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Legales
Sonrisas, alivio y complicidad
1. Mitos, fantasías y verdades sobre los partos occidentales
2. La vuelta a casa
3. Lactancia
4. Toda madre es invisible para la sociedad
5. El bebe real, ese que demanda, llora, exige y no duerme
6. Desde el punto de vista del bebe
7. La noche
8. El pan nuestro de cada día
9. El padre moderno
10. Enfermarse, a veces está bueno
11. Los tuyos, los míos, los nuestros
12. La escuela
13. Los psicoterapeutas infantiles
14. Adicciones tempranas
15. Historias no convencionales
16. Historias violentas
17. Hijos adolescentes
18. Un mundo ideal
Portadilla
Legales
Sonrisas, alivio y complicidad
1. Mitos, fantasías y verdades sobre los partos occidentales
2. La vuelta a casa
3. Lactancia
4. Toda madre es invisible para la sociedad
5. El bebe real, ese que demanda, llora, exige y no duerme
6. Desde el punto de vista del bebe
7. La noche
8. El pan nuestro de cada día
9. El padre moderno
10. Enfermarse, a veces está bueno
11. Los tuyos, los míos, los nuestros
12. La escuela
13. Los psicoterapeutas infantiles
14. Adicciones tempranas
15. Historias no convencionales
16. Historias violentas
17. Hijos adolescentes
18. Un mundo ideal
Gutman, Laura
La familia ilustrada / Laura Gutman ; coordinado por Mó nica Piacentini ; dirigido por
Tomá s Lambré. - 1a ed. - Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2014.
E-Book.
ISBN 978-987-609-375-0
1. Psicología. 2. Familia. I. Mó nica Piacentini, coord. II. Tomá s Lambré, dir. III. Título
CDD 150
La familia ilustrada
Dibujos de Micaël
Sonrisas, alivio y complicidad
Sobre todo aquello que nos pasa a los adultos cuando tenemos hijos, creo
que no tengo mucho má s para decir. Sin embargo, hay alguien que dice
mucho, mucho má s, con la ayuda de dos lenguajes extraordinarios: el arte y
el humor. La magnífica expresió n “una imagen vale má s que mil palabras” se
convierte en una apreciació n justa cuando el lenguaje escrito ya es
redundante y reiterativo.
El presente libro es el primero que realizo en colaboració n con otra
persona. Esa persona es Micaël, artista plá stico y humorista. Mi idea original
era ilustrar algunos de mis conceptos teó ricos, pero a medida que fuimos
trabajando juntos, aparecieron nuevos pensamientos en forma de arte que
incluían ironía, calidez, ternura, gracias al ocurrente y comprometido aporte
creativo. Tal vez le interese al lector una curiosidad: Micaël vive en París y
yo vivo en Buenos Aires. Durante dos añ os tuvimos nuestros “encuentros de
trabajo semanales” pautando previamente fecha y hora, y llegando a
nuestras citas puntualmente a través de “skype”. Con cá maras encendidas,
dibujos escaneados, textos impresos y entusiastas conversaciones, fuimos
intercambiando sensaciones, decidiendo si las propuestas “funcionaban” o
no, si eran universalmente comprensibles, si los mensajes eran amables o
por el contrario demasiado irreverentes, discutíamos hasta dó nde convenía
provocar, qué lugares sacralizados nos atrevíamos a traspasar, qué frase
podía llegar a ofender o cuá l era el límite entre el humor negro y el humor
soportable. Poco a poco, con 11.000 km de distancia reales pero con un
ritmo de trabajo constante que nos mantenía unidos en un pulso
sincronizado y exigente, el libro se fue transformando en esta joya que
ofrecemos hoy: un festival de obras de arte que retratan el punto de vista
del alma infantil. Digo “joya” porque no es fá cil encontrar algo así.
La historia del pensamiento la escribimos los adultos, y el ar-te que perdura
a través del tiempo también. Con lo cual el punto de vista del niñ o suele
permanecer encubierto, ya sea porque las voces infantiles las festejamos o
las despreciamos dentro de casa –es decir, no hacen parte de la historia
oficial– o porque ese niñ o que hemos sido, lo llevamos escondido entre otros
recuerdos dolorosos, innombrables o simplemente olvidados. Sin embargo,
las grandes verdades y los renombrados postulados filosó ficos está n
basados en el modo en que los seres humanos hemos percibido el mundo
que nos rodeaba cuando fuimos niños, y por las palabras utilizadas en ese
entonces por los adultos para nombrar aquello que nos sucedía. Quiero decir
que nuestras percepciones y nuestras ideas, nuestra moral y nuestras
creencias dependen de nuestra niñ ez. La real, la olvidada, la nombrada, la
tergiversada, la añ orada, la inventada.
Llamativamente, no abunda ni literatura ni arte que refleje la temá tica de
las vivencias de la infancia. Este libro pretende devolvernos esa deuda
pendiente, transcribiendo la realidad de nuestra “criatura interna” juntando
el pensamiento, el arte y el humor. El propó sito también está en acortar la
distancia entre el entramado afectivo organizado durante los primeros añ os,
y la identidad con la que nos presentamos, ya que aquellas vivencias mueven
los hilos de nuestras conductas actuales. Ademá s, reconoceremos la
implicancia de nuestras propias historias en relació n a las vivencias de
quienes son niños hoy. Para ello el humor –en particular– opera como un
excelente vehículo, porque nos obliga a bajar las resistencias y conecta con
ese “lugar” delicado, íntimo y contradictorio que es el de las emociones no
nombradas.
