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Table of Contents

Legales
Sonrisas, alivio y complicidad
1. Mitos, fantasías y verdades sobre los partos occidentales
2. La vuelta a casa
3. Lactancia
4. Toda madre es invisible para la sociedad
5. El bebe real, ese que demanda, llora, exige y no duerme
6. Desde el punto de vista del bebe
7. La noche
8. El pan nuestro de cada día
9. El padre moderno
10. Enfermarse, a veces está bueno
11. Los tuyos, los míos, los nuestros
12. La escuela
13. Los psicoterapeutas infantiles
14. Adicciones tempranas
15. Historias no convencionales
16. Historias violentas
17. Hijos adolescentes
18. Un mundo ideal
Portadilla
Legales
Sonrisas, alivio y complicidad
1. Mitos, fantasías y verdades sobre los partos occidentales
2. La vuelta a casa
3. Lactancia
4. Toda madre es invisible para la sociedad
5. El bebe real, ese que demanda, llora, exige y no duerme
6. Desde el punto de vista del bebe
7. La noche
8. El pan nuestro de cada día
9. El padre moderno
10. Enfermarse, a veces está bueno
11. Los tuyos, los míos, los nuestros
12. La escuela
13. Los psicoterapeutas infantiles
14. Adicciones tempranas
15. Historias no convencionales
16. Historias violentas
17. Hijos adolescentes
18. Un mundo ideal
Gutman, Laura
La familia ilustrada / Laura Gutman ; coordinado por Mó nica Piacentini ; dirigido por
Tomá s Lambré. - 1a ed. - Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2014.
E-Book.
ISBN 978-987-609-375-0
1. Psicología. 2. Familia. I. Mó nica Piacentini, coord. II. Tomá s Lambré, dir. III. Título
CDD 150

© del texto, Laura Gutman


© 2010, Editorial del Nuevo Extremo S.A.
A. J. Carranza 1852 (C1414 COV) Buenos Aires Argentina
Tel / Fax: (54 11) 4773-3228
e-mail: editorial@delnuevoextremo.com
www.delnuevoextremo.com
ISBN: 978-987-609-375-0
Digitalizació n: Proyecto451
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicació n puede ser
reproducida, almacenada o transmitida por ningú n medio sin permiso del editor.
La familia ilustrada
Laura Gutman

La familia ilustrada
Dibujos de Micaël
Sonrisas, alivio y complicidad

Sobre todo aquello que nos pasa a los adultos cuando tenemos hijos, creo
que no tengo mucho má s para decir. Sin embargo, hay alguien que dice
mucho, mucho má s, con la ayuda de dos lenguajes extraordinarios: el arte y
el humor. La magnífica expresió n “una imagen vale má s que mil palabras” se
convierte en una apreciació n justa cuando el lenguaje escrito ya es
redundante y reiterativo.
El presente libro es el primero que realizo en colaboració n con otra
persona. Esa persona es Micaël, artista plá stico y humorista. Mi idea original
era ilustrar algunos de mis conceptos teó ricos, pero a medida que fuimos
trabajando juntos, aparecieron nuevos pensamientos en forma de arte que
incluían ironía, calidez, ternura, gracias al ocurrente y comprometido aporte
creativo. Tal vez le interese al lector una curiosidad: Micaël vive en París y
yo vivo en Buenos Aires. Durante dos añ os tuvimos nuestros “encuentros de
trabajo semanales” pautando previamente fecha y hora, y llegando a
nuestras citas puntualmente a través de “skype”. Con cá maras encendidas,
dibujos escaneados, textos impresos y entusiastas conversaciones, fuimos
intercambiando sensaciones, decidiendo si las propuestas “funcionaban” o
no, si eran universalmente comprensibles, si los mensajes eran amables o
por el contrario demasiado irreverentes, discutíamos hasta dó nde convenía
provocar, qué lugares sacralizados nos atrevíamos a traspasar, qué frase
podía llegar a ofender o cuá l era el límite entre el humor negro y el humor
soportable. Poco a poco, con 11.000 km de distancia reales pero con un
ritmo de trabajo constante que nos mantenía unidos en un pulso
sincronizado y exigente, el libro se fue transformando en esta joya que
ofrecemos hoy: un festival de obras de arte que retratan el punto de vista
del alma infantil. Digo “joya” porque no es fá cil encontrar algo así.
La historia del pensamiento la escribimos los adultos, y el ar-te que perdura
a través del tiempo también. Con lo cual el punto de vista del niñ o suele
permanecer encubierto, ya sea porque las voces infantiles las festejamos o
las despreciamos dentro de casa –es decir, no hacen parte de la historia
oficial– o porque ese niñ o que hemos sido, lo llevamos escondido entre otros
recuerdos dolorosos, innombrables o simplemente olvidados. Sin embargo,
las grandes verdades y los renombrados postulados filosó ficos está n
basados en el modo en que los seres humanos hemos percibido el mundo
que nos rodeaba cuando fuimos niños, y por las palabras utilizadas en ese
entonces por los adultos para nombrar aquello que nos sucedía. Quiero decir
que nuestras percepciones y nuestras ideas, nuestra moral y nuestras
creencias dependen de nuestra niñ ez. La real, la olvidada, la nombrada, la
tergiversada, la añ orada, la inventada.
Llamativamente, no abunda ni literatura ni arte que refleje la temá tica de
las vivencias de la infancia. Este libro pretende devolvernos esa deuda
pendiente, transcribiendo la realidad de nuestra “criatura interna” juntando
el pensamiento, el arte y el humor. El propó sito también está en acortar la
distancia entre el entramado afectivo organizado durante los primeros añ os,
y la identidad con la que nos presentamos, ya que aquellas vivencias mueven
los hilos de nuestras conductas actuales. Ademá s, reconoceremos la
implicancia de nuestras propias historias en relació n a las vivencias de
quienes son niños hoy. Para ello el humor –en particular– opera como un
excelente vehículo, porque nos obliga a bajar las resistencias y conecta con
ese “lugar” delicado, íntimo y contradictorio que es el de las emociones no
nombradas.
Por ú ltimo, quiero agregar que es un honor para mí, que el arte y el humor
expresados con un talento singular, se hayan combinado con ciertos
pensamientos que he escrito y ordenado; y que el resultado haya sido este
pequeñ o tesoro. Mi deseo es que sea leído y deleitado como un puñ ado de
semillas de esperanza, que traen consigo sonrisas, alivio y complicidad.
Laura Gutman
1. Mitos, fantasías y verdades sobre los partos
occidentales

• El hechizo del embarazo


• La medicina en medio de los partos
• Infantilizació n de las mujeres
• Fantasías sobre el parto en casa
• El rol de las doulas
• El rol de las parteras
• El problema de las inducciones
• El problema de las cesá reas
• El problema de los bebes prematuros
El hechizo del embarazo
Pretender “preparar” a una mujer para el parto y la maternidad, contiene
unos cuantos engañ os. Má s allá de que consumamos talleres, cursos o
aprendizajes teñ idos de yoga, pilates, esferodinamia, meditació n, reflexió n,
haptonomía, eutonía o cualquier otra técnica valiosa en sí misma, hay algo
que ninguna de estas “preparaciones” entusiastas puede abordar: lo
desconocido. No nos podemos preparar para una zambullida en un
universo literalmente ignorado y radicalmente diferente de las experiencias
de vida que hemos atravesado hasta ese momento.
En mi opinió n, una de las principales desventajas del exceso de entusiasmo
en las diversas “preparaciones” durante el embarazo (de madres
primerizas) es que cuanto má s placenteras, agradables, alegres y bonitas
sean estas actividades, má s grande se hace la distancia entre la fantasía de la
maternidad y la realidad del niñ o recién nacido. Porque –y esto lo saben só lo
aquellas mujeres que lean estos pá rrafos con el niñ ito en brazos– la
presencia del bebe no se parece en nada a lo que imaginamos, supusimos,
pensamos y conjeturamos antes.
Ergo, si creemos que alguna “preparació n” podría beneficiarnos, tal vez
tendría que asemejarse má s al contacto directo y cotidiano con otras madres
con bebes, que puedan relatarnos sus experiencias, siempre y cuando
tengamos la suficiente ma-durez emocional para no tomar como “verdad
revelada” las opiniones cargadas de prejuicios de cada madre o las
experiencias a veces relatadas desde la má s absoluta negació n de la realidad.
Hacer todo esto es muy difícil. Me refiero a: 1) tener amigas o conocidas que
tengan bebes pequeñ os y que quieran recibirnos y contarnos algo con
honestidad; 2) tener capacidad intelectual y emocional para distinguir,
dentro del discurso de la amiga, lo que nos puede servir y lo que no y 3)
tener ganas de salir del hechizo maravilloso de estar embarazadas y felices
para que nos cuenten cosas desagradables.
O sea… las preparaciones para el parto y la maternidad suelen ser
engañ osas. No necesariamente a causa de los y las profesionales que
trabajan en las distintas á reas, sino por la imperiosa necesidad de
encerrarnos en nuestra sublime burbuja con vientre abultado. Todo esto,
suponiendo que buscamos una preparació n global para afrontar la
“maternidad”, así, como concepto general.
Sin embargo, la mayoría de las “preparaciones” apuntan al parto. Aquí el
engañ o llega a su punto má ximo, porque no nos hacemos la ú nica pregunta
pertinente: ¿para qué tipo de parto nos estamos preparando?
La mayoría de las parteras que ofrecen estos “cursos” y otras profesionales
del á mbito de la preparació n física, no han arriesgado aú n la posibilidad de
salir de todos los paradigmas compartidos respecto al parto masificado,
medicalizado, maltratado, reducido y conducido. Es decir, la “preparació n”
apunta a que el personal asistente (médicos, parteras, enfermeras,
neonató logos) tenga un parto ideal. A ellos se les ha ocurrido que un parto
rá pido, sin que la mujer moleste ni grite, ni llore, ni hable, se parece mucho a
un parto ideal, ya que reduce el estrés laboral. Punto. A partir de allí, todas
las futuras parturientas también creemos que de eso se trata un parto ideal.
Ay, la humanidad. Adó nde hemos llegado.

En todos mis libros ya publicados he hecho menció n a los partos


maltratados. El verdadero problema es cuando un hecho cualquiera se torna
“comú n y corriente” y entra dentro del inconsciente colectivo como algo
banal. Son modelos asumidos por las sociedades como “normal”, por lo tanto
no son considerados extraordinarios. Las vejaciones, humillaciones, cortes,
amenazas, violaciones y demá s atrocidades que se ejercen sobre las mujeres
parturientas atadas de pies y manos y con los genitales al aire, son tan
habituales que no nos llaman la atenció n, aunque al mismo tiempo estemos
conmovidos por las noticias de la TV por cualquier otro atropello, del tenor
que sea.
Al fin de cuentas ¿es necesario prepararse para el parto? Tal como estamos
inventando estas supuestas “preparaciones”… parece que no. A menos que
seamos capaces de juntarnos entre mujeres, compartir experiencias y
pensar honestamente si estamos dispuestas a hacernos cargo del
crecimiento espiritual que la maternidad está a punto de imponernos.
La medicina en medio de los partos
Una creencia compartida por una sociedad conformada por millones de
individuos es muy difícil de cambiar, aun cuando esa creencia opere en
detrimento de la humanidad. Así de paradó jico es. Se supone que siempre
queremos nuestro bien. Sin embargo, queremos aú n má s la seguridad de lo
conocido, sea lo que fuere eso que consideramos “conocido”.
Que los partos sucedan en las instituciones médicas es algo muy raro. La
humanidad lo está experimentando desde hace só lo cien añ os. Nunca antes
había ocurrido una cosa así. Y pocas veces nos ha ido tan mal a las mujeres,
en términos histó ricos (a excepció n de la Edad Media en Europa, con un
nivel de oscurantismo y misoginia insuperables). La cuestió n es que la
institució n médica es el peor lugar para parir, y el má s iatrogénico. Por el
hecho de ingresar en una institució n médica donde se curan enfermos, se
desencadenan una serie de hechos que van a complicar el desarrollo de los
partos.

Ahora bien, cualquier persona decente que lea este pá rrafo va a decir:
“¡¿Pero entonces dó nde pretende la autora que las mujeres ‘vayan’ a parir?!”,
con cara de horror, fastidio y acusaciones de pertenecer a alguna “secta”, de
esas que inyectan ideas raras en la gente.
Justamente, las mujeres no tendríamos que ir a ningú n lugar. Tendríamos
que quedarnos tranquilas en casa o en cualquier sitio que se parezca a
nuestro “hogar”. “¡¿Y el médicoooooooooooo?!”. “¿Eh? ¿Qué es eso?”,
diremos dentro de algunos siglos, cuando ya no queden dudas del genocidio
que habremos sostenido durante algunas generaciones sobre las
parturientas y sus bebes.
Mientras tanto, las cosas hoy por hoy no son así. En la actualidad, si somos
una señ ora honorable que queda embarazada, lo primero que hacemos es
visitar a un médico. Luego lo visitaremos innumerables veces durante el
embarazo, que posiblemente se vaya complicando cada vez má s. Hasta llegar
al parto, la cantidad de embrollos, medicaciones y aná lisis van a ser tantos…
que las posibilidades de tener un “parto” será n escasas.
A pesar de lo que comú nmente se cree… la medicina ha hecho poco a favor
de los partos. La figura del médico interfiere, condiciona, infantiliza, quita
poder femenino, confunde y debilita la capacidad de cada una de nosotras
para entrar en conexió n profunda con nuestra esencia, que es todo lo que
necesitamos para parir. Las mujeres occidentales y patriarcales
proyectamos en la figura del médico algo enorme, todopoderoso, paterno y
gigantesco. Pero se trata de proyecció n, no es una realidad. Frente a la
experiencia del parto, no hay nada má s poderoso que un cuerpo de mujer.
Sin embargo, la realidad no suele definir las acciones de las personas, sino
las creencias que tenemos sobre cada cosa.

