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TEMA 6.

- LA DEONTOLOGÍA DE LOS JUECES

I.- ÉTICA EN LA PROFESIÓN JUDICIAL

A nadie le es indiferente la actuación pública del juez, y más en una sociedad moderna,
en la que el Estado de Derecho descansa sobre la garantía del recto ejercicio de las funciones
judiciales: No sólo sobre los derechos e intereses de los particulares, sino sobre los derechos
fundamentales, que dotan de legitimidad todas las demás normas de nuestro ordenamiento
positivo.

Intentaremos, pues, examinar algunos aspectos éticos que deben informar la función
del juez, lo que implica evidentemente entrar en el plano de la moral profesional, es decir, de
cómo el ejercicio de esta profesión (que también es un poder) debe ajustarse a unos
principios éticos que, además de obligar jurídicamente por medio de normas positivas,
obligan en la intimidad de la conciencia a quienes están llamados a aplicar el Derecho.

La función judicial, que es una de las más antiguas de la humanidad, constituye uno de
los tres modos posibles de dirimir los conflictos que, inevitablemente se producen entre los
hombres:

a) La composición o conciliación

b) El recurso a la fuerza (en detrimento siempre del débil)

c) La constitución de organismos públicos que, con facultades y medios para discernir


acerca de los intereses en conflicto, están dotados de autoridad y fuerza legal para
señalar cuál debe prevalecer en Justicia y Derecho.

La singularidad de la función de los jueces radica en que constituye una decisión firme y
segura para resolver los conflictos humanos según las garantías procesales del Derecho. De
esta manera se pretende aproximar la solución a las exigencias reconocidas de la justicia. Y
como la justicia es una virtud cardinal no parece posible acercarse a ella sin recurrir a ciertos
principios morales.

El juez aplica el Derecho con la intención de aproximar las relaciones humanas a la


justicia. Decide en justicia, sobre los conflictos humanos y requiere, para ello, del ejercicio
ético de su conducta jurídica. Esta singularidad de la profesión del juez nos lleva a contemplar
su profesión desde varios puntos de vista: inicialmente como garantía de la libertad y de la
ética social; después, como un profesional, que ejerce un poder público, y requiere de unas
características específicas que le garanticen la independencia e imparcialidad de su actuación.
II.- EXIGENCIAS SOCIALES RESPECTO AL JUEZ

II.1. El juez como garantía de la libertad

Ha sido tradicionalmente el juez quien, con su actuación imparcial, ha venido a


garantizar la libertad humana, permitiendo su ejercicio al preservarla de intromisiones
interesadas, incluso de los poderes públicos.

Esta función se ha visto ampliada por la formulación de los derechos fundamentales


del hombre en las Declaraciones y Pactos Internacionales, así como en las mismas
Constituciones. Tales derechos fundamentales eran, originariamente, normas éticas, que
constituyen un orden de valores anteriores a las Constituciones.

Así el control jurídico de los Tribunales sobre el Poder Legislativo, significa actualmente
el hecho de haberse entregado a los Tribunales la responsabilidad última de cuidar y
defender el orden constitucional de valores. De este modo, la garantía de la libertad se
asienta en el hecho de que todo ciudadano pueda recurrir a un juez digno de su confianza,
para defender sus derechos y libertades.

II.2. El juez como garantía de la ética social.

La confianza de la sociedad ha de asentarse en la valoración de la credibilidad


personal y profesional del juez, su independencia e imparcialidad y su claridad y firmeza en
la aplicación del Derecho.

La fuerza jurídica que se otorga al juez para proteger los valores superiores del
Derecho, no puede estar sometida a las intromisiones del poder, a las sugerencias de los
grupos de presión, o de los medios de comunicación; ni siquiera de los propios jueces. Es
evidente que una actuación así, sometida solamente al Derecho, constituye un referente ético
necesario en la sociedad.

III. EL JUEZ COMO PROFESIONAL

No siempre le ha correspondido al juez la nota definitoria de “profesional”, ya que este


concepto es de creación moderna (el juez profesional nace cuando la técnica jurídica y el
conocimiento del Derecho se hacen necesarios para juzgar).

A tenor de esta caracterización, les es exigible una preparación remota (conocimiento


suficiente del Derecho y razonable acumulación de la experiencia…) y también una
preparación próxima (el estudio de los casos y la aplicación racional de esa experiencia). La
incompetencia profesional puede causar un perjuicio grave a los interesados y a terceros,
incluido al Estado, así como un considerable descrédito en la justicia.

