una reinterpretación positiva (psicológica o socio-
sal» (a todo tipo de razonamiento material, específico), las lógica) del trascendentalismo kantiano. Podríamos perse-
leyes lógico formales serán leyes normativas y apriorísti- guir esta línea de positivización (categorización) del sujeto
cas respecto de cada materia determinada.. Con este al- trascendental kantiano desde J.S. Beck (10) hasta T. Lipps
cance se habla cuando se dice que la Lógica formal estudia (11), o Heysmann, cuando asimilaba las fórmulas lógicas a
la «validez formal» de las inferencias, etc. (estas frases re- fórmulas químicas, a las fórmulas de una «química men-
sultan vacías en el momento en que dudemos que la Ló- tal» (12). También la concepción que Piaget se forja de
gica formal sea lo mismo que una Lógica general, o, lo las leyes lógicas se mantiene en esta línea psicologista, si
que es equivalente, que pongamos en duda que pueda ha- bien fuertemente impregnada de biologismo: las leyes ló-
blarse de una forma sin materia: si a la Lógica formal, co- gicas serían, para él «coordinaciones entre las acciones del
mo ciencia cerrada, debe corresponderle un campo ma- sujeto» (13). El sociologismo se. eleva a un nivel radical-
terial de términos, la cuestión de la validez o verdad de mente diferente del nivel psicológico, porque las leyes ló-
las leyes lógicas y de su conexión con otras ciencias hay gicas no serán ahora «leyes subjetivas individuales»
que entenderla de manera muy distinta a la que se insinúa —aunque sean universal-distributivas en la especie—
en la relación del género a la especie). cuanto leyes supraindividuales, sociales: «la génesis de las
categorías del pensamiento se hallan en la estructura y
Ciertos criterios que apelan a oposiciones ontológicas relaciones de grupo social y dichas categorías varían según
de apariencia óntológico-especial (tales como la distinción
usada por Spencer (7) entre cualidad y cantidad: la Lógica (9) La lógique en tant quephysique de l'ohjet quelconque, Congr'es 1935, Ac-
sería la ciencia de la cualidad, la Matemática la ciencia de tas VI, París, Hermann, Actualices, 1936, n° 393.
la cantidad) podrían acaso incluirse en esta primera rúbri-
ca, porque cuando la cualidad se interpreta como el domi- (10) Grundriss der Kritischen Philosophie, 1796, & 2: «Die Wissenschaft,
nio de «todo aquello que no es cuantitativo», incluyendo welche des Denken selbst zum Gegenstande hat, ist die Logik».
cualquier tipo de entidad (también las «cantidades inten- (11) Elemeptos de lógica, trad. esp. 1925, sección I, cap. 1°, & 3: «La ló-
sivas» de las que nos habla Piaget (8)) viene a equivaler a gica es una disciplina psicológica, puesto que el conocer, sólo se da en la
un concepto de carácter ontológico-general. psique y el pensar que en ella se realiza es un hecho psicológico».

(6) Contribuciones a una crítica del lenguaje, trad. esp. J. Moreno Villa, (12) El silogismo (MaX + MaY + YiX + XiY) sería comparable a la
Madrid, Jorro, 1911, págs. 144-145. reacción de neutralización (CIH + HONa = C l N a + H20). Husserl,
Investigaciones lógicas, prolegómenos, cap. VI.
(7) The Classification ofthe Sciences (1864), en Essays, II, pág. 74.
(13) Piagec-Beth, Epistemologie math'ematique et psychologie, essai sur les re-
(8) Traite de Lógique, París, Armand Collin, 1949, pág. 72. lations entre la lógique formelle et la penseé reelk. París, PUF, 1961.

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los cambios que la organización social sufre» —enseña la denota en este tipo de definiciones son ciertas figuras no-
escuela durkheimiana (14). Sin embargo, el sociologismo torias del campo gnoseológico (silogismos, derivaciones),
lógico sigue siendo un subjetivismo —como queda claro ciertos contextos determinantes del campo, más que la estruc-
cuando contrastamos sus tesis simplemente con las del tura del campo gnoseológico mismo —como si definiése-
objetivismo fisicalista o cibernético. Para decirlo con la mos la Geometría como la «ciencia de las circunferencias
vigorosa expresión de Lenin: «pensar que el idealismo fi- y de los triángulos». Pero estas definiciones denotativas
losófico desaparece por el hecho de que se sustituya la —muy útiles, sin duda, y aún necesarias— son poco filo-
conciencia individual por la de la humanidad o la expe- sóficas. Sus consecuencias, además, pueden ser muy
riencia de un sólo hombre por la experiencia social orga- molestas por su capacidad oscurecedora de muchos proble-
nizada es como imaginar que el capitalismo desaparece mas particulares. Citaremos aquí el caso de la problemá-
cuando el capitalista individual es sustituido por una so- tica lógica que envuelve la llamada «falacia naturalista»
ciedad por acciones» (15). («no hay posibilidad lógica de derivar una proposición
normativa —un deber ser— de una proposición apofántica
D) Por último, dése los estoicos (16) hasta Popper o declarativa —del ser—»). Esta imposibilidad lógica, está
(17) pasando por la doctrina tomista que concibe a la entendida en el marco de una definición de la Lógica
Lógica como «ciencia del ente de razón consistente en las como ciencia del razonamiento deductivo, como reconoce
segundas intenciones objetivas» (18) se ha mantenido J. Muguerza: «quizá cabría objetar que la falacia naturalis-
siempre presente la concepción de la Lógica como una ta no dejará de ser una falacia lógica aún si se encuentra
ciencia referida a ciertas entidades objetivas ideales, esen- alguna vía no -deductiva para pasar de un es a un debe.
ciales {terciogenéricas) que acaso no puedan ser sustanciali- Pero todo dependerá, en dicho caso, de lo que se desee
zadas (como si poseyesen una realidad existencial inde- entender por lógica. Lo más normal —y acaso lo más
pendiente de los sujetos operatorios a través de las cuales aconsejable— es reservar la denominación de lógica para
sin duda únicamente se realizan) pero no pueden tampoco el estudio del razonamiento deductivo...» (21). Pero,
ser reducidas a la subjetividad psicológica o social {segun- ¿acaso el significado de lógica depende sólo de un deseo.''.
dogenérica) ni tampoco a la objetividad fisicalista, corpórea Sin duda, puedo estipular una definición de la palabra
iprimogenérica). impulsado por un determinado deseo (por ejemplo, el
deseo de llamar ilógico al paso del deber ser al ser). Pero
3. Sin duda existen otras muchas concepciones sobre ¿no hay algún criterio objetivo que se imponga «por enci-
la naturaleza de la Lógica más próximas a la perspectiva ma de nuestra voluntad» (o deseo).-*. Aquello que explica
gnoseológica y que no pueden fácilmente clasificarse en al- precisamente por qué algo es lo «más normal». Un
gunas de las rúbricas anteriores. Citaremos, por su impor- criterio en este caso, gnoseológico, en virtud del cual se
tancia, la concepción de la Lógica (mantenida, dentro de nos muestre una intrincación objetiva entre la deducción
la Escolástica, en la tradición escotista) como «ciencia de y otros tipos de construcción no deductiva. Por lo demás,
la argumentación», del razonamiento —^porque esta con- y refiriéndose a la falacia naturalista, incluso aún desde la
cepción tiene la ventaja de aproximarnos a la misma acepción deductivista de lógica, podría acaso defenderse la
«inmanencia» de los sistemas lógico formales (19)- Esta posibilidad lógica del paso del ser al deber ser si se advierte
concepción de la Lógica como disciplina centrada en tor- que esta oposición tiene mucho de artificial y abstracto, si
no al silogismo —o sus variantes: Lógica como teoría de la se tiene en cuenta que, en cada caso, el ser de que se habla
argumentación, Lógica como teoría de los sistemas deduc- (por ejemplo, el estado de cosas objeto de un diagnóstico
político o económico) no es asimilable a un ser meramente
tivos. Lógica como teoría de la ilación. Lógica como teoría
factual (nosotros diríamos: a-operatorio), sino que se en-
de la inferencia, del razonamiento deductivo, de la impli-
cuentra inserto ya en otras figuras normativas (diríamos:
cación, de la derivación, de la «involución» (la lógical invo-
(3 -operatorio), por lo que el aparente paso del ser al deber
lution de Carnap, en el sentido de Kneale (20)— tiene la ser incluiría también el paso de la norma general, a través
ventaja propia de toda definición gnoseológico-denotativa de un juicio fáctico de situación, a otra norma, determina-
(y denotativa de la «parte principal o notoria» del «sujeto ción de aquélla. Ser y deber ser son acaso términos conjuga-
principal», denotativa por sinécdoque). Desde la perspec- dos; el ser de que se habla aparece en el contexto diaméri-
tiva de la teoría del cierre categorial diríamos que lo que se co de los deberes).

(14) Durkheim-Mauss, De quelques formes primitives de classifkation,


L'Anne Sociologique 1901-02. Maree) Granee, La perneé chinoise, París, Las definiciones denotativas (como pueda serlo la de-
La Renaissance du livre, 1943. finición que estamos considerando: «La lógica es el estu-
(15) Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, Cap. IV, 5 (El «empiriomo-
dio del razonamiento deductivo») son, pues, poco filosó-
nismo» de A. Bogdanov). ficas. Porque a,quello que buscamos cuando queremos en-
tender la naturaleza de la lógica formal es la estructura de
(16) Bochenski, Historia de la Lógica, trad. esp. Madrid, Gredos. su campo gnoseológico y no la denotación de sus contex-
tos determinantes, o de sus figuras que, sin duda, deben
(17) K. Popper, Epistemology without a knowing Subject, Amsterdan,
North HoIIand Publishing Comp. 1968. ser presupuestas. No aclaramos la naturaleza de la Lógica
remitiéndonos al silogismo, sino que preguntamos por
(18) Juan de Santo Tomás, Ars lógica seu de forma et materia ratiocinandi, qué el silogismo —y no la circunferencia— es una estruc-
Edic. Reiser, secunda pars, quaestio 2. tura lógica, o bien, en qué momento la circunferencia o el
(19) Por ejemplo, entre los clásicos. E. Schróder: «Diese, die deduktive
triángulo, que son figuras geométrica, contienen un mo-
odeer auch fórmale Logik beschafligt sich mit den Gesetzen des folge- mento lógico. Buscamos en qué lugar el estudio del silo-
richtigen Denkens» [«folgerichtig» mehr wie «konsequent» besagt].
Yorlesungen üher die Algebre der Logik, Erst Band, pág. 4.
(21) Javier Muguerza: « £ Í y Debe»,en Teoría y Sociedad, homenaje al
(20) Kneale: Ihe Development of Logik, Oxford, 1968, pág. 742. Prof. Aranguren, Barcelona, Ariel, 1970, pág. 158.

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gismo (o de las inferencias, o de las involuciones) comien- mente, la Lógica como metamatemática podría seguir
za a ser lógico, supuesto que hay silogismos geométricos, entendiéndose como la verdadera doctrina (psicológica)
químicos, políticos, etc. Definir a la Lógica como «teoría del razonamiento.
de la inferencia» resulta muy convincente cuando sobre-
entendemos: «teoría de la inferencia desde el punto de Una complejísima red de articulaciones alternativas
vista lógico», es decir, cuando pedimos el principio. Aca- hace que repercuta, por tanto, cada tesis sobre las Mate-
so se da por supuesto, como algo obvio, que el punto de máticas, a través de sus relaciones con la Lógica, en las te-
vista lógico consiste en ser un punto de vista formal —^la sis sobre la Lógica y recíprocamente. Acaso se coordina la
Lógica es la teoría formal de la inferencia, la teoría pura. Lógica a la res cogitans (ciencia del razonamiento) y las
Pero ninguno de estos esfuerzos o pretensiones (puro, for- Matemáticas a la res extensa (la Matemática como Física, o
mal..) consigue, nos parece, aclarar algo, salvo a quien viceversa) y entonces la relación Lógica-Matemática arras-
admita esas formas puras y generales del llamado «plato- tra, explícita o implícitaniente, un cierto esquema ontoló-
nismo». En cambio, desde el criterio que aquí propondre- gico acerca de la relación entre la conciencia y el mundo,
mos (la naturaleza «autoformante» de las construcciones entre el hombre y la naturaleza. Otro tanto ocurriría si,
lógicas) cabría dar razón del «privilegio» que pueda con- por ejemplo, coordinásemos a la Lógica con la identidad y
venir a la inferencia, o al silogismo, como figura notoria en a la Matemátia con la multiplicidad y, al mismo tiempo,
el campo de la Lógica: en las inferencias, o en los silogis- definiéramos, al modo neoplatónico (como se hace desde
mos, los procesos autoformantes se nos muestran, no Domingo Gundisalvo hasta Emilio Meyerson) al Espíritu
aislados («subsistentes»), lo que sería una hipóstasis, sino por la unidad y a la Materia por la pluralidad. Otras veces
vinculados, en disposiciones muy complejas, pero cerra- las relaciones entre Lógica y Matemática se muestran en-
das, a otros procesos autoformantes, y estas disposiciones volviendo concepciones ontológicas escondidas, concep-
son algo que una disciplina científica puede tomar como ciones que a su vez conformarían los esquemas de aquella
tema propio. relación o incluso otros que aparentemente se nos presen-
tan como mucho más neutros. Citaríamos la coordinación
Por último, cuando se define la Lógica como una entre la Lógica y la cualidad por un lado y la Matemática y
ciencia orientada al análisis de las formas puras de los len- la cantidad por otro; o, permutando estas corresponden-
guajes naturales, o como la «ciencia de las ciencias», se cias, con el espíritu bergsoniano y en parte kantiano que
está simplemente incurriendo en la confusión de la capa- alienta en el intuicionismo de Brouwer o de Mannoury,
cidad de la Lógica formal para aplicarse al análisis de algu- cuando vinculásemos la Lógica con la sirñultaneidad (con
nos aspectos de los lenguajes naturales o de las ciencias,
con su naturaleza gnoseológica.
4. Ahora bien, cada uno de los grandes grupos de es-
quemas disponibles para dar cuenta de la naturaleza de la
Lógica que hemos considerado, determina una perspecti-
va peculiar desde la que es posible organizar las relaciones
con las matemáticas, así como recíprocamente, como he-
mos dicho, las relaciones presupuestas con las Matemá-
ticas determinan de algún modo el tipo de esquemas ele-
gibles sobre la naturaleza de la Lógica o, cuando menos,
colorean de un modo peculiar algunos de los esquemas
elegidos. Supongamos que se interpretan las Matemáticas
como el campo material mismo de la Lógica (por ejemplo,
porque se procede como si se diera por hecho que la
Lógica formal es una meta-matemática, una reflexión so-
bre la naturaleza de los procedimientos matemáticos, al
modo cartesiano). Si, al mismo tiempo, se mantiene una
perspectiva trascendentalista de la logicidad (de acuerdo
con alguno de los esquemas que hemos incluido en nues-
tra primera rúbrica) entonces habría que suponer dada
una tendencia favorable hacia la elección de algunos de
los esquemas de la primera rúbrica, de un esquema onto-
lógico general, si se quiere, un esquema metafísico de sa-
bor pitagórico (ad modum Jeans, Eddington, o incluso
Russell). Si la estructura más universal del mundo es de
naturaleza matemática —«un sistema de ecuaciones dife-
renciales»— entonces la Lógica, como matemática, podría
seguir siendo interpretada como una «Lógica del mundo»,
como una Lógica trascendental. Pero no es necesario que
quien propende a entender la Lógica como metamatemá-
tica se acoja a la metafísica pitagórica: puede concebir la
Lógica como ciencia de un orden ontológico regional,
aunque esencial, si es que presupone que las Matemáticas
son precisamente las únicas ciencias que nos descubren
entidades de tipo terciogenérico. Incluso en el supuesto
cartesiano según el cual razonar es razonar matemática-

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el Espacio) y la Matemática con la sucesión (con el Tiem- Matemáticas, y no sólo en la Aritmética ( 1 x 1 = 1;


po). 0 + 0 = 0) sino también en ef Cálculo (la operación deri-
5. Nosotros queremos plantear la cuestión de las re- vación, D, aplicada a la función exponencial, puede llamar-
laciones entre Lógica y Matemática en el terreno estricta- se idempotente: D e" = e"). En cualquier caso, la idempo-
mente gnoseológico, es decir, el terreno en donde la Lógica tencia no es ni siquiera una característica que haya de
y las Matemáticas se nos configuran, ante todo, como considerarse primaria de las operaciones lógicas producto o
«ciencias formales». La Lógica formal, como las Matemá- suma; puede obtenerse a partir de las características mo-
ticas, se nos aparecerán entonces, desde la teoría del cie- dulares, distributividad, etc. (22). Pero, con todo, el crite-
rre categorial, como construcciones con términos físicos rio de Boole (idempotencia / no idempotencia), aunque
(que, en las ciencias formales son, ante todo, los propios no sea verdadero, no es enteramente extrínseco, se man-
símbolos algebraicos y numéricos) constitutivos de sus tiene en lo que consideramos «escala gnoseológica»; nos
campos respectivos. Habrán de existir operaciones (siempre da, por así decir, la tesitura de esta escala y, por ello, en
«quirúrgicas») características (composiciones de términos cierto modo podría decirse que todo cuanto vamos a
capaces de «arrojar» o determinar otros términos del exponer sobre los «criterios de demarcación» entre Lógi-
campo, otros signos) dadas dentro de configuraciones o ca formal y Matemáticas, lejos de ser algo nuevo e inaudi-
contextos determinantes. Y entre los términos mediarán to, podría considerarse simplemente como una explana-
ciertas relaciones materiales (semejanzas de figuras, con- ción y reconstrucción del criterio «formal» de Boole,
gruencias, distancias) que, cuando puedan ser construidas como el ensayo de perseguir hasta el fondo sus conse-
de suerte que haya lugar a la dialéctica de la eliminación cuencias gnoseológicas.
de las operaciones por medio de las cuales se establecie-
ron aquellas relaciones (lo que tendría lugar en los casos Pero también queremos agregar otra cosa: la natura-
de las identidades sintéticas en las que fuera posible resol- leza «formal» de la línea gnoseológica de demarcación
ver las verdades lógicas y matemáticas) permitirían hablar entre Lógica y Matemáticas que buscamos (así como la
de cierres categoriales en cada una de estas ciencias o de naturaleza «formal» de las propias características gnoseo-
sus unidades mínimas (que llamamos teoremas). Desde la lógicas de la Lógica —y de las matemáticas— que se des-
perspectiva gnoseológica, por tanto, tenemos que aplicar- prenderán de aquella demarcación o bien contribuirán a
nos antes al análisis de las diferencias entre los procedi- trazarla) no significa para nosotros independencia por
mientos j/wtóf/z'fo-semánticos de la Lógica y de las respecto de la Ontología, por respecto de los esquemas
Matemáticas que a las consideraciones metafísico-semán- ontológicos de los cuales hemos hablado en puntos ante-
ticas sobre las diferencias entre la res cogitans y la res exten- riores. La «neutralidad» eventual respecto de algunos (o
sa. En modo alguno pretendemos insinuar que la perspec- de cada uno de todos ellos) no significa independencia de
tiva gnoseológica no haya sido jamás sospechada. Ante las todo esquema ontológico, del mismo modo que la verdad
construcciones de Boole, pese a su aspecto matemático, de la fórmula p ^ (q v r v s v t), aunque pueda mantener-
se observó de inmediato que sus operaciones (suma y se neutral por respecto de cada una de las proposiciones
producto) se diferenciaban de las operaciones homónimas interiores al paréntesis, en particular, no admite la posibi-
matemáticas por la idempotencia (a + a = a ; a x a = a): lidad de eliminar todas estas proposiciones como falsas.
por consiguiente,'resultaba obvio trazar la diferencia entre Dicho de otro modo: el análisis gnoseológico no es inde-
Lógica y Matemáticas alegando estas características sintac- pendiente de la Ontología y, por ello, no tenemos que en-
tico-semánticas («formales») de las operaciones respecti- tender como extraños y disparatados (en el momento de
vas (el álgebra lógica compondría sus términos por ope- caracterizar a la Lógica y a las Matemáticas) a todos los es-
raciones de suma y producto idempotentes, a diferencia quemas ontológicos (incluso metafísicos) que hemos cita-
del álgebra matemática en la cual la suma y el producto no do (así como a otros muchos que podrían citarse), ni te-
son idempotentes). Este criterio de demarcación, aunque nemos por qué interpretar esa exposición como un peno-
sea insuficiente, impreciso y, tomado en general, erróneo, es, so trámite previo, conveniente, a lo sumo, para despejar
sin embargo, diríamos, un criterio estrictamente gnoseo- nuestro campo gnoseológico señalando los tipos de crite-
lógico —un criterio que se mantiene en la «escala gnoseo- rios metafísicos impertinentes que han de ser segregados.
lógica». Pero el criterio es insuficiente, puesto que la Lógi- Por el contrario, la mencionada exposición de los criterios
ca formal también utiliza operaciones no idempotentes ontológicos encierra más bien el sentido de una enume-
(por ejemplo, p / p = p). Es también impreciso y oscuro, ración de alternativas entre las cuales fuera preciso elegir,
puesto que deriva de la propia situación planteada por un recuento de perspectivas implícitas en las cuales esta-
Boole en tanto denomina producto y suma (designándolas mos comprometidos, una crítica a la ingenua creencia de
por los mismos símbolos: «x» y « +»), a operaciones que, quien pretende mantenerse en una «limpia» posición
precisamente por ser idempotentes, no tendrían por qué neutral: la Gnoseología es, decididamente, una disciplina
llamarse ni producto ni suma. (La interpretación de la filosófica.
suma lógica, en los «círculos de Venn», mediante el raya-
do total, es engañosa puesto que también puede haber En este artículo explicitaremos las posiciones ontoló-
reunión de clases en el caso en el que algún círculo se gicas que envuelven a los criterios «formales» que vamos
mantenga sin rayar). Según esto, decir que la Lógica se (22) Es muy conocida la derivación a partir de ios postulados de Hun-
caracteriza por utilizar un producto y una suma idempo- tington (sobre cuya significación gnoseológica podremos decir algo más
tentes es un modo de rectificar aquello mismo que dio adelante). Vid. Douglas Kaye, Sistemas booleanos, 4. 5 (trad. esp. Alham-
lugar al concepto de «idempotencia del producto» o bra, 1979. pág. 111):
«idempotencia de la suma», a saber, la decisión de desig- (1) x . x = x . x + 0 [Módulo].
nar por «+» y «X» a lo que no era ni suma ni producto. (2) X. X + 0 = X. X + X. x' [Complementación: 0 = x. x']
(3) X. X + X. x' = X. (x + x') [Distributividad regresiva]
Es, por último, el criterio de Boole, tomado en absoluto, (4) X. (x + x') = X. 1 [Complementación: 1 = x + x']
erróneo, porque también hay casos de idempotencia en (5) x . l = x [Módulo]
(6) x . x = x [Transitividad de « = »]

EL BASIUSCO 21
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a presentar. Pero sí creemos preciso subrayar cómo las ofrece construcciones autónomas, que arrojan situaciones
conexiones entre la Gnoseológia y la Lógica formal o la en las cuales la fertilidad y heterogeneidad de los proce-
Matemática formalizada (o científica) y las diferentes al- sos que llamaremos de «identidad autoformante» se nos
ternativas (o Ideas) ontológicas, las perseguiríamos a tra- hacen presentes, en contra de toda presunción de la iden-
vés de las categorías (no formalizadas) en las cuales se tidad autoformante como «reino de la homogeneidad»:
inscriben tanto la Lógica formal como la Matemática cien- las identidades autoformantes de la Lógica de proposi-
tífica: respectivamente, Ja Lógica «mundana» (la lógica ciones son muy distintas de las de la Lógica de predicados;
utens, por ejemplo, la «lógica del rústico» de los escolás- el problema de la decisión se plantea de modo distinto en
ticos —que habría que extender a la propia conducta zoo- unas y en otras. Por eso, la Lógica formal puede, a la vez,
lógica— o la Weltlbgik husserliana, la «lógica operatoria ser un instrumento de análisis, un marco de referencia
preverbal», etc.) y la «aritmética» (o, «geometría») pre- desde el que podrá medirse el alcance de las «desvia-
científícas. Es pura pedantería la tendencia a recluir la lo- ciones» de las trayectorias de las diferentes construccio-
gicidad (y aún la «razón») en el recinto de la «Lógica for- nes categoriales, mutuamente consideradas.
malizada» (aquello que los escolásticos llamaban «lógica Si nosotros, con todo, pretendemos trazar unos cri-
artificial» o «lógica docens», oponiéndola a la lógica natu- terios «formales» de demarcación entre Lógica formal y
ral (—la lógica del «rústico», en términos sociológicos, Matemáticas, no en virtud de un supuesto de desconexión
pero también la lógica utens, «espontánea», del matemá- con la Ontología, sino en nombre de una Ontología que
tico o del físico, en términos gnoseológicos), la tendencia nos permite (creemos) asumir a las propias fórmulas como
a suponer que las «crisis de fundamentos» de las Matemá- «entes», en virtud de la ontología implícita en lo que lla-
ticas (crisis que se dibujaban en el terreno de la metamate- mamos materialismo formalista (25). La Lógica formal, o las
mática, de la Lógica) constituía una efectiva amenaza contra álgebras matemáticas científicas, antes que ser una re-
su edificio secular y que las soluciones lógico formales de flexión (un reflejo) de la Lógica mundana o de la Mate-
las antinomias apuntalaron el presunto edificio en ruinas mática tecnológica, serán entendidas aquí como una parte
(porque las Matemáticas seguían tranquilamente su curso del Mundo, como im artefacto (construido en el plano bi-
sin apercibirse a veces de esas supuestas grietas (23). dimensional del papel o de la pizarra) que lleva en sí una
Quien no posee, a partir de su formación propia (dada ya lógica interna particular y cuyo privilegio, como metro o
en su lenguaje materno) la organización lógica, no podría canon, reside en la propia artifíciosidad de sus términos
siquiera entender los silogismos. Por ello puede incluso (figuras) en tanto han sido construidos y reconstruidos ín-
resultar ridículo quien, poseyendo el conocimiento de al- tegramente por los hombres de una cultura determinada.
gunas fórmulas lógicas «artificiales», cree poder poseer a N o por ello las relaciones entre esos términos «artificiales»
la vez la lógica utens de campos materiales determinados, o «convencionales» son arbitrarias, como tantas veces se
pongamos de las matemáticas, aún cuando (para decirlo ha pensado. Tesis tenaz de tantos teóricos que no" han lle-
con palabras de Feijoo), las «baratijas de las summulas sir- gado a comprender que la Lógica formal no es un «refle-
ven muchas veces tanto para acreditar a un mentecato, jo» de la Lógica universal (como si sólo en el supuesto de
como para deslucir a un docto» (24) —aplicaríamos, por que la Lógica formal expusiese la trama de cualquier mun-
nuestra cuenta, el diagnóstico de Feijoo a esas baratijas do posible, ella pudiese ser necesaria). Por nuestra parte,
lógico formales de tantos metamatemáticos mentecatos sugerimos que entré esos términos convencionales, pue-
que, desconociendo la práctica asidua de las Matemáticas, den anudarse relaciones necesarias, relaciones que des-
creen dominarlas a través de los sumarios ejemplos sumi- bordan a las propias operaciones por medio dé las cuales
nistrados por quienes elaboraron las propias fórmulas ló- se configuraron y se compusieron, relaciones que permi-
gicas. Y no tratamos con esto de alinearnos en las posi- ten «eliminar» (neutralizar) los propios sujetos operato-
ciones de quienes -declaran inútil o superfina la Lógica for- rios (exigidos, sin embargo, dialécticamente) como ocurre
mal en nombre de la espontaneidad de la Lógica utens de cuando en las llamadas «tablas semánticas» de la Dialógica
cualquier «cerebro bien organizado». La lógica formal (26), se atribuye a un interlocutor (a un sujeto gnoseoló-
gico) la posibilidad de «ganar siempre» en cualquiera de
(2 3) En algún sentido podría afirmarse que las antinomias no son tanto las opciones (operatorias) de sus interlocutores. Es pura
«contradicciones formales»'que fuera preciso despejar para hacer posi- metafísica reservar la necesidad solamente a aquellas rela-
ble el ejercicio mismo de la construcción matemática, cuanto contradic- ciones establecidas entre los términos dados en la Natu-
ciones efectivas que es necesario ejercitar para que sea posible la repre- raleza (los de la Física o de la Química) como si los térmi-
sentación no contradictoria de la construcción misma, de la construcción
representada. Las antinomias lógicas giran principalmente en torno a la nos de esa Naturaleza fueran (a diferencia de las crea-
naturaleza misma de las clases definidas por predicados; se suscitan las ciones humanas) eternos. La escala en la que aparece la ra-
antinomias precisamente cuando estos predicados son entendidos como
predicados «distributivos» (al. menos esta sería una propensión del «lo-
gicismo») sin tener en cuenta la naturaleza atributiva propia ordinaria- (25) La significación gnoseológica del «materialismo formalista» no hay
mente de un conjunto definido por recurrencia, inductivamente (o, si se que ponerla tanto en la consideración de los signos (lógicos o matemá-
prefiere, por medio de definiciones «impredicativas», en tanto estas ticos) como constitutivos del campo de la Lógica o de la Matemática (te-
pueden coordinarse con las totalizaciones atributivas); por tanto, algo sis defendida, en gran medida, por el Wiener Kreis) cuanto en la consi-
que debe ser construido de acuerdo con el llamado «intuicionismo». deración de las figuras de esos signos como entes físicos fabricados, del
Según esto, la oposición entre el «logicismo» y el «intuicionismo», si se mismo rango que los otros entes del mundo físico categorial. Esto es
entiende como oposición disyuntiva, no podría ser considerada «desde precisamente aquello que no se subrayó en el Wiener Kreis - y de ahí su
fuera». Habrá que entender la oposición como oposición entre una in- tratamiento de la Lógica y las Matemáticas como cíencÍ2iS formales, caren-
terpretación intuicionista del logicismo y una interpretación logicista del tes de sentido, tautológicas o analíticas, conjuntos de reglas de transfor-
intuicionismo. Nosotros (situados en posiciones constructivistas) diría- mación convencionales, como si el modo formal de hablar, el hablar sobre
mos que las fórmulas adquieren su aspecto de tales representativamente, palabra, fuera siempre distinto del modo material, del hablar sobre las
pero que su ejercicio mismo es constructivo. Sirva de ejemplo la defini- «cosas» (vid. G. Bueno, Ensayos materialistas, Madrid, Taurus, 1972,
ción logicista del «12» (Vid. G. Bueno, El papel de la filosofía, Madrid, pág. 324). ' .
Ciencia Nueva, 1970, pág. 83).
(26) Vid..Hans Leak, Kritik der logischen Konstanten, Berlín, Walter de
(24) Teatro Crítico, tomo VIII, discurso XI. Gruyter, 1968, págs. 563 sgtes, y 599.

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cionalidad y la logicidad es, suponemos (27), la escala de existieran). Algo así como si clasificásemos los signos en
nuestro cuerpo, de nuestras manipulaciones (de nuestras amarillos y no-amarillos: a esta clasificación podría otorgár-
«operaciones quirúrgicas»). Y aquí pondríamos él privile- sele un estatuto empírico (sin perjuicio de que su impor-
gio de las «ciencias formales» (frente a las ciencias reales), tancia pueda ser muy grande en Etología). Cuando clasifi-
su llamado apriorismo, que no haríamos consistir tanto en camos los símbolos en gráficos y orales, o incluso cuando
su vaciedad (en la evacuación de todo contenido, en el «no los clasificamos en icónicos e índices (como los clasificaba
referirse a la realidad») cuanto en su materialidad artifi- Peirce, atendiendo a la circunstancia de que los signos
ciosa (combinatoria de elementos discretos) en su condi- podían tener relación de semejanza o de contigüidad con
ción de metros solidarios a nuestro cuerpo manipulador, los objetos significados), la clasificación, por su modo, si-
que no podemos menos de «llevar siempre con nosotros» gue siendo empírica, propia más del «método de investi-
cuando nos enfrentamos con el mundo. Traduciendo la .cgación» que del «método de exposición». Porque la seme-
fórmula kantiana: es nuestro' cuerpo operatorio (no nues- janza o la contigüidad, pongamos por caso, —^mientras no
tra «mente», o nuestro «Ego») aquello que acompaña se muestren articuladas a la Idea general del signo-no son
siempre a todas nuestras «representaciones» racionales. rasgos internos (pertinentes) a la razón de signo (y, en
La Lógica formal no será así tanto el «reflejo mental» de todo caso, no son disyuntos). Incluso podría afirmarse,
la Lógica universal, ni la «trama a priori» del Mundo, cuan- desde un cierto punto de vista, que estos rasgos no sólo
to la construcción de un campo cerrado en un espacio de son externos sino también incompatibles con la verdadera
dos dimensiones (las «leyes» en dirección izquierda / de- razón de signo: Platón, en el Cratilo, ya advirtió cómo la
recha; las «reglas» en la dirección arriba / abajo) y man- semejanza (digamos: estética) no es pertinente para elabo-
tenido dentro de unos márgenes de temperatura precisos. rar un concepto de signo lingüístico (30). De hecho, «se-
Un universo de símbolos, solidarios a nuestro cuerpo y mejanza» es un concepto muy ambiguo, puesto que todo
no siempre coordinables isomórfícaménte con otras regio- es semejante en algún respecto a todo. Decir, por tanto,
nes de nuestro mundo, pero entre los cuales broten rela- que el icono hace referencia al objeto en virtud de la se-
ciones necesarias. (Podría decirse en este sentido que la mejanza de sus propiedades intrínsecas a ese objeto, es
Lógica formal es la Lógica de un mundo a 20° C; en las olvidar que la semejanza es justamente una relación que
cercanías del Sol, es evidente que la Lógica formal desapa- resulta de la conexión signitiva, antes que una relación
rece). Los símbolos «p», «q», «r», de la Lógica de propo- previa a ella; por tanto, que la semejanza es más bien un
siciones, por ejemplo, no serán entonces interpretados resultado del significar (según determinado contenido de
como «emblemas» (a veces incluso llamados «variables») semejanza, creado por el mismo signo) y no un rasgo
de proposiciones gramaticales (generalmente chistosas, al objetivo de los significantes (31). Y en cuanto a la conti-
menos en los tratados anglosajones de Lógica: «p significa güidad (sobre la que se erige el concepto de signo índice)
'la luna es un queso de bola'») sino variables booleanas tenemos que decir que, hasta cierto punto, y por sí mis-
(ordinariamente) que pueden ser sustituidas por los sím- ma, es una característica que parece excluirse del concep-
bolos «1» y «O» (28). Tampoco estos símbolos pueden to mismo de signo, en la medida en que éste envuelve
tomarse como «emblemas» de una verdad o falsedad que una relación apotética (de distancia, o lejanía). En el caso
se encuentre «más allá» del papel (como las referencias de límite, el significante, de tal modo contiguo al significado
Frege): los símbolos «1» y «O» son, diremos, tautogóricos que se fundiese con él, no sería signo, por su condición
y no alegóricos. de signum sui absoluto: la huella es signo del pié, en la
medida en que éste se halla alejado y el dedo índice es
signo en la medida en que señala a lo lejos el objeto, no
Aunque sin pretender desarrollar aquí esta cuestión en la medida en que lo aprehende (32).
inmensa, introducimos la distinción entre los signos
no-tautogóricos y los tautogóricos, por un lado y la distinción
entre los signos no-autónimos y los autónimos, por otro. La importancia de estas clasificaciones para el análisis
Los nombres de estos conceptos proceden de distinciones de los signos lógicos es obvia. Peirce ponía, como ejem-
empíricas o externas, que se yuxtaponen las unas a las plos paradigmáticos de sus signos icónicos, precisamente a
otras (29). Queremos con esto decir que proceden de los signos lógicos (los iconos o bien son imágenes o bien
taxonomías basadas en la observación de ciertos rasgos son diagramas, o bien son metáforas; los diagramas de
poseídos por algunos signos, y no por otros; rasgos que Euler utilizados en Lógica serían signos icónicos). Pero
pareció interesante destacar, pero sin que por ello se nos
mostrase la conexión de estos rasgos entre sí y con la ra- (30) Platón dice claramente que el nombre es una imitación déla cosa y
zón misma de signo (y no por que estas conexiones no que la imitación no tiene un sentido onomatopéyico (el que alcanza
en los músicos, o en los que imitan a corderos o gaUos sin nombrarlos): la
(27) G. Bueno, El papel de la FU., op. cit. pág. 94 sgtes. imitación de que se habla es «imitación nominativa» (ovofia^ELv). Y esta
imitación (diríamos en términos actuales) tiene lugar al nivel de la «se-
(28) Los embrollados problemas que se suscitan en torno a la «implica- gunda articulación»: «La imitacón de la esencia se hace con sílabas y con
ción formal» («Puesto que p—>q es 1 para p = 0, q = 1, hay que decir letras» (Cratilo, 424-b).
que la proposición '. Si 2 + 2 = 5, entonces la Luna es un satélite natural
de la Tierra'es verdadera») derivarían, en gran medida, de esta confu- (31) Cratilo, loe. cit.: El autor de las palabras (ó ovonCxbriKÓg)'capta,
sión entre las letras p, q... como variables booleanas sobre {1, 0} y p, por ejemplo, la esencia o naturaleza del movimiento con el sonido x, que
q... como emblemas de frases. es, él mismo, una agitación de la lengua, una vibración, un movimiento
y, por ello, las palabras que expresan movimiento contienen el sonido x,
(29) Sobre el término «tautogórico», vid. Scheliing, Einleitung in die Diremos: las palabras con x que expresan movimiento son autogóricas a
Philosophie der M.ythologie, Achte Vorlesung, en Schellin¿s Werke, nivel de la «segunda articulación» y de un modo no «arbitrario» (con-
Sechster Band, pág. 197 sgts.; Scheliing remite «tautogorisch» a Cole- vencional, etc.) sino «natural-cultural», puesto que el propio concepto
ridge. Sobre el término «autónimo», ver Carnap, Logische Syntax der esencial de movimiento estaría él mismo tallado operatoriamente en ese
Sprache. Springer, 1934, pág. 542. sonido X.
Kleene (Logique mathematique, pág. 14) reconoce el uso autónimo (= en
el cual un término se designa a sí mismo) de muchos símbolos, subra- (32) BL Buhler, Teoría de la expresión, VIH, 3. Trad. esp. de Hilario Ro-
yando cómo tal uso introduce confusión entre lenguaje y metalenguaje. dríguez Sanz, Madrid, Rev. Occ. 1950, pág. 159.

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con esto se nos lleva sólo ante una situación muy oscura- produce en el oyente promedio el acto de salir —o la re-
mente entrevista, porque de lo que se trata es de determi- sistencia a ese imperativo— esta expresión no sería el sig-
nar los límites y función de la semejanza icónica. Esta no consabido, puesto que no cabe atenerse a la «intención
semejanza, en Peirce, sigue siendo tan externa o empírica perlocutiva» de quien la emite, si no queremos replegar-
a la razón de signo como la propia contigüidad, o incluso nos al más ingenuo mentalismo.
como la ausencia de semejanza y contigüidad en lo que él
llama smbolos (arbitrarios), cuyo concepto resulta ser así Suponemos, en resolución, que las relaciones entre
puramente negativo. La posibilidad misma de este significante y significado no pueden considerarse como
concepto de signo arbitrario manifiesta que se está pensan- algo dado «mágicamente» (sean o no relaciones de seme-
do en clasificar a los signos externamente, sin atender a la janza, o de contigüidad) sino como algo que está hacién-
coiiexión entre significantes y signos, conexión que, supo- dose continuamente, haciéndose operatoriamente (p-ope-
nemos, nunca puede ser externa {acausat), cuando nos re- ratoriamente) en el proceso circular de los animales que
ferimos a los signos en general. Los llamados signos con- utilizan signos, aunque desbordando constantemente este
vencionales o arbitrarios sólo son posibles en un contexto círculo (porque no todo signo se agota en su función co-
de signos no arbitrarios y su misma constitución como sig- municativa). Se trata de una relación indisociable de los
nos excluye su propio uso arbitrario (como ya Platón procesos causales, vinculados a los mecanismos de condi-
sabía ñrente a Hermógenes). Y por lo que se refiere a cionamiento de reflejos. Los signos lógicos son smbolos-es
Peirce, añadiremos que lo que él sobreentiende como decir, signos, signos cuyo significado se determina en el
conexión interna —la semejanza, la contigüidad— no apa- propio proceso del significar, que haríamos consistir, en
rece siquiera presentada como tal, sino que se nos ofirece su caso, en su propia composición legal operatoria, (recu-
como empírica, externa. Nosotros queremos atenernos a perando, de este modo, el concepto hilbertiano de las de-
la consideración de los signos y, más concretamente, de finiciones impícitas de los símbolos lógicos).
aquellos signos (que llamaremos smbolos (33)) cuyos obje-
tos no están perfectamente determinados, puesto que Desde esta perspectiva, redefiniremos los smbolos au-
precisamente se determinan en el acto mismo del signi- tónimos como símbolos en los cuales el significado es
ficar, en tanto que en ellos se tenga presente la relación «causa» del significante qua tale (aunque no recíproca-
real (a través del sujeto operatorio) entre el significante y
el significado (relación que suponemos envuelve, a su vez,
la conexión de cada significante con otros significantes y
del significado con otros significados, puesto que es un
puro prejuicio el entender la relación entre significante y
el significado como si fuese una relación binaria).

La consideración de los procesos causales en la es-


tructura de la relación entre el significante y el significado
es obligada para toda metodología materialista (metodolo-
gías pavlovianas, y, también, en general, behavioristas),
antimentalista. Pero «mentalismo», en nuestro contexto,
equivale al tratamiento de los componentes semánticos de
los signos como si fuesen algo independiente de los com-
ponentes pragmáticos, como si pudiera separarse lo que
Austin llama contenidos «locucionarios» de la. fuerza «ilo-
cucionaria»-ordenar, rogar, enunciar y, en particular, de
los efectos «perlocucionarios» (34). Desde nuestro punto
de vista, todo contenido semántico sólo puede entenderse
como algo que está brotando en el seno de los procesos
pragmáticos (causales), aunque no se reduce a ellos y,
menos aún, aja función de comunicación (dialógica). Todo
proceso simbólico y, eminentemente, los procesos co-"
municativos, han de ser conceptualizados por medio de
esquemas |3-operatorios («considerar un ruido o marca
como habiendo sido producido por un sujeto con ciertas
intenciones»), dice J.R. Sear (por cierto, con expresiones
mentalistas residuales). Pero no se trata sólo de advertir
que en los procesos simbólicos debe de haber siempre un
momento causal realizativo (v. gr. un efecto perlocuciona-
rio). Se trata de analizar la pertinencia significativa de
tales efectos. Atenerse a cualquier efecto del acto del ha-
bla, es tanto como oscurecer su análisis. Si «¡fuera!» no

(33) Vid. G. Bueno, Imagen, Símbolo y realidad, en este mismo número


de 5 / Basilisco.

(34) J.L. Austin, Hmv to Do Things with Words, Oxford, 1962. J.R.
Searle, Speech Acts, Cambridge University Press, 1970.

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mente, de modo necesario) y no de cualquier manera (en bo», en cambio, es un signo meramente icónico, porque
la apelación perlocutiva «¡fuera!», el salir puede ser causa se podría designar a los polisílabos con signos monosi-
de que «¡fuera!» signifique /salir/) sino de suerte que re- lábicos, de la misma manera que los signos monosilábicos
sulte un significante semejante, y precisamente según un del conjunto de referencia se designan por el polisílabo
contenido material de semejanza recortado en el proceso «monosílabo».
mismo, al significado. El significante resultará ser así parte
lógica del significado, como en los símbolos antónimos Redefiniremos los signos tautogóricos como aquellos
autoreferentes. Cabría pensar, sin duda, que este concep- signos en los cuales el significante es causa (con-causa) del
to de signo auton'mico cae bajo el interdicto russeliano re- significado, sin que por ello éste deba ser semejante a
lativo a la formación de expresiones de la forma cp (qp), aquel —dentro del orden material de semejanza perti-
expresiones que se relacionan con las llamadas definicio- nente. «¡Vamos!» es un significante que causa el signifi-
nes impredicativas (las que definen X|, por pertenecer a una cado (o su opuesto, etc.) en el que estoy implicado. La si-
clase definida por un predicado que, a su vez, depende de tuación límite es el signum sui, porque entonces el signifi-
Xk). El interdito de Russell, como es sabido, conduce a la cante nos remitiría ordo essendi al significado: Tal es la
teoría de los tipos lógicos. Una función proposicional, situación de los signos mágicos (el sacramento, en la Teolo-
pues, (¡p (x) no puede ser valor de sí misma o no serlo; tan- gía católica, se entendía como signum rei sacrae nos santi-
to qp (cp) como"(p(cp) son expresiones sin sentido (35). Si ficantes).
considerásemos a un signo como asimilable a una función Cuando el signo (el conjunto de elementos y proce-
proposicional respecto de sus referencias 5 (x), al signo sos que componen un signo) es a la vez autonmico y tauto-
autoreferente {signun sui) signo absurdo directamente, górico, será llamado autogórico. El fuego es causa natural
pero no cuando se le considera como resultado de un pro- del humo —significante, «signo instrumental» —pero no
ceso constructivo de relaciones reflexivas construidas a por ello el humo es signo autogórico. Cuando XIL autorí mia
partir de relaciones no reflexivas le correspondería la confluye con la tautogona podría decirse que se cierra el
forma g (5). Sin embargo, cabe aflojar este nudo de ma- circuito causal-semántico, de suerte que, en este circuito,
neras diversas, incluida la solución consistente en no apre- ocurre como si el significante «regenerase» el significado,
ciar aquí autoreferencia (sólo una pseudo autoreferencia): y recíprocamente. La «flecha del tiempo» podría valer
Porque en g («g») el signo de g es « » y \3i autonimia como ejemplo de signo autogórico, si suponemos que ella
hay que ponerla en la primera , no en la entrecomillada. significa el Tiempo en virtud del mismo movimiento
Cabría aflojar también el nudo, en el supuesto que la asi- (=tiempo) significado que la conforma comp significante;
milación fuese aceptada, volviendo sobre los propios fun- si suponemos que, si la flecha puede significar el tiempo
damentos de la prohibición de expresiones del tipo qp (qp). (y no una mera figura espacial de partes «simultáneas»),
En efecto, esta prohibición se introduce, como es sabido, es sólo en virtud del movimiento de la mano de quien la
para evitar la contradición (autonímica) que resulta al to- traza o acaso del movimiento del ojo de quien, recorrién-
mar un (p tal como impredicable (Impred. (p = "Impred. dola precisamente en un sentido, la percibe.
sustituir qp por el propio término: Impred. q) = "Impred.
(Impredic). Se evita esta contradición, desde luego, de- Ahora bien: Nosotros presuponemos aqm' que los
clarando a qp (qp) expresión sin sentido. Pero esta declara- símbolos de la «lógica formal», no ya cuando se toman co-
ción se justifica ex consequentis, es decir, se funda en la de- mo símbolos aislados, sino cuando se consideran como
cisión ad hoc de evitar una contradicción. Pero cabría episodios de cursos operatorios (en los cuales cobran su
mantener una decisión opuesta, la de aceptar la contradic- genuino sentido), son símbolos autogóricos.
ción se justifica ex consequentiis, es decir, se funda en la Si el silogismo formal de sustitución (A = B A B =
decisión ad hoc de evitar una contradicción. Pero cabría = C —> A = C) es un teorema lógico sin necesidad de que
mantener un decisión opuesta, la de aceptar la contradic- los términos algebraicos (A, B, C) figuren como emble-
ción resultante. En todo caso, en el supuesto de que se mas de entidades exteriores, es porque en el plano de los
quisiera evitar la contradicción, podríamos pensar en to- símbolos (de su suppositio materialis) —símbolos autogóri-
mar las cosas «más de cerca» prohibiendo no ya qp (qp) cos— se ejercita un caso particular de operaciones lógicas
sino 'qp Cf)> como fórmula que corresponde a la de los de identidad, de sustitución silogístico-algebráica, siempre
predicados que producen antinomias («impredicable» que el símbolo «=» se interprete como un relator subor-
«catálogos que no se contienen a sí mismos») y en base a dinado a un operador de sustitución (decir que A = B es
que los predicados negativos («impredicable») son con- decir que puedo sustituir A por B): esta sería la razón
ceptos de una forma lógica muy diferente a la de los con- principal por la cual un Algebra no se entiende —no sólo
ceptos positivos. no se «aprende»— leyendo, sino escribiendo. (Aquí no
cabe distinguir entre «escribir sobre las cosas» y «las co-
sas mismas», entre «palabras» y «cosas», porque las pala-
El signo auton'mico no es, pues, un signo meramente
bras son aquí las cosas, y el escribir es tanto como un mani-
icónico (digamos: accidentalmente icónico). Su iconocidad
pular, el hablar es por sí mimo un ensamblar, es decir,
ha de figurar como causada por el significado qua tale
como ya vieron los estoicos, un logos operatorio). La ver-
(diríamos: su iconicidad es intrínseca). «Palabra» es una
dad lógico formal no residirá, cierto, en los símbolos «1»
palabra en la medida en que sólo podría formarse un sig-
ó «O» (o en sus referencias extraformales), sino en las re-
no de los elementos del supuesto conjunto sistemático
laciones entre las variables operadas y esos símbolos. Por
de las palabras, y un signo que sea él mismo parte de ese
ejemplo, en-la relación p v ^ = 1, en cuanto excluye (exi-
conjunto, a partir de los propios elementos del sistema
ge tachar, o borrar) la fórmula p v'p = 0. Por ello, como
(autocontextualidad): por esto es preciso suponer que el
diremos más abajo, el mejor modo de simbolizar la ver-
conjunto de referencia es sistemático, cerrado. «Polisíla-
dad formal de la fórmula p v ^ = 1 sería utilizar el símbolo
«1» metalingüísticamente en una fórmula del tipo (p.v"p =
(35) J.R. Weimberg, Examen del positivismo lógico, trad. esp.. Aguilar,
1959, pág. 34 sigtes.
,= 1 ) = 1 ; podemos escribir en cambio ( p v p ' = 0 ) = 0,

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pero a su vez [(pvp = 0) = 0] = 1 (36). La cuestión (A) A n t e todo, el reduccionismo de la «forma» a la


de las relaciones entre las verdades lógico formales y las «materia». Las formas lógicas (aquello que es sobreenten-
verdades «materiales» (por ejemplo, las verdades de las dido como tal, por ejemplo, ciertas estructuras lingüísti-
proposiciones gramaticales), insinuadas en el teorema de cas) serán percibidas como instrumentos subjetivos por
deducción, nos remite de nuevo a la Ontología (nosotros medio de los cuales la materia puede ser apresada (como
creemos que es preciso introducir aquí la consideración se apresan los peces en la red), a la vez que «deformada»
de un postulado de sinexión —no meramente de isomor- y aún ocultada. La verdad científica objetiva tenderá a ser
físmo—) y, en particular, el análisis de las conexiones (de concebida como aquella parte de la realidad que se nos
la symploké) entre los diversos géneros de materialidad, hace presente por sí misma, mediante la disciplina de eli-
en. los cuales los diferentes esquemas ontológicos fueran minación de las forrnas (la escalera que hay que tirar des-
encontrando realizaciones lógicas. La posibilidad de ex- pués de haber subido). Tal es la disciplina que inspira a las
tender a otras categorías del mundo las fórmulas lógicas concepciones descripcionistas, empiristas o fenomenoló-
(de identidad) que brotan sin duda de la propia opera; gicas de la ciencia. El descripcionismo gnoseológico podría
toriedad corpórea de los sujetos humanos (y animales) ser de este modo, visto como un reduccionismo. La pro-
socialmente implantados —y que incluye, sin duda, la pia concepción neopositivista de las formas lógicas como
continuidad biológica de las corrientes de conciencia dadas tautolog'as (por respecto de la materia empírica) podría
en cada sistema nervioso —entre los objetos del mundo entenderse a la luz del esquema descripcionista, del
físico o matemático—, así como las inconmensurabilida- esquema de la verdad como la «manifestación misma»
des que aquella extensión envuelve, nos remite a la cues- (áXrjGeia) de las cosas. Así, la teoría de la constatación de
tión filosófica de las conexiones de los hombres con el M. Schlick (39). Incluso podríamos ensayar la interpreta-
mundo y de los términos del mundo entre sí. ción de la teoría tautológica de las formas lógicas (dado
que —suponemos, y más adelante expHcitaremos este su-
En cualquier caso, lo que queremos decir es que no puesto— las verdades lógico formales no son tautologías
nos -parece adecuado pensar las relaciones entre Lógica for- desde una perspectiva gnoseológica) como una especie de
mal y las restantes ciencias categoriales acogiéndonos a la «seguro» contra el temor que el sujeto, que utiliza «for-
distinción entne forma y materia (o realidad, v. gr., realidad mas» como si fuesen «redes», ha de tener ante las propias
empírica), en el sentido más general que la filosofía tradi- construcciones de-formadoras del material positivo. Las
cional otorga a esta distinción, sentido general que corre a construcciones lógicas, siendo tautológicas podrán dejar
través, no sólo de la filosofía escolástica, sino también a tra- intactos a los materiales empíricos (La teoría tautológica
vés, no sólo de la filosofía escolástica, sino también a tra- de las construcciones lógicas desempeña así, a su modo,
vés de la filosofía transcendental (de Kant a Husserl), y a el trámite de la «eliminación del sujeto», trámite central
través de la filosofía neopositivista. Nosotros no creemos en la teoría del cierre categorial). La misma interpretación
que pueda decirse, con fundamento gnoseológico, que la que W . Stegmüller ofrece del «teorema de Craig» (40)
Lógica (y aún la Matemática) sea una ciencia formal, opues- puede leerse también a la luz del descripcionismo. Ahora,
ta, por ello, a las restantes ciencias categoriales, que serían las formas son las figuras de «Lenguaje teórico» (LT); la
las ciencias materiales (o «reales», divididas a su vez -según materia se esconde bajo la denominación de «Lenguaje
la célebre clasificación de Wundt- en «ciencias de la Natu- observacional» (Lo). Los «conceptos» teóricos serán decla-
raleza» y «ciencias del Espíritu»). Desde una ontología ma- rados «superfluos», porque lo decisivo para la ciericia es
terialista, la oposición entre forma y materia, aunque no el coipjunto de los objetos científicos: los conceptos teó-
puede ser negada, debe ser reducida a los términos de ricos pueden ser sustituidos por otros conceptos teóricos
una oposición entre materia y materia (37). Forma y Mate- distintos, pero de similar potencia gnoseológica.
ria son conceptos conjugados (38). Y es muy importante
profundizar en la sospecha de si la problemática tradicio-
nal de la Teoría gnoseológica de la Ciencia —en rigor, su (B) Las limitaciones de esto que venimos llamando
problemática constitutiva— no está precisamente configu- «gnoseología descripcionista» (el «modelo baconiano» de
rada sobre el esquema de una oposición «metafísica» ciencia) explican, por sí solas, la apelación constante, que
—aunque inevitable— entre unas presuntas «formas» del otros se ven impulsados a realizar, al «reduccionismo for-
conocimiento y un «material» conocido a través de aque- malista», al constructivismo gnoseológico puro (muchas
llas formas. (Lo que es «formal» suele a veces coordinarse veces implícito en el llamado «modelo kepleriano» de la
con la «subjetividad», con el «sujeto cognoscente» —^in- ciencia). También el «teoricismo» alumbrado por Popper
dividual o social— pero no necesariamente: podría defi- —^precisamente en dialéctica con el empirismo neopositi-
nirse el llamado «realismo epistemológico» como la doc- vista— participa intensamente de esta condición de cons-
trina que atribuye al sujeto cognoscente el papel de una tructivismo formal. A las formaciones científicas se les
«materia» que es con-formada por las figuras de la realidad hará brotar ahora de fuentes autónomas (por relación al
física o, acaso, transfísica, «ideal-objetiva», platónica, material observacional), de fuentes históricas, mitológicas,
como suele decirse). __ «inmanentes»: en el límite, los materiales se declararán
irrelevantes, moldeables por completo según la dinámica
Si esto fuese así, las grandes opciones disponibles pa- «autónoma» —aunque no por ello gratuita— del desarro-
ra la Teoría gnoseológica de la Ciencia serían las siguien- llo científico. Muy cerca de este límite «idealista» vemos
tes: a Feyerabend, a la teoría de la verdad científica como
(I) Opciones de tendencia «monista», reduccionista:
(39) Konstatierung de M. Schlick en Uber das Vundament der Erkenntnis
(36) Vid., abajo, IV, 3. en Erkenntnis, IV, 1934, recogido en la compilación de Ayer, trad. esp.
pág. 65.
(37) G. Bueno, Ensayos materialistas, op. cit., pág. 338 sgtes.
(40) Wolfgang Stegmülleri Teoría y Experiencia, trad. esp. Ulises Mouli-
(38) El Basilisco, n° 1. «Conceptos conjugados». nes, Barcelona, Ariel, 1979, cap. VI.

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proyección de formas que logran imponerse soeialmente a lenguaje teórico de una ciencia dada, sino a algo sustan-
otras. (Todavía en Popper alienta el intento de mantener tificado y mal entendido como tal (como pueda serlo el
conectadas las «formas autónomas» con el material, si sistema de símbolos, de unidades, de escalas o de termi-
bien la conexión que le es posible reconocer sea pura- nología).
mente negativa, \a.falsabilidad). Pero a lo más que pueden
llegar estas concepciones, es a la verdad-coherencia. La hipóstasis de la Lógica formal está íntimamente li-
gada (nos parece) con la tesis que defiende el carácter
analítico-tautológico de las verdades lógicas. O, si se pre-
(II) Opciones de tendencia «dualista», opciones fiere, la tesis según la cual las verdades (o teoremas) lógi-
que sustancializan tanto los momentos formales como los cos son analíticos, descansa de algún modo en una hipos-
momentos materiales de las ciencias, tratando de dar cuenta tatización implícita de las formas lógicas. Presuponemos
de su conexión por medio de una teoría de la verdad cien- establecida una distinción (no es este el lugar para funda-
tífica que gira, de un modo u otro, en torno a la idea de mentarla) entre las definiciones generales de analiticidad
«correspondencia» (adecuación o isomorfismo, encaje, es (aquellas que buscan definir el carácter analítico de una
decir, correspondencia por semejanza o por contiguüi- oración, proposición o construcción, con abstracción de
dad). La tradición escolástica inspira toda una serie de su posible condición de «trozo» de un sistema científico)
gnoseologías dualistas; la forma de la ciencia es la forma y las definiciones gnoseológicas (las que van referidas a los
lógica y la lógica es la estructura misma de la subjetividad procedimientos característicos de las ciencias, y no mera-
racional; pero la subjetividad racional, a su vez, será en- mente a los «lenguajes formalizados y axiomatizados»
tendida, en virtud de un postulado metafísico, como mí- —que aparecen también en construcciones no científicas,
mesis de la realidad. N o le es necesario al dualismo la in- como la Teología). La distinción es muy importante y nos
terpretación subjetivista (psicologista) de las formas lógi- parece que Kant la tuvo en cuenta, por cuanto al intentar
cas. También es dualista la concepción tarskiana de la ver- determinar la estructura de las proposiciones científicas,
dad científica, que adscribe {?i forma lógica, ante todo, a la encuentra, como una de sus conclusiones más importan-
estructura de los lenguajes formalizados, dejando a los da- tes, que los juicios analíticos no aparecen entre tales pro-
tos nombrados por el «vocabulario observacional» desem- posiciones. Por oscuro que sea el concepto kantiano de
peñar el papel dé materia. «juicio analítico» (pese a su aparente sencillez) es claro
que Kant considera «utópica», vacía, la clase de las propo-
(III) La opción que, por nuestra parte (en la teoría siciones científico-analíticas.
del cierre categorial), hemos elegido es, sin duda, una op-
ción dialéctica. Principalmente porque, aunque concede Ocurre también, es cierto, que Kant parece vincular
que no es posible prescindir en gnoseología de la distin- las proposiciones analíticas a la Lógica formal y general
ción entre/brwaat y materia, ve también como imprescindi- (dependen sólo de los principios de no contradicción e
ble su rectificación (rectificación que no podría hacerse de identidad). Y este es el aspecto de la doctrina de Kant
una vez y globalmente, sino de maneras muy diferentes, que ha sobrevivido, sobre todo después de Frege («una
minuciosamente y haciéndose cargo de las dificultades verdad es analítica cuando puede ser justificada con la
específicas de cada caso). Las formas lógicas habrá que ir a ayuda de las solas leyes lógicas»). «Analítico» será aquel
buscarlas al mismo material. Por ejemplo, a propósito del enunciado, no ya sólo cuando su predicado «esté conte-
teorema de Craig-StegmüUer, habrá que mostrar cómo ca- nido» en el sujeto, sino cuando él mismo pueda ser obte-
rece de sentido oponer un sistema de objetos dados en L nido de las premisas de un sistema axiomático, con la úni-
a unos sistemas de conceptos dados en L . Por que el sis- ca ayuda de las reglas formales (de la cuantificación, por
tema de objetos tiene ya una forma interna, y una forma ejemplo). Ahora bien: La claridad de este concepto de
lógica, la de los aparatos, por ejemplo, sólo a través de los analiticidad es aparente, y la crítica de esta apariencia
cuales cobran significado los propios símbolos del lengua- tiene que ver con el núcleo de nuestro asunto principal,
je observacional y teórico a la vez, la constante h de con la crítica de la hipostatización de la lógica formal,
Planck, pongamos por caso. Del sistema lógico-formal como si ésta fuera un conjunto de reglas vacías, generales,
implicado en el concepto de cuasi-órden dirá Stegmüller aplicables a cualquier materia que pueda ofrecérseles.
que se verifica o no en una balanza y que es cuestión Pero lo que se pone en duda es que haya sistemas lógicos,
empírica el establecer si la pesa a es igual a la ¿ (es decir, o lingüísticos (que transforman «sinónimos en sinóni-
a = b) porque si la a equilibra a la ¿ en una disposición de mos») formales, neutros respecto de cualquier materia --y
referencia, seguirá equilibrando cuando se permutan los esta duda debe alcanzar mucho más de lo que alcanzan la
pesos de los platillos. «Podría existir un mundo en que mayor parte de las limitaciones a las pretensiones de
esto no se diera», dice Stegmüller. Desde nuestro punto pureza del formalismo (al modo, por ejemplo, de P.F.
de vista, lo que tenemos que decir al respecto es que si Strawson, en su Introducción a la teoría lógica, II, II, 15).
Porque aquello de lo que se duda es de que haya sistemas
puede escribirse a = b, para representar el equilibrio de la
formales analíticos en sí mismos. La conclusión de un silo-
primera disposición de pesas, es por que cabe la permu-
gismo correcto sería analítica: pero sólo cuando se presu-
tación correspondiente Í b = a; porque el equilibrio de
ponen ya dadas las premisas, cuya «composición» es una
las pesas no es algo meramente empírico, sino que él síntesis. En general, los procesos llamados «analíticos» só-
mismo incluye diversas observaciones empíricas tejidas lo lo son en el supuesto de un sistema de premisas o de
por alguna forma lógica (la que se da, por ejemplo, en las axiomas ya constituido (precisamente, en parte, en fun-
permutaciones de las pesas). Y si los objetos observados y ción de sus conclusiones llamadas analíticas).
el sistema de los mismos (todo objeto se da en un siste-
ma) tienen ya una forma lógica, que es precisamente
aquello sin lo cual ningún lenguaje teórico podría tener Gnoseológicamente, por tanto, más que negar el con-
sentido, resultará que esa «posibilidad de sustituir un len- cepto de «analiticidad» lo relativizaríamos, advirtiendo
guaje teórico por otro» nq podrá ir referida al verdadero que los conceptos de lo «analítico» y lo «sintético» se

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comportan mutuamente, hasta cierto punto, a la manera mas podría explicarse como resultado de una confusión, a
como se comportan dos conceptos conjugados (vid. El Ba- saber, la confusión entre el «aparato algebraico» y la logi-
silisco, n° 1). Puede decirse que Leibniz tendió a reducir cidad formal pura. Este aparato (una realidad corpórea a
las proposiciones sintéticas al caso de las analíticas, mien- «escala» del sujeto corpóreo operatorio) es, en gran me-
tras que Hume tendió a llevar a efecto la reducción inver- dida, común a la Lógica formal, a la Matemática, a la Físi-
sa. Kant, en cambio, habría utilizado un esquema de ca. Pero mientras que «p», en Lógica formal, se compone
«yuxtaposición». Pero cabría ensayar esquemas de índole «autónomamente» con «O» o con «1» ^-o bien, con «q»,
«diamérica»: «r»...-^, es decir, mientras que «p» es, en Lógica formal,
un significante, oiyos significados gnoseológicos son otros
( Analítico no sería algo que pudiera ser referido al símbolos (v. gr. «1» ó «O» y, a su través, él mismo), en
sistema en sí, o a la proposición en sí misma considerada, cambio «h», en Mecánica, no se compone con otros sím-
sino a la autónoma del sistema de referencia (cuando esa bolos («V», «m»...) en cuanto a su materialidad tipográfi-
autonomía se realice mediante un cierre) por respecto de ca, porque ahora los significados de «h» o de «v» se en-
otros sistemas, en sí mismos sintéticos. (Según esto, serán cuentran, por decirlo así, «fuera del papel» en el que van
analíticas la Matemática respecto de la Física, aunque en sí inscritos.
mismas sean sintéticas, como sería analítica la Mecánica
respecto de la Meteorología). También cabría ensayar la El «apriorismo» de las leyes formales —alógicas o ma-
reconstrucción de vm proceso sintético en cuanto relación temáticas— no tendría por qué fundarse, por tanto, en
entre ciertos procesos analíticos (vid. nota n° 57 de este oscjiros postulados metafísicos de adaptación de cualquier
artículo). tipo de realidad a esas leyes, sino simplemente en el
hecho de que las leyes formales, en cuanto edificadas
(2) Cuando se presupone que la Lógica formal es un sobre términos ellos mismos fabricados y adaptados a las
sistema autónomo (o un conjunto de sistemas autónomos operaciones humanas (independientes sólo de «variables»
—saturados, etc.—), en el momento de aplicarla a ciertos subordinadas a la propia actividad operatoria corpórea),
trozos de terceras ciencias categoriales, podría hablarse de acompañarán siempre (trascendentalmente) a las operacio-
construcciones estrictamente analíticas (es decir, lógico- nes racionales, en la medida en que ellas se mantengan
formales, no físicas, o biológicas, o matemáticas) aún como normativas dentro de cursos de operaciones preté-
cuando ellas sigan siendo, en sí mismas, sintéticas. ritas y futuras. El apriorismo de las ciencias formales brota
así antes en el eje circular (que incluye los procesos «auto-
(3) En ningún caso, la autonomía de los sistemas ló- lógicos») que contiene a los sujetos corpóreos operato-
gicos sería tal que cupiera suponer que sea capaz de cu- rios, que en el eje {radial) de las relaciones de estos su-
brir la totalidad de un campo categorial distinto del de la jetos con las cosas del Mundo, aún cuando sólo a través
Lógica formal; por tanto, que cupiera suponer que una de estas cosas puedan establecerse aquellos dialogismos y
ciencia pueda llamarse analítica, según sus teoremas, autologismos. Y en la medida en que sea posible consi-
cuando estos estén formalizados y axiomatizados. Seme- derar como jurisdicción de la moral, o de la ética, la pre-
jante axiomatÍ2ación (el «lenguaje científico formalizado y servación de ciertos esquemas de identidad—no de «la iden-
axiomatizado») sería tan sólo una proyección oblicua de la tidad»— en los sujetos humanos, cabría decir —en contra
construcción científica material (sintética) y sería un espe- de Carnap— que la Lógica es una moral y que la moral es
jismo el ver a esta como reducida lógicamente a aquel ya, en cierto modo, una Lógica. Pero también es cierto
lenguaje. que si, por hipótesis, todas las figuras de las expresiones
«a + a = 2 a» experimentasen una transformación física
Desde el pimto de vista de esta gnoseología dialéc- tal que alguna de sus menciones se desdoblase sistemáti-
tica, las formas lógicas habrán de buscarse en la misma ma- camente para dar lugar a expresiones de este tipo
teria empírica «manipulada» operatoriamente, así como la «a -f- a -I- a = 2 a», la verdad algebraica desaparecería. Es-
materia empírica de las ciencias lógicas y matemáticas ha- te ejemplo fantástico sirve, sin embargó, creemos, para
brá que ir a buscarla en la misma «formalidad» tipográfica mostrar hasta qué punto las verdades algebraicas formales
{autogórica). significadas dependen de la pioplzfsica de sus significan-
tes.
Estamos tratando de negar, de este modo, la distin-
ción entre ciencias formales y ciencias materiales (o reales), La lógica booleana de proposiciones, según las ideas
tal como es habitualmente presentada. Toda ciencia es precedentes, se dirá sometida a los principios lógicos
real y formal simultáneamente . Las verdades científicas, supremos (identidad, no contradicción, tercio excluso) no
que la doctrina del cierre categorial hace consistir en las porque refleje los principios del mundo, sino porque su
identidades sintéticas' resultantes de los cursos operatorios, propio sistema formal simbólico cierra categorialmente de
contienen \xa3. forma lógica, la identidad, pero una forma acuerdo con estos principios. Tales principios son, por
lógica que brota en la confluencia de contenidos materiales tanto, principios del cierre categorial de la Lógica formal
determinados. Naturalmente, lo «formal» y lo «material» booleana. H e aquí de qué modo: puesto que, por ejem-
se presentará, en cada categoría, de maneras diferentes, plo, la Lógica de los functores binarios (v, -^,...) puede
que habrá que establecer cuidadosamente. La posibilidad considerarse como el sistema de las aplicaciones de { ,
de reagrupar estas diferencias en clases de ciencias (coor- 0 } - a {1, 0} —cada aplicación es una correspondencia
dinables denotativamente, en general, con las llamadas «unívoca a la derecha» que liga a todos (es decir, a cada
«ciencias formales» y «ciencias reales») no deberá uno) los elementos del conjunto original con uno sólo de
llevarse a cabo a partir de la disociación entre la «forma» los términos del conjunto terminal— habrá que recono-
y la «materia», sino a partir de la diferenciación de las ma- cer: 1°). Que ima vez establecida una correspondencia
neras según las cuales los contenidos materiales categoría- (digamos, una evaluación de p o de q) ésta habrá de man-
íes se organizan lógicamente. La hipostatización de las for- tenerse igual a sí misma en todo el contexto, es decir.

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todas las veces que aparezcan las menciones de la misma va- evaluarse a 1, y por ello p comprenderá la clase de todas
riable en el contexto (y esta sería la interpretación gno- las otras proposiciones evaluadas con O en el contexto.
seológica estricta del principio de 'identidad lógico, en tér- Cierto que, entonces, si p A q no es nulo, será porque to-
minos gnoseológicos). 2°) Que la correspondencia, por do p y todo q han de darse intersectados (p Oq); por eso,
ser unívoca a la derecha, no puede asociarse a la vez a las la lógica de clases no se resuelve en lógica de proposicio-
dos figuras o valores: si se asocia a 1 no puede asociarse a nes.
0; si a O no a 1 (principio de no contradicción: habrá con-
tradicción cuando una fórrriula tenga que ser evaluada por
caminos distintos, una vez como 1, otra vez como 0; II. PROPIEDADES Y ASPECTOS
pero si todos los carninos asocian la fórmula a 1, esta- DE LAS OPERACIONES
remos en el caso de una identidad sintética, de una con-
fluencia —que neutraliza las operaciones— en la misma
evaluación). 3°) Que la correspondencia aplicativa debe
afectar a todos los elementos del conjunto inicial, lo que 1. La ÍAterpretación autogórica de los símbolos de las
quiere decir que estos elementos deben ir asociados o ciencias formales (algebraicas, pero considerando también
bien a 1, o bien a O, de acuerdo con el principio anterior, como formales a las figuras geométricas) constituye una
y así llegaríamos al principio de tercio excluso). El privilegio radicalización del formalismo de Hilbert. Coincide con el
de la Lógica de dos valores, desde esta perspectivas, no formalismo de Hilbert en su rnomento negativo (la «des-
sería otro que el de cumplir este principio del tercio ex- conexión semántica» respecto de todo contenido exterior
cluido; pero también aquí este principio no significará a los símbolos), pero en cambio no comparte la interpre-
otra cosa sino la ontología propia de un mundo de dos va- tación que el formalismo dio a esta desconexión —la teo-
lores. La razón gnoseológica por la cual un universo de ría de las fórmulas como «fórmulas vacías» destituidas de
dos términos (constitutivos de una de las clases de las que todo contenido y significativas únicamente en virtud de su
ha de constar el campo gnoseqiógico) puede considerarse juego interno en el sistema operatorio, axiomático, etc.—
más lógico que un universo con tres o n términos (el de las puesto que, según su interpretación, el materialismo for-
«lógicas no crisipeas») podremos darla más adelante. Es malista reconoce a los símbolos un contenido material, a
cierto que la Lógica de proposiciones requiere desarrollos saber, la propia entidad de 'sus significantes y toda la
que se mantienen, al parecer, independientes de la eva- estructura geométrica (ordenaciones, permutaciones a de-
luación - n o s referimos al desarrollo de la Lógica en la recha e izquierda, etc.) que en su propia realidad de sig-
forma de los llamados «esquemas proposicionales» (por nificantes ha de ir implicada. Los signos lógicos y matemá-
ejemplo los de la teoría de la deducción natural) en los ticos serían, en gran medida, autónimos y tautogóricos, en
cuales en lugar de letras de enunciado (p, q, r,...) y el sentido de que en su propia suppositio materialis (en
«leyes» (p v p ^ - p) aparecen metavariables (X v X ^ X) cuanto combinable con otro u otros) van incluidas las es-
y «reglas». Sin pretender aquí agotar, ni mucho menos, la tructuras lógicas y matemáticas que pueden darse ordi-
cuestión presupondremos que tales metavariables, si bien nariamente al margen de los significantes, pero que son ya
no son ya variables booleanas (como lo serían en rigor p, sus significados. Así, la serie de signos (1H- 1 + 1)
q, r,...) tienen mucho que ver con esas variables boolea- representará el número 3 mediante un trío; las letras va-
nas.; no ya precisamente porque sean algo así como un riables de clase (A, B, C,) son ellas mismas clases (respec-
nombre de esas variables booleanas, cuanto porque son el to de sus menciones respectivas) y la representación del
nombre de esas variables booleanas en tanto están en con- modus ponens mediante la fórmula (p —> q) sólo significará
texto (configuración) con otras variables (el esquema si ella misma ejercita una suerte de modus ponens (a la
X V X —> X no es sólo una metavariable de p v p ^> p, manera cómo, según hemos dicho antes, la flecha del
r v r —> r —en cuya hipótesis la distinción entre esquemas tiempo representa al tiempo). De este modo, más que ne-
y enunciados se tornaría completamente superflua— sino, gar que el álgebra lógica representa a clases o a proposi-
por ejemplo, de p A q v p A q, que consta de «propo- ciones —como si la representación tuviera lugar mediante
siciones moleculares»). símbolos vacíos— diremos que representa a clases o a
proposiciones en la medida en que están de algún modo
encarnadas en los propios signos en cuanto tales, en tanto
Por último, cabría decir, que el uso o ejercicio de las envuelven sus mutuas relaciones; por tanto diremos que
mismas variables de enunciados (digamos: booleanas, p, q, tampoco cabe interpretar (desde el formalismo), las cla-
r) nos remite a la lógica de clases, puesto que cada varia- ses, relaciones o proposiciones como «entidades extraló-
ble puede entenderse, por de pronto, como «la clase de gicas o extraalgebráicas» (por ejemplo, psicológicas, onto-
sus menciones». Podría tratarse (extensionalmente) la si- lógicas), como si la lógica de clases fuese sólo una inter-
tuación considerando campos con un solo elemento (con pretación externa de un álgebra que en sí misma nada
lo que habrá posibilidad de formar dos clases: la clase de tuviese que ver con las clases (Couturat). Diríamos así
ese único elemento y la clase nula); de este modo los va- que la «desconexión semántica» del formalismo no habría
lores 1 y O de estas fórmulas con clases se coordinan con que entenderla como una «evacuación» de toda interpre-
las proposiciones, según el método de Hilbert —Acker- tación, sino como la evacuación de toda interpretación no
man (4l). Pero también sería posible considerar a los va- contenida en el ejercicio mismo de ciertos significantes.
lores 1, O, como notas intensionales, genéricas, por las Por decirlo así, el álgebra de clases es ella misma un «uni-
que "caracterizar las clases de inscripciones. Así, poner la verso simbólico» ejercido de clases, capaz de asumir el
clase de las inscripciones de p, si se define por 1 en papel de «canon».
el contexto, es decir que todas las inscripciones deben

(41) D. Hilbert. W. Ackermann, Grundzüge der theoretischen Logik, El carácter autogórico, pero no por ello vacío, de las
Springer, 1949, 11, & 2, pág. 43. fórmulas del álgebra matemática aparece asimismo con

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función signifícadora (la relación de significación) habrá


que remitirla a las operaciones del sujeto gnoseológico,
que es quien coordina apotéticamente guijarros y letras
(43).
Según esto, los significantes de las ciencias formales
habrían de figurar en sus campos explícitamente como en-
tidades corpóreas, fisicalistas. Podría añadirse que sólo
desde esta perspectiva cabe un entendimiento filosófico
de las computadoras. Si una máquina de Turing puede
proceder de suerte que a cada una de sus posiciones suce-
sivas pueda considerársele determinada por su estado in-
terno q y por un símbolo s impreso en una casilla de la
cinta, es porque s no desempeña meramente el papel de
un significado, (noemático) sino porque actúa en virtud de
alguna propiedad o característica física (no necesaria-
mente analógica): en otro caso, la acción del símbolo sería
«mágica» —y sólo cuando los símbolos impresos en la má-
quina se abstraen de su contenido físico, las computado-
ras pueden aparecer como «misteriosos cerebros». Sobre
estas propiedades o características se basa además la posi-
bilidad de que un computador desborde las posibilidades
de un cerebro humano. Y, sin embargo, no podría decirse
que la máquina «piensa»: podría decirse que construye fi-
guras de símbolos, los acumula en la cinta, pero sin que
los símbolos acumulados, cuando son semejantes entre sí,
por ejemplo, sean percibidos como él mismo en virtud de
un proceso lógico autoformante que habría que remitir a
la naturaleza misma de las sustancias del sistema nervioso.
Cuando se dice que un ordenador compara mi nombre (es-
crito en una tarjeta) y un nombre almacenado en su «me-
moria», se formula una simple metáfora: no hay compara-
ción, sino un resultado «mecánico» que a su vez deberá
ser interpretado por un cerebro (inserto por su parte en
un curso de determinados patrones culturales y sociales).
Un cerebro capaz de percibir como idénticas a las dos
evidencia en las situaciones en las cuales los símbolos no menciones del signo «A» en cuanto correspondiendo, en
actúan como variables (en cuyo caso podrían pensarse un curso operatorio, a las menciones de «1» y «O» (simul-
como emblemas de entidades no tipográficas), pero táneamente: capaz de percibir como" distintas y opuestas'
tampoco como constantes, sino como indeterminadas. La las manchas «cero» y «uno»). En el proceso apagógico de
igualdad algebraica: (a + b)^ = a^ + 2ab + b^, al margen prueba del teorema siguiente [ A ^ ( B - ^ A ) ] , el «—»» prin-
de su valor como esquema (modelo o método) de otros cipal debe coordinarse con la mancha «1», porque de otra
procesos combinatorios (pero no en virtud de que estos suerte habría que coordinarlo con la mancha «O»; coordi-
deban considerarse representados por la fórmula según nación que habrá que rechazar porque entonces la primera
una relación de «semejanza», puesto que hay que agregar mención de A iría coordinada a la mancha «1» y la se-
ademas otro tipo de relaciones «por contigüidad»), puede gunda a la mancha «O». En efecto, para que [A-»(B-»A)]
fundarse en la propia entidad de los signos: 2ab es una se coordine a O, es preciso que la primera A se coordine
aritmetización de las «sartas» ab y ab, resultantes de la a 1 y ( B - ^ A) a 0; y para que (B-^A) se coordine a O, es
distribución de la suma en el producto (a + b).(a + b); a^ preciso que B se coordine a 1, y la segunda mención de A
es sólo a.a; el producto a. a puede entenderse como a 0. Luego sólo si se presupone una percepción (que es un
a + a + a + ..., «a» veces (siendo el cardinal de estas «ve- «ejercicio») de la identidad de las dos menciones de A en
ces» determinable precisamente por el número de men- el contexto de las reglas lógicas que las coordinan a 1 se-
ciones de «a», que será preciso contar, y que en cada con- gún la condicional y que oponen 1 a O, tiene sentido esta
texto algebraico importa computar). La función de esque- demostración.
ma o de modelo que [a4-a+a-l-...-l-a = a"] puede asumir
respecto de otros términos del mundo «real» (guijarros, Demostración que, por tanto, ya en el plano algebrai-
células, monedas) no se debe a que «a» sea un signo for- co, se funda en la misma «física» de las figuras, de suerte
mal («cuyo ser consiste en estar todo él referido a repre- que pudiera decirse que ese plano algebraico formal cons-
sentar a otro distinto de sí mismo») sino que «a» es ya un tituye una suerte de dispositivo mecánico similar a aquel
ente real, un «signo instrumental» iconográfico por modo en el que trabaja el ordenador que desarrollase una prue-
analógico (42), un ente enclasado, un elemento de la clase ba análoga. Es erróneo según esto decir que tanto el orde-
de las figuras del mismo signo patrón. Tanto podría decir- nador como la mano del hombre construyen relaciones
se, de esta suerte, que los guijarros o las monedas son sig- (x = y), pero que la máquina no las conoce (o advierte) y
nos de las letras algebraicas, como recíprocamente. La el hombre sí. En este caso, la «conciencia» se nos daría
(43) Vid. En torno al concepto de ciencias humanas, El Basilisco, n° 2, pág.
(42) Juan de Sto. Tomás, op. cit., I Pars, lib. I, caput. II, pág. 9. 28.

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como un mero epifenómeno. N o sería posible entender la zar las Ideas de clase o de participación, construir un mo-
diferencia si comenzamos por considerar la relación como delo de clases o de participación, las clases de las «x», pre-
algo dado en sí, susceptible de ser o no ser conocido: hay suponiéndose ya la noción de clase en la misma noción de
que regresar hacia la ontología misma de la relación, a fin «campo de variabilidad» de la variable x = {xi, X2, xs,...}.
de ver cómo es ella la que incluye la conciencia más que El alcance del análisis de las ideas platónicas por medio
recíprocamente. La función del hombre no será «conocer» del simbolismo podría equipararse al. ^cance (para volver
una relación que le antecede, sino fundarla. Y ello sólo se a nuestro ejemplo anterior) del análisis de la Idea de
entiende si el hombre es el contexto de aquella. Por ello, Tiempo logrado por medio de la representación sagital.
la diferencia entre el ordenador y el cerebro (o la mente) Las cuestiones platónicas no quedan disueltas por el len-
no la pondríamos en la diferencia que pueda existir entre guaje formal; quedan reproducidas en él, aunque fijadas
una supuesta capacidad de advertir la semejanza en un según patrones más precisos (la propia terminología meta-
caso y una inadvertencia de la misma (ya dada) en otro. lingüística aquí utilizada —signos, acontecimientos, signos
Nos parece que est& planteamiento implica un entendi- patrón— es platónica).
miento metafísico de la relación de identidad o de seme-
janza (entre A ^ A, entre O y 0...) como si se tratase de 2. Una vez postulada la naturaleza autogórica de las
una relación binaria absoluta, sustancializada: una relación ciehcias formales será preciso tratarlas según los mismos
binaria dada tanto por la máquina como por el álgebra, criterios por medio de los cuales la teoría del cierre cate-
pero que la mente pudiera captar y la máquina no (aun- goriál trata a las ciencias reales. No hay distinción gnoseo-
que la hubiera establecido). Desde esta perspectiva, como lógica entre ciencias reales y ciencias formales, aunque
hemos dicho, la diferencia entre el cerebro y el computa- haya una distinción ontológica y epistemológica. Las cien-
dor sería sólo epifenómenica, puesto que, en rigor, ambos cias formales son a priori, en el sentido dicho, frente a las
establecían la misma semejanza, y la máquina sería sólo ciencias reales, cuyos términos —salvo acaso los de la
instrumento del cerebro. Ahora bien: si dialectizamos las Mecánica pura— no quedan agotados trascendentalmente.
relaciones de identidad o de semejanza «desustancializán-
dolas», teniendo en cuenta que una semejanza o Al investigar la línea de demarcación entre Lógica y
identidad es a su vez una negación (o filtro) de un número Matemáticas debemos atender precisamente a las diferen-
indefinido de marcas diferenciales determinables en ter- cias, según las cuales se tratan los términos formales; la
ceros contextos, es decir, teniendo en cuenta que la rela- naturaleza del cierre lógico se nos revelará precisamente
ción no es binaria, advertiremos que la semejanza entre en su mismo proceder operatorio con los signos autogó-
«A» y «A» sólo tiene sentido en un contexto en el que ricos —y otro tanto diremos de los cierres matemáticos; la
figure el cuerpo humano (dado a su vez entre otros cuer- naturaleza de la verdad lógico-formal (correspondiente-
pos), contexto que no cabe atribuir a la máquina en sí sin mente: de las verdades matemáticas) se manifestará en las
«animalizarla». Si atribuímos pensamiento a una máquina peculiaridades de las relaciones de identidad sintética que
que arroja en su cinta la fómula A = A, es sólo porque no puedan resultar en las mismas construcciones, en tanto
advertimos que esa fórmula está siendo contextualizada que estas relaciones incluyen una segregación (o elimina-
por cerebros humanos. Para decirlo rápidamente: si el ce- ción) de las operaciones en el sentido de las ciencias
rebro se diferencia de la máquina computadora no es a-operatorias. Estas afirmaciones implican una impugna-
porque pueda advertir o captar una identidad que la ción de las texis neopositivistas sobre el carácter analítico
máquina no puede captar o advertir, sino porque esa y tautológico de las verdades lógicas o matemáticas. No
identidad es una relación que sólo tiene sentido en el por ello la explicación de las síntesis matemáticas o lógico-
contexto de una actividad cerebral (digamos, un sistema formales tenga que acogerse a los principios de Kant, que
límbico, a su vez vinculado a otros contextos), una activi- fué, con todo, quien advirtió certeramente la naturaleza
dad zoológica antes que mecánica, un «ejercicio». sintética de las proposiciones matemáticas («7 + 5 = 12».
La síntesis de las relaciones matemáticas o lógicas tendría
Pero decir que los significantes de las ciencias forma- lugar (en la teoría del cierre categorial) no en virtud de la
les.han de figurar en sus campos como entidades corpóreas intervención de ciertas formas a priori, sino en virtud de la
fisicalistas, no equivale a decir que puedan reducirse a las confluencia de diversos cursos operatorios (por ejemplo,
inscripciones empíricas, «quietas», a las manchas de tinta diferentes algoritmos) en el resultado de una identidad.
convencionales de índole tipográfica, a la suppositio mate- Llegamos a la fórmula S = Jt r^ bien sea a partir de una
rialis, en el sentido de los antiguos. El sistema de símbolos suma de triángulos, bien sea a partir de coronas circulares;
algebraicos reproduce él mismo la estructura ontológica de en el caso primero, P nos conduce a 2jrr (de donde
otros sistemas fisicalistas y, en particular, el enclasamiento 2 j t r . r / 2 = Jtr-); en el caso segundo, el lim J'^ 2jir dr nos
de todos los símbolos. Desde este punto de vista resultan conduce a JiR-: la síntesis es evidente, los algoritmos que
muy ingenuas las posiciones (frecuntes en los primeros intervienen en cada caso son distintos (el «2», por ejem-
momentos de entusiasmo formalista) de quienes creían plo, que aparece como el mismo en ambas fórmulas, proce-
haber disuelto definitivamente los problemas filosóficos de en un caso del algoritmo del producto y en el otro del
(«metafísicos») del platonismo, el problema de las esen- algoritmo de la integración). Ni siquiera la relación primi-
cias, de los universales, gracias al descubrimiento de una tiva «a = a» es analítica: ella está mediada por operacio-
notación formal rigurosa: ya no haría falta distinguir «in- nes, y no sólo las operaciones virtuales del desplazamien-
tensiones» y «extensiones»; las cuestiones en torno a la to de los símbolos, (sin intensión congruente intencional)
«participación» se habrían planteado a consecuencia de dentro de los márgenes diacríticos, sino también las ope-
una penuria de lenguaje simbólico. Bastaría decir, dada la raciones formales dadas en el sistema (del tipo a. 1 = a), y
función proposicional q) (x), que una clase es el conjunto a parte de las cuales la relación a = a carecería de significa-
(x) de valores de x que, según la «función característica», do operatorio (por este motivo, cabe tratar a la relación
hacen «1» a la función q) (x): x cp (x). Sin embargo lo que a = a como construida, como no primitiva, por ejemplo:
con esto se estaba haciendo sería en rigor, más que anali- ( l ) a . l = a ; ( 2 ) a . l / l = a;(3)a=a).

EL BASILISCO 31
EL BASILISCO, número 7, mayo-junio 1979, www.fgbueno.es

En este cirtículo nos atendremos únicamente a la con- Al aplicarnos al análisis gnoseológico de las opera-
sideración de las operaciones, pero a sabiendas de que es ciones formales, en cuanto se refieren a símbolos tautogó-
preciso proseguir el análisis gnoseológico a propósito de ricos advertiremos ciertas características que habría que
las relaciones y de los términos (y todo ello, en los dife- pasar por alto (por insignificantes o triviales) desde una
rentes sectores del eje semántico —fisicalista, fenomenológi- perspectiva tanto alegórica, como formalista-hilbertiana.
co y ontológico— y en los del eje pragmático —el sector de Estas características son principalmente las que llamare-
los autologismos, el de los dialogismos y el de las normas—). mos aspectos y propiedades de las operaciones. Esta distin-
Con todo, y en virtud de cuanto llevamos expuesto, pue- ción y, sobre todo, su significado gnoseológico, no puede
de decirse que la consideración de las operaciones consti- hacerse presente desde perspectivas no-autogóricas.
tuye, en las ciencias formales, el camino real para penetrar
en su estructura gnoseológica, dada en la naturaleza ope- 3. En una operación con símbolos autogóricos hay
ratoria de los propios términos (los símbolos tipográficos) que distinguir también los términos componentes (o «facto-
constitutivos de sus respectivos campos. Una operación res») de la operación o transformación y los términos que
formal (como cualquier otra) dice siempre referencia a los resultan de ella. Además, hay que distinguir los nombres de
términos operados y a los resultados de la operación (de los términos componentes (o factores) y los nombres del
la transformación, de la aplicación). En este sentido, no término resultado: distinción sutil, muchas veces, dado el
cabe hablar de operaciones sintácticas puras, como podría carácter autogórico de los símbolos. Pero ello no obsta a
sugerir la tendencia a la hipóstasis de los símbolos (el sig- que en ocasiones un término pueda y aún deba tener un
no «X» de la multiplicación, como si designase una opera- nombre o símbolo especial. En todo caso no se trata aquí
ción «sintácticamente pura»). En rigor, el operador «x» es de distinguir el término resultado (c, en a + b = c) y el
sincategoremático y ha de pensarse siempre asociado a nombre de ese término resultante (por ejemplo, «c»),
términos, aunque no a un término en especial, «determina- como si se tratase de la distinción entre un objeto y el
do». En las monarias, esto es evidente (p, q). En las bina- nombre «exterior» del objeto o (si el objeto c se entiende
rias, los dos términos pueden ser indeterminados (axb, ya como nombre), como si se tratase de la distinción co-
a x c , ...,, exf,...) pero la sustituibilidad «en la misma ope- mún entre lenguaje y metalenguaje (44). Pues al entender
ración» de unos términos por otros no implica que la ope- [c] como resultante de «a -I- b», queremos decir que c no
ración pueda concebirse sin términos específicos (de ahí, es meramente un nombre de un objeto construido por
las variables); pero basta con que lo sea un sólo término «a + b» (que pudiera a su vez tener otro nombre, «c»,
para que la operación mantenga su indeterminación (res- sino que [c] es el propio objeto construido por «a + b», o
pecto de ese término) y a la vez pueda considerarse como al menos que [c] es algo construido «él mismo» a través
determinada al otro, en tanto este le confiera característi- del objeto designado por «a + b».
cas especiales. La operación a. 1, no es meramente la ope-
ración «X» aplicada a cualquier término de N, Z, etc.; está
Estos diferentes estratos ^noseológicos, a nivel de los
determinada por 1 (la operación es «x 1»; «1» no es un
términos, en las ciencias formales, determinan ya una
término más entre todos los términos, aunque sintáctica-
compleja red de relaciones que tienden a ser confundidas,
mente así pueda considerársele; porque semánticamente
subsumiéndose las unas en las otras (por ejemplo, las rela-
«a. 1» es igual a «a», es decir, «x 1» es un módulo, no un
ciones entre el nombre de un término factor y el resulta-
término cualquiera). Pero esta vinculación de «x» a un
do, o entre el nombre de un resultado y el nombre de un
término (x 1) no es sino un caso particular de la vincu-
factor, etc.). Apliquemos estas .distinciones —a fin de
lación general de las operaciones a los términos «semánti-
obtener una primera medida de su alcance— al análisis de
cos» (habría también que suponer: «x5», «x6»). Las ca-
la proposición que Kant hizo famosa: «7 + 5 = 12». Su-
racterísticas sintácticas de las operaciones no son, pues,
ponemos, con Kant, que esta proposición no es analítica.
independientes de la semántica de los términos, sin que
Nos interesan aquí, más que las definiciones generales
por ello se confundan entre sí. La sintaxis es un orden que
(45), las gnoseológicas. Hintikka interpreta la apreciación
brota del mismo desarrollo de las composiciones semánti-
de Kant, según la cual esta proposición es «indemostra-
cas, en donde resulta la posibilidad de disociar términos
ble» o «inmediatamente evidente», en el sentido de que
que aparecen en cursos operatorios distintos, etc. Sea la
ella podría ser verificada «sin realizar operaciones» (46).
operación booleana «-I-», definida de este modo:
Pero esta interpretación nos parece enteramente equivo-
cada; porque entonces «7 + 5 = 12» debería haber sido
considerada analítica. Una cosa es que las operaciones
a b implicadas en «7 + 5 = 12» (la operación adición además
a a b
b b a (44) La distinción entre henpiaje y metalenptaje bordea, creemos, la
metafísica, por cuanto la claridad de esta distinción exige suponer dado
un lenguaje objeto previo y cerrado como tal; pero este lenguaje es utó-
Esta operación va ligada en cada caso a la semántica de sus pico (todo lenguaje contiene «intercalados» momentos metalinguísticos,
términos: (1) a + a = a (2) a + b = b, (3) b + a = b, (4) sin los cuales no puede desarrollarse, como ya vio Jakobson y han con-
b + b = a. Sin embargo, entre los casos (2) y (3) hay una firmado las experiencias de Premack sobre el lenguaje de chimpancés).
semejanza sintáctica: en ellos a desempeña el papel de un
(45) W. Quine, Two Dogmas of Empirícism, The Phüosophical Review,
módulo (= 0). Y entre los casos (1) y (4) las diferencias 60, 1931; K. Ajdukiewick, Le probleme du fondement des propositions ana-
son completas: en (1) la operación es idempotente; en (4) lytiques, Studia lógica, 8, 1958; J.J. Katz, Analycity and Contradktion in
no lo es. ¿Cómo una operación que depende de tal ma- Natural Langage, Engkewood Cliff, 1964; L. Apostel, J. Piaget, etc. Les
nera de la semántica de cada término puede tener una di- liaisons analytiques et synthetiques dans les comportements du Sujet, París,
PUF, 1957, etc., etc.
mensión sintáctica?. Diríamos que a través del sistema,
por ejemplo, de la asociatividad [b + b + a = (b + b) + (46) Jaakko Hintikka, Lógica, Juegos dellengfiaje e información, trad. esp.
+ a = b + (b + a) = a]. Tecnos, 1976, pág. 246.

