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FERNÁNDEZ, Antonio; Historia

Universal. Edad Contemporánea,


CAPÍTULO II Editorial Vicens Vives, Barcelona, 1997
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

1. ELCONCEPTO DE REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

A mediados del siglo XVIII se inicia en Inglaterra y se difunde posteriormente a otras naciones
europeas una transformación profunda de las técnicas de trabajo que de forma inmediata repercute
en la economía y la sociedad. Esta metamorfosis constituye el cambio más importante en la vida
humana desde el período neolítico; se pasa del viejo mundo rural al de las ciudades tentaculares, del
trabajo manual a la máquina, del taller a la fábrica. Los campesinos abandonan los campos y se
trasladan a trabajar a las ciudades; el artesanado tradicional se extingue paulatinamente: la nueva
organización del trabajo provoca la aparición de profesionales, promotores, ingenieros, una élite
burguesa que suplanta a los nobles terratenientes en sus puestos de protagonismo, al tiempo que en
las concentraciones industriales se forma un proletariado, clase social que se define por su trabajo
con máquinas de las que no son propietarios. Todo se transforma: trabajo, mentalidad, sociedad,
aunque inicialmente llamara la atención de los testigos la máquina y las formas de energía que la
movían. Al respecto, escribe Cipolla: «Desde un punto de vista estrictamente técnico y económico,
la Revolución Industrial puede definirse como el proceso por medio del cual la sociedad obtuvo el
control de amplias fuentes de energía inanimada. Sin embargo, tal definición no da una idea lo
bastante clara de la envergadura del fenómeno, pues no permite poner de manifiesto ni sus remotos
orígenes ni sus consecuencias económicas, culturales, sociales y políticas».No se trata de un
fenómeno brusco, como pudiera sugerir el término revolución, sino de un largo proceso al que se ha
aplicado, tomado del lenguaje político, un apelativo poco adecuado, aunque ofrezca la ventaja de
sugerir la intensidad de la transformación. Ni se circunscribe el cambio al proceso de la producción
fabril, puesto que se inician cambios paralelos en la agricultura, demografía y sociedad. Pero aun
siendo discutibles los dos términos -revolución, industrial- es indudable la trascendencia de un
impulso que constituye la base del mundo contemporáneo: cualquier acontecimiento de los dos
últimos siglos ofrece relación, directa o indirecta, con él. [17]

Una corriente historiográfica ha prestado atención preferente a los datos cuantitativos; Deane y
Mitchel en Inglaterra y el Instituto de Ciencias Económicas Aplicadas en Francia han elaborado
series completas de la población, producción, comercio. En otros estudios se ha atendido a rasgos
definitorios, como el uso de fuerza motriz en la fabricación o el montaje de factorías, que en
realidad ya se conocían en el período anterior. Al proceder al análisis de los aspectos sociales,
algunos historiadores han indicado efectos beneficiosos en conjunto, a largo plazo, mientras otros
han destacado los negativos. Se trata de un fenómeno de excesiva envergadura y complejidad como
para ser definido o dibujado con rasgos sencillos. De cualquier manera parece que los cambios
decisivos son cualitativos; así la nueva estructura de la sociedad es más importante que el hecho de
que esa sociedad se apoye en una base demográfica más amplia. La esencia de la sociedad industrial
es que evoluciona de modo continuo; cada cambio suscita la necesidad de otro, es un proceso
dinámico; como escribió Whitehead, el hombre «había inventado el método de inventar».
La expresión Revolución Industrial se comienza a utilizar en Francia en los primeros años del
siglo XIX, quizá para significar que la transformación de la vieja Inglaterra ofrecía dimensiones
parangonables a las que en el orden político habían convulsionado a Francia desde 1789. En algunas
publicaciones no se dejó de señalar que se trataba de un cambio más pacifico: «dichosa y apacible
revolución que no tiene nada en común con las que han ensangrentado al mundo»(Annales des Arts
et Manufactures, 1815).Algunos años después Blanqui insistía en el carácter tranquilo de un cambio
que han provocado dos máquinas, «en lo sucesivo inmortales, la de vapor y la de hilar».Este
enfoque estrictamente técnico es superado por Engels, quien en 1845, en su Situación de la clase
trabajadora en Inglaterra, consolida el término incluyendo en él un primer análisis social.
Sorprendentemente, en el Manifiesto de 1848, escrito conjuntamente por Marx y Engels, no se
alude en ningún párrafo a este término, pero veinte años más tarde en el libro 1de El Capital Marx
lo describe con amplitud, resaltando como aspecto negativo la descalificación del obrero, su
conversión en simple fuerza de trabajo. Arnold Toynbee, padre del historiador del siglo XX,
populariza la expresión en sus Conferencias sobre la Revolución Industrial en Inglaterra (1884),
pero es inexacto atribuirle, como se ha hecho por un biógrafo, su invención. Los historiadores del
siglo XIX hablan de un proceso fundamentalmente técnico: producción, progreso; a finales de la
centuria comienzan aprestar atención prioritaria a los efectos sociales. La obra del francés Paul
Mantoux, La Revolución Industrial (1906), ofrece una síntesis entre los procesos técnicos y las
repercusiones sociales, cuáles son horarios y salarios de los obreros. En 1948 se edita un libro ya
clásico, el de Ashton, que atiende con detenimiento la importancia de la serie de inventos para
analizar, a continuación, el contexto demográfico, financiero, ideológico, y rechazar la visión
catastrofista de una época de agobio para las masas populares. Ashton ha demostrado la importancia
de considerar procesos diversos, y a partir de su obra se han estudiado la acumulación de capital, la
mano de obra, la dimensión de las empresas, la formación del mercado interior y exterior, la
revolución agrícola. Se trata de un proceso global, en el que deben observarse múltiples variables.
La noción de crecimiento preocupó especialmente a los economistas. El punto de partida («take-
off»), despegue o impulso inicial, lo encontramos en el norteamericano Rostow; al alcanzar cierto
nivel de desarrollo comienza una etapa decrecimiento constante. [18] Rostow considera que toda
sociedad pasa por cinco etapas sucesivas: sociedad tradicional, precondiciones de despegue,
despegue, camino hacia la madurez y era de consumo masivo. Este modelo, un tanto petrificado, ha
sido criticado por algunos historiadores, especialmente por Deane, quien ha negado que puedan
confirmarse en todos los casos, las medidas que Rostow considera imprescindibles para el
despegue; Pierre Vilar señala diferentes modelos según los países, negando el modelo único. Y en
esta línea Tom Kemp ha precisado las variantes nacionales.
Con el crecimiento de la literatura histórica y económica el tema ha ido revelando la diversidad
de sus vertientes y la compleja relación entre las mismas. La revolución industrial parece ser un
proceso de cambio constante y crecimiento continuo, en el que intervienen técnicas (máquinas),
descubrimientos teóricos (ciencia), capitales y transformaciones sociales, acompañado por una
renovación de la agricultura, que permite el desplazamiento de excedentes de la mano de obra
campesina a las ciudades.

