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GREGORIO RUIZ

LOS PROFETAS Y LA POLÍTICA


Cada vez más se va considerando a los profetas como denunciantes de la situación
injusta y pecadora en la que vivían. Su esperanza escatológica les hacía mantenerse
descontentos y críticos ante las realidades presentes y actuar en la sociedad como
imperturbables revisionistas. Sus intervenciones, a menudo, están faltas del realismo
que lleva consigo toda acción política; pero creer que la utopía se opone
necesariamente a la actividad política concreta, sería olvidar que los grandes
revolucionarios se han alimentado siempre de grandes raciones de utopía, que les
animaba a su continua acción y con la que sacaban a sus contemporáneos del realismo
contemporizador con el que se contentaban o resignaban. Esta actitud de denuncia
profética, con una necesaria resonancia política, tiene plena vigencia en nuestro
tiempo.

Los profetas y la Política, Iglesia Viva, 44-55 (1973) 151-168

En el documento de la Conferencia Episcopal Española sobre "La Iglesia y la


comunidad política" se advierte la presencia no solo de frases aisladas sobre la función
y denuncia proféticas, sino también de toda una sección (nn 29-33) sobre el deber y las
cualidades de una denuncia profética, que forzosamente tendrá una resonancia política
(n 10).

Va quedando atrás el que los profetas sean considerados exclusivamente como


anunciadores de Cristo; ya se los ve ocupados en denunciar tanto o más que en anunciar,
si es que estamos dispuestos a respetar esa inexacta dicotomía. Sus anuncios eran, de
hecho, reproche y esperanza de cambio de la situación injusta y pecadora que les tocaba
vivir.

No analizaré la denuncia en general que los profetas de Israel ejercitaron, si bien la


denuncia de los primeros nebi'im (cfr. libros de Samuel y Reyes) contra los reyes y
particulares es continuada por la denuncia y crítica de toda la sociedad, en los profetas
mayores y menores y su crítica les hace protagonistas políticos, ejerciendo una
influencia y una conformación de la sociedad en que viven. Me ceñiré a su intervención
en la esfera y estructura estatales.

La acción política de los profetas se presta a las más variadas interpretaciones de los
exegetas, como se prestó también durante su vida a continuas contradicciones por parte
de sus contemporáneos. Esto es normal, dado que se trata de la actividad y existencia de
unos hombres que actúan como testigos y mensajeros de un Dios invisible. Lo que
ciertamente es cuestión indiscutible y adquirida es que la existencia y actuación de los
profetas no puede circunscribirse a un anuncio mesiánico y a la predicación de una
conversión espiritualista.

Después de un escueto repaso de las principales actividades políticas de los profetas de


Israel, trataré de señalar los motivos y las características que me parecen más
importantes de su intervención y que más pueden iluminar nuestra actitud hoy,
indicando finalmente el evidente nexo existente entre la profecía veterotestamentaria y
la nueva economía después de Cristo.
GREGORIO RUIZ

LA ACTIVIDAD POLÍTICA DE LOS PROFETAS

La profecía hebrea se extiende unos seis siglos (XI-V a. C.), en una notable
simultaneidad con la monarquía, hasta el siglo siguiente al destierro.

En un primer momento, los profetas acompañan al ejército, arengándolo antes de la


batalla, aconsejando a los reyes en el momento de emprender la lucha, siguiendo al
ejército. Esto hace que se los considere como pieza clave del ejército en la guerra santa.
También criticarán pública y privadamente al rey por sus pecados, e intervendrán
aconsejando o desaconsejando planes de todo tipo, en concreto, la oportunidad o no de
hacer alianzas o declarar la guerra. Esta intervención estrictamente política llega hasta el
hecho de decidir con su aprobación o repulsa la subida al trono o el derrocamiento de
los soberanos (1S 8,13,15).

En el proceso de depuración de la profecía, se advierte una disminución, hasta llegar a


su desaparición, de las intervenciones directas de los profetas en el ejército y en las
unciones de los reyes. Sin embargo, hay un aumento de su palabra crítica que se
extiende no solo al rey sino a grupos enteros de las clases dominantes y del pueblo. Esta
palabra crítica abarca desde la denuncia del lujo (Am 3,11-15) y la explotación de los
débiles por los poderosos (Am 2,6-8), hasta los ataques al préstamo y comercio
abusivos (Am 8,5s). También se va operando paulatinamente una preponderancia de la
profecía de desventura y acusación, con disminución de las corrientes de salvación y
parabienes.

