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Hace unos pocos años escribí un artículo periodístico con el mismo

título de este libro, tras haber leído un estimulante ensayo de


Edward Herman sobre los crímenes económicos de guerra[1]. En la
nota señalada, yo hacía alusiones directas a este tipo de
criminalidad, pero, dado el carácter del escrito, no las acompañe con
pies de página ni referencias bibliográficas, aunque me había
documentado ampliamente para elaborarla. Algunas de las personas
a las que les envié el artículo me señalaron que, teniendo en cuenta
la falta de sustento bibliográfico, les parecía que las afirmaciones
que hacía no estaban suficientemente respaldadas, insinuando, en
algunos casos, que debía volver a escribir el texto. Esta actitud
mostraba de alguna forma la resistencia a la manera como yo
presentaba a los economistas neoliberales, a los que dejaba de
observar como simples tecnócratas ocupados en el manejo de
complicados sistemas de análisis o como gestores intelectuales de
política económica, para considerarlos como vulgares criminales de
guerra.

Las críticas y sugerencias me empezaron a rondar la cabeza y


reiteradamente me pregunte a mí mismo si, en efecto, no debería
presentar una visión más elaborada del asunto. Desde ese momento
la idea se convirtió en una obsesión que, luego de varios años, ha
dado origen a este libro. He decidido mantener el título del artículo
mencionado, «Los economistas neoliberales: nuevos criminales de
guerra», porque creo que resume muy bien la idea central que aquí
se sustenta, además que compagina con mi intención de denunciar,
espero que con bastantes argumentos y con cierto rigor, el genocidio
capitalista en curso.

En el transcurso de la investigación se fue reafirmando la estrecha


relación entre neoliberalismo y capitalismo. Al respecto, se hace
necesario enfatizar que no es posible separarlos, como hacen ciertos
autores, ONG y hasta partidos políticos, planteando tácitamente que
el neoliberalismo es una negación del «capitalismo civilizado»
existente hace algunas décadas en su versión socialdemócrata, y que
eso se ha debido a las políticas neoliberales, al desarrollo de las
telecomunicaciones y la informática y al despliegue incontrolado del
capital financiero [2]. Algunos de los que difunden este tipo de
análisis son los que proponen, empezando por ATTAC, como algo
trascendental, la imposición de un impuesto a los grandes
movimientos financieros, la llamada Tasa Tobin (a pesar que el
economista que la propuso, James Tobin, hasta los últimos años de
su vida despreciara a los movimientos sociales y políticos que se han
organizado en diversos lugares del mundo para luchar contra la
globalización; opinión comprensible pues ese economista nunca
abandonó la ortodoxia económica). Este tipo de analistas son anti
neoliberales pero no anticapitalistas, suponiendo que puede llegarse
a un capitalismo social sin los incómodos «extremismos» de los
«fundamentalistas de mercado». Por el contrario, a lo largo de estas
páginas mostramos que existe un vínculo indisociable entre
capitalismo y neoliberalismo y, por lo tanto, resulta obvio que la
criminalidad de estos últimos no puede entenderse sin hacer
referencia a la barbarie capitalista. Por eso, el subtítulo de esta obra:
El genocidio económico y social del capitalismo contemporáneo.

La criminalidad neoliberal ha extendido las redes delincuenciales del


capitalismo hasta niveles impensables hace algunas décadas. En el
mundo actual los neoliberales desempeñan el mismo papel genocida
que antaño cumplieron la iglesia católica y los misioneros, los
piratas y aventureros, los negreros y los colonizadores. Y no quiere
decir que todos ellos no sigan actuando, y en forma criminal, en el
capitalismo contemporáneo sino que también se han subordinado a
la lógica neoliberal, cubriéndose con el nuevo manto criminal que
ahora los arropa a todos. Con el neoliberalismo, el capital ha
ampliado su estructural carácter criminal a todo el mundo y a los
más diversos aspectos de la vida social y natural, lo que se constata
en los más diversos terrenos: el mundo del trabajo, la educación, el
medio ambiente, la biotecnología, el sistema de salud, las
migraciones internacionales, la alimentación y el agua.
Esa ampliación de la criminalidad capitalista nos remite al análisis
clásico y siempre perenne del principal crítico no sólo del
capitalismo sino de la economía política, a Carlos Marx. Su análisis
de la mercancía, junto con la criminalidad capitalista de su tiempo
(esa es otra importante dimensión de El Capital, no siempre
considerada), es de una impresionante actualidad en el mundo de
hoy. El capitalismo convierte todo lo que encuentra en su camino en
mercancía, destruyendo sociedades, culturas, economías, tradiciones
y costumbres, dejando a su paso muerte y desolación. Eso se
evidencia con la mercantilización de la naturaleza, de los genes, de
los órganos humanos, de los niños y las mujeres… y el
neoliberalismo se ha convertido en el legitimador «teórico» e
ideológico de la brutal conversión de todos los valores de uso en
vulgares mercancías, con sus devastadoras consecuencias sobre los
seres vivos. En estos momentos estamos soportando el más
despiadado genocidio que haya sufrido la humanidad en los últimos
cinco siglos como puede corroborarse con cifras elocuentes sobre
pobreza y riqueza, sobre hambre y obesidad, sobre sed y derroche
hídrico, sobre analfabetismo y hastío informativo, sobre explotación
laboral y fabulosas ganancias de los empresarios capitalistas… Ese
panorama de antagonismos sólo ha podido ser erigido sobre la
explotación intensiva de millones de seres humanos y sobre la
destrucción acelerada de los ecosistemas, lo que no hace más que
demostrar las afirmaciones de Marx a mediados del siglo XIX, en el
sentido que el capitalismo destruye constantemente los “dos
manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador»[3]. La
conjunción de ese doble proceso destructivo explica la amplitud y
variedad de los crímenes del capitalismo y el papel que desempeñan
los neoliberales, como legitimadores ideológicos de tal proyecto
genocida, pero también como copartícipes directos y responsables
de esa guerra contra los pobres del mundo. Como bien lo ha dicho
Edward Herman:

“Identificar cualquier tipo de criminal de guerra es algo complicado,


es habitual agarrar a los que dan el golpe, o a los que dieron las
órdenes Inmediatas, mientras se ignora a los que lo planearon y a los
que lo decidieron, a los que lo financiaron y a aquellos que dieron
apoyo moral e intelectual (…). Cuando tratamos la criminalidad
económica incidimos en los mismos problemas que encuentran los
analistas del Sistema para identificar los crímenes de guerra
militares. ¿Quién es el responsable en un sistema complejo de
división de tareas? ¿Buscamos más allá de los gerentes medios y
superiores, entre los grandes accionistas y banqueros que pueden
dirigirlo todo? ¿Nos detenemos en los líderes políticos que hacen y
ejecutan las leyes o buscamos entre los que financian elecciones,
consejeros, planificadores e intelectuales que defienden que se
realicen los proyectos criminales? Recalcar la etiqueta de
criminalidad sobre individuos destaca el elemento invariable de tales
crímenes -el hecho de que no son solo el resultado de cómo trabaja
el sistema, sino que muchas personas comparten la responsabilidad”.
[4]

Justamente, en esta investigación nos hemos concentrado en


demostrar tanto la responsabilidad del sistema capitalista como de
los economistas neoliberales en la perpetuación de crímenes de muy
diversa naturaleza, resaltando que muchos de los delincuentes, con
rutilantes títulos de Doctores en Economía de prestigiosas
universidades estadounidenses, planifican el asesinato en masa de
millones de seres humanos desde sus cómodas poltronas de
burócratas en sus tecnificadas oficinas del Banco Mundial o del
Fondo Monetario Internacional. Esos asesinatos se materializan en
la práctica cotidiana cuando se aplican las Armas Económicas de
Destrucción Masiva, como los Planes de Ajuste Estructural, contra
pueblos enteros. Y, como siempre sucede con los delincuentes, estos
justifican sus crímenes con muy diversas argucias, en el caso de los
economistas con sofismas sobre modernización, crecimiento
económico, éxito exportador, eficiencia, eficacia, calidad,
transparencia… y mil falacias más. Por si hubiera dudas, sólo
recuérdese lo acontecido en Argentina, Bolivia, Nicaragua, Rusia,
Ghana, Zambia y otros 100 países. Estamos diciendo que criminales
no son solamente los que aprietan el gatillo para matar a sus
víctimas sino también los que las seleccionan y planean como
ejecutarlas. Esto, aplicado a la economía capitalista contemporánea,
significa que los asesinos no son solamente los políticos que
implementan los Planes de Ajuste Estructural o privatizan las
empresas de servicios públicos o firman Tratados de Libre Comercio
para regalarle al capital imperialista los recursos de un país, sino que
detrás están los criminales de cuello blanco, que con sevicia
preparan los asaltos y atracos del patrimonio de los pueblos, el robo
de sus recursos naturales y materias primas y la eliminación de
sindicatos y organizaciones de los trabajadores. Como lo afirma
Michel Chossudovsky,

“El ajuste estructural tiende a una forma de «genocidio económico»


que se desarrolla mediante la consciente y deliberada manipulación
de las fuerzas del mercado. Cuando se compara con el genocidio de
los períodos anteriores de la historia colonial (esto es, trabajo
forzado y esclavitud), su impacto social es devastador. El programa
de ajuste estructural afecta directamente la sobrevivencia de más de
cuatro mil millones de personas. Su aplicación en gran número de
países deudores individuales favorece la «internacionalización» de
las políticas macroeconómicas bajo el control directo del FMI y del
Banco Mundial, que actúan en nombre de poderosos intereses
financieros y políticos (…). Esta nueva forma de dominación
económica y política -una forma de «colonialismo de mercado»-
subordina a pueblos y gobiernos mediante la interacción
aparentemente «neutral» de las fuerzas del mercado. Los acreedores
internacionales y las corporaciones multinacionales han encargado a
la burocracia internacional con sede en Washington la ejecución de
un proyecto económico global que afecta la vida de más del 80 por
ciento de la población mundial”.[5]

