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¿Quién celebra?

La liturgia sacramental, como ofrenda del Christus totus, Cabeza y miembros, sólo puede
ser la celebración de la Iglesia entera. «Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a
su Cabeza quien celebra»1. Esta verdad tiene varias consecuencias:

a. Cada celebración litúrgica, aunque se celebre “en privado”, es una acción de toda la
Iglesia, pertenece a la Iglesia y manifiesta la Iglesia2. Por este motivo, la liturgia no
puede nunca encerrarse en los horizontes estrechos de grupos o de lugares,
transformándola sólo en una ocasión para hacer comunidad a nivel local o particular.
Allí donde se celebra la liturgia, está presente en esa comunidad concreta toda la
Iglesia en su totalidad: una, santa, católica y apostólica3.

b. Por esta razón, el Vaticano II afirma que es en general preferible la celebración


comunitaria a la individual o privada4. Naturalmente, esta segunda forma no queda
abolida, sino que la Iglesia, en igualdad de condiciones, prefiere la primera.

c. Siendo la Iglesia un cuerpo orgánico y estructurado, cada miembro de este cuerpo


participa en la liturgia según su propio estado y desempeñando todas y sólo las
funciones que propiamente le corresponden (S.C. 28). En un cuerpo, el ojo no puede
ni debe desempeñar la función del hígado y viceversa, de otro modo se arruina la
salud (Rm 12,4: «no desempeñan todos los miembros la misma función»). Por eso,
la SC 26 dice que cada uno de los miembros de la Iglesia «recibe un influjo diverso
[en la acción litúrgica], según la diversidad de órdenes, funciones y participación
actual».

Así pues, toda la asamblea es «liturga»5 y, en este sentido, toda la asamblea celebra la
liturgia. Pero la distinción entre los diversos miembros, que existen en el interior del Cuerpo
místico de Cristo, no puede hacernos olvidar la importancia del papel del ministro ordenado
en el ámbito litúrgico. El hecho de que, en tiempos recientes, este papel no haya sido
siempre reconocido claramente en su peculiaridad e insustituibilidad, ha inducido a la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a pedir una gran
cautela en el uso de expresiones que, aunque justas en sí mismas, frecuentemente han
sido usadas ideológicamente:

«Es necesario reconocer que la Iglesia no se reúne por voluntad humana,


sino convocada por Dios en el Espíritu Santo, y responde por la fe a su llamada
gratuita (en efecto, ekklesia tiene relación con Klesis, esto es, llamada). Y el
Sacrificio eucarístico no se debe considerar como “concelebración”, en sentido
unívoco, del sacerdote al mismo tiempo que del pueblo presente. Al contrario, la
Eucaristía celebrada por los sacerdotes es un don “que supera radicalmente la
potestad de la asamblea [...]. La asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía
necesita absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística, un sacerdote
ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no está capacitada para darse
por sí sola el ministro ordenado” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 29). Urge
1
CIC 1140.
2
Cf. San Pedro Damían, Dominus Vobiscum.
3
Cf. P.O. 13; EV 1, 1288.
4
Cf. S.C. 27
5
CIC 1144
la necesidad de un interés común para que se eviten todas las ambigüedades en
esta materia y se procure el remedio de las dificultades de estos últimos años. Por
tanto, solamente con precaución se emplearán términos como “comunidad
celebrante” o “asamblea celebrante”, en otras lenguas vernáculas: “celebrating
assembly”, “assemblée célébrante”, “assemblea celebrante”, y otros de este tipo»6.

Como se puede ver, el texto no dice que estas expresiones no puedan ser utilizadas, sino
que tienen que ser utilizadas con cautela, lo que quiere decir que deben ser explicadas
siempre con claridad y prefiriendo no utilizarlas cuando, por varios motivos, no sea posible
hacer entender bien en qué sentido se habla de «asamblea celebrante». Esta
recomendación se debe a los recientes errores en la comprensión del misterio litúrgico y de
las funciones celebrativas en éste, mientras que queda firme la realidad teológica de que
cada celebración litúrgica comprende a toda la asamblea: sacerdotes y fieles.