LOS MOTIVOS DE SU ACTUACIÓN

Para Mas Weber, la fuerza inmensa y única en su género que adquirió la profecía en
Israel fue debida a la debilidad de la monarquía, que no disponía del poder y recursos
represivos de los imperios contemporáneos. Ésta es una explicación posible, pero no
llega a la raíz. Habría que preguntarse por los motivos que impulsaron a hablar y a
actuar a los profetas, independientemente de que hubieran conseguido o no hacerlo.

Al ser preguntados los profetas por qué hablaban o actuaban, siempre aludían a la
llamada del Señor: "Yahvé ha hablado, ¿quién no profetizará?" (Am 2,8). Esta palabra
del Seño r que dirige su vida es la que informa toda su predicación. Esta palabra
concretísima es la de la total trascendencia de Dios, Señor de la historia, pero no ajeno a
ella, sino absoluto conformados de la misma. El modo como Dios había actuado hasta
entonces en la historia del pueblo ilumina la actuación de los profetas que se opondrán
sin descanso a las falsificaciones que se quieran introducir.

El carácter liberador del Dios del Éxodo con el que nace Israel, se vio reforzado por la
dimensión liberadora y revolucionaria que adquirió la conquista de la tierra y que se
plasmó en los dos siglos largos de la anfictionia (Jc 2,1.25 ), en la que no se reconocía
otro primado que el de Yahvé (Jc 8,23). Este triple factor antimonárquico sigue
influyendo más o menos conscientemente a lo largo de toda la monarquía. A pesar de
haber sido compuestos bajo la monarquía, nos han llegado textos profundamente
antimonárquicos con un fondo democrático. En los profetas, la situación del comienzo
seguía siendo la idealmente normativa, aun en aquellos, más identificados con la
monarquía, que no quieren derribarla pero sí infundirle el espíritu primero. Al avanzar
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la monarquía fue empeorándose la situación y apareció una división más profunda de


clases con la creación del cuerpo de funcionarios reales, la constitución de un ejército
permanente y la creación de grandes almacenes que posibilitan la acumulación de la
riqueza en unos pocos. Para todo ello y para el embellecimiento de la capital, que
comienza Salomón, se necesitaba recabar nuevos y fuertes impuestos, así como la
prestación personal en trabajos forzados (1R 5,2-8; 1S 8,1018).

A estos abusos de los monarcas, suplantadores de Dios en la política interior, se


añadirán paralelos abusos en la exterior. Isaías critica las alianzas guerreras que se están
tramando (Is 7), quiere que el país ofrezca a los pueblos vecinos, llenos de odio y
confiados en sus armas, un ejemplo: la imitación por parte del pueblo de la actitud de
Dios, tranquilo en medio de los acontecimientos (Is 18,4ss ), convirtiéndose así en
factor de paz y de orden. A esta misma concepción de Dios como Señor de la historia
obedece la actitud de jeremías que ve en Nabucodonosor el instrumento elegido por el
Dios universal (Jr 21,1-10).

Esta trascendencia del único Señor, impone a la actuación profética dos matices
importantes: 1) El principio de la teocracia israelita se va superando en la medida que se
comienza a considerar a Yahvé no sólo como el rey de Israel sino como el Rey y Señor
de todos los pueblos. 2) La firme fe en este Dios y Señor de la historia, que puede
configurar el futuro, "un cielo y una tierra nuevos" -¡no sólo cielo!-, anima la esperanza
de los profetas. Por eso no aceptan las cosas como están, sino que colaboran a que este
dominio de Dios y salvación escatológica vayan realizándose ya en la tierra.

La actitud profética de fe total en Yahvé, ¿no está en contradicción con su línea


"secularizante", tan aleccionadora para nosotros hoy?, ¿no es mucho mejor modelo la
política activa de Ajaz que la fe esperanzada pero inoperante de Isaías? En absoluto. Si
los profetas afirman con esa fuerza la soberanía suprema de Dios es porque, con el
monarca acaparador, ha dejado de ser un mensajero de Yahvé el que convoca
carismáticamente para la guerra: ya no son las ciudades y las tribus las que deciden.
Esta evolución inevitable trajo la transformación del individuo, que quedó a merced del
rey y de la nueva aristocracia. Los profetas irrumpen cuando esa situación se agrava, al
arrogarse el rey decisiones que orillan positivamente a Dos. Yahvé era quien daba el
sentido !e libertad e individualidad a cada israelita al poner Él en cuestión a cualquier
otro que quisiera arrogarse en exclusiva y absolutamente el título de señor indiscutible.