Como en cualquier otra profesión, son exigibles una serie de obligaciones éticas,
como el cuidado, conservación y uso adecuado de los medios materiales, así como unas
actitudes personales adecuadas con respecto al trato con sus colegas (superiores e inferiores)
y el público. Se requieren en el juez unas considerables dotes de cortesía, al tratarse de un
poder público.
IV.- LA SINGULARIDAD DEL JUEZ

IV.1. La singularidad del juez

En el ejercicio profesional del juez cobran relieve dos notas diferenciadoras: en primer
lugar, las características propias de cualquier profesional deben serle atribuidas en grado
eminente, porque de su recta aplicación dependen los derechos de quienes acuden a él; en
segundo lugar, es claro que el juez es, además de un profesional, un servidor público
relevante. Deben ser reconocibles en él las virtudes propias de todo agente público relevante.

Al hablar de “virtudes” nos referimos siempre a los buenos hábitos en el obrar. El


ejercicio de un poder no excluye, sino que exige una actitud de servicio, pues su posición no
le atribuye una actitud de superioridad ni de prepotencia hacia los demás.

En el ejercicio profesional cobra relevancia su actitud con respecto a los procesos,


pues debe dotarlos de dirección, vigilancia y atención a las pruebas.

Debe poseer una sólida rectitud moral (especialmente exigible en quien tiene el deber
de dar a cada uno lo suyo), y debe garantizar su fidelidad a la verdad, tratando de conseguir la
certeza moral en sus juicios, excluyendo toda duda razonable respecto de lo que ha de
resolver.

Por último, debe fundamentar suficientemente las decisiones y tramitar los procesos
sin dilaciones indebidas, eliminando en la resolución las motivaciones torcidas, como pueden
ser la antipatía o simpatía, los intereses, presiones o las dádivas y los halagos, entre muchos.

En definitiva, un juez debe reconocer firmemente que la paz social es fruto de la


aplicación recta del Derecho. El sentido del deber le debe revelar que no basta con conocer
bien el Derecho positivo para ser un buen juez, sino que en muchas ocasiones su experiencia
contrastada será lo que le enseñará a tener una especial sensibilidad para las cuestiones
éticas, buscando la justicia con rectitud íntima, es decir, según el criterio ético que le impulsa a
ser fiel a la verdad, aplicando el ordenamiento jurídico sin concesiones a otros intereses.

IV.2. La conducta personal del Juez.

La sociedad tiene que aprender a ver en el juez una persona en la que pueda confiar,
por ser digna de toda credibilidad. Por ello, la especial posición del juez comporta exigencias
de decoro externo, para que no sólo sea digno de crédito, sino que también “lo parezca”. Su
conducta privada no debe hacerle perder aquello que la sociedad espera de él (credibilidad y
confianza)

IV.3. Aplicación de la ley y conciencia del juez

El juez está obligado a aplicar la Ley (hablando siempre de Ley formal). El conflicto de
conciencia, cuando estima que una ley es injusta, afecta sustancialmente al núcleo de su
función, porque tiene obligación de cumplir la ley, pero también de obrar en conciencia. La
reserva ante la eventual injusticia de una ley no exonera al juez de su deber fundamental de
fallar según una aplicación justa de la ley, pues de no hacerlo incurre en responsabilidad.
El primer punto de su análisis deberá consistir en la eliminación de los ingredientes
meramente subjetivos en la apreciación de la injusticia de la Ley a aplicar. No puede tratarse
de un mero sentimiento personal ni político, acerca de la conveniencia de la Ley según los
planteamientos ideológicos del propio juez. Cabe aquí recordar la obligación que tiene el juez
de actuar neutralmente en relación con las opciones diferentes en el terreno de los medios o
los fines de organización político-social.

El juez, una vez adquirida certeza de la objetividad del juicio de su conciencia, deberá
adoptar los medios que el ordenamiento articula, antes de incurrir en un activismo ajeno a la
función judicial.

