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Historia Americana y Seminario Taller Historia

Americana
Prof. Alejandro Gau de Mello – 3º año –
Estudiante: Virginia Souza Rodríguez

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¿Los líderes populistas del S.XXI fueron los caudillos
del S.XIX?

Cualquier revisión que podamos hacer sobre la forma de hacer política -


considerando el período colonial, el post independentista y el de formación de
Estados en nuestro sub-continente latinoamericano, permite pensar que los
respectivos cambios en la organización de la autoridad no supusieron
transformaciones reales en el funcionamiento del sistema político.
Por esto nos preguntamos sobre la continuidad del caudillismo del Siglo XIX en
pleno Siglo XXI con la consabida transformación de la autoridad y el cambio de
poder a otras manos. Por un lado el caudillismo que fue clave para las
dictaduras del Siglo XX y para las luchas entre los partidos políticos, donde el
poder de los caudillos se basaba en el apoyo de fracciones importantes de las
masas populares. Y por otro el populismo - y hoy día el Neo populismo- son
fenómenos estudiados por la Ciencia Política, sobre todo en contextos de
América Latina, basados principalmente en cuatro dimensiones de análisis: la
simbólica, la política, la ideológica y la repercusión en la calidad de la
democracia de los difícilmente desarrollados países latinoamericanos.

Un Fenómeno de ayer visto desde el hoy

 El concepto de caudillismo que trabajamos en este proyecto también lo


maneja el Dr. Pedro Castro en “El caudillismo en América Latina,
ayer y hoy”
Documento recuperado 12/07/2021 de
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-
77422007000100002
 La relación entre el concepto de monarca y caudillo que trataremos en
este proyecto también es trabajado por el Periodista mexicano Marcos
Roitman Rosenmann en el siguiente artículo “Caudillismo, caudillos y
líderes políticos en América Latina”

Recuperado el 12/7/2021 de
http://www.iunma.edu.ar/doc/MB/lic_historia_mat_bibliografico/Historia
%20Latinoamericana%20II/Unidad%201/Roitman%20La%20estructura
%20social%20en%20el%20orden%20oligarquico.pdf
¿Es el caudillismo un pasado vigente?

Ante la desaparición de los valores bajo los cuales vivía Europa y el nuevo
concepto de mundo que trajo como consecuencia la Revolución Francesa, las
estructuras autoritarias absolutistas desaparecían, por lo que Carlyle comienza
a buscar interpretar la historia a través de individuos, escogiendo el término
héroes para definirlos.
“La carriere ouverte aux talents” (los instrumentos a quien sepa manejarlos),
simboliza el significado de la Revolución Francesa, y el posterior accionar de
Napoleón, su fe en la democracia, idea que lo guió en su empresa, “tuvo
derecho a sentir cuán necesaria es la Autoridad enérgica, pues la Revolución
no podía prosperar ni durar sin ella” (p. 171). Sin embargo “al abandonar la
realidad cayó desesperado en el vacío, sin remedio, teniendo que conformarse,
minado por la tristeza como no lo fue nadie, destrozándosele el corazón y
sucumbiendo. Este Napoleón, gran instrumento estropeado antes de tiempo,
inutilizado, es nuestro último Grande Hombre” (p. 173).
Roitman señala en “La estructura social en el orden oligárquico”: “la
Independencia en América Latina significó una lucha política por el poder, pero
no sólo entre peninsulares y criollos. A estas luchas debemos unir las
correspondientes por el tipo de Estado y las formas de gobierno que se
sucederán tras la crisis colonial. La historia hegemónica ha querido soslayar las
demandas democráticas cuyas banderas reivindicativas no sólo fueron el
derecho de autodeterminación y la formación de gobiernos independientes. En
la lucha anticolonial se plantearon igualmente reivindicaciones nacionales por
reformar la tenencia de tierra y un reconocimiento de derechos para los
pueblos indígenas y las nacientes clases sociales populares” (p. 161)
Así al presentar la independencia como un enfrentamiento entre el poder
imperial y los ejércitos libertadores, se tiende a olvidar que la batalla por la
independencia fue una batalla por construir un orden político y un poder social
acordes con las ideas y pensamientos políticos de época. La democracia era
una de las alternativas y el orden oligárquico era otra forma de presentar el
proyecto emancipador del imperio español. Entonces ¿dónde surge el caudillo?
A la realidad de las colonias también es posible aplicar “La carriere ouverte
aux talents” de Carlyle, porque la decadencia de la autoridad colonial permite
que el caudillismo sea distintivo en varios países en el siglo XIX.
Como señala Lynch en “Caudillos de Hispanoamérica”: “Son los
acontecimientos los que encierran los secretos del caudillo. Antes de 1810 la
figura del caudillo era desconocida. Su origen no está en la tradición, ni en los
valores, ni en el pasado remoto, sino en las circunstancias concretas que se
vivieron en las décadas posteriores a 1810: guerra, reconstrucción nacional,
anarquía; cada uno de estos momentos generaba necesidades y respuesta
(p.496).
Caudillismo
Pivel Devoto en el prólogo del libro “El caudillismo y la Revolución Americana”
indica que el “surge en América como expresión social y política en la etapa
postrera del régimen de Indias, al producirse la crisis originada por la acefalía
de la Corona española. La revolución se inició en las ciudades, en los centros
urbanos en los que residía la autoridad delegada de la monarca” (p.9)
Cuando fue necesario crear una pasión colectiva; cuando los conceptos
políticos comenzaron a prender en el seno de la opinión inexperiente;
cuando las masas irrumpieron en la escena pública manejando esos
conceptos sin noción cabal de su contenido, apareció en el proceso
revolucionario, como intérprete y orientador de los sentimientos
populares, la figura dominante del caudillo. (p. 9)
En suma, cuando se imponen límites al impulso renovador es cuando
justamente nace el caudillo.
El origen de la palabra caudillo viene del diminutivo latino “caput”, que significa
"cabeza", "cabecilla", y aunque no existe una definición actual única e
incontrovertible, tanto en términos académicos como populares el término
evoca al hombre fuerte de la política, el más eminente de todos, situado por
encima de las instituciones de la democracia formal cuando ellas son apenas
embrionarias, raquíticas o en plena decadencia.
De acuerdo con K. Silvert en Iberoamérica, “el término caudillismo alude
generalmente a cualquier régimen personalista y cuasi militar, cuyos
mecanismos partidistas, procedimientos administrativos y funciones legislativas
están sometidos al control inmediato y directo de un líder carismático y a su
cohorte de funcionarios mediadores. Debe su aparición al colapso de una
autoridad central, capaz de permitir a fuerzas ajenas o rebeldes al Estado
apoderarse de todo el aparato político. En consecuencia, es producto de la
desarticulación de la sociedad; efecto de un grave quebranto institucional”
(tomo II, p. 223)
Como sea, la figura hispánica del caudillo es una construcción siempre
cuestionada.

