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DESCLÉE DE BROUWER
© Ildefonso Camacho Laraña, 2000
Diseño de la colección:
EGO Comunicación
Printed in Spain
ISBN: 84-330-1499-4
Depósito Legal:
Impresión:
A Nicolás Calvo Vargas,
sacerdote de la diócesis de Granada
y amigo entrañable de años,
que nos dejó inesperadamente
el día en que daba los últimos retoques
al Prólogo de este libro
SUMARIO
3. SOCIALISMO ........................................... 59
6 . E M P R E S A . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
7 . D E S A R R O L L O . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
8 . D E R E C H O S H U M A N O S . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
9 . C O M U N I D A D P O L Í T I C A - P O D E R P O L Í T I C O . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
1 0 . D E M O C R A C I A Y P A R T I C I P A C I Ó N P O L Í T I C A . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
1 1 . R E S I S T E N C I A A L P O D E R , R E V O L U C I Ó N . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
1 2 . R E L A C I O N E S E N T R E I G L E S I A Y C O M U N I D A D P O L Í T I C A . . . . . . . 187
1 3 . C O M P R O M I S O S O C I O P O L Í T I C O D E L O S C R I S T I A N O S . . . . . . . . . 199
1 4 . P A Z , C O N V I V E N C I A E N T R E L O S P U E B L O S . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
1 5 . J U S T I C I A , S O L I D A R I D A D . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221
Í N D I C E T E M Á T I C O . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
Í N D I C E G E N E R A L . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
PRÓLOGO
Una justificación de este libro
Este libro tiene una larga historia, pero bastante lineal. Su prolon-
gada gestación no se ha debido a falta de claridad sobre lo que quería,
sino a escasez de tiempo para dedicarme a él sistemáticamente. Pero
nunca ha estado relegado al olvido: se ha beneficiado de muchas acti-
vidades, especialmente docentes, con ocasión de las cuales he ido selec-
cionando textos y dando forma a los capítulos. Ha sido una tarea lenta,
pero pensada y sometida a la experimentación: esa ventaja ha tenido su
larga elaboración...
De lo dicho puede deducirse que el libro tiene una clara intención
pedagógica. Pero no es un manual, ni está concebido con ese fin. Es un
libro de textos de la Doctrina Social de la Iglesia. Estoy convencido que
nada hay más eficaz para la comprensión de ésta que la lectura directa
de los documentos. Pero también sé que es lo más difícil. Dicha lectu-
ra puede hacerse de una forma sistemática y seguida para obtener una
visión completa de todos sus contenidos tal como han ido configurán-
dose a lo largo de la historia. Pero pueden leerse también –y es lo que
se ofrece aquí– con un criterio temático: para eso se han entresacado,
en torno a cada uno de los temas escogidos, los fragmentos más signi-
ficativos de los sucesivos documentos.
Evidentemente la selección de los temas exige una justificación.
¿Con qué criterio se han elegido? De ningún modo me he dejado llevar
por un criterio de exhaustividad. Este libro no aspira a ser un “enchiri-
dion” completo de todos los asuntos que aparecen en los documentos
de la Doctrina Social. Mi criterio ha sido limitarme a algunos pocos
temas que pudieran servir como claves para tener una visión cualitativa
más que cuantitativa de la totalidad. He escogido aquellos temas que me
parecen más significativos, no sólo por su interés en sí, sino por el lugar
que ocupan en el conjunto y por su capacidad para iluminar la posición
oficial de la Iglesia ante los grandes problemas de nuestro tiempo.
12 Doctrina Social de la Iglesia
ciales. Eso sí, las 15 claves seleccionadas pueden suministrar una pano-
rámica de lo más nuclear de la Doctrina Social, pero más en términos
cualitativos que cuantitativos.
Para ayudar a una mejor comprensión de los textos escogidos he
colocado una breve introducción a cada uno de ellos, que dé cuenta de
su contexto y del contenido básico. Con la misma intención he insertado
al comienzo de cada capítulo una visión de conjunto del tema tratado en
él: cómo ha evolucionado y cuáles son sus elementos más significativos.
Quedan todavía dos observaciones más técnicas. Para la traducción
castellana he empleado la versión oficial, siempre que ésta existe; en caso
contrario, he seguido la edición de documentos más frecuente y comple-
ta en nuestra lengua1. En cuanto a las notas, he respetado las de los tex-
tos originales, pero he puesto una numeración correlativa en cada capí-
tulo, aunque se trate de documentos diferentes.
Dudé si colocar un capítulo introductorio con un cuadro global de
lo que es la Doctrina Social de la Iglesia. Si me decidí a hacerlo fue por-
que pensé que podría ayudar a captar mejor el enfoque general del
libro y los criterios desde los que está hecho, que evidentemente tienen
que ver con la manera como entiendo yo la Doctrina Social. Este capí-
tulo puede leerse, bien al comienzo (como una orientación inicial), bien
al final (como síntesis conclusiva).
Son muchas las personas que me han manifestado el deseo de acer-
carse al pensamiento social de la Iglesia, incluso que me han expresa-
do las dificultades con que tropezaron si alguna vez lo intentaron. Al
entregar este libro a la imprenta tengo la esperanza de que pueda ser
útil para los que tienen tales inquietudes; incluso para despertarla en
otros que nunca las tuvieron. Al fin y al cabo ha nacido como respues-
ta a esa demanda, tantas veces expresada explícita o implícitamente.
¡Ojalá que estas páginas, que pretenden ofrecer una visión objetiva de
un aspecto de la vida de la Iglesia, sirvan para ilustrar y animar la fe de
muchos creyentes, y también para facilitar el diálogo con los que viven
en la duda o en la indiferencia!
Ildefonso Camacho
Granada, 1 enero 2000
1. Doctrina pontificia. Volumen II: Documentos políticos (Edición preparada por J.L.
GUTIÉRREZ GARCÍA), BAC, Madrid 1958; Doctrina pontificia. Volumen III: Documentos
sociales (Edición preparada por F. RODRÍGUEZ), BAC, Madrid 19642.
INTRODUCCIÓN
Doctrina Social de la Iglesia:
una visión de conjunto
La expresión Doctrina Social de la Iglesia, de uso frecuente hoy, no
es entendida ni valorada de la misma manera por todos. Por eso ha
parecido conveniente iniciar este libro ofreciendo respuesta a las prin-
cipales preguntas que se pueden hacer a propósito de ella, de su origen,
evolución, alcance y características. Las páginas de esta Introducción
podrán ser, entonces, una base instrumental útil para el manejo y mejor
comprensión de los textos que se han recogido en el presente volumen1.
1. Una exposición más completa puede verse en I. CAMACHO, Creyentes en la vida públi-
ca. Iniciación a la Doctrina social de la Iglesia, San Pablo, Madrid 1995, especialmen-
te en 43-94; para un estudio detenido de los documentos: I. CAMACHO, Doctrina social
de la Iglesia. Una aproximación histórica, San Pablo, Madrid 1998, 3ª edición.
16 Doctrina Social de la Iglesia
ble para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. Esta presencia
es, además, una presencia, no sólo ni principalmente institucional,
sino personal: se realiza en múltiples presencias de los creyentes en
todos los ámbitos de la vida social. La Iglesia como levadura en la
masa es la mejor imagen evangélica del concepto conciliar de sacra-
mento de salvación. El protagonismo de los laicos se entiende desde
aquí en su verdadero sentido: no se justifica en primer lugar por razo-
nes de eficacia estratégica o de necesidad de aumentar el número de
efectivos en acción, sino que es la consecuencia de una eclesiología del
pueblo de Dios, donde todos y cada uno de los creyentes son llamados
para ser testigos de Dios en medio del mundo.
Y para los que pensaron, o piensan, que esto es ir demasiado lejos
o renunciar a demasiadas cosas, quizás cabría recordar que esta nueva
situación de la Iglesia en nuestro tiempo tiene más puntos de coinci-
dencia con lo que fue la Iglesia de los primeros tiempos que con la
Iglesia de cristiandad, a la que tanto costó renunciar.
Tan importantes son estos cambios que no pocos pensaron que el
Concilio había supuesto el final de la Doctrina Social de la Iglesia por-
que los presupuestos desde los que se había elaborado ésta habían per-
dido toda su vigencia. Sabemos que el Vaticano II eludió positivamente
el uso del término. Y también Pablo VI, que prefirió otros más flexi-
bles, como “enseñanza social” o “enseñanzas sociales”. Juan Pablo II,
en cambio, desde los comienzos mismos de su pontificado volvió a él:
suele citarse el discurso que tuvo en la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano (Puebla) como el momento de esta cierta
restauración. Pero no puede deducirse de ello que se haya vuelto a los
planteamientos anteriores al Concilio. De este modo la cuestión termi-
nológica pierde importancia mientras que se confirma el nuevo enfoque
que nace del Concilio y que se va consolidando en los pontificados de
Pablo VI y Juan Pablo II.
Conclusión
Bibliografía
******
1. Ef 4,11ss.
2. Cf. Mt 28,18-20; 16,18-19; 18,17; Tit 2,15; 2 Cor 10,6; 13,10.
3. Rerum novarum 12.
4. Enc. Ubi arcano, 23 diciembre 1922.
Doctrina Social de la Iglesia 35
(236) Ahora bien, los principios generales de una doctrina social se lle-
van a la práctica comúnmente mediante tres fases: primera, examen com-
pleto del verdadero estado de la situación; segunda, valoración exacta de
esta situación a la luz de los principios, y tercera, determinación de lo
posible o de lo obligatorio para aplicar los principios de acuerdo con las
circunstancias de tiempo y lugar. Son tres fases de un mismo proceso que
suelen expresarse con estos tres verbos: ver, juzgar y obrar.
36 Doctrina Social de la Iglesia
(1) Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio, reunido
bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar
a todos los hombres con su claridad, que resplandece sobre el haz de la
Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc., 16,15).
Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e ins-
trumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género
humano, insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores, se pro-
pone declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su natu-
raleza y su misión universal.
Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia
una mayor urgencia, para que todos los hombres, unidos hoy más ínti-
mamente con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales,
consigan también la plena unidad en Cristo.
zas de los hombres. El que hoy los problemas parezcan originales, debi-
do a su amplitud y urgencia, ¿quiere decir que el hombre se halla im-
preparado para resolverlos? La enseñanza social de la Iglesia acompa-
ña con todo su dinamismo a los hombres en su búsqueda. Si bien no
interviene para dar autenticidad a una estructura determinada o para
proponer un modelo prefabricado, ella no se limita simplemente a
recordar unos principios generales. Se desarrolla por medio de una
reflexión madurada al contacto con situaciones cambiantes de este
mundo, bajo el impulso del Evangelio como fuente de renovación,
desde el momento que su mensaje es aceptado en su totalidad y en sus
exigencias. Se desarrolla con la sensibilidad propia de la Iglesia, mar-
cada por una voluntad desinteresada de servicio y una atención a los
más pobres; finalmente, se alimenta en una experiencia rica de muchos
siglos, lo que permite asumir en la continuidad de sus preocupaciones
permanentes la innovación atrevida y creadora que requiere la situa-
ción presente del mundo.
[8] JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis (1987): diversos elemen-
tos en la Doctrina Social
[9] JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis (1987): Doctrina Social
de la Iglesia y evangelización
Juan Pablo II aborda esta cuestión al exponer su concepción ética del desa-
rrollo, que no puede reducirse a una cuestión técnica. Él sitúa la Doctrina
Social de la Iglesia en el ámbito de la evangelización, es decir, en el núcleo
mismo de la misión de la Iglesia. Pero presupone en ella el método inductivo
que ya hemos visto en Juan XXIII y Pablo VI: en este pasaje que sigue se men-
cionan, aunque no muy explícitamente, los tres pasos ya conocidos de “ver,
juzgar y actuar”. Pero la Doctrina Social no ofrece alternativas concretas a los
sistemas socioeconómicos vigentes ni se sitúa en el ámbito de la ideología: es
teología. Participa de la función profética, en su doble dimensión de denuncia
y anuncio.
******
[11] LEÓN XIII, Rerum novarum (1891): una primera denuncia del
capitalismo
Ya en la primera encíclica social encontramos una clara denuncia de los pro-
blemas que causa el nuevo sistema económico, aunque todavía no emplee para
designarlo el término “capitalismo”. Y es precisamente la introducción misma
Capitalismo, Liberalismo Económico 45
del documento, de donde se toma el fragmento que sigue, la que explica el ori-
gen de las preocupaciones de León XIII. Se señalan en concreto dos fenómenos
de aquel tiempo que revelarían las causas de la miseria de las clases trabajado-
ras: la supresión de las antiguas asociaciones (gremios) y el afán de lucro (usura
voraz). Justamente esta situación de los trabajadores es la que motiva la inter-
vención del Papa.
(1) Sea de ello, sin embargo, lo que quiera, vemos claramente, cosa en
que todos convienen, que es urgente proveer de la manera oportuna al
bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se deba-
te indecorosamente en una situación miserable y calamitosa, ya que,
disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin nin-
gún apoyo que viniera a llenar su vacío, desentendiéndose las institucio-
nes públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasados, el tiempo
fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la
inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los com-
petidores.- Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente
condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por
hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a
esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones
comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos,
hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y
adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una
muchedumbre infinita de proletarios.
(105) Salta a los ojos de todos, en primer lugar, que en nuestros tiem-
pos no sólo se acumulan riquezas, sino que también se acumula una
46 Doctrina Social de la Iglesia
nes en sus relaciones mutuas, de una misma fuente manan dos ríos
diversos: por un lado, el “nacionalismo” o también el “imperialismo
económico”; del otro, el no menos funesto y execrable “internaciona-
lismo” o “imperialismo” internacional del dinero, para el cual, donde
el bien, allí la patria.
(51) Como tesis inicial, hay que establecer que la economía debe ser
obra, ante todo, de la iniciativa privada de los individuos, ya actúen
éstos por sí solos, ya se asocien entre sí de múltiples maneras para pro-
curar sus intereses comunes.
(52) Sin embargo, por las razones que ya adujeron nuestros predece-
sores, es necesaria también la presencia activa del poder civil en esta
materia, a fin de garantizar, como es debido, una producción creciente
que promueva el progreso social y redunde en beneficio de todos los
ciudadanos.
(56) Por lo demás, la misma evolución histórica pone de relieve, cada
vez con mayor claridad, que es imposible una convivencia fecunda y
bien orientada sin la colaboración, en el campo económico, de los par-
ticulares y de los poderes públicos, colaboración que debe prestarse con
un esfuerzo común y concorde, y en la cual ambas partes han de ajus-
tar ese esfuerzo a las exigencias del bien común en armonía con los
cambios que el tiempo y las costumbres imponen.