Los economistas neoliberales, testaferros a sueldo del capitalismo


mundial, pretenden presentarse como los nuevos oráculos que están
capacitados con poderes divinos para interpretar las «objetivas» e
impersonales fuerzas del mercado, a nombre de las cuales perpetran
todos sus crímenes, de la misma forma que todos los ideólogos de
los imperios coloniales han justificado siempre sus delitos, a nombre
de una razón suprema (bien fuera la divinidad, la raza, la tecnología,
la ciencia, el progreso o la «racionalidad»). Ahora la «mano
invisible» del mercado guía a los seres humanos por el camino del
progreso y la prosperidad, y los únicos que pueden interpretar
correctamente los signos cabalísticos de esa fuerza suprema son los
neoliberales, lo que además, se nos asegura sin ningún pudor, es una
expresión de la superioridad moral del capitalismo. El francés Guy
Sorman señala al respecto que «los capitalistas no son
necesariamente morales, pero el capitalismo por sus resultados
económicos y sociales, parece ser el más moral de los sistemas que
existen. La mano invisible del mercado promueve, en alguna medida
la redistribución de la riqueza»[6]. ¡Que gran moralidad ha mostrado
el capitalismo a través de la historia, esclavizando seres humanos,
asesinando niños, exterminando indígenas, colonizando pueblos…
como lo ha rubricado en los últimos años con los millones de
víctimas que ha producido en todos los rincones de la tierra!

A partir de los dogmas del «libre mercado», en los que se basa el


supuesto de la globalización como una realidad irreversible –una
especie de «ley de gravedad social»–, los neoliberales justifican
todas sus acciones criminales con toda la impunidad del caso,
incluso responsabilizando a sus víctimas, a las que señalan con el
dedo acusador por ser incapaces de adecuarse a las sacrosantas leyes
de la competitividad y del éxito. Uno de sus ideólogos, el
estadounidense Lawrence Mead, lo dice sin reparos cuando señala
que las identidades de clase no existen, porque ahora

“se designa a las personas como «ricas» si tienen modales


convenientes y responsables, y como «pobres» en caso contrario.
Ninguna reforma estructural de la sociedad puede modificar esas
identidades, porque en la nueva política de hoy en día la cualidad
decisiva de una persona es la personalidad y no el ingreso o la clase.
La gran factura de nuestra sociedad no es la que separa a los ricos de
los menos ricos, sino a quienes son capaces y quienes no son
capaces de ser responsables de sí mismos” [7].

La vulgata neoliberal sostiene que el hombre es egoísta por


naturaleza, que el mercado es una condición natural de los seres
humanos, que la competencia premia a los triunfadores y castiga a
los perdedores, que en la sociedad como en la selva sobreviven los
más aptos, y estos son los mejores… Todas estas mentiras,
cuidadosamente urdidas y difundidas por medios de comunicación,
editoriales, revistas, libros y universidades, son presentadas como la
verdad revelada, ante la que hay que someterse o perecer. Todo esto
confirma que «el sistema neoliberal y capitalista se está convirtiendo
en un dios de sangre que decide quienes deben ser sacrificados;
cuenta con sus propios mecanismos de control para determinar la
productividad, regular el derecho de trabajo, transmitir la ideología
dominante, utilizar el poder político, social y aún religioso, y
configurar la identidad de personas, grupos y países»[8].

2Este es un análisis de los economistas neoliberales pero no ha


pretendido ser un libro de economía, por lo menos en el sentido
convencional de la palabra, es decir, plagado de cifras, de
ecuaciones, de modelos y de gráficas, instrumentos que en el caso
del economista ortodoxo se usan no tanto para aclarar su
pensamiento sino para ocultar su ignorancia. Ese tipo de escritura de
los economistas se convierte en gran medida en una barrera para el
conocimiento de los problemas económicos y sociales del mundo y
en un mecanismo de desmovilización política de la gente común y
corriente.

No tiene ningún sentido escribir para los economistas, pues ya


bastante ellos se escriben entre sí y para sí mismos, porque eso
significa utilizar un lenguaje hermético e incomprensible, alejado de
las expectativas inmediatas de los seres humanos. Sólo en el
conocimiento académico se genera esa terrible manía de dirigirse
exclusivamente a los «miembros de la tribu», sin esforzarse en lo
más mínimo en comunicarse con el resto de mortales, con aquellos
que no tienen las credenciales de «especialistas», lo que limita el
conocimiento y la amplitud intelectual. Como bien lo dijo Günther
Anders para el tema de la filosofía: «Escribir textos sobre moral que
leerían y entenderían sólo los colegas universitarios me hubiera
parecido un sinsentido. Algo cómico, si no inmoral incluso. Tan
carente de sentido como si un panadero hiciese sus panes solo para
otros panaderos»[9]. Siguiendo tan sabio consejo, este libro no tiene
como destinatario principal ni exclusivo a los economistas ni ha sido
escrito a partir de la lógica convencional de la economía, cada vez
más alejada del mundo real y de los problemas de los hombres y
mujeres de carne y hueso.

Pero cuando aquí se habla de economistas neoliberales no se está


considerando solamente a los detentadores de títulos de economía,
sino a todos los neoliberales -sean estos de cualquier profesión o
disciplina del conocimiento- porque han asumido como suya la
lógica estrecha y mecánica de la ortodoxia de la «economía de
mercado», o sea, la vulgata neoliberal. Dicha vulgata es repetida
como una letanía por abogados, pedagogos, sociólogos,
investigadores y técnicos cuando pretenden explicar el
funcionamiento de las diversas instancias de la sociedad. Por esta
razón, los postulados básicos de todos los neoliberales se subordinan
a la «racionalidad» de los economistas, a partir de la cual pueden ser
analizadas sus políticas criminales en los más diversos terrenos de la
realidad social. Los economistas neoliberales son, entonces, la
piedra angular para entender los crímenes económicos de nuestro
tiempo, porque como ya lo anunciaba la revista Bussines Week en
marzo de 1977, venden sus habilidades profesionales «sus contactos,
su destreza, y, en opinión de algunos, hasta su alma, en el tenebroso
mundo de la política de Washington»[10].10 Como parte de esas
habilidades de negociantes se destaca la apertura de cátedras de
«libre empresa» en universidades de todo el mundo con d fin
manifiesto de expandir la ideología del libre mercado, lo cual ha
convertido al fundamentalismo neoliberal a individuos y grupos
procedentes de variadas profesiones y de distintos orígenes
intelectuales y políticos.

Por otra parte, en este libro se critica al discurso neoliberal como


expresión mixtificada de la economía vulgar, para emplear el
término con el que Marx denominó a la apologética erigida para
legitimar el capitalismo después de la economía clásica (de Adam
Smith a David Ricardo). Para llevar a cabo esa tarea, hemos acudido
a un cúmulo amplio de fuentes para redactar cada uno de sus
capítulos. A medida que conseguíamos información sobre los
crímenes del nuevo desorden mundial -en lo relacionado, para
mencionar algunos temas explorados en los diversos capítulos de
esta obra, con la compra y venta de órganos humanos, la promoción
comercial de los genes de pueblos indígenas a través de Internet, la
esclavitud infantil, la muerte de miles de migrantes en la frontera
entre México y los Estados Unidos y en el embravecido mar que
separa África de España, la exportación de residuos tóxicos a los
países pobres y dependientes, la explotación de hombres, mujeres y
niños en las fábricas de la muerte- aumentaba nuestra rabia e
indignación. Pero también nos hemos indignado ante el cinismo de
que hacen gala los capitalistas y neoliberales de todo el mundo para
justificar lo que moral y humanamente es injustificable: la
privatización del mar, el comercio de animales y de plantas de las
selvas tropicales, el culto fetichista al consumo desaforado, la
conversión del agua en una mercancía que genere cuantiosas
ganancias a costa de la sed de media humanidad, las tecno utopías
reaccionarias sobre la superación de todos los límites (incluyendo la
muerte individual, puesto que ya desde Estados Unidos y Europa se
nos anuncia que en pocos años los seres humanos alcanzaremos la
inmortalidad)…

En cada uno de los tópicos tratados en los diversos capítulos se ha


intentado realizar un minucioso análisis, a partir de numerosas
fuentes de información y apoyándonos en el pensamiento crítico,
tanto universal como de nuestra América, así no siempre citemos al
pie de la letra esas fuentes teóricas en las que nos hemos apoyado,
entre las que se encuentran diversas variantes de la tradición
marxista y de la ecología social. Hemos querido aprovechar al
máximo la riqueza de la información consultada, con la perspectiva
de presentar un inventario lo más amplio posible sobre el universo
de la criminalidad del capitalismo contemporáneo. Por eso, hemos
organizado la información con sumo cuidado, presentándola con
lujo de detalles, recalcando los mecanismos de explotación y
opresión -los «nuevos» y los viejos-, complementando el análisis
con viñetas alusivas a los tópicos contemplados en el texto, y
destacando las consecuencias que entrañan para los seres humanos y
para los ecosistemas la universalización del capitalismo y el
fetichismo de la mercancía que eso conlleva.

Al respecto dice Renan Vega en su libro Los economistas liberales:


Nuevos criminales de guerra: “En la lucha competitiva entre
educación pública y privada, finalmente ésta se impone porque es
inherentemente superior al operar de acuerdo con el criterio de la
mano invisible que regula la acción del mercado, asigna recursos,
satisface los intereses de los consumidores y porque las
subvenciones estatales a la educación conspiran contra la sociedad”.
…la educación se convierte, en el modelo neoliberal, en instrumento
de legitimación de la desigualdad social. Su racionamiento el Banco
Mundial y los tecnócratas neoliberales de la educación recalcan
continuamente que el poder recae necesariamente en los mejor
preparados, en razón de lo cual los países con ganas de triunfar en la
competencia mundial deben dedicarse a cultivarlos o a atraerlos para
fortalecer su competitividad. La “sociedad de mercado” valora la
responsabilidad individual, las personas más capaces y responsables
son competitivas y, finalmente, se imponen en virtud de la
competencia mercantil que cada uno le concede lo que le merece.