Relación Monarca- Caudillo


Retomando la pregunta anterior ¿dónde surgen los caudillos?
Consideramos lo señalado también por Roitman “Las clases dominantes, las
elites criollas y peninsulares, estaban impregnadas del espíritu de época. La
Ilustración proveía el cuerpo doctrinario del cual emanaban los principios
articuladores de los proyectos de orden social y cambio político presentes en el
pensamiento emancipador” (p. 162).
“Los caudillismos siempre han sido aborrecidos” indica el autor, “Los caudillos
suelen ser considerados seres enfermizos, con delirios de grandeza, sueños
faraónicos y proyectos imperiales. Sujetos que acumulan un poder
desmesurado, sin control y al margen de las instituciones, algo parecido a un
monarca absoluto. El Estado soy yo, al decir apócrifo de Luis XIV, el Rey
sol francés”. (p.163)
“El cesarismo democrático entra en escena. Los ideales democráticos son
marginados de los principios rectores del movimiento emancipador. Es el
dictador supremo, el caudillo, el líder con carisma cuyo papel consiste en
acabar con la anarquía y el caos. Todo el poder debe quedar en sus manos. Él
distribuye y hace democracia. El César democrático” (p. 163)
También Pivel Devoto señala en el prólogo de “El caudillismo y la revolución
hispanoamericana”, que “muchas de las manifestaciones más típicas y
representativas de la vida de los pueblos de América tienen definida y clara raíz
hispánica. El tipo de caudillo de la revolución americana, el de las guerras
civiles que fueron su secuela, el que precipitó la formación del espíritu nacional,
reconoce su antecesor en el caudillo español de la conquista. Por la acción de
intrépidos caudillos América fue incorporada a la Corona de Castilla. Tres
siglos después, por la militancia de personajes de rasgos muy semejantes, por
la influencia de los caudillos criollos, los reinos de Indias fueron segregados del
dominio español y convertidos en repúblicas independientes. La figura del
caudillo emerge en la escena de la más remota tradición hispánica”.