Por ú ltimo, quiero agregar que es un honor para mí, que el arte y el humor
expresados con un talento singular, se hayan combinado con ciertos
pensamientos que he escrito y ordenado; y que el resultado haya sido este
pequeñ o tesoro. Mi deseo es que sea leído y deleitado como un puñ ado de
semillas de esperanza, que traen consigo sonrisas, alivio y complicidad.
Laura Gutman
1. Mitos, fantasías y verdades sobre los partos
occidentales
Ahora bien, cualquier persona decente que lea este pá rrafo va a decir:
“¡¿Pero entonces dó nde pretende la autora que las mujeres ‘vayan’ a parir?!”,
con cara de horror, fastidio y acusaciones de pertenecer a alguna “secta”, de
esas que inyectan ideas raras en la gente.
Justamente, las mujeres no tendríamos que ir a ningú n lugar. Tendríamos
que quedarnos tranquilas en casa o en cualquier sitio que se parezca a
nuestro “hogar”. “¡¿Y el médicoooooooooooo?!”. “¿Eh? ¿Qué es eso?”,
diremos dentro de algunos siglos, cuando ya no queden dudas del genocidio
que habremos sostenido durante algunas generaciones sobre las
parturientas y sus bebes.
Mientras tanto, las cosas hoy por hoy no son así. En la actualidad, si somos
una señ ora honorable que queda embarazada, lo primero que hacemos es
visitar a un médico. Luego lo visitaremos innumerables veces durante el
embarazo, que posiblemente se vaya complicando cada vez má s. Hasta llegar
al parto, la cantidad de embrollos, medicaciones y aná lisis van a ser tantos…
que las posibilidades de tener un “parto” será n escasas.
A pesar de lo que comú nmente se cree… la medicina ha hecho poco a favor
de los partos. La figura del médico interfiere, condiciona, infantiliza, quita
poder femenino, confunde y debilita la capacidad de cada una de nosotras
para entrar en conexió n profunda con nuestra esencia, que es todo lo que
necesitamos para parir. Las mujeres occidentales y patriarcales
proyectamos en la figura del médico algo enorme, todopoderoso, paterno y
gigantesco. Pero se trata de proyecció n, no es una realidad. Frente a la
experiencia del parto, no hay nada má s poderoso que un cuerpo de mujer.
Sin embargo, la realidad no suele definir las acciones de las personas, sino
las creencias que tenemos sobre cada cosa.
Lactancia y upa
Casi no hay diferencia entre dar de mamar y tener al bebe en brazos. Para
que el bebe pueda succionar y alimentarse, es imprescindible que esté cerca
de los pechos. Eso lo puede lograr só lo si está en brazos. El bebe que mama
extasiado y satisfecho, luego no quiere ser dejado de lado, evidentemente.
Podemos concluir que dar de mamar y tener el niñ o en brazos son actitudes
que engloban una manera de estar con los bebes. Pretender sostener una
buena lactancia sin tener a los niñ os en brazos es una estupidez. La lactancia
depende del tiempo que el niñ o permanezca en brazos de su madre. En caso
de que el bebe pase mucho tiempo en la cuna o en el cochecito, las
consecuencias se manifestará n en mastitis, dolores en los pechos, sangrado
o, má s comú nmente, en la disminució n paulatina de la producció n de leche.
Lactancia y envidia
Llamativamente, quienes má s envidiamos a las madres que amamantan
somos las demá s mujeres. Generalmente somos aquellas que por los motivos
que fueren no hemos logrado acceder a esta experiencia con placer y
ternura, y sin comprender por qué, nos sentimos agredidas ante la escena de
un bebe mamando extasiado en su propio paraíso. Saber que la lactancia
produce reacciones insospechadas en otras personas puede servirnos para
no exponernos innecesariamente a las agresiones ajenas. Algo así como
comer frente a quien tiene hambre. La lactancia es un asunto privado.
Merecemos ofrecernos esas instancias de intimidad y asegurarle al bebe una
calidad de resguardo emocional mínimo.
Lactancia y varones
Si el padre de la criatura es emocionalmente muy infantil, va a vivir la
lactancia como un lugar de pérdida. Porque, efectivamente, la lactancia
sucede só lo entre dos personas: madre y bebe. Los demá s quedan fuera de la
escena. Por eso, no es ni “normal” ni “anormal” la actitud del varó n.
Simplemente responde a una personalidad o un rol dentro de la pareja que
venía “jugando” desde antes del nacimiento del niñ o. Un varó n
emocionalmente má s maduro sabrá que no queda apartado de la escena, y
que la forma de pertenecer a la tríada es apoyando, sosteniendo, amparando
y cobijando las necesidades de la madre y del hijo en comú n. Las mujeres no
podemos sostener las lactancias sin el apoyo de varias personas alrededor
que lo permitan, lo avalen, lo defiendan y lo protejan.
La noche es larga
El “tiempo” para los niñ os pequeñ os aparece como un hecho doloroso y
desgarrador si la madre no acude, a diferencia de las vivencias dentro del
ú tero, donde toda necesidad era satisfecha instantá neamente. Ahora la
espera, duele. Si los niñ os deben esperar demasiado tiempo para encontrar
confort en brazos de su madre, se aferrará n con fuerza a los pechos,
mordiendo, lastimando o llorando, con miedo a ser nuevamente
abandonados. Los niñ os tienen razó n en reclamar compañ ía, ya que son
totalmente dependientes de los cuidados maternos. Tienen conciencia
de su estado de fragilidad y hacen lo que todo niñ o sano debe hacer: exigir
cuidados suficientes para su supervivencia. La noche es larga y oscura, y
ningún niño debería atravesarla estando solo.