No parece que el juez pueda hacer prevalecer frontalmente su decisión personal


sobre la interpretación cierta de la ley, según el ordenamiento jurídico positivo. No puede,
por tanto, recurrir a la obstrucción o al fraude y la prevaricación, ni tampoco a una
interpretación arbitraria, porque el efecto de estas decisiones –respecto a la institución
judicial y de la seguridad jurídica – podría tener mayor gravedad que el caso, de aparente
injusticia, que trataba de resolverse.

Tampoco puede exigírsele al juez una decisión contraria a su conciencia. En


consecuencia, podrá utilizar los medios que el ordenamiento prevea para abstenerse
legalmente de resolver o de intervenir en la resolución del caso. Y si ello no fuera posible,
porque no se trata ya de un caso sino de la generalidad de los que haya de llegar a su Tribunal,
debería dejar éste, y en último caso, la profesión.

V.- LA INDEPENDENCIA

VI.1. Independencia y organización judicial

La importancia de esta exigencia de independencia, aunque es un elemento


fundamental en todos los profesionales que se dedican a la justicia, se incrementa en el caso
del juez. Se trata de un principio cardinal en la actividad judicial. Y ello hasta el punto de que
un juez que no actúa con independencia contradice el sentido más profundo de su profesión.
En este sentido, el canon primero del Código de Conducta Judicial de EEUU establece:

“…un poder judicial independiente y honorable es indispensable para la justicia en


nuestra sociedad…la adjudicación basada sobre el noble precepto “igual justicia bajo la ley”
requiere imparcialidad y la imparcialidad demanda libertad de las presiones políticas”.

En realidad la independencia de los jueces en el ejercicio de su función y la ausencia de


todo tipo de interferencias tiene tanta trascendencia ética que puede ser considerada como
una de las claves de bóveda de cualquier Estado de Derecho. La importancia de este principio
en el ámbito judicial ha determinado su amplio reconocimiento legal, e incluso constitucional.
Así el artículo 117 CE establece que: “la justicia emana del pueblo y se administra en nombre
del Rey por jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles,
responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley”.
La LOPJ, en su exposición de motivos (III) afirma que la independencia “constituye la
característica esencial del Poder Judicial en cuanto tal”. También en su articulado incluye
numerosas referencias a la independencia judicial.

El principio de independencia, referido al poder judicial, incluye, fundamentalmente,


dos dimensiones:

a) La referente a la organización del propio Estado, que cuenta así con un poder judicial
independiente.

b) La relativa al estatuto personal de cada juez. Ello remite a la necesaria independencia


individual del mismo.

En lo que se refiere a este último aspecto, los jueces deben estar libres de presiones
provenientes, fundamentalmente, de tres fuentes:

1. En primer lugar, del resto de poderes, especialmente del Poder Ejecutivo.

2. En segundo lugar, deben ser independientes frente al resto de los miembros del
poder judicial. De este modo, aunque el juez de una instancia superior –a través de la
resolución de un recurso previsto por el propio sistema jurídico- pueda invalidar una
resolución dictada por un juez de un tribunal inferior, ello no implica que éste último
carezca de independencia.

3. En tercer lugar, el juez debe ser independiente de los intereses en juego en el proceso
que le corresponde dilucidar. Ello supone mantenerse al margen de presiones (de las
partes, de la prensa, la opinión social…) para poder decidir objetivamente,
garantizando así la imparcialidad del proceso.

En definitiva, podríamos afirmar que “la independencia judicial hace referencia a la existencia
de jueces que no son manipulado para lograr beneficios políticos, que son imparciales respecto
de las partes en una contienda y que forman una organización judicial que como institución
tiene el poder de regular la legalidad de las acciones gubernamentales”.

Por último recordar que el Código penal español contempla, en su artículo 446, la
conducta del juez o magistrado que, a sabiendas, y por tanto con falta de imparcialidad,
dictare sentencia o resolución injusta.

La actuación del juez comporta una regla fundamental: que quien esté llamado a
ejercerla, tenga la posibilidad real de actuar imparcialmente en relación con cada uno de los
casos que ha de resolver. La misión del Estado y de quienes participan en su organización es la
de dotar la Administración de Justicia de una estructura consistente y de unos jueces dignos
de toda credibilidad. La independencia exige, pues, una organización capaz de garantizarla.