(57) La experiencia diaria prueba, en efecto, que, cuando falta la acti-
vidad de la iniciativa particular, surge la tiranía política. No sólo esto.
Se produce, además, un estancamiento general en determinados cam-
pos de la economía, echándose de menos, en consecuencia, muchos bie-
48 Doctrina Social de la Iglesia
Pablo VI, que se muestra muy crítico respecto a las ideologías liberal y marxis-
ta (n. 26), es mucho más tolerante con los movimientos históricos derivados de
ellas. En concreto, respecto al liberalismo, exige un atento discernimiento para
determinar el grado de compromiso práctico posible para un creyente, aten-
diendo a los valores que propugna el liberalismo (iniciativa personal, defensa del
individuo frente al totalitarismo) y a sus deficiencias (sobrevaloración de la efi-
ciencia económica, falsa concepción de la autonomía del individuo).
[16] JUAN PABLO II, Laborem exercens (1981): el error del capitalismo
[17] JUAN PABLO II, Laborem exercens (1981): vía de reforma para
el capitalismo
Al insistir una vez más sobre el error del capitalismo ya citado, se da un paso
más: es necesario transformar este sistema mediante una creciente participa-
[18] JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis (1987): el valor de la ini-
ciativa económica
A Juan Pablo II se le considera el Papa que más ha acercado la Doctrina Social
de la Iglesia a los postulados del liberalismo. Y este texto que sigue subraya el
valor de la libre iniciativa económica como quizás ningún otro de documentos
anteriores. Con todo, para su correcta interpretación, debe tenerse en cuenta
que el Papa está pensando en los países donde este principio está sistemática-
mente negado: o sea, en los países colectivistas, cuya situación tanto ha preo-
cupado siempre a Juan Pablo II.
(15) (...) Es menester indicar que en el mundo actual, entre otros dere-
chos, es reprimido a menudo el derecho de iniciativa económica. No
obstante eso, se trata de un derecho importante no sólo para el indivi-
duo en particular, sino además para el bien común. La experiencia nos
demuestra que la negación de tal derecho o su limitación en nombre de
una pretendida “igualdad” de todos en la sociedad, reduce o, sin más,
destruye de hecho el espíritu de iniciativa, es decir, la subjetividad cre-
ativa del ciudadano. En consecuencia, surge, de este modo, no solo una
verdadera igualdad, sino una “nivelación descendente”. En lugar de la
iniciativa creadora nace la pasividad, la dependencia y la sumisión al
aparato burocrático que, como único órgano que “dispone” y “decide”
–aunque no sea “poseedor”– de la totalidad de los bienes y medios de
producción, pone a todos en una posición de dependencia del obrero-
proletario en el sistema capitalista. Esto provoca un sentido de frustra-
ción o desesperación y predispone a la despreocupación de la vida
nacional, empujando a muchos a la emigración y favoreciendo, a la
vez, una forma de emigración “psicológica”.
(42) Volviendo ahora a la pregunta inicial ¿se puede decir quizá que,
después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capita-
lismo, y que hacia él sean dirigidos los esfuerzos de los Países que tra-
tan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el mode-
lo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que bus-
can la vía del verdadero progreso económico y civil?
La respuesta obviamente es compleja. Si por “capitalismo” se
entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y
positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la
consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la
libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta cier-
tamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de “eco-
nomía de empresa”, “economía de mercado”, o simplemente de “eco-
nomía libre”. Pero si por “capitalismo” se entiende un sistema en el
cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sóli-
do contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana
integral y la considere como una particular dimensión de la misma,
cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamen-
te negativa.
La solución marxista ha fracasado pero permanecen en el mundo
fenómenos de marginación y explotación, especialmente en el tercer
mundo, así como fenómenos de alienación humana, especialmente en
los países más avanzados; contra tales fenómenos se alza con firmeza
la voz de la Iglesia. Ingentes muchedumbres viven aún en condiciones
de gran miseria material y moral. El fracaso del sistema comunista en
tantos países elimina ciertamente un obstáculo a la hora de afrontar de
manera adecuada y realista otros problemas; pero eso no basta para
resolverlos. Es más, existe el riesgo de que se difunda una ideología
radical de tipo capitalista, que rechaza incluso el tomarlos en conside-
ración, porque a priori considera condenado al fracaso todo intento de
afrontarlos y, de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de
las fuerzas de mercado.
54 Doctrina Social de la Iglesia
tría” del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su natu-
raleza, no son ni pueden ser simples mercancías.
dencias en él. El pasaje que ahora reproducimos critica esos excesos a que ha
llegado el Estado de bienestar o “Estado social” por el excesivo desarrollo
burocrático, que elimina la responsabilidad de la sociedad y desaprovecha
toda la riqueza de las energías y de la creatividad humanas. La cuestión cru-
cial es siempre la de un acertado equilibrio sociedad-Estado.
(48) (...) En los últimos años ha tenido lugar una vasta ampliación de
ese tipo de intervención, que ha llegado a constituir en cierto modo un
Estado de índole nueva: el “Estado del bienestar”. Esta evolución se ha
dado en algunos Estados para responder de manera más adecuada a
muchas necesidades y carencias, tratando de remediar formas de
pobreza y de privación indignas de la persona humana. No obstante,
no han faltado excesos y abusos que, especialmente en los años más
recientes, han provocado duras críticas a ese Estado de bienestar, cali-
ficado como “Estado asistencial”. Deficiencias y abusos del mismo
derivan de una inadecuada comprensión de los deberes propios del
Estado. En este ámbito también debe ser respetado el principio de sub-
sidiariedad. Una estructura social de orden superior no debe interferir
en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de
sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesi-
dad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componen-
tes sociales, con miras al bien común7.
Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el
Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumen-
to exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocrá-
ticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme
crecimiento de los gastos. Efectivamente, parece que conoce mejor las
necesidades y logra satisfacerlas de modo más adecuado quien está pró-
ximo a ellas o quien está cerca del necesitado. Además, un cierto tipo de
necesidades requiere con frecuencia una respuesta que sea no solo mate-
rial, sino que sepa descubrir su exigencia humana más profunda.
Conviene pensar también en la situación de los prófugos y emigrantes,
de los ancianos y enfermos, y en todos los demás casos, necesitados de
asistencia, como es el de los drogadictos: personas todas ellas que pue-
den ser ayudadas de manera eficaz solamente por quien les ofrece, apar-
te de los cuidados necesarios, un apoyo sinceramente fraterno.
[24] JUAN PABLO II, Centesimus annus (1991): equilibrio entre mer-
cado, fuerzas sociales y Estado
Este último pasaje puede servir como síntesis de todo lo dicho sobre el
capitalismo. En él se recogen los tres ingredientes que deben equilibrarse
en un sistema económico para que responda a las exigencia éticas: el mer-
cado, las fuerzas sociales y el Estado. Un sistema justo es, no el que privi-
legia los intereses del capital, sino el que garantizara la libertad y la parti-
cipación.
******
Esta encíclica fue dirigida al episcopado de Italia desde Nápoles, puesto que el
Papa aún no había podido volver a Roma desde que se vio obligado a aban-
donarla el año anterior. El tema central que se trata en ella es la cuestión roma-
na. Pero, junto a él, el Papa dedica algunas páginas a la lucha contra las doc-
trinas revolucionarias, desde las que se procura apartar a la sociedad de la obe-
diencia de la Iglesia. Entre esas doctrinas se mencionan en primer lugar el
comunismo y el socialismo: es el pasaje que se transcribe a continuación. En
él no se dan muchos detalles sobre el contenido de estas doctrinas; se subraya,
más bien, su carácter revolucionario, que atenta contra la realidad de la Iglesia
y, últimamente, de todo el orden social.
(2) Esta audaz perfidia, que amenaza con ruinas cada vez más graves
al Estado, y que provoca en todos los espíritus inquietud y congoja,
tiene su causa y origen en las venenosas doctrinas que, difundidas desde
hace mucho tiempo entre los pueblos como viciosa semilla, han dado a
su debido tiempo frutos tan perniciosos. Sabéis muy bien, venerables
hermanos, que la cruda guerra iniciada desde el siglo XVI contra la fe
católica por los innovadores, y que ha ido con el tiempo aumentando
extraordinariamente hasta nuestros días, tendía a abrir la puerta a las
invenciones, o más bien delirios, de la sola razón, desechando toda reve-
lación y todo el orden sobrenatural. Este error, que toma injustamente
su nombre de la razón, al halagar y excitar el deseo, natural en el hom-
Socialismo 63
(2) Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los
indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de
los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comu-
64 Doctrina Social de la Iglesia
Este es el otro aspecto de las doctrinas socialistas del siglo XIX que la Rerum
novarum no comparte: su concepción de las diferencias sociales y la necesidad
de recurrir al enfrentamiento entre las clases (entre los ricos y los proletarios,
dice la encíclica). La propuesta de la Iglesia contrapone armonía social a lucha
de clases, pero dicha armonía exige en primer lugar el cumplimiento de los
deberes de justicia de trabajadores y propietarios.
(13) Establézcase, por tanto, en primer lugar, que debe ser respetada
la condición humana, que no se puede igualar en la sociedad civil lo
Socialismo 65
Pablo VI, que se muestra muy crítico respecto a las ideologías liberal y mar-
xista (n. 26), es mucho más tolerante con los movimientos históricos deriva-
dos de ellas. En concreto, respecto al socialismo, reconoce que muchos de sus
ideales sintonizan con los cristianos. Y pide un atento discernimiento para
determinar en cada caso qué grado de compromiso práctico pueden asumir los
creyentes con grupos o partidos de inspiración socialista.
(31) Hoy día, los cristianos se sienten atraídos por las corrientes
socialistas y sus diversas evoluciones. Ellos tratan de reconocer allí
un cierto número de aspiraciones que llevan dentro de sí mismos en
nombre de su fe. Se sienten insertos en esta corriente histórica y quie-
ren conducir dentro de ella una acción; ahora bien, esta corriente his-
tórica asume diversas formas bajo un mismo vocablo, según los con-
tinentes y las culturas, aunque ha sido y sigue inspirada en muchos
casos por ideologías incompatibles con la fe. Se impone un atento
discernimiento. Con demasiada frecuencia, los cristianos, atraídos
por el socialismo, tienen la tendencia a idealizarlo, en términos, por
otra parte, muy generosos: voluntad de justicia, de solidaridad y de
igualdad. Ellos rehúsan admitir las presiones de los movimientos his-
tóricos socialistas, que siguen condicionados por su ideología de ori-
gen. Entre los diversos niveles de expresión del socialismo -una aspi-
ración generosa y una búsqueda de una sociedad más justa, los movi-
mientos históricos que tienen una organización y un fin político, una
ideología que pretende dar una visión total y autónoma del hombre-
hay que establecer distinciones que guiarán las opciones concretas.
Sin embargo, estas distinciones no deben tender a considerar tales
niveles como completamente separados e independientes. La vincula-
ción concreta que, según las circunstancias, existe entre ellos debe ser
claramente señalada, y esta perspicacia permitirá a los cristianos con-
siderar el grado de compromiso posible en estos caminos, quedando
a salvo los valores, en particular, de libertad, de responsabilidad y de
apertura a lo espiritual, que garantizan el desarrollo integral del
hombre.
70 Doctrina Social de la Iglesia
En esta su primera encíclica social, Juan Pablo II se ocupa ampliamente del sis-
tema colectivista vigente entonces en Polonia y países vecinos. Explica la apa-
rición de este sistema como un intento de corregir los defectos graves del capi-
talismo devolviendo la dignidad que le había sido arrebatada al trabajo. Pero
insiste en seguida en que la mera abolición de la propiedad privada de los
medios de producción no ha resuelto históricamente el problema. La solución
debe buscarse mediante el establecimiento de mecanismos de auténtica partici-
pación.
compromete con todos. Un camino para conseguir esa meta podría ser
la de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad del capital
y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con finalidades eco-
nómicas, sociales, culturales; cuerpos que gocen de una autonomía efec-
tiva respecto a los poderes públicos, que persigan sus objetivos específi-
cos manteniendo relaciones de colaboración leal y mutua, con subordi-
nación a las exigencias del bien común y que ofrezcan forma y natura-
leza de comunidades vivas; es decir, que los miembros respectivos sean
considerados y tratados como personas y sean estimulados a tomar
parte activa en la vida de dichas comunidades5.
[36] JUAN PABLO II, Centesimus annus (1991): error del socialismo
******
La encíclica Rerum novarum hace una defensa encendida del derecho de pro-
piedad, oponiéndose así al socialismo de su tiempo, que propugnaba su total
abolición. En este marco, tan condicionado por la polémica, se aducen dife-
Propiedad y Destino Universal de los Bienes 75
(4) (...) Muy otra es, en cambio, la naturaleza del hombre. Com-
prende simultáneamente la fuerza toda y perfecta de la naturaleza ani-
mal, siéndole concedido por esta parte, y desde luego en no menor
grado que al resto de los animales, el disfrute de los bienes de las cosas
corporales. La naturaleza animal, sin embargo, por elevada que sea la
medida en que se la posea, dista tanto de contener y abarcar en sí la
naturaleza humana, que es muy inferior a ella y nacida para servirle y
obedecerle. Lo que se acusa y sobresale en nosotros, lo que da al hom-
bre el que lo sea y se distinga de las bestias, es la razón o inteligencia.
Y por esta causa de que es el único animal dotado de razón es de
necesidad conceder al hombre no sólo el uso de los bienes, cosa común
a todos los animales, sino también el poseerlos con derecho estable y
permanente y tanto los bienes que se consumen con el uso cuanto los
que, pese al uso que se hace de ellos, perduran.
(5) Esto resalta todavía más claro cuando se estudia en sí misma la
naturaleza del hombre. Pues el hombre, abarcando con su razón cosas
innumerables, enlazando y relacionando las cosas futuras con las pre-
sentes y siendo dueño de sus actos, se gobierna a sí mismo con la pre-
visión de su inteligencia, sometido además a la ley eterna y bajo el
poder de Dios; por lo cual tiene en su mano elegir las cosas que estime
más convenientes para su bienestar, no sólo en cuanto al presente, sino
también para el futuro. De donde se sigue la necesidad de que se halle
en el hombre el dominio no sólo de los frutos terrenales, sino también
el de la tierra misma, pues ve que de la fecundidad de la tierra le son
proporcionadas las cosas necesarias para el futuro. Las necesidades de
cada hombre se repiten de una manera constante; de modo que, satis-
fechas hoy, exigen nuevas cosas para mañana. Por tanto, la naturaleza
tiene que haber dotado al hombre de algo estable y perpetuamente
duradero, de que pueda esperar la continuidad del socorro. Ahora
bien, esta continuidad no puede garantizarla más que la tierra con su
fertilidad.
Un segundo argumento en favor de la propiedad privada toma como base el
trabajo humano: el ser humano tiene derecho a apropiarse del fruto del pro-
pio trabajo.