Relación caudillismo – populismo

El término "caudillo" es tan elástico a la hora de su uso, que se refiere a una


cantidad de personalidades similares pero con grandes diferencias. La lista es
larga.
En este sentido, caudillos han sido Villa y Zapata (revolución mexicana);
Morazán y Sandino (Nicaragua) , Páez y Moreno (Colombia); Santa Anna,
Obregón y Díaz (México) ; De Rosas y Rodríguez de Francia (Paraguay);
Perón (Argentina) y Vargas (Brasil); Trujillo (Rca. Dominicana) y Stroessner
(Paraguay), y tantos otros que parecía agradarles y que a ojos de seguidores y
detractores adquiría características que los enaltecía o los denostaba, según el
caso.
La democracia en América Latina ha girado en torno al populismo y
actualmente se sostiene en las bases del llamado Neo populismo, realidades
que se caracterizan por la personalización de la autoridad y en consecuencia la
conversión de leyes e instituciones en actos de voluntad del líder.
Este populismo/neo populismo se sustenta en una trilogía constituida por el
líder, la masa y los cortesanos - porque también los hay en las cortes de los
líderes - , pero además por un conjunto de creencias e ilusiones de los
ciudadanos pue se basan en las emociones, la adicción y adhesión, la coacción
y hasta la magia. En este marco, el ciudadano pierde su sentido de ciudadanía
porque no tiene realmente el poder de escoger libremente, sino que se cae en
la democracia del carisma, el clientelismo, los plebiscitos y la imagen. No
cuestionamos el concepto de democracia en este trabajo, sin embargo
podemos apreciar la diferencia con la democracia clásica donde el ciudadano
escogía legítimamente a sus representantes.
El populismo en las sociedades de América Latina, presenta algunas de estas
características: una tendencia a personalizar la autoridad en un ser
carismático con capacidades mágicas, de modo que la gente llega al
convencimiento -casi dogmático - de que la autoridad no es una institución que
viene de la Constitución , sino una persona concreta que encarna el poder,
manda, da discursos, entrega comida y decreta construcciones (algunas de
estas características están presentes en Venezuela); el constante deterioro de
las instituciones, entendidas solamente como “escritorios” del líder; la
disolución de la legitimidad, y la consiguiente confusión de la legitimidad con la
fuerza de una persona con poder (existe la idea muy extendida en el pueblo del
concepto de la “mano fuerte" y de que quien gana tiene “derecho" a mandar).

Carisma – Dominación carismática


Gran parte de la literatura sobre caudillismo y populismo se ha centrado en el
estudio de las tesis de Max Weber sobre el concepto y funciones del carisma,
entendido como una forma de dominación que irradia de la personalidad del
líder.
El caudillismo “viejo” aquel que posee los rasgos fundamentales del fenómeno
y el caudillismo “moderno” - aggiornado al original en función de sus diferentes
circunstancias históricas - tienen un atributo en común: la cualidad carismática.
Según el autor debemos entender por “carisma la cualidad que pasa por
extraordinaria (condicionada mágicamente en su origen, lo mismo si se trata de
profetas que de hechiceros, árbitros, jefes de cacería o caudillos militares), de
una personalidad, por cuya virtud se la considera en posesión de fuerzas
sobrenaturales o sobrehumanas, o como enviados del dios, y en consecuencia,
como jefe, caudillo, guía o líder” (Weber, p. 29).
Los líderes populistas aparecen en la historia y en los estudios políticos
(también en la literatura y en la sociología) como personajes solitarios, profetas
sin compañía, estampas de dominación que destacan y predominan de tal
modo que, tras ellos podemos observar el horizonte de una sociedad que
parece más paisaje y no actúa. Y esta realidad muestra un fenómeno que no
sería posible sin la presencia por un lado de los “crédulos” (al decir de Weber
“los encantados por el carisma” - que son la mayoría) y por otro, de los
“cortesanos”, minoría muy eficaz que explota en su beneficio el carisma y la
influencia del líder.
Y sobre el reconocimiento de lo carismático, señala Weber “no es el
fundamento de la legitimidad, sino un deber de los llamados a reconocer esa
cualidad, ese reconocimiento es psicológicamente una entrega plenamente
personal y llena de fe surgida del entusiasmo o de la indigencia y la esperanza”
(Weber, p. 30).
La dominación carismática o del que tiene carisma –ya sea héroe militar,
revolucionario, demagogo o dictador– significa la sumisión de los hombres a su
jefe. El sustento del carisma es emocional, puesto que se fundamenta en la
confianza, en la fe, y en la ausencia de control y crítica.
Pero el carisma no basta: nadie puede ser un líder solitario, puesto que su
carácter, las esperanzas de sus contemporáneos, las circunstancias históricas,
y el éxito o el fracaso de su movimiento respecto a sus metas son de igual
importancia en los resultados que obtenga .
El carismático, por su parte, cree, dice creer, y hace creer que está llamado a
realizar una misión de orden superior y su presencia es indispensable. Fuera
de él, está el caos.
Aquí los conceptos de jefe y de institucionalidad aparecen claramente como
distintos y contrarios. Su tipo de dominación se opone a la dominación legal y a
la tradicional. Weber advierte que la dominación carismática no se encuentra
en estado puro en la realidad, ya que no está desprovista del todo de legalidad,
y la tradición comporta ciertos aspectos carismáticos o incluso burocráticos . 