CARACTERISTICAS DE SU ACTUACIÓN

Actuar por la palabra

No podemos minusvalorar la intervención profética porque se fuera reduciendo casi


exclusivamente a palabras y abundara menos en acciones concretas. Los que se sientan
llamados a participar de lleno en la acción política no deberán despreciar a los que se
sientan con el don plenamente profético de la palabra crítica. Habrá muchos casos en
que la programación positiva de una acción concreta no se verá clara y sí en cambio los
defectos y pecados concretos que urge denunciar y corregir. De la fuerza misma de la
palabra en sí dan idea no solo los textos que testifican el rechazo de que es objeto el
profeta (Am 7,10; Jr 38,4 ), sino también el hecho de que la mayoría de los profetas que
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solo ( ? ) habían hablado sufrieran la persecución y aun la muerte. Algo de eficacia


debían tener sus palabras.

Atención a los signos de los tiempos

Esta palabra profética no es un mero anuncio de la Palabra de Yahvé sentida; el profeta


es intérprete de la voluntad de Dios para el pueblo aquí y ahora, y por eso atiende
decididamente a los signos de los tiempos. Todos los "profetas de libro" van perdiendo
el carácter estático de los nebi'im, para vivir profundamente relacionados con la vida
misma y sacar de ella lecciones que interpretarán a la luz de la Palabra, hecha en ellos
realidad activa. Isaías sacará del comportamiento de Asur, y Jeremías de la batalla de
Karkemis, lecciones decisivas para sus respectivos mensajes y actitudes.

Gerhard von Rad ha visto en esto la distinción fundamental entre profetas verdaderos y
falsos. Los segun dos no atendieron a los signos de los tiempos. Jeremías contradice a
Jananías, el cual está repitiendo como un papagayo las mismas palabras que un siglo
antes pronunciara Isaías, porque ve que las cosas han cambiado y no pueden seguir
repitiéndose las mismas palabras sin peligro de falsearlas (Jr 28).

Someten la política a la luz del Dios que les conciencia interiormente. Exactamente lo
mismo que Mt 16,3, el único texto que nos habla de los "signos de los tiempos" y que
queda iluminado con Lc 12,56; se trata del tiempo de Jesús.

Relativizar posturas

Esta atención a los signos de los tiempos relativiza profundamente cualquier forma
posible de Estado, operando continuos cambios en su valoración, no solo a lo largo de
toda la profecía, sino dentro mismo de la vida de cada profeta.

Del Dios guerrero del Éxodo, del destierro y de la conquista, a la base de las primeras
manifestaciones proféticas, se pasará a las proclamaciones de no violencia de Isaías y al
pacifismo a ultranza de Jeremías. La monarquía será sentida ora absoluta, ora
carismática, ora enraizada en la dinastía de David, en una completa relativización de las
formas estatales: la dinastía de Jehú, aupada por Elíseo (2R 9) será condenada más tarde
por Oseas (Os 1, 4).

Isaías, que en un principio vio con simpatía el imperio asirio, cambiará completamente
su actitud al ver el desenfreno y la rabia que muestra como vencedor en el trato dado a
los pueblos vencidos (Is 10,5-15; 14,24-27). Del mismo modo, su actitud no violenta se
trocará en defensa agresiva de la ciudad; una vez liberada ésta, se volverá contra sus
paisanos que celebran la liberación tomándola como la definitiva, cuando de hecho no
se ha logrado la conversión del corazón (Is 22, 12-13).

La misma actitud encontramos en Jeremías. Ante la euforia nacionalista que surge por la
caída de Asiria y que se extiende hasta lo religioso con la reforma de Josías, criticará
durísimamente el Templo, símbolo del nuevo Estado reformado y seguro de sí mismo.
No aceptará la recompensa que le quiere dar Godolías, aunque su actitud es favorable a
Babilonia, porque para Jeremías el imperio babilonio no es un estado ideal.
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Experimentó en su vida misma la duda continua sobre la opción política tomada, a la


que nunca se aferró con tenacidad, sino con la permanente disponibilidad de cambiarla
en cuanto así lo viera como querido por Dios.