76 Doctrina Social de la Iglesia
(7) Con lo que de nuevo viene a demostrarse que las posesiones pri-
vadas son conforme a la naturaleza, pues la tierra produce con largue-
za las cosas que se precisan para la conservación de la vida y aun para
su perfeccionamiento, pero no podría producirlas por sí sola sin el cul-
tivo y el cuidado del hombre. Ahora bien, cuando el hombre aplica su
habilidad intelectual y sus fuerzas corporales a procurarse los bienes de
la naturaleza, por este mismo hecho se adjudica a sí aquella parte de la
naturaleza corpórea que él mismo cultivó, en la que su persona dejó
impresa una a modo de huella, de modo que sea absolutamente justo
que use de esa parte como suya y que de ningún modo sea lícito que
venga nadie a violar ese derecho de él mismo.
(16) (...) Sobre el uso de las riquezas hay una doctrina excelente y de
gran importancia, que, si bien fue iniciada por la filosofía, la Iglesia la
ha enseñado también perfeccionada por completo y ha hecho que no se
quede en puro conocimiento, sino que informe de hecho las costumbres.
El fundamento de dicha doctrina consiste en distinguir entre la recta
posesión del dinero y el recto uso del mismo. Poseer bienes en privado,
según hemos dicho poco antes, es derecho natural del hombre; y usar de
este derecho sobre todo en la sociedad de la vida, no sólo es lícito, sino
incluso necesario en absoluto. Es lícito que el hombre posea cosas pro-
pias. Y es necesario también para la vida humana1. Y si se pregunta cuál
es necesario que sea el uso de los bienes, la Iglesia responderá sin va-
78 Doctrina Social de la Iglesia
1. 2-2, q. 66, a. 2.
2. 2-2, q. 65, a. 2.
3. 2-2, q. 32, a. 6.
4. Lc 11,41.
5. Hch 20,35.
Propiedad y Destino Universal de los Bienes 79
(45) Ante todo, pues, debe tenerse por cierto y probado que ni León
XIII ni los teólogos que han enseñado bajo la dirección y magisterio de
la Iglesia han negado jamás ni puesto en duda ese doble carácter del
derecho de propiedad llamado social e individual, según se refiera a los
individuos o mire al bien común, sino que siempre han afirmado uná-
nimemente que por la naturaleza o por el Creador mismo se ha confe-
rido al hombre el derecho de dominio privado, tanto para que los indi-
viduos puedan atender a sus necesidades propias y a las de su familia
cuanto para que, por medio de esta institución, los bienes que el
Creador destinó a toda la familia humana sirvan efectivamente para tal
fin, todo lo cual no puede obtenerse, en modo alguno, a no ser obser-
vando un orden firme y determinado.
(46) Hay, por consiguiente que evitar con todo cuidado dos escollos
contra los cuales se puede chocar. Pues, igual que negando o supri-
miendo el carácter social y público del derecho de propiedad se cae o
se incurre en el peligro de caer en el individualismo, rechazando o dis-
minuyendo el carácter privado e individual de tal derecho, se va nece-
sariamente a dar en el “colectivismo” o, por lo menos, a rozar con sus
errores. Si no se tiene en cuenta esto se irá lógicamente a naufragar en
los escollos del modernismo moral, jurídico y social denunciado por
Nos en la encíclica dada a comienzos de nuestro pontificado6; y de esto
han debido darse perfectísima cuenta quienes, deseosos de novedades,
no temen acusar a la Iglesia con criminales calumnias, cual si hubiera
consentido que en la doctrina de los teólogos se infiltrara un concepto
pagano del dominio, que sería preciso sustituir por otro, que ellos, con
asombrosa ignorancia, llaman “cristiano”.
(47) Y, para poner límites precisos a las controversias que han comen-
zado a suscitarse en torno a la propiedad y a los deberes a ella inheren-
tes, hay que establecer previamente como fundamento lo que ya sentó
León XIII, esto es, que el derecho de propiedad se distingue de su ejer-
cicio7. La justicia llamada conmutativa manda es verdad, respetar san-
tamente la división de la propiedad y no invadir el derecho ajeno exce-
diendo los límites del propio dominio; pero que los dueños no hagan
uso de lo propio si no es honestamente, esto no atañe ya a dicha Justicia,
sino a otras virtudes, el cumplimiento de las cuales “no hay derecho de
exigirlo por la ley”8. Afirman sin razón, por consiguiente, algunos que
tanto vale propiedad como uso honesto de la misma, distando todavía
mucho más de ser verdadero que el derecho de propiedad perezca o se
pierda por el abuso o por el simple no uso.
(105) Es cosa también sabida que, en la actualidad, son cada día más los
que ponen en los modernos seguros sociales y en los múltiples sistemas
de la seguridad social la razón de mirar tranquilamente el futuro, la cual
en otros tiempos se basaba en la propiedad de un patrimonio, aunque
fuera modesto.
(106) Por último, es igualmente un hecho de nuestros días que el hom-
bre prefiere el dominio de una profesión determinada a la propiedad de
los bienes y antepone el ingreso cuya fuente es el trabajo, o derechos
derivados de éste, al ingreso que proviene del capital o de derechos
derivados del mismo.
(107) Esta nueva actitud coincide plenamente con el carácter natural
del trabajo, el cual, por su procedencia inmediata de la persona huma-
na, debe anteponerse a la posesión de los bienes exteriores, que por su
misma naturaleza son de carácter instrumental; y ha de ser considera-
da, por tanto, como una prueba del progreso de la humanidad.
Ahora bien, estos cambios no son suficientes para justificar una modificación
en la doctrina sobre la propiedad. El derecho de propiedad privada es un dere-
cho contenido en la misma naturaleza.
12. Cf. SANTO TOMÁS, Summa Theologiae 2-2 q. 32, a. 5, ad 2; ibid., q. 66, a. 2; cf. la expli-
cación en LEÓN XIII, Rerum novarum, ASS 23 (1890-91) 651; cf. también PÍO XII,
Alocución de 1 junio 1941, AAS 33 (1941) 199; ID., Mensaje radiofónico navideño de
1954, AAS 47 (1955) 27.
13. Cf. SAN BASILIO, Hom. in illud Lucae “Destruam horrea mea”, n. 2: PG 31, 263;
LACTANCIO, Divinarum lnstitutionum, lib. V, “de iustitia”: PL 6, 565B; SAN AGUSTÍN,
In Ioann. Ev., tr. 50, n. 6: PL 35, 1760; ID., Enarratio in Ps. CXLVII, 12: PL. 37, 1922;
SAN GREGORIO MAGNO, Homiliae in Ev., hom. 20, 12: PL 76, 1165; ID., Regulae
Pastoralis liber, p. III, c. 21: PL 77, 87; SAN BUENAVENTURA, In III Sent., d. 33, dub.
1,12: ed. Quaracchi III, 728; ID., In IV Sent., d. 15, p. 2, a. 2, q. l: ed. cit. IV, 371b;
Quaest. de superfluo: ms. Assisi, Bibl. comun., 186 ff. 112ª-113ª; SAN ALBERTO
MAGNO, In III Sent., d. 33, a. 3, sol. l: ed. Borgnet XXVIII, 611; Id., In IV Sent., d. 15,
a. 16: ed. cit. XXIX, 494-497. Por lo que se refiere a la determinación de lo superfluo
en nuestro tiempo, cf. JUAN XXIII, Radiomensaje de 11 septiembre 1962, AAS 54
(1962) 682: “Es deber de todo hombre, deber imperativo del cristiano, el considerar lo
superfluo con la medida de las necesidades de los demás y velar para que la adminis-
tración y la distribución de los bienes creados se ponga al servicio de todos”.
14. Vale en ese caso el antiguo principio: “En necesidad extrema, todas las cosas son comu-
nes, es decir, han de ser comunicadas”. Por otra parte, en cuanto a la razón, extensión
y modo en que se aplica este principio en el texto propuesto, además de los autores
modernos reconocidos: cf. SANTO TOMÁS, Summa Theol., 2-2, q. 66, a. 7. Es evidente
que, para una recta aplicación del principio, se han de observar todas las condiciones
morales requeridas.
15. Cfr. GRACIANO, Decreto, c. 21, dist. 86: ed. Friedberg I, 302. Este aforismo se encuen-
tra ya en PL 54, 491 A, y PL 56, 1132 B. Cf. Antonianum 27 (1952) 349-366.
Propiedad y Destino Universal de los Bienes 87
16. Cf. LEÓN XIII, Rerum novarum, ASS 23 (1890-91) 643-646; PÍO XI, Quadragesimo
anno, AAS 23 (1931) 191; PÍO XII, Radiomensaje de 1 junio 1941, AAS 33 (1941) 199;
ID., Radiomensaje de la vigilia de la Natividad del Señor 1942, AAS 35 (1943) 17; ID.,
Radiomensaje de 1 septiembre 1944, AAS 36 (1944) 253; JUAN XXIII, Mater et magis-
tra, AAS 53 (1961) 428-429.
17. Cf. PÍO XI, Quadragesimo anno, AAS 23 (1931) 214; JUAN XXIII, Mater et magistra,
AAS 53 (1961) 429.
18. Cf. PÍO XII, Radiomensaje de Pentecostés 1941, AAS 44 (1941) 199; JUAN XXIII,
Mater et magistra, AAS 53 (1961) 430.
Propiedad y Destino Universal de los Bienes 89
Pablo VI no pretendió otra cosa con esta encíclica que desarrollar la doctrina
de Gaudium et spes, pero aplicándolo de forma más concreta a la situación de
los países en desarrollo. El pasaje que sigue hay que leerlo como un intento de
iluminar esas situaciones: más concretamente, en el contexto de las reformas
agrarias que tantas veces eran consideradas como el primer paso para un pro-
ceso de desarrollo. Son muy expresivas las afirmaciones sobre la expropiación
(incluido el hecho de que nada se diga de indemnizaciones) y sobre el uso de las
rentas por quienes las poseen abundantemente.
extranjero, por puro provecho personal, sin preocuparse del daño evi-
dente que con ello infligirían a la propia patria24.
******
y sometedla, y dominad a los peces del mar y a las aves del cielo y a
todos los animales que se mueven sobre la tierra1. En esto son todos los
hombres iguales, y nada hay que determine diferencias entre los ricos y
los pobres, entre los señores y los operarios, entre los gobernantes y los
particulares, pues uno mismo es el Señor de todos2. A nadie le está per-
mitido violar impunemente la dignidad humana, de la que Dios mismo
dispone con gran reverencia; ni ponerle trabas en la marcha hacia su
perfeccionamiento, que lleva a la sempiterna vida de los cielos. Más aún,
ni siquiera por voluntad propia puede el hombre ser tratado, en este
orden, de una manera inconveniente o someterse a una esclavitud de
alma, pues no se trata de derechos de que el hombre tenga pleno domi-
nio, sino de deberes para con Dios, y que deben ser guardados puntual-
mente.– De aquí se deduce la necesidad de interrumpir las obras y tra-
bajos durante los días festivos (...). Unido con la religión, el descanso
aparta al hombre de los trabajos y de los problemas de la vida diaria,
para atraerlo al pensamiento de las cosas celestiales y a rendir a la supre-
ma divinidad el culto justo y debido. Este es, principalmente, el carácter
y ésta la causa del descanso de los días festivos (...).
(31) Por lo que respecta a la tutela de los bienes del cuerpo y exter-
nos, lo primero que se ha de hacer es librar a los pobres obreros de la
crueldad de los ambiciosos, que abusan de las personas sin modera-
ción, como si fueran cosas para su medro personal. O sea, que ni la jus-
ticia ni la humanidad toleran la exigencia de un rendimiento tal, que el
espíritu se embote por el exceso de trabajo y al mismo tiempo el cuer-
po se rinda a la fatiga. Como todo en la naturaleza del hombre, su efi-
ciencia se halla circunscrita a determinados limites, más allá de los cua-
les no se puede pasar. Cierto que se agudiza con el ejercicio y la prácti-
ca, pero siempre a condición de que el trabajo se interrumpa de cuan-
do en cuando y se dé lugar al descanso. Se ha de mirar por ello que la
jornada diaria no se prolongue más horas de las que permitan las fuer-
zas. Ahora bien, cuánto deba ser el intervalo dedicado al descanso lo
determinarán la clase de trabajo, las circunstancias de tiempo y lugar y
la condición misma de los operarios. La dureza del trabajo de los que
se ocupan en sacar piedras en las canteras o en minas de hierro, cobre
y otras cosas de esta índole, ha de ser compensada con la brevedad de
1. Gén 1,28.
2. Rom 10,12.
100 Doctrina Social de la Iglesia
tes. A saber, que es establecida la cuantía del salario por libre consenti-
miento, y, según eso, pagado el salario convenido, parece que el patrono
ha cumplido por su parte y que nada más debe. Que procede injusta-
mente el patrono sólo cuando se niega a pagar el sueldo pactado, y el
obrero sólo cuando no rinde el trabajo que se estipuló; que en estos
casos es justo que intervenga el poder político, pero nada más que para
poner a salvo el derecho de cada uno.– Un juez equitativo que atienda
a la realidad de las cosas, no asentirá fácilmente ni en su totalidad a esta
argumentación, pues no es completa en todas sus partes; le falta algo de
verdadera importancia. Trabajar es ocuparse en hacer algo con el obje-
to de adquirir las cosas necesarias para los usos diversos de la vida y,
sobre todo, para la propia conservación: Te ganarás el pan con el sudor
de tu frente3. Luego el trabajo implica por naturaleza estas dos a modo
de notas: que sea personal, en cuanto la energía que opera es inherente
a la persona y propia en absoluto del que la ejerce y para cuya utilidad
le ha sido dada, y que sea necesario, por cuanto el fruto de su trabajo le
es necesario al hombre para la defensa de su vida, defensa a que le obli-
ga la naturaleza misma de las cosas, a que hay que plegarse por encima
de todo. Pues bien, si se mira el trabajo exclusivamente en su aspecto
personal, es indudable que el obrero es libre para pactar por toda retri-
bución una cantidad corta; trabaja voluntariamente, y puede, por tanto,
contentarse voluntariamente con una retribución exigua o nula. Mas
hay que pensar de una manera muy distinta cuando, juntamente con el
aspecto personal, se considera el necesario, separable sólo conceptual-
mente del primero, pero no en la realidad. En efecto, conservarse en la
vida es obligación común de todo individuo, y es criminoso incumplirla.