El líder carismático no extrae de los súbditos el "derecho a gobernar", al


contrario, exige de ellos el "deber de sujeción", de modo que resulta complejo
en esta clase de estructuras de poder, hablar con propiedad de "ciudadanía",
es decir, de conjunto de personas libres y críticas, portadoras de derechos
políticos de las que nace legítimamente un gobierno.

La legitimidad política se funda sobre tres elementos: la tradición, la legalidad


racional y el carisma. Los hombres obedecen (cuando es voluntariamente) a
una mezcla desigual de hábito, interés y devoción personal; la legitimidad
provee la racionalidad para la sumisión voluntaria a la autoridad política.

Diferencias

El caudillo tiene mucho de dictador, pero no todo dictador es un caudillo. De


aquí que el concepto de legitimidad es crucial para esta distinción.

En la subordinación al caudillo no hay “deber de sujeción”, hay sometimiento,


hay deber  de obedecer, hay si una especie de abdicación de ciudadanía en
bien de los poderes personales del líder.

Y el caudillismo florece en un medio político–cultural específico, en


circunstancias también particulares de falta de control. Los caudillos no han
sido necesariamente gente con grandes proyectos de cambio social; su
temeridad guerrera, sus habilidades organizativas, sus limitados escrúpulos, su
capacidad para tomar decisiones drásticas, los convierten en los hombres del
momento. Lograron organizar y en su momento gozaron de una apreciable
legitimidad, un instinto de autodefensa social les hizo aceptables por cientos o
miles de seguidores. Y finalmente, el acceso al poder los convirtió en
dictadores, marcando la parte final del ciclo político.

Debido a esto, no convergen totalmente los conceptos de caudillo y


populista/neo populista.

Nuevamente nos preguntamos, ¿pasado vigente?


Hemos mencionado que en la tradición política española, el caudillismo fue un
esfuerzo por llenar el vacío dejado por la remoción del símbolo del
autoritarismo institucional, esto es, el Rey. Y a su vez es un intento - basado en
el carisma - para mantener a las fuerzas políticas bajo control promoviendo la
devoción de la persona al líder.

Entonces, no debe confundirse con el control militar. Aquél puede crear


legitimidad, mientras que el último no puede. La devoción y la lealtad hacen
innecesario el uso de la violencia. El caudillismo es una manera no institucional
de satisfacer la orientación autoritaria latente en la cultura política de un país,
podríamos hasta afirmar que la “solución caudillista” es básicamente legítima y
por lo tanto aceptable.

Permanencias

¿Cuáles son las características vigentes del viejo caudillismo, para el siglo XX y
el XXI?
La pregunta no es tan sencilla de contestar pues las sociedades
latinoamericanas decimonónicas difieren al paso del tiempo.
El fenómeno del caudillismo como figura de la historia latinoamericana subsiste
– aunque en menor medida – al día de hoy. Pero ¿Cómo subsiste? ¿De igual o
diferente manera? Nos cuestionamos la vigencia de ese pasado considerando
a la vez el comportamiento general de los actores en el ámbito político, las
instituciones que se ven fortalecidas - o debilitadas - por estas conductas y las
estructuras sociales en las que se enmarcan las formas de ejercicio del poder.
Un poder, una autoridad que como hemos visto ha cambiado dialécticamente
en espiral.
La elasticidad del término “caudillo”, bien podría dar lugar a discusiones
interminables sobre lo que exactamente es y no es un caudillo. Hoy día cuando
nos referimos al caudillo, señalamos a quienes ejercen un liderazgo especial
por sus condiciones personales.
El propósito de este trabajo es presentar elementos útiles para la explicación
del fenómeno del caudillismo latinoamericano y la decantación de la semántica
del término, a la vez que planteamos interrogantes frente a los acontecimientos
actuales que le están relacionados. Es necesario considerar “caudillismo viejo”
(que poseen los rasgos fundamentales del fenómeno) y el “caudillismo
moderno” aggiornandose al primero y atendiendo a otras especificidades en
función de las diferentes circunstancias históricas.
Incluimos a Aparicio Saravia en el “caudillismo viejo”, un caudillo rural, figura
referente de la lucha por la causa de las libertades públicas y de las garantías
del sufragio. Por sus vinculaciones familiares, su vida tanto privada como
pública estuvo estrechamente relacionada no sólo con Uruguay sino también
con el Estado brasileño de Río Grande del Sur. Saravia jugó un papel de gran
trascendencia en la historia política de nuestro país que lo convertiría en el
principal personaje histórico de uno de los partidos tradicionales, el Partido
Nacional.
Una característica esencial del caudillo del siglo XX es su naturaleza populista.
Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas fueron sus prototipos.
Y en este siglo XXI consideramos la figura del presidente venezolano Nicolás
Maduro, en tanto caudillo populista por moderno, inserto en un ambiente muy
distinto al que vivieron sus antecesores (ya sea internos como internacionales)
En la actualidad – publicidad de por medio – la tendencia es confundir
caciques, caudillos y caudillos con líderes políticos y liderazgo social.
En esta lógica el líder - a diferencia del caudillo - sobresale por la capacidad de
conducción, siendo sus cualidades a destacar la rectitud, la moral, la virtud
ética de poder y el respeto a sus conciudadanos, convengamos que el carisma
y la personalidad influyen, pero en el líder se disuelve y trasforma en
legitimidad cotidiana. “El líder no vive del carisma político” al decir de Weber.
El liderazgo deviene autoridad participante, así se complementa con un papel
activo de la ciudadanía, al contrario que el caudillo que disuelve la participación
popular.