Dicha organización se ha articulado según el principio de división de poderes, que, en


lo que respecta al judicial, se orienta fundamentalmente a preservar a los jueces de la
dependencia del Poder Ejecutivo. Por otra parte, la consideración del conjunto de los jueces
como poder judicial desde el punto de vista orgánico, dota a éste de independencia respecto
del Legislativo, porque el juez queda sometido exclusivamente al imperio de la ley y no al de
los órganos de este Poder del Estado.

Además de todo ello, existen normas concretas de comportamiento profesional e


incluso personal relacionadas con la imparcialidad:

Las incompatibilidades formales o personales y el deber de abstención en los


procesos o en actividades que interfieran formal o materialmente en la función, antes o
después de su ejercicio (actividades mercantiles, cargos o intervenciones en la política,
manifestaciones públicas relacionadas con la opinión en asuntos sometidos a juicio, etc).

VI.2. Qué es la independencia

Las normas que, en el ordenamiento jurídico, formulan la independencia, sirven para


preservar su ejercicio real, tanto del Poder Judicial – en su independencia orgánica respecto
de los otros poderes-, como en el ejercicio de su función por cada Juez o Tribunal.

La independencia, como indica Castán, implica que “los miembros de la Magistratura


estén fuera del alcance de la influencia del Gobierno, de los partidos políticos y de otros
poderes de hecho que puedan ejercerse a través del Gobierno”.

Dicha independencia crea unos deberes éticos que afectan no sólo al juez sino a
todos los que se relacionan con su función. El primer deber ético que crea la independencia
es el de la percepción de su naturaleza que, en el fondo, es esencialmente moral.
Independencia no es, evidentemente, arbitrariedad, se trata de un juicio íntimo en la
conciencia del juez acerca del verdadero sentido de la independencia que el ordenamiento le
otorga. Se trata, pues, de una resolución libre de injerencias, lo que representa tanto una
cuestión de conciencia como jurídica.

Ahora bien, la independencia judicial no invalida el principio de sumisión del juez a la


ley, que es también ético a la par que jurídico. Así la aceptación de las resoluciones de los
órganos superiores no supone en modo alguno, condescendencia o sumisión, sino puro y
simple cumplimiento de la ley, especialmente cuando aquellas resoluciones son firmes.

Hay que tener en cuenta que cuando el juez aplica el ordenamiento contribuye a
crear seguridad jurídica, y este principio no sólo mira hacia el ordenamiento jurídico sino
también a quienes lo tienen que aplicar y a la necesidad de una cierta previsión en sus
resoluciones. Un entendimiento inadecuado de la independencia puede conducir a una
situación generalizada de inseguridad jurídica, si bien ello no implica que un Juez o Tribunal
no pueda apartarse de la doctrina jurisprudencial, siempre que su decisión esté
suficientemente motivada. Esto, sin embargo, habrá de ser lo excepcional, puesto que el
principio de seguridad jurídica exige la aplicación de la doctrina jurisprudencial consolidada.

La independencia del fiscal es también fundamental. Esta profesión debe estar libre de
toda presión o influencia que le aleje del respeto debido a la legalidad vigente. En este tema
han de tenerse especialmente en cuenta las presiones que provengan del ámbito político.
Las relaciones entre el poder ejecutivo y el ministerio fiscal deben desarrollarse en el marco de
la más estricta objetividad. Por ello, el Gobierno, o cualquier otra manifestación del poder
político o social (partidos políticos, grupos de presión, medios de comunicación…) deben de
abstenerse de ejercer cualquier forma de presión, ya sea directa o indirecta, que pretenda
apartar al fiscal del camino de la imparcialidad y la objetividad.

Esta exigencia de imparcialidad tiene su reflejo en el Estatuto Orgánico del Ministerio


Fiscal (Ley 50/1981, de 30 de diciembre). El art. 7 establece que: “Por el principio de
imparcialidad el Ministerio Fiscal actuará con plena objetividad e independencia en defensa de
los intereses que le estén encomendados”.

Además, de acuerdo con lo previsto en los arts. 8 y 11 de dicho texto legal, el fiscal
debe estar desvinculado de los intereses particulares del Gobierno de la nación o de los
órganos de gobierno de las Comunidades Autónomas, cuando éstos solicitan que la institución
promueva ante los Tribunales actuaciones encaminadas a la defensa del interés público.