De aquí la necesaria consecuencia del derecho a buscarse cuanto sirve al
sustento de la vida, y la posibilidad de lograr esto se la da a cualquier
pobre nada más que el sueldo ganado con su trabajo. Pase, pues, que
obrero y patrono estén libremente de acuerdo sobre lo mismo, y concre-
tamente sobre la cuantía del salario; queda, sin embargo, latente siem-
pre algo de justicia natural superior y anterior a la libre voluntad de las
partes contratantes, a saber: que el salario no debe ser en manera algu-
na insuficiente para alimentar a un obrero frugal y morigerado. Por
tanto, si el obrero, obligado por la necesidad o acosado por el miedo de
3. Gén 3,19.
102 Doctrina Social de la Iglesia
Ya León XIII dejó claro que hay que atender a la justicia del salario. Ahora
se elaboran mejor los criterios para que un salario sea justo. Se reducen a tres:
el sustento del obrero y de su familia, la situación de la empresa y la necesi-
dad del bien común. Detrás de ellos hay una consideración macroeconómica,
que permite enfocar el salario, no sólo como el objeto de un contrato indivi-
dual entre el trabajador y quien lo contrata, sino como una variable que inci-
de sobre todo el conjunto de la economía, sobre el nivel de empleo y sobre el
bienestar de toda la clase trabajadora.
(71) En esta materia, juzgamos deber nuestro advertir una vez más
que, así como no es lícito abandonar completamente la determinación
del salario a la libre competencia del mercado, así tampoco es lícito
que su fijación quede al arbitrio de los poderosos, sino que en esta
materia deben guardarse a toda costa las normas de la justicia y de la
equidad. Esto exige que los trabajadores cobren un salario cuyo
importe les permita mantener un nivel de vida verdaderamente huma-
no y hacer frente con dignidad a sus obligaciones familiares. Pero es
necesario, además, que, al determinar la remuneración justa del tra-
bajo, se tengan en cuenta los siguientes puntos: primero, la efectiva
aportación de cada trabajador a la producción económica; segundo, la
situación financiera de la empresa en que se trabaja; tercero, las exi-
gencias del bien común de la respectiva comunidad política, princi-
palmente en orden a obtener el máximo empleo de la mano de obra en
toda la nación; y, por último, las exigencias del bien común universal,
o sea de las comunidades internacionales, diferentes entre sí en cuan-
to a su extensión y a los recursos naturales de que disponen.
(72) Es evidente que los criterios expuestos tienen un valor perma-
nente y universal; pero su grado de aplicación a las situaciones concre-
tas no puede determinarse si no se atiende como es debido a la rique-
za disponible; riqueza que, en cantidad y calidad, puede variar, y de
hecho varía, de nación a nación y, dentro de una misma nación, de un
tiempo a otro.
Uno de los criterios de un salario justo es el de la participación del trabaja-
dor en las ganancias de la empresa.
(78) Pero hay que advertir, además, que la proporción entre la retri-
bución del trabajo y los beneficios de la empresa debe fijarse de acuer-
do con las exigencias del bien común, tanto de la propia comunidad
política como de la entera familia humana.
(79) Por lo que concierne al primer aspecto, han de considerarse
como exigencias del bien común nacional: facilitar trabajo al mayor
número posible de obreros; evitar que se constituyan, dentro de la
nación e incluso entre los propios trabajadores, categorías sociales pri-
vilegiadas; mantener una adecuada proporción entre salario y precios;
hacer accesibles al mayor número de ciudadanos los bienes materiales
y los beneficios de la cultura; suprimir, o limitar al menos, las desi-
gualdades entre los distintos sectores de la economía –agricultura,
industria y servicios–; equilibrar adecuadamente el incremento econó-
mico con el aumento de los servicios generales necesarios, principal-
mente por obra de la autoridad pública; ajustar, dentro de lo posible,
las estructuras de la producción a los progresos de las ciencias y de la
técnica; lograr, en fin, que el mejoramiento en el nivel de vida no sólo
sirva a la generación presente, sino que prepare también un mejor por-
venir a las futuras generaciones.
(80) Son, por otra parte, exigencias del bien común internacional: evi-
tar toda forma de competencia desleal entre los diversos países en
materia de expansión económica; favorecer la concordia y la cola-
boración amistosa y eficaz entre las distintas economías nacionales y,
por último, cooperar eficazmente al desarrollo económico de las
comunidades políticas más pobres.
(81) Estas exigencias del bien común, tanto en el plano nacional
como en el mundial, han de tenerse en cuenta también cuando se trata
de determinar la parte de beneficios que corresponde asignar, en forma
de retribución, a los dirigentes de empresas, y en forma de intereses o
dividendos, a los que aportan el capital.
Por primera vez Mater et magistra va a abordar una nueva exigencia ética del
trabajo: la de la participación. Significa que el trabajador ha de ser tratado
como persona humana, dotada de inteligencia, libertad y creatividad, y no
como mero factor de producción. Sin embargo, las formas de esta participa-
ción se admite que han de adaptarse a las condiciones de cada empresa.
[61] JUAN PABLO II, Laborem exercens (1981): el trabajo, clave para
entender toda la Doctrina Social
7. Cf. LEÓN XIII, Rerum novarum, ASS 23 (1890-91) 649.662; PÍO XI, Quadragesimo
anno, AAS 23 (1931) 200-201; ID., Divini Redemptoris, AAS 29 (1937) 92; PÍO XII,
Mensaje radiofónico en la vigilia de la Natividad del Señor 1942, AAS 35 (1943) 20;
ID., Allocutio 13 junio 1943, AAS 35 (1943) 172; ID., Radiomensaje a los obreros espa-
ñoles, 11 marzo 1951, AAS 43 (1951) 215; JUAN XXIII, Mater et magistra, AAS 53
(1961) 419.
110 Doctrina Social de la Iglesia
(4) (...) La Iglesia halla ya en las primeras páginas del libro del
Génesis la fuente de su convicción según la cual el trabajo constituye
una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra. El
análisis de estos textos nos hace conscientes a cada uno del hecho de
que en ellos –a veces aun manifestando el pensamiento de una manera
arcaica– han sido expresadas las verdades fundamentales sobre el hom-
bre, ya en el contexto del misterio de la creación. Estas son las verdades
que deciden acerca del hombre desde el principio y que, al mismo tiem-
po, trazan las grandes líneas de su existencia en la tierra, tanto en el
estado de justicia original como también después de la ruptura, provo-
cada por el pecado, de la alianza original del Creador con lo creado, en
el hombre. Cuando éste, hecho “a imagen de Dios... varón y hembra”9,
siente las palabras: “Procread y multiplicaos, henchid la tierra; some-
tedla”10, aunque estas palabras no se refieren directa y explícitamente al
gar las riquezas de la tierra –los recursos vivos de la naturaleza, los pro-
ductos de la agricultura, los recursos minerales o químicos– y el traba-
jo del hombre, tanto el trabajo físico como el intelectual. Lo cual puede
aplicarse también, en cierto sentido, al campo de la llamada industria de
los servicios y al de la investigación, pura o aplicada.
Hoy, en la industria y en la agricultura, la actividad del hombre ha
dejado de ser, en muchos casos, un trabajo prevalentemente manual, ya
que la fatiga de las manos y de los músculos es ayudada por máquinas
y mecanismos cada vez más perfeccionados (...)
[65] JUAN PABLO II, Laborem exercens (1981): la prioridad del tra-
bajo sobre el capital y su negación en la época moderna
(11) (...) Se sabe que en todo este período, que todavía no ha termi-
nado, el problema del trabajo ha sido planteado en el contexto del gran
conflicto que en la época del desarrollo industrial y junto con éste se ha
manifestado entre el “mundo del capital” y el “mundo del trabajo”, es
decir, entre el grupo restringido, pero muy influyente, de los empresa-
rios, propietarios o poseedores de los medios de producción y la más
vasta multitud de gente que no disponía de estos medios, y que parti-
114 Doctrina Social de la Iglesia
******
Este texto recoge más bien los presupuestos sobre los que construir una empre-
sa éticamente aceptable. Dichos presupuestos no son otros que la participación
de los trabajadores, de forma que se integren en la empresa en cuanto seres
humanos, y no sólo como factores de producción.
Empresa 117
En este texto se ofrece una visión de la empresa que pretende articular los obje-
tivos económicos (beneficio) y los humanos: el beneficio es esencial en la
empresa, pero no es el único criterio para valorarla. La empresa es, ante todo,
“comunidad de personas”. El contexto de este pasaje es el tratamiento de la
economía de mercado.
2. Cf. JUAN XXIII, Mater et magistra, AAS 53 (1961) 424-427; la palabra “curatione” está
tomada del texto latino de la Quadragesimo anno, AAS 23 (1931) 199. En el aspecto
de la evolución de la cuestión, cf. también PÍO XII, Alocución de 3 junio 1950, AAS 42
(1950) 485-488; PABLO VI, Alocución de 8 junio 1964, AAS 56 (1964) 574-579.
Empresa 119
ces económicos sean correctos y que al mismo tiempo los hombres, que
constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean humillados
y ofendidos en su dignidad. Además de ser moralmente inadmisible,
esto no puede menos que tener reflejos negativos para el futuro, hasta
para la eficiencia económica de la empresa. En efecto, finalidad de la
empresa no es simplemente la producción de beneficios, sino más bien
la existencia misma de la empresa como comunidad de hombres que,
de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades funda-
mentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad
entera. Los beneficios son un elemento regular de la vida de la empre-
sa, pero no el único; junto con ellos hay que considerar otros factores
humanos y morales que, a largo plazo, son por lo menos igualmente
esenciales para la vida de la empresa.
Cuando se pretende diseñar una alternativa al modelo colectivista desapareci-
do pero también al modelo del capitalismo duro (inaceptable para Juan Pablo
II), reaparece el tema de la empresa. Nuevamente es presentada como “comu-
nidad de personas”, pero ahora desde el criterio ético del desarrollo integral
de la persona, un criterio que ha de presidir toda la organización y la activi-
dad económica (por tanto, también la empresarial).
121
122 Doctrina Social de la Iglesia
******
[70]
JUAN XXIII, Mater et magistra (1961): llamada de atención
Los años 60 suponen una nueva toma de conciencia mundial sobre los pro-
blemas de las desigualdades entre los pueblos. El centro de la cuestión social
se desplaza desde los enfoques de años anteriores (centrados en los conflictos
de las sociedades industriales) hacia esta nueva dimensión que pone frente a
frente a países industrializados y países no desarrollados. La Doctrina Social
de la Iglesia comienza a hacerse eco de esta nueva problemática. En el caso de
Juan XXIII, que tan bien sintonizó con las inquietudes de esta nueva época en
todas sus manifestaciones, encontramos ya una primera llamada de atención,
que recuerda que el desarrollo económico debe ir acompañado del progreso
social.
(157) Pero el problema tal vez mayor de nuestros días es el que atañe a
las relaciones que deben darse entre las naciones económicamente desa-
rrolladas y los países que están aún en vías de desarrollo económico: las
primeras gozan de una vida cómoda; los segundos, en cambio, padecen
durísima escasez. La solidaridad social, que hoy día agrupa a todos los
hombres en una única y sola familia, impone a las naciones que disfru-
tan de abundante riqueza económica la obligación de no permanecer
indiferentes ante los países cuyos miembros, oprimidos por innumera-
bles dificultades interiores, se ven extenuados por la miseria y el ham-
bre y no disfrutan, como es debido, de los derechos fundamentales del
hombre. Esta obligación se ve aumentada por el hecho de que, dada la
interdependencia progresiva que actualmente sienten los pueblos, no es
ya posible que reine entre ellos una paz duradera y fecunda si las dife-
rencias económicas y sociales entre ellos resultan excesivas.
(158) Nos, por tanto, que amamos a todos los hombres como hijos,
juzgamos deber nuestro repetir en forma solemne la afirmación mani-
124 Doctrina Social de la Iglesia
(64) Hoy más que nunca, para hacer frente al aumento de población
y responder a las aspiraciones más amplias del género humano, se tien-
de con razón a un aumento en la producción agrícola e industrial y en
la prestación de los servicios. Por ello hay que favorecer el progreso téc-
nico, el espíritu de innovación, el afán por crear y ampliar nuevas
empresas, la adaptación de los métodos productivos, el esfuerzo soste-
nido de cuantos participan en la producción; en una palabra, todo
cuanto puede contribuir a dicho progreso. La finalidad fundamental de
esta producción no es el mero incremento de los productos, ni el bene-
ficio, ni el poder, sino el servicio del hombre, del hombre integral,
teniendo en cuanta sus necesidades materiales y sus exigencias intelec-
tuales, morales, espirituales y religiosas; de todo hombre, decimos, de
todo grupo de hombres, sin distinción de raza o continente. De esta
forma, la actividad económica debe ejercerse siguiendo sus métodos y
leyes propias, dentro del ámbito del orden moral3, para que se cumplan
así los designios de Dios sobre el hombre4.
(19) Así, pues, el tener más lo mismo para los pueblos que para las
personas no es el fin último. Todo crecimiento es ambivalente.
Necesario para permitir que el hombre sea más hombre, lo encierra
como en una prisión desde el momento que se convierte en el bien supre-
mo, que impide mirar más allá. Entonces los corazones se endurecen y
los espíritus se cierran; los hombres ya no se unen por amistad, sino por
interés, que pronto les hace oponerse unos a otros y desunirse. La bús-
queda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el creci-
miento del ser, y se opone a su verdadera grandeza. Para las naciones
como para las personas la avaricia es la forma más evidente de un sub-
desarrollo moral.
(20) Si para llevar a cabo el desarrollo se necesitan técnicos cada vez
en mayor número, para este mismo desarrollo se exige más todavía
pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo,
el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los
valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la con-
templación5. Así podrá realizar en toda su plenitud el verdadero desa-
rrollo, que es el paso para cada uno y para todos de condiciones de vida
menos humanas a condiciones más humanas.
(21) Menos humanas: las carencias materiales de los que están priva-
dos del mínimum vital y las carencias morales de los que están mutila-
dos por el egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras que pro-
vienen del abuso del tener o del abuso del poder, de la explotación de los
trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: el
remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre
las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisi-
ción de la cultura. Más humanas: el aumento en la consideración de la
dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza6, la
cooperación en el bien común, la voluntad de paz. Más humanas toda-
vía: el reconocimiento por parte del hombre de los valores supremos y
de Dios, que de ellos es la fuente y el fin. Más humanas por fin y espe-
cialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hom-
bres y la unidad en la caridad de Cristo, que nos llama a todos a parti-
cipar como hijos en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres.
6. Cf. Mt 5,3.
7. Cf., por ejemplo, Mons. M. LARRAÍN ERRAZURIZ, Obispo de Telca (Chile), Presidente del
CELAM, Carta Pastoral. Desarrollo: Éxito o fracaso en América Latina (1965).