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EL BASILISCO, número 7, mayo-junio 1979, www.fgbueno.es

de su contenido aritmético específico, comporta otros expresión no es «12», sino la relación « = » establecida
momentos operatorios que pueden encontrarse en situa- entre los sujetos o términos «7 + 5» y «12». Desde el
ciones no aritméticas: coordinación, inscripción...) puedan punto de vista gnoseológico, una operación incluye (pre-
ejecutarse con gran facilidad (psicológica) y otra cosa es cisamente al ser neutralizada) la segregación del término
que puedan darse como inexistentes. ¿Acaso sólo cabe ha- resultado; por ello, este'término puede («emancipado» de
blar de operaciones en la apodeixis —en la prueba euclidia- los factores) recomponerse con alguno de ellos (12 + 5,
na, por medio de procedimientos algebraicos?. El razona- 12 + 7) y remitirnos a ellos en el caso particular, no gene-
miento kantiano, que habla de la «acumulación en el ral (como pide la escuela de Piaget) de la reversibilidad:
tiempo», se podría considerar reflejado en el análisis de « 1 2 — 5 = 7». En consecuencia: el término resultado
su ejemplo por medio del concepto de una «máquina de puede ser nombrado mediante otro símbolo distinto del
Turing». También aquí podemos presentar a «7 + 5 = de los factores; «12» no designa sólo 5 + 7 (ni se identi-
= 12» en términos de una acumulación (retención) de ba- fica absolutamente con él ~y la prueba es que también 12
rras sucesivas en el tiempo métrico. La suma «7 + 5 = 12», puede ser el nombre del resultado de 3 x 4 o deVl44). Es
como algoritmo de Turing, permite un análisis similar al un grave error, por tanto, entender 12 como un mero
kantiano: símbolo-abreviatura de la adición (1 + 1 + 1 + 1 + 1 +
+ 1 + 1 + 1 + 1 + 1 + 1 + 1 ) , puesto que 12 es a su
a b vez, resultado de un algoritmo operatorio, a saber, el al-
goritmo del sistema decimal que, al tener la estructura de
(///////) (/////) = ( / / / / / / / / / / / / ) una función polinómica f (x) = ao (x — a)° + ai (x — a)' +
...+ a„(x - a)", puede transformarse sistemáticamente (re-
c d gla de Horner) en otro nombre (12 =1100) del mismo
término-resultado de 7 + 5. Es arbitrario y muy superficial,
por tanto, considerar como terreno propio de los entes
(///////////*) = (////////////)
matemáticos (o aritméticos) a unidades físicas discretas
(aunque sean tipográficas, del tipo «/», «/», «/», «/»,...),
puesto que b y d se dan como idénticas, y d resulta de c.
asignando a los símbolos-guarismos (del tipo 5, o 12) el
La síntesis estriba aquí en la circunstancia de que las ope-
papel de nombres de aquellos entes o colecciones de entes.
raciones que conducen decaí/confluyen con las que con-
Porque estos símbolos ya son, en su misma entidad, arit-
ducen áe a d^b (confluyen, porque b = d). Pero las configu-
méticos: los dígitos, por cuanto sólo son significantes sin-
raciones de la máquina son diferentes: a supone, por ejem-
categoremáticamente, ordinalmente («5» entre el «4» y el
plo, 65 configuraciones (para poder arrojar b), y c sólo 60
«6») y los compuestos («12») porque son'ya el resultado
para dar d. Podría decirse: una misma estructura resulta de
de un algoritmo operatorio (una función polinómica por
diferentes cursos genéticos. El análisis detallado de la
ejemplo) él mismo matemático. Según esto, al designar la
proposición «7 + 5 = 12» por medio de una máquina de
entidad «doce» (en el sentido de Frege) por «12», no es-
Turing (análisis que omitimos aquí, dada su prolijidad)
tamos designando un ente matemático por un símbolo en
permitiría precisar el papel de las síntesis de identidad del
sí mismo no matemático, sino que estamos designando
sujeto lógico que lee la cinta de la máquina (la cual no
sintácticamente un ente matemático mediante otro ente
realiza esas smtesis, salvo a través de sus símbolos
matemático, una «cifra» procedente de otro algoritmo
interpretados por el sujeto lógico (47).
sintéticamente {sinectivamente) vinculado al primero. Si su-
ponemos que «12» es el nombre de «7 + 5» (o incluso el
La proposición «7 + 5 = 12», que Kant examina co- mismo ente —el «doce» de Frege— que está siendo desig-
mo ejemplo de proposición científica (en esto, desde la nado por «7 + 5»), entonces la relación entre «7 + 5» y
teoría del cierre categorial, no podríamos seguir a Kant, «12» sería empírica o convencional, ni siquiera analítica.
porque esta proposición sólo será científica dentro de uij Se trataría de una conjunción de dos cifras arbitrarias, por
Contexto demostrativo, de una construcción que no se re- el motivo de que ambas son nombres de un mismo ob-
duzca a la simple ejecución de la operación adición), es jeto, pero sin que quedase recogida la influencia del ob-
una proposición sintética. Suponemos con Kant, que esta jeto mismo, que .permanecería, por decirlo así, indiferen-
proposición no es analítica. te a sus «denominaciones extrínsecas», así como también
estas permanecerían exteriores al objeto.
Pero (desde nuestra perspectiva gnoseológica) la razón
es diferente a la que Kant ofreció, apelando a sns formas a
prior i. Decir que 7 + 5 = 12 es analítica significa gnoseo- lililí
lógicamente: que el término «12» es simplemente una
abreviatura (un sinónimo) del término «7 + 5» y que la nuil
/ \
proposición es puramente retórica. Es tomar «12» como
nombre del término «7 + 5», incluso como nombre del 7+5 = 12
mismo objeto designado por 7 + 5 (por ejemplo: 1 + 1 +
+ 1 + 1 + 1 + 1 + 1 + 1 + 1 + 1 + 1 + 1 ) y no como
nombre del término-resultado de la operación 7 + 5. El Decir que el juicio «7 + 5 = 12» es analítico podría sig-
propio análisis kantiano, que tomaba «7 + 5» como suje- nificar, en esta hipótesis, algo así como ésto: que el objeto
to y «12» como predicado, se prestaba a esta interpreta- {referencia) designado por «7 + 5» es el mismo que el de-
ción, sin más que apelar al concepto de los «predicados signado por «12»; por tanto, que «12» no añade nada al
que nada añaden al sujeto». Pero el predicado de esta objeto ya designado por «7 + 5». En esta hipótesis, la
operación «7 + 5» no nos conduce a un objeto nuevo
sino al nombre («12») de un objeto ya dado (inafectado
por el nombre); o incluso, acaso, al nombre del nombre
(47) J.A. López Brugos, Chimpancés mecánicos, en El Basilisco, n° 5. de «7 + 5»:

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////// a) La suposición asociada a los componentes de la


11 i 111 operación (y entonces «12» figurará como «nombre aso-
ciado» a «5 + 7»).
/
7+5 12 b) La suposición disociada respecto de componentes
específicos dados («12» es el nombre de un ente diso-
ciado de «5 + 7», como nombre del resultado de
«3 X 4» o de V l 4 4 » ) .
Pero la cuestión es que «doce» de Frege (el conjunto de
todos los conjuntos coordinables con una docena) no Sea la operación booleana a. a' = 0 . Aquí «0» pue-
existe con anterioridad a las operaciones que lo han cons- de suponer como nombre asociado a la operación a . a ,
truido y ésto, no sólo porque han debido acumularse las como un emblema (definición nominal) de a. a; pero pue-
unidades y coordinarse entre sí, cuanto porque las mismas de suponer de manera enteramente disociada de a y a',
unidades han debido configurarse operatoriamente. Lo puesto que también 0 = b . b' (y es imposible deducir o
que no significa que no desborde todas las operaciones derivar la figura b de la figura a). Otro tanto diríamos en
que conducen a él, y las «elimine» alternativamente el caso a + a ' = 1; b + b ' = 1. Podríamos utilizar nom-
(como un invariante terciogenérico de las sustituciones que, bres disociados diferentes, en principio (a. a' = W;
sin embargo, sólo se realiza en ellas). Pero desde el mo- b . b' = K: entonces vemos claro que 0 puede figurar
mento en que no presumimos su existencia previa, no ca- como término disociado: W = K = 0 ) .
be partir de ese «doce» ontológico para dar razón de la
igualdad entre «7+5» y «12», sino que, inversamente, hay Este ejemplo es más probatorio, si cabe, que el arit-
que partir de esta igualdad para dar razón de la entidad mético. Podía sostenerse que «12 = 5 + 7» y
«doce». Así diríamos, por ejemplo, que este «doce» es el «12 = 8 + 4» no encierran una síntesis puesto que
resultado, en primer lugar, de la adición del siete y del «5 + 7» es igual a «8 + 4» en un sentido analítico (y en el
cinco, en forma de una docena empírica de trazos, obje- análisis se hará regresando a las unidades trazo). La apa-
tos, etc. Llamemos a este resultado una «docena especial» riencia de síntesis a nivel tipográfico decimal ~al constar
o, si se quiere, proyectada en el espacio. Que, por otra figuras distintas en la primera definición (5, 7) y en la se-
parte, en la propia regla onomástica del nombre «12» gunda (8, 4)— se desvanecería, o se atenuaría al menos,
(aún más claramente se ve, si cabe, en el sistema binario, apelando al sistema binario (1100 = 101 + 111;
la regla de construcción del nombre «1100») ha interve- 1100 = 1000 + 100); en realidad, sólo se atenuaría (en
nido ejercitativamente una docena de posiciones combi- tanto los signos mención son ahora siempre casos de dos
natorias, por lo que la figura «12» (o «1100») lejos de mismos signos patrón) porque en rigor, las operaciones,
poder ser interpretada como un signo arbitrario (conven- por sus síntesis,- son ahora, si cabe, más patentes, al ate-
cional) de la entidad «doce», viene a ser ella misma una nernos a una base de numeración más baja (diríamos que
«docena operatoria», una docena temporal, por ejemplo, se advierte mejor la «maquinaria operatoria» en las igual-
y, por tanto, «12» o «1100» contiene un componente dades «101 + 1 1 1 = 1000 + 100» que en «5 + 7 =
iconográfico y, también, autogórico. La identidad = 8 + 4»), pero en las identidades «a + a' = b +b'», en
«7 + 5 = 12» envuelve ahora una coordinación entre esta modo alguno, ni siquiera aparentemente cabe hablar de
docena temporal que vincula al 12 y la docena espacial nexo analítico, porque no es posible obtener las clases
que vincula al 7 + 5. Cabría hablar de un circuito, en el complementarias b, b' de las a, a', ni recíprocamente. A
que los.nombres resultan ser tan aritméticos como los ob- nivel algebraico, desde luego, como hemos dicho; pero
jetos designados por ellos, un circuito en el que se realiza incluso cuando interpretamos estas fórmulas booleanas en
una identidad sintética, que podríamos representar me- un modelo no tipográfico. Supongamos que interpreta-
diante el siguiente diagrama: mos «1» como un círculo y las clases complementarias
como semicírculos codiametrales suyos (siendo la opera-
ción « + » el adosamiento de dos semicírculos por su diá-
metro). La igualdad «a + a* = b + b'», que es ahora geo-
/////// métrica, es sintética, porque la división de un círculo en
///// dos semicírculos a y a' no contiene analíticamente su divi-
sión en'b y b' ni las infinitas divisiones posibles (el «teore-
/
"1 ma dicotómico» atribuido por Proclo a Tales de Mileto no
s 1100
es, por tanto, trivial, analítico, sino sintético).

4. Dada una operación formal (es decir, con fórmulas)


La s mtesis realiza en ocasiones una identidad algebrai- cabe analizar sus características según dos modos diferentes
ca finita: (a -I- b)^ = a^ + 2 ab -1- b^, o bien 7 + 5 = 12, o (diferentes en el sentido de que pueden ir separados en
más claramente operatoria pura (a° = 1); otras veces la muchas situaciones, y no en el sentido de que no puedan
síntesis es una ad identidad (una ad igualdad, en el sentido ir unidos en ninguna: cuando esto ocurra, será porque la ,
de Leibniz), una síntesis infinita en la que los términos re- «propiedad» se convierte en «aspecto»):
sultantes identificados ni siquiera consta no se desborden
mutuamente, anteriormente a las operaciones del paso al (A) Modo primero: las características de la operación
límite (por ejemplo [e = lim (1-1- 1/n)"]). Las considera- (regla de transformación, etc.) se mantienen de suerte que
ntes no se tome en cuenta el término resultante segregado, sino la
ciones precedentes, nos obligan a distinguir sistemática- propia disposición de los componentes. Sin duda, el tér-
mente dos contextos (o suposiciones) distintas de los nom- mino resultante estará aludido, pero oblicuamente. El
bres del término resultante de una operación: nombre del término resultante se considerará, a lo sumo.

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como término asociado a los «factores». Puede decirse que ciones de los aspectos operatorios con las propiedades.
los caracteres apreciados en la operación se manifiestan Así como los aspectos verbales (por ejemplo, el aspecto
ahora independientemente del término disociado. de la acción repetida frente a la espontánea) atraviesan
unas veces los tiempos («picoteaba», «picoteará») y otras
(B) Modo segundo: los caracteres de la operación se veces se recluyen en las fronteras de un tiempo (acción
consideran en función del término resultante, en cuanto terminada —«escribió»—, acción durativa —«escribía»—,
disociado (sea porque se utiliza su nombre disociado, sea el perfectum y el infectum), así también los aspectos ope-
porque se utiliza el «nombre asociado» pero en función ratorios de las operaciones algebraicas se cruzarán unas
de nombre del.término resultante). veces con las propiedades y eventualmente se ajustarán al
ámbito de alguna de ellas.
Llamaremos «propiedades» a las características de Los conceptos precedentes nos permiten distinguir
una operación (si las hay) según el modo primero y «as- características, de otro modo confundidas, tales como la
pectos» a las características de las operaciones (si las hay) llamada «conmutatividad de la adición» y la «desigualdad
dadas según el modo segundo. Las propiedades de las ope- aditiva»: [(a 4- b = a -H b) —> (b -H a = a + b)] y [(a -I- b = '
raciones, según esto, han de ser tales que puedan expre- = c) - ^ (c a)]. Son propiedades (a 4- b = b + a); (a + b
sarse al margen, por decirlo así, del valor resultante, como >a). Pero son características aspectuales (a -H b = c) y (c
si estas propiedades fuesen puramente sintácticas. Tal >a). Si c se entiende como nombre asociado a a -t- b el
ocurre, en realidad, con los conceptos similares al de la pro- aspecto podría reducirse a la situación de propiedad.
piedad asociativa: (a H- b) + c = a -I- (b -I- c). Como caso lími-
En la operación ( a u 0 = a) podemos hablar de aspecto
te, en el que sólo cabe hablar de propiedades porque, aun-
en la medida en que a figure como nombre disociable
que hay operaciones, no hay siquiera términos resultantes
(por ejemplo a*, es decir a u 0 = a*) y sólo ulteriormente
definidos (incluso éstos se consideran absurdos, en el con-
probaremos que a* = a. Pero como a* es un nombre del
texto) podríamos citar las situaciones matemáticas en las
mismo a, hay que decir que este aspecto de a U 0 = a (la
cuales los términos resultantes exceden el «campo de nú-
neutralidad) es a la vez una propiedad, puesto que el tér-
meros» del que brotaron (por ejemplo, las propiedades
mino a no sólo es el nombre del resultante (aspecto) sino
de la operación 1 ; V - a =V—a, en el campo de los nú-
también el del coipponente (propiedad). Pero un aspecto
meros reales, en donde V— a no es ningún resultado, no
de una operación que consiste en remitirnos a un término
tiene referencia). Las características «aspectuales» sugieren
que resulta ser precisamente uno de los factores (es decir,
un nivel de análisis más profundo (desde el punto de vista
una propiedad) es un aspecto, puesto que el factor resul-
semántico) que las características «propias» (más bien sin-
tante (propiedad) debe entenderse precisamente como re-
tácticas) porque nos señalan la con'fexión con los térmi-
sultante, (como nombre del resultante y no del factor),
nos-referencias resultantes, en cuanto tales (es decir, sin
por lo tanto, como un aspecto. La situación es distinta en el
perjuicio de que estos sean o no designados por nombres
caso aritmético (a x a = a^). N o cabe hablar de idempo-
distintos de los nombres de los factores).
tencia, aunque se reproduzca el término a; 2? a lo sumo
Ahora bien: cuando el término resultante es, preci- denota un término resultante distinto de los componentes
samente, uno de los componentes —es decir, cuando pue- (a, a) un término que puede recibir un nombre disociado
da afirmarse de algún modo que una «propiedad» es, a la de ellos (c = a x a), aunque por lo demás, a^ (en a x a =
vez, un «aspecto»— entonces la característica adquiere =2?) más que nombre del término resultante podría ser
una modalidad, por así decirlo, transcendental (en cuanto nombre de la propia operación (a x a) y, en este sentido,
es la misma sintaxis —«propiedad»— la que incluye, di- en todo caso, a x a = a^ es más bien una propiedad que un
gámoslo así, su propia semántica —«aspecto»— y recípro- aspecto (se «alinea» mejor del lado de las operaciones que
camente). Que (aua = a) contiene una característica de la del lado de los aspectos). Esto confirma la necesidad de
operación de distinto tipo que las características de la ésta distinción para evitar expresiones tales como «pro-
operación (a x a = c) (para a # 1) se refleja ya en la cir- piedad idempotente deu» (aua = a) dado que, en este
cunstancia de que suele hablarse de «propiedad de idem- caso, el nombre a «resultante» es nombre disociado
potencia» en el caso (a u a = a), mientras que en el caso (nombre del resultado) de la operación —no es propie-
(a X a = c) no se.dice nada (o, a lo sumo, negativamente, dad— aún cuando semánticamente resulte ser el mismo
se habla de la no-idempotencia del producto aritmético). (signo patrón) término componente. Por lo demás, como
Pero el caso (a x a = c) nos remite a un aspecto de una hemos dicho, una operación está siempre vinculada a los
operación (el término «c» es disociado); en el caso términos (semánticos) y, por tanto, es preciso tener en
(au a = a) apreciamos, sobre todo, un aspecto, en cuanto cuenta en cada caso estos términos al hablar de las propie-
«a» resultado ha de figurar, como tal, disociado (podría dades y de los aspectos. La llamada «propiedad modular»
escribirse: au a = x), y si es «propiedad» lo será en tanto de la operación «x» (a x 1 = a) es, en rigor, un aspecto
que el resultado «a» nos devuelve a los factores. Aunque de la operación «X 1», aplicada a cualquiera de los tér-
el carácter de propiedad quedaría mejor declarado en ésta minos pertinentes (se trata de una forma de operación
otra disposición: (aua = aua) que, sin embargo, todavía monaria). La operación booleana antes mencionada
no contiene la síntesis operatoria. (Si el resultado de ( a - l - b = b, a-l-a = a, etc.) tiene el aspecto de la idempo-
(aua) lo llamamos «c», es decir, si hacemos (aua = c), tencia en el caso a 4- a = a (la contravalencia es idempo-
será preciso luego añadir la definición c = a, en donde c tente para el caso [O, 0]) y no lo tiene en el caso b + b =
desempeña el papel de nombre de a, que es el resultado). = a. Suele reconocerse ésta diferencia distinguiendo pro-
piedades de las operaciones (conmutatividad, etc.) y pro-
piedades de algunos términos privüegiados (elementos
Denominamos «aspectos» a las características simila- neutros, absorbentes). Pero ésta es una distinción casuís-
res a las así señaladas, en virtud de cierta analogía que ca- tica y el concepto exige que se reúnan en una perspectiva
bría establecer entre las relaciones de lo que los gramáti- más general.
cos llaman aspectos verbales con los tiempos, y las rela-

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EL BASILISCO, número 7, mayo-junio 1979, www.fgbueno.es

En resolución: cuando hablamos de propiedades pu-


ras de las operaciones, no aspectuales, nos desligamos de
los objetos resultantes, manteniéndonos en el plano de
los factores o componentes y nos alejamos de toda pers-
pectiva transcendental. Perspectiva que, en su reducción
algebraica, no puede referirse a otra cosa sino precisa-
mente al nexo de las operaciones con los términos resul-
tantes. Por tanto, interesa atender a los aspectos de las
operaciones (mejor, a las propiedades con significados aspec-
tual), puesto que las propiedades puras, por sí mismas,
pueden ser mostradas abstrayendo los resultantes:
a X b = b X a (cualquiera que sea el resultado disociado de
la operación). Las características aspectuales de las opera-
aciones nos remiten de las operaciones a los términos y de
los términos (considerados según alguna propiedad: neu-
tra, absorbente) a las operaciones.

El concepto de aspecto nos permite, ya de inmediato,


dar una interpretación de los motivos por los cuales la
«propiedad de idempotencia» ha podido ser invocada en
el momento de discriminar la Lógica y las Matemáticas. La
idempotencia es aspectual, diremos, porque su concepto
incluye necesariamente referencia al término resultante
de la operación (au a = a). La noción de aspecto obliga a
estrechar la conexión entre los momentos sintácticos y los
semánticos (en las tablas de verdad, el functor negador,
en cuanto involutivo, es necesdx'izmente semántico, y, por
ello, apofántico).

III. ASPECTOS REITERANTES DE LAS


OPERACIONES. LOS ASPECTOS
«AUTOFORMANTE» Y
«HETEROFORMANTE»

1. Toda ciencia formal —en rigor, todo lenguaje— to reiterante». Hablaremos de aspectos reiterantes cuando
ha de atenerse a un depósito de símbolos de cardinal fini- la repetición de símbolos (o de secuencias de símbolos),
to y generalmente muy limitado (digamos del orden de tenga lugar en virtud de algún motivo gnoseológico sis-
10^). Como las construcciones formales pueden analizar- temático especial (no en virtud del inotivo general que
se como si fuesen líneas de símbolos (establecidas según hemos mencionado), de alguna regla (ligada a la opera-
ciertas reglas de formación y de transformación) cuya lon- ción) que supondremos aplicada a algún material o pará-
gitud es ilimitada (> 10-^) puede afirmarse (por motivos metro (núcleos). Consideremos aquí los casos en que esta
onomástico-generales) que los símbolos elementales, así regla define una operación o una función, una transfor-
como secuencias de longitud variable, se repiten en las mación que aplicada a un material dado, determina repe-
fórmulas, y que la distinción entre signo mención (token) y ticiones sistemáticas (respecto del material paramétrico o
signo patrón es una de las distinciones centrales en la teo- de los símbolos entre sí). Al estar ante una operación, esta
ría de las construcciones formales. Una distinción de repetición sistemática en el término resultante —eñ cuan-
directa significación gnoseológica y no sólo una distinción to su clave reside, por decirlo así, en los componentes—
ontológica, genérica a todos los signos (al menos fonéticos tendrá que ser computada como un «hecho aspectual»,
(48)) que oblicuamente incidiese en la teoría de las cien- dado que el concepto de aspecto alude al contenido
cias formales. semántico de los términos resultantes. Distinguiremos de
inmediato una reiteración débil de una reiteración fuerte.
En la reiteración débil, la repetición es sistemática, pero
La repetición de los símbolos elementales o de se-
afecta únicamente a las partes del término resultante,
cuencias de estos símbolos es el fondo desde el cual
con abstracción de los términos componentes (20/3 = 6'666...)
vamos a introducir el concepto de los «aspectos reiteran-
en la reiteración fuerte la repetición sistemática afecta
tes» de las operaciones formales. Estos aspectos reiterantes
también a las relaciones entre los términos resultantes y
presuponen, desde luego, la repetibilidad general de sím-
los términos componentes (20/9 = 2'222..., en donde la
bolos primitivos y de secuencias de símbolos de las cuales
repetición de «2» es sólo una parte no nuclear del sím-
estamos hablando, pero la realizan de un modo especial.
bolo original, considerando como núcleo al conjunto de
partes afectadas por la operación). Podríamos llamar «re-
De un modo especial: no toda repetición de símbolos producción» a la reiteración fuerte, y «aspectos reprodu-
o secuencias requiere la apelación al concepto de «aspec- centes» a las características aspectuales ligadas a la repro-
ducción («re-producentes», por analogía con la forma
(48) Cassirer, Filosofm de las formas simbólicas, trad. esp. F.C.E., I, pág.
142.
castellana «contra-producente»). Cierto que en ésta re-

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producción habrá que distinguir la reproducción distribu- Además el todo T de la inducción matemática es una
tiva del núcleo original (en el límite: del todo) —20 x 1 = serie; por ello el paso de la parte al todo comienza por el
= 20— o de un núcleo suyo —(a + b)^, en (a + b)— y la primer término de la serie. El paso es constructivo,
reproducción de una parte que no sea núcleo atributivo porque si P vale para n, vale para n + 1. Por tanto P no es
del término origen (20 / 10 = 2). Evidentemente, es la re- una propiedad distributiva (de la que pueda decirse que
producción nuclear o total aquella que es verdaderamente vale para algunos números) sino que es atributiva. Por lo
significativa aspectualmente, porque entonces el nombre demás, la inducción matemática resulta de una confluen-
del objeto y el objeto dependen del sistema. cia de cursos de construcción que arrojan un mismo resul-
tado (identidad sintética). Podemos llamar horizontal a
2. Por otra parte, la reiteración (y, en particular, la uno de estos cursos constructivos y vertical al otro (en el
reproducción total) puede afectar, en primer lugar, a los caso más sencillo). Ocurre que en la línea vertical, la in-
valores ó términos (simples) de la función o de la opera- ducción matemática incluye una suerte de inducción aris-
ción; pero también puede afectar a la función misma, en totélica (o «juicio reflexionante») dado que cada nueva
tanto ella viene expresada en símbolos formales y, recí- construcción horizontal debe poder ser subsumida en la
procamente, en tanto los símbolos sólo alcanzan significa- fórmula general (50). En cuanto a la inducción lógica: las
do en el ejercicio operatorio. Esta última posibilidad se propiedades son distributivas y de algunas (o todas) las
comprende perfectamente en el caso en el cual una opera- partes observadas pasamos a un todo distributivo, que
ción o función 9 se aplica a una materia que ya contiene, a habrá de ser sin embargo, recorrido paso a paso (en gene-
su ve2, otra operación | cuya reiteración es la que está de- ral, en cualquier orden): la «inducción confirmativa»
terminada por 6. Distiguiremos así una reiteración de tér- tiene que'ver con esta construcción. Las llamadas «defi-
minos (débil o fuerte) y una reiteración de funciones (o niciones por abstracción» en matemáticas, son inductivas
reproducción funcional). La operación a x 1, cuyo térmi- en este sentido. («Si dos conjuntos son coordinables de-
no resultante es a envuelve el aspecto de una reproduc- cimos que tienen el mismo cardinal»; «todas las fraccio-
ción de términos; la operación D a" = a" D u L a, tiene un nes iguales representan un mismo número racional»;...).
aspecto de reproducción funcional (a") además del aspecto
de reproducción del otro operador D y la reproducción Los símbolos repetidos en una operación reiterante
del término a. pueden formar una totalidad de tipo (por ejemplo, la to-

3. Ateniéndonos principalmente a la reiteración


(fuerte o débil) de términos, la distinción gnoseológica
más importante que debemos de hacer tiene que ver con
la distinción entre totalidades atributivas o nematológicas
(que designaremos con la letra T, «te latina») y totalida-
des distributivas o diairológicas (que designaremos con la
letra i;, «te gótica») (49). En efecto: los términos reitera-
dos sistemáticamente constituyen totalidades isológicas
(respecto de las partes repetidas). Y una totalidad isológi-
ca puede ser de tipo T (la «barra de oro» de que se habla
en el Protágoras platónico) y puede sobre ella definirse
unatEda clase de las monedas de un mismo cuño). Una
totalidad T puede ser un conjunto, o una serie. El con-
cepto ordinario de «inducción aritmética» se mantiene en
la confusión entre las totalidades de tipo T y C Se en-
tiende en efecto por inducción el paso de la atribución de
una propiedad P observada en las partes (en algunas o en
su conjunto) al todo. Se supone que en la inducción mate-
mática el proceso consiste en extender una propiedad P
advertida en algunos números naturales a la totalidad de
esos números. Pero con esto se oscurece la namraleza del
proceso de la inducción matemática, al aplicársele el
esquema de la «inducción lógica» aristotélica o baconiana.
Introdiizcamos la distinción entre T ytE: concluiremos
que la inducción matemática es un paso de la parte al
todo, pero de una parte t\, a un todo de tipo Ti< (sin perjui-
cio de la intercalación, én el proceso, de totalidades ),
mientras que la inducción lógica se nos revela como un
paso de una parte p a un todo (sin perjuicio de la inter-
calación en el proceso de totalidades del tipo T).

(49) Nos remitimos a nuestra Teoría de los todos y de las partes (inédita).
Ver El Basilisco, n° 2, pág. 28 nota 73. Aquello que algunos (Stegmü-
11er, op. cit.) llaman «conceptos clasifícatorios», tiene que ver con las
«totalidades®», así como los «conceptos cuantitativos» tienen que ver
con las «totalidades T» -aunque no toda la totalidad T sea cuantitativa
formalmente. (50) Ver más adelante, IV, 4.

EL BASILISCO 37
EL BASILISCO, número 7, mayo-junio 1979, www.fgbueno.es

talidad de las figuras «2» obtenidas al dividir por 2 cada


uno de los elementos del conjunto 2N) y pueden también
formar una totalidad de tipo T, por ejemplo, la repetición
del binomio base (x — a) en el polinomio algebraico de
exponentes enteros ordenado:

f (x) = ao (x —a)" + ai (x — a ) ' + ... + a„(x —a)"

Sin embargo los coeficientes a¡ pueden ser O y, en


todo caso, el valor de cada término del polinomio es inde-
pendiente de los demás, por lo que podría decirse que
constituye un todo®(el « + », al permitir la anulación de
cada término sin repercusión en la anulación del polino-
mio entero, es asimilable al « »).

Los llamados algoritmos de iteración (51) son reite-


rantes y forman totalidades T acumulativas.

Cuando los símbolos-términos (o las secuencias de


términos) se repiten regularmente, según un cierto ritmo,
la reiteración caracteriza a las funciones periódicas. Dado
el operador E (respecto del incremento h, definido por la
igualdad E f (x) = f (x 4- h) podemos definir una función
periódica de período h: E f (x) = f (x) (si h = 2 jt, tendre-
mos: E sen X = sen x).

4. Un operador cuyo concepto corresponde pun-


tualmente al aspcto de la reiteración es el operador I
(operador unidad o idéntico) que pueda redefinirse a tra-
vés del operador E (teniendo en cuenta que éste puede
reiterarse: E^, E^,..., E" f (x) = f (x -I- nh)) mediante la for-
ma E" f (x) = I f (x) = f (x). La operación [E — I]^ f (x) es
reiterante (en sentido fuerte) o reproducente de las pro-
pias funciones, puesto que cabe escribir:

[E —1]2 f (x) = [E2 — 2E + P] f (x) formas de reiteración pueden tener lugar en el ámbito de
las relaciones nematológicas (las relaciones de parte a par-
Aplicando sucesivamente: te o de parte a todo de tipo T).
[E — I F f ( x ) = [E — I ] . [ E — I ] f ( x ) = La operación a x 1 = a es evidentemente autofor-
= [E — I ] . ([E — I ] f (x)) = [E — I ] . [Ef(x) — mante en el sentido dicho; la operación a-' = a x a x a es
heteroformante (aunque sea reproducente) puesto que el
— I f (x) ] = [E — I ] . [f (X + h) — f (x)] = término resultante k = a x a x a, mantiene, con respecto
= E[f (x + h) —f(x)] — I [f(x + h) —f(x)] = etc. a cada término reiterado la relación del todo T a la parte
de T (k es un todo acumulativo). La operación a' = a x
5. Llamaremos operaciones autoformantes (o aspectos X a X a, podía entenderse en efecto en el sentido de que
autoformantes de una operación o función dada) a aque- a^ sea sólo el nombre de a x a x a. La operación 10— 5 =
llas que incluyen la reproducción (o reiteración total) de = 5 es heteroformante, en tanto que aspectualmente, el
al menos uno de los núcleos o términos nucleares com- término «5» resultante debe ser término disociado, sin per-
ponentes (sin excluir el functor) en el término resultante juicio de su isologismo con el «5» paramétrico, pues no
(lo que puede tener lugar a través de la reproducción de debe considerarse meramente como otra mención distri-
una función) de suerte que la relación entre el término re- butiva de un mismo signo patrón, dado que ambas men-
producido y el término parámetro sea de identidad isoló- ciones mantienen, respecto del término 10, a través de la
gica distributiva, es decir, cuando los térininos se manten- operación, la relación de dos partes atributivas T (5 + 5 =
gan entre sí como partes de un todo de tipo tE (identidad = 10).
esencial) y, en el caso eminente, como la misma parte
(identidad numérica o sustancial). El concepto de reversibilidad {2L la que Piaget y su
escuela consideran esencial a cualquier tipo de opera-
Cuando esto no ocurra, hablaremos de operaciones ción), interfiere en parte con el concepto de aspecto auto-
heteroformantes. Debe advertirse que las operaciones hete- formante. En efecto, una operación reversible es una ope-
roformantes no excluyen la reiteración, ni siquiera la rei- ración que, a través de su inversa, nos conduce al punto
teración fuerte (cuando no es nuclear). Pero todas estas de partida. La reversibilidad —que contiene confusiva-
mente también a la involución— es así un modo (aunque
(51) Rey Pastor, Análisis algebraico, Madrid, 1946,1, ca. V («Algoritmos no el único), de lo que después llamaremos involución
de iteración»). autoformante. Pero no toda operación autoformante es

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reversible, en el sentido de Piaget, aunque sí toda re- curso involutivo). Para la idernpotencia involutiva, más
versión es una autoformación. adelante.

Citamos los tres modos principales de los cursos ope- (B) El modo de autoformación absorbente. Mientras
ratorios autoformantes: que el aspecto modular nos remite a un operador que re-
produce otros términos, desapareciendo él mismo como
(A) El modo de autoformación reiterante o modular, término, el aspecto absorbente determina la eliminación
que tiene lugar cuando la operación reproduce inmediata- del término al que se aplica la operación, reapareciendo
mente (en las condiciones tE dichas) uno de los factores como resultante el término absorbente: a x O = 0. Diría-
nucleares o todos ellos. Por ejemplo a X l = a ; a + 0 = a mos que si por el aspecto modular los términos dados son
Los módulos pueden interpretarse, en efecto, directa- reconstruidos operatoriamente, por el aspecto absorben-
mente, como operaciones formalmente autoformantes, te, los términos de referencia son destruidos (52).
expresando inmediatamente la unidad de un término. El
módulo «O» incluye (como «unificador») que a = a (a tra- (C) El modo de autoformación involutivo. Según
vés de a — a = 0). La función de 1 en contextos de iden- este aspecto, una operación se nos presenta como condu-
tidad se manifiesta claramente en fórmulas que contie- ciéndonos internamente (al ir reiterándose encadenada-
nen coeficientes unitarios. mente sobre sus resultados anteriores) al término o tér-
minos de partida (parámetros), después de una serie de
La idernpotencia podría considerarse como el aspecto pasos (finitos o infinitos).
autoformante de algunas operaciones en el caso en que la
reiteración reproducente se aplica a términos no distintos Debe tenerse en cuenta sin embargo que el concepto
entre sí: a n a = a (caso limité: a un sólo término p = p). de involución no nos remite siempre a un curso autofor-
En el caso en el cual las operaciones idempotentes se mante, puesto que puede ir envuelta en un proceso hete-
aplican a términos distintos entre Sí (a, b) en el aspecto roformante (términos resultantes disociados) acumulativo:
autoformante inmediato desaparece (anb = c), salvo en el tal es el caso de las funciones periódicas. Aparentemente,
caso a c b , en donde a n b = a. En el caso a ?: b, sin embar- tras de cada período 2 Jt, se produce el valor de sen x =
go, tenemos a n b , = c (heteroformante), pero, a n b = c y = k. Pero, en rigor, la cuestión habría que analizarla de
b n c = c (con lo que se obtiene una autoformación en un otro modo: por un lado habría que distinguir una serie
(totalidad T) de arcos (O, J t / 2 , jt, 3 J I / 2 , 2jt, 5JT:/2,
7 x/2,...-) que van acumulándose («reteniéndose en el
tiempo») y que corresponden a valores de x. La operación
formadora de ésta serie infinita es evidentemente hetero-
formante sin perjuicio de que produce isológicamente ar-
cos similares parcialmente. La operación sen x transforma
cada valor (o término) de la serie de arcos (xi, X2, ...Xn).
Esta operación sen x, no es pues la que determina el desa-
rrollo de la serie (x(, xi ...x„), ni, menos aún, en modo
alguno, cada resultante de sen x determina el valor de x¡+j
o de sen X| + j . Por tanto ocurre como si la operación

sen X se aplicase no acumulativamente (T), sino distributi-


vamente ( O ; que los valores de estas aplicaciones se re-
pitan periódicamente es algo que no ha de confundirse
con una aspectualidad autoformante, por modo involutivo
de la operación sen x (la involución no está determinada
por la operación sen x, sino por la serie xi, X2y... x„ sobre
la cual se aplica la operación sen x).

En cambio cabría reducir la idempotencia a un caso


de involución autoformante si interpretamos el curso de
derivación de la idempotencia de una operación booleana
como un período (al estilo de Huntington):

x . x = x . x - l - 0 = x . x - l - x . x ' = x(x + x') = x . l = x

(52) Cuando comparamos las fórmulas (aisladas) a X O = O y a X l = l


no aparece razón alguna para llamar a «O»: absorbente y a «1» modulante
(puesto que igualmente podríamos ver a «a» como un módulo respecto
de O en la primera fórmula y a «a» como un absorbente, respecto de 1
en la segunda. La distinción aparece cuando cada fórmula se compara
con otras en las que se maijtenga «O» y «I» variando los otros términos:
axO = O, bxO = 0, cxO = 0... y ax 1 = a, b x 1 = b, ex 1 =c.... A nivel de
estas clases ya cabe decir que (en la primera) el «a» es absorbente
respecto de a, b, c... y que (en la segunda) el 1 es modulante respecto de
a, b, c...

EL BASILISCO 39
EL BASILISCO, número 8, julio-diciembre 1979, www.fgbueno.es

ARTÍCULOS

OPERACIONES
AUTOFORMANTES
Y HETEROFORMANTES
Ensayo de un criterio de demarcación gnoseológica
entre la Lógica formal y la Matemática
(II)
GUSTAVO BUENO MARTÍNEZ
Oviedo

dos según operaciones autoformantes, o en la medida en


I V . LA LÓGICA FORMAL COMO CIENCIA que son consideradas como tales. No es una ciencia de-
CARACTERIZADA POR OPERACIONES finible, sin más, a partir de una presunta naturaleza de los
A U T O F O R M A N T E S ; LA MATEMÁTICA términos de su campo (pongamos por caso, términos
C O M O CIENCIA FORMAL, constitutivos de totalidades C p o r oposición a términos
CARACTERIZADA POR OPERACIONES pertenecientes a totalidades T, que corresponderían a los
HETEROFORMANTES conjuntos, continuos o discretos, matemáticos), sino a
partir de la naturaleza de las operaciones respectivas que,
a su vez, incluyen un tipo especial de relación. Otra cosa
es que las relaciones entre términos resultantes de opera-
Sugerimos la posibilidad de ensayar como
ciones autoformantes hayan de presentar un aspecto íC:
criterio para establecer la distinción entre
no sería este lo que constituye la logicidad en cuanto tal,
lógica formal y matemática la oposición
puesto que las relaciones entre términos resultantes de
entre operaciones (o procedimiento^
operaciones autoformantes no tienen por qué ser siempre
constructivos) autoformantes y heterofor-
relaciones de la lógica de clases distributivas. Las clases dé-
mantes. Ensayar: porque no se trata mera-
bilmente estructuradas de las que habla Piaget, por ejemplo
mente de estipular esta distinción como
(53) serían sencillamente clases en las cuales no cabe defi-
criterio demarcador, sino de aplicar en cada caso nir operaciones heteroformantes, puesto que sus elemen-
gamos «empíricamente»— el criterio y dar cuenta de los tos están ligados con ciertas «cualidades comunes», sin
contraejemplos de modo satisfactorio, es decir, de suerte que esté dada una operación capaz de construir, a partir
que estos contraejemplos resulten a la vez analizados por de estas cualidades, otras cualidades de las clases envol-
el criterio, y éste desarrollado por ellos; todo lo cual cons- ventes o envueltas de la clase presupuesta. Algo análogo
tituye más bien un programa, una metodología para esta- se diría de las clases semiestructuradas. Las relaciones esta-
blecer un criterio de demarcación, cuya plausibilidad sólo blecidas entre términos resultantes de operaciones auto-
puede robustecerse a partir de sus mismos resultados formantes son, sin duda, relaciones de identidad, y de
«empíricos». identidad sustancial entre figuras geométricas; pero de
identidad autoformante, aquella en cuyo ámbito se esta-
La lógica formal sería una ciencia caracterizada por la blece la co^e^fw/í?, la «persistencia» de las posiciones pre-
estructura autoformante de sus procedimientos, mientras vias dadas en los cursos operatorios, aquello que, en espe-
que las matemáticas resultarían caracterizadas por la es- cial, queda formulado en la llamada «teoría de la identi-
tructura heteroformante de sus construcciones. Gnoseo-
lógicamente, diríamos, la Lógica es la ciencia que esta-
blece las relaciones que brotan entre términos construí- (53) Piaget, Traite de'Logique, op. cit., pág. 70-71

EL BASILISCO
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dad» (en los Principia, la teoría del símbolo x ~ y como pueda hablarse de construcción científica. También de
abreviatura de (f) [f! %oí\ y] designando por f! a las fun- aquí podría derivarse la necesidad de una relación antisi-
ciones predicativas). Pero la reinterpretación de la «lógica métrica (por lo menos entre los términos que ya habíamos
de la identidad» como un caso especial de los procedi- mostrado debían ser distintos.
mientos autoformantes requiere una discusión minuciosa
que desborda los límites del presente trabajo. Ahora bien: un campo dotado de dos clases {O }, {1},
entre las cuales media, por lo menos, una relación antisi-
En cualquier caso, este criterio no puede entenderse métrica, sólo admite operaciones autoformantes, y esto en
de un modo simplista, como una dicotomía que pudiera virtud de la misma naturaleza aspectual del concepto de
manifestarse nítidamente en cualquier trozo de construc- operación o transformación autoformante. En efecto,
ción lógico formal, comparada con cualquier trozo (to- dado que contamos solamente con dos términos, las ope-
mado a cualquier «escala») de construcción matemática. raciones monarias son necesariamente autoformantes, sea
El criterio ha de aplicarse a escala adecuada, a sabeer, a por vía reiterante, sea por vía involutiva. Si las operacio-
escala gnoseológica, en el proceso de los cierres catego- nes monarias son reiterantes, son autoformantes, obvia-
riales de las construcciones respectivas. Aquellas zonas mente; si no son reiterantes, son necesariamente involuti-
en las cuales la línea de demarcación, según el criterio, vas. Adviértase cómo este criterio da cuenta de la natura-
se hace borrosa, deberán poder presentarse como zonas leza lógica de la negación G -^ un modo, mucho más senci-
en las cuales precisamente los procedimientos lógico llo del que les es posible ofrecer a Quine en su Filosofh de
formales interfieren con los procedimientos matemáticos' la lógica (54). Las operaciones binarias son necesariamen-
y recíprocamente. te autoformantes, sea por vía modulante, sea por vía ab-
sorbente, sea por vía involutiva.
Aquí solo podemos dar algunas indicaciones sobre el
modo según el cual entendemos este «programa de de- Las operaciones monarias, en el campo así definido,
marcación» entre la lógica formal y las matemáticas. pueden ser las siguientes:
2. Ante todo, podríamos comenzar construyendo —una operación modular recurrente: 1± = 1; 0± = 0.
sistemas formales según procedimientos deliberadamente Esta operación no suele ser representada (aunque si ejer-
autoformantes y mostrando cómo estos sistemas formales citada) en los cálculos.
resultan ser intrínsecamente de naturaleza lógico formal _ —^una operación involutiva: 1 = 0; 0 = 1 (de donde
—es decir, similares a aquellos que se consideran de esta 1 = 1; 0 = 0).
naturaleza—.
Presentaremos el caso más sencillo; un álgebra bina- Las operaciones binarias idempotentes sólo pueden
ria reducida a sólo dos términos constantes, las propias ser dos, y necesariamente autoformantes:
cotas 0,1 de las álgebras booleanas sobre infinitos térmi-
nos XI, X2,... x„, tales que O ^ x¡ ^ 1. Un campo gnoseoló- — operaciones con la propiedad modular y absorben-
gico (para la teoría del cierre categorial) tiene que tener te a la vez:
más de un término (más de una clase de términos), por- 1 + O = 1 (el término O es modular respecto de + y el
que con un sólo término nada puede construirse. El nú- : 1 es absorbente).
mero mínimo de estos términos es el de dos. Tenemos
aquí dos clases de términos, a saber, la clase de las mencio- 1.0 = 0 (el término O es absorbente de 1 y es modu-
nes del signo patrón O, y la clase de las menciones del signo • lar de.)
patrón 1.
— operaciones con idempotencia, como fusión del
Además, es precisa una relación formal indetermina- aspecto modular y absorbente:
da asimétrica entre ellos, puesto que la mera presencia de 1.1 = (modular de 1 respecto.)
dos términos induce ya a una relación simétrica entre
ellos, a saber, su propia diversidad o alteridad, y con la so- 0 + 0 = 0 (modular de O respecto de +)
la relación simétrica indeterminada, no es posible sino
una sola operación. Cualquier operación sería indiscerni- — los dos casos anteriores pueden ser cdinprendidos
ble en sus resultados si los dos únicos términos de refe- como automodularees. Bajo la rúbrica de autoabsorbente
rencia fuesen simétricos entre sí, meramente distintos. cabe reexponer la idempotencia de éste modo:
Aunque fuesen estéticamente diferentes, estarían en situa- 1 + 1 = 1 (absorbente de 1 respecto de +)
ción parecida a la que se plantea en la diferencia construc-
tiva de las figuras enantiomorfas. 0.0 = 0 (absorbente de O respecto de.)

Estableceremos pues la relación antisimétrica Ocl. Las operaciones binarias, en este campo de dos tér-
Daría lo mismo suponer IcO, pero no cabe admitir ambos minos, podrían ser no idempotentes; pero entonces serían
supuestos a la vez, porque se borraría la distinción exigida autoformantes a través de la vía involutiva. La opera-
entre las dos clases 1 y 0. Es la propia distinción entre 1 y ción ® (una especie de adición aritmética, módulo 2) tiene
O la que obliga a entender la relación «c», para el caso estas características (coordinables a lo que en la lógica de
0*^1, como asimétrica (en otras situaciones, esta relación, proposiciones se llama «contravalencia»):
como es sabido, es antisimétrica). 1 ® 1 = 0 ; J [ © 0 = 1 ; 0 ® 1 = 1;0®0 = 0
Pero, según la teoría del cierre categorial, es también
necesario disponer de más de una operación, para que (54) Quine, Filosofía de la Lógica, trad. esp. Alianza, 1.973, pág. 72.

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Esta operación es autoformante, porque es involuti- muías, cuando se evalúan constructivamente; internamen-
va: te, a partir de operaciones definidas, y no exógenamente.
La evaluación de la fórmula (P-^^Q), como 1 ó como O,
1 ® 1 ® 1 = 1 (porque 1 © 1 ® 1 = 1 C ( 1 ® 1 ) = 1 ® 0 = 1 )
no esjógico formal, ni lo es la evaluación de la fórmula
Las operaciones descritas forman un sistema cerrado, (Q—>P); pero puede ^erlq_la evaluación de la fórmula
en sentido operatorio. El álgebra binaria, por ejemplo, (teorema) (P—*Q)—»(Q—»P) en la medida en que sea
respecto de las operaciones. y ©constituye un cuerpo de coñstruible según procedimientos autoformantes (Vid.
Galois y, mejor aún, un anillo de Boole (55). más adelante).

A partir de las operaciones binarias . ,® podemos de- N o es lógica formal la fórmula ( p ^ p ) - ^ p , pero lo es
terminar (y definir) la operación monaria no idempotente. la fórmula p - ^ ( p - ^ p ) . Diríamos qué tanto las tautologías
Utilizando variables x, y, z,..., cuyo campo de variabilidad lógicas como las contradicciones lógicas son fórmulas ló-
no sea otro sino el campo {O, 1} podemos escribir: gicas porque en ellas tiene lugar un proceso autoformante
(todas sus opciones ó combinaciones nos conducen siem-
x = 1 ® X (En efecto: para x = 1, 1ffi1 = 0; para x = pre a l ó siempre a 0); la verdad de este tipo de construc-
= 0, 1 ® 0 = 1 ) ciones lógicas, por evaluación, podría ponerse en esta su
También es posible redefínir la operación + a través autoformación, en tanto es evaluable como 1: pA~lp = 0,
de . y ®. En efecto: x + y = x ® y ® ( x . y). como verdad lógica (en su contenido de contradición lógi-
ca) significa: (pAlp = 0) = 1 (ver más adelante).
Como vemos, un sistema, sobre un campo binario,
no excluye las variables, siempre que esas variables sean Esto nos permite una reinterpretación gnoseoíógica
booleanas, es decir, que tomen sus valores precisamente del concepto de «tautología» por el cual suelen definirse
en los términos 1, O (designados otras veces como V, F) las verdades (identidades) lógicas, una reinterpretación
—y no se interpreten, por ejemplo, como «variables de sustitutiva de la interpretación neopositivista según la cual
frases», sustituibles por frases como es frecuente. Las las verdades lógico fórmales serían analíticas, expianato-
variables pueden ser sustituidas por los términos de un rias (56). La tautología de la fórmula (p—5'q)^>(iq^ip)
modo alternativo: es el procedimiento llamado de «eva- sólo significa que en las tablas de verdad se corresponde
luación» de las variables en el sector de opciones de las: siempre con el valor 1, lo que se coordina con la posibili-
tablas de verdad, en las cuales, efectivamente, resultan dad de ser derivada sin premisas, a partir de O premisas,
sustituidas estas variables por los términos constantes del teniendo en cuenta que las premisas de las que se parte
campo considerado. Pero precisamente un sistema formal (por ejemplo, p, p ^ q ) son a la vez consideJradas como 1
con variables de esta índole es isomorfo al sistema de la ó 0. Pero el establecimiento de esta tautología (valor 1
lógica de proposiciones no analizadas —que es el paradig- constante en todas las opciones) es sintético, no analítico
ma clásico de una construcción lógico formal. De este (57). Y la síntesis podemos advertila en el proceso (auto-
modo, hemos encontrado una razón sencilla y contunden- Formante) de reaplicación de las funciones p ^ q , ~ip, en
te —además de estrictamente gnoseológica— del «privi- los sucesivos momentos de construcción evaluada de la
legio» de una lógica de dos valores, de la razón por la cual fórmula (p—»q)—>(lq—>"lp). Solamente (podría decirse) en
se escoge el número «2», que es uno más entre los ele- el caso en que p—>q fuese 1 y ( ~ | q - ^ — |p) fuese O, la fór-
mentos de la serie natural,. Si la lógica formal «privilegia» mula sería O (por reaplicación «autoformante» de la fun-
tradicionalmente la bivalencia, no sería tanto (o sólo) por ción p ^ q ) . A su vez, recursivamente, supuesto que p—>q
motivos psicológicos (estructura dualista arcaica de nues- es 1 (en cuyo caso p no puede ser 1 siendo q = 0), sólo
tro pensamiento...), exógenos a la gnoseología, ni siquiera q - ^ p podría ser cero si —iq es 1 y —ip es 0; pero si —iq
por motivos epistemológicos (Reichenbach: O y 1 son los es 1, q es 0; y si —iP es O, p es 1 —con lo cual (p-*q)
límites de probabilidades infinitamente escalonadas, cuyo 1—>(—iq—>-]p) O, implicaría que (p^>q) l - » ( q O - ^ p l ) ,
privilegio es la certeza) sino por motivos estrictamente que es 1 (con lo cuál habría contradicción). La tautología
gnoseológicos, endógenos: un sistema bivalente es necesa- equivale (en tanto es un resultado) a la síntesis de todas las
riamente autoformante y, por tanto, lógico formal, según el cri- reaplicaciones de las funciones -> y-] a las distintas opcio-
terio que utilizamos. Un campo con un sólo elemento no nes que van reproduciéndola de modo autoformante, eva-
puede soportar, según hemos dicho, ningún sistema ope- luándola a la misma entidad, tipográfica 1, que es el cri-
ratorio. Y a partir de campos con más de dos elementos terio de verdad (la verdad lógica formal, como identidad
(dejarpos aquí la cuestión dé los tres valores), no tenemos no es, desde luego, la figura 1, sino la confluencia en I de
ya operaciones necesariamente autoformantes. las demás relaciones). El aspecto autoformaiite del proce-
so de construcción de la verdad formal (p—>q)-»(7iq—»
—*~1P) por elmétodo de las tablas, o por otro método
El carácter autoformante de ésta lógica se aplica tam- «inductivo» similar, se manifiesta precisamente en la mis-
bién a la negación, monaria, que no es idempotente, pero ma formación de la tautología o evaluación a 1, en tanto
sí es involutiva, con un período de dos unidades. La in- esta tautología es el resultado de cursos diferentes (los de
compatibilidad (functor de trazo) tampoco es idempoten- cada línea de las opciones) pero en los cuales sin embar-
te: P / P = P, pero es involutiva con un período de cuatro go, se reproduce la función —a diversos niveles— conflu-
unidades: [(P/P)/(P/P)] = P. yendo todos ellos en el mismo valor 1 (ver más adelante).

El carácter autoformante de esta lógica se manifestará


en el propio proceso de construcción cerrada de sus fór- (56) L. Rougier, Traite de la Connaissance, París, 1.955, I, cap. I (Les
deux sortes de Verité).

(55) Michel Carvallo, principes et applkations de l'analyse booleenne, (57) Diríamos que aunque cada línea o fila de la Tabla fuese analítica,
París, Gauthier-Villars, 1.961, cap. 1. la confluencia de las cuatro líneas sería sintética.

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mal que consideramos, lejos de simbolizar las relaciones


exteriores al plano en el que se inscriben sus signos, po-
dría entenderse como un proceso cuya logicidad reside en
el mismo inscribirse de sus signos, en sus transforma-
ciones espaciales, las de la sarta ordenada de izquierda a
derecha a la imagen especular de la primera, cuyas uni-
dades han permutado el lugar relativo. En efecto la ver-
dad lógica del teorema (P/Q'') = (Q"'/P"'), es indisociable
de su prueba o construcción, en tanto ésta arroja una
identidad sintética en la que confluyen cursos diversos de
operaciones. Atengámonos a la prueba que Whithehead y
Russell dan en los Principia (58), si bien utilizamos una
notación ligeramente diferente: En lugar de [T.Cnv'
( R / S ) = S|R], con objeto de simplificar, representamos,
tanto Cnv' como el arco, por el exponente unidad nega-
tiva, con lo que enlazamos además con un teorema del
cálculo matricial. Ahora bien: La prueba de Whithehead y
Russell no consiste en otra cosa (apelando prolijamente, y
aún con cierta tosquedad, a las reglas que definen las ope-
raciones d e inversión y producto relativo y al principio de
extensionalidad de las relaciones, según el cual dos rela-
ciones P, Q son la misma cuando todos los términos que
la soportan son comunes) sino en representar el proceso
de regressus de la fórmula del teorema a su base funcional
ohjetual (R = xRy, etc.), de suerte que la base del teorema
Cuando se trata de esquemas preposicionales (tipo X pudiera quedar resuelta en dos series o sartas de signos
V X - » X ) en lugar de leyes sobre variables booleanas (tipo elementales inversamente ordenados en el espacio («si-
pvp—>p), la autoformación aparece precisamente en el metría especular»). De tal modo que aquello que el teore-
proceso de reaplicación distributiva (no acumulativa, atri- ma mismo viene a expresar fuera algo así como la misma
butiva) de esos esquemas a las diferentes situaciones, relación espacial de las sartas tipográficas enantiomorfas,
principalmente a los casos en los que se dé lo que llama- como si éstas constituyesen una relación aútocontextual
remos una pseudorecursividad atributiva, para decidir si {autogórica) del mismo teorema que por medio de estos
una expresión E, constituida por <ei, ea,... A , v , v , símbolos se representa (el exponente negativo representa-
A,—>>, podría ir aplicando recursivamente la regla de for- ría la misma regla de inversión especular):
mación. Pero no por ello podría decirse que hay una
construcción recursiva atributiva, puesto que, en cada (xPy.yQz)"^ = (zQ''y).(yP"'x)
caso, la regla se aplica distributivamente, sin que los resul- Ahora bien, el teorema, aunque sin duda contiene esta
tados se acumulen, y la fórmula obtenida será bien forma- base, no se reduce a ella. Sugerimos la conveniencia de
da o mal formada, o tendrá el valor 1 ó 0. En un proceso analizarlo en su conjunto (a fin de hacer posible su com-
recursivo atributivo la fórmula puede estar bien formada paración gnoseológica con otros teoremas matemáticos),
pero sin valores determinados, como ocurre con la expre- introduciendo ideas holóticas, considerando esa base
sión V—-(3+ 4), en el campo racional. como un todo (una totalidad atributiva, de tipo T) y apli-
cando un principio general de la teoría de los todos y las
3. En general, las operaciones lógicas autoformantes partes según el cual una totalidad no se resuelve inmedia-
que tienen lugar en la inscripción de símbolos (según las tamente en sus partes elementales, sino a través de sus to-
reglas de la lógica formal) no serían, por lo tanto, distintas talidades intermedias o, lo que equivalente, las partes ele-
de las operaciones lógicas que se realizan al margen de los mentales de una totalidad pueden reagruparse en subtota-
símbolos (en la lógica mundana, utens). La verdad (iden- lidades (un conjunto en subconjuntos), lo que pone en
tidad) de la fórmula (P/Q"') = (Q"' /P"') tendría el mismo cuestión la posibilidad de un concepto de totalidad con
alcance que la evidencia praxiológica (material) de quien menos de tres elementos (59). Las totalidades («sartas»)
sabe que para cerrar una puerta que fué abierta mediante elementales están evidentemente organizadas en unidades
una sucesión de operaciones (descorrer el cerrojo y des- o subconjuntos precisos (xPy), (yQz), entre las cuales se
pegar la hoja del marco - operaciones coordinables a P y interpone el signo de producto relativo. Justamente
Q) tiene que ejecutar las inversas de esas operaciones y estas subtotalidades son las que nos remiten a las rela-
en orden inverso temporal («no sería lógico» quien trata- ciones (xRz), (zR"'x) —^los productos relativos realiza-
se de cerra^ la puerta de referencia corriendo primero el dos— que son los que (en la demostración de los Princi-
cerrojo y aproximando después la hoja al marco). Ahora pia) actúan como términos medios, que son eliminados
bien: la fórmula (P/Q"') = (Q"' /P""), no alcanza su verdad precisamente de la fórmula final («eliminación de las ope-
lógica por el hecho de que «se verifique» en ciertas mani- raciones»): (P/Q)"* = (Q"' /P''). La verdad del teorema es,
pulaciones con puertas o con otros objetos, o con frases o según la teoría del cierre categorial, la misma identidad
enunciados, sino porque puede ser construida formalmen- sintética de estos medios (xRz, zR'' x), establecida en vir-
xe. Y esta construcción —tal es el punto de vista del ma-
terialismo formalista— tiene lugar en el propio plano en
el que se inscriben los signos ordenados habitualmente en (58) Principia, vol. I, 34. 2
líneas orientadas de izquierda a derecha. El teorema for- (59) Vid. nota n» 49.

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tud del postulado de extensionalidad. Si llamamos sintéti- tegorial desarrollado según cursos operatorios indepen-
ca (no analítica) a esta identidad es porque ella es e\ resul- dientes, pero confluyentes, que son aquellos que el dia-
tado de cursos operatorios autónomos, aunque confluyen- grama únicamente representa:
tes. Podemos utilizar las dos direcciones ortogonales del
propio plano en el que suponemos se despliega el teore- -I- XI X2 p p 2"' 2"- (xi-fx2)
ma formal (las horizontales y las verticales) para levantar
un diagrama de este proceso de confluencia de los cursos p 2}(x' +X2)2x'. 2x2
operatorios independientes (la confluencia se representa
en la diagonal del rectángulo inferior derecho del diagra- Ahora bien: la impresionante analogía entre los dos
ma). El diagrama toma así la forma de una tabla de cons- diagramas anteriores ¿no exige borrar toda diferencia
trucción gnoseo entre el teorema lógico-formal ¡P/Q)"' = (Q"'/P"')] y el teo-
rema aritmético [2" . 2"^ = 2^"'2]?. No, si tenemos en cuen-
xPy. yQz i ta que los diagramas exhiben la analogía que ambos teore-
-^ XR z
mas han de guardar, examinados desde una perspectiva

Y
zQ''y*.yP''x • - ^ - ^
i-1
zR'xT\
gnoseológica, en cuanto son confluencias sintéticas —sim-
bolizadas por la diagonal—- de cursos operatorios inde-
pendientes — independencia simbolizada por la ortogona-
lidad de las direcciones verticales y horizontales. Pero si
nos remitimos (si regresamos) a la materia categorial traba-
jada por los «cursos operatorios» respectivos, podremos
La primera línea (la que contiene la primera flecha hori- constatar una significativa diferencia, que tiene que ver
zontal) representa la transformación (producto relativo) con la oposición entre las «totalidades tí » (subordinantes
de P y Q en una relación R; la segunda flecha horizontal, en el diagrama «lógico») y las «totalidades T» (subordi-
contiene la misma transformación aplicada a otra materia. nantes en el diagrama «aritmético»). Abreviando, diremos
Ambas transformaciones nos remiten a dos resultados que la «confluencia» lógico-formal, tiene lugar en virtud
(xRz, zR'x) que en modo alguno son inconexos: la co- de operaciones autoformantes, según las cuales (zR'' x) se
nexión se establece por medio de los «cursos verticales», nos da como resultado de la operación inversora (-1) apli-
el de la izquierda, consiste en una permutación o inver- cada a una totalidad mediada por (P, Q) —la distributi-
sión triple (la que afecta a los términos de cada subtotali- vidad holótica de esta operación (puesto que ella conduce
dad y las dos subtotalidades entre sí), y el de la derecha, a fórmulas cada una de las cuales realiza distributivamente
que aplica la misma transformación a los materiales co- la propia regla de inversión) se expresa explícitamente en
rrespondientes. El término (zR'x) procede, por tanto, de la apelación de los Principia (31.131) a la operación de
dos cursos operatorios encadenados que transforman el conversión—. En cuanto a (zR'x), asimismo, se nos dá
«material originario» (xPy, yQz) primero según una di- como resultado de operaciones autoformantes (en el mis-
rección vertical, y luego según la horizontal; el término mo sentido) a partir de las mismas letras (P, Q); por lo
(z R'' x) procede del «mismo material originario» transfor- cual, debe concluirse que R' es precisamente el mismo re-
mado ahora, primero, por el curso horizontal, y, después, sultado (en cuanto mediado por P, Q) que R ' , y ello en
por é\. vertical. El teorema «cierra» —encuentra su ver- virtud del «postulado de extensionalidad» (que supone la
dad— en el momento de realizarse la identidad entre referencia a x, y, z..., según 21. 43). La construcción pue-
(z R ' x) y (z R' x) — una identidad sintética porque (y es lo de, por tanto, entenderse como la confluencia de un pri-
que el diagrama representa, principalmente) sólo puede mer curso (regressus) que, partiendo de la inversión global
tener lugar en la confluencia diagonal de cursos de trans- del todo (P/Q)'', nos remite, descomponiéndolo, a. las
formaciones que han seguido caminos diferentes. Según inversiones implicadas en las partes Q"', P"', con un segun-
esto, la naturaleza lógico-formal que atribuímos al teore- do curso (progressus) que, comenzando por la inversión de
ma (P/Q'') = (Q''/P"') ha debido manifestarse en las mis- las partes (Q'', P"'), nos lleva a la composición de las mis-
mas características que pueden asignarse a esos cursos mas, a una totalidad global que resulta ser la misma (en
operatorios confluyentes y determinantes de la identidad. sentido distributivo) que la precedente y recíprocamente,
cerrando el circiúto. Podría simbolizarse este «circuito»
del modo siguiente:
Pero la naturaleza lógico-formal de estas característi-
cas sólo podría configurarse en contraste con procesos
matemáticos gnoseológicamente comparables con los qué ve- (P/Q)-'^(Q-'/F')^(P/Q)"'
nimos analizando. A fin de establecer esta comparación, Queremos subrayar que la conclusión formal del teore-
aportamos el análisis de un sencillo teorema de isomor- ma lógico mantiene su evidencia (en cuanto identidad sin-
físmo, cuya materia es evidentemente aritmética, que he- tético-operatoria) en virtud de las identidades (ejercitadas
mos considerado ya en alguna otra ocasión (60). Se trata en respectivos autologism.os) de las letras P, Q, R, x, y, z en
de la identidad (2"' .2"^ = 2"'"2), que suponemos resultante sus diversas menciones. Por ello, aún cuando el teorema se
de un isomorfismo (de los cursos operatorios implicados en puede utilizar como metro de terceras construcciones prac-
un isomorfismo). Nuestro diagrama tiene la finalidad no ticadas con otros materiales relaciónales (por ejemplo,
tanto de mostrar el isomorfismo en lo que tiene de es- «yiHermano dey»; «y Padre de z»; «x Tio de z»: «z Sobrino
tructura ya dada, cuanto de mostrar su génesis operatoria, de X», etc.) no qüeá2.probado por ellas. Más aún: La impre-
en virtud de la cual este isomorfismo puede asimilarse a la sión de evidencia lógica que eventualmente pueda obte-
condición de un teorema que establece una identidad sin- nerse de estas «verificaciones» es engañosa, sencillamente
tética fundada en las características del material mismo ca- porque (para referirnos al ejemplo) en campo tan comple-
jo y amplio como el del Parentesco (si se quiere: el campo
(60) En Teoría y Praxis, Valencia, Fernando Torres, 1977, pág. 69. del lenguaje parental ordinario, de nuestra cultura) los

8 •• • EL BASILISCO
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términos no se agotan en la identidad formal de sus nom- rior (y a partir de (1) y (2)) Vx Qx, reproduciendo luego
bres simbólicos. «Sobrino» no es una relación meramente distributivamente el curso mismo de las implicaciones
recíproca de «Tio», porque los contenidos («connotacio- ejercidas para obtener los miembros de (3) en la repre-
nes») de la primera relación no pueden obtenerse íntegra- sentación (autoformante, por tanto, por distribuir los ejer-
mente por la operación conversión de la segunda relación. cicios precedentes dé la prueba) de la fórmula Vx Px—>
Tampoco queremos subestimar la importancia de la es- —»Vx Qx. Esta fórmula, solo en tanto recibe su figura de
quematización (formalización) del material empírico, ni su la re-producción de las posiciones precedentes, puede
alcance: sólo decimos que éste es imprevisible en general sostenerse como una implicación —a la manera como la
y que debe ser explicado en cada caso, que no hay una flecha del tiempo solo es temporal cuando incluye ella
«teoría general de los modelos». Si nos volvemos ahora al misma un movimiento.
material de nuestro segundo diagrama, advertiremos que
la confluencia en él representada, que dá lugar a una iden- En cualquier caso, las llamadas cuantificaciones lógicas
tidad sistética, tiene lugar en virtud de cursos de opera- (Ax Fx, VxGx) tienen un comportamiento distinto de las
ciones heterofarmantes, formadoras de «totalidades («sar- cuantificaciones matemáticas —y esta diferencia puede
tas») atributivas». En efecto, el «resultado horizontal» establecerse precisamente mediante la oposición autofor-
(2""^") tiene, sin duda, un significado directo que nos remi- mante I heteroformante\/x Fx equivale a (Fx'V Fx2 v Fx3...),
te a una repetición acumulativa de la base: (2.2.2.2 2), serie en la cual se da evidentemente un proceso de repe-
(x 4- y) veces; el «resultado vertical» {2'.T) nos obliga a re- tición alternativa, distributiva, autoformante, de F. Po lo
gresar a dos acumulaciones (2.2.—-—.2).(2.2.—^^—.2) que respecta a Ax Gx = (Gx, A Gx2 A Gx.i ...), si bien hay
que asociamos (propiedad asociativa) en T^''. Es decisivo una acumulación conjuntiva (atributiva), esta no determi-
tener en cuenta que ahora la «asociación» exige practicar na un nuevo G, sino que es el mismo G el que se repro-
coordinaciones de figura («2») a figura, que es preciso duce {autoformándose) en cada caso: se trata de una auto-
contar (los «recuentos» de la cuarta regla cartesiana) por- formación conjuntiva. El llamado «teorema de Lowen-
que sólo en esta coordinación aritmética podemos basar la heim» («Si una fórmula de predicados de primer orden es
identidad 2"+'= 2'.20. realizable en un dominio D infinito enumerable no vacío,
será realizable en otro D' no vacío infinitamente enume-
rable») podría vincularse a esta cuantifícación autofor-
4. N o es posible aquí analizar en detalle, desde estos
mante, habida cuenta de que la infinitud puede venir a
puntos de vista, los procedimientos de construcción lógi-
ser la manera matemática de alcanzar el carácter abstracto,
co-formal por deducción o derivación, inspirados en el «cál-
no acumulativo, de ciertos predicados (61).
culo de la deducción natural» de Gentzen. Veríamos en
ellos (creemos) procesos esencialmente autoformantes.
Reglas muy utilizadas en estos procedimientos son las re- También, desde luego, en el silogismo formal cabe
glas de sustitución y del modus ponens. Pero la sustitución es apreciar indicios claros de procesos autoformantes. Para
una aplicación ^áe una fórmula u a otra^AU; la regla de atenernos a la interpretación del silogismo en la categoría
sustitución podría entonces entenderse como el recono- de la lógica de clases: La transitividad dec, que conduce a
cimiento autogórico (ejercitativo, pragmático) de la identi- la conclusión silogística (ScMAMcP—>ScP), envuelve
dad de las menciones de una variable y de su sustituyente, necesariamente una reproducción del medio (M), así como
en tanto que este reproduce distributivamente la validez una eliminación del mismo en la conclusión (eliminación
del marco de variable. La regla del modus ponens puede que desempeña aquí el «trámite» de la eliminación de las
también entenderse como una regla de autoformación de la operaciones confluyentes — regressus/progressus); una
tesis de ( p ^ q ) , en tanto que esta tesis (q) queda se- eliminación tal que es ella la que envuelve precisamente
gregada o emancipada de la hipótesis (p), siempre que in- su reproducción (porque la premisa M P está a su vez
terpretamos la inscripción de ( p ^ q ) y, luego, la de (p), apoyada circularmente en la conclusión, sin que este
—es decir, su «presencia tipográfica»— como realizacio- «círculo dialéctico» tenga que significar necesariamente
nes coordinables con un valor 1 booleano (inserto en las una «petición de principio», como entendió Descartes y
reglas booleanas), porque entonces la misma secuencia de otros muchos críticos de Aristóteles).
las inscripciones realiza autogóricamente el sentido del
funtor «—»». Si la inscripción de «p» vale 1, no podremos Por último: la propensión de la Lógica formal hacia la
inscribir, según la regla, «p» sin inscribir «q», porque su «extensionalidad» (en las categorías de clases, relaciones,
ausencia valdría O (o, si se prefiere, O significará tanto la etc.) quedaría perfectamente explicada teniendo en cuen-
falta de derivación, como la derivación errónea puesto ta el carácter distributivo de las extensiones lógicas. La
que en ambos casos se dá «negación de derivación lógi- resistencia que en cambio han encontrado todas las «lógi-
ca», aunque en uno haya «derivación psicológica»). —Si, cas intensionales», podría hacerse depender de la natura-
a partir de las inscripciones: leza atributiva, en general, de los complejos de notas in-
tensionales. La demostración aritmética «por recurrencia»
(1) A x ( P x - ^ Q x ) (la llamada inducción matemática ) es, según esto, una
(2) VxPx construcción heteroformante, que se desarrolla en el
marco de una totalidad atributiva y es sólo un error de
podemos derivar (3): análisis entenderla como un caso de «inducción baconia-
(3) V x P x - > V x Q x
esto sería debido a la presencia de procesos autofor- (61) Vid., V. gr., P.S. Novikov, Iníroduction a la Lagique mathema-
mantes (que, por ejemplo, nos permiten pasar de Qx, en tique, París, Dunod, 1964, pág. 143. Para el teorema ampliado (de
una fórmula a un conjunto) de Skolem, J. Ladriére, Les limites de la
ciertas condiciones, a Qu, y luego, de Qu a Qx, siendo x formalisation en Logique de la Pleiáde, pág. 320-322. Indicaciones his-
una variable reproducida distributivamente en u) por los tóricas en el libro, de Alonzo Church, Introduction to mathematical
cuales inscribimos en una línea Vx Px, en otra línea poste- Logic, vol. I, 45. Princeton, 1956.

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na», o, en general, «predicativa», como si lo que me- 1 + 2 + Jt.. + p + ( p + 1) = [ p . ( p + í)/2] +


diante ella se hiciera fuese «extender» a todos los nú- + (p + 1) = (p + 1). (p + 1 + 1) / 2
meros naturales una propiedad P observada en algunos.
Este análisis es el que conduce a situaciones tales como la —Por un desarrollo «vertical» (diríamos: por «seme-
«Paradoja de Wang» («O es pequeño; si n es pequeño, janza» o por sustitución) tal que, a partir de la fórmula h,
n + 1 es pequeño; luego todo número es pequeño»). Esta sustituyendo n por (p + 1), nos remita a una fórmula que
«paradoja» se resuelve, creemos, negando precisamente confluya por identidad (algebraica, tipográfica) con la fór-
la pertinencia como «predicado distributivo» del predi- mula obtenida por construcción «horizontal». En esta
cado «pequeño», tal como éste es interpretado en el con- confluencia se cierra el teorema.
texto de la «paradoja» (62); «pequeño» puede ser tradu-
cido por «menor que», y este predicado no es, en ningún Según esto, el desarrollo «vertical» es indispensable,
caso, algo que pueda probarse en la construcción induc- no tanto para probar la verdad de la fórmula fenoménica
tiva (a lo sumo, es un predicado formador de su «con-, «para el número siguiente» (en una función recursiva),
texto determinante»). Pero la propiedad que la deñios- cuanto para probar la construibilidad de la fórmula para el
tración por recurrencia va a extender a todos los números número siguiente. Es en esta confluencia, precisamente,
naturales no es una propiedad distributiva (del tipo: «Di- donde se demuestra el teorema (para todo número n de
visible por 2»), sino una propiedad atributiva, puesto que Z) desde la esencia o estructura misma de la clase atributi-
esta propiedad sólo corresponde a cada valor x en la va en la cual, a partir del primero, cada elemento resulta
medida en que éste se nos dá vinculado nematológicamente brotar del anterior por la adición de (+ 1). De ahí la con-
a otros valores de su clase. La apariencia de que P se veri- sideración de «O» como primero (en modo alguno, como
fica distributivamente se debe a que vamos sustituyendo un dato más de índole empírica).
cada valor por otros valores, pero sin tener en cuenta que,
en cada caso, x¡ suple por números en relación serial con 5. Es obligado dedicar unas líneas al análisis del con-
otros números o cifras de un sistema en relación serial cepto de Verdad en Lógica formal. «Una definición de la
con otras cifras. Por ello, no es accidental el «campo lógica formal como la siguiente es, en la actualidad, um-
experimental» de números del que parte (en el orden de versalmente aceptada: la lógica es la ciencia de la verdad
exposición, al menos) la «inducción matemática»: este de los enunciados en función sólo de la forma de estos
campo no tiene la naturaleza del campo de la inducción últimos», dice Paul Lorenzen (63). Pero si esta tesis pue-
empírica. La propiedad P que se demuestra (o construye) de ser dicha con tanto aplomo, es acaso porque está pre-
es, en rigor (utilizando los conceptos de la teoría del cie- servada por su propia ambigüedad. Si es «umversalmente
rre categorial), una relación de igualdad (identidad sintéti- aceptada» es porque cada cual entiende «forma» y «ver-
ca) entre el resultado de operaciones con un término ge- dad» a su modo. Sin embargo, la tesis de Lorenz no ofre-
neral (que designa una composición de un símbolo numé- ce criterios ni siquiera para decidir si nos estamos refi-
rico con otros, por ejemplo [ p . ( p + l ) / 2 ] y el resultado riendo a los enunciados de la Lógica de enunciados, o a
de operar con términos particulares («individualidades cualquier otro tipo de enunciados lógicos. Tampoco ofre-
específicas» de Husserl: 2 -H 4 -f- 6...). La demostración ce criterios para saber si hay que referirla a la «forma
por recurrencia no es, según esto, ni deductiva ni induc- común» de los enunciados lógicos y matemáticos, dado
tiva, en el sentido tradicional de estos términos (que se que también pueden considerarse verdades, en función de
mantiene en el ámbito de las totalidades distributivas). El su forma las identidades matemáticas tales como
proceso constructivo de la recurrencia se apoya cierta- (m + n)^ = m^ + 2mn + n^. Solo, pues, en el supuesto de que
mente (método de investigación) sobre situaciones par- por «forma» se entienda «forma lógica», la definición es
ticulares, que podrían ser considerados (gnoseológica- admisible, pero bien poco informativa («la Lógica es la
mente) como fenómenos, precisamente en la medida en ciencia de los enunciados verdaderos en función sólo de
que estos casos particulares f, ( 1 + 2 + 3 + ... + p) = p . la forma lógica»).
. (p + l ) / 2 ; f2 (1 + 2 + 3 +... + n) = n. (n + l)/2, configu-
ran una fórmula general que tiene «la apariencia de una
esencia». A partir de estas fórmulas, «empíricamente fun- Un modo (que hacemos nuestro) de precisar que
dadas» (en el «orden de investigación») se edifica la de- pueda significar (gnoseológicamente) es3. forma lógica po-
mostración. Pero ordo doctrinae, la demostración progresa- dría ser el atenerse precisamente a la conexión entre
ría (recurrencia) hacia la esencia, de este modo (que cabría forma y verdad: h. forma lógica de los enunciados lógicos sería
representar en un diagrama similar a los que líneas atrás aquella que nos presenta a estos enunciados como verda-
hemos levantado): deros, como verdades lógicas (o como una transformación
de esas_ verdades a partir de operaciones del «sistema»;
por ejemplo, la contradicciones lógicas serían lógico-for-
—Por un desarrollo horizontal (digáinos; ¿por contigüi- males en cuanto transformación de las verdades lógicas a
dad») de la fórmula fi. Un desarrollo de p a p + 1. A par- partir de la operación negación). Nuestro criterio renun-
tir de la fótmula. fenoménica, construiremos otra fórmula cia al propósito de desprender un rasgo de semejanza ho-
que nos será dada en virtud de las leyes generales (postu- mogéneo, común (distributivamente) a todas las fórmulas
lados operatorios) de la construcción algebraica. Por lógicas, y más bien pone en algunas (las verdaderas) el nú-
ejemplo, si agregamos el mismo valor (p + 1) a los dos cleo originario de la logicidad formal, buscando después
miembros.de la fórmula empírica, obtendremos otra fór- un procedimiento de «propagación» (por «contigüidad»)
mula válida (aún cuando no conozcamos su campo de apli- de esta logicidad a las fórmulas no-verdaderas.
cación):

(62) Michael Dummet, Wang's Paradox, en Syothese, vol. 30, April/ (63) Paul Lorenzen, Pensamiento metódico, trad. esp. E. Garzón, Bue-
May L975. nos Aires, Sur, 1973, pág. 73.

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Si partimos de las fórmulas verdaderas, y no de las riables (p, q, r...) constituyesen la otra clase de términos
falsas, es debido a que, desde un punto de vista gnoseoló- del campo categorial de la Lógica de enunciados (65).
gico, es en las fórmulas verdaderas en donde, en todo Como operaciones, tendríamos a los funtores monarios y
caso, puede residir el cierre categorial de la lógica formal. binarios ( |, A, V, ^-^, etc.). ¿Cuáles serían las relaciones!.
La verdad gnoseológica, por lo demás, la suponemos re- Una solución sería esta: Seleccionar, dentro del conjunto
ferida a los teoremas, unidades mínimas de una construc- de los funtores, algunos capaces de desempeñar (por ser
ción cerrada. Las verdades, desde el punto de vista gno- asimétricos, o por otras razones) el papel de relatores
seológico, son relaciones. Es decir: no son términos (como («—>», por ejemplo).
podría sugerir, a] menos en lógica formal, la doctrina de
Frege sobre los valores veritativos), ni son operaciones (una
interpretación más afín al pragmatismo: «Verdadero es Sin embargo, esta interpretación de las relaciones y de
cuanto demuestra ser bueno por vía de creencia», diga- los términos gnoseológicos de la Lógica de enunciados, no
mos, cuanto produce u opera efectos bondadosos; pen- nos parece satisfactoria. Ante todo, porque la distinción
samos en W. James, o en Nietzsche {6A). Es decir, las ver- entre «operadores» y «relatores», en el seno de los fun-
dades científicas no son «cosas», ni son «estados subjeti- tores, sería siempre arbitraria. Todos los funtores de esta
vos». La verdad resulta (como relación objetiva) de la Lógica desempeñan el papel de operadores. Pero también
confluencia de cursos operatorios (subjetivos) diferentes, porque «1» y «O» no pueden «sustancializarse», ni si-
que deben ser eliminados (neutralizados) y el contenido quiera tipográficamente, como si ellos desempeñasen
de esa verdad-relación es la identidad, 'ün-a.verdadféica es siempre un mismo papel: No pueden, en suma, consi-
una identidad entre términos físicos (pjr ejemplo, entre el derarse siempre como términos. Aquí, es el simbolismo lo
término R —la «constante de Rydbe'rg»,-procedente de que enmascara (cuando es hipostatizado) la diversidad de
los análisis especttoscópicos— y el monomio' ( m 2 j r ^ ^ e"* situaciones gnoseológicas. Distinguiremos tres situaciones
!W c)— procedente de los principios de la Mecánica, del (denominadas \, H, III) de los valores «1» y «O», cada una
Electromagnetismo, etc., etc., tal como fueron conjunta- de las cuales incluyen un papel gnoseológico bien distin-
dos por Bohr), términos construidos operatoriamente; to. Para abreviar, nos remitimos al siguiente ejemplo:
una verdad lógica es una identidad entre términos que tam-
bién son resultado de construcciones llevadas a efecto se-
gún operaciones específicas. p q np "iq p-^q p ^ q - » n q - -^P

1 1 0 0 1- 1
Atengámonos, a fin de estrechar aún más nuestro 1 0 -0 01 0 1
campo de análisis, a una subcategoría de la Lógica formal, 0 1 1 0 1 1
a saber, la Lógica de enunciados. ¿Dónde «localizar», en 0 0 1 1 1 1
esta lógica elemental, la verdad gnoseológical. ¿Qué co-
nexiones puede guardar con \2L verdad lógica}.
I II III
Una gran dificultad que nos sale al paso reside en la
circunstancia de que Verdad, en Lógica de enunciados, es Situación I. Es la del «sector de opciones». Los valo-
algo que suele sobreentenderse como un nombre de la res «1» y «O» figuran como valores «empíricos», en el
«mancha» «1» (o bien, «V», ó «W»), una vez que hemos sentido de que su asignación a las variables es «descrip-
desistido (desde el materialismo formalista) de la interpre- tiva». Tan solo el conjunto de estas asignaciones puede
tación de estas «manchas» como símbolos o nombres de reclamar una forma lógica (combinatoria dicotómica, etc.).
la «Verdad» (o del «Ser» etc. etc.). Pero «1» no parece Pero cada asignación (incluso cada opción), no es, por sí
tener la forma de una relación: se acomoda mejor a la for- misma, una operación «lógica» —no es más una opera-
ma de ün término. En la doctrina de Frege, «1» y «O» son ción lógica que matemática. Cuando la asignación se con-
interpretados como referencias, y estas referencias podrían sidera divisivamentój es empírica (corresponde a la «veri-
entenderse, es cierfo, no ya necesariamente como «cosas» ficación empírica» de las «proposiciones atómicas» del
exteriores a la tipografía, pero sí como las mismas man- Círculo de Viena); y cuando la asignación se considera
chas tipográficas, que son tan corpóreas como las cosas como resultado de vma combinatoria, entonces es aritmé-
«exteriores». El mismo criterio «extensionalista» de tica (es preciso contar etc.). Si las asignaciones del Sector
Frege, según el cual, funciones diferentes por su sentido I tienen un significado lógico (no el mero significado de
—Sinn— tienen el mismo significado — Bedeutung, signi- una «asociación por contígüidad», etc.) será debido a su
ficado como «referencia» — cuando sus cursos de valo- insertabilidad ulterior en los siguientes sectores.
res — Wertelaufe — coinciden, se aplicaría al caso puntual-
mente, puesto que dos funciones equivalentes son precisa- Situación II (el sector de funciones). Esta situación
mente aquellas que, en las Tablas de verdad, se coordinan suele ser confundida con la situación III, bajo la común
én cada opción a las mismas figuras «1» ó «O» (aunque denominación de «sector de matrices» (opuesto a la «ta-
estas figuras estén «desdobladas» en sus diferentes men- bla» o sector de opciones). Pero la comunidad de ciertas
ciones). Podríamos así tomar, al parecer, a las manchas propiedades «matriciales» (vectoriales) no es razón sufi-
(token de Peirce) «1» y «O» como elementos de una de las ciente para encubrir la diferencia gnoseológicamente deci-
clases de términos (la clase de los valores) que entran en la siva. En efecto, en la Situación II, los valores «1» y «O»
constitución de un campo gnoseológico, de suerte que las va- figuran como habiendo sido asignados (atribuidos) a las

(65) G. Bueno, La Idea de ciencia desde la teoría del cierre categorial,


(64) W. James, Pragmatismo, conferencia 6. Santander, Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, 1976, pág.
F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, & 11. 39 sigts.

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variables según un modo prescriptim (no ya descriptivo, o El símbolo «1» es distinto en III y en II Ó I. Es la di-
empírico, casi al azar). Porque estas asignaciones prescripti- ferencia entre la «verdad empírica» (descriptiva) o la
vas son, en rigor, definiciones y definiciones que, estricta- «verdad prescriptiva» y la «verdad lógico-formal». En ri-
mente, tampoco envuelven una forma lógica. Si la defini- gor, en la situación I, o en la II, no cabe hablar de «ver-
ción matricial de «p—>q» pertenece a la Lógica de enun- dades», sino de «valores». Y esto no es una anomalía gno-
ciados, tampoco es en virtud de algún motivo intrínseco a seológica de la Lógica formal, si hacemos corresponder los
la misma (de algún rasgo que pudiera ser explorado en el sectores I y II con el «plano tecnológico» '(que supone-
ámbito de la definición) — sino en virtud del encadena- mos antecede siempre a las ciencias) y reservamos el sec-
miento que esta definición recibe ulteriormente en e^cur- tor III como sector correspondiente al «plano científico».
so de la construcción. Acaso es la inadvertencia de esta También en Aritmética distinguimos el «2» como símbo-
circunstancia (inadvertencia explicable por la ausencia de lo de pares empíricos y como símbolo de una operación
una perspectiva genuinamente gnoseológica) aquello que (14/7 = 2); o en Qm'mica distinguimos el símbolo (H2O)
inhabilita para dar cuenta de la «logicidad» de definicio- como símbolo del «líquido natural», y como resultado de
nes tales como «p-^q» = (1, O, 1, 1), precisamente por- la oxidación del etanol (CHs -CH2. OH + O).
que tal inadvertencia permite esperar que podremos ex-
traer, analizando la definición, algún «rasgo» o «nota» ló- El símbolo «—»» tiene diverso alcance en el sector III
gico formal por ella participada distributivamente. Pero y en el sector II. Comienza a ser lógico-formal en el sec-
definiciones como la de referencia no son, por sí mismas tor III (y de ahí se transmite la logicidad al sector II).
(pese a la apariencia que brota de su «materia», los sím- Tampoco nos encontramos con esto con alguna sospecho-
bolos que, ya de entrada, pidiendo ingenuamente el sa anomalía gnoseológica de la Lógica formal. En Aritmé-
principio, se consideran como símbolos lógico-formales) tica, el símbolo «=» en (2 = 2) no tiene el mismo signi-
más lógicas de lo que pueda serlo una coordinación topo- ficado que en (5, 3) = do,/^ = 2. En el primer caso, « = »
gráfica de libros a los estantes de la biblioteca. La propia puede interpretarse como una «igualdad tecnológica»
combinatoria que preside las asignaciones en cada funtor, (aritmétieo-tecnologica, empírica), mientras que en el se-
en relación con los demás (las permutaciones 2^) tampo- gundo caso la igualdad aparece ya en un curso operatorio
co es, por sí misma, lógico formal, aunque sea «sistemáti- cerrado.
ca»; su naturaleza es, más bien, matemática. Desde un
punto de vista gnoseológico, la situación II correspon-
dería propiamente, al trámite de las «configuraciones» ¿Que conexión gnoseológica cabe establecer entre el
del campo de los términos. símbolo «1» lógico y el símbolo «—»» lógico.' ¿No po-
drían reducirse a un mismo sector gnoseológico del eje
Situación III (que llamaremos «sector de teoremas», sintáctico.''. Sugerimos, por nuestra parte, su interpreta-
refiriéndonos a su «analogado principal»). Es aquí cuando ción como relatores (y no como términos —valores— o
los valores «1» y «O» figurarían como asignados en virtud como operadores). Según esto, los símbolos «1» y «—>»
de una forma lógica, a saber, como resultado de operaciones del sector III (no en general), desempeñarían el papel de
precisamente definidas, conducentes a teoremas específi- relatores de la Lógica de enunciados, si bien estos relatores
cos. La fórmula [(p-^q)—*( |q—* I p)] puede, en efecto, hayan de considerarse siempre dados a través de las opera-
considerarse (gnoseológicamente) como un teorema, inclu- ciones y recíprocamente. Tampoco estamos aquí ante una
so cuando su «demostración» tiene lugar por el procedi- anomalía gnoseológica. Cuando definimos una Topología
miento «inductivo» de las tablas de verdad. Este teorema, sobre X = {a, b, c}, <X,n,u,c> la Topología sólo puede
aunque se designa «tautología», no es analítico, sino sinté- considerarse dada cuando además, por ejemplo, del
tico. Supone, en efecto, la confluencia «algorítmica» de conjunto ÍE {a, b, c} consideramos las clases 0 y X. Pero
operaciones diversas, que desembocan, todas ellas (cada la clase 0 sólo puede considerarse definida por la opera-
una en su línea —su fila— que se desarrolla independien- ción n (por ejemplo: 0 = ana), si no queremos incurrir en
temente de las demás) en el mismo valor «1» (el tipo de las un concepto metafísico (el Vacío, la Nada...). Luego los
menciones 1, 1, 1, 1). . términos del campo de esta Topología sólo pueden quedar
Si hay una verdad lógica susceptible de ser entendida definidos tras las operaciones (n,u) de la Topología (y,
como relación, y como relación cuyo contenido sea el de desde luego, de la relacione). Vemos, pues, como ya en
una identidad sintética, esta verdad ha de buscarse preci- este caso formal el campo de términos de la Topología no
samente en el Sector III, en el «sector de los teoremas». esta cerrado previamente a las operaciones del mismo,
Es a la altura de estos teoremas cuando podremos hablar puesto que ese cierre es resultado en parte de esas mis-
de un cierre categorial específico (el lógico-formal). Porque mas operaciones.
ahora, los cursos operatorios realizados con ciertos térmi-
nos y operadores, reaplicados sobre sí mismos (a diferentes Tampoco es inconveniente la posibilidad de re-defi-
niveles de configuraciones) dan lugar a una identidad sin- nir los valores lógicos de la situación I por medio de confi-
tética que «anuda» todos estos «estratos» En una configu- guraciones dadas en II y en III: tal ocurre en la llamada
ración tal que, a su vez, reproduce los mismos términos y «forma canónima booleana» (de constituyentes), que per-
funtores del «sistema» (que ahora, podrán ser llamados mite dar al Secto^ I la forma: [(pAq) v(pA |q)
lógico-formales) y de ahí el «cierre»; cierre que, en este v( | p A q ) v ( | p A Iq)]. También en Aritmética re-de-
caso, se nos dá en un nivel de configuración más alto, finimos los números enteros (primitivos) como números
recombinable, a su vez, con terceras configuraciones y relativos, en ciertas circunstancias, pese a que los números
con los propios «factores». relativos sólo pudieron construirse a partir de los enteros.
En la Situación III, en suma, aparecen relatores espe-
cíficos como pueda ser la implicación formal (que no se en- Cabría también seguir otro camino; eliminar las va-
cuentran en las Situaciones I y II) y términos también es- riables tipográficas y considerar la Lógica de enunciados
pecíficos: como el sistema de las aplicaciones,de {1, O }={(!, 1),

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(1, 0), (O, 1), (0; 0)} a {1, 0}. En estas aplicaciones, las en contexto de «contradicciones lógicas»). De este modo,
propias eventualidades —^por ejemplo: {(1, 1), (1, 0), descargaríamos del peso sustancialista a la interpretación
(O, 1), (O, 0)} a 1— desempeñan el papel de variables de 1 y O como «objetos». El propio Frege tampoco puso
(66). arbitrariamente los valores de verdad como objetos, desde
el momento que advirtió: «lo que llamo objeto solo puede
discutirse con exactitud en conexión con el concepto y la
Supuesta la posibilidad de re-definir el Sector I por relación». Por tanto, (decimos) de la operación. La cosifi-
medio de III, podríamos interpretar de otro modo la cación o sustantifícación de los valores de verdad se pro-
estructura sintáctica-gnoseológica del campo de la Lógica duce cuando ellos son pensados como referencias de pro-
de enunciados: posiciones aisladas (las del sector I). Cuando considera-
mos las «proposiciones» en sus relaciones mutuas, a tra-
(1) Como términos habría que considerar a las varia- vés de operaciones (en el sector III), entonces la objetivi-
bles {p, q, r.,}, no a los valores. Las variables no forman dad de los valores ya no es gratuita, porque esta objeti-
una sola clase, sino que cada letra-variable será ya una cla- vidad aparece en la escala de las clases de proposiciones
se respecto de sus menciones (y esta distinción interviene (es Frege mismo quien cita a Leibniz: Eadem sunt quae sibi
en el proceso mismo de la construcción lógico-formal). El mutuo substituí possunt, salva veritate») y por ello los va-
requerimiento gnoseológico según el cual un campo gno- lores objetivos podrían entenderse como símbolos de las
seológico debe constar de términos pertenecientes a más propias identidades sintéticas. Para atenernos al teorema
de una clase, quedaría satisfecho de este modo: «No es anteriormente utilizado: él no contiene una identidad,
posible construir una lógica de enunciados con una sola cuando consideramos su relator principal; pero es una
variable» (cuando suponemos la lógica de enunciados identidad si consideramos sus evaluaciones constantes a 1,
desarrollada con variables); por lo menos habrá dos varia- lo que podría expresarse del siguiente modo:
bles p y q, es decir, dos clases de términos: A = {p, p, p,
p, p.... } y B = {q, q, q, q, q,.... }. [(p^q)-^(~q-^np)]=l
En esta forma, el relator principal es « = », que ya es
(2) Como operadores, tomaríamos a los funtores mo- una relación de identidad, si tenemos en cuenta su conte-
narios y a los 16 binarios. La teoría del cierre categorial nido lógico (que nos remite a los casos que ligan «1» con
presupone la necesidad de más de un operador para que «—>»). « = » significa aquí «-^»; o bien «1», en su signi-
pueda darse una construcción cerrada. ¿Cómo interpretar ficado lógico, ha de entenderse aquí en combinación con
entonces la reductibilidad de todos los funtores-operado- un «—^» que arroja siempre «1» en los diferentes cursos
res a un único funtor (el funtor trazo de Sheffer, por operMotios, sintéticamente confluyentes. Esto podría expre-
ejemplo)?. La perspectiva gnoseológica nos induce a sarse de este modo:
sospechar que estas reducciones son antes «artificios» tec-
nológicos que reducciones esenciales efectivas. Así, refi- (p^q)^("
riéndonos a la función trazo, la de incompatibilidad (p/q), |P)
diremos que no cabe hablar de una reducción interna de Insistimos aquí en la advertencia de que las tautolo-
|p («negación de p») a p/p («incompatibilidad de p con- gías lógicas son llamadas identidades sintéticas cuando se
sigo misma»). La reducción es externa, y exige un postu- la considera dentro del plano algorítmico, constructivo.
lado artificioso ad hoc. En realidad una petición de princi- Esta es la consideración gnoseológicamente pertinente —
pio, una convención. Emeíee«ví<~- Jp» contiene un funtor y no, creemos, la consideración «epistemológica» de los
monario, mientras que «p/p» contiene un funtor binario; teoremas lógicos como expresiones que no nos informan
es decir, dos variables (de clase distinta, por tanto). La sobre los hechos. Wittgenstein, como es sabido, había de-
construcción «p/p» es solo un caso dialéctico-límite que, clarado tautologías a los teoremas lógicos en este sentido
ad hoc (y dado que no se deriva de él inconsistencia, pero («ívío sé nada sobre el tiempo cuando sé que llueve o no
como condición negativa) se hace corresponder con llueve» (67), que asociaba, por cierto, al sentido algorít-
« |p». Pero «p/p», al margen de « |p», carecería de sen- mico a las matrices formadas por valores siempre 1), pri-
tido. Es el caso de la «relación reflexiva», o de la «distan- sionero de la tendencia a confundir los valores de las va-
cia O» — que sólo cobran sentido como límites de relacio- riables preposicionales con los hechos atómicos (o lo que es
nes no-reflexivas o de distancias no nulas. Si partiésemos equivalente, a confundir las variables preposicionales con
de p/p, como fórmula con significado originario, ella solo emblemas de oraciones del lenguaje ordinario o científi-
podría interpretarse como 1/1 o como 0/0, lo que es ab- co), tendencia que contiene implícita el entendimiento de
surdo. Solo cuando, por convención implícita, traducimos los constituyentes booleanos como descripciones de es-
1/1 por O, y 0/0 por 1 (es decir; p/p por | p) se restablece tado, en el sentido de Carnap (68).- Pero si los teore-
la correspondencia; pero 1/1 ó 0/0 carecen de sentido fue- mas lógicos cono variables proposionales se consideran
ra de esta traducción ad hoc. dados en función de los valores «1» y «O», resultará to-
talmente extrínseco llamarles tautologías en el sentido
epistemológico (carentes de contenido informativo, como
(3) Como relatores tomareinos los símbolos «1» y interpreta Hintikka), como resultaría gnoseológicamente
«O» en tanto están dados en contextos «tautológicos» (o extrínseca la afirmación de que el «algebra» de la Quími-

(67) Tractatus, 4. 461.

(66) Kreisel-Krivine, Elements de logique mathematique, Paxís, Dunod, (68) R. Carnap, hogical Foundations of Prohability, Chicago Univ.
1967, pág. 7. Press, 1963, pág. 294 sgtes.

