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Cinco poemas griegos

POR MARTÍN LÓPEZ-VEGA - 17 diciembre, 2012

Ningún mapa que se trace de la poesía del siglo XX puede orillar Grecia. Cava s,
Seferis, Elitis, Ritsos son apenas las islas más visibles de un archipiélago riquísimo. Por
el gusto de enredarme entre sus versos dejo esta semana aquí cinco versiones de poetas
menos conocidos, turista de una tradición inagotable que sigue muy viva.

Lampros Por ras (1879-1932)

Iglesias abandonadas

Hay, en las iglesias abandonadas,


vírgenes tristes, pálidas imágenes,
amadas sólo por las ores silvestres,
lirios, pamporcinos, anémonas, retamas.

Como incensarios rústicos y efímeros,


separados o unidos en sencillas guirnaldas,
esparcen su alma de ores
quemando la vida en incienso impalpable.

Se abre la puerta como de costumbre


la abre tan sólo el viento,
como si fuese la virgen quien la abriese
con dulce impaciencia materna,

anciana golpeada por el luto, olvidada


en la desierta ruina esperando
el regreso de gente de más allá del mar
eternamente oscurecido por la tempestad.

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Kostas Kariotakis (1896-1928)

Al bajar la escalera

Al bajar la escalera, ¿qué diremos


a las sombras que nos saldrán al encuentro,
estrictos conocedores, amigos vagos,
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con una sonrisa en los labios inexistentes?

Al menos aquí arriba estamos solos,


nuestro día pasa, otro nace,
y en los ojos conservamos todavía
algo que las cosas colorea.

Pero allá abajo ¿qué diremos, a dónde iremos?


Nos miraremos por fuerza el uno al otro
con los brazos extendidos hasta el codo,
inmóviles como los rostros de los iconos.

Si un día alguien se asoma a nuestra tumba,


creerá que una vez estuvimos vivos.
Cogerá o dejará una rosa,
rosa que pertenecerá a la arena.

Y si nos ponemos de puntillas


divisaremos las villas de Posillipo
y el green del Paraíso, donde juegan
al cricket tus eles, oh Señor.

Giorgos Vafopulos (1903-1996)

Edi
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En este edi cio nuestros muertos
no se limitan a roncar. Tienen el privilegio
de renacer, de amar y de volver a morir.

Cada tarde suben en el ascensor, como los justos


suben camino del juicio ante Dios.
Y cada mañana bajan de nuevo, a incinerarse
Aviso de cookies en el horno de la caldera del edi cio.

Por esto nuestro edi cio emana un olor tan fuerte:


es el hedor que proviene de la cocina
de la muerte cotidiana. No de la otra.
Esa desprende un aroma excelso.

Dinos Christianopulos (n. 1931)

Abandonar la poesía

Abandonar la poesía no signi ca traicionarla,


no signi ca abrir la ventana a ningún trueque.
Acabados los preámbulos, ha llegado la hora del diluvio:
quien no haya salido bastante herido que calle para siempre
y encuentre nuevos modos de llenar su vida de aburrimiento.

Abandonar la poesía no signi ca traicionarla.


Que no me acusen de super cialidad, de no haber cavado a fondo,
de no haber hundido el cuchillo hasta mis huesos más débiles;
también yo soy un hombre y, cómo decirlo, estoy cansado,
¿existe trabajo más fatigoso que la poesía?

Abandonar la poesía no signi ca traicionarla:


hay tantos modos de cuidar de las propias ruinas...
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Yannis Kondos (n. 1943)

Edad del bronce

Las excavaciones han con rmado tus peores presagios


matutinos. La tierra ha conservado las huellas.
En total, eran cinco hombres. Uno,
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el más fuerte, calzaba sandalias de oro.
Fue él quien echó abajo la puerta
y asustó a las siervas. Apenas habías metido el pie
en la tina para el primer baño del día.
Tus gritos y el vapor
aún visibles en los muros.
Todo lo demás se ha perdido:
los insultos, los intentos por explicarse,
las súplicas de la nodriza,
el vuelo asustado de la paloma.
Han sido recobrados los cuchillos, la sargre,
los cabellos en sus manos, tus gemidos,
el fragor y los restos del terremoto
que ocurrió en el momento del delito.

Miles de años después,


las clasi caciones, las vitrinas empañadas, la conservación,
el museo, los turistas de paso.

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