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Americana
Prof. Alejandro Gau de Mello – 3º año –
Estudiante: Virginia Souza Rodríguez
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¿Los líderes populistas del S.XXI fueron los caudillos
del S.XIX?
Recuperado el 12/7/2021 de
http://www.iunma.edu.ar/doc/MB/lic_historia_mat_bibliografico/Historia
%20Latinoamericana%20II/Unidad%201/Roitman%20La%20estructura
%20social%20en%20el%20orden%20oligarquico.pdf
¿Es el caudillismo un pasado vigente?
Ante la desaparición de los valores bajo los cuales vivía Europa y el nuevo
concepto de mundo que trajo como consecuencia la Revolución Francesa, las
estructuras autoritarias absolutistas desaparecían, por lo que Carlyle comienza
a buscar interpretar la historia a través de individuos, escogiendo el término
héroes para definirlos.
“La carriere ouverte aux talents” (los instrumentos a quien sepa manejarlos),
simboliza el significado de la Revolución Francesa, y el posterior accionar de
Napoleón, su fe en la democracia, idea que lo guió en su empresa, “tuvo
derecho a sentir cuán necesaria es la Autoridad enérgica, pues la Revolución
no podía prosperar ni durar sin ella” (p. 171). Sin embargo “al abandonar la
realidad cayó desesperado en el vacío, sin remedio, teniendo que conformarse,
minado por la tristeza como no lo fue nadie, destrozándosele el corazón y
sucumbiendo. Este Napoleón, gran instrumento estropeado antes de tiempo,
inutilizado, es nuestro último Grande Hombre” (p. 173).
Roitman señala en “La estructura social en el orden oligárquico”: “la
Independencia en América Latina significó una lucha política por el poder, pero
no sólo entre peninsulares y criollos. A estas luchas debemos unir las
correspondientes por el tipo de Estado y las formas de gobierno que se
sucederán tras la crisis colonial. La historia hegemónica ha querido soslayar las
demandas democráticas cuyas banderas reivindicativas no sólo fueron el
derecho de autodeterminación y la formación de gobiernos independientes. En
la lucha anticolonial se plantearon igualmente reivindicaciones nacionales por
reformar la tenencia de tierra y un reconocimiento de derechos para los
pueblos indígenas y las nacientes clases sociales populares” (p. 161)
Así al presentar la independencia como un enfrentamiento entre el poder
imperial y los ejércitos libertadores, se tiende a olvidar que la batalla por la
independencia fue una batalla por construir un orden político y un poder social
acordes con las ideas y pensamientos políticos de época. La democracia era
una de las alternativas y el orden oligárquico era otra forma de presentar el
proyecto emancipador del imperio español. Entonces ¿dónde surge el caudillo?
A la realidad de las colonias también es posible aplicar “La carriere ouverte
aux talents” de Carlyle, porque la decadencia de la autoridad colonial permite
que el caudillismo sea distintivo en varios países en el siglo XIX.
Como señala Lynch en “Caudillos de Hispanoamérica”: “Son los
acontecimientos los que encierran los secretos del caudillo. Antes de 1810 la
figura del caudillo era desconocida. Su origen no está en la tradición, ni en los
valores, ni en el pasado remoto, sino en las circunstancias concretas que se
vivieron en las décadas posteriores a 1810: guerra, reconstrucción nacional,
anarquía; cada uno de estos momentos generaba necesidades y respuesta
(p.496).
Caudillismo
Pivel Devoto en el prólogo del libro “El caudillismo y la Revolución Americana”
indica que el “surge en América como expresión social y política en la etapa
postrera del régimen de Indias, al producirse la crisis originada por la acefalía
de la Corona española. La revolución se inició en las ciudades, en los centros
urbanos en los que residía la autoridad delegada de la monarca” (p.9)
Cuando fue necesario crear una pasión colectiva; cuando los conceptos
políticos comenzaron a prender en el seno de la opinión inexperiente;
cuando las masas irrumpieron en la escena pública manejando esos
conceptos sin noción cabal de su contenido, apareció en el proceso
revolucionario, como intérprete y orientador de los sentimientos
populares, la figura dominante del caudillo. (p. 9)
En suma, cuando se imponen límites al impulso renovador es cuando
justamente nace el caudillo.