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ca del Carbono es tautológica (o nada informativa) res- una interpretación distributiva (sin perjuicio de que estos
pecto de las estructuras de las fugas del Clave bien templa- resultados puedan ser ordenados según criterios externos
do. El «contenido informativo» de los teoremas lógicos al propio método de obtención). Así, la función y = 3x^ +
habrá que medirlo en otra escala, la del propio formalis- -I- 2x, es recursivo-distributiva en el campo de los núme-
mo (por ejemplo: respecto de las combinaciones al azar ros naturales (cuando la aplicación de la función o regla a
según las cuales pudieran ordenarse los símbolos que una situación, no sea genéticamente independiente de
intervienen en un teorema lógico). otras situaciones previas, pero en cambio, el resultado sea
«estructuralmente» distributivo, podríamos hablar de
í o r último, aún cuando los valores «1» y «O» pseudorécursividad atributiva: tal es el caso de la aplica-
aparecen como manchas igualmente «positivas» esto no ción de un esquema proposicional recursivo a una fór-
significa que la Verdad y la Falsedad gnoseológicas puedan mula, o en la decisión sobre si una fórmula dada está bien
ponerse en un mismo plano. Si «1», gnoseológicamente, o mal formada, por procedimientos recursivos, porque la
se corresponde con la verdad (identidad), con una rela- aplicación de la regla a un determinado nivel de la fór-
ción objetiva, entonces «O» no podrá simbolizar otra rela- mula puede exigir los resultados previos de niveles más
ción_gbjetiva, sino la ausencia de la primera. La expresión bajos, sin que estos se acumulen propiamente a los si-
p A |p = O es una verdad lógica; pero esta verdad puede guientes, dado que, más bien, ocurre que se reproducen o
expresarse justamente deteste modo: (pA^~]p = 0) = 1. se neutralizan quedando, por así decir,, absorbidos). Pero
Aquí, el «1» se refiere a la-verdad de p A |pj= O, pero el si la función se aplica al material de suerte que sea preciso
«O» no se refiere a h^ falsedad objetiva de p A Iqidado que' tener en cuenta acumulativamente (para la producción de
esta expresión no es tal falsedad, porque ni siquiera con- un término nuevo) resultados de la aplicación anterior,,
tiene una relación; puede darse, eso sí en un contexto re- entonces la recursividad será atributiva (como ocurre en
lacional que incluya la negación de verdad: p A ^ p = 1. las iteraciones, es\ las recurrencias): sum (x, 0) = x; sum (x,
N o cabe, con todo, equiparar la falsedad (como negación Sy) = S (sum (x, y)). La recursividad envuelve, por tanto,
de verdad) a la_verdad (como negación de falsedad). Por- de algún modo repetición; solo que esta repetición no es
que si bien p A jp= 1 es una falsedad (contradicción lógi- necesariamente autoformante. Incluso cuando se reiteran,
ca), es decir, si podemos escribir: (pA |p = 1) = O, tam- en el resultado, o bien los términos (los valores) —^puesto
bién es cierto que esta expresión queda a su vez absorbida que estos pueden estar dados, en serie acumulativa:
en otra tautología o verdad lógica (y no recíprocamente): 0,33333— o bien la propia función — Exp (x, Sy) =
:[(pA | p = l ) = 0 ] = l . = Prod [x, Exp (x, y ) ] ^ , puesto que esta reaparición re-
cursiva de la regla en su resultado puede ir precisamente
6. Las llamadas funciones recursivas primitivas, en la orientada a generar un resultado heteroformante. Nos remi-
medida en que incluyen procesos heterofarmantes, serán de timos a lo que antes hemos dicho a propósito de la «in-
índole matemática, según el criterio que venimos expo- ducción matemática».
niendo (69). «Si.(p(xi x;,) es una función primitiva re-
cursiva, entonces él predicado (p(xi. x„) = W e s aritmé-
V. SOBRE EL SIGNIFICADO FILOSÓFICO
tico» (70). Esta tesis de Gódel se ajusta inmediatamente a
DEL CRITERIO DE DEMARCACIÓN
nuestro criterio, si tenemos en cuenta que el concepto de
función recursiva primitiva envuelve la noción de «suce- EXPUESTO
sor de», en el sentido acumulativo (formador de totali-
dades atributivas). Es cierto que el concepto de «función 1 La teoría del carácter autogórico del simbolismo
recursiva» suele utilizarse también en un sentido más ge- de las ciencias formales nos obligó a tomar en serio el
neral, a saber, envolviendo simplemente y precisamente, hecho trivial (en cuanto genérico) de la repetición de los
la noción de repetibilidad indefinida de la aplicación de símbolos en estas ciencias y nos inclinó a dar un signifi-
una regla (función, transformación de pasos finitos, etc.) cado gnoseológico específico a esta repetición, que hemos
que, partiendo de un material dado (parámetro) puede pretendido establecer por medio de la distinción entre los
dar lugar a determinados resultados. Según ésta acepción procesos autoformantes y los heterof armantes.
genérica (que se aproxima más bien al concepto de compu-
tabilidad y calculabilidad (71)), una función recursiva no Al propio tiempo, esta teoría del carácter autogórico
se confunde con una función «heteroformante», porque del simbolismo de las ciencias formales, nos permite dar
la repetición de una función no es necesariamente hetero- cuenta de la capacidad que este simbolismo posee en
formante, incluso cuando implique un orden en la suce- cuanto «metro», de otros campos «reales». No porque
sión de ios valores obtenidos en el desarrollo (si este los símbolos formales «representen» (mentalmente) a las
orden es «subjetivo», es decir, referible al ordo inventio- «cosas», pueáto que también las cosas «representan» a los
nis, pero no al ordo doctrinae). Podríamos distinguir, por propios cursios simbólicos, en ciertas condiciones, y aún
tanto, dos situaciones de recursividad, la situación distri- se comportan como «signos» de ellos (72). Ocurre senci-
butiva y la situación atributiva. En la recursividad distribu- llamente, que tanto las «cosas» como los «símbolos for-
tiva, la regla o función se repite indefinidamente en el males», están sometidos a estructuras holóticas comunes,
material, pero de suerte que cada resultado puede recibir aunque no necesariamente únicas — sino del tipo de
aquello que los matemáticos llaman categorías (73). He-

(72) K. Burke, "What are the signs of what?, Anthropological Linguis-


(69) Kleene, Introducción a la Metamatemática, & 43. tic, 1962, 6, pág. 1-23.

(70) Gódel en 1931, apud. BÜeene, op. cit., & 49. (7 3) El concepto matemático-lógico actual de categoría habría surgido
a principios de nuestro siglo, por obra de Oswald Veblen, sugerido
(71) Ladriére, Les limitations internes des formalismes, París, Gawthier por John Dewey. Vid. Me Lañé Eilenberg, General theory of Natural
Villars, 1957, & 150 (Concepto de «Procedimiento efectivo»). equivalences, American Society Transaction,,56, 1.945.

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mos distinguido dos grandes modos de totalÍ2ación (las alguna totalidad distributiva (de nivel correspondiente a
totalidades «atributivas», T, y las totalidades «distributi- los de la totalidad atributiva de referencia) y recíproca-
vas»,!;) y hemos coordinado las construcciones matemá- mente. Además, la totalidades de un tipo, que se desarro-
ticas con las totalidades T (en tanto esta totalÍ2ación inclu- llan por la mediación del otro, pueden ser múltiples,
ye un proceso de heteroformación), y las construcciones entretejiéndose los diferentes estratos «encadenados» a
lógicas con las totalidades ÍÉ (en tanto incluyen procesos través de los tipos holóticos, sin recubrirse enteramente.
de autoformación). El conjunto (infinito) de los triángulos Según esto, si la Lógica tiene que ver preferentemente
diametrales inscritos en diferentes círculos es una totaliza- con las totalidades gr, ello no querrá decir que pueda abs-
ción del tipoC; el conjunto (infinito) de los triángulos tenerse de trato con totalidades T; y si las Matemáticas
diametrales inscritos en un mismo círculo, es una totaliza- tienen que ver con las totalidades T, tampoco por ello
ción del tipo T. Las entidades que suelen llamarse «cla- podrán prescindir de las totalidades tE. En cierto modo, se
ses» están pensadas generalmente como totalidadesC, co- tratará antes de explicar la disociación de estos tipos de
mo ocurre cuando la relación E se interpreta como la per- totalidades, a partir de estructuras comunes, que de expli-
tenencia de un individuo biológico a su especie; pero car SM conexión. Aunque no es mucho decir, podríamos
otras veces, están pensadas como totalidades T, como comenzar afirmando que la Lógica formal se ocupa de to-
ocurre cuando la relación E se interpreta como pertenen- talidades tE/« recto, y de totalidades T in oblicuo— y diría-
cia de un punto a un intervalo: xi [a, b]. mos lo inverso de las Matemáticas. No todas las situacio-
nes arrojan la misma «proporción» de T y de®, y, por
Cuando los historiadores dicen que la generalización del ello, no en todas las situaciones las relaciones lógicas apa-
hierro determina un cambio completo en la estructura recen del mismo modo a partir de las matemáticas, y recí-
social —frente al bronce— porque el cielo homogeiniza e procamente. Sobre todo: No aparecen del mismo modo
independencia una comunidade de otras, dentro del sis- que aquél según el cual la Lógica formalizada se ha consti-
tema comercial del Bonce, están utilizando la oposición tuido como metro o paradigma, en función de los mismos
entre una categorización y una T. procedimientos de sustitución distributiva propios del
Las totalidades T tienen que ver, seguramente, con álgebra lógica. Habría que sobreentender que aquello que
aquello que Kant llamó intuiciones siempre que las «intui- desempeña las funciones de metro o canon lógico-formal,
ciones» que Kant considera se interpreten a su vez como envuelve también ciertas situaciones matemáticas (estéti-
totalidades, a lo que el propio Kant da pié (74). Y ello nos cas) —apongamos por caso, las relaciones de congruencia,
invita a relacionar las totalidades ii; con aquello que Kant las relaciones de dentro y fuera, en los círculos de Euler,
llama conceptos (el reino de la Lógica kantiana, precisamen- etc.— y que no hay metros lógico-puros.
te, el reino que se opone al de la Estética). Al mismo
tiempo, como hemos sugerido en alguna otra ocasión (75) Pero todas estas expresiones siguen siendo gnoseo-
las intuiciones de Kant tienen que ver con las «asociacio- lógicamente insuficientes. Desde el momento en que par-
nes por contigüidad» de Hume, así como sus «conceptos» timos de la conjugación de T y C , parece evidente que es
tendrían que ver con las «asociaciones por semejanza». Y preciso apelar, de algún modo, a procedimientos dialécti-
la cuestión gnoseológica central estriba (creemos) en esta- cos de disociación entre ambos tipos de totalidad. La diso-
blecer la naturaleza de la conexión entre ambos tipos de ciación se produciría como resultado de una neutralización
totalidades. o eliminación constructiva, no abstractiva, como sugiere la
doctrina escolástica tradicional (77). Por ejemplo, diría-
Kant, sin duda empujado por un punto de vista más mos que tanto en la fórmula lógica (arianana) = a, como
epistemológico que gnoseológica, postuló esta conexión al en la fórmula aritmética (a x a x a x a) = a" estamos ante
afirmar que «las intuiciones sin concepto son ciegas, totalidades de símbolos de tipo T («sartas» de símbolos);
iriientras que los conceptos sin intuiciones son vacíos». pero en la fórmula lógica, el igualar a «a» significaría eli-
Pero este postulado no nos suministra ninguna regla de minar T, no por abstracción, sino pot fusión de los factores
análisis gnoseológico y, por sí mismo, es sólo un postula- en uno sólo; mientras que en la fórmula aritmética, la
do de yuxtaposición (un «axioma de María») a través de igualación a «a'*» (= b), supone un recuento acumulativo
metáforas por cierto muy oscuras (una «intuición» ciega, (expresado en el exponente) y en virtud de la cual las mis-
es un «hierro de madera»; un «concepto vacío» es un no- mas semejanzas (tipoíE) entre las letras son abolidas, y no
concepto, porque ni siquiera el concepto de clase nula es por «abstracción».
vacío). Cuando recuperamos la perspectiva gnoseológico-
2. Al poner la logicidad del lado de los procesos au-
holótica, podremos plantear la cuestión no ya en términos
toformantes, dejando a las relaciones matemáticas en la
de yuxtaposición entre intuiciones y conceptos, sino en tér-
proximidad de los procesos heteroformantes, ¿no estamos
minos de conexión conjugada, ensayando la posibilidad de
literalmente declarando a-lógicas a las categorías matemá-
entender las relaciones entre las totalidades T y íKcomo
ticas (y a las restantes) a menos que no podamos dar
relaciones entre términos conjugados (76). Ello implica
cuenta de la presencia de los procesos autoformantes (que
negar la dicotomía entre Estética y Lógica en el sentido
hemos asociado a las totalizaciones %) en los procesos he-
kantiano-neoplatónico. Las «inmiciones» han de ser ya ló-
teroformantes (asociaciados a las totalizaciones T)?.
gicas, así como los «conceptos» han de tener un conteni-
do estético. Las totalidades atributivas (según diferentes Pero no entendemos que las totalidades A puedan
niveles ki, k2,... kn) tienen sus partes vinculadas según estar relacionadas con las totalidades T a la manera como
el molde (o la forma) se relaciona con el material (el conte-
(74) Vid. El Basilisco, n° 2, pág. 28, nota 73. nido), o recíprocamente. Este tipo de relación implica, de
algún modo, una re-petición de aquello que asume el pa-
(75) Vid. nota n° 74..
(76) El Basilisco, n° 1, Conceptos conjuraos. (77) Juan St. Tomás, op. cit., II Pars., q. 27, a.I.

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peí de forma, en virtud de la cual repetición habría de re-


producirse en la materia («sigilación»). Las formas lógicas
se reproducirían, según esto, en las diferentes categorías
materiales (lo que nos llevaría o bien a declararlas vacías
—«formales»—, lo que es tanto como decir impensables,
o bien a atribuirles una materialidad sui generis, a hiposta-
tÍ2arlas metafísicamente). Por respecto a los esquemas
hilemórfícos, históricamente presupuestos, cabría decir
que sólo podríamos liberarnos de ellos por vía de su ne-
gación, entendiendo la presencia de las totalidades ÍC en
las T (o recíprocamente) no en términos de repetición (o
re-afirmación), sino en términos de negación dialéctica.
Así como los procesos autoformantes habría que enten-
derlos como negación (neutralización) de materialidades
dadas según procesos heteroformantes presupuestos (a un
nivel k¡), así también los momentos heteroformantes ha-
bría que verlos como resultados de la negación de mate-
rialidades resultantes de procesos autoformantes (al nivel
kj) ejercidos en el mismo proceso del desarrollo de las
materialidades heteroformantes. La logicidad ejercida (la
lógica utens) de un proceso matemático se nos presentaría
así como la negación (neutralización resultante de múlti-
ples operaciones, que sería preciso analizar en cada caso)
de una logicidad autoformante re-presentada y que habrá
que presuponer. En la constitución de la identidad, antes
antes estudiada, 2*^^= 2". 2" habría que ver, desde luego,
una totalización tipo tE cuyas partes fueran, por ejemplo
(1) las partes 2, 2, 2,... del todo global isológico 2''^''(2) Las
partes X y 7? del todo asociativo T'^'^. La totalización tE
que consideramos, no se sitúa «más allá» de la totaliza-
ción T (2.2.2.2.2 ) sino que tiene lugar en su propio
sos autoformantes en los que se me da la «reproduc-
desarrollo interno; es una autoformación. Porque solo en la ción» al acumular, según el modo T, unos períodos a
medida en que resulte ser idéntico («el mismo») el todo T los sucesivos, estoy negando una totalidad al declarar
(2"') desarrollado en sus partes (2.2.2.2...) y las partes continuos a sus elementos. Es una situación similar a
(2% 2') globalizadas en el todo T (2 ), la totalización T aquella que se determina al analizar el concepto de un
estará realizada como una unidad de orden superior a sus «poliedro regular»; el concepto de dodecaedro regular
partes (Se trata de un proceso circular que podría ilustrar presupone una totalización distributiva ( O a saber, la
acaso aquello que Espinosa, Etica, H, Escolio II a la prop. clase de los pentágonos regulares e iguales (métrica-
XL, llamaba «ciencia intuitiva»). Pero, al propio.tiempo, mente) entre sí; pero, sin embargo, es preciso neutrali-
esta autoformación, así ejercida, estaría siendo negada, zar esta distributividad para poder formar la totalidad
por de pronto, en la representación, dado que lo que re- «poliédrica» atributiva (T) y esta neutralización no es el
presentamos es un todo único T, a saber, aquel en el que se resultado de una abstracción, sino de una fusión (por
«reabsorben» los extremos (2.2.2.2.2 ). identidad sustancial) de cada lado de un polígono de la
clase distributiva con el lado de otro, para formar las
En el mismo desarrollo de un silogismo («todos los aristas.
animales son mortales, los hombres son animales, los
hombres son mortales») habría que reconocer también Según esto, el concepto de «aspecto autoformante»
la presencia de procesos heteroformantes, dado que la solo tiene sentido preciso cuando estén determinados
conclusión agrega los hombres al resto de los animales los esquemas materiales de identidad (sustanciales y
de la premisa mayor (o al concepto abstracto de animal, esenciales) por respecto de los cuales se habla de un
que no contiene explícitamente a los hombres). Sin em- objeto. En la transformación idéntica (el giro de 360''
bargo, la verdad de esta premisa se mantiene sobre la de un cuadrado), la involución autoformante es de ín-
misma conclusión- aún no representada (el silogismo, le- dole sustancial. En la operación geométrica: «construir
jos de ser un proceso «tautológico», es un proceso un poliedro regular uniendo los centros de las caras de
dialéctico) que, sin embargo, debe refundirse con aque- Otro poliedro regular dado», hay un aspecto cíclico
. Ha (de ahí el proceso autoformante no representado: los autoformante de índole esencial (una vez sí, y otra no,
animales mortales de la premisa mayor que han de con- se reproduce un término de una clase de poliedros);
tener a los hombres han de ser los mismos a los que nos cuando el poliedro dado es el tetraedro, la operación es
remiten los hombres mortales de la conclusión, en tanto autoformante en un sentido esencial no-métrico, pero
' que animales). no es idempotente (si la idempotencia reclama una in-
tención sustancial). La operación química «neutraliza-
Cuando se considera una función periódica, ponga- ción» (cuando interpretamos el agua como «ácido oxhí-
mos por caso, una ecuación de onda del tipo y = Y eos drico») es, en cierto sentido, autoformante, en tanto
(2 3tX). (x—vt), «que se reproduce a sí misma a inter- que la composición de un ácido (Cl H) y de una base
valos de tiempo iguales», estoy neutralizando los proce- ( O H Na) nos remite a otro ácido (H2 O) y a otras ba-

ló EL BASILISCO
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se (Cl N a ) — prescindimos de los ácidos y bases en cientes de globalización, tipo «coeficiente de gasto de
sentido específico, y nos atenemos sólo a las funciones capital» utilizado por los economistas (79). Este coefi-
genéricas «ácido» y «base», del mismo modo a como ciente nos permite expresar la totalidad X de la pro-
en la construcción de poliedro prescindíamos de las es- ducción capitalista de una sociedad en un tiempo dado
pecificidades «métricas». Las leyes de Mendel podrían (X = c + m + v) en función de una de sus partes (a<:=
considerarse como expresivas de los aspectos autofor- = c/X), de donde: X = [1/(1—a,).(m-^v)]. El «Todo»
mantes (especialmente involutivos) de la operación «ge- X queda simbolizado en este «1», porque su figura
neración biológica». procede de un factor común X (es la unidad de X). En
realidad, igualdades del tipo ( a x l = a), o bien (n-l-0 =
3. Los puntos de vista adoptados anteriormente, = n) pueden interpretarse como «reglas de reproduc-
nos permiten reconocer como algo «normal» la presen- ción» del parámetro; la operación k/k = 1 es literalmen-
cia, en el contexto de las categorías matemáticas, de te la expresión de la unidad global de k respecto de sí
operaciones genuinamente autoformantes. La situación misma. Y en esta misma línea, podría acaso medirse el
es análoga, aunque inversa, a la que plantea la presencia alcance del aspecto autoformante que asurae^la. opera-
de operaciones aritméticas (o geométricas) en el interior ción derivación (D) aplicada a la función exponencial:
mismo de la construcción lógico-formal. La dimensión D (e") = e^ Estejresültado no sería debido, desde luego,
corpórea de los símbolos lógicos determina que ellos a la supuesta -saturaleza autoformante de la operación D
formen totalidades de tipo T a las que será posible re- (genuinamente matemática), sino al caso particular aj
ferirse simultáneamente al análisis de las perspectivas que se aplica. Es lo que ocurre con los .módulos del
autoformantes que de ella nos importan, y estas totali- producto o de la suma aritméticos. (La misma estructura
dades T pueden mantener conexiones significativas, de la función e' no puede considerarse al margan de la
aunque sea por modo oblicuo, con las relaciones lógicas unidad, por cuanto «e» es el número cuyo logaritmo es
consideradas. Así, cuando calculamos el número de com- 1).
binaciones de las funciones booleanas diádicas, cuando
asignamos a cada una de estas funciones (oblicuamente) La hipostatización de® y de T (si se prefiere: de la
un número de código que luego puede ser inclm'do, a extensión y de la intensión) es, pues, una de las fuentes
su vez, en ulteriores cursos operatorios o cuando intro- más graves de errores y confusiones en el momento de
ducimos funciones lógicas booleanas, tales como Maj (x, decidirse a interpretar las relaciones de la Lógica formal
y, z) —es un caso más difícil— cuyos valores sólo pue- con las Matemáticas (o con la Física matemática). Es un
den establecerse tras un recuento aritmético (por sencillo modo de hablar erróneo (puramente «escolar») el de
que sea) de los valores de la tabla de opciones (78). La quienes dicen (y son muchos) que las operaciones A n B
significación de este recuento aritmético en el proceso o bien A u B, de la Lógica de clases, son «puramente
de una función, considerada lógica, acaso pudiera redu- extensionales», como si fuera posible eliminar las inten-
cirse a los términos de un acoplamiento de una función siones correspondientes (que están estructuradas por
aritmética con los estados del desarrollo lógico de apli- medio de T). Además, A U B, aún en su interpretación
cación de la asociatividad, por la que se configuran tota- extensional, nos remite a una totalización de tipoC; es
lizaciones diversas: [111] = [111]; [110] K ( 11)0]; una totalización aritmética, y no cabe confundir A u B
[ r 0 Ü l = ' f l (0())retc: etc. con A -I- B, como tantas exposiciones de la Lógica de
clases suponen de hecho al representar gráficamente la
Por su parte, la presencia de procesos autoforman- operación A U B por dos círculos simultáneamente raya-
tes en las construcciones matemáticas habría que.espe- dos. La reunión de las clases A, B no es la clase adición
rarla, fundamentalmente, en todas aquellas situaciones de los sumandos, sino que es «o bien A, o bien B o
én las cuales un término aparezca referido (tras una bien ambas (pero dadas precisamente de modo indepen-
operación) no ya a otro, sino a sí mismo, por cuanto diente, en una conjunción no aditiva o atributiva)»; por
esta «autodesignación» incluirá, de algún modo, una ello, propiamente, la reunión de clases ño puede ser
«autoformación» (categorialmente desarrollada) del mis- representada por un solo «juego» de círculos de Euler,
mo término, una autoformación necesaria, a efectos de sino por varios, vinculados, a su vez, por la reunión (el
su segregación de los factores, para que pueda ser men- diagrama debe ser autogórico). Para que Au B tenga la
cionado como tal (holóticamente: como una totalidad) forma T, es preciso aritmetizar las clases, y esta aritme-
desde el interior de la misma categoría. De donde po- tización suele simbolizarse por n (A u B). Pero en-
dríamos «predecir» que las operaciones autoformantes tonces, n (A u B) = n(A) -I- n(B) - n(A u B). La opera-
se nos aparecerán preferentemente bajo la form^ de ción n (A u B) ya no es una operación lógica (autofor-
«totalizaciones» en las que un término se detemina mante), sino aritmética. Sin embargo, la eliminacióo; de
como unidad global re-produciéndose como tal. Esta n (A n B) no puede entenderse, según suele decirse,,
reproducción autoformante no pertenecerá, sin embar- como la eliminación de la «parte común» (en cuyo ca-
go, a la Lógica formal —aunque sea lógica utem— pre- so, la operación n (A U B) se confundiría con la opera-
cisamente porque el término así reproducido va desti- ción A © B), sino que ha de entenderse como .un proce-
nado a insertarse en un contexto atributivo, T^. Según dimiento para no «contar dos veces» esa parte común
esto, donde encontraremos con seguridad procesos extensionalmente interpretada. Porque (A u B) és una
autoformantes (lógico-informales) será en aquellas cons- operación «extensional», pero sin que por ello pueda
trucciones matemáticas que contienen operaciones con abandonarse la intensionalidad que siempre estará en-
módulos. Aparecen muy claros los efectos totalizadores vuelta en ella, aunque sea oblicuamente. La determi-
de los módulos en las fórmulas que contienen coefi-
(79) Oskar Lange, Introducción a la Economía cibernética, F.C.E., 1969,
(78) J. Kuntzmann, Algebre de Boole, París, Dunod, 1965, cap. I, & 30. pág. 59.

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nación extensionalista de (Au B) solo puede tener lugar ( 1 ) A ( ? ^ A = A, desde un punto de vista extensional,
mediante el bloqueo de otros procesos, también lógicos, aunque la intensión sea distinta —lo que representa-
que tienen lugar en el plano intensional, sin perjuicio ríamos por A rísi A = A (podríamos ejemplificar la situa-
de que estos procesos intencionales se mantengan en el ción con las redefiniciones de la elipse, fijada previa-
reginto extensional recortado por las clases reunidas. mente como figura plana que contiene los puntos cuyas
Pero no cabe confundir los diferentes planos, ni su logi- distancias a los focos, etc., y a partir de la cual procede-
cidad respectiva. También la operación (A u B), sobre mos, «borrando» estas distancias y focos, para «reobtener
todo en su forma aritmetizada, sigue siendo lógica (se- la misma clase de puntos determinada en la superficie de
gún el criterio que venimos utilizando), siempre que tin cono). Un caso particular muy ilustrativo 0 «i 0 = 0
podamos ver en n (A u B) no ya la traducción aritmética
(heteroformante) de (A u B), sino una forma lógica dada (2) Aíñí 0 = A
en (A u B) en su condición de totalidad T. Por esta (3) A <f^ 1 = 1
condición, la totalidad de clases reunidas se asemeja a (4) A fív A = 1
n ( A u B ) ; pero por su naturaleza lógica autoformante, (5) AcB, A<aB = B
se asemejará a ( A u B ) . Designemos a la operación en
cuestión, en cuanto que contiene un momento lógico, Tanto Aír^B, como AuB, son autoformantes extensio-
por el símbolo (AÍKIB), que podría llamarse «producto nalmente.
abstracto». El sentido de {Ac^ B) queda fijado, mejor La diferencia entre A(ñ\B y AutB, se nos muestra muy
aún que por su relación a ( A u B ) , por su relación a claramente al analizar la diferente interpretación que
n (A u B) = n(A) + n(B) n(A n B), pero siempre que ambas operaciones han de dar a su común forma arit-
podamos recuperar la forma lógica de esta operación. mética n(A) + n(B) - n(A T B ) . Mientras que en la r^^-
Diríamos entonces que el producto abstracto de A y B «í'ÓK aritmetizada, la eliminación de n ( A n B ) tiene el
(o bien, de A, B, C . ) es una clase C tal que su exten- sentido de «no contar dos veces los elementos de A y
sión sea el conjunto T de todos los elementos de A y B», recontados precisamente en A y en B, en cambio
B, pero en la medida en que {intensionalmenté) estos en el producto abstracto n (A ffíi B) tiene el sentido
elementos no figuren como partes de A y B a través de «reexponer» la totalidad T (de extensión n), pero elimi-
las cuales, sin embargo, se dan genéticamente (ocurre nando A y B.
como si A y B fuesen intensionalmenté borradas en el
resultado A«\B).
Como ilustración no trivial de esta forma de la lo-
gicidad que puede aparecer en las totalidades T, ofre-
N o ponemos, pues, la diferencia entre AuB y cemos un esbozo de lo que podría ser un análisis lógico
A r a B en que aquella sea «extensional» mientras esta de un conjunto de operaciones físicas cuyas relaciones
sea «intensional», puesto que es imposible disociar estas de identidad se producirían en un plano Ti< muy pre-
dimensiones. Diremos más bien que en A u B (o en ciso, el de la Óptica geométrica. Se trata de reconocer
A n B) la intensión con la que operamos es la misma las operaciones lógicas (o los aspectos lógicos de las
que aquella que define A y B, y solo en función de operaciones) que tienen lugar en los procesos de com-
estas intensiones dadas se configuran las clases A u B , posic^n de lentes convérgéntesj(nos atenemos aquí a las
A n B. Acaso por mantenerse constante la intensión en situaciones más sencillas), dado que difícilmente podría-
los términos factores y en el término resultado, es posi- mos «reconocer» estas operaciones utilizando los con-
ble la apariencia de que operamos con «puras extensio- ceptos habituales de la Lógica de clases (conceptos pri-
nes», la apariencia de que no hay operación intensional sioneros del hilemorfismo en la versión que toma al uti-
(sobreentendiéndose: «distinta de los factores y en el lizarse como criterio de la distinción entre Intensión y
resultado»). Pero en A ra B, la extensión obtenida es Extensión). En efecto:
aquella que sigue siendo la misma que la «recortada»
por los factores, mientras que la intensión ha de ser dis-
tinta, a saber, de naturaleza genérica respecto de las Una lente puede, sin duda, ser interpretada como
clases-factores. Supongamos que las clases A = Mamífe- una clase de tipo (la clase constituida por todas las
ros, B = Aves, C = Peces... (se trata de recoger todas las lentes de un mismo tipo). Pero cuando categorizamos
clases de vivientes) son totalizadas en la clase G = lógicamente las lentes A, B.., de este modo, es evidente
= A <?íi B íÁ\ C definida como «la clase de los organismos que operaciones tales como A j B nos remiten, más que
cuyas células tienen A.D.N.». La clase G sería distinta a una <«lente física», a una clase de lentes (que no es
a la clase Q = AuBuC pero no en extensión (suponiendo ella misma una lente). Se perderán allí las relaciones
que todos y solos los vivientes sean organismos con (atributivas) de distancia (entre los focos de A, B...) y,
A.D.N.), sino en intensión, en la medida en que supo- por consiguiente, no será posible reconocer las relaciones
nemos que G = AÍÍSNBÍSIC... ha «borrado» la morfología lógicas que puedan subyacer en los «sistemas de len-
de los mamíferos, aves etc., etc. Cuando decimos que tes». Y una cosa es interpretar la clase universal 1
«Hombre» —el «Hombre» de la Declaración de dere- como aquella clase en la cual están incluidas todas las
chos—^ no es meramente la reunión de los blancos, clases de lentes, y otra cosa es interpretar 1 como la
negros y amarillos, sino que es la Persona, acaso estamos clase formada por, por ejemplo, todas las «lentes pla-
intentando regresar a ciertas notas intensionales que nas», en virtud de las razones que daremos.
precisamente suponen la eliminación de las pigmenta-
ciones. ' ' El concepto de «lente», en cuanto concepto-clase,
puede entenderse:
Formalmente, por tanto, (algebraicamente) las pro-
piedades de la operación A a^ B, son similares a las pro- — O bien como la clase de las lentes de una
piedades de la operación A u B : misma curvatura (podríamos considerar también el índi-

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ce de refracción), y entonces las clases de lentes (y la la convergencia (no hacemos más precisiones, en evita-
clase de todas las clases) no es una lente. ción de prolijidades) la lente (A B) podría interpretarse
como una convergencia de rayos atribuibles simultánea-
— O bien como la clase formada por los rayos de mente a A y a B (por tanto, función de sus focos respecti-
un haz (su paralelismo es ya una relación que contiene vos), cuya distancia -la del foco imagen de A, y la del foco
un momento lógico de identidad) en tanto atraviesan un objeto de B- suele ser designada porA). La parte común
medio etc., etc. Ahora, las operaciones A u B , ó A n B , (no vacía) A B puede entonces reconocerse en las situa-
podrán ser interpretadas como lentes (en ciertas cir- ciones para las cuales el producto de A por d (la distancia
cunstancias). La convergencia de los rayos del haz en el entre las lentes) no sea nulo: A . d?^0. En efecto,-este
foco-imágen, contiene también un morriento lógico, y producto es nulo si lo es uno sólo al menos de sus fac-
este momento es inherente al mismo concepto de foco, tores. Si d = 0, entonces anB, sera 0 , porque al es-
como lugar en el cual se «identifican» todos los rayos, tar contiguas las lentes A y B, la convergencia que A
en un instante. La lente plaína, es la lente universal, un imprime al haz paralelo quedará inmediatamente refor-
módulo (de las operaciones A u B , A n B ) , pues deja zado (aditivamente) por la convergencia de B. Pero
los rayos invariantes. aunque d T^ O, si decimos que A es nula, en tanto como
si. dijéramos que F'i = F2, es decir, como si reconocié-
Pero un «sistema» de lentes es un «encadenamiento» semos una identidad (sustancial, no ya esencial) entre el
(atributivo) de rayos tal que dá lugar a una lente (sis- Foco imagen de la lente A y el Foco objeto de la lente
tema) cuyos focos «borran» los focos presupuestos de B. Por tanto, la inclinación de los rayos debida a A no
A y B: Es la situación A/SsB. se sumará (o detraerá) de la inclinación debida a B. Los
, rayos son los mismos (identidad) y, sin perjuicio de
Como es sabido, la convergencia de un sistema de ello, no hay una zona en la cual la inclinación (conver-
lentes A, B se define por la fórmula: (1/f = 1/fi -1- gencia) atribuible a A sea a la vez atribuible a B o vice-
+ \IÍ2 - d/fi íi. ¿Como podría dejarse de percibir el versa. La situación A = O, se asimila a la situación
isomorfísmc/ asombroso entre esta fórmula y la anterior- d = O a efectos de corresponderse con A n B = 0 . Pero
mente considerada: n(A u B) = n(A) -I- n(B) - n(A n B)?. hay una diferencia fundamental, de significación lógica:
Pero la dificultad estriba en dar cuenta en conceptos Mientras que en la situación d = O las lentes A y B son
lógicos, de este isomorfísmo. Sería todavía más asom- meramente disjointas (A n B = 0 ) , en la situación
broso que este isomorfísmo algebraico entre fórmulas A = O, las lentes son también disyuntas, pero según una
que proceden de campos tan distintos fiaese casual. Y relación peculiar, asimilable a lajdisyunción propia de
con esto queremos decir: que no tuviese ningún signifi- las clases complementarias (A, A) porque ahora una
cado lógico, ni más alcance que el que pueda tener el lente viene a ser el complemento de la otra y su nega-
«isomorfísmo» entre una nuez y un cerebro humano. ción (el foco imagen de una, es el foco objeto de otra).
Pero para poder penetrar en el significado lógico de Pero la reunión de dos clases complementarias reproduce
esta fórmula, que expresa los sistemas de lentes, es pre- clase universal ( A u A = l ) y también la situación
ciso poder dar una interpretación lógica satisfactoria de A = O, nos remite a la «lente universal» (el módulo 1)
( A u B ) y n(AnB), en cuanto coordinables con (d/fi fz), pues no otra cosa es el «sistema telescópico». (Tampo-
en sus diversas situaciones (d = O, d = fi -f fz, etc.). co en este caso se trata pues de una adición ordinaria,
si tenemos en cuenta que nos remite a un infinito
La principal dificultad estriba (nos parece) en la —aunque aritméticamente se represente por 1).
misma estructura aritmética de la fórmula del sistema
de lentes. Es una fórmula de naturaleza dialéctica y el
olvidarlo enmascara la estructura lógica que contiene. En los demás casos (d. A?^0), y supuesto el sistema
Queremos decir con esto que no es posible interpretar (es decir, supuesta una convergencia global), será preciso
la fórmula como representativa, originariamente y si- referir esta convergencia a las convergencia qpi y qs de ca-
multáneamente (distributivamente), de todas las situa- da lente, pero no en el sentido de una simple adición de
ciones que contiene, sino que estas han dé darse (en su estas convergencias (o de la adición «infinita») sino en el
concepto dialéctico) sucesivamente; sólo de un modo sentido de una cantidad determinada que es función de cpi
«artificioso» la fórmula homogeneiza a todas las situa- y (p2 y de su parte común. Lógicamente, podría interpretarse
ciones particulares que representa. Basta tener en cuen- así tal comunidad: la inclinación impresa al haz paralelo
ta, en apoyo de esta interpretación, que la fórmula, para por A ya no será reforzada inmediatamente por B; el in-
el caso (A n B = 0 ) , no puede representar ninguna re- tervalo entre los focos representa una «declinación» de
lación física correspondiente a la operación aritmética rayos (un «tramo de convergencia», una lente) que apla-
de la sustracción (-n(AnB)), puesto que lo que sus- zará (relativamente a lo que sería la convergencia para
traemos aquí es nada. Por tanto, para la situación (en d = 0) o bien retraerá (respecto de A = 0) la convergencia
primer lugar) de las lentes contiguas, la fórmula de la del sistema Aí5i\B. Y este aplazamiento es lo que se tradu-
suma de convergencias corresponderá simplemente a ce por sustracción y sustracción de algo que pertenece a la
n(A) +n(B); si agregamos el monomio sustraendo consa- vez a A y a B (que está en función de qpi y qa).
bido, es solo para homogeneizar (en el plano algebrai-
co), y también, sin duda, para constatar la comparación 4. Por último, y a título de ilustraciones de la gran
entre las diversas situaciones. Pero ¿qué puede signi- variedad de situaciones de las cuales tienen que dar
ficar una situación del sistema de lentes que correspon- cuenta' los criterios sobre la logicidad que venimos
da a n (A n B) ¥" 0 ? . Si (A n B) es un producto de len- exponiendo, ofrecemos los siguientes cuatro esbozos de
tes, y a este producto se le considera como siendo él análisis de otras tantas situaciones en las cuales las
mismo una lente «intersección» de las lentes-factores, fronteras entre Lógica y Matemáticas parece borrarse
dado que venimos definiendo el concepto de lente por por completo.

EL BASILISCO 19
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(a) La primera situación, nos la suministra el mantenga la tesis de la distinción entre las construccio-
propio Boole en su obra funcional The mathematical nes lógicas y las matemáticas) que Boole plantea puede
analysis of Logic (80) y también en otra posterior, Laws resumirse de este modo: Que en la construcción de la
of Througts (81), en la que utiliza la fórmula de Taylor, fórmula lógica por antonomasia, la llamada hoy «fun-
en lugar de la de Me Laurin que usó en la primera ción de Boole» y = ax + b ( l - x ) , Boole apela a fórmu-
obra. las que son matemáticas por antonomasia, por ejemplo,
la fórmula de Me Laurin para el desarrollo polinómico
La situación (verdaderamente difícil, para quien de funciones enteras:
f (.) f'(0) f"(Ó) f (0)
. f(x) = f(0) +: ^x + x2 + •x^ + . . . -i-
1! 2! 3! n!
Dejamos para otro lugar el análisis pormenorizado de narse esa adición con el negador) —^la igualdad en pari-
^esta cuestión. Nos limitaremos aquí a decir que la cons- dad es obviamente coordinable con la equivalencia— se
trucción de una función estrictamente lógica a partir de hacía posible transcribir cada función lógica en forma
una función estrictamente matemática no envuelve la polinómica, tomando la función sus valores en N (82).
absorción de la lógica formal en la matemática, ni es Por ejemplo, (p v q) tomará la siguiente forma matemá-
prueba de una tal absorción. Más bien constituye una tica: (p. q -H p -H q); la función (p \ q), tomará la forma
ocasión privilegiada para el estudio de las interferencias (p . q -f- 2p -1- 2q+l). El polinomio que corresponde a la
posible entre estos dos tipos de construcciones forma- equivalencia (pEq) íik.'axaA una forma, por cierto, muy
les, y de los «lugares» en los cuales estas interferencias similar a la «ecuación de las cónicas»: p^.q^ + p^.q +
, pueden producirse. Brevemente: La propia función lógi- -1- p.q^ -h p.q + p-l-q.
ca habría ya asumido la forma polinómica por motivos
que podrían considerarse gnoseológicos (acaso inspirados Ahora bien, esto supuesto, se advierte de inmedia-
en la propia matemática, en la función afín y = ax -I- b, to que una tautología lógica podrá ser demostrada pro-
e incluso en el llamado «teorema del yalpr inedio» bando que los polinomios ligados por equivalencia tie-
(f(b) = f(a) + (b - a) f (1)),, a sabe£, la necesidad que toda nen la misma paridad (o, lo que es lo mismo, que la
construccíoñrTiene de utilizar al menos dos operaciones. suma de ambos polinomios es un número par). Así,
Una función polinómica, precisamente por admitir coe- probaríamos las «leyes de De Morgan» (p v q ' = pAq):
ficientes nulos, ha de considerarse como realizando [(p.q) + 1] + [(p + 1) . (q + 1) . (q + 1) + (p + 1) +
•,{utens) operaciones lógicas. En W = ax -I- by, el « + » al- + (q-i- 1)-I-2] = 2p. q-I-2p + 2q
canza el valor de una alternativa desde el momento en
que a ó b pueden ser nulos. Boole, decidido a dar Este polinomio es siempre par, porque cada uno de
forma polinómica a la función lógica fundamental^, sus monomios es múltiplo de 2; la ley de De Morgan
habría acudido a la «forma canónica» de Me Laurin (o es una tautología.
bien, Taylor) mediante el «artificio» (o imitación de la
fórmula matemática, usada como «modelo heteromor- ¿Qué hay detrás de esta posibilidad de expresión
fo») dé suponer que esa función ha de ser coordinable de leyes lógicas inequívocas por medio de fórmulas po-
con una función lógica ordenada por potencias crecien- linómicas matemáticas.'*. Diríamos que no tanto una ma-
tes de X. Pero al eliminar las potencias (por la idempoten- tematización de la lógica de enunciados (pese a las. apa-
cia del producto lógico principalmente, así como por la riencias) cuanto ima logicalización de los polinomios, o,
reducción de los valores de x a módulos), Boole habría para decirlo según nuestro criterio, una utilización de
reencontrado en la fórmula de Me Laurin aquello de lo estos polinomios en sus momentos autofarmantes, Por-
que, en el fondo, había partido. que, en efecto, los polinomios no van referidos a sus
valores numéricos (heteroformantes), sino a los predi-
(b) La segunda situación nos la aporta un método cados universales distributivos de los valores numéricos
de decisión del Algebra de proposiciones no analizadas, (los predicados «Par», «Impar»). Estos predicados se
que hubimos de desarrollar hace unos años con una fi- «reproducen», como tales predicados, en cada polino-
nalidad en principio puramente práctica, pero que ofre- mio. Aunque «Par», «Impar» son conceptos aritméti-
ce un gran interés como lugar de «observación». El cos, sin duda, el proceso en virtud del cual un número
método se basa en la transcripción polinómica numérica cambia de paridad al sumarle ima unidad ( ^ l a cambia
de la lógica de enunciados. Aprovechando la coordina-
bilidad de las jpropied^lev P^r, Impar (cuando se con-
sideran «multiplicadas» según las conocidas reglas:
Par X Par = Par; Par x Impar = Impar x Par = Par; Impar x (82) Cuadro utilizado de correspondencias primitivas (caben otras):
X Impar = Par) con las propiedades del producto lógico p V q p = q
p q • 1 P
( p A q ) , cuando damos a las tablas de verdad la forma p + 1 p X q p + q
canónica llamada adjuntiva, y tenemos en cuenta la cir-
cunstancia de que la adición de una unidad a un núme- Par, Par Impar Par Par
Par, Impar Impar Par Impar
ro dado cambia su paridad (y puede, por tanto, coordi- Impar, Par Par Par Impar
Impar, Impar Par Impar Par

(80) G. Boole, The mathematical Analysis ctf Logic, Cambrigde, Mac Términos Operación Operación Relatores
i Millan, 1847. Reimpresión en Oxford, Blackwelt, 1965, pág. 60. monaria binaria

(81) G. Boole, An Investigatinn of the Laws of Thougth, 1854, reim- El prof. Julián Velarde Lombraña preparó un ingenioso programa para
j>res¡ón New York, Dover Publications, s.f. reducir los valores pares en N a 1 y los impares á 0.

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de un modo alternante, es decir, involutivd) habrá de n(pAq) = l p V |q


ser considerado como un proceso lógico, autoformante
y la fórmula matemática:
por respecto de la misma propiedad «Par» o «Impar»
que es la que se reproduce. log. (a X b) = log. a -f- log. b
Este isomorfismo tipográfico entre un teorema lógico y
La involución puede, en general, desempeñar el pa- un teorema matemático, es también problemático desde
pel logificador en muchas construcciones matemáticas. una perspectiva que tiende a diferenciar la Lógica y las
De este modo, una Algebra aritmética (aún cuando uti- Matemáticas. Pero acaso no fuera preciso aquí entrar la
liza variables que toman valores en el campo Z de los explicación del isomorfismo; bastaría deshacer su apa-
enteros, y, desde luego, utiliza la adición aritmética) riencia de tal. Pues mientras que « » es una operación
puede resultar ser una construcción lógica (según nues- monaria, «log» es operación binaria.
tro criterio: autoformante) si, de hecho, el campo de
sus valores se reduce a dos («módulo 2»). Podremos (b) La cuarta y última situación que vamos a consi-
definir la operación lógica p—>q por la expresión arit- derar está constituida por un todo isológico de tipo T
mética: (atributivo); se trata de un conjunto finito formado por
elementos discretos acumulativos, pero redefinido como
m ^ n = l-l-m(l + n)(83) clase distributiva (Ck) a partir de ciertas notas inten-
sionales (propiedades) disyuntivas (es decir, no conjun-
En efecto: Para m = l , n = l , (m—>n)=l, porque tivas). Se trata de ima clase genérica (o bien, una especie)
(m-»n) = 1 + 1 + 1 = (1 + 1) + 1 = O + 1 = 1. Para m = 1, distributiva, pero no porfiriana sino combinatoria. Mien-
n = O, (m—>n) = 0; para m = O, n = 1, (m—>n) = 1 tras que una totalidad (v. gr. una especie) porfiriana —tal
Para m = O, n = O, (m-^n) = 1. Estamos ante una Alge- como las que suelen citarse en la Teoría de los Conjun-
bra aritmética degenerada y esto en sentido preciso: la tos— aunque sea distributiva, es intensionalmente con-
operación adición en el campo de Z de los números juntiva (las notas de su dotación intensional Na, Nb, Nc...,
enteros (m, n) queda neutralizada mediante su limita- se distribuyen conjuntamente en cada elemento de la cla-
ción a dos valores. La construcción de totalidades atri- se), una clase combinatoria (o disyuntiva) está definida por
butivas (aditivas) desaparece no en el ejercicio, pero sí una dotación intensional (Nf, Nq, Np...) cuya distribución
en la representación y el campo Z no es un campo Z es disyuntiva y ello según reglas en cada caso diferentes.
más que como un marco previo que resulta ser elimi- Cada elemento de la clase combinatoria, desde luego,
nado. De este modo, la adición deja de ser heterofor- participa de alguna nota Nj, pero no de todas ellas. Las
mante y se hace autoformante por involución. Pero un clases combinatorias nos ponen delante de extensiones
campo Z que solo tiene dos elementos no es en rigor que, siendo extensiones de una misma intensión sistemá-
un campo Z (como tampoco la distancia O es una disT tica, no son uniformes, unívocas, aunque sus elementos
tancia, sino una no-distancia). Se trata de una situación sean distributivos. Se hace aquí preciso introducir el
genuinamente dialéctica, en la cual una categoría alcanza concepto de estado extensional, o «estado» de la clase o
su límite desde su propio «interior»; y solo quien no género combinatorio respecto de su intensión sistemáti-
quiere reconocer la efectividad de estos procesos dia- ca. Caben estados con elementos repetidos (cuanto a las
lécticos (acaso porque prefiere apelar a esquemas «ar- notas realizadas) —el límite es el «estado universal»— y
monistas», los que consideran la continuidad entre el O cabe también un estado de la clase en el cual los
y las cantidades negativas, o, simplemente, porque fri- elementos son todos diferentes entre sí. En cambio, en
volamente cree decir algo apelando a los «juegos lin- las clases porfirianas no hay estados, en el sentido ante-
güísticos», a los «artificios») podrá hablar de un mero rior, o, si se prefiere, las clases porfirianas admiten un
«caso particular», o de una «continuidad» entre la lógi- solo estado, el estado universal. Pero sólo aparente-
ca y las matemáticas. mente, un estado tmiversal dé una clase combinatoria es
una clase porfiriana. Las notas de la clase combinatoria
son disyuntas, pueden disociarse. Su caso límite será,
(c) Sea nuestra tercera «situación»_ el isomorfismo pues, aquel en el que las notas sean disyuntas y los ele-
tipográfico entre la fórmula lógica (ley de De Morgan): mentos desempeñen el papel de variables respecto de
las notas intensionales (la operación de determinar una
variable es una operación característica, que se mueve
en el marco de las partes de nnz totalidad dada). Preci-
samente para asegurarles su condición de «variables in-
ternas» consideramos las clases combinatorias como cla-
ses o totalidades distributivas, desarrolladas sobre una
totalidad atributiva previa T , que suministra el compo-
nente genérico material. Estas disposiciones no son utó-
picas. Supongamos un dado hexaédrico. Para que el da-
do sea tal, es preciso que se lance varias veces (o, lo
que es equivalente, que consideremos un conjunto de
dados). Desde luego, un dado implica un situs, del que
nos interesa el plano superior (respecto del jugador). El
dado físico aún descansando sobre una cara y «presen-
tando» su opuesta, no es un dado, sino un cubo decora-
do. Para que sea un dado, es preciso que la cara pre-
(83) D.W. Barnes y J.M. Mock, A» raic Introduction to mathema- sentada pueda ocupar alternativamente la posición infe-
tical Logic, New York, 1971, def. 2.2,

EL BASILISCO 21
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rior, o una lateral — y esto es tanto como insertar cada de que un conjunto de diez cubos pueda ser considera-
cara en el contexto de otras posiciones posibles, que do como un género, tomando como especies cada uno
forman una clase. El dado, en resolución, no es un cubo de los estados empíricos respecto de las marcas dadas
individual, sino una clase (84). La operación de lanzarlo (un esquema ampliamente utilizado en Genética) sino
{situarlo alternativamente) nos introduce en el ámbito que se trata de recoger la condición de que esas especies
de una clase sucesiva atributiva; o, lo que es equivalen- afecten (distributivamente) a cada elemento y, además,
te, es preciso que el dado se considere igual a otro da- de un modo disyuntivo. La marca «as» afecta distributi-
do contiguo, en situación determinada. El dado viene a vamente a cada dado, que se define intrínsecamente por
ser, de este modo, una suerte de género combinatorio ella y no es una «diferencia específica» sobreañadida al
(terciogenérico), una totalidad atributiva (T) de múlti- dado; además, afecta al colectivo, en el sentido de que
ples cubos numéricamente distintos, una totalidad dis- la participaciónjsn una marca es la privación de otras:
creta. Sobre esta totalidad combinatoria, el dado se de- H (N|,, Nr, Ns...). «Hablar castellano» no es tampoco
fine como la clase disyuntiva de seis notas. Para un una característica específica de «Hombre» (o un predica-
conjunto de 10 dados (o para las 10 tiradas de un do de primer orden, respecto del predicado de segundo
dado) distinguiremos estados extensionales diferentes orden «lenguaje de palabras» que sería el predicable
(seis estados universales, un estado heterogéneo total del hombre en general, como animal loquens) en la
etc.). Por lo demás, este concepto de totalidad combi- medida en que es ima característica pensada como vir-
natoria disyuntiva (por medio del cual pensamos el tualmente universal (es la situación de las «religiones
concepto de «dado») puede aplicarse a otras situacio- universales»), sea en un sentido político, sea en el senti-
nes: Los hombres, entendidos como individuos de un do de Chomsky (el castellano puede ser hablado por
género zoológico T, acumulativo, pueden redefinirse cualquier individuo del «género humano»). Hay una
(«culturalmente») por el lenguaje; pero no ya por el evidente diferencia (que la Antropología filosófica no
lenguaje, tomado en general {animal loquens), sino por puede ignorar) entre la consideración («Antropología de
lenguajes especificados. N o diremos que el hombre es Predicados») de la Idea de «Hombre» como una clase
«el animal que habla», sino que los hombres son indi- genérica porfiriana, entre cuyas notas intensionales figu-
viduos (animales) que hablan latín, o griego, o caste- ra, sin duda, el «lenguaje de palabras» (el «Logos»), un
llano, o bantú. (En el supuesto chomskyano de una to- lenguaje que se especificará ulteriormente como latín,
talidad ÍC, referida, por ejemplo, a los cerebros huma- griego, castellano... y l a consideración de esta Idea como
nos, cada individuo tiene capacidad para hablar cual- una clase genérica combinatoria de notas disyuntivas (en
quier idioma, pero de hecho, habla el idioma nativo, conflicto dialéctico; el idioma griego, el latín, el caste-
como el dado ocupa cada vez una sola situación). llano...) en función de los cuales el «lenguaje universal»
supone, no ya solo la regresión a «estructuras profun-
Sin duda, el concepto de los géneros (clases, totali- das» sino, en todo caso, la traducción de unos idiomas
dades) combinatorios (disyuntos) suscitará recelo desde en otros, o la eliminación de todos menos el que logra
la perspectiva porfíriana en la que se sitúa la «teoría de identificarse con el «estado universal»). A esta diferen-
los conjuntos» en tanto que, a lo sumo, interpreta las cia lógica, pues, corresponde una diferencia en la inter-
variables como «signos» exteriores de los «objetos» pretación ontológica: la «Antropología de predicados»
mismos. Y, desde una perspectiva «empirista-positivis- (la consideración de la nota «lenguaje de palabras»
ta», cabría argüir que si las notas disyuntas afectan sólo como predicado de segundo orden, respecto de los pre-
a una región de la clase o totalidad, no habría razón dicados de primer orden «hablar latín», «hablar caste-
alguna para elevar esas notas a condición de propieda- llano»...) se corresponde con el entendimiento de la
des de la clase total («hablar castellano» no es propie- Idea de Hombre como «sustancia» que se determina en
dad de la totalidad de los hombres). «accidentes» histórico-culturales; la «Antropología dia-
léctica» no podrá aceptar como «accidente» esas deter-
minaciones que constituyen precisamente el contenido
Ocurre entonces como si las notas intensionales se mismo histórico cultural de la Idea de Hombre.
equiparasen a la condición de propiedades según el
cuarto modo de Porfurio («lo que se predica de todo, y
solo, y siempre») o, a lo sumo, según el segundo modo Es en situaciones análogas a las que estamos consi-
(«de todo, no solo»). Pero las notas intensionales de derando, en donde la Aritmética y la Lógica se entrete-
que hablamos, en cuanto disyuntivas, podrían asimilarse jen de modo peculiar, pero sin confundirse en modo al-
al primer modo de Porfirio («lo que conviene a solo, no guno. Porque la Aritmética se nos manifiesta en la pers-
a todo») o, a lo sumo, al tercero («a todo, a solo, no pectiva de las partes acumulativas, y la Lógica, en la
siempre», caso de los 10 dados presentando todos la perspectiva de las partes distributivas; y estas perspec-
misma cara). Y entonces sería preferible considerar las tivas reaparecen, cada una, sobre los resultados de la
notas del todo no como notas intensionales de una clase otra (no son perspectivas absolutas). De ahí que las
genérica (puesto que no afectan a toda su extensión mismas acumulaciones «aritméticas» puedan ir engra-
empírica), sino como especies de esa clase genérica (el nadas en el curso de procesos lógicos, y recíproca-
género «conjunto de cubos» especificados por marcas mente. •'"
de ases, reyes etc.). Sin embargo esta «reducción porfí- Consideremos el caso más sencillo imaginable de
riana» de los géneros combinatorios no da cuenta de su estas totalidades__gue venimos denominando «géneros
«regla de construcción» ni, por tantoj de la dialéctica combinatorios disyuntivos», a sabet, el caso en efcuál las
propia de los géneros combinatorios. Porque no se trata notas disyuntas sean solo dos (Ni, N2). Esto significa
que los elementos de T se comportaran como variables
booleanas. O, si se prefiere, las variables booleanas se
(84) G. Bueno, El papel de la filosofía, op. cit., pág. 183, nota 43. nos manifiestan ahora como un mero caso particular de

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los géneros combinatorios disyuntivos, siempre que esas propiedad cara (o cruz) no consta de dos propiedades,
variables sean utilizadas conjuntamente (como «cantida- pero sí va unida necesariamente (sinectivamente) a su
des booleanas» de una longitud extensional determina- disyuntiva. La clase de las monedas, pues, es de tipo T;
da). N o se trataría, según esto, de entender las «varia- la clase de las caras (como la de las cruces) es de tipo .
bles booleanas» como el punto de partida originario,
sobre el cual fuera preciso construir el concepto de las Solo cuando el conjunto que consideramos consta
«totalidades disyuntas». Porque la binariedad es solo un de más de una moneda (o variable booleana) tiene sen-
caso particular y la variable aislada solo una situación- tido hablar de dos tipos de estados extensionales, a saber,
límite, que puede conceptualizarse desde la idea de pares e impares, respecto de una propiedad disyuntiva
«clase disyuntiva», pero no recíprocamente. (vinculada a su vez, sin duda, a alguna coordenada, v.
gr., estar contigua a la superficie que la sostiene). En un
Podemos ilustrar esta situación con el conocido conjunto de cinco monedas con cuatro caras y una cruz
«juego de las vueltas» que se práctica con conjuntos de (en la posición «arriba»), el estado es «par» respecto de
monedas. Tras una serie de operaciones (consistentes a las caras y es «impar» respecto de las cruces. Un estado
dar la vuelta, un número indefinido de veces, a alguna universal (las cinco caras, por ejemplo) tendrá la misma
o a todas las monedas de un conjunto, monedas, que paridad del conjunto T; el estado nulo de una propiedad
descansan sobre una de sus caras) es posible construir (no-cruces, si todas presentan la cara), pese a ser nulo
(dialógicamente: «adivinar») la marca ocultada de una lógicamente, es aritméticamente computable como par,
moneda dada del conjunto. No sería posible generalizar y no absolutamente (de la misma manera que tampoco
el juego a dados hexaédricos, etc) (85). Las monedas a° puede igualarse a 1 absolutamente) sino en virtud de
del conjunto, por tanto, pueden considerarse como su inserción en el curso operatorio de las operaciones
partes de un todo T (acumulativo, aunque isológico y de mutación (en virtud del hecho de que, al ser some-
discreto, poseedor de propiedades físicas, muchas de tido a la operación consabida, y tras los «recuentos
ellas distributivas —la temperatura del conjunto de mo- oportunos», nos devuelve al estado «impar»). Así, pues,
nedas puede ser la misma que la temperatura de cada una moneda aislada no podría ser considerada por sí
moneda— otras atributivas — el peso, por ejemplo). misma, como una «clase unitaria primitiva combinato-
Pero este conjunto, a su vez, viene re-definido (en el ria» (en general, entendemos las «clases unitarias», por
juego y, en general, en el concepto mismo general de nuestra parte, como derivaciones límite, pese a su «sen-
«moneda acuñada») como una totalidad de tipo 8Í dis- cillez», de las clases no unitarias) porque en ella ningún
yuntiva, ,por especto de las notas intensionales (o estado podría ser par (como negación de impar) o impar
propiedades) cara y cruz (o anverso y reverso). Estas pro- {ibid.). y si se considera impar (v. par) el conjunto por
piedades son distributivas, porque afectan a todas las una sola de sus monedas, es en virtud de su inserción
monedas, con la intención de afectar a cada una (es en cursos operatorios ulteriores, dados en conjuntos no
cada una la que posee una cara o una cruz, pero no el • unitarios. Esta observación tiene importancia, por
conjunto T; es el todoíEy no el T el que «tiene» cara y cuanto ilustra la irreductibilidad de la llamada «cantidad
cruz). Además, las notas intensionales cara y cruz son booleana general» a la noción de «cantidad booleana
disyuntivas en el juego: cada moneda (o parte de T) se simple» o elemental (86). Y esto significa algo que no
comporta (respecto del tod(¡£, ) como una variable boo- deja de ser sorprendente, cuando nos consideramos si-
leana. Podríamos analizar esta estructura matricial me- tuados en la perspectiva ordinaria (tecnológica) del
diante una tabla también matricial, como la siguiente: Algebra: que la situación {1, 1}, por ejemplo, no es de-
ducible de la situación {1}; que las funciones diádicas no
son deducibles de las monádicas (en contra de la pre-
sunción de Sheffer), ni las triádicas lo son de las diádi-
IVbneda 1 Moneda 2 Moneda 3 Maneda... Manedan cas, etc. etc.
^ ^
Cara Cara 1 Cara 2 Cara 3 Cara... Cara n
Ahora bien: Es la diferencia entre los estratos holóticos
Cruz Cruz 1 Cruz 2 Cruz 3 Cruz... Cruz n a nivel de partes (las monedas y las operaciones de
mutación aplicadas sobre cada una de ellas) y aquellos
que son dados al nivel del todo (o conjunto combina-
torio en el cual aquellas partes van insertas) lo que
Hay una clase de columnas (cada uno de cuyos elementos permite dar cuenta de la situación dialógica en la que se
se define por tener cara y cruz) y hay dos clases de filas desarrolla el juego que nos ocupa, y en el que intervie-
(esta estructura lógica es similar a la constituida por los nen dos sujetos, llamémoslos A y B. Porque la cuestión
individuos vivientes de especies distintas por respecto reside (creemos) no ya tanto en caracterizar epistemoló-
de su sexo). Hay la clase de las monedas, y hay la clase gicamente a los sujetos del juego («el sujeto A conoce un
de las caras, y la clase de las cruces, que mantienen estado del conjunto de monedas, y el sujeto B desconoce
entre sí relaciones combinatorias precisas. La «propie- la propiedad de la moneda que A le oculta, al tapar la
dad moneda» consta de dos propiedades (cara, cruz); la moneda con la mano») cuanto en definir el papel lógico
correspondiente a cada característica epistemológica pre-
(85) El sujeto (operatorio) —jugador— B deja que el sujeto A le dis- supuesta. Sugerimos que esta definición lógica puede lle-
ponga a voluntad una colección de monedas (v. gr., cinco) presentan- varse a cabo recurriendo a la oposición entre Parte y
do sus caras o cruces. B inspecciona el estado del conjunto (sin revelar
a A la naturaleza de su operación) y A, sin que B pueda ver sus ope- Todo, a la vez que interpretando a los sujetos A y B
raciones tampoco, dá un número indeterminado de vueltas a la mone- como si fuesen operadores («sujetos gnoseológicos», y no
das, tapando al final.una con la mano. B, inspeccionando de nuevo las
monedas que quedan al descubierto, puede adivinar la posición de la
moneda que A mantiene oculta. (86) Kuntzann, op. cit.

EL BASILISCO 23
EL BASILISCO, número 8, julio-diciembre 1979, www.fgbueno.es

meramente «sujetos percipientes», que «conocen» o \sCardinal del


«desconocen»: en realidad, siempre conocen algo). El estado inicial
sujeto A y el B conocen el conjunto inicial finito de las
monedas y su estado; el sujeto A opera mutaciones sin Cardinal des. Par Impar
que el B conozca las monedas cambiadas (que permane- las operaciones-^^
cen ocultas) y esto significa: «Es posible operar sobre
las partes sin que intervenga el sujetó B (que, en rigor, Par Par Impar
está siendo referido al Todo - lo que «conoce» es el
todo —es decir, la paridad de la colección-^, con abs- Impar Impar Par
tracción de las partes). «Ocultar» monedas con la mano
es, pues, el nombre epistemológico de la independencia Según esto, el niímero par de operaciones de mutación
lógica de la operación con las partes respecto del con- desempeña el papel de un módulo (idempotente, auto-
junto total. Además, B conoce el número de operaciones formante) al ser aplicado a los estados par o impar,
de A (las va contando: las operaciones forman una tota- porque un número par de operaciones aplicadas a un
lidad acumulativa) y, después, vuelve a examinar el esta- estado par, mantiene el estado par y un número impar,
do resultante del conjunto, del cual A oculta una mantiene el impar. (La paridad de las operaciones no se
moneda. (A procede como si las mutaciones de unas confundirá con la paridad de los estados de las mohe-
monedas no repercutiesen en la oculta — es decir, abs- das, aunque todas ellas sean representables por los mis-
trayendo su nexo a través del estado total— y por ello mos símbolos 1, O, dado que su comportamiento boo-
se asombra). B puede adivinar la marca de la moneda leano es análogo). El número impar de operaciones es
oculta («adivinar» es el nombre epistemológico de la heteroformante: aplicado a estados pares de monedas
operación lógica: «construir la marca»). Esta construc- (dá impar) o a estados impares (dá par); pero, en la me-
ción, desde el punto de vista de A, como hemos dicho, dida en que a estos estados resultantes cabe aplicar de
es asombrosa (el asombro ha de coordinarse, por tanto, a nuevo la operación idempotente, reobteniéndose los re-
la disociación entre la perspectiva de las partes y la del sultados cruzados, o diremos que se trata de una situa-
todo); diríamos que es sintética y no analítica, porque A ción involutiva y, por tanto, según nuestro criterio,
manipuló acaso sobre algunas monedas del conjunto sin lógica, autoformante. En cualquier caso, el conocimiento,
afectar a la moneda ocultada, o, recíprocamente, mudó por B, del número de operaciones de A (que implica la
la moneda que ha sido ocultada, manteniendo inaltera- operación aritmética adición) no va orientado en el sen-
das las restantes (por lo cual le parece absurdo que tido de una construcción aritmética, porque aquello que
pueda conocerse con necesidad —y no por azar— la B determina en el número resultante es solamente su
marca de la moneda oculta). Y la mejor prueba (a partir propiedad par o impar (en «5» solo percibe «impar»,
de las facta concluderitia de A) de que A no se sitúa en en cuanto opuesto a «par»), como si B juzgase, sólo se-
la perspectiva del todo es su estrategia habitual, ten- gún «juicios reflexionantes» (en el sentido de Kant).
dente a «engañar» a B, mediante la realización de nu- Por ello, la suma de las operaciones, seguida del juicio
merosos cambios sobre la misma moneda que manten- reflexionante, podría ser sustituida por la sucesión de re-
drá oculta, a la vez que alterando el orden, puesto que sultados disyuntivos ^larr/zwí/'^r, de suerte que fuera, por
de este modo (piensa) ¿cómo podría B conocer la situa- así decir, la propia sucesión real de las operaciones
ción y estado de la moneda oculta inspeccionando las aquello que notificase a B la cualidad del estado del
restantes monedas, si ignora si los cambios fueron da- conjunto de monedas. Porque tanto dá alcanzar primero
dos a esta.-*. Podemos afirmar, por tanto, que el asom- el resultado de una suma de uno a uno, para extraer
bro de A se produce en el momento de la desconexión después del resultado su carácter de par o impar, como
(lógicamente inteligible) con la perspectiva del todo dis- atenerse de entrada al carácter par o impar que ha de
yuntivo (sin contar con las asociaciones parásitas relati- tener un resultado de la suma por el hecho de suceder
vas al orden de las monedas). B sabe, sin embargo, a otros previos opuestos.
(cuando no actúa aplicando una regla puramente mecá-
nica) que cada mutación (cambio en una parte) altera el
tipo (la paridad) de estado del conjunto, y lo altera in- Esto podría dar lugar a pensar (87) que la regla de
volutivamente (la mutación segunda, nos devuelve al construcción es la misma para el caso de una sola mo-
estado de paridad del primer estado, aunque tenga otra neda que va cambiando y para el caso del conjunto de
longitud). Por consiguiente es la cantidad de operacio- monedas. Esta sugerencia es muy ilustrativa, porque nos
nes, en tanto también puede disponerse según los esta- permite medir la diferencia entre lo que es una reduc-
dos de par e impar, aquello que se combina con el ción operatoria y lo que es una reducción estructural.
estado par ó impar del conjunto de monedas. (La misma operación generadora, aplicada a materias di-
ferentes, arroja resultados diferentes). Por ello, la redu-
cibilidad de ambos casos a una regla común (en cuanto
La cantidad de las operaciones, por tanto, es un a la tarea de construcción de una variable y sus predica-
concepto aritmético (una totalidad atíributiva). Pero en él dos) no ha de confundirse con la reducción de la es-
sólo consideramos un carácter lógico, a saber, la paridad tructura «cantidad booleana general» a la «variable boo-
y la imparidad (que sin perjuicio de ser conceptos mate- leana unitaria». Aunque puedo llegar a la situación de
máticos, se relacionan, a través de la operación «adic- la moneda aislada como a un caso límite de la situación
ción de una unidad», según una forma involutiva, auto- del conjunto de monedas, no puedo construir esta si-
formante). La regla (isomorfa a la equivalencia de propo- tuación a partir de la primera. (Tampoco puedo cons-
siciones) podría ser la siguiente (suponemos que opera- truir un tensor a partir de un vector, aunque sí, recí-
mos sobre caras; los cuadros de la tabla se refieren a procamente, puedo considerar a un vector como un
estados resultantes): tensor de, primer orden; y ello, porque la conexión

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EL BASILISCO, número 8, julio-diciembre 1979, www.fgbueno.es

entre los diferentes vectores de un tensor no es ella cursos de la lógica formal — pongamos por caso, toda la
misnia vectorial, como tampoco la articulación de las teoría de los predicables, cuyas diferencias hubieron de
distintas variables booleanas en una cantidad booleana desvanecerse ante el formalismo nivelador de la lógica
general es ella misma una cantidad booleana). de clases, a saber, ante la relación «A c B». La Idea
amplia de Lógica también tendrá que cubrir aquellos
En resolución: Lo que cambia, disyuntivamente, en momentos lógicos realizados (o ejercitados) en las estruc-
cada moneda aislada, es la propiedad cara (o cruz), y lo turas o procesos geométricos (la esfera, como esquema
que cambia, en el conjunto de monedas, es la paridad material de identidad, contiene un momento lógico; así
de las propiedades (que es ya un «predicado de predi-- como la igualdad de las razones entre los lados homólo-
cados»). Y lo que ocurre es que el cambio de esa pari- gos de dos triángulos semejantes), pero también físicos o
dad de propiedades (como predicado de predicados) se biológicos. No es un objetivo del presente artículo el
produce booleanamente, y en coordinación con el cam- análisis de esta Idea amplia de Lógica, en tanto Idea que
bio (booleano) de cada propiedad. De ahí la posibilidad cubre no sólo a la Lógica formal, sino también a la «ló-
de una regla común («tecnológica»). Ahora bien: aún gica informal». Tan solo diremos que esta Idea amplia
cuando las dos disposiciones impliquen, por así decir, de^ Lógica nos parece coordinable a la «constelación se-
una regla común, la regla común no implica la comuni- mántica» de conceptos tales como el de «igualdad por
dad de las dos disposiciones. Precisamente por eso pue- congruencia», «igualdad por coordinación», «semejan-
de resultar asombrosa la construcción (en este juego, o za», «coherencia», «identidad sustancial operatoria» (la
en otros similares) aplicada al conjunto de monedas, a del concepto de «baricentro» en cuanto intersección de
saber, precisamente porque ella es trivial aplicada a una las tres medianas de un triángulo en un mismo punto),
variable (moneda) única. Una vez más, el asombro se nos etc. Esta constelación semánrica contiene conceptos
manifiesta como el nombre psicológico que corresponde opuestos a aquellos otros (diversidad, contigüidad...)
a la transición de un nivel de construcción lógico a otro con los cuales pudieran consrituirse constelaciones se-
más complejo, aún aplicando una regla tecnológicamen- mánticas coordinables con los campos matemáticos, físi-
te similai: (un nivel que obliga a ligar la alternancia cara! cos, etc.
cruz no solamente a 1/0, sino a la relación de «pares de
caras» o «pares de cruces», a estados distintos, a su vez Evidentemente, si las Ideas lógicas no puede ser hipos-
coordinables con 1/0). tasiadas, habrán de ser pensadas siempre como dadas
(ejercitadas) en los procesos que tiene lugar entre los
Lo importante es, pues, advertir la diferencia en- contenidos geométrico, físicos, etc. etc. (Por la identi-
tre la regla de construcción genética, que puede, ser dad material dada en la esfera se «reproduce» la igual-
oblicua a la estructura, y la estructura misma (respecto dad de los radios, pero en el mismo proceso de acumu-
de la regla interna). La regla tecnológica (práctica) pue- lación «por contigüidad» de estos radios diferentes; la
de apoyarse simplemente en la coordinación entre las identidad funcional dada en el desarrollo geométrico de
alteraciones de cada moneda (booleanas) y las altera- la función parabólica, tiene lugar en el proceso de varia-
ciones (booleanas) de la paridad del conjunto, al estar ción —^por respecto de una recta— de la situación de
coordinadas estas alteraciones por una relación muy los puntos de la curva).
sencilla (la alteración de una moneda, altera la paridad
del conjunto). Pero esta regla práctica no necesita pe- Pero una vez que se ha regresado a una Idea
netrar en la naturaleza lógica de las relaciones entre ele- amplia de Lógica tal que sea capaz de cubrir a la «lógica
mento y clase (como tampoco la relación entre las sali- informal», la vuelta a la Lógica formal nos obliga a pre-
das y las entradas del ordenador necesita, para ser utili- cisar su definición de un modo que puede resultar sor-
zada en los cálculos, penetrar en su «estructura pro- prendente. En tanto los momentos de la igualdad, seme-
funda»). Y esto, sin llegar a tanto como pretendió janza, identidad, etc. solo pueden realizarse en los pro-
Wagner en su interpretación áe" Lohengrin — sin llegar cesos de diversidad, de contigüidad, de diferencia, etc.,
a pensar que el regreso a las cuestiones de origen su- habrá que reconocer que no decimos casi nada al carac-
ponga la destrucción de la relación, de la estructura. terizar a la Lógica formal como una lógica que se acoge
Pero sin excluir tampoco este pensamiento. a los momentos de identidad, etc., incluidos en las
operaciones autoformantes. Porque, o bien las operacio-
nes autoformantes se encuentran por todos los lados, en
5. El criterio que hemos venido utilizando para es- la lógica informal, o bien hay que estrechar el alcance
tablecer una línea de demarcación entre la Lógica for- del concepto de lo «autoformante». La apelación a la
mal y la Matemática —la distinción entre sistemas de Identidad (o semejanza, o igualdad, etc.) no sirve para
operaciones autoformantes y heteroformantes— está definir el carácter autoformante de los procedimientos
pensado a escala de la llamada Lógica formal (o formali- de la lógica formal; luego será preciso determinar los
zada, o algebraica, o simbólica...). Pero, evidentemente, «parápietros» de esa identidad o semejanza constituti-
este criterio envuelve 'o está envuelto, por una Idea más vos de las operaciones autoformantes lógico-formales.
amplia de la logicidad, a la cual podría regresarse a par- Nos ha parecido suficiente tener en cuenta las caracte-
tir del propio criterio gnoseológico utilizado para la rísticas de la igualdad, semejanza, etc., ligadas al simbo-
Lógica formal. Esta Idea más: amplia de «Lógica», ade- lismo tipográfico (características geométricas, principal-
más de aplicarse a la Lógica formal, habría de cubrir mente). Estas características sólo alcanzarían su signifi-
aquellos trozos doctrinales de disciplinas tradicionalmen- cado gnoseológico por oposición a sus homologas mate-
te llamadas «lógicas» de un modo no gratuito, trozos máticas. Al menos, sería de esta oposición o contraste
doctrinales que, de hecho, no han podido pasar a los de donde podría brotar la representación de los mo-
mentos de identidad ejercitados en los propios procesos
(87) Debo esta sugerencia al prof. Julián Velarde Lombraña
formales.

EL BASILISCO 25
EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, www.fgbueno.es

ARTÍCULOS

PSIGOANALISTAS
Y EPICÚREOS
ENSAYO DE INTRODUCCIÓN
DEL CONCEPTO ANTROPOLÓGICO
DE «HETERLAS SOTERIOLOGICAS»
GUSTAVO BUENO
Oviedo

En recuerdo del Seminario sobre Psicoanálisis que dirigieron


los Doctores Guillermo Rendueles y José García en Oviedo,
Mayo de 1980.

bien pertenece a la historia de la institución la fundación


1. Planteamiento de la cuestión por Freud, antes de la Primera Guerra Mundial, y des-
pués de la «secesión» de Adler, Jung y Stekel, de un Co-
mité Secreto («la existencia y las acciones de ese Comité
El Psicoanálisis o, si se prefiere, el * Mo- tendrían que ser rigurosamente secretos»), cuyos «síndi-
vimiento psicoanalítico» (die psychoana- cos» (owóiKOi) —llamémoslos así— habrían sido Rank,
litische Bewegung), ha llegado a ser, entre Ferenczi, Abraham, Jones y Sachs (1). La institución se
otras muchas cosas, una institución, en el hará verdaderamente internacional (y casi diríamos, ecu-
sentido en que éste término suele ser ménica) a lo largo de todo el primer cuarto de siglo, sin
utilizado en el vocabulario histórico-so- por ello perder nunca la voluntad de excluir a todo aquel
ciológico, pero también en un sentido que pretendiese practicar un psicoanálisis «libre» (salvaje,
muy próximo al del vocabulario estrictamente jurídico. silvestre). En 192.9, por ejemplo, la Asociación Médica
Su origen, como tal institución, habría que ponerlo aca- Británica, declarará; «Este término (psicoanálisis! sólo
so, no ya en 1895 {Estudios sobre la Histeria), m siquiera puede ser aplicado ligítimamente al método desarrollado
en 1900 (La interpretación de los sueños)—fechas que, sin por Freud y a las teorías derivadas del uso de este méto-
embargo, son altamente significativas en una Historia de do» ...de acuerdo con esta definición, y córi el propósito
las Ideas psicoanalíticas— sino en 1902, fecha de la pri- de evitar confusiones, el término «psicoanalista» está re-
mera reunión (Freud, Adler, Kaham, Reitler, Stekel) de servado á los miembros de la «Asociación Psicoanalítica
la <'Sociedad Psicológica de los Miércoles» que inauguró Internacional» »(2). Para ingresar en la cual, se exigirán
sus sesiones (por convocatoria de Freud, pero a instan- condiciones muy estrictas en muchos casos (título de mé-
cias de Stekel) en la misma casa de la Bergase de Viena dico, años de experiencia) incluso lo que podría conside-
en la que Freud vivía. La institución se consolida como rarse una suerte de «noviciado» (el análisis de «forma-
tal cuando los diferentes grupos de psicoanalistas consti- ción», o preparatorio, durante un año, por lo menos, en
tuidos en otras ciudades (en 1907, el Grupo de «Genti- promedio).
les» —i.e. no judíos, Jung, Binswanger—• de Zurich; en
1908, el grupo de Abraham, en Berlín; etc.), junto con
el propio grupo de Viena, se reúnen en Sahburgo (equi-
distante de Viena y de Zurich) en 1908 y en Nuremberg
en 1910, tomando la forma de la Asociación PsicoanaUtica (1) Paul Roazen, Freud y sus discípulos, versión esp. de Carlos Manza-
Internacional, cuyo primer presidente fue C.G. Jung nares, Madrid, Alianza Editorial, 1978, pág. 35 V.
(aunque siguiendo las indicaciones de Freud). Pero tam-
(2) British MedicalJournal, SupL, append. 2, 29-Junio-1929, pág. 266.

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EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, www.fgbueno.es

2. Ahora bien: el movimiento psicoanalítico —se di- no puede considerarse en modo alguno como una doctri-
ce— comporta una doctrina (una teoría) y una práctica na científica, categóricamente cerrada, sino más bien co-
(terapéutica). La doctrina suele ser presentada desee lue- mo una dogmática escolástica, incluso como una mitología
go, por sus mantenedores, como una doctrina científica, —sin que con ello queramos significar que sea gratuita,
cuyos fundamentos se encontrarían expuestos en la obra irracional, fruto de una hipotética fantasía delirante. La
de Freud. Discuten sin embargo sus biógrafos si el fun- doctrina psicoanalítica es una doctrina racionalista, pero
dador fué un temperamento científico (un teórico) o si an- no científica (al menos cuando ponemos aparte desarro-
te todo fué un temperamento práctico (por ejemplo, un llos tales como los de la «introyección del pene» como
médico que, al no poder superar el terror que le produ- base del superego de Melaine Klein o los del «trauma de na-
cía la sangre derramada —incluso llegó, en plena madu- cimiento» de Otto Rank, desarrollos que pueden compe-
rez, a desmayarse ante su vista— hubiera encontrado el tir con ventaja con las especulaciones de la Frenología o
modo incruento de ejercer la medicina; o aca,'iO ni si- -de la Mariología).
quiera eso, sino un organizador ambicioso, un hombre
de empresa). Es una alternativa que en este momento no En el caso del Psicoanálisis, suponemos también —^y
nos interesa decidir directamente, puesto que lo que nos es nuestro segundo supuesto, que será sin duda recibido
importa, en cambio, es otra alternativa entretejida con con menos benevolencia por los críticos del psicoanáli-
aquella: ¿es la doctrina psicoanalítica una doctrina cientí- sis-— que la práctica del psicoanálisis asociada a su mito-
fica especulativa, intrínsecamente independiente (en logía (incluidos los mitos de Edipo y de Electra) o si se
cuanto a su verdad, no ya en cuanto a su génesis), de la prefiere, los ritos asociados a sus mitos, no son siempre
práctica terapéutica, o bien es una doctrina que consiste ineficaces, sino que han conseguido, o siguen consiguien-
toda ella, en lo esencial, en un conjunto de reglas prácti- do eventualmente, resultados terapéuticos muy satisfac-
cas de índole psicagógica.'. Así planteada la cuestión pa- torios, habida cuenta de los márgenes de rendimiento
rece que es posible decir que, al menos intencionalmen- con que se trabaja en medicina o en psiquiatría. Hasta
te, la doctrina psicoanalítica es ante todo una teoría (y la tal punto que sería legítimo apelar a esos resultados
prueba es que no se agota en la consideración de psicóti- prácticos positivos como razón y justificación de la pro-
cos o neuróticos, puesto que también se refiere a los in- pia doctrina psicoanalítica en la medida en que ella con-
dividuos sanos y, lo que es más, a los hombres que por tiene también las líneas maestras de la praxis psicoanalíti-
definición no son ya accesibles a ningún tratamiento ca.
práctico —como por ejemplo, aquellos hombres que se
comían a su padre en Tótem y Tabú). Intencionalmente: Desde nuestros dos supuestos, es evidente que el
porque, de hecho, es muy posible que muchos de los problema que inmediatamente tenemos que plantear es
componentes teóricos más puros dependan indirecta- este: ¿cuál es la razón por la cual el Psicoanálisis puede
mente de la práctica psicoanalítica efectiva, pero no pre- alcanzar esa eficacia terapéutica (segundo supuesto),
cisamente de la práctica tal y como se configura explíci- cuando comenzamos clasificando sus fundamentos teóri-
tamente en la doctrina psicoanalítica. cos como una mitología (primer supuesto).''. El problema
aparece sólo desde luego en una perspectiva racionalista
—no será problema para quien se satisfaga apelando a la
3. Podría pensarse, en principio, que el hecho de virtud curativa de las potencias irracionales subconscien-
que los médicos psicoanalistas se asocien ulteriormente, tes desatadas por una mitología profunda y certera ge-
intercambien opiniones, funden Colegios muy cerrados, nialmente diseñada.
etc. no tendría otro alcance del que tienen los mecanis-
mos de asociación de los restantes gremios: defensa de Y es en el contexto de este problema «racionalista»
los intereses profesionales, exclusión de los diletantes cuando se cree ver cerrado totalmente el paso a una ex-
(condenación del psicoanálisis salvaje, de los sarabaitas, plicación fundada en la verdad científica de la teoría tec-
como diría San Benito). Pues no es preciso interpretar tónica del alma tal como el médico psicoanalista, cuando
maliciosamente de un modo meramente externo la fun- se dispone a actuar sobre ella, se la representa. Es
cionalidad de un Colegio Profesional: también cabe una entonces cuando nos vemos inducidos a acudir a ese
justificación interna, que es la que naturalmente daban componente, al parecer subsidiario (o genérico, de se-
los fundadores: la práctica psicoanalítica debía ser apren- gundo orden) del psicoanálisis, a saber, el «marco cole-
dida por cada médico de otros médicos y sólo muy ex- giado» en el que se encuentran insertos de hecho los
cepcionalmente por <'profanos». Se trataría de condenar médicos psicoanalistas. Sospechamos si no habrá que atri-
el autodidactismo, de preservar al Psicoanálisis de la buir a este marco una causalidad de primer orden en el
charlatanería, de la improvisación, hasta de la «inspira- propio proceso terapéutico; si la colegiación de los
ción», a fin de mantener el prestigio y la funcionalidad psicoanalistas no es algo más que una estructura organi-
del oficio del médico de almas. zada sobre la base previa de la ciencia y del arte indivi-
duales, a fin de regularizar su ejercicio, incluso si no es
4. El punto de vista que hemos adoptado aquí es otra cosa que una superestructura burocrática que sería
distinto. Y ello en razón, principalmente, de un primer conveniente remover para dar paso a un psicoanálisis li-
supuesto que resultará excesivo, sin duda, para los psico- bre, en el que se «recupere» la palabra espontanea (3).
analistas profesionales, a saber: que la doctrina o teoría
psicoanalítica no es una teoría científica en modo alguno, 5. La tesis según la cual el psicoanálisis debiera ver-
pese al ingente material clínico en el cual se soporta y al se más que como una teoría científica cuasibiológica (de
imponente talento discursivo de Freud y de alguno de la que se deduce una determinada práctica y una tecno-
sus continuadores. Nosotros suponemos aquí que la doc-
trina psicoanalítica es una teoría que, utilizando general- (3) Frangois Gantheret, L'institution de t'analyse, Partisans, París 1969,
mente los modos estilísticos de razonamiento científico. Maspero.

EL BASILISCO 13
EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, www.fgbueno.es

El movimiento psicoanalítico, una vez en marcha,


podía ser comparado, en efecto, a una masonería interna-
cional, y cada uno de sus Colegios —por ejemplo, el Co-
legio de Jung, el Colegio de Lacan— a las logias. Pues
sus fines explícitos no son otros sino los de la promoción
del humanismo. La comparación con la masonería es ins-
tructiva metodológicamente: queremos decir, que las di-
ficultades habituales ante la pregunta ¿que es la masone-
ría? (como las dificultades ante la pregunta ¿qué es el
movimiento psicoanalítico?) no tienen que ver, como in-
genuamente suelen creer muchos, con la dificultad de
conocer un contenido esotérico, incluso oculto, secreto,
pues este contenido, en sus rasgos generales, está perfec-
tamente conocido y tiene una historia precisa, sino que
tiene que ver con la dificultad de categorización de esos
contenidos (la masonería es <un poco partido político,
un poco iglesia, un poco.cofradía»).

También se ha comparado el movimiento psicoanalí-


tico con un Partido político: «El Pro/fjor adoptaba mu-
chas medidas prácticas para mantener unido a su grupo.
Ciertas fotografías suyas equivalen al carnet de un parti-
do político y las distribuía como señal de benevolencia y
afecto». N o era un partido político ordinario, encamina-
do a obtener el poder ejecutivo, o el poder legislativo de
logia) como un movimiento en cierto modo inconsciente un Estado concreto; por el contrario, los miembros del
de si mismo (precisamente a consecuencia del enmasca- movimiento psicoanalítico, comenzando por el propio
ramiento que la propia teoría psicoanalítica le autosumi- Freud, sé declaraban apolíticos. Pero sí parecía (incluso,
nistra) podría parecer una tesis audaz en los primeros en parte se lo pareció a L. Trotsky) un movimiento capaz
tiempos, cuando Freud, en su gabinete privado, trataba de inspirar ampliamente a otros movimientos políticos,
cómo médico a ciertas personas enfermas del «aparato inyectándoles un sentido revolucinario («la revolución
psíquico» que, cuando estaba obstruido, a semejanza de psicoanalítica»). A fin de cuentas, el freudomarxismo en-
lo que podría ocurrir en el aparato digestivo, que trata- tendió siempre que «los movimientos marxistas de libe-
ban otros médicos, necesitaba de una purga, llamada ca- ración colectiva» debían ser complementados por el
tarsis (sin que la cautela al ocultar con una palabra griega «movimiento freudiano de liberación individual», ape-
la metáfora atenuase su intrínseca grosería conceptual). lando al joven Marx, al de la Tesis sobre Epicuro, al hu-
Pero una vez que el movimiento psicoanalítico comenzó manista (así Réich, E. Fromm, T. Adorno, H, Marcuse,
a desarrollarse del modo tan prodigioso que todos le re- sin contar al mismo J.P. Sartre). De la congruencia de
conocen, la tesis de referencia pudo presentarse con una esta comparación puede hablarnos la misma historia de
claridad creciente: la esencia del psicoanálisis reside en el ios hechos (incluyendo aquí; que precisamente la aproxi-
movimiento psicoanalítico, y esta es su verdad —a la ma- mación excesiva a otros movimientos políticos pudo ser
nera cómo la verdad del marxismo es el coínunismo. La el determinante de muchas herejías dentro del raismo
dificultad hay que ponerla en la formulación de la natu- movimiento psicoanalítico, como ocurrió en el caso de
raleza misma del movimiento psicoanalítico. Y el único Adler o de Kunkel).
modo racional de proceder en el momento de intentar
alcanzar una formulación aproximada es, por supuesto, el Lo más frecuente ha sido comparar el movimiento
modo de la comparación con otros «movimientos» en psicoanalítico con un movimiento religioso,, con una
los que puedan apreciarse semejanzas y diferencias signi- suerte de Iglesia cristiano-judía primitiva. Freud sería el
ficativas. fundador. Cristo, mientras que Federn sería su San Pe-
dro: «Federn era un profeta barbudo, el San Pedro del
-Ahora bien; nos parece que estas comparaciones se movimiento» dice Paul Roazen (4). Este mismo autor ha-
han orientado en una dirección que acaso adolece de una bla de los discípulos inmediatos de Freud (comenzando
excesiva geñericidad y, lo que es más, de un carácter por Hans Sachs) como de los apóstoles áe\ movimiento
eminentemiente sociológico (utilizando aquí este término psicoanalítico. Freud es equiparado a veces con el Papa,
en cuanto puede contraponerse al término más amplio y se habla de la pena de excomunión cuando Freud se
«antropológico»). N o por ello queremos insinuar que propuso excluir del movimiento a Adler y simpatizantes:
estas comparaciones, así como las discusiones detalladas «Freud —como dirigente de una Iglesia— expulsó a
en torno a ellas, sean inútiles. Son absolutamente necesa- Adler, lo expulsó de la Iglesia oficial. Por espacio de
rias, sin duda —sólo que su sociologismo suele desembo- unos años viví (dice Graf) todo el desarrollo de la histo-
car casi siempre en una reducción del movimiento psi- ria de una Iglesia» (5). Y Rpbert Gastel, utilizando la
coanalítico a los términos de una especie, entre otras, del distinción de Pierre Bourdieu entre secta profética e igle-
género «estructuras de dominación», y esto hasta un
punto tal en el que las funciones terapéuticas del psicoa-
nálisis pasarían a desempeñar el papel de mero pretexto (4), Op. cit.,pág. 331.
del movimiento psicoanalítico. (5) Roazen, op. cit., pág. 210.

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sia dice que la historia del movimiento psicoanalítico es importante (si se adopta el criterio económico clásico de
la historia de la transformación de una secta profética en Rodbertus): la relación psicoanalítica, aquella en la que
una Iglesia: <-La transición de la secta a la Iglesia es sobre se produce normalmente la «transferencia», lejos de
todo una nueva orquestación de la problemática del po- mantenerse como una relación familiar o amistosa, ha de
der, en el interior de la organización que permite su di- ser estipulada como una relación que tiene mucho de
latación al exterior. En la secta el poder se ejerce bajo contrato de compraventa, como una relación de mercado
una forma carismática, es decir, personalizada y referida —^pues el paciente es un cliente al que debe exigirsele el
a un hogar viviente, un hombre y su texto que mantiene pago de honorarios (a un padre, después de una larga se-
de manera continua todo el edificio... en la Iglesia el po- sión en la que aconseja a su hijo, no se le ocurre pasarle
der se hace rutinario y burocrático, es decir, se objetiva la factura, y toda especulación que tienda a desvirtuar
en sus funciones...» (6). Según Castel, la primera parado- estas diferencias en nombre de metafóricos simbolismos
ja del movimiento psicoanalítico sería la larga duración nos parece descaminada).
de su estado de secta —teóricamente hasta la creación de
la Asociación Psicoanalítica Internacional, pero práctica- 6. Desconfiando de estas comparaciones entre el
mente hasta la muerte de Freud en 1938. La naturaleza movimiento psicoanalítico y otras instituciones sociales
sociológica de estas comparaciones y, por tanto, su pro- como excesivamente genéricas (aunque sin negar sus
funda limitación, se puede deducir de la desconsidera- relaciones, incluso su eventual intersección), no hemos,
ción que ellas se ven obligadas a hacer de las dogmáticas por nuestra parte, desestimado el método comparativo.
(a parte de las funciones terapéuticas) respectivas, dog- Sencillamente hemos tomado otros términos de compa-
máticas antitéticas, teístas en las iglesias, ateas o arreli- ración, particularmente el movimiento epicúreo, suficien-
giosas al menos en el tipo de asociaciones a las que per- temente alejado del movimiento psicoanalítico en el es-
tenece el psicoanálisis. Y una perspectiva que no puede pacio y en el tiempo, a fin de extraer de esta compa-
dar cuenta de estas diferencias, una perspectiva que se ración la figura antropológica adecuada que buscamos, y
ve obligada a nivelar las diferencias dogmáticas, así como que hemos denominado helena soteriológica. Tratamos,
las diferencias funcionales, bajo la denominación de pues, de interpretar a su luz las múltiples relaciones que,
<• meras superestructuras ideológicas o tácticas de una or- consideradas al margen de esta figura, o bien pasarían
ganización de poder» es ya en sí misma muy grosera. desapercibidas, o bien se nos presentarían como idénti-
cas a relaciones dadas en otras instituciones sociales
También se ha comparado el movimiento psicoana- mucho más genéricas. N o pretendemos aplicar, en todo
lítico con una horda —y la comparación es del propio caso, la idea de hetería soteriológica al movimiento psi-
Freud, <'a quien gustaba concebir a sus seguidores como coanalítico en los términos de un modelo homomorfo,
una horda en una cacería desenfrenada» (7). Esta compa- puesto que comenzamos constatando que, fenoménica-
ración nos pone, por cierto, más cerca de nuestros pro- mente, el movimiento psicoanalítico no es una hetería en
pios resultados de lo que su aspecto metafórico podría el sentido estricto que daremos a este término. En todo
sugerir inicialmente. Y, por último, se ha comparado caso, las analogías entre epicúreos y psicoanalistas no
ampliamente el movimiento psicoanalítico con una fami- tendrán por qué hacer olvidar sus diferencias y la cues-
lia, y no solamente en el sentido exhortatorio conven- tión de determinar si estas diferencias son bastantes para
cional, dadas las múltiples implicaciones de la familia de neutralizar las analogías o bien si no ocurre así. Por
Freud en la génesis del movimiento psicoanalítico. ejemplo, los maestros epicúreos, respecto de sus discípu-
los, parecían tener relaciones muy distintas a las que
mantienen los médicos psicoanalistas con sus clientes: los
Todas estas comparaciones, desde nuestro punto de discípulos epicúreos no son clientes (ocasionales); los
vista, proceden por tanteo, y son parciales, aunque no maestros epicúreos y sus discípulos forman una comuni-
son gratuitas. Diríamos que captan más bien algún rasgo dad, celebraban banquetes regulares. Los discípulos no
genérico oblicuo, por importante que sea (<'partido polí- figuran como clientes, es cierto, pero sin embargo es evi-
tico, masonería, familia, etc.), o bien establecen alguna dente que daban contraprestaciones económicas al Jar-
intersección efectiva, pero no del modo dialéctico ade- dín, pues de alguna parte tenían que salir los cien drac-
cuado, por cuanto el desarrollo del movimiento, aún pa- mas, equivalentes a una mina, que, según Timocrates,
sando por esa intersección, consistió en gran medida en gastaba diariamente Epicuro —sobreentendemos: la
eliminarla: tal sería el caso de la familia. Es cierto que las comunidad epicúrea— en la mesa. En todo caso, el cele-
relaciones entre los miembros del movimiento se aseme- brar banquetes no era una característica de la comunidad
jaron mucho a las relaciones familiares (trato íntimo, epicúrea, sino una institución muy general de la sociedad
comidas en común, retratos, etc.): pero precisamente el antigua (banquetes del Colegio de los Curetes, banque-
movimiento psicoanalítico se desarrollaría eliminando y tes fúnebres de Poseidón). Sin duda, los epicúreos for-
desbordando estas semejanzas. La familia psicoanalítica maban una comunidad más compacta, pero ello no debe
es puramente simbólica, es decir, no es familia. Las hacernos creer que la clientela epicúrea se reducía al Jar-
transferencias en las terapias no se establecen como re- dín: los amigos de los epicúreos se extendían por todas
laciones personales, como puedan serlo jurídicamente las partes, como se extienden los «antiguos clientes» de los
de la familia y, según Freud, Breuer se habría negado a psicoanalistas. Una cosa son los íntimos (oí yvcópiíia), es
iniciar otro tratamiento con Anna O. porque «no había decir, la hetería propiamente dicha, coordinable con el
entendido la naturaleza impersonal del proceso de seme- Colegio de Psicoanalistas— y otra cosa son los de fuera,
jantes transferencias en la terapia». Y otro argumento los externos (oi ^^coSev), que también pueden ser ami-
gos de Epicuro. Estos externos corresponden, pues, a los
(6) Robert Castel, Le psychanalysme, París, Máspero, 1976, pág. 204. clientes del psicoanálisis y ello sin olvidar las diferentes
relaciones, diferencias deducibles en gran medida de la
(7) Roazen, op. cit., pág. 359.

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heterogeneidad de culturas, pero que acaso no compro- Por otro lado hay que constatar aquí que fue la mis-
meten la analogía en lo que se refiere a los procedimien- ma dogmática o doctrina de Freud (sin contar con la de
tos terapéuticos de integración de la persona, que es lo sus discípulos, principalmente Adier) la que experimentó
que a nosotros propiamente nos interesa. importantes reformulaciones, precisamente en épocas en
las que ya existía una organización corporativa de los
practicantes del psicoanálisis. Nos referimos, sobre todo,
a la reformulación de la teoría tectónica inicial de la psi-
2. Presupuestos antropológicos que —inconsciente, preconsciente, consciente— en la forma
de la teoría psicoanalítica definitiva (1923, Das Ich und
das Es), a saber, aquella que distingue el Ello, el Ego y el
Dos objeciones de principio podrían parecer sufi- Superego. Habría, pues, base para atribuir algún tipo de
cientes para desviar nuestra mirada de estas «superes- causalidad sobre tales reformulaciones a la nueva situa-
tructuras institucionales» que envuelven al psicoanálisis, ción «colegiada» de la práctica psicoanalítica.
en cuanto posibles fuentes de sus virtualidades terapéu-
ticas. Primera: la doctrina psicoanalítica y aún la terapia
eficaz que le suponemos asociada son cronológicamente Y, si volvemos la vista a la «clientela», ¿acaso el pa-
anteriores al movimiento psicoanalítico. Segunda: en ciente que decide acudir a la consulta del psicoanalista va
cualquier caso, la teoría psicoanalítica dispone de recur- buscando los servicios de algún individuo sobrenatural e
sos capaces de explicar el proceso de institucionalización irrepetible, capaz de penetrar en sus secreta cordis'i. No,
ulterior, en sus propios términos. él va buscando a un individuo con el mayor grado de
competencia y prestigio que pueda encontrar, pero un
individuo que a fin de cuentas se le supone que tiene un
En consecuencia, habría que considerar como un oficio, tiene una placa de médico en su puerta, es «indi-
despropósito cualquier intento de explicar las virtudes viduo de una clase», de una profesión: suele recibirnos
propias de la terapia psicoanalítica a partir de estructuras con bata blanca. No se va a él como se va a hablar con
«envolventes» de su propia doctrina, no reductibles a un amigo. Hay que retribuirle como se le retribuye al
sus términos, puesto que, por el contrario, estas estruc- dentista o al médico de enfermedades venéreas —que
turas, o bien permanecen exteriores al campo específico también conoce las cosas más íntimas—. La doctrina psi-
del psicoanálisis, o bien se absorben plenamente en los coanalítica pretende tener virtualidad para explicar el ca-
límites de su recinto. rácter preceptivo de la percepción de honorarios: pero
éstos preceptos pueden ser derivados aún más fácilmente
de la situación institucional a que venimos haciendo refe-
Atendamos ante todo a la primera objeción de rencia, y aún contribuye a fundarla.
principio. Nos parece que ella queda neutralizada por
dos tipos de consideraciones, también «de principio»:
una de ellas referente a la misma «corporación» de psi- Y vayamos ahora a nuestra segunda objeción de
coanalistas (en tanto esta corporación lleva en su seno principio: que el proceso de colegiación y su eventual
una determinada doctrina dogmática) y la otra referente importancia terapéutica puede ser reconstruido a partir
a los sujetos pacientes («clientes») de la corporación. En de los mismos axiomas psicoanalíticos. Podríamos acor-
efecto: en la doctrina y práctica originarias de Freud, po- darnos de los conceptos psicoanalíticos que Freud elabo-
drían rastrearse importantes momentos que implican ya ró en su Psicología de las Masas (1921) y que desarrolló
una forma colegiada. N o sólo aludimos aquí a la colabo- W. Reich en su Psicología del Fascismo y, a su modo.
ración con Breuer, sino sobre todo a la insistencia de Adorno, Frenkel-Bruswik, Levinson y Sanford en La Per-
Freud en exigir el título de médico a todo aquel que qui- sonalidad autoritaria (1950), tendentes a aproximar la
siera practicar el análisis. Insistencia cuya justificación
teórica no es nada clara, habida cuenta de que el psicoa-
nalista procedía más como psicagogo que como médico
(no diagnosticaba palpando o auscultando, ni administra-
ba fármacos, etc.). Y, por ello, cabría reinterpretár tal in-
sistencia (que, por lo demás fué y sigue siendo un caba-
llo de batalla entre los psicoanalistas) desde la perspecti-
va que estamos sugiriendo. Podríamos pensar si la insis-
tencia en exigir al psicoterapeuta el título de médico no
emanaba ya acaso de una «voluntad corporativa» —^vo-
luntad que sólo podía satisfacerse al principio a través de
las formas ya existentes y muy cerradas por cierto, de los
Colegios de Médicos, en una época en la que los psico-
analistas, y aún los psicólogos, carecían social y jurídica-
mente de figura gremial y profesional. La condición de
médico serviría también para fijar el sentido global de la
relación entre el analista y el cliente, lo que era decisivo
para despejar cualquier otro problema implicado en unas
relaciones tan insólitas (la confesión de las «intimidades
personales», que si tenían un débil punto de apoyo en la
tradición de la consulta médica ordinaria, también es ver-
dad que estaba reservada al confesor o al amigo íntimo)
y también para regular la escala de los honorarios.