8. Gaudium et spes, 26,4º.
Desarrollo 127
(58) Es evidente que la regla del libre cambio no puede seguir rigien-
do ella sola las relaciones internacionales. Sus ventajas son sin duda
evidentes cuando las partes no se encuentran en condiciones demasiado
desiguales de potencia económica: es un estímulo del progreso y recom-
pensa del esfuerzo. Por eso los países industrialmente desarrollados ven
en ella una ley de justicia. Pero ya no es lo mismo cuando las condi-
ciones son demasiado desiguales de país a país: los precios que se for-
man “libremente” en el mercado pueden llevar consigo resultados no
equitativos. Es, por consiguiente, el principio fundamental del libera-
lismo, como regla de los intercambios comerciales, el que está aquí en
litigio.
Por primera vez nos encontramos en un texto de la Iglesia una formulación del
“derecho al desarrollo”, que más tarde será reconocido por las Naciones
Unidas (en su declaración de 1986). Tal derecho es definido de forma que
engloba a todos los demás. Pero su realización exige la superación de las tra-
bas que hoy atenazan a los países en desarrollo: véase a este respecto la rela-
ción entre desarrollo y liberación.
[77] JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis (1987): el auténtico desa-
rrollo
(28) (...) La encíclica del papa Pablo VI señalaba esta diferencia, hoy
tan frecuentemente acentuada, entre el “tener” y el “ser”11, que el
Concilio Vaticano II había expresado con palabras precisas12. “Tener”
objetos y bienes no perfecciona de por sí al sujeto, si no contribuye a
la maduración y enriquecimiento de su “ser”, es decir, a la realización
de la vocación humana como tal.
Ciertamente, la diferencia entre “ser” y “tener”, y el peligro inheren-
te a una mera multiplicación o sustitución de cosas poseídas con respec-
to al valor del “ser”, no debe transformarse necesariamente en una anti-
nomia. Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consis-
te precisamente en esto: en que son relativamente pocos los que poseen
mucho, y muchos los que no poseen casi nada. En la injusticia de la mala
distribución de los bienes y servicios destinados originariamente a todos.
Este es pues el cuadro: están aquellos –los pocos que poseen mu-
cho– que no llegan verdaderamente a “ser”, porque, por una inversión
de la jerarquía de los valores, se encuentran impedidos por el culto del
“tener”; y están los otros –los muchos que poseen poco o nada–, los
cuales no consiguen realizar su vocación humana fundamental al care-
cer de los bienes indispensables.
El mal no consiste en el “tener” como tal, sino en el poseer que no
respeta la calidad y la ordenada jerarquía de los bienes que se tienen.
Calidad y jerarquía que derivan de la subordinación de los bienes y de
su disponibilidad al “ser” del hombre y a su verdadera vocación (...).
Desde un punto de vista complementario, el análisis de lo que es más específi-
co del ser humano, se vuelve sobre el sentido del auténtico desarrollo: sólo lo
será aquél que atienda a lo que es más propio del ser humano, lo que en este
texto se llama “el parámetro interior” (la dimensión no material de la persona).
11. Populorum progressio, 19: “El tener más, lo mismo para los pueblos que para las per-
sonas, no es el último fin. Todo crecimiento es ambivalente...La búsqueda exclusiva del
poder se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verda-
dera grandeza; para las naciones como para las personas, la avaricia es la forma más
evidente de un subdesarrollo moral”; cf. también PABLO VI, Octogesima adveniens, 9.
12. Cf. Gaudium et spes, 35; PABLO VI, Alocución al Cuerpo Diplomático (7/3/1965), AAS
57 (1965) 232.
Desarrollo 131
[78] JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis (1987): el sentido cris-
tiano del desarrollo
Pero Juan Pablo II no se contenta con una explicación del desarrollo desde la
óptica de una ética filosófica. Como es habitual en él, lo aborda también desde
una perspectiva teológica. Para ello recurre a dos temas de gran peso en la teo-
logía: la creación y la salvación en Cristo. Creación y salvación apuntan, res-
pectivamente, al comienzo y al final de la historia: ese gran proceso lo pone en
marcha Dios para encomendarlo después al hombre, que lo desarrollará según
el designio divino y lo encaminará a ese final que se nos ha adelantado en Cristo.
[79] JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis (1987): reforma de las
estructuras internacionales
(43) Esta preocupación acuciante por los pobres –que, según la sig-
nificativa fórmula, son “los pobres del Señor”16– debe traducirse, en
todos los niveles, en acciones concretas hasta alcanzar decididamente
algunas reformas necesarias. Depende de cada situación local deter-
14. Cf. Pregón pascual, Misal Romano, ed. typ. altera 1975, p. 272: “Necesario fue el
pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz culpa que mere-
ció tal Redentor!”.
15. Lumen gentium, 1.
16. Porque el Señor ha querido identificarse con ellos (Mt 25,31-46) y cuida de ellos (cf.
Sal 12,6; Lc 1,52s.).
134 Doctrina Social de la Iglesia
minar las más urgentes y los modos para realizarlas; pero no convie-
ne olvidar las exigidas por la situación de desequilibrio internacional
que hemos descrito.
A este respecto, deseo recordar particularmente: la reforma del sis-
tema internacional de comercio, hipotecado por el proteccionismo y el
creciente bilateralismo; la reforma del sistema monetario y financiero
mundial, reconocido hoy como insuficiente; la cuestión de los inter-
cambios de tecnologías y de su uso adecuado; la necesidad de una revi-
sión de la estructura de las organizaciones internacionales existentes,
en el marco de un orden jurídico internacional.
[80] JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis (1987): la tarea de los
países en vías de desarrollo
Todas las denuncias que esta encíclica formula respecto a las estructuras inter-
nacionales y a las estrategias que aplican los países más desarrollados no obs-
tan para que se ignore la responsabilidad que atañe a los países mismos cuyo
desarrollo se desea promover.
17. Populorum progressio, 55: “...es precisamente a estos hombres y mujeres a quienes hay
que ayudar, a quienes hay que convencer que realicen ellos mismos su propio desarro-
llo y que adquieran progresivamente los medios para ello”; cf. Gaudium et spes, 86.
Desarrollo 135
18. Populorum progressio, 35: “la educación básica es el primer objetivo de un plan de
desarrollo”.
Capítulo VIII
DERECHOS HUMANOS
******
En este caso nos remontamos más allá del límite temporal que nos hemos pro-
puesto para esta selección de textos. Y lo hacemos así para recoger este pasa-
je tantas veces citado, que está tomado del breve, dirigido por el Papa a los
obispos franceses el 10 marzo 1791, a propósito de la constitución civil del
clero, decretada por la Asamblea Nacional Francesa en julio de 1790. En él se
hace una dura crítica a la Declaración de los Derechos de Hombre y del
Ciudadano de la Revolución de 1789, que es la base en que se justifican las
medidas tomadas sobre el clero (fundamentalmente, su subordinación al poder
político estatal).
En el siglo XIX la Iglesia mostró una actitud reservada frente a los derechos y
libertades modernas, precisamente todo lo que estaba a la base de la revolu-
ción francesa y del Estado liberal. Un punto fundamental del debate fue la
manera de entender la libertad. La Iglesia siempre subrayó la subordinación de
la libertad humana a Dios, insistiendo además en que esto no es un recorte o
limitación de dicha libertad, sino lo que le da su verdadero sentido y plenitud.
rio el Papa se está adelantando a lo que, sólo décadas después, será reconocido
como un derecho social.
(8) (...) Con razón, por consiguiente, la totalidad del género huma-
no, sin preocuparse en absoluto de las opiniones de unos pocos en
desacuerdo, con la mirada firme en la naturaleza, encontró en la ley de
la misma naturaleza el fundamento de la división de los bienes y con-
sagró, con la práctica de los siglos, la propiedad privada como la más
conforme con la naturaleza del hombre y con la pacífica y tranquila
convivencia.- Y las leyes civiles, que, cuando son justas, deducen su
vigor de esa misma ley natural, confirman y amparan incluso con la
fuerza este derecho de que hablamos.- Y lo mismo sancionó la au-
toridad de las leyes divinas, que prohíben gravísimamente hasta el
deseo de lo ajeno: No desearás la mujer de tu prójimo; ni la casa, ni el
campo, ni la esclava, ni el buey, ni el asno, ni nada de lo que es suyo1.
(32) (...) En efecto, conservarse en la vida es obligación común de
todo individuo, y es criminoso incumplirla. De aquí la necesaria con-
secuencia del derecho a buscarse cuanto sirve al sustento de la vida, y
la posibilidad de lograr esto se la da a cualquier pobre nada más que el
sueldo ganado con su trabajo. Pase, pues, que obrero y patrono estén
libremente de acuerdo sobre lo mismo, y concretamente sobre la cuan-
tía del salario; queda, sin embargo, latente siempre algo de justicia
natural superior y anterior a la libre voluntad de las partes con-
tratantes, a saber: que el salario no debe ser en manera alguna insufi-
ciente para alimentar a un obrero frugal y morigerado (...).
(35) (...) Ahora bien, aunque las sociedades privadas se den dentro
de la sociedad civil y sean como otras tantas partes suyas, hablando
en términos generales y de por sí, no está en poder del Estado impe-
dir su existencia, ya que el constituir sociedades privadas es derecho
concedido al hombre por la ley natural, y la sociedad civil ha sido ins-
tituida para garantizar el derecho natural y no para conculcarlo; y, si
prohibiera a los ciudadanos la constitución de sociedades, obraría en
abierta pugna consigo misma, puesto que tanto ella como las socieda-
des privadas nacen del mismo principio: que los hombres son socia-
bles por naturaleza (...).
1. Dt 5,21.
142 Doctrina Social de la Iglesia
Este radiomensaje está dedicado a los fundamentos del orden interno del
Estado. Cuando se resumen en él cinco puntos nucleares sobre los que cons-
truir una convivencia social en paz, se coloca en primer lugar el respeto de la
dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales. Es una de las prime-
ras veces que se hace una enumeración de derechos en un documento del
magisterio social.
2. Cf. PÍO XII, Radiomensaje navideño de 1942, AAS 35 (1943) 9-24; JUAN XXIII,
Discurso del 4 de enero de 1963, AAS 55 (1963) 89-91.
144 Doctrina Social de la Iglesia
3. Cf. PÍO XI, Divini Redemptoris, AAS 29 (1937) 78; y PÍO XII, Mensaje del 1 de julio
de 1941, en la fiesta de Pentecostés, AAS 33 (1941) 195-202.
4. Cf. PÍO XII, Radiomensaje navideño de 1942, 9-24.
Derechos Humanos 145
Derechos familiares
(15) Además tienen los hombres pleno derecho a elegir el estado de
vida que prefieran, y, por consiguiente, a fundar una familia, en cuya
creación el varón y la mujer tengan iguales derechos y deberes, o a
seguir la vocación del sacerdocio o de la vida religiosa7.
(16) Por lo que toca a la familia, la cual se funda en el matrimonio libre-
mente contraído, uno e indisoluble, es necesario considerarla como la
semilla primera y natural de la sociedad humana. De lo cual nace el deber
de atenderla con suma diligencia tanto en el aspecto económico y social
como en la esfera cultural y ética; todas estas medidas tienen como fin
consolidar la familia y ayudarla a cumplir su misión.
(17) A los padres, sin embargo, corresponde antes que a nadie el dere-
cho de mantener y educar a los hijos8.
Derechos económicos
(18) En lo relativo al campo de la economía, es evidente que el hom-
bre tiene derecho natural a que se le facilite la posibilidad de trabajar
y a la libre iniciativa en el desempeño del trabajo9.
(19) Pero con estos derechos económicos está ciertamente unido el de
exigir tales condiciones de trabajo que no debiliten las energías del
10. Cf. LEÓN XIII, Rerum novarum, Acta Leonis 11 (1891) 128-129.
11. Cf. JUAN XXIII, Mater et magistra, AAS 53 (1961) 422.
12. Cf. PÍO XII, Mensaje del 1 de junio de 1941, en la fiesta de Pentecostés, AAS 33 (1941)
201.
13. Cf. JUAN XIII, Mater et magistra, AAS 53 (1961) 428.
14. Cf. ibid., 430.
Derechos Humanos 147
15. Cf. LEÓN XIII, Rerum novarum, Acta Leonis 11 (1891) 134-142; PÍO XI, Quadragesimo
anno, AAS 23 (1931) 199-200; y PÍO XII, Sertum laetitiae, AAS 31 (1939) 635-644.
16. Cf. AAS 53 (1961) 430.
17. PÍO XII, Radiomensaje navideño de 1952, AAS 45 (1953) 33-46.
18. Cf. PÍO XII, Radiomensaje navideño de 1944, AAS 37 (1945) 12.
148 Doctrina Social de la Iglesia
feliz memoria, Pío XII con estas palabras: Del ordenamiento jurídico
querido por Dios deriva el inalienable derecho del hombre a la seguri-
dad jurídica y, con ello, a una esfera concreta de derecho, protegida
contra todo ataque arbitrario19.
(28) Los derechos naturales que hasta aquí hemos recordado están
unidos en el hombre que los posee con otros tantos deberes, y unos y
otros tienen en la ley natural, que los confiere o los impone, su origen,
mantenimiento y vigor indestructible.
(29) Por ello, para poner algún ejemplo, al derecho del hombre a la
existencia corresponde el deber de conservarla; al derecho a un deco-
roso nivel de vida, el deber de vivir con decoro; al derecho de buscar
libremente la verdad, el deber de buscarla cada día con mayor profun-
didad y amplitud.
(30) Es asimismo consecuencia de lo dicho que, en la sociedad huma-
na, a un determinado derecho natural de cada hombre corresponda en
los demás el deber de reconocerlo y respetarlo. Porque cualquier dere-
cho fundamental del hombre deriva su fuerza moral obligatoria de la
ley natural, que lo confiere e impone el correlativo deber. Por tanto,
quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes
o no les dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con
una mano lo que con la otra construyen.
19. Cf. PÍO XII, Radiomensaje navideño de 1942, AAS 35 (1943) 21.
Derechos Humanos 149
20. Cf. Rom 5, 14; TERTULIANO, De carnis resurrectione, 6: “Las formas que adoptaba el
barro daban a entender el Cristo hombre futuro”. PL 2,282 (848); CSEL 47, p. 33, l.
12-13.
21. Cf. 2 Cor 4,4.
22. Cf. CONCILIO CONSTANTINOPOLITANO II, cap. 7: “Ni el Dios Verbo transmudado en
naturaleza carnal, ni la carne trasladada a naturaleza del Verbo” (DENZINGER, 219
[428]). Cf. también CONCILIO CONSTANTINOPOLITANO III: “Pues así como su santísima
e inmaculada carne animada no se perdió al ser deificada, sino que permaneció en su
propio estado y manera”: (DENZINGER 291 [556]). Cf. CONCILIO DE CALCEDONIA: “Se
ha de reconocer en las dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin sepa-
ración” (DENZINGER 148 [302]).