El origen de la palabra caudillo viene del diminutivo latino “caput”, que significa
"cabeza", "cabecilla", y aunque no existe una definición actual única e
incontrovertible, tanto en términos académicos como populares el término
evoca al hombre fuerte de la política, el más eminente de todos, situado por
encima de las instituciones de la democracia formal cuando ellas son apenas
embrionarias, raquíticas o en plena decadencia.
De acuerdo con K. Silvert en Iberoamérica, “el término caudillismo alude
generalmente a cualquier régimen personalista y cuasi militar, cuyos
mecanismos partidistas, procedimientos administrativos y funciones legislativas
están sometidos al control inmediato y directo de un líder carismático y a su
cohorte de funcionarios mediadores. Debe su aparición al colapso de una
autoridad central, capaz de permitir a fuerzas ajenas o rebeldes al Estado
apoderarse de todo el aparato político. En consecuencia, es producto de la
desarticulación de la sociedad; efecto de un grave quebranto institucional”
(tomo II, p. 223)
Como sea, la figura hispánica del caudillo es una construcción siempre
cuestionada.
Diferencias
Permanencias
¿Cuáles son las características vigentes del viejo caudillismo, para el siglo XX y
el XXI?
La pregunta no es tan sencilla de contestar pues las sociedades
latinoamericanas decimonónicas difieren al paso del tiempo.
El fenómeno del caudillismo como figura de la historia latinoamericana subsiste
– aunque en menor medida – al día de hoy. Pero ¿Cómo subsiste? ¿De igual o
diferente manera? Nos cuestionamos la vigencia de ese pasado considerando
a la vez el comportamiento general de los actores en el ámbito político, las
instituciones que se ven fortalecidas - o debilitadas - por estas conductas y las
estructuras sociales en las que se enmarcan las formas de ejercicio del poder.
Un poder, una autoridad que como hemos visto ha cambiado dialécticamente
en espiral.
La elasticidad del término “caudillo”, bien podría dar lugar a discusiones
interminables sobre lo que exactamente es y no es un caudillo. Hoy día cuando
nos referimos al caudillo, señalamos a quienes ejercen un liderazgo especial
por sus condiciones personales.
El propósito de este trabajo es presentar elementos útiles para la explicación
del fenómeno del caudillismo latinoamericano y la decantación de la semántica
del término, a la vez que planteamos interrogantes frente a los acontecimientos
actuales que le están relacionados. Es necesario considerar “caudillismo viejo”
(que poseen los rasgos fundamentales del fenómeno) y el “caudillismo
moderno” aggiornandose al primero y atendiendo a otras especificidades en
función de las diferentes circunstancias históricas.
Incluimos a Aparicio Saravia en el “caudillismo viejo”, un caudillo rural, figura
referente de la lucha por la causa de las libertades públicas y de las garantías
del sufragio. Por sus vinculaciones familiares, su vida tanto privada como
pública estuvo estrechamente relacionada no sólo con Uruguay sino también
con el Estado brasileño de Río Grande del Sur. Saravia jugó un papel de gran
trascendencia en la historia política de nuestro país que lo convertiría en el
principal personaje histórico de uno de los partidos tradicionales, el Partido
Nacional.
Una característica esencial del caudillo del siglo XX es su naturaleza populista.
Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas fueron sus prototipos.
Y en este siglo XXI consideramos la figura del presidente venezolano Nicolás
Maduro, en tanto caudillo populista por moderno, inserto en un ambiente muy
distinto al que vivieron sus antecesores (ya sea internos como internacionales)
En la actualidad – publicidad de por medio – la tendencia es confundir
caciques, caudillos y caudillos con líderes políticos y liderazgo social.
En esta lógica el líder - a diferencia del caudillo - sobresale por la capacidad de
conducción, siendo sus cualidades a destacar la rectitud, la moral, la virtud
ética de poder y el respeto a sus conciudadanos, convengamos que el carisma
y la personalidad influyen, pero en el líder se disuelve y trasforma en
legitimidad cotidiana. “El líder no vive del carisma político” al decir de Weber.
El liderazgo deviene autoridad participante, así se complementa con un papel
activo de la ciudadanía, al contrario que el caudillo que disuelve la participación
popular.
La figura del caudillo según Lynch “entra en la historia como héroe local y los
acontecimientos le convirtieron en jefe militar. Consiguió el poder gracias al
acceso a los recursos más inmediatos, especialmente a las haciendas, que le
proporcionaban hombres y provisiones, y le permitieron convertirse en líder” (p.
496).