La independencia que se predica del fiscal exige también evitar, por parte de éste,
cualquier forma de autocensura o servilismo. La actitud contraria –concretada, por ejemplo,
en doblegarse ante los intereses de un Gobierno, partido político, o cualquier grupo presión o
poder ante asuntos de trascendencia social o política – supondría una grave falta de ética
profesional (con independencia de otro tipo de responsabilidades). Por el contrario, la actitud
que debe predicarse de todo fiscal implica el respeto a la legalidad y a las exigencias éticas
derivadas de la recta razón. Como señala Beneytez, “el cumplimiento de esas exigencias
constituye el criterio para calificar la actuación profesional de buena o mala. Es el juicio moral
que corresponde a una conciencia profesional rectamente formada”.

Por último conviene destacar que entre las funciones propias del Ministerio Fiscal,
como defensor del interés social y de los derechos y libertades de los ciudadanos, se encuentra
también la defensa de la independencia de los jueces (arts. 124.1 CE y 1 y 3.2 del Estatuto
orgánico del Ministerio Fiscal).

V.3. La independencia respecto de las partes

El juez debe estar en condiciones, cuando juzga, de aplicar un criterio objetivo, tanto
en la apreciación de los hechos y la admisión y valoración de las pruebas como en la
interpretación del Derecho.

La aplicación prudente de las causas de abstención viene a ser un camino útil cuando
se dan motivos legales. Pero si en la conciencia del juez existe algún sentimiento contrario a la
imparcialidad y no es posible superarlo, habrá de buscar en el procedimiento, otros medios
para no juzgar el caso.

V.4. El juez en el proceso

También en el desarrollo del proceso existen unas exigencias éticas concretas. Una de
ellas es el respeto hacia quienes intervienen, incluso testigos e inculpado. La dignidad de la
persona, que inspira los derechos fundamentales, exige un trato digno (aunque no alejado del
principio de autoridad y de las reglas formales) para quienes se ven obligados a comparecer
ante un juez. La supremacía de la función no sólo no autoriza, sino que es contraria a
actitudes despóticas o desconsideradas con las personas, cuya dignidad sigue siendo objeto
de atención y respeto, también cuando están ante el Tribunal.

Por otra parte, la imparcialidad no sólo debe actuar en la resolución, sino también en
la dirección del proceso. Los hechos deben venir suministrados y configurados por la prueba,
y no por influencias externas interesadas (recomendaciones) o generales (medios de
comunicación). La legitimidad de las pruebas, desde el punto de vista de su adecuación a las
exigencias constitucionales, debe determinar un cuidado exquisito en su admisión, práctica y
valoración. La ética del juez es un valor decisivo. Se debe prestar una especial atención a las
diligencias procesales que puedan determinar indefensión para una parte.

V.5. El juez en el juicio

La ley obliga al juez a resolver el litigio, de manera que puede llegar a ser un delito si
lo resolviera injustamente a sabiendas. Este delito es específico de los jueces y manifiesta
una clara falta de probidad moral, con graves consecuencias para terceros y para la
institución. También lo es la intención de fallar injustamente, o aplicar rigor excesivo o
benevolencia indebida en la sanción penal.

El deber de fundamentar la sentencia ha sido una conquista de las garantías del


proceso. No vamos a tratar aquí de sus aspectos jurídicos, sino de sus exigencias morales. La
fundamentación, que expresa las razones de la decisión, ha de ser veraz, es decir, ha de
responder a la verdadera motivación que lleva al juez a decidir de un cierto modo y no de
otro. Se trata de motivar suficientemente y según lo que constituyen motivos reales de la
decisión, dando forma adecuada a los fundamentos legales.

No se trata, pues, de buscar una argumentación que sirva a una decisión ya


adoptada, sino de reflejar los motivos reales que han llevado a decidir. Tampoco se trata de la
capacidad de argumentar suficientemente cualquier decisión o su contraria, según la
inspiración del momento, sino de expresar lo que, rectamente, determinó la sentencia que se
entiende procedente en Derecho y en justicia. En este sentido las SSTC 184/1988 y 177/1994,
han expresado que “la motivación no requiere una determinada extensión, prolijidad o grado
de tecnicismo jurídico, sino que ha de ser suficiente para conocer la ratio decidendi del caso, y
así evitar la arbitrariedad al contener las razones en que se fundamenta”.

V.6. El juez ante la aplicación del Derecho.