Dificultad de su misión

Al profeta no le agrada esta actividad. Nunca, ni entonces ni ahora, fue un plato de


gusto intervenir de ese modo crítico y relativizant e, del que solo pueden seguirse daños,
nunca una posición de mando que no busca para sí. Jeremías sentirá la fuerza de Dios
que le nombra profeta de pueblos y reyes ("No me digas: 'Soy un muchacho'. No les
tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte": Jr 1,7-10), pero a lo largo de toda su
actividad le invadirá un deseo irrealizable de soledad: "Quién me diera una posada en el
desierto ... " (Jr 9,1) . Amós, acusado de comer su pan a costa de sus críticas de profeta,
responde que él se lo ganaba muy bien siendo pastor y cultivando la tierra (Am 7,13-
15).

No solo influye el miedo en la resistencia inicial a su misión profético-crítica. El amor a


aquellos a quienes sienten que deben criticar les hace pedir a Dios insistentemente que
esas amenazas y castigos no se cumplan. Es una lucha dramática entre el hombre que
todos llevan dentro y el profeta (Am 7,2-5; Jr 7,16; 11,4; 18,20). Sólo ante la evidencia
ineludible se inclinarán a criticar y anunciar la desgracia. Y aun así, seguirán pidiendo
por ellos. Si todo esto desaparece y no empuñamos con lágrimas sino con gusto el látigo
acerado y lacerante, aunque sólo sea de palabra, tendrá más de sadismo que de fe
constructora cualquier actividad crítica que intentemos desplegar.

Relación con el pueblo

¿Cuál es la relación del profeta con el pueblo? La inclusión de los libros proféticos
concretos que conservamos fue obra del mismo pueblo, que reconocía siglos después la
verdad de aquellos profetas a quienes ellos mismos con frecuencia no habían entendido
o incluso habían perseguido. No debemos olvidar que la mayoría de esas
incomprensiones Y persecuciones vinieron de los que tenían el mando y no del pueblo
sencillo; con todo, son muy frecuentes las alusiones proféticas al pueblo de dura cerviz
(Jr 5, 4-5) : la soledad del profeta es fruto de una crítica que el pueblo no comparte (Jr
15, 20), los consejos de Isaías a Ajaz le hacían aparecer ante los demás como un
inmovilista, mientras que la actuación de Jeremías le presentaba como un antipatriota.
No es menos cierto que su intensa y continua predicación social profética tenía que
encontrar un eco profundo en el pueblo sencillo, que se identificaba con los profetas en
un régimen ideal, en el que rigiera una igualdad y libertad fundamentales. El profeta es
pionero solitario, odiado unas veces, admirado otras, pero concientizador siempre en
avance de anhelos del pueblo. Esta misión es realizada por los profetas con una actitud
de sinceridad y de respeto.

La sinceridad les lleva a responder siempre a las preguntas que el entorno social crea en
ellos y en sus contemporáneos con opciones determinadas. Rehuir la respuesta es decir
que sí a situaciones de hecho posiblemente opresoras. Gozan de una radical libertad: sin
ningún interés personal en juego, dominados sólo por Dios que los posee, y esta
aparente falta de libertad es la fuente de su libertad total.
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Esto les lleva a respetar otras libertades y nunca intentarán forzarlas si no es con la
mera palabra, a la que cada cual será libre de dar o no oído. Así podría explicarse que no
movieran fuerzas revolucionarias ni se aliasen con las existentes en el país, como era la
del 'am ha'ares o "pueblo del país", especie de Parlamento popular (2 R 11,4-20; 21,23;
23,2433 ), constituido por los poderosos e influyentes propietarios del país (Ez 22,29),
que colaboraba en la destitución o encumbramiento de los monarcas. A pesar de la
enorme familiaridad e influencia que ejercían con el rey y en palacio, y de que algunos
notables estaban a su favor (Jr 26, 17.24), se puede concluir que existe en los profetas
una identificación profunda con los desheredados y explotados, de los que se convierten
en abogados defensores. Quizás sea éste un motivo más para que jeremías acepte a
Nabucodonosor, del cual esperaba que realizaría el reparto de tierras, cosa que ocurrió
(Jr 39,9s).

¿Utópicos?