IMPERIALISMO ECOLÓGICO EL INTERMINABLE


SAQUEO DE LA NATURALEZA Y DE LOS PARIAS DEL
SUR DEL MUNDO
Renán Vega Cantor *

En los actuales momentos de expansión imperialista hasta el último


rincón del planeta, ocurre una acelerada destrucción de los
ecosistemas y una drástica reducción de la biodiversidad. Es un
resultado directo de la generalización del capitalismo, de la apertura
incondicional de los países a las multinacionales, de la conversión
en mercancía de los productos de origen natural, de la competencia
desaforada entre los países por situarse ventajosamente en el
mercado exportador, de la caída de precios de las materias primas
procedentes del mundo periférico, de la reprimarización de las
economías, en fin, de la lógica inherente al capitalismo de acumular
a costa de la destrucción de los seres humanos y de la naturaleza.

El capitalismo es una relación profundamente desigual y el gran


desarrollo productivo y la capacidad de consumo se concentran en
los países centrales (Estados Unidos, la Unión Europea y Japón),
donde se producen también millones de toneladas de desperdicios.
No otra cosa son los automóviles, teléfonos, televisores, neveras,
pilas… que, rápidamente inservibles, van a parar a la basura... y a
los países pobres considerados receptáculo de las deyecciones que
origina el consumo desenfrenado de los opulentos del Norte. Según
el ecologista Barry Commoner, el planeta está dividido en dos: El
hemisferio norte contiene la mayor parte de la moderna tecnosfera,
sus fábricas, plantas de energía eléctrica, vehículos automóviles y
plantas petroquímicas y la riqueza que la misma genera. El
hemisferio sur contiene la mayor parte de la gente, casi toda
desesperadamente pobre. El resultado de esta división es una
dolorosa ironía global: los países pobres del sur, a pesar de estar
privados de una parte equitativa de la riqueza mundial, sufren los
riesgos ambientales generados por la creación de esta riqueza en el
Norte. Esa dualidad no es resultado de cierta disposición divina o
natural, sino que se convierte en uno de los objetivos del nuevo
desorden mundial capitalista y debe considerarse en sentido estricto
como una característica propia del imperialismo ecológico. Así, (…)
la explotación masiva del medio ambiente en el Tercer Mundo
incluye la conversión de residuos letales en mercancías, y el
comercio internacional con ellos. También involucra la imposición
por parte del capital de trueques de deudas por medio ambiente, la
construcción de inmensos incineradores y vertederos, y muchos
otros proyectos aparentemente sin sentido. Todas esas acciones son
mecanismos propios de la dominación imperialista, las cuales
generan resistencias por parte de los explotados y oprimidos del orbe
enfrentando los crímenes ambientales que están destruyendo nuestra
madre tierra y poniendo en peligro la supervivencia de nuestra
especie. Para que el asunto no quede en enunciación retórica, deben
precisarse las principales características del imperialismo ecológico,
a fin de entender las novedosas formas asumidas por el imperialismo
contemporáneo: es lo que intentamos hacer en este ensayo.

1. Destrucción acelerada de ecosistemas en los países dominados

La noción de ecosistemas ayuda a entender la magnitud de los


problemas ambientales que hoy padecemos, en la medida en que su
destrucción se constituye en la principal manifestación de la
inviabilidad ambiental del modo de producción capitalista. Por
ecosistemas puede entenderse a los conjuntos o escenarios en que se
reproduce la vida. Un ecosistema determinado está definido por "el
medio abiótico físico-químico y las manifestaciones bióticas a las
que sirve de soporte: microbios y bacterias, plantas, animales" [3].
Para las sociedades los ecosistemas han sido fuentes de riqueza y
bienestar, en la medida en que no solamente son ensamblajes de
especies sino de "sistemas combinados de materia orgánica e
inorgánica y fuerzas naturales que interactúan y se transforman". La
energía que permite el funcionamiento del sistema proviene del sol,
siendo dicha energía (…) absorbida y convertida en alimento por
plantas y otros organismos que realizan la fotosíntesis y que se
encuentran en la base misma de la cadena alimentaria. El agua es el
elemento crucial que fluye a través del sistema. La cantidad de agua
disponible, junto con los niveles extremos de temperatura y la luz
solar que un determinado sitio recibe, determinan en lo fundamental
el tipo de plantas, insectos y animales que habitan en ese lugar y la
manera en que se organiza el ecosistema. Los ecosistemas reportan
beneficios directos e indirectos a los seres humanos. Entre los
directos se destacan la obtención de plantas y animales como
alimentos y materias primas o como recursos genéticos y los
indirectos toman la forma de servicios como control de la erosión,
almacenamiento de agua por parte de plantas y microorganismos o
la polinización por dispersión de semillas por insectos, aves y
mamíferos. Los ecosistemas tal y como los conocemos en la
actualidad han evolucionado durante millones de años y no pueden
ser sustituidos ni recuperados por procedimientos tecnológicos. La
desaparición de cualquier ecosistema supone eliminar posibilidades
de subsistencia para los seres humanos por la sencilla razón de que
"los ecosistemas hacen que la Tierra sea habitable purificando el aire
y el agua, manteniendo la biodiversidad, descomponiendo y dando
lugar al ciclo de nutrientes y proporcionándonos todo un abanico de
funciones críticas". En términos económicos inmediatos, el
aprovechamiento de las riquezas naturales es una base de
subsistencia y de empleo, sobre todo en los países del sur, puesto
que la agricultura, la explotación forestal y la pesca generan uno de
cada dos empleos que existen en el mundo y, además, en todo el
planeta las actividades relacionadas con la madera, los productos
agrícolas y el pescado son más importantes que los bienes
industriales. Por esta razón, la disminución de la capacidad
productiva de los ecosistemas tiene efectos devastadores sobre los
seres humanos y de manera directa sobre los pobres que dependen
de aquéllos para su subsistencia. Existen antecedentes históricos de
que determinadas sociedades han colapsado por la destrucción de la
riqueza natural y de los ecosistemas (como los Mayas en
Mesoamérica). Sin embargo, tales colapsos fueron completamente
distintos a lo que está pasando en la actualidad en términos de escala
y velocidad, porque antes de la emergencia del capitalismo la
degradación ambiental afectó a sociedades perfectamente
localizadas y fue un proceso de deterioro gradual a lo largo de varios
siglos, mientras que ahora la destrucción de los ecosistemas se
efectúa a un ritmo acelerado y cubre hasta el último rincón del
planeta tierra.