Infantilización de las mujeres


Aunque nos sintamos poderosas en muchos á mbitos –es-pecialmente en el
laboral–, seguramente pasaremos en pocos minutos a sentirnos una
cucaracha si somos amenazadas, amordazadas, colgadas, atadas de pies y
manos, y sobre todo si nos dicen que a nuestro hijo por nacer le puede pasar
algo. Un gesto inentendible del médico, un “no me gusta nada”, dicho entre
susurros por una enfermera auxiliar con grado de estudiante que pasaba de
casualidad por ahí, son suficientes para perder todo atisbo de seguridad. Las
mujeres nos convertimos en una cosa que tiene miedo. Irreconocibles,
inoperantes, inseguras y algo estú pidas. Es ló gico, todo lo que deseamos es
que el bebe nazca sanito. Y bajo la amenaza de que al “bebe le puede pasar
algo” si no nos portamos bien, las mujeres caemos en bajezas dignas del
miedo que alguna vez los niñ os le han tenido al cuco, al señ or de la bolsa o a
algú n otro fantasma atemorizante.
Nadie sabe de qué se trata “ese algo” que el médico gracias a su
extraordinaria y monumental sabiduría va a impedir que suceda. Las
mujeres tenemos miedo. Por lo tanto, vamos a obedecer. Es ló gico. Es una
reacció n humana. Luego, una vez que el niñ o ha nacido… sin saber por qué,
ya relacionamos todo lo relativo a la crianza del niñ o desde esa misma
posició n: nos sentimos inmensamente pequeñ as: no sabemos, tenemos
miedo, perdemos nuestro eje, perdemos la seguridad, creemos que
cualquiera sabe má s que nosotras. Nos hemos convertido en niñ as
asustadas. Y no nos dimos cuenta.

Fantasías sobre el parto en casa


“Hay que ser valiente para atreverse a parir en casa”, dicen por ahí. En
verdad, hay que ser valiente para entrar en una institució n médica, ya que es
similar a ingresar desde la primera fila de soldados a una batalla: saldremos
heridas con total seguridad. En cambio, los estrategas permanecen
resguardados y raramente mueren. Del mismo modo, el parto en casa
asegura a la parturienta el resguardo y la integridad. Es normal, natural,
ecoló gico.
El ú nico problema es la creencia introducida en el inconsciente colectivo,
que determina que los partos só lo se atraviesan bien si es dentro de una
institució n, con médicos asistiendo, controlando y dirigiendo la “operació n”.
Esta aseveració n es sencillamente falsa. Sin embargo… tendríamos que ser
muchos miles y cientos de miles de mujeres que experimentemos la
tranquilidad y la paz de los partos en intimidad y cariñ o, para que alguna vez
nos volvamos a apropiar de nuestros cuerpos y, por lo tanto, de nuestros
partos. Mientras los partos no regresen a nuestros hogares, las mujeres no
podremos asumirnos “feministas”.
También sugiero que no opinemos sobre los partos en casa si no los
hemos atravesado, o si nunca hemos acompañ ado a otra mujer asistiéndola
con amor. Cada palabra dicha desde el prejuicio y la ignorancia lastima a
muchas mujeres en busca de apoyo y conexió n.

El rol de las doulas


No me cabe duda de que las “doulas” son las profesionales del futuro. La
sistematizació n y la medicalizació n de los partos, sumadas a la injerencia de
la medicina y los medios de comunicació n en los asuntos de la crianza de los
niñ os pequeñ os, nos han arrojado a las mujeres a una confusió n y a una
pérdida de sabiduría enormes.
Las doulas nos van a ir devolviendo la confianza en los instintos femeninos,
van a encontrar una manera de sacar a relucir nuestra propia sabiduría
interior y, bá sicamente, nos van a tratar bien en un momento tan delicado
como el parto. Las doulas modernas está n asumiendo el rol que en otras
épocas asumían las mujeres maduras, experimentadas y generosas que
estaban dispuestas a transmitir los secretos de la femineidad.
Todas las mujeres merecemos a una doula en la escena del parto. También
merecemos a una doula lú cida e inteligente durante el puerperio, capaz de
traducir lo que nos pasa y habilitá ndonos a que nos sumerjamos en las
hendiduras de nuestra alma si pretendemos entregarnos al niñ o que hemos
traído al mundo.
El rol de las parteras
Necesitamos que las parteras vuelvan a ser parteras, es decir que estén “de
parte” de las mujeres. Las parteras también lo necesitan con urgencia, ya
que se han perdido de sí mismas hace algunos añ os, cuando empezaron a
cumplir ó rdenes de los médicos en lugar de seguir las indicaciones del
corazó n femenino. Dentro de algunos añ os, las parteras será n doulas y las
doulas será n parteras, es decir, aunará n todas las sabidurías adquiridas a
favor de las parturientas y puérperas.
Las parteras que hoy maltratan a las mujeres, han perdido la brú jula. Está n
desesperadas y perdidas en un laberinto extrañ o y oscuro. Todas las
mujeres necesitamos rescatarlas, por ellas y por nosotras.

El problema de las inducciones


No podemos imaginar un parto no inducido. Los partos no inducidos
suceden só lo en los hogares. Es decir, que si hemos parido en una
institució n, pú blica o privada, buena o mala, cara o barata, nos han
introducido algo en las venas. Ese “algo” es –segú n la necesidad del médico
de acelerar o retrasar el parto– occitocina sintética para aumentar las
contracciones y supuestamente para acelerar el parto –si el bebe resiste– o
bien un inhibidor de contracciones si el médico está retrasado. La
introducció n por vía venosa de occitocina sintética provoca contracciones
má s fuertes, má s seguidas y por lo tanto má s dolorosas. Por eso, las mujeres
creemos que el dolor del parto es insoportable, y que la ú nica manera de
atravesarlo es con anestesia. En verdad, si no nos hubieran inyectado
occitocina, las contracciones naturales serían lentas, espaciadas y tranquilas,
y por lo tanto tolerables. Hoy en día casi no hay mujeres que
experimentemos la dulce travesía por las contracciones naturales hasta
llegar al expulsivo. El dolor es demasiado intenso desde el principio del
trabajo de parto, por lo tanto el uso de anestesia se banaliza. Otro gran
problema es que un buen día, un día cualquiera, el médico determina que “el
bebe ya puede nacer”, entonces, sin ninguna señ al de inicio de trabajo de
parto, lo “induce”, para desencadenarlo artificialmente. Casi siempre, estas
inducciones terminan en cesá reas, y esos bebes suelen ser má s pequeñ os de
lo esperado. No esperar a que el parto comience espontá neamente se ha
convertido en una epidemia, bastante má s grave que todas las gripes
anunciadas como catastró ficas, lastimando la salud futura de la madre y del
niñ o por nacer.
El problema de las cesáreas
Lo preocupante es la banalizació n de las cesá reas. Es decir, creer que dicha
operació n de cirugía mayor es normal, sin riesgo y, en algú n punto, hasta
mejor que un parto vaginal. Obviamente todo esto es falso. Toda cesá rea es
riesgosa. Es la peor forma de parir y sin duda la peor forma de nacer.
Un problema mucho má s invisible y complicado para el futuro, es que los
médicos jó venes aprenden a practicar cesá reas, aprenden a conducir los
partos con introducció n de occitocina sintética, aprenden a desencadenar
los partos con prostaglandinas… pero no tienen ninguna oportunidad de
observar el desenlace y desarrollo de un parto natural sin intervenciones.
No saben có mo sucede. Por lo tanto, só lo van a actuar segú n las prá cticas
que los hacen sentirse seguros. De este modo, hay cada vez menos
posibilidades de que las mujeres podamos esperar que los partos comiencen
y se desarrollen espontáneamente –una palabra rarísima aplicada a los
partos modernos– si pretendemos ser asistidas por médicos. Desde ya, la
cesá rea obliga a que estén presentes en la sala de cirugía muchos
profesionales y técnicos, lo que convierte el nacimiento de un hijo en un
hecho despojado de intimidad, de amor y de emoció n. Ademá s, la madre que
pare y el padre que acompañ a se convierten en personajes prescindibles en
la escena, hecho absolutamente insó lito y surrealista.
El problema de los bebes prematuros
Las Unidades de Cuidados Especiales y las Terapias Neonatales de mayor o
menor complejidad está n atoradas de bebes prematuros. Las razones son
variadas. Pero entre las principales, está n las inducciones efectuadas antes
de las fechas de parto, que producen sufrimiento fetal y, por lo tanto, la
necesidad de practicar cesá reas de urgencia. La realidad es que, cada vez
má s, sacamos del ú tero “bebes sin terminar”.
Un bebe prematuro nace con muchas desventajas. A veces no es só lo
cuestió n de peso o de “engorde”. Sino que hay muchos ó rganos aú n
inmaduros antes de los nueve meses cumplidos de gestació n, y el bebe tiene
que hacer un enorme esfuerzo para adaptarse al medio aéreo, cuando aú n
no era su tiempo. Aparecen entonces diversas discapacidades que, por el
hecho de ser frecuentes, creemos que son banales, como, por ejemplo, el
reflujo del recién nacido. Simplemente, si hubiéramos respetado el tiempo
del bebe para nacer, no tendría que sufrir la dificultad de vivir fuera del
ú tero cuando aú n no está preparado. Todo niñ o tiene derecho a nacer
cuando está listo, no antes.
2. La vuelta a casa

• El bebe, ese desconocido


• Las rutinas dadas vuelta
• La soledad entre cuatro paredes
• Los depredadores emocionales
• Las exigencias hacia el varó n
• Crisis matrimoniales
• Las abuelas que complican
• Las abuelas que ayudan
• El rol de las empleadas domésticas y las niñ eras
El bebe, ese desconocido
El bebe real no se parece en casi nada al bebe soñ ado. No porque sea
particularmente feo o lloroso, sino que ni duerme, ni come, ni está rozagante
en su cuna como nos habían contado. Hay algo que nos sorprende
especialmente a todas las madres: el bebe quiere estar todo, pero todo el
tiempo en brazos. Y así no se puede vivir. No vamos al bañ o a solas, no
comemos, no hablamos por teléfono, no podemos vestirnos, y muchos me-
nos tomar una ducha… porque el bebe llora. En las películas nunca vimos
que fuera necesaria una disponibilidad de 24 horas seguidas.

Las rutinas dadas vuelta


Nada de lo que habíamos programado antes del nacimiento del bebe
logramos poner en funcionamiento. Ni las fantasías de seguir trabajando
“desde casa”, ni la mudanza atrasada, ni el “añ o sabá tico”, ni el “doctorado”
que pensá bamos terminar con el bebe nacido ya que “no iríamos a trabajar”.
A las mujeres noctá mbulas nos toca un bebe que duerme de noche, pero de
día no pega un ojo, y a las mujeres diurnas nos toca un bebe que no está
dispuesto a darnos el placer de dormir de noche. Nuestra hambre coincide
con los momentos de mayor estrés del bebe; cuando nuestra pareja llega
solemos estar en medio de una diarrea del bebe que ha desbordado sobre la
alfombra má s cara de la casa, y la decisió n de salir a pasear puede llevarnos
dos horas de preparativos para dar una vuelta manzana.
La soledad entre cuatro paredes
Quizá s la situació n menos pensada antes del nacimiento del niñ o es la
impresionante soledad en la que nos veremos sumidas. Nos encontramos en
una prisió n dentro de casa con nuestro bebe. Salir es caó tico, hay ruido, hay
esmog, la plaza má s cercana está a veinte cuadras, el cochecito no entra en el
ascensor, el bebe se durmió plá cidamente y no lo queremos despertar, luego
tuvo hambre, luego tuvo llanto, luego tuvo hipo, luego tuvimos que cambiar
los pañ ales, luego nos vomitó toda la ropa, luego tuvo hambre nuevamente,
después tuvo un ataque de llanto, tal vez có licos, luego una sonrisa, y en el
momento en que decidimos que era el momento perfecto para salir de
paseo… nos dimos cuenta de que ya era de noche.
¿Y las amigas? Ah, las amigas. Resulta que no tenemos amigas con bebes.
Tenemos una amiga que nos invita a un vernissage a las 11 de la noche, otra
que tiene hijos adolescentes que quiere “hacer tiempo” hasta las 3 de la
mañ ana para irlos a buscar a un baile, otra que vive del otro lado de la
ciudad, otra que trabaja y só lo puede pasar a vernos el domingo, justo
cuando vienen también los cuatro abuelos. ¿Y el centro comercial? Sí, buena
idea, hay bañ os limpios y cambiadores para bebes. Con suerte el bebe se
queda un rato dormido y tenemos la fantasía de otorgarnos unos minutos de
libertad.

Los depredadores emocionales


¿No lo estará s mal acostumbrando? Ese chico te tomó la hora. En mi época
no era así, los niñ os obedecíamos. Para mí que es muy mamero. Le vendría
bien una buena paliza. Tiene que aprender a respetar a los mayores. Ese
chico se lleva todo a la boca, tenés que explicarle que eso no se hace. Para mí
que tiene hambre. Vos, nena, tendrías que volver a trabajar. Si no empezá s a
arreglarte de nuevo, tu esposo te va a dejar. Dejalo llorar, vas a ver que se
duerme. Yo crié a cinco hijos y ninguno me dio trabajo, hay que tenerlos
cortitos. ¿Otra vez la teta? Llorar le hace bien a los pulmones. Es muy
demandante. Si lo acostumbrá s a estar en brazos, te vas a volver su esclava.

Las exigencias hacia el varón


El príncipe azul se convierte en sapo en un lapso promedio de tres días
después del parto. Claro que las mujeres hemos in-ventado previamente
todos los atributos que deseá bamos endilgarle, y luego ese hombre tuvo que
responder a expectativas considerablemente importantes para un mortal,
por má s buenas intensiones que tenga. Ante el desborde emocional de las
mujeres con un niñ ito en brazos, solemos creer que el varó n podrá
compensar todo ese desequilibrio. Pues bien. No es posible. No es tarea para
un solo individuo.
Crisis matrimoniales
Nada es lo que era. Hay “algo” sostenedor que hemos perdido dentro de la
pareja: los momentos de ocio. Con un bebe en casa no hay un segundo
disponible. A decir verdad, la mujer tiene todo su espacio psíquico ocupado,
y pretende desagotarlo pidiendo tiempo para sí. Por el contrario el varó n se
encuentra con su espacio psíquico disponible, pidiendo a la mujer má s
tiempo de pareja. Entonces se produce el desencuentro. Cada uno necesita
algo diferente. Mientras tanto, el bebe llora.
Las abuelas que complican
La llegada a casa después del parto está cargada de fantasías, hasta que se
produce. Cada persona involucrada tiene a su vez sus propias fantasías, y la
madre o suegra de la parturienta, también. Habitualmente imponen reglas
que creen que son las adecuadas, sin preguntar ni acordar nada con la joven
madre, que de todas maneras está perdida de sí misma. Desde la loable
realidad de la experiencia pasada, imponen, deciden, ejecutan, cargan al
niñ o, discuten, ejercen autoritariamente el poder de ser mayores. Son las
abuelas que complican, aun te-niendo buenas intensiones.