Se acusa a los profetas de haber sido unos utópicos, Es evidente el carácter demasiado
escatológico de textos como Is 9, 1-7; 11; 32,16-18; Jr 32, 36-44, así como sus
añoranzas de tiempos antiguos nómadas o de incipiente agricultura, que parecen estar en
la base de sus críticas contra el inevitable progreso y apertura al comercio y a la
industria realizados por la monarquía. Intervenciones como la de Isaías pidiendo a Ajaz
desconfiar de toda alianza con las nacio nes y de fiarse sólo de Dios (Is 28, 14ss; 29,13ss
), o la de Jeremías exigiendo la deposición de las armas ante el enemigo, están llenas de
fe en Dios y faltas del realismo que lleva consigo toda acción política.

Sin embargo, no puede olvidarse que esa misma esperanza escatológica, que parece
trascender la realidad, es la fuente de su postura crítica. Les hace mantenerse
descontentos y críticos ante las realidades presentes y actuar en la sociedad como
imperturbables revisionistas. Creer que la utopía se opone necesariamente a la actividad
política concreta, es olvidar que los grandes revolucionarios se han alimentado siempre
de grandes raciones de utopía que les animaba a su continua acción y con la que sacaban
a sus contemporáneos del realismo contemporizador con el que se contentaban y
resignaban.

También habría que preguntarse si de verdad resultaban una pura utopía las visiones y
consejos proféticos de un Isaías y un jeremías y no fueron más bien los utópicos
aquellos reyes que creyeron en la omnipotencia de Nínive o de Egipto, o en la fuerza
ridícula de su propio ejército a costa de los pequeños propietarios y contribuyentes. La
historia daría la razón a los profetas. La profunda fe esperanzada en Yahvé les permitía
superar el fanatismo nacionalista, y les disponía al cambio y a la relativización,
capacitándoles para la percepción de injusticias más de lo que pudieron estar los que se
encontraban condicionados por el poder.

PROFETISMO Y CRISTIANISMO

Son evidentes las correcciones que la contrastación Israel-Iglesia impone. Los profetas
se desenvuelven en un régimen teocrático, mientras que las negativas de Cristo a un
mesianismo estrictamente temporal deben seguir conformando la actuación de su
Iglesia. Por otra parte, lo profético se identifica tan por esencia con el carisma del
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individuo que, aun sin admitir la total contraposición de institución y carisma, hay que
reconocer que la traducción en su totalidad del compromiso y denuncias proféticas al
individuo es más unívoca que su traducción a la institución, si bien el carácter profético
de ésta siga exigiendo claramente el ejercicio, al menos decidido y valiente, de la
denuncia.

Lo que no se puede conceder es que el profetismo veterotestamentario desaparece en la


nueva economía y que lo que aparece de profetismo en el NT se reduzca a un carisma
para la edificación espiritual de la comunidad. Más que lo dicho explícitamente por el
NT, en cuestión de profetas y profetismo interesa constatar todo lo que en palabras y
actuaciones hay de profetismo expresado implícitamente- No sólo Jesús actúa de un
modo que al pueblo le recuerda al actuar profético (Mt 21, 11.46... ), sino que la Iglesia
nace como una comunidad profética (Hch 2). Y Pablo dará continuamente, ante los
diversos magistrados, ejemplo de la libertad (parresía) de hablar que no había cesado de
recomendar en sus cartas.

Respecto a Jesús, el último libro aparecido en castellano (J. M. Casciaro, Jesucristo y la


sociedad política, Madrid, 1973) causa una tristeza sólo superable por el enojo que
simultáneamente suscita. No estudia ni cita ninguno de los aspectos revolucionarios y
comprometidos de su mensaje, como serían: las señales de su reino, que son la libertad
de los cautivos, el anuncio a los pobres, la liberación de los oprimidos, la promulgación
del año de gracia (Lc 4, 18ss) ; las denuncias de las autoridades religioso-políticas,
continuas y violentísimas, con una libertad que le viene -como a los profetas- de su
entrega total a la voluntad del Padre y que le llevará a la muerte, como a tantos profetas.
Este autor sólo analiza pasajes que le sirvan para su tesis fundamental: Jesucristo (y la
Iglesia deberá seguir su programa) se redujo positivamente a una esfera religiosa,
totalmente ajena a lo temporal.