La cama es chica
Efectivamente las camas altas –a unos 40 cm del suelo– son un invento
occidental antiniñ o, ya que cualquier niñ o pequeñ o puede caerse, lo que las
convierte en un objeto de uso peligroso. Ademá s son demasiado angostas y
no está n pensadas para planes familiares. Por lo tanto, tendremos que
inventar modos de poder dormir con relativa comodidad. Con la mano en el
corazó n, la mayoría de los varones no tendrá ningú n problema en dormir
solo, si recibe a cambio la maravillosa ventaja de dormir toda la noche sin
despertar. En esos casos, especialmente las madres que amamantamos
podemos acomodar un colchó n bien amplio en el piso en alguna habitació n
que no sea la conyugal, llenarlo de almohadones confortables y disponernos
a dormir con el niñ o. Todos despertaremos felices.
La comida basura
Los niñ os no pueden comer comida nutritiva y saludable si está n solos. En
cambio, sí pueden comer comida con mucho azú car, porque el azú car
reemplaza la compañ ía. Eso lo saben perfectamente las grandes cadenas de
comida rá pida, cuya principal clientela son los adolescentes y niñ os. La
“comida basura”, adictiva por la cantidad de azú car y harinas blancas que
contiene, ademá s de grasas saturadas, se puede ingerir sin presencia de
otros. La comida basura se compra rápido y los niños la comen sin
necesidad de estar acompañados. Lamentablemente, al constatar que los
niñ os la comen incluso si no permanecemos con ellos, los adultos luego
interpretamos que esa comida les gusta. Pero estamos equivocados. Es
soledad, no es paladar.
¿Cocinar o no cocinar?, that is the question
Tenemos todo el derecho del mundo a que la cocina no nos guste. En
muchos casos las obligaciones domésticas –entre la que se encuentra la
preparació n de la comida diaria– tiene gusto a sometimiento y destila las
quejas de mamá que perduraron a lo largo de nuestra infancia. No nos da
placer. Invertimos mucho tiempo en cocinar y luego la comida desaparece
en pocos minutos como por arte de magia.
Cocinar no es una obligació n. El problema es que los niñ os tienen que
comer, y en lo posible, alimentos de buena calidad. En las ciudades podemos
elegir comprar comida ya elaborada de mejor calidad que otras. Las frutas
ya vienen hechas. Los frutos secos, también. Algunas verduras también se
pueden comer tal como se compran, sin má s elaboració n que retirar una
cá scara. Los cereales integrales se pueden cocinar una sola vez, guardarlos
en la heladera y servirlos de un modo muy sencillo. Es decir, no es
indispensable cocinar, sino pensar có mo ofrecer algo saludable sin
someternos a una tarea que detestamos. Y de ese modo, salirnos de la huella.
El soborno a través del azúcar
Cualquier adulto que intente acercarse a un niñ o sabe que lo conseguirá
ofreciendo un caramelo. Hasta la infaltable tía abuela con bigotes, presente
en toda familia, obtiene un beso si llega a casa con la bolsa má gica repleta de
golosinas. Cuando necesitamos que el niñ o permanezca quieto en una sala
de espera durante dos horas, la forma infalible será llená ndolo de chocolates
y promesas de má s dulces a la salida de ese infierno. Las compras del
supermercado será n factibles só lo en la medida en que el niñ o esté acallado
con dulces. Estamos tan acostumbrados a domar a los niñ os con azú car, que
cuando el sistema no da resultado inmediato, nos desorientamos.
La enfermedad saludable
Paradó jicamente, no hay nada má s saludable que enfermar, ya que la
enfermedad trae equilibrio a todo individuo, es decir, “acerca” eso que
hemos perdido. Las enfermedades infantiles suelen ser crisis de crecimiento,
y en este sentido son experiencias casi siempre positivas para los niñ os. Es
una pena que hayamos perdido la capacidad de reconocer la salud y la
armonía que traen consigo las enfermedades benignas. Cuando el niñ o
enferma y se ve obligado a un período de recogimiento y silencio interior, es
el momento ideal para que los adultos también adoptemos un recreo a favor
de la meditació n, la escucha y la desaceleració n del ritmo cotidiano.
La ternura que trae la enfermedad
Cuando hay un niñ o enfermo, dejamos de pelear en contra de él, aunque sea
un niñ o inquieto, inmaduro, demandante o quisquilloso. La enfermedad nos
enternece a todos, nos ablanda y por lo tanto permite el acercamiento
humano. Cuando un niñ o enferma, nos damos el permiso de leer cuentos, de
jugar en la cama o de dibujar sin límites de horarios. La enfermedad suaviza,
acomoda sentimientos, baja el tono del intercambio y permite la compasió n.
La alimentación tóxica
Muchos niñ os está n intoxicados desde la cuna, especialmente los que han
ingerido leche de vaca, por má s maternizada que la vendan. El consumo de
leche de vaca, harinas blancas y azú car blanco conforma un có ctel
apabullante para los niñ os occidentales que acabará explotando en
exorbitantes cantidades de moco, supurando por todos los orificios
corporales. Todos los padres convivimos con los mocos permanentes de los
niñ os. La mucosidad es la manera legítima que tienen los niñ os modernos de
llorar.
La creencia de que la leche de vaca es buena es simplemente un
paradigma de la cultura occidental. No está sometida a evaluació n alguna,
o má s bien todo lo contrario, todas las pruebas científicas han constatado
una y otra vez que es nefasta para la salud de los humanos. Pero el poder del
inconsciente colectivo es inmenso y funciona. Quizá s en pocos añ os nos
burlaremos de esta creencia estú pida. Por lo tanto, ni siquiera es demasiado
relevante discutir si la leche de vaca es saludable o es tó xica. El verdadero
desafío es atrevernos a probar algo tan simple como suprimir un alimento y
observar los resultados. Y ver qué nos pasa si los niñ os está n saludables,
llenos de energía y rebosantes de salud.