La recta aplicación del Derecho es un principio común a toda Ética, confesional o no, y
a todo Derecho. La aplicación del Derecho, según la conciencia moral, no es un
planteamiento confesional, sino propio de la Deontología profesional¸ para el cual señala
unos mínimos éticos, sin los cuales el ejercicio profesional del Derecho se corrompe.

Ello implica que tanto al elaborar la motivación como al articular el criterio íntimo, en
el momento de juzgar, la rectitud del pensamiento es fundamentalmente contraria a la
arbitrariedad y a la precipitación. Stamler señala que “también el desviarse con buena
intención del Derecho firmemente establecido, constituye arbitrariedad”.

El Juez está, pues, obligado en principio a aplicar la ley en aquellos aspectos a los que
no alcanza la potestad de enjuiciarla previamente. La obligación general del juez de fallar y de
aplicar la ley tiene una primera excepción: la ley puede ser injusta porque vulnera algún
derecho fundamental de las personas o alguna norma constitucional, y entonces el juez tiene
la previa obligación de seguir el camino marcado por el ordenamiento jurídico para evitar
aquel efecto (en nuestro ordenamiento planteando la cuestión de inconstitucionalidad).

En general el juez debe aplicar rectamente el ordenamiento, intentando su adecuación


a la justicia mediante la interpretación y, en su caso, la equidad. Pero frente a las leyes que
estime injustas no puede omitir su aplicación, o actuar en fraude de sus preceptos.

Nuestro ordenamiento parte de la sumisión del juez a la Ley (art. 117.1 CE), si bien el
juez no aplica sólo la norma positiva, sino también sus principios. Y aquí es donde una
reflexión más profunda puede, en casos de conflicto, investigar si los principios de justicia
permiten interpretar e integrar la norma para hacer que no tenga una aplicación injusta.

Si el juez, tras adoptar los medios que el ordenamiento establece, adquiere la


costumbre de que la tensión Ley-conciencia se plantea por encima del ordenamiento positivo
vigente y carece de medios para resolverlo, habrá de adoptar otra decisión. No podrá consistir
en hacer prevalecer su criterio personal en contra de una interpretación de la ley, según el
ordenamiento, ni en recurrir a la obstrucción, fraude o prevaricación, ya que el efecto de estas
decisiones, respecto de la institución judicial y la seguridad jurídica, pueden llevar a
consecuencias todavía más graves-.

Si el órgano es colegiado, el posible disidente deberá defender adecuadamente su


postura y dejar constancia de la misma en voto particular. Si la situación es general y
extrema, puede dejar el órgano o incluso la profesión, pero en ningún caso el juez posee
poderes para conformar o torcer el ordenamiento.

Hemos de atender a la reflexión que hace Aparisi respecto a la discrecionalidad y


arbitrariedad en la función judicial.

El derecho no pertenece al ámbito de “lo acabado”, lo zanjado, sino al campo de la


razón práctica. Por ello, se debe partir de la base de que la justicia, lo que “es debido a cada
uno” no aparece siempre de manera diáfana e incuestionable para el profesional. El juez debe
fallar conforme a Derecho y según lo alegado y probado en el juicio, pero ni los hechos ni la
interpretación del Derecho aparecen ante él de modo “matemático”, de una manera
automática e indiscutible.

a)Si se analiza el proceso de la determinación del supuesto de hecho, se constata la existencia


de un inevitable margen de decisión –deliberación, juicio prudencial- del juez. Es evidente que
los hechos no siempre aparecerán de una manera transparente e incuestionable.
VI.- LOS JUECES Y LA POLÍTICA

A tenor del art. 127 CE: “1.- Los jueces y magistrados, así como los fiscales, mientras se
hallen en activo no podrán desempeñar otros cargos públicos, ni pertenecer a partidos políticos
o sindicatos. La Ley establecerá el sistema y modalidades de asociación profesional de los
jueces, magistrados y fiscales. 2. La Ley establecerá el régimen de incompatibilidades de los
miembros del poder judicial, que deberá asegurar la total independencia de los mismos”.

Este precepto, reproducido en el art. 395 LOPJ, parece que puede entenderse como
obligación de no adscripción a los partidos políticos o sindicatos. Apunta, así, a la libertad de
pensamiento en el fuero interno y en los resortes de la voluntad. Pese a afirmaciones tan
terminantes, el art. 356 de la misma Ley Orgánica permite, para participar como candidato en
las elecciones, una especial versión de la excedencia voluntaria, convertible en forzosa o
temporal, según el resultado de la votación.