Las abuelas que ayudan


Son quienes ofrecen apoyo desde los lugares menos visibles: lavan los
platos, limpian la casa, lavan la ropa, preparan una buena comida para la
joven madre, le hacen compañ ía de un modo silencioso y pidiendo permiso.
No opinan ni alzan al bebe sin permiso, ni se entrometen, ni hacen ruido.
Simplemente está n disponibles. Avalan. Ofrecen presencia. Otorgan
confianza. No contradicen las intuiciones de la madre. Toman al bebe só lo
cuando la madre lo requiere. Y se hacen cargo de las tareas menos
glamorosas, pero má s necesarias.

El rol de las empleadas domésticas y las niñeras


En ocasiones –si disponemos del dinero para contratar estos servicios–, se
convierten en personas indispensables. Las mujeres estamos totalmente
dependientes de ellas. Nuestra libertad depende de que la mucama llegue a
horario. De que no tenga un hijo enfermo. De que no se haya roto el
colectivo. De que no sea lunes. Aunque habitualmente no confiamos, igual
delegamos el cuidado de nuestros hijos en ellas. Necesitamos salir, urgente,
de casa. Las niñ eras, a veces, se convierten en nuestras principales
sostenedoras, las que nos cuidan y son las personas con quienes má s
contamos.
3. Lactancia

• Los pechos no responden a nuestras ó rdenes: los cambios


corporales.
• Pensar que creíamos que todo volvería a la normalidad después
del parto.
• La eternidad de las horas de lactancia. Lactancia y upa. Lactancia
y envidia.
• Lactancia y varones. Lactancia y opiniones externas.
• La pelea contra el bebe. ¿Por qué debería comer si la teta es tan
rica?
Los pechos no responden a nuestras órdenes: los cambios
corporales
Las mujeres suponíamos que los cambios corporales se limitaban al
embarazo. Grande es la sorpresa cuando constatamos que las
modificaciones continú an durante mucho tiempo después del nacimiento
del bebe, y que ademá s el cuerpo no nos responde. Como si adquiriese
autonomía y funcionara a través de impulsos que no emitimos
conscientemente. Los primeros tres meses, hasta que se instala la lactancia,
parece haber un desencuentro entre los pechos, la cantidad de leche que
producimos y la cantidad de leche que un bebe recién nacido logra
succionar. Al principio, producimos mucha má s leche de la necesaria. Nos
asombran los chorros de líquido blanco que mojan las sá banas sin que
podamos hacer nada al respecto. Nuestro cuerpo se ha vuelvo loco, no lo
podemos domar. Sucede algo insó lito: los bebes suelen requerir má s leche
por las noches que durante el día. Entonces se produce un desencuentro
intelectual má s que corporal, porque, erró neamente, las madres
pretendemos que las cosas sean como las habíamos imaginado, y no como
en realidad son. Pretendemos dormir por las noches, momento en que el
niñ o espera mamar con mayor frecuencia. Obviamente, la vida sería má s
fá cil si nos entregá ramos a dormir durante el día para recuperarnos del
cansancio. A decir verdad, el ú nico modo confiable para atravesar el primer
tiempo de lactancia, es fundiéndonos en los ho-rarios interminables,
permanentes, ininterrumpidos de los bebes. Esto significa que un bebe no
debería estar en ningú n otro lugar que no fuera en brazos de su madre,
suficientemente cerca de los pechos maternos para poder acceder cuando lo
necesite, sin importar la hora, la luz o la oscuridad que reine en el mundo.
Sin importar si pasaron seis horas desde la ú ltima mamada o diez minutos.
Sin pensar. Sin decidir. Sin opinar. La vida habrá cambiado tanto, que las
transformaciones corporales será n apenas una pincelada de color ante tanto
movimiento.
Pensar que creíamos que todo volvería a la normalidad
después del parto
La preocupació n por alimentar al bebe ocupa toda nuestra atenció n. Como
el bebe necesita ser alimentado prá cticamente todo el tiempo, las madres
constatamos que nos resulta imposible regresar a la “normalidad”,
entendiendo como normal cualquier cosa parecida a la vida antes del
nacimiento del niñ o. Lo “normal” con un bebe en brazos es que nada sea
como era antes. Si la vida sigue igual, o bien estamos viviendo otra realidad,
o bien el bebe está solo y tardará poco tiempo en enfermarse.

La eternidad de las horas de lactancia


Por algú n motivo misterioso, a las madres no se nos anticipa que la
lactancia es una actividad permanente. Con la falsa creencia de que los
niñ os comen cada tres horas y luego duermen, hemos arribado a la
maternidad con total ingenuidad. La imposició n de dejar pasar tres horas
entre “comidas” es producto de la introducció n de leche de vaca
maternizada (mamaderas) a partir de 1950, cuando efectivamente era
necesario regularlas porque las leches vacunas no eran ni son aptas para la
ingesta del bebe humano. Pero esos cuidados no son aplicables a la lactancia
materna, donde la “espera” del bebe cuando reclama el pecho se torna
dolorosa y ridícula. Toda madre que pasa la noche con el bebe succionando
cree que su bebe no es normal. Toda madre que lucha toda la noche en
contra del bebe porque no está dispuesta a ofrecerle el pecho tal como éste
demanda, cree que su bebe no es normal. Pues bien, “eso” es un bebe
saludable.

Lactancia y upa
Casi no hay diferencia entre dar de mamar y tener al bebe en brazos. Para
que el bebe pueda succionar y alimentarse, es imprescindible que esté cerca
de los pechos. Eso lo puede lograr só lo si está en brazos. El bebe que mama
extasiado y satisfecho, luego no quiere ser dejado de lado, evidentemente.
Podemos concluir que dar de mamar y tener el niñ o en brazos son actitudes
que engloban una manera de estar con los bebes. Pretender sostener una
buena lactancia sin tener a los niñ os en brazos es una estupidez. La lactancia
depende del tiempo que el niñ o permanezca en brazos de su madre. En caso
de que el bebe pase mucho tiempo en la cuna o en el cochecito, las
consecuencias se manifestará n en mastitis, dolores en los pechos, sangrado
o, má s comú nmente, en la disminució n paulatina de la producció n de leche.

Lactancia y envidia
Llamativamente, quienes má s envidiamos a las madres que amamantan
somos las demá s mujeres. Generalmente somos aquellas que por los motivos
que fueren no hemos logrado acceder a esta experiencia con placer y
ternura, y sin comprender por qué, nos sentimos agredidas ante la escena de
un bebe mamando extasiado en su propio paraíso. Saber que la lactancia
produce reacciones insospechadas en otras personas puede servirnos para
no exponernos innecesariamente a las agresiones ajenas. Algo así como
comer frente a quien tiene hambre. La lactancia es un asunto privado.
Merecemos ofrecernos esas instancias de intimidad y asegurarle al bebe una
calidad de resguardo emocional mínimo.
Lactancia y varones
Si el padre de la criatura es emocionalmente muy infantil, va a vivir la
lactancia como un lugar de pérdida. Porque, efectivamente, la lactancia
sucede só lo entre dos personas: madre y bebe. Los demá s quedan fuera de la
escena. Por eso, no es ni “normal” ni “anormal” la actitud del varó n.
Simplemente responde a una personalidad o un rol dentro de la pareja que
venía “jugando” desde antes del nacimiento del niñ o. Un varó n
emocionalmente má s maduro sabrá que no queda apartado de la escena, y
que la forma de pertenecer a la tríada es apoyando, sosteniendo, amparando
y cobijando las necesidades de la madre y del hijo en comú n. Las mujeres no
podemos sostener las lactancias sin el apoyo de varias personas alrededor
que lo permitan, lo avalen, lo defiendan y lo protejan.

Lactancia y opiniones externas


Posiblemente uno de los mayores depredadores para la fluidez de la
lactancia sea la enorme cantidad de frases, creencias y palabras que circulan
socialmente con relació n a este hecho. Casi todas nacidas en la ignorancia, la
estupidez, la estrechez intelectual y los prejuicios surgidos de lo má s
recalcitrante de las morales judeocristianas. La moral y la represió n sexual,
junto a la misoginia, encuentran un modo de expresarse a través del odio y
el rechazo de la lactancia. Mujeres y varones, médicos y psicó logos,
formamos un colectivo de depredadores emocionales e intelectuales para
entorpecer la lactancia. Esta actitud colectiva es moneda corriente, por eso
parece “normal” algo que es sencillamente siniestro, porque atenta contra la
especie humana.
La pelea contra el bebe
La lactancia puede convertirse en una lucha si las madres pretendemos
“hacer lo correcto”, “seguir instrucciones”, “no mal acostumbrarlo”,
“imponer horarios”, “pretender que duerma en su cuna” y tantas otras
atrocidades típicas de la sociedad occidental y patriarcal. Esta guerra
termina así: si ganamos la batalla, el bebe se va a enfermar. Es decir, de
todas maneras, es una batalla perdida de antemano. Creer que la lactancia es
una lucha, una meta a alcanzar, un desafío… es el motivo por el cual
fracasamos en un hecho que es completamente natural y en el cual el bebe
está dispuesto a ayudar. Es hora de abandonar la lucha, porque no hay nada
má s fá cil y satisfactorio que dar de mamar, siempre y cuando no nos
interese absolutamente nada má s en este mundo.

¿Por qué debería comer si la teta es tan rica?


Suponiendo que la lactancia finalmente se instaló , que el bebe es saludable
y feliz, que aumentó de peso en forma adecuada, que la madre se siente bien
y orgullosa, que el bebe sonríe, se comunica, empieza a percibir un mundo
de sensaciones y experiencias en presencia de otras personas, en fin,
suponiendo que el bebe crece dentro de pará metros normales y que los
controles pediá tricos dan excelentes resultados... ¿cuá l es el sentido de
imponer la introducció n de alimentos só lidos o de indicar el destete? ¿Por
qué nos entrometemos cuando las cosas funcionan bien? ¿Por qué un bebe
debería tener algú n motivo para dejar la teta? ¿Qué tiene que ver la edad?
¿Qué es ser muy grande para seguir tomando la teta? ¿A quién le importa?
¿Por qué no nos ocupamos de nuestros asuntos y dejamos en paz a los bebes
y a sus madres?
4. Toda madre es invisible para la sociedad

• ¿Có mo encajamos la maternidad en este


• “ser mujer”?
• Entre dos culturas
• El puerperio existe, pero nadie lo ve
• La soledad
• Olvidarnos del puerperio
• Ya no soy inteligente
¿Cómo encajamos la maternidad en este “ser mujer”?
En verdad, la ú nica identidad que no “encaja” es la de madre. Todas las
demá s “identidades” o “funciones” son compatibles. Por eso podemos ser
exitosas en el plano laboral, tener relaciones de pareja, mú ltiples relaciones
sociales, amistades, proyectos y viajes sin que se resienta nuestro rol en el
mundo. Todas estas maneras de ser mujer suceden en el mismo plano: en la
visibilidad del intercambio social. En cambio, la funció n materna sucede
en otro plano; en un mundo invisible, silencioso, resguardado, fuera del
intercambio econó mico y difícilmente reconocido segú n los pará metros que
hoy circulan en la sociedad.

Entre dos culturas


Las madres modernas hemos quedado atrapadas entre dos culturas: la
antigua, que daba identidad y valor al hecho maternal, pero que llevaba
implícito el sometimiento sexual y econó mico al varó n; y la actual, que
otorga libertad y autonomía, pero que al desear y asumir también la
maternidad, termina relegá ndonos a circunstancias confusas de soledad y
aislamiento.
¿Quiénes estaban mejor entonces? ¿Nuestras abuelas o nosotras?
Antes las mujeres éramos má s valoradas en el rol materno. Posiblemente
la pasá bamos mejor siendo madres que siendo mujeres. Ahora las mujeres
somos má s valoradas en el rol de mujeres trabajadoras. Por lo tanto, la
pasamos mejor siendo mujeres que siendo madres. El mayor desafío será
encontrar la manera de reconocernos a nosotras mismas siendo madres y
también mujeres independientes. Sabiendo que es un asunto complejo y
una problemá tica histó ricamente nueva.

El puerperio existe, pero nadie lo ve


Reflexionar sobre el puerperio es basarse en situaciones que no son ni tan
físicas, ni tan visibles, ni tan concretas, pero que no por eso son menos
reales. En definitiva, se trata de lo invisible, del submundo femenino, de lo
oculto, de lo que está má s allá de nuestro control, má s allá de la razó n para
la mente ló gica. Para hablar del puerperio, hay que inventar palabras.
De hecho, después del parto, invariablemente las mujeres lloramos
desconsoladas preguntá ndonos “¿quién soy?”, “¿qué me pasa?” y “¿qué he
hecho yo para merecer esto?”. La certeza de haber enloquecido para siempre
es mayor en la medida en que anteriormente nos hayamos identificado con
los aspectos má s “concretos” de nuestra personalidad. Esto es especialmente
cierto en las mujeres ordenadas, activas, cumplidoras, puntuales, exitosas y
pensantes.
El problema para la mamá reciente es aprender a sumergirse
simultáneamente en la inmensidad de su campo emocional para luego
emerger al mundo concreto del trabajo, dinero, preocupaciones cotidianas;
para volver a la oscuridad, en una danza poco aceptada socialmente. Mundo
racional y mundo sutil. Identidad y pérdida de fronteras. Mujer y madre.
Acció n y espera. Decisió n y leche.
La soledad
Frente a la incomprensió n de los procesos esperables durante el puerperio,
creemos que todo está mal cuando simplemente se trata de una pérdida de
identidad, pérdida de referentes externos o diversas situaciones de soledad,
desamparo o angustia que merecen ser tenidos en cuenta como lo que son,
sin teñ irlos con falsas interpretaciones. Necesitamos saber que es un
período en el que las madres recientes abandonamos los lugares de
identificació n social o laboral, y necesitamos sumergirnos en el mundo
interior y silencioso del vínculo con el bebe; y que esto genera una conexió n
con el propio mundo emocional que puede traernos sorpresas si no hemos
estado acostumbradas a entrar en contacto con el sí mismo profundo.
Para ello necesitamos compañía, definitivamente. No podemos transitar
el puerperio estando solas, mientras el varó n trabaja. A mi modo de ver, las
mujeres necesitamos volver a crear redes de apoyo para que el hecho de
haber devenido ma-dres tenga un lugar para existir. Necesitamos compartir
con otras mujeres lo que nos pasa. Necesitamos salir con nuestros bebes a
cuestas y concurrir a lugares sociales donde seamos bien recibidas,
escuchadas y comprendidas. Por eso funcionan los Grupos de Crianza y las
visitas de las doulas. Tenemos que encontrar el modo de integrar nuestro
“ser social” en el mundo con nuestro “ser interior” en el vínculo con los
bebes, sin tener que optar por una u otra modalidad.
Olvidarnos del puerperio
Olvidarnos del puerperio es grave, ya que cualquier familia con tres hijos ha
navegado la crisis puerperal durante ocho o diez añ os. Creo que no estamos
valorando en su justa medida la riqueza de este tiempo que trae una gran
apertura emocional y una conexió n inigualable con las conexiones sutiles del
alma. Que este período no sea social ni culturalmente reconocido, nos obliga
a las mujeres a querer huir de ese lugar invisible a ojos de los demá s,
creyendo que “somos” alguien en la medida en que trabajamos, ganamos
dinero o somos reconocidas por el afuera.
Ya no soy inteligente
Con un niñ o en brazos, las mujeres devenimos torpes intelectualmente,
impuntuales, desorganizadas, olvidadizas y confusas. Esto nos deja ató nitas
y con la autoestima hecha trizas. Pero insospechadamente hemos adquirido
una lucidez en territorios emocionales, logrando una sutileza en las
intuiciones, en el olfato y en las percepciones nunca antes alcanzada. Este
cambio de percepciones y del notorio aumento de actividad del hemisferio
derecho de nuestro cerebro por sobre el izquierdo, nos deja descolocadas.
Sin embargo, de nada sirve luchar contra estas transformaciones, temerosas
de no volver a ser inteligentes como antes. Es verdad que no podemos ser
“igual” de inteligentes… pero sí “diferentemente” inteligentes. Tendremos
que aprender a sacar provecho de tan extrañ a situació n.
5. El bebe real, ese que demanda, llora, exige y no
duerme