• Familias modernísimas
• Cuando una familia ensamblada viaja
• Hermanos, padrastros, madrastras y hermanastros
• Los ex có nyuges
• Amar a unos y otros
• La vitalidad
Familias modernísimas
En la medida en que los divorcios se van haciendo má s frecuentes, las
mujeres y los varones habitualmente volvemos a emparejarnos y de esas
uniones nacen hijos que ya no son ilegítimos para nuestra moderna
concepció n, pero sin embargo no sabemos muy bien dó nde ubicarlos dentro
de nuestro esquema de familia. Es que las familias han cambiado en el
concepto y en la realidad. Ahora los niñ os tienen hermanos por parte del
padre, por parte de la madre, por parte de la segunda pareja del padre,
sobrinos que son hijos de medios hermanos y hermanastros con quienes no
tienen lazos sanguíneos, pero sí convivencia fraterna. Madrastras que no se
parecen en nada a las brujas de los cuentos y padrastros a quienes aman y a
veces pierden después del ú ltimo divorcio de la madre. El “quién es quién”
en estos nuevos rompecabezas familiares ya no lo podemos organizar segú n
los lazos de parentesco físico, sino segú n los vínculos afectivos que se
establecen de muy variadas maneras. É sa es la gran diferencia ahora: ya no
se estipula quién funciona como padre, hermano o tío segú n la herencia
sanguínea, sino que aquel que esté dispuesto a cumplir esa funció n –bajo el
acuerdo de todos los implicados– simplemente lo asume.
En otros casos, los niñ os, incluso teniendo intereses personales, está n tan
desgastados, hartos y enfermos, que no encuentran dentro de sí energía
suplementaria ni entusiasmo para abordar una actividad que los nutriría
mejor. A veces, las actividades extraescolares tienen tan buena aceptació n
entre los adultos, que simplemente les llenamos la agenda a los niñ os,
creyendo que les estamos procurando una educació n rica y productiva.
• La opinió n profesional
• Me dice que le ponga límites
• Me dice que tiene que dormir solo
• Con toda la terapia que tengo encima, nunca imaginé esto
• Psicopedagogas, fonoaudió logas, estimuladoras, maestras
particulares, nutricionistas, y profesoras de natació n: una
orquesta para lograr que nuestro hijito sea feliz
La opinión profesional
La costumbre de proyectar el “supuesto saber” en el otro, especialmente si
ese otro sabe apropiarse de ese legado, es un juego cada vez má s frecuente
entre los adultos. Paradó jicamente, este sistema de creer que el otro sabe
má s que uno sobre sí mismo, aumenta cuando las decisiones tienen que ver
con nuestros hijos. Como si la responsabilidad nos abrumara al punto de
perder toda confianza en nuestra sabiduría interior. No está mal consultar a
profesionales en á reas donde, efectivamente, cuentan con mayor
conocimiento que el nuestro. Pero sería conveniente resguardar un mínimo
de sentido comú n, conservando un eje personal con relació n a la educació n,
la crianza y el vínculo con los niñ os.
Las opiniones profesionales han inundado todos los rincones del
pensamiento en relació n con los niñ os. Y es ló gico que así sea, en una
sociedad que privilegia la razó n. Sin embargo, es imprescindible tomar en
cuenta “quién piensa”, “por qué” y “para qué”. Y como padres,
entrometernos en ese pensamiento, que tiene que encajar fluidamente con
nuestros sentimientos, nuestras percepciones y obviamente con las del niñ o.
• La televisió n
• La computadora
• El iPod
• Los mensajes de texto
• La comida de mala calidad
• El alcohol
• Drogas baratas
• Pertenecer para existir
La televisión
Muchos de nosotros no podemos imaginar la vida sin la tele. Si bajara un
extraterrestre a la Tierra y recorriera con su OVNI las diferentes regiones,
mandaría mensajes a su planeta explicando que la humanidad entera ha sido
hipnotizada por una caja de plá stico. De norte a sur, de este a oeste, en
climas templados o fríos, en el desierto o en la selva, la televisió n está
presente y organiza el devenir de los seres humanos.
La computadora
Tiene una ventaja por sobre la televisió n: permite interactuar con otros.
Los sistemas de Messenger, Facebook, chat o Twitter permiten al niñ o estar
en actividad, en lugar de ser observador pasivo. Sin embargo, entre la
presencia afectiva, cariñ osa y comprometida de alguien cercano y amoroso,
y el chat, el niñ o elegirá la primera opció n. Entre la nada y la computadora,
está claro que elegirá la computadora.
Es posible que en poco tiempo ya no podamos organizar ningú n aspecto de
nuestra vida sin la computadora. Pero depende de los adultos que la
computadora sea una herramienta vincular para los niñ os, o que sea un
abismo de soledad y perdició n.
El iPod
Entre la escritura y la publicació n de este libro, y el momento en que llegue
a manos de los lectores, es probable que el modernísimo iPod ya sea una
antigü edad. Como casi todos los aparatos electró nicos con los que
convivimos. La posibilidad de almacenar en un pequeñ o objeto de pocos
centímetros toda la mú sica que nos gusta escuchar es formidable. Pero si el
niñ o, harto de soledad y alejado de sus emociones, usa sus auriculares para
no entrar en contacto con el sufrimiento que le produce su realidad
emocional, estamos en problemas. La imperiosa necesidad de taparse los
oídos con el iPod no tiene que ver con el amor a la mú sica, sino con la
angustia que genera la aridez emocional.