Como consecuencia de ello:


a. Se distingue claramente la función del sacerdote ministro de la función de los otros
bautizados en la celebración litúrgica.

b. «El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la


Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia»7. Esto vale
para los diversos aspectos del ministerio y sobre todo en la liturgia. Los sacerdotes
ni existen sin el pueblo de Dios, ni son sólo miembros de este pueblo al igual que los
demás, ya que poseen, dentro de este pueblo enteramente sacerdotal (por el
sacerdocio bautismal común), un ministerio sacerdotal que han de desempeñar, que
es el sacerdocio ordenado o ministerial. «No se debe entonces pensar en el
sacerdocio ordenado como si fuese anterior a la Iglesia, porque está totalmente al
servicio de la misma; pero tampoco como si fuera posterior a la comunidad eclesial,
como si ésta pudiera concebirse como constituida ya sin este sacerdocio»8. Esta
teología debe ser claramente visible en la liturgia.

c. En concreto, el sacerdote es liturgo, un ministro del culto, celebrante del rito: estas
categorías expresan muy bien el hecho de estar como cabeza de un pueblo, el
presidirlo, el estar al frente de él. Pero en la liturgia él debe estar también con el
pueblo, dentro del pueblo y no solamente al frente de él. Hay aquí un doble
movimiento: el del sacerdote, que habla al pueblo como guía en la tierra (pastor) de
la Iglesia, y el del sacerdote que junto al pueblo eclesial y en su nombre se dirige a
Dios, lo adora, le reza y le ofrece el sacrificio. Hoy la palabra más utilizada por el
sacerdote que celebra el culto divino es la de «presidente» de la celebración. El
tenor de esta palabra es de carácter más bien funcional ya que, por ejemplo, se
habla de un presidente de una sociedad comercial o de una asamblea de
condominio: en estos casos, los miembros del consorcio elijen a uno de entre ellos
para guiarlos y representarlos. Pero evidentemente no es este el significado de la
presidencia litúrgica. ¿Existe una palabra mejor que indique ambos movimientos: al
frente y dentro de la Iglesia? Por lo que concierne al ministerio sacerdotal en
general, la palabra más adecuada se halla en el Evangelio: «Pastor». Las ovejas son
guiadas por el pastor que se pone a la cabeza de ellas. Las ovejas no eligen por sí
mismas a su pastor, sino que deben seguirlo, seguir su palabra, sus llamadas. Por

6
Redemptionis Sacramentum, n. 42
7
S. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 16.
8
Ídem.
otra parte, con respecto al ministro que celebra el culto, la palabra que forma más
adecuada lo designa parece ser propiamente el término más común: «sacerdote».
Veamos un texto del Nuevo Testamento:

i. «Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en


favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y
sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y
extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa
misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del
pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo
que Aarón» (Heb 5, 1–4).

Sabemos que este pasaje, en su contexto, se refiere al sacerdocio del


Antiguo Testamento. Sin embargo, su contenido se puede aplicar también al
sacerdocio del Nuevo Testamento9. Este texto subraya lo siguiente:

- El sacerdote es tomado de entre los hombres (en la Iglesia).

- Desempeña un ministerio para el bien de los hombres (ministerio = servicio y,


por consiguiente, sacerdocio ministerial).

- Lo realiza en las cosas que tocan a Dios (por lo tanto, al oficio sacerdotal no
le concierne la acción secular y la promoción social directa, la cual compete a
los fieles).

- Es constituido para ofrecer dones y sacrificios (oficio litúrgico-sacramental),


por los pecados (valor expiatorio de la liturgia). En todas estas cosas el
sacerdote es puesto por Dios al frente de la Iglesia. Pero sigue
permaneciendo dentro, porque es pecador como los otros y porque tiene
necesidad de celebrar la liturgia expiatoria también por sí mismo. Finalmente,
este ministerio se da por vocación divina, nadie se puede atribuir a sí mismo
este honor, ni tampoco la comunidad puede delegar a alguien para presidirla.
La comunidad no se da a sí misma su guía, sino que lo recibe de Dios;
aunque viene escogido de entre sus miembros.

d. Esta última anotación implica que el sacerdote cuando celebra, no sólo representa a
la comunidad local, sino que ante todo es icono de aquel Dios que lo ha elegido en
Cristo, así como de toda la Iglesia universal. Por este motivo él, al celebrar la liturgia,
debe hacerlo ateniéndose estrictamente a los ritos y a las fórmulas prescritas por la
Iglesia católica, no por legalismo rubricista, sino porque él no es el gestor de lo que
está haciendo, sino el representante de otros: de Cristo y de su Esposa.

e. Todas estas consideraciones están relacionadas con el tema de la orientación en la


oración litúrgica, algo a considerar. ¿Qué posición del sacerdote en la celebración
litúrgica (sobre todo en la liturgia eucarística) expresa mejor la dualidad del
movimiento: de Dios a los hombres, de los hombres a Dios? ¿Qué posición litúrgica
expresa mejor el hecho de que el sacerdote está al mismo tiempo ante Dios, al
frente de la Iglesia y dentro de ésta?

9
Así lo usa Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, 86, 2.

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