• Las necesidades de los bebes de carne y hueso


• Ese ser tan diferente
• Las necesidades propias versus las del bebe
• Quién gana la batalla
• El tiempo como el bien má s preciado
• Guerras, guerras, y má s guerras
• Confesiones de mujeres desesperadas
Las necesidades de los bebes de carne y hueso
Un bebe real siempre va a demandar má s de lo que la madre pudo haber
imaginado antes del nacimiento. Má s tiempo, má s disponibilidad, má s
contacto, má s leche, má s mirada, má s calor, má s esfuerzo, má s permanencia,
má s silencio, má s exclusividad. Desde nuestra vivencia, aun cuando ya
hayamos entregado el má ximo de nuestra capacidad dadora… el bebe querrá
má s, lo querrá todo. La buena y la mala noticia es que no hay nada diferente
que podamos hacer al respecto, salvo satisfacerlo. El bebe requiere
disponibilidad física y emocional absoluta de su madre, y en este punto, no
hay medias tintas.
Todo el tiempo, significa todo el tiempo. De día y de noche.
Las madres podemos decidir que eso no es posible, que el bebe no tiene
razó n o que no alimentaremos sus caprichos. Cualquier argumento es
suficiente para dedicarnos a seguir siendo aquello que éramos. Somos
personas grandes y haremos las cosas a nuestro modo. Pero en esos casos, el
bebe sencillamente nos hará saber lo que le pasa. Intentará por todos los
medios satisfacer sus necesidades bá sicas, porque de ello depende su
capacidad de sobrevivir.
Ese ser tan diferente
La mayor dificultad que tenemos es que no comprendemos al bebe. Es un
ser demasiado diferente de nosotros. Probablemente un extraterrestre
adulto nos resultaría má s familiar y compartiríamos có digos má s similares
que con un bebe humano. Por lo tanto, la maternidad y la paternidad son un
viaje hacia el aprendizaje de las diferencias. El niñ o pequeñ o tiene
percepciones y modos de conexió n emocional que nos desarman las
estructuras mentales que hemos construido durante tantos añ os. Siente
diferente. Comunica diferente. Necesita diferente. Ama diferente. El desafío
será dejar de lado nuestras razones, porque carecen de sentido dentro de
una ló gica con có digos opuestos.
Las necesidades propias versus las del bebe
Nace un niñ o. Muy rá pidamente el niñ o deseará algo diferente de lo que
una misma desea. Querrá succionar el pecho materno cuando ya estemos
cansadas. Llorará después de que lo hayamos acunado por largas horas.
Pretenderá permanecer sobre nuestro cuerpo cuando necesitemos soledad y
algo de libertad personal. El niñ o es un “otro” y buscará “hacerse un lugar”
dentro del territorio de la madre. El niñ o necesita la presencia constante
de la madre, mientras que la madre necesita estar a solas, al menos un
poco. É se es el momento en que comienza la guerra de deseos, o la guerra
de necesidades diferentes.

Quién gana la batalla


De día, la madre. De noche, el niñ o.
Durante el día tenemos fuerza física para negarnos a sostener al niñ o tanto
cuanto lo demanda. El niñ o desplaza sus demandas hacia un sistema que le
otorgue mejores resultados, como enfermarse, por ejemplo. En cambio, de
noche estamos agobiadas, rendidas al sueñ o y por lo tanto... disponibles, al
menos físicamente, para que el niñ o se nutra de nuestra presencia, aunque
sea durante el sueñ o.

El tiempo como el bien más preciado


Estamos tan “inundadas” de bebe, que cada pequeñ o lapso de tiempo
disponible –cuando el niñ o se duerme– deseamos aprovecharlo al má ximo
para nosotras mismas. El tiempo se ha convertido en un bien preciado.
Luchamos para sacar el mayor provecho posible, sobre todo para usarlo só lo
en nuestro beneficio. Por eso sentimos exagerada la demanda del varó n que
simplemente quiere recuperarnos y estar con nosotras. Ir al cine. Cenar en
paz. O salir con amigos. Por el contrario, las madres recientes necesitamos
esos codiciados momentos para nosotras mismas. A veces para depilarnos,
para revisar nuestro correo electró nico, ir al bañ o sin apuro o sentarnos a
comer y terminar el plato sin interrupciones. Estos pequeñ os actos
cotidianos que nos dan placer y confort se convierten en un lujo esporá dico
que no estamos dispuestas a dejar pasar.

Guerras, guerras, y más guerras


Cualquier madre consciente cree tener mucha disponibilidad para el bebe.
El problema es que no se trata de la aptitud o las buenas intensiones de la
madre, sino de las experiencias primarias que haya tenido. De eso depende
que la presencia del niñ o sea vivida como devoradora o como placentera.
Insisto en que esto se organiza segú n la realidad que esa madre ha vivido
siendo bebe, es decir, depende de una experiencia de la que no tiene
recuerdos conscientes.
Si nos encontraremos o no dentro de una guerra de deseos, só lo
podremos saberlo en presencia de un hijo. Es posible que dentro de otros
vínculos, hayamos podido “vencer” al enemigo, o en todo caso nos hayamos
retirado de la escena. Pero con un niñ o en brazos estamos atrapadas, no
podemos abandonar esa relació n. Y esa sensació n de estar capturadas ya nos
da pistas sobre có mo hemos organizado nuestro “estar en el mundo”.
¿Có mo expulsamos al niñ o del territorio emocional para que no nos
moleste má s? Es fá cil, todos lo hacemos: la primera premisa es no dar
crédito a lo que le pasa. Como no habla, podemos interpretar
libremente lo que se nos antoje. Ademá s nos encanta explicar los motivos
de un llanto y dar por sentado que tenemos razó n. Desde este lado del
campo de batalla, los padres lo estamos educando para que aprenda a
portarse bien. Desde el campo de batalla del niñ o, está cada vez má s solo, sin
herramientas para vincularse de otro modo y aumentando su soledad y su
desamparo.
Lo má s lamentable para el niñ o pequeñ o es que tiene necesidades
viscerales que no comprende y que ningú n adulto se toma el trabajo de
averiguar y traducir. Por lo tanto, el mismo niñ o no las comprende dentro
de sí. Só lo siente que no es satisfecho, y que queda vacío, hambriento de algo
que le falta, pero que no distingue qué es.
Confesiones de mujeres desesperadas
Si tenemos la intenció n de comprender al bebe, las mujeres nos
encontramos entre dos opciones: o atendemos só lo los aspectos físicos y las
necesidades inmediatas y concretas del recién nacido, creyendo que de eso
se trata el “maternaje”; o bien nos sumergimos en el universo sutil del bebe,
donde afloran sensaciones desconcertantes, con el riesgo de entrar en un
nivel de conexió n que nos puede llevar a vivencias desgarradoras.
Comprender al bebe depende de la comprensió n hacia sí misma.

Cada modalidad tiene su ló gica. Podemos interpretar, proponer soluciones


con una matemá tica acorde a lo visible, concreto y físico. El problema es que
durante el puerperio casi nunca 2 + 2 = 4. La ló gica del mundo emocional,
inconsciente, responde a energías misteriosas. El puerperio es un estado
emocional ligado a la alteració n de la conciencia.
Otro problema es que creemos que todo este lío terminará pronto. Pero
resulta que no se termina. Las sensaciones ambivalentes, de pérdida de
identidad, de alteració n de los sentidos y de intereses personales cambian
radicalmente, sin saber cuá ndo volveremos a ser esa mujer que alguna vez
fuimos.
El modo má s sencillo para transitar el puerperio y la dificultad en el vínculo
con el niñ o pequeñ o, es despojá ndonos de todo lo que creíamos que
nosotras “éramos” y prepará ndonos para recorrer un camino nuevo,
desconocido e inseguro. Todo bebe sabrá guiarnos.
6. Desde el punto de vista del bebe

• Ser bebe en el mundo de hoy


• Ser bebe en la ciudad
• Ser bebe en casa entre mamá y papá y algú n hermano que
también necesita ser atendido
• Los grandes creen que no entiendo
• Estoy solo
• Quiero que venga mi mamá
• Mi mamá no entiende nada. Mi papá , menos
Ser bebe en el mundo de hoy
Las cosas se han complicado mucho para los bebes actuales, que deben
competir contra la tecnología, el confort y la autonomía de los mayores.
Bá sicamente, porque hoy los bebes está n solos. Ya no duermen con sus
padres o sus hermanos, la mayoría de las veces ni siquiera hay hermanos.
Pasan muchísimas horas con personas extrañ as o bien en guarderías donde
hay pocos adultos para hacerse cargo de muchos bebes, con lo cual, la mejor
opció n es adaptarse. La adaptació n consiste en esperar a ser atendido sin
pretender que haya un vínculo amoroso, considerando que estar en
situació n de haber sido atendido segú n pará metros suficientemente
saludables lo convierte en un bebe cuidado y con bastante suerte.
Un bebe moderno cumple jornadas laborales similares a las jornadas de los
adultos. Tiene que adaptarse a ritmos institucionales para comer, dormir y
jugar. También pasa muchas horas lejos de cualquier cuerpo humano,
generalmente ubicado en sillas con respaldos aerodiná micos. Silla con
cinturó n de seguridad para el auto, silla para comer, silla para ser trasladado
y silla reclinable para dormir.
Ser bebe en la ciudad
La realidad de un bebe de ciudad es comparable a la realidad de su madre.
La gran ciudad tiene dos obstá culos importantes para la calidad de vida de
un bebe y de su madre: el aislamiento y las grandes distancias. La distancia
hacia el lugar de trabajo o la casa de familiares tiene má s relació n con el
nivel de embotellamiento o con las buenas o malas redes de ó mnibus u otro
transporte pú blico, que acortan o dificultan los encuentros.
El ruido, las luces, los lugares de compras y de consumo, el esmog, el apuro,
el caos de trá nsito, y el peligro de las ciudades donde sus habitantes son
seres anó nimos entre sí, hace que la experiencia de un bebe se vea cada vez
má s circunscripta a la intimidad del hogar. Cada vez que una madre sale a la
calle con un bebe, está obligada a “recuperarse” cuando regresa, como si
cada salida al exterior se hubiese constituido en una selva peligrosa de la
que necesita resarcirse. De este modo, el aislamiento, la soledad y la
tendencia al encierro se multiplican.
El bebe de la ciudad suele estar en contacto con una sola persona
responsable de su cuidado. Ahogado en la soledad de esa ú nica persona que
permanece sin otros contactos durante el lapso en que cuida al bebe. Los
departamentos de las ciudades suelen ser pequeñ as cá rceles amables, con
suficientes objetos de confort de modo que no sea indispensable la salida al
exterior y con la ilusió n de estar conectados al mundo a través de la pantalla
del televisor generalmente encendida.

Ser bebe en casa entre mamá y papá y algún hermano que


también necesita ser atendido
Las cosas no mejoran sustancialmente por las noches cuando mamá y papá
regresan. En principio, porque ambos suelen estar agotados y con mú ltiples
tareas hogareñ as que atender. También sucede que marido y mujer esperan
poder reencontrarse entre ellos, con lo cual el bebe seguirá esperando su
turno. Cuando hay ademá s otros niñ os, algunos de ellos escolarizados, que
han esperado de igual manera la llegada de sus padres, las cosas se
complican aú n má s, ya que todos esperan su turno para ser atendidos, pero
parece que nadie logra ser totalmente satisfecho. Resulta evidente que una
mamá y un papá son demasiado pocos para atender las necesidades de niñ os
de diferentes edades, que han atravesado su jornada esperando el momento
del reencuentro.
Es usual que algú n niñ o haga un llamado especial, para ser tomado en
cuenta en primer lugar. La excusa puede ser un examen importante al día
siguiente, para lo que precisa la atenció n exclusiva de uno de sus padres, o
bien un dolor de barriga, un llanto desesperado, una pesadilla, un golpe, un
susto o portarse muy mal. Cuando somos pocos y la necesidad es grande,
siempre es mejor ser el primero en hacer ruido.
Los grandes creen que no entiendo
Para lograr un acercamiento al universo de los bebes, vale la pena intentar
recordarnos a nosotros mismos siendo niñ os, llegando hasta los recuerdos
má s lejanos… y volver a respirar la visió n que teníamos del mundo que nos
circundaba. Recordar qué lejos sentíamos nuestras experiencias íntimas con
relació n a lo que parecía ser el mundo de los demá s. Recordar las frases
nombradas por las personas grandes como si nosotros no existiéramos.
Recordar todo lo que sí sabíamos aunque nadie parecía percatarse de eso.