23. Cf. CONCILIO CONSTANTINOPOLITANO II: “Así también su voluntad humana no se per-
dió al ser deificada” (DENZINGER 291 [556]).
24. Cf. Heb 4,15.
25. Cf. 2 Cor 5,18-19; Col 1,20-22.
150 Doctrina Social de la Iglesia
Estamos sin duda ante uno de los avances más significativos del Concilio. El
reconocimiento del derecho a la libertad religiosa supone un paso decisivo en
la doctrina de la Iglesia. El Concilio se esforzó en dejar claro que esta postura
no estaba en contradicción con las mantenidas tradicionalmente por la Iglesia,
sobre todo al final del siglo XIX. Por eso, no sólo se reconoció el derecho a la
libertad religiosa, sino que se precisó con todo rigor su alcance: se trata de la
ausencia de coacción exterior (pública o privada), lo que no cuestiona la obli-
gación de todo ser humano para con la verdadera religión.
(1) El hombre de hoy tiene una conciencia cada vez mayor de la dig-
nidad de la persona humana29, y aumenta el número de los que exigen
que el hombre en su actuación disfrute y use sus propios criterios y una
libertad responsable, no movido por coacción sino orientado por la
conciencia del deber. Piden al mismo tiempo la delimitación jurídica del
poder público, para que no se restrinjan en exceso los límites de la justa
libertad, tanto de las personas como de las asociaciones (...).
(2) Este Concilio Vaticano II declara que la persona humana tiene
derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los
hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas
particulares como de grupos sociales o de cualquier potestad humana; y
esto, de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar
Una vez presentada todas sus reflexiones sobre el trabajo humano y las con-
secuencias que se siguen de ellas para juzgar éticamente los sistemas socioeco-
nómicos (capitalismo y colectivismo), la Laborem exercens dedica un capítu-
lo entero (el 4º) a los derechos derivados del trabajo, que se cuentan entre los
más importantes derechos sociales. El pasaje que sigue sirve de introducción a
dicho capítulo: en él se subraya la importancia de los derechos humanos para
la paz en el mundo.
30. JUAN XXIII, Pacem in terris, AAS 55 (1963) 260-261; PÍO XII, Radiomensaje de 24
diciembre 1942, AAS 35 (1943) 19; PÍO XI, Mit brennender Sorge, AAS 29 (1937) 160;
LEÓN XIII, Libertas praestatntissimum, Acta Leonis 8 (1888) 237-238.
31. Cf. Populorum Progressio 15, AAS 59 (1967) 265.
152 Doctrina Social de la Iglesia
[95] JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis (1987): derechos de los
pueblos
Este es un tema nuevo, objeto de frecuentes debates hoy por las dificultades que
supone la traducción jurídica de estos derechos. Pero la experiencia histórica ha
llevado a reconocer que, más allá de los derechos cuyo titular es la persona indi-
vidual (los derechos humanos por antonomasia), existen exigencias que afectan
conjuntamente a colectividades humanas. Juan Pablo II se ha hecho eco de ellos
en su encíclica sobre el desarrollo. Y es precisamente el derecho al desarrollo
uno de esos derechos cuyo titular son los pueblos, porque sólo pueden realizar-
se eficazmente a nivel de todo un pueblo. Sin entrar en la problemática jurídica
de su aplicación, la encíclica menciona en varias ocasiones los derechos de los
pueblos y enumera algunos de ellos.
(47) (...) Entre los principales [derechos] hay que recordar: el derecho
a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer
bajo el corazón de la madre, después de haber sido concebido; el dere-
cho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al
desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la propia
inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conoci-
miento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar
los bienes de la tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los
seres queridos; el derecho a fundar libremente una familia, a acoger y
educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad.
Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la libertad reli-
giosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en
conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona32.
32. Cf. mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1988, AAS 80 (1988) 1572-1580; men-
saje para la Jornada Mundial de la Paz 1991, “L Osservatore Romano”, ed. semanal
en lengua española, 21 diciembre 1990; CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, declaración
Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 1-2.
Capítulo IX
COMUNIDAD POLÍTICA, PODER POLÍTICO
******
[97] LEÓN XIII, Diuturnum illud (1881): el origen del poder políti-
co y la elección de los gobernantes
(4) Es importante advertir en este punto que los que han de gober-
nar los Estados pueden ser elegidos, en determinadas circunstancias,
por la voluntad y juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se
oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa el
gobernante, pero no se confieren los derechos del poder. Ni se entrega
el poder como un mandato, sino que se establece la persona que lo ha
de ejercer. No se trata en esta encíclica de las diferentes formas de
Comunidad Política, Poder Político 157
1. Rom 13,1.
Comunidad Política, Poder Político 159
2. Sab 6,7.
3. Rom 13,1.
4. Rom 13,2.
160 Doctrina Social de la Iglesia
5. Rom 13,1-6.
162 Doctrina Social de la Iglesia
6. Cf. LEÓN XIII, Diuturnum illud, Acta Leonis XIII 2, 274 (Roma 1881).
7. Hch 5,29.
8. Summa Theologiae, 1-2 q. 93, 2, 3 ad 2; cf. PÍO XII, Radiomensaje navideño de 1944,
AAS 37 (1945) 5-23.
Comunidad Política, Poder Político 163
de la vida social con las que los hombres, las familias y las asociacio-
nes pueden conseguir, de una forma más plena y expedita, su propia
perfección11.
(74) (...) Pero son muchos y diversos los hombres que se reúnen en una
comunidad política y pueden legítimamente inclinarse hacia opiniones
diversas. Para que la comunidad política no se disuelva a causa de la
diversidad de opiniones, se requiere una autoridad que dirija las fuerzas
de todos los ciudadanos hacia el bien común, no de un modo mecánico
ni despóticamente, sino principalmente como fuerza moral que se basa
en la libertad y en el sentido del deber y de la responsabilidad.
Es, pues, evidente que la comunidad política y la autoridad públi-
ca se fundan en la naturaleza humana y, por consiguiente, pertenecen
al orden previsto por Dios, incluso cuando la determinación del régi-
men y la designación de los gobernantes queden a la libre voluntad de
los ciudadanos12.
También se sigue que el ejercicio de la autoridad política, ya sea en
la comunidad como tal o en los organismos representativos del Estado,
debe siempre desenvolverse dentro de los límites del orden moral, para
procurar el bien común –concebido en un sentido dinámico– según un
orden jurídico legítimamente establecido o que se haya de establecer.
Entonces los ciudadanos están obligados a obedecer en conciencia13.
Resulta evidente la responsabilidad, la dignidad y la importancia de
quienes gobiernan.
11. Ibid.
12. Cf. Rom 13,1-5.
13. Cf. ib., 13,5.
Comunidad Política, Poder Político 165
[105] JUAN PABLO II, Centesimus annus (1991): ejercicio del poder
político
(44) León XIII no ignoraba que una sana teoría del Estado era nece-
saria para asegurar el desarrollo normal de las actividades humanas: las
espirituales y las materiales, entrambas indispensables15. Por esto, en un
pasaje de la Rerum novarum el Papa presenta la organización de la
sociedad estructurada en tres poderes –legislativo, ejecutivo y judicial–,
lo cual constituía entonces una novedad en las enseñanzas de la Iglesia16.
14. Quadragesimo anno, AAS 23 (1931) 203; cf. Mater et magistra, AAS 53 (1961)
414,428; Gaudium et spes 74.75.76, AAS 58 (1966) 1095-1100.
15. Cf. Rerum novarum, Acta Leonis XIII 11 (1892) 126-128.
16. Cf. ib., 121s.
Comunidad Política, Poder Político 167
17. Cf. LEÓN XIII, Libertas praestantissimum, Acta Leonis XIII 8 (1889) 224-226.
Capítulo X
DEMOCRACIA Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA
******
Esta es una idea que León XIII repitió en numerosas ocasiones: que la Iglesia
no se pronuncia por ninguna forma concreta de gobierno, porque todas pueden
responder a las exigencias morales fundamentales. Y entre estas exigencias los
documentos de la época insisten una y otra vez en el reconocimiento del prin-
cipio de autoridad, que la “democracia”, tal como se entendía en esos momen-
tos, parecía no respetar.
En Pablo VI –en este texto concretamente– hay una clara opción por la demo-
cracia. Y se justifica, no tanto desde una consideración de la naturaleza de la
persona humana, cuanto del análisis de las aspiraciones de la humanidad en el
momento actual. Se subraya que la democracia es hoy el sistema que mejor
responde a estas aspiraciones de igualdad y de participación, ambas expresión
de la dignidad del hombre y de su libertad. Es cierto que no todas las formas
de democracia son igualmente aceptables: es preciso un discernimiento. Pero,
en todo caso, el cristiano está obligado a comprometerse en la búsqueda de un
modelo aceptable de democracia.
3. Cf. PÍO XII, Radiomensaje, 1 junio 1941, AAS 33 (1941) 200; JUAN XXIII, Pacem in
terris, l.c., 273 y 274.
176 Doctrina Social de la Iglesia
dad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas
y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente
para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facili-
dad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la histo-
ria.
Capítulo XI
RESISTENCIA AL PODER, REVOLUCIÓN
******
La Doctrina Social se inicia con una postura de tajante negativa a toda posi-
ble insubordinación ante el poder constituido. En el contexto de frecuentes
revueltas de mediados del siglo XIX una postura así revela la preocupación
por no dar ni el más mínimo apoyo a esos movimientos revolucionarios,
poniéndose decididamente de parte del orden vigente. Esta doctrina no es, sin
embargo, absoluta. Tiene una excepción, que encontraba no pocas aplicacio-
nes en las iniciativas de muchos gobiernos de la época, inspirados por el libe-
ralismo y marcados por el anticlericalismo: aquellas leyes que contradicen a la
ley divina o a la ley natural.
(7) (...) Y si alguna vez sucede que los gobernantes ejercen el poder
con abusos y extralimitaciones, la doctrina católica no permite insu-
rrecciones arbitrarias contra ellos, para evitar el peligro de que la tran-
quilidad del orden sufra una perturbación mayor y la sociedad reciba
por esto un daño más grande. Y si el exceso del gobernante llega al
punto de no vislumbrarse otra esperanza de salvación, enseña que el
remedio se ha de buscar con los méritos de la paciencia cristiana y con
las fervientes oraciones a Dios.- Sin embargo, cuando las disposiciones
arbitrarias del poder legislativo o del poder ejecutivo promulgan u
ordenan algo contrario a la ley divina o a la ley natural, la dignidad del
cristianismo, las obligaciones de la profesión cristiana y el mandato del
Apóstol enseñan que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres1.
1. Hch 5,29.
Resistencia al Poder, Revolución 181
Pocos años después, León XIII insiste sobre la misma idea: no hay que obede-
cer aquellos preceptos que van contra la ley de Dios o la ley natural. Y se da
la razón: porque la obediencia se debe últimamente a Dios; a los hombres
(investidos de legítima autoridad), sólo en la medida en que actúan y mandan
de acuerdo con los designios divinos.
(11) Una sola causa tienen los hombres para no obedecer: cuando se
les exige algo que repugna abiertamente al derecho natural o al dere-
cho divino. Todas las cosas en las que la ley natural o la voluntad de
Dios resultan violadas, no pueden ser mandadas ni ejecutadas. Si,
pues, sucede que el hombre se ve obligado a hacer una de dos cosas,
o despreciar los mandatos de Dios, o despreciar la orden de los prín-
cipes, hay que obedecer a Jesucristo, que manda dar al César lo que
es del César y a Dios lo que es Dios2. A ejemplo de los apóstoles, hay
que responder animosamente: Es necesario obedecer a Dios antes que
a los hombres3. Sin embargo, los que así obran no pueden ser acusa-
dos de quebrantar la obediencia debida, porque si la voluntad de los
gobernantes contradice a la voluntad y las leyes de Dios, los gober-
nantes rebasan el campo de su poder y pervierten la justicia. Ni en
este caso puede valer su autoridad, porque esta autoridad, sin la jus-
ticia, es nula.
[117] LEÓN XIII, Rerum novarum (1891): un orden social justo para
garantizar la estabilidad
Pero las tendencias revolucionarias del siglo XIX no pueden ser combatidas
sólo desde la afirmación de la obediencia a la autoridad. Es preciso además
atacar las causas que las alientan. En esta dirección apunta la propuesta de
más alcance de la primera encíclica social: la necesidad de extender de la pro-
piedad privada a todos. Sólo así se puede, en efecto, evitar el malestar que sub-
yace a muchos movimientos revolucionarios. Para garantizar la estabilidad del
orden social no basta controlar o perseguir a los agitadores sociales, hay que
2. Mt 22,21.
3. Hch 5,29.
182 Doctrina Social de la Iglesia
eliminar las causas objetivas que les mueven a agitar a las masas: en este caso,
la mala distribución de la riqueza y de la propiedad.
Casi medio siglo después de los textos que preceden, encontramos este pasaje
en el que se toma postura en relación con la insurrección revolucionaria. El con-
texto es muy distinto: las persecuciones que sufren los católicos en México a
manos de gobiernos liberales. El recurso a la violencia es juzgado aquí como un
medio, pero su empleo ha de someterse a estrictas condiciones: su justificación
sólo cabe cuando se han agotado todos los demás recursos; incluso, una vez
aceptado, el uso mismo debe estar sometido a nuevas restricciones. Es eviden-
Resistencia al Poder, Revolución 183
(34) Por consiguiente, es muy natural que, cuando se atacan aun las
más elementales libertades religiosas y cívicas, los ciudadanos católicos
no se resignen pasivamente a renunciar a tales libertades. Aunque la
reivindicación de estos derechos y libertades puede ser, según las
circunstancias, más o menos oportuna, más o menos enérgica.
(35) Vosotros habéis recordado a vuestros hijos más de una vez que
la Iglesia fomenta la paz y el orden, aun a costa de graves sacrificios, y
que condena toda insurrección violenta que sea injusta, contra los
poderes constituidos. Por otra parte, también vosotros habéis afirma-
do que, cuando llegara el caso de que esos poderes constituidos se
levantasen contra la justicia y la verdad hasta destruir aun los funda-
mentos mismos de la autoridad, no se ve cómo se podría entonces con-
denar el que los ciudadanos se unieran para defender la nación y para
defenderse a sí mismos con medios lícitos y apropiados contra los que
se valen del poder público para arrastrarla a la ruina.
(36) Si bien es cierto que la solución práctica depende de las circuns-
tancias concretas, con todo, es deber nuestro recordaros algunos prin-
cipios generales que hay que tener siempre presentes, y son:
1º. Que estas reivindicaciones tienen razón de medio o de fin rela-
tivo, no de fin último y absoluto.
2º. Que, en su razón de medio, deben ser acciones lícitas y no
intrínsecamente malas.