En el Estatuto del Juez en Europa también se formulan algunos principios sobre esta
misma cuestión. Así el art. 2 señala que “El juez no debe estar sometido nada más que a la Ley.
No debe ser influido ni por los partidos políticos ni por grupos de presión”. Y el art. 4: “El
reclutamiento de los jueces debe estar fundado solamente en criterios objetivos que garanticen
las capacidades profesionales y efectuado por un órgano independiente y representativo de los
jueces. Otras influencias, en particular las de los intereses de partidos políticos, deben ser
excluidas”.

VII.- LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN DE LOS JUECES

Según el ordenamiento positivo, al juez le afectan en esta materia, además de los


límites que se refieran constitucionalmente al derecho fundamental, otros límites legales
producto de su ordenamiento singular. Hay, pues, limitaciones legales que se establecen en
relación con la naturaleza de la función judicial, pero hay también otras que, por esta misma
razón, son aplicables por razones de ética personal, precisamente porque la libre
manifestación de opiniones afecta negativamente al crédito de la institución o al personal del
juez; crédito que tiene la obligación de conservar, no por su propio interés, sino por el de la
función.

Es de resaltar, como ya se ha mencionado antes, que el juez debe ser un sujeto que
goce de credibilidad social. Por ello, el ejercicio de su libertad de expresión no debe ponerle
en situación de menoscabar su propio crédito, ni el de otros jueces. Deben administrar su
libertad de expresión con la convicción de que sus opiniones no son recibidas como las de un
ciudadano cualquiera.

El deber de imparcialidad le obliga a ser comedido en la manifestación de sus


opiniones. La opinión pública entenderá con dificultad que un juez conocido como tal,
abandone su postura de imparcialidad, serenidad y objetividad cuando se manifiesta en
público. La participación en el debate público viene especialmente afectada por el citado art.
127.1 CE y el correspondiente de la LOPJ, que prohíbe “dirigir a los poderes, autoridades o
funcionarios públicos o corporaciones oficiales felicitaciones o censuras por sus actos, ni
concurrir en su calidad de miembros del Poder Judicial, a cualesquiera actos o reuniones
públicas que no tengan carácter judicial, excepto aquéllas que tengan por objeto
cumplimentar al Rey o para las que hubieran sido convocados o autorizados a asistir por el
Consejo General del Poder Judicial”.

Tales felicitaciones o censuras implican la crítica pública, a salvo, naturalmente de la


puramente técnica, respecto de disposiciones o resoluciones firmes.

Parece que las anteriores consideraciones deben llevar a la conclusión de que la


naturaleza de su función impone al juez un alejamiento del debate social, al menos en
cuestiones de acción política que sean de actualidad.

VIII.- EL SECRETO PROFESIONAL DE JUECES, FISCALES, SECRETARIOS JUDICIALES Y


FUNCIONARIOS DE LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA.

Con respecto a todos ellos concurre una exigencia de discreción y prudencia –virtudes
profesionales-, que tiene numerosas consecuencias en la ética profesional. Dada la
complejidad de las situaciones, y la variedad de matices que ofrece la realidad, y teniendo en
cuenta que ninguna de estas profesiones dispone en la actualidad de Código deontológico, es
muy importante que sea el profesional quien, mediante un razonamiento práctico, concrete
los cauces de su actuación.

En el caso del juez, su obligación es llegar a conocer, en profundidad, los hechos


realizados y la conducta de los litigantes, en aquellos aspectos que se encuentren relacionados
con la materia del proceso. Por ello, es una exigencia de ética profesional disponer de los
datos necesarios para poder deliberar con conocimiento de causa. Esta obligación tiene,
lógicamente, unos límites. Estos vendrán determinados por el mismo objeto del litigio. Así, por
ejemplo, en un proceso sobre contrato de arrendamiento no es pertinente recabar
información sobre determinados aspectos de la vida privada de los litigantes. Si, por fundadas
razones, es necesario investigar también estos extremos, habrá de hacerse de una manera
ponderada. No obstante, si por cualquier causa la información conocida llega a ser infamante
para alguna de las partes, lo adecuado será no incluir, sin necesidad, tales extremos en los
considerandos de la sentencia.