Hoy podemos recordar con detalles la comprensió n particular que


teníamos de cuanto sucedía a nuestro alrededor, la sutilidad de los
sentimientos, la empatía, el terror o la angustia de ser observadores
privilegiados de las tramas familiares. Sin pensamientos, sin tomar partido,
sin má s vueltas que la simpleza de pertenecer al mundo de los mayores sin
que ellos se dieran cuenta.
Recordar las propias percepciones de nuestra infancia, con la sabiduría
innata y secreta, puede ser un buen comienzo para el acercamiento al
conocimiento intuitivo de los bebes. Saber que ellos saben es indispensable
para intentarlo.
Estoy solo
Es difícil para el adulto imaginar que el bebe está solo, ya que en términos
concretos, siempre tiene que haber alguien presente ocupá ndose de él. Sin
embargo, la vivencia interna es de soledad, en la medida en que no esté
adherido a un cuerpo humano y que no esté en permanente concordancia
con el mundo emocional de su madre o de otra persona maternante. El bebe
no tiene quién traduzca, quién nombre, quién medie entre el entorno y sus
inmensas percepciones llenas de imá genes y sonidos extrañ os. La soledad lo
acompañ a casi siempre, a menos que alguien esté absolutamente atento a
sus requerimientos permanentes.

Quiero que venga mi mamá


Es todo lo que necesita y pide un bebe. Que mamá regrese. Nada má s. Es tan
sencillo y sin embargo, hay muy pocos bebes urbanos y occidentales en ser
satisfechos. Las mamá s no regresamos. Sabemos que el bebe nos espera, que
siempre está dispuesto a recibirnos, a festejar nuestra presencia, a calmarse
simplemente porque estamos allí. Sería muy fá cil si simplemente
pudiéramos regresar. Un bebe siempre quiere que regrese su mamá . Un
niñ o, también. Un niñ o mayor, también. Un adulto, también.
Mi mamá no entiende nada. Mi papá, menos
El “idioma bebe” es uno de los má s hablados en el planeta, sin embargo, casi
ningú n adulto se toma la molestia de aprenderlo. Los bebes no só lo
comprenden perfectamente el sentido de cada palabra, sino que ademá s
intentan responder con el lenguaje que son capaces de emitir. La desilusió n
es constante cuando los adultos hacemos oídos sordos a todo lo que los
bebes avisan, previenen, nombran, muestran y señ alan.
Habitualmente, los adultos creemos que tenemos que explicarles unas
cuantas cosas a los bebes, algo que es sensato. Sin embargo, olvidamos que
los bebes pretenden explicarnos unas cuantas cosas a los adultos, pero no
prestamos atenció n. Todo lo que los bebes intentan decirnos responde a
certezas del mundo emocional, del cual formamos parte, pero somos
relativamente ignorantes para comprender o traducir.
Cuando defraudamos a los pequeñ os una y otra vez, desmereciendo las
noticias valiosas que ellos intentan por todos los medios acercar, se van
desencantando de los mayores, pierden interés, se encierran en sus juegos,
se enferman y hacen silencio. Si pasamos unas cuantas horas con un bebe
quieto, nos preocupamos y empezamos a preguntarle una y otra vez “qué le
pasa”. Pero ya no importa. No encuentra el modo de decirnos que ya perdió
el interés.
7. La noche

• No quiere dormir solo. La noche es larga


• Yo soy la ú nica en este mundo que no duerme
• Este chico no es normal
• Es mi culpa por ser floja
• Necesita límites, urgente
• Al borde del divorcio
• La cama es chica
• Hagamos un camping en el living
• Que nadie se entere
No quiere dormir solo
¡Por supuesto que los niñ os no quieren dormir solos! Ni quieren, ni deben.
Los bebes recién nacidos no está n preparados para un salto a la nada: a una
cuna sin movimiento, sin olor, sin sonido, sin sensació n de vida. Esta
separació n del cuerpo de la madre causa má s sufrimientos de lo que
podemos imaginar y establece un sinsentido en el vínculo madre-niñ o.
Lamentablemente, las madres jó venes desconfiamos de nuestra capacidad
para comprender los pedidos de nuestros hijos. Sabemos lo que ellos
necesitan, pero por algú n motivo misterioso, no estamos dispuestas a
satisfacerlos.

La noche es larga
El “tiempo” para los niñ os pequeñ os aparece como un hecho doloroso y
desgarrador si la madre no acude, a diferencia de las vivencias dentro del
ú tero, donde toda necesidad era satisfecha instantá neamente. Ahora la
espera, duele. Si los niñ os deben esperar demasiado tiempo para encontrar
confort en brazos de su madre, se aferrará n con fuerza a los pechos,
mordiendo, lastimando o llorando, con miedo a ser nuevamente
abandonados. Los niñ os tienen razó n en reclamar compañ ía, ya que son
totalmente dependientes de los cuidados maternos. Tienen conciencia
de su estado de fragilidad y hacen lo que todo niñ o sano debe hacer: exigir
cuidados suficientes para su supervivencia. La noche es larga y oscura, y
ningún niño debería atravesarla estando solo.

Yo soy la única en este mundo que no duerme


Las noches se convierten en un infierno si pretendemos que el niñ o duerma
solo en su cuna. Ademá s, tenemos la sensació n de que el mundo entero
duerme mientras nosotras no podemos acallar al bebe que no está dispuesto
a dejarnos descansar. Las madres tenemos derecho a dormir. Si
pretendemos dormir, será fá cil, fluido y suave en la medida en que los niñ os
permanezcan en contacto con nuestro cuerpo. No es tan difícil. En todas las
sociedades menos en la occidental, las personas duermen juntas, los adultos
duermen con los niñ os, y todos descansan en paz. Podemos hacer la prueba
y constataremos que es una buena costumbre.
Este chico no es normal
Cada niñ o expresa sus necesidades de modos diferentes, pero
definitivamente, todo bebe recién nacido espera encontrarse con la misma
calidad de confort, movimiento, calor, presencia y estímulos que obtuvo
dentro del vientre materno. Por lo tanto, un bebe o niñ o pequeñ o que
manifiesta con desesperació n su necesidad de permanecer cerca del cuerpo
de su madre, simplemente está muy saludable. Tiene aú n resto físico y
emocional para pedir lo que necesita. Por el contrario, debería llamarnos la
atenció n un niñ o que ya se ha resignado, que ya no reclama porque sabe que
nadie acudirá a su llamado. Ahí pasa algo grave.
Es mi culpa por ser floja
Las culpas y los reproches son moneda corriente cuando estamos sin
recursos para paliar nuestro cansancio o hacer frente a la ignorancia. Que un
niñ o siga reclamando la presencia materna o el tipo de cuidados que sabe
que necesita es mal visto por todos. Esto es una inmensa paradoja, ya que
deberíamos maravillarnos por la potencia de los mecanismos de
supervivencia de los niñ os pequeñ os. En contrapartida, solemos acusar a la
madre de ser floja, es decir, no suficientemente dura, autoritaria, rígida,
exigente y masculina como para negar una y otra vez lo que todo niñ o en su
justo derecho necesita. Ojalá pudiéramos enorgullecernos de ser flojas. O
sea: abiertas, femeninas, atentas, blandas y permeables. Todas virtudes
específicas y constitutivas del hecho materno.

Necesita límites, urgente


Circula socialmente la idea de que satisfacer las necesidades de un bebe lo
convierte en “malcriado”, aunque paradó jicamente, obtenemos una y otra
vez el resultado opuesto al esperado, ya que en la medida en que no
permanecemos acompañ ando a los niñ os, presentes y con el cuerpo
disponible, ellos van a reclamar má s y má s. Es decir, van a estar cada vez
má s caprichosos, insatisfechos, pedigü eñ os y desesperados. Es un
despropó sito, ya que nadie pide lo que no necesita.
Al borde del divorcio
Las noches sin dormir y las estrategias para lograr que los niñ itos duerman
solos en sus cunas y durante muchas horas, son motivo de peleas
conyugales, ya que, por supuesto, todos fracasamos: nadie duerme. Ni la
madre ni el padre. Los á nimos se exaltan y los malentendidos tienen vía libre
para desplegarse. Muchas parejas llegan efectivamente al divorcio después
de uno o dos añ os sin dormir. Por eso, ésta es una realidad con la gravedad
suficiente como para intentar cambiar las cosas antes de que sea demasiado
tarde. Todos podríamos dormir relativamente bien si permitiéramos que los
niñ os durmieran con no-sotros. ¿La vida sexual? En otro momento y en otro
lugar. De todas maneras, mientras estemos peleando, culpá ndonos
mutuamente por los magros logros en el dormir de nuestros hijos, tampoco
habrá lugar para el deseo.

La cama es chica
Efectivamente las camas altas –a unos 40 cm del suelo– son un invento
occidental antiniñ o, ya que cualquier niñ o pequeñ o puede caerse, lo que las
convierte en un objeto de uso peligroso. Ademá s son demasiado angostas y
no está n pensadas para planes familiares. Por lo tanto, tendremos que
inventar modos de poder dormir con relativa comodidad. Con la mano en el
corazó n, la mayoría de los varones no tendrá ningú n problema en dormir
solo, si recibe a cambio la maravillosa ventaja de dormir toda la noche sin
despertar. En esos casos, especialmente las madres que amamantamos
podemos acomodar un colchó n bien amplio en el piso en alguna habitació n
que no sea la conyugal, llenarlo de almohadones confortables y disponernos
a dormir con el niñ o. Todos despertaremos felices.

Hagamos un camping en el living


Otra opció n especialmente exitosa cuando hay má s niñ os en casa, es irnos
de camping al living de la casa. Con carpa o sin carpa, podemos armar los
colchones o las mantas en un espacio suficientemente grande como para que
puedan dormir juntos dos, tres o cuatro niñ os. Los bebes dormirá n
increíblemente bien, sabiéndose amparados y cobijados por sus hermanos
mayores, y los niñ os má s grandes también dormirá n mejor que nunca,
porque estará n acompañ ados por los pequeñ os. Lo que resulta inverosímil
es que estas excepciones siempre resultan (todos dormimos bien)… pero
los padres suponemos que podemos tolerar algo así só lo los sá bados, como
una diversió n. Pero apenas comenzamos la semana laboral y escolar…
volvemos a la rispidez de los gritos, los llantos y los reclamos, desde la
soledad de cada uno de los cuartos de dormir. Un despropó sito.
Que nadie se entere
Lo que sucede en casa pertenece a la intimidad de cada familia. A nadie le
compete saber có mo dormimos, cuá nto dormimos, ni con quién. No
necesitamos que las decisiones de los movimientos nocturnos sean
discutidas acaloradamente por tíos, primos y vecinos. Si los niñ os duermen
en nuestras camas es un tema privado y no vale la pena exponer nuestras
decisiones para que sean juzgadas. Ademá s, recordemos que casi cualquier
cosa que nos cuenten los demá s sobre la realidad de las noches con niñ os en
otras casas, será mentira.
8. El pan nuestro de cada día

• El absurdo intento de darle de comer a los bebes


• La mamadera, ese invento occidental
• Comer en restaurantes con niñ os pequeñ os
• La comida basura
• ¿Cocinar o no cocinar?, that is the question
• El soborno a través del azú car
• La mesa familiar: caos, desorden y desencuentro
El absurdo intento de darle de comer a los bebes
La típica pregunta: “¿Cuá ndo va a empezar a comer ese bebe?” es un clá sico
infaltable. También las opiniones del estilo “Ese bebe tiene hambre,
pobrecito, le está n negando la comida”, dejan en la madre una mezcla de
inseguridad y desconcierto. Sin malas intensiones, todos tenemos ganas de
que el niñ o abra la boca y coma algo parecido a lo que comemos las personas
grandes. Nos sentiríamos má s tranquilos. Así las cosas, llega el día de la
visita de control al médico pediatra. Lo pesa, lo mide, lo ausculta: está
perfecto. No sabemos por qué, pero nos prescribe una dieta para el bebe.
Ahora tenemos que disponer de tiempo para preparar el puré, luego lavar
las ollas y limpiar la suciedad que generó la intenció n de hacerle tragar algo
de alimento só lido al niñ o. Algunos niñ os parecen tener interés en la comida
y otros se muestran francamente indiferentes. La lucha que entablamos con
el objetivo de que traguen algo mientras son bebes es absurda e inú til.

La mamadera, ese invento occidental


Un niñ o amamantado no tiene por qué saber que existen las mamaderas. Es
má s, sería beneficioso que las madres no compremos mamaderas ni
aceptemos las que recibimos de regalo cuando abandonamos la clínica o el
hospital después del parto. En el caso de bebes amamantados, cuando llegue
el momento en que el niñ o manifieste deseos de comer, sería má s
interesante diversificar las opciones ofreciéndole alimentos sólidos en
lugar de “agregar” leche de otra especie.
Es una pena que confundamos la necesidad de succionar –que es
genuina y real en los niñ os– con la necesidad de ingerir leche.
Consideramos prá cticamente a la mamadera y a la leche como sinó nimos.
Podríamos satisfacer la necesidad de succió n con cualquier líquido tibio, si
no estamos dispuestas a permanecer en contacto permanente con el bebe.
Comer en restaurantes con niños pequeños
Intentamos salir de casa y dar un paseo, pero se convierte en una odisea
indigesta. Pretendemos sentarnos y comer. Pero ni nos sentamos ni
comemos. La fantasía de que alguien se ocupe de nosotras por un rato, que
nos atiendan, nos sirvan algo sabroso, nos cocinen, nos laven y nos
levantemos de la mesa sin má s, dejando atrá s la pila de utensilios por lavar,
es una bocanada de aire fresco. Sepamos que es posible si alguien se hace
cargo de los niñ os, mientras disfrutamos nuestro acotado paraíso. De lo
contrario, ese paraíso vendrá con serpiente y manzana incluida.