Los mensajes de texto
Al igual que la computadora, se supone que al menos hay comunicació n
entre dos individuos. Pero que exista la herramienta comunicacional, no
significa que sepamos qué transmitir al otro. Por eso los mensajitos de texto
son permanentes, especialmente para tener la sensació n de que hay alguien
del otro lado, escuchá ndonos.
La necesidad de estar enviando mensajes de texto entre niñ os y jó venes
todo el tiempo se asemeja un poco a la succió n o a algú n reemplazo de
contacto corporal, no obtenido en el pasado. Y funciona, desplazadamente,
pero funciona.
El alcohol
Es sabido que la ingesta de alcohol es cada vez má s prematura,
especialmente en las sociedades donde el aislamiento es má s frecuente. Los
niñ os no empiezan a consumir alcohol porque sea delicioso, sino porque
calma el corazó n. Y también porque les facilita la comunicació n entre pares.
Incluso si no tienen gran cosa para compartir, el alcohol abre las compuertas
de la intimidad y afloja las tensiones.
Drogas baratas
Disponibles para los niñ os de menores recursos econó micos, las drogas
confeccionadas con los residuos má s tó xicos hacen estragos. No só lo por la
dependencia en sí misma, sino por la cultura de la droga barata. Al igual que
otras sustancias aparentemente má s legales, como la comida, el alcohol, el
cigarrillo o el consumo desenfrenado de lo que sea, siempre es mejor
introducir algo, aunque nos lastime, que permanecer heridos de todas
maneras, pero a causa del vacío interior.
Pertenecer para existir
Todos necesitamos desplegar nuestra identidad dentro de un marco de
referencia, que nos otorgue cierta originalidad en el grupo y alguna funció n
específica. Con frecuencia construimos asociaciones para diferenciarnos de
otros, cosa muy comú n entre los niñ os y los jó venes. Es decir, estamos juntos
aquí para no estar en otro lado. Para ello necesitamos distinguirnos de
alguna manera. La modalidad actual son las “tribus urbanas”, que permiten a
cada joven identificarse con una manera de vestir, de pensar, de caminar, de
comer y de relacionarse.
Es saludable buscar un lugar protegido de desarrollo personal. El problema
se produce cuando el joven se siente tan en peligro, que sin su tribu, no es
capaz de enfrentarse a su realidad circundante.
15. Historias no convencionales
• Familias vegetarianas
• Padres artistas
• Los padres extranjeros
• Las parejas mixtas (razas, religiones, culturas)
• Padres separados
• Familias monoparentales
• Padres o madres homosexuales
• Fertilizaciones asistidas
Familias vegetarianas
Es interesante notar có mo incluso en la aparente bondad de los
acercamientos a la vida natural, puede suceder que las estupendas creencias
y la comida vegetariana que elaboramos y consumimos no vayan a la par con
la exquisitez de los vínculos entre adultos o entre adultos y niñ os. Comer
saludablemente es maravilloso. Poner atenció n en los alimentos que
elegimos es esencial. Pero a veces nos refugiamos en las ideas como bastió n
y bandera de vida, mientras las necesidades de los niñ os y la especificidad
de cada hijo quedan relegadas detrá s de los ideales progresistas de sus
padres. Así las cosas, aprovechamos para dividir las aguas entre
vegetarianos y no vegetarianos, entre quienes vibran alto y quienes vibran
bajo, entre espirituales y materialistas. Elevarse a través de prá cticas
saludables está muy bien, siempre y cuando los niñ os no queden perdidos
entre esas extraordinarias elecciones.
Padres artistas
Cuando el arte forma parte de nuestra vida, de algú n modo estamos
embebidos en la belleza, y en todas las maneras sublimes de expresió n
humana. Hay niñ os que aprovechan al má ximo la mú sica, la estética, la
danza, el teatro, la sensibilidad y la inteligencia emocional que suelen
desplegar los adultos cuando vibran en sintonía absoluta con las diferentes
formas artísticas. En esas familias hay menos rigidez, menos arbitrariedad,
menos prejuicios, menos moral religiosa, aunque en ocasiones los niñ os
adolecen de falta de estructuras y orden cotidiano. Por eso, muchas veces los
hijos de artistas suelen organizarse interiormente, construyendo sus propias
rutinas e intentando parecerse a los hijos de los demá s.
Los padres extranjeros
Apenas empiezan a frecuentar la escuela, los niñ os pertenecen al país
donde viven. Comienzan a reconocer las diferencias de lenguaje, cultura y
costumbres entre los padres y el país que viven como propio. Si los niñ os
cuentan con padres abiertos a las diferencias, van a adquirir grandes
atributos: especialmente la capacidad de observar globalmente la realidad,
saber que ningú n concepto es determinante, que no hay bueno ni malo, que
nada es mejor ni peor que otra cosa. Estos niñ os acceden a mú ltiples
maneras de pensar, vivir y amar, porque saben que, desde un lado o desde
otro, es posible. Pueden absorber lo mejor de cada cultura y saberse
ciudadanos de todos los lugares. Por el contrario, si los padres son y se
sienten extranjeros en el lugar donde habitan, y está n atemorizados o
sometidos a una realidad que les resulta hostil, no deseada o sufrida, los
niñ os se nutrirá n del abismo que los humanos ponemos entre unos y otros, a
causa del miedo a las diferencias. En lugar de aprovechar la amplitud de la
visió n con perspectiva, los niñ os acumulará n rencor y resentimiento.
Las parejas mixtas (razas, religiones, culturas)
La maravillosa mezcla de culturas y razas no hace má s que crear niñ os
bellos. En el caso en que cada uno de los padres continú e enamorado/a de la
diferencia de su có nyuge, la belleza surgirá de la riqueza de opciones. El
mestizaje es creador y da origen a nuevas culturas, razas y posibilidades.