Los ecosistemas son dinámicos y se regeneran constantemente en


forma natural, pero en la medida en que las fuerzas destructoras del
capitalismo se generalizan pueden desaparecer, en razón de que cada
ecosistema interactúa de manera compleja con el ambiente y la
comunidad biológica que lo habita, lo cual a su vez lo hace
particularmente vulnerable. Las presiones generadas por la
explotación intensiva de recursos para satisfacer el consumo voraz
de grupos reducidos de la población (las clases dominantes de todo
el mundo), y sobre todo de los países imperialistas, destruyen los
ecosistemas. Cada uno de los ecosistemas existentes ha sufrido un
notable deterioro, como se constata con algunas cifras elementales:
el 75% de las principales pesquerías marinas está agotado por el
exceso de pesca o ha sido explotado hasta su límite biológico; la tala
indiscriminada de árboles ha reducido a la mitad la cubierta forestal
del mundo; el 58% de los arrecifes coralinos está amenazado por
destructivas prácticas de pesca, por el turismo y por la
contaminación; el 65% de los casi 1.500 millones de hectáreas de
tierras de cultivo que hay en todo el mundo presenta algún nivel de
degradación del suelo; y el bombeo excesivo de aguas subterráneas
por parte de los grandes agricultores en todo el mundo excede las
tasas naturales de reposición en por lo menos 160.000 millones de
metros cúbicos por año. Está perfectamente establecido el diferente
impacto de la acción de los opulentos y de los pobres sobre recursos,
materiales y energía. A nivel mundial existe una geografía desigual
del consumo, puesto que un habitante de un país "desarrollado"
consume el doble de grano y pescado, el triple de carne, nueve veces
más papel y once veces más petróleo que un habitante de un país
neocolonial. Es necesario subrayar que semejante diferencia en los
niveles de consumo es posible porque hay una apropiación directa
de los recursos disponibles en todo el mundo para disfrute de una
escasa minoría, ya que ésta no gasta solamente los recursos que
encuentra en sus propios países (por el contrario, trata de
preservarlos durante más tiempo, o por lo menos eso es lo que
afirman de dientes para afuera). Incluso, en la mayor parte de las
ocasiones el consumidor del Norte ignora de dónde proceden los
materiales y la energía que consume diariamente y el impacto que su
producción tiene en sus lugares de origen, como se ejemplifica con
el caso de las tuberías de cobre que se usan en las grandes ciudades
de los Estados Unidos: Un constructor de viviendas en Los Ángeles
instala tuberías de cobre, pero no tiene forma de saber que ese cobre
proviene de la infame mina de Ok Tedi en Papúa Nueva Guinea.
Esta gigantesca mina, propiedad de un consorcio internacional,
arroja diariamente 80.000 toneladas de desechos de minería sin
tratar al río Ok Tedi, lo que destruye la mayor parte de su vida
acuática y perturba los medios de subsistencia de la comunidad
wopkaimin. La globalización implica que los propietarios eventuales
de las viviendas que se benefician de las tuberías de cobre no tienen
conocimiento de su nexo con la deteriorada cuenca del Ok Tedi ni
cargan con sus costos ambientales. En la vida diaria, unos pocos
consumen mercancías que se han originado a partir de la explotación
intensiva de los ecosistemas de todo el mundo, como se ejemplifica
con algunos datos elementales: (…) un ciudadano estadounidense
requiere más o menos cinco hectáreas de un ecosistema productivo
para mantener su consumo promedio de bienes y servicios,
comparadas con menos de 0,5 hectáreas que se necesitan para
sostener el consumo de un habitante de un país en desarrollo. Las
emisiones per cápita anuales de CO2 ascienden a 11.000 kilogramos
en los países industrializados, donde hay muchos más automóviles,
industrias y electrodomésticos, comparados con menos de 3.000
kilogramos en Asia. Sin embargo, quienes más directamente
dependen y viven con los ecosistemas, indígenas, campesinos y
mujeres, son los que menos disfrutan los productos que allí se
generan, tienen un peor nivel de vida y además se ven perjudicados
en forma inmediata y directa por su destrucción. Esto es causado por
la apropiación privada de los ecosistemas por parte del capitalismo,
lo que da como resultado que quienes detentan más capital y dinero
tengan un mayor nivel de consumo y muchas más posibilidades de
beneficiarse de los bienes y servicios que originan los diversos
ecosistemas. Cuando se contamina un río o una costa, reduciendo la
pesca, quienes lo sufren en carne propia no son los consumidores de
las engalanadas mesas del Norte, sino los pescadores y sus familias
que habitan en las costas o en los ríos de los países del Sur. Para
concluir este primer parágrafo puede decirse con plena seguridad
que es imposible la existencia de las sociedades humanas sin
ecosistemas, ya que éstos son en realidad "los motores productivos
del planeta". En forma ineludible, (…) los ecosistemas están a
nuestro alrededor: bosques, praderas, ríos, aguas costeras y
profundidades marinas, islas, montañas e incluso ciudades. Cada
uno entraña la solución a un desafío particular de la vida, solución
ésta que se ha configurado a lo largo de los milenios; cada uno
codifica enseñanzas de supervivencia y eficiencia, a medida que
incontables especies compiten por luz solar, agua, nutrientes y
espacio. Si se la privara de sus ecosistemas, la Tierra se parecería a
las imágenes desoladas y sin vida que proyectaron desde Marte las
cámaras de la NASA en 1997. Pretender que la vida humana es
posible sin los ecosistemas, tal y como afirman ciertos economistas
y tecnócratas, no pasa de ser una falacia justificatoria del irracional
modelo de acumulación capitalista, como si así se pudiera eludir los
límites naturales existentes que cuestionan la creencia absurda en un
crecimiento económico ilimitado. Sólo individuos cínicos o
mentirosos, engreídos por su culto a la tecnología y al consumo
ostentoso, pueden decir barbaridades que rayan en la demencia. Por
ejemplo, Adrian Berry llegó a sostener que (…) contrariamente a la
creencia del Club de Roma, no hay "límites al crecimiento". No hay
ninguna razón por la que nuestra riqueza global, o por lo menos la
riqueza de las naciones industriales, no siga creciendo
indefinidamente a su promedio anual actual de un 3 o un 5%.
Aunque se demuestre finalmente que los recursos de la tierra son
finitos, los del Sistema Solar y los de la Gran Galaxia que lo rodea
son, para todos los fines prácticos, infinitos. Tal nivel de estupidez y
de arrogancia con respecto a la naturaleza es notable pero no
sorprendente, porque ella hace parte de la lógica capitalista que se ha
enseñoreado del mundo. Esa lógica la expresan mejor que nadie los
economistas neoliberales, porque "quien crea que el crecimiento
exponencial puede durar eternamente en un mundo finito, o es un
loco o es un economista".

2. La acentuación del saqueo de materias primas y recursos


naturales grupo 2

En los últimos años se ha acentuado la explotación de materias


primas, incluyendo petróleo, recursos forestales, cobre, café,
banano, minerales, metales preciosos, diamantes, a despecho de la
propaganda sosteniendo que ya no son importantes esas materias
primas ni los recursos naturales, porque la sociedad posindustrial -en
la que supuestamente nos encontraríamos- ya no los necesita, dado
que ahora lo que contaría es el conocimiento y la información [12].
Esos supuestos de la "era de la información" no tienen nada que ver
con la realidad, ya que los polos dominantes en el mercado mundial
capitalista siempre deben recurrir a las fuentes materiales de
producción, porque para elaborar automóviles, televisores,
computadores, teléfonos portátiles y todo tipo de objetos no se
pueden violar las leyes físicas ni producir cosas materiales a partir
de la nada. Es necesario extraer la materia y la energía de los
lugares donde se encuentre, e incluso, en los casos en que se avanza
en la producción de materiales sintéticos que sustituyan a
determinados productos, no puede eludirse la dependencia material
de otro tipo de recursos (si en la producción de determinadas partes
del automóvil se prescinde del hierro y se sustituye por plásticos, eso
supone la incorporación de mayores cantidades de petróleo).

Que los recursos materiales son y seguirán siendo importantes para


el capitalismo y el imperialismo ha quedado demostrado en los
últimos años con las guerras y conflictos azuzados o llevados a cabo
por las potencias imperialistas. Dado el agotamiento de los recursos
naturales no renovables y que otros renovables, en razón de su
explotación desaforada se están convirtiendo en no renovables
(plantas, animales y agua), los países imperialistas compiten entre sí
para usufructuar esos recursos. Los Estados Unidos, el país del
mundo que más consume y despilfarra materia y fuentes de energía,
ha proclamado como un asunto de seguridad nacional el control de
las fuentes de petróleo y de materias primas estratégicas, y las
guerras y genocidios que ha organizado en los últimos años están
relacionados con la apropiación de importantes reservas de crudo
[13]. Basta recordar que en el documento Santa Fe IV se sostiene
que el control de los recursos naturales de América Latina no sólo es
una prioridad de los Estados Unidos, sino una cuestión de seguridad
nacional. Desde luego, esa guerra mundial por los recursos que se
libra entre las potencias (pero no en sus países sino en los territorios
del Sur, convertidos en campos de batalla) tiene consecuencias
ambientales evidentes al aumentar la presión sobre los ecosistemas,
tendencia que es una continuación de procesos típicos del
capitalismo desde la Revolución Industrial, como se evidencia al
recordar que entre 1770 y 1995 la tierra perdió más de un tercio de
los recursos existentes, una cifra impensable en cualquier otro
momento de la historia humana y que "un 70% del bosque tropical
seco ha desaparecido, junto con un 60% de los bosques de la zona
templada y el 45% de la selva tropical húmeda". El saqueo de los
recursos materiales y energéticos que se encuentran en los países
dominados del Sur y del Este se ha institucionalizado a través del
impulso a las exportaciones por la vía de los Planes de Ajuste
Estructural, lo cual ha producido un regreso a las economías
primarias tradicionales en muchos países del mundo. Eso explica
que el culto a las exportaciones y al comercio exterior haya
adquirido tanta legitimidad política y justificación teórica
(reviviendo el mito de las "ventajas comparativas") y se haya
convertido en parte del imaginario político y económico de las
clases dominantes de los países periféricos, deseosas de regalar en
forma rápida todos los recursos naturales con que cuente el territorio
de un país, en aras de ser competitivos en el mercado mundial. Esta
ideología exportadora -que cuenta como sus principales exponentes
al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y a la
Organización Mundial de Comercio- es justificatoria del saqueo de
materias primas y recursos naturales y oculta conscientemente los
impactos ambientales que eso produce o, lo que es todavía peor,
pretendiendo que eso beneficia los ecosistemas al dejarlos bajo la
regulación del capital privado para capitalizar la naturaleza a su
antojo, lo que finalmente nos beneficiará a todos. Este cinismo se
encuentra detrás del discurso "verde" de todos aquellos interesados
en llevarse hasta el último pedazo de selva virgen que pueda quedar
en algún lugar del mundo, dejando a su paso miseria y desolación.

3. Biopiratería y saqueo de la diversidad biológica y cultural de


los países dominados

El desarrollo de la ingeniería genética y de la biotecnología se está


haciendo a partir de la base genética natural existente en los diversos
ecosistemas del mundo, como las selvas húmedas tropicales, los
páramos y los manglares, muchos de los cuales habían permanecido
al margen del saqueo de compañías y estados imperialistas. Con los
avances tecnológicos en la investigación biológica y biomédica en
los laboratorios de las multinacionales -principalmente de los
Estados Unidos-, esos recursos naturales gestados durante miles o
millones de años pasan a convertirse en un ansiado botín mercantil
de las multinacionales o los centros científicos de investigación del
Norte. En este sentido, puede hablarse de un verdadero expolio de
los recursos biogenéticos existentes en el Sur del mundo por parte
del Norte, donde las empresas multinacionales empiezan a
explotarlos comercialmente como expresión de lo que se ha
denominado capita un capital que parte de una base natural ya
existente, que debería pertenecer a los pobladores de las regiones o
localidades donde se encuentra pero es apropiado en forma
fraudulenta por grandes compañías, las que a partir de esa base
genética desarrollan o reproducen medicamentos o productos que
luego son patentados y apropiados por las compañías
multinacionales. Así, la biodiversidad se ha convertido en el nuevo
coto de caza del imperialismo genético, cuyo interés fundamental es
apropiarse de esa riqueza. El nuevo colonialismo genético supone,
desde luego, un proceso de expropiación en el que existen, en
términos sociales, ganadores y perdedores. El bando de los
ganadores está constituido por las grandes compañías
multinacionales de la biotecnología y sus investigadores y el bando
de los perdedores está formado por millones de campesinos e
indígenas (expropiados de sus saberes ancestrales, de sus recursos,
de sus plantas y animales) y la población pobre de los países
situados en el Sur del mundo. Desde este ángulo, existe un
intercambio genéticamente desigual, caracterizado por el traslado
masivo y tramposo de la riqueza natural que se alberga en los
trópicos hacia los países imperialistas, muy poco biodiversos y con
una alta homogeneización genética.