Incluso los pasajes que este autor comenta son susceptibles de una interpretación
opuesta a la dada por él. Así, por ejemplo, el episodio del tributo al César no es un
argumento unívoco de que nada tiene que ver la Iglesia con el ordenamiento temporal
(pp 83-87). Para los oyentes de Jesús, está lo suficientemente impreso en la memoria el
texto de Gn 1,27 sobre el hombre como imagen de Dios, para que la alusión a la imagen
de la moneda deje claro el apotegma de Jesús: Dad al César lo que es imagen suya (el
dinero y todo lo que se le parece), pero dad solo a Dios lo que es su imagen -la persona
humana misma. Todo lo que en los cristianos hay de denuncia y protesta valiente en
favor de la libertad y dignidad de la persona humana, encuentra motivo y norma en esta
frase de Jesús.

Asimismo la alusión a la conversación con Pilato, centrada exclusivamente en la frase


de Jesús: "Mi reino no es de este mundo" (pp 88-91), muestra que no ha calado ni la
fuerza crítica y relativizante de todo reino de aquí abajo necesariamente imperfecto, ni
mucho menos ha profundizado en la que sigue: "Tú lo dices, que yo soy rey. Yo para
esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37). El AT muestra
cómo en la historia de Israel los monarcas han necesitado siempre la intervención
paralela de los profetas que dieran testimonio de la verdad. Juan en esta frase recoge
algo que para él es central: la identificación en Jesús del oficio de rey y de profeta.

Igualmente, del análisis de las tentaciones (pp 62-66) deduce la oposición de Jesús a
todo "temporalismo". Pues no. La tentación de dominar los reinos es de triunfalismo, no
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de intervención crítica contra el poder. La respuesta de Cristo es: Él y su Iglesia no


deben tratar de dominar los reinos del mundo "constantinianamente", sino adoptar ante
el poder una actitud crítica y relativizante. Cristo corrige en esto la actitud profética del
AT; pues en Cristo no hay triunfalismos mientras que los profetas intervinieron las más
de las veces buscando para Sión el puesto predominante en el concierto político de las
naciones.

La Iglesia es profética porque, de hecho, interpreta proféticamente la resurrección de


Cristo, que pone en entredicho todo lo dado y lo aceptado y aceptable desde la
perspectiva de lo que "puede ser" y "debe ser". El Dios grande en consejo, poderoso en
hechos, pedía a su pueblo, y sigue pidiéndoselo, no solo pensamientos, sentimientos y
principios, sino actuación, hechos de justicia. Decir que la Iglesia debe buscar sólo la
santificación de los hombres, su salvación, es olvidar que tanto para los profetas como
para Cristo y para su Iglesia la salvación ha de ser concreta. Pero añadir por toda
concretización que se trata de la salvación del pecado, y negar así su "temporalismo", es
olvidar que ese pecado se manifiesta cotidianamente en las injusticias y opresiones
existentes. La crítica profética concreta contra el culto, que Cristo continúa, va dirigida
a desenmascarar una actitud de desentendimiento de los problemas de injusticia y
opresión que afectan a la sociedad, refugiándose en la esfera de lo cúltico-religioso.
Otro refugio es aludir a "la Iglesia qua talis" para disuadir toda posible intervención,
pero ¿qué es "la Iglesia"? Si por ella se entiende solo a los sacerdotes, estamos en una
Iglesia que nada tiene que ver con el Vaticano II y con lo que la luz de los profetas nos
da; ellos se reconocían como miembros laicos del pueblo que respondían a una llamada.

La Iglesia no deberá aliarse con ningún sistema político; cierto. Y en este sentido tiene
mucho que aprender de las recomendaciones de Isaías a Ajaz. Pero no es menos verdad
que la actuación profética que Cristo continúa es un ejemplo vivo de cómo surgirá
inevitablemente de su anuncio y de su denuncia una confrontación política que no deja
de ser real y muchas veces dolorosa, aunque su programa (como también el sermón del
monte) pareciera utópico y alejado de la realidad.

Si en algo se diferencia la actuación del cristiano de la del profeta del AT es


precisamente que la esperanza que a ellos les animaba ha ganado en realismo con la
irrevocabilidad que nos trae la Resurrección de Jesús, fuente de esperanza y de perenne
inquietud, que no se deja absolutizar por nada ni por nadie. De la Revelación, por tanto,
aprenderemos qué debemos decir, aunque no podamos aprender exactamente qué
debemos hacer, pero sí con qué espíritu y motivo.

No fue a pesar de, sino por causa de su vocación como los profetas intervinieron con
sacrificio, libertad y decisión en la sociedad de su tiempo. "Yahvé ha hablado, ¿quién
puede no profetizar?

Condensó: MARGARITA GOMEZ

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