Pero si aquella diversidad fue la que nos enamoró y luego es lo que no
toleramos en el otro, crearemos un precipicio infranqueable. Entonces los
niñ os quedará n desangrados porque son blancos y negros, altos y bajos,
occidentales y orientales, ricos y pobres. La extraordinaria realidad del hijo
de una pareja mixta, en cualquiera de sus acepciones, es que es una pequeñ a
totalidad de aparentes diferencias transformada en una unidad. Es decir, en
un individuo que contiene dentro de sí el abanico de todo lo humano.
Padres separados
Aú n hoy, a los niñ os que tienen padres separados les resulta trabajoso
encajar en las modalidades convencionales que aunque no son mayoría,
siguen funcionando como si lo fueran: el esquema de “una mamá , un papá ,
un niñ o, una niñ a y un perro” es difícil de conseguir, pero parece que
continú a siendo una figurita codiciada. Con los padres separados, se
requiere mayor adaptabilidad. Cosa que no siempre resulta negativa. Claro,
depende del modelo má s o menos amable o controvertido de la separació n y
de la razonable aceptació n del padre o la madre del niñ o en comú n que
seguirá existiendo. No es grave tener padres separados. Lo grave es escuchar
barbaridades dichas por una madre o por un padre respecto al otro
progenitor. Si esto no sucede, no só lo el niñ o puede vivir con relativa
felicidad la situació n, sino que ademá s puede sacar buen provecho de ella.
Que sería lo ideal.
Familias monoparentales
El consumo y el dinero nos van dejando má s solos y aislados. En este
contexto, es evidente que los niñ os van a nacer en hogares cada vez má s
reducidos. Con una mamá y nadie má s, o con un papá y nadie má s. Pocas
personas alrededor. Ninguna otra dentro de casa. Mucha demanda a
satisfacer por parte del adulto. Poco a quien poder demandar por parte del
niñ o. Este sistema cada vez má s habitual de forma de vivir tiene una ventaja:
tenemos conciencia de la soledad en la que estamos. Desde ese acceso a la
realidad –que no es poca cosa– será má s fá cil pedir ayuda, compañ ía y
sostén. Por otra parte, los “otros” también tendremos en claro que hay una
madre o un padre sola/o con un niñ o a quien criar, y posiblemente seamos
má s solidarios. Esta “conciencia de soledad” raramente la tienen las madres
que viven en pareja, aunque a veces vivan situaciones de soledad y estrés
mucho má s graves que una madre sola. Por ú ltimo, hay madres solas que
han elegido libremente el embarazo, el parto y la crianza del hijo sin querer
involucrarse con otros adultos. Otras en cambio, han deseado compañ ía
desde la fantasía personal, pero no han sido capaces de sostener una
relació n de pareja unida en el deseo y el mutuo consentimiento de tener un
hijo y amarlo. Ese punto de partida hará vivir, de modos muy diferentes, la
plenitud o el peso de la responsabilidad en el corazó n de los niñ os.
Padres o madres homosexuales
Los tiempos modernos también nos traen ventajas. Una de ellas es que la
homosexualidad ya no sea un impedimento moral para vivir la maternidad o
la paternidad. Las incó gnitas que circulan sobre lo “bueno” o “malo” que
pueda resultar para el niñ o, posiblemente tengan que ver con que aú n
tenemos poca experiencia social sobre estos sistemas que ya está n en
funcionamiento y que van en aumento. Una pareja heterosexual de padres
está lejos de ser perfecta para el niñ o. Del mismo modo sucederá con una
pareja de madres o de padres homosexual. Desde el punto de vista del niñ o,
será n cariñ osos o rígidos o arbitrarios o temerosos o sensibles. La ú nica
diferencia entre los niñ os es entre aquellos que reciben lo que necesitan y
aquellos que no. Y la capacidad de la pareja de progenitores que se
complementen de modo tal que el niñ o esté satisfecho en sus necesidades
bá sicas de cuidado, comprensió n, sostén, apoyo, mirada genuina y
acompañ amiento en el crecimiento. Todo lo demá s só lo sirve para alimentar
prejuicios.
Fertilizaciones asistidas
Hemos dejado de nacer en casa, hemos dejado de morir en casa, y en el
futuro dejaremos de ser concebidos en casa, salvo rarísimas excepciones.
É sa es la realidad que nos depara el futuro. Para los niñ os nacidos, ya no hay
grandes diferencias, porque lo infructuosa que haya resultado su concepció n
quedó en el pasado, borrada de un plumazo gracias a su fehaciente
existencia. Ahora bien, si ese niñ o nacido es testigo y acompañ a todo un
nuevo proceso de fertilizació n asistida de sus padres, quienes desean má s
hijos, es posible que quede sometido al estrés, a los magros resultados, a la
frustració n y al desencuentro que traen como contrapartida estas técnicas
que a veces resultan extraordinarias. De cualquier manera, la vida tal como
la vivimos, el poco tiempo que dedicamos al descanso, la falta de silencio e
introspecció n, el exceso de trabajo, café y alcohol al que hemos accedido las
mujeres, y el intento de concebir hijos cuando ya no somos tan jó venes, nos
dejan a la mayoría de las mujeres menos fértiles, pero con el reloj bioló gico
haciendo tictac. Por lo tanto, seremos má s las usuarias de las diferentes
técnicas de fertilizació n, que irá n mejorando su performance, pero no
logrará n mejorar el acercamiento a nuestras íntimas dificultades
emocionales.