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identificación de los individuos en el seno de la familia miento). Freud lo reconocía cuando en Más allá del prin-
con su identificación en el seno de otros grupos huma- cipio del placer calificaba a sus reflexiones de «meta-psico-
nos. El funcionamiento de los grupos estaría centrado en lógicas». N o tenemos, pues, la pretensión de enfrentar la
el jefe y en la identificación con él a través de la sustitu- Antropología a la Psicología, sino una Antropología a
ción del ideal del yo por la figura del jefe. Otros psico- otra Antropología (al Psicoanálisis en cuanto Antropolo-
analistas sugieren mecanismos de identificación en el gía y en cuanto concepción del mundo).
grupo, de otra índole, sugerencia que repercutirá en la
posibilidad de sustituir las situaciones de la entrevista
psicoanalítica clásica (analista sentado, silencioso e invisi- Es evidente que una reinterpretación fundamentada
ble / paciente locuaz en decúbito) por la situación del del Psicoanálisis como Antropología no puede ser pre-
«trabajo psicoanalítico en grupo» (Didier Anzieu, Ange- sentada adecuadamente en los límites del presente ensa-
lo Bejarau) entendido a partir de conceptos tales como yo. Me limitaré a destacar aquellos rasgos que sean más
«identificación narcisista». pertinentes para nuestro propósito (a saber, el intento de
pensar el proceso de colegiación de los psicoanalistas
desde la idea antropológica de hetería soteriológica) a efec-
Ahora bien, la aplicación de estos conceptos, o de tos meramente expositivos y en modo alguno demostra-
otros parecidos, no puede pretender un alcance reductor tivos.
por la sencilla razón de que estos conceptos no tienen
capacidad para construir estructuras supraindividuales, ta-
les como masa o grupo, puesto que parten de ellas (como Nosotros argumentamos desde una perspectiva an-
Freud partía ya de la familia o de la horda). Pero Tnasa, tropológica materialista que prefiere hablar de «material
grupo, familia, horda, no son categorías psicológicas, aún antropológico» a hablar de «Hombre», en tanto este
cuando en su seno tengan lugar abundantes procesos psi- concepto sugiere una realidad sustantivada más que un
cológicos que los psicólogos tratarán de comprender. Los proceso. Y subraya en este material antrojpológico la he-
factores psicológicos juegan en su escala, sin duda, pero terogeneidad de sus componentes (fisiológicos, de diver-
ellos mismos están moldeados, por ejemplo, (Erich sa índole, económicos, religiosos,...) en los diversos cir-
Fromm se distinguió subrayándolo) por las corrientes cuios culturales y aún la relativa autonomía procesual de
causales psicológicas y económicas. las" series causales entretejidas (no siempre armónicamen-
te) de esos componentes. La variedad y heterogeneidad
del material antropológico es precisamente aquello que
Nuestra respuesta a la segunda objeción, que apela nos impone su clasificación. Los criterios de esta clasifi-
a la capacidad de los axiomas psicoanalíticos, se ve obli- cación están en función del contexto del análisis que in-
gada a regresar a las cuestiones de principio, es decir, a teresa instituir. Para muchos efectos, la oposición entre
considerar otros axiomas alternativos de los axiomas psi- cuerpo y espíritu (entre componentes del material antro-
coanalíticos, en el momento de disponernos a enjuiciar pológico que se ordenan al cuerpo, y componentes que
el significado antropológico del «proceso de colegia- se ordenan al alma, a la mente o al espíritu), puede ser
ción». Se comprende la razón por la cual esta cuestión, muy adecuada, sin perjuicio de su arcaísmo y de sus con-
que aparentemente es muy secundaria, suscita al regressus notaciones metafísicas. En esta ocasión nos parece más
a los axiomas: los psicoanalistas se ocupan de la indivi- pertinente sin embargo la oposición, también clásica, en-
dualidad subjetiva; pero las corporaciones de psicoana- tre el individuo y la persona (es decir: entre los compo-
listas son estructuras supraindividuales (sociales, histórico nentes del material antropológico que se ordenan en tor-
culturales, jurídicas). La hipótesis de la posible influencia no al individuo humano y los componentes que se orde-
de estas estructuras supraindividuales en el proceso tera- nan en torno a la persona y aún la constituyen; siempre
péutico individual suscita simultáneamente la cuestión de que tomemos la Idea de persona en un sentido más
las relaciones entre una perspectiva individualizada y una cercano al lenguaje jurídico o incluso teológico que al
perspectiva supraindividual. Y entonces o bien se pre- lenguaje de los sociólogos o al de los psicólogos). Aun-
tende defender un reduccionismo a ultranza, un psicolo- que el núcleo de la distinción entre individuo y persona
gismo (cuando los axiomas del psicoanálisis se interpre- —tal como nos viene formulada desde las disputas cristo-
tan como axiomas psicológicos) o bien se defienden sen- lógicas del siglo IV (naturaleza y persona de Cristo,
cillamente unos axiomas no psicológicos, distintos de unión hipostática, relación de la persona de Cristo con
aquellos por los cuales la objeción cobra sentido. Sos- las restantes personas de la Santísima Trinidad)— es rela-
pechamos que el psicoanálisis —cuando tenemos en tivamente fijo, su fundamentación es muy variable, se-
cuenta sus pretensiones de dar razón, no solamente de la gún la axiomática antropológica utilizada. Por ejemplo,
estructura de las conductas individuales, sino también de para una axiomática sustancialista metafísica, la persona
estructuras tales como el Estado, la Religión, las normas será concebida como el mismo supuesto de naturaleza
éticas y morales, el Arte, etc.—, es mucho más que una racional que es sujeto de propiedades tales como la res-
psicología, es una Antropología y hasta una Metafísica ponsabilidad, la libertad, la capacidad de preveer y de
(Eros/Thanatos), aunque todo ello suela incluirse confu- proyectar, la de hablar con otras personas y formar so-
samente, dentro del mismo nombre de Psicología. Preci- ciedad -con ellas. Para una axiomática no sustancialista,
samente^ ha sido el Psicoanálisis la escuela psicológica en sino procesual, estas propiedades o, mejor, sus precurso-
lí, q.ue de un modo más constante y sistemático se han ras, habrían de considerarse, en cierto modo, como da-
entretejido los puntos de vista psicológicos con puntos das en cursos precisos del material antropológico; de tal
de vista sociológicos, histórico culturales, antropológicos suerte, que la constitución de las personas pueda enten-
y metafísicos (y esto sin necesidad de apelar a concepcio- derse a partir de ellos más que reciprocamente (es más
nes como las de Otto Rank relativas a la conexión del yo exacto decir que la responsabilidad es causa de la perso-
con el Todo, a través de la madre y del trauma de naci- nalidad que decir la reciproca).

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La dialéctica de la conexión entre el individuo y la (puesto que la cultura es, para los individuos que nacen
persona la hacemos consistir principalmente en este pun- en su seno, medio natural también).
to: en que el individuo es, sin duda (ontogenéticamente,
pero también fílogenéticamente) una estructura de algún
modo previa y anterior a la persona, en el sentido de Pero si la persona nos lleva a un orden ontológico de
que es imposible entender la formación y maduración de rango más alto que aquel en el que se sostienen los indi-
la personalidad sino es sobre la base de una individuali- viduos biológicos (a la manera como la Gracia, suponía
dad ya constituida en un nivel biológico y zoológico un orden más alto que el de la Naturaleza) esto ha de
determinado; pero esta anterioridad no ha de interpre- ser debido a que los individuos humanos, de los cuales
tarse matafísicamente (hipostasiándola) como si la perso- hay que partir, han llegado a constituir un medio envol-
na pudiera reducirse a la condición de una superestructur vente tal que haga posible la rotación de las relaciones
ra (una máscara) que adquiere el individuo tomándola entre el individuo y su terminación última como perso-
en préstamo del depósito social de máscaras o roles, en na. Solo a partir de tal exterioridad envolvente puede
el momento de adaptarse a los grupos de individuos de entenderse la irreductibilidad de la persona al individuo.
su especie. Cabría, en este contexto comparar la relación de la per-
sona al individuo con la relación del individuo a sus pre-
Suponemos que el individuo es efectivamente un estrato cursores genéticos: mientras que tiene sentido biológico
ontológico anterior a la persona; pero la dialéctica de es- afirmar que el cigoto contiene ya prefigurado epigenéti-
ta anterioridad (de génesis) la haríamos consistir en la camente (en la aceptación de Waddington) al individuo
circunstancia según la cual, sobrevenida la persona, el in- que a partir de él ha de desarrollarse, pero carece de to-
dividuo queda envuelto de tal modo que pueda decirse do sentido biológico suponer que este individuo está
que su misma individualidad resulta reexpuesta en sus prefigurado en los gametos (dada la exterioridad de los
componentes y, por tanto, que la propia individualidad mismos), así también tendrá sentido antropológico supo-
comienza a ser ahora en cierto modo posterior a la per- ner que la persona está ya prefigurada a partir de la con-
sona, (en estructura, en valor). Hasta el punto de que la fluencia turbulenta de los múltiples sistemas que actúan
individualidad misma se nos presentará como subordina- en cada individuo, pero carecerá de todo sentido antro-
da a la personalidad, que manifiesta así su carácter su- pológico el suponer que el individuo biológico, a partir
praindividual y, en el límite, su capacidad de conducir in- de sus primeros estadios, contengan ya prefigurada (ni si-
cluso a la destrucción o sacrificio de la propia individua- quiera epigenéticamente) su personalidad.
lidad corpórea.

Para la Antropología, el individuo comienza siendo


un concepto categorial, afin al organismo —a la singula- El medio envolvente de cada individuo a partir del
ridad humana dada en una clase distributiva. El individuo cual se moldea la persona no puede ser formalmente de-
es, en Antropología, un concepto perteneciente a la cate- finido ni como «sociedad», ni como «cultura» (nos refe-
goría biológica: es un organismo dado entre los múltiples rimos a la teoría cultura/personalidad), considerado se-
organismos de su especie zoológica, relativo a un medio parada o conjuntamente. Debe definirse desde la pers-
y, en el caso de los organismos más evolucionados, a un pectiva de la idea del proceso histórico, cerrado en ciclos
mundo entorno {Unwelt). El concepto zoológico de or- tales que hagan posible comprender causalmente, an-
ganismos de una especie y, en particular, del homo sa- te todo, la posibilidad de las prolepsis, proyectos o pro-
piens sapiens, comporta ya, desde luego, la posesión de gramas comprensivos de la totalidad de una vida indi-
complejos programas genéticamente grabados en él, se- vidual. Porque el material de tales proyectos o progra-
gún los cuales se nos presenta en general como orienta- mas (prolepsis) sólo puede brotar de la misma anamnesis
do a la supervivencia (alimentación, reproducción, etc,) y de vidas anteriores ya cumplidas en el pretérito y trans-
todo ello, dentro de muy grandes diferencias individua- mitidas por relato lingüístico (y esta es la razón por la
les (de peso, talla, yolumen, inteligencia, aptitudes, etc.). cual, la idea de persona implica el lenguaje humano). No
Ahora bien: la persona no la entenderemos como el me- es, pues, formalmente la sociedad en donde puede darse
ro equivalente del individuo, de lo que pueda ser especí- el proceso de la personalización del individuo, sino en la
fico del individuo humano, porque esta especificidad nos sociedad política dada en el tiempo histórico, cuyos ci-
remite más bien a una reducción de los contenidos perso- clos mínimos ya se han cumplido, porque sólo aquí pue-
nales al plano de la individualidad, aunque sea humana. de tener lugar la rotación en virtud de la cual es posible
N o negamos que esta reducción pueda ser fértil. Sin em- que el individuo se represente teleológicamente su pro-
bargo, aunque es cierto, sin duda, que la personalidad re- pia vida (a partir de las vidas de otros individuos) como
quiere un medio social para forjarse, también es cierto, programa normativo (en tanto se enfrenta a otros pro-
cuando el concepto de medio social se utiliza de estemo- yectos a los que tiene que excluir: la persona implica no
do genérico, que él es aplicable a los organismos sociales sólo pluralidad numérica de personas, sino diversidad es-
(insectos, aves, mamíferos) no humanos cuya individuali- pecífica de sus contenidos). A estas normas ha de some-
dad biológica se ultima también en cuanto organismo ca- terse la propia individualidad orgánica. Y someterse significa
paz de sobrevivir, a partir de un medio social. Otro tanto principalmente: que los automatismos individuales que
se diga del medio culturaL es evidente que el medio cul- siguen funcionando han de poder quedar adaptados a las
tural moldea al individuo y le confiere unas determinacio- exigencias normativas de las persona —en la forma de
nes («máscaras», si se prefiere) que lo constituyen como inhibición, represión, aplazamiento, de estos automatis-
persona; pero si el concepto de persona pudiera cons- mos y, en el límite, destrucción de la propia subjetividad
truirse a partir del concepto de esa modelación, quedaría individual corpórea. En este sentido, la persona es la es-
reducido al plano en el que se recorta el mismo concep- fera misma de la acción moral y sólo por ello cabe consi-
to de individuo que se troquela en su medio natural derarla como dotada del atributo de la libertad.

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Por otro lado, los proyectos personales, moralmente clásico tiende a desarrollarse según esquemas naturalis-
estructurados, envolverán de tal modo a la individualidad tas: <• el psicoanálisis aporta la prueba del reino de la cau-
en torno a la cual giran, que resultan, ser necesarios para salidad en el dominio psíquico» decía Abraham. Esto
la supervivencia misma de la individualidad (en tanto sus significa que el psicoanálisis tiende a presentar el desa-
automatismos han sido refundidos dentro del proyecto rrollo de la personalidad a partir de ciertos automatismos
personal). Es la personalidad aquello que mantiene la es- causales que se desencadenan en los individuos (aunque
tructura individual en su propio proceso, tanto como es sea cuando se les considera en su conexión con otros in-
el individuo aquello que confiere la energía suficiente dividuos). El individuo aparece como el soporte de un
para la acción personal. En todo caso puede afirmarse cuantum de energía libidinosa cuyas «'pulsiones» se desa-
que la reexposición que la personalidad puede lograr res- rrollarán según un modelo hidrodinámico (la teoría del
pecto de los componentes individuales de base no será orgón como «fluido biofísico» de W. Reich se mantienen
total. Muchos componentes individuales quedarán sin re- dentro de esta inspiración). Cada individuo, considerado
fundir, actuando como automatismos no siempre compa- psicológicamente, es una «vesícula indiferenciada de sus-
tibles con los planes personales: aquí cabría poner la tancia excitable», de energía impersonal, el Ello, que se
fuente de muchas neurosis. Ahora bien, el circuito de mueve bajo el puro principio de placer. Esta energía va
realimentación entre el núcleo individual y la personali- fijándose en objetos diversos (de significado sexual) que
dad envolvente, puede interrumpirse eventualmente, ya deben ser integrados por una «síntesis psíquica» cuyos
sea debido a perturbaciones de la individualidad biológi- grados de intensidad son muy variables (muy débiles en
ca, ya sea debido al debilitamiento o destrucción de los los histéricos o, en general, en todas las almas desinte-
contenidos ofrecidos por el medio histórico, ya sea, es la gradas en sus «complejos») en función de las característi-
más probable, al balance negativo de ambas causas a la cas del sistema nervioso de cada cual. Pero en todo caso,
vez; podríamos considerar estas interrupciones del flujo el proceso de .integración, en tanto se considera en tér-
entre ios procesos individuales y personales como el con- minos puramente naturalistas ha de contemplarse en el
tenido formal mismo del concepto redefinido de psico- contexto circular, porque la libido individual se encuen-
sis. tra alimentada circularmente por otros individuos com-
petidores: de esta limitación (de la realidad circular) bro-
La diferencia gnoseológica principal, según lo ante- tará el Ego, que sigue siendo una estructura individual.
rior, entre una teoría antropológico histórico de la Se diría que el individuo se transforma en persona, tam-
personalidad y las teorías psicológicas (o incluso socioló- bién en un proceso circular, a través de la identificación
gicas) acaso puede ponerse como una diferencia de con el padre, que proporciona por vía causal natural la
perspectiva, a saber: que mientras las teorías psicológicas máscara del Superego: al menos de aquí brota la idea de
o sociológicas parten de situaciones en las cuales ya exis- Dios, la normatividad moral, los principios superiores
ten personas (por ejemplo, las figuras del padre, de la que regulen nuestra conducta. Pero todos estos princi-
madre, o bien, otros roles sociales) —y por ello las teo- pios habrán de ser entendidos como principios
rías psicológicas de la personalidad, cuando quieren tras- subjetivos. El naturalismo psicoanalítico comporta, por
cender el planteamiento factorial o estructural, para al- tanto, una metodología según la cual los procesos de la
canzar un planteamiento genético, habrán de mantenerse vida individual y personal han de ser tratados como auto-
en una perspectiva ontogenética— la teoría antropológica matismos o resultados de la dinámica de determinaciones
ha de regresar a esquemas en virtud de los cuales sea la previas (del pasado biográfico) puesto que los propios
propia idea de persona aquello que puede aparecer (di- programas o ideales del yo serán considerados ellos mis-
gamos, por tanto, fílogenéticamente) a partir de situacio- mos como efecto de la anamnesis individual (el deseo de
nes etológicas (zoológicas) que aún no la contienen en tener un hijo de una mujer aparece como efecto del de-
absoluto. (En este sentido, la teoría filogenética de la seo de tener un pene). Pero las determinaciones biográ-
persona —del Superego— implícita en Tótem y Tabú po- ficas son a su vez reducibles a sus factores nomotéticos,
dría reinterpretarse como una teoría intencionalmente universales, distribuibles en el resto de los individuos.
histórica, aún cuando, dado su formato mítico, resulta Podría decirse, pues, que el naturalismo psicoanalítico
ser de hecho una teoría psicológica). Por eso, cuando se pretende construir las personas a partir de los individuos
atribuye la conducta teleológica a los organismos anima- en su juego mutuo —y que si esta construcción cobra al-
les (al modo, por ejemplo, de P.Y. Galperin), se están guna apariencia de construcción efectiva es porque traba-
desconociendo los mecanismos de la anamnesis histórica ja con estructuras culturales ya dadas (como puede serlo
(que implica un lenguaje, una estructura política) necesa- la familia). Pero, en el fondo, la teoría psicoanalítica sería
rios para la constitución de una conducta proléptica, se impotente para derivar del individuo la persona. Con es-
está confundiendo la subjetividad con la personalidad. to no pretendemos devaluarla ni desconocer su enorme
importancia antropológica.
La axiomática del psicoanálisis clásico tendería a de-
ducir la idea de persona de las relaciones entre los indi-
viduos, en tanto son relaciones <-circulares», a partir de
la doctrina «biológica» de la libido. La alimentación (la
relación del alimento con el niño) se contemplará desde 3. Hacía un concepto de hetería soteriológica
su perspectiva libidinosa (fase oral); los animales serán
interpretados antropológicamente como símbolos del
padre (los caballos de Juanito), la Idea de Dios será pre-' 1. Necesitamos regresar hacia una «figura antropo-
sentada como un modo de relacionarse unos individuos lógica» desde la cual algunos procesos de colegiación
con otros individuos, e incluso el complejo de castración puedan aparecersenos como determinaciones de proce-
(en cuanto deseo de un pene) sigue manteniéndose en el sos antropológicos más profundos. Decimos «algunos»,
eje circular. Así mismo la axiomática del psicoanálisis es decir, más de uno, a saber, el de la propia colegiación

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de psicoanalistas, para que nuestra figura antropológica l^wcojiooías, voz que suele traducirse por < sociedad se-
no sea una construcción ad hoc. A esta figura antropoló- creta», «club político» o «hetería»! anteriormente esta-
gica que buscamos le hemos dado el nombre de «hetería blecidos en la ciudad, para controlar los procesos y las
soteriológica», queriendo significar, por de pronto, aque- magistraturas, recomendándoles la unión y que, concer-
lla especie particular de corporaciones, cofiradías, cole- tados de común acuerdo, derrocaran la democracia». Y
gios o comunidades cuya materia sea tal que, de algún todavía más tarde, ya dentro del Imperio Romano, sigue
modo, pudiera decirse de ellos que tienen como ftinción siendo un «estilo griego» (sobre todo en Bitinia, Magne-
principal la salvación del individuo en cuanto persona sia o Alejandría) el «hacer política por medio de hete-
—una salvación que puede tomar eventualmente la for- ría», Ka6' ¿taipeíag jtoA,iT£X)eo9aL (8).
ma de la curación de un individuo que se considera do-
lorosamente «enfermo», no ya en alguna porción de su Sin embargo, también es verdad que las heterías no
cuerpo, sino en el núcleo mismo de su personalidad, tuvieron siempre este sentido, el sentido estricto —rela-
pero que también puede tomar la forma de un método tivamente— que conviene al concepto de «grupo de pre-
para recuperar el camino personal perdido. sión» o de «club político». Descontando las acepciones
más viejas del término (en el Derecho cretense «hete-
2. N o se nos ocufta que el significado nuclear del ría» designaba una subdivisión de la ciudadanía equipara-
término «hetería» ('ExaLpíci,ag,Ti) sin adjetivos, no es ble a la «Fratría» ática) o las heterías lacedemonias (de
este. El significado fuerte —el de la época clásica griega, algún modo intermedias entre la familia y el Estado), hay
de los siglos V y IV, y aún posteriores— es el de una otros usos, interesantes para nosotros, según los cuales la
asociación política, un «club» político, como suele decir- palabra hetería designaba a una asociación amistosa, una
se, con frecuencia secreto o semisecreto (sus estatutos, sociedad más o menos organizada, cuyos eTaípoL, como a
por tanto, no fueron hechos públicos jamás), constituido menudo los qx)i.oi, o los oxyvri6ei.g, honran a un miembro
con fines más o menos precisos —desde la conquista del con una estatua, o le dedican una lápida. En un caso, es
poder personal en la época de las tiranías, hasta el con- designada como etaipeía, una sociedad cultural, cuyo
trol de la Asamblea, a efectos legislativos o procesales decreto constitucional se conserva: es la éxaipsia xíov
(facilitando, por ejemplo, testigos al socio), en tiempo de Sa[J,¡!iaTi(Tta)v, en cuya cúspide estaba un ovNayüiyzvc,.
la democracia (que las declaró ilegales). En la época de Análogamente, la épYaoxíáv éxaipeía xe KOL ouvepYaoLa
las tiranías, casi cada pretendiente al poder personal esta- en Nikopolis (9). Muchos historiadores consideran como
ba en la cumbre de una hetería —y ésta era denominada heterías no sólo las comunidades pitagóricas (a veces con
según su presidente o caudillo, apxTlYo's TÍóv exaipicov la connotación fuerte de «club político» secreto: así E.
(Xen. hell. V, 2, 25). Así, Aristóteles nos dice {Política Minar (10)), sino también a otras asociaciones de filóso-
1313b) cómo Lisandro se apoyó sobre las heterías. He- fos presocráticos (Diels cita a Parmenides). Precisamente
rodoto (V, 71) nos informa, hablándonos de los alcmeo- estas «asociaciones de filósofos» pueden proponerse co-
nidas, de la hetería organizada por Filón: «La acción por mo ejemplos de heterías que no siendo meramente aso-
la que merecieron los alcmeonidas la nota de malditos ciaciones amistosas, con fines puramente privados, tam-
fue la siguiente: había entre los atenienses un tal Cilón, poco podrían considerarse como grupos políticos (en el
famoso vencedor de los juegos olímpicos, convencido de sentido fuerte de la hetería de Pisandro o de Cilón) sal-
haber procurado levantarse contra la tiranía de Atenas, vo que se mantenga una óptica radicalmente politicista
pues habiendo reunido una facción de hombres de su (una óptica que quiere pasar por alto las diferencias
misma edad [hetería] intentó apoderarse de la Acrópo- entre los fines políticos ordinarios de un club político
lis». Y Tucídides (VIII, 54) nos dice que Pisandro «se aristocrático —aristocracia de sangre— y la «política filo-
puso en relación con todos los círculos políticos sófica»). Porque en estas asociaciones había que destacar
también otros objetivos espirituales dentro de los cuales
los objetivos políticos pueden aparecer, sin duda, como
un trámite indispensable, pero no como el fin principal;
manifestándose, en cambio, como una característica per-
manente y consustancial a la asociación la relación de
amistad y fraternidad entre los socios, relación que com-
portaba no sólo el convivium (fexaipía, ag, r\), sino tam-
bién a veces el connubium fuera del recinto de la familia
(TExaipCa, ag, fj, amiga, meretriz).
En cualquier caso parece necesario adjetivar el nom-
bre que hemos elegido para designar a aquellas corpora-
ciones que puedan considerarse más análogas a las
corporaciones de psicoanalistas (del misino modo que los
historiadores de la antigüedad adjetivan las heterías de
Atenas clásica como «heterías políticas» —politischen He-

(8) Paulys-Wissowa, Realencydopedie der classischen Altertumsivissenschaft,


sechzehter Halbband, sub mee Etaipia, pág. 1374.

I 'líVi'^'T (^^ Paulys-Wissowa, loe. cit.

(10) Edwin Minar, Jr. Early phythagorean politics, Baltimore, 1942, pág.
95 sgs.

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tarien de Paulys-Wissowa), a fin de mantener la distancia rameóte en la esfera de la conciencia (de los objetivos
con los conceptos históricos y, por ello, hablaremos de explícitos), puesto que quiere abarcar también la esfera
heterías soteriológicas apoyándonos en la rica ambigüe- de la realidad (antropológica), bien entendido que se
dad que al término ocoxTipúx (salvación, liberación, felici- acepte que esta realidad contiene ya en sí misma la pro-
dad) corresponde. Lo esencial de las heterías soteriológi- posición de objetivos, es decir, que no puede definirse
cas, en el plano sociológico, sería lo siguiente: constituir- enteramente en términos << ciegos» (fisicoquímicos, por
se como una asociación, cofradía o colegio de individuos ejemplo). De lo que se trata, por consiguiente, es de
relacionados entre sí (existe una nomenclatura interna) ya describir estos objetivos (prolépticos) en términos tales
vivan bajo un techo común, ya vivan bajo techos familia- que su realidad pueda ser reconocida desde la axiomática
res propios, que asume la misión de salvar a los indivi- antropológica . (Objetivos tales como la «obtención de la
duos (a quienes se les supone extraviados, a escala preci- reconciliación de la persona humana con las personas di-
samente antropológica, de personalidad) de su entorno vinas de la Trinidad» no pueden ser reconocidos como
(un entorno que se dá precisamente como indefinido, objetivos reales en una axiomática antropológica materia-
.respectó de los límites políticos y desde luego, familia- lista, aún cuando tengan una evidente entidad y eficacia
res, en función de los cuales se define). histórica y psicológica, una entidad que deberá poder ser
reducida dentro de los límites de la propia axiomática.
3. Supuesta la estructura de una hetería soteriológi- En cambio, objetivos tales como «alcanzar la reconcilia-
ca, podríamos reformular nuestra conjetura en los si- ción de la individualidad subjetiva con la personalidad»
guientes términos: la eficacia práctica regularmente atri- podrán tener sentido, al menos, dentro de nuestra axio-
buible a i o s métodos del psicoanálisis, así como el signi- mática).
ficado mismo de. su doctrina, dimanarían, en una gran
medida, de su condición de hetería soteriológica. O, to- Nos referimos, por tanto, a objetivos intencionales
davía más brevemente: la esencia del psicoanálisis, como que pueden tener sentido en la perspectiva de nuestra
institución, la esencia del movimiento psicoanalítico, no axiomática antropológica. Estos objetivos a veces podrán
es otra sino la que conviene a una hetería soteriológica ser formulados de forma muy próxima a la que es utiliza-
realizada en las circunstancias de tiempo y lugar propios da (émicamente) por alguna corporación históricamente
de nuestro siglo. documentada. En cualquier caso, las fórmulas fenómeno-
lógicas son siempre los materiales de los cuales es pre-
4. El concepto de hetería soteriológica como figura ciso partir.
antropológica que necesitamos a efectos de una adecuada
interpretación de nuestra conjetura sobre el psicoanálisis
no será tan estricto que sólo pueda aplicarse ad hoc a las 5. Ahora bien, la expresión objetivos intencionales
corporaciones de psicoanalistas —según hemos dicho—, contiene, por lo menos, tres clases diferentes (aún cuan-
pero tampoco habrá de ser tan laxo, que pueda aplicarse do siempre vayan intersectados) de objetivos, que deno-
a cualquier asociación de la que, en cualquier circunstan- minaremos respectivamente fines, planes y programas. Los
cia, pudiera decirse que tiene como objetivo la salvación fines son los objetivos en su relación con el sujeto pro-
de los' hombres (en un sentido también indeterminado, léptico que los propone (finis operantis), los planes son
desde el punto de vista formal), porque, en esje supues- los objetivos en relación con los otros sujetos personales
to, toda corporación podría ser considerada de algún mo- a quienes afectan; los programas son los objetivos consi-
do como hetería soteriológica, dado que toda corpora- derados en relación con los contenidos (finis operis) pro-
ción está instituida para salvar de algo a alguien —la hor- puestos. Tanto los fines, como los planes o los progra-
da cazadora paleolítica salva a sus miembros dé los ata- mas, pueden ser clasificados, a su vez, en dos tipos: tota-
ques de las fieras; las logias de masones especulativos les y parciales. Fines totales (o generales, al campo antro-
serían heterías soteriológicas en cuanto tienden a salvar a pológico) serían aquellos objetivos que fuera posible
sus socios y aún a la humanidad entera, de la supersti- asignar a todo individuo del campo antropológico (por
ción y del fanatismo (11). ejemplo, según la axiomática antropológica de Stanley
JevOHS o de Marvin Harris, habría que decir que es un
fin general el objetivo de conseguir el mayor placer con
En cuanto a asociaciones, colegios o corporaciones, el menos costo de dolor posible). Pero cabría hablar de
las heterías soteriológicas han de especificarse, ante todo, fines particulares (fines que no afectan a todos los hom-
por sus adjetivos intencionales (émicos). Y aquí encontra- bres, sino a una parte de ellos), asociados sin embargo a
mos la primera gran dificultad metodológica: ¿acaso estos planes universales: tu regere imperio populo, Romane, me-
objetivos intencionales han de entenderse desde luego mento. La musa de cuyos objetivos Virgilio nos informa
como entidades fenomenológicas (émicas)?. En este caso, (Eneida VL 851) ofrece en efecto esos objetivos como
sería.muy dudosa la pretensión de alcanzar una idea an- fines particulares (de los romanos), pero de tal suerte
tropológica, salvo que supusiéramos que las intenciones que estos hombres particulares se proponían, al parecer,
émicámente determinadas tienen una consistencia onto- planes universales, ecuménicos (regir a todos los pue-
lógica y no son más bien superestructuras ideológicas de- blos). Y, en cuanto a los programas, ya vayan ellos
trás de las cuales operan las verdaderas causas («el ser»). incluidos en planes universales o particulares, podrán
N o siendo esta la ocasión de suscitar un debate sobre el también en principio concebirse como programas gene-
asunto, me limitaré a declarar que los objetos intencio- rales (y aquí general difícilmente podrá significar otra
"nales (prolépticos) a los cuales nos referimos, están aquí cosa que «formal», «abstracto» —en el sentido en que
tomados en una perspectiva que no quiere agotarse me- llamamos formal y abstractos a los objetivos contenidos
en el programa de la Declaración de Derechos Humanos
de 1879: la igualdad, la libertad, la fraternidad) o bien,
(11) J.A. Ferrer Benimeli, Masonería, Iglesia e Ilustración, Fundación como programas especiales (conseguir que hablen inglés
Univ. esp., Madrid, 1975, t. I.

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o esperanto, bien sean los habitantes de América del Sur


—plan particular— bien sea la totalidad de los hombres
—plan universal— (12).

6. Los objetivos de las heterías soteriológicas se nos


presentan, ante todo, como fines particulares: son los fi-
nes de una corporación de especialistas, no son fines que
puedan ser atribuidos a todos los hombres —entre otras
cosas, se exige un alto grado de entrenamiento para po-
der asumirlos («Con un solo hombre que posea el arte
de la medicina, basta para tratar a muchos, legos en la
materia; y lo mismo ocurre con los demás profesiona-
les». Platón, Protágoras 322 c). Sin embargo, ¿cabría afir-
mar que los planes de las heterías soteriológicas son, al
menos virtualmente, universales?. Las heterías soterioló-
gicas, ¿buscan salvar a todos los hombres?. Acaso su di-,
ferencia con las iglesias universales, ecuménicas, pueda
ponerse en este punto. En algún sentido podría decirse
que las heterías soteriológicas tienen una <• vocación ecu-
ménica» —aún cuando luego, de hecho, su acción esté
escandalosamente reducida a una región de la humani- de formación de la individualidad personal se interrumpe
dad. <'Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda (sin que quede interrumpida la actividad del individuo),
criatura» (San Marcos, 16, 15). Este objetivo, aunque es puede surgir como objetivo reflejo la propia forma de la
fin de una pequeña comunidad (el colegio apostólico) individualidad personal, erigiéndose de este modo en un
tiene planes universales («toda criatura»), si bien de he- programa formal, por cuyos lineamientos y métodos de
cho debieron transcurrir dieciséis siglos (el descubri- ejecución se constituirían como tales las heterías soterio-
miento de América) para que esta universalidad intencio- lógicas.
nal pudiera alcanzar un significado objetivo: un lapso de
tiempo demasiado largo para la consistencia de ésos pla- 8. Nos atenemos, por tanto, al principio según el
nes que se vieron por ello gravemente comprometidos cual la formación de la individualidad personal carece de
(13). Ahora bien, los programas apostólicos eran (tal es posibilidad y aún de contenido al margen de todo siste-
nuestra interpretación, sin duda muy discutible) progra- ma de clases (arquetipos culturales, familiares, profesio-
mas específicos —predicar el Evangelio— no genéricos, nales, etc.) históricamente determinadas, a las cuales han
abstractos. La especificidad de estos programas podría de pertenecer los individuos. El individuó, en efecto, es
además corroborarse si se tiene en cuenta que en ellos siempre correlativo a una clase (distributiva y atributiva)
estaba siempre presente el objetivo del encuentro o y, por tanto, consideramos como mera tesis metafísica
identificación con Cristo, como figura idiográfica, y este toda pretensión de tratar al individuo y a los procesos de
objetivo es el que propiamente comportaba la salvación. individuación como algo que tuviese un sentido sustanti-
Por aquí, cabría especificar la idea de la hetería soterio- vo, fuera de todo enclasamiento histórico o, aún dentro
lógica en tanto a ella le asignamos objetivos —^progra- de él, como algo que pudiese abrirse camino por sí mis-
mas— de índole genérica, formal, etc., y no específica. Y mo, como si la individuación tuviese sentido antropoló-
esto sin perjuicio de reconocer que, en la medida en que gico intrínseco, incluso cósmico. Así lo pensó Schelling,
la presencia de Cristo se haga más lejana e inconcreta, y este pensamiento, a través de Coleridge, pasó a
en la medida en que el Dios salvador comienza a funcio- Herbert Spencer, que lo incorporó a su sistema filosófi-
nar más bien como un Deus absconditus irrepresentable, co, que tanto habría de influir (de un modo más o
es decir, sin contenido concreto, en esa medida, es muy menos difuso) entre las mentalidades positivistas del pa-
probable que los conventos cristianos puedan pasar a sado siglo y, a su través, en las del presente. «La vida es
desempeñar las misiones de una hetería soteriológica. una tendencia a la individuación; y los grados de altitud
o intensidad de la vida corresponden a la progresiva rea-
7. Concebimos el objetivo programático de las lización de esa tendencia» (14). Sin contar con la pre-
heterías soteriológicas como un objetivo abstracto, inde- sencia de esta tesis en la mente de muchos filósofos de
terminado, genérico, a saber, el objetivo de Idí formalidad la ciencia natural (la «corpusculización» de Theilard de
misma de la individualidad personal, en cuanto tal. Este Chardin) señalaríamos aquí, dentro del campo de la
objetivo lo consideramos abstracto, precisamente porque antropología, las ideas de Erich Fromm acerca de esa
figura como tal objetivo —^puesto que suponemos que la «corriente incontenible» que camina hacia la individua-
individualidad personal resulta originariamente del curso ción y que, manando ya desde el principio de la historia
mismo de la realización de los proyectos materiales (fi- (aunque reproduciéndose en cada situación ontogenética)
nes, planes, programas) del individuo que actúa en el se habría acelerado precisamente a consecuencia de la
contexto de los otros individuos de su entorno «circu- progresiva disolución de los «enclasamientos» que apri-
lar». Solamente cuando en virtud de circunstancias que sionaban al hombre antiguo y al hombre medieval (la di-
trataremos de determinar el proceso directo (material) solución de los gremios, de las estructuras feudales y

(12) Gustavo Bueno, El individuo en la Historia, Universidad de Ovie- (14) Otto Gaupp, Spencer, trad. J. González, Madrid, Rev. Occ, 1930,
do, 1980, pág. 89. pág. 83.

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eclesiásticas) arrojando, en la época del Renacimiento, a por heterogéneas que sean entre sí —Roma, Atenas,
la libertad, a las individualidades personales desnudas, Alejandría, Viena, París o Nueva York— producen figu-
aterrorizadas al encontrarse ante su propia existencia ras semejantes, figuras genéricas {géneros posteriores) de
absoluta, tan libre como insegura. Fromm llega a decir: individuos y, por supuesto, de muchas otras cosas. Sim-
<'la sociedad medieval no despojaba al individuo de su li- mel lo había observado, no ya refiriéndose a las ciudades
bertad, porque el 'individuo' no existía todavía; el hom- cosmopolitas, sino desde una perspectiva mucho más
bre estaba aún conectado con el mundo por medio de abstracta: <-cuanto mayor sea el número de formas que
sus vínculos primarios. No se concebía a sí mismo como se encuentra en un grupo, es decir, cuanto mayor sea la
individuo, excepto a través de su papel social..., no se desemejanza existente entre los elementos que compo-
había desarrollado todavía la conciencia del propio yo nen M y N , tanto más probable será que surjan en cada
individual, del yo ajeno y del mundo como entidades se- uno de los dos grupos formaciones análogas a los del
paradas». Son afirmaciones que, al margen de ser histó- otro». Y lo explicaba así: <'A1 apartarse cada grupo de las
ricamente impresentables, presuponen una idea metafísi- normas que hasta entonces habían regido en él, diferen-
ca del individuo, como si éste pudiera concebirse a sí cianse en todas las direcciones y necesariamente ha de
mismo al margen <'de su papel social», al margen de las ocurrir una aproximación (primeramente cualitativa o
clases. Porque en el Renacimiento y en la Reforma, no ideal) de los miembros de uno a los del otro. Esto acon-
es el individuo, qua tale, lo que emerge, sino, a lo sumo, tecerá aunque sólo sea porque aún entre los más diver-
una cierta determinación de la individualidad en función sos grupos sociales las formas de diferenciación son igua-
de los nuevos enclasamientos históricos, culturales y so- les o muy semejantes: las relaciones de la simple compe-
ciales. tencia, la unión de muchos débiles contra un fuerte, la
pleonexia de algunos individuos, la progresión con que
se acrecen las relaciones individuales, una vez iniciadas,
La individuación personal tendría más que ver, en la atracción o repulsión que se produce entre individuos,
cambio, con el ejercicio de un proceso operatorio que por virtud de su diferencia cualitativa, etc.» (15).
sólo es viable en el seno de unos esquemas ya abiertos
históricamente, por tanto, en el seno de una tradición.
Según esto, la individuación si aumenta o disminuye, no 10. La figura genérica (de entre aquellas que la ciu-
lo hará en función de la desaparición progresiva de los dad cosmopolita arroja) que nos interesa aquí considerar
enclasamientos, sino, por el contrario, en función de la es la figura del <'individuo flotante», bien conocido y
variación de éstos, de la capacidad del individuo para, descrito muchas veces por novelistas, sociólogos, etc.,
desde una clase, pasar a otra, mantenerse en su conflicto, utilizando diversas categorías de análisis. Figura que con-
producir intersecciones nuevas, etc. La tesis de Fromm cebimos precisamente como resultado de la confluencia
se apoya en el fondo en una concepción lógica del indi- no ya de una determinada cantidad de personas que so-
viduo que ignora la conexión de éste con la especie mis- brepase la cantidad de contactos interpersonales prome-
ma (o, si se prefiere, con el <'sexto predicable»). dio de las situaciones estimadas normales, sino de la
confluencia de los arquetipos diferentes que puedan ir
asociados a esos contactos. Hablamos de individuos flo-
9. En este sentido, <'las crisis de la personalidad» no tantes, como individuos que dejan de estar asentados en
habría que enfocarlas —cuando alcanzan una dimensión la tierra firme de una personalidad ligada a un tejido de
histórica— como consecuencia de una liberación del arquetipos regularmente interadaptados. El individuo flo-
individuo respecto de las clases a las cuales pertenece, tante no es pues el resultado formal de la aglomeración,
sino, por el contrario, muchas veces incluso, como con- ni del descenso del nivel de vida (las dificultades del in-
secuencia de una acumulación de estos enclasamientos dividuo que busca trabajo no producen normalmente la
envolventes en tanto pueden tener más probabilidad de despersonalización, sino que, por el contrario, pueden
neutralizarse mutuamente, dejando al individuo no ya li- constituir, dentro de ciertos límites, un campo favorable
bre (en un sentido positivo, moral), sino indeterminado para imprimir un sentido personal a la vida de ese indivi-
e irresponsable; no ya tanto disponible para emprender duo). Las individualidades flotantes resultarían no preci-
cualquier camino, sino débil y enfermo para escoger nin- samente de situaciones de penuria económica, ni tampo-
guno. N o es el miedo a la libertad —-concepto puramente co de anarquía política o social (anomia) propia de las
metafísico— lo que impulsa a muchos individuos a aco- épocas revolucionarias, sino de situaciones en las cuales
gerse a una obediencia fanática: es la disolución de todo desfallece, en una proporción significativa, la conexión
enclasamiento firme, la indiferencia ante los arquetipos o entre los fines de muchos individuos y los planes o pro-
estilos de vida, en tanto han sido devaluados o neutrali- gramas colectivos, acaso precisamente por ser estos pro-
zados por otros arquetipos opuestos. Y no tendrá por gramas excesivamente ambiciosos o lejanos para muchos
qué ser el Renacimiento la época privilegiada en la cual individuos a quienes no les afecta que «el romano rija a
pudo comenzar a producirse masivamene esta <'eclosión» los pueblos para imponer la justicia». Situaciones en las
de la libertad negativa. Las crisis de la individuación per- cuales comienza a darse el caso en que muchos indivi-
sonal —las crisis de los proyectos personales de vida— duos, sin perjuicio de poseer ya una biografía o curso
tendría lugar más bien siempre que se produzca una con- personal, no encuentran la conexión con los planes vi-
fluencia regular de clases o arquetipos opuestos. Estas si- gentes, de cualquier tipo que sean, planes capaces de
tuaciones pueden darse no solamente en épocas de crisis, imprimir a sus fines propios un sentido peculiar. Ello,
de desintegración (política, económica, social), sino en según estas hipótesis, no necesariamente porque no exis-
fases de integración político-continental, como pueda tan estos planes colectivos, o porque la soledad del indi-
serlo la época del desarrollo del Estado Romano, hacía el
siglo III a.n.e. o la época del desarrollo de los grandes
estados continentales (como puedan ser los Estados Uni-
(15) G. Simmel, La ampliación de los grupos y la formación de la indivi-
dos, en el siglo XX). Las grandes ciudades cosmopolitas. dualidad, en Sociología, trad. esp. Rev. O c c , t. VI, pág. 110.

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viduo les aparte de ellos, sino porque llegan a ser super- sonal, para los individuos flotantes que la han perdido,
abundantes y se neutralizan ante situaciones individuales, mediante la conversión de la misma individualidad bio-
determinadas. gráfica en una forma personal, de la transformación de la
forma de la facticidad biográfica en la forma de un desti-
Ahora bien: insolidarios de estos planes o programas ño, a través del reconocimiento de la biografía como una
colectivos o bien, sometidos a solidaridades incompati- cadena con sentido necesario en el contexto de su misma
bles, las individualidades comenzarán a flotar en la gran individualidad (reconocimiento que es aportado por la
ciudad, sin rumbo ni destino propio. Sobre todo: al per- hetería, convertida en la tierra firme del individuo
der su capacidad moldeadora, los planes y estructuras flotante, del cliente), y esto, por medio de la creación de
colectivas (familiares, religiosas, políticas) —y acaso la una forma de la personalidad cuyos planes o contenidos
pierden precisamente por la magnitud ecuménica de su puedan ser definidos como fines inmanentes a la propia
desarrollo— que confieren un sentido (un destino) per- individualidad («felicidad», «placer», «tranquilidad»,
sonal a cada individualidad corpórea, integrando su bio- etc.). Se trata de algo así como de una hipóstasis de la
grafía, haciéndola en cierto modo necesaria y no gratuita, individualidad personal, lo que no significa que estemos
los coiítenidos individuales (biográficos) comenzarán a ante una forma vacía, puesto que se alimenta del rico
aparecer como superfluos (<'de sobra», para emplear la material segundogenérico con el cual se amasa el espíritu
expresión de Sartre) desconectados entre sí, desintegra- subjetivo (terrores, fobias, envidias, afectos, odios, etc.).
dos, contingentes («libres», dirán algunos). Es el nombre Pero la hetería llegará a ser algo así como una comuni-
propio o personal aquello que comiena a ser «insignifi- dad de individuos flotantes que buscan su personalidad
cante». En cualquier caso preferimos considerar a los in- mediante el reconocimiento de sus propias individuali-
dividuos flotantes no ya como un resultado formal y dades flotantes como destinos, llenos de sentido por el
característico de las ciudades cosmopolitas, sino como un hecho de estar dados y precisamente porque la hetería es
subproducto de las nuevas organizaciones totalizadoras. el órgano instituido para que este reconocimiento pueda
Un subproducto que no es precisamente específico de tener lugar de un modo real —social— y no meramente
una sociedad determinada por un específico modo de subjetivo —^ilusorio—. Podría concluirse así que la hete-
producción (el «individuo flotante» no se recluta sólo ría tiende a constituir una figura o plan objetivo sobre la
entre los pequeños burgueses de la sociedad capitalista), base de la acumulación de los espíritus subjetivos. El
puesto que es más bien un resultado, como género pos- mecanismo general sería éste: la reinserción, en el seno
terior, de sociedades determinadas por modos de pro- de la hetería, del individuo flotante como persona, en
ducción muy diversos. virtud de la reconstrucción (realizada necesariamente por
la institución) de la propia biografía (incluyendo los de-
talles corpóreos, iconográficos, etc.) como un destino
11. El individuo flotante es una figura genérica cuya personal: un mecanismo esencialmente análogo a aquel
cantidad, sin embargo, puede ir creciendo regularmente que inspira a los astrólogos cuando hacen el horóscopo
hasta alcanzar una masa crítica. Las heterías soteriológicas de una persona, porque, gracias al horóscopo, los actos
aparecerán en este momento, procedentes acaso de la más insignificantes del individuo subjetivo pueden apare-
iniciativa de individuos que pertenecen a la vez a esa ma- cer como escritos en las estrellas, como un destino. En la
sa crítica y a otros círculos tradicionales en trance de de- hetería, la salvación requerirá la exhibición pormenoriza-
saparición. La iniciativa de estos fundadores (o salvado- da (la confesión) de la biografía subjetiva del individuo
res) comenzaría precisamente tras la clara percepción de flotante y la recomposición de esta biografía en términos
las individualidades flotantes en su formalidad subjetiva de destino, no de azar. Los actos más insignificantes del
de tales y mediante el proyecto de salvar como personas individuo más insignificante resultan así estar rebosantes
a esas individualidades flotantes. Pero no ofreciéndoles de sentido, necesarios por el hecho de ser inscritos en
tanto ideales o normas objetivas, cuanto manteniéndose un texto que pasa a formar parte del Archivo de Histo-
dentro de esa su formalidad subjetiva individual. Mien- rias Clínicas del Colegio, a disposición de cualquier cole-
tras la subjetividad se desarrolla ordinariamente al hilo giado, reinterpretable por él. El psicoanalista, como un
de las actividades personales objetivas de índole director espiritual epicúreo, tendería a producir un horós-
religiosa, política, artística, etc., se diría que las heterías copo psicológico (a partir de los acontecimientos infantiles a
soteriológicas se proponen como objetivo de toda activi- la manera como el horóscopo lo hace a partir de los de-
dad personal, la integración misma de la subjetividad en talles del nacimiento).
cuanto tal, un objetivo «reflexivo», pero según una re-
flexividad institucionalizada, socializada y, en este senti-
do, efectiva, como proyecto posible. No se trata, pues, Una hetería soteriológica facilitará, por tanto, un
de formar un partido político, de proponer planes de entorno o envoltura personalizadora artificial (reflexiva,
vida religiosa, económica, artística. Se trata de salvar a formal) a los individuos flotantes. En este sentido, vería-.
estos individuos flotantes a partir de la forma misma de mos, en el programa de las heterías soteriológicas, algo
su subjetividad, lo que exige, eso sí, incorporarlos a una de ilusorio o falso (no vacío), porque falso e ilusorio es
comunidad que los reconozca como personas. Esta proponer como proyecto personal del individuo flotante
comunidad será la hetería soteriológica. Pero esta comu- el contenido biográfico de la misma individualidad sub-
nidad, como decimos, no habrá planeado su acción sal- jetiva (facilitando, eso sí, la forma social que objetiva el
vadora mediante la propuesta de programas objetivos propio proyecto).
distribuibles, sino mediante el programa formal de la sal-
vación de los individuos flotantes ya existentes a partir En cualquier caso se comprende (dado el carácter
de su misma facticidad biográfica. Las heterías soterioló- limitado de los arquetipos), que las estructuras envolven-
gicas, en lo que tienen de institución específica, son de tes que la hetería pueda aportar habrán de proceder de
este modo las agencias de recuperación de la forma per- otras estructuras preexistentes, eminentemente de las

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estructuras familiares. Pero no ya en virtud de misterio- tantes (clientes) con la propia hetería salvadora. Se trata,
sos mecanismos comunitarios, sino en tanto en cuanto pues, de intentar determinar las tesis constitutivas de ta-
(principalmente) la familia asumió ya institucionalmente les dogmáticas, lo que requiere una interpretación prag-
la corporeidad individual de sus miembros, en cuanto mática de las doctrinas que las propias heterías llevan
tales su iconografía, su nacimiento, sus enfermedades, asociadas y por las cuales se definen como «escuelas».
sus anécdotas). En este sentido, podría decirse que una Evidentemente, las tesis constitutivas de estas dogmáticas
hetería es, o puede ser, un sucedáneo de la familia o de deberán ser formuladas de modo muy abstracto, adecua-
la comunidad religiosa, principalmente en lo que ellas do al nivel de abstracción en el que se nos ha dibujado
tienen de estructuras jerárquicas; pero, por ello mismo, hasta ahora la propia idea de hetería soteriológica; pero
no será ya ni familia ni comunidad religiosa. Sin duda,'- esta abstracción no excluye la determinabilidad de sus
funcionalmente, para el individuo, la hetería puede ejer- contenidos dogmáticos abstractos a fórmulas mucho más
cer el papel de una familia, pero precisamente sabe que precisas (fórmulas que resultarán del contexto cultural o
no lo es en absoluto: tan sólo ocurre que el médico ejer- ideológico en el cual cada hetería particular se
ce una función similar a la que puede desempeñar algún desenvuelve). Asimismo se nos admitirá la posibilidad de
familiar (no necesariamente el padre) o algún amigo. transformación de lo que, desde nuestro punto de vista,
Una hetería soteriológica tiene mucho de reconstrucción son tesis pragmáticas de un sistema doctrinal en la forma
simbólica de la estructura de la familia en tanto ella está de un sistema teórico, que se presentará como la exposi-
fundada (tal como lo expone Aristóteles en la Etica a ción de una doctrina antropológica con pretensión de
Nicomaco) en la amistad y en la desigualdad. Es una re- significado absoluto, no subordinado a la praxis de la he-
construcción simbólica formal que se lleva a cabo en el tería. Por nuestra parte, no necesitamos afirmar la reduc-
seno de una sociedad política (fundada, en el mejor caso, tibilidad de toda teoría que de algún modo pueda consi-
sobre la igualdad y la justicia), en el ámbito del Estado, derarse isomorfa al sistema doctrinal inherente a las
pero sobre la base de los individuos flotantes que no heterías a los límites de un sistema pragmático. Incluso
pueden encontrar salvación personal en el conjunto de podrían verse las cosas, recíprocamente, diciendo que
los programas y planes políticos del Estado. Las heterías entre todas las teorías antropológicas en principio posi-
soteriológicas se mueven dentro de los grandes estados o bles, las heterías soteriológicas seleccionan precisamente
ciudades cosmopolitas, pero replegándose continuamente un tipo que les es acorde a sus necesidades pragmáticas.
de su influjo. En este sentido, las heterías son constituti-
vamente instituciones «de derecho privado», y todo
intento de convertirlas en instituciones públicas equival- La dogmática heteriológica o sistema dogmático
dría a desvirtuarlas. El Estado puede llegar a tolerar a las inherente a una hetería en cuanto tal —sistema cuyo co-
heterías soteriológicas, pero no puede convertirlas en nocimiento suele ser preceptivo de algún modo para sus
objetivos propios, en contenidos de sus propios planes. miembros— habría de constar de las siguientes tesis mí-
Para el Estado, los contenidos subjetivos se neutralizan, nimas:
se abstraen, son sustituibles. En esta perspectiva las hete-
rías pueden representar el intento genérico de salvación (I) Ante todo, una tesis general en la que se reco-
de individuos flotantes en una sociedad en crisis de des- nozca la naturaleza individual y subjetiva de los fines
composición o de anomia —la descomposición de estruc- prácticos constitutivos de cada uno de los elementos de
turas va acompañada de la integración en otras gigantes- la clase de clientes de la hetería. Este «'trámite general»
cas estructuras políticas supraindividuales, tales como los (como podríamos denominarlo) puede ser ejecutado de
estados imperialistas del esclavismo, o los estados impe- modos muy diversos desde el punto de vista ideológico,
rialistas del capitalismo. Las heterías soteriológicas psicológico, etc. En cualquier caso, la ejecución del trá-
pueden representar un proyecto de salvación inmanente mite general deberá incluir la definición explícita de la
de la subjetividad que no quiere ser absorbida o aplas- necesidad de algún tipo de cooperación entre los ele-
tada por el Estado, que se mantiene en la esfera de los mentos de estas clases, a efectos de la realización de sus
derechos humanos, en tanto estos están en conflicto con fines propios. En realidad, este trámite general compren-
los derechos del ciudadano. de la exposición de una tectónica antropológica trimem-
bre (que damos en el punto III), una vez establecidas las
situaciones respecto de la hetería.
El mantenimiento de la distancia de las heterías con
el Estado se corresponde muy bien con otra propiedad
que se deduce inmediatamente de su formalismo íiubje- (II) Podemos distinguir tres situaciones de los «ele-
tivo: el ecumenismo de los planes de la hetería. Sin per- mentos del universo del discurso»:
juicio de la posibilidad de ver a las heterías soteriológi-
cas surgiendo del seno muy limitado de una gran ciudad, (1) Una situación que necesariamente deberá poder
lo cierto es que el formalismo de sus programas les lle- ser ocupada por cada elemento de las clases definidas en
vará a desconocer las fronteras políticas, lingüísticas o ra- (I), un trámite de reconocimiento de una «situación de
ciales. flotación» por respecto de la hetería. (La doctrina psi-
coanalítica del inconsciente podría venir determinada en
12. Supuestas las heterías soteriológicas, es decir, el contexto de este trámite: el individuo es inconsciente
situándonos en su centro, en cuanto son formaciones es- precisamente porque está fuera de la hetería). La situa-
pirituales en el sentido dicho, podemos deducir las líneas ción de flotación nos remite a los elementos de la clase,
esenciales de la dogmática (o doctrina) antropológica que en cuanto son individuos corpóreos dotados de una
les es inherente, en la medida en que (como se nos re- determinada cantidad de energía, de algún modo imper-
conocerá) es imprescindible para cada hetería disponer sonal. La situación de flotación es, pues, coextensiva con
de un esquema de coordinación de los individuos flo- la clientela virtual de la hetería.

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(2) La dogmática contendrá también un trámite dogmática de una hetería le es propia una concepción
orientado a establecer la necesidad de una segunda situa- clasifícatoria ternaria de los elementos del universo lógi-
ción, la situación de subjetividad, atribuible a todos los co —lo que se traduciría, en términos sociológicos, en
elementos del <<universo del discurso». Si el trámite de una teoría de las clases sociales. (Cabría objetarnos que
individualidad nos conduce a una situación flotante por esta dogmática está en este punto muy alejada de las
respecto de la hetería, el trámite de subjetividad de está doctrinas efectivas de la escuela psicoanalítiea, princi-
individualidad nos conduce a una situación orientada ya palmente de la doctrina de la neurosis en cuanto deriva-
hacia la hetería (una voluntad de curación); pues la subje- da de la represión: diríamos, sin embargo, que lo esencial
tividad es aquí tanto como consciencia de la individuali- del concepto de represión, está ya incluido en el con-
dad, en cuanto necesita de la ayuda y cooperación de cepto según el cual la individualidad originaria se ve
otras subjetividades. determinada, por motivos exteriores, a caer en la subjeti-
vidad y su dialéctica estriba en la circunstancia de que
(3) Un trámite de personalización, en virtud del esos momentos exteriores son a la vez constitutivos del
cual el individuo subjetivo se defina como cliente de la proceso de personalización).
hetería, moldeado por ella de tal suerte que la facticidad
subjetiva aparezca como un destino personal. (C) La salvación se definirá como la elevación de los
elementos que se encuentran en la situación de indivi-
(III) En cuanto a la conexión de las tres situaciones dualidad subjetiva a la situación personal (los miembros
recien descritas y los elementos del «universo del discur- de la hetería se salvan salvando), mediante, un contacto
so», diremos que se establece mediante una doctrina fundamentalmente lingüístico.
tectónica antropológica trimembre y de una dinámica
que le es proporcionada:

(A) Se supone que cada elemento del «universo del 4. El jardín epicúreo como hetería soteriológica
discurso» puede ocupar cada una de las tres situaciones y otros ejemplos y contraejemplos
sucesivas y acumulativamente, así como también regresar
de una situación superior a otra inferior («trámite de ex-
travío existencial») Se comprende también que estas 1. La interpretación de determinadas instituciones
ocupaciones sucesivas y acumulativas constituyan deter- históricas en términos de heterías soteriológicas es una
minaciones de los individuos y, por consiguiente, que tarea siempre sometida a discusión, dada la borrosidad
sea muy probable la interpretación de estas determina- de los límites del concepto y los infinitos grados que en
ciones como equivalentes a los estratos de la personali- la práctica han de esperarse, así como la semejanza de
dad, a saber: la individualidad, la subjetividad y la perso- sus funciones parciales con las desempeñadas por institu-
nalidad en el sentido estricto. ciones que no son heterías. Dentro de nuestra cultura
occidental es obligado pensar, ante todo, en la Iglesia ca-
(B) Se comprende también (dado el postulado de tólica, en cuanto institución autodefínida por su misión
disociabilidad de estos estratos o situaciones) que, cuan- salvífica de las almas. Institución, además, ecuménica,
do se consideran como dados los elementos de este que no quiso distinguir entre griegos y bárbaros, que se
«universo lógico del discurso», habrá que hablar de di- dirige a todos los hombres. Sin embargo, no nos parece
versas distribuciones posibles de estos elementos en cada que la Iglesia romana pueda ser considerada indiscrimi-
una de las situaciones previstas. En este sentido, a la nadarriente como una hetería, al menos cuando se la con-
sidera en su conjunto. La complejidad de funciones que
la Iglesia asumió y que hacen de ella una institución his-
tórica sin paralelo, la sitúa en un plano público que des-
borda ampliamente los fines privados y subjetivos de las
heterías soteriológicas. Aunque la Iglesia católica no es
una sociedad política —precisamente se configuró como
una alternativa del Estado romano y, después, de los es-
tados sucesores— sin embargo es mucho más que una
hetería, porque contempla a los hombres desde una
perspectiva que no podría reducirse a la perspectiva del
espíritu subjetivo, propia de las heterías. Incorpora múl-
tiples estructuras objetivas que desbordan la subjetividad
y sus procedimientos soteriológicos (aunque incluyen la
confesión auricular) son esencialmente sacramentales
(bautismo, comunión) y litúrgicos, es decir, más bien pú-
blicos que privados. Por análogas razones, tampoco po-
drían considerarse como heterías esas instituciones surgi-
das en el ámbito de la Iglesia, como puedan serlo las
órdenes mendicantes, que se parecen más a una milicia
disciplinada y jerárquica que a una hetería. Tendríamos
que atenernos, a lo sumo, a las instituciones cenobíticas,
principalmente a aquellas que adoptaron la regla de San
Benito —^pero excluyendo, a su vez, la interpretación
que de ella hicieron los abades de Cluny, precisamente

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por su polarización hacia una liturgia tan brillante como ción tendrá el monje desgranando ad infinitum su propia
absorbente. (A partir del siglo IX, Cluny multiplicará las subjetividad). Y, desde luego, nos parece que una comu-
horas que los monjes han de dedicar a la oración común, nidad de monjes que se orientase monográficamente
y mientras que la regla prevé la recitación de todo el Sal- hacia la contemplación de la propia subjetividad, aunque
terio en una semana, los cluniacenses llegan a sobrepasar fuera desde la perspectiva de la humildad religiosa, sería
los ciento cincuenta salmos en un sólo día, casi diez ho- incompatible con la naturaleza pública y cuasi política de
ras diarias dedicadas al oficio divino). Pero en el oficio la Iglesia. Creemos comprender, aún desde este punto
divino hay que ver antes una técnica de eliminación de la de vista, el recelo que la jerarquía eclesiástica ha mos-
subjetividad (diríamos, en términos actuales: antes una trado siempre ante estos «despeñamientos» de los mon-
terapia conductista que una terapia psicoanalítica) que un jes en los abismos de la subjetividad individual y como
procedimiento de regreso hacia ella, que consideramos testimonio de este recelo podría tomarse la reacción del
característico de las heterías. Habría que pensar a lo su- Santo Oficio y de la propia jerarquía de la Orden bene-
mo en los cenobios cistercienses, en la medida en que dictina (su Abad primado, Benno Gut, lo declaró sus-
ellos fueron autónomos y no dependían de un superior penso a divinis en 1966) ante el proyecto (1960) del
central (<'no hay orden benedictina si no por una ficción benedictino Gregoire Le Mercier tendente a introducir
jurídica», dice Dom Claude J. Nesmy); los monjes los métodos psicoanalíticos en el monasterio de Cuerna-
hacían profesión para un monasterio determinado y nada vaca, que él había fundado en 1944. Sin duda, se podrá
podía constreñirles a cambiar de casa (16). Lo que signi- interpretar esta reacción de la jerarquía romana como
fica un tipo de relaciones casi familiares, mucho más fa- una muestra más de su pereza o de su prudencia ante la
vorables a la polarización hacia la subjetividad. Los mon- asimilación de cualquier novedad doctrinal (ahora el
jes conservan su propio nombre y aunque, al entrar en psicoanálisis, como antes el evolucionismo, o antes aún
el convento se lanzan a un océano sin orillas —^toda una el heliocentrismo). Una legión de escritores o teólogos
vida— podría decirse que nadan guardando la ropa (17). católicos intentará demostrar que los principios del psi-
En estas condiciones, el ascenso por la escala de los doce coanálisis son compatibles con la religión católica, y no
grados de humildad podría equivaler a la serie de pro- sólo sus principios, sino la propia práctica de su terapia
gresivas zambullidas en la propia subjetividad, aunque (muchos, como G. Zilboorj, o Karl Stern, fueron o son
sea para menospreciarla («soy un gusano, no un miembros de número de la Sociedad Internacional de
hombre», en el séptimo grado), a una exploración o Psicoanálisis) (18). N o entramos ni salimos en esta cues-
anamnesis implacable de los propios contenidos subje- tión. Tan sólo diremos que cuando el psicoanálisis, su
tivos pretéritos, un bucear incesante en el pasado subje- doctrina y su práctica, se considera como una exposición
tivo en busca de testimonios que muestren la propia ontológica, no dudamos de la «capacidad digestiva» de
insignificancia, una suerte de narcisismo, neutralizado los principios de la dogmática teológica; pero aquí no ha-
por las representaciones de las que se alimenta: «Confe- blamos del psicoanálisis, ni de la interpretación teológica
sará todos los días a Dios en la oración, con lágrimas y de sus principios, sino de las heterías soteriológicas y de
gemidos, los excesos de su vida privada» (Regla, cap. IV, las comunidades católicas que utilizan los métodos psico-
67-68 de la edición citada). La confesión oral está enten- analíticos.
dida también como un ejercicio de la humildad, una hu-
mildad que realimenta la actitud introspectiva: «El quin-
to grado de la humildad es descubrir a su abad por una 2. ¿Hasta qué"punto tendría sentido interpretar a la
humilde y sincera confesión los malos pensamientos que escuela pitagórica como una hetería soteriológica.?. Des-
le sobrevengan y las faltas ocultas que hubiese cometi- de luego es frecuente entre los historiadores acordarse
do». Sin embargo, ni siquiera un cenobio en el que se de las heterías cuando de precisar el significado que la
llevaran al límite estas formas de vida podría conside- asociación pitagórica pudo tener se trata (19). Se habla
rarse como una hetería soteriológica y ello porque el en- aquí, es cierto, de heterías en el sentido habitual. Y en
claustramiento introduce una barrera con los fieles realidad es muy poco lo que sabemos de la sociedad pi-
(clientela) que es incompatible con la estructura de la tagórica y del JiojBaYo'pciog pCog. Pero no resulta más
hetería soteriológica. En este caso límite de la vida con- gratuito, sobre la base de los datos, ver a los pitagóricos
templativa, las relaciones directas de la comunidad y las como una hetería soteriológica que verlos como una he-
existencias del siglo están abolidas —la acción salvadora tería política (en el sentido del siglo IV), como es habi-
se lleva a cabo por medio de la oración, a través de tual. Desde luego, la Escuela de Crotona (y sus filiales
Dios, que no es ninguna existencia empírica. Sin duda, posteriores) y la Escuela de Mileto tenían objetivos muy
muchas existencias del siglo encontrarán consuelo al mi- diversos (20). Al parecer, la Escuela, hermandad o cofra-
rar hacia la abadía y al intuir en ella a los mediadores día fundada por Pitágoras tuvo conciencia de élite («Co-
entre Dios y sus desventuras: llenarán el silencio de su legio»), pero en función de ciertas misiones asumidas
subjetiva vacuidad con los lejanos sonidos procedentes por sus miembros que podrían denominarse soteriológicas
del campanario, pero ningún monje los consolará direc- (incluyendo importantes contenidos médicos). Por Aulo
tamente, recogiendo su vida con palabras. (Harta ocupa-

(18) A. Snoeck, Confession et Psychanalyse; Tesson et Beirnaen, S.J.,


(16) Dom Claude Nesmy, San Benito y la vida monástica, Madrid, Psicoanálisis y conciencia moral, Marie Choisy, Le chrelien devant la Psy-
Aguilar, 1962, pág. 67. chanalyse, G. Zilboorj, Psicoanálisis y religión, etc.

(17) «Mox ergo in oratorio exúatur rebus propiis quibus vestítus est, (19) «Die áltesten Hetárien sind wohl die Klubs der Pythagoreer...»
et indautur rebus monasterii. Illa autem vestimenta quibus exutus est, leemos en la Enciclopedia de Pauly-Wissowa, loe- dit.; o bien E. Minar,
reponantur in vestuario conservanda; ut si aliquando suadente diabolo op. cit., pág. 18 sgs.
consénserit ut egrediatur de monasterio, quod absit, tune exutus rebus
monasterii proiciatur». Sancti Benedicti Regula Monasteriorum, cap. LIX, (20) Gustavo Bueno, La Metafísica presocrática, Oviedo, Pentálfa, pág.
61-68 (Editio iubilaris, por D.G. Arroyo, O.S.B., Burgos 1947). 125.

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Gelio {Noches Áticas, I, 9) sabemos que había un verda- toma a su vez el modelo de las heterías aristocráticas.
dero noviciado pitagórico, durante el cual los acústicos En la Academia y los pitagóricos tenemos en el centro al
aprendían la cosa más difícil de todas, a saber, a callar y maestro, objeto de veneración, y luego de divinización;
a escuchar; sólo después (en la fase de matemáticos) se les en torno, a los discípulos, unidos entre sí y con él por la-
permitía preguntar y escribir sus pensamientos. Diógenes zos de amistad gracias a los cuales progresan en el cono-
Laercio (Vidas, Pitágoras, 14) nos informa de la práctica cimiento» (22).
del autoanálisis de matiz psicológico moral característico
de la Escuela pitagórica: <'Dícese que Pitágoras siempre ¿Desempeñó la Academia platónica, al menos en al-
estaba exhortando a sus discípulos a que cada ve que guna de las fases de su larga trayectoria, las funciones de
volviesen a casa dijesen: <<¿dónde fui? ¿dónde estuve? una hetería soteriológica?. Desde luego, parece evidente
¿qué cosas practiqué que no debiera?». Podemos, sin que Platón fundó su Escuela no con un designio mera-
violencia, suponer que la teoría de los números de Euri- mente contemplativo o «científico» (a pesar de la famosa
to (cada cosa tiene un número preciso, por ejemplo, el «disgresión del Teeteto» 163 E) porque jamás se perdie-
hombre tiene el 250, representable por un <'modelo» ron los intereses prácticos que, en gran medida, podrían
construido con guijarros) y de Filolao («todas las cosas clasificarse como soteriológicos, los intereses orientados
cognoscibles tienen número, pues no se puede pensar ni a la salvación de los hombres, sumidos espontáneamente
conocer nada sin éste», fragmento IV) se aplicaba a cada en la ignorancia y en las tinieblas. Ha sido Platón quien
individuo, cuya aparente insignificancia quedaría, de este ha percibido con plena evidencia la correlación entre la
modo, desmentida al resultar insertable en el lugar nece- tectónica ternaria del alma individual (8ni9w|i£TiKOv,
sario y único de una serie cósmica. La misma célebre Sufioeióeg, X,OYIOTIKOV) y la tectónica ternaria de la so-
doctrina de las tres vidas, que nos trasmite Heráclides ciedad por relación a la cual se definen las misiones de la
Póntico (apud Laercio op. cit. 3), puede ponerse en co- propia Academia. Una tectónica del alma asombrosamen-
rrespondencia con la teoría tectónica del alma que he- te isomorfa a la que diseño Freud después de la constitu-
mos atribuido a las heterías soteriológicas: el pCog ción de la «Academia psicoanalítica». Porque el sniGu-
(XKokavoxiKÓt^ (que podríamos interpretar como la vida [j,eTiKOV, el alma vegetativa, se corresponde evidente-
propia de los que pertenecen a la sociedad civil, la vida mente con el Ello, regido por el «principio del placer»
de aquellos que trafican, gozan, etc.) podría ser el lugar (la f]6ovfj es precisamente la tendencia que Platón, como
que produce los individuos flotantes; el píog jroX,iTiK05 luego Aristóteles —Etica a Eudemo I, 2, 121a35— atribu-
(la vida de quienes organizan y actúan) corresponderá a ye al alma vegetativa): estamos así en el «trámite de indi-
los individuos con un fin preciso, una subjetividad, y el vidualidad». El 6vtJ.og puede ponerse en relación con el
Píog 980)pT]TiKÓc; a la situación de aquellos que están en Ego, con el sentido de la realidad, mientras que el X,OYI-
el camino de la salvación, que se elevan, por el conoci- OTKÓV tiene "obviamente mucho que: ver con el Superego,
miento, a la condición de personas. Es cierto que W. como norma o ideal de nuestra conducta (la cp; óvTioig la
Jaeger (en contra de Burnet) ha sugerido que esta expo- virtud correspondiente a esta parte del alma —República
sición de Heráclides Póntico correspondería más bien a IX, 580 b ss.— es, en efecto, sabiduría práctica, pruden-
la doctrina de Platón: <'La doctrina de los pCbi es común cia, que nos notifica lo que debemos h&cet). A las partes
a Heráclides con Aristóteles, debiéndola ambas a la Aca- del alma corresponden las clases sociales. Y así, ante to-
demia (Cf Platón, República IK, 581 c)». Según Jaeger do, correspondiendo al Ello, se distinguirá una «masa
el hacer remontar el ideal de la «vida teorética» a Pitá- nutriente» que suministrará la energía de la que todo
goras, como su fundador, «está en relación con la alta es- brota y a la cual la ocoqpoairvTi debe templar y mantener
tima que se hacía en la Academia justamente de este en sus justos límites. La vigilancia de la «línea de defen-
hombre y de los pitagóricos en quienes se veía cada vez sa» (el «sentido de la realidad») se encarna en los guar-
más el verdadero, arquetipo histórico de la propia filoso- dianes ((pu^aKeg) que se atienen sin embargo a las nor-
fía matematizante» (21). mas o paradigmas que ofrecen los cipxovxeg, que son los
verdaderos miembros de la hetería. La salvación se opera
por el conocimiento, conseguido tras una disciplina rigu-
3. Y nadie discute que muchos rasgos de la escuela rosa y comporta el conocimiento de nuestra realidad pa-
pitagórica pasaron a la Academia platónica —y no es de sada. Saber es recordar, y la anamnesis, al presentarnos
extrañar que también se haya establecido la comparación nuestra vida como ya recorrida anteriormente, nos per-
de la Academia con una hetería, con su sentido habitual. mitirá elevar lá contigente subjetividad a la condición de
«Organizada bajo la forma de un Siaoog o grupo reuni- un recurso personal necesario.
do enrededor de un culto, el de las musas [Boyante) la
Academia recuerda, de otra parte, a las heterías ó clubs Sin embargo no nos parece que la Academia Platóni-
políticos aristocráticos; ello incluso en la relación de ca pueda erigirse en un prototipo puro de hetería soterio-
mXía o amistad entre los miembros y en el fomento de lógica, aún reconociendo el impresionante cúmulo de se-
esa relación y de la formación de unas creencias y de un mejanzas que podrían detallarse. La razón principal es
sentido de la vida propios del grupo, mediante banque- esta: que aunque la Academia se maatuvo siempre reple-
tes estrictamente regulados, de los cuales es transposi- gada respecto del Estado —^y su misma fundación fué
ción el célebre diálogo que lleva este título. Pero tam- consecutiva al fracaso de los proyectos políticos de Pla-
bién en este punto debió de recibir Platón un impulso tón en Sicilia— sin embargo nunca lo perdió de vista,
del ejemplo de la sociedad pitagórica, a la cual, mucho como horizonte ideal. De este modo, la Academia
más que al círculo de los amigos de Sócrates, se asemeja Platónica vivió más bien en la atmósfera de una vida pú-
la Academia platónica; bien que la sociedad pitagórica blica, —moral, política— que en la atmósfera de la

(21) W. Jaeger, Sobre el origen y la evolución del ideal filosófico de vida. (22) F. Rodríguez Adrados, El héroe trágico y el filósofo platónico. Cua-
Apéndice a su Aristóteles, trad. esp. J. Gaos, F.C.E. pág. 475. dernos Fundación Pastor, pág. 60.

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dad. Y, de hecho, la Academia fué un lugar del que sa- una escuela. Lo que, hacia el año 306 (cuando Demetrio
lieron, sobre todo, científicos y políticos formados, con- Poliorcetes prohibe las «promacedónicas» Academia y
sejeros, dirigentes, cuyo prototipo pudiera ser Focion de Liceo), fundó Epicuro (341-270) fué una institución
Atenas (23). Por ello, correspondiendo a las condiciones orientada a la salvación de los hombres que acudiesen a
de la época, tampoco tenían por qué entrar allí mujeres ella, por procedimientos enteramente similares a los que
y cuando una muchacha, la arcadia Axiotca.que ha leido caracterizan al movimiento psicoanalítico, más de dos mil
parte de la República, quiere meterse dentro del grupo, años después. Esta actividad práctica, prudencial, incluso
tendrá que hacerlo empleando un disfraz. técnica, orientada a la salvación, fué llamada filosofía —y
no psicoanálisis—. Pero era una filosofía que tenía el
La Academia Platónica, si participa ampliamente de sentido (por lo demás arraigado en la tradición socrática)
las características de una hetería soteriológica, lo hace de de una «medicina del alma», (Oepaiteía TT)5 ipux'ns). o
forma que tiende constantemente a desbordar este para- bien de un «arte de la vida» (TTIXVT) tig Jiept |3icov).
digma, convirtiéndolo en una institución pública y políti- En ctialquer caso, lo interesante a nuestro propósito es
ca, mediante la elevación incesante de la subjetividad que esta técnica epicúrea de la vida, así como la técnica
privada (ética) a la universalidad pública de los fines mo- del psicoanálisis, incluyen una fiílosofía. Son una filosofía,
rales, presididos por la justicia (24). una concepción del mundo: difícilmente se resuelven en
una actividad psicagógica o médica, porque de la pers-
pectiva filosófica sacan su vigor institucional. Esto es evi-
4. El <• movimiento epicúreo» de la época helenísti-
dente si se tiene en cuenta que la Etica epicúrea va
ca puede, sin violencia alguna, nos parece —por su es-
acompañada de la Canónica —peio ésta puede ser inter-
tructura y por su alcance internacional («comopolita»)—
pretada, ante todo, como una Crítica de la razón física
ponerse en asombroso y puntual paralelismo con el <• mo-
(metafísica), casi un escepticismo. Sólo en la medida en
vimiento psicoanalítico» de nuestro siglo. Podría afirmar-
que la ética epicúrea presupone esa actitud crítica alcanza
se, con cierto sentido, que el epicureismo fué el psicoa-
toda su profundidad filosófica (sólo entonces podemos
nálisis de la antigüedad, del helenismo, o bien (y ello
ver las conexiones entre el atomismo y el escepticismo,
sería aún más justo) que el movimiento psicoanalítico es
o bien el mecanicismo y la libertad, como lo vio N.
el epicureismo de nuestra época. Pero no en el sentido
Hartman).
. más o menos difuso, aunque entcramence real, en el que
suele hablarse del epicureismo uc- 1 cderico II Barbarro-
La clientela acudirá normalmente impulsada por
ja, del cardenal Ubaldini, del epicureismo de Teófilo
motivos expresados en términos médicos (jaquecas, vó-
Viau y el de los libertinos franceses del siglo XVII, in-
mitos, indisposiciones) o psicológicos (pesadillas, depre-
cluso cuando este epicureismo se mantenga como un
siones, angustias). Pero la institución, la-hetería, sólo po-
'•epicureismo militante» (25). Nuestra tesis no pretende
dría haber podido organizarse y extenderse regresando
subrayar las evidentes analogías parciales entre ambas es-
constantemente a los principios más generales (no por
cuelas, referidas a los puntos muy abundantes que, sin
ello menos precisos), como para preservarse de la in-
duda, tienen en común, pero como también lo han teni-
fluencia de otras concepciones del mundo y de sus con-
do en común con muchos otros hombres de la Edad Me-
secuencias prácticas, para polemizar críticamente con los
dia o de la Edad Moderna. N o se trata, por ejemplo, de
axiomas metafísicos, elevándose al terreno de los princi-
subrayar el «epicureismo de Freud» a la manera como
pios críticos filosóficos. Cuando estos principios desfa-
puede subrayarse el epicureismo de Gassendi. Nuestra
llezcan, el epicureismo, como el psicoanálisis, se conver-
tesis se refiere a la analogía institucional, en términos de
tirán en modos informales de convivencia o de curande-
heterías soteriológicas, entre el movimiento epicúreo
rismo, en «técnicas de masaje» psicológico. Por ello Epi-
que se extendió alrededor del Mediterráneo (Atenas,
curo, como luego Freud, mantendrán incesantemente su
Alejandría, Antioquía, Mitilene. Pérgamo, Rodas, Ro-
actividad doctñnal (que algunos llaman teórica, incluso
ma,...) en la época helenística, a partir sobre todo de la
«científica»). Una actividad que sólo ocasionalmente será
muerte de Alejandro («el hedor de su cadáver —decía el
«académica» (pese a su misión profundamente pedagó-
orador Democles— impregnará el universo») y el mo-
gica), precisamente porque va directamente dirigida no
vimiento psicoanalítico que se ha extendido «alrededor
ya a un público anónimo (el que acude a las instituciones
del Atlántico» (Viena, París, Londres, Buenos Aires,
públicas), sino a la propia organización, a los síndicos de
Nueva York,...) en nuestra época. Analogía institucional:
la hermandad, comenzando por su sentido más literal.
en tanto se trataría no solamente de semejanzas acumula-
Epicuro incorporó a sus parientes (a sus hermanos Neo-
tivas doctrinales o de actitudes (semejanzas por otra
cíes, Queredeno, Aristobulo) al movimiento, así como
parte indudables) deducibles de situaciones más o menos
Freud incorporó a familiares suyos; en sus casas particu-
indeterminadas y generales, sino de semejanzas doctrina-
lares se celebraban las reuniones más importantes, y el
les y de actitud en tanto son deducibles precisamente de
contacto epistolar (epístolas de Epicuro a Idomeneo, a
ese tipo de institución que venimos llamando «hetería
Pitocles, a Meneceo, «a los amigos de Lamsaco»; cartas
soteriológica». Porque el epicureismo no fué, desde lue-
de Freud a Jung, a Abrahaín, «a los amigos de Berlín»)
go (y todos están de acuerdo en ello) meramente una
fué otro de los cauces obligados en ambos casos. Epicuro
doctrina fundada por un maestro y trasmitida a través de
respecto de Hermarco, Metrodoro o Timócrates, man-
tendrá relaciones parecidas a las que Freud sostuvo con
Federn, Sachs, Stekel. Los «amigos de Epicuro» desarro-
(23) Bernays, Phokion und seine neuerer Beurteiler, Berlín, 1881, pág. 44
SS.
llan una suerte de culto al maestro —que incluye la cele-
bración de su aniversario (en la primera decena de Ga-
(24) L. Lansberg, Wessen und Bedeutung der plaionische Akademie, 1923; melion)—, el llevar anillos con su efigie o situar retratos
H. Cheraiss, The Rí'ddle of t(>e Ear/y Academy, 194^. suyos presidiendo las habitaciones particulares; también
(25) Caro Baroja, De la superstición al aleismo,T^-urus, pág. 242 ss.
los miembros del circulo de Freud habían recibido

EL BASIUSCO — 29
EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, www.fgbueno.es

también universal, una vida que apelará no ya a ios dere-


chos del ciudadano {zoon politikon) sino a los derechos
del hombre a los derechos humanos, es decir, a los del
individuo corpóreo en cuanto ser capaz de asociarse
{zoon koinonikon), no ya por motivos políticos objetivos
(los del estoicismo, los del marxismo) sino privados y
subjetivos y por ello mismo ecuménicos. Porque la sub-
jetividad no es, paradójicamente, el terreno de lo con-
creto, de «el hombre de carne y hueso», sino el terreno
de lo formal y abstracto, de lo universal realizado. Teóri-
camente, por tanto, las heterías soteriológicas son ecu-
ménicas, se dirigen a todos los hombres, por encima de
razas y de condiciones sociales (y, en este sentido, se
convierten por contragolpe en alternativas políticas
«anarquistas» verdaderamente corrosivas de las estructu-
ras estatales, incluyendo a las instituciones pedagógicas
del mundo antiguo —la Academia o el Liceo—). En la
realidad, las clientelas se reducen notablemente, porque
no todos los ciudadanos se sienten desarraigados, ni des-
vinculados de las nuevas empresas: se les llamará aliena-
dos, por los ideales políticos o religiosos, por los nuevos
anillos del maestro, o retratos firmados, y el respeto por mitos del siglo, por las «religiones de Estado», locos
el fundador era tal que a veces llegaba a considerarse —pero se reconocerá que no forman parte de la clientela
como si estuviese liberado de toda dolencia, como si fue- habitual... «No está al alcance de cualquier disposición
se casi divino. Si Lucrecio decía de Epicuro que «fué el corporal ni de cualquier raza el llegar a ser sabio», dice
primero que llevó la luz entre las tinieblas, adoctrinando, Epicuro.
a los hombres sobre los intereses de la vida» (III, 1-3),
Federn vería en Freud el mensaje definitivo de libera-
ción de la humanidad. Es cierto que la vida en común de El movimiento epicuro es un movimiento de hete-
los jardines confiere al movimiento epicúreo un aspecto rías —y esto ha sido advertido desde hace tiempo. Por
sociológico muy distinto del que conviene al tipo de vida ejemplo, P. Nizan, ya en 1938, compara explícitamente
promedio de los miembros del movimiento psicoanalíti- a las comunidades epicúreas con las heterías, «aquellas
co. Pero esta importante diferencia, no debe atenuar las sociedades de amigos que se habían multiplicado un po-
analogías, sobre todo si tenemos en cuenta, por un lado, co por todas partes en el mundo griego, a medida que"
que tampoco puede decirse que los miembros o socios las grandes instituciones colectivas, como la familia y la
del Jardín viviesen todos en él y, por otro lado, si recor- ciudad, se derrumban, pero en realidad eran el germen
damos que los miembros o maestros del psicoanálisis, so- de un nuevo orden humano» (27). En todo caso, sólo
bre todo en; la época de Freud,. utilizaban regularmente parece legítimo ver a las comunidades epicúreas como
los marcos familiares para sus reuniones, contactos, etc., heterías no ya en el sentido genérico de Nizan, sino,
en una medida que contrasta con lo que puede, conside- cuando a reglón seguido, se puntualice que son heterías
rarse ordinario en una asociación académica o incluso orientadas en una dirección opuesta a las heterías políti-
política. cas coetáneas —lo que queda recogido en nuestro adjeti-
vo soteriológico— dado que precisamente la hetería epicú-
rea se constituyó como alternativa a la vida política, y no
Es evidente que muchas de estas semejanzas son sólo de la política macedónica representada por la Aca-
comunes, genéricas, a otras escuelas que no podríamos demia y el Liceo. Por lo demás, la Asociación, fundada
clasificar como heterías soteriológicas. En todo caso, por Epicuro, se asigno unos objetivos estrictamente tera-
aunque genéricas, estos rasgos son esenciales a las hete- péuticos: «dejemos a los demás que nos alaben, pues
rías soteriológicas y cobran una coloración específica pre- nuestra única ocupación ha de ser la curación de nuestras
cisamente cuando se los ilumina desde el núcleo de su almas» y\\ixxc, veveavaí jrspY TTIV ri^icov íatpeíav) Senten-
estructura característica. Este núcleo no es otra cosa que cias vaticanas, V, LXIV). Epicuro fue llamado Salvador,
un centro (Epicuro, Freud) de torbellinos de extensión ocoTTi'p, (por ejemplo en la cana de Plotina, esposa de
creciente, capaces de incorporar a>su movimiento salvífí- Trajano, a los epicúreos de Atenas en 121, y en otros lu-
co a los hombres, precisamente en tanto figuran como gares).
espíritus subjetivos (el epicureismo es una ética, más que
una moral (26). En «épocas decisivas» -—no precisamen-
te de descomposición, sino incluso, al revés, de integra- Acaso pueda verse en el apoliticismo epicúreo una
ción en estructuras gigantescas que amenazan con aplas- radicalizáción de tendencias ya dibujadas en la Academia
tar la subjetividad— en las que la vida de centenares de —^puesto que Platón, aún cuando se mezcló en asuntos
individuos, en cuanto ciudadanos —es decir, en cuanto de otros Estados, se abstuvo siempre (como observa B.
miembros de un Estado tradicional— va perdiendo su
sentido y se va convirtiendo en una «vida flotante»,
puede sobrevenir el repliegue hacia otro tipo de vida, (27) P. Nizam, Loí materialistas de la.antigüedad, Barcelona, 1971, pág.
35. La perspectiva de Nizam es «comunalista» («el retiro epicúreo es
mucho menos anacorético que cenobítico») y por ello ve a las heterías
epicúreas no ya como heterías soteriológicas (u subproducto marginal
(26) Gustavo Bueno, La Metafísica presocrática, Oviedo, Pentalfa, pág. organizado en torno al «Espíritu subjetivo»'), sino como una.^lternatiiya
359. a la familia y al Estado.

30 EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, www.fgbueno.es

Farrington) de tomar parte en la vida política de su ciu- terizadas por el principio del placer. Es muy importante
dad natal. «Epicuro estaba tomando partido en una cues- tener en cuenta que el atomismo difícilmente puede con-
tión suscitada en aquella escuela; la Academia es por eso siderarse como una premisa (o un conjunto de premisas)
el fondo desde el cual debemos figurarnos el Jardín» a partir de las cuales puedan derivarse las formas orgáni-
(28). En todo caso, la alternativa a la vida pública que cas vivientes con su modo propio (el principio del
instituyó el epicureismo no era la vida monástica: el placer). De la Física atomística no puede brotar la moral
X.á0Ti pCbaag no tenía el alcance que podía tener en el epicúrea, y no tenemos por qué pensar que Epicuro no
neoplatonismo, ni en tantas actitudes de la época moder- lo sabía. La conexión entre el atomismo y el eudemonis-
na (el <• aquel que sólo en su casa» de Fray Luis de León mo epicúreo es la inversa: partiendo de la vida, regulada
O el <Bene vixit, qui bene latuit» de Descartes). <'¡Qué por el principio del placer, como de un factum ofrecido a
gran cantidad de amigos alojó Epicuro bajo su techo a la evidencia práctica (todo lo demás es problemático: la
pesar de que su casa no era espaciosa!» exclama Cicerón canónica epicúrea adopta una posición crítica y aún, en
{De finibus I, 20, 65). Una casa que tenía un jardín, pero gran medida, escéptica, ante una física que, en modo al-
un jardín que habría que ver más bien como un huerto guno es una burda dogmática mecanicista), se llegaría, en
(KTiJtog) que como un parque (JtapáOiEi6og): un lugar en el regressus, al atomismo ateo — en su sentido religioso—
el que, según la descripción de Teofrasto, contemporáneo como sistema ontológico qe no compromete la autono-
de Epicuro en Atenas, hace de un krjjtog normal) crecían mía de la vida —una actitud similar a la que mantendrá
berzas, rábanos, nabos, remolachas y lechugas, filaniro, en nuestros días Nicolai Hartmann—. De este modo,
berros, puerros, apio, cebollas, pepinos, albahaca y pere- quedaría explicada la paradójica conexión entre el ato-
jil; un lugar cuyo cultivo, que acaso corriera a cargo de mismo (primogenérico) y la interioridad {segundogenérico)
esclavos o discípulos, podía servir de base para las comi- epicúrea, digamos, su ética.
das comunitarias (29). Y tampoco tenemos por qué in-
terpretar estos datos en un sentido restrictivo, que nos El principio del placer epicúreo nos remite, pues, a
conduciría a ver al movimiento epicúreo con las catego- la vida, y juega un papel similar al principio de la libido
rías propias de los cenobios benedictinos. Diógenes en el psicoanálisis. La libido es unívoca y cada organismo
Laercio puntualiza que Epicuro no predicaba la comuni- corpóreo posee un quantum determinado de ella, cuya
dad de los bienes, como los pitagóricos: <• entre quienes unidad no excluye la diferenciación de sus manifestacio-
comunican los bienes no cabe verdadera amistad». El nes, diferenciación derivada de las localizaciones de esa
movimiento epicúreo no puede reducirse al tipo de las energía común, de las «zonas orógenas». También para
comunidades estabuladas. En el Jardín vivirán los íntimos Epicuro el placer es algo propio (oiKeiov) del organismo
(yvcópijioi), pero los amigos de Epicuro (digamos: sus viviente y algo unívoco: <'si el placer se adensase y se
clientes) eran tan numerosos que «juntos los de todas las acumulase en las partes principales del organismo (de la
ciudades, no podrían contarse», dice Diógenes Laercio. naturaleza, «alma y cuerpo», según la interpretación de
Meibonio), los placeres no se diferenciarían entre si»,
5. Ahora bien, supuestos estos datos como fondo dice la novena máxima. Lo que nosotros queremos desta-
histórico de referencia, lo que nos importa es analizar, car aquí es el carácter ontológico de este trámite, que
aunque sea de un modo muy esquemático, las doctrinas podrá, por cierto, ponerse en paralelismo con el monis-
de Epicuro en cuanto que ellas puedan ser interpretadas mo de las virtudes estoicas. En modo alguno puede con-
como el desarrollo específico de una dogmática heterio- siderarse una suerte de proposición inductiva, por más
lógica. que los ejemplos deban proponerse constantemente. Se
trata, creemos, de una tesis filosófica y sólo así entende-
mos la polémica que la escuela epicúrea mantuvo con los
(I) Ante todo, la doctrina epicúrea contiene un
cirenáicos (eudemonismo/hedonismo), sobre si el placer
conjunto de tesis a través de las cuales podemos conside-
había que considerarlo como un algo positivo, o bien
rar desarrollado el ^-trámite general» de toda hetería so-
como una ausencia del dolor (ájtovia); o bien, sobre si
teriológica, a saber, la definición de una clase de entida-
el placer (al menos, el placer catastemático o estable) ha-
des individuales (o sustancias) por medio de caracterís-
bría que entenderlo como un movimiento o bien como
ticas ontológicas muy precisas. Nos referimos a todas
un equilibrio, una suerte de inmovilidad o ausencia de
aquellas tesis que podrían considerarse como convergien-
toda perturbación (aTapá^ia). ¿Qué" nexo hay entre la
do hacia el establecimiento de una ¡dea de organismo vi-
aponía y la ataraxia'^ ¿Son dos aspectos de una misma
viente en cuanto entidades que, por naturaleza, y de un
realidad, que pueden linealmente encadenarse.' Podemos
modo incluso previo a la reflexión, previo a la conciencia
ver su conexión a travás de la discusión con los cirenái-
reflexiva —en terminología psicoanalítica: inconsciente-
cos. Sin duda, la importancia de esta discusión tiene mu-
mente— se definen como «unidades de placer». Cabe
cho que ver con una diferencia de la praxis epicúrea res-
atribuir a la doctrina epicúrea la formulación de un ge-
pecto de la cirenaica, con la morigeración proverbial de
nuino «principio del placer»: el placer fjSovfj) es consi-
la vida epicúrea —que valora, frente a los placeres de la
derado como un modo de la vida misma, como la ca-
danza orgiástica, los placeres reposados y tranquilos de la
racterística misma de la vida. Esta afirmación cobra su
conversación o de la música apacible, en tanto son una
verdadera proporción en el contexto del atomismo epi-
localización o sublimación del placer global, tan real
cúreo. De entre las estructuras resultantes de la compo-
como los placeres más intensos, pero pasajeros, de la vi-
sición de los átomos habría algunas (las vivientes) carac-
da sensible. Pero lo que nos importa es identificar la
ontología correlativa —sólo a través de la cual creemos
(28) B. Farrington, La rebelión de Epicuro, trad. esp., Barcelona, 1968, poder entender la conexión entre las dos definiciones
pág. 33.
epicúreas del placer, la conexión entre la aponía y la ata-
(29) Más detalles en N.W. De Witt, Epicurus and his Philosophy, raxia. Nos parece que la ontología que buscamos es la
Minnesota Univ., 1954.