3º. Que, si han de ser medios proporcionados al fin, hay que usar
de ellos solamente en la medida que sirven para conseguirlo o hacerlo
posible en todo o en parte, y en tal modo que no proporcionen a la
comunidad daños mayores que aquellos que se quieran reparar.
4º. Que el uso de tales medios y el ejercicio de los derechos cívicos
y políticos en toda su amplitud, incluyendo también los problemas de
orden puramente material y técnico o de defensa violenta, no es en
manera alguna de la incumbencia del clero ni de la Acción Católica
como tales instituciones, aunque también, por otra parte, a uno y a
otra pertenece el preparar a los católicos para hacer recto uso de sus
derechos y defenderlos con todos los medios legítimos, según lo exige
el bien común (...).
184 Doctrina Social de la Iglesia
También Juan XXIII se hizo eco del tema, aludiendo a las buenas intenciones
de aquellos que aspiran a una transformación radical de situaciones y estruc-
turas injustas. La postura de este Papa concuerda con la de sus predecesores,
en cuanto a la resistencia a justificar el recurso a la violencia aun en estos casos
en que se persigue una justa causa. Se recomienda, en cambio, una actitud más
paciente, aunque también decidida, que promueva el cambio por la vía de una
evolución progresiva.
Este pasaje, que ha sido interpretado muchas veces como un apoyo peligroso a
la revolución, no constituye sino una matizada actualización de la doctrina tra-
dicional del tiranicidio, que prácticamente había quedado ignorada por los
documentos anteriores. Su contexto es el de las profundas reformas que exigen
los países subdesarrollados para entrar en la vía del desarrollo. Pablo VI no quie-
re dar impulso a las propuestas de transformación revolucionaria de la sociedad,
pero advierte que, en situaciones extremas, estas propuestas pueden estar ética-
mente justificadas. Combatir la revolución implica, por consiguiente, combatir
las causas objetivas que la justificarían. Ya lo decía León XIII en Rerum nova-
rum: pero allí se excluía cualquier recurso a la violencia, mientras que ahora no
se excluye en absoluto, aunque se advierte de sus muchos peligros.
******
[122] LEÓN XIII, Immortale Dei (1885): Iglesia y Estado, dos pode-
res soberanos, distintos, pero coordinados
Este fragmento contiene una crítica del liberalismo en una de sus versiones
más moderadas, por su forma de entender la separación Iglesia-sociedad. León
XIII ha consagrado esta nueva encíclica, dos años después de la Immortale
Dei, a un análisis crítico del liberalismo, concretado en uno de sus puntos
nucleares: la concepción de la libertad, así como las consecuencias que se deri-
van de ella. La encíclica distingue tres grados de liberalismo, según el radica-
lismo con que interpretan la libertad. Los más moderados, los que se van a cri-
Relaciones Entre Iglesia y Comunidad Política 191
(14) Hay otros liberales algo más moderados, pero no por esto más
consecuentes consigo mismos; estos liberales afirman que, efectiva-
mente, las leyes divinas deben regular la vida y la conducta de los par-
ticulares, pero no la vida y la conducta del Estado; es lícito en la vida
política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en
cuenta para nada. De esta doble afirmación brota la perniciosa conse-
cuencia de que es necesaria la separación entre la Iglesia y el Estado.
Es fácil comprender el absurdo error de estas afirmaciones. Es la
misma naturaleza la que exige a voces que la sociedad proporcione a
los ciudadanos medios abundantes y facilidades para vivir virtuosa-
mente, es decir, según las leyes de Dios (..). Por ello es absolutamente
contrario a la naturaleza que pueda lícitamente el Estado despreocu-
parse de esas leyes divinas o establecer una legislación positiva que las
contradiga (...). Por esta razón los que en el gobierno de Estado pre-
tenden desentenderse de las leyes divinas desvían el poder político de
su propia institución y del orden impuesto por la misma naturaleza
(...).
Este pasaje es importante en la línea de los esfuerzos de León XIII por esta-
blecer puentes con la sociedad moderna. Tras la crítica que se ha hecho del
liberalismo, el Papa no puede dejar de reconocer la realidad de muchos que no
aceptan la religión cristiana. Eso le lleva una actitud de cierta tolerancia, que
es una concesión a esa realidad que se le impone. Porque una cosa son los prin-
cipios expuestos en este documento y en otros anteriores sobre los deberes del
Estado para con la verdadera religión y sobre las relaciones de éste con la
Iglesia, y otra el hecho fáctico de un pluralismo religioso que impide aplicar
estos principios en todo su rigor. Estas situaciones de hecho permiten cierta
tolerancia, lo que no puede interpretarse como reconocimiento estricto de un
derecho.
(23) (...) La Iglesia se hace cargo maternalmente del grave peso de las
debilidades humanas. No ignora la Iglesia la trayectoria que describe
la historia espiritual y política de nuestros tiempos. Por esta causa,
aun concediendo derechos sola y exclusivamente a la verdad y a la vir-
192 Doctrina Social de la Iglesia
Pablo VI dedicó la encíclica inaugural al diálogo, dando así una clave para
entender todo su pontificado. Estamos en pleno concilio. Este diálogo no es
sólo una estrategia social sino algo que dimana de la misión evangelizadora de
la Iglesia. Así lo expone Pablo VI en este pasaje: el diálogo es la forma que
Dios adoptó para comunicarse a los hombres a lo largo de la historia; por eso
debe ser la forma que asuma la Iglesia para difundir su mensaje.
Este es unos de los puntos esenciales de la doctrina del Vaticano II, ya que con-
tribuye a replantear las relaciones entre la sociedad y la Iglesia. Aunque toda
la actividad humana debe estar últimamente subordinada a Dios, eso no niega
la autonomía de esa realidad, que tiene sus propias leyes. Ahora bien, la subor-
dinación a Dios no supone subordinación a la autoridad de la Iglesia. En esto
se ha dado un paso decisivo en relación con la doctrina vigente desde antiguo
y reafirmada con fuerza en el siglo XIX (cf. documentos citados de León XIII).
(76) Es de gran importancia, sobre todo allí donde existe una socie-
dad pluralista, que se tenga una visión correcta de las relaciones entre
la comunidad política y la Iglesia, y que se distinga claramente entre la
actuación de los cristianos, aislada o asociadamente, en nombre propio
y como ciudadanos guiados por su conciencia cristiana, y su actuación
en nombre de la Iglesia y en comunión con sus pastores.
La Iglesia, que, por razón de su misión y de su competencia, no se
confunde de ninguna manera con la comunidad política ni está ligada
a ningún sistema político, es al mismo tiempo signo y salvaguardia de
la trascendencia de la persona humana.
La comunidad política y la Iglesia, cada una en su ámbito propio, son
mutuamente independientes y autónomas. Sin embargo, ambas, aunque
por título diverso, están al servicio de la vocación personal y social de
unos mismos hombres. Tanto más eficazmente ejercerán este servicio en
bien de todos cuanto mejor cultiven entre ellas una sana colaboración,
teniendo en cuenta también las circunstancias de lugar y de tiempo. Pues
el hombre no está limitado solamente al orden temporal, sino que, vivien-
do en la historia humana, conserva íntegramente su vocación eterna (...).
Relaciones Entre Iglesia y Comunidad Política 197
******
Las relaciones entre la Iglesia y los Estados modernos no fue fluida a lo largo
de todo el siglo XIX. Este dato no debe olvidarse al leer el fragmento que
sigue, porque entonces se valorará mejor la invitación a los católicos para par-
ticipar en la vida política. Al tiempo que se les recomienda que entren en ese
campo de actuación se les previene sobre lo que de censurable hay en las ins-
tituciones políticas.
Compromiso Sociopolítico de los Cristianos 201
(22) (...) Asimismo, por regla general, es bueno y útil que la acción de
los católicos se extienda desde este estrecho círculo a un campo más
amplio, e incluso que abarque el poder supremo del Estado. Decimos
por regla general, porque estas enseñanzas nuestras están dirigidas a
todas las naciones. Puede muy bien suceder que en alguna parte, por
causas muy graves y muy justas, no convenga en modo alguno interve-
nir en el gobierno de un Estado ni ocupar en él puestos políticos. Pero
en general, como hemos dicho, no querer tomar parte alguna en la vida
pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al
bien común. Tanto más cuanto que los católicos, en virtud de la misma
doctrina que profesan, están obligados en conciencia a cumplir estas
obligaciones con toda fidelidad. De lo contrario, si se abstienen políti-
camente, los asuntos públicos caerán en manos de personas cuya mane-
ra de pensar puede ofrecer escasas esperanzas de salvación para el
Estado (...). No acuden ni deben acudir a la vida política para aprobar
lo que actualmente puede haber de censurable en las instituciones polí-
ticas del Estado, sino para hacer que estas mismas instituciones se pon-
gan, en lo posible, al servicio sincero y verdadero del bien público, pro-
curando infundir en todas las venas del Estado, como savia y sangre
vigorosa, la eficaz influencia de la religión católica (...).
El pasaje anterior se complementa ahora con las directrices concretas que
deben presidir esa acción: aparecer como hijos de la Iglesia, defender la verdad
y la justicia, favorecer una concepción cristiana del Estado, actuar siempre de
acuerdo con la ley natural y con la ley de Dios.
Con esta encíclica León XIII quiso oponerse a un grupo de católicos, sobre
todo italianos, que deseaban entrar en una acción directamente política
mediante la constitución de un partido. Este pasaje muestra evidentes reservas
ante la acción de partidos, al tiempo que se invita a un tipo de acción que está
por encima de las diferencias partidistas. Con esos grandes principios superio-
res parece que basta para que los católicos desarrollen una eficaz acción en
favor de la sociedad, y más concretamente de las clases proletarias.
Aunque no se cuenta entre los temas más centrales de esta encíclica el com-
promiso social y político del cristiano, Pablo VI ofrece en la parte final estas
líneas que siguen, de interés por la insistencia en el margen de autonomía y de
responsabilidad que queda al laico a la hora de buscar soluciones y compro-
meterse con ellas. Son ideas que sintonizan profundamente con las directrices
nucleares del Vaticano II.
(81) (...) En los países en vía de desarrollo no menos que en los otros,
los seglares deben asumir como tarea propia la renovación del orden
temporal. Si el papel de la Jerarquía es el de enseñar e interpretar
auténticamente los principios morales que hay que seguir en este terre-
no, a los seglares les corresponde con su libre iniciativa y sin esperar
pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano la
mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad
en que viven1.
Esta carta de Pablo VI es, sin duda, el documento pontificio que más fecundo
ha sido en sacar las consecuencias de las ideas del Vaticano II en lo que se refie-
re al compromiso político de los cristianos. Punto central en él es la afirmación
de la responsabilidad política de los creyentes, que ahora se concreta en la con-
tribución a la construcción de una auténtica democracia.
(30) Pero fuera de este positivismo que reduce al hombre a una so-
la dimensión –importante, hoy día– y que en esto lo mutila, el cris-
tianismo encuentra en su acción movimientos históricos concretos
nacidos de las ideologías y, por otra parte, distintos de ellas. Ya nues-
tro venerado predecesor, Juan XXIII, en la Pacem in terris, muestra
que es posible hacer una distinción: “no se pueden identificar –escri-
be– las falsas teorías filosóficas sobre la naturaleza, el origen y la
finalidad del mundo y del hombre con los movimientos históricos
fundados en una finalidad económica, social, cultural o política, aun-
que estos últimos deban su origen y se inspiren todavía en esas teorí-
as. Una doctrina, una vez fijada y formulada, no cambia más, mien-
tras que los movimientos que tienen por objeto condiciones concretas
y mutables de la vida no pueden menos de ser ampliamente influen-
ciados por esta evolución. Por lo demás, en la medida en que estos
movimientos van de acuerdo con los sanos principios de la razón y
responden a las justas aspiraciones de la persona humana, ¿quién
rehusaría reconocer en ellos elementos positivos y dignos de aproba-
ción?”3.
(31) Hoy día, los cristianos se sienten atraídos por las corrientes
socialistas y sus diversas evoluciones. Ellos tratan de reconocer allí un
cierto número de aspiraciones que llevan dentro de sí mismos en
nombre de su fe. Se sienten insertos en esta corriente histórica y quie-
ren conducir dentro de ella una acción; ahora bien, esta corriente his-
tórica asume diversas formas bajo un mismo vocablo, según los con-
tinentes y las culturas, aunque ha sido y sigue inspirada en muchos
casos por ideologías incompatibles con la fe. Se impone un atento dis-
cernimiento. Con demasiada frecuencia, los cristianos, atraídos por el
socialismo, tienen la tendencia a idealizarlo, en términos, por otra
parte, muy generosos: voluntad de justicia, de solidaridad y de igual-
dad. Ellos rehúsan admitir las presiones de los movimientos históri-
cos socialistas, que siguen condicionados por su ideología de origen.
Entre los diversos niveles de expresión del socialismo –una aspiración
generosa y una búsqueda de una sociedad más justa, los movimientos
históricos que tienen una organización y un fin político, una ideolo-
gía que pretende dar una visión total y autónoma del hombre – hay
que establecer distinciones que guiarán las opciones concretas. Sin
embargo, estas distinciones no deben tender a considerar tales nive-
les como completamente separados e independientes. La vinculación
concreta que, según las circunstancias, existe entre ellos debe ser cla-
ramente señalada, y esta perspicacia permitirá a los cristianos consi-
derar el grado de compromiso posible en estos caminos, quedando a
salvo los valores, en particular, de libertad, de responsabilidad y de
apertura a lo espiritual, que garantizan el desarrollo integral del hom-
bre (...).
También es desde el discernimiento desde donde hay que analizar las posibili-
dades de compromiso con los movimientos históricos nacidos de la ideología
liberal.
208 Doctrina Social de la Iglesia
cia de este fragmento nos parece conveniente reproducirlo aquí, y además por-
que nos servirá de base para distinguir las tareas que corresponden a unos y
otros en la Iglesia, según la función que cada uno tiene asignada.
Este pasaje subraya que no se puede pedir a la Iglesia, como comunidad religio-
sa y jerárquica, lo que sí se puede pedir a los creyentes individualmente o agru-
pados. Porque éstos deben llegar en su compromiso a opciones concretas, que
aspiren a ser soluciones prácticas para los problemas sociales, económicos o
políticos, cosa que no es misión de la Iglesia como institución.
******
(37) (...) Sin duda alguna, el progreso de los inventos humanos, que
debía señalar la realización de un mayor bienestar para toda la huma-
nidad, ha sido dirigido, por el contrario, a destruir cuanto los siglos
habían edificado. Pero, precisamente por esta inversión, ha aparecido
cada vez más evidente la inmoralidad de la llamada guerra de agre-
sión (...).