16. Historias violentas
• Violencia conyugal
• Divorcios controvertidos
• La pelea por los hijos
• Niñ os en medio de escenas peligrosas
• La inseguridad desde el punto de vista de los niñ os
• La jungla urbana
Violencia conyugal
Sería saludable reconocer que la violencia conyugal es muy comú n, má s de
lo que creemos.
Sobre todo porque no nos referimos só lo a las escenas en las cuales dos
personas se tiran los platos mutuamente mientras se gritan las peores
ofensas. También existe violencia cuando hay desprecio por las necesidades
o deseos diferentes, cuando aparecen la humillació n o la burla, cuando hay
descrédito o indiferencia. Esas actitudes pueden herir má s que una espada
filosa, ahondando la rabia y la furia que los individuos ya traemos desde
tiempos remotos.
La violencia activa o pasiva dentro de una pareja forma parte de un circuito
en el cual los niñ os necesariamente está n involucrados. Sean testigos o no de
los exabruptos o los golpes, cada có nyuge intentará encontrar aliados en los
niñ os. De alguna manera, logrará n llevar para su propio territorio emocional
el cariñ o de algunos de sus hijos, quienes pagará n el precio de la alianza con
el fin de obtener amor.
La descarga de las propias frustraciones o de la angustia en el otro es una
actitud habitual. Lamentablemente, el hecho de creer que hay un culpable, y
que las cosas sucederían de otra manera si ese culpable no existiera, nos
dificulta el abordaje de la responsabilidad personal sobre nuestras vidas. Ya
que só lo sucede alrededor lo que nosotros mismos construimos. O aquello
aná logo a lo que somos.
Divorcios controvertidos
Los divorcios transcurren de un modo muy parecido a como han sucedido
las cosas dentro de la relació n de pareja. Si la violencia, el desacuerdo, la
falta de comprensió n, la exigencia, el maltrato, la desidia, el desprecio o la
indiferencia han sido la moneda de cambio afectivo, pues esos mismos
elementos estará n presentes cuando la separació n de los có nyuges se
concrete. Continuaremos la batalla ahora, igual que en el pasado.
Buscaremos ganar, tener razó n, desacreditar al contrincante, hallar los
puntos débiles para atacarlo, desarmarlo, debilitarlo, lastimarlo, herirlo de
muerte hasta que nos pida perdó n y pague el precio que le hemos
adjudicado a nuestra rabia.
Los niñ os sufren. No porque el “divorcio” en sí mismo los perjudique. Los
niñ os no se manejan por pará metros morales o religiosos. Ni siquiera les
importan los prejuicios o el “qué dirá n”. Tampoco les resulta esencial que los
padres sean un matrimonio perfecto. Lo que los lastima es el enojo que
destilamos los adultos entre nosotros, al punto de enceguecernos y
olvidarnos de ellos. Está n expuestos a las estrategias concentradas para
descargar el rencor en el otro progenitor del niñ o, a quien, por supuesto, el
niñ o ama. Así queda atrapado entre los sentimientos egoístas y
malintencionados de sus padres. Desde el punto de vista del niñ o, no hay
peor prisió n emocional.
• La tribu
• Varias mujeres para muchos niñ os
• En armonía con la naturaleza
• Las noches comunitarias
• La ecología
• Comer sano
• El ritmo natural femenino
• Por un mundo má s amable
La tribu
Los seres humanos estamos diseñ ados para vivir en tribus, en manadas, en
aldeas, en comunidad. En las grandes ciudades del mundo globalizado
hemos perdido la seguridad de la aldea, quizá s porque se han vuelto
demasiado grandes, demasiados peligrosas, demasiado consumistas o
demasiado anó nimas. La cuestió n es que la gran ciudad ya no nos protege.
Por el contrario, muchas veces la ciudad en la que hemos nacido y vivimos
es, en verdad, territorio enemigo. É ste es un juego desalentador para la
conciencia, porque tenemos que encajar la idea de “hogar” a las cuatro
paredes de nuestro pequeñ o departamento. A veces, logramos articular una
tribu en un club, por ejemplo, donde sentimos que podemos caminar con
total seguridad, nos conocen por nuestro nombre, y nosotros reconocemos a
quienes cruzamos por el camino. Se entra y se sale por una ú nica puerta y se
tiene total certeza de que adentro es seguro y afuera no. Algunas es-cuelas
pequeñ as funcionan también como aldeas, si los niñ os se sienten protegidos
dentro de los límites del establecimiento. Quienes má s sufren la falta de
aldea y la pertenencia a una tribu son los niñ os, porque quedan apresados
entre muy pocas personas para hacerse cargo de ellos. Por lo tanto, esos
adultos responsables de los niñ os también quedan atrapados en la inmensa
responsabilidad de cuidarlos. Todos estamos muy solos.
Varias mujeres para muchos niños
Los sistemas comunitarios tienen la ventaja de que se pueden asumir los
desafíos en grupo. Cuando pensamos en otras especies de mamíferos,
reconocemos que la obtenció n del alimento es un riesgo, pero el cuidado de
la cría, no tanto. Posiblemente sentiríamos lo mismo si viviéramos en
comunidad: que la crianza de los niñ os no es tan difícil. É se es el secreto.
Criar niñ os rodeada de otras mujeres es fá cil. Criarlos sola es
extremadamente complejo y agobiante. Cada vez que en las grandes
ciudades nos encontramos rodeadas de otras mujeres –en la medida en que
no sean abusivas ni autoritarias– el día con niñ os a cuestas transcurre
fluidamente. Es un propó sito saludable armar redes femeninas o tribus
urbanas para ofrecer y recibir el apoyo cotidiano necesario. Entonces la
crianza será una responsabilidad compartida entre todos, y quienes se
beneficiará n será n los niñ os.