A pesar de las mutaciones la figura carismática sigue existiendo, ya no como


caudillo sino definida o interpretada con otros fenómenos como lo son los
líderes políticos en relación al populismo y neo populismo de los últimos
tiempos.

Asistimos a una realidad de liderazgos políticos afincados en proyectos


democráticos – escasos en América Latina- de ahí su relevancia cuando
surgen y observamos que fácilmente se los cataloga como líderes políticos con
liderazgo social ya que esos líderes se impregnan de la historia de sus países,
recorren el territorio, hablan con su gente, escuchan y saben interpretar los
anhelos de justicia social, las demandas de los trabajadores, las mujeres, la
juventud y los pueblos originarios, de ésta manera forjan y sientan las bases de
su liderazgo.
No es intención de éste trabajo politizar el tema, sino trabajar la perspectiva de
transición y la de larga duración. El caudillismo, las dictaduras, los liderazgos
políticos neo-populistas son fenómenos que pueden explicarse dentro de la
cultura política de la región en un largo período de tiempo. Esto es la
permanencia.
La diferencia es que los conceptos de legitimidad pueden variar de cultura a
cultura, es decir, un orden político puede ser moralmente aceptado por una
sociedad y por otra no. Así, legitimidad no debe confundirse con acciones como
repartir beneficios o imponer la paz en un determinado territorio a través del
gobierno, justamente así es como los líderes logran la permanencia en el
poder.

La figura del caudillo según Lynch “entra en la historia como héroe local y los
acontecimientos le convirtieron en jefe militar. Consiguió el poder gracias al
acceso a los recursos más inmediatos, especialmente a las haciendas, que le
proporcionaban hombres y provisiones, y le permitieron convertirse en líder” (p.
496).

“Lideres naturales que aceptaron el reto y lucharon…. fue la gran oportunidad


para los héroes locales que iniciaron así su carrera, aunque lo hicieran sin
convicciones políticas claras. Hubo un proceso de transformación imperceptible
donde gradualmente el caudillo se transformó en líder estableciendo su poder
en la jerarquía basada en los criterios de liderazgo natural: éxito, popularidad y
crueldad” (p. 498).
Los diferentes enfoques historiográficos (Halperín, Burns, Lynch) presentan los
intereses económicos como la fuerza rectora del caudillismo hispanoamericano
y poco dicen respecto de los líderes como héroes. Por eso al referirnos a
Aparicio Saravia preferimos la línea de John Chasteeen que en “Héroes a
Caballo” se refiere al caudillo “como héroe cultural, como atractivas figuras que
en algunos casos incitaban, a quienes lo seguían, a la emulación idealista o a
la obediencia pragmática” (p. 21).
El autor analiza el liderazgo como relación entre líder y seguidores y no tanto
en términos de cualidades personales del líder, argumentando de acuerdo al
proverbio inglés “beauty is in the eye of the beholder” – el carisma de los
Saravia dependía de cómo se le mirara.
BIBLIOGRAFÍA

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IV Publicación: Pensar América Latina. Recuperado el 20/09/2021 de
http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/formacion-virtual/20100721013813/
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