Se recogen aquí tres pasajes de distintos lugares de la encíclica sobre la paz, que
expresan de distinto modo cómo la paz no es sólo ausencia de guerra: su hori-
zonte es el orden establecido por Dios; su base es el respeto a los derechos huma-
nos; sus coordenada serán la verdad, la justicia, la caridad y la libertad. Esta pers-
pectiva cristiana, donde Dios tiene un lugar determinante para definir lo que es
el orden de convivencia entre las personas y entre los pueblos, se muestra perfec-
tamente coherente con un ética política de inspiración no creyente.
1. Cf. PIO XII, Radiomensaje navideño de 1942, AAS 35 (1943) 9-24; JUAN XXIII,
Discurso del 4 de enero de 1963, AAS 55 (1963) 89-91.
2. Cf. Is 9, 6.
Paz, Convivencia Entre los Pueblos 215
(136) Ahora bien, si se examinan con atención, por una parte, el con-
tenido intrínseco del bien común, y, por consiguiente, la naturaleza y el
ejercicio de la autoridad pública, todos habrán de reconocer que entre
ambos existe una imprescindible conexión. Porque el orden moral, de
216 Doctrina Social de la Iglesia
(139) Así como no se puede juzgar del bien común de una nación sin
tener en cuenta la persona humana, lo mismo debe decirse del bien
común general; por lo que la autoridad pública mundial ha de tender
principalmente a que los derechos de la persona humana se reconoz-
can, se tengan en el debido honor, se conserven incólumes y se aumen-
ten en realidad. Esta protección de los derechos del hombre puede rea-
lizarla o la propia autoridad mundial por sí misma, si la realidad lo per-
mite, o bien creando en todo el mundo un ambiente dentro del cual los
gobernantes de los distintos países puedan cumplir sus funciones con
mayor facilidad.
Este texto es muy cercano al de Pacem in terris citado más arriba: la realidad de
la guerra moderna exige acercarse al problema con una nueva mentalidad. Pero
al mismo tiempo da un paso adelante: la condenación de la “guerra total” (es
decir, aquel género de guerra que se basa en la estrategia de ataque masivo a la
población civil, no limitándose a los campos de batalla donde los ejércitos miden
sus fuerzas). Este texto constituye además la única condenación explícita del
Concilio Vaticano II (como puede deducirse de la solemnidad de la fórmula
empleada): la fuerza de tal toma de postura debe valorarse desde la intención de
este último concilio ecuménico de evitar toda condenación, rompiendo así la tra-
dición de todos los concilios anteriores.
3. Cf. JUAN XXIII, Pacem in terris, AAS 55 (1963) 291: “Por esto, en nuestro tiempo, que
se ufana con la energía atómica, es irracional pensar que la guerra sea medio apto para
restablecer los derechos violados”.
218 Doctrina Social de la Iglesia
Pablo VI, haciéndose eco de la sensibilidad dominante en los años 60, pone en
conexión la tarea de construir la paz con el desarrollo de los pueblos: la paz
no puede ser el fruto de un equilibrio precario de fuerzas, sino el resultado de
un esfuerzo de cada día por hacer más justo este mundo. En una palabra, “el
desarrollo es el nuevo nombre de la paz”.
4. Cf. PÍO XII, Alocución de 30 septiembre de 1954, AAS 46 (1954) 589; Mensaje radio-
fónico de 24 de diciembre de 1954, AAS 47 (1955) 15ss; JUAN XXIII, Pacem in terris,
AAS 55 (1963) 286-291; PABLO VI, Discurso ante la ONU, de 4 de octubre de 1965,
AAS 57 (1965) 877-885.
5. AAS 57 (1965) 896.
6. Cf. Pacem in terris, AAS 55 (1963) 301.
Paz, Convivencia Entre los Pueblos 219
Pablo VI no entra en los detalles que incluía la propuesta de Juan XXIII de una
autoridad mundial (cf. Pacem in terris). Pero invoca la necesidad de una insti-
tución de este alcance como eje de un orden jurídico universalmente reconoci-
do. Esta institución no puede ser, en el contexto de su tiempo, ajena a la
Organiza-ción de Naciones Unidas: es importante que el texto que se cita ahora
termine con una pasaje de su discurso ante la Asamblea General de la ONU en
1965.
******
(16) A nadie se manda socorrer a los demás con lo necesario para sus
usos personales o de los suyos; ni siquiera a dar a otro lo que él mismo
necesita para conservar lo que convenga a la persona, a su decoro:
Nadie debe vivir de una manera inconveniente1. Pero cuando se ha aten-
dido suficientemente a la necesidad y al decoro, es un deber socorrer a
los indigentes con lo que sobra. Lo que sobra, dadlo de limosna2. No
son éstos, sin embargo deberes de justicia, salvo en los casos de ne-
cesidad extrema, sino de caridad cristiana, la cual ciertamente no hay
derecho de exigirla por la ley. Pero antes que la ley y el juicio de los
hombres están la ley y el juicio de Cristo Dios, que de modos diversos y
1. 2-2, q. 32, a. 6.
2. Lc 11,41.
Justicia, Solidaridad 223
3. Hch 20,35.
4. Mt 25,40.
224 Doctrina Social de la Iglesia
rrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de
fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados.
Este pasaje establece las relaciones entre justicia social y caridad. Parece atri-
buirse a la caridad un papel superior, lo que no invalida la función de la justi-
cia. Por otra parte, aquí la justicia es entendida más bien, aunque no exclusi-
vamente, como justicia conmutativa.
Justicia, Solidaridad 225
[152] JUAN XXIII, Mater et magistra (1961): justicia frente a todo tipo de
desigualdades
5. Col 3,14.
6. Rom 12,5.
7. 1 Cor 12,26.
226 Doctrina Social de la Iglesia
El sínodo de 1971 supone, para los obispos allí reunidos, una toma de con-
ciencia muy fuerte. En contacto con las injusticias internacionales, que son las
que ocupan directamente la atención de aquella asamblea, reconocen la res-
ponsabilidad que corresponde a la Iglesia en este campo, que vinculan con la
esencia misma de su misión. Aquí está, sin duda, lo más llamativo de este texto:
en considerar la lucha por la justicia como “una dimensión constitutiva” de la
misión de la Iglesia.
(Parte II, n.1) Por tanto, según el mensaje cristiano, la actitud del hom-
bre para con los hombres se completa con su misma actitud para con
Dios; su respuesta al amor de Dios, que nos salva por Cristo, se mani-
fiesta eficazmente en el amor y en el servicio de los hombres. Pero el
amor cristiano al prójimo implica una exigencia absoluta de justicia, es
decir, el reconocimiento de la dignidad y de los derechos del prójimo.
La justicia, a su vez, alcanza su plenitud interior solamente en el amor.
Siendo cada hombre realmente imagen visible de Dios invisible y her-
mano de Cristo, el cristiano encuentra en cada hombre a Dios y la
exigencia absoluta de justicia y de amor que es propia de Dios.
(Parte II, n. 1) La situación actual del mundo, vista a la luz de la fe, nos
invita a volver al núcleo mismo del mensaje cristiano, creando en noso-
tros la íntima conciencia de su verdadero sentido y de sus urgentes exi-
gencias. La misión de predicar el evangelio en el tiempo presente re-
quiere que nos empeñemos en la liberación integral del hombre ya
desde ahora, en su existencia terrena. En efecto, si el mensaje cristiano
sobre el amor y la justicia no manifiesta su eficacia en la acción por la
justicia en el mundo, muy difícilmente obtendrá credibilidad entre los
hombres de nuestro tiempo.
La solidaridad tiene mucho que ver con la justicia, tal como fue definida en el
sínodo de 1971, coincidiendo como otras concepciones vigentes en distintas
corrientes de ética social.
(Las citas corresponden a los números marginales de los textos; cuando van
en negrita, se refieren a los capítulos que se dedican por entero al tema)
[1 2 9 ] C O N C I L I O V A T I C A N O I I , G a u d i u m e t s p e s 7 6 : c o m u n i d a d
p o l í t i c a e I g l e s i a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196
Í N D I C E T E M Á T I C O . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
Í N D I C E G E N E R A L . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
CRISTIANISMO Y SOCIEDAD
1. MARTIN HENGEL: Propiedad y riqueza en el cristianismo primitivo.
2. JOSE M.ª DIEZ-ALEGRIA: La cara oculta del cristianismo.
3. A.PEREZ-ESQUIVEL: Lucha no violenta por la paz.
4. BENOIT A. DUMAS: Los milagros de Jesús.
5. JOSE GOMEZ CAFFARENA: La entraña humanista del cristianismo.
6. MARCIANO VIDAL: Etica civil y sociedad democrática.
7. GUMERSINDO LORENZO: Juan Pablo II y las caras de su Iglesia
8. JOSE M.ª MARDONES: Sociedad moderna y cristianismo.
9. GUMERSINDO LORENZO: Una Iglesia democrática (Tomo I).
10.GUMERSINDO LORENZO: Una Iglesia democrática (Tomo II).
11.JAMES L. CRENSHAW: Los falsos profetas.
12.GERHARD LOHFINK: La Iglesia que Jesús quería.
13.RAYMOND E. BROWN: Las Iglesias que los Apóstoles nos dejaron.
14.RAFAEL AGUIRRE: Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana.
15.JESUS ASURMENDI: El profetismo. Desde sus orígenes a la época moderna.
16.LUCIO PINKUS: El mito de María. Aproximación simbólica.
17.P. IMHOF y H. BIALLOWONS: La fe en tiempos de invierno. Diálogos con Karl Rahner en los
últimos años de su vida.
18.E. SCHÜSSLER FIORENZA: En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista de los
orígenes del cristianismo.
19.ALBERTO INIESTA: Memorándum. Ayer, hoy y mañana de la Iglesia en España.
20.NORBERT LOHFINK: Violencia y pacifismo en el Antiguo Testamento.
21.FELICISIMO MARTINEZ: Caminos de liberación y de vida.
22.XABIER PIKAZA: La mujer en las grandes religiones.
23.PATRICK GRANFIELD: Los límites del papado.
24.RENZO PETRAGLIO: Objeción de conciencia.
25.WAYNE A. MEEKS: El mundo moral de los primeros cristianos.
26.RENE LUNEAU: El sueño de Compostela. ¿Hacia una restauración de una Europa Cristiana?
27.FELIX PLACER UGARTE: Una pastoral eficaz. Planificación pastoral desde los signos de los
tiempos de los pobres.
28.JEAN-PIERRE CHARLIER: Jesús en medio de su pueblo I.
29.JEAN-PIERRE CHARLIER: Jesús en medio de su pueblo II. La tierra de Abraham y de Jesús.
30.JEAN-PIERRE CHARLIER: Jesús en medio de su pueblo III. Calendario litúrgico y ritmo de vida.
31.BRUNO MAGGIONI: Job y Cohélet. La contestación sapiencial en la Biblia.
32.M. ANTONIETTA LA TORRE: Ecología y moral. La irrupción de la instancia ecológica en la
ética de Occidente.
33.JHON E. STAMBAUGH y DAVID L. BALCH: El Nuevo Testamento en su entorno social.
34.JEAN-PIERRE CHARLIER: Comprender el Apocalipsis I.
35.JEAN-PIERRE CHARLIER: Comprender el Apocalipsis II.
36.DAVID E. AUNE: El Nuevo Testamento en su entorno literario.
37.XAVIER TILLIETTE: El Cristo de la filosofía.
38.JAVIER M. SUESCUN: Carlos de Foucauld en el Sahara entre los Tuareg.
39.ROMANO PENNA: Ambiente histórico-cultural de los orígenes del cristianismo.
40.MARC LEBOUCHER: Las religiosas. Unas mujeres de Iglesia hablan de ellas mismas.
41.SOR JEANNE D’ARC, OP: Caminos a través de la Biblia. Antiguo y Nuevo Testamento.
42.DIONISIO BOROBIO: Familia, Sociedad, Iglesia, Identidad y misión de la familia cristiana.
43.FRANCIS A. SULLIVAN: La Iglesia en la que creemos.
44.ANDRE MANARANCHE: Querer y formar sacerdotes.
45.JAMES B. NELSON (Ed.): La sexualidad y lo sagrado.
46.EUGEN DREWERMANN: Psicoanálisis y Teología Moral. Vol. I. Angustia y culpa.
47.EUGEN DREWERMANN: Psicoanálisis y Teología Moral. Vol. II. Caminos y Rodeos del amor.
48.EUGEN DREWERMANN: Psicoanálisis y Teología Moral. Vol. III. En los confines de la vida.
49.JOSÉ M. CASTILLO: Los pobres y la teología. ¿Qué queda de la teología de la liberación?
50.JUAN ARIAS: Un Dios para el 2000. Contra el miedo y a favor de la felicidad.
51.MIGUEL CISTERÓ: En camino. De una pastoral parroquial al mundo obrero.
52.CARLOS DÍAZ: Apología de la fe inteligente.
53.PIERRE DESCOUVEMONT: Guía de las dificultades de la vida cotidiana.
54.JAVIER GAFO: Eutanasia y ayuda al suicidio. “Mis recuerdos de Ramón Sampedro”.
55.JUAN JOSÉ TAMAYO ACOSTA: Leonardo Boff. Ecología, mística y liberación.
56.CARLOS DÍAZ: Soy amado, luego existo. Vol. I. Yo y tú.
57.MICHAEL SCHNEIDER: Teología como biografía.Una fundamentación dogmática.
58.CARLOS DÍAZ: Soy amado, luego existo. Vol. II. Yo valgo, nosotros valemos.
59.CARLOS DÍAZ: Soy amado, luego existo. Vol. III. Tu enseñas, yo aprendo.
60.CARLOS DÍAZ: Soy amado, luego existo. Vol. IV. Su justicia para quienes guardan su alianza.
61.CARLOS DÍAZ: La persona como Don.
62.GUILLEM MUNTANER: Hacia una nueva configuración del mundo. Sociedad, cultura, religión.
63.JOSÉ ANTONIO GALINDO RODRIGO: El mal. El optimismo soteriológico como vía intermedia
entre el pesimismo agnosticista y el optimismo racionalista.
64.JAMES B. NELSON: La conexión íntima. Sexualidad del varón, espiritualidad masculina.
65.MARCIANO VIDAL: Ética civil y sociedad democrática.
66.JUAN GONZÁLEZ RUIZ: En tránsito del infierno a la vida. La experiencia de un homosexual
cristiano.
67.ENRIQUE BONETE PERALES: Éticas en esbozo. De política, felicidad y muerte.
68.N. T. WRIGHT: El desafío de Jesús.
69.H. RICHARD NIEBUHR: El yo responsable. Un ensayo de filosofía moral cristiana.
70.RENATO MORO: La Iglesia y el exterminio de los judíos. Catolicismo, antisemitismo, nazismo.