Por otro lado, es claro que el juez no deberá revelar o divulgar fuera del ámbito de su
ejercicio profesional, datos e informaciones conocidas mediante el ejercicio de su cargo. En
general, lo más adecuado es extremar la virtud de la discreción y la prudencia. Por ello, aún
en el supuesto de que el particular no tuviera inconveniente en relevar al juez de su deber
ético de mantener el secreto profesional, éste deberá mantener una actitud personal de
reserva y moderación. Se trata, en definitiva, de salvaguardar una adecuada separación entre
la vida particular del profesional y la “vida procesal”.

Las exigencias del sigilo profesional de jueces y fiscales tienen un claro reflejo en el
ámbito jurídico. El derecho a un proceso público, reconocido en el art. 24.2 CE, tiene su
correlato en el art. 120.1 del mismo texto, donde se establece que las actuaciones judiciales
serán públicas, pero con las excepciones que prevean las leyes de procedimiento.

La LOPJ (1 julio 85) desarrolla estos principios en los arts. 232 y 233. En concreto, el
apartado 2 del art. 232 establece que:

“excepcionalmente por razones de orden público y protección de los derechos y


libertades, los Jueces y Tribunales, mediante resolución motivada podrán limitar el ámbito de
la publicidad y acordar el carácter secreto de todas o parte de las actuaciones”. Por su parte, el
art. 233 del mismo texto legal afirma que

“la deliberaciones de los Tribunales son secretas. También lo será el resultado de las
votaciones, sin perjuicio de lo dispuesto en esta ley sobre la publicación de los votos
particulares”.

El art. 234 de la LOPJ establece que “Los Secretarios y personal competente de los
Juzgados y Tribunales facilitarán a los interesados cuanta información soliciten sobre el estado
de las actuaciones judiciales, que podrán examinar o conocer, salvo que sean, o hubieran sido
declaradas secretas conforme a la ley…”

Además el art. 417.12 LOPJ establece como falta muy grave “la revelación por el Juez
o Magistrado de hechos o datos conocidos en el ejercicio de su función o con ocasión de éste,
cuando se cause algún perjuicio a la tramitación de un proceso o a cualquier persona”.

El art. 418.8 LOPJ califica como falta grave la misma conducta cuando no puede ser
constitutiva del tipo anterior por no haber causado el mencionado perjuicio.

En el ámbito procesal penal, el art. 301 de la LECrim afirma que las diligencias del
sumario serán secretas hasta que se abra el juicio oral, con las excepciones determinadas en la
presente Ley. Por su parte, el art. 680 del mismo texto legal establece que el Presidente de la
Sala podrá establecer que las sesiones se celebren a puerta cerrada, cuando así lo exijan
razones de moralidad, orden público, o el respeto debido a la persona ofendida por el delito
o a su familia”.

En lo que se refiere al Ministerio Fiscal, el art. 50 del Estatuto Orgánico del Ministerio
Fiscal dispone que: “…los miembros del Ministerio Fiscal guardarán el debido secreto de los
asuntos reservados que conozcan por razón de su cargo”.

Con respecto al secreto del sumario en los procesos penales, la Fiscalía General del
Estado dictó la Instrucción 3/1993, de 16 de marzo. En su apartado II se refiere,
específicamente, al deber del ministerio fiscal de velar por el secreto del sumario.

Por otro lado, el art. 497, f) LOPJ establece que los funcionarios de la Administración
de Justicia deberán mantener sigilo: “…de los asuntos que conozcan por razón de sus cargos o
funciones, y no hacer uso indebido de la información obtenida, así como guardar secreto de las
materias clasificadas u otras, cuya difusión esté prohibida legalmente”.

Por último, cabe señalar que el Código Penal, en su art. 466, apartado 2, tipifica la
conducta del juez, fiscal, secretario judicial o cualquier funcionario al servicio de la
administración de justicia que revele actuaciones procesales declaradas secretas por la
autoridad judicial en los siguientes términos:

“2. Si la revelación de las actuaciones declaradas secretas fuese realizada por el Juez o
miembro del Tribunal, representante del Ministerio Fiscal, Secretario Judicial o cualquier
funcionario al servicio de la Administración de Justicia, se le impondrán las penas previstas en
el art. 417 en su mitad superior (pena de multa de doce a 24 meses, e inhabilitación especial
para empleo, cargo público, profesión u oficio de uno a cuatro años).

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