El ataque del imperialismo genético contra la biodiversidad acentúa


el ecocidio contra las selvas y sus habitantes y reduce todavía más la
maltrecha fuente de alimentos de la humanidad, ya que el 90% de
nuestra dieta cotidiana está constituido por unas 15 especies
agrícolas y 8 especies de animales. Con la l genético. Este es
Revolución Biotecnológica se acentúa la homogeneización genética
de los principales cultivos, la desaparición de las variedades locales
que aun existen y la imposición del latifundismo genético,
impulsado por las grandes empresas multinacionales de la
alimentación y los agroquímicos. La expropiación de las riquezas
biológicas de las selvas y bosques tropicales forma parte de una
nueva fase de dominación imperialista, tan rapaz y genocida como
los anteriores períodos de saqueo colonialista del planeta. La
expropiación genética constituye uno de los soportes del tan alabado
avance de la biotecnología en los centros imperialistas, donde se
consuma la reducción de los seres humanos y de todas las formas de
vida a simples mercancías para valorizar grandes capitales, sin que
importen los efectos perversos de esa lógica criminal y depredadora.

4. El traslado de desechos tóxicos (nucleares y radiactivos) del


Norte al Sur grupo 4
El capitalismo genera una gran cantidad de desechos tras la
obsolescencia de las mercancías. Si para confeccionar productos se
usan materiales tóxicos o radiactivos, como en efecto sucede con la
industria microelectrónica y otras ramas de la producción industrial,
es obvio que se originen desechos radioactivos. Para los países
capitalistas del centro se hace imprescindible liberarse de esos
desechos tóxicos y convertir su comercialización en una lucrativa
industria y es "una estrategia central del Nuevo Orden Mundial, una
forma intencionada de cercar tierras y recursos -el mismísimo aire
que respiramos-, previamente de propiedad común, y establecer el
comercio en ‘derechos de polución’". El capitalismo "descubrió"
que hasta los desechos tóxicos pueden convertirse en una mercancía
susceptible de ser vendida a los países más desprotegidos y
miserables, y ha procedido a poner en práctica esa estrategia
comercial, lo que ha dado como resultado que "prósperos
empresarios" de los países imperialistas, en alianza con sus
respectivos estados, estén asumiendo la tarea de envenenar el suelo,
el mar y el aire de países enteros, con la consiguiente enfermedad y
muerte de seres humanos y animales. Los Estados Unidos encabezan
la lista de países que anualmente envían miles de toneladas de
residuos tóxicos, encubiertos como fertilizantes, que son vertidos en
las playas y tierras productivas de Bangla Desh, Haití, Somalia,
Brasil, y otros países. La administración de Bill Clinton (1993-
2001), por ejemplo, aceptó que las grandes corporaciones
estadounidenses mezclaran cenizas de incineradores -que tienen
altas concentraciones de plomo, cadmio, y mercurio- con productos
agroquímicos. Este veneno químico se vende a agencias y gobiernos
extranjeros que, o no sospechan de ese contenido o simplemente
hacen la vista gorda [17]. El traslado de desechos tóxicos al Sur del
planeta no es el resultado de imprevisiones o fruto necesario del
"progreso técnico", sino que hace parte de la lógica de un explícito
racismo ambiental que tiene como finalidad expresa la
contaminación de seres humanos y de países considerados como
inferiores. La lógica criminal del racismo ambiental se basa en el
supuesto de que unos grupos humanos tienen el derecho a consumir
hasta el hartazgo, sin miramientos con los que viven en condiciones
infrahumanas de vida, y luego enviarles los residuos tóxicos a sus
territorios. Semejante práctica genocida se sustenta en la convicción
de las clases dominantes de todo el mundo de que su sola existencia
es beneficiosa para el planeta, y los otros seres humanos deben
resignarse a aceptar ese destino inexorable en el que sólo los ricos y
opulentos tienen derecho a una vida sana y limpia. Es la típica
ilusión NIMBY (Not in My Blacyard- No en mi jardín) que concibe
como posible mantener al mismo tiempo un aumento incontrolable
en el consumo de productos y preservar el medio ambiente
circundante en condiciones adecuadas, para lo cual no importa
contaminar el jardín del vecino con tal de mantener limpio el mío.
El traslado de residuos contaminantes a los países dominados se ha
convertido en un lucrativo negocio para ciertas compañías de los
países imperialistas. Aunque la mayor parte de las materias primas
utilizadas en la producción de las mercancías proceden del mundo
pobre y dependiente -cuando esas materias tenían un valor de uso, es
decir, se podían utilizar- se convierten en basura inservible luego de
que han sido utilizados por los usuarios y consumidores del Norte y
por sus pocos émulos en los países del Sur. Y es en este momento
cuando nuevamente se piensa en esos países pobres como
receptáculo de los desperdicios que origina el consumo
desenfrenado de los opulentos del Norte. Los países altamente
industrializados, se encuentran literalmente inundados de desechos
y productos tóxicos, tal y como sucede en los Estados Unidos. Sus
ríos y lagos están tan contaminados que las grandes empresas han
abierto mercados para sus "apetecidos" residuos tóxicos, como ya se
hizo desde mediados de la década de 1980 cuando vertieron miles de
barriles de residuos de mercurio en los ríos sudafricanos. La
exportación de residuos tóxicos por parte de los Estados Unidos está
estrechamente emparentada con sus estrategias políticas ante los
países pobres del mundo. La destrucción ecológica, la pobreza
forzada, la guerra de contrainsurgencia, la corrupción y brutalidad
política y el vertido de residuos tóxicos provenientes del extranjero
forman parte de la misma estrategia. El comercio de residuos tóxicos
es una estrategia central del nuevo desorden mundial con la finalidad
de apropiarse de las tierras y recursos de los pueblos más pobres,
incluyendo el propio aire que respiramos, para establecer el
comercio de derechos de polución. Pero, al mismo tiempo, es un
medio de proletarizar a campesinos y aldeanos, conduciéndolos a
nuevas formas de explotación del trabajo y también una manera de
arrasar con los ecosistemas del Sur. Mientras en el Norte se hacen
más fuertes las regulaciones ambientales, sus empresas y capitalistas
se encargan de impulsar la contaminación en el Sur y el Este del
mundo. Los Estados Unidos se oponen a la reglamentación del
transporte de residuos peligrosos y también han bloqueado las
propuestas de otros países encaminadas a prohibir los embarques de
residuos hacia los países pobres. No es de extrañar, pues, que al
mismo tiempo haya convertido a martirizados países como Haití,
Guatemala, Salvador y Somalia en zonas de descarga de sus
residuos industriales, una forma premeditada de envenenamiento de
los países neocolonizados.