2. ALGUNAS CUESTIONES
La primera controversia se suscitó entorno al dilema de un proceso súbito o paulatino. El punto
de vista tradicional concebía la industrialización como un estallido revolucionario, similar aun
proceso político; así sostiene H. de G. Gibbons en 1896: « El cambio fue a menudo violento. Las
grandes invenciones se realizaron en un tiempo relativamente breve. En poco más de veinte años se
aplicaron los grandes inventos de Watt, Arkwright y Bulton». Beard, en los primeros años de
nuestro siglo, describe una Inglaterra bucólica, sobre la que se abate un cambio fulminante:
«Inesperadamente, casi como un rayo que se desprende del cielo, fue conducida a la violenta
tormenta de la Revolución Industrial». Por el contrario, Ashley, en 1912, objetaba que aunque se
produjeron cambios a gran escala y con asombrosa rapidez, fueron preparados en un periodo largo.
En el supuesto de un proceso abierto, que todavía continúa, y al que se han ido incorporando
sucesivamente muchas naciones, no se han producido debates en torno a la fecha final, que en
última instancia señalaría el engarce con lo que se ha denominado segunda revolución industrial,
pero si en cuanto a la que señalaría el inicio; 1780 para Nef y Ashton; 1740 para Dean y Cole; de
los argumentos que aportan se concluye que no es posible fijar una fecha concreta , y que las
elegidas dependen de las variables que midan o del invento que estimen que se convierte en
detonador del proceso. Hartwell, al introducir una serie de trabajos sobre las causas, plantea la serie
de cuestiones a las que hay que dar respuesta:
1. Cronología de la revolución industrial. Fechas aproximadas que enmarcan el proceso en
Inglaterra y las que señalan su difusión;
2. graficas de crecimiento, que señalan sectores y ritmos; [19]
3. historia de los inventos, analizando la trascendencia que implica el progreso tecnológico, el cual,
para Samuel Lilley, fue más un efecto que una causa.
4. cambios en la organización del comercio e industria, describiendo en qué medida el mercado se
desenvuelve con pautas más racionales. Al papel de la demanda se han dedicado estudios
específicos, es una vertiente analizada escrupulosamente en la obra de F.Crouzet;
5. acumulación de capital, igualmente estudiado por Crouzet.
6. capital humano; correlación entre las revoluciones demográfica e industrial;
7. cambios en la estructura de la economía, en la que desempeñan función creciente los sectores
secundario y terciario.

A esta relación habría que añadir todavía un análisis del papel que juegan ciertas materias primas
y, sobre todo, las nuevas fuentes de energía. No es casualidad quesea Inglaterra el solar del cambio.
En una nación sin carbón, por ejemplo, hubiera fallado uno de los resortes fundamentales de la
revolución. Y aún esta serie de cuestiones nos permitiría exclusivamente un conocimiento de los
orígenes pero no de las repercusiones, enumeradas en la obra de Speed (v. Bibliografía), que omite,
por el contrario, el panorama de preguntas que presenta Hartwell. Desde los años 40 se han
multiplicado los estudios sectoriales regionales, pero sólo los que han afrontado la totalidad del
proceso han permitido su comprensión, como La revolución industrial, de Ashton (1948), La
primera revolución industrial, de Phyllis Deane(1965), Orígenes de la Revolución Industrial, de
Flinn (1966) O la aportación de Landes a la Historia Económica de Europa ,de Cambridge (1965).

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