La comida basura
Los niñ os no pueden comer comida nutritiva y saludable si está n solos. En
cambio, sí pueden comer comida con mucho azú car, porque el azú car
reemplaza la compañ ía. Eso lo saben perfectamente las grandes cadenas de
comida rá pida, cuya principal clientela son los adolescentes y niñ os. La
“comida basura”, adictiva por la cantidad de azú car y harinas blancas que
contiene, ademá s de grasas saturadas, se puede ingerir sin presencia de
otros. La comida basura se compra rápido y los niños la comen sin
necesidad de estar acompañados. Lamentablemente, al constatar que los
niñ os la comen incluso si no permanecemos con ellos, los adultos luego
interpretamos que esa comida les gusta. Pero estamos equivocados. Es
soledad, no es paladar.
¿Cocinar o no cocinar?, that is the question
Tenemos todo el derecho del mundo a que la cocina no nos guste. En
muchos casos las obligaciones domésticas –entre la que se encuentra la
preparació n de la comida diaria– tiene gusto a sometimiento y destila las
quejas de mamá que perduraron a lo largo de nuestra infancia. No nos da
placer. Invertimos mucho tiempo en cocinar y luego la comida desaparece
en pocos minutos como por arte de magia.
Cocinar no es una obligació n. El problema es que los niñ os tienen que
comer, y en lo posible, alimentos de buena calidad. En las ciudades podemos
elegir comprar comida ya elaborada de mejor calidad que otras. Las frutas
ya vienen hechas. Los frutos secos, también. Algunas verduras también se
pueden comer tal como se compran, sin má s elaboració n que retirar una
cá scara. Los cereales integrales se pueden cocinar una sola vez, guardarlos
en la heladera y servirlos de un modo muy sencillo. Es decir, no es
indispensable cocinar, sino pensar có mo ofrecer algo saludable sin
someternos a una tarea que detestamos. Y de ese modo, salirnos de la huella.
El soborno a través del azúcar
Cualquier adulto que intente acercarse a un niñ o sabe que lo conseguirá
ofreciendo un caramelo. Hasta la infaltable tía abuela con bigotes, presente
en toda familia, obtiene un beso si llega a casa con la bolsa má gica repleta de
golosinas. Cuando necesitamos que el niñ o permanezca quieto en una sala
de espera durante dos horas, la forma infalible será llená ndolo de chocolates
y promesas de má s dulces a la salida de ese infierno. Las compras del
supermercado será n factibles só lo en la medida en que el niñ o esté acallado
con dulces. Estamos tan acostumbrados a domar a los niñ os con azú car, que
cuando el sistema no da resultado inmediato, nos desorientamos.

La mesa familiar: caos, desorden y desencuentro


El acto de comer es una cuestió n de comunicació n y de entendimiento. Si
somos felices estando juntos, el niñ o comerá simplemente cualquier
alimento natural. Si la tristeza, la ira, el miedo, la angustia y los enojos
acumulados llenan nuestra vida, no comerá . El niñ o sentirá que no puede
“incorporar” nada, porque si abre su estó mago, se llenará también de
sentimientos negativos, de desesperanza y de angustia. Si los adultos no
sabemos lo que nos pasa o si sabiéndolo no lo comunicamos al niñ o, éste
permanecerá privado de comprensió n en referencia al mundo emocional
familiar, y en esas circunstancias no podrá introducir nada. Y comida, mucho
menos.
Estamos atados a la “idea” de la familia-todos-sentados-a-la-mesa, sin
embargo, en las mesas nocturnas con niñ os pequeñ os no sucede nada
especial: las mujeres solemos estar enojadas con los maridos porque
llegaron demasiado tarde, los niñ os esperaron y ya está n cansados para
tolerar el tiempo de la cena. Los varones tienen hambre y esperan comer en
paz. Los niñ os no está n interesados en la comida y quieren jugar. La
televisió n suele estar encendida. Todos queremos huir de allí. Raramente la
cena familiar es un momento de encuentro, usualmente es un momento de
estrés. Hurra, hoy tenemos permiso para comer en la cama.
9. El padre moderno

• Los padres en las salas de parto ¿sirven?


• El rol del varó n
• En lugar de la tribu hay un solo padre
• Padres maduros o inmaduros
• Padres inmaduros después del divorcio
• Los padres en la visita al pediatra
• Hablar de emociones entre varones
Los padres en las salas de parto ¿sirven?
Depende. Menos que la dimensió n que ha tomado la moda de la presencia
masculina aparentemente marcadora de tendencias. Depende de los
acuerdos de pareja. El problema es que los acuerdos está n basados en la
letra chica del contrato, es decir, no han sido formalmente discutidos. Hay
padres que ingresan porque no se atreven a decir que no se atreven. Hay
mujeres que no se atreven a decir que se sentirían má s contenidas por una
hermana, una amiga o incluso por su propia madre. Todo varó n que
“presencia” el parto de su mujer adelanta unos cuantos casilleros en el juego
del reconocimiento social. Olvidamos que durante el parto no hay nada para
“mirar” y sí mucho para sostener. Michel Odent ya ha demostrado que
muchos partos se retrasan por la intimidació n no del todo consciente que
produce en la parturienta la presencia del varó n.
El rol del varón
La confusió n reina en esta época de pérdidas de identidad. No es
fundamental que un papá cambie los pañ ales o que haga dormir al bebe,
aunque siempre sea una actitud bienvenida para la madre agotada. En el
caso en que el padre se ocupa de cambiar pañ ales pero no está en
condiciones de sostener emocionalmente a la mujer, el desequilibrio
familiar es inmenso. Toda mujer puede cambiar los pañ ales a su bebe, pero
esta o cualquier otra tarea se torna agobiante si no cuenta con suficiente
sostén emocional. El padre no tiene que maternar, tiene que sostener a la
madre en su rol de maternaje.

En lugar de la tribu hay un solo padre


Toda madre necesita el sostén, el acompañ amiento, la solidaridad, la
comprensió n y la compañ ía de otros miembros de su tribu. Pero claro, en el
mundo occidental y especialmente en las grandes ciudades nos hemos
quedado sin tribu. Entonces miramos alrededor y lo que encontramos cerca
es al señ or que duerme en nuestra cama. Que por otra parte resulta que ha
sido nombrado padre oficial del niñ o. Por ahora las cuentas dan bien.
Suponemos entonces que toda la compañ ía, la comprensió n, la ayuda, la
disponibilidad y la empatía que una tribu entera nos hubiera ofrecido,
ahora se concentra en una sola persona: el padre del niño. Pero resulta
que una cosa es lo que las madres necesitamos y otra es lo que un solo
individuo puede ofrecer, al reemplazar los roles de muchos.
Tendremos que sincerarnos teniendo en cuenta que somos sólo dos
personas, y nada má s que dos. Si nos damos cuenta de que tanto las madres
como los padres estamos demasiado solos en la compleja tarea de criar a
nuestros hijos, tal vez nos tratemos un poco mejor en lugar de pretender que
los demá s sean responsables por lo que nos pasa. Cuando no nos
comprendemos, suponemos que las cosas se solucionarían si alguien
regresara má s temprano a casa, si alguien cambiara los pañ ales o si alguien
ganara má s dinero. La realidad es que los roles materno y paterno no pasan

por ahí, sino por la capacidad de comprendernos má s y mejor.

Padres maduros o inmaduros


Los varones emocionalmente maduros, antes de salir a trabajar cada
mañ ana, preguntan a su mujer: “¿Có mo está s?”, y “¿Qué necesitas de mí,
hoy?”. Es sencillo.
La maternidad y la paternidad expresan al má ximo el altruismo. Si un varó n
es maduro y no necesita alimentarse emocionalmente a sí mismo, sabe que
puede involucrarse en el hecho materno a partir del sostén y la ayuda hacia
la díada.
En cambio, si el padre es infantil, necesitado, dependiente y hambriento, va
a ofrecer cuidados al niñ o siempre y cuando obtenga beneficios luego. Por
eso es fá cil confundir a un padre infantil creyendo que se trata de un “padre
moderno que cambia pañ ales”.

Padres inmaduros después del divorcio


Es frecuente que el padre infantil quiera llevarse a su hijo pequeñ o a toda
costa por las noches. Si el niñ o es menor de dos añ os, y sobre todo si es
amamantado por la madre, es evidente que el niño no pide pasar la noche
con su padre. Muchas mujeres creemos que tenemos la obligació n de
entregar al niñ o “porque el padre tiene derecho a dormir con él”. Pero el
único que tiene derechos en estos casos es el niño. Si un niñ o está
apegado a la madre, no necesita pasar ninguna noche con su padre, hasta
que él mismo lo reclame. En estos casos, es indispensable considerar si el
padre es suficientemente maduro para ofrecer al niño lo que el niño
necesita, o bien si ese padre está tan carente que pretende nutrirse con la
presencia del hijo. Hay una gran diferencia entre querer ocuparse y
proveer al niñ o de cuidados, o necesitar al niñ o para llenar el propio vacío
interior.
Los padres en la visita al pediatra
É ste también es un ritual que la sociedad calcula con el fin de otorgar un
puntaje al nivel de modernidad del padre. Si hay padres que disfrutan de la
visita al pediatra, está muy bien, desde ya. Pero este acto de presencia
tampoco determina la calidad de sostén, apoyo, alimento y resolució n que
un padre puede ofrecer a su mujer y a la cría. Lamentablemente, lo que el
pediatra estipule, nombre o diagnostique en muchos casos sin que medie
una conversació n relajada y comprometida con los padres, se va a convertir
en una obligació n a cumplir con relativa ansiedad. El peso que debe alcanzar
el niñ o, la comida que supuestamente hay que hacerle tragar o los aná lisis
para descartar alguna enfermedad, agregan tensió n a la pareja. En estos
casos, si el varó n permanece tan agobiado como la mujer, su presencia no ha
aportado nada nuevo. Ahora bien, si agrega sentido comú n, si agrega
virilidad o pensamiento autó nomo, y no se amedrenta ante el autoritarismo
del supuesto saber médico, entonces la presencia del padre en la visita
pediá trica tiene una razó n de ser.
Hablar de emociones entre varones
Los varones hablan, claro. De mujeres y de fú tbol. Con todo este lío de
cambios en los roles sociales y familiares, los hombres indefectiblemente
empiezan a hablar de emociones, temas histó ricamente relegados a la
comunidad de mujeres. Las mujeres estamos aprendiendo mecá nica de
autos, problemá ticas financieras y manejo de empresas. Los hombres
tendrá n que aprender a juntarse para hablar sobre lo que les pasa,
especialmente cuando la vida ha cambiado para siempre con la presencia de
un niñ o en casa. Un niñ o con quien pretenden vincularse de un modo
definitivamente diferente del vivido durante la propia infancia respecto a
padres lejanos, autoritarios e inalcanzables con quienes ya no se identifican.
10. Enfermarse, a veces está bueno

• La enfermedad como momento sabá tico


• La enfermedad que permite pedir presencia
• La enfermedad saludable
• La ternura que trae la enfermedad
• La alimentació n tó xica
• Para qué nos enfermamos
• Recogimiento
La enfermedad como momento sabático
Los niñ os también sufren de estrés. De soledad, de angustias, de tristeza, de
represió n y de cansancio. Los niñ os necesitan, al igual que las personas
grandes, tomarse vacaciones de ciertas rutinas cotidianas. A veces precisan
poner un freno a la obligació n de sostener relaciones con otros niñ os.
Disminuir drá sticamente algunas actividades escolares o deportivas. Los
niñ os está n cansados y buscan la forma de decir “basta”. Pero con frecuencia
no son escuchados: no quiere ir a la escuela, pues tiene que ir de todas
maneras. Tiene miedo de asistir a las clases de karate, pues tendrá que
hacerse fuerte. No le gusta la comida que le sirven en casa de sus padrinos,
pues la comerá sin miramientos. Al final, desesperado y sin recursos para
ser comprendido, el cuerpo actú a. Se enferma. Y lo salva.
La enfermedad suele ser un lugar caliente y acogedor para el niñ o que –si
está enfermo– má gicamente recibe los cuidados y la atenció n que estuvo
reclamando desde hace mucho tiempo. No importa si duele la garganta, si
pica la varicela, si hace ruido la panza. Porque podemos estar con mamá ,
podemos mirar la tele, podemos comer lo que nos gusta, podemos faltar a
clases, podemos olvidarnos de los niñ os agresivos o de los maestros
autoritarios. Podemos jugar en pijama. Podemos dormir en la cama de las
personas grandes. Podemos recibir regalos. Podemos, al fin, resarcirnos.

La enfermedad que permite pedir presencia


Los niñ os modernos esperan. Esperan pacientemente a que llegue mamá .
Luego, cuando llega, siguen esperando que se aquiete, que permanezca
cerca. Pasa el tiempo y los niñ os han olvidado qué era “eso” que estaban
esperando. Sin embargo, el corazó n del niñ o lo sabe aunque su mente ya no
sea capaz de traducirlo. Así las cosas, el corazó n manda señ ales al cuerpo, un
cuerpo que enferma. Entonces obtiene la presencia tan añ orada. Mamá se
queda con el niñ o enfermo.

La enfermedad saludable
Paradó jicamente, no hay nada má s saludable que enfermar, ya que la
enfermedad trae equilibrio a todo individuo, es decir, “acerca” eso que
hemos perdido. Las enfermedades infantiles suelen ser crisis de crecimiento,
y en este sentido son experiencias casi siempre positivas para los niñ os. Es
una pena que hayamos perdido la capacidad de reconocer la salud y la
armonía que traen consigo las enfermedades benignas. Cuando el niñ o
enferma y se ve obligado a un período de recogimiento y silencio interior, es
el momento ideal para que los adultos también adoptemos un recreo a favor
de la meditació n, la escucha y la desaceleració n del ritmo cotidiano.
La ternura que trae la enfermedad
Cuando hay un niñ o enfermo, dejamos de pelear en contra de él, aunque sea
un niñ o inquieto, inmaduro, demandante o quisquilloso. La enfermedad nos
enternece a todos, nos ablanda y por lo tanto permite el acercamiento
humano. Cuando un niñ o enferma, nos damos el permiso de leer cuentos, de
jugar en la cama o de dibujar sin límites de horarios. La enfermedad suaviza,
acomoda sentimientos, baja el tono del intercambio y permite la compasió n.

La alimentación tóxica
Muchos niñ os está n intoxicados desde la cuna, especialmente los que han
ingerido leche de vaca, por má s maternizada que la vendan. El consumo de
leche de vaca, harinas blancas y azú car blanco conforma un có ctel
apabullante para los niñ os occidentales que acabará explotando en
exorbitantes cantidades de moco, supurando por todos los orificios
corporales. Todos los padres convivimos con los mocos permanentes de los
niñ os. La mucosidad es la manera legítima que tienen los niñ os modernos de
llorar.
La creencia de que la leche de vaca es buena es simplemente un
paradigma de la cultura occidental. No está sometida a evaluació n alguna,
o má s bien todo lo contrario, todas las pruebas científicas han constatado
una y otra vez que es nefasta para la salud de los humanos. Pero el poder del
inconsciente colectivo es inmenso y funciona. Quizá s en pocos añ os nos
burlaremos de esta creencia estú pida. Por lo tanto, ni siquiera es demasiado
relevante discutir si la leche de vaca es saludable o es tó xica. El verdadero
desafío es atrevernos a probar algo tan simple como suprimir un alimento y
observar los resultados. Y ver qué nos pasa si los niñ os está n saludables,
llenos de energía y rebosantes de salud.