5. El desconocimiento de la deuda ecológica que el imperialismo


le debe al mundo dependiente grupo 1

Por deuda ecológica debe entenderse el no pago por parte de los


países altamente industrializados de los daños causados durante
varios siglos por la explotación indiscriminada de los recursos
naturales destinados a la exportación, sin que se contabilizaran los
impactos negativos sobre los ecosistemas y el hábitat locales. En
forma más concreta se puede considerar como (…) la deuda
contraída por los países industrializados del Norte con los países del
Tercer Mundo a causa del saqueo de los recursos naturales, los
daños ambientales y la libre utilización de espacio ambiental para
depositar desechos, tales como los gases de efecto invernadero,
producidos por esos países industrializados[19]. En consecuencia,
los verdaderos deudores son las clases dominantes de todo el
mundo, en primer lugar las de los países colonialistas e
imperialistas. En contra del sentido común de los tecnócratas
neoliberales, de los banqueros y de los representantes del capital
financiero y de las transnacionales, la noción de deuda ecológica
destaca que los países del Norte le deben a los pobres del mundo por
haber ocasionado un "déficit terrestre (...) provocado por el
aniquilamiento de los sistemas vitales básicos del planeta debido al
abuso de su aire, sus suelos, las aguas y la vegetación". La
responsabilidad de este déficit recae en forma desigual para los
pobres y los opulentos, en la medida en que el consumo y el nivel de
vida son diferentes entre unos y otros. Por esa razón, la deuda
ecológica está relacionada con el racismo ecológico, ya que quienes
más soportan los efectos de la devastación ambiental son los pobres,
los campesinos, los indígenas, las mujeres humildes y los
trabajadores. En otros términos, para comprender la deuda ecológica
es menester introducir un análisis de clase, de género y de etnia, que
permita determinar la forma como los más pobres son afectados por
la degradación ambiental. En una perspectiva histórica, durante los
últimos cinco siglos los habitantes de los países imperialistas han
contraído una deuda con los pobres del mundo, como resultado de
una diversidad de procesos mutuamente relacionados entre los que
sobresalen: la extracción de los recursos (minerales, marinos,
forestales y genéticos) en los países del Sur; la consolidación de un
intercambio ecológicamente desigual, como resultado del cual se
exportan bienes primarios sin evaluar económicamente el impacto
social y ambiental generado por su extracción o producción; el
saqueo, destrucción y devastación de hombres y culturas desde la
era colonial; la apropiación de conocimientos tradicionales de los
pueblos indígenas sobre semillas y plantas medicinales, en los que
se sustentan las modernas agroindustrias y la biotecnología; la
destrucción de las mejores tierras de cultivo y de los recursos
marinos para la exportación, debilitando la autosuficiencia
alimentaria y la soberanía cultural de las comunidades del Sur; la
contaminación de la atmósfera por parte de las naciones
industrializadas debido a la excesiva emisión de gases que han
afectado a la capa de ozono, provocando el efecto invernadero y
desestabilizando el clima; la apropiación desproporcionada de la
capacidad de absorción de dióxido de carbono que tienen los
océanos y bosques del planeta; la producción de armas químicas y
nucleares, cuya puesta a punto se hace con frecuencia en los países
del Sur; y la venta de plaguicidas que no son usados en el Norte y el
almacenamiento de desechos tóxicos en los países del Sur. Con
respecto a las relaciones entre deuda externa y deuda ecológica cabe
destacar dos aspectos: 1º) los precios de las exportaciones no
incluyen los diversos costos sociales y ambientales, que no se
contabilizan (es decir, son gratuitos) y los saberes (por ejemplo el
conocimiento exportado desde América Latina sobre el manejo de
determinados productos, como la papa o el maíz) tampoco se pagan.
Pero al mismo tiempo las emisiones de gas carbónico que se
producen a gran escala en el Norte son absorbidas gratis por la
vegetación o los océanos de todo el mundo, incluyendo al Sur del
planeta. Es como si los ricos del mundo se hubieran "arrogado
derechos de propiedad sobre todos los sumideros de CO2, los
océanos, la nueva vegetación y la atmósfera"[21]; 2º) la cancelación
de la deuda externa degrada la naturaleza, puesto que para pagarla
debe aumentarse la producción lo cual por lo común se hace a costa
del empobrecimiento de la gente y de una mayor extorsión de la
naturaleza. En la medida en que se dedican más recursos para
exportación con la finalidad de pagar la deuda externa, ésta aumenta
y al mismo tiempo los países pierden sus riquezas naturales. Esta es
una muestra palpable de injusticia económica y ambiental, propia
del sistema capitalista e imperialista. Como parte de esa injusticia, la
deuda externa se sigue cobrando -y pagando, que es lo peor-
cumplidamente, pero la deuda ecológica contraída por los países
imperialistas nunca se menciona, como si no existiera. Existe una
estrecha relación entre la deuda externa (financiera) que desangra a
los países dependientes y la deuda ecológica (nunca reconocida por
los países dominantes en el sistema mundial), debido a que las
divisas destinadas al pago de los intereses y amortizaciones de la
deuda externa aumentan la extracción de recursos naturales, para
convertirlos en exportaciones al mercado externo con el fin de
obtener dinero para seguir pagando las deudas. El costo ambiental
de ese proceso se materializa en hechos como los siguientes:
Acelerada deforestación que destruye la biodiversidad y convierte en
desiertos vastas superficies de tierras anteriormente fértiles. "Desde
1970 las áreas arboladas han disminuido de 11,4 kilómetros
cuadrados por cada mil habitantes a sólo 7,3 kilómetros cuadrados".
La utilización de las mejores tierras de cultivo para la exportación ha
forzado a los campesinos a cultivar tierras marginales. Por ejemplo,
la utilización para el cultivo de laderas escarpadas, vulnerables a la
erosión, ha favorecido los fatales deslizamientos de lodo que
recientemente han afectado a Honduras, Nicaragua y Venezuela.

- Incremento del uso de plaguicidas y fertilizantes químicos. Por


ejemplo, la industria bananera de diversos países utiliza el
plaguicida DBCP, que provoca esterilidad masculina.. Destrucción
de los manglares para la cría del camarón, favoreciendo así las
inundaciones en las zonas costeras. En Ecuador, el 70% de los
manglares ha sido destruido para instalar criaderos de camarón para
la exportación, afectando con ello la supervivencia de los pescadores
tradicionales y aumentando las posibilidades de inundaciones
provocadas por el fenómeno de El Niño. Consumo excesivo de
combustible, disminución del valor nutricional e incremento del uso
de conservantes, provocados por el transporte de alimentos a
grandes distancias. Sustitución de la diversidad biológica por
monocultivos y bosques artificiales. La explotación comercial de las
plantaciones forestales extrae la madera y destruye el resto por
considerarlo "desechos". Pesca excesiva: "Las existencias
mundiales de pesca están en declive, con una cuarta parte ya agotada
o en vías de serlo y otro 44% explotado al límite de su continuidad
biológica". Destrucción de hábitats naturales y humanos como
resultado de los riesgos de la extracción de petróleo. Por ejemplo,
los daños provocados por la Shell en el delta del río Níger, hogar del
pueblo Ogoni . Un procedimiento adecuado para sopesar la deuda
ecológica contraída por los voraces consumidores de los países
imperialistas y los subconsumidores del Sur consiste en comparar
sus respectivas huellas ecológicas. Por huella ecológica se entiende
la cantidad de "tierra cultivable, zonas de pastoreo, bosques,
producción oceánica y capacidad de absorción de dióxido de
carbono que es consumida por una persona promedio en un área
geográfica determinada" [23]. Esa noción apunta a medir el impacto
de los modelos de consumo con relación a la capacidad de carga del
planeta, por lo cual se entiende el máximo de población de una
determinada especie que puede sobrevivir en cierto hábitat sin
provocarle daños irreversibles. En el caso de un país determinado, la
huella ecológica mide la superficie biológicamente productiva que
es necesaria para mantener el nivel de recursos de ese país y para
absorber sus desechos: Cuando la huella ecológica de un país es
mayor que su capacidad ecológica de carga, ese país tiene que
"importar" capacidad de carga de algún otro sitio y/o consumir su
capital natural a un ritmo mayor que el de la regeneración de la
naturaleza. Esto se logra importando alimentos, combustible o
productos forestales o agotando su provisión de recursos renovables
y no renovables (por ejemplo, combustibles fósiles). También puede
"exportar" desechos, como el exceso de emisiones de dióxido de
carbono que su masa forestal o los océanos circundantes no pueden
absorber. Se ha establecido que la huella ecológica promedio de un
habitante humano en el planeta es de 7,7 hectáreas, pero que los
países altamente industrializados superan con creces esa media en
tanto que los países dependientes están sensiblemente por debajo de
la misma. De esta forma, por ejemplo, Canadá tiene una capacidad
ecológica de carga de 9,6 hectáreas per capita, mientras que en el
otro extremo Bangla Desh, con una huella ecológica de sólo 0,5
hectáreas per cápita dispone de una capacidad de carga de tan solo
0,3 hectáreas por persona. Considerando los resultados de la huella
ecológica por países se encuentra que a escala mundial el 77% de la
población humana tiene una huella ecológica menor que la media,
de sólo 1,02 hectáreas, pero el otro 23% -los verdaderos deudores
ecológicos- ocupa el 67% de la huella de toda la humanidad. Esto
quiere decir que sólo un quinto de la población utiliza dos tercios de
la capacidad de carga. Es esa quinta parte de deudores ricos la
responsable de que la humanidad esté consumiendo un 40% más de
recursos de los que pueden regenerarse sosteniblemente. Por cada
persona que utiliza el triple de lo que en justicia le corresponde de la
capacidad de carga del planeta, hay tres que sobreviven con sólo un
tercio de lo que realmente les correspondería.

6. Intercambio ecológico desigual

Cuando se analiza la dominación imperialista suele hablarse del


intercambio económico desigual expresado en la célebre
formulación teórica del deterioro de los términos de intercambio,
con lo que se quiere expresar que en el mercado mundial tienden a
depreciarse los productos primarios y a encarecerse los bienes
manufacturados. Mirada en el largo plazo esta tendencia perjudica a
los países productores de materias primas. Pero sin desconocer la
importancia de este intercambio desigual en términos económicos,
es necesario considerar el intercambio ecológico desigual, algo poco
estudiado. Por tal puede entenderse el resultado ambiental -negativo
para los países dependientes- de la importación por parte de los
países altamente industrializados de productos del Sur a bajos
precios, que no toman en consideración el agotamiento y perennidad
de tales recursos [26]. Esto sucede hoy con recursos naturales, como
la madera (de la cual el Japón es uno de los primeros compradores
del mundo), minerales, petróleo y especies exóticas. También debe
considerarse como parte de ese intercambio ecológico desigual el
envenenamiento de aguas, aire, tierras y seres humanos que se
produce como resultado de la aplicación de plaguicidas en las
plantaciones agrícolas de empresas imperialistas en países
dependientes (como hicieron en Nicaragua las compañías
bananeras). Mientras que las compañías transnacionales se llevan el
producto para ser vendido y consumido en su país de origen, en las
zonas productoras queda la desolación, la muerte y el veneno por
todos lados. En pocas palabras, intercambio ecológicamente
desigual "significa el hecho de exportar productos de países y
regiones pobres, sin tomar en cuenta las externalidades locales
provocadas por estos productos o el agotamiento de los recursos
naturales, a cambio de bienes y servicios de regiones más ricas". Y
lo más importante radica en que esa noción tiene implicaciones
políticas, al destacar que la pobreza y la carencia de soberanía y
autonomía por parte de las regiones exportadoras, debido a su
condición dependiente y subordinada en el plano mundial, están en
la base de ese intercambio desigual que finalmente perjudica a los
pobres de dichas regiones, en virtud de la irremediable destrucción
de sus ecosistemas sin que la misma sea asumida por los países
imperialistas y sus empresas, que lucran con los productos que allí
se generan.

7. Violación de las aguas territoriales de los países dependientes


por parte de las flotas pesqueras de las grandes potencias

El ritmo infernal de pesca que se ha practicado durante las últimas


décadas, a medida que aumenta el consumo de pescado o productos
derivados en los países del Norte, ha agotado los principales bancos
de peces en todo el mundo, comenzando por los mares y ríos de esos
mismos países. Un buen ejemplo al respecto es el del bacalao, un
producto esencial para la subsistencia de miles de pescadores
artesanales en las costas canadienses de Terranova, que, por la
acción de los grandes pesqueros comerciales, ha sido diezmado,
terminando no sólo con el recurso sino también con los propios
pescadores [28]. Como resultado del agotamiento de los bancos de
peces en las aguas del Atlántico norte, grandes buques pesqueros de
los países europeos, de los Estados Unidos y de Japón, incursionan
en las aguas de todo el mundo para depredar literalmente todo lo que
encuentran a su paso. Ahora, la pesca en alta mar está dominada por
grandes barcos que operan a gran velocidad y "llevan detrás
inmensos sistemas de redes que barren todo a su paso, sin tener en
cuentas los cupos de peces y con una total indiferencia hacia el
medio ambiente"[29]. Esto ha ocasionado la extinción de cientos de
especies marinas y una drástica reducción del volumen de pesca a
nivel mundial. También ha significado el empobrecimiento o la
ruina de los pequeños pescadores artesanales en diversos lugares del
mundo, una consecuencia dramática porque en los países de la
periferia existen millones de personas cuya vida se ha desenvuelto
durante cientos o decenas de años en torno a la pesca.

8. Exportaciones forzadas de especies animales y vegetales

Este comercio desigual que se hace siempre en la dirección Sur-


Norte es realizado por mafias organizadas y tiene como objetivo
transportar mascotas de compañía o producir mercancías exóticas a
partir de partes animales (piel, marfil, dientes) para adornar a la
burguesía de los países industrializados. Este comercio ilegal es tan
significativo que se considera como la segunda actividad comercial
subterránea, solamente superada por el comercio de estupefacientes.
Anualmente circulan en forma ilegal 50 mil primates, 4 millones de
aves, 350 millones de peces tropicales, de todos los cuales mueren
en el viaje entre el 60 y el 80%. [31]. Para que este negocio funcione
existen complejas redes de traficantes de animales, emparentadas
con otras actividades como el narcotráfico, en las que participan
funcionarios estatales y empresarios privados tanto de los países
pobres como de los países ricos. Solo de esa forma pueden ser
extraídos de la Amazonía brasileña, para señalar el caso más
aberrante de expoliación imperialista, 12 millones de animales, de
los cuales muy pocos llegan vivos a su destino final, puesto que sólo
uno de cada diez resiste las travesías, el cambio de hábitat, la
suciedad o el maltrato[32]. No es coincidencia, entonces, que en el
Brasil 208 especies están seriamente amenazadas. El mercado de
los animales y de las plantas exóticas está claramente definido en
términos económicos y geográficos: la oferta la suministran los
países tropicales y la demanda se concentra en los países
industrializados. En estos últimos se presenta un consumo
insostenible de fauna exótica, abastecido por países en los cuales los
campesinos y los trabajadores soportan peores condiciones de
existencia. En ese mercado internacional existen consumidores
conspicuos que buscan ejemplares raros, pero también debe incluirse
a la industria farmacéutica, que compra por ejemplo especies
venenosas como arañas y serpientes para experimentar y producir
nuevos medicamentos y productos. La Unión Europea es el
principal consumidor de animales exóticos, siendo el primer
importador mundial de pieles de reptil, de loros, de boas y de pitones
y el segundo importador, después de los Estados Unidos, de
primates y felinos. En ese mercado internacional de seres vivos
España desempeña un papel significativo, por su posición geográfica
que sirve de puente entre África Ecuatorial, América Latina y el
sudeste asiático, con los Estados Unidos y otros lugares de Europa.

9. A manera de conclusión: el capitalismo y la ecología son


mutuamente excluyentes

La crisis ambiental de nuestro tiempo ha sido producida por el


modo de producción capitalista, debido a su carácter mercantil
orientado a producir no para satisfacer necesidades sino para
incrementar la ganancia individual. Este hecho aparentemente
elemental que rige el funcionamiento del capitalismo constituye la
base del agotamiento de los recursos naturales, expoliados a un
ritmo nunca antes visto en la historia de la humanidad, al mismo
tiempo que produce desechos y contaminación de manera
incontrolable. Desde este punto de vista el capitalismo tiene dos
características claramente anti ecológicas: la pretensión de producir
de manera ilimitada en un mundo donde los recursos y la energía
son limitados; y originar desechos materiales que no pueden ser
eliminados -cosa imposible en concordancia con las leyes físicas- y
que deben ir a alguna parte, lo cual supone exportarlos a los países
más pobres de la tierra. Como bien lo dice James O’Connor (…) la
naturaleza es un punto de partida para el capital, pero no suele ser un
punto de regreso. La naturaleza es un grifo económico y también un
sumidero, pero un grifo que puede secarse y un sumidero que puede
taparse. La naturaleza, como grifo, ha sido más o menos
capitalizada; la naturaleza como sumidero está más o menos no
capitalizada. El grifo es casi siempre propiedad privada; el sumidero
suele ser propiedad común. Está absolutamente demostrado por
todos los indicadores de deterioro ambiental que la ecología y el
capitalismo son polos opuestos de una contradicción insalvable,
puesto que el capitalismo se basa en la lógica del lucro y de la
acumulación sin importar los medios que se empleen para lograrlo,
ni la destrucción de recursos naturales y ecosistemas que eso
conlleve. Se podría argüir en contra de esta afirmación que hoy el
capitalismo tiene un discurso ecológico y preocupaciones "verdes".
Desde luego que sí, pero detrás de ese discurso se esconden los
grandes grupos corporativos interesados en expoliar hasta el fin al
medio ambiente y de convertirlo en una mercancía muy rentable que
genere pingues beneficios. En otros términos, hasta la ecología y el
medio ambiente se han convertido en una mercancía más, lo cual
tiene implicaciones negativas sobre las mismas posibilidades de
existencia y reproducción de la vida en sus más diversas
manifestaciones, y esa mercancía ecológica (expresada en la retórica
insulsa del pretendido "desarrollo sustentable" y el "capital verde")
también se ha mundializado como resultado de la expansión
imperialista de las últimas décadas. En esa perspectiva, pueden
señalarse los tres nudos problemáticos que, en términos ambientales,
ha generado el capitalismo, tal y como lo ha analizado en varias
investigaciones el teólogo brasileño Leonardo Boff: el nudo de la
extinción de los recursos naturales; el nudo de la sostenibilidad de la
tierra; y el nudo de la injusticia social mundial. En cuanto a la
extinción de los recursos naturales estamos asistiendo al más
acelerado exterminio de especies de seres vivos, la peor de los
últimos 65 millones de años, ya que diariamente desaparecen para
siempre unas 10 especies y anualmente unas 20.000. Esta cifra
adquiere relevancia si se considera que en la última gran extinción
de especies desaparecían dos o tres por año. Otro de los recursos que
se agota rápidamente es la tierra fértil, convertida en desierto rural o
urbano, deforestada y seca. Al mismo tiempo, la sostenibilidad de la
tierra está seriamente en duda ante los procesos en curso, entre los
que sobresale el calentamiento global, con sus consecuencias
nefastas de alteración climática en todo el orbe, aumento en el nivel
de los mares, inundaciones, sequías, huracanes, etcétera, fenómenos
todos que pueden llegar a alterar el equilibrio químico-físico y
biológico de la tierra. En lo que respecta a la injusticia social
mundial, que se manifiesta en la concentración del ingreso y la
prosperidad en reducidos sectores de las elites dominantes en todo el
mundo al lado de la miseria y la pobreza de millones de seres
humanos, tiene una relación directa con la apropiación de recursos y
energía por esa minoría opulenta. En este artículo se han descrito y
analizado en forma apretada algunas de las características del
imperialismo ecológico, sin que hayamos considerado todos los
aspectos que pueden ser estudiados a partir del uso de dicha
categoría. Simplemente, se ha pretendido demostrar la utilidad de
esta noción para entender y enfrentar algunos de los problemas
ambientales más álgidos de nuestro tiempo, los cuales no son
resultado, ni mucho menos, de catástrofes naturales o fuerzas
incontrolables, como se ha dicho tan reiteradamente durante todo el
año 2005, después del tsunami en el Océano Indico en diciembre de
2004 o del huracán que asoló a Nueva Orleáns. Teniendo en cuenta
los elementos expuestos, es evidente que el imperialismo ecológico
tiene múltiples dimensiones, que ameritan ser consideradas, tanto
para entender la voracidad del imperialismo contemporáneo como
para organizar luchas de resistencia y defensa de los ecosistemas por
parte de todos aquellos que sentimos que la naturaleza se ha
convertido en el último coto de caza de la mercantilización ecocida
del capitalismo mundial.

Renán Vega Cantor profesor de la Universidad Pedagógica


Nacional, Bogotá-Colombia, y colaborador de la revista
Herramienta

LA GLOBALIZACIÓN es un proceso económico, tecnológico,


social y cultural a gran escala, que consiste en la creciente
comunicación e interdependencia entre los distintos países del
mundo, unificando sus mercados, sociedades y culturas, a través de
una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que
les dan un carácter global. La globalización es a menudo
identificada como un proceso dinámico producido principalmente
por las sociedades que viven bajo el capitalismo democrático o la
democracia liberal y que han abierto sus puertas a la revolución
informática, plegando a un nivel considerable de liberalización y
democratización en su cultura política, en su ordenamiento jurídico
y económico nacional, y en sus relaciones internacionales.

NEOLIBERALISMO. El término proviene de la abreviación de


neoclassical liberalism (liberalismo neoclásico), es un neologismo
que hace referencia a una política económica con énfasis
tecnocrático y macroeconómico que considera contraproducente el
excesivo intervencionismo estatal en materia social o en la economía
y defiende el libre mercado capitalista como mejor garante del
equilibrio institucional y el crecimiento económico de un país, salvo
ante la presencia de los denominados fallos del mercado.

NEOLOGISMO:

• Un neologismo es una palabra nueva que aparece en una lengua, ya


sea procedente de otra lengua o de nueva creación. ...

El genocidio es un delito internacional clasificado dentro del género


crímenes contra la humanidad.1 Se entiende por genocidio
cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total
o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como
tal con algún propósito particular.2Estos actos comprenden la
muerte y lesión a la integridad física o moral de los miembros del
grupo, el exterminio o la adopción de medidas destinadas a impedir
los nacimientos en el grupo. Una matanza por motivos de ideologías
está en debate, pero no está firmemente considerado como
genocidio. Esa definición es similar a la reflejada en la Convención
para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, de 1948, y
recogida en el Estatuto de la Corte Penal Internacional, de 1998,
pero es objeto de cierta polémica en tanto a los grupos y a las
acciones infligidas como a las causas por las que se llevan a cabo.
Evolución histórica. La palabra genocidio fue creada por Raphael
Lenin, judío de Polonia, en 1944, de las raíces genos(término griego
que significa familia, tribu o raza) y -cidio (del latín -cidere, forma
combinatoria decaedere, matar). Lemkin quería referirse con este
término a las matanzas por motivos raciales, nacionales o religiosos.
Su estudio se basó en el Genocidio perpetrado contra el pueblo
armenio en1915. Luchó para que las normas internacionales
definiesen y prohibiesen el genocidio.

El Acuerdo o Carta de Londres de 8 de agosto de 1945, que


estableció el Estatuto del Tribunal de Nuremberg, definió como
"crímenes contra la humanidad" el "asesinato, exterminio,
esclavitud, deportación y cualquier otro acto inhumano contra la
población civil, o persecución por motivos religiosos, raciales o
políticos,

Cuando dichos actos o persecuciones se hacen en conexión con


cualquier crimen contra la paz o en cualquier crimen de guerra". En
1946, la Asamblea General de las Naciones Unidas confirmó los
principios de Derecho internacional reconocidos por el Estatuto del
Tribunal y proclamó la resolución 96 (I) sobre el crimen de
genocidio, que define como "una negación del derecho de existencia
a grupos humanos enteros", entre ellos los "raciales, religiosos o
políticos", instando a tomar las medidas necesarias para la
prevención y sanción de este crimen.

Esta resolución cristalizó en la Convención para la Prevención y


Sanción del Delito de Genocidio, adoptada por la Asamblea General
de las Naciones Unidas en su resolución 260 A (III), de 9 de
diciembre de 1948.

La definición de genocidio plasmada en la Convención de 1948 ha


sido acogida en el artículo 4 del Estatuto del Tribunal Penal
Internacional para la antigua Yugoslavia, de 1993, el artículo 2 del
Estuto delTribunal Penal Internacional para Ruanda, de 1994, y el
artículo 6 del Estatuto de Roma de 1998, por el que se creó la Corte
Penal Internacional.
Regulación jurídica. Según lo dispuesto por la Convención para la
Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, se entiende por
genocidio cualquiera de los siguientes actos perpetrados con la
intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional,
étnico, racial o religioso:

Matanza de miembros del grupo; Lesión grave a la integridad física


o mental de los miembros del grupo; Sometimiento intencional del
grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su
destrucción física, total o parcial;

Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo;

Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.

Junto al genocidio se castigan otros delitos conexos, que son la


asociación para cometer genocidio, la instigación directa y pública,
la tentativa y la complicidad.

Las personas acusadas de genocidio serán juzgadas, de acuerdo con


el artículo 6 de la Convención, en un tribunal competente del
territorio donde se cometió el delito. No obstante, ha surgido
paralelamente un derecho consuetudinario por el que los tribunales
de cualquier Estado podrían juzgar casos de genocidio, aunque
fueran cometidos por no nacionales y fuera de su territorio. También
la Corte Penal Internacional puede conocer de este delito, siempre y
cuando sea competente por haberse reconocido su jurisdicción. La
Convención afirma que es irrelevante que el acusado sea gobernante,
funcionario o particular y declara que, a efectos de extradición, no se
considerará al genocidio como delito político. La
imprescriptibilidad. La prescripción en derecho penal es el instituto
jurídico por medio del cual se produce la extinción de la persecución
de los delincuentes en razón del transcurso del tiempo. El genocidio
es una especie del género crimen contra la humanidad o crimen de
lesa humanidad y su imprescriptibilidad se encuentra regulada por
Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y
de los crímenes de lesa humanidad de 26 de noviembre de 1968.

Preguntas de exposición grupo 1


En el mercado mundial capitalista cuales son los polos de interés
que ellos desean Dominar.

Para los EEUU Es necesario extraer la materia y la energía de los


lugares donde se encuentre, sabemos Que los recursos materiales
son y seguirán siendo importantes para el capitalismo y el
imperialismo hechos que han quedado demostrados en los últimos
años con las guerras y conflictos azuzados o llevados a cabo por las
potencias imperialistas.

¿Qué se entiende por La criminalidad neoliberal?

Explíquenme que entiende por

 globalización;
La globalización es un proceso económico, tecnológico, social y cultural a
escala planetaria que consiste en la creciente comunicación e interdependencia
entre los distintos países del mundo uniendo sus mercados, sociedades y
culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y
políticas que les dan un carácter global

 neoliberalismo-
En la teoría económica de Adam Smith. El estado debe de ser lo menos
interventivo posible, debido a que los mercados y la interacción oferta
demanda, en un mundo mercado competitivo hacen que los precios se
equilibren a su punto más eficiente., el problema es que el mercado tiene en su
seno, fallas que evitan que ese equilibrio se de de manera natural (la llamada
mano fantasma o invisible que es una forma de decir que los mercados se
regulan solos) algunos de estos factores son los monopolios, olipolios (de
oligarquía), y con esto se refiere a varias empresas que se unen y que se
convierten en monopolios o asociaciones monopólicas.
El neoliberalismo es un modelo económico que se enmarca dentro de las
doctrinas del liberalismo económico a su vez dentro del sistema
capitalista. Quienes defienden al neoliberalismo, llamados neoliberales,
muestran su claro apoyo a la liberalización en materia de economía, lo
cual implica que los mercados sean totalmente abiertos, fomentando de
este modo el libre comercio, a partir de una desregulación de los
mercados.
El neoliberalismo nace en los años ochenta en Estados Unidos para lograr un
nuevo modelo económico, modelo que terminaría por extenderse a gran parte
del mundo. El neoliberalismo pretende excluir al Estado de la participación y
del control sobre el mercado, ya que de lo contrario no podrían llevarse a cabo
los siguientes puntos:
- Rechazo a la intervención del Estado en la economía, bien sea en un Estado
de bienestar o en un régimen fundamentado en la noción de socialismo real.
- Defender el mercado como única forma para lograr la regulación económica
en todos los países.
- Defender y promover constantemente, para lograr el desarrollo máximo de la
economía global, la libre competencia económica.

 imperialismo
Imperialismo es la doctrina política que justifica la dominación de un
pueblo o Estado sobre otros; habitualmente mediante distintos tipos de
colonización (de poblamiento, de explotación económica, de presencia
militar estratégica) o por la subordinación cultural (aculturación ).

 capitalismo la injerencia en nuestro entorno en que forma


lo captamos?
El capitalismo es un orden o sistema social y económico que deriva del
usufructo de la propiedad privada sobre el capital como herramienta de
producción, que se encuentra mayormente constituido por relaciones
empresariales vinculadas a las actividades de inversión y obtención de
beneficios, así como de relaciones laborales tanto autónomas como
asalariadas subordinadas a fines mercantiles.1

El mercado actúa según su propio interés; por ejemplo, el empleador,


quien posee los recursos y el capital, busca la maximización del
beneficio propio por medio de la acumulación y producción de los
recursos; los empleados, quienes venden su trabajo (el salario) a su
empleador; y, por último, los consumidores, quienes buscan obtener la
mayor satisfacción o utilidad adquiriendo lo que quieren y necesitan en
función a la calidad del producto o la cantidad de su precio.
Comentario

Vemos entonces que; el mundo actual los neoliberales desempeñan


el mismo papel genocida hoy tan igual que el pasado cuando la
iglesia católica, los misioneros, los piratas y aventureros, los
negreros y los colonizadores cometían crímenes económicos

El consumismo y el capitalismo van de la mano, manipulando


nuestras mentes para comprar y hacer más rico al capitalista ya más
pobre al proletario.

La televisión Anuncios manipuladores y consumistas, preparados


para comprar, y enriquecer al rico. Nos manipulan. Vivimos en una
sociedad que consiste en comprar, aunque no tengas un duro. La
gente, consume por placer, no se sienten bien hasta que adquieren un
artículo. Los capitalistas, nos quieren engañar, para comprar y gastar

Y no quiere decir que todos ellos no sigan actuando, y en forma


criminal.

Grupo 2

Mitos de las ventajas comparativas

La Ventaja Comparativa se utiliza para resaltar las ventajas del libre


comercio internacional.

Un país tiene ventaja comparativa en la producción de un bien, si puede


producirlo con un menor costo de oportunidad que alguna otra nación.

Hablen sobre antecedentes históricos que en determinadas


sociedades colapsaron por la destrucción de la riqueza natural y de
los ecosistemas.

Que se entiende por la conversión en mercancía de los productos


de origen natural.
Quien fue Adam Smith?

Fue un economista y filósofo escocés, uno de los mayores


exponentes de la economía clásica.

Adam Smith basaba su ideario en el sentido común. Frente al


escepticismo, defendía el acceso cotidiano e inmediato a un mundo
exterior independiente de la conciencia. Este pensador escocés creía
que el fundamento de la acción moral no se basa en normas ni en
ideas nacionales, sino en sentimientos universales, comunes y
propios de todos los seres humanos.

Cuál fue el objetivo que pretendió el Autor Renan Vega Cantor al


Escribir este libro?

Analizar las políticas criminales en los más diversos terrenos de la


realidad social.

La crisis ambiental de nuestro tiempo ha sido producida por el


modo de producción capitalista, debido a que?

A su carácter mercantil orientado a producir no para satisfacer


necesidades sino para incrementar la ganancia individual.

el capitalismo tiene dos características claramente anti ecológicas


digame cuales son?

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