EL BASILISCO 31
EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, www.fgbueno.es

ontología aristotélica de la sustancia como ser inmóvil (el to una negación del movimiento, la negación de una ne-
movimiento sólo tiene lugar en los accidentes, y en los gación, la imperturbabilidad y estabilidad de la vida, su
accidentes continuos —diríamos hoy: densos (cantidad, seguridad (áocfá)i,eia). Precisamente por ello la vida fe-
cualidad, lugar)—, una sustancia cuyo prototipo es Dios, liz, aunque puramente subjetiva, no puede ser una vida
el Ser infinito (incorpóreo), el ser autárquico, subjetivi- solitaria: necesita la estabilidad, la seguridad de la sustan-
dad absoluta, el ser inmóvil y absolutamente feliz. Y es- cia, y esta estabilidad (puesto que los hombres no son el
to, a nuestro juicio, debe combinarse con la actitud «es- Dios aristotélico), sólo pueden dársela a cada individuo
céptica» de Aristóteles, respecto de la posibilidad de la los amigos que le rodean. La amistad es la forma según
felicidad: nosotros no creemos que pueda decirse que el la cual pueden aproximarse los vivientes finitos a la
Dios feliz, autárquico, de Aristóteles, sea la proyección autarquía divina, a la seguridad propia de los dioses: la
del hombre sabio; más bien es su contrafigura —^precisa- amistad deriva así de la conveniencia mutua (ocpeXeia) y
mente porque Dios es feliz por ser autárquico, y el hom- viene a ser la reproducción de la vida divina sobre la
bre no puede serlo nunca completamente. En la Etica a Tierra. Por eso la amistad no es el amor, que nos hace
Nicomaco se ve cómo la felicidad que proporciona el Píog depender de la persona amada: la liberación de la fija-
^edípTjTiKog es sólo analógico, es una felicidad que no es ción del amor se logra por la sustitución de personas, in-
propiamente tal —porque exige la amistad, entre otras cluso de cosas: «et jacere humorem collectum in corpora
cosas (mientras que Dios no necesita la amistad de na- quaeqiie» (Lucrecio IV, 10 58). Lo que en Aristóteles
die). Dios no es la proyección del sabio: es (nos parece) aparecía como relación reflexiva originaria, constitutiva
la crítica de la sabiduría y de la felicidad humana y, a la de un sujeto solitario, se refractará en la ontología de
ver, por ello, el Dios de Aristóteles es lo que eleva a la Epicuro como una relación que liga a un círculo de suje-
condición moral lo que de otra suerte sería una pura vi- tos por relaciones de apoyo simétrico y transitivo, sólo a
vencia subjetiva (a la manera como el Dios de Descartes través de las cuales puede aparecer algo así como una
hace veraz a la mera certidumbre subjetiva del cogito). imagen de la reflexividad.
Dios es pues sólo el prototipo, por ello muy lejano e
inalcanzable, de la autarquía aristotélica y de la felicidad Es muy importante en este momento, para nuestra
contemplativa, el Dios supuesto en la Etica nicomaquea: argumentación, llamar la atención sobre la circunstancia
cóoT'éiT) dv f) Etióaifiovíx Geiopi'a ijg {Etica, X, 8, 1768b, de que la doctrina que expone Freud en Más allá del
7/23). Principio del placer es precisamente la doctrina epicúrea
de la aponía, aunque él mismo lo ignore: «en la teoría
Así pues, mientras que los cirenáicos actuarían den- psicoanalítica aceptamos que el curso de ios procesos
tro de la ontología heraclitea (todo es movimiento, el anímicos es regulado automáticamente por el principio
placer es un movimiento, como el dolor, y la diferencia del placer, esto es, creemos que dicho curso tiene su ori-
entre el placer y el dolor será una diferencia entre dos gen en una tensión.desagradable y emprende luego una.
tipos de movimientos, el suave y el rudo), en cambio dirección tal que su último resultado coincide con una
Epicuro estaría pisando en el terreno de la ontología aminoración de dicha tensión y por lo tanto con un aho-
aristotélica (30). Una ontología profundamente transfor- rro de displacer o producción de placer». Es Freud
mada, por otra parte, en virtud del materialismo corpo- quien, en lugar de hacer desembocar el equilibrio o esta-
reista característico de Epicuro: el ser inmóvil ya no áerá bilidad constitutiva del placer en la inmutabilidad positi-
un Dios espiritual, infinito, sino cada uno de los múlti- • va del ser por esencia aristotéhco, lo resuelve —de un mo-
ples dioses corpóreos, finitos, que no sólo son inmóviles, do paralelo al Bergson del élan vital— en la inmutabili-
aunque estén formados por átomos, sino que también dad negativa de la nada, de la muerte, del nirvana o, para
permanecen <'ensimismados», vueltos hacia su subjetivi- decirlo.con Otto Rank, en la reabsorción en la vida in-
dad, y sin interesarse por el mundo. Los dioses epicúreos trauterina que todavía no experimentó «el trauma del
podrían considerarse así como los prototipos de los hom- nacimiento».
bres que viven en las comunidades epicúreas, sin preocu-
parse der mundo, que viven centre los mundos» (Esta-
dos, ciudades) diferentes. También los hombres son fini- (II) El «trámite de flotación» está desarrollado en la
tos, como los dioses: sin embargo su vida, en cuanto a su dogmática epicúrea a partir de unos fundamentos genera-
felicidad, es infinita, si no en duración, si al menos con les muy similares a aquéllos a los cuales apelará, veinti-
la infinitud propia de la magnitud dada en un intervalo trés siglos después, la dogmática psicoanalítica, a saber,
continuo (la infinitud que aparece en el argumento de la el contorno exterior a cada vida constituido (en el eje
dicotomía de Zenón eleata). A esta luz, cobra toda su circular) por otras vidas que no son nuestros amigos,
fuera la vigésima primera máxima fundamental: <'Si la pero que sin embargo envuelven y suprimen nuestra
carne recibió ilimitados los confines del deleite, también autonomía, haciéndonos caer en una situación de «ali-
a éste el tiempo lo hace ilimitado». En resolución: si neación». También en la ejecución de este trámite el
Epicuro concibe al placer como aponia —como negación camino de Freud es paralelo al camino de Epicuro: pues
del movimiento— es porque refiere el placer al prototi- mientras la limitación exterior de la libido es, según
po divino, al prototipo de la inmutabilidad: La ataraxia es Freud, un proceso de represión, (vinculado a la cultura),
una negación de la perturbación, pero no precisamente la limitación del placer, el dolor, según Epicuro, se
una suerte de nirvana (como algunos han sugerido) cuan- produce también a partir de una fuente exterior (cultu-
ral) que oprime al individuo, principalmente por la inti-
midación, por el terror (por ejemplo, el terror a los dio-
(30) Epicuro conoció el Aristóteles juvenil, «platónico», con el que ses, al Estado, a la muerte). El dolor es también un pro-
habría polemizado (H. Bignone, L'Aristotele perduto e la formazione filo- ceso de alienación, en tanto que es oXXdxpiov, es decir,
sófica di Epicuro,. Florencia, 1936, 2 vols.) pero también tuvo acceso a
sus escritos maduros, incluso a la Etica a Nicomaco (G. Gual y E. Acos- ajeno a nuestra naturaleza. El «tramite de flotación» con-
ta, Etica de Epicuro, Barcelona, 1974)/ ,,; duce así al reconocimiento de individuos reales, pero

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alienados en el eje circular, aterrorizados, angustiados. gica. Estando ya para morir, en medio de terribles dolo-
La alienación (como en San Agustín) consistirá también, res, escribe a Idomeneo la carta siguiente, que nos con-
en cierto modo y paradójicamente, en el carácter atómi- serva Diogenes Laercio: <• Hallándonos en el feliz y últi-
co del individuo, en su aislamiento, en su libre flotación, mo día de mi vida, y aún ya muriendo, os escribimos así:
según la cual se mueve en línea recta (acaso, según sus tanto es el dolor que nos causan la estranguria y la disen-
instintos primarios) como si fuera un átomo, tal como lo teria, que parece no puede ser ya mayor su vehemencia.
vio el Marx joven en su tesis doctoral. La libertad apare- N o obstante, se compensa de algún modo con la recor-
ce en el clinamen de estos individuos átomos cuando se dación de nuestros inventos y raciocinios».
componen con los demás, si bien esta composición no
sea la de la sociedad política, sino la de la sociedad de Y, en tercer lugar, el <'trámite de personalización»,
los amigos. del que encontramos abundantes testimonios de los doc-
cumentos epicúreos. La personalización la hemos hecho
El trámite de subjetividad, el que en la dogmática consistir en una actividad operatoria, programadora, pla-
psicoanalítica conduce a la doctrina del Ego, como >• prin- neadora o proléptica. También hay una teoría epicúrea
cipio de la realidad» estaría representado en la dogmática de la perosonalización, proporcionada a su reducción
epicúrea, por la doctrina de la «esfera», según la hemos subjetivista: el planeamiento de la vida subjetiva como
denominado en otra ocasión (31)- Los epicúreos han un proyecto de vida feliz (naKapLOg ^ffv) y la «recons-
descubierto esta estructura, y este descubrimiento sólo trucción» de la propia biografía como un proceso no
puede entenderse en el seno de la vida social, en la contingente, al menos relativamente a la propia subjetivi-
experiencia —anamnesis ejercitada y rotada como prolep- dad, puesto que es su mismo y. exlusivo contenido. La
sis— de la muerte de los demás, puesto que nosotros no reducción subjetiva de todo planeamiento consta de dos
podemos tener experiencia de nuestra propia muerte procesos complementarios: la prolepsis habrá de presentar
(cuando la muerte aparece el experimentador desapare- los planes como normativos y la anamnesis presentará los
ce, según la famosa segunda fórmula del tetrafarmaco). hechos biográficos como necesarios. Lo primero tiene lu-
Este trámite conduce, pues, al conocimiento de los lími- gar por un mecanismo que se asemeja notablemente al
tes de la vida, y quien los conoce verdaderamente <sabe mecanismo de la formación del superego freudiano. El
también cuan fácil es de prevenir lo que quita la aflicción proyecto normativo de la propia subjetividad se toma de
de la indigencia y lo que hace a toda la misma absoluta- otra subjetividad erigida en modelo, la subjetividad del
mente perfecta: así no hay necesidad de negocios que maestro (más que la del padre): «Debemos elegir y amar
traen luchas consigo». Ahora bien: desde una axiomática a un hombre bueno y tenerlo siempre ante nuestros
antropológica no epicúrea, la subjetividad no es nada ojos, para vivir así como si él nos observase y para hacer
sustantivo, puesto que sólo se da como concavidad de una todo como si él nos viese» (Fragmento 210, Usener). Y
actividad objetivante. Por consiguiente, la subjetividad lo segundo tiene lugar mediante un análisis de la vida
es, en su sustantividad, algo vacio, porque es algo que pretérita —análisis que podría tener lugar a través de la
sólo puede alimentarse de la propia actividad que trans- confesión (una de las instituciones características de las
curre a lo largo de la vida personal, de la biografía; de comunidades epicúreas, parangonable al relato psicoana-
donde se deduce que el contenido de esa reducción lítico), análisis orientado a mostrar su necesidad, a elevar
subjetiva no puede ser otro propiamente sino el recuerdo, la biografía a destino: «Cura las desventuras con agrade-
es decir, la acumulación de las experiencias que van su- cida memoria del bien perdido y con la convicción de
cediéndose en la memoria (Freud: <'un instinto sería que es imposible hacer que no exista aquello que ya
pues una tendencia propia de lo orgánico vivo a la re- ocurrió» {Sentencias Vaticanas, 55). Este regressus a la vida
construcción de un estado anterior»). Comprenderemos subjetiva como fundamento de la propia necesidad com-
así la razón por la cual un trámite de subjetividad, como porta una crítica implícita a la cultura objetiva (represen-
el que atribuimos a la dogmática epicúrea, ha de consistir tada por la Academia y el Liceo), y, como muchas veces
prácticamente en una técnica de la anamnesis —y aquí se ha subrayado, a la «ciencia aliada con el poder». «To-
otra vez marchamos paralelos al psicoanálisis. No pode- ma tu barco hombre feliz —dice Epicuro al joven Pito-
mos tratar por extenso de las funciones relevantes que
alcanza el recordar en la vida epicúrea. Baste referirnos a
la importantísima teoría de la prolepsis, en cuanto
fundada enteramente en la anamnesis y, sobre todo, a la
paradójica tesis de Epicuro {Sentencias Vaticanas- 11) so-
bre la vejez como la edad en la cual la felicidad puede
llegar a su punto más alto. Una paradoja que, considera-
da desde los supuestos establecidos, se reduce en rigor a
la forma de una simple consecuencia de ellos: <'No es el
joven a quien se debe considerar feliz y envidiable, sino
al anciano, que ha vivido una bella vida... el anciano an-
cló en la vejez como en seguro puerto y los bienes que
ha esperado antes ansiosa y dudosamente, los posee
ahora ceñidos en firme y agradecido recuerdo». Y el
propio Epicuro parece que vivió esta paradoja de un
modo que desborda el plano meramente formal de los
que podría considerarse como una mera consecuencia ló-

(31) Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Madrid, Taurus, pág. 298.

EL BASILISCO 33
EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, www.fgbueno.es

cíes— y huye a vela desplegada de toda forma de cultu- cuerpo»: pretender que los ojos no ven y que sólo son
ra». En ésta expresión a <'toda forma de cultura» habrá las ventanas a través de las cuales el alma percibe los
que ver no sólo la religión astral (sobre la que tanto ha objetos es absurdo (versos 360 sgs). El alma es aquello
insistido Farrington), en cuanto ligada a la mentira políti- que hace que el cuerpo, en cuanto tal, sienta; luego lo
ca, sino también a las artes liberales (<< nadie entre aquí que aporta al cuerpo es la conciencia corpórea (el senti-
sin saber Geometría» de la Academia), acaso incluyendo miento), lo que indica que el cuerpo ha de ser algo
la Aritmética (Cicerón ,De finibus bonorum et malorum I, viviente, aunque por sí mismo «impersonal», una energía
27, 71 sgs.)- Desde este punto de vista el epicureismo, vegetativa comparable con la libido, con el ello. Acaso en
con el cinismo, se nos presentan como formas de contra- esta línea, la tradición epicúrea griega llamaba al cuerpo
cultura, y no sólo de anticultura griega. aáp% (carne), en vez de ocójxa (cuerpo). En consecuen-
(III) En cuanto a la tectónica psíquica, el epicureis- cia, el alma, que es algo más que la mera armonía de las
mo es terminante, si nos atenemos a la exposición de Lu- partes del cuerpo (puesto que es una parte distinta del
crecio: el ser humano se compone de tres partes, cuerpo . cuerpo un sistema de átomos muy finos y móviles exten-
{corpus), alma {anima) y espíritu {animus). Que esta doc- didos por la totalidad de los órganos corpóreos) podría
trina sea la propia de la escuela podríamos inferirlo de ser coordinada con la conciencia corpórea (con el Ego) y
las propias declaraciones que Lucrecio antepone a su ex- acaso como función suya pudiera entenderse la discutida
posición ^del tercer libro del De rerum natura: «Así como eJiíoPoXfj xfüv ai,ovT]TT]piSv de Epicuro (la «dirección
las abejas liban las mieles en las flores, así nosotros sa- de los órganos sensoriales», que otros interpretan como
camos de tus libros [de los libros de Epicuro, pater et re-, un concepto representativo, un cuarto criterio). Y, en-
rum inventor] las verdades más preciosas» (versos 9-13). tonces, el espíritu (que es también concebido como un
Es cierto que el objetivo principal de Lucrecio, en este órgano específico, alojado en el pecho) podrá ponerse en
tercer libro, parece ser el mostrarnos la naturaleza cor- correspondencia con el Superego, puesto que, como este,
puscular (material), no sólo del cuerpo, sino también la se caracteriza por sus funciones normativas, imperativas,
del alma y la del espíritu. Y si Platón, en el Fedón, nos a las cuales quedan subordinados los impulsos del cuerpo
había ofrecido tres pruebas de la inmortalidad del al- e incluso, muchas veces, los del alma: «pues aunque el
ma, Lucrecio nos ofrece aquí treinta de su mortalidad, 4^imo y el alma están unidos intimamente entre sí, for-
deducidas de su corpuscularidad. Pero este interés por fñando una sola sustancia, sin embargo, quien domina es
la fundamentación corpuscular de la psique no puede ^1 juicio {consilium) al que llamamos ánimo {animus) o
hacernos olvidar que la morfología de aquello que se mente {mens)» (Verso 140):
trata de fundamentar es algo de lo que ha de partirse
en el terreno de los fenómenos, puesto que, evidente- Idque (animus] sibi solum per se sapit, et sibi
mente, los átomos de que se compone el alma o el es- Igaudet,
píritu son invisibles y Lucrecio sólo puede llegar a ellos
por medio del razonamiento. Así, pues, aunque en la Cum ñeque res animan, ñeque corpus commovet
exposición dogmática podemos sacar la impresión, al lulla,
principio, de que se nos está hablando de clases diversas
de átomos en general o, a lo sumo, de clases de átomos 6. El epicureismo fue el principal frente de resisten-
constitutivas del organismo humano viviente en su pura cia ante el avance del cristianismo {contraria sunt circa
anatomía, sin embargo, lo cierto es que no se nos habla eadem). Su sensibilidad era muy distinta. Esto no significa
de anatomía, precisamente porque los miembros o partes necesariamente que las iglesias cristianas no funcionasen
en cuestión son invisibles e intangibles. Si se quiere, Lu- como heterías (como sin duda lo fueron las propias igle-
crecio expone una anatomía-ficción (cuerpo, alma, espíri- sias maniqueas). Sin embargo la Iglesia católica llegó a
tu) destinada a fundamentar una tectónica del alma cuya ser lo que es a partir del siglo IV, al pisar un terreno
fuente ha de buscarse en otros lugares. También es que desbordaba ampliamente la esfera privada en la que
verdad que los intereses fundamentados determinan de subsisten las heterías, organizándose como una estructura
un modo peculiar, a veces incluso distorsionan, la tectó- universal y pública, una suerte de duplicación del Estado,
nica trimembre, de la cual se parte y así, por ejemplo, en cuanto poder espiritual. En este sentido, la Iglesia no
obligado a buscar en el alma (en cuanto que no es sus- fue una estructura del mismo orden al que pertenecían
tancia simple) los cuatro elementos, Lucrecio encontrará las comunidades epicúreas. Y esto sin perjuicio de que
en ella un cuarto principio, constituido de átomos sutilísi- el cristianismo, visto con categorías antiguas, tiene mu-
mos, al que llamará «el alma de la misma alma» (verso cho de epicureismo, como tiene también mucho de es-
276). Con todo, creemos que se mantiene la posibilidad cepticismo. Queremos decir que, dando por descontada
de ensayar la coordinación, al menos en lineas muy la novedad del cristianismo como institución histórico
generales, de la teoría tectónica de Lucrecio (cuerpo, al- cultural, si intentamos medir esa novedad «desde el fon-
ma, espíritu), con la teoría tectónica de Freud (ello, ego, do de las categorías griegas», acaso el cristianismo se nos
superego) —dejamos fuera la conocida distinción de presentase, tanto o más que como un platonismo (como
C.G. Jung entre el anima (como principio femenino) y el lo vio San Basilio) como un escepticismo («la sabiduría
animus (como principio masculino)—. En efecto: aquello de este mundo es necedad delante de Dios», de I Cor.
a lo que Lucrecio llama cuerpo no es meramente el 3, 19, de San Pablo) y aún como un epicureismo, una
«vaso» que contiene el alma —a la manera como el in- promesa de felicidad individual, de seguridad. Un epicu-
cienso al perfume— en el sentido de una máquina iner- reismo desarrollado de tal modo que desborda no sólo
te, utilizada por el alma para sus fines. Desde luego, el los límites temporales de cada existencia individual
cuerpo, sin el alma, no siente, no tiene «vida psíquica». (creencia en la inmortalidad), sino también los límites es-
Pero de aquí no cabe inferir que el cuerpo no sienta y paciales de cada comunidad o hetería epicúrea. En este
que solamente sea el alma quien siente «por medio del sentido la Iglesia católica adquiere una contextura com-

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pletamente nueva, una cualidad y significación histórica nack (33). Hay testimonios de que la confesión era prac-
irreductible al marco del epicureismo y de sus métodos ticada en las comunidades cristianas ya en el siglo I, se-
salvadores. Y, sin embargo, a la manera como muchas gún el famoso texto de la Didaché (IV, 14): <En la reu-
estructuras embrionarias o elementales, las células, por nión de ios fíeles (éKKXrjoía), confesarás tus pecados y
ejemplo, permanecen y aún se reproducen en los orga- no te acercarás a la oración con conciencia mala. Este es
nismos multicelulares de orden superior de los que for- el camino de la vida». Observa el traductor, D. Daniel
man parte, podría también afirmarse que la estructura de Ruiz Bueno, en la Introducción: <'La palabra ecclesia con-
las heterías soteriológicas sigue obrando en el seno de la serva todavía en IV, 14 su sentido, muy conforme a sus
Iglesia universal. De este modo, la primitiva comunidad orígenes, de reunión de los fíeles para la celebración del
de Jerusalem, aunque desbordada infinitamente y trans- culto y en ella hay que confesar los pecados como prepa-
formada en una estructura diferente y más compleja des- ración para la oración común; pero la noción, ya que no
pués de Constantino y sobre todo de Teodosio, se re- la palabra, de Iglesia universal, t) Kavo^iKTi'EKKXT]OÚX,
producirá en otras muchas iglesias de Roma, de Alejan- que no aparece hasta San Ignacio Mártir, no es en abso-
dría o de Antioquía, en cuanto a sus funciones de hetería luto ajena a la didaché» (34). También en la Epístola a
soteriológica. Ante todo, porque se dan las condiciones Bernabé (XIX, 12) se dice: «confesarás tus pecados»
de una gran ciudad en la que coinciden individuos perte- (é^cixü^GyríoT) 'ejtí áfMxpTÍaig oov). Hay numerosos testi-
necientes a las culturas más diversas: <• Había, pues, allí, monios de la práctica de la confesión en los siglos
judíos, partos, medos, elamitas o persas de Elam; los ha- siguientes; es probable que la transformación de la Igle-
bía de la Mesopotamia, del Asia propiamente dicha, de sia en institución pública conllevase precisamente la ate-
la Capadocia, del Ponto, de la Frigia y de la Panfilia: nuación de esta práctica y que disposiciones como la de
también del Egipto, de la Libia cirenáica, de Creta, de la Inocencio III tuvieran que ver con la voluntad de poder
Arabia y hasta de la misma Roma» (32). En relación con —del poder espiritual— de la Iglesia medieval, que vería
esto, podría ponerse la historia de Pentecostés {Actas, II, en la confesión un instrumento potente de dominación
5) puesto que los discípulos de Cristo, reunidos para for- dispuesto para ser utilizado a fondo.
mar Colegio nombrando un presidente (Matías), tenían
que poder actuar, mediante la palabra, sobre esta masa
abigarrada y políglota que constituía su clientela habitual
en Jerusalem (ulteriormente, el latín del Imperio sumi-
nistraría a los sacerdotes y diáconos un instrumento in- El Psicoanálisis como práctica
ternacional de comunicación). El Colegio asume inicial- ter^jéutica de una hetería
mente la función de un Colegio médico, puesto que se
considera capaz de salvar a los individuos enfermos —^y
uno de sus primeros éxitos fue la curación del tullido 1. El movimiento psicoanalítico, tanto por su es-
que mendigaba en la Puerta hermosa, y que corrió a cargo tructura, por sus objetivos y su doctrina, podría ser con-
de Pedro {Actas XV, 47) y, desde luego, el éxito fue siderado como una hetería soteriológica. Pero inmediata-
muy brillante, si es verdad que por millares se incremen- mente después de éste acto de formulación de los obje-
taba la clientela. Ello obligó a ampliar el número de sus tivos característicos de una hetería soteriológica, es nece-
colegiados (sacerdotes, diáconos), aunque jamás se per- sario añadir otro acto destinado a subrayar la naturaleza
dió el contacto personal entre los miembros de la hete- abstracta de aquellos objetivos, es decir, la imposibilidad
ría, porque la colación del grado de colegiado, tenía ca- práctica de que tales objetivos puedan llevarse a cabo
rácter de sacramento. Sólo así podían ser atendidos indi- por sí mismos. Pues las funciones específicas que asigna-
vidualmente cada uno de los pecadores. La confesión mos a las heterías han de pensarse como realizándose en-
auricular o pública era también la forma típica mediante tretejidas con otras funciones que no son específicas, si-
la cual la subjetividad contingente alcanzaba la condición no genéricas, pongamos por caso, las funciones comuni-
de un destino providencial. El cristianismo ha puesto, cativas, de conversación, de discusión, etc. Y estas preci-
como centro de su dogmática, la resurrección de la car- siones son tanto más importantes cuanto que la doctrina
ne, lo que equivale, desde nuestra perspectiva, a consi- heteriológica tiende naturalmente a presentar todas las
derar como horizonte de las prácticas soteriológicas, a la funciones que, de hecho, debe asumir como si fueran
individualidad corpórea, a la salvación del nombre pro- funciones que sólo cobran sentido reinterpretadas desde
pio y de su biografía como curso irrepetible y providen- la teoría general de la escuela. El proceso mismo del ha-
cial. El confesor que registra la biografía subjetiva, en blar será interpretado, en la «hetería» de Lacan, desde la
sus más mínimos detalles, tomando acta de ella como de teoría del inconsciente. Pero el caso más importante, sin
algo importante y sustantivo, figura como representante duda, es el de la transferencia. Porque el concepto de
de Dios, es decir, como canal a través del cual la biogra- transferencia es una reinterpretación, desde la teoría psi-
fía prevista por Dios desde su eternidad vuelve a sus coanalítica, de procesos genéricos que tienen lugar en las
fuentes. Es muy probable que el incremento masivo del relaciones entre analista y paciente y que, sin duda, no
número de cristianos alterase las relaciones de los cole- tienen por qué ser vinculados a la hetería (la propia doc-
gios sacerdotales con los fíeles, e incluso que la confe- trina psicoanalítica reconoce el mecanismo habitual de la
sión fuese perdiéndose o haciéndose rutinaria. Pero, des- transferencia en la vida ordinaria: el individuo transfiere
de luego, no parece exacto atribuir su institución a época por ejemplo a su esposa los sentimientos que había man-
tan tardía como la de Inocencio III, como sostuvo Har- tenido en su infancia hacia su tío) ni, por supuesto, tie-

(33) Lehrbuch der Dogmengeschichte, Leipzig, 1909-1910, t. III, pág.


414.
(32) Actas de los Apóstoles, il, 9, 10, 11. Vid. Amat, Historia de la Igle-
sia, t. 2, pág. 133. (34) Daniel Ruiz Bueno, Padres apostólicos, B.A.C., pág. 67.

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nen por qué ser explicados desde la doctrina psicoanalíri-


ca (la transferencia, así como la contratransferencia del
psicoanalista al paciente, puede ser interpretada al margen
de los mecanismos psicoanalíticos; tendría que ver con
mecanismos etológicos, o gestaltistas, en virtud de los
cuales, las actitudes ante un individuo determinado, lejos
de ser estimuladas por éste, son estereotipos o esquemas
que se reproducen automáticamente ante individuos que
representan algún factor de semejanza con el primero;
hablar de transferencia es propiamente una sinécdoque,
puesto que no transferimos los sentimientos que inspira
un individuo a otro, que sustituye al anterior, sino que
desencadenamos un estereotipo). El psicoanalista se
encontrará en su trabajo con el fenómeno de la transfe-
rencia, y acudirá para tratarlo a los mismos procedimien-
tos generales que ordinariamente utiliza para enseñar a
hablar, a aprender una técnica cualquiera del maestro,
del amigo, a saber, procedimientos de ajuste, de aclara-
ción de conceptos, que tienen que ver, por así decir, tan-
to con el análisis lógico como con el análisis psicológico
profundo. Pero al estar integrados estos procedimientos
generales en la estrategia psicoanalítica, se tendería siste- todo caso, no habrían necesitado de semejante montaje
máticamente a colorearlos con tintes «profundos», que doctrinal para ser desempeñadas. Por otra parte, cabe
tienen por otra parte la funcionalidad de alimentar las ta- también subrayar cómo incluso en los procedimientos
reas del oficio. Por lo tanto, habrá que reconocer que más positivos que comporta una terapia puramente psi-
muchos clientes de la consulta psicoanalítica, no son pro- cológica o logoterápica (la curación de una fobia, o de
piamente clientes específicos de la hetería soteriológica: una depresión ocasional) puede advertirse casi siempre
resultarán, acaso, curados de sus transferencias patológi- en el psicoanálisis la apelación al «equilibrio global» de
cas —y el analista mismo habrá servido para desvelarlas, la salud psíquica, la estrategia orientada a restaurar o a
pero a la manera como resulta ser curado «sobre la mar- crear un proyecto de vida satisfactorio para el individuo,
cha» por el traumatólogo el enfermo de una infección en la argumentación en nombre del mismo «instinto de sa-
la piel durante el proceso por el cual está siendo tratado lud» de nuestra subjetividad, que se da como supuesto,
en el hospital de una fractura de tibia. Cuando los psico- como una norma necesaria. Pero la suposición de esa ne-
analistas, desde sus doctrinas de la libido reprimida, del cesidad sería gratuita, o puramente metafísica, al margen
inconsciente, del ego y del superego, se encuentran con de la hetería: esa necesidad es un postulado práctico, te-
las transferencias, y las incluyen como episodios de su rapéutico, un postulado cuya evidencia sólo puede deri-
estrategia general, recuerdan al traumatólogo que llegase varse del contexto ideológico ligado a la hetería soterio-
a acostumbrarse a interpretar sus atenciones ante los lógica.
accidentes epidérmicos del paciente como fases de su ta-
rea de reducción de fracturas." En todo caso, téngase en cuenta que nuestras pala-
bras no tienen por objeto interpretar las dolencias y ano-
malías de los clientes efectivos del consultorio psicoanalí-
2. Las consideraciones precedentes nos permiten tico en los términos como las interpretaría una hetería
preveer una realidad efectiva que, sin duda, resultará pa- soteriológica —^pues nuestro ensayo no es psicológico—.
radójica cuando se la contempla desde la perspectiva de Lo que pretendemos es interpretar las propias doctrinas
nuestro concepto de hetería soteriológica: que la mayor psicoanalíticas en términos de las doctrinas de una hete-
parte de los clientes que acuden al consultorio del psico- ría soteriológica, lo que es completamente diferente.
analista (particularmente, al psicoanálisis orientado según Nosotros no pretendemos insinuar, por ejemplo, que el
ciertas corrientes, como puedan serlo las de Melaine temor de verse atacado por la necesidad de orinar que
Klein), no presentan problemas de «psicología profun- una joven puede tener, haya de interpretarse en la pers-
da», de personalización, en el sentido dicho, sino proble- pectiva de una crisis de personalidad, porque no habla-
mas positivos, mucho más hxmíildes, cuasifisiológicos o, mos de esa joven, sino de la teoría que Freud ofreció, ya
en todo caso, psicológico empíricos (como puedan serlo en su primeriza obra sobre las Neurosis de defensa (1894).
la frigidez, el insomnio, desamor involuntario ante un hi- En esta teoría, y las subsiguientes, así como las prácticas
jo, melancolía, fobias, etc.). Situaciones anómalas, que terapéuticas asociadas, aquello que queremos interpretar
aparecen en el curso de una vida que incluso puede re- desde la perspectiva de las heterías soteriológicas, pues
sultar estar integrada según los esquemas del más rígido es Freud, y no nosotros, quien habla de la «desconexión
fatalismo religioso: son «averías» más o menos localiza- de las representaciones contrarias respecto de las cadenas
das, «nudos» o bloqueos de la corriente ordinaria, cuya de asociación del Ego normal» (lo que supone operar
resolución no requeriría un proceso de personalización, con la idea de un Ego global, dotado de un proyecto sus-
en el sentido expuesto. Lo que queremos decir es que, ceptible de ser desintegrado, etc.).
aún cuando esto sea así, la función específica, en cuanto
acción de una hetería, del consultorio, está pensada des- 3. Las relaciones del movimiento psicoanalítico con
de la perspectiva de los procesos de personalización. Y si las estructuras políticas son muy variadas y oscilan desde
estos no estuvieran siempre implícitos, las mismas res- la neutralidad y el apoliticismo declarado de sus miem-
tantes funciones del consultorio se desmoronarían o, en bros, hasta la militancia de algunos de ellos en partidos

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políticos, situados generalmente a la izquierda. Y, en psicoanalítico y las estructuras políticas es la cuestión de


esta hipótesis, es posible encontrar proyectos de <• com- la familia, con todas sus implicaciones. Y, en este senti-
posición» de los programas políticos del Partido, con los do, los Estados Unidos son, al menos constitucionalmen-
objetivos del movimiento psicoanalítico. Federn, que era te, tan respetuosos y conservadores con las estructuras
socialista activo, pensaba que el psicoanálisis era el men- familiares como pueda serlo la Unión Soviética. Quere-
saje definitivo de liberación para la humanidad (35) y, en mos sugerir, simplemente, que la diversidad de reaccio-
esta línea, habría que poner a muchos «freudormarxis- nes ante el movimiento psicoanalítico que se observa al
tas», lectores de Materialismo dialéctico, materialismo his- comparar globalmente los Estados Unidos y la Unión So-
tórico y psicoanálisis de Wilhelm Reich. Sin embargo, y viética debe ser contemplada a través del significado res-
considerando globalmente al movimiento psicoanalítico, pectivo de la estructura familiar en aquellas estructuras
no puede decirse que se haya caracterizado por su-voca- políticas, tanto a nivel oficial, como a nivel social.
ción política. Por el contrario, él ha mantenido general-
mente la tónica de neutralidad que le marcó Freud —sin Y si contemplamos al movimiento psicoanalítico en
que con esto pretendamos afirmar que haya sido efecti- cuanto hetería soteriológica, podemos al menos obtener
vamente neutral—. La <• reducción psicoanalítica» habría un planteamiento de la cuestión prometedor como «hi-
sido, en opinión de muchos, una verdadera alternativa a pótesis de trabajo»: en Estados Unidos la orientación del
los planteamientos políticos, y el movimiento psicoanalí- Estado y de la familia es comparativamente menos ab-
tico sería verdaderamente corrosivo respecto de todo sis- sorbente o intervencionista respecto de una población
tema político basado en la represión sexual, religiosa, «desarraigada» culturalmente, procedente de una inmi-
autoritaria. Otros, en cambio, ven en el movimiento psi- gración muy heterogénea, que ha contribuido a moldear
coanalítico, un verdadero movimiento contrarevoluciona- el consabido individualismo competitivo del self made
rio, una maniobra burguesa, un modo sutil de reproducir man, abre un amplio espacio a la masa de «individuos
las estructuras más reaccionarias de la dominación (36). flotantes» que pulula por las grandes ciudades y que
constituye la clientela habitual de las heterías soteriológi-
cas. (En general, tendría algún sentido afirmar que la psi-
Por lo que se refiere a las relaciones recíprocas, el cología práctica, como la Coca Cola, es un producto típi-
hecho más característico es el contraste entre la actitud camente yankee). La naturaleza de la Unión Soviética, en
claramente hostil al movimiento psicoanalítico de la cambio, en cuanto organización totalizadora, que recubre
Unión Soviética (y de los Estados afines o, en general, además una población secularmente arraigada y homoge-
de todos los totalitarios como observó Basaglia) y la acti- neizada (sin necesidad de pensar este arraigo secular se-
tud de absoluta neutralidad, concomitante con un espec- gún la forma del modo de producción asiático —^Wittfo-
tacular desarrollo de hecho en su ámbito, en los Estados gel, Bahro) no facilita la aparición de esa masa de indivi-
Unidos. La dificultad está en explicar esas diferencias. duos flotantes de la que reclutan sus clientelas las hete-
Desde la perspectiva psicoanalítica es muy probable que rías soteriológicas. El socialismo real habría dado lugar a
se mantenga el punto de vista según el cual aquéllo que un terreno poco propicio para el arraigo de la vegetación
debe ser explicado es la hostilidad de los Estados totali- psicoanalítica, pero, a su vez, el terreno sobre el cual ac-
tarios —la hostilidad se interpretará sin más como una tuó la revolución soviética, sería ya, por sí mismo, dema-
consecuencia del despotismo, temeroso de la libertad in- siado inhóspito, para acoger espontáneamente a tan deli-
dividual, que procuraría el tratamiento psicoanalítico cada planta.
(Freud mismo cree ver «cómo en el Estado stalinista las
obras de Marx han reemplazado, como fuente de la reve-
lación, a la Biblia y al Corán», Nuevas Aportaciones al Psi- 4. También las relaciones del individuo con los Co-
coanálisis, 1932). Esta represión de la libertad individual legios psicoanalíticos reciben una iluminación caracterís-
incidiría en el movimiento psicoanalítico en todo cuanto tica cuando se interpretan estos colegios como heterías
tiene de movimiento de liberación sexual —pero no se soteriológicas. Nos atendremos aquí a una de las relacio-
ve muy clara la oposición, sobre todo si recordamos las nes mejor objetivadas, a saber, la relación mercantil, el
primeras actitudes de la Revolución rusa respecto del contrato psicoanalítico del paciente con el médico, el
«amor libre». Se ha dicho que acaso contribuyó mucho «pago de honorarios», no ya como cuestión de hecho,
en el cambio de actitud bolchevique el viaje de confe- sino como norma que forma parte de la dogmática y de
rencias de W. Reich, a final de la década de los 20, a la la arquitectura de la institución psicoanalítica. En este
Unión Soviética, sosteniendo la tesis dé que sin la revo- sentido, el pago de honorarios es una ventana privilegia-
lución sexual, el comunismo degeneraría en un Estado da para explorar el significado objetivo de la relación en-
burocrático. Pero ya Lenin calificaba a la teoría de Freud tre el individuo y la hetería. La dogmática psicoanalítica
como «una necedad que está de moda» y expresaba su ofrece interpretaciones acordes con sus postulados (la
desconfianza hacia esa literatura (sexológica) «que proli- percepción de honorarios es, por ejemplo, un instrumen-
fera en el estercolero de la sociedad burguesa» (Conver- to para controlar la transferencia, para bloquear otros ca-
saciones con Clara Zetkin). En este análisis no puede dejar nales peligrosos a través de los cuales el paciente habría
de tenerse en cuenta que el punto de fricción práctico de verse obligado a compensar los servicios del médico)
(no sólo ideológico) más específico entre el movimiento pero, evidentemente, éstas interpretaciones sólo tienen
sentido desde sus postulados. Tampoco es suficiente
contentarnos con la interpretación más inmediata, a sa-
(35) Roazen, op. cit., pág. 333.
ber, la que apela a la legítima exigencia de un profesio-
nal que necesita «vivir de su trabajo»; porque esta inter-
(36) G. Politzer, Un faux contra-revolutionnaire, le freudo-marxisme, pretación está pensada unilateralmente en función del
Commune, W 3, pág. 33; Th.W. Morris (i.e. G. Politzer), La fine de la médico y no del paciente: Es el paciente quien debe pa-
psychanalise en La Pensée, n° 3. 1939; r. Castel, La psychanalisme, París, gar, no ya para que el médico pueda «vivir del altar» (lo
Máspero, 1976.

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que no sería necesario, y ello aún sin suponer al médico de la funcionalidad de la hetería: el individuo que acude
otros recursos que los de su trabajo: bastaría que le pa- a la consulta dispuesto a pagar honorarios es un cliente
gase el Estado) sino para su propia terapia. Por consi- al cual, en principio, se le puede atender, sencillamente
guiente, es en función de ésta, en cuanto constitutiva de porque su decisión implica que ya está constituido como
la hetería, como hay que interpretar el contrato psico- individuo, que se mantiene a un nivel de integración
analítico. N o se trata, por tanto, de interpretar el contra- subjetiva suficiente, que tiene incluso vivo el núcleo del
to como una forma institucional que «haya elegido» el Superego, puesto que asume la deuda, el deber de (el de-
médico como un modo viable, entre otros posibles (Cas- ber de pagar honorarios). El pagar honorarios no signifi-
tel) a fin de poder reproducir las relaciones de poder. ca, según ésto, sólo la retribución por los servicios pres-
Sin diida, el pago de honorarios es una forma institucio- tados, sino ante todo, significa una medicina, y no sólo
nal que implica muchas relaciones precisas: E. Goffman un placer o un modo de realizarse el servicio mismo de
ha subrayado la relación de servicio personalizado y esta la curación (un modo que es muy distinto de la hipnosis,
relación triangular (que liga un proyecto de transforma- por ejemplo, y que en cierto modo es incompatible con
ción, un técnico capaz de operar la transformación, y un él). Pagar honorarios por el servicio psicoanalítico no es
cliente que pide la transformación), dice múltiples con- (en cierto modo) pagar una deuda simbólica: es realizar
notaciones no menos precisas (el psicoanalista ha de su- la relación de reflexividad en la que consisten las funcio-
ponerse un especialista competente; se trata de un con- nes de la hetería soteriológica en el plano económico; el
trato, por tanto, hay un «objeto que debe ser reparado», símbolo es, en todo caso, autogórico. Y así las relaciones
etc.). Todas estas relaciones son evidentes, pero comien- económicas no por ello dejan de ser reales, pues son re-
zan a significar algo específico cuando se las considera laciones que alimentan el circuito de unos servicios
relaciones del individuo con la hetería, en tanto que son orientados a desarrollarse en la misma subjetividad que
relaciones distintas de las del individuo con la familia o hace posible la relación. Por este motivo quedarán
con el Estado (a través de la Seguridad Social). En efec- excluidos de la hetería aquellos que no pueden pagar,
to: las relaciones de contrato de honorarios, excluyen debido no sólo a motivos económicos, sino también a
ante todo una relación privada de tipo familiar, o relacio- motivos distintos (los borrachos, los criminales). Por el
nes de tipo yo/tu. Pero también excluyen (y esto no es contrario, la hetería puede garantizar que un cliente que
menos importante) las relaciones de tipo público, carac- está dispuesto a pagar regularmente los honorarios posee
terísticas de las estructuras políticas, entre las cuales se ya las condiciones precisas para poder ser atendido con
incluyen las institucionees de la Seguridad Social en tan- garantía de éxito —en un sentido similar a como un club
to obligan al ciudadano enfermo a someterse a trata- de montaña podrá garantizar la eficacia de sus cursos de
miento médico. En el caso límite: en la estructura polí- alfiinismo a sus socios cuando instala sus oficinas a 2.000
tica o sindical, pública, de la Seguridad Social, está con- metros de altitud, sin carretera.
tenida la situación del internamiento del enfermo como
acto en el que precisamente no se tiene en cuenta su vo-
luntad, sea porque esa resulta insignificante (caso de un Evidentemente, el pago de honorarios —pese a su
enfermo contagioso), sea porque ésta está precisamente importancia institucional— no puede considerarse como
abolida (un accidentado en coma, pero también un «de- un componente ,esencial cuando se toma la hetería en
mente»). Ahora bien, desde el momento en que la rela- abstracto, aunque pueda llegar a serlo cuando se la toma
ción es pública, no cabe en principio incluir en ella la en concreto, inmersa en un determinado modo de pro-
obligación de pagar honorarios: subviene la Seguridad ducción. Esto es tanto como decir que el pago de hono-
Social, en definitiva, el Estado. Pero entonces la norma rarios puede no estar presente como forma de relación
psicoanalítica de pagar honorarios equivale a una demos- entre el individuo y la hetería implantada en un tipo de
tración de la naturaleza intrínsecamente privada, no pú- sociedad distinta de la sociedad capitalista; pero, en este
blica o política, de ios servicios, y explica, por motivos caso, podemos encontrar las relaciones económicas fun-
de principio (es decir, fundados en la estructura misma cionalmente equivalentes. Es probable que Epicuro
de la hetería y no, por ejemplo, de las resistencias reac- percibiera honorarios (se dice que de joven se ganaba la
cionarias que puedan ofrecer las instituciones tradiciona- vida como un sofista, enseñando a leer a los niños de los
les) el fracaso reiterado de los intentos de elevar los ser- caseríos) aún cuando es muy probable que dispusiera de
vicios psicoanalíticos a la condición de servicios públicos, mano de obra esclava para cultivar su huerto. En todo
integrados en el cuadro de servicios de los hospitales caso necesitaba dinero: se sabe que el Jardín tenía mece-
públicos o, en su caso, de su enseñanza en las Universi- nas, y lo que nos importa más, que el Jardín epicúreo no
dades. En cambio, dentro del marco de una institución era una institución de beneficencia, como tampoco lo se-
como pueda serlo una hetería implantada en el seno de rá el Colegio de Psicoanalistas. El tener que pagar hono-
una sociedad de mercado, la percepción de honorarios rarios por unos servicias'muy específicos restringe, sin
implica relaciones plenas de significado funcional (prag- duda, la clientela virtual, aunque no tanto que la reduzca
mático). Ante todo, que el cliente de la hetería es un in- a aquellos individuos afectados del denominado irónica-
dividuo dotado de voluntad (de subjetividad, de indivi- mente Yarvis syndrome; porque un individuo no necesita
dualidad): no es alguien que debe ser «internado» en un ser a la vez young, attractive, rich, verbal, inteligent, sophis-
Hospital Psiquiátrico, sino que es un neurótico que de- ticated, para ser cliente de un consultorio psicoanalítico,
sea acudir a la consulta psicoanalítica.a fin (diremos por pero sí tiene que tener al menos las condiciones RVI.
nuestra parte) de convencerse de que los más mínimos Digamos: solvencia, capacidad para relatar la biografía y
actos casuales de su vida tienen un sentido, son necesa- posibilidad de ir por sí mismo al consultorio, condiciones
rios. Y no ya sólo en un plano causal, pretérito, sino en que también Epicuro, muy lejos de los fines de una insti-
un plano programático, el del presente que integra los tución de beneficencia, venía a exigir a los amigos del
recuerdos (Rank). Sobre todo y desde el punto de vista Jardín: «No admitáis a las. fiestas a los que viven en li-
bertinaje, ni a los que gimen en la turbación del alma»

38 EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 13, noviembre 1981-junio 1982, www.fgbueno.es

(Fragmento 8 de Vogliano). Dicho de un modo más di- bien pudiera suceder que el expulsado, lleno de ira, ar-
recto: no admitáis al Jardín a aquellos individuos que no ma desde tuera un intolerable barullo y sus gritos y pu-
pueden pagar la consimiición o, simplemente, que no ñetazos contra la puerta estorban mi conferencia más
pueden contribuir económicamente, por irresponsables e que su anterior grosera conducta. En estas circunstancias
insolventes, a sostener la hetería. veríamos con gran alegría que, por ejemplo, nuestro dig-
no Presidente, el doctor Stanley Hall, tomando a su car-
5. Renunciamos aquí a ofrecer una reinterpretación go el papel de mediador y de pacificador, saliese a hablar
puntual de la dogmática psicoanalítica. Esta reinterpreta- con el intratable individuo y volviese a la sala pidiéndo-
ción, aún expuesta de un modo esquemático, exigiría nos que le permitiésemos de nuevo entrar en ella y ga-
un libro. Pero el sentido general que inspiraría tales in- rantizándonos su mejor conducta. Confiados en la autori-
terpretaciones sería siempre el mismo: por decirlo así, se dad del doctor Hall nos decidimos a levantar la repre-
tirataría antes de tomar las doctrinas psicoanalíticas antes sión, restableciendo de este modo la paz y la tranquili-
como alegorías de la propia escuela (en cuanto hetería) dad». Y termina Freud: «Es esta una exacta imagen de la
que de tomar la Escuela Psicoanalítica como lugar en el misión del médico en la terapia psicoanalítica de las neu-
que se exponen, investigan, debaten y desarrollan unas rosis».
determinadas doctrinas. Y, por lo demás, se diría que la
afinidad de la doctrina psicoanalítica con la escuela psico-
Partiendo de esta brillante alegoría del .propio
analítica misma ha sido intuida por el propio Freud, aun-
Freud, bastaría invertir el sentido de la flecha metafórica
que la haya entendido en un sentido inverso. En la se-
viendo, no la sala (la escuela) como una alegoría de la
gunda de sus Conferencias en la Clark University —con-
doctrina, sino la doctrina como una alegoría de la escue-
ferencias a las que asistieron precisamente los miembros
la, en cuanto hetería. La tarea es muy ardua y prolija,
de los primeros tiempos de la hetería, entre ellos Jung, y
pero acaso nos llevaría a resultados interesantes, difíciles
que pueden considerarse, en cierto modo, como el acto
de explicar desde otras perspectivas. Por ejemplo, el
fundacional de la Escuela en Estados Unidos y como ac-
dogma pansexualista —que Freud pretende establecer
tividad interna de esta escuela— Freud, tratando de ex-
sobre bases inductivas, sobre sus reiteradas experiencias
poner sintéticamente los conceptos fundamentales de la
(lo dice en la cuarta Conferencia) cosa que no conven-
dogmática psicoanalítica {inconsciente, represión, síntoma,
ce en absoluto— ¿no podría entenderse como un mo-
ego, terapia...) apela a la propia estructura envolvente de
do de ejecutar el «trámite general», como un modo
la sesión que se está celebrando: <• Suponed que en esta
de formular en términos biológicos, la exigencia de un
sala y ante el público que me escucha, cuyo ejemplar si-
principio universal, impersonal, que impulsa irresistible-
lencio y atención nunca elogiaré bastante, se encontrase
mente al soma individual de Weissmann (en Más allá del
un individuo que se condujese perturbadoramente y que
principio del placer) para dar lugar al individuo jlotantei.
con sus risas, exclamaciones y movimientos, distrajese mi
Difícilmente puede encontrarse, dentro de la literatura
atención del desempeño de mi cometido hasta el punto
científica, una forma más chapucera de demostrar que
de verme obligado a manifestar que me era imposible
tanto el placer genital (en su límite, el orgasmo de W.
continuar así mi conferencia. Al oirme, pónense en pie
Reich), como el placer visual («de cuyas formas activa y
varios espectadores, y tras de corta lucha, arrojan del sa-
pasiva surgen posteriormente el afán de saber y la ten-
lón al perturbador, el cual queda de este modo expulsa-
dencia a la exposición artística o teatral») son determina-
do o <• reprimido», pudiendo yo reanudar mi discurso.
ciones de un instinto sexual monísticamente concebido,
Más para que la perturbación no se repita en caso de
que la forma que Freud utiliza en su cuarta Conferencia.
que el expulsado intente volver penetrar aquí, varios de
Pero si atendemos al contenido monista mismo de la
los señores que han ejecutado mis deseos quedan mon-
doctrina, y a la cualidad de su principio (el placer) no
tando una guardia junto a la puerta y constitúyense de
podemos por menos de acordarnos del dogma epicúreo
este modo en una «resistencia» subsiguiente a la repre-
(«si el placer se adensase y acumulase en las partes prin-
sión llevada a cabo: Si denominamos lo «consciente» a esta
cipales del organismo, los placeres no se diferenciarían
sala, y lo «inconsciente» a lo que tras de sus puertas queda,
entre sí») y de sus significados heteriológicos.
tendréis una imagen bastante precisa del proceso de la repre-
sión». Y poco después añade Freud para explicar la co-
nexión entre la represión y el síntoma: <- Suponed que con 6. Las heterías soteriológicas pueden desempeñar,
la expulsión del perturbador y la guardia situada a las en resolución, efectos corrosivos o subversivos del orden
puertas de la sala no terminara el ircidente, pues muy político o familiar, del «sistema de poder» reinante —así
se han presentado muchas veces y así pueden ser consi-
deradas por muchos (B. Farrington habla de la Rebelión
de Epicuro y J.M. Brohm yuxtapone Psicoanálisis y Revolu-
ción). Pero otras veces, su abstencionismo político, inclu-
so su actividad contracultural, puede convertirse en un
modo de complicidad con el sistema establecido, no sólo
porque este puede tolerar, y aún desear estas válvulas de
escape, sino porque acaso las heterías reproducen las
mismas líneas estructurales del sistema, se adaptan a él y
contribuyen a realimentarlo en medida más o menos mo-
desta. Muchos freudianos, desde la orilla de su «hetería»
creemos, podrían suscribir los versos de Lucrecio (II, 1):

Suave mari magno turbantibus aequora ventis


E térra magnum alterius spectare laborem.

EL BASIUSCO 39
EL BASILISCO, número 16, septiembre 1983-agosto 1984, www.fgbueno.es

ARTÍCULOS

ENSAYO DE UNA TEORÍA


AMKOPOLOGICA
DE LAS CEREMONIAS
GUSTAVO BUENO
Oviedo

los buhos dormitan y ululan, donde los murciélagos se mue-


Introducción: ven y revolotean en el crepúsculo, donde los gitanos acam-
Presentación de materiales pan por la noche y donde los sapos se agazapan bajo el altar
profanado. Allí llega por la noche el mal sacerdote con su
barragana y a la primera campanada de las once comienza a
igura 1. Preparación de una almáciga. farfullar la misa al revés, desde el final hasta el principio y
«La manera de formar una almáciga termina exactamente cuando los relojes están tocando la
es ésta. Hacer un surco hondo a manera de medianoche. Su concubina hace de monaguillo. La hostia
una acequia; si la tierra fuera templada, que bendice es negra y tiene tres puntas; no consagra vino y
sea hondo hasta la rodilla; si fuere seca, en su lugar bebe el agua de un pozo en el que se haya ahoga-
algo más hondo, y si fuera húmeda, no tan- do un recién nacido sin cristianar. Hace el signo de la cruz
to, porque el mucho y demasiado humor pero sobre la tierra y con el pie izquierdo. Y hace otras mu-
ahoga la planta por lo más bajo y así la pudre y seca del chas cosas que ningún buen cristiano podría mirar sin que-
todo. Y allí en aquel surco póngase los sarmientos, que se dar ciego, sordo y mudo para el resto de su vida. Más el
han notado y escogido, tan altos y tan hondos que a lo me- hombre por quien se dice la misa se va debilitando poco a
nos queden cinco yemas so tierra, un poco verdeados, que poco y nadie puede saber por qué le sucede ésto; los mismos
hagan asiento cuanto un palmo, porque de aquellos salen doctores no pueden hacer nada por él ni comprenderlo. No
muy bien las raíces ...»(1). saben que se está muriendo lentamente por la misa de San
Secarlo» (2).
Figura 2. Misa de San Secarlo.
«También los campesinos gascones creen que para Figura 3. Leucotomía prefrontal.
vengarse las malas personas de sus enemigos inducirán en «Por lo general, trazo una incisión de dos a tres centí-
ocasiones a un sacerdote a decir una misa llamada de San metros de larga, cuyo centro está situado en un punto colo-
Secarlo. Son muy pocos los sacerdotes que conocen esta cado a tres ceiitímetros por detrás del borde lateral de la ór-
misa y las tres cuartas partes de los que la saben no la dirán bita y a cinco o seis centímetros por encima de la apófisis ci-
ni por amor ni por dinero. Nadie, sino un sacerdote perver- gomática. Se profundiza la incisión hasta alcanzar el hueso,
so, se atreverá a ejecutar la ceremonia horrenda y puede es- colocando un separador que proporcione una ampKa aber-
tarse muy seguro que tendrá que rendir una cuenta muy pe- tura de las partes blandas y un campo operatorio libre de
sada en el día del juicio. Ningún cura ni obispo, ni siquiera sangre. Se practica después un orificio de un centímetro en
el arzobispo de Auch puede perdonarle: este derecho sólo la sutura coronal y una incisión cruciforme en la durama-
pertenece al papa de Roma. La misa de San Secano sólo dre. Para realizar la sección de la sustancia blanda se em-
puede decirse en una iglesia en ruinas o abandonada, donde plea el instrumento menos traumatizante de los que se pue-

(1) Anónimo: Agricultor práctico, Madrid, Librería Americana, s. a. (2) Frazer, La rama dorada. Cap. IV: «Magiay Religión». Trad. esp. de
(hacia 1820). Libro II, Cap. VIL la edición abreviada por el autor en F. C. E., México, 1956, pp. 80-81.

8 EL BASILISCO
© 19S4. EL BASILISCO n" 16 (Apartado 360/E-33080 OVIEDO)
EL BASILISCO, número 16, septiembre 1983-agosto 1984, www.fgbueno.es

den utilizar, o sea, una aguja de cerebro corriente con un


ojo lateral en la proximidad de su punta roma y un estilete
firmemente adherido. Se introduce este instrumento de tal
forma que avance muy cerca y por delante de la prolonga-
ción anterior del ventrículo hasta una profundidad suficien-
te para llegar casi hasta la sustancia gris de la cara lateral in-
terna del lóbulo frontal. Se retira el estilete y se hace bascu-
lar la aguja desde el punto de entrada en el cerebro, de tal
manera que su extremo romo se dirija en el interior del ce-
rebro, hacia arriba, en dirección de la superficie superior
del lóbulo frontal. A medida que el extremo romo de la agu-
ja realiza este movimiento, se hace penetrar aquella más y
más en pleno tejido cerebral, para que la línea seguida por
la misma vaya paralela a la hoz del cráneo y no vaya distan-
ciándose cada vez más de ella, como ocurriría de no hacerlo
así. Cuando la aguja haya llegado lo bastante cerca de la
cara superior del hemisferio se la retira, para volver a intro- Figura 6. Impresión del cálculo de un programa.
ducirla por el mismo punto con objeto de actuar sobre las fi- «En la ejecución del cálculo de un programa, la opera-
bras que proceden de la porción inferior del lóbulo frontal. ción inicial de la tecla S que "pasa el programa al primer
Con este fin se dirigirá la punta de la aguja hacia abajo, paso, no hace que aparezca nada escrito en el papel. La es-
guardando también el mismo paralelismo que antes se indi- critura tiene lugar al volver a operar otra vez la tecla S y la
có y llevándosela después, en sentido lateral, a través de la tecla J para avanzar el programa que se ha parado debido a
fosa anterior del cráneo y en el mismo plano vertical del ala una instrucción de parada (E, J, EJ). En este caso es impre-
menor del esfenoides, hasta que alcance un punto muy pró- so el contenido desplegado en este momento y si, a una ins-
ximo a la cara lateral del cráneo. Mientras se efectúa esta úl- trucción de parada, se efectúa una entrada y se oprimen las
tima maniobra se irá retirando progresivamente la aguja teclas S y J, dicha entrada aparecerá escrita en el papel y el
para evitar las lesiones de la sustancia gris de la cara orbita- programa avanzará automáticamente a los pasos siguien-
ria del lóbulo frontal» (3). tes, o saltará al paso especificado una vez escritos los datos
de entrada» (6).
Figura 4. Preparación del arroz murciano.
«Se corta el magro en pedacitos, se reoga en aceite y se ¿Qué tienen de común, sin perjuicio de su heterogenei-
reserva. En la misma sartén se fríen los ajos y se sacan, se dad, las situaciones descritas por estos relatos? Sin duda
echan los pimientos cortados en tiras y los tomates, previa- muchas cosas, pero aquéllo que aquí queremos destacar,
mente escaldados y quitada la piel. Se deja sofreír un poco y mirando más que a los resultados obtenidos, al flujo de los
se añaden los ajos machacados con el perejil y el azafrán, se procesos operativos mismos que en todas ellas aparecen re-
agrega un poco de agua y la carne y se deja cocer todo unos gulados, es su condición de «figuras del hacer humano».
veinte minutos. Cuando se ha consumido el caldo se añade Ante todo, en el sentido de figuras de acciones ya ejercita-
el arroz, se rehoga bien y se agrega agua hirviendo, a razón das (otra vez: figuras reproducibles de acciones, no sólo de
de dos tazas por taza de arroz; se sazona de sal y se pone a la los resultados desprendibles de esas acciones) que nos son
lumbre viva para que rompa a hervir; entonces se mete en el recordadas (anamnesis) pero también en el sentido de figu-
horno y se deja cocer una hora con calor moderado» (4). ras que han desempeñado (o pueden seguir desempeñando,
en algún caso) el papel de programas operatorios (prolep-
Figura 5. Presentación a Moctezuma. sis) de la acción de los hombres. Flujos canalizados cada
«Sus audiencias no eran fáciles ni frecuentes; pero du- uno de los cuales está constituido como una composición
raban mucho y se adornaba esta función de grande aparato (concatenación, coordinación) de operaciones, aplicadas a
y solemnidad. Asistían a ellas los proceres, que tenían en- determinados objetos o valiéndose de determinados instru-
trada en su cuarto: seis o siete consejeros cerca de la silla, mentos, según una pauta o figura que se ha formado y con-
por si ocurriese alguna materia digna de consulta; y diferen- solidado en el curso de una experiencia práctica reproduci-
tes secretarios (con aquellos símbolos que les servían de le- ble.
tras) las resoluciones y decretos, cada uno según su negocia-
ción. Entraba descalzo el pretendiente y hacía tres reveren- Este es el punto de vista que permite salvar las diferen-
cias, sin levantar los ojos de la tierra, diciendo en la primera cias indudables que median entre figuras operacionales da-
Señor, en la segunda Mi Señor y en la tercera Gran Señor. das en contextos mágicos (la misa de San Secario) y figuras
Hablaba en acto de mayor humillación y se volvía después a dadas en contextos científicos (la técnica de la leucotomía
retirar por los mismos pasos, repitiendo sus reverencias, sin prefrontal o la impresión del cálculo de un programa), o en-
volver las espaldas y cuidando mucho de los ojos; porque tre figuras que se desenvuelven entre individuos persona-
había ciertos Ministros que castigaban luego los menores les, de modo «convencional» (las audiencias de Moctezu-
descuidos y Moctezuma era observantísimo en estas cere- ma) y figuras que suponen el desencadenamiento de proce-
monias» (5). sos naturales o automáticos (la germinación de los sarmieh-

(3) Mckissocky Fleming, en Journal Me. Science, 1943. Apud W. Sar-


gant y Eliot Slater, Métodos somáticos de tratamiento en psiquiatría, Trad. (5) Antonio Solis y Rivadeneyra: Conquista de la Nueva España, Libro
esp., Madrid, Espasa-Calpe, 1947, pp. 207-208. III, Cap. XV. Barcelona, Thomas y Ferrar, 1771, tomo primero, pp. 411-
412.
(4) Delegación de la Sección Femenina: Manuel de cocina. Recetario.
Madrid, Almena, 1976, pp. 320. (6) Cannon, manual de explicaciones. Printer unit P-1, 1972, pp. 11.

EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 16, septiembre 1983-agosto 1984, www.fgbueno.es

tos en la almáciga o el avance automático del computador a estar protegido por las leyes, como tal) aunque esté en
estados subsiguiente's). Porque, en cuanto figuras secuen- coma, incluso muerto (la «forma cadavérica humana»). La
ciales operatorias, todas ellas han resultado de la composi- práctica totahdad (émica) de los ordenamientos jurídicos
ción sintética dada en el concurso de determinadas opera- actuales así lo reconocen, aunque también es verdad que,
ciones, técnicas, maniobras, seleccionadas entre otras com- en estos casos, los organismos humanos o partes suyas (por
petidoras, y que no proceden en ningún caso de las cosas ejemplo los esqueletos de los museos anatómicos) pueden
mismas o de los objetos de la naturaleza (cpnoig), aunque pedir ser incluidos en la clase B, es decir.
versen sobre ellos, sino más bien, por decirlo así, proceden
de la historia, de las «costumbres» (-fréoig). Por reales y tan-
gibles que sean los resultados de los programas tecnológi-
cos, no está en la naturaleza que las semillas hayan de dispo-
nerse a través de una cuerda tensada; tan convencional es
esta disposición como las reverencias practicadas por los
subditos de Moctezuma. Y hay quizá más arbitrariedad en
la secuencia de las operaciones del quirófano que en las se-
cuencias de las operaciones de la misa de San Secarlo, por-
que estas secuencias (fruto de la exacta fantasía, en el senti-
do de Leonardo) están ya minuciosamente prefijadas, en
negativo, por el orden canónico de la misa ordinaria.

1. Quaestio nominis

YÍyvcoaxE ó'oog... etc. «Debes conocer a qué ritmo


están sometidos los hombres» (Arquiloco, fragmento
66 de Bergk)
1. Las «ceremonias» son figuras del hacer humano,
modi operandi institucionalizados. Pero el «hacer humano»
es tan solo uno de los contenidos del «material antropológi-
co». No queremos aquí entrar en cuestiones de prioridad,
porque tanto si al hacer se le considera subordinado al ser
ipperari sequitur esse) como si se considera la relación recí-
proca (al modo de la llamada «filosofía de la acción») o en
cualquier otra hipótesis, lo que si parecerá evidente es que
el hacer humano (las ceremonias, por tanto) debe ser en-
marcado, aunque sea en el terreno puramente fenomenoló-
gico, junto a los restantes contenidos del material antropo-
lógico. B. La clase de las cosas o estructuras impersonales,
generalmente extrasomáticas, que forman parte de la cultu-
Y en efecto, el adjetivo «humano» se predica, y no en ra espiritual (una sinfonía, una red de alcantarillado, una
un sentido unívoco, de términos que pertenecen a tres cla- computadora). Tampoco es fácil siempre establecer los lí-
ses diversas, muy bien diferenciadas desde el punto de vista mites de esta clase. Todavía lauses Aldrovandi, a mediados
intensional, pero con múltiples intersecciones extensiona- del siglo XVII, veía a las hachas prehistóricas como si fue-
les que limitan dialécticamente su misma distinción: sen formaciones naturales (no culturales) originadas por
mezcla «de un cierto vaho dé trueno y rayo con sustancia
A. La clase de los organismos de la especie Homo sa- metálica, especialmente en las nubes negras, que se coagula
piens sapiens, es decir, la clase de los individuos personales, por la humedad circunfusa...»(7). Sin embargo, hay un am-
de las personas. No es fácil establecer los límites de esta cla- plísimo conjunto de sustantivos que inequívocamente serán
se, ni en la perspectiva ontogenética (¿es humano, o al me- incluidos en los lenguajes actuales como designadores de
nos personal, un embrión de una semana procedente de ga- esas «cosas» (lanza, vasija, casa, automóvil...). General-
metos humanos?) ni en la fílogenética (¿es humano el Aus- mente se suele sobreentender que estas estructuras imper-
tralophitecus afarensis, es persona un ejemplar de Homo sonales son humanas en cuanto obras (inmediatas o media-
erectusl). Sin embargo, hay una región dentro de esta clase tas) de los hombres, de los términos de la clase A, aunque
cuyos miembros, los «sujetos operatorios», reciben indiscu- también cabría defender la relación inversa («el fuego in-
tiblemente el adjetivo humano (y ello aunque jurídicamen- ventó al hombre»). Hay aquí un círculo vicioso implícito:
te, caso de los esclavos de la República romana, quede blo- ¿por qué es humano el lenguaje? (no por ser lenguaje, pues-
queada la aplicación del adjetivo). Gramaticalmente es to que los primates o los delfines también hablan sino por
coordinable, por exclusividad, con los pronombres perso- ser obra del hombre, es decir, por ser humano en el sentido
nales de los lenguajes que los poseen. En el contexto del deC).
presente ensayo es pertinente subrayar que estos sujetos
pueden recibir el adjetivo humano incluso cuando figuran
como inmóviles, es decir, aun cuando no actúen o se mue-
(7) Apud Glyn Daniel, El concepto de prehistoria. Trad. esp., Barcelo-
van operatoriamente: un organismo puede ser humano (y na, Labor, 1968, pp. 33.

10 EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 16, septiembre 1983-agosto 1984, www.fgbueno.es

C. Por último, la clase de las acciones o categorías del


hacer humano (movimientos operatorios, conducta, pra-
xis) atribuidos a los términos de la clase A. A esta clase per-
tenecen, sin duda, todas las figuras y actividades que han
sido presentadas en la introducción. Los términos de esta
clase se corresponden con un extensísimo conjunto de ver-
bos como «trabajar», «hablar», «cazar», «tejer», «cami-
nar», «saludar», «calcular», «rezar», «torear», «escribir»,
«pasear», «reír». Tampoco están siempre claras las fronte-
ras de esta clase de entidades humanas. A veces se dice que
una computadora («un sistema impersonal») de la clase B
calcula; otras veces acciones o movimientos ejecutados por
términos de la clase A no se llaman propiamente humanos
(actos humanos) aunque sean actos del hombre (respirar,
digerir..., pero también cazar, saludar, incluso reír o tejer),
puesto que corresponden al hombre en tanto que organis-
mo zoológico. Demócrito llamaba a los hombres discípulos
de los animales, de la araña en el tejer y zurcir, de la golon-
drina en el edificar y de las aves canoras, del cisne y del rui-
señor, en el cantar (8). Sobre todo en muchas situaciones es
casi distinción de razón la separación entre los términos de
C y los de B: el hablar es a la vez acción.
yCEPTATÍO CVM. ALí.:?L W N S S W ^
El esquema más cerrado de interconexión entre las tres SíSSí^SsiSíS^SSSg^SíSS^
clases A, B y C de términos del material antropológico es
probablemente el siguiente: los términos de las clases A y B
se interconectan por la mediación de los términos de la clase mano, vaya siempre y en todo momento dirigido a la cons-
C. Pues las acciones y operaciones C de los organismos A trucción o producción de obras, estructuras o superestruc-
son los que producen las obras o términos de B. Y a este flu- turas de la clase B, salvo que en esta clase se incluyan tam-
jo de operaciones, de manipulaciones u operaciones quirúr- bién a los propios organismos o conjunto de organismos en
gicas (en el sentido etimológico: iziQOVQyzfü, trabajar de lo que tengan de «impersonal» (por ejemplo, la figura de
mano, fabricar) del movimiento de los músculos supralarín- parada de un batallón). Pero es de aquí, sin duda, de donde
geos, o de la lengua, es a lo que más aproximadamente cua- brota la distinción clásica de las categorías del hacer en dos
dra el nombre de «vida humana». Vida como actividad, grandes grupos: del faceré (que se resuelve en obras o es-
conjunto de acciones y operaciones de organismos huma- tructuras de la clase B) y el agere, que se resuelve en térmi-
nos entretejidos en la cooperación o en la lucha. No puede, nos de la clase A o en términos de la clase C. El castellano
en todo caso, afirmarse que la actividad viviente, el vivir hu- ha disuelto esta distinción en el concepto del hacer. Y con
esto, si bien por un lado el castellano ha perdido una distin-
ción muy importante, por otro lado ha recuperado una uni-
dad antropológicamente esencial, la unidad del hacer hu-
mano, que se mantiene tanto en lo agible como en lo facti-
ble, tanto en el saludar como en el edificar.

2. Nos atenemos, en este ensayo, a la consideración


de la vida humana como un hacer característico de los indi-
viduos o personas socialmente entretejidos. No se trata de
un concepto nuevo en filosofía, pues seguramente corres-
ponde a lo que Suárez llamaba costumbre (consuetudo) en
su segundo sentido, porque en el primer sentido, las cos-
tumbres se corresponden con las personas, o con las cosas,
es decir, con los términos de la clase A y con los de la clase
B. En su segundo sentido, en efecto, dice Suárez, hablamos
de costumbre cuando ella versa sobre los hechos de los
hombres {circa facta hominum). Suárez nos dice además
que esta división la tocó la tercera Partida, expHcándola con
ejemplos: la costumbre de pagar los diezmos de un campo o
de una viña versa sobre cosas y como que les impone una
carga; y la costumbre de pagar o no pagar diezmos persona-
les o de pagar un tributo personal, versa sobre la persona;
en cambio la costumbre de ayunar o de orar versa única-
mente sobre acciones humanas {circa humanas actiones)
(9).

(8) Fragmento 154. Es doctrina que pasa a los epicúreos (Lucrecio, 1379, (9) F. Suárez, De legibus. Libro VII, III, 2. Edición bilingüe del Instituto
1381). de Estudios Políticos. Madrid, 1968, tomo IV.

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Este hacer humano es sin duda esencialmente aquello ees desborda el campo de la antropología, o bien en cual-
que se designa también como praxis, aun cuando las conno- quier caso conlleva efectos inequívocamente reduccionis-
taciones que este término ha contraído históricamente (A. tas. Precisamente con la intención de acuñar y formular un
von Cieszkowski, Marx, Gramsci) lo orienta en una direc- concepto antropológico general que mantenga sus distan-
ción que no siempre es pertinente a los efectos del presente cias con los conceptos etológicos, hemos apelado al término
ensayo. Muchas veces se le llama conducta; pero cuando «ceremonia», que también tiene probablemente un origen
conducta se contempla fuera del contexto moral (buena litúrgico (en la ciudad etrusca Caere habían depositados los
conducta, mala conducta), al modo de los etólogos y psicó- romanos sus objetos sagrados cuando la invasión de los ga-
logos, entonces la denominación es ya metafórica, en el pri- los en el siglo IV a. de C ) , aunque algunos no descartan una
mer sentido de Aristóteles (apUcación del nombre del géne- etimología más abstracta (sánscrito Kármon, «la cosa he-
ro a la especie. Retórica, 1457 b) porque también los anima- cha»). En todo caso, lo cierto es que «ceremonia», fijada en
les tienen conducta pero no praxis. el lenguaje cristiano de los primeros siglos para designar se-
cuencias puntuales Htúrgicas (púbHcas), pasó a designar
El horizonte en que se mueve el presente ensayo es el muchos otros cursos propios de la vida civil (ceremonias mi-
horizonte del hacer humano que transcurre en el tiempo, la litares, ceremonias de protocolo cortesano, ceremonias
pululación prácticamente infinita de movimientos (accio- académicas). Por ejemplo, entre las construcciones del Co-
nes, operaciones) que brotan de los organismos humanos y legio Mayor de Santa Cruz de Cañizares, de Salamanca
se resuelven o no se resuelven en obras extrasomáticas. (1527), figuran al lado de los Estatutos (que regulan relacio-
Este ir y venir de los movimientos entretejidos (y en la tra- nes jerárquicas entre personas, bienes, etc.), las Ceremo-
ma hay también hilos sueltos, o hilos que se sueltan) no son nias (un extracto, según dice su editor, de las del Colegio
siempre caóticos, fluidez e indeterminación pura. Por el Mayor de Cuenca), que regulaban el comportamiento de
contrario, esta actividad incesante de los hombres, que las personas (colegiales) y no sólo, por cierto, en lo referen-
constituye el tejido de la vida humana, se desarrolla, si no te a sus operaciones (v. g., n.° 20: «el nuevo que está espe-
en todo, sí en una gran parte, siguiendo ritmos cíclicos, des- rando a la puerta se ha de quitar el bonete entrando en el za-
cribiendo trayectorias que poseen una figura pautada, de guán y no cubrirse hasta que haya pasado un cuerpo delan-
tal manera que el hacer humano, en su mismo fluir viviente, te»), sino también a su indumentaria o cosmética (n.° 2: «to-
nos ofrece el aspecto de un conjunto de incontables cursos dos los colegiales están obligados a andar vestidos honesta-
que se cierran en su mismo desarrollo temporal, como bu- mente y con mucha decencia y la costumbre tiene interpre-
cles de una corriente que sigue manando a modo de fondo tado que ninguno traiga barba larga ni bigotes...») (11). Las
sobre el cual se organizan aquellas figuras. Podríamos con- ceremonias cultuales se fueron transformando poco a poco
siderar a estas figuras, en lo que tienen de pautado, como en ceremonias culturales al ritmo mismo según el cual el rei-
un caso más de las estructuras impersonales de la clase B. Y no de la gracia iba secularizándose en la forma del reino de
esta es la perspectiva que adoptan, seguramente, muchos la cultura.
sociólogos o antropólogos que hablan de pautas o patrones
de conducta (10). Pero cuando nos atenemos ante todo al 3. Sería un grave error pensar que un concepto antro-
movimiento mismo, segiín pautas, antes que a las pautas de pológico general tan extenso como lo es el de ceremonia
estos movimientos, entonces podremos decir que estamos que proponemos no pudiera ser, en virtud de su misma ge-
de lleno sumergidos en una cierta estructuración interna del neralidad, un concepto riguroso. Si no llega a serlo, ello no
hacer, de la praxis, en una estructuración que afecta a la será debido a su amplitud, sino a otros motivos internos, in-
vida humana en general y cuyo análisis corresponderá tam- tensionales. Los conceptos topológicos son mucho más ge-
bién a la antropología general. nerales que los métricos y no por ello dejan de ser menos ri-
gurosos.
¿Cómo denominar al hacer humano en tanto que apa-
rece estructurado según estas figuras cíclicas, institucionaU- Por lo demás, la visión ceremonial de la vida humana
zadas, recurrentes? Sin duda hay muchas palabras que de- —^por lo menos de las grandes áreas del hacer ceremoniali-
signan el hacer humano, así estructurado, cuando se con- zado— no constituye un tipo de abstracción distinto a aquel
trae a contenidos determinados: así tarea, función (las ope- que nos permite considerar a la vida orgánica como consis-
raciones cíclicas del funcionario o los movimientos de la tiendo, en una gran medida, en un complejo tejido de movi-
función del teatro), acto («el acto ha terminado», dice el mientos cíclicos, de rutinas y subrutinas recurrentes, que se
presidente de la sesión). Pero, ¿cómo designar a todas estas repiten periódicamente (sin perjuicio de sus variaciones
formas del hacer estructurado en toda su generalidad antro- constantes) o incluso a aquel otro tipo de abstracción que
pológica? Por asombroso que sea, no disponemos de una nos ofrece la imagen del mundo astronómico o del microfí-
denominación general, lo que demuestra que no está for- sico como vma realidad no del todo caótica, sino «cósmica»,
malizado el concepto correspondiente que, sin embargo, se en tanto es un fluido ordenado de movimientos cíclicos, una
utiliza de un modo u otro. Acaso se echa mano, para estos agitación en cuyo seno funcionan no sólo los relojes solares,
servicios, del término rito (o ritual); pero este término, o sino también los relojes atómicos. Y estas consideraciones
bien conserva demasiado intensamente las huellas de su ori- «cósmicas» (en el sentido de Anaximandro) no son inocuas
gen litúrgico-religioso (y, por tanto, su generalización en el momento de disponernos a anaUzar el concepto de
arrastra siempre una connotación iróniba o crítica), que es «ceremonia» ni, menos aún, tienen la pretensión de «prólo-
el que acataron los fundadores de la etnología (Lang, Ro- go en el cielo». Pretenden sencillamente conjurar la tenden-
bertson, Smith, Frazer o, después van Genep), o bien se cia a reducir las ceremonias antropológicas a la condición
utiliza de modo neutro a la manera de los etólogos y enton-
(11) Apud Luis Sala Balust, Constituciones, estatutos y ceremonias de los
(10) Talcott Parsons, The social System. New York, The Free Press of antiguos colegios seculares de la universidad de Salamanca, ed. crítica, vol.
Glencoe, 1959. Caps. III y IV. I, Salamanca, 1962, p. 358.

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de meros rituales zoológicos, o de ritmos biológicos. Por- tres, los siglos o los milenios. No se trata sólo de que una co-
que así como los «ritmos circadianos» no se reducen a los ci- lección de situaciones indefinidas satisfaga una definición
clos planetarios (aunque tengan, incluso causalmente, que convencional, capaz de separar esta colección de otras co-
ver con ellos), así tampoco las ceremonias salutatorias se re- lecciones también definidas con precisión convencional. Se
ducen a los rituales de saludo de mamíferos o de aves, aun- trata de que los intervalos de actividad humana definidos
que tengan, incluso causalmente, que ver con ellos. No es- tengan una figura interna, no sean un mero segmento acota-
tamos ante ejemplares de una misma especie, ni siquiera, do artificiosamente (sin menoscabo de la utilidad que esa
acaso, ante especies de un mismo género, sino ante géneros acotación pueda reportar), o dicho de otro modo, que re-
y aun órdenes o reinos diferentes de realidad (microfísica, presente una estructura interna de la praxis.
astronómica, orgánica, etológica, antropológica), que sin
embargo convienen en algunas estructuras análogas e inclu- ¿Y cómo podría decirse que tienen una estructura
so mantienen, de vez en cuando, nexos causales que, en práctica interna similar cursos de actividades tan diferentes
todo caso, no son suficientes para resolver la estructura en como la misa solemne o una danza (constituidas por secuen-
la génesis. cias originariamente «gratuitas» o «subjetivas», producto al
parecer de la fantasía estética o de la inspiración creadora) y
el curso de las operaciones de cálculo aritmético o el de la
2. El concepto de ceremonia reparación de un motor, determinados por la propia «tozu-
como categoría antropológica da realidad objetiva» de los números o del sistema mecáni-
co? A lo sumo, la unidad que podría convenir a cosas tan
heterogéneas sería acaso una unidad puramente externa,
algo así como la que conviene a un envolvente o marco,
1. Designamos con el nombre de «ceremonia» a toda
figura práctica teleológica que, constituida por secuencias como pueda serlo la unidad «formal» de la estructura libro
efímeras de operaciones humanas, está delimitada sobre un respecto de las materias que contiene (tanto una aovela,
«fondo procesual» por una apertura y una clausura identifi- como una colección de versos o un tratado de mecánica
cables. Al decir «efímeras» queremos significar (12) que la puede agruparse, como se agrupan en la librería o en la im-
distancia entre los límites de la secuencia ceremonial tiene prenta, bajo la rúbrica de «libros»). ¿No ocurrirá otro tanto
las dimensiones del día terrestre (desde los submúltiplos — con las ceremonias tal como las hemos definido? La defini-
minutos, horas, pero no segundos o nanosegundos— hasta ción propuesta ¿no debe ser reducida a la condición de un
los múltiplos —triduos o semanas, pero no años, o siglos, o mera formalidad externa, que sólo muy lejanamente autori-
erónos—). No hay ceremonia que cien años dure, pero tam- za a asociar, como ejemplares de una misma clase antropo-
poco hay ceremonia (salvo alguna excepción: ceremonias lógica, a materiales tan diversos como puedan serlo la se-
de saludo, en ciertas condiciones) que quepa en el lapso de sión chamánica y una operación de estómago, la pesca con
un segundo. Por ser efímeras las ceremonias no son materia red y un discurso político? Sin duda habrá semejanzas entre
para la Historia, sino para las efemérides. Un funeral, una todas estas cosas, pero también hay semejanzas impresio-
boda o un desfile militar son ceremonias y satisfacen la defi- nantes entre las circunvoluciones de un cerebro, distribuido
nición propuesta y también son ceremonias un paseo solita- entre sus dos hemisferios, y las circunvoluciones de una
rio por el campo, la visita a un museo o la declamación de un nuez, distribuidas entre sus dos lóbulos. ¿Y no sería enga-
discurso político. Serán también ceremonias, de acuerdo ñoso sugerir siquiera una estructura morfológica común en-
con la definición, la tarea normalizada de reparar el genera- tre el cerebro de un vertebrado (dentro de su cráneo) y la
dor de un automóvil, cocinar un plato según recetas, o la nuez (dentro de su cascara)? Una tal semejanza morfológi-
caza cooperativa, al acoso, de una fiera. No son ceremo- ca, lejos de revelar una estructura profunda común no hace
nias, en cambio, la muerte de un individuo (ni siquiera la de más que encubrir la verdadera naturaleza del cerebro y del
Augusto: plaudite amici commedia finita est), el matrimo-
fruto. ¿No habrá que decir lo mismo de la estructura de la
nio o una batalla; ni es una ceremonia la senda, las cerámi-
cas o los cráneos que descansan en las vitrinas, o el tumulto ceremonia?
que pueda resultar del discurso político. Tampoco es una
ceremonia el motor de explosión (ni siquiera cuando está No necesariamente, como tampoco son necesariamen-
funcionando a su ritmo regular), ni son ceremonias los ali- te encubridoras de la realidad las semejanzas que en otros
mentos cocinados o la pieza cobrada. Comprobar una defi- tiempos parecían tan lejanas y aún procaces entre las flores
nición por la «prueba del 9» fue durante años una ceremo- y los órganos genitales de los mamíferos, o las semejanzas
nia escolar, pero no ceremonia la igualdad que gobierna entre el .ritmo estructural del crecimiento de un depósito
esta prueba, ni tampoco los automatismos de la calculadora bancario y el de un bosque de abetos (según la estructura de
que la realiza. Puede ser ceremonia, en cambio, la utiliza- la función exponencial y=e''), o la semejanza entre la es-
ción escolar de esa calculadora. tructura arquitectónica de roble y la torre Eiffel (13). La
cuestión estriba en determinar si la definición aparente-
mente formal de ceremonia, por medio de la cual hemos di-
2. ¿Qué tienen de común, en cuanto a la estructura bujado su concepto antropológico, penetra más profunda-
profunda de la praxis, procesos tan heterogéneos, de conte- mente en las materias más heterogéneas de su dominio de lo
nido tan diverso? Sin duda, podemos agrupar todos estos que penetra la figura común en la nuez y en el cerebro. Y
procesos en una definición convencional (como pueda ser- sólo podría darse esta penetración si el formalismo de la de-
lo, al parecer, la que contiene como nota intensional la di- finición fuese aparente, si la definición formal general con-
mensión del día), pero también podríamos construir defini- tuviese ya ella misma (como corresponde ya a toda forma
ciones convencionales tomando como intervalo los semes-
(12) H. Fránkel: «Ephemeros», en Transactions ofthe American Philo- (13) D'Arcy W. Thomson: On Growth and Form. Cambridge University
gical Association, 1946, 77, pp. 131-145. Press., 1963 (reedición). Vol. II, p. 66.

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real) elementos materiales precisos. Así es, en efecto, a


nuestro juicio.

3. El alcance antropológico material de la definición


general de ceremonia quedará puesto de manifiesto a lo lar-
go de los cuatro puntos siguientes, que pretenden desarro-
llar los componentes principales de la definición de ceremo-
nia con la intención de constatar en qué medida ellos pene-
tran en el interior mismo de los contenidos que hemos pro-
puesto como referencia. Analizaremos, en los términos
más breves:

I. El concepto de «figuras prácticas teleológicas», lo


que nos obligará ineludiblemente a tomar posición ante la
idea de finalidad.

II. El concepto de «prolepsis» y de causalidad prolép- principio ordenador y que, aun cuando en un principio no
tica, característica en las ceremonias. pretendió asumir funciones demiúrgicas —tendía a com-
portarse más bien a la manera como Maxwell, veinticuatro
III. El concepto de «figura secuencial», en cuanto tie- siglos después, quiso que se comportase su demonio clasifi-
ne límites objetivos que requieren un «fondo» definible. cador— las asumió de hecho una y otras. Ahora bien, un
demiurgo cósmico, dotado de conciencia intencional, capaz
IV. El significado antropológico de la dimensión del de proponer planes (fines) y de ejecutarlos (aplicándolos a
intervalo temporal entre los límites de la ceremonia. un material preexistente o creado al efecto) es una cons-
trucción antropomórfica que con razón fue desmoronándo-
se a medida que avanzaba la astronomía, la física y, en ge-
neral, la moderna ciencia natural.

I. Las ceremonias son, ante todo, figuras prácticas te- Sin embargo, nosotros supondremos aquí (atendién-
leológicas, figuras del hacer humano. El componente «figu- donos a las conclusiones de un análisis de la idea de finah-
ra práctica» (figura de la praxis de los sujetos humanos y, dad realizado en otra ocasión) que la finalidad, en cuanto
acaso también, de la conducta de ciertos animales) podría significa algo preciso, asociada al supuesto de un demiurgo,
quizá ser admitido por muchos mecanicistas, al menos a una conciencia proléptica, a una facultad de desear en el
como concepto descriptivo (figura como segmento de la sentido kantiano, pero que subsiste en Marx y en otros mu-
conducta animal o humana, resultado de un «despedaza- chos pensadores (14), constituye tan sólo una acepción es-
miento» o «segmentación»). Sin embargo, admitirlo sólo en pecífica, muy importante, pero que hay que considerar
estos términos parece más bien una evasiva o aplazamiento
de las verdaderas cuestiones, porque no todos los despeda-
zamientos o segmentaciones son igualmente significativos y
lo que nos interesa son aquellos que siguen «las junturas na-
turales». Y esto nos lleva a la teleología de la figura, como
característica constitutiva de la estructura interna de los
«segmentos» de la conducta práctica. En cierto modo ca-
bría decir que el añadir «teleología» a «conducta práctica»
es redundancia. Nosotros creemos, sin embargo, que no
hay redundancia porque «figura práctica» puede entender-
se como un concepto puramente descriptivo, epistemológi-
co —segmento—, mientras que «figura práctica teleológi-
ca» ya pide una intención ontológica. Por lo menos, cuando
hablamos de teleología de las secuencias prácticas o con-
ductuales creemos hacerlo con sentido ontológico y no me-
ramente fenomenológico, y ello sin perjuicio de que en mu-
chas ocasiones las finalidades atribuidas sean aparentes, en-
gañosas. Los billetes falsificados no excluyen a los auténti- (14) «Vida es la facultad de un ser de obrar según las leyes de la facultad
cos, sino que, por el contrario, los presuponen. de desear. La facultad de desear [das Begehrungsvermdgen]es la facultad
de ese mismo ser de ser, por medio de sus representaciones [seine Vorste-
llungen], causa de la realidad [ Ursache von der Wirklichkeit] de los objetos
Y es precisamente la pretensión ontológica del finahs- de esas representaciones» (Kant, Crítica de la Razón Pura, prólogo, nota
mo de los movimientos conductuales o prácticos la que sus- 4. Ed. Cassirer, Band V, p. 9). «Una araña ejecuta operaciones que seme-
cita las principales dificultades iniciales, desde el punto de jan a las manipulaciones del tejedor y la construcción de los panales de las
abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de
vista ñlosófico-gnoselógico en el momento de definir las ce- obras. Pero hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde lue-
remonias como figuras teleológicas. Porque las causas fina- go, a la mejor abeja y es el hecho de que antes de ejecutar la construcción
les han sido desterradas hace siglos de los campos roturados la proyecta en su cerebro. Alfinaldel proceso de trabajo brota un resulta-
por el método científico. Esto se debe, sin duda, a que la fi- do que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es
decir, un resultado que tenía ya existencia ideah (Marx, El Capital. Tomo
nalidad va asociada, desde Anaxágoras, a la doctrina del I, Sección III, Cap. V, 1) pp. 130-131 en la traducción W. Roces, México,
Ñus, que fue introducida en filosofía precisamente como F. C E . , 1964.

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siempre tejida dentro de una acepción genérica, por la cual (límite, atractor) de los términos de la sucesión S = n/[2
la idea de finalidad comienza a tener que ver con la conste- (n -I- l)]eselvalor 1/2. No hay ningún antropomorfismo en
lación de la identidad (substancia, esencia, semejanza, la expresión: «los términos de la función S tienden a 1/2 al
igualdad, etc.). La idea de finalidad, en su significado más crecer n», pues lo que se afirma es que cada término de S,
genérico, podría considerarse como un modo o como una cuando es considerado como fase del desarrollo de una su-
modulación de la idea de identidad y aquí reside ya su pri- cesión de términos ordenados (entre las varias posibles,
mer contacto con la idea de causalidad, propia de los proce- «equifinales») sólo cobra significado en su valor por medio
sos secuenciales-temporales. La finalidad, en su acepción del límite final. Al margen de este límite el proceso se per-
más general, diría identidad entre un proceso y su resultado dería en una caótica (desordenada) multiplicidad de valo-
(causal o no) cuando éste se nos muestra como condición res. En situaciones parecidas estaría tanto la tendencia del
necesaria para que el propio proceso pueda desarrollarse rayo luminoso a reflejarse según un ángulo de reflexión
como tal, y, por tanto, «autosostenerse» o re-producirse. igual al de incidencia, la orientación de un sistema termodi-
Esta conexión es la que suele expresarse, de manera mitoló- námico aislado hacia el estado de equilibrio definido por la
gica, diciendo que, en la finalidad, el objeto futuro (el resul- distribución de Maxwell, como la teleología de los sistemas
tado) es el que hace posible que el proceso que conduce a él mecánicos con retroahmentación negativa (la negatividad
tome precisamente su rumbo y no otro («el fiíturo tira del es el dispositivo que rectifica el proceso de desviación del
presente»). Y se supone que este absurdo quedaría salvado sistema respecto de un estado de equilibrio o de un ciclo de-
mediante la introducción ad hoc de una conciencia, princi- finido).
pio cognitivo o mente definida precisamente por su capaci-
dad de configurar (planear, pro-ponerse) objetos futuros B. Pero también, en segundo lugar, determinamos la^
intencionales, fines que luego ella misma, o sus potencias posibilidad de que la conciencia lógica se sitúe de forma tal
subordinadas, pondrán en ejecución. El fin es primero en la que quepa afirmar que a ella le corresponde algún tipo de
intención, y lo último en la ejecución. «Los utensilios de participación en la acción causal del modelo del resultado
piedra más antiguos —dice Narr— implican una produc- sobre el resultado (parte o todo respecto de aquel). A esta
ción normalizada que supone conocer los intereses del futu- posición corresponde el modo de la finalidad proléptica,
ro» (15). que asociamos a la antigua causa final, a la finalidad como
causa. Ocurre, sin embargo, que este modo de la finalidad
Pero no hay ninguna mente infinita (una mente infinita no se nos configura como una relación entre el sujeto opera-
no es una mente) capaz de tomar del futuro, es decir, de lo torio (su plan, intención o propósito, su proyecto) y el resul-
que no existe, un objeto como plan, modelo o fin de su ac- tado, sino entre el modelo del resultado y el resultado a tra-
tual facultad de desear. No es necesario que el resultado (el vés, sin duda, del sujeto operatorio, que es un sujeto ma-
futuro) sea condición del proceso que conduce a él para que nual, un demiurgo, como pueda serlo un individuo del hom-
pueda decirse que, sin embargo, él es condición de este mis- bre de Neanderthal al que hacemos autor de un hacha mus-
mo proceso y aún idéntico o semejante. Es suficiente que la teriense. Pues la fabricación de un hacha musteriense inclu-
identidad o semejanza se mantenga, no ya entre el resulta- ye procesos de causalidad proléptica (intencional, final), a
do y el proceso sino entre éste y un contenido isomorfo, de diferencia de la formación de un canto rodado a partir de
la misma clase (especie, género) que aquél, entre el resulta- causas naturales. Esta diferencia es la que hace que la
do objetivo y el proceso como reproducción lógica, total o prehistoria no sea un capítulo más, como lo era aún en el si-
parcial de aquél. El Escorial real y efectivo no se edificó en glo XVII, de la ciencia natural. Hay sin duda analogías en-
virtud de que las manos de sus demiurgos imitasen su futura tre ambos procesos desde una perspectiva causal: en ambos
fábrica, la que habría sido prevista por Toledo, Bergamasco casos se parte de un núcleo inicial, un peñasco sin desbastar
o Herrera, porque lo que ellos imitaban era los planos pre- y sobre el cual actúan fuerzas físicas exteriores, q,ue pueden
sentes que, a su vez, imitaban, combinando y transforman- cifrarse en el golpear de otros peñascos sobre el núcleo
do, otras construcciones pretéritas. dado. Pero en el caso del canto rodado, la acción de las cau-
sas exteriores es mecánica (aunque el resultado sea un ovoi-
Ahora bien, las clases (los universales) suponen una con- de homogéneo) y entre los diferentes cantos rodados sólo
ciencia lógica, un demonio clasificador. Y según la posición hay una relación de semejanza distributiva^ en el hacha pa-
que ocupe esta conciencia lógica respecto de las clases cons- leolítica, la acción de las causas exteriores está dirigida por
tituidas por los modelos del resultado y los modelos del mo- las manos del hombre de Neanderthal, y la semejanza del
delo, así podremos diferenciar dos modos de la idea de fina- hacha a otras no es meramente distributiva, porque hay un
lidad: sujeto operatorio intercalado entre los elementos de la clase
en virtud del cual puede decirse que uno dirige la formación
A. Ante todo, determinaremos la posibilidad de una del otro. ¿Qué añade esta dirección? ¿Acaso los procesos
posición no causal (aunque no por ello pasiva) de la con- físicos del golpear no han de ser los mismos? Podríamos
ciencia lógica respecto de los procesos teleológicos, en el considerar como un epifenómeno la supuesta idea interior
sentido de que a ella no le corresponda ninguna función (plan, fin, propósito, proyecto, intención) del Neanderthal.
causal de nexo entre el proceso y el resultado. A esta posi- Sin embargo sería absurdo pretender dar cuenta de la for-
ción le asignaremos el modo de \& finalidad lógica. La con- mación del hacha a partir de los golpes dados al azar por
ciencia lógica se limita ahora a tomar el resultado en cuanto unas manos que manejan piedras. Pero esto no significa que
pueda considerarse como elemento entre los elementos de estas manos deban a su vez estar subordinadas a la idea inte-
la clase del modelo que conduce a él, como «atractor», sin rior concebida por el hombre de Neanderthal, en nuestro
intervención directa de las operaciones constructivas. El fin ejemplo, a la idea que anticipa o prevee un hacha que preci-
samente no existe. Si queremos mantenernos en un terreno
(15) Apud Gadamer (editor), Antropología. Trad. esp. de Ediciones objetivo, será preciso relacionar el hacha de piedra, no ya
Omega. Tomo IV, p. 14. sólo a las otras piedras que la golpean (como al canto roda-

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do) sino a otro hacha pretérita y, en el caso de la primera ha-


cha, a un cierto peñasco manejado, que tiene ya un tamaño
oportuno, por relación al acto manual de aprehenderlo. La
diferencia lógica entre el canto rodado y el hacha muste-
(• I
riense la establecemos como una diferencia diamérica en la [•• «
propia relación de identidad de clases: el canto rodado se ; • '

relaciona con otros cantos rodados por simple semejanza o


analogía distributiva, mientras que el hacha paleolítica se
relaciona con otro hacha incluyendo una cierta causalidad o
diátesis entre los elementos de la clase: un hacha ha contri-
buido a la formación de otra y esta contribución ha tenido
lugar por intermedio de un sujeto operatorio, de un demiur-
go, un obrero, en nuestro caso, un hombre de Neanderthal.

Según esto, en la teoría filosófica de la causalidad final


el sujeto operatorio deberá entenderse, en primera instan-
cia, no ya como el manantial creador, de cuyo seno íntimo
brotan las ideas directivas (planes, fines) sino como el «me-
canismo intercalado» que lleva a efecto la influencia del ha-
cha pretérita sobre la ulterior, dado que no admitimos la ac-
ción apotética de lo semejante sobre lo semejante. El hacha
anterior ejerce su influjo sobre la posterior a través de las
manos del sujeto operatorio. Dirige sus manos (como causa
ejemplar) y hay que decir, en el más estricto rigor, que es el
hacha anterior la que de algún modo moldea a la posterior,
con las variaciones pertinentes.
Es evidente que el influjo del hacha pretérita a través
del sujeto operatorio o demiurgo supone la consideración
de este sujeto como un organismo capaz de percibir el ha-
cha; como un organismo dotado además de un sistema ner-
vioso que determina el movimiento dirigido de sus manos.
Hay que contar, sin duda, con toda la conipleja serie de pro-
cesos que van desde la percepción del hacha anterior hasta
la movilización de los músculos estriados que controlan el
movimiento de las manos. Pero ni siquiera estos procesos LJLÍ.
pueden enfocarse, en la teoría filosófica de la finalidad,
como si fuesen procesos de un organismo individual, idénti- internos constitutivos del hacer del sujeto, pero no es cier-
co a otro de su especie, por ejemplo un hombre que ha to, y en este punto estamos con Skinner, contra los cogniti-
aprendido desde hace millones de años a utilizar sus manos. vistas o los filósofos mentahstas de la acción, incluyendo
Estos enfoques (propios de las teorías del aprendizaje) nos aquí a von Wright (16), que haya que hablar de esquemas,
devolverían de nuevo a la disociación entre lo interno y lo planes o representaciones almacenadas como duplicados
externo en el análisis de la causa final. El enfoque adecuado mentales del hacha para explicar el proceso de la acción.
creemos que tiene que incorporar también á las relaciones «Estar en posesión de los hechos no es tener los hechos den-
filogenéticas. El hecho mismo de tener, manos nos remite tro de nosotros mismos, sino haber sido afectados por ellos»
hacia atrás, hasta las primeras especies de primates (Mivart (17). Cuando investigamos causas del hacha musteriense
forjó este concepto, hace ya más de un siglo, atendiendo miramos sobre todo a otras hachas más que a los procesos
precisamente a las manos de estos mamíferos). Ahora bien, psicológicos internos del hombre de Neanderthal («el mus-
el poder aprehender objetos corpóreos, configurándolos teriense de hachas de mano proviene del acheulense supe-
como unidades discretas, tales como son las frutas, las ra- rior, cuya tradición morfológica y técnica prolonga»).
mas cortadas, las piedras, etc., delata capacidades orgáni-
cas teleológicas (en el sentido del primer modo genérico) La causa proléptica, como causa final, es, pues, más
anteriores a todo tipo de intención mental, «adaptaciones» bien una causa eficiente dada en una disposición peculiar,
orgánicas que son precisamente las premisas sobre las cua- en tanto está combinada con otras formas previas a través
les podrán fundarse después las figuras apotéticas de origen de un sujeto operatorio, que se regula por ella a la manera
óptico. Si ulteriormente aparecen las composiciones opera- como el lápiz que traza una recta se regula por la regla.
torias con los objetos manipulables, ello será debido a que
son las mismas manos las que están ya adaptadas (teleológi- II. La situación causal que de un modo inmediato es
camente) a los objetos dados a una cierta escala y forma, y preciso considerar para construir el concepto adecuado de
recíprocamente, y no a que broten de un interior «proyec-
tos mentales» que las manos pueden poner después en eje- (16) Georg Henrik von Wright: Explicación y comprensión. Trad. esp.
cución. En cualquier caso parece evidente que no es necesa- en Alianza Editorial, Madrid 1979. Cap. III.
rio inventar el «hacha ideal» (el hacha mental o cognitiva
representada por el hombre de Neanderthal) como duplica- (17) B. F. Skinner, «Porquénosoyunpsicólogocognitivo»,apMííA. Pé-
rez y J. Almon, Lecturas de aprendizaje y enseñanza. Zero-Zyx 1980. P.
do del hacha pretérita. No es posible eliminar los procesos 60.

16 EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 16, septiembre 1983-agosto 1984, www.fgbueno.es

ceremonia es, sin duda, la situación en la cual el determi- no actúa teleológicamente sino por reflejos desencadena-
nante causal es el propio organismo humano y los efectos dos, mientras que el hombre de Neanderthal «se represen-
(directos y coefectos) tienen lugar en materiales apotéticos ta» el hacha con un fin y, por ello, la talla)? La diferencia, si
(objetos del mundo entorno, otros organismos) y, como es tan profunda como nos parece, debe arraigar en la misma
caso particular límite, en el propio organismo, pero en tan- estructura de las operaciones (y no en una conciencia adhoc
to él está insertado de algún modo como un eslabón más de sobreañadida como un epifenómeno a la misma operación
la cadena de sus objetos apotéticos. Esta situación describe animal), pero al propio tiempo debe haber algo común en
aproximadamente al sujeto operatorio, al demiurgo, cuyo ambos tipos de operaciones para que sea legítimo hablar en
órgano operatorio son las manos y los músculos supralarín- ambos casos de conducta operatoria.
geos, ampliamente interrelacionados en su desarrollo con
las operaciones estrictamente «quirúrgicas». Gracias a la Lo que sería común, según nuestros puntos de vista,
operatoriedad abierta por las manos y por los músculos su- entre las acciones del chimpancé Sultán enchufando cañas y
pralaríngeos, el homínida ha podido despegar progresiva- las operaciones del hombre de Neanderthal tallando ha-
mente de las estructuras impuestas por el medio geográfico chas, sería, ante todo, la conducta operatoria y teleológica.
y social, alcanzando a la vez la posibiUdad de construir o Porque en ambos casos se da una re-presentación del obje-
producir estructui^as nuevas relativamente sóhdas y perma- to, si bien esta representación no sea una imagen mental
nentes y la posibilidad de delirar según estructuras rituales o (del objeto futuro) cuanto el objeto apotético sobre el cual
míticas cuya debilidad o fugacidad no puede a priori esta- el sujeto va a actuar operatoriamente, «separando y aproxi-
blecerse. Entre el delirio y la construcción objetiva no hay mando» objetos o partes de un objeto. Hay acciones causa-
diferencias claras a priori; fenoménicamente todo se con- les del animal que no son operatorias, como pueda serlo la
funde una y otra vez y es el propio proceso histórico dialéc- acción térmica de un organismo a menor temperatura. Y
tico aquello que puede discriminar unas cosas de otras y hay acciones causales del animal cuya operatividad es muy
sólo en casos particulares, nunca en general. dudosa, puesto que si bien modifican el medio, no parece
que pueda hablarse de acciones sobre objetos apotéticos (el
Pero es necesario distinguir dos tipos de operaciones caso de la construcción por las abejas de las celdillas hexa-
que corresponden también a dos niveles distintos de la con- gonales).
ducta operatoria, la que corresponde a la conducta del ave
«componiendo» su nido (o a la del chimpancé Sultán enchu- La conducta operatoria no sería siempre proléptica, al
fando las cañas) y la que corresponde a la conducta del menos en el sentido estricto de las prólepsis humanas. Ha-
hombre de Neanderthal que talla piedras «normalizadas». bría que distinguir la conducta operatoria puramente apo-
¿Cómo formular estas dos situaciones operatorias (puesto tética (podíamos hablar de prólepsis en un sentido amplio)
que no nos parece posible dejar de ver a Sultán como un su- y la conducta que además es proléptica en su sentido estric-
jeto operante) de modo no metafísico o tautológico, con pe- to y que sería la que propiamente es teleológico-causal, con
tición de principio (diciendo, por ejemplo, que el chimpan- «representación del fin». Una representación que, según
cé que utiliza instrumentos «no se representa sus objetos», hemos dicho, no puede serlo del fin en cuanto referido a ob-
jeto futuro, que no existe, pero sí de un objeto apotético
I presente de la misma clase y que ya ha sido percibido
{anamnesis). La prólepsis la ponemos en el mismo momen-
to en el cual el objeto apotético enclasado, para ser recons-
truido, como un plan, tiene que segregar a otros objetos
, ! que intersectan necesariamente con los de su clase. Esta se-
gregación hace que el plan se constituya internamente como
norma. El concepto d&prólepsis humana o estricta se nos da
así como un concepto ligado inmediatamente al concepto
de norma o regla. Toda prólepsis humana es normativa,
aunque lo sea en diferentes grados. En las operaciones tec-
nológicas, es aceptado por todos los primatólogos que los
chimpancés (por ejemplo el Pan satyrus schweinforthi, de
Goodal) cogen ramas y las preparan, partiéndolas, quitán-
doles hojas, etc., antes de utilizarlas en los termiteros; pero
también es cierto que no cabe equiparar la conducta instru-
mental de los primates y la de los hombres, y las experien-
cias de 1964 del soviético Jrustov mostraron ya que el chim-
pancé es incapaz de utihzar un bifaz paleolítico que se le
puso delante cuando se disponía a romper un trozo de ma-
dera. Los antropólogos suelen establecer gradaciones que,
aunque tienen un apoyo empírico indudable, están formu-
ladas desde premisas mentalistas y «futuristas». Así, la co-
nocida de Vallois entre uso de instrumentos (inmediato y
«deliberado»), modificación de instrumentos (para uso in-
mediato o para eventuahdades futuras) y fabricación de ins-
trumentos (ad hoc, y fabricación cultural) (18). Sin duda
esta seriación tiene un fundamento; lo que discutimos es
que pueda presentarse como un proceso derivado de los
grados de incremento en la capacidad de «planear el futu-

E I BASILISCO 17
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ro» que va configurándose en la subjetividad interior de alejan de él. Ahora bien, aun en el supuesto de que la se-
ciertos organismos. La transición del uso a la modificación, cuencia última sea única objetivamente (lo que es muy du-
y de ésta a la fabricación procede (en los animales con ma- doso en concreto, porque siempre hay secuencias «equifi-
nos, en los primates) de un desarrollo simultáneo de la «pin- nales» que es muy difícil optimizar), la selección de esta se-
za de precisión» (pulgar e índice) y de la memoria, como ca- cuencia como norma seleccionada de entre el conjunto de
pacidad cerebral. Es la anamnesis, por tanto, los propios alternativas posibles para establecer el modus operandi, re-
objetos previamente organizados, presentes en la opera- quiere la confluencia, neutralización, conflicto de múltiples
ción actual, reiterándose y a la vez alterándose en los nue- anamnesis y la fijación y automatiz;ación de estos modi ope-
vos materiales, aquello que determina la transformación y randi.
modificación de los objetos. Y es aquí en donde cabe distin-
guir una gradación en las operaciones apotéticas según la III. «La ceremonia es una figura secuencial cuyos lími-
longitud de las anamnesis (a la longitud de sus secuencias tes temporales se recortan sobre un fondo viviente». La ra-
corresponderá la de sus reproducciones-transformaciones zón de referirnos a este fondo, al hablar de las ceremonias
en lo que se llama el futuro), la profundidad de la transfor- como figuras de la praxis, no es muy distinta, en principio,
mación (función de la autonomía de la anamnesis operato- que las mueve a los termodinámicos a postular un medio
ria respecto de las operaciones presentes) y sobre todo la para el sistema cerrado, o la que movió a los teóricos de la
composición de diversas secuencias operatorias. Es en esta Gestalt a establecer el concepto de Forma. Si la forma o el
composición en donde ha de aparecer la necesidad de blo- sistema tienen límites y éstos no se pueden trazar en el va-
quear o reprimir otras composiciones o secuencias operato- cío, será preciso contar con un material o medio (un fondo)
rias virtuales. Y es en este bloqueo, que tiene que ver con el en el cual se dibujan y sobre el cual se destacan. Por lo de-
conflicto entre diversas secuencias operatorias reiteradas más este fondo o medio habría que atribuirlo a cada cere-
automáticamente por grupos sociales diferentes que entran monia en particular, no a la ceremonia en general. El fondo
en contacto, el que puede dar cuenta de la génesis de las de la totalidad de las ceremonias no tiene por qué ser homo-
normas. Génesis que tiene lugar según una dialéctica inma- géneo, y el fondo de una ceremonia puede estar constituido
nente (diamérica) entre series automáticas diversas y en por otras de diferente género o especie. Además, las cere-
conflicto. De estas series automáticas de operaciones (di- monia, en tanto son normativas, habrán de conformarse so-
ríamos: de una realidad operatoria, de un ser conductuál bre materiales que virtualmente pueden componerse de
efectivo) brotarán las normas {el deber ser) en el momento otro modo. El conjunto de estas virtualidades sobre las cua-
en que se oponen las unas a las otras. El deber ser no proce- les se determina una ceremonia dada, podría denominarse
de, cierto, del ser de una secuencia operatoria, pero sí de la el fondo característico de cada una de ellas. Consideracio-
confluencia (diamérica) de dos o más secuencias operato- nes parecidas podrían aplicarse al fondo de las figuras per-
rias. Las normas no proceden de series automáticas aisla- ceptuales de límites finitos, manipulables, del espacio prác-
das, erigidas en ideales, ni las series automáticas ejecutan tico (martillos,vasos,mesas, libros...). Cada una de ellas se
normas ideales, llovidas del cielo. Sólo cuando una anam- presenta sobre un fondo de características propias, un fon-
nesis recurrente se desarrolla como enfrentándose a otros do que tampoco es una materia amorfa (como para Hjems-
cursos posibles (realizados por otros individuos o grupos) se lev lo era la «sustancia del contenido») sino una materia
dibuja como norma, más o menos formalizada, en ejercicio compuesta en gran medida por otras formas. Las ceremo-
(por ejemplo, la construcción normalizada de hachas paleo- nias son formas secuenciales efímeras: corresponden, en el
líticas). Sólo entonces se puede alcanzar aquel mínimo gra- tiempo viviente, a lo que los objetos manuales cotidianos
do de desprendimiento que hace posible utilizar las normas representan en el espacio viviente.
como prólepsis.
Sin embargo, estas consecuencias no resultan del todo
Los conceptos recién esbozados quizá nos permitan aceptables y ello es debido, por un lado, a que las ceremo-
dar su justo alcance al significado ceremonial de las secuen- nias son figuras secuenciales (temporales) y difícilmente se
cias operatorias que conducen a la fabricación de un objeto. comprende cómo puedan destacarse sobre un fondo en el
Pues el punto principal de la dificultad que las tecnologías que otras figuras persistan. Por otro lado las ceremonias son
presentan como elemento del concepto general de ceremo- figuras conformadas «desde el interior mismo de sus par-
nia, acaso sea el siguiente: si en las tecnologías hay un cami- tes» (su designio, su plan, su fin o programa), no son formas
no óptimo, «impuesto por la misma conexión causal de los perceptuales ante terceros, como puedan serlo las figuras
objetos», ¿por qué llamar ceremonial al curso de las se- oculadas formadas en las alas de las mariposas Caligo, tal
cuencias operatorias que ejecutan esas conexiones causales como se aparecen a su depredador. Son figuras reales, con-
objetivas? Porque toda ceremonia encierra siempre una formadas con la masa misma de la materia viviente que flu-
normativa que parece tener algo de arbitrario, de artificial, ye temporalmente, son determinantes de su desencadena-
no natural, algo subjetivo, que se transmite por aprendiza- miento y resolución en el flujo temporal de la vida. Si subra-
je, Este es el caso incluso en las secuencias tecnológicas más yamos este componente de las ceremonias (el ser secuen-
sobrias, tal como las hemos entendido. Porque esas secuen- cias operatorias que se cierran internamente, desde su pro-
cias siempre se dan en un sistema de alternativas que, o bien pia configuración) es porque puede tener algún significado
por caminos más o menos sencillos, o lo que es lo mismo, real la analogía del flujo temporal con la corriente del río
complicados, torcidos, «supersticiosos» en el sentido de que en su avance o desarrollo describe meandros, incluso
Skinner, conducen al objetivo, o bien entre otros que nos bucles que forman parte interna del propio proceso fluyen-
te, pero que se destacan sobre el fondo de la trayectoria vir-
(18) Jrustov, H. F., Formation and highestfrontier ofíhe implemental ac- tualmente recta del conjunto de la corriente. También el
tivity ofanthropoids. VII International Congress of Anthropological and fondo de las formas perceptuales ópticas tiene una cierta
Ethnological Sciences, Moscú, 1964. Vallois, H. V., «Le probléme de I'ho-
minisation», en CoUoques Intemationaux du C. N. R. S., pp. 207-213, Pa- homogeneidad, aunque no sea más que la derivada del gra-
rís 1958. do mínimo de iluminación. ¿Tiene sentido referirnos a al-

18 EL BASILISCO
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gún fondo homogéneo, uniforme, de la corriente de la vida No podemos llegar a afirmar que las ceremonias sean
humana sobre el cual y en el cual se configuren las ceremo- figuras conductuales dibujadas directamente en el rítmico
nias? No serían éstas episodios exteriores a la corriente de fluir viviente de la respiración y circulación de los hombres
la vida, sino desarrollos internos suyos; pero desarrollos que la ejecutan, aunque sería difícil negar que este ritmo
que podían considerarse como abriéndose en un flujo cuyo permanente de la vida (cuyo nivel de base tampoco es un
ritmo, de algún modo, ha de ser, si no ya interrumpido, sí concepto resultante de un mero artificio estadístico, puesto
incorporado a una figura específica e individualizada que, que puede considerarse realizado en el sueño circadiano)
en su conclusión, nos devuelva el ritmo homogéneo de fon- careciese de toda significación en la configuración del fondo
do. En cualquier caso, este ritmo homogéneo del tiempo vi- homogéneo de las ceremonias. Según esto, tan legítimo
viente debiera estar marcado por algo más que por las notas como decir que el sueño es el estado por el cual los hombres
de un concepto abstracto, debiera ser una «magnitud» iden- reparan la fatiga producida por las actividades de la vigila,
tificable. Acaso este ritmo homogéneo de fondo en el que sería decir que la vigilia (que se resuelve en gran medida en
se dibujan las ceremonias sea un promedio resultante de el cumplimiento de una vida ceremonial) constituye un de-
múltiples ritmos operatorios socialmente concurrentes, sarrollo, configuración o moldeamiento destacado sobre el
pero podía compararse al ritmo homogéneo, continuo y fondo de las actividades primarias que subsisten amorfas
permanente, marcado por la circulación de la sangre y por (por lo que a la vida social se refiere) en el sueño.
la respiración de los vertebrados. En realidad deberíamos
regresar aún más atrás de la conducta de los vertebrados, En cualquier caso, nuestra insistencia en subrayar el
para hablar de los ritmos animales o ritmos de vivientes en significado de un fondo viviente de las ceremonias tiene
general. Nos referimos a los llamados «ritmos biológicos» como principal objetivo el sugerir que las ceremonias no
cuya periodicidad («relojes biológicos») está determinada son figuras sobreestructurales, una espuma sobreañadida a
por factores endógenos, engranados sin duda a otros facto- la corriente de fondo de la vida, ni tampoco son «segmenta-
res exógenos manipulables en la experimentación. «Un ciones» artificiosas de la vida real, practicadas con el fin de
rayo luminoso desprovisto no sólo de información tempo- describirla con mayor comodidad, sino que las ceremonias
ral, sino incluso de información de periodicidad, basta para son trayectorias o cursos efectivos reaKzados con la misma
desencadenar un ritmo con periodicidad tipificable» (expe- materia de la vida real, que, es cierto, no se agota en ellas.
riencia de C. S. Pittendrigh con drosófilas: los nacimientos En reahdad, si es posible hablar de algo que sea común (ho-
de estos dípteros criados experimentalmente en condicio- mogéneo) a la diversidad tan heterogénea de las ceremo-
nes invariables de temperatura y oscuridad no presentaban nias, será porque es posible hablar, de algún modo, de un
ninguna periodicidad aparente; pero si se proveía a la po- fondo homogéneo sobre el cual las ceremonias destacan. La
blación de dípteros de una señal luminosa muy breve, 1/ homogeneidad de las más heterogéneas ceremonias queda-
2.000 seg., aparecía un ritmo de nacimientos de período ob- ría asegurada entonces, por lo menos, «formalmente», a sa-
jetivable) (19). Ahora bien: cuando los ritmos biológicos ber, en tanto todas ellas son «bucles» de la corriente trazada
(por ejemplo, los llamados «ritmos circadianos») se desa- por ese fondo común.
rrollan a niveles próximos a los operacionales (a los niveles
de la conducta operacional, en la que figura la «manipula-
ción» de las extremidades del animal sobre el medio o el IV. El significado de las dimensiones «efímeras» (del
propio organismo), entonces tiene sentido decir que las fi- orden de un día) que hemos atribuido a las ceremonias es
guras que ellos forman (y que son ya de la escala de los este- más profundo que el que correspondería a una longitud
reotipos o rituales, en el sentido etológico) vuelven a dibu- convencional escogida por motivos metodológico-descrip-
jarse sobre una línea de fondo, un ritmo permanente marca- tivos y tiene, desde luego, un alcance antropológico. Se ad-
do por la circulación y la respiración. Valga como ejemplo vierten ya los términos de este significado antropológico si
la llamada «conducta de aseo» de ratones swiss-albino, ana- tenemos en cuenta que a medida que descendemos en el ta-
lizada en el siguiente cronograma elaborado por C. Poiriel maño de las unidades cronológicas (segundos, centésimas
(20): de segundo, nanosegundos, etc) perdemos de vista las figu-
ras antropológicas (sin perjuicio de que a esa escala aparez-
(ER) can otras figuras rítmicas, relojes celulares, etc.), pero tam-
ww//MW///x?7m W^7mM'/M//////M bién a medida que ascendemos en el tamaño de estas unida-
163-, des (años, décadas, siglos, milenios...) se nos desdibujan las
figuras ceremoniales (sin perjuicio de que a esta escala ma-
147
crotemporal aparezcan otras figuras de alcance histórico,
incluso repetitivo, al estilo de los ciclos económicos de Kon-
driatief). La escala de las unidades cronológicas es, pues,
109,
100_)
sin duda, un dato significativo respecto de la estructura del
campo gnoseológico. Del mismo rnodo que, como decía
Schródinger (21), el sastre no utiHza las unidades amstrong

Tiempo (horas de reloj). T = 24 h. (L/O = .12/12)


(20) C. Poirel, ob. cit. p. 13.

(21) E. Schródinger, ¿Qué es la vida? Tiad. esp., Espasa-Calpe, 1947, p.


17: «con toda su predilección por la unidad de Ángstróm, el físico prefiere
(19) C. Poirel, Los ritmos circadianos en psicopatología, Madrid, Al- que le digan que para su nuevo traje se necesitan seis yardas y media de tela
hambra, 1981,p. 8. • en lugar de sesenta y cinco mil millones de unidades Ángstróm de tela».

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para tomarnos las medidas de un traje, tampoco, diríamos caedros (23) podría ponerse como un ejemplo de utilización
nosotros, tomamos unidades anuales o de segundo para es- de la idea de resultancia. Otro ejemplo del concepto de re-
tablecer las medidas de una ceremonia. Como ya dijimos, sultancia que estamos exponiendo, y que está más cerca de
no hay ceremonia que cien años dure, aunque cada cien la escala de las ceremonias, nos lo suministra la explicación
años suelan repetirse, en nuestra sociedad, ceremonias de que Tucídides (V, 71) ofrece de la figura dispositiva general
ritmo secular (ceremonias de final o de principio de siglo), que adoptaban los ejércitos cuando se producía el choque
pero ceremonias que duran unas horas o, a lo sumo, unos armado, a saber, el «frente de onda envolvente por la dere-
días, como una gran fiesta. A partir de un cierto límite, ha- cha»: «Lo que ocurre es que cada soldado, temiendo por su
bría que hablar de encadenamiento de ceremonias, más que propia seguridad, se pega todo lo posible al escudo del hom-
de una cererrionia propiamente dicha (un encadenamiento bre que tiene a su derecha a fin de proteger [conductual-
que no es, él mismo, ceremonial, como tampoco el ensam- mente] su flanco descubierto» (24). Es una resultancia, no
blaje de múltiples poliedros regulares da como resultado un prevista ni planeada, la distribución planetaria de Homo
poliedro regular). Sapiens Sapiens a partir de esquemas operatorios de ban-
das, grupos o estados que tengan la forma «explorar en to-
Una ceremonia, según hemos dicho, es una figura pro- das las direcciones», dada la finitud de la superficie terres-
gramada de secuencias efímeras de operaciones. Se com- tre. Por último, el anillo Kula entre varias islas situadas en
prende que el planeamiento de un encadenamiento de cere- la vecindad de Nueva Guinea (la doble circulación, en un
monias, a partir de una cierta magnitud cronológica, es im- diámetro de cientos de kilómetros y en un período de varios
posible y este encadenamiento ya no puede ser programado años, de largos collares de concha roj a, soulava, en el senti-
ceremonialmente. Intervienen demasiadas variables exó- do de las agujas del reloj, y de brazaletes blancos de concha,
genas a la programación, sin que por ello haya que concluir mwali, en dirección opuesta), tal como lo describió Mali-
que todo lo que resulte sea amorfo o caótico. Por el contra- nowski, podría entenderse como una resultancia de los
rio, de las figuras de secuencias programadas pueden resul- trueques parciales (conductuales), puesto que «ningún in-
tar estructuras muy firmes no programadas, por mecanismo dígena, ni aun el más inteligente, tiene una idea clara del
similar a como se producen estructuras no programadas a Kula como gran institución social organizada» (25). El ani-
partir de procesos tampoco programados. Es el caso de las llo Kula resultaría de un modo tan mecánico como los arre-
«estructuras disipativas» (el aceite de silicona, contenido en cifes de coral, o las celdillas hexagonales de las abejas, aun
un recipiente al que se suministra calor por su fondo, se or- cuando sus componentes sean conductuales, sin perjuicio
ganiza en celdillas hexagonales (22), el caso de la formación de que una vez consolidada la estructura global, ésta pueda
dé atolones a partir de los corales que van acumulándose tener un significado en la recurrencia de las conductas parti-
por contigüidad a una cierta distancia de la superficie del culares, en su ajuste y ritmos característicos.
agua en una montana cónica, según sugirió ya Carlos Dar-
win). Cuando los «elementos» a partir de los cuales resultan Ahora bien, la unidad histórica por excelencia es el si-
estructuras no programadas sean, sin embargo, ellos mis- glo (o sus múltiplos: décadas, años) y la razón por la cual las
mos programados, hablaremos de resultancias. El concepto ceremonias no se dibujan a escala histórica, aun en el su-
de «resultancia» encierra una suerte de paradoja, al menos puesto de que en esta escala se configuren estructuras defi-
cuando se lo considera desde la perspectiva del concepto nidas, no sería otra sino la de que estas estructuras serían,
muy oscuro, por cierto, de emergencia. Porque mientras en en el mejor caso, resultancias de ceremonias (como pueda
las estructuras disipativas se habla de emergencia de formas serlo el anillo de Kula) pero no ceremonias programadas,
de rango superior (más ordenadas), a partir de situaciones normalizadas. Porque lo que se puede programar de modo
menos ordenadas, en las resultancias aparecen estructuras recurrente son secuencias efímeras de operaciones, abarca-
de rango inferior (no programadas, incluso no conductua- bles por una vida individual, y con la posibilidad de contro-
les) a partir de estructuras programadas o, al menos, con- lar las variables operatorias. Esta sería la razón de las di-
ductuales. Supongamos que la abeja, de la que hablaba mensiones propias que hemos atribuido a las ceremonias.
Marx, aunque no se represente las celdillas hexagonales,
proceda sin embargo conductualmente en el momento de Las ceremonias no son, según esto, unidades del tiem-
depositar la cera de su estómago. Lo que no es conductual po histórico (aunque haya, por su contenido y consecuen-
son las celdillas hexagonales (que resultan del concurso de cias, «ceremonias históricas», como pueda serlo la corona-
estas conductas) cuyos ángulos Kónig ya había calculado ción de Carlomagno). Son unidades del devenir antropoló-
(como respuesta al problema general de cubicación máxima gico, sociológico, si bien su repetibilidad constitutiva a lo
y densidad mínima que le planteó Reamur) en 109° 28' y 70° largo del tiempo (un tiempo que desborda el tiempo indivi-
32'. La hipótesis de Buffon, según la cual la forma hexago- dual-psicológico) las pone en la proximidad de la historia.
nal resultaría de la presión uniforme de múltiples abejas tra- Cabría considerar a las ceremonias, para utilizar la expre-
bajando al mimo tiempo y en todas las direcciones (es decir, sión de Unamuno, como constitutivos característicos (aun-
esféricamente) en un recinto hmitado (inspirada en la de que no exclusivos) de la intrahistoria y, por tanto, como es-
Stephan Hales, Vegetables Staticks (1727)), que tras com-
primir cierta cantidad de guisantes en un jarrillo obtuvo (23) M. Gardner, Nuevos pasatiempos matemáticos. Trad. esp. en Alian-
«unos dodecaedros francamente regulares», experiencia za Editorial, 1972, p. 107.
confirmada por Edvwn B. Matzke en 1939, Columbia, com-
primiendo perdigones de plomo y obteniendo rombodode- (24) Es muy dudosa la interpretación mecánica de Tucídides que propo-
ne W. J. Woodhouse a partir de la hipótesis del escudo pesado sostenido
por la mano izquierda, que inclinaría su marcha hacia la derecha. Véase
sobre este punto, Pierre Vidal-Naquet, Elcazadornegw, Capítulo «Epa-
(22) I. Prigogine e I. Stengers, La Nouveüe Aliance. Métamorphose de la minondas pitagórico», p. 91 de la trad. esp. en Península, 1983.
Science. París, Gallimard 1979. P. 155. Sobre la inestabilidad de Bénard,
Manuel G. Velarde y Christiane Normand, «Convection» en Scientific (25) B. Malinowski, Los argonautas del Pacífico occidental. Trad. esp.
American, July, 1980, pp. 92-108. en Península, 1973, p. 96.

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labones entre los cursos de la vida individual y los de la vida ciones de que constan. No es fácil, sin embargo, deteminar
histórica. la constitución efectiva de las ceremonias. Sin duda, a esta
constitución (el momento constitutivo de las mismas, por
Por último: el análisis métrico de las ceremonias, sus tanto) pertenecen en primer plano las normas (explícitas o
ritmos promedio, la evolución de esos ritmos y su distribu- implícitas) que confieren la organización específica a las se-
ción en las diversas culturas, podría arrojar mucha luz sobre cuencias de las operaciones ceremoniales. Y las normas im-
su naturaleza, así como el análisis matemático de los ritmos plican prólepsis, fines. La dificultad principal para la deter-
biológicos ha permitido descubrir importantes aspectos de minación de la estructura de una ceremonia según su di-
la vida orgánica. Sería preciso preparar los conceptos ope- mensión constitutiva deriva de la misma naturaleza de la
ratorios adecuados y los oportunos diseños experimentales. prólepsis como finis operantis que no se identifica siempre
Cabe confiar en que en un futuro no muy lejano puedan es- (en rigor, nunca) con el finis operis. De donde resulta que la
tar a punto métodos fiables para el anáUsis métrico de las constitución esencial de una ceremonia puede contener ele-
ceremonias mentos que se encuentran más allá del horizonte/e/jome/ío-
lógico (en el que se da el finis operantis, digamos la propia
conciencia del actor o actores de la ceremonia) o, lo que es
equivalente, que la esencia de la ceremonia no hay que ir a
3. Estructura general de las ceremonias buscarla exclusivamente en el conjunto de sus normas pro-
lépticas fenomenológicas, aunque no por ello estas deban
considerarse como meros epifenómenos. Con esto recono-
1. Las ceremonias son, como ya hemos dejado dicho, cemos algo que todos saben, que la mayor parte de las cere-
figuras procesuales, por tanto totalidades khoreomáticas monias se ejecutan de acuerdo con normas cuyo significado
(como las «creodas») constituidas por partes conjuntivas y escapa con frecuencia a los propios actores. En muchas oca-
alternativas que se relacionan las unas con las otras dentro siones las «expUcaciones» de las ceremonias constituyen un
del círculo mismo de la figura total, pero también (necesa- intento de racionalizarlas o de reinterpretarlas que tampo-
riamente) con componentes o partes de otras totalidades co agota su sentido. La ceremonia «levantar el puño» como
constitutivas de su fondo. símbolo o saludo, tiene unas normas técnicas definidas—le-
vantar la mano a cierta altura, cerrar los dedos de cierta ma-
De la consideración de esta su estructura holótica po- nera— pero estas normas van envueltas en representacio-
demos obtener los criterios más ajustados para determinar nes tales como puedan serlo la «unidad de los trabajado-
las «dimensiones» o momentos de las ceremonias en cuanto res», «amenaza», «concentración de la voluntad» o bien
son figuras totaUzadas de la praxis. Pues en las ceremonias, «fantasía cataléptica» (Cicerón, Académica, 2, 145). El
según esta estructura, habrá, por un lado, una línea de rela- mito envuelve al ritual, al ceremonial, así como este des-
ción entre las partes en cuanto se vinculan unas a otras en borda a aquél. Más aún, la esencia constitutiva de la cere-
una dirección interna (respecto de la propia figura de la ce- monia no es, muchas veces, ni siquiera de naturaleza mite-
remonia) y habrá simultáneamente una línea de relación mática. Como esencia constitutiva del Kula, podemos po-
entre las partes en cuanto se vinculan con figuras exteriores ner el anillo del Kula y este anillo no es, según dijimos, una
a la ceremonia (pero que son constitutivas de su fondo); y ceremonia, aunque sí una estructura esencial para que las
habrá, por otro lado, un línea de relación entre las partes ceremonias fenomenológicas sigan realizándose.
que se vinculan conjuntivamente y una línea de relaciones
entre las partes que se vinculan alternativamente. Estos dos En su momento distintivo, las ceremonias contienen
criterios se cruzan, dando lugar a cuatro «líneas concretas normas prohibitivas, o momentos prohibitivos de las nor-
de relación» (que llamaremos dimensiones o momentos de mas que las diferencian de otras ceremonias o de conductas
las ceremonias, en reahdad de cualquier totalidad de sus ca- no ceremoniales. Y así también han de arrojar al análisis
racterísticas) que podemos sistematizar en la siguiente ta- marcas fisicalistas que permitan establecer su diferencia-
bla de desarrollo: ción (en la apertura, en su decurso, y en su clausura) con el
fondo y con ceremonias de otra especie. Estas marcas fisica-
listas suelen a veces estar incorporadas a la misma normati-
^N.^ Criterio 1 va de la ceremonia (tocar la campanilla para abrir una se-
Líneas de Líneas de sión de un consejo de administración). Otras veces las mar-
relaciones ad/«ira- - relaciones flííexíra cas son informales pero deben apreciarse indicios que per-
Criterio 2 ^^^^ mitan diferenciar una ceremonia funeral de una representa-
ción teatral.
Líneas I II
de relaciones Momento Momento
conjuntivas constitutivo distintivo Por su momento variacional, las ceremonias se nos
presentan como haces de alternativas opcionales que se
Líneas III IV abren (y no necesariamente por modo de elección arbitra-
de relaciones Momento Momento ria) en diferentes puntos del curso operatorio: levantar el
alternativas variacional contextual puño con la mano derecha o con la izquierda, desvestirse
comenzando por la corbata o bien por los zapatos. Es muy
(Tabla de los momentos o dimensiones de las ceremonias) difícil determinar si las variaciones no deben más bien inter-
pretarse bajo la jurisdicción de normas de ceremonias dife-
Las ceremonias, consideradas según su momento, di- rentes (levantar el puño derecho no sería una variante de le-
mensión o aspecto constitutivo, son las mismas ceremonias vantar el puño izquierdo; serían dos ceremonias distintas,
en tanto poseen una forma propia, resultante de las opera- aunque tengan un contenido genérico común).

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distintivo de nuestra tabla (a través de las características del


modo figurativo, el desayuno, por ejemplo, es identificado
como desayuno y contrastado con el almuerzo y la cena); el
modo manifestativo se corresponderá con el modo variacio-
nal («el modo de manifestación del ema «desayuno» se ve a
través de sus variantes físicas» (27)) y el modo distributivo
se corresponde de alguna manera con el modo contextual
(«los preparativos del desayuno [analizados por Pike] en es-
tas fechas solían incluir poner el disco de la V Sinfonía de
Tschaikowsky...» (28)). Pike no considera el modo consti-
tutivo, acaso porque no lo supone dado en el mismo plano
que los tres modos restantes, como si fuera previo a ellos,

4 como núcleo mismo del behaviorema. Y, sin duda, esta cir-


cunstancia no es irrelevante, no es mera cuestión de «siste-
matización de los hechos» sino que tiene que ver con la pro-
pia concepción mentaUsta («idealista», dice Marvin Harris)
que Pike se forja de los behavioremas. Y esto en conexión
con su famosa distinción entre la perspectiva emic y la pers-
pectiva etic de la antropología (29). Porque la perspectiva
emic, según Pike, es la que nos conduciría a la esencia
interna del behaviorema (lo que, traducido a nuestros tér-
minos —^una ceremonia es, sin duda, un behaviorema, pero
no todo behaviorema es una ceremonia— equivaldría a de-
cir que la esencia de una ceremonia ha de organizarse en el
plano fenomenológico). La perspectiva etic es sólo externa,
inicial, aproximativa, artificial, parcial (30). Por nuestra
parte no decimos que no lo sea, sino que tampoco la pers-
pectiva emic puede conducirnos a la constitución interna,
terminal, precisa, natural, total. Es la distinción etic/emic
aquella que juzgamos mal dibujada y no sólo porque haya
situaciones que son a la vez éticas y émicas (como reconoce
Pike: la distinción no es una dicotomía) sino porque hay si-
tuaciones en las ceremonias que no son ninguna de las dos
cosas, pongamos por caso la esencia o estructura global del
anillo Kula. Es la oposición dentro I fuera aquello que ha-
bría que desbordar. Pero en tanto que Pike considera que la
constitución esencial de los behavioremas tiene lugar en la
Según el momento contextual, las ceremonias, aunque perspectiva émica, puede llegar a creer que la esencia se
enfrentadas a su contexto, se nos muestran como necesaria- mantiene en un plano distinto de unos modos que están
mente unidas (sinecoidalmente) a contextos que, por tanto, pensados preferentemente como algo que se da en el plano
pueden variar dentro de ciertos límites. La operación qui- ético. Se trata de una concepción metafísica (hipostasiada)
rúrgica (en realidad, una ceremonia, pues consta de múlti- de la esencia constitutiva, que se inhibe de su dialéctica pro-
ples operaciones concatenadas) «amputar una pierna» pue- pia con los modos variacional, contextual y distributivo,
de desarrollarse por la mañana o por la tarde, en un taller o como si los criterios distintivos externos no fuesen a la vez
en un quirófano, con tropas que maniobran en los alrededo- significativos para la constitución interna y como si el modo
res, o en un desierto. Muchos de los elementos contextúales distribucional, por ejemplo, pudiera pensarse como un mo-
pueden confundirse con elementos variacionales y recípro- mento posterior al constitucional/émico, en lugar de servis-
camente y ello pide una gran sutileza en los análisis concre- te como el lugar de donde brota por segregación.
tos.
El momento constitutivo de las ceremonias no se re-
Queremos hacer notar que tres de estos cuatro mo-
corta en la perspectiva fenomenológica (que incluye tanto
mentos en los cuales las ceremonias se nos determinan pue-
contenidos representados o emic, como ejercidos) sino
den ponerse sin violencia en estrecha correspondencia con
que, a la vez que implica los momentos contextúales distin-
los modos que Kenneth L. Pike distingue en sus behaviore-
tivos y alternativos, reqmere la apelación al plano esencial
mas. Según Pike, los behavioremas (que algunos traducen
que regularmente desbordará el propio radio de la ceremo-
al castellano por «conductemas») son «segmentos de con-
nia. Las normas pertenecen sin duda a la dimensión consti-
ducta propositiva», jerárquica y «trimodalmente estructu-
tutiva de las ceremonias, por cuanto ellas son indisociables
rados» , a saber, según el modo figurativo (feature modé), el
modo manifestativo (manifestation mode) y el modo distri-
butivo (distribution mode) (26). Nos parece que, aproxima- (27) K. L. Pike, Ob. cit., p. 124.
damente, el modo figurativo se corresponde con el modo (28) K. L. Pike, Ob. cit., p. 124.

(29) M. Harris, El materialismo cultural. Trad. esp. en Alianza Universi-


(26) Kenneth L. Pike, Language in relaüon to a unified theory of the dad, 1982, capítulo 11.
structure of human behavior. 2." ed., Mouton, París, 1971, pp. 85, 121 y
150. (30) K . L . Pike, Ob.cit.,p. 37.

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de las líneas operativas. Y esta afirmación, que es notoria dizaje, al menos en muchos casos bien contrastados. ¿Ha-
referida a las ceremonias «circulares», se hace también pa- bría entonces que llamarlos ceremonias? Bien está que las
tente cuando la aplicamos a las ceremonias tecnológicas si secuencias genéticamente programadas no se consideren
tenemos en cuenta que, en estos casos, aun cuando las sín- ceremonias. Pero ¿y las que resultan de un aprendizaje,
tesis operatorias están impuestas por los propios objetos aunque las practiquen especies de animales no humanos?
(un automóvil, una computadora) sin embargo, por su con- «Imo, una hembra de macaco de año y medio de edad, hizo
dición de máquinas, ellos están ya a su vez dispuestos nor- un sensacional descubrimiento un día de otoño de 1953.
mativamente. Son ellos, por tanto, los que encarnan la nor- Había lavado con las manos uno de los embarrados bonia-
mativa de la ceremonia. tos [arrojados a la arena por los investigadores] en el agua
de un arroyuelo contiguo. Resultado: la batata quedó im-
2. Desde la perspectiva filosófica, una fórmula que ex- presionantemente limpia. Aquel día se inició un proceso de
presa muy profundamente la naturaleza antropológica de desarrollo que iba a hacer famosos a los macacos de esa
las ceremonias podría ser la siguiente: las ceremonias re- banda de la pequeña isla Koshima. Una semana más tarde
presentan en la vida de los hombres algo similar a lo que los se incorporó al procedimiento descubierto uno de los com-
rituales representan en la vida de los animales (peces, aves, pañeros de juego de Imo. Al cabo de cuatro meses lo hizo
mamíferos). La profundidad de esta fórmula va ligada a su también la madre de Imo. Y en 1957, o sea, cuatro años des-
carácter analógico. No queremos afirmar que las ceremo- pués, quince de los setenta integrantes de aquel tropel de
nias sean rituales. Partimos del supuesto de que la estructu- macacos lavaban sistemáticamente las batatas» (32). ¿No
ra de las ceremonias es diferente a la de los rituales; pero nos encontramos ante una ceremonia cuHnaria de macacos
proporcionalmente son similares en lo que tienen de proce- enteramente análoga, en lo esencial, a las ceremonias culi-
sos cíclicos, dentro de unos marcos que no son ceremonia- narias de los humanos? A lo sumo, habría que apreciar tan
les o rituales, pero que son también realidades vivientes. sólo una diferencia de grado, pero no de esencia. Además,
muchas secuencias consideradas como ceremonias, propias
Las dificultades aparecen, sin embargo, ya en el mo- de pueblos pertenecientes a culturas diferentes, pueden
mento en el que encontramos rituales, en sentido etológico atribuirse a una base genética preprogramada. «Cuando
estricto, en la propia conducta de los hombres. Y porque encontramos en los más diversos grupos humanos patrones
muchas veces las ceremonias se asemejan de tal manera por
su función y figura (es decir, por motivos unívocos, y no
analógicos) a rituales de primates o de otros animales, no
áiempre se ve fácilmente la razón por la cual hay que poner
una distancia tan profunda entre ritos etológicos y ceremo-
nias antropológicas. Ya hemos citado el célebre fragmento
de Demócrito, del cual podíamos inferir que las ceremonias
humanas tan características como el tejer o el cantar se de-
rivarían de rituales muy precisos de insectos o de aves.

La tendencia a tratar a las ceremonias como si fueran


«rituales», acaso más complejos pero, con todo, mera ex-
tensión de los rituales zoológicos, tiene una amplia base ob-
jetiva y, desde luego, parece necesario que se desarrolle
hasta el límite de sus posibilidades. De hecho, con frecuen-
cia —y esto ya no nos parece tan legítimo— los términos de
«ritual» y «ceremonia» se intercambian en su aplicación de
animales a hombres como si fueran equivalentes, puesto
que se aplican indiferentemente a secuencias animales o hu-
manas. Leemos en un tratado de Etología, a propósito de
las experiencias de los Gardner con la chimpancé Washoe,
orientadas a presentar una serie de operaciones (llenar de
agua una tina, meter en ella una muñeca, sacarla y secarla
con una toalla) para lograr su imitación por parte del antro-
poide y aun su formulación lingüística: «se hizo un ritual
muy estricto de todos los trabajos de rutina, tales como dar-
le de comer, vestirla, asearla, etc... El ritual en cuestión iba
acompañado siempre de determinadas señas hechas con las
manos. Se «nombraba» los objetos y procesos siempre que
era posible, en la esperanza de que Washoe llegaría a repe-
tirlas algún día del mismo modo que el ceremonial del
baño» (31). Desde luego, no cabe invocar (a los efectos de
fundar la distinción entre los rituales animales y las ceremo-
nias humanas) el consabido criterio de la herencia genética
y la herencia cultural, por aprendizaje. También las rutinas
(o rituales) animales son el resultado de procesos de apren-

(31) Klaus Thews, Etología, trad. esp., Círculo de Lectores, 1976, p.


237. (32) K. Thews, Ob. cit., p. 121.

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de comportamiento que coinciden hasta en los detalles, po- ñor)? Las mismas abluciones musulmanas, de las que aca-
demos presuponer que se trata, con gran probabilidad, de bamos de hablar, no tienen como finalidad el refrescarse el
modos de comportamiento innatos, a menos que el com- cuerpo, sino el puriñcar el alma, mientras que las ablucio-
portamiento se base en iguales influencias conformadoras nes de los elefantes tienen como finalidad rebajar la tempe-
del medio [i. e., que sea peristático], lo que se puede descu- ratura de su organismo. La semejanza tecnológica, en el
brir en la mayoría de los casos». Es la tesis de Ireneo Eibl- plano fisicalista, de las secuencias, no autoriza a identificar
Eibesfeldt, que encuentra verificada, por ejemplo, en las el ritual y la ceremonia. Podía pensarse que la ablución de
formas de «saludo con los ojos» de un balines, de una sa- los elefantes se mantiene en el estricto plano fisicalista y,
moana o de un hurí (papua) (33). por tanto, la ablución religiosa debiera (desde una metodo-
logía fisicaUsta etic) mantenerse también en este plano,
Ahora bien, que existan algunas o muchas secuencias considerando el mito como superestructura emic que puede
consideradas ceremonias que se dejan analizar como ritua- ponerse entre paréntesis. Pero este planteamiento es erró-
les no quiere decir que las ceremonias, en general, puedan neo y este error se debe, en gran medida, a la apelación al
reducirse a rituales etológicos. Podría pensarse que aque- duahsmo de Pike entre lo emic y lo etic. Es un error porque
llas ceremonias reducidas sólo lo eran en apariencia o bien, equivaldría a concluir 1) que la ablución del elefante, inter-
que aunque fueran realmente ceremonias, podían verse pretada como ritual sustitutivo de refresco, es etic, y no lo
siempre como rituales si es que en ellas sólo se había apre- es, no porque sea emic, sino porque implica la inserción en
ciado lo que tuviesen de común con estos y no lo que tienen un marco esencial biológico, «eliminación de entropía»; 2)
de diferencial. Pues es evidente que del concepto de cere- que la ablución sustitutiva del musulmán tiene como objeti-
monia que hemos expuesto no se infiere que su contenido vo el refrescarse, y esto es apriorismo y se opone a las situa-
(su «finalidad biológica») haya de ser diferente del conteni- ciones en que la ablución se realice en ambiente fresco; 3)
do o finalidad de los ritos zoológicos, como si los rituales tu- que haya que entender como mera representación interna,
viesen un cometido biológico-material distinto del de las ce- émica, casi un epifenómeno, a los mitos del musulmán,
remonias, alas que correspondería un contenido simbólico, cuando éstos son fórmulas objetivas, aunque apotéticas,
espiritual. Hay ceremonias que pueden tener un contenido contenidas en el Corán.
teleológico muy similar al de los rituales, sin que por ello se
reduzcan a su campo. Por decirlo así, la espiritualidad de las En cualquier caso es necesario preservarnos de la ten-
ceremonias no reside en su contenido, tanto como en su for- dencia a suponer que el reduccionismo es un método más
ma. Durante los primeros siglos del Imperio romano, a científico que cualquier otro y que, en principio, desde un
los gladiadores moribundos se les remataba como rematan punto de vista etic, hay más probabilidades de que las cere-
las rapaces a la oveja malherida por el lobo. Pero el rematar monias de ablución sustitutiva de los musulmanes sean ma-
del gladiador moribundo era realizado espiritualmente, ce- niobras ideológicas para conseguir un refresco, que ellas
remonialmente: un funcionario, vestido de Mercurio, le procedan de otros estratos del «orden moral». La categoría
atravesaba con una vara dorada. No sabemos de ningún freudiana de la sublimación es una pura metáfora que suele
buitre que se disfrace de halcón divino, o cosa parecida, ir envuelta en una ideología metafísico-ideológica. A la li-
para rematar a la oveja. Los elefantes africanos desarro- bido sexual, como a la necesidad orgánica de refrescarse, se
llan, a falta de agua, un ritual de «abluciones substitutivas» le dota de un telos capaz de abrirse caminos tortuosos para,
con arena y este proceso ha sido comparado con las ablucio- a través de las superestructuras, lograr satisfacerse, de suer-
nes ceremoniales de los musulmanes, a quienes también les te que sea el mismo deseo del placer sexual el que mueva a
está permitido realizar sus abluciones canónicas con arena Santa Teresa a caer en éxtasis, como sería la misma necesi-
cuando no disponen de agua (34). Aquí, no sólo el rito se dad de refrescarse la que movería al musulmán a practicar
parece a la ceremonia, sino el sustituto zoológico del rito al abluciones con arena. En reaKdad, podríamos también
sustituto cultural de la ceremonia. La semejanza es, sin pensar en los procesos de re-sintetización de sustancias o es-
duda, impresionante pero, sin embargo, no creemos que tructuras pertenecientes a un cierto nivel A, a partir de pro-
sea capaz de desbordar los límites de la analogía, de una cesos dados en niveles (A -1- n), en lugar de tratar de expli-
proporcionalidad admirable. Acaso no tan sorprendente si car las estructuras (A -I- n) a partir de A, considerando n
se tiene en cuenta la semejanza unívoca funcional de las como superestructura. El agua re-sintetizada en el organis-
propiedades del agua y de la arena, en cuanto fluidos, en mo viviente, en el curso de las complejas cadenas de reac-
ciertas circunstancias. Porque resultaría entonces que la ciones bioquímicas, no es el telos del agua por él ingerida,
sustitución del agua por arena no podría tomarse como fun- que utiHzase toda esa red de cadenas de reacciones como un
damento para formar una proporción, salvo que ésta se die- procedimiento apto para reproducirse (esto es lo que, mu-
ra ya de antemano por supuesta. Porque la diferencia de tatis mutandis, algunos «sociobiólogos» piensan hablando
esencia subsiste: las abluciones musulmanas, con agua o del «gen egoísta») ni, menos aún, estas redes son una subli-
arena, de desencadenan en virtud de un precepto del Co- mación del agua.
rán. ¿Dónde está el Corán de los elefantes africanos? Aquí
hay ya una diferencia, no de grado sino de esencia, aten- La diferencia entre rituales y ceremonias no es, pues,
diendo a la forma y ella es mucho más clara cuando las cere- desde un punto de vista antropológico estricto, de grado
monias tengan un conteiúdo sin parangón con los conteni- sino de esencia. Las ceremonias nos introducen en un cam-
dos zoológicos. ¿Qué contenidos de rituales etológicos pue- po gnoséológico distinto del campo etológico, el campo an-
den equipararse a los contenidos de una misa mayor (o me- tropológico. Aquí encontramos prólepsis normativas y
ellas requieren para su análisis una metodología B-operato-
ria también característica (35). Los rituales, en tanto son
(33) Irenáus Eibl-Eibesfeldt, El hombre preprogramado. 4." ed. de la
trad. esp. en Alianza Universidad, Madrid, 1983, p. 187.
(35) G. Bueno, «En torno al concepto de Ciencias Humanas», en El Ba-
(34) K.Thews,Ob. cit.,p.283. silisco, Oviedo, 1978, n.°2., pp. 12-46.

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también figuras secuenciales, tendrán las cuatro dimensio- ciones (o, por lo menos, estereotipias) de algunas ceremo-
nes o momentos que hemos distinguido en las ceremonias, nias sencillas.
lo que quiere decir que las diferencias aparecerán en cada
una de estas dimensiones. En su momento constitutivo, la El anáhsis de la transformación filogenética, por ana-
ablución de arena de los elefantes no es normativa y su te- morfosis deritualesen ceremonias, es tarea en la que habrá
leología es diferente respecto de la del musulmán, según que proceder paso a paso, sobre cada ritual concreto y so-
hemos dicho. En su momento distintivo, los criterios de bre cada ceremonia en particular. Es una tarea muy difícil,
apertura y de clausura de las respectivas secuencias también por no decir inviable muchas veces, por falta de documen-
son diferentes: al elefante, por decirlo así, se las marca el tos históricos (sobre la génesis de las ceremonias) y en la
termómetro, al musulmán el reloj. Según su momento va- que casi todo ha de hacerse por vía especulativa, lo que no
riacional, diríamos que las variedades en la ablución ritual quiere decir que haya siempre que recorrerla de modo gra-
son de otro orden (aleatorias, individuales) que las varieda- tuito. Más posibilidades existen de seguir las transformacio-
des ceremoniales, según estilos Hgados a otras costumbres, nes «ontogenéticas» (o por lo menos, sociológicas recien-
a normas prohibitivas, etc.; y, según el momento contex- tes) de las costumbres privadas o individuales en ceremo-
tual, las abluciones sustitutivas del elefante tienen un com- nias estrictas, pongamos por caso la transformación de las
ponente fijo de contexto, a saber, la temperatura ambiente costumbres individuales asociadas a la contemplación de la
por encima de los 30 grados, mientras que el contexto de las TV en famiha en formas de una ceremonia doméstica. La
abluciones ceremoniales está en cierto modo independiza- normativa está en gran parte impuesta implícitamente por
do del medio ambiente y su radio es mucho más grande (mi- la propia tecnología del aparato, de la sala; a veces hay nor-
les de kilómetros, por ejemplo la distancia a La Meca). mas explícitas («no situarse a menos de un metro», «tener
encendida alguna luz de ambiente», «no hablar mientras se
Por su naturaleza proléptico-normativa las ceremonias contempla»). Hay instituciones previas sobre las cuales la
son más complejas (constan de un número mayor de opera- ceremonia de ver la TV en familia acaso se ha reconstruido
ciones) que los rituales. De aquí se infiere que la tendencia como una pseudomórfosis. En cualquier caso, lo que no
general, al comparar la duración de las secuencias respecti- puede confundirse es una ceremonia institucional con un ri-
vas, se inclinará a favor de una mayor duración promedio tual privado, individual o familiar, aunque sea muy estricto.
de las ceremonias respecto de los rituales, sin que esto signi- Desde una perspectiva subjetiva, conductual, las situacio-
fique que no puedan darse excepciones. Pero en reahdad nes pueden parecer indiscernibles, pero no lo son, porque
suponemos que la diferencia en las longitudes respectivas es hay que dudar siempre de la existencia de rituales privados
también una diferencia de escalas, las ceremonias (será pre- sostenidos, de idioceremonias originarias que ulteriormen-
ciso recoger pruebas empíricas) estarían en la escala del te pudieran propagarse tomando la forma institucional.
día, mientras que los rituales podrían darse a escala de mi- Más correcto es pensar que las idioceremonias —por analo-
nutos y ello podría servir de criterio diferencial. El saludo gía con los idiolectos— se conforman como variantes de ins-
con los ojos, estudiado por Eibl-Eibesfeldt entre sujetos de tituciones sociales previas. Y mejor que la pregunta:
las más diversas culturas, tiene una duración promedio de 1/ «¿cómo un ritual individual se convierte en ceremonia?» se-
3 de segundo. He aquí la tabla que nos ofrece, computada a ría preguntar «¿cómo una ceremonia se determina según
través de una cámara de 48 fotogramas por segundo; variaciones individuales»?

Duración total Duración de la elevación Por último, las ceremonias se propagan, consolidándo-
Personas
en fotogramas máxima de las cejas se y transformándose, según los mecanismos característicos
Brasileña de la transmisión cultural, sea por tradición, sea por imita-
(mulata) 10 7 ción (difusión). Muy difícilmente encontraremos procesos
Sueca 14 7 paralelos de constitución de ceremonias (a la manera «evo-
Francesa 22 7 lucionista») cuando se rebase un cierto grado de compleji-
Samoana 16 6 dad. La probabilidad de una génesis paralela de ceremonias
Balinesa 14 7 semejantes en pueblos muy distintos está en función inversa
Papúa-Huri 14 7 de su grado de complejidad normativa. La ceremonia «en-
cender hogueras», genéricamente considerada, es probable
que se configure paralelamente, de modo independiente,
¿Cabría inferir de los datos de esta tabla que el «saludo en pueblos que saben hacer fuego, disponen de leña exce-
con los ojos» no es una ceremonia (como pueda serlo el sa- dente, etc. Pero es inverosímil que la ceremonia «encender
ludo-reverencia en decenas de pasos de la corte de Mocte- hogueras la víspera de la Pascuafloridade Resurrección» se
zuma), aunque lo practiquen seres humanos, sino un ritual haya producido en tantos pueblos europeos como resultado
etológico? Ello no excluiría que estos rituales pudieran de ciertos procesos paralelos de «asociación por semejan-
quedar incorporados a ceremonias de saludo propiamente za», en el sentido de Frazer (36). Otra cosa es que la mime-
dicho, puesto que muchas ceremonias se organizan precisa- sis, para ser efectiva, tenga necesidad de ciertos factores fa-
mente a partir de rituales etológicos establecidos. Incluso vorables (principalmente en el sentido funcionalista) que,
cabría sugerir, como hipótesis de trabajo, que las probabili- considerados abstractamente, pueden dar la impresión de
dades de que exista algún ritual etológico que no haya sido que son las causas directas independientes de la ceremonia
ceremonializado en el hombre se aproximan a cero. Hay sin en cuestión. Valgan como ejemplo las ceremonias de inicia-
duda ceremonias que no se formalizan a partir de ningún ri- ción violenta masculina (las que envuelven mutilación, cir-
tual, y si existe algún paralelo, éste es tan lejano que no pue- cuncisión , ayunos prolongados...) en tanto parecen estar en
de tomarse en serio como punto de partida (por ejemplo, el
ceremonial de una misa). Por último, también hay que con-
siderar la posibilidad de los procesos inversos, las ritualiza- (36) J. Frazer, Ob.cit., Cap. m .

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correlación estadística positiva con factores tales como die- unipersonales y las ceremonias multipersonales. Una cere-
ta escasa en proteínas, lactancia prolongada (uno o dos monia unipersonal ha de estar, sin embargo, institucionali-
años), poliginia, educación de los niños a cargo de mujeres zada y, en este sentido, no es idiográfrica sino que sigue
y otras prácticas que inclinan hacia una «identificación con siendo nomotética. La ceremonia «paseo soHtario» es tan
el sexo contrario» que daría cuenta de la función de los ritos nomotética como la ceremonia «entierro»; la ceremonia
de iniciación violenta como mecanismos orientados a ins- «dibujar el Kolam» (dibujar el signo de Kolam con harina
. taurar en los niños la «identidad masculina» propia de las de arroz o cal, en las puertas de las casas de las aldeas tami-
sociedades guerreras (37). les) es una ceremonia individual que corresponde al ama de
la casa, mientras que la ceremonia «arengar» es colectiva.
«Saludar» es una ceremonia colectiva (bipersonal, como
mínimo) porque nadie se saluda a sí mismo y el saludo pide
Clases de ceremonias correspondencia: por tanto no habría que computar en el
y sintaxis de las mismas saludar y devolver el saludo dos ceremonias sino una sola.

Las ceremonias unipersonales ¿pueden ser públicas o


Dada la amplitud y heterogeneidad de actividades han de entenderse como privadas, íntimas? Las ceremonias
(maniobras, rutinas, técnicas) que cubre el concepto de ce- colectivas ¿pueden ser privadas o han de ser siempre púbh-
remonia se comprende la necesidad de disponer de algunos cas? Disciplinarse suele ser una ceremonia íntima instituida
criterios de clasificación que nos permitan formular las dife- en algunas órdenes religiosas cristianas. La investidura de
rencias específicas, sin perjuicio de su comrmidad genérica. un cargo en sociedades secretas es ceremonia colectiva,
Asimismo, no podemos menos de intentar desbrozar el ca- pero privada por relación al resto de los ciudadanos. La
mino hacia una sistematización de las composiciones entre «oración monástica» es unipersonal desde un punto de vista
las diversas ceremonias, de su sintaxis—^para cuyo propósi- etic, pero es multipersonal (el orante y las personas divinas)
to , la clasificación del género en especies es imprescindible. desde una perspectiva emic.

I. La especificación de las ceremonias puede tener lu- B. Desde el punto de vista de los contenidos también
gar a propósito de cada uno de los cuatro momentos o di- podemos considerar como distinción primaria la que media
mensiones que hemos distinguido en ellas. Según esto po- entre ceremonias positivas y negativas (o evasivas). Enten-
demos intentar la determinación de las diversas especies de demos por ceremonias positivas aquellas que tienen el sen-
ceremonias considerando sucesivamente cada una de sus tido de producir una transformación en un cierto estado de
dimensiones. Hablaremos así de especies de ceremonias se- cosas (la ceremonia funeral tiene como objetivo explícito
gún su modo constitutivo, o de especies, según su modo dis- cubrir de tierra un cadáver; un paseo solitario tiene como
tintivo, o bien según el modo alternativo o el contextual. objetivo explícito y etic el desplazamiento del propio orga-
Desde cada una de estas perspectivas, modos o dimensio- nismo a través de determinadas sendas o «paseos» de la ciu-
nes, caben, a su vez, muy diversos criterios de especifica- dad o sus alrededores). Entendemos por ceremonias nega-
ción. Pero la distinción entre los aspectos según los cuales tivas las que cobran sentido no ya en función de una trans-
están dadas las diferentes clasificaciones puede ya conside- formación, sino como evitación de una transformación que
rarse como un primer paso para introducir alguna suerte de tendría lugar si la ceremonia evasiva no se diese. Así, la ce-
orden en lo que, en principio, parece un caos (no es legíti- remonia «mirar a derecha e izquierda antes de cruzar la ca-
mo confundir, o no distinguir, tipos de ceremonias diferen- lle» tiene como objetivo la evitación de la transformación
ciados según su aspecto variacional con otros tipos diferen- del propio organismo en «carne de ambulancia». No es fácil
ciados según su modo constitutivo, o contextual). decidir muchas veces si una ceremonia dada es positiva o
negativa, o si lo fue en su génesis de un tipo y ha llegado a
1. Según su dimensión constitutiva —^y, puesto que a la serlo de otro. Muchas formas de las ceremonias de saludo se
constitución de las ceremonias contribuyen tanto los acto- interpretan como orientadas a evitar una agresión física.
res (o sujetos que se ajustan a las reglas) como los contenidos
de los cursos de operaciones (el material organizado)—, po- Y si nos atenemos a la materia misma de los conteni-
demos intentar diferenciar ceremonias tanto desde el punto dos, es obvio que cabe distinguir, por ejemplo, las ceremo-
de vista de los actores que intervienen en ellas, como desde el nias militares de las deportivas, las ceremonias teológicas
punto de vista de los materiales y por último, desde el punto de las comerciales. Desde la teoría de los tres ejes del espa-
de vista de la relación entre los sujetos (o «actores») y los con- cio antropológico (38) clasificaríamos las ceremonias, por
tenidos. la materia, en tres grandes órdenes:

A. Desde el punto de vista de los actores, caben mu- a) Ceremonias «circulares», que se corresponden con
chas diferenciaciones (ceremonias masculinas o femeninas; el agere. Una sesión de apertura de un congreso, la sesión
infantiles, seniles, etc.) pero acaso la que es más interna, que tuvo lugar en Nicea el 19 de junio del 325, bajo la presi-
porque afecta a los sujetos en cuanto tales actores de cere- dencia del emperador Constantino, son ceremonias circula-
monias, por tanto, la más inmediata al concepto mismo de res.
ceremonia, sea la que tiene que ver con la cantidad de los
actores. Distinguiremos, en este sentido, las ceremonias b) Ceremonias «radiales», que se corresponden con el
faceré. Cocinar o fabricar un mueble «normalizado» pue-
(37) John M. Whiting, «Effects of Climate on certain Cultural Practi- den ser ejemplos de ceremonias o rutinas tecnológicas.
ces». En A. P. Vayda (editor), Enviwnment and Cultural Behavior. Eco-
logical Studies in Cultural Anthropology. New York, Natural Hst. Press, (38) G. Bueno, «Sobre el concepto de espacio antropológico», en El Ba-
1969, pp. 416-455. silisco, Oviedo, 1978, n.° 5, pp. 57-69.

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c) Ceremonias «angulares», en las cuales los actores nias estéticas, lúdicas o religiosas, como la danza, no se se-
humanos entran en juego (en el sentido estricto de la Teoría greguen objetos físicos, mientras,que, en otras, sí (secuen-
de juegos) con animales, en cuanto tales (no por ejemplo en cias de sonidos, esculturas). En ambos casos las ceremonias
cuanto acúmulos de proteínas). Una cacería es una ceremo- siguen siendo físicas (una danza se recoge en un magnetos-
nia angular y acaso la totalidad de las ceremonias religiosas copio, como una sonata en un magnetófono). Y en ambos
tengan como fuente ceremonias angulares muy precisas casos las ceremonias engranan con legalidades objetivas.
(39). En la danza hay simetrías, contrapasos, inversiones, como
en el teclado: no se trata de mover las manos al azar, como
Es evidente que muchas ceremonias tienen componen- tampoco es una ceremonia dar golpes al sílex al azar. Por
tes en los diferentes ejes, pero también que son los compo- todos estos motivos consideramos preferible atenernos a la
nentes de algunos de estos ejes los que confieren su carácter clasificación de las ceremonias según los tres ejes del espa-
distintivo a la ceremonia. La ceremonia «banquete» contie- cio antropológico y reinterpretar las ceremonias de lo agi-
ne necesariamente componentes radiales, pero acaso lo que ble como ceremonias circulares (incluso angulares) y a las
prevalece en ella sean los componentes circulares (el convi- ceremonias de lo factible como ceremonias radiales.
vium).
C. Desde el punto de vista de la relación de los conte-
La distinción entre ceremonias del agere y ceremonias nidos al propio sujeto —en cuanto sujeto «programado»
del faceré presenta grandes dificultades asociadas a los que con reglas— acaso la distinción antropológicamente más
encierran dualismos muchas veces formulados en forma importante sea la que separa al grupo de ceremonias que
metafísica. Solía, en efecto, entenderse el agere como ac- llamaremos de «primer orden» (o de primera especie) y
ción inmanente cuyos efectos permanecen en la misma po- aquel otro que llamaremos de «segundo orden». Estas de-
tencia ejecutiva, por tanto, como acción espiritual, mien- nominaciones están inspiradas, como es fácil ver, en la dis-
tras que el faceré se asociaba a las acciones transitivas, cu- tinción escolástica que se refería a las artes en general, se-
yos efectos se manifestaban en la materia corpórea. Desde gún la relación que éstas mantienen con el curso ordinario
esta distinción, podría concluirse que las ceremonias del de la naturaleza: artes de primera especie son aquellas que
agere, si no incorpóreas, son al menos inmanentes a los pro- no hacen sino reforzar, facilitar o ultimar un proceso que la
pios movimientos corpóreos de los organismos que las eje- propia naturaleza recorrería por sí misma (la medicina, si
cutan. Fácilmente podría de aquí pasarse a establecer que suponemos que la naturaleza, por sí misma, tiende a la sa-
las ceremonias del agere son arbitrarias, no sometidas a la lud, vis medicatrix naturaé); mientras que el arte de segunda
legalidad de las cosas, mientras que las ceremonias del face- especie sigue rutas no insinuadas siquiera por la «naturale-
re debieran entenderse como subordinadas a legaHdades za», pongamos por caso, el arte de hacer sonetos. Si tradu-
objetivas, por lo que su carácter ceremonial sería extrínse- cimos «naturaleza» por «rituales etológicos» y «arte» por
co. Según esto, las ceremonias genuinas habría que buscar- «ceremonias», la clasificación que obtendríamos sería la si-
las en el campo del agere. Así, un rito religioso de saluta- guiente:
ción manual sería un caso de ceremonia genuina, porque las
manos se mueven allí libremente, sin necesidad de
aprehender ningún objeto corpóreo, mientras que en el ta- a) Ceremonias de primeras especie, las que se organi-
zan sobre rituales edológicos constatables (ceremonias de
llado de un hacha paleolítica, las manos han de «plegarse» a
saludo, etc.).
la configuración del silex, atenerse al orden del lascado, de
la percusión, etc. De otro modo, mientras que el ceremo-
nial de salutación manual se resuelve en puras operaciones b) Ceremonias de segunda especie, todas aquellas
que, aunque colateralmente puedan ser asociadas a algún
«quirúrgicas», el ceremonial del tallado del hacha está ente-
ritual, se han estructurado desconectadas de toda estereoti-
ramente subordinado al hacha misma, al objeto segregado
pia zoológica, o la han desbordado (sin perjuicio de que
de la ceremonia, hasta el punto de que aquí el aspecto cere-
ellas mismas puedan dar lugar a estereotipias culturales).
monial parece insignificante o extrínseco. Valga por ejemplo la ceremonia de la misa.
Ahora bien, la mejor prueba de que este modo dualista 2. Considerando ahora las ceremonias según su modo
de exponer la distinción de las ceremonias en estos dos tipos distintivo, acaso la división más adecuada sea la que separa
no es tan profunda como sus pretendidos fundamentos po- las ceremonias en estas dos clases:
drían sugerir es la siguiente: que cabe ilustrar cada uno de
estos dos tipos de ceremonias con ejemplos que pertene- a) Ceremonias formalizadas, con gramáticas explíci-
cen, por otro lado, a la misma clase, dentro de otros crite- tas , con signos explícitos internos de apertura y de clausura.
rios materiales de clasificación, indudablemente profun- Ejemplo característico puede ser la ceremonia «Junta de un
dos, por ejemplo, la,gj3sé de lasceremonias estéticas o lúdi- consejo de administración» que comienza con las palabras
cas. Porque en la danza las manos se mueven «flotando», «se abre la sesión» y termina con estas otras: «se levanta la
pero en el prano tienen que moverse por lugares precisos sesión».
, d^.tedMo y producir sonidos (una sesión de un gran pianis-
ta ante un piano mudo no es una ceremonia de concierto y, b) Ceremonias no formalizadas, con límites iniciales y
si el arte del pianista es el mismo que en otra sesión con pia- terminales muchas veces no bien definidos, ceremonias «no
no normal, ello no autoriza a hipostasiar los movimientos segregadas», como pueda serlo en nuestros días la ceremo-
puros de sus manos que, en todo caso, están subordinadas nia «ver la televisión en famiUa».
al sonido). Por consiguiente, no parece que haya que dar
excesiva importancia al hecho de que en algunas ceremo- Una ceremonia formalizada, por lo demás, no excluye
la realidad de secuencias y operaciones previas (no siempre
(39) G. Bueno, El animal divino (de próxima aparición). ceremoniales) que constituyen sus preliminares obligados:
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nias plurales son, o bien periódicas (diarias —«el hombre


tiene la costumbre de comer todos los días»—, anuales —^fies-
tas de Año Nuevo, carnavales, etc.—) o bien aperiódicas
(ceremonias de saludo). El concepto de ceremonias unita-
rias se superpone, al menos en extensión (si bien no en defi-
nición, de modo inmediato) a los llamados «ritos (ceremo-
nias) de paso» de van Gennep (41). Habría que clasificar
también como ceremonias unitarias algunas ceremonias pe-
riódicas cuya «longitud de onda» es tan larga que sólo son
realizables por modo unitario, caso de las «ceremonias de
despedida de siglo» que también tienen mucho de ritos de
paso colectivo.

II. Las ceremonias no sólo se relacionan con safando


traslado de los participantes, preparación de la sala, del mo- sino, como es evidente, también con otras ceremonias que
biliario, etc. no figuran como fondo neutralizado, a través de los contex-
tos determinados. Se nos abre aquí un capítulo que ofrece
3. Desde el punto de vista de su dimensión variacio- materia muy abundante para la investigación de la estructu-
nal, la distinción más profunda, en cuanto que modula el ra de la praxis humana, el capítulo de la «sintaxis» de las ce-
mismo concepto general de ceremonia, podría serla que es- remonias y sobre el cual tan sólo podemos exponer algunas
tablece estas dos clases: indicaciones generales.
Las ceremonias, como hemos dicho, se configuran so-
a) Ceremonias algorítmicas o protocolizadas, es de- bre un fondo que no está íntegramente constituido por
cir, aquellas ceremonias cuyos pasos están determinados otras ceremonias. Más aún, en general puede afirmarse que
por las reglas, a la manera como ocurre con las operaciones una gran cantidad de movimientos prácticos que anteceden
de un algoritmo algebraico, una vez dados los parámetros. a la apertura de las ceremonias, sobre todo si son colectivas,
Ejemplo de ceremonia algorítmica podría dárnoslo un con- así como los movimientos que las suceden (es decir, los mo-
cierto de piano y orquesta interpretando una partitura clási- vimientos preliminares y los epilógales) no son ceremonia-
ca. En todo caso, una ceremonia algorítmica no es siempre les aunque otros muchos estén ceremonializados. ¿Hay al-
una ceremonia lineal: puede ser alternativa, es decir, to- guna estructura en las relaciones entre las ceremonias, se-
mar, en fases dadas, caminos diferentes según las situacio- gún las clases a las que pertenecen o bien la composición es
nes alcanzadas y previstas por la propia ceremonia. Así, la aleatoria? Que el desorden no es total, caótico, puede infe-
«ordalía del veneno» practicada hasta hace pocos años por rirse simplemente de la circunstancia (symploké) de que no
los shongo (aunque fue prohibida en 1908) puede conside- todas las ceremonias son compatibles con cualesquiera
rarse como una ceremonia algorítmica bifurcable. Pues la otras en cualquier contexto (Jesucristo entra en el templo y
acusada (a quien se le ha afeitado la cabeza, se le ha vestido arroja los mercaderes: en ese contexto, las ceremonias reli-
un traje funeral, etc.), una vez qué ha bebido el veneno por giosas y las ceremonias mercantiles son incompatibles). No-
tres veces, puede presentar síntomas de envenenamiento o sotros no vamos a abordar aquí estas cuestiones que son,
bien puede empezar a vomitar. Según los casos, la ceremo- por otra parte, imprescindibles en el desarrollo de la Antro-
nia sigue curso distintos, cada uno de ellos «algorítmico». pología. Pero, en todo caso, supondremos que las ceremo-
No se trata de variaciones, ni de contextos diferentes, ni de nias, que son figuras totalizadas, cuando se relacionen con
ceremonias distintas, sino de una ceremonia bifurcable. Y, otras ceremonias (según los tipos de conexión que se deter-
sin embargo, si esta ceremonia se interpretase como un rito minen), pueden dar lugar a totalidades o sistemas de cere-
de paso (como lo hace Vansina) entonces habría que hablar monias de muy diversa estructura y que, a su vez, será pre-
acaso de ceremonias o rituales distintos: «o se la quema (a la ciso distinguir según criterios proporcionados. Por nuestra
acusada) y se la separa de la metempsícosis normal para ser parte sugerimos que acaso sea imprescindible aphcar al
colocada en la morada de los brujos conocidos, o se reinte- caso la distinción generalísima entre Totalidades atributivas
gra por el rito del cauri. A través de este acto la persona (T) y Totalidades distributivas (;^) (42).
proclama su inocencia y se reintegra en la comunidad» (40).
Las ceremonias, en efecto, podrán relacionarse con
b) Ceremonias no algorítmicas, abiertas, como pue- otras ceremonias desde una perspectiva atributiva, así
dan serlo las representaciones de la Commedia dell'Arte. como se relacionan también desde una perspectiva distribu-
tiva. A la ceremonia de la comida (en ciertas clases sociales
4. Desde el punto de vista de las dimensiones contex- de nuestra cultura) sigue Ja ceremonia de tomar café en
túales de las ceremonias, acaso la división más profunda mesa distinta (por tanto, con interrupción o hiato intercere-
deba separar (tomando como referencia a los contextos monial): la relación entre estas dos ceremonias es de tipo
centrados en torno de los actores) las ceremonias plurales atributivo. La ceremonia «tomar café» por la familia 1 se
de las ceremonias unitarias. Llamamos ceremonias plurales asemeja en todo a la ceremonia «tomar café» en las famihas
aquellas que se repiten un número indeterminado o deter- 2,3, ...n de la misma clase: la relación entre estas ceremo-
minado de veces en diversos contextos, referidos a la vida nias es de tipo distributivo. La distinción habitual entre los
de una persona o de un grupo de personas. Estas ceremo-
(41) A van Gennep, Les rites depassage, París, 1909.
(40) Tomo la información relativa a este ejemplo del libro de Aurora
González Echevarría, Invención y castigo del brujo en el África negra. Bar- (42) G. Bueno, «En tomo al concepto de Ciencias Humanas», en El 5fl-
celona, Ed. del Serbal, 1984, p. 52 y ss. Sí'feco, Oviedo 1978, n.° 2, p. 28, nota 73.

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lingüistas, desde Saussure, entre sintagma y paradigma


puede considerarse como un caso particular de la distinción
general entre totalidades T y íK aplicadas al lenguaje (43).
Podía hablarse, por ello, por sinécdoque, de relaciones sin-
tagmáticas y de relaciones paradigmáticas entre las ceremo-
nias. Y también tienen que ver estas distinciones con las que
utilizaban los filósofos asociacionistas ingleses al oponer las
relaciones de contigüidad y las relaciones de semejanza,
aun cuando estas relaciones son sólo reducción, a casos muy
extremos, de las relaciones atributivas (que también inclu-
yen las continuidades, la causalidad, etc.) y las distributivas
(que también incluyen las de semejanzas, antítesis, etc.).
En otro lugar hemos puesto en relación la distinción de
Hume contigüidad/semejanza con la distinción de Kant en-
tre estética y lógica (44). Podríamos, pues, hablar también
de composiciones estéticas y composiciones lógicas de las
ceremonias.

1. Desde la perspectiva de los nexos atributivos entre


las ceremonias, la primera situación que, como situación lí-
mite, sería preciso considerar es la de las ceremonias exen-
tas, es decir, sin nexos atributivos con otras ceremonias. Se
nos presentan como destacándose directamente sobre un 70.000 romanos resultaron muertos? Precisamente la «ce-
fondo no ceremonial, como cuando, en el incendio de un remonia de inversión de la herradura» no debía de ser cono-
barco, los tripulantes y viajeros, desordenadamente y, cida ni sospechada por los romanos, porque al juego perte-
«cada uno por su cuenta», se encuentran reunidos cantando nece la ocultación de la secuencia ceremonial. Las secuen-
un himno militar o rehgioso. cias de acontecimientos que, tras las ceremonias iniciales,
compusieron el desarrollo de la batalla, no pueden conside-
Pero a continuación tendríamos que analizar los fenó- rarse como fases de una ceremonia de conjunto.
menos de composición de ceremonias, es decir, los fenóme-
nos de concatenación y jerarquización de ceremonias dadas Otra forma de conexión atributiva («sintagmática»)
en un cierto nivel. En general, no nos parece que la compo- entre las ceremonias es el encadenamiento o concatena-
sición de ceremonias sea una «operación» cerrada. La com- ción. Naturalmente, la concatenación puede ser meramen-
posición de ceremonias con frecuencia no es una ceremo- te externa, una yuxtaposición en el tiempo y aun así po-
nia, aunque la totalización no ceremonial de ceremonias drían esperarse frecuencias significativas de yuxtaposicio-
pueda tener una significación histórica extraordinaria. Por nes entre ceremonias dadas de clases determinadas. Una
ejemplo, ¿cómo podríamos interpretar en términos cere- forma interesante de concatenación es la de las ceremonias
moniales la batalla que tuvo lugar en Cannas el 2 de agosto de la misma especie que se suceden continuamente en el
del año 216 a. C ? Sin duda, la disposición de los ejércitos tiempo según ritmos más o menos rígidos. Ejemplo emi-
de Aníbal, por un lado, y de Paulo Emilio y Varrón, por el nente, el anillo Kula, en la medida en que pueda ser inter-
otro, así como los iniciales despliegues de las tropas, tenían pretado como resoluble en una concatenación de ceremo-
mucho de ceremonial. Los 50.000 cartagineses y los 86.000 nias de trueque. Este ejemplo demostraría que la concate-
romanos de los que nos habla Polibio (45) estaban organiza- nación de ceremonias, aun siendo de la misma especie, no
dos casi en espejo: las infanterías, frente a frente, flanquea- constituye siempre una ceremonia. Así mismo, la ceremo-
das por las tropas de caballería (en el ala izquierda, la caba- nia «cocinar» está concatenada con la ceremonia «comer»,
Uaría gala e hispana de Asdrúbal, frente a la romana de incluso son ejercitadas por personas diferentes. Pero, sin
Paulo; en el ala derecha, la caballería númida frente a la embargo, la primera ceremonia no tiene sentido sin la se-
aliada mandada por Varrón). Podría considerarse como ce- gunda y esta no es posible sin la primera. Esta característica
remonial (dentro de la estrategia de Aníbal) la apertura de de la composición de ceremonias obliga a tomar con mucha
la batalla, con el ataque de Asdrúbal, así como el ataque si- precaución la obligada distinción entre «ceremonias atómi-
métrico de Varrón a la caballería númida. Incluso era una cas» y «ceremonias moleculares». El saludo de «a» a «b» no
ceremonia el avance de la infantería cartaginesa en herra- es ceremonial si «b» no responde al saludo de «a». ¿Hay dos
dura convexa. Pero, ¿puede considerarse como ceremonia ceremonias individuales concatenadas o se trata de una úni-
la paulatina inversión de esa herradura convexa en una he- ca ceremonia bipersonal? Si nos decidimos a hablar de cere-
rradura cóncava, formando una bolsa en la que entraban las monias atómicas, convendrá mantener el supuesto de que
tropas romanas mientras la caballería númida —aprove- son abstractas y sólo existen concatenadas con otras cere-
chando la marcha de Varrón en defensa de Paulo— se lanza monias atómicas, a la manera como el «camino de ida» y el
en la famosa maniobra envolvente que cerró la bolsa por la «camino de vuelta» es el mismo camino si camino implica
retaguardia e hizo posible la espantosa carnicería en la que tener dos sentidos; aunque lo cierto es que hay vías de sen-
tido único, lo que autorizaría a considerar un camino de ida
y vuelta como unidad molecular constituida por dos vías
(43) Véase la nota 42. acopladas, concatenadas.
(44) Véase la nota 42.
2. Cuando consideramos a las ceremonias relacionán-
(45) Polibio, Libro III, 117. dose desde el punto de vista de las totalidades distributivas,

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la primera totalización que nos sale al paso es aquella que ya Por último, merece la pena insistir en que los pares de
hemos declarado constitutiva de las ceremonias, a saber, la ceremonias enantiomorfas, aun refiriéndose mutuamente,
totalización de especie. Una ceremonia, para serlo, debe no constituyen una ceremonia única, sino precisamente un
estar enclasada, es decir, ha de decir relación a otras cere- par de ceremonias. Tampoco dos triángulos opuestos enan-
monias de su especie: la normatividad de sus prólepsis no es tiomórficamente forman la figura de un triángulo único.
otra cosa sino la aplicación de las fórmulas secuenciales es- Con todo, las relaciones de distancia temporal (que son es-
pecíficas a nuevas situaciones, en cuanto se enfrentan a téticas y no meramente lógicas) entre las ceremonias enan-
unas terceras. Sólo en este proceso puede entenderse la tiomorfas, no son siempre indeterminadas (tienen lugar en
causahdad de la figura total sobre las partes. Porque, si es el mismo día, o en días sucesivos o al menos en días deter-
pura metafísica el definir la finalidad como influencia o cau- minados del calendario), lo que demostraría, también en
sahdad descendente del todo sobre sus partes (si anterior- estos casos, que las relaciones distributivas (lógicas) no son
mente a darse las partes el todo no existe, ¿cómo podría totalmente independientes de las relaciones atributivas (es-
éste ser causa de aquéllas?), en cambio, es un proceso posi- téticas).
tivo la acción de una figura total sobre las partes de otra fi-
gura constituyéndose, en el ámbito de las relaciones distri-
butivas. Que, por lo demás, no se reducen a las relaciones
de semejanza o copertenencia a la misma clase. También 5. Para una historia del concepto de ceremonia
las relaciones de oposición son estrictamente distributivas,
por ejemplo las relaciones que pueden vincular a ceremo-
nias de sentido opuesto, pongamos por caso, bautizo y en-
tierro, o bien, ceremonias de condecoración o de degrada- 1. Es del mayor interés gnoseológico analizar las cau-
ción. En esta línea, acaso una de las relaciones más intere- sas o razones ideológicas capaces de explicar por qué el con-
santes entre ceremonias sean aqueUas que permiten efecti- cepto de ceremonia no ha alcanzado la claridad y distinción
vamente totalizar a pares de ceremonias que tienen un sig- necesarias para constituirse en una categoría central de la
nificado inverso, porque cada una de las ceremonias es el Antropología (48). Tampoco puede afirmarse que no se ha-
«espejo» de la otra. Podríamos hablar de «ceremonias yan tomando conceptos muy próximos a él, sea en exten-
enantiomorfas» por analogía con las figuras geométricas sión, sea en connotación. Si ello no hubiese ocurrido no ten-
opuestas de este modo (46). dríamos un fundamento serio para mantener la tesis de la
categoricidad del concepto de ceremonia, tal como lo en-
Como paradigma de estas relaciones podríamos poner tendemos. En cambio, analizando los conceptos contiguos
el par constituido por la ceremonia «abrir una puerta cerra- desde la perspectiva del concepto de ceremonia (conside-
da con cerrojo» (ceremonia que puede analizarse como el rándolos por ejemplo como aproximaciones o desviaciones
producto relativo, encadenado, de las operaciones T = des- a él) podemos intentar precisar, en cada caso, los motivos
correr el cerrojo y Q = separar la hoja del marco) y la cere- contextúales por los cuales el concepto efectivo no llegó a
monia «cerrar la puerta con cerrojo descorrido» (que inclu- termino. Desde este punto de vista podía decirse de la his-
ye la ejecución de las operaciones inversas Q"-^ y P ' ^ permu- toria del concepto que forma parte del concepto mismo, por
tadas en su orden, según reza el conocido teorema (P/Q)"^ cuanto esta Historia equivale a la exposición del contexto u
= (Q"VP"^). Cada ceremonia del par es la transformación horizonte fuera del cual el concepto de referencia no puede
inversa de su enantiomorfa. A esta situación se aproximan fraguar plenamente.
las ceremonias cotidianas, propias de nuestra cultura, «sa-
car la vajilla del armario para disponer la mesa» y «recoger Lo que sigue es sólo una colección de notas para una
la vajilla, tras su lavado, metiéndola en el armario» o bien, Historia del concepto de ceremonia en este sentido. Nos
el par de ceremonias «vestirse»/«desvestirse». Según cuen- atendremos, por otra parte, al pensamiento filosófico de
ta Jamblico (47) los pitagóricos acusmáticos tenían que cal- tradición griega, sin descartar apriori el interés de los mate-
zarse empezando por el pie derecho, mientras que para des- riales orientales (sobre todo chinos) (49).
calzarse habían de comenzar por el pie izquierdo. Las cere-
monias de Año Viejo y de Año Nuevo son, en gran medida,
enantiomorfas, así como las misas de San Secareo eran ce-
remonias rigurosamente enantiomorfas respecto de las mi- (48) En los tratados o manuales habituales de antropología (por ejem-
sas canónicas. En cambio, cuando Penélope desteje por la plo, los de Beals/Hoijer, Herskovit, Harris...) no aparecen capítulos dedi-
noche su tela no desarrolla una ceremonia inversa de la ce- cados a las ceremonias. En la conocida Introducción a la Etnografía de
remonia diurna de tejerla, aun cuando las operaciones de Marcel Mauss aparece un epígrafe dedicado a los ritos pero dentro del ca-
pítulo de los fenómenos religiosos. En la tabla de categorías que Marvin
destejer sean inversas de lais de tejer. Y no son ceremonia- Harris ofrece en El materialismo cultural (trad. esp.. Alianza, Madrid,
les dado que las realiza a escondidas de sus esclavas (cuando 1982), sólo aparece el epígrafe «rituales» dentro de la categoría «superes-
éstas le sorprenden, tiene qué interrumpir su práctica) y tructura conductual», aliado de la ciencia, deportes, propaganda, literatu-
sólo duran tres años. En cambio, el tejer diurno es una acti- ra, arte, música, etc. (p. 69). Un autor ya clásico, como Gabriel Tarde,
cuya teoría de la repetición universal (vibratoria, hereditaria, imitativa)
vidad que realizan Penélope y sus esclavas siguiendo una puede entenderse como el horizonte más apropiado para destacar los mo-
pauta general a los habitantes de Itaca y otros muchos rei- vimientos imitativos humanos, las ceremonias, desvía continuamente su
nos: fabricar un lienzo que sirva de sudario a los muertos atención de estos procesos, pues la imitación se entiende, por ejemplo,
(en el canto XIX, a Odiseo). como imitación de creencias, o de deseos, o de modas. En toda su obra no
aparece ni una sola vez un concepto que tenga que ver con la imitación de
cursos temporales operatorios. (G. Tarde, Les lois de l'imitation. Elude
sociologique. 7.' ed., París, Félix Alean, 1921).
(46) Martin Gardner, Izquierda y derecha en el Cosmos. Trad. esp. en
Alianza, Madrid, 1964. Passim. (49) Joseph Needham, La gran titulación. Ciencia y sociedad en Oriente y
Occidente, trad. esp. en Alianza Universidad, Madrid, 1977. Sobre cere-
(47) Jamblico, Vida de Pitágoras, 83 y Protr., 21,11. monias Ming Thang, p. 259.

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2. La oposición entre los conceptos de cpvaic, y •&éoig, dor). Desde este punto de vista, el problema platónico cen-
que fue abriéndose camino en el seno de la sofística del siglo tral , desde nuestro punto de vista, sería el siguiente: si la po-
V, puede considerarse, acaso, como el marco más general, lítica es racional, ¿no debiera de ser una técnica profesional
necesario para propiciar la formación de un concepto antro- al lado de las otras (una tecnología circular, al lado de las
pológico de ceremonia, corno estructura secuencial de la tecnologías radiales y aun angulares, según nos sugiere el
praxis. Qéaiq equivale a «con-posición» realizada por los parangón de El Político entre boyeros y gobernantes), en-
hombres por los hombres como animales que tienen Jtóyog, comendada a unos artesanos o profesionales de la política?
por tanto, que son capaces de ensamblar artificiosamente Tal parece ser la posición de Sócrates contra Protágoras,
(operatoriamente) actos secuenciales que no se dan natu- que defiende que, al menos la política, debe de ser, en una
ralmente (50). Estas secuencias, así entendidas, tanto po- democracia, una praxis no profesional. Sin embargo. Pla-
drían ser tecnológicas como políticas. Sin embargo, no se tón hace decir a Protágoras que este político no profesional
superpone el concepto de •fl-éaig al de ceremonia, ni siquiera sería como un obrero (o profesional) en esta materia, es de-
en extensión, porque lo desborda: también otras institucio- cir, un «demiurgo» {Prot., 327 c: ÓTKXOOJQYO'V TOÚTOD TOV
nes que no son ceremonias entran en su ámbito. Y, sobre KQáy\iaxo<;). La metáfora, que aproxima la tecnología «cir-
todo, solían incluirse desde una perspectiva poco favorable cular» a la «radial» es, por otra parte, una metáfora devuel-
a la formación de un concepto gnoseológico a la perspectiva ta, porque «demiurgo» procede de la constilación de térmi-
de lo que es convencional (vójiog), lo que equivale muchas nos políticos (Sáfxog), como se ve en Homero, que llama de-
veces a lo que no es materia de conocimiento (emoxrwjLe) miurgos a los magistrados supremos de ciertas ciudades mu-
sino de mera opinión (óo^a). No habría, pues, propiamen- chas veces dóricas (54). Sobre todo, la propia tendencia del
te un concepto de procesos tales como las ceremonias, in- Sócrates platónico a hacer del político un técnico racional lo
cluso habría una tendencia a desinteresarse por estos proce- lleva otras veces a hacer del tenólogo, por ejemplo, del teje-
sos, a declararlos convenciones (dirían algunos hoy «supe- dor (a pesar de su inferior categoría social, como banausos)
restructuras») que coartan la libertad de la naturaleza hu- un prototipo del político {El Político, 305e) un prototipo
man. El cinismo de Antístenes y el de Diógenes de Sínope paradójico si se tiene en cuenta que el arte de tejer estaba
podría considerarse como una filosofía «contracultural», encomendado a las mujeres («si tuvieseis un átomo de senti-
ciega para captar el significado profundo de las ceremonias. do común —le dice la Lisístrata de Aristófanes al magistra-
En ellas, el cinismo propenderá a ver sólo figuras superfinas do— seguiríais en la política el ejemplo que os damos [las
y superficiales, fruto de la rutina, de la vanidad o de la estu- mujeres] al tejer la lana»). La afinidad esencial entre el
pidez de los hombres (51). «operador manual» y el «operador lingüístico» (la «caja de
herramientas» de Wittgenstein) está ampliamente recogida
3. Es el Sócrates platónico quien se nos presenta como en el Cratilo (338 b - 390 d). el que hace los nombres es
descubridor de la racionaUdad del mundo moral, es decir, también un demiurgo, un artesano, si bien el más raro de to-
del mundo de las costumbres, entre las cuales, desde luego, dos (Craí/to, 389 a).
se encuentran las ceremonias. Y ello sin perjuicio de que la
• vocación socrática se haya interpretado muchas veces desde La problemática de la unidad entre las operaciones tec-
la perspectiva de una moralidad subjetiva, individual, si es nológicas (radiales) y las operaciones políticas (circulares y
que esto tiene siquiera sentido. Sin embargo, los Diálogos angulares), que está en el fondo de la unidad del concepto
de Platón están atravesados por la visión de los hombres de ceremonia, se mantiene en Aristóteles, desde su pers-
como organizadores de su vida, una vida temporal que tiene pectiva «biológica», interesada por los movimientos de los
mucho de azar y de irracionalidad, pero que las Leyes pro- organismos. Y acaso, puesto que la vida imita el movimien-
curarán racionalizar a imitación de la racionahdad cíclica de to circular de los astros, puede rastrearse una aproximación
los astros (52). Unas reglas racionales que en el fondo están al perfil conceptual de la estructura que designamos como
impuestas por las cosas mismas, unas reglas de la KQá^íc, ceremonia, al hilo de la idea aristotélica de la actividad
que en el fondo están impuestas por las cosas mismas y cuyo práctica humana, del píog iJtQaxtiJiog, en cuanto es una ac-
dominio alcanzará también, sin duda, a las ceremonias. En tividad que no es propiamente natural, sino resultado de la
Las Leyes se regulan de hecho no menos de 300 ceremonias teleología del Ñus, coma actividad creadora «artificial»,
por año (53). Podría afirmarse que una gran parte de la pro- que tiene que ver con el Jtoteiv, al mismo tiempo que no
blemática antropológica más profunda de Platón gira en está desconectada de los procesos naturales, de quienes el
torno a la dificultad de conciliar la concepción trascenden- propio arte es imitación, n,L|XEaig. E imita, no tanto a los
tal de la racionaUdad (común a todos los hombres y a todas contenidos cuanto a la misma forma del crear y producir,
sus actividades prácticas) con la evidencia de que la raciona- pues el arte es una acción productiva según fines, de acuer-
hdad procede categorialmente, por especialidades, cuyos do con el concepto global de praxis expuesto en la Etica a
prototipos son las técnicas profesionales (la tecnología o Nicómaco (L 1, 2). Pero enseguida Aristóteles desvirtúa
arte del flautista, la del médico, la del escultor o la del teje- esta figura global de las acciones u operaciones que se desa-
rrollan secuencialmente según un fin, no sólo porque se in-
teresa antes por el resultado que por el propio proceso, sino
(50) Véase también la voz «sermo» en A. Ernout y A. Meillet, Diction- también por la dicotomía tajante entre las virtudes éticas
naire étymologique de la langue latine.
(de donde brotan las costumbre) y las virtudes dianoéticas
(51) Los epicúreos siguieron muchas veces esta misma inspiración. (que cubren tanto a las ciencias como a las artes). Esta dico-
«Toma tu barco, hombre feliz —dice Epicuro al joven Pitocles— y huye a tomía, tal como es utilizada, y otras similares (jToiíjoig /
vela desplegada de toda forma de cultura». «Cultura» aquí significa mu- jtQa^tg, es decir, producción transeúnte y acción inmanen-
chas cosas, pero no excluye, desde luego, a las ceremonias.
te) y, sobre todo, la oposición entre el Piog jtQaxtixog y el
(52) Platón, Las Leyes, 828 b.
(53) Véase Vidal-Naquet, Ob. cit., «Tiempo de dioses y tiempo de hom- (54) I. Bader, Démiourgos: les compases du type de Démiourgos. París,
bres», p. 82. 1965, pp. 133-141.

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|3io5 '&8toQ'nTLxo5 desdibuja de hecho la unidad del concepto lógico); c) el orden que la razón introduce en los actos de
originario, dejándolo sin efecto y, a lo sumo, proyectándolo voluntad (diríamos: el orden del agere); d) el orden que la
en el terreno.de la subjetividad individual. Porque la repeti- razón introduce en las cosas externas, sicut domus et arca (el
ción, ligada tanto a los procedimientos tecnológicos como a orden de las artes mecánicas, e\ faceré). Los órdenes b), c) y
los prudenciales, está pensada por Aristóteles antes en el d), y en especial el c) y el d), corresponden a la praxis como
terreno de la teoría de las virtudes individuales (virtudes actividad operatoria temporal: allí se encuentran las cere-
morales y virtudes tecnológicas) que en el ámbito de los monias. Pero la distribución de su materia, nada menos que
procesos de la vida pública y objetiva, a la que pertenecen, en dos o tres géneros de órdenes diferentes, compromete la
desde luego, las ceremonias. unidad gnoseológica del concepto de ceremonia, en tanto
este concepto pertenece por igual a los tres órdenes prácti-
4. Sin duda, puede afirmarse que la doctrina estoica cos (58). '
de las xaSTjxovxa (concepto traducido al latín por officid)
puede también considerarse como una aproximación muy 6. Sería preciso incluir alguna referencia de los escri-
cercana a la teoría antropológica de las ceremonias. Porque tores de Indias (Fernández de Oviedo, José Acosta), y tam-
el xaGTixov no es meramente un deber, en el sentido subje- bién la doctrina de las costumbres de Francisco Suárez. En
tivo, sino un deber en cuanto comporta el cumplimiento de su Tratado sobre las leyes, Suárez sistematiza, desde una
una serie de acciones regulares, sin duda preestablecidas, perspectiva filosófico-jurídica (59) los conceptos de uso y
que no están fuera de la vida, sino en ella y tienen una natu- costumbre, en cuanto imphcan repetición de actos. La cos-
raleza racional, im logos. La naturaleza física no tiene que tumbre no se da en cada acto particular, sino en su frecuen-
ver con el kathekon (salvo la común pertenencia al logos cia, dice salvando a San Isidoro y citando a Santo Tomás
cósmico): xaSfixovta [X£v ovv eivaí oca Xoyog aiQei jtoiEiv (60). Además, las costumbres que parecen ser sólo un he-
(son deberes aquellos que el logos escoge para hacerlos cho (diríamos, un «ser») son en rigor también un derecho
(55). Sin duda, los estoicos no pensaban explícitamente en (un «deber ser» originario, por cuanto proceden de actos h-
las ceremonias, aunque tampoco en modo alguno las ex- bres de una facultad moral. Su carácter normativo ha de te-
cluían: nos parece que acierta Anthony A. Long cuando ner una expresión en el tiempo y Suárez, teniendo a la vista
traduce officium por «función», en el contexto de las tareas el derecho romano, estima en diez años la duración necesa-
o deberes de un oficial o funcionario público —^un cónsul, ria para que una costumbre quede robustecida y constituida
un comandante legionario—(56). propiamente {Ibid, VIII, 9). Por lo demás es evidente que
entre las costumbres hay que considerar incluidas a las cere-
5. Hay razones fundadas que exphcan por qué el pe- monias, al menos las ceremonias políticas y sociales (no ya
ríodo escolástico no ha podido dibujar un concepto genéri- las tecnológicas), porque si bien no versan sobre las cosas o
co adecuado de ceremonia, aunque haya adelantado nota- las personas separadas o juntas, si versan sobre los hechos
blemente en el análisis de algunas especies del género, a sa- de los hombres, circafacta hominum (61).
ber, las ceremonias religiosas, en cuanto subordinadas al Muy importante en esta historia es el período de la
orden sobrenatural. Un orden que ulteriormente, al secula- Ilustración, por ejemplo la distinción entre costumbres y
rizarse el «Reino de la Gracia» podría interpretarse como el modales de los pueblos (de todos los pueblos) que propone
orden cultural (el orden cultual), del mismo modo que el Montesquieu: «entre las costumbres y los modales hay esta
Reino de la Gracia se transforma en el reino de la cultura. diferencia, que aquéllos tocan más a la conducta interior y
Las ceremonias religiosas transferirán su carácter sacra- éstos a la exterior» (62). El criterio de Montesquieu es muy
mental a las ceremonias políticas y tecnológicas (57). Pero, borroso en lo que se refiere a las costumbres. Montesquieu
en todo caso, la escisión entre los dos reinos tenía que impe-. parece querer contraponer la «auténtica virtud» al formalis-
dir la cristalización de un concepto global de ceremonia, mo [ceremonial] de los chinos, la confusión de religión, le-
porque las ceremonias quedaban más bien del lado del or- yes, costumbres y modales en los ritos «de los que era me-
den sobrenatural. Junto con la escisión que la estructura nester pasar toda la mocedad en aprenderlos y toda la vida
global del concepto de ceremonia debía experimentar al en practicarlos» (loe. cit., XVII), porque seguramente no
desmembrarse siguiendo la separación ejQtre^el Reino de la es la oposición interno/externo sino (dentro de lo externo)
Gracia y el Reino de la Naturaleza, sa'bsistíá la escisión aris- estructura (pauta)/proceso (secuencias operatorias) lo que
totéüca, la escisión que se fomulará conio oposición de age- importa. Pero lo cierto es que esos modales de los pueblos
•re y áe\ faceré (de hecho, los dones d$l Espíritu Santo no son ya están mucho más cerca de las ceremonias aunque no se
virtudes tecnológicas, «prometeicas», se asemejan más bien superponen a ellas. Afectan sobre todo al campo del agere
a la virtudes «hemiéticas» del Protágoras platónico). En los (como en los escolásticos) y, además, son consideradas con
comentarios de Santo Tomás a la Etica de Aristóteles cons- un cierto coeficiente de subestimación, incompatible con su
ta la famosa distinción de los órdenes con los cuales tienen significado antropológico.
que ver los procesos racionales: a) el orden que la razón no
hace sino sólo considera (el orden de las cosas naturales); b)
el orden que la razón introduce en su propio acto (el orden
(58) Santo Tomás, Indecem libros ethicorumAristotelis... Expositio. Li-
bro I, lectio 1."
(55) Eleuterio Elorduy, S. J., El estoicismo. Madrid, Gredos, 1972.
Tomo II, p. 109. (59) Francisco Suárez, Ob. cit. Libro VII: «De lege non scripta, quae
consuetudo apellatur».
(56) Anthony A. Long, La filosofía helenística. Trad. esp. en Alianza
Universidad, Madrid, 1984. Cap. IV (El estoicismo), p. 185. (60) F. Suárez, Ob. cit., Cap. III, II, «Primera división de la costumbre».

(57) Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Trad. (61) Véase nota 60.
esp. en Península, 5.^ ed., Barcelona, 1979.1. 3, «Concepción luterana de
la profesión». (62) Montesquieu, El espíritti de las leyes, Libro XIX, cap. XVI.

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7. Es en el «lado activo» del idealismo alemán, en el 8. Hay que llegar a filosofía materiahsta de la praxis,
voluntarismo de las acciones, en tanto recoge la tradición que desarrolló «el lado activo» del idealismo alemán, para
constructivista ligada al creacionismo (la concepción del ve- poder esperar encontrar el marco antropológico más pro-
rumfactum, en cuanto implica la unidad del homo sapiens y porcionado al concepto de ceremonia. Nos referimos prin-
del homo faber), en donde se configura un horizonte muy cipalmente, y para atenemos sólo a Marx, a esa unidad que
adecuado para acoger, en su círculo, un concepto antropo- en la actividad ha de reconocerse a la teoría y a la práctica,
lógico como el de ceremonia, una estructura temporal pro- al trabajo intelectual y al trabajo físico, por tanto, pues así
ducto de la «facultad de desear» del hombre, por medio de puede interpretarse sin duda, las secuencias de lo agible y
la cual se deñne precisamente la vida humana, como facul- las de lo factible. La primera premisa de la historia humana
tad «de ese mismo ser, de ser, por medio de sus representa- es la existencia de los individuos humanos vivientes, aun-
ciones, causa de la realidad de los objetos de esas represen- que socialmente entretejidos en la producción: «el primer
taciones». Es Kant también quien ha concebido el término acto histórico de estos individuos mediante el cual se distin-
dual de la Naturaleza precisamente como un conjunto de guen de los animales, no es que piensan, sino que comien-
«costumbres» (Metafísica de la Naturaleza/Metafísica de zan a producir sus medios de vida» (64). Es a la actividad
las Costumbres). Y las costumbres contienen ya directa- práctica humana en general (y no a la que viene especifica-
mente a las ceremonias, al menos a las ceremonias propias da como tecnológica o política) a la que corresponde opo-
del agere, precisamente bajo la razón de prácticas raciona- nerse a los procesos naturales, que Marx ha formulado en
les repetidas entre los hombres, entre los hombres de un los Manuscritos del 44 y ha reiterado en El Capital, en un
mismo pueblo, época o círculo cultural. Estas son las mores texto que ya hemos citado: «hay algo en lo que el peor
de cada pueblo {mores maiorum de los juristas romanos, las
Sitten germánicas), las conductas generales (no individua- (63) La Sittlichkeit aparece definida en la Filosofía del Derecho (&. 15,1)
les) que, precisamente por su nota de generalidad, entrarán como la conducta general [por tanto, repetida] de los individuos, como
en el concepto hegeliano de la Sittlichkeit (63). Las ceremo- costumbre. En sus escritos de 1802-1803 (Über die wissenschaflichen
Behandlengsarten des Naturreckt..., vol. IV de los Jenár kritischen Schrif-
nias forman parte importante de la Sittlichkeit (moralidad ten, por H. Buchner y Otto Poeggehr, Hamburg, 1968, p. 467) se dice tam-
objetiva, «civilidad», «eticidad», «costumbreidad»). Sin bién expresamente: ein Aügemeine oder Sitten zu sein.
embargo, la Sittlichkeit no se resuelve toda ella en ceremo-
nias, ni contiene tampoco propiamente a las ceremonias (64) C. Marx, La ideología alemana. Trad. esp. en Grijalbo, Barcelona,
tecnológicas. 1970, p. 676.

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maestro de obras aventaja a la mejor abeja y es el hecho de ciedad o cultura concretas. No es la figura del hombre que
que antes de ejecutar la construcción la proyecta en su cere- interesa a la antropología.
bro». Aun cuando la fórmula de Marx queda incursa en la
acusación de mentalismo, sirve para demostrar que Marx 10. Más interés encierran para nuestra historia algu-
está tratando de una praxis humana, considerada en toda su nas ideas tocadas por la llamada «filosofía de la existencia»
generalidad, como actividad secuencial y reglada («proyec- (desde Kierkegard a Unamuno o Heidegger) o por la «filo-
tada en el cerebro de los hombres») y concebida principal- sofía de la vida (humana)» (desde Dilthey hasta el Bergson
mente desde la perspectiva de la producción, que es un con- de Las dos fuentes... u Ortega). La existencia o la vida hu-
cepto eminentemente tecnológico pero que incluye interna- mana es considerada desde la perspectiva cotidiana («el
mente los componentes sociales, jurídicos y políticos («re- hombre de carne y hueso», la «intrahistoria») y, en tanto
laciones de producción») y que, en todo caso, implica la re- que es un hacer, un faciendum, o praxis, un drama que se
petición de actos, digamos de ceremonias, puesto que el desarrolla como realidad concreta. La idea de praxis será
hombre no sólo tiene que producir para comer, «sino que concebida por Heidegger desde la perspectiva de su con-
tiene que comer todos los días». cepto de preocupación o cuidado (Besorgen) y, por ello,
abarca tanto las acciones teóricas como las tecnológicas, e
A pesar de todo lo cual tampoco sería legítimo concluir incluye a su propio conocimiento (Erkenntnis) (67). Pero
que podamos encontrar en Marx propiamente dibujados todas las acciones humanas están dadas en un tiempo efecti-
los contornos de un concepto antropológico de ceremonia. vo, en un ahora (Jetz) flanqueado por un antes (damals) y
La razón por la cual esto no sucede acaso pueda ser la dico- un después (dann): esto nos recuerda la propiedad de las ce-
tomía, característica de la antropología marxista, entre la remonias de tener límites temporales definidos. Además,
base y la superestructura de la producción. Si tenemos en las acciones se repiten (como las ceremonias), si bien la re-
cuenta que las ceremonias, por antonomasia tradicional petición {Wiederholung, idea procedente de Kierkegard)
(las ceremonias religiosas, militares, etc.) se alinean, desde es vista como un modo del Dasein por el cual éste realiza de
luego, en la superestructura, cabría decir que la dicotomía nuevo un acto original como réplica (Erwiederung) de otro
base/superestructura juega una función similar, en el mate- anterior. En resumen, Heidegger no está pensando particu-
rialismo histórico, a la que jugó la dicotomía Naturaleza/ larmente en ceremonias pautadas, sino más bien en accio-
Gracia en el cristianismo: una función de bloqueo del pro- nes no ceremoniales en las cuales un ser humano toma
ceso de formulación de un concepto que estaba siendo aca- ejemplo de otro, una situación que pudiera, es verdad, ser
so «ejercitado» en muchas situaciones. considerada por algunos como fuente de las ceremonias, en
una perspectiva heideggeriana. Pero, en cualquier caso,
9. En la llamada «filosofía de la acción» anglosajona también las ceremonias formarían parte seguramente de
podríamos esperar encontrar desarrollada una teoría de las esa vida cotidiana inauténtica, propia de la vida «caída»
ceremonias. Sorprendentemente no es así, en modo algu- (das Verfallen) en la cual «las posibihdades que se me ofre-
no. Se hace apelación, por ejemplo, a las normas como «au- cen no son verdaderamente mías porque cada uno sabe en
tocontrol de la conducta», en el sentido de Peirce; se consi- todo evento lo que va a suceder y lo que conviene que se
deran las referencias a distinciones entre movimientos cor- haga» (68). Esta misma idea ha sido recogido por Ortega al
porales «tal como el reflejo de la rodilla» y las actividades elaborar su concepto de uso, pero transformada según una
de la persona o conducta de John Passmore, pero no hay dialéctica opuesta: «al automatizar [los usos] una gran parte
una consideración de las ceremonias como unidades o seg- de la persona y darle resuelto el programa de casi todo lo
mentos de la conducta. Acaso esto sea debido a la perspec- que tiene que hacer, permite a aquella que concentre su
tiva subjetiva de la que se parte al «constatar» la presencia vida personal, creadora y verdaderamente humana, en cier-
de un depósito de significados que envuelven a la acción. tas direcciones, lo que de otro modo sería al individuo im-
Desde esta masa, considerada caótica, de hecho, descubrir posible» (69). El concepto orteguiano de uso, como figura
con Carnap que «la costumbre de saludar levantando un característica de la vida humana social, parece querer re-
sombrero» [una ceremonia] se presenta en una sociedad si gresar atin más atrás del lugar ocupado por el concepto de
entre los miembros de ella aparece una disposición psicoló- costumbre, o de uso tal como lo hemos visto en Suárez y que
gica...» debe parecer un asombroso descubrimiento (65). podríamos también encontrar en Las Partidas (Ley 1.^, Tí-
El voluminoso tomo de John Hospers sobre La conducta tulo II, Partida 1.^: el uso «nace de aquellas cosas que home
humana (66) no menciona (lo que produce también sorpre- dice e face e que sigue continuadamente por gran tiempo»;
sa) ni una sola vez la palabra ceremonia o cualquier otra de además «de uso nace tiempo e de tiempo costumbre»). Y,
su constelación semántica. Esta «filosofía de la acción» se por supuesto, los usos contienen a las ceremonias, por
mantiene en una perspectiva tal en la que la acción parece ejemplo a las ceremonias del saludo (70). Sin embargo, los
propiedad de ese sujeto psicológico que corresponde a la fi- límites del concepto orteguiano de uso (sin perjuicio de su
gura del hombre abstracto, propio de la ideología liberal-
democrática, de un hombre que, queriendo ser universal, (67) Sobre Heidegger, especialmente en sus escritos tardíos, M. Bercia-
parece haber perdido el contactó con cualquier tipo de so- no. Técnica moderna y formas de pensamiento. Su relación en Martin Hei-
degger. Salamanca, 1982, p. 100.
(68) De Wahlens, La filosofía de Martin er, Trad. del P. J. Ce-
(65) Vid. el libro de Richard J. Berstein, Praxis y acción, versión de Ga- nal. CSICpp. 118-239.
briel Bello, Madrid, Alianza, 1979, pp. 198,240 y 248.
(69) José Ortega y Gasset, El hombre y la gente, en Obras Ctas., Revista
(66) John Hosper, Human conduct, 1961. Hay trad. esp. de Julio Cerón, de Occidente, Tomo VII, p. 78.
Madrid, Tecnos 1974. Véase también sobrefilosofíade la acción Paul Ri-
coeur, Comentes de la investigación en las ciencias sociales. UNESCO, (70) En el capítulo X de El hombre y la gente, es a propósito de la «medi-
Madrid, 1982. Sección V, «El hombre y la acción» y Francisco Campos, La tación del saludo» como se formula la pregunta: «¿qué es un uso?» Ob. cit.
causación en la acción. El Basilisco, n.° 5, con abundante bibliografía. p. 212.

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gran importancia para el análisis antropológico de las cere- trucción ceremonial de una "waga" [canoa]». La construc-
monias) no son los mismos que los del concepto de ceremo- ción de una canoa incluye una secuencia precisa de opera-
nia. En primer lugar, porque caen fuera de ellos las «cere- ciones tecnológicas; y estas operaciones están intercaladas
monias técnicas» y, en segundo lugar, y sobre todo, porque por otras operaciones mágicas, conjuros, rituales, etc. Ma-
dentro de los usos se incluyen cosas que no son ceremonias, linowsky dice: «la construcción de la canoa es, para el nati-
como modas, instituciones, pautas, o incluso características vo, el primer eslabón de la cadena de los actos Kula. Desde
estructurales de una sociedad (el tatuaje es un uso, no una el momento en que el árbol es abatido hasta el regreso de la
ceremonia; es un uso de los txukahamai el deformarse el la- expedición ultramarina, el flujo de acontecimientos que se
bio inferior con un disco y este uso es una «seña de identi- suceden con regularidad es continuo y único. No sólo eso;
dad cultural» que acaso debieran defender ardientemente si como veremos, los aspectos técnicos de la construcción se
quieren ser fíeles a su cultura, pero no es una ceremonia), o ven interrumpidos e intercalados por ritos mágicos» (72).
bien «usos negativos» que, por su propio concepto, en Según esto, parece que Malinowsky distingue unos rituales
modo alguno pueden llamarse ceremonias (71). mágicos (que serían ceremoniales) y unos aspectos técnicos
(que, por tanto, no serían rituales sino secuencias tecnológi-
11. Entre los sociólogos, etnólogos y antropólogos cas) . Pero lo que el concepto de ceremonia que hemos dibu-
culturales tampoco (paradójicamente) aparece formulado jado pide es: 1) que desde luego se consideren ceremonias
el concepto general de ceremonia, pese a que inevitable- los rituales mágicos puros, si los hay; 2) que también se con-
mente analizan, comparan y clasifican parcialmente con- sideren ceremonias las secuencias tecnológicas puras, si las
ductas ceremoniales. El motivo de que esta paradoja tenga hay; 3) que se consideren ceremonias las secuencias ordina-
lugar es, en nuestra opinión, el siguiente: que todos ellos se rias, en las que se intercalan aspectos técnicos y aspectos
interesan más por las pautas o estructuras sociales o antro- mágicos.
pológicas que por los decursos o actividades operacionales
y que, cuando estas son consideradas en un primer plano, se 12. El formato conceptual más próximo al concepto
produce una disociación (rompiéndose la unidad del con- de ceremonia que estamos dibujando lo encontramos, des-
cepto) por la cual un conjunto de ellas pasa a formar parte de luego, en la metodología conductista, particularmente
de las actividades de la producción material (no ceremonia- en sus desarrollos etológicos. Me refiero, particularmente,
les) y otro de los rituales religiosos protocolares o sociales a conceptos tales como el de «conducta supersticiosa» de
(no productivos). Una ilustración muy clara de esta situa- Skinner y, sobre todo, al concepto generalizado (por Julián
ción nos la depara Malinowsky cuando en el capítulo V de Huxley) de ritual, originario de la esfera antropológico-reli-
Los Argonautas del Pacífico se dispone a describir la «cons- giosa (73). No es nada extraño, por ello, que el concepto
etológico de ritual se ajuste por su «formato conceptual» al
concepto antropológico de ceremonia, puesto que aquél
procede de la extensión de un cierto tipo de ceremonias a
otros terrenos. Y es precisamente esta extensión la que ha
contribuido, sin duda, a suprimir (mediante la incorpora-
ción del punto de vista biológico-genético) la connotación
de «superestructura» —si no gratuita, sí inoperante o, en
todo caso, menos operante que las acciones vitales «bási-
cas» o «estructurales»— que era propia de los rituales. Por-
que ahora los rituales resultan ser mecanismos biológicos
primarios en los procesos de producción y reproducción de
la vida orgánica. Y es precisamente esta amplitud zoológica
del concepto generalizado de ritual, a la vez que el horizon-
te capaz de envolver a los materiales antropológicos, que
consisten en ser ceremonias, su mayor amenaza, por lo que
encierra de virtud reduccionista. Porque las ceremonias no
son rituales, sino instituciones humanas o culturales. Por
así decir, será necesario neutralizar la luz biológico-zooló-
gica que irradia del concepto etológico de ritual con la luz
antropológica ligada a las categorías hegeliano-existencia-
les de «costumbre» o «uso», para alcanzar la escala propia
que conviene al concepto antropológico de ceremonia.
Mutatis mutandis diríamos otro tanto del concepto de
behaviorema propuesto por Kenneth N. Pike (74), porque

(72) Malinowski, Ob. cit., p. 135. 'L&a.ch {Replanteamiento de la Antropo-


logía, Seix-Barrall, 1972), esotro ejemplo: aún percibiendo la función cro-
noreguladora y cronomarcadora de las ceremonias se mantiene recluido
en los límites de lo que él llama «rituales».
(73) J. Huxley, «A discussion on ritualization of behaviour in animáis
and Man», en Philosophical Transactions of the Royal Society of London.
(71) Véase, por ejemplo, en Julián Marías, La estructura social, Madrid, Todo esto es Apud Iraeneus Eibl-Eibelsfelt, «Ritual and ritualization from
Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1955: «... esto ocurrió con las pri- a biological perspective» en Human ethology, en M. von Cranach (editor),
meras mujeres que quisieron estudiar en las Universidades; no estaba Cambridge Uni. Press, 1979, p. 79.
prohibido, porque no estaba previsto; pero ahí estaba latente el uso nega-
tivo de que las mujeres no iban a la Universidad». (74) K. L. Pike, ob. cit., p. 121.

EL BASILISCO 35
EL BASILISCO, número 16, septiembre 1983-agosto 1984, www.fgbueno.es

embargo la vida humana no puede definirse como una vida


ceremoniosa, aunque puede definirse con exactitud al hom-
bre como «animal ceremonioso»: al menos, esta definición
es más positiva que la que popularizó Desmond Morris, del
\'V
hombre como «mono desnudo», que es puramente literaria
(75). Sin embargo ello no significa que se trate de una pro-
piedad exclusiva, una propiedad en la primera acepción de
Porfirio. Tal es el punto de apoyo, sin duda, de las concep-
ciones del hombre proclives a subestimar el significado an-
tropológico de las ceremonias, y que hemos encabezado
con el cinismo.

Ahora bien, ¿sería concebible la vida humana sin cere-


monias? Una vida individual y social que brotase como im-
provisación permanente de secuencias de actos u operacio-
nes creadoras, una vida «Ubre» en la que toda repetición
mecánica (por tanto, ceremonial) quedase eHminada, ¿no
sería la imagen misma del caos tumultuoso, del desorden
turbulento formado por trayectorias erráticas, imagen mis-
ma de lo irracional? Kant sugirió la posibilidad de que un
mundo en el que no hubiese ningún suceso repetido (por
si bien en este concepto se delimita mejor su alcance cultu- tanto, concluyendo en Bárbara, un mundo en el que no hu-
ral y se utiliza en los ejemplos la «escala de las ceremonias» biese ceremonias) podría, sin embargo, ser un mundo orde-
(partidos de fútbol, desayunos, servicios religiosos, etc.), nado según la férrea concatenación causal y no faltan soció-
en cambio se le suprime (dada la perspectiva émica de Pike logos que consideran aceptable la hipótesis kantiana (76).
y la desconsideración del momento constitutivo), por sus A nosotros, la hipótesis nos parece absurda, no sólo cuando
pretensiones meramente descriptivas, el significado opera- se aplica a la materia del mundo en general, sino también al
torio-productivo y, por ello, de hecho, se excluyen de su material antropológico en particular. Lo menos que podía
foco las ceremonias tecnológicas. En todo caso, hay muchas decirse es que ese material sería otro distinto al real, un ma-
formas de conducta que, siendo behavioremas, no son cere- terial sustancialmente diferente al material positivo. Esta
monias. En realidad, puesto que los behavioremas son en- afirmación se funda, sobre todo, en las relaciones entre la
tendidos como resultado de segmentaciones de un todo cul- esfera de la normatividad (que indudablemente es caracte-
tural más que como procesos relativamente autónomos, ha- rísticamente humana) y la esfera constituida por las cere-
brá que decir que toda secuencia conductual es un behavio- monias. Las ceremonias, según hemos tratado de demos-
rema (pero en ningún caso puede decirse que todo proceso trar, imphcan normas. Pero, ¿acaso no es preciso también
conductual sea una ceremonia). afirmar la recíproca? ¿Acaso es posible hablar de una nor-
ma (moral, política, tecnológica, estética, religiosa) que no
13. Concluiríamos, como reflexión global sobre estas esté asociada, directa o indirectamente, a una ceremonia?
notas históricas que preceden, diciendo que el concepto de En este supuesto sería preciso reconocer la posibilidad de
ceremonia que proponemos está destinado principalmente deberes (éticos, morales) no normativos, ni, por tanto, le-
a hacer posible que un concepto, de formato similar al del gales, si al mismo tiempo no se quiere reducir la vida moral
ritual etológico, pueda ser utilizado en Antropología sin re- y ética a la vida ceremonial.
duccionismo. Porque si no disponemos del concepto de ce-
remonia —o de otro muy similar—, ¿cómo llamaríamos a El punto de vista antropológico, cuando contempla las
todas estas secuencias de la actividad humana que intenta- ceremonias concretas dadas en los diferentes círculos cultu-
mos globalizar con el concepto de ceremonia?, ¿no caería- rales, ¿está obHgado a atenerse a los hechos (aunque los he-
mos constantemente en la tentación de llamarlas rituales? chos ceremoniales sean «hechos normativos», en el sentido
de Durkheim), a constatar las ceremonias empíricas, anali-
Epflogo: cuestiones abiertas zarlas, clasificarlas, o bien puede, y aun está obligado a for-
mular juicios de valor (moral, económico, estético, lógico)
sobre los hechos ceremoniales registrados? La pregunta
La vida del hombre puede definirse, con una notable viene a cuento teniendo en cuenta la inevitable toma de po-
aproximación, como una corriente compleja que, en gran- sición que, dada su repetibilidad, todo el mundo ha de
des porciones, va fluyendo según líneas o rutas ceremonia- adoptar ante la mayor parte de las ceremonias. Unas veces,
les. Tendrá sentido tratar de computar el número promedio según criterios de valoración moral (ceremonias de caniba-
de ceremonias (de las distintas especies) en las que consiste lismo, ordalías de veneno, mutilaciones ceremoniales),
una vida humana individual de determinada época, cultura otras veces según criterios estéticos (danzas toscas, movi-
y clase social. Si dispusiéramos de criterios de recuento fia- mientos torpes), otras veces según criterios lógico-episte-
bles, las relaciones numéricas entre los resultados podrían
sugerir criterios de diferenciación global entre diferentes (75) Queremos decir que sería más exacta la definición del hombre como
culturas, épocas o clases sociales. En la sociedad industrial, «mono vestido», porque sólo se puede llamar desnudo al primate sin vello
la planificación, no ya sólo de las ceremonias, sino de su cuando al vello lo comparamos con un vestido y esto es una metáfora ana-
crónica: el vello cubre a los primates muchos millones de años antes de in-
concatenación (montaje en cadena, edificación en barria- ventarse la indumentaria.
das,.. .) es mucho más amplia que la planificación de conca-
tenaciones de ceremonias en las sociedades agrícolas. Sin (76) Gabriel Tarde, ob. cit., p. 5.

36 EL BASILISCO
EL BASILISCO, número 16, septiembre 1983-agosto 1984, www.fgbueno.es

mológicós (ceremonias estúpidas o falsas, o inútiles incluso remonia es, pues, su realidad esencial, que puede estar más
en términos funcionalistas, cuando se toma un radio social allá de su figura ética y émica, a saber, en función de la recu-
suficientemente amplio). En realidad estamos redundan- rrencia global del sistema. «En el caso de la Semana Santa
do, aplicándola a nuestro caso, en donde adquiere una es- [andaluza] podríamos decir que el conjunto simbóhco cons-
pecial intensidad, la cuestión general sobre la «libertad de tituido alrededor del mito de Jesús de Nazareth, en su pa-
valoración» en las ciencias humanas (77). Y es evidente que sión, su muerte y su resurrección, canaliza la muerte y la
la defensa del punto de vista estrictamente neutral, que se violencia del grupo, encontrando de esta manera, aun enga-
limita a constatar y analizar las ceremonias en lo que tienen ñándose a sí mismos, una solución a estas realidades del
de realidades culturales, sometiéndose a la disciplina de la mundo irracional que la razón es incapaz de captar, expre-
epokhé de todo juicio valorativo, está profundamente liga- sar y gestionar» —dice un atropólogo estudioso de la Sema-
da al método mismo de la Antropología cultural científica, na Santa andaluza— (80). Sin duda, estos análisis —supo-
positiva. Todo lo que signifique aflojar esta disciplina, equi- niendo que la apelación al elemento irracional tenga tan
valdrá a introducir perspectivas exógenas o trascendentes a solo un alcance relativo a la cultura estudiada, porque, refi-
la estricta inmanencia de las culturas efectivas estudiadas riéndonos al caso, sería la razón de los andaluces la que no
por los antropólogos y de las cuales son parte importante las puede captar su realidad (y, por ello, tiene que engañarse a
ceremonias. sí misma), pero no la razón del antropólogo en general—
explican la reaUdad antropológica de las ceremonias y acaso
Sin embargo, creemos que la cuestión de la valoración contienen una cierta intención de justificación de las mis-
(de las ceremonias) también puede surgir en la inmanencia mas. Pero en el momento en que el antropólogo justifica,
misma del material antropológico. Nuestra argumentación aunque sea funcionalmente, dentro del sistema, ya está va-
al efecto es dialéctica. No tratamos de oponer los hechos o lorando, y valorando (precisamente porque no se opone
realidades ceremoniales (inmanentes a las culturas respec- enérgicamente) con un signo conservador (del sistema cul-
tivas) a tablas axiológicas trascendentes, escritas en el cielo. tural). Una tendencia conservadora que acaso puede vincu-
Nos atenemos a la estricta consideración inmanente de la larse a la Antropología cultural positiva en tanto está cons-
realidad de las ceremonias concretas, y de sus contextos, en tituida para analizar los sistemas culturales tales como son,
los cuales, de un modo u otro, el antropólogo está siempre dejándolos intactos, descansando en su propia identidad re-
necesariamente implicado. Y es entonces cuando parece currente. Acaso se trata de un deseo ligado estructuralmen-
nacesario suscitar la cuestión misma de la naturaleza de la te al mismo punto de vista positivo —el antropólogo funcio-
realidad de una ceremonia. ¿Cuál es el lugar de esa reali- nalista no quiere cambiar la realidad ni destruirla, sino con-
dad? Desde luego esa realidad, según el concepto, incluye servarla, como tampoco el arqueólogo puede querer des-
su recurrencia, dentro de un horizonte cultural dado y, con- truir sus reliquias, que constituyen su campo de estudio. A
cretamente, la recurrencia de los movimientos físicos que el esta tendencia estructural gnoseológica se asocia hoy, en la
hacer humano comporta. Desde el momento en que una ce- coyuntura de la España de las autonomías, la tendencia a
remonia es recurrente, la realidad de una ceremonia pare- utilizar la Antropología como instrumento de justificación
cerá asegurada antropológicamente: será indiferente que se de las mismas sobre la base de la demostración de las «iden-
trate de una ceremonia de brujería o de una ceremonia de tidades culturales» (de las etnias, si no ya de las razas) co-
producción (aunque, desde el punto de vista de la «antropo- rrespondientes. En la España de las autonomías acaso pue-
logía ecológica», se tenderá a interpretar toda ceremonia da decirse que los antropólogos culturales están llamados a
recurrente de brujería en términos de una ceremonia de sustituir lo que los psicólogos podían haber representado en
producción, o de control de la producción (78). Ahora bien, la España centralista. Ahora bien, la explicación no puede
hay que advertir que en el momento mismo en que conside- jamás pasar, cuando nos referimos a las ceremonias, por
ramos la recurrencia de una ceremonia en el conjunto del una justificación. Las ceremonias ligadas a la institución del
sistema, estamos desbordando no sólo sus componentes éti- circo romano pueden ser estudiadas antropológicamente en
cos, sino también los émicos. No podrá decirse que la reali- el horizonte de una sociedad esclavista, pero esa explica-
dad de una ceremonia sea una realidad interna, que muchas ción no las justifica fuera de esa sociedad, es decir, cuando
veces es inconsciente, o simplemente errónea; ni tampoco nos situamos dentro de los supuestos de otro sistema cultu-
cabrá resolverla en sus componentes éticos positivos, pues- ral o, simplemente, de otras ceremonias alternativas, pero
to que éstos carecen de organización fuera de sus planes también positivas. De este modo, comprendemos la posibi-
émicos (en cierto modo, sólo los planes o fines ceremoniales üdad de una crítica antropológica (de una valoración) Uga-
son reales cuando se realizan efectivamente: sólo las «cere- da a la dialéctica intercultural o interceremonial. Porque
monias victoriosas» son cognoscibles) (79) y fuera de la es- valorar a la Semana Santa andaluza como conjunto institu-
tructura global en la que se insertan. La reahdad de una ce- cional de ceremonias estúpidas, de mal gusto, «opio del
pueblo», no equivale necesariamente a introducir perspec-
tivas exógenas al punto de vista antropológico, sino senci-
(77) Max Weber, «El sentido de la libertad de valoración» en las ciencias llamente constatar que existen alternativas positivas, tam-
sociológicas y económicas» (1977). Hay trad. esp. en la antología Sobre la bién culturales, que se presentan en conflicto con aquellas
teoría de las ciencias sociales• Barcelona, Península, 1971. Véase también
Alvin W. Gouldner, «El antiminotauro: el mito de una sociología no valo- identidades. Porque las diferentes culturas no son esencias
rativa», en La sociología actual. Alianza Universidad, 1979. que realizan megáricamente su propia identidad, sino siste-
mas enfrentados en una unidad dialéctica (dentro de la que
(78) Ubaldo Martínez Veiga, Antropología ecológica. La Coruña, Ada-
ra 1978. Cap. VI. Véase también Maurice Godelier, Economía, fetichismo están envueltos los propios antropólogos) y que es también,
y religión en las sociedades primitivas. Trad. esp. en Siglo XXI, Madrid, desde luego, una realidad antropológica.
1974, sobre el festival Molimo de los mbuti.
(79) John Watkins, «Racionalidad imperfecta», sobre la tesis de CoUing-
wood, en Chomsky y otros, La explicación de las ciencias de la conducta, (80) Rafael Gómez Briones, «La Semana Santa andaluza», en Gazeta de
Madrid, Alianza Universidad, 1974, p. 80. Antropología, n.° 2, Granada, 1984, p. 9.

EL BASILISCO 37
ARTÍCULOS

LA TEORÍA D E L A ESFERA

Y EL DESCUBRIMIENTO

DE AMERICA

GUSTAVO BUENO

Oviedo

se corresponde principalmente, aunque no únicamente, con


Introducción. la «conquista»). Sería un error considerar estos dos aspec­
Planteamiento del Problema* tos o momentos del descubrimiento como si fueran estadios
o fases sucesivas de. un proceso que sólo fuera propiamente
descubrimiento por su momento conspectivo. Considerando
a proximidad de su Quinto Centenario ha el descubrimiento como un proceso, representable por una
reavivado las polémicas en torno al «des­ curva sinuosa e irregular, debemos entender el aspecto cons­
cubrimiento de América». En realidad, es­ pectivo y el aspecto resolutivo no tanto como dos fases
tas polémicas se mantienen alrededor de o segmentos sucesivos dados tras un corte vertical cuanto
dos principales centros o motivos que son, como dos estratos longitudinales —lo que no excluye que
desde luego, diferentes, aunque están es­ sea posible un vértice correspondiente al aspecto conspecti­
trechamente relacionados, porque ellos co­ vo. Y ello porque, efectivamente, aunque el aspecto resolu­
rresponden a dos aspectos o momentos distintos del Descu­ tivo se despliega en contenidos que ya no podrían llamarse
brimiento —en realidad de todo descubrimiento— que de­ descubrimientos, sin embargo también contiene otros episo­
nominaremos, para entendernos, el aspecto conspectivo y dios que forman parte, desde luego, del descubrimiento,
el aspecto resolutivo o dispositivo. Al aspecto conspectivo en tanto éste no puede hacerse consistir en un acto instan­
del descubrimiento pertenece todo aquello que tiene que táneo de conocimiento, en una especie de revelación súbita.
ver con el nuevo conocimiento de una realidad (nuevo se­ Cuando el explorador descubre una nueva senda en la sel­
gún la linea más o menos convencional por la que se hace va, valiéndose de su machete, las perspectivas que descubre
pasar la. novedad), sea porque conduce a su conocimiento, conspectivamente implican a su vez resoluciones o disposi­
sea porque se refiere al conocimiento mismo. Al aspecto ciones sobre el terreno recorrido. Más aún: como es impo­
resolutivo pertenece todo aquello que —una vez que el des­ sible prácticamente en una tierra poblada por hombres y
cubrimiento conspectivo ha dejado a la realidad «disponi­ animales ver sin ser visto, se comprende que para ver nue­
ble»— tenga que ver con el desenvolvimiento, ocupación, vos horizontes (aspecto conspectivo) es preciso tomar reso­
incluso destrucción de la realidad considerada como descu­ luciones, llevar a cabo acciones de naturaleza miUtar o po­
bierta, o con los resultados consecutivos al descubrimiento lítica, que pertenecen al aspecto resolutivo. El descubri­
conspectivo y que en gran medida han sido posibles gracias miento conspectivo no. tiene lugar pues fuera del campo
a esa conspección (en nuestro caso, el aspecto resolutivo descubierto, desde una quinta dimensión, sino que forma
parte del propio campo en su propio proceso resolutivo.
La distinción entre un aspecto conspectivo y un aspecto
* El presente'estudio no es una investigacióii de Historia positiva. resolutivo en los descubrimientos tiene que ver con la dis­
Es una exposición que pertenece al «género literario» de la Filosofía. tinción entre el momento de la percepción visual apotética
Desde luego se apoya en resultados de la Historia positiva, pero sobre y,el momento.de la aprehensión manual de la pieza. En
todo pide a su vez nuevas investigaciones positivas (que sólo los histo­ cualquier caso no es legítimo tomar el aspecto conspectivo
riadores profesionales pueden llevar a cabo) en las que eventualmente como im pimto cero {nihil volitum nisi praecognitum). Cuan-
encuentre realización su idea principal.

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Gustavo Bueno, «La Teoría de la esfera y el descubrimiento de América»· ISSN 0210-0088 · http://www.fgbueno.es/bas/bas201.htm
J^añtr
&efl&^n

Rudimentum Novitiorum, Lübek 1475

do se escuchó el grito de «¡Tierra, tierra!» —la primera mos diciendo lo mismo que decía Pascal (aún cuando él
señal que tuvieron los navegantes de un vértice en su mo­ lo aplicaba a sus descubrimientos místicos): «No te busca­
mento conspectivo— ya habían ocurrido muchas otras co­ ría si no te hubiera encontrado». Lo que buscamos, los
sas, días, meses, años y aún siglos anteriores. Ya en el motores de nuestros descubrimientos, son algo en lo que
animal de presa el ver supone el mirar y el mirar dice estamos, al menos de un modo material, oscuro y confuso,
una orientación de la cabeza y, por tanto, unos motores en todo o en parte.
de la misma, es decir, unos motores del descubrimiento
en su propio aspecto conspectivo y previos a él. Por lo Acaso sea interesante llamar la atención sobre el hecho
demás, es obvio que la determinación y análisis de esos curioso de que las polémicas reavivadas por el Quinto Cen­
motores no siempre puede llevarse a cabo (en rigor, nunca) tenario están teniendo lugar sobre todo a propósito de lo
a espaldas de las consecuencias o resultados, es decir, del que hemos llamado el aspecto resolutivo del Descubrimien­
momento resolutivo. No cabe por tanto suponer que lo to. Lo que se discute apasionadamente —y se discutió ya
primero debe ser investigar los motores del aspecto cons­ en los tiempos de la conquista, en los tiempos de Vitoria
pectivo del descubrimiento para después poder pasar a ana­ y Sepúlveda— son los múltiples problemas implicados en
lizar los aspectos resolutivos del mismo. Y con esto esta­ el aspecto resolutivo: si la resolución de conquistar las tie-

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Gustavo Bueno, «La Teoría de la esfera y el descubrimiento de América»· ISSN 0210-0088 · http://www.fgbueno.es/bas/bas201.htm
rras descubiertas era justa o injusta, lo que.autorizaría in­ sustituido por el concepto etic de «contacto», de contacto
cluso a suscitar la cuestión de si los europeos tenían el intercultural. «Descubrimiento de América» sería sólo el
derecho siquiera de descubrir, aún conspectivamente, un nombre eurocéntrico de los múltiples «contactos culturales»
continente ya poblado, «privado» podríamos decir, y te­ que tuvieron lugar con ocasión de los viajes colombinos.
niendo en cuenta además que ese descubrir implicaba to­ Al parecer habremos regresado así a un plano científico
mar resoluciones militares; si el descubrimiento comportó neutral, omnisciente, cuyo límite es la ciencia divina. Desde
un proceso civilizador o bien un proceso triturador de las la perspectiva de esta ciencia divina, que se mantiene más
culturas americanas; si fue un proceso de cristianización allá del espacio y del tiempo (es decir, en la quinta dimen­
o de depredación o de lo primero como instrumento de sión) parecen proceder muchos antropólogos o historiado­
lo segundo; si fue el principio de una época gloriosa o res cuando creen necesario comenzar la exposición del des­
bien el inicio de la época más vergonzosa de la historia cubrimiento de América con un cuadro sobre el «estado
del hombre, la época del genocidio étnico y cultural más de la Humanidad» en los años finales del siglo XV; pues
prolongado y más grande de todos los siglos, la época la Humanidad es en el fondo tratada aquí como si fuera
del esclavismo moderno. De hecho, muchas personas, en el auténtico sujeto descubridor. De hecho, incluso «la hu­
las vísperas del Quinto Centenario, vienen a sugerir que manidad» se define en general por su capacidad descubri­
su conmemoración debiera, en todo caso, consistir en un dora y, en particular, por su capacidad de descubrimiento
«pedir perdón» los europeos, pero sobre todo los españo­ mutuo; esta capacidad habría que considerarla sólo parcial­
les, a los aztecas, a los mayas, incluso a los botocudos mente desarrollada en tanto en que el Viejo y el Nuevo
y a los jíbaros, según nos vienen a decir el señor Sting Mundo (es decir: aztecas y extremeños o bien incas y caste­
junto con el señor Raoni en su jira mundial. llanos) permaneciesen mutuamente encubiertos; por ello, el
decubrimiento de América es el momento en el cual la
Los problemas relativos al' momento resolutivo del des­ capacidad descubridora del hombre ha llegado a su máxi­
cubrimiento parecen, pues, ser los más urgentes y prácti­ mo y, por tanto (después del conocimiento mutuo de azte­
cos, mientras que los relativos al momento conspectivo se­ cas y extremeños o bien de incas y castellanos), la Humani­
rían más bien especulativos o meramente históricos. Sin dad puede decirse que existe plenamente. Podemos ya ren­
embargo, esta opinión sólo vale en el supuesto de una con­ dirle homenajes.
cepción muy precisa de la relación entre los momentos cons­
pectivos y resolutivos del descubrimiento, por ejemplo, una No deja de tener interés el analizar en detalle los com­
mayor estimación o valoración de las cuestiones resoluti­ ponentes en virtud de los cuales esta idea, así reconstruida,
vas. A fin de cuentas, se dirá, el descubrimiento fue algo puede considerarse metafísica. Nos limitaremos a destacar
que, licita o ih'citamente, se produjo a finales del siglo el siguiente, por la aplicación que tiene, inmediata, a la
XV, pero lo verdaderamente importante, la historia plena, teoría del descubrimiento: el esquema dramático de la anag­
vino después. En todo caso, podemos dejar de lado lo norisis, el esquema del reconocimiento o encuentro de dos
primero para concentrarnos en lo segundo. personas que, habiendo,estado, unidas en la infancia y tras
larga separación, se encuentran y redescubren mutuamente.
Por nuestra parte, y según lo que hemos dicho, no Un motivo dramático que alienta en el fondo de mitos
podemos aceptar esta opinión. Por de pronto, el descubri­ cosmogónicos de tipo gnóstico. Aplicado este esquema a
miento no se produjo, ya en su propio aspecto conspectivo, nuestro caso él sugiere que una teoría del descubrimiento
de golpe: Colón ni siquiera fue el descubridor formal de nos ofrecerá el drama o itinerario de una humanidad que
América. Si, como hemos dicho, se concede un derecho in illa tempore existía como un ser dotado de capacidad
a descubrir, es porque se concede el derecho a tomar reso­ descubridora (mutua, se supone), pero que quedó fragmen­
luciones en el interior del área descubierta, puesto que sin tada (alienada) por motivos no explícitos, distribuida en
ellas ni siquiera el descubrimiento puede darse por consu­ continentes incomunicados. Sus fragmentos crecieron, ma­
mado. El descubrimiento no fue una revelación que viniese duraron —es decir, creció y maduró su «capacidad descu­
de lo alto (y cuya responsabilidad hubiese que referirla bridora»— hasta alcanzar su límite en el reencuentro o
a Dios, quedando para los hombres la parte dispositiva) redescubrimiento de las partes, de las culturas continenta­
o un azar, que correspondió a los españoles como pudo les, reintegradas en la unidad presente de la totalidad pla­
corresponder a los ingleses o a los turcos y que puede netaria.
por tanto ser borrado; ni tampoco es una «cantidad etno­
céntrica despreciable» puesto que, a fin de cuentas —se A nuestro juicio, con semejante doctrina no estamos
dice— América ya la habían descubierto los indios, y por simplemente elevándonos a las alturas de una visión divina,
tanto, el descubrimiento''de América por parte de los espa­ de «su ciencia media», por lo menos, en todo caso inocente
ñoles, sería algo así como el descubrimiento del Mediterrá­ o inofensiva; estamos ocultando ideológicamente la estruc­
neo. Esta suele ser la perspectiva de quienes se consideran tura social e histórica misma del proceso de los descubri­
en las posiciones más críticas y maduras (frente al eurocen­ mientos de los siglos XV y XVI, que no fueron (o no
trismo tradicional) en el campo histórico antropológico. Son lo fueron en el mismo plano) «descubrimientos mutuos de
las posiciones del relativismo cultural, cuyo mensaje lo lee­ una humanidad previamente dispersada» (pues esa humarú­
mos grabado en el Museo de Antropología de México (el dad previa sencillamente no existía, en términos histórico-
Museo en el cual el continente arquitectónico, obra de Pe­ positivos) sino el descubrimiento que una determinada cul­
dro Ramírez Vázquez, es tan interesante como el conteni­ tura hizo de las otras y no por casualidad (puesto que
do), y que viene a decir que todas las culturas son equiva­ el descubrimiento recíproco era imposible) sino porque es­
lentes. Aplicado al caso: el descubrimiento de América no taba inscrito en su misma «ley de desenvolvimiento». El
es tanto un concepto propio de la historia de la Humani­ «descubrimiento recíproco» no es, en todo caso, un proce­
dad cuanto un concepto relativo a la cultura cristiana, un so inmediato y nunca es simétrico; es un proceso posterior
concepto puramente «etnocéntrico»; a lo sumo, podrá set y de signo diferente que tiene la forma de una encultura-

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Gustavo Bueno, «La Teoría de la esfera y el descubrimiento de América»· ISSN 0210-0088 · http://www.fgbueno.es/bas/bas201.htm
ción asimétrica por la cual (para bien o para mal; esto rácter asimétrico del descubrimiento de América de un modo
es otra cuestión) las culturas del Nuevo Continente, sin tan radical que se cree autorizado a afirmar que las tribus
perjuicio de múltiples y valiosísimos préstamos, van siendo que cruzaron el Estrecho de Bering en la época del Clovis
absorbidas o asimiladas, a escala macrocultural, lo que com­ descubrieron América de un modo mucho más parecido
porta una destrucción y desgarramiento (mayor o menor, a como pudieron descubrirla los tapires o los monos araña
según los planos) por la cultura descubridora, la cual, a que al modo como la descubrieron los españoles. Esto nos
su vez, se transforma también en el propio proceso. El obliga a reanalizar la idea general de descubrimiento —por
«descubrimiento» no es, por tanto, simétrico, aunque sea tanto, en su conexión con otras ideas correlativas que tie­
recíproco: el descubrimiento de América por España (por nen que ver con sujetos humanos y etológicos, y en parti­
Europa) no tiene el mismo significado que el descubrimien­ cular, con la idea del invento— y a ello dedicaremos la
to de España (o de Europa) por América, sino que justa­ primera sección de este artículo. Debo advertir sin embargo
mente estos descubrimientos tienen propiedades históricas que esta primera sección no pretende ofrecer una teoría
distintas y aún opuestas (para bien o para mal: esto es filosófica general del descubrimiento —este será el objetivo
otra cuestión). Y entre ellas, no es la menos importante de un próximo trabajo— sino sólo de aquellos puntos que
esta; que el descubrimiento que las culturas americanas ha­ tengan aplicación inmediata a la cuestión que nos ocupa,
cen de las culturas europeas impUca no ya solo un encubri­ al descubrimiento de América.
miento de sus propios conterúdos sino incluso una destruc­
ción, un olvido irrecuperable, que sólo las culturas descu­ A efectos expositivos dividiremos la materia de este
bridoras pueden rescatar. Lo que es evidente es que, relati­ artículo en las cuatro secciones siguientes:
vamente poco después del «contacto» (y otra vez: para
bien o para mal) ya no está Tlaloc, Viracocha o Huichili­ I. La primera está dedicada, como hemos dicho, a
pochli en lo alto de los templos americanos —sino Cristo presentar algunas determinaciones generales de la idea de
o la Virgen María; ya no hablan (para bien o para mal) descubrimiento y muy particularmente a establecer la dis­
las grandes masas de hombres americanos, el quiche, el tinción entre descubrimientos manifestativos y constitutivos.
nahual, el guaraní, sino el español o el inglés. Según esto,
todo lo que se ordene a neutralizar esta asimetría, envol­ II. La segunda sección incluirá algunas cuestiones rela­
viéndola en el concepto de reciprocidad, es una falsifica­ tivas a los «motores» del descubrimiento de América, tal
ción de la realidad, es un efecto de la falsa conciencia. como pueden ser formulados «después» del descubrimien­
Y sobre esta falsedad de principio no debería girar ninguna to, a la vista de sus resultados.
conmemoración del Quinto Centenario, puesto que no po­
demos olvidarnos de que no sólo quienes coimiemoran, sino III. La tercera sección contiene la tesis central: la natu­
también quienes participen de las conmemoraciones (tanto raleza constitutiva del descubrimiento de América, en fun­
si son alemanes como si son argentinos, tanto si son espa­ ción del papel que en este descubrimiento corresponde a
ñoles como si son mejicanos) son ciudadanos que hablan la teoría de la Tierra esférica.
español, alemán o inglés —pero no guaraní o quiche—.
Es decir, no puede olvidarse que la «cultura» a la que IV. En la cuarta sección, por último, nos ocuparemos
todos quienes tienen que ver con la conmemoración perte­ de algunas cuestiones relacionadas con el aspecto resolutivo
necen es una cultura de familia distinta a la de las familias del descubrimiento de América.
de culturas precolombinas y que, por tanto, es una ficción
o un puro espejismo el suponer que tal conmemoración
procede de una instancia situada en una «quinta dimen­
sión» desde la cual fuera posible contemplar el descubri­
miento mutuo (recíproco y simétrico) de las culturas «en Sección I. Descubrimientos manifestativos
la unidad de la humanidad». y descubrimientos constitutivos
En el presente estudio nos interesamos por los momen­
tos conspectivos del descubrimiento de América o, mejor 1. El análisis de la Idea de «descubrimiento» en su
aún, por el descubrimiento de América en su momento generalidad (que incluye la consideración de sus relaciones
conspectivo, subordinando a ello cualquier material «reso­ con otras ideas afines, en particular la Idea de «inven­
lutivo» que podamos necesitar. Por lo que hemos dicho, ción»), remueve cuestiones de principio, que ya han sido
no es legítimo considerar el interés por estas cuestiones suscitadas por la filosofía clásica, a saber y sobre todo:
como meramente especulativo. Solo cuando se mantienen, la cuestión de la realidad que es posible atribuir a las confi­
implícita o explícitamente, determinadas concepciones so­ guraciones de nuestro mundo entorno, cuestión que, como
bre el descubrimiento, cabe sacar tal consecuencia. Es la es sabido, es respondida de modos muy diversos, ya sea
idea general del descubrimiento aquella que está modulán­ por el llamado «realismo natural» (las configuraciones de
dose a propósito del descubrimiento de América. No se nuestro mundo, pongamos por caso, las órbitas de la Luna
trata de una idea neutra, acaso trivial, que podamos dar o de Venus, tienen, en general, una realidad absoluta e
por sentada, ateniéndonos por ejemplo, a la definición del .independiente de las operaciones cognoscitivas del astróno­
Diccionario de la Academia, que es lo que suelen hacer mo), ya sea por el «idealismo gnoseológico» (las órbitas
tantos antropólogos e historiadores positivos de vanguar­ de Venus o de la Luna han de ser consideradas íntegramen­
dia. Nosotros, por nuestra parte, rechazamos enérgicamen­ te como construcciones subjetivas, artefactos, de los astró­
te la tesis crítica de relativismo del descubrimiento, porque nomos matemáticos), ya sea por el «reahsmo dialéctico»
mantenemos una tesis crítica de aquellas posiciones críticas, (las órbitas de Venus o de la Luna no son configuraciones
una tesis que no nos devuelve por ello a las posiciones absolutas, sino resultantes de las operaciones de los sujetos
del cristianismo tradicional. Aunque, eso sí, subraya el ca­ gnoseológicos, pero no por ello son construcciones subjeti-

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Gustavo Bueno, «La Teoría de la esfera y el descubrimiento de América»· ISSN 0210-0088 · http://www.fgbueno.es/bas/bas201.htm
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Ptolemaeus, Ulmae 1482


II
vas, sino objetivas y necesarias cuando son científicas, en cencia. (Es evidente que el idealismo gnoseológico no puede
tanto están determinadas por la misma composición de los ofrecer una explicación fácil e inmediata de esta distinción,
fenómenos materiales ofrecidos a la observación y a la ex­ puesto que si todas las configuraciones son construcciones
perimentación). subjetivas, tanto el bacilo de Yersin como la lámpara de
incandescencia deberían ser consideradas como invenciones;
Es evidente por tanto que el concepto de «descubri­ mientras que el realista distingue claramente, en principio,
miento» que pueda ser ofrecido por un realista natural entre descubrimientos e invenciones, según el criterio ex­
(a veces llamado realista vulgar o ingenuo), será muy dife­ puesto, el idealista parece que tenderá a presentar los pro­
rente de aquel que pueda darnos un idealista gnoseológico; pios descubrimientos como si fuesen invenciones).
y, recíprocamente, un determinado concepto de descubri­
miento arrastrará de manera más o menos inmediata una Podría parecer impertinente suscitar este tipo de cues­
filosofía en el sentido dicho (una filosofía realista natural, tiones de «filosofía primera» a propósito del descubrimien­
o idealista, o dialéctica). Así, por ejemplo, desde la pers­ to de América; pero este parecer sería engañoso, si se tiene
pectiva del realismo vulgar, podría postularse una distin­ en cuenta es ineludible la pregunta: «¿el Descubrimiento
ción convencional entre «descubrimieiito» e «invención» en de América es efectivamente un Descubrimiento o es una
términos parecidos a los siguientes: el descubrimiento es Invención?». Al menos un conocido escritor mejicano, Ed­
un proceso en virtud del cual se logra hacer patente una mundo O'Gorman, escribió, hace ya treinta años (1958),
«configuración» que preexistía al proceso mismo del cono­ un libro bien fundamentado en el que se planteaba, a su
cimiento por el sujeto descubridor, mientras que la inven­ modo, este asunto: La Invención de América (O'Gorman
ción designará al proceso según el cual el sujeto (o los dice que el primero que formuló la idea del «Descubrimien­
sujetos, cooperativamente) construyen una configuración que to» fue Gonzalo Fernández de Oviedo, después de la «In­
se supone no preexistía a ese proceso de invención. El des­ vención», «lo que no deja de ser —añadió O'Gorman en
cubrimiento del bacilo responsable de la peste bubónica su conferencia de Madrid (octubre 1986)— una interpreta­
es el resultado de los trabajos de Yersin, que no fabricó ción retroactiva y, por tanto, anticonstitucional»). Sin duda,
ese bacilo, puesto que le preexistía; pero la invención de la posición de O'Gorman, defendiendo el carácter histórico
la lámpara de incandescencia es el resultado del genio de del descubrimiento (como un largo proceso que no puede
Edison antes del cual no hubo jamás lámparas de incandes­ reducirse a la mera constatación del «hecho geográfico».

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la constatación de unos acantilados o incluso de un conti­ con el sentido mismo de las palabras que son, muchas
nente) no implica idealismo gnoseológico, puesto que, aún veces, en español, sinónimas. Ya por su etimología: «inven­
desde supuestos realistas podría sostenerse la tesis de O'Gor­ ción» procede de invenio, que significa precisamente descu­
man, en tanto la refiramos, no ya al «descubrimiento ini­ brir (por ejemplo, se hace un inventario de los objetos
cial» sino a la formación del concepto de América, que o bienes que ya existen). La «Invención de la Santa Cruz»
no puede utilizarse anacrónicamente como una referencia es una conmemoración en la que la Iglesia católica celebra
que actuase ya en los que gobernaban a las carabelas. (De­ el hallazgo (descubrimiento), supuesto o real, de la Cruz
cir que Cristóbal Colón salió del puerto de Palos a descu­ de Cristo. En la lógica escolástica, de inspiración aristotéli­
brir América recuerda aquella frase de comedia en la que ca, «invención» equivalía, ante todo, a la determinación
un capitán decía: «me voy a la Guerra de los Treinta Años»; de los tópicos (o lugares comunes, «preexistentes»), de la
y, en efecto, es sumamente problemático, o al menos mera­ argumentación. «Des-cubrir» (como su supuesto correlato
mente convencional, el haber tomado el año 1492 o incluso griego a- letheiá), es metafóricamente «quitar el velo» que
cualquiera de los sucesivos inmediatos como fecha de refe­ cubre a la configuración de referencia. Pero como semejan­
rencia del «descubrimiento» de América). te «velo», en general, no se sabe lo que es objetivamente,
cuando se entiende en su uso metafórico, hay que pensar
Con todo, si la argumentación de O'Gorman nos pare­ que su significado es subjetivo, es decir, relativo a un esta­
ce confusa y, de no parecérnoslo, sería porque nos parece do previo de ignorancia o ceguera del sujeto. Y así, mu­
trivial (puesto que nadie niega que Colón, en perspectiva chos inventos resultan ser descubrimientos: el invento de
emic no descubrió América y, lo que es más, tampoco la brújula es presentado algunas veces como el descubri­
pudo descubrirla), ello es debido precisamente a que se miento de que una aguja imantada se orienta según los
está argumentando (o en la medida en que se está argumen­ polos; descubrimiento porque antes de él la aguja seguía
tando) desde el realismo ingenuo, es decir, a que se presu­ orientándose, pero los hombres, tenían un velo ante sus
pone ya una m'tida distinción en el sentido dicho entre ojos... ; el pararrayos fue inventado por Franklin, pero
descubrimiento e invención. Y que lo que se discute es su invento consistió en el descubrimiento de que una tre­
tan sólo la clasificación de un caso particular («América: menda corriente pasaba por la barra que tem'a en sus ma­
¿descubrimiento o invención?») pero sin regresar al funda­ nos. Y muchos descubrimientos tendrían que ser llamados
mento mismo de estas «categorías taxonómicas». Sospecha­ inventos si tuviésemos en cuenta la artificiosidad de las
mos que en la argumentación de O'Gorman, tan interesan­ construcciones que han sido necesarias para alcanzarlos (pue­
te, sin embargo, en su terreno, están presionando las limi­ de pensarse por ejemplo en un reactor nuclear: empieza
taciones del realismo ingenuo que, al exigir el reconoci­ a funcionar cuando la simple presencia del uranio alcanza
miento, para América, del estatuto de una realidad una masa crítica; por eso son posibles reactores naturales;
preexistente a los descubridores, tienden a borrar los com­ sin embargo un reactor nuclear es una de las invenciones
ponentes constructivos, los cuales sólo pueden ser recupera­ más complejas que ha tenido lugar en nuestro siglo, en
dos (desde el realismo natural) apelando a la categoría de razón de la artificiosidad de los dispositivos necesarios para
la invención. Pero esta categoría compromete la realidad que la reacción espontanea se produzca). No pueden sin
continental y sus relaciones con los hombres y, al propio embargo ser considerados tales en virtud de las exigencias
tiempo, desvía de los verdaderos motivos objetivos (la teo­ de la configuración descubierta, a saber, la exigencia de
ría esférica, según nuestra tesis, que expondremos en la preexistir previamente al sujeto descubridor. Así, por ejem­
Sección tercera), por los cuales es posible y necesario afir­ plo, el «descubrimiento de la continuidad de las funciones
mar que América no es un descubrimiento en su sentido derivables» no podría, sin violencia, ser llamado un inven­
manifestativo (según expondremos más abajo, desde las pre­ to; pero tampoco tiene sentido suponer que la proposición:
misas del realismo dialéctico), pero sin que tampoco pueda «las funciones derivables son continuas» es una proposi­
decirse que es una invención (en su sentido convencional). ción que pueda flotar en un éter absoluto, preexistente e
América —es nuestra tesis— es un descubrimiento constitu­ independiente de los matemáticos que con una extraordina­
tivo, no es un mero descubrimiento manifestativo, ni tam­ ria dosis de artificio la han demostrado.
poco una invención.
Además, podemos citar abundantes ejemplos de descu­
Sin olvidarnos del marco en el que ha de mantenerse brimientos (en modo alguno inventos, dada su pretensión
este artículo, nos limitaremos a presentar, no ya una crítica de objetividad natural o ideal, es decir, de realidad no
en forma del realismo ingenuo, pero si una crítica ad homi­ artificiosa) que, por su carácter negativo, no podrían decir­
nem del mismo, en tanto que perspectiva inútil para esta­ se que preexisten al sujeto operatorio, puesto que ni siquie­
blecer distinciones operativas en cada caso (por ejemplo, ra tiene sentido atribuirles esta preexistencia. Así, el «des­
en el caso americano) entre los descubrimientos y las inven­ cubrimiento del segundo principio de la termodinámica»,
ciones, una vez que los conceptos han sido establecidos es decir, el descubrimiento de la imposibiüdad física del
en abstracto, según el modo dicho. (Estamos ante un caso perpetuum mobile de segunda especie no es, desde luego,
de conceptos de «sobrecubierta», cuya claridad abstracta un invento, pero no por ello cabe afirmar que ese perpe­
no puede luego traducirse en aplicaciones materiales con­ tuum mobile imposible preexista al sujeto que lo enuncia,
cretas, como les ocurre por ejemplo a los conceptos de pues es imposible. Otro tanto se diga del teorema topológi­
«cuerpo ligero» y «cuerpo pesado» de la Física aristotéUca). co: «sólo existen cinco especies de poliedros regulares».
Este teorema es un descubrimiento, no es un invento; pero
En efecto, la distinción, tal como suele ser propuesta no cabe afirmar que ese descubrimiento consiste en «sacar
desde el realismo natural o ingenuo —por Jacques Hada­ a la luz» una configuración ya preexistente, puesto que
mard, por ejemplo—, es arbitraria en el sentido de que tal configuración se forma en el mismo proceso de su cons­
el criterio utilizado (configuraciones preexistentes / confi­ trucción (tampoco Don Quijote, si seguimos, aunque sea
guraciones producidas o creadas) no corresponde de hecho de lejos, a Unamuno, es un invento de Cervantes, sino

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Ptolemaeus, Basileae 1540

un descubrimiento suyo: pero la configuración «Don Qui­ descubierto una importante bolsa de gas propano». En el
jote» no preexistió a Cervantes). Por consiguiente, el con­ uso ordinario se procede, como si ante el Sujeto (o bien,
cepto de descubrimiento no puede alcanzarse apelando al ante una Compañía de Sujetos) se hubiera «revelado», ma­
trivial criterio de las «configuraciones preexistentes», a la nifestado o hecho presente un objeto (el gas propano de
manera del realismo natural, que ahora se nos revela más la bolsa), que preexistía, desde luego, pero oculto, encu­
bien (en el momento de oponer «descubrir» e «inventar») bierto. Pero este anáUsis del proceso del des-cubrir es muy
como un realismo infantil. Habría que preguntar: ¿Qué grosero, precisamebnte porque al tomar el «Sujeto» (indivi­
tipo de descubrimiento, o qué modo de descubrimiento, dual o grupal, social o abstracto) como Sujeto absoluto,
o qué género de descubrimiento, es el Descubrimiento de no tiene en cuenta la estructura que a ese sujeto hay que
América?. atribuir como posible sujeto descubridor (por ejemplo, en
nuestro caso: debe poseer un lenguaje desarrollado, en el
2. El protos pseudos del realismo natural, cuando se que estén dados significados gramaticaUzados tales como
utiliza como telón de fondo para definir la Idea de «Descu­ «bolsa», «gas», &c.; debe entenderse a ese sujeto como
brimiento» (y, correspondientemente, la Idea de «Inven­ un sujeto operatorio que prepara plataformas, torres, mo­
ción»), acaso haya que ponerlo precisamente en la tenden­ tores, &c.). Además, el «objeto» tampoco puede ser trata­
cia simplificadora a considerar los descubrimientos (inven­ do como si fuese la mera «realidad» o «ser». Es un objeto
tos) como procesos que tienen lugar en la relación del Suje­ organizado, en el que hay atmósfera, superficie terrestre
to (entendido en términos absolutos; y aún con mucha o marina, caminos, rocas metamórficas, por tanto, mapas,
frecuencia, este sujeto se identifica con «el Hombre», o &c. En resolución: la idea de descubrimiento no puede re­
con «la Humanidad», puesto que ella sería «la que descu­ construirse como si fuese una relación binaria a partir del
bre») y el Objeto (o mundo de los objetos). Se trata de par [S,0], es decir, a partir del par de conceptos elementa­
una transcripción literal del uso ordinario (pero, por ello les de «Sujeto» y «Objeto», como tampoco el concepto
mismo fenoménico) del concepto de descubrimiento en con­ de circunferencia se construye a partir de los conceptos
textos tales como los siguientes: «la Compañía petrolífera de punto y recta (la definición de circunferencia por lugares
S, mediante perforaciones de determinada profundidad, ha geométricos es sólo una redefínición de figuras previas que

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contienen ya, por ejemplo, «arcos» o «giros»). Y si nos ciertos rasgos esenciales de la idea de descubrimiento exige
atenemos a estos elementos S,0, el mínimum de compleji­ su inmediata determinación o desarrollo interno, la exposi­
dad requerida para nuestro propósito sería por lo menos ción de la inmediata especificación de la idea general de
el de esta relación terciaria: [SI, Oq, S2], o bien [OÍ, descubrimiento. Una especificación interna a la idea; pues­
Sq, 02], que podemos tratar como estructuras duales. En to que es evidente que son posibles formas de especifica­
el primer caso nos acercamos a una concepción del descu­ ción que no estarán dadas desde la estructura misma, tal
brimiento en una perspectiva más bien subjetual (no subje­ como la hemos dibujado, sino desde algunas partes suyas.
tiva): «el descubrimiento es el proceso por el cual el sujeto, Así, si nos atuviéramos a las diferencias materiales (catego­
en su estado SI, incorpora o toma contacto con un objeto riales) de los mismos objetos (o mundos de objetos) descu­
Oq que lo transforma en el estado S2» —este sería el análi­ biertos, podríamos distinguir, como se hace con frecuencia,
sis más elemental de usos tales como: «el califa al-Mansur los «descubrimientos geográficos» de los «descubrimientos
y con el los musulmanes, descubren, gracias al médico Chur­ geométricos»; los «descubrimientos termodinámicos» de los
chis, los escritos de Aristóteles». En el segundo caso el «descubrimientos biológicos». Distinciones de una gran im­
proceso del descubrimiento será referido más bien al plano portancia, sin duda, pero que no afectan (al menos de
objetual: el descubrimiento es un proceso en virtud del cual, un modo directo o inmediato) a las diferencias mismas
a partir del objeto 01 (i.e., un estado de objetos, por del «descubrir», afectan sólo a los contenidos descubiertos.
tanto de relaciones, al que llamamos precontexto P), a tra­ Suponemos además que un descubrimiento geográfico no
vés de un sujeto Sq operatorio (por tanto, que lo manipula se diferencia de un descubrimiento geométrico del mismo
o modifica, &c.) llegamos al objeto 02 (a un estado de modo a como se diferencian los descubrimientos neutros
objetos que contienen 02)». En lo que sigue, preferiremos (ver más adelante) y los descubrimientos negativos, o bien
la perspectiva objetual en el tratamiento del concepto de los descubrimientos manifestativos y los constitutivos, de
descubrimiento. Según ella, diremos por ejemplo: «el des­ los que hablaremos a continuación; y ello porque estas
cubrimiento que Penzia y Wilson realizaron en 1964 consis­
últimas distinciones (que consideramos internas a la Idea
tió en que partiendo, como precontexto objetivo, de una
de Descubrimiento) resultan ser transversales a las distin­
atmósfera 'cruzada' por un número indeterminado y abiga­
ciones materiales (categoriales) y, así, un descubrimiento
rrado de fenómenos vibratorios u ondulatorios del más di­
verso tipo (según las direcciones unilaterales de las ondas, «neutro», aunque sea geográfico, se parecerá más, en cuan­
y según su naturaleza: ondas de radiotelegrafía, de televi­ to a estricto proceso de descubrimiento, a otro descubri­
sión y telefonía, rayos cósmicos, vuelos de palomas, &c.) miento neutro biológico que no a un descubrimiento geo­
hicieron posible que se determinase la existencia de una gráfico pero no neutro, sino negativo.
'radiación de fondo' objetiva, uniforme en intensidad en
todas las direcciones (interpretada a su modo por la teoría 3. Es posible dehmitar, en principio, con precisión ope­
del 'big ban')». De esta suerte diremos que el estado obje­ ratoria, el grupo de los que llamaremos «Descubrimientos
tual dado OÍ (un precontexto del que se parte) se transfor­ del Primer Género» o «Descubrimientos manifestativos» y
ma, da lugar o conduce al estado objetivo 02 constituido el grupo de los que llamaremos «Descubrimientos de Se­
por la radiación de fondo descubierta. Utilizando la pers­ gundo Género» o «Descubrimientos constitutivos». Los des­
pectiva subjetual cabría decir que el sujeto descubre sólo cubrimientos del primer género son aquellos que, efectiva­
en función de un contexto objetivo previo (el precontexto). mente, satisfacen la definición etimológica convencional (des­
Según la naturaleza del sujeto (ave, mamífero, hombre), cubrimiento), por cuanto ellos nos ponen en presencia de
así también la naturaleza de los descubrimientos o de los configuraciones que se suponen no ya tanto preexistentes
inventos (por ejemplo, el «invento» del nido por el ave, cuanto conocidas previamente al acto descubridor; el cual,
o de las empalizadas por los castores). Desde luego, la por tanto, puede justificadamente ser comparado con el
estructura del descubrir o del inventar humanos alcanza convencional «levantar el velo» que ocultaba a la configu­
unas características sui generis ligadas al lenguaje fonético ración de referencia (decimos convencional porque no to­
articulado, que hace posibles las operaciones normalizadas dos los filólogos están de acuerdo con la consabida etimo­
(por ejemplo, las normas de tallado de un hacha de sílex logía).
paleolítica). Los contextos objetuales o precontextos son
también diversos según las culturas o las épocas históricas. La diferenciación de los descubrimientos en dos géne­
Las llamadas «concepciones del mundo» {Weltanschauun­ ros la derivamos de la diversidad que cabe establecer en
geri) de un pueblo desempeñan el papel de precontextos las relaciones entre el contexto fenoménico (Of), cuya uni­
del descubrimiento o de la invención. Cuando referimos dad es eminentemente pragmática, y el sistema esencial (Os)
los descubrimientos a la ciencia o a la tecnología vinculada en tanto estas relaciones se consideran no solo en la direc­
a ella, los precontextos son llamados «contextos determina­ ción «ascendente» (la dirección de Of a Os) o de regressus,
dos». Por último, y en general, supondremos que los pre­ sino también en la dirección «descendente» (la dirección
contextos no son nunca estructuras o sistemas inmóviles, de Os a Of) o de progressus. Hablamos de direcciones,
quietos o fijos, sino que su realidad consiste precisamente más que de sentidos, en la acepción de la Dinámica, por­
(como su propio concepto lo requiere, puesto que la idea que los sentidos pueden pertenecer a una misma dirección
de precontexto está referida al descubrimiento) en estar con­ y esto llevaría a sobreentender que los movimientos (Of
tinuamente remitiendo a descubrimientos que de algún modo —-+ Os) y (Os —-^ Of) fueran no sólo recíprocos sino
lo transforman, a la manera como un organismo vivo no simétricos el uno del otro, algo así como la misma direc­
es un sistema de corpúsculos cristalizados, sino en perpetuo ción recorrida en sentidos opuestos. Este será solo un caso
movimiento metabólico, en intercambio con el medio. particular; pero en general es conveniente tener en cuenta
que el simple cambio de posición, en la representación alge­
braica de Os respecto de Of no es un cambio meramente
Ahora bien, esta misma generalidad a la que hemos formal, sintáctico, puesto que sólo mediante cambios del
creído necesario tener que regresar para poder aprehender contexto material significativo puede Os aparecer una vez

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Pedro de Medina, Libro de grandezas e cosas memorables de España, Alcalá 1548-66

como término de un regressus y otra vez como comienzo estructurada; y, desde luego, el único modo de reintroducir
de un progressus. Dicho de otro modo, el contenido mate­ el concepto de descubrimiento en la lógica histórica de las
rial de Os como término del regressus no tiene por qué ciencias es incluir en su concepto precisamente a la justifi­
ser exactamente el mismo que el contenido de Os como cación, puesto que sólo aquí culmina el descubrimiento.
principio de un progressus y en ocasiones la unidad entre (El «descubrimiento» de los canales de Marte a finales del
ellos es establecida a partir de la misma circularidad o pasado siglo no puede en absoluto considerarse como un
encadenamiento de ambos procesos. descubrimiento científico). Por ello, si se insiste, como pa­
rece legítimo, en hablar de justificación para conceptualizar
Presuponemos que el concepto de descubrimiento com­ la fase lógica terminal del descubrimiento, tendremos que
prende tanto el proceso ascendente como el descendente, dejar de hablar de descubrimiento para hablar de la fase
pero sólo puede considerarse culminado en este último. Ello ascendente (hablaremos de «investigación», como término
nos obliga a corregir enérgicamente la distinción, debida neutral, que tanto puede aplicarse a un proceso que va
a Reichenbach, y que goza de amplia difusión, entre los a completarse efectivamente con un descubrimiento, como
«contextos de descubrimiento» y los «contextos de justifi­ a un proceso que no termina en nada). Sólo anafóricamen­
cación», al menos en la medida en que los miembros de te puede retrospectivamente llamarse descubrimiento al de­
esta distinción sean coordinados, como lo son muchas ve­ senvolvimiento (en rigor: a la invención) de un sistema (como
ces, respectivamente con el sentido ascendente y el sentido pudo serlo la teoría del neutrino de Pauli en 1932) que
descendente del proceso global del descubrimiento. En efec­ ulteriormente ha sido «conformado», es decir, construido
to, cuando en lugar de cubrir con el concepto de descubri­ o constituido (no meramente «verificado») como sistema
miento al proceso global, se contrapone descubrimiento a de los fenómenos de referencia.
justificación, como quiera que la justificación corresponde,
en general, a una fase descendente, habrá que concluir que Ahora bien, es obvio que ni los movimientos de regres­
el descubrimiento se mantiene en el ámbito del regressus sus ni los de progressus tienen por qué desenvolverse siem­
(por ejemplo, de la inducción). Pero el regressus sólo pue­ pre de la misma manera. Por nuestra parte distinguiremos
de, por sí mismo, desconectado del progressus, ser llamado dos formas extremas de tener lugar estos procesos; dos
descubrimiento en un sentido psicológico-subjetivo (descu­ formas que, aunque suelen darse por separado, también
brimiento como «ocurrencia», hipótesis, modelo o teoría pueden aparecer combinadas en un mismo descubrimiento.
aún_no verificada a justificada). Precisamente la oposición Dicho de otro modo, habrá descubrimientos que pertenecen
de Reichenbach tendía a sacar fuera de la Lógica a los prácticamente de un modo total al primer género (como
contextos de descubrimiento como episodios subjetivos (in­ sería el caso del «descubrimiento de Howard-Carter» de
dividuales o sociales), «externos» al plano de la ciencia la tumba de Tutankamen), habrá descubrimientos puros

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del segundo género (como el descubrimiento de Kepler de a todo descubrimiento como manifestativo (puesto que al
las órbitas elípticas) y habrá descubrimientos que partici­ menos Dios lo ha conocido internamente por su ciencia
pan de los dos géneros (como el descubrimiento de Von de visión, de simple inteUgencia, o por su ciencia media)
Frisch del lenguaje de las abejas). mientras que el idealismo radical (subjetivo) tenderá a ver
todo descubrimiento como un invento del propio sujeto
Los descubrimientos del primer género, que llamamos que pone el mundo. Reconocemos que es imposible eludir
descubrimientos manifestativos, se caracterizan: las cuestiones implicadas en la antinomia idealismo/realis­
mo, en el momento de dar criterios de distinción entre
a) En su fase ascendente porque ellos nos conducen inventos y descubrimientos. Tan sólo diremos que aún en
a una estructura o esencia que ha de figurar como habien­ el supuesto de admitir el papel activo del sujeto descubri­
do sido ya previamente «conocida internamente» por otros dor en la constitución de las estructuras esenciales descu­
sujetos positivos (descartamos, por nuestra parte, los suje­ biertas, tal admisión no conduce a borrar la distinción en­
tos divinos, en el sentido de Berkeley o de Santo Tomás, tre descubrimientos constitutivos e inventos, pues habrá des­
o los sujetos demoniacos; no descartamos los sujetos ani­ cubrimiento cuando las partes de la estructura descubierta
males —los tapires o los monos araña—). Ahora bien, esta no se muestren ligadas a través de las operaciones subjeti­
circunstancia sólo puede tener un significado interno al pro­ vas del descubridor, mientras que habrá inventos cuando
ceso del descubrir conspectivo si el preconocimiento su­ las partes de la estructura descubierta sólo puedan conce­
puesto figura no ya como motivo ordo cognoscendi sino birse ligadas, al menos en su génesis, a través de las opera­
como contenido ordo essendi de la propia estructura esen­ ciones. Tampoco equivale lo anterior a suponer que las
cial descubierta. En cualquier caso descartamos la condi­ estructuras descubiertas constitutivamente (no inventadas)
ción de previo conocimiento en relación con las cuestiones son previas e independientes de los hombres o de los ani­
de la prioridad temporal en el descubrimiento. Teniendo males (según la tesis del realismo natural), puesto que la
en cuenta que un descubrimiento puede haber sido hecho segregación de las operaciones descubridoras no implica la
independientemente por diferentes individuos o grupos so­ segregación de toda relación a los hombres o a los anima­
ciales, se comprenderá que no tratamos de esta relación les. El teorema de Pitágoras no es un descubrimiento mani­
(importante, sin duda, en otros contextos), pues esta priori­ festativo: nadie lo conoció internamente antes de Pitágoras,
dad sería extrínseca y la relación entre los descubrimientos pero ello no significa que haya que suponer a la estructura
sería de tipo isológico. Pero sólo puede figurar de modo pitagórica como «preexistente eternamente» en el cosmos,
interno un preconocimiento de la estructura descubierta en por no decir en la mente divina. Sin duda hay que suponer
el contenido de la propia estructura descubierta cuando esta dada una cultura humana que fabricó figuras triangulares,
haya sido inventada previamente por sujetos distintos de cuadrados y círculos y que operó con ellos. Virtualmente,
los descubridores. Descubrir es ahora re-conocer, descubrir en estas figuras culturales estaban dadas unas relaciones
estructuras reaUzadas por otros, en el sentido del verum que Pitágoras descubrió constitutivamente, que no inventó,
est factum. pero que tampoco se Umitó «a manifestar».

b) En su fase descendente los descubrimientos de este b) En la fase descendente, en cambio, la constitución


primer género no procederán en el sentido de constituir ya se puede aproximar más a una composición, invención
o configurar un determinado orden de fenómenos, puesto o reorganización. Pues ahora, los fenómenos dispersos an­
que este orden de fenómenos ha de suponerse ya dado, tes de la constitución, serán reorganizados, reordenados
aunque disperso o distorsionado. En estas condiciones, el como tales fenómenos y por tanto, constituidos en su cali­
descubrimiento de una ciudad o el de la tumba de un fa­ dad de fenómenos (por ejemplo, los fenómenos serán aho­
raón podrán considerarse como descubrimientos manifesta­ ra las figuras triangulares a las que se adosan los rectángu­
tivos. Los indicios, o fenómenos vestigiales (relatos, analo­ los, los cuadrados, &c.).
gías, reliquias, partes formales), conducen a la determina­
ción de una estructura que fue ya compuesta según normas 4. Hablaremos también de descubrimientos materiales
que son las que ahora se identifican. También el descubri­ y descubrimientos formales. Los descubrimientos de grado
miento de una guarida animal —en la medida en que haya intermedio los denominaremos, cuando no sea necesaria
sido fabricada operatoriamente— podrá considerarse como mayor precisión, o bien predescubrimientos (en el supuesto
un descubrimiento manifestativo. de que la materiaUdad descubierta sea parcial u oblicua
cuando se considera retrospectivamente desde el descubri­
Los descubrimientos del segundo género o descubri­ miento formal) o bien descubrimientos quasi-formales.
mientos constitutivos se caracterizan:
La distinción entre descubrimientos materiales y for­
a) En su fase ascendente, porque conducen a una es­ males no debe confundirse con la distinción entre descubri­
tructura esencial que no ha sido conocida internamente —es mientos intencionales y descubrimientos efectivos. En rigor,
decir, construida— por otros sujetos gnoseológicos positi­ los descubrimientos intencionales son pseudo descubrimien­
vos (sin entrar en «cuestiones de prioridad»). Advertimos tos, o bien no-descubrimientos (como en el caso de «el
que esta caracterización negativa nos permite mantenernos descubrimiento de los canales de Marte» hace un siglo,
provisionalmente más acá de las cuestiones ontológicas en o el «descubrimiento del hombre de Piltdown», que, en
torno a la antinomia realismo/idealismo, en la medida en reahdad, fue un invento del padre Teilhard de Chardin,
que esta antinomia tiene la indudable influencia que hemos como ha demostrado Stephen Jay Gould en Desde Darwin,
advertido, sobre la distinción entre los descubrimientos (so­ reflexiones sobre la Historia Natural y El pulgar del panda,
bre todo aquellos que no son manifestativos, sino constitu­ capítulo 10). Los descubrimientos materiales y formales son
tivos) y los inventos. Porque, como hemos dicho, el realis­ todos ellos efectivos; solo que los descubrimientos materia­
mo radical (teológico) tenderá, en el límite, a interpretar les «todavía no son plenos descubrimientos», e incluso son

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«encubrimientos», que solo retrospectivamente (desde el des­ Dubois en Java (como realización neutra o descubrimiento
cubrimiento formal) pueden, a veces, ser considerados como neutro del «eslabón intermedio» que figuraba en el precon­
descubrimientos efectivos, puesto que, en sí mismos, po­ texto trazado por Haeckel) era un descubrimiento material,
drían parecer a veces meramente intencionales, pseudo des­ confuso, pues el «eslabón» era considerado contiguo con
cubrimientos. el «mono», ignorando los géneros intermedios que ulterior­
mente hubieron de distinguirse, sobre todo el Austrolapite­
cus. En cierto modo, el cuadro de Haeckel, desarrollando,
en el orden de los primates la doctrina de Darwin, respecto
del Pitecantropus de Dubois, ocupa un puesto similar al
que corresponde al mapa de Toscanelli, desarrollando la
doctrina de Tolomeo, respecto de las Indias orientales de
Colón. También el descubrimiento de América, por Colón,
fue solo un descubrimiento material, puesto que confundió
el continente descubierto con el continente asiático y hubo
que esperar a Juan de la Cosa y a Americo Vespucio para
lograr el descubrimiento geográfico formal, representado,
de América. Y si el descubrimiento de Colón fue solo un
descubrimiento material en el orden geográfico, el descubri­
miento de México azteca por Cortés fue, en el orden histó­
rico, también un descubrimiento material y no formal, si
es verdad que Cortés sólo vio en el Imperio Azteca una
sociedad salvaje dominada por el diablo, que inspiraba sus
horrible sacrificios y actos de canibalismo. Y esto sin per­
juicio de que contemplase de frente aquel imperio según
el modo como nos lo presenta la brillante descripción de
C. W. Ceran: «por primera vez en la historia de los gran­
des descubrimientos arqueológicos se daba el caso de que
un hombre del Occidente cristiano no tuviera que recons­
Honterus, De cosmographiae rudimentis, Basileae 1561 truir laboriosamente, estudiando sus ruinas, una cultura
extrema, remota y rica, sino que tropezaba con ella. Cor­
tes, presentado ante Moctezuma el 8 de Noviembre de 1519
era como si Brugsch— Bey se hubiera hallado de repente,
La distancia entre el descubrimiento material y el des­ en el valle Der-el Vahri, ante Ramses el Grande, o como
cubrimiento formal, es, a veces, la distancia entre la parte si Koldeway hubiera ido en busca de Nabuconodosor en
y el todo o recíprocamente; otras veces es la distancia entre los jardines colgantes de Babilonia y, lo mismo que Cortés
lo que es ejercido y lo que es representado o formalizado con Moctezuma, hubiera podido conversar con el». Tam­
(el descubrimiento, en su sentido crítico, autocrítico, de bién habría que computar como un descubrimiento mate­
que ciertos dogmas cristianos fundamentales no podían ser rial y no formal el descubrimiento de la civilización maya,
mantenidos después de descubierta la fauna americana —¿es­ en Copan, que se contiene en la carta que el licenciado
tuvieron los animales del Nuevo Mundo representados en Don Diego García de Palacio, miembro de la Real Audien­
el Arca de Noé?— o después de descubiertos los hombres cia de Guatemala, dirigió el 8 de marzo de 1576 a Felipe
precolombinos —¿cómo pudieron llegar a América los apos­ II dándole cuenta de unas ruinas en el camino de San
tóles si era verdad el precepto: id y predicad a todas las Pedro en donde «vi un santuario, con una cruz de piedra
gentes?— fue sin duda ejercido antes que representado, de tres palmos de alta, con un brazo roto; una gran estatua .
puesto que actuaron inmediatamente mecanismos de encu­ de más de cuatro varas de alta, que parece un obispo lle­
brimiento tendentes a evitar la catástrofe ideológica, tales vando su traje pontifical, con mitra y anillos en sus de­
como, por ejemplo, el mito de las tribus perdidas o el dos... ». (Por el ejemplo de Colón y Juan de la Cosa
de la Virgen de Guadalupe mejicana —la Coatlaxopeuh, advertimos que la formalización consiste muchas veces en
del indio Juan Diego—, o del Moisés americano); otras una re-presentación gráfica que reorganiza las relaciones
veces, la distancia entre lo confuso y lo distinto (un descu­ de los términos de la configuración descubierta con otras
brimiento material logra acaso aprehender una configura­ configuraciones del precontexto, pero de tal suerte, que,
ción A dentro de un precontexto, pero esta configuración en ocasiones, el precontexto recibe, por la formalización,
se nos da precismante intersectada o confundida parcial­ una reorganzación tan profunda, que solo cuando ella se
mente con B, con C, &c., y sin que estas intersecciones ha dado cabrá hablar de descubrimiento efectivo). El des­
puedan considerarse como meramente coyunturales, puesto cubrimiento que tenga lugar en un precontexto que ni si­
que pueden ser incluso necesarias en el ordo inventionis). quiera se aproxime (de acuerdo con los criterios propios
El «descubrimiento» del llamado magnetismo animal por de cada caso) al contexto en el que se dibuja la configura­
Mesmer (supuesto que no fuera un pseudo descubrimiento) ción de referencia, será en realidad tan solo un pre­
comenzó como un descubrimiento material de fenómenos descubrimiento, un descubrimiento material en grado inci­
confundidos con otras situaciones (la «cubeta de Mesmer») piente. Sirva como ejemplo el celebrado descubrimiento de
que pudieron luego ser eliminadas; la domesticación del la identidad entre la estrella de la mañana y la estrella
perro, la siembra de semillas, son descubrimientos que co­ de la tarde. Es frecuente leer o escuchar afirmaciones como
menzaron de un modo meramente ejercido o material (se­ la siguiente: «los mayas ya habían descubierto la identidad
gún .algunos etólogos, el perro ni siquiera fue domesticado, entre el lucero matutino y el lucero vespertino», como se
sino que se adaptó perfectamente a los grupos de cazadores demuestra, con evidencia irrecusable por el análisis y desci-
humanos); el Pithecantropus Erectus, tal como lo descubrió

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-<^SEPTEMTRIO g»^
IRORBISVNIVERSAUS IVXTA PrOLOMEI©SMGRy^HnmDITl<S)BMETAME!

RI(r. VSPYCII ALlOROyE LVSTRATIONES APETRO APIANO LEYSNI^ElMSBRI

Petrus Apianus, 1520

framiento de la llamada «tabla de Dresde». De esta afirma­ ciclos calendáricos no podían alcanzar una formulación es­
ción (junto con otras similares) se sacan consecuencias de pacial, que implicaba la concepción esférica de los movi­
largo alcance relativas al puesto de las astronomía maya mientos de los planetas en la tradición helénica de Eudoxio,
(por tanto, de su cultura) en el conjunto de la Historia Eratostenes, &c.; por consiguiente, el descubrimiento maya
de la Astronomía, por tanto, consecuencias relativas a la no habría rebasado el nivel mitológico en el que se encuen­
situación de la cultura maya, o de otras culturas mesoame­ tran todavía los llamados Anales de Quetzalcoaltl, en los
ricanas, en el «desenvolvimiento global de la humanidad». que se enseña que cuando Venus desaparece es porque se
Pero no es legítimo meter todo en un saco indiscriminado convierte en su esqueleto y que cuando reaparece a los ocho
sin mas rotulo que la palabra «descubrimientos». Es nece­ días, es por que Quetzalcoatl se ha sentado en su trono
sario discriminar, por que de esta discriminación podemos divino. En suma, el planeta Venus maya no es ni siquiera
obtener como resultado, no tanto la asombrosa cojocación un concepto astronómico, es el contenido de una reügíón
de la astronomía Maya en los lugares mas altos y refinados en su fase secundaria, un contenido que ha sido sometido
del conocimiento científico, sino, por el contrario, el diag­ a una observación minuciosa durante largos años. Este «des­
nóstico y medida de un primitivismo astronómico que apa­ cubrimiento de Venus» es en rigor solo un predescubrimien­
rece escondido en el descubrimiento puramente material (en to, ni siquiera un descubrimiento material, puesto que tam­
rigor, un predescubrimiento) de la identidad de referencia, poco su precontexto estaba determinado (vid. Anthony F.
un descubrimiento que no contiene por sí mismo ni siquiera Aveni, «La astronomía maya» en Mundo Científico, núme­
los mecanismos operatorios para ser analizado (región re­ ro 16, julio-agosto de 1982, págs. 780-787).
presentada) como tal descubrimiento. En efecto: por lo que
podemos colegir de la tabla de Dresde y de otros documen­ 5. Por último, tenemos que referirnos a distintos tipos
tos o monumentos pertinentes, los mayas habían logrado de descubrimientos que se derivan de las distintas relacio­
poner en relación gracias a computos de tenaces observa­ nes entre los precontextos y las estructuras descubiertas.
ciones calendáricas (temporales) muy precisas los ciclos de
apariciones y desapariciones (8 días, 260 días) de la estrella Un desarrollo interno de la idea de descubrimiento (por
de la mañana y de la estrella de la tarde, si es que Kukul­ tanto, una clasificación interna de los tipos de descubri­
kan puede identificarse con el planeta Venus. Pero estos miento) tal como ha sido delimitada en su generalidad esen-

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cial (la relación [P,S,0] ha de atender a la diversidad de frecuencia han sido ya observados por oposición a otro
relaciones que puedan establecerse entre [P,0], por la me­ tipo de descubrimientos que nosotros conceptuaremos en
diación de [S], y no a la diversidad de categorías a las otras rúbricas. Para poner ejemplos próximos a nuestro
que puedan pertenecer los [O] en sí mismos considerados. asunto, es frecuente contraponer el descubrimiento de Co­
Ahora bien, tal como han sido presentadas las relaciones lón, transportado por las carabelas, en 1492, al descubri­
entre [P] y [O] por mediación de [S], estas relaciones se miento de la Luna, en 1969, de Amstrong y Aldrin, trans­
parecen a las relaciones de metabolismo, es decir, de asimi­ portados por el Apolo 11, en el sentido siguiente: que mien­
lación, integración o desintegración de [O] en el precontex­ tras quienes atravesaban el Atlántico en las carabelas iban
to [P]. La idea principal que queremos destacar es esta: «hacia lo desconocido», ignorando que iban a descubrir
[O] no se agrega a [P] de un modo aditivo; es decir, si tierras distintas de Asia (puesto que en sus mapas no figu­
recurriésemos al canon de las totalidades aritméticas, la raba América), en cambio, quienes atravesaban el espacio
agregación no se produciría según la operación [P + 0 ] , en el Apolo II entre la Tierra y la Luna (sin perjuicio
puesto que se distribuye [O] entre las partes de [P] (que de que este espacio fuese diez mil veces mayor) conocían
funciona siempre como una totalidad), «integrándose» en con precisión su trayectoria, marchaban teledirigidos (sin
cada una de ellas y afectándolas directa o indirectamente. que ello menoscabe, en modo alguno, su heroísmo perso­
Es decir, que si recurrimos al canon de las totalidades arit­ nal) y tenían previsto científicamente lo que iban a descu­
méticas, ocurre como si [O] se integrase en [P] en la forma brir. Desde luego esta contraposición no puede tomarse
[PilOj-l-Pi20j-l-Pi30j-(-... -l-PinOj] = [Pi*Oj]. Diríamos con un radicalismo excesivo, puesto que es muy ambiguo
que la composición, en el descubrimiento, de lo descubierto decir que las carabelas iban hacia lo desconocido, en abso­
[Oj] con el precontexto [Pi] se análoga más a la composi­ luto, en cuyo caso estaríamos ante una aventura ciega, ca­
ción según el producto [Pi*Oj] que a la composición según rente incluso de valor objetivo (y el valor subjetivo de tales
la adición (aunque por supuesto, no es producto en su aventuras estaría siempre lindando con la estupidez). Colón
y quienes hicieron posible su proyecto, «sabían», de algún
sentido aritmético). Pero es una analogía o artificio sufi­
modo, hacia donde iban; las carabelas no navegaban hacia
ciente para, utilizándola como canon, guiarnos por ella para
llegar a situaciones particulares específicas, así como para 10 desconocido en términos absolutos, sino hacia algo co­
prestar el nombre a diferentes tipos o situaciones específi­ nocido, teóricamente, es cierto —en virtud de la teoría de
cas de descubrimientos que, desde luego, han de configu­ la esfericidad de la tierra, que era entonces una pura teoría—
rarse por sí mismas, y que son las siguientes en su estado aunque de modo confuso y genérico («tierras al otro lado
ideal (al cual se aproximará, en mayor o menor medida, del Atlántico»), y específicamente erróneo (Cipango, Cat­
cada proceso concreto de descubrimiento): hay). De todas formas es evidente que, comparativamente,
el volumen de los contenidos que desconocían quienes na­
(1). DESCUBRIMIENTOS NEUTROS
vegaban en las carabelas a efectos prácticos tem'a una mag­
(2). DESCUBRIMIENTOS NEGATIVOS
nitud mucho mayor que lo que desconocían quienes eran
transportados por el Apolo 11 (y esto sea dicho en recono­
(3). DESCUBRIMIENTOS NULOS O ABSORBENTES
cimiento del asombroso avance del poder de la téciúca y
(4). DESCUBRIMIENTOS PARTICULARES
de la ciencia en el corto intervalo de cinco siglos). Y en
(1). Ante todo, el tipo de descubrimientos neutros po­ todo caso, lo que en esta contraposición se está expresan­
sitivos (o «descubrimientos neutros», a secas), que son aque­ do, en términos rigurosos de la distinción que estamos estu­
llos que dejan a [P] invariante en lo que se estima en diando (y dejando de lado todas las cuestiones psicológicas
él de esencial. Corresponde este caso a aquel para el cual sobre heroísmos, ignorancias, valentías, de índole subje­
Oj = l (Pi*Oj = Pi), es decir, al caso en el cual Oj actúa tual) es esto: que el viaje de las Carabelas tuvo como resul­
como un módulo o elemento neutro, lo que soló podrá tado una modificación sustancial del mapa por el que se.
ocurrir cuando Oj aparezca ya de algún modo como conte­ habían guiado (el mapa de Toscanelli) comparativamente
nido en Pi. De aquí, el carácter neutro del descubrimiento. mucho mayor que las modificaciones que el viaje del Apolo
El descubrimiento de Oj viene a significar una suerte de 11 determinó en los mapas astronómicos. O dicho en for­
reiteración de Pi; reiteración que, sin embargo, no debiera ma positiva y, pasando al límite: que mientras el descubri­
confundirse como una monótona o tautológica repetición miento de 1492 determinó profundas alteraciones y noveda­
de un Pi inmóvil, porque Pi, mediante Oj, ha cambiado, des en el precontexto en el que él tuvo lugar y lo hizo
se ha transformado, sólo que su transformación es, o se posible, el descubrimiento de 1969, pese a presentársenos
aproxima, a la transformación idéntica. Por ello tampoco como mucho más impresionante desde el punto de vista
sería correcto decir que en los descubrimientos neutros no subjetual, constituyó una reiteración del precontexto y la
hay sorpresa —puesto que la sorpresa es un concepto psi­ novedad fundamental (más asombrosa, sin duda, aunque
cológico que, en todo caso, puede estimularse por la misma en otro orden, que lo asombroso de el contacto con los
invariancia de la transformación (como también puede pro­ nuevos escenarios transatlánticos) fue aquí precisamente la
ducir sorpresa el que, tras una serie de traducciones sucesi­ falta de novedad, es decir, el carácter neutro o modular
vas de un texto dado a otras lenguas, lleguemos a recons­ del descubrimiento (las expectativas dramáticas —posible
truir exactamente, o casi exactamente, el texto original). encuentro con selenitas u otras forma de vida lunares, de­
Asimismo tampoco sería exacto denominar a los descubri­ sintegración de los astronautas, hundimiento en un polvo
mientos neutros «descubrimientos de corroboración», pues­ lunar, &c.— que acompañaron los años previos al momen­
to que, aunque lo sean, no son los únicos procedimientos to en el que el hombre, un americano, por cierto, puso
de la corroboración. el pie en la Luna, se mantuvieron fuera del ámbito científi­
co y pueden ser consideradas como pura propaganda para
El concepto de descubrimiento neutro es ideal; es un crear un suspense en un viaje cuyos límites estaban perfec­
concepto límite, pero no es utópico y a él se aproximan, tamente definidos). Alguien verá acaso en ello una suerte
más o menos, ciertos tipos de descubrimientos que con de tautología (en el sentido de la mera repetición de lo

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ya conocido), pero sólo si carece de capacidad para adver­ consiguiente, que también cuando el descubrimiento equi­
tir la naturaleza dialéctica del proceso, de un proceso en vale a una «revolución copernicana» (o para decirlo con
el cual es precisamente la confirmación idempotente del la metáfora de Marx: a una «vuelta del revés» o Umstül­
precontexto aquella que confirma como tal a este precon­ pung) nos remite a un precontexto y que partiendo de éste,
texto, tanto o más que a lo descubierto como tal; por tan necesario y activo viene a ser en el caso de los descubri­
tanto, la que confiere al todo su carácter de realidad o mientos positivos, como en el caso de los descubrimientos
de verdad existente, efectiva, y no solo posible o esencial negativos. Es cierto que no todos los descubrimientos nega­
abstracta. La situación es enteramente similar a la que se tivos alcanzan grados tales que, por afectar a la estructura
suscitó a propósito del silogismo aristotélico. Quienes veían misma del precontexto, puedan ser llamados negativos, aun­
(Ramus o Descartes) en su conclusión la mera explanación que esto ocurre muchas más veces de lo que algunos pudie­
o repetición de las premisas es porque, presuponiendo una ran creer. Tal es el caso de la teoría de la relatividad,
interpretación sustancializada de la verdad de las premisas que presupone sin duda la doctrina «clásica» para que pue­
(como si esta verdad fuese previa e independiente de la da ser configurada (¿cómo podrían escribirse las transfor­
verdad de la conclusión), no advertían que la verdad de maciones de Lorentz si no es por referencia a los fenóme­
las premisas silogísticas sólo podía descansar anafóricamen­ nos clásicos?). Pero también es cierto que en la simple
te en la conclusión, a la vez que esta descansa en aquellas; rectificación que el descubrimiento comporta de algún con­
por consiguiente no advertían que el silogismo aristotélico, tenido parcial del precontexto, podremos también advertir
dialécticamente interpretado, lejos de ser una tautología (to­ la presencia de la negatividad.
mando esta expresión no en el sentido consabido y raquíti­
co de Wittgenstein) meramente explanatoria, constituía una Singular interés reviste la categoría de los descubri­
auténtica ampliación que comporta un genuino descubri­ mientos negativos cuando se aplica a situaciones en las
miento, precisamente del tipo del que venimos llamando cuales cabe mantener la estructura misma de la idea origi­
«descubrimientos neutros». Y lo que aún es más importan­ naria (etimológica) de des-cubrimiento, que es negativa («qui­
te (aunque aquí no podemos desarrollar este punto): que tar el velo»). Esto ocurre cuando el descubrimiento incluye
acaso la estructura de los descubrimientos neutros debiera la función de una crítica activa a otras configuraciones
ser considerada como la forma canónica de todo descubri­ que se resisten a ser descubiertas, es decir, cuando el descu­
miento en general, a la manera como el módulo 1 acompa­ brimiento supone, no ya tanto «levantar el velo», sino arran­
ña a cualquier producto, en tanto todo precontexto, si lo carlo (incluso apelando a disposiciones de tipo militar) a
es verdaderamente, incluye de algún modo a lo que con quienes quieren continuar con el velo, o la venda, puesta
su ayuda se descubre. (La distinción, en este supuesto, en­ ante los ojos. Ahora el descubrimiento negativo es un des­
tre los descubrimientos neutros y los demás, habría que cubrimiento crítico, polémico, que incluye una lucha acti­
ponerla en el grado o modo de esa inclusión y no en la va, no sólo contra la inercia de los prejuicios, sino también
inclusión misma tomada en general). contra la ideología viviente en una determinada sociedad.
Probablemente, uno de los descubrimientos de mayor al­
(2) En segundo lugar habría que computar el tipo de cance contenido en el descubrimiento de América fue el
descubrimientos que llamamos negativos (en realidad, neu­ descubrimiento de los pueblos o culturas precolombinas,
tro negativos, correspondientes al módulo — 1 , que trans­ en tanto que él implicaba el descubrimiento negativo, críti­
forma Pi*Oj en —Pi). Se trata, sin duda, de un tipo tam­ co, de la interna debilidad de la ideología religiosa bíblica
bién límite de descubrimientos, aquellos que partiendo de («¿habían estado los animales americanos en el arca de
un precontexto dado Pi nos abren precisamente a una si­ Noe?, ¿como habían podido llegar los apóstoles a América
tuación definible como opuesta (se dice a veces: «de signo si es que el cristianismo era una religión católica?»). El
contrario») a la representada por Pi. Hay que reconocer motor más potente de la Ilustración, como des—cubrimiento
muchas maneras materiales de tener lugar esta inversión; de los prejuicios o idola, fue precisamente el descubrimien­
pero lo que importa ahora es constatar que muchos de to de las culturas americanas.
los conceptos utilizados de hecho en el análisis de los des­
cubrimientos (o en la Historia de la Ciencia) se acogen (3) En tercer lugar estableceremos el tipo de los descu­
precisamente a esta forma canónica de los descubrimientos brimientos nulos o absorbentes, cuando Oj sea de tal natu­
negativos. Y esto empezando por el propio concepto de raleza que pueda ser interpretada como un «elemento ab­
Revolución científica, en el sentido que cobra ya, antes sorbente». El efecto de tales descubrimientos no sería otro
de Kuhn, en la fórmula kantiana de la «revolución coperni­ sino el de anular el precontexto (Pi*Oj=0). Por este moti­
cana», cuando el concepto de revolución copernicana no vo, los descubrimientos nulos no deben ser confundidos
es meramente una permutación de los lugares relativos del en principio con los descubrimientos negativos ni con los
Sol y de la Tierra (o, por analogía, del sujeto y del objeto). neutros, ni recíprocamente. Ahora, el precontexto quedaría
Porque no nos atenemos sólo al resultado o término ad eliminado, en el sentido de que en lo sucesivo se prescindi­
quem de la transformación, sino que es preciso mantener rá de él, como de una hipótesis de trabajo, por ejemplo,
la referencia a su término a quo, al margen del cual el que resultó ser estéril o absurda una vez conocidas las con­
propio proceso revolucionario se desdibuja. Pero esto equi­ secuencias (la escalera que se arroja una vez que hemos
vale a afirmar que el término a quo (el sistema geocéntrico, subido... siempre que dispongamos de otro medio alternati­
en el ejemplo) desempeña el papel de precontexto y no vo para bajar). Se comprende que el concepto de descubri­
de un mero error que pueda ser simplemente olvidado; miento nulo pueda considerarse (al margen de sus servicios
lo que, a su vez, implica una concepción dialéctica del sistemáticos) como superfino; sin embargo no lo es, al me­
proceso del descubrimiento científico mediante el cual que­ nos en la realidad histórica de la ciencia, que podría consi­
dan incorporados al mismo las apariencias, los fenómenos derarse «llena» de descubrimientos nulos, de sendas desvia­
(los segmentos de la linea que, en el libro VII de la Repú­ das que sin embargo han sido ensayadas y que una vez
blica de Platón, se designan como eikasía y pistis). Por encontrado el camino, pueden incluso ser borradas. Será

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Ptolemaeus, Basileae 1540

además discutible, en algunos casos, decidir si estamos ante seológicamente el postulado como si hubiera sido una simple
un descubrimiento nulo o negativo o neutro; la decisión errata, o una mera posición psicológica?. Aristóteles parece
depende de la peculiar interpretación que demos al proceso. que hubiera respondido afirmativamente a esta cuestión, pues
Consideremos un descubrimiento cuya importaiicia es tal escribió: «el que no es matemático se asombra de que la
que, según Platón, el maestro que no lo transmitiese a diagonal no sea conmensurable con su lado, pero el mate­
sus discípulos, merecería la pena de muerte: el descubri­ mático se asombra del asombro del que no lo es». Dicho
miento de los irracionales. Este descubrimiento tiene como en nuestros términos: el descubrimiento de los irracionales,
precontexto el postulado pitagórico de la conmensurabili­ respecto de su precontexto, será un descubrimiento absor­
dad de la diagonal del cuadrado con su lado y esto en bente o nulo que deja fuera (de las matemáticas) arrojándo­
el contexto del teorema de Pitágoras, demostrado al menos lo al campo meremiente psicológico (el asoinbro del no ma­
para los triángulos isósceles y según el cual el cuadrado temático) el precontexto. La concepción platónica del méto­
construido sobre la diagonal de un cuadrado era igual a do dialéctico no autorizaría a esta conclusión: el descubri­
la suma de los cuadrados de los dos lados, es decir, igual miento de los irracionales habría que considerarlo como un
a 2, si se toma el lado por unidad. A partir de este precon­ descubrimiento negativo. El postulado pitagórico de la con­
texto, y desarrollándolo dialécticamente, se llegará a una mensiu-abilidad queda, sin duda, negado por el descubri­
contradicción según la cual lo par es lo impar; porque miento, pero no queda «borrado», absorbido por él, pues
si m/n es la diagonal en función del lado 1/n, la contradic­ sigue siendo condición necesaria para la misma formulación
ción podría formularse así: (me2N / ne2N) ^ (meZN del descubrimiento. Este habrá consignado el precontexto
n€2N). El descubrimiento tiene, al menos según su expre­ al plano de los fenórnenos: la conmensurabilidad es una
sión gramatical, la forma de un descubrimiento negativo: apariencia, pero una apariencia necesaria ordo inventionis.
«la diagonal del cuadrado no es conmensurable con el lado
tomado como unidad». Ahora bien, esta negación gramati­ El descubrimiento de que el perpetuum mobile de se­
cal del postulado precontextual, ¿autorizaría a anular gno­ gunda especie es imposible, ¿es un descubrimiento negativo

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(que requiere por tanto mantener el precontexto de perpe­ precontexto constituido por la teoría de la relatividad. Otras
tuum mobilé) o es un descubrimiento nulo (que autoriza veces, el descubrimiento particular no sería negativo por
a borrar de la Termodinámica semejante precontexto, a llegar a establecer una identificación de términos antes di­
la manera como, sin duda, se pueden borrar de ella los sociados, sino que también habría rectificación en el proce­
demonios clasificadores de Maxwell)?. Quienes intentan re­ so de establecer una disociación entre términos que en el
ducir el descubrimiento de América a la condición de una precontexto aparecen como idénticos. Así, el descubrimien­
toma de contacto entre las diversas culturas (lo que equiva­ to de los isótopos, que en un principio aparecen como
le a convertir la conmemoración del Quinto Centenario en identificados por el lugar que ocupan en el precontexto
la conmemoración de un encuentro) es porque está inter­ constituido por la tabla de Mendeleiev, por ejemplo el des­
pretando el descubrimiento de América como un descubri­ cubrimiento de la diversidad entre el agua pesada y el agua
miento neutro; porque si hubo encuentro no hubo descu­ ligera. O bien, para volver a nuestro asunto, el descubri­
brimiento, en el sentido preciso de descubrimiento negativo miento de que el continente abierto por Colón e identifica­
(revolucionario, que obligaba por ejemplo a dar la vuelta do en su precontexto con el continente asiático era distinto
del revés a todos los precontextos cristianos, católicos, de de este continente, siendo aquí cuando puede comenzarse
los cuales se había partido). a hablar formalmente del descubrimiento geográfico de Amé­
rica.
(4) En cuarto y último lugar hablaremos de descubri­
mientos particulares (positivos y negativos) correspondien­ 6. Por último, es imprescindible decir dos palabras
tes a los casos en los cuales el precontexto Pi se mantenga sobre el copioso tema de la «dialéctica de los descubrimien­
«globalmente» pero de forma tal que el descubrimiento tos» en el ordo inventionis. Nos remitiremos a cuatro pun­
Oj, o bien lo desarrolla parcialmente o bien lo rectifica tos principales incluidos en los principios que acabamos
parcialmente, es decir, cuando Oj no es ni elemento nulo, de exponer.
ni absorbente, ni neutro. Ahora el resultado del descubri­
miento supone siempre una cierta transformación parcial (1) Ante todo, postularemos la concatenación de los
de las relaciones dadas entre los términos del precontexto descubrimientos y sus precontextos. Lo que equivale a su­
(H—Pk = Pi*H—Oj). Se comprende que este cuarto tipo bordinar los descubrimientos (y las invenciones que les es­
de descubrimientos haya de ser, en principio, el que cubra tán ligadas) a los complejos culturales históricamente da­
la mayor cantidad de situaciones, o, si prefiere, la mayor dos, y solo dentro de los cuales pueden considerarse los
cantidad de situaciones de descubrimiento podrá ser inter­ precontextos. Desde aqm' vemos la razón por la cual carece
pretada antes desde el canon del cuarto tipo que desde de sentido proceder como si el «sujeto de los descubrimien­
el canon de alguno de los tipos precedentes. tos» fuese la Humanidad, o el hombre, o incluso un siglo,
es decir, cualquier entidad que implique la abstracción de
Ahora bien, si, según hemos insinuado (al exponer el «esos complejos histórico culturales», en cuanto se oponen
tipo primero de descubrimiento), todo descubrimiento posi­ a otros, la abstracción de la subordinación del proceso de
tivo pudiera acogerse el canon de los descubrimientos neu­ descubrir a los intereses sociales o de grupos dados dentro
tros, entonces el cuarto tipo de descubrimientos sería el de la estructura cultural envolvente. Por consiguiente, lo
de los descubrimientos particulares negativos, y esto en vir­ que implique la abstracción de todo aquello que el descu­
tud de que la inversión global de un precontexto es mucho brimiento (o invención) tiene de destrucción o de desgarra­
más difícil de establecer, no solamente que una rectifica­ miento de otras configuraciones que deben dejar paso al
ción parcial, sino también que una rectificación global, «ca­ precontexto. Los grandes descubrimientos o invenciones van
taclísmica». Según esto cabría concluir que la mayor parte siempre ligados a la lucha de clases, a la guerra, a la depre­
de los descubrimientos efectivos se acogerían cómodamente dación, y tratar de disimular estos mecanismos no tiene
al canon de los descubrimientos negativos (sean modulares mas alcance que el que tendría querer separar el reverso
o globales, sean particulares) y que en este orden de cosas, del anverso.
vale también la regla: «pensar es pensar contra otro», es
decir, «descubrir es rectificar». El descubrimiento de que (2) Postulamos también la subordinación de los descu­
el lucero de la mañana es el mismo (o tiene la misma brimientos formales a los materiales, en cuanto al orden
referencia, Bedeutung, en la acepción de Frege) que el luce­ del proceso histórico y por tanto, a la dialéctica del descu­
ro de la tarde, es la negación del contexto (fenoménico, brimiento (en tanto implica, a su vez, encubrimientos y des­
observacional) Pi en el cual estos objetos (fenómenos, o trucciones, desgarramientos de los «velos» que se resisten
sentidos, Sinnen, en la acepción de Frege) son distintos. a ser arrancados). Los marinos llaman «descubrir» al mismo
El proceso de este «descubrimiento» podría analizarse de aparecer de un objeto por detrás de otro con el cual estaba
este modo: el precontexto fenoménico Pi, que contiene una enfilado y que acaso se tapa con el descubrimiento.
relación aliorelativa entre los fenómenos lucero de la maña­
na y lucero de la tarde, se transforma en un contexto esen­ (3) Del orden de los descubrimientos no puede, en ge­
cial en el que estos fenómenos mudan la relación al identi­ neral, decirse que sea ortogenético; será preciso introducir
ficarse en la esencia o sustancia del planeta Venus. El des­ escalas diversas para el análisis. Los descubrimientos, por
cubrimiento de que todos los cuerpos caen a la misma estar ligados a sus precontextos, a su vez determinados
velocidad (que suele hacerse corresponder erróneamente, por la estructura social e histórica, no pueden disponerse
como demostró Koyré, con el «experimento de Galileo en en principio en una sucesión lineal. Gran cantidad de des­
la torre de Pisa») es también un descubrimiento negativo cubrimientos son redescubrimientos y esto es tanto la regla
particular (aunque cabría ensayar la tesis de que se trata como la excepción.
de un descubrimiento negativo global). Lo mismo se diga
del descubrimiento de la identidad entre la masa de gravita­ (4) No siempre es posible atribuir a los descubrimien­
ción y la masa de inercia que sólo es posible desde el tos un signo ponderativo, meliorativo, en la linea del pro-

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gresismo positivista, precisamente porque los descubrimien­ (muchas veces ideológicas) y el segundo acoge a las concep­
tos incluyen también encubrimientos y desgarramientos, lo ciones que suelen ser llamadas realistas (o incluso materia­
que en el plano social se traduce por explotación, depreda­ listas) . Por lo demás ambos tipos de concepciones se for­
ción, desigualdad o injusticia. De este modo, según las mularon ya en los mismos años del descubrimiento.
coordenadas de referencia, un descubrimiento o un invento
puede llegar a tener un signo siniestro como lo tuvieron Las premisas idealistas a partir de las cuales se intenta­
«las maquinas» para los que padecieron la segunda revolu­ rá dar cuenta de los motores de la conquista y poblamiento
ción industrial, según Samuel Butler reflejó en su Erehwon. pueden resumirse en su forma mas radical en los siguientes
Inversamente, un descubrimiento original con fines sinies­ términos: el impulso que puso en marcha el descubrimiento
tros puede tener efectos liberadores u otros de signo positi­ en el plano político (el de los Reyes Católicos) y alentó
vo: el descubrimiento (o invento, o redescirbrimiento) de la conquista y el poblamiento, fue el impulso religioso,
la esclavitud en America determinó el acceso de la pobla­ el amor a los indios, la caridad cristiana, la generosidad,
ción africana al Nuevo Mundo; el redescubrimiento (o in­ simbolizada en las figuras de Montesinos y Las Casas, frente
vento) del sistema jerárquico (casi un sistema de castas) a tantas situaciones de corrupción y degradación. Pero fue­
en muchas partes de Iberoamérica, determinó el incremento ron los motivos religiosos, los que en última instancia ha­
del mestizaje. brían pesado en los Reyes Católicos.

También en su forma más radical, las premisas reaUs­


tas podrían expresarse así: lo que impulsó el descubrimien­
to y la conquista fue la necesidad de controlar una ruta
Sección II. Sobre los motores del descubrimiento de las especias, por parte de un Estado exhausto, la codicia
de América del oro y de las riquezas y los intereses políticos de un
Estado recién salido de la Reconquista y que necesitaba
prolongarla a fin de dar salida a las presiones de hidalgos
Los motores de los descubrimientos deben ser a su o segundones que hubieran desestabilizado un sistema polí­
vez descubiertos, y descubiertos a partir no solo del mate­ tico muy precario. Estas premisas realistas (que, sin embar­
rial previo a los momentos conspectivos del descubrimiento go, más que inspiradas en una concepción materialista ob­
de referencia sino también a partir de los materiales que jetiva de la Historia, se nutren de una concepción subjeti­
puedan incluirse en sus momentos resolutivos. Como la vista, psicologista o, bien, abstractamente politicista o eco­
orientación del descubridor tuvo parte en la determinación nomicista, de los intereses) tenderán obligadamente a
del marco conspectivo descubierto y, con el, de sus resulta­ reinterpretar los innegables «componentes ideales» del des­
dos, estos siempre habrán de arrojar alguna luz sobre los cubrimiento y de la conquista como meras fórmulas ideoló­
motores de aquella orientación inicial. gicas o pantallas de diversión destinadas a encubrir los autén­
ticos móviles.
Siempre que de un modo global nos situamos ante
el tema del «descubrimiento de América» resulta ineludible Las premisas realistas parecen marchar al compás de
tomar partido ante la cuestión, planteada de hecho todavía una poderosa conciencia «indigenista» que tiende a ver a
en nuestro tiempo, de los «motores» que impulsaron ese los conquistadores como meros asesinos o depredadores,
descubrimiento, así como de la «conquista» y poblamiento genocidas —concepción que ha cobrado una presencia plás­
consiguientes. En vano buscaremos hoy todavía la neutrali­ tica más o menos intensa en los murales de Alfaro Siquei­
dad, en vano intentaremos dejar de lado estas cuestiones. ros, de Diego Rivera, o de Orozco.
Estas son inexcusables, y ello por que no se trata todavía
hoy, a distancia de cinco siglos, de cuestiones meramente Sin embargo, aún cuando las premisas realistas neutra­
explicativas o especulativas, orientadas a determínadar las lizan a las idealistas, sin embargo no las eliminan, porque
causas del descubrimiento (a la manera como buscamos estas siguen apoyándose en la constatación de innegables
las causas de la diptongación de las vocales latinas | o , e) actos de «generosidad» y de «idealismo» que también juga­
en la Romanía) sino de cuestiones de justificación, de valo­ ron en el proceso de un modo efectivo.
ración. Nuestro juicio sobre el Descubrimiento y sobre lo
que se considera hoy como resultado suyo —la realidad La posibilidad de una coexistencia de ambas clases de
cultural y política de los pueblos americanos, en la parte premisas, puede explicarse porque aunque se mueven, al
que tienen de influencia europea— depende de la teoría parecer, en planos muy distintos —por ejemplo, las premi­
sobre los motores adoptada, como si según la naturaleza sas idealistas en el plano de la justificación, del deber ser;
que atribuyamos a aquellos, el movimiento que ellos pudie­ las premisas realistas, en el plano de la explicación, del
ron comunicar se colorease de un modo determinado y, ser— pueden también reducirse o proyectarse en el plano
reciprocamente, como si la coloración actualmente aprecia­ subjetivo de las motivaciones, dado que también los princi­
da hubiera de ser expUcada, en última instancia, por la pios axiológicos pueden actuar como móviles, al menos
naturaleza de los motores que la pusieron en marcha. Pero ideológicamente. Esto explicaría la tendencia a yuxtaponer
si, en efecto, resultan ser ineludibles estos problemas, es ambos géneros de premisas (que previamente habrían sido
mejor plantearlos de frente que fingir que están ya supera­ disociadas artificiosamente) en una formulación de aparien­
dos los planteamientos. cia ecléctica que, por lo demás, encontramos repetida, has­
ta la saciedad, desde la misma primera carta que Colón
Podemos clasificar en dos grupos distintos y opuestos escribió el 15 de febrero de 1453 «en la carabela sobre
las concepciones corrientes sobre los motores del descubri­ las Islas de Canarias»: «la cristiandad debe tomar alegría
miento, conquista y poblamiento de América: el primer y hacer grandes fiestas y dar gracias solemnes por el tanto
grupo acoge a las concepciones que son llamadas idealistas exaltamiento que habrán entornándose tantos pueblos a nues­

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Circius Sepicntrionitis Aquilo
íforth mmhouefí. SEPTEN N 9RrH. TRIO. North northtíl.

Auftroafricui Huroaudec
SufitHtíl. Sitfitfí.

tra Santa Fe y después por los bienes temporales que no cesaria su yuxtaposición como único compromiso «madu­
solamente a la España, mas todos los cristianos tendrán ro» y «prudente». Pero semejante compromiso no es otra
aquí refrigerio y ganancia {nuestros)». O bien, en palabras cosa sino la afirinación de que en el descubrimiento y en
de Bernal Diaz del Castillo, si la Conquista se ha emprendi­ la conquista hubo una parte buena (la generosidad, o bien,
do es «por servir a Dios, a su Majestad y dar a luz a la heroicidad) y hubo una parte mala (la rapacidad, la
los que estaban en tinieblas y también por haber riquezas ambición homicida); con lo cual vuelve a recaerse en un
que todos los hombres comunmente buscamos...». planteamiento de la cuestión que recuerda los términos de
«enjuiciamiento» jurídico o moral. El cual, a cinco siglos
Nos parece imprescindible, a efectos de aproximarnos de distancia, es por completo improcedente, y no por que
a un más adecuado punto de vista filosófico ante este tipo no tenga su campo propio, sino porque es inadecuado y
de debates, que han vuelto a reproducirse apasionadamente aún ridículo a efectos de evaluar el significado histórico
en las vísperas del Quinto Centenario, liberarnos del plan­ del Descubrimiento y de la Conquista. Consideraríamos muy
teamiento psicológico-subjetivo o moral-subjetivo, o peligroso que la teoría del Descubrimiento, de un modo
económico-abstracto, de la cuestión, el plantemiento desde u otro, cayese en la trampa del tratamiento moral subjetivo
el cual se introduce una disociación artificiosa entre dos o psicológico (individual o de grupo) que tiene su esfera
supuestas mitades del hombre (una disociación, por cierto, de apUcación en otros planos, pero que precisamente, por
sobre la que construirá Cervantes los arquetipos de Don la capacidad de ser aplicado a cualquier trozo de la con­
Quijote y Sancho y seguramente no muy lejos de los mode­ ducta humana o a cualquier periodo de la Historia, resulta
los de aquellos españoles que iban a América o bien a ineficaz cuando el objetivo es evaluar un periodo muy de­
buscar oro, o bien, después de haberlas oido o leido, a terminado de la misma. La evaluación del significado his­
imitar las hazañas de Amadis de Gaula o de otros libros tórico de este periodo solo puede tener lugar en el plano
de caballería). Pues es la disociación que hace posibles las objetivo de la Historia Universal, de la misma manera que
alternativas «idealista» o «realista» la misma que hace ne­ el enjuiciamento histórico universal del «descubrimiento y

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conquista» de Iberia, Germania o Galia por Roma no pue­ las diferentes conductas. A título de ilustración de lo que
de plantearse en términos morales o subjetivos (al modo queremos dar a entender: los «ideales» medievales de las
de Bertold Brecht) de la «rapacidad de los generales roma­ Cruzadas, solo en su reducción psicológico—subjetiva pue­
nos» en busca de oro, trigo y esclavos o de la «misión den ser tratados como pretextos para distraer a los señores
generosa» de un pueblo civilizado que abre calzadas, que feudales y dar ocupación a masas de campesinos excedentes
luego serán pisadas por los apostóles, en expresión de Euse­ cada vez mas peHgrosas; por que sin perjuicio de estos
bio de Cesárea. efectos, los «ideales» de las cruzadas habrán de ser entendi­
dos, ante todo, como planes y programas de radio intencio­
Resultaría de todo punto improcedente tratar de regre­ nalmente universal de la Iglesia Católica, en su función
sar aquí hasta «los últimos principios filosóficos», en los ahora de coordinadora de las partes del sistema político
cuales nos vemos envueltos, al suscitar estas cuestiones ine­ de reinos de la cristiandad medieval. Gracias a lo cual era
ludibles. Por ello, se hace tanto mas necesario determinar posible la cooperación entre ellos, y el alejamiento de la
la escala en la cual puedan dibujarse unos principia media amenaza de una destrucción mutua o absorción por terce­
que nos permitan regresar, cuando menos, a un lugar ante­ ras culturas, concretamente el Islam, definiendo unos obje­
rior a aquel en el que se ha producido la disociación «de tivos concretos de política exterior global (Jerusalen, Gra­
esas dos mitades» (la idealista y la realista), un lugar que nada). Y, en realidad, ni siquiera es necesario siempre que
sea suficiente para poder erunarcar un planteamiento mas se re-definan en cada caso estos ideales (planes, progra­
preciso de cuestiones que plantea la teoría del Descubri­ mas), de modo explícito, pues ellos están ya encarnados,
miento de América. por decirlo así, en las conductas y en los escenarios en
los cuales se mueven los hombres concretos y, muy espe­
A nuestro juicio podríamos acogernos, para fijar el cialmente, los héroes épicos. Hasta el punto de que estos
centro de un sistema de principios intermedios adecuados no necesitan reiterar, como ideales de su acción, aquellos
a nuestro proposito, al concepto de «cultura histórica obje­ planes y programas propios del mundo que los ha moldea­
tiva», en el momento en el cual ella incluye, por ejemplo, do y los está moviendo. El mismo Cid está psicológicamen­
la organización política en forma de Estados competitivos, te impulsado, según nos dice nada menos que el autor
según un modo de producción determinado; pero también del Cantar (si segtúmos la penetrante interpretación que
estructuras supraestatales (como puedan serlo la Iglesia Ca­ acaba de ofrecernos el Profesor Caso González en su Dis­
tólica, en el caso de la cultura europea, o el Islam en curso inaugural del curso 1989—90 en la Universidad de
el caso de los Estados musulmanes). El concepto de «cultu­ Oviedo) por el «sabor de la ganancia»; lo que el Cid busca
ra histórica objetiva» tiene además la virtualidad de inte­ es el ascenso social, principalmente mediante la acumula­
grar, en la unidad procesual de su mismo desarrollo, mu­ ción de oro y plata amonedados, como caballero infanzón
chos de los componentes llamados por algunas escuelas «su­ de rango menor. Concedamos incluso que el Cid —o el
perestructurales», en otras, «intereses subjetivos» (sin duda autor del Cantar— no se hubiese propuesto o representado
inexcusables, ya en un plano etológico—genérico).. En nues­ jamás, como lemas de su acción épica, los ideales de la
tro caso tanto el plan de «entornamiento de los pueblos Cruzada o de la Reconquista: No por ello estos ideales
a nuestra Santa Fe» (el plan de la cruzada) como la pers­ (planes, programas) estaban actuando menos en él y en
pectiva de «los refrigerios y las ganancias» de que hablaba los suyos. En este sentido, cabría afirmar que el Cid no
Cristóbal Colón. En efecto, cuando se contemplan estos se representa los ideales de la Cristiandad, pero porque
componentes desde la realidad de una cultura supraestatal los está ejercitando —«cristianos», en el Cantar, significará
histórica en marcha, componentes suyos tales como el de «todos los del Cid», pero porque «todos los del Cid» son
la «propagación de la fe cristiana» dejan dé aparecer como cristianos—. Y no se representa los ideales de la Reconquis­
meros pretextos sobreañadidos ornamentalmente o superes­ ta, pero porque la está haciendo, porque su voluntad subje­
tructuralmente (¿para qué?) a los «intereses verdaderamen­ tiva (psicológica) de ascenso social le lleva a intentar casar
te activos» para mostrársenos como constitutivos estructu­ a sus hijos con príncipes o nobles cristianos —no musulma­
rales (incluso «básicos») del propio sistema cultural, por nes. Las empresas de un héroe épico son solo un fragmento
tanto, como componentes funcionales del mismo. Y ello del torbellino de la Cultura objetiva que lo moldean. Y,
porque, por ejemplo, incluso muchos dogmas de la Fe cris­ sin perjuicio de la posibilidad de un análisis abstracto del
tiana no actúan tanto como algo sobreañadido (como si
héroe épico (orientado a determinar la reducción de sus
fuesen superestructuras, concepto que, separado de su ori­
motivaciones al plano psicológico o sociológico), lo cierto
ginal alcance, juzgamos enteramente metafísico) sino como
es que los hérores épicos son indisociables del mundo obje­
la forma misma de coordinación diamérica de los intereses
«etológicos» de los individuos, grupos o estados que parti­ tivo que los configura en cuanto enfrentados a otras cultu­
cipan en el proceso. No se trata por tanto de disimular ras objetivas y, por ello, los héroes épicos están ligados
con ideales supremos (de la mala fe, en el sentido sartria­ intrínsecamente a unos marcos históricos muy definidos:
no) la rapacidad o la codicia genéricas (o elementales) o No es posible concebir a Hernán Cortés sin barcos, sin
de compensarlas con actos de generosidad o de servicio. caballos demesticados, sin arcabuces; ni es posible concebir
Se trata de no olvidar nunca que toda conducta rapaz, al mismo Don Quijote sin libros, sin molinos y sin bacías
codiciosa o interesada (y siempre lo es, incluso la de Mon­ de barbero. De este modo, para medir el significado de
tesinos o Las Casas) ha de estar siempre, si es que tiene las culturas latinas del siglo XV, será necesario tener en
un significado histórico objetivo y no meramente psicológi­ cuenta, por ejemplo, que, entre sus contenidos programáti­
co subjetivo, o incluso moral o ético, insertada en un con­ cos, figuraban, no sólo La República de Platón, sino tam­
texto que la especifica y la canaliza dentro de una estructu­ bién la Atlantida, el derecho de Justiniano y el ecumenismo
ra más bien que dentro de otra. Por tanto, que el nivel de la Ciudad de Dios agustiniana y, por supuesto, el con­
histórico de cada cultura objetiva es aquello que debe cons­ cepto de la Tierra esférica (con un perímetro evaluado en
tituir el único criterio capaz de «enjuiciar» el alcance de términos extraordinariamente aproximados a los nuestros,
desde los tiempos de Eratostenes). Por consiguiente, la ac­

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ción de Montesinos o de Las Casas como la acción de a todas las culturas que disponen de medios de transporte
Vitoria o de Suarez no son en modo alguno episodios aisla­ marítimo, mediante el expediente de abstraer las diferencias
dos sino expresión de lineas estructurales dentro de las cua­ específicas que median entre una canoa adaptada a la cos­
les se desenvolvió la cultura descubridora. Además, demos­ tas del Golfo y una carabela o un galeón adaptado para
traron estar implantados a una profundidad mayor que atravesar y dar vuelta a la Tierra (lo que implica instru­
los componentes meramente colonialistas y esclavistas que mentos y cartas de navegación ligadas a una específica con­
se expresaban en el Demócrates Alter de Juan Ginés de cepción del mundo).
Sepulveda, en tanto estos fueron de hecho preteridos (lo
que al propio Sepulveda le pareció injusto desde su pers­
pectiva subjetiva).

Desde estas premisas se comprenderá lo inadecuado


Sección III. La teoría de la Tierra esférica
de considerar, como algunos hacen, la expUcación de «los y el descubrimiento constitutivo de América
motores de la conquista» por la codicia económica o el
afán de lucro de los conquistadores o por mero imperativo
político—hacendístico, como si todo esto fuese una explica­ 1. El objetivo central de esta sección es llevar al estado
ción que se atiene a la metodología del materialismo econó­ de máxima evidencia la naturaleza constitutiva (que lo apro­
mico (identificado con el materialismo histórico), bien sea xima a una invención) y no meramente manifestativa del
adhiriéndose a esta metodología, bien sea rechazándola. Descubrimiento de América, demostración que a nuestro
Pues el materialismo histórico, adecuandamente entendido, entender solo puede llevarse a efecto mediante el reconoci­
no es una metodología que pueda edificarse con elementos miento de la implicación del descubrimiento de América
del plano psicológico subjetivo (en el que se dibujan las y la «concepción esférica del universo astronómico y geo­
figuras de la codicia, pero también de la prodigaUdad o gráfico».
el despilfarro tan frecuente entre los conquistadores) o eco­
nómico abstracto, puesto que ella se edifica con elementos Hay que tener en cuenta que el análisis y desarrollo
tomados del plano económico objetivo (cultural, social, his­ de la misma concepción esférica que culmina en el Descu­
tórico) allí donde aparecen dadas in medias res ciertas es­ brimiento de América, en sus precedentes antiguos y medie­
tructuras en marcha (como pueda serlo un sistema social vales constituye un criterio muy eficaz para estructurar la
aristocrático de base esclavista feudal o capitalista) que si­ historia de otros descubrimientos colaterales que le antece­
guen su propia ley de desarrollo, en tanto encuentran la dieron. Pero también que le sucedieron, puesto que el pro­
energía necesaria para reproducirse y resistir a las tenden­ pio descubrimiento de Colón, culminación de la concepción
cias que marchan en dirección opuesta. Así, por ejemplo, esférica, constituye dialécticamente una de las condiciones
y, en particular, habrá que reconocer una demanda objeti­ que dieron lugar a la misma transformación, «Nuevo Mun­
va de especias en la Europa del siglo XV; pero en esta do» (tomando esta expresión en su sentido histórico y no
demanda no veremos tanto la mera expresión de unas nece­ solo geográfico) de la concepción esférica y, con ella, los
sidades subjetivas y abstractas de sus consumidores virtua­ nuevos descubrimientos astronómicos que apoyados en Ke­
les, cuanto los dispositivos culturales (preparación de ali­ pler y Newton nos llevan al escenario del presente, que
mentos, conservación) ligados a la estructura política y tec­ ha sido simboHzado por el proyecto del Columbus.
nológica de las redes de distribución, dispositivos que defi­
nen una cultura objetiva, en un estadio histórico de su Estas afirmaciones pueden desdoblarse en dos tesis,
desarrollo. una positiva y la otra (contrarecíproca de la anterior y
que, por tanto, le es formalmente equivalente) de naturale­
En resolución, cuando reducimos al plano de la subje­ za negativa, crítica.
tividad psicológica o grupal las figuras de los motores que
actuaron tras el descubrimiento y la conquista, estos se La tesis positiva puede formularse de este modo: el
desdibujan, desde luego; simplemente ocurre que quedan Descubrimiento de América, y el mismo concepto de Amé­
despojados o reducidos a sus condiciones puramente gené­ rica es un descubrimiento constitutivo que sólo pudo tener
ricas, precisamente aquella genericidad (psicológica, etoló­ lugar en función del desarrollo y maduración de la concep­
gica o ética) que las hace aplicables a los motores de las ción esférica del mundo que culminó en los siglos XV y XVL
demás culturas históricas, y entre ellas, a las culturas de
los incas, mayas o aztecas. Poque tanta codicia o rapacidad Decimos constitutivo puesto que sólo así creemos reco­
o tanta generosidad como podamos encontrar en Hernán ger todo el significado que la teoría de la esfera tiene en
Cortés la encontramos también en Moctezuma; tanta opre­ el descubrimiento de América. Salvo quienes, con muy poco
sión como advertimos en la política de los españoles sobre fundamento, atribuyen el Descubrimiento al azar o a la
los aztecas, la advertiremos en la política de los aztecas influencia de tradiciones empíricas, prácticamente todos los
sobre los trascaltecas. Por eso, no deja de ser sorprendente historiadores encarecen la importancia que las ideas sobre
que, en nombre de la «Antropología», algunos antropólo­ la esfericidad de la Tierra tuvieron en el proyecto colombi­
gos actuales «condenen» el «genocidio cultural», como si no; pero este encarecimiento se lleva a cabo desde un implí­
Hernán Cortés no fuese un hombre, parte del campo de cito entendimiento del descubrimiento de América como
la Antropología. Lo que importa es llegar a comprender un descubrimiento manifestativo, que reduce la teoría esfé­
que el lugar de la diferencia se encuentra al nivel de las rica a un mero instrumento pragmático, a una especie de
estructuras globales de cada cultura, de la magnitud de carta de navegación. El descubrimiento de América es el
los radios respectivos (tecnológicos, económicos, científi­ descubrimiento de un inmenso continente que preexistía,
cos) que a cada cultura corresponden y que es absurdo desde luego, a Colón, se supone, pidiendo el principio.
«nivelar», en una visión no etnocéntrica, genéricamente. Precisamente es frecuente comenzar subrayando el estado

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de dispersión y aislamiento que, aún mediado el siglo XV, América. Esta constitución no será una invención, no será
caracterizaba a las sociedades humanas: las distintas civili­ una construcción subjetiva en la medida en que la teoría
zaciones florecían en compartimentos estancos ignorándose de la Tierra esférica sea no una construcción psicológico
entre sí, y los mayas, incas o aztecas vivían en América subjetiva, sino una teoría objetiva verdadera (lo que no
como los portugueses, españoles o ingleses vivían en Euro­ significa absoluta, por respecto de las formas de los sujetos
pa. América por tanto es tratada como preexistente aunque corpóreos operatorios).
desconocida por los europeos, de la misma manera que
también los americanos desconocían Europa, y no por ello Y si esto es así, será preciso seguir, muy de cerca,
Europa dejaba de existir. En resolución, el descubrimiento la evolución histórica de esta concepción, con todos los
de América será tratado como un descubrimiento manifes­ progresos y retrocesos que ella comporta para poder dar
tativo, porque manifestó a los europeos una realidad que cuenta de la posibilidad misma, asi como de su ejecución,
no sólo preexistía, sino que incluso era conocida por los del primer viaje de Colón y de los ulteriores inmediatos.
incas, los mayas o los aztecas. Desde este supuesto podrá Ellos podrían considerarse cerrados a estos efectos por el
reconocerse que, las ideas sobre la esfericidad de la Tierra viaje de circunavegación de Juan Sebastián Elcano.
pudieron jugar un papel importante, y que lo jugaron de
hecho, como «hilo conductor» de los españoles —un hilo La tesis negativa (contrarecíproca de la anterior) puede
conductor que obviamente no necesitaban los indios preco­ formularse de este modo: si la concepción esférica del uni­
lombinos y que incluso podía haber tenido alternativas para verso no hubiera madurado, el descubrimiento de América
los europeos, aún cuando de hecho, y como cuestión empí­ no hubiera podido producirse, ni siquiera hubiera existido
rica, fue aquel «hilo conductor» el que se utilizó. «En Pa­ el concepto de América (como no existió entre los habitan­
dua, Ferrara, Venecia, junto al florentino Toscanelli, en tes de la América precolombina). Corolario inmediato de
Viena con Peuerbach [1423-1461], en Nuremberg con su esta tesis negativa es el siguiente: que hay que negar todo
alumno Regiomontano [1436-1511] y en Sagres, en la Junta sentido al punto de vista del relativismo cultural aplicado
reunida por el Rey de Portugal Juan II [1481-1495] y en a nuestro asunto. Unas culturas en cuyo seno no haya
la que trabajaba él nuremburgés Martin Behaim, las ideas madurado la concepción esférica del mundo no podrían
de los antiguos sobre la esfericidad de la Tierra eran per­ haber llevado a cabo el «descubrimiento». No es más ab­
fectamente conocidas [¿Por qué no se cita en esta enumera­ surdo y aún ridículo que tratar de poner la etimología de
ción a Salamanca?]. Se creía, por otra parte, que se estaba la palabra «América» en determinadas voces quichés o gua­
muy cerca del Oeste, a causa de un error de Ptolomeo raníes, el poner en las culturas precolombinas americanas
que había prolongado excesivamente el Mediterráneo en la posibilidad del «descubrimiento de Europa». Y no es
el sentido Este-Oeste, asignándole una longitud de 60°. Se más paradójico que los incas o los aztecas desconocieran
pensaba encontrar el continente asiático en el lugar que «América», en la que vivían, de lo que fue el que los
ocupa América (... )», dice R. Mousnier (en su obra Los escitas o los celtas desconociesen «Europa» en la que habi­
Siglos XVI y XVII que constituye el volumen 4° de la taban, poblándola de mitos fantásticos. Según esto la susti­
Historia General de las Civilizaciories dirigida por M. Crou­ tución de «descubrimiento» por «contacto» o «encuentro»
zet). habrá de considerarse como una operación meramente ideo­
lógica o simplemente diplomática, que busca evitar cual­
quier aflicción por absurdos sentimientos de simetría herida
Pero el sentido de nuestra tesis positiva es otra. Propo­ o igualdad no etnocéntrica entre las culturas precolombinas
ne esta tesis el reconocimiento de la naturaleza constitutiva americanas y las culturas «mediterráneas» de tradición he­
del descubrimiento de América. Este reconocimiento equi­ léiuca. El concepto de «encuentro de culturas», por su abs­
vale fundamentalmente a la afirmación de que es el «con­ tracción simétrica (que ignora que la reciprocidad puede
cepto mismo de América», por así decir, su figura o con­ ser asimétrica), es engañoso, no solo porque pretende ocul­
cepto figurativo, aquello que se dibuja en el marco de la tar la asimetría de la relación que tuvo lugar en el siglo
teoría esférica y, por consiguiente, que retirado este marco XV, sino también porque pretende ocultar la asimetría de
el concepto de América ni siquiera puede formarse, por la relación en nuestro presente, incurriendo en un anacro­
lo que no es lícito proceder como si este concepto estuviese nismo inadmisible. En efecto, la relación que hoy, a los
dado antes de la teoría esférica. Ni, por tanto, que las cinco siglos del descubrimiento, existe entre las culturas
«ideas sobre la esfericidad» ayudasen a «poner el pie» en encontradas, no es tampoco simétrica, puesto que las cultu­
una realidad ya configurada y conceptualizada, puesto que ras precolombinas, a escala macroestructural (lengua; dere­
aquello que estas ideas hicieron posible fue precisamente cho, público y privado; costumbres; religión) se han reab­
la configuración y conceptualización, es decir, la constitu­ sorbido en la cultura mediterránea, sin perjuicio de sus
ción de los mismos fenómenos en los que consiste la geo­ decisivas aportaciones, más que recíprocamente; por consi­
grafía americana. La naturaleza constitutiva del descubri­ guiente, en el momento de la conmemoración, resulta falso
miento no implica la movilización de los esquemas del con­ y absurdo fingir que quien conmemora (acaso, condolién­
vencionalismo radical o del idealismo subjetivo (que nos dose) son los aztecas, los mayas o los incas, aunque no
llevaría a definir el descubrimiento constitutivo como una sea más que porque la conmeración tiene lugar desde una
invención, como una suerte de artefacto cultural más o conciencia lingüística española, italiana, portuguesa o in­
menos útil) puesto que la constitución significa estrictamen­ glesa. Y esto tanto si la conmeración se hace desde España
te no otra cosa sino que estamos ante una estructura esen­ o Portugal, desde Italia o Inglaterra, como si se hace desde
cial (la idea de una Tierra esférica) que además, en este México o Colombia, desde Cuba o Santo Domingo. No
caso, ni siquiera ha sido construida con ayuda del complejo cabe hablar, pues, con sentido peyorativo, de «etnocentris­
de fenómenos organizados inicialmente en torno al conti­ mo» al adoptar la perspectiva de la cultura absorbente,
nente americano, pues fue esta estructura esencial, que «ve­ que, por haberlo sido, deja de ser automáticamente etno­
nía rodando» desde los griegos, la que constituyó a este céntrica, precisamente porque su centro de ha desplazado
«complejo fenoménico» en este continente que llamamos

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y se encuentra enclavado tanto en el Nuevo Mundo como de descubrimientos ulteriores, que llega a la época de nues­
en el Viejo. Habrá que hablar, en cambio, de un ridículo tro presente.
anacronismo, de una voluntad de encubrir la estructura
real de la situación actual cuando se intenta fingir la posi­ 3. La organización perceptual de los fenómenos celes­
bilidad de situarse en el punto de vista de los mayas, azte­ tes (desde los «meteoros» hasta el «firmamento») por me­
cas o toltecas. Anacronismo que conduce en rigor a un dio de la configuración esférica (en principio: hemisférica,
ucronismo teológico puesto que como, a su vez, la hipóte­ en la medida en que puede considerarse como resultado
sis de la simetría habría que reaplicarla también a las rela­ de una ley perceptual de índole guestaltista) se hace sentir
ciones mutuas entre las mismas cultiu-as precolombinas (pues­ a partir de un cierto nivel de desarrollo histórico. Testimo­
to que tampoco podríamos situarnos más en el punto de rúos de antiguas culturas babilónicas (tablilla de Nippur,
vista de los incas que en el punto de vista de los yanoma­ que sugiere una concepción del mundo formada por ocho
mos), sería preciso concluir que la corunemoración está sien­ esferas concéntricas), védicas (doctrina de los nakshatra o
do llevada a cabo desde una situación intemporal, es decir, constelaciones, que ponía en relación los movimientos de
desde el punto de vista de Dios. La formulación ucrónica la Luna y el Sol con un nakshatra del círculo) o chinas
del conflicto entre las culturas, constituye de hecho un cau­ (la teoría del huen fien, o «cielo esférico» de Lo-Hia-
ce para desviar el diagnóstico de los conflictos reales que Hong, ya en el siglo II a.C.) demuestran, por lo menos,
en el presente atenazan a tantos países americanos, y esta que la forma de la esfera está siendo ampUamente utiliza­
desviación significa una fuente de grandes perjuicios para da, en competencia con otras muchas (por ejemplo, el cua­
España y su cultura. drado o el cubo, proyección de cierto tipo de casas a los
cuatro puntos cardinales), por las cosmogonías y represen­
taciones del firmamento de culturas ya históricas, pero no
El origen de estas tergiversaciones, cuyas motivaciones
helénicas. Refiriéndonos a Mesopotamia: recordaríamos la
políticas no pueden servir nunca de justificación, en tanto tablilla de Asurbanipal, en la que constan las «iluminacio­
obligan a deformar la reaUdad con errores de diagnóstico nes de la Luna» que marcan su crecimiento: el disco lunar
de alcance incalculable, está en la voluntad de borrar algo se supone dividido en 240 partes y el número de partes
que es esencial, a saber, el carácter vectorial, no escalar, iluminadas varía en quince días de O a 240, y el polos,
del proceso del descubrimiento, ligado precisamente a la instrumento específico mesopotámico, consistente en una
concepción esférica. Por consiguiente, a nuestro juicio, todo semiesfera hueca de gran diámetro cuya concavidad se orien­
cuanto equivalga a borrar, o a minimizar, la asimetría taba hacia el cielo: suspendida en su centro una bolita
histórica de la que partimos (que la concepción esférica que interceptaba la luz del Sol y proyectaba su sombra
es un fruto maduro de la cultura mediterránea) y, por sobre la superficie interna de la esfera, con lo que la incli­
consiguiente, según la tesis positiva, a olvidar que el Des­ nación de la eclíptica podía leerse inmediatamente en el
cubrimiento tuvo que partir en la dirección al Poniente, aparato, así como las fechas de equinoccios y solsticios
y no al Levante (como lo habría pretendido, según nos (un nivel que rebasa infinitamente a aquel al que pudo
cuenta Arriano, el propio Alejandro Magno), será una llegar la astronomía mesoamericana). Habría que hacer no­
falsificación que sólo podrá conducir a meras victorias tar que la esfera babilónica, más que una teoría astronómi­
pírricas, pero que a la larga perjudicará notablemente no ca comparable a la que después desarrollaría Eudoxio, Era­
sólo los intereses de España sino también los de los pueblos tóstenes, Hiparco o Tolomeo, es una tecnología, orientada
americanos. Desde este punto de vista la tesis sobre la en gran medida hacia la «astrología caldea», hacia el ho­
concepción esférica se convierte en eje dialéctico de la róscopo, del que nos habla ya Sexto Empírico y que la
ineludible polémica en torno al significado histórico del «astronomía babilónica», como subraya Evert M. Bruins,
Descubrimiento, como proceso que tuvo el sentido de un es ante todo una «astronomía de posición» (no una «sinta­
movimiento dirigido desde la Península Ibérica a América, xis sistemática», como la de los griegos) que busca, no
y no como un mero encuentro de culturas (un concepto la explicación geométrico cinemática de los movimientos
desde el cual la dirección y el sentido pudieran ser acciden­ aparentes de los astros, sino una regla, receta o norma
tales). universal que permita obtener automáticamente la localiza­
ción o posición de una constelación en un momento deter­
2. El complejo cúmulo de procesos científicos y, por minado. Consideraciones similares habría que hacer respec­
consiguiente también, tecnológicos y políticos que engloba­ to de las culturas incas, mayas, toltecas o aztecas. La rueda
mos bajo la denominación de «desarrollo de la concepción calendárica maya es, sin duda, una forma que revela sor­
esférica del Universo» lo entendemos como un resultado prendente ingenio y que permite determinaciones exactas
de la confluencia, muchas veces turbulenta, de dos corrien­ del año trópico solar (según algunos historiadores como
tes relativamente independientes, aunque en constante inte­ Goodman, Martínez Hernández o Thomson, con más apro­
racción: la concepción esférica de los cielos (la astronómi­ ximación que la del calendario gregoriano). Pero, con todo,
ca) y la concepción esférica de la Tierra (la geográfica). sigue manteniéndose dentro del plano tecnológico, y no
El desarrollo, según el canon esférico, de las ideas astronó­ teórico. En un plano tecnológico puede ocurrir que los pro­
micas y el de las geográficas ha procedido durante siglos cedimientos para reducir fracturas característicos de algu­
con relativa independencia, pero su coordinación indispen­ nas sociedades pre—estatales sean, cuanto a una situación
sable comenzó a tener lugar durante el siglo XV europeo, determinada, tan eficaces como los que puede ofrecer una
con el redescubrimiento del Tolomeo astrónomo. Esta coor­ teoría científica.
dinación alcanzó una forma límite de plenitud precisamente
en torno al Descubrimiento de América y la primera cir­
cunnavegación de la Tierra (que, por tanto, habrá que con­ Al afrontar la ineludible cuestión de la comparación
siderar como un episodio del proceso mismo de evolución entre las astronomías no helénicas y las mediterráneas o
de la concepción esférica). A partir de este límite, la evolu­ europeas en general, hemos tenido que apelar al criterio
ción continúa en forma de una coordinación creciente, fuente de la oposición entre tecnología y ciencia, como es habi-

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Hieronimo Girava, Dos libros de Cosmographia, Milán 1556

tual. Pero también es cierto que las ideas de tecnología ma. La eficacia de estas tecnologías dependerá de que, en
y de ciencia son utilizadas de inodos muy diferentes. Para el material moldeado por ellas, las variables pertinentes
unos, por ejemplo, la ciencia es independiente de las tecno­ no estén neutralizadas o encubiertas por otras del sistema.
logías: la ciencia sería una teoría pura, más emparentada Como ejemplo, podríamos poner el reloj de agua, como
con la filosofía. Por nuestra parte adoptamos un punto tecnología para medir el curso solar.
de vista diferente que podría declararse en los cuatro pun­
tos siguientes: b) Tecnologías de absorción, que son aquellas en las
cuales es el propio sistema quien selecciona las variables
1) Una tecnología es un sistema operatorio que envuel­ pertinentes del material al que se aplica. Según esto, cuan­
ve una o varias series de operaciones normalizadas (por do el material no ofrece las variables adecuadas, el sistema
tanto, con reglas universales) susceptibles de dar lugar, apli­ tecnológico, según la ley del todo o nada, simplemente
cadas a un material adecuado, a resultados o productos no funciona o incluso se destruye. Como ejemplo, podría­
determinados. Cuando una tecnología no da los resultados mos poner el ordenador. Las tecnolgías de absorción tienen
obtenidos será una pseudo tecnología o tecnología imper­ un mayor nivel de fidelidad a costa de su mayor nivel
fecta. de restricción de los campos de aplicación.

2) Según la relación de la tecnología al medio, sería 3) Las ciencias proceden de las tecnologías, más que
preciso distinguir dos géneros o familias de tecnologías: de la filosofía, que más bien deriva de las ciencias cuando
estas alcanzan un cierto nivel de conflicto mutuo. Previa­
a) Las tecnologías de superposición o sobrecubierta, mente a la construcción de una ciencia, hay una tecnología; y
que aplican el sistema operatorio a un campo cuyas varia­
bles no están controladas en su integridad por el sistema. 4) Las ciencias no son meras tecnologías; son teorías
Es entonces el material quién recibe las variables del siste­ a las que se llega, en principio, a raiz de un conflicto

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entre tecnologías que, por ejemplo, dan resultados contra­ la altura de la doctrina de las esferas homocéntricas de
dictorios o inconmensurables al ser aplicadas al mismo ma­ Eudoxio, del Timeo platónico, de Aristóteles, de Eratóste­
terial. Así, el conflicto entre las técnicas de medida aritméti­ nes e Hiparco. Es ahora cuando puede decirse que ha co­
ca con racionales y las técnicas de construcción geométrica, menzado la auténtica astronomía geométrica que culminará
condujeron al conflicto de los irracionales en los siglos V en la síntesis de Tolomeo.
y IV antes de Cristo, conflicto que habría obligado a regre­
sar a conceptos más abstractos sobre los que se constituirá 4. Es evidente que así como el desarrollo de los mapas
la teoría geométrica de Euclides. En cualquier caso, la cons­ celestes, a partir de Copérnico, Kepler y Newton, está en
titución de una ciencia teórica es la condición para el desa­ función de los grandes descubrimientos astrofísicos de nues­
rrollo de nuevas tecnologías cuyo alcance será mayor que tros dias, así también la evolución de la concepción esférica
el de las tecnologías precursoras de la ciencia de referencia. en Geografía es aquello que directamente importa al anáU­
sis de los caminos que condujeron al descubrimiento de
Ahora bien, cuando hablamos de la concepción esféri­ América, y ello es evidente si tenemos en cuenta que el
ca de la astronomía no nos referimos meramente a la utili­ descubrimiento de América, así como su ejecución, no es
zación de modelos esféricos o hemisféricos (o circulares, posible fuera de la concepción esférica de la Tierra. El
o discales), en el plano tecnológico, por eficaces e ingenio­ concepto mismo de América, como continente geográfico,
sos que ellos sean, sino que nos referimos a esta situación sólo tiene posibilidad de configurarse en una concepción
precisa: a la introducción del círculo (esfera) como modelo esférica de la Tierra; el descubrimiento efectivo de ese con­
canónico de los movimientos de los cuerpos celestes y espe­ tinente (fuera antiguo, fuera nuevo), sólo pudo llevarse a
cialmente de los planetas. Debemos hacer notar que esta cabo, por tanto, gracias a los mapas terrestres o mapae
introducción no está exigida por las cosmogonías esféricas mundi. Solo ellos podían conferir significado a lo que de
o semiesfericas, puesto que una representación del cielo otra suerte sólo hubiera podido ser una mera aventura de
como un casquete hemisférico (por ejemplo, el huevo cós­ navegación «hacia el Poniente» o hacia la fantástica Isla
mico de los órficos) que descansa sobre una Tierra plana de San Barandán; sólo así el viaje hacia el Poniente podía
(aunque redonda, si bien podría ser cuadrada) no implica tener el significado de un plan dirigido a descubrir el cami­
que los planetas describan círculos en él. Tampoco, a for­ no nuevo hacia un continente real (ya fuera antiguo, ya
tiori, la esfera está exigida por las representaciones geográ­ fuera nuevo, puesto que esta cuestión se planteó, de hecho
ficas. Por tanto la introducción de la esfera debe conside­ en una segunda fase).
rarse como un cambio cuaUtativo en el desarrollo de la
Astronomía fenoménica, que es aquella que podrá llegar El desenvolvimiento de las representaciones de la Tie­
a tener una verdadera fuerza teórica. Englobar, en una rra, tal como aparece reflejado principalmente en la histo­
misma rúbrica, la presencia de la esfera, tanto en la forma ria de la cartografía, resulta ser relativamente independien­
tecnológica de las astronomías de posición no helénicas, te de los desarrollos de la Astronomía, tal como se refleja
como en la forma teórica de la astronomía científica (o en los mapas celestes y, en particular, de los desarrollos
precientífica) es sólo un acto de confusionismo, de oscuran­ de la Astronomía esférica (reflejada en las esferas armilares
tismo, equivalente a aquel otro que (ahora en el terreno y en los modelos homocéntricos). Esta independencia expli­
de la geografía) engloba bajo la común denominación de ca que, junto a mapas celestes, llevados a cabo según el
mapas terrestres, tanto a los mapas de posición (cartas de canon esférico pueda mantenerse una concepción plana de
rumbo, planos, mapas corográficos) como a los mapae mun­ la Tierra. Como prototipo citaríamos la concepción del
di de estructura esférica o de proyección plana, cónica, «cielo— cúpula» o «tapadera», el kait'ien de la representa­
&c. de la superficie esférica. Las confusiones señaladas se­ ción china más arcaica conocida y según la cual el firma­
rían de un calibre similar a la que tendría lugar consideran­ mento de las estrellas fijas viene a ser como un sombrero
do a la hormiga alada y a un ave como especies de un o tapadera hemisférica que gira encima de una tierra cua­
mismo género «animal alado», o bien a la que considerase drada. Sin duda, muchas de las representaciones de la Tie­
a las técnicas primitivas de contar (con dedos o abacos) rra, parciales o totales, más o menos fantásticas, se han
y a los sistemas científicos de numeración como si fuesen llevado a cabo al margen de los mapas astronómicos —lo
simplemente expresiones de la «necesidad de cómputo» o que no significa que el tener en cuenta el «cielo» sea una
formas de un mismo pensamiento aritmético. garantía suficiente para llevar a cabo una representación
exacta de la Tierra. Es también necesario que la representa­
Partimos del supuesto, muy común por lo demás, de ción del cielo haya sido la esférica (aunque el cielo, en
que la introducción del círculo en Astronomía, en sentido sí mismo, no pueda decirse esférico). Y esto por dos razo­
estricto, tuvo lugar en Grecia en el siglo VI antes de Cristo nes: la primera, porque la representación esférica de los
y fue obra de la escuela jónica y especialmente de Tales mapas terrestres, constituía la perspectiva más favorable
de Mileto y de Anaximandro. La mayor parte de los teore­ para moldear las percepciones o fenómenos relativos a la
mas geométricos atribuidos a Tales se refieren al círculo, Tierra según la forma esférica, lo cual era imprescindible
pero hasta Anaximandro no tenemos noticia de que la esfe­ para que las operaciones de la navegación pudieran ser
ra o el círculo se aplicase a la Astronomía. Acaso utilizan­ integradas en un plan general sintético; la segunda, porque
do el modelo tecnológtico de la rueda de un carro —en la determinación de distancias por medio de un sistema
la que el buje central permaneciera relativamente fijo mien­ de paralelos y meridianos en el que pudieran figurar las
tras gira la llanta— Anaximandro intentó explicar el ritmo longitudes y latitudes en el mapa terrestre, no podían lle­
noche y dia, así como los eclipses, mediante la obturación varse a cabo en un proyecto de mapa total al margen de
de los agujeros de gigantscas llantas que giraban en torno los mapas celestes o esferas armilares, organizadas esférica­
al centro (acaso la Tierra, redonda sin duda, pero en la mente (los portulanos y cartas medievales no indican longi­
forma aún de un tronco de ciUndro). Sin embargo, la ver­ tud ni latitud, aún cuando la latitud de muchas ciudades
dadera teoría astronómica griega sólo aparece madura a estaba determinada con el astrolabio).

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Por consiguiente puede concluirse que la posibilidad Las diferencias son muy difíciles de establecer en cada caso,
de un mapa terrestre total mínimamente fiable dependía pero su magnitud es del mismo orden de la que media
enteramente tanto como de las exploraciones y medidas entre la ciencia ficción y la ciencia efectiva. A veces la
tomadas sobre la Tierra, de los desarrollos de la teoría distinción puede apoyarse en la propia intencionalidad del
astronómica. Y esta tesis puede apelar, como a su demos­ autor del mapa, cuando éste quiere ser precisamente fantás­
tración definitiva, a Eratóstenes. El representa la primera tico o engañador; sin embargo, esta intencionalidad no es
vez en la que pudo llevarse a cabo el descubrimiento de un criterio útil, tanto porque muchas veces no es posible
la medida del perímetro de la Tierra de un modo funda­ determinarla, cuanto porque, en general, es irrelevante, al
mentalmente científico y virtualmente correcto, mediante lindar con la posible falsa conciencia de los autores que
un cálculo con soporte astronómico; un cálculo que fue pueden otorgar «de buena fe» credibilidad o verosimilitud
además el único punto de partida para ulteriores descubri­ a su mapa (como es el caso seguramente de los mapas
mientos, incluso aquellos que pudieron emanciparse de la de Beato de Liebana). En otras ocasiones cabe considerar
dependencia astronómica. En cualquier caso, del alcance imaginario a un mapa que tiene partes coordinables (dentro
que atribuimos a la teoría esférica, no se infiere que las de los márgenes exigibles) pero que tiene partes, en propor­
normas tecnológicas puedan dejarse al margen. Sin ellas, ción significativa, imaginarias; la ausencia de términos, las
el descubrimiento de América no se hubiera producido (y lagunas, son menos graves que las representaciones positi­
entre estas normas tecnológicas o recetas empíricas habría vas imaginarias, puesto que en un caso hay no coordina­
que incluir, por ejemplo, no sólo las normas de utilización ción y en el otro hay coordinación fantástica. El mapa,
del astrolabio y otros instrumentos de navegación, sino tam­ en conjunto, podrá ser entonces imaginario. El mapa de
bién la supuesta carta del nauta Alonso Sánchez de Huelva Toscanelli, ¿es coordinable o es imaginario?. La respuesta
—aunque este nombre sólo aparece a partir de los Comen­ depende de los usos que se le quisieran dar, y según el
tarios reales del inca Garcilaso de la Vega— así como las criterio de la no coordinación. Como mapa mundi, y aun­
supuestas indicaciones que Colón habría recibido sobre los que no representaba el continente americano, era un mapa
rumbos de las aves y otros informes, para explicar que coordinable con las grandes referencias continentales, pues­
siguiera tan tenazmente, en su primer viaje, el paralelo to que al menos los extremos estaban representados en él;
28, lo que evidentemente no puede explicarse meramente asimismo un mapa del Mediterráneo que quiere hacerse
a partir de la teoría esférica). Pero las normas tecnológicas, pasar como mapa mundi es un mapa no coordinable (como
las recetas tan abundantes como incoherentes o, en todo mapa mundi). La evaluación de la verdad del mapa no
caso, no coordinadas, sólo podían ser coordinables desde debe ser sólo la evaluación de una correspondencia mecáni­
la teoría esférica. Sólo esta teoría suministraba un criterio ca, punto a punto, cuanto la de una regla operatoria inter­
firme desde el cual podían tomarse las decisiones más im­ na, a saber, que tenga en sí la regla de rectificación o
portantes. Por lo demás, la fantástica imagen que Colón que no la tenga (los mapas de Beato carecen de regla inter­
llegó a sugerir acerca de la forma «periférica» (es decir, na; un mapa con meras lagunas tiene la regla de rectifica­
en forma de pera) de la Tierra, a fin de poder asignar ción, puesto que es posible coordinar con la operación de
un lugar al Paraíso Terrenal que cree haber descubierto relleno).
(carta del Almirante a los Reyes Católicos dando cuenta
de su tercer viaje, ad finem) no contradicen el esquema Sin duda, el clasificar a una pieza cartográfica ya sea
de la esfera en el sentido topológico, sino que precisamente del lado de los mapas fantásticos, ya sea dentro de los
lo suponen, aunque rectificándolo ad hoc para ajustarlo mapas efectivos supone decisiones críticas no siempre fáci­
a las particulares fantasías de origen bíblico, pero compar­ les de justificar. Podría siempre argumentarse que un mapa
tidas por sus contemporáneos, como dogmas de fe. fantástico o utópico no es simplemente un mapa y que
no cabría ponerlo al lado de los mapas efectivos. Valora­
Cuando hablamos de mapas, la primera distinción tie­ mos profundamente este argumento y, por ello precisamen­
ne que ver, desde luego, con la verdad, que hemos de te, nos parece necesario, al menos, distinguir entre mapas
cifrar, según hemos dicho, en la coordinabilidad biunívoca efectivos y mapas imaginarios, diciendo, en cada caso, a
entre términos definidos en el terreno y en el papel, siem­ que tipo pertenece un documento dado. Desde este punto
pre que se mantenga una ley sistemática de evaluación de de vista, una exhibición de mapas que, desatendiendo a
distancias, según que las proyecciones sean cilindricas, o los criterios de verdad o error, mantenga sin embargo un
cónicas, &c. En función de la verdad, consideramos impro­ criterio cuidadoso de tipo cronológico, no alcanzará un
cedente (como signo de oscurantismo, aunque este venga orden interno de mayor significación que el que podría
inspirado por un relativismo cultural «no etnocéntrico») alcanzar una biblioteca cuyos libros se ordenasen por los
el no distinguir entre los mapas terrestres fantásticos —sin tamaños y colores de las cubiertas.
perjuicio de las referencias reales que en ellos se ofrezcan—
y los mapas efectivos —sin perjuicio de los errores que Una segunda distinción se apoyará en las diferencias
ellos contengan—. Sin embargo, hay que introducir el con­ dadas en el proceso lógico mismo de construcción según
cepto de «mapa no coordinable», o con lagunas; porque el cual el mapa terrestre ha sido llevado a cabo. No es
la no coordinación no puede confundirse con la coordina­ nada fácil formular adecuadamente estas diferencias. En
ción errónea (que es el caso de los mapas imaginarios). ciertos momentos podríamos invocar la oposición entre lo
Nos inclinamos a agrupar los mapas no coordinables con empírico y lo racional, entre los procedimientos inductivos
los mapas efectivos, antes que con los imaginarios; ade­ y los deductivos (un mapa inductivo o empírico sería el
más, las «lagunas» pueden ser positivas (lugares del mapa que representa un terreno según una regla de coordinación
en blanco, donde debía haber términos) y «lagunas» negati­ biyectiva) si no fuera porque, en este caso, la separación
vas (las lagunas positivas serán aquellas donde no hay tér­ entre lo que es empírico y lo.que es racional es práctica­
mino pero debiera haberlos; en las lagunas negativas el mente imposible de establecer dada la naturaleza operatoria
término ocupa otras posiciones y en rigor es imaginario). de toda actividad humana, empírica o racional; y la separa-

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ción entre lo que es inductivo y lo que es deductivo tampo­ * Serie de los mapas estructurales no coordinables
co tiene aplicación clara, habida cuenta de la circularidad * Serie de los mapas estructurales coordinables.
entre ambos procesos (podría hablarse de cartografía in­
ductiva en aquellos casos en que a partir de datos o coordi­ Por lo demás, el juego dialéctico entre estas diferentes
naciones concretas se pasa a extrapolaciones o interpolacio­ series, en orden al desarrollo de los mapas que tuvieron
nes más o menos justificadas, por ejemplo, el curso de que ver con el descubrimiento del nuevo continente, es muy
un rio del que se conocen dos puntos observados; pero rico, puesto que los elementos de estas series no se mantie­
este proceso ya supone una movilización de esquemas pre­ nen aislados unos de otros. Ya hemos citado el uso que
vios en forma de una auténtica deducción). Además, como Eratóstenes hizo de los mapas catastrales, tecnológicos, para
quiera que toda representación cartográfica, para lograr su concepción estructural global del perímetro terrestre. Pero
la coordinabilidad en la que consiste la franja de verdad este juego dialéctico no puede justificar la confusión oscu­
del mapa, implica siempre definiciones convencionales y rantista entre las diversas series, apelando a su condición
operatorias de los términos finitos del terreno (imposibili­ común genérica de ser todos ellos mapas, e incluso a su
dad de una coordinabilidad plena, es decir, imposibilidad condición específica de ser mapas efectivos. Los mapas ca­
de un mapa de Royce), se hace preciso vincular la construc­ tastrales del Antiguo Egipto, aunque muy precisos o efecti­
ción de un mapa efectivo, de los llamados «inductivos», vos, son de rango muy diferente al de los mapas estructura­
a un sistema de operaciones previas (caminar, navegar, me­ les. Sería también por ello oscurantismo presentar yuxta­
dir, triangular) con respecto a las cuales los mapas inducti­ puestos y como meras ilustraciones de un concepto similar
vos vienen a consistir más bien en construcciones tecnológi­ a este: «Trabajos cartográficos de las culturas aztecas o
cas de tipo beta operatorio. Según esto, un mapa que indi­ castellanas» a los mapae mundi que llevaba Cortés (plaga­
ca rumbos o posiciones, respecto del sujeto que lo utiliza
dos, sin duda, de errores) y a los mapas de posición (tecno­
es un mapa tecnológico y su verdad puede ser de tipo
lógicos) sin duda extraordinariamente precisos, efectivos,
tarskiano (cuando las operaciones reflejadas en la represen­
del Golfo de Méjico, que Moctezuma presentó a Cortés,
tación en forma de lineas sea isomorfa con las operaciones
que realizaron los sujetos que lo trazaron, como ocurre o a los mapas tecnológicos que los mayas habían elaborado
con el plano de bolsillo de una ciudad). Por oposición sobre el terreno de Honduras y de los que Cortés se sirvió
a los mapas tecnológicos, se reconocerán los mapas estruc­ para su conquista.
turales o teóricos, los cuales ya no pueden pretender, salvo
antropomorfismo, representar caminos operatorios, puesto 5. El Descubrimiento de América sólo puede entender­
que sólo pueden mostrar relaciones, o distancias objetivas se en el contexto de la esfera. Es un descubrimiento consti­
entre puntos de la superficie celeste o terrestre, aún cuando tutivo, en virtud del cual la propia América se configura
estas relaciones o distancias no hayan sido jamás recorridas como tal, como un resultado necesario de las premisas.
por hombre alguno (como era el caso de las relaciones Esta es la tesis fundamental que hemos enunciado al co­
establecidas por Eratóstenes sobre el perímetro terrestre). mienzo y que podemos ahora reexponer desde sus funda­
Sin duda, los mapas estructurales, si han de ser efectivos, mentos. La tesis puede desdoblarse en dos proposiciones
y no fantásticos, procederán de mapas tecnológicos previos sucesivas:
(Eratóstenes se apoyó en mapas catastrales que se custodia­
ban en la Biblioteca de Alejandría), pero precisamente se 1) La primera tesis se refiere a la condición de posibili­
caracterizarán por rebasar ese nivel operatorio, lo que no dad misma del descubrimiento de América, es decir, a su
excluye su capacidad para servir de base o inspiración a concepto. La primera tesis se establece principalmente con­
nuevas líneas de acción operatoria, que no hubieran podido tra el supuesto indemostrado de que «América», por desig­
cumplirse previamente a su constitución. Como criterio, nar un territorio concreto geográfico, ha de considerarse
a título al menos de condición necesaria, de efectividad como un concepto empírico, imnediato, deíctico, algo así
de un mapa estructural, ponemos, desde luego, a la con­ como pudiera serlo un contenido perceptual (como «este
cepción esférica de la Tierra. En efecto, un mapa terrestre árbol» o «Luna»). La tesis primera, por el contrario, sos­
verdaderamente estructural, sólo puede ser un mapa total, tiene la naturaleza mediata, operatoria y abstracta del con­
un mapa mundi, cuando supone la esfera, pues solamente cepto de «América» como nuevo continente. En efecto,
en el conjunto del globo terráqueo 5e cierra una estructura el concepto mismo de América sólo puede configurarse en
geográfica. Por ello, el mapa estructural es siempre un mapa la esfera o en su proyección plana (planisferio cilindrico,
mundi —mientras que un mapa tecnológico puede ser un rómbico, &c.). América, o Nuevo Mundo, es un concepto
mapa parcial, regional (precisamente el mapa estructural figurativo de un continente que sólo cobra su significado
se hace preciso para resolver los conflictos, solapamientos, en el sistema de operaciones de coordinación con los demás
desajustes o inconexiones de los diversos mapas tecnológicos continentes, los cuales (en los siglos históricos previos a
parciales en la síntesis total constituida materialmente por la posibilidad de percepción global desde el exterior de la
la superficie esférica de la Tierra). Sin embargo, aún acep­ Tierra), no fueron nunca objeto de percepción, sino hteral­
tada la tesis de que un mapa estructural debe ser un mapa mente «invisibles» directamente. Sólo podían ser represen­
mundi, la tesis recíproca no es tan evidente, porque un tados en un planisferio o en un globo. Por consiguiente,
mapa mundi puede no ser estructural, cuando es imaginario. cualquier pretensión o simple inadvertencia que sugiera la
posibilidad de considerar al continente americano como un
concepto empírico, ya en el plano meramente geográfico,
Las cuatro series que de la combinación o cruce de como un objeto visible directamente, es absurda por cuanto
las precedentes distinciones resultan son estas: desborda por exceso la escala de nuestro aparato óptico.
Sólo en operaciones de coordinación isomorfas, que impli­
* Serie de los mapas tecnológicos coordinables can experiencias acumuladas, depuradas y rectificadas a lo
* Serie de los mapas tecnológicos no coordinables (sin largo de los siglos, es posible llegar a un concepto semejan­
reglas de correspondencia) te y ello por medio de mapas estructurales. Sería pues más

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exacto decir que América, ya en su sentido geográfico, te, ha de ser posible llegar a las Columnas de Hércules»).
es antes una teoría que un hecho, que una percepción, Más aún, eran esenciales los cálculos de Eratóstenes y To­
y en este sentido su constitución está más cerca del invento lomeo, aquellos que estuvieron actuando en los proyectos
que del descubrimiento meramente manifestativo. del descubrimiento, y esto independientemente de los even­
tuales informes tecnológicos del nauta que Colón pudo ha­
Esta es la razón principal por la cual puede considerar­ ber recibido; puesto que estos informes carecían de verda­
se acrítica e ingenua toda afirmación tendente a considerar dero sentido en tanto no fuesen integrados en un planisfe­
a América como un concepto o percepción que puede darse rio. Por ello fueron las ediciones que en el siglo XV se
por figurada de antemano, al margen de una concepción hicieron de la Geografía de Tolomeo (que en la Edad Me­
esférica del mundo (en realidad la tendencia hacia esta re­ dia era conocido más bien como astrólogo) a partir de
presentación ingenua acaso no es otra cosa sino el espejis­ la traducción latina de Scarparia (1410), a la que siguieron
mo que deriva de la efectiva percepción del mapa o de luego cinco ediciones en ese siglo, las que literalmente die­
la esfera, proyectada al «fondo de la realidad»). Por consi­ ron sentido al concepto mismo de un «descubrimiento de
guiente ningún habitante del continente americano podía tierra firme a poniente». Por supuesto, Colón mantenía
haber formado en absoluto antes del descubrimiento de la teoría de la esfericidad de la Tierra que había enseñado
Colón el concepto de América, en la que vivía sin embar­ incluso Dante o Petrarca y sacaba, con otros muchos, la
go; ni podría decirse que «llegó a América» cualquier viaje­ consecuencia: si la Tierra es esférica ha de ser posible pasar
ro eventual que, arrastrado por las corrientes o los vientos de un meridiano a otro, ya sea navegando hacia Levante,
ya sea hacia Poniente. Si Eratóstenes, al que siguió Estra­
favorables, hubiera tocado, sea por el Pacífico, sea por
bón, había establecido la distancia entre las puertas de Hér­
el Atlántico, acantilados o playas americanas, incluso aun­
cules y Tina (Asia) en 240 grados (con un error menor
que hubiese trazado un itinerario tecnológico de rumbos.
de diez grados), Tolomeo se equivocó corrigiéndolo en 41
Los acantilados o las playas a que hubiese podido arribar grados. Colón leyó en Tolomeo que la Tierra se divide
no hubieran significado nada por sí mismos a efectos de en 24 horas. Los antiguos (desde las puertas de Hercules
la formación del concepto de América. Por supuesto, y hasta Tina) conocían quince; los portugueses habrían llega­
a fortiori, es desde aquí desde donde arranca la razón de do a la dieciseis; luego sólo quedaba una tercera parte
que pueda considerarse un anacronismo el hablar de descu­ de la superficie terrestre desconocida. Si en el ecuador los
brimiento de América como una empresa proyectada por grados tienen catorce leguas, se podría ir de Canarias al
Colón, puesto que América no existía como concepto, y Asia recorriendo quinientas millas por mar. Esto es lo que
sólo de un modo retrospectivo o histórico podía este ser Colón le dice a la reina Isabel en su carta. En este contexto
formado. En este punto se ha insistido más de una vez, adquiere además un significado especial la epístola que Tos­
sacando consecuencias historicistas, por ejemplo, por Ed­ caneUi (1397-1482) escribió en 1474 al canónigo lisboeta
mundo O'Goorman, que ya antes hemos citado, en La idea Fernando Martins, y a la que Colón tuvo acceso (acaso
del descubrimiento de América (1951) y en La invención por procedimientos ilegítimos, que él mismo habría intenta­
de América (1958). Pero nuestra tesis no va precisamente do ocultar fingiendo una segunda carta que, con la copia
por este camino, que sin duda es evidente y obvio. Porque de la de Martins, le habría enviado a él Paulo el físico.
no se trata tanto de subrayar el carácter histórico de la Vid. las observaciones de Juan Gil en las Cartas particula­
elaboración o invención del concepto de América, que por res a Colón, Alianza, Madrid 1984, pgs. 129-141). En efec­
supuesto no era un objeto de percepción inmediata, sino to, en esta epístola, en la que se anuncia que se remite
que requería, por lo menos, múltiples percepciones sucesi­ «una carta hecha por mi mano» (el célebre mapa de Tosca­
vas, ligadas a los correspondientes desplazamientos, sino nelli), ToscanelU explica precisamente esta carta como un
además y sobre todo establecer su naturaleza teórica, es procedimiento destinado a facilitar la «demostración a la
decir, la necesidad de regresar a un modelo teórico (la vista» —es decir, con la esfera en la mano—, lo que signi­
esfera) para integrar un cúmulo de percepciones que, por fica que el mapa que ofrece es sólo la proyección plana
sí mismas, no hubieran podido jamás ser totalizadas aún de la esfera, puesto que enviarle directamente ésta sería
contando con una sucesión acumulativa de datos históricos. gran inconveniente; pero que es en la esfera en donde resi­
de la demostración del camino hacia los lugares de la espe­
2) La segunda tesis se refiere al descubrimiento efecti­ ciería: «y yo, aunque se que se puede mostrar por una
vo de América y, con él, a la formación efectiva del mismo representación esférica [«con la esfera en la mano y hacerle
concepto, a cuya condición de posibilidad nos hemos refe­ ver cómo» dice la versión itaUana] tal como es el mundo,
rido en la tesis anterior. El Descubrimiento de América sin embargo, para facilitar la comprensión y también para
fue un proceso que sólo pudo llevarse a cabo desde la aliviar el trabajo de enseñar ese camino, me decidí a decla­
concepción esférica; y el proceso de este descubrimietno rarlo a la manera en que se hace en las cartas de marear».
efectivo constituyó a su vez la condición para la formación Este pasaje de la carta de ToscanelU lo consideramos deci­
del concepto de América. sivo en nuestra argumentación, porque nos obliga a resta­
blecer y mantener explícita una relación que, aunque se
a) América significa ante todo, genéricamente, de modo da por consabida, desaparece constantemente ante la vista,
confuso (es decir, no distinto) un «continente o tierra firme ante la percepción visual: la relación del mapa de Toscane­
más allá del océano, al Poniente». Este significado prima­ lU y de la esfera de la que su autor lo sacó por proyección.
rio es operatoriamente certero y previo a la distinción entre Dado que la esfera perceptual es una estructura óptica,
el continente americano y el antiguo continente asiático. visual (en coordinación' operatoria con rotaciones de un
La idea principal operatoria, aunque confusa, era esta: «des­ cuerpo) puede afirmarse que la tesis de la esfericidad de
de España, a Poniente, y navegando paralelo al Ecuador, la Tierra, en tanto no podía ser percibida antes de los
debe existir un continente», y esto en virtud precisamente vuelos espaciales, era ópticamente una metáfora imagina­
de la esfericidad de la Tierra (era la misma idea de Alejan­ ria. Cabría decir en este sentido que la Tierra no es esférica
dro que hemos citado: «Desde el Mar Indico hacia Levan­

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respecto de los ojos de los hombres que la contemplan to que Eratóstenes había sugerido: mostró la realidad de
desde su interior y que su esfericidad es una estructura lo posible, y por tanto lo ratificó retrospectivamente como
teórica analógica que aplicamos a los fenómenos para dar posible. A nuestro juicio, hay que atribuir a esta circunstan­
cuenta de las operaciones de desplazamiento practicadas, &c. cia un alcance mucho mayor, para la Historia de la Ciencia,
del que suele otorgársele: Pues el descubrimiento de América
b) Por consiguiente, el conocimiento previo que se tenía y la circunnavegación de la Tierra ofrecieron la primera
del continente que estaba tras el océano (un conocimiento gran prueba de la función que corresponde a la teoría pura,
cierto, pero confuso) y de la posibilidad, siguiendo el cami­ cuando es verdadera, en el gobierno de nuestra praxis y
no trazado, de retornar al punto de partida, a España, es en el dominio de nuestro mundo entorno.
algo que hay que considerar como premisa previa indispen­
sable de la expedición descubridora. No se trató pues de c) La misma verdad general de la esfericidad de la
una aventura, era un Plan de Estado, científicamente prepa­ Tierra y de la evaluación aproximada del perímetro de su
rado y discutido políticamente, que se llevaría a cabo cuan­ globo, en tanto contenía en su ámbito al error (como una
do, en función de los intereses económicos y políticos y posibilidad) de la identificación del Nuevo Mundo con Asia
de las posibilidades de su ejecución, pudiese escogerse el (o más precisamente, a ojos de Colón, del Cipango de
tiempo oportuno. Y es esto lo que confiere todo su signifi­ Toscanelh con la isla de Santo Domingo y el Catay de
cado a la intervención de la Corona española y su participa­ Toscanelli con Cuba) y precisamente por contenerlo, es lo
ción en el descubrimiento resulta ser así mucho más impor­ que determinó el proyecto del «descubrimiento» del nuevo
tante o, mejor dicho, importante a otro nivel de aquella rumbo que había de conducir al descubrimiento del nuevo
que, a nivel «profesional», corresponde a Colón (más cerca, continente y que hubo de comenzar por ser, por tanto,
en este punto, de Amstrong que de la NASA). No «finan­ el descubrimiento de su mismo concepto. El enorme error
ciaban» un proyecto de Colón: organizaban un plan de Es­ geográfico (es decir, la ausencia o laguna en el mapa mundi
tado, porque podían y lo entendían (Portugal no podía ob­ del concepto de América) no suprime por tanto el carácter
jetivamente ni tampoco le interesaba, una vez que estaba teórico científico de la empresa, puesto que ese error (una
abriendo la ruta africana hacia la India; y no sólo había ausencia de concepto especial que sólo podía dibujarse en
rechazado el proyecto de Colón, sino que después rechazó el concepto general de la esfera) sólo podía ser corregido
el de Magallanes, que hubo de desnaturalizarse y acudir con la experiencia, y era imposible que a priori fuera ad­
a Carlos V, como antes Colón había tenido que acudir a vertido. Puede además suscitarse la sospecha de si la em­
los Reyes Católicos). Lo que demuestra que la intervención presa se hubiese llevado a efecto en el supuesto de que
de España en la empresa americana no fue aleatoria, ni el concepto hubiera preexistido, o sea, en el supuesto de
puramente eventual el que hubiera podido asumirla Portu­ que el error no se hubiese producido. Pues el interés, el
gal. Portugal no podía de ninguna manera emprenderla, de plan y el programa de la Corona española estaba entonces,
la misma manera que tampoco España pudo siglo y medio no tanto en llegar a tierras nuevas e inmensas, cuanto de
después lanzarse al poblamiento de Australia, descubierta llegar a tierras antiguas, «cogiéndolas» por la espalda. Y
por Pedro Fernández de Quirós. Los Reyes Católicos orga­ ese interés, plan o programa, se mantuvo firme aún des­
nizaron, en resolución, un plan de Estado, precisamente una pués de deshecho el error de identificación, como lo de­
vez que los musulmanes habían sido reducidos definitiva­ muestra el patrocinio de el viaje de Magallanes y Elcano.
mente; un plan elaborado, con objetivos justificados, tanto La misma persistencia en el plan o programa que, actuando
económicos como políticos: en particular, el de encontrar del modo más rígido, determinó que Colón se mantuviese
un camino de retorno por el que pudiere cogerse por la apegado en sus diversos viajes a su concepto general de
espalda a los turcos —que seguían amenazando, tras la toma las tres partes del mundo, a no formar el concepto distinto
de Constantinopla, y que de un modo u otro habían deter­ de una cuarta parte (que alteraba, por cierto, profunda­
minado la difusión de los escritos de los griegos en Occiden­ mente la coordinación de la Tierra con la Santísima Trini­
te. Este objetivo en realidad se cumplió, ya desaparecidos dad), la identificación de la cuarta parte con la tercera,
los Reyes Católicos, con el viaje de Juan Sebastián Elcano, que hubo de desarrollarse en una serie inacabable de erro­
quien muerto Magallanes a manos de los malayos y capita­ res particulares (el territorio de la Española debía ser ma­
neando la nave «Victoria», pudo desembarcar en las Molu­ yor que España, y de allí habría llevado Salomón el oro
cas (8 de noviembre de 1521), en donde fue recibido nada a través del Golfo Pérsico, Cuba sería ya la tierra firme,
menos que por el sultán Almanzor: se había, por tanto, &c.). Más aún, la persistencia en estos errores es la que
conseguido el objetivo de tomar contacto con los musulma­ obliga a Colón a rectificar la propia idea inicial de la esfe­
nes navegando constantemente hacia el Poniente; la «Victo­ ricidad de la Tierra, concediendo esta esfericidad al hemis­
ria», cargada de especias, y tras pasar el Cabo de Buena ferio boreal, pero atribuyendo ad hoc al hemisferio austral
Esperanza, volvió a Sanlucar el 7 de septiembre de 1522. la forma de una pera, para encajar en su vértice al Paraíso
El concepto práctico de la esfericidad de la Tierra, que ha­ (el Orinoco). Estos errores, cada vez más graves e inadmisi­
bía abierto teóricamente la posibiUdad del descubrimiento bles de Colón —Juan de la Cosa ya había deshecho, en
de América, se reaUzó, de modo ejercido, de la única mane­ 1500, el dogma de la identidad entre el tercero y el cuarto
ra posible, es decir, llevándolo a cabo operatoriamente, por continente, entre Asia y el Nuevo Mundo— fueron cono­
Juan Sebastián Elcano, y de ello fueron plenamente cons­ ciéndose cada vez con más fuerza y contribuyeron a des­
cientes quienes inspiraron la leyenda que figuró en el globo prestigiarlo. La nueva verdad, que era también una verdad
que Carlos V le dio como cimera: «Primum circumdedisti cartográfica, y que Juan de la Cosa había establecido en
me». La circunnavegación de Elcano no es, según esto, una 1500, encontró su vehículo de difusión europea en otra
mera verificación o apUcación práctica de un concepto teóri­ obra geográfica ulterior, la «Cosmographiae introductio»
co: es la realización misma en la forma de un «descubri­ de Martin Waldseemüller, publicada en 1507, en donde re­
miento neutro» del concepto teórico, su transformación de firiéndose ya a la guaría pars del mundo, y diferenciada
concepto posible en concepto real. Elcano realizó el concep­ de la tertia pars, la designa por primera vez como América.

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6. En conclusión: los episodios que englobamos bajo ta. Y, naturalmente, el alcance de esta reorganización está
la rúbrica de descubrimientos geográficos, sin perjuicio de en función del contexto desde el cual se produjo el descu­
su significación política, económica y religiosa de primer brimiento. Podríamos imaginar con cierta precisión el futu­
orden, deben también computarse como fases de un proce­ rible de un descubrimiento de América llevado a cabo por
so científico tecnológico, el desarrollo de la concepción es­ los alejandrinos de la época de Plinio: acaso para ellos
férica, con todas las consecuencias que contiene y por su­ esa incorporación significaría agregar a su horizonte
puesto, sus propios debates y conflictos dialécticos (los «erro­ naturalista-mítico nuevas regiones lejanas, junto con las de
res» de Colón son los más señalados) y no como la mera los hiperbóreos o los etiopes. Pero para los europeos del
ejecución de una teoría ya preestablecida. El mapa de Juan siglo XV, para la cultura cristiana, el descubrimiento de
de la Cosa y el viaje de Elcano han de ponerse, según América tuvo un alcance relativo mucho mayor: fue el co­
esto, en la misma serie que los mapas de Eratóstenes, de mienzo de una «reorganización completa» del Mundo y,
Tolomeo o de Toscanelli, como fases del desarrollo científi­ en este sentido, el descubrimiento de un «nuevo mundo
co de una misma teoría, que sólo podía haberse llevado histórico» y no sólo geográfico-etnológico. Para decirlo bre­
a cabo por medio de los viajes y exploraciones que, a vemente: la «cultura cristiana» no estaba preparada para
su vez, por supuesto, estaban impulsados por intereses ex­ asimilar en sus coordenadas la Gran Novedad —novedad
tracientíficos. Pero sería improcedente borrar el significado relativa, evidentemente, a esas mismas coordenadas— y,
científico estricto de estos viajes y exploraciones bajo la por ello mismo, el descubrimiento de América podría con­
presión de la relevancia política y económica de los mis­ siderarse como la puesta a punto de una bomba de reloje­
mos, como si los grandes desarrollos científicos se hubieran ría que lentamente, pero con plazo prefijado, estaba llama­
producido alguna vez al margen de la dialéctica de los da a producir el desmoronamiento del mundo cristiano.
proyectos prácticos de naturaleza no estrictamente científi­ La insistente equiparación que en los primeros años del
siglo XVI se viene estableciendo por parte, sobre todo,
ca que los envuelven. Repetiremos aquí lo que ya hemos
de escritores españoles, entre el descubrimiento de América
dicho en alguna otra ocasión: «Es preciso afirmar que la
y la Encarnación de Is Segunda persona de la Santísima
primera circunvalación de la Tierra es un «hecho» de una
Trirúdad (Las Casas, López de Gomara, &c.: «la mayor
importancia para la Ciencia y la Filosofía de alcance ma­ cosa después de la Creación del Mundo sacando la Encar­
yor, si cabe, que la «revolución copernicana», aunque de nación y Muerte del que lo crió») puede interpretarse como
otro orden. Porque la «revolución copernicana» sólo fue una extravagante forma de pensar la magnitud histórica
(en su siglo y en los siguientes) una revolución en los ma­ comparativa que al descubrimiento de América se le podría
pas celestes, sin pruebas apodícticas (lo que es necesario conceder en relación con el cristianismo. En efecto, po­
tener en cuenta para no caer en anacronismo al analizar drían equipararse los efectos del descubrimiento de Améri­
el conflicto entre Galileo y Roma), mientras que la circun­ ca, dentro de la concepción cristiana del Tiempo histórico,
valación de El Cano fue una circunvalación física, en vir­ con los que se le asignan a la revolución copernicana en
tud de la cual, la esfera de Eratóstenes llegó a ser pisada el Espacio cósmico. Si la revolución copernicana estaba
realmente y fue la primera vez en la Historia de la humani­ llamada a suprimir la condición de la Tierra como «centro
dad en que una teoría científica muy abstracta y de gran espacial del Mundo», el descubrimiento de América iba
alcance práctico, pudo ser demostrada efectivamente, la pri­ a poner las bases para eliminar la condición de Cristo como
mera vez en que los hombres podían comenzar a pensar centro del Tiempo histórico, como tiempo eje de la historia
que las teorías científicas eran algo más que especulaciones, universal. Porque el cristianismo contiene, como constituti­
puesto que tenían que ver con la «armadura» misma de vo íntegro, una visión histórica global y precisa, por cie^o
la realidad empírica y práctica». una visión «materialista» (corporeista), espacio temporal,
la visión de una Humanidad concreta que tras la dispersión
derivada del pecado original (asociado precisamente a la
muerte de .los cuerpos), ha encontrado como único camino
de recuperación de la unidad y de la vida (¡de la vida
Sección rV. Algunos corolarios relativos al «mo­ de los cuerpos resucitados!) a Cristo, centro de la Historia,
mento resolutivo» del Descubrimiento de América del tiempo histórico. Por ello es esencial en la concepción
histórica del cristianismo la realización temporal de su uni­
versalidad salvadora. Todos los hombres, en la época de
1. Las consecuencias de un gran descubrimiento están Cristo han recibido la luz: «por toda la Tierra —dice San
determinadas por el contexto desde el cual el descubrimien­ Pablo— se difundió su voz y hasta los confines del mundo
to ha tenido lugar. Lo que se descubre se descubre desde sus palabras» (San Jerónimo puntualizará que San Pablo
un amplio contexto cultural, que, en nuestro caso, contiene no habló aquí con intención de profecía, sino de historia).
la teoría de la Tierra esférica, pero no se reduce ni mucho El Descubrimiento de América significa, por tanto, el des­
menos a esta teoría. Pues ella está integrada a su vez en cubrimiento de quince siglos durante los cuales millones
una compleja red ideológica, en una concepción cristiana de hombres han vivido en la oscuridad. En otros lugares
(católica) del mundo, en nuestro caso, que a su vez ha hemos sugerido los posibles mecanismos ideológicos que
incorporado tradiciones orientales, griegas y romanas. El la cultura cristiana desarrolló para conjurar esta situación
descubrimiento no puede entenderse, por tanto, como la fatal (unas veces negando que fuesen hombres los habitan­
mera incorporación a un supuesto acervo objetivo de una tes de América, otras veces postulando que, de hecho, ellos
«pieza» de límites circunscritos, acaso muy importante (como debían haber sido evangelizados). Pero estos mecanismos
pueda serlo el continente geográfico americano, incluidos implicaban dar las espaldas a la realidad: toda la arquitec­
sus contenidos vegetales, animales y humanos, es decir, tura histórica de la concepción cristiana tenía tarde o tem­
el Nuevo Mundo en su sentido geográfico amplio), sino prano que desplomarse, porque su apoyo histórico comen­
como la reorganización que la intrusión de esta «pieza» zaba a ser ya necesariamente puramente mitológico, de his-
determina en el sistema íntegro desde el cual fue descubier­

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toria ficción. Por decirlo así, la visión histórico teológica «Y que su patria ilustre hallarán doquiera
de la unidad de la humanidad (de la Ciudad de Dios) ten­ la planta lleven por la inmensa esfera».
dría que ser a lo sumo sustituida por una visión no históri­
ca, que estaba muy próxima a la visión naturalista, cuasi Pero en reaUdad no eran hombres de una única deter­
zoológica (la de Linneo, la de Blumenbach) de la unidad minación, sino hombres de muy variadas determinaciones
del Género humano. Dicho de otro modo, la visión histórico- (españoles, ingleses, africanos, chinos, mejicanos o perua­
teológica del hombre, como unidad, tenía que dar paso nos) quienes estaban llamados a «poner la planta en esa
a una visión antropológica. Si la Antropología es un fruto inmensa esfera», aunque no ya a título de Patria común,
de la época moderna no lo habrá sido porque «nuevos sino en calidad de escenario, campo de trabajo y aún cam­
materiales» hayan sido aportados (eran suficientes los ma­ po de batalla de la «sociedad universal» efectiva. Pues la
teriales clásicos), ni tampoco por la virtud de misteriosas concepción esférica de la Tierra era solidaria, desde luego,
epistemes capaces tanto de «inventar al hombre» como de de esa sociedad universal constituyente, porque solamente
«eliminarlo», sino en virtud de la concatenación de series por ella podía llevarse a término efectivo y no meramente
de procesos entre los cuales figura de modo principalísimo intencional (el del ecumene cristiano y medieval), solamente
la reorganización de la cultura tradicional a la que obhgó podía ser una concepción viva, y no sólo «pintada» en
el descubrimiento de América. (La «contrarrevolución tole­ los mapas, cuando por primera vez, todos los hombres
maica» —la reivindicación de los principios cosmológicos entablasen contactos mutuos recurrentes. Contactos que for­
no copernicanos, antrópicos, como la eclosión historicista, man el tejido mismo de esa sociedad universal que efectiva­
no pueden confundirse con una «vuelta a la antigüedad, mente ha resultado precisamente a raíz del descubrimiento
o como un retorno a los principios cristianos, como mu­ de América, pero que, en modo alguno se ha desenvuelto,
chos pretenden). ni pudo desenvolverse, según aquella forma ideal de la paz
y de la armonía que se dibujaba en las Relecciones de
Si atribuimos, por tanto, a la idea esférica —y, por Vitoria, puesto que también se ajustó a la forma de la
tanto, a sus precedentes «griegos»— la significación tras­ guerra y de la discordia que Maquiavelo había dibujado
cendental que hemos postulado para la interpretación del en El Príncipe. La sociedad universal constituida a raiz
Descubrimiento de América, no sólo en su momento cons­ de la circunvalación práctica de la esfera terrestre, tras el
descubrimiento de América (y que constituye a la vez, como
pectivo, sino en su momento resolutivo, no es precisamente
hemos dicho, el primer gran ejemplo histórico de la verifi­
en función de una simple voluntad erudita de encontrar
cación de una teoría abstracta) y tal como ha llegado a
precedentes, sino por la circunstancia de que son estos pre­
nuestra época es la sociedad universal del conflicto y de
cedentes en concreto los que constituyen el argumento prin­ la explotación, la sociedad universal del colonialismo y del
cipal para fundar la tesis del descubrimiento como proceso imperialismo, de la depredación y del esclavismo, si es cier­
que necesariamente tuvo que partir de la «cultura euro­ to que fue el esclavismo lo que puso en contacto África
pea», una tesis que no puede hacer la más mínima conce­ con América, quien la hizo posible. Lo diremos con las
sión al relativismo cultural. palabras de Marx: «Sin esclavitud no tendréis algodón; sin
algodón no tendréis industria moderna. Es la esclavitud
Estos precedentes son premisas necesarias o situaciones la que ha dado valor a las colonias [americanas], son las
conducentes a la configuración práctica de la Tierra como colonias las que han creado el comercio mundial y el co­
una esfera cuyas partes —y en especial las partes nueva­ mercio mundial es la condición necesaria de la gran indus­
mente descubiertas, el Nuevo Continente— pueden comen­ tria del Mundo moderno» (Miseria de la Filosofía, II, 4,
zar a ser abarcadas por hombres determinados, españoles, observación). En este Mundo moderno vivimos nosotros,
por ejemplo y precisamente. Poder que todavía parecía que­ españoles y mejicanos, ingleses y chinos, franceses e indo­
rer expresarse por boca de Estébanez Calderón en el mismo chinos...
momento de la independencia de los pueblos americanos
(Oda al Rey sobre los sucesos de América, 1830):

Matthias Quadus, Fasciculus geagraphicus, Colonia, 1608

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