Para qué nos enfermamos


Cuando algo inesperado nos sucede trayendo dolor y desesperanza, cuando
imprevistamente se desvía el rumbo de nuestras vidas, solemos
preguntarnos “¿por qué a mí?”, “¿por qué en este momento’” o incluso “¿por
qué Dios me ha castigado?”. Ninguno de nosotros está exento de sufrir una
enfermedad, má s o menos grave. Normalmente lloramos por nuestra
desgracia, cosa que es totalmente ló gica y humana. Sin embargo, tenemos la
opció n de no seguir dando vueltas sobre “por qué hemos enfermado”, sino
“para qué ha llegado a nuestra vida este acontecimiento”, “hacia dó nde nos
conduce”, “qué nos impone”, “qué nos impide”, “qué caminos nos obliga a
emprender”, “qué enseñ anzas nos acerca”, “qué nos falta aprender” y “cuá l
es el beneficio oculto”. Cuando los niñ os enferman, son pertinentes las
mismas preguntas, dirigidas hacia nosotros, los padres.
Recogimiento
En todos los casos, la enfermedad nos trae la posibilidad del recogimiento,
de la meditació n y del silencio interior. Cuando estamos enfermos, todo el
tiempo está dedicado a la indagació n personal. Si malgastamos esos
momentos, será n difíciles de recuperar en tiempos de energía y actividad.
11. Los tuyos, los míos, los nuestros

• Familias modernísimas
• Cuando una familia ensamblada viaja
• Hermanos, padrastros, madrastras y hermanastros
• Los ex có nyuges
• Amar a unos y otros
• La vitalidad
Familias modernísimas
En la medida en que los divorcios se van haciendo má s frecuentes, las
mujeres y los varones habitualmente volvemos a emparejarnos y de esas
uniones nacen hijos que ya no son ilegítimos para nuestra moderna
concepció n, pero sin embargo no sabemos muy bien dó nde ubicarlos dentro
de nuestro esquema de familia. Es que las familias han cambiado en el
concepto y en la realidad. Ahora los niñ os tienen hermanos por parte del
padre, por parte de la madre, por parte de la segunda pareja del padre,
sobrinos que son hijos de medios hermanos y hermanastros con quienes no
tienen lazos sanguíneos, pero sí convivencia fraterna. Madrastras que no se
parecen en nada a las brujas de los cuentos y padrastros a quienes aman y a
veces pierden después del ú ltimo divorcio de la madre. El “quién es quién”
en estos nuevos rompecabezas familiares ya no lo podemos organizar segú n
los lazos de parentesco físico, sino segú n los vínculos afectivos que se
establecen de muy variadas maneras. É sa es la gran diferencia ahora: ya no
se estipula quién funciona como padre, hermano o tío segú n la herencia
sanguínea, sino que aquel que esté dispuesto a cumplir esa funció n –bajo el
acuerdo de todos los implicados– simplemente lo asume.

Cuando una familia ensamblada viaja


Supongamos que decidimos viajar al extranjero, y sumando tenemos a
cinco niñ os a cargo. Cada uno con un apellido diferente, con autorizaciones
de madres y padres diferentes, con sellados de distintas ciudades o
provincias, incluso alguno nacido en el extranjero quien trae consigo
partidas de nacimiento con traducciones legalizadas y autorizaciones
consulares. Esta escena suele provocar un colapso nervioso en los agentes
de migraciones. Pero no deja de ser divertido y original para los niñ os,
mientras los padres a cargo prefieren pasar inadvertidos intentando
parecerse a una familia normal.

Hermanos, padrastros, madrastras y hermanastros


Las madrastras modernas no suelen ser ni brujas ni feas. Los padrastros
pueden llegar a tener cierto glamour. Los hermanastros, depende, claro.
Bá sicamente depende de la buena o mala relació n de pareja que haya entre
los adultos, esos que está n tratando de ensamblar la familia. Porque el hecho
de que se hayan embarcado en tamañ a aventura no garantiza que se lleven
bien, que sean amables entre unos y otros, que les encante la idea de
ocuparse de hijos ajenos, ni que sean felices y estén comiendo perdices.
Simplemente las cosas sucedieron así, casi sin darnos cuenta, y todos
tenemos que remar para llegar a algú n lugar. Ese lugar se llama armonía
mínima para convivir con otros. De todas maneras, a veces puede ser muy
interesante pertenecer a una familia ensamblada, reconstituida o como
queramos llamarla, porque suele haber mucha actividad, movimiento,
edades diferentes, experiencias, ruido, amigos y puertas abiertas.
Los ex cónyuges
Uno de los factores que no tenemos en cuenta al momento de
ensamblarnos… es que compartiremos la vida –lo admitamos o no– con los
ex có nyuges, propios y los de nuestra pareja, ya que está n presentes en cada
exabrupto de los niñ os, cada enfado, cada enfermedad y cada toma de
decisiones. ¡É sa es la verdadera sorpresa! Y la peor noticia es darnos cuenta
de que los ex suegros también está n invitados a la fiesta (a decir verdad, no
estaban invitados, pero aparecieron como la humedad en la pared) y nos
vemos obligados a aceptar que forman parte de la familia, en las buenas y en
las malas.
Amar a unos y otros
Descubrimos que ensamblar familias supone una generosidad y una
apertura excepcionales. Porque no se trata só lo del amor pasional entre un
hombre y una mujer con el consecuente deseo de estar juntos. Cuando uno
de los dos –o ambos– tenemos hijos, planear el futuro en comú n incluye
mú ltiples variables, tantos como individuos formen parte de esta decisió n
tomada só lo por la pareja enamorada y sin el consentimiento de los niños.
La familia ensamblada nos obliga a tolerar las diferencias, a ofrecer nuestras
virtudes –ya sean la tranquilidad, la solvencia econó mica, el humor, una
familia extendida que respalda, la simpatía, la disponibilidad para el diá logo
o lo que fuere que acreditemos en beneficio de todos–, porque una familia
ensamblada es siempre un desafío mayor. Somos los adultos los que
tenemos la obligació n de cultivar el amor hacia los niñ os que no son propios,
si pretendemos que los niñ os aprendan a convivir, sean respetuosos y
solidarios –ya sea con sus hermanos de sangre o de vida– y sientan unos y
otros que está n en su casa.
La vitalidad
La noticia alentadora es que en las familias ensambladas circula mucha
vitalidad. Habitualmente hay niñ os de edades muy diferentes, niñ os o
adolescentes que viven algunos días en casa de la madre y otros en casa del
padre; hay vacaciones con unos y otros. Es comú n que un niñ o desee
compartir actividades en casa de la mamá o el papá de su medio hermano, ex
có nyuge de su propio progenitor. O sea, es complicado, pero no tanto.
12. La escuela

• La escuela como salvació n


• ¿Nos importa el bienestar de los niñ os en la escuela?
• El agotamiento de los niñ os
• Sobreadaptació n
• Actividades extraescolares
• ¿La escuela actual sirve para algo?
• ¿Qué aprenden los niñ os?
• ¿Qué aprenden los maestros?
• El analfabetismo emocional
La escuela como salvación
Los padres necesitamos de la escuela para poder respirar autonomía y
libertad. La escuela es ese lugar que se hace cargo de los niñ os durante
varias horas por día, donde podemos descargar el hastío, el cansancio y el
hartazgo por la omnipresencia de los hijos, sintiendo que es un lugar
correcto, adecuado y funcional a favor del bienestar de los pequeñ os.
Hay un acuerdo tá cito entre los padres y la comunidad educativa: los niñ os
tienen que estar en algú n sitio. Y mientras está n, lo ideal es que aprendan
algo ú til. Claro que la discusió n debería centrarse en qué es lo
verdaderamente ú til.

¿Nos importa el bienestar de los niños en la escuela?


Aunque en apariencia los padres buscamos y elegimos “la mejor escuela”
para nuestros hijos, estamos tan confundidos y apartados de las necesidades
genuinas de los niñ os, que esas elecciones frecuentemente está n
organizadas en base a prejuicios culturales compartidos. Por ejemplo, que
hoy los niñ os aprendan inglés parece ser un acuerdo tá cito vivido como
imprescindible para que el niñ o se convierta en un adulto capaz de ganarse
la vida en el futuro. Nadie se atrevería a afirmar lo contrario. El supuesto
estudio de “computació n” ha adquirido un rango de excelencia, cuando en
verdad los niñ os suelen ser má s há biles que los profesores en esa á rea.
En todos los casos, “la elecció n del buen colegio” está guiada por
pará metros misteriosos. Sin embargo, aun cuando los niñ os regresan
apá ticos, enfermos, hartos, tristes o desbordados, raramente los padres
revisamos el sentido de nuestras supuestas elecciones, y pocas veces
estamos dispuestos a hacer algú n cambio a favor del bienestar de nuestros
hijos.

El agotamiento de los niños


Las jornadas escolares son tan extensas como las laborales. El grado de
exigencia intelectual, el poco tiempo para la imaginació n, el juego y la falta
de tiempo para la intimidad y el silencio hogareñ o, convierten al á mbito
escolar en un lugar relativamente hostil. A veces es similar a la hostilidad de
la casa, por eso los niñ os no encuentran grandes diferencias entre un lugar y
otro.
Posiblemente ha llegado la hora de hacernos preguntas novedosas y
esenciales respecto a la utilidad, la conveniencia y el sentido profundo que
tiene la escuela urbana hoy en día. Tendríamos que preguntarnos si
realmente aprenden, si está n en condiciones emocionales y físicas de
aprender, si eso que aprenden sirve para algo, si aprehenden valores
positivos para el crecimiento, o si simplemente acumulan experiencias de
soledad, distancia emocional, represió n, agresiones o autoritarismo.
Sobreadaptación
La asistencia a la escuela impone algunas condiciones. La principal es la
adaptació n al ritmo escolar. En la medida en que el niñ o sufra mayor estrés
en su casa, mayor abandono, soledad o falta de comprensió n, má s difícil le
resultará la adaptació n a un lugar exigente.
Si los padres y la escuela hacen una alianza en contra del niñ o acordando
que es él quien se porta muy mal, no obedece, no hace la tarea, molesta a sus
compañ eros o no estudia, el niñ o está capturado en una trampa sin salida.
Está solo. Y no tiene má s alternativa que adaptarse a las condiciones
escolares, sean acordes o no con sus necesidades infantiles.
Hoy en día, el mayor esfuerzo reside en la gran cantidad de horas que los
niñ os tienen que pasar en la escuela, bajo exigencias de rendimiento mental,
y con muy poco tiempo para descansar y jugar creativamente. Otro esfuerzo
desmesurado es la cantidad de tiempo que el niñ o pasa sin cuidados
maternantes, es decir, sin mirada cariñ osa, contacto físico y reposo
hogareñ o.
Actividades extraescolares
El modo en que hoy pensamos la organizació n de la vida cotidiana –donde
la escuela es una pieza fundamental al responsabilizarse de gran parte de la
carga horaria en la atenció n de los niñ os– incluye el “después de hora” de la
escuela. Dicho de otro modo: si pudiéramos, dejaríamos a los niñ os hasta la
hora de dormir en algú n lugar donde se hagan cargo de ellos. Como somos
modernos y bien pensantes, pretendemos que mientras tanto los niñ os
devengan muy inteligentes y con muchas habilidades. Para eso surgieron las
actividades extraescolares, que en principio, responden un poco má s a
deseos genuinos de los niñ os. Aquel niñ o deportista logra, después de las
seis de la tarde y tras haber tolerado un día completo en la escuela, llegar a
su partido de fú tbol o de hockey. El niñ o artista logra llegar a su taller de
pintura y el niñ o genio, a su taller de ciencias. En algunos casos, recién al
final del día, agotados y hambrientos, los niñ os despliegan alguna actividad
que se acerca má s a sus bú squedas personales. Podemos afirmar que estos
niñ os tienen mucha suerte, ya que cuentan con padres que tomaron en
cuenta sus gustos e inclinaciones.

En otros casos, los niñ os, incluso teniendo intereses personales, está n tan
desgastados, hartos y enfermos, que no encuentran dentro de sí energía
suplementaria ni entusiasmo para abordar una actividad que los nutriría
mejor. A veces, las actividades extraescolares tienen tan buena aceptació n
entre los adultos, que simplemente les llenamos la agenda a los niñ os,
creyendo que les estamos procurando una educació n rica y productiva.

¿La escuela actual sirve para algo?


No es sencillo atrevernos a desafiar las ideas compartidas y aceptadas por
todos como si fueran la verdad universal. La escuela es el á mbito donde se
aprende a leer, escribir, matemá ticas, luego las ciencias y a través de la
lectura y la escritura, se da el acceso al conocimiento. El gran problema hoy
es reconocer cuá nto de cierto hay en que en la escuela se accede al
conocimiento. Es un nuevo planteo y nos urge reflexionar honestamente al
respecto. Tendríamos que discutir qué entendemos por “conocimiento” en la
actualidad. Si las herramientas que los niñ os reciben en el á mbito escolar
está n adaptadas a la época, y en definitiva, si efectivamente sirve para algo o
no. Tendríamos que observar si la escuela es un lugar obligatorio adonde
hay que acudir hasta que uno sea mayor y pueda decidir no ir má s. Si hay
alternativas. Si es necesario que haya alternativas. Si es posible aprender a
leer, escribir y acceder a diversos conocimientos sin ir a la escuela. Si en el
caso de no ir a la escuela nos quedamos sin amigos. En ese caso, ¿la escuela
es el lugar donde vamos a encontrar amigos? Y si sirve para eso, ¿para qué
atormentamos a los niñ os con la raíz cuadrada? ¿Quiénes son las personas
capaces de enseñ ar de verdad, algo vitalmente importante para los niñ os?
¿Los niñ os recuerdan lo aprendido en la escuela? ¿Les va mejor cuando son
adultos, segú n la escuela a la que concurrieron? ¿Nuestros hijos son felices
en la escuela? ¿Está bueno enseñ arles que la felicidad no es importante?
¿Los padres sabemos lo que pasa en la escuela?
¿Qué aprenden los niños?
Salvo a leer y escribir –cosa que casi todos los niñ os escolarizados y de un
nivel socioeconó mico medio aprenden y recuerdan para siempre–, la
mayoría de las materias estudiadas en la escuela, alejadas de su significado
trascendental, las olvidamos poco tiempo después de haberlas abordado.
Cuando nuestros hijos transcurren la escuela secundaria, nos damos cuenta
de que hemos olvidado prá cticamente todo, ya sea con relació n a la historia,
la geografía, la biología, la educació n cívica o el aná lisis sintá ctico. No porque
sean conceptos sin interés, sino que no los hemos aprendido con relació n a
nuestras experiencias vitales. Ademá s, no los hemos necesitado para encarar
los desafíos de la vida adulta. Horas y horas de nuestra vida, de nuestra
energía vital, de nuestra curiosidad y nuestro entusiasmo, perdidos en un
barril sin fondo de conceptos vacíos, que se han deslizado en la abrumadora
cantidad de sinsentidos que han poblado nuestra infancia.
La pregunta hoy sería, ¿qué es lo que los niñ os desean aprender? ¿Quiénes
podemos enseñ arles algo? ¿Cuá nto tiempo pasan en vínculos cariñ osos con
otros adultos o entre pares? ¿Qué necesitan saber para sobrevivir, para
prepararse para el futuro, para convertirse en personas de bien?

