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La liturgia sacramental, como ofrenda del Christus totus, Cabeza y miembros, sólo puede
ser la celebración de la Iglesia entera. «Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a
su Cabeza quien celebra»1. Esta verdad tiene varias consecuencias:
a. Cada celebración litúrgica, aunque se celebre “en privado”, es una acción de toda la
Iglesia, pertenece a la Iglesia y manifiesta la Iglesia2. Por este motivo, la liturgia no
puede nunca encerrarse en los horizontes estrechos de grupos o de lugares,
transformándola sólo en una ocasión para hacer comunidad a nivel local o particular.
Allí donde se celebra la liturgia, está presente en esa comunidad concreta toda la
Iglesia en su totalidad: una, santa, católica y apostólica3.
Así pues, toda la asamblea es «liturga»5 y, en este sentido, toda la asamblea celebra la
liturgia. Pero la distinción entre los diversos miembros, que existen en el interior del Cuerpo
místico de Cristo, no puede hacernos olvidar la importancia del papel del ministro ordenado
en el ámbito litúrgico. El hecho de que, en tiempos recientes, este papel no haya sido
siempre reconocido claramente en su peculiaridad e insustituibilidad, ha inducido a la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos a pedir una gran
cautela en el uso de expresiones que, aunque justas en sí mismas, frecuentemente han
sido usadas ideológicamente:
Como se puede ver, el texto no dice que estas expresiones no puedan ser utilizadas, sino
que tienen que ser utilizadas con cautela, lo que quiere decir que deben ser explicadas
siempre con claridad y prefiriendo no utilizarlas cuando, por varios motivos, no sea posible
hacer entender bien en qué sentido se habla de «asamblea celebrante». Esta
recomendación se debe a los recientes errores en la comprensión del misterio litúrgico y de
las funciones celebrativas en éste, mientras que queda firme la realidad teológica de que
cada celebración litúrgica comprende a toda la asamblea: sacerdotes y fieles.
c. En concreto, el sacerdote es liturgo, un ministro del culto, celebrante del rito: estas
categorías expresan muy bien el hecho de estar como cabeza de un pueblo, el
presidirlo, el estar al frente de él. Pero en la liturgia él debe estar también con el
pueblo, dentro del pueblo y no solamente al frente de él. Hay aquí un doble
movimiento: el del sacerdote, que habla al pueblo como guía en la tierra (pastor) de
la Iglesia, y el del sacerdote que junto al pueblo eclesial y en su nombre se dirige a
Dios, lo adora, le reza y le ofrece el sacrificio. Hoy la palabra más utilizada por el
sacerdote que celebra el culto divino es la de «presidente» de la celebración. El
tenor de esta palabra es de carácter más bien funcional ya que, por ejemplo, se
habla de un presidente de una sociedad comercial o de una asamblea de
condominio: en estos casos, los miembros del consorcio elijen a uno de entre ellos
para guiarlos y representarlos. Pero evidentemente no es este el significado de la
presidencia litúrgica. ¿Existe una palabra mejor que indique ambos movimientos: al
frente y dentro de la Iglesia? Por lo que concierne al ministerio sacerdotal en
general, la palabra más adecuada se halla en el Evangelio: «Pastor». Las ovejas son
guiadas por el pastor que se pone a la cabeza de ellas. Las ovejas no eligen por sí
mismas a su pastor, sino que deben seguirlo, seguir su palabra, sus llamadas. Por
6
Redemptionis Sacramentum, n. 42
7
S. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 16.
8
Ídem.
otra parte, con respecto al ministro que celebra el culto, la palabra que forma más
adecuada lo designa parece ser propiamente el término más común: «sacerdote».
Veamos un texto del Nuevo Testamento:
- Lo realiza en las cosas que tocan a Dios (por lo tanto, al oficio sacerdotal no
le concierne la acción secular y la promoción social directa, la cual compete a
los fieles).
d. Esta última anotación implica que el sacerdote cuando celebra, no sólo representa a
la comunidad local, sino que ante todo es icono de aquel Dios que lo ha elegido en
Cristo, así como de toda la Iglesia universal. Por este motivo él, al celebrar la liturgia,
debe hacerlo ateniéndose estrictamente a los ritos y a las fórmulas prescritas por la
Iglesia católica, no por legalismo rubricista, sino porque él no es el gestor de lo que
está haciendo, sino el representante de otros: de Cristo y de su Esposa.
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Así lo usa Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, 86, 2.