En armonía con la naturaleza
Vivir “naturalmente” en la gran ciudad es prá cticamente una paradoja. No
solemos tener la vegetació n al alcance de la mano. Sin embargo, podríamos
recuperar algo que es muy “natural”, y que son los ritmos internos. Quienes
nos acercan los ritmos que vivimos como entorpecedores de nuestra rutina
de trabajo y obligaciones, suelen ser los niñ os pequeñ os. Una manera de
recuperar la armonía con la naturaleza es dormir cuando ellos duermen,
comer con parsimonia, bajar la velocidad cotidiana y enlentecer las
actividades. También el hecho de prestar atenció n al alimento que
ofrecemos al niñ o, cuando empieza a ingerir só lidos, nos puede restituir
parte del equilibrio perdido. Comida má s sana, menos elaborada, orgá nica,
sin pesticidas ni conservantes, má s sencilla y natural, se convierte en un
puente entre la naturaleza y nosotros. El cuidado de la cría también está en
armonía con la naturaleza. La lactancia prolongada, la vida en comunidad,
los rituales alrededor del fuego y los bañ os purificadores nos devuelven el
poder de lo humano. Todo esto –incluso en las grandes ciudades– lo
podemos practicar en íntima unió n con la naturaleza.
Las noches comunitarias
A nadie le gusta dormir solo. A los niñ os, menos. La sociedad de consumo
incita a comprar casas cada vez má s grandes, con má s habitaciones,
dormitorios para los niñ os con má s juguetes, má s cortinas, má s cunas, má s
estantes, má s computadoras y má s accesorios; de modo tal que los niñ os no
tengan excusas y deseen permanecer en esas prisiones de color. Falso. No
hay cortina, ni cuna, ni cama con acolchado floreado que reemplace el
cuerpo de mamá . Las noches está n hechas para compartirlas, mientras los
niñ os sean pequeñ os. En un mundo ideal los niñ os nunca está n solos.
La ecología
El há bitat debería estar al servicio del bienestar de todos: humanos,
animales y plantas. Porque só lo así el agua, el viento, la madera, el fuego y
los metales podrá n estar a nuestro servicio. Eso es la ecología, es la armonía
suprema entre las cosas vivas. En un mundo amable no arrasamos los
bosques, no contaminamos el agua, no envenenamos los alimentos, no
abandonamos a los niñ os, no les retaceamos los pechos ni los brazos, no los
dejamos llorar hasta dormirse, no los sobornamos con azú car ni los
arrojamos a las fieras salvajes. En un há bitat cuidado y ordenado hay
suficiente alimento para todos y las necesidades bá sicas está n cubiertas. Por
eso los individuos podemos cultivar el arte, elevar el pensamiento y
desarrollarnos creativamente en una espiral espiritual ascendente.
Comer sano
Si vivimos al son del ritmo natural, el alimento aparece acorde con las
rutinas cotidianas. Hay muchas teorías contradictorias respecto al “alimento
sano”, sin embargo, no hay dudas de que la mejor opció n es comer lo que
crece en la época y en el ambiente en el cual vivimos. Y por supuesto,
descartar la comida elaborada con químicos, conservantes y colorantes en
cantidades tan grandes que dejan desprovisto al alimento de algú n vestigio
de pureza. Comer alimentos poco desnaturalizados es tan poco probable en
las grandes ciudades como respirar aire puro. Sin embargo, con un poco de
dedicació n y esmero, siempre es posible recuperar la ecología personal
compartiendo unas frutas frescas, unas semillas orgá nicas o un trozo de pan.
El ritmo natural femenino
Antiguamente, la menstruació n no era una maldició n que recaía sobre las
mujeres, sino que, por el contrario, era un don a partir del cual la mujer
generaba vida, y de ese modo la Luna –como reflejo del ciclo femenino– se
transformó en un símbolo de su energía creativa.
La sincronicidad entre el ciclo femenino y la ó rbita de la Luna alrededor de
la Tierra, revelaba también la conexió n entre la “mujer” y lo “divino”. Esto
significaba que cada mujer poseía los poderes propios del universo: dar la
vida.
No só lo las niñ as merecen aprender el significado del ciclo femenino, sino
también los niñ os, para que comprendan, a través de lo femenino, las
manifestaciones cíclicas ocultas de todas las expresiones humanas. Si las
mujeres registrá ramos y respetá ramos nuestro ritmo, tomando en cuenta la
esencia cíclica, cambiante y circular de nuestro ser femenino y llevá ramos la
experiencia vital en nuestros cuerpos, los varones la podrían vivir a través
de nosotras.
Por un mundo más amable
Amar y ser amado son cualidades bá sicas del ser humano. Los niñ os
amados y amparados son pacientes, comprensivos y respetuosos. Ellos
entienden el mundo tal como lo viven: dentro del amor y la dedicació n, lo
sienten como amoroso e infinito, aunque en el desamparo y el vacío afectivo,
lo experimentan como un lugar hostil del que hay que protegerse. Las
madres tenemos la posibilidad de nutrirlos amorosamente, permaneciendo
corporal y afectivamente disponibles para ellos. Parir, amamantar, criar,
llorar, desesperar, morir y resucitar se convierten en un há bito cotidiano
cuando el niñ o pequeñ o se mantiene apasionadamente adherido al cuerpo
materno. No importa que hayamos tenido vidas difíciles. Cada día es una
nueva oportunidad para mirar a un niñ o y saber que está deseoso de
alimentarse de nuestra sustancia materna. No hay otra forma de hacer que
nuestro mundo sea como lo soñ amos todos.