¿Qué aprenden los maestros?


Uno de los dramas de la educació n actual, es la pérdida que sufrió el sentido
profundo que la enseñ anza tenía para cada maestro. La enseñ anza es un
oficio sagrado, pero hoy se encuentra reducido a luchas salariales, falta de
interés, desprecio por el trabajo y encuentro con problemá ticas sociales que
superan y entorpecen el estudio escolar. Los maestros se han extraviado del
sendero personal que los llevó a elegir los caminos del entendimiento. Los
maestros hoy no saben por qué enseñ an, si es que enseñ an algo. Muchos de
ellos está n en la escuela con el deseo y la esperanza de estar en otro lado. Si
la escuela no es una oportunidad de crecimiento para los maestros, no podrá
constituirse en un sitio de aprendizaje para los niñ os.
El analfabetismo emocional
Es má s usual de lo que creemos y casi todos lo compartimos. No
encontramos escuelas donde aprendamos quiénes somos, hacia dó nde
vamos, por qué nos pasa lo que nos pasa, para qué enfermamos, por qué nos
topamos con ciertos desafíos, có mo pensar, có mo amar, có mo acercarnos a
lo diferente, có mo sobrevivir, có mo interactuar con la naturaleza, cuá n
ligados estamos al cosmos, có mo funcionan los ciclos vitales ni có mo
desarrollar nuestros potenciales personales. Podríamos pensar en escuelas
diferentes, donde los niñ os crezcan en armonía con su propia naturaleza
infantil, curiosa, movediza, entusiasta, corporal, emotiva, creativa. Só lo
mirá ndonos honestamente a nosotros mismos y recordando las experiencias
escolares del pasado, podremos, quizá s, ofrecer a nuestros hijos algunas
herramientas que sirvan para que estén cada vez má s cerca de sí mismos.
13. Los psicoterapeutas infantiles

• La opinió n profesional
• Me dice que le ponga límites
• Me dice que tiene que dormir solo
• Con toda la terapia que tengo encima, nunca imaginé esto
• Psicopedagogas, fonoaudió logas, estimuladoras, maestras
particulares, nutricionistas, y profesoras de natació n: una
orquesta para lograr que nuestro hijito sea feliz
La opinión profesional
La costumbre de proyectar el “supuesto saber” en el otro, especialmente si
ese otro sabe apropiarse de ese legado, es un juego cada vez má s frecuente
entre los adultos. Paradó jicamente, este sistema de creer que el otro sabe
má s que uno sobre sí mismo, aumenta cuando las decisiones tienen que ver
con nuestros hijos. Como si la responsabilidad nos abrumara al punto de
perder toda confianza en nuestra sabiduría interior. No está mal consultar a
profesionales en á reas donde, efectivamente, cuentan con mayor
conocimiento que el nuestro. Pero sería conveniente resguardar un mínimo
de sentido comú n, conservando un eje personal con relació n a la educació n,
la crianza y el vínculo con los niñ os.
Las opiniones profesionales han inundado todos los rincones del
pensamiento en relació n con los niñ os. Y es ló gico que así sea, en una
sociedad que privilegia la razó n. Sin embargo, es imprescindible tomar en
cuenta “quién piensa”, “por qué” y “para qué”. Y como padres,
entrometernos en ese pensamiento, que tiene que encajar fluidamente con
nuestros sentimientos, nuestras percepciones y obviamente con las del niñ o.

Me dice que le ponga límites


Lo que nos digan el médico, el terapeuta, la psicó loga, la asistente social, la
counselor, la psicopedagoga o la fonoaudió loga puede estar muy bien,
siempre y cuando hayamos participado con madurez y responsabilidad en la
elaboració n de las conclusiones. Toda opinió n general, formulada en
términos generales, sin haber investigado exhaustivamente la realidad
emocional de nuestra familia, no tiene má s valor que la opinió n de la cajera
del supermercado o la del albañ il. Es una opinió n cualquiera. No es una
opinió n profesional. El valor de una opinió n profesional merece ser tomada
en cuenta no só lo si quien la pronunció tiene un diploma, sino si es el
resultado de un acercamiento genuino, honesto y revelador al hecho
particular que estamos viviendo. El valor que otorguemos a una opinió n,
depende del nivel de involucramiento que ha tenido con relació n al
problema planteado. Por eso, los profesionales somos libres de decir lo que
queramos, pero cada individuo es responsable de discernir lo que nos sirve
y lo que no.

Me dice que tiene que dormir solo


Los profesionales estudiamos habitualmente en una universidad. Un déficit
frecuente en el programa de estudios es que no aprendemos a pensar
libremente. Casi todos los profesionales nos recibimos pensando
exactamente lo mismo que nuestros profesores. Es decir, hemos aprendido a
repetir, no a pensar. En el campo de la salud y entre los innumerables “psi”
que supuestamente estamos má s ligados al pensamiento, el nivel de
prejuicio que circula es francamente abrumador. Repetimos estupideces
nacidas en el autoritarismo má s acérrimo como si fueran verdades
reveladas, sin haber nunca tenido la humildad de pensar qué pasaría si
osá ramos observar, preguntar o investigar má s allá de nuestras narices.
Casi todas las opiniones profesionales que circulan con relació n a la crianza
de los niñ os son estú pidas, autoritarias e inservibles. Suponer que nos
compete decir a una madre que su hijo debería dormir o comer solo, que
necesita má s límites, que le está tomando el pelo, que es demasiado
atrevido, que no debería ser tan inquieto o que ya es grande para chuparse
el dedo, deja en evidencia la incapacidad que tenemos para pensar algo con
relació n a nuestro quehacer profesional, que sea medianamente original y
creativo.
Por otra parte, que las madres y los padres creamos que necesitamos ese
abanico de opiniones retró gradas para sentirnos seguros en relació n con
nuestros hijos, delata la inmadurez emocional de la que provenimos.

Con toda la terapia que tengo encima, nunca imaginé esto


En las zonas urbanas, donde el consumo de terapias convencionales o
alternativas son costumbres habituales, arribamos a la sensació n de tener
algunos temas afectivos resueltos. Grande es la sorpresa cuando, con la
aparició n del bebe, ese supuesto bienestar se desarma. Nada sucede como
una lo imaginó . La presencia del bebe o de varios hijos pequeñ os da vuelta
completamente nuestra vida, y las terapias que hayamos hecho en el pasado,
raramente nos salvan del caos reinante.
Es menester decir que nadie puede prepararse para lo desconocido. Antes
de tener hijos, no nos importa el asunto en lo má s mínimo, ló gicamente. Por
lo tanto, el desorden que traen consigo los niñ os dentro de una pareja o de
una familia nos invita a volver a empezar: retomaremos má s pensamientos,
má s reflexió n, má s ayuda, má s preguntas, má s indagació n personal y má s
despojamiento de certezas.
Psicopedagogas, fonoaudiólogas, estimuladoras, maestras
particulares, nutricionistas y profesoras de natación: una
orquesta para lograr que nuestro hijito sea feliz
Es verdad que una madre y un padre somos demasiado pocos para criar a
un niñ o. Si no contamos con abuelas, tíos, madrinas y padrinos, hermanos,
primos, vecinos, amigos… en fin… si no tenemos una tribu a mano,
tendremos que pagarla. La aldea moderna está constituida por una
colectividad de profesionales que intenta reemplazar esos roles. La
diferencia es que los padres pretendemos que esos profesionales asuman el
amor, el cariñ o y el apego hacia el niñ o que nosotros mismos no logramos
ocupar. Por eso, frente a las dificultades de adaptació n reales del niñ o,
vamos multiplicando las visitas por los consultorios, logrando al menos
sentirnos menos solas. Las madres, no los niñ os.
14. Adicciones tempranas

• La televisió n
• La computadora
• El iPod
• Los mensajes de texto
• La comida de mala calidad
• El alcohol
• Drogas baratas
• Pertenecer para existir
La televisión
Muchos de nosotros no podemos imaginar la vida sin la tele. Si bajara un
extraterrestre a la Tierra y recorriera con su OVNI las diferentes regiones,
mandaría mensajes a su planeta explicando que la humanidad entera ha sido
hipnotizada por una caja de plá stico. De norte a sur, de este a oeste, en
climas templados o fríos, en el desierto o en la selva, la televisió n está
presente y organiza el devenir de los seres humanos.

Los niñ os nacen, crecen, comen, duermen, se relacionan, se pelean y se


desdibujan con la televisió n encendida. Comparten la realidad entre sus
pares a través de los programas del momento. Hemos permitido que la
televisió n ingrese en los rincones má s íntimos de nuestra vida cotidiana, al
punto que no sabríamos có mo vivir en su ausencia.
Es ló gico que los niñ os adopten la televisió n como una compañ ía fiel, sobre
todo cuando la soledad y el aislamiento duelen hasta el alma. Por eso, es
ridículo hacerle la guerra a la televisió n si no estamos dispuestos a
reemplazar la pantalla con nuestra permanencia efectiva. Cualquier niñ o
elige presencia amorosa si tiene que escoger entre el vínculo con un ser vivo
o con un programa de televisió n. Pero entre la nada y la tele, obviamente,
elige la tele.

La computadora
Tiene una ventaja por sobre la televisió n: permite interactuar con otros.
Los sistemas de Messenger, Facebook, chat o Twitter permiten al niñ o estar
en actividad, en lugar de ser observador pasivo. Sin embargo, entre la
presencia afectiva, cariñ osa y comprometida de alguien cercano y amoroso,
y el chat, el niñ o elegirá la primera opció n. Entre la nada y la computadora,
está claro que elegirá la computadora.
Es posible que en poco tiempo ya no podamos organizar ningú n aspecto de
nuestra vida sin la computadora. Pero depende de los adultos que la
computadora sea una herramienta vincular para los niñ os, o que sea un
abismo de soledad y perdició n.
El iPod
Entre la escritura y la publicació n de este libro, y el momento en que llegue
a manos de los lectores, es probable que el modernísimo iPod ya sea una
antigü edad. Como casi todos los aparatos electró nicos con los que
convivimos. La posibilidad de almacenar en un pequeñ o objeto de pocos
centímetros toda la mú sica que nos gusta escuchar es formidable. Pero si el
niñ o, harto de soledad y alejado de sus emociones, usa sus auriculares para
no entrar en contacto con el sufrimiento que le produce su realidad
emocional, estamos en problemas. La imperiosa necesidad de taparse los
oídos con el iPod no tiene que ver con el amor a la mú sica, sino con la
angustia que genera la aridez emocional.
Los mensajes de texto
Al igual que la computadora, se supone que al menos hay comunicació n
entre dos individuos. Pero que exista la herramienta comunicacional, no
significa que sepamos qué transmitir al otro. Por eso los mensajitos de texto
son permanentes, especialmente para tener la sensació n de que hay alguien
del otro lado, escuchá ndonos.
La necesidad de estar enviando mensajes de texto entre niñ os y jó venes
todo el tiempo se asemeja un poco a la succió n o a algú n reemplazo de
contacto corporal, no obtenido en el pasado. Y funciona, desplazadamente,
pero funciona.

La comida de mala calidad


Comer, tenemos que comer todos los días. Pero cuando nos consume el
vacío emocional, lo que necesitamos es llenarnos. Por eso la comida rá pida,
obtenida fá cilmente, engullida rá pidamente y de satisfacció n inmediata,
responde a necesidades afectivas de las cuales no tenemos registro. Nos
resulta urgente llenar un vacío. Cuanto má s rá pido, mejor.
Los niñ os son quienes menos recursos emocionales tienen a la hora de
satisfacer necesidades emocionales. Una de las cosas que encuentran a mano
es la comida rá pida, tanto dentro como fuera de casa. Un niñ o o un joven no
entrará n solos a un restaurante, pero a un local de comida rá pida, pueden
hacerlo. Si está en casa, la comida de peor calidad, las harinas blancas, el
azú car, las gaseosas o los embutidos puede ingerirlos sin preparació n y sin
necesidad de que alguien permanezca a su lado para nutrirse.
La comida de mala calidad va a la par de la soledad. Por el contrario, el
intercambio cariñ oso, el diá logo, la mirada y el interés por el otro pueden ir
acompañ ados del ritual de sentarse a la mesa, conversar y comer como si
fueran una misma cosa. Observar la calidad de la comida que ingiere un niñ o
nos puede dar informació n valiosa sobre la calidad de nutrició n afectiva que
recibe o no.

El alcohol
Es sabido que la ingesta de alcohol es cada vez má s prematura,
especialmente en las sociedades donde el aislamiento es má s frecuente. Los
niñ os no empiezan a consumir alcohol porque sea delicioso, sino porque
calma el corazó n. Y también porque les facilita la comunicació n entre pares.
Incluso si no tienen gran cosa para compartir, el alcohol abre las compuertas
de la intimidad y afloja las tensiones.
Drogas baratas
Disponibles para los niñ os de menores recursos econó micos, las drogas
confeccionadas con los residuos má s tó xicos hacen estragos. No só lo por la
dependencia en sí misma, sino por la cultura de la droga barata. Al igual que
otras sustancias aparentemente má s legales, como la comida, el alcohol, el
cigarrillo o el consumo desenfrenado de lo que sea, siempre es mejor
introducir algo, aunque nos lastime, que permanecer heridos de todas
maneras, pero a causa del vacío interior.
Pertenecer para existir
Todos necesitamos desplegar nuestra identidