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APENAS UN DELINCUENTE
QUE LA REVOLUCION LLEGUE A LAS CARCELES
pp. 249
Transformaciones en el sistema penitenciario nacional producidas por la reforma
peronista de 1946-1947, en el marco de su proyecto político y de cambios en la
sensibilidad pública.
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“Nos hemos formado junto al recluso”
La reforma estuvo muy ligada al funcionario que la impulso: Roberto Pettinato, un
penitenciario de carrera, que se hizo de abajo.
Pettinato cumplía con el perfil de la mayoría de los funcionarios peronistas: un hombre
que tenía oficio y experiencia práctica en el área donde lo habían designado,
ponderando esta característica más que cualquier conocimiento “teórico” sobre el
problema que le toca resolver. De aquí se desprende el mote de “antiintelectual” de la
gestión de Pettinato.
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Según Caimari, el acercamiento empírico al recluso era un angulo que iba a
contramano de las perspectivas “abstractas” o “idealistas” de la criminología y el
penalismo vigente hasta el momento.
Apertura, desburocratización, visibilización y humanización eran los principios con los
que Pettinato pretendía trabajar.
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El gobierno estaba interesado en darle este perfil público y humano al sistema
penitenciario como parte de las políticas de justicia social con las que pretendía
promover una nueva moral y sensibilidad en la sociedad.
Pettinato tenía línea directa con el presidente y su esposa, lo que le valió de un gran
respaldo para impulsar su reforma.
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La reforma apuntaba a integrar el mundo carcelario a la más abarcadora “revolución
justicialista” en curso, no solo desde las condiciones de vida de los presos, sino
también como parte del armado político.
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El discurso público sobre el castigo también sufrió un cambio copernicano:
“…de estar históricamente centrado en los derechos de la sociedad, el
discurso sobre el castigo emitido desde el estado pasó a girar en torno a los
derechos del preso. Incluso la piedra fundamental del penitenciarismo —la
fe inconmovible en el poder transformador de la terapia de trabajo,
instrucción y disciplina aplicada en la prisión— fue reformulada como un
derecho del penado y no de la sociedad. La reconceptualización del castigo
en torno a esta nueva lógica explica que de la larga lista de reformas
carcelarias pospuestas, fueran solamente aquellas que respondían a la
empresa de “descubrimiento del preso” las que se beneficiaran de la
expeditividad oficial.”
Sin embargo, la reforma peronista se limitó a transformar el sistema carcelario ya
existente, en el sentido indicado por los principios enunciados más arriba, más que a
satisfacer necesidades materiales (edilicias más que nada) largamente reclamadas.
Esto se debía seguramente a que las primeras eran de cumplimiento mucho más
rápido y menos costosas que las segundas, lo que permitía mostrarlos al público y
capitalizarlas políticamente con mas celeridad.
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Lista de transformaciones concretas:
1) Desagravios históricos a los penados – Cierre del penal de Ushuaia, supresión del
uniforme a rayas, indemnización por accidentes de trabajo en los talleres
carcelarios, eliminación de grilletes, y política de “cercanía con el recluso”. Se
diluye la línea que separaba a los presidiarios de los administradores, con un trato
más ameno y personal. El cierre del penal de Ushuaia tuvo una función simbólica:
marcaba el punto de quiebre con la etapa anterior, un antes y un después en
materia penal, y así fue publicitado. El mensaje del gobierno era que se acababa la
era en que el castigo consistía en segregar a los delincuentes del resto de la
sociedad. Ahora iban a ser integrados a la comunidad en su proceso de
“rehabilitación”. Garland, Durkheim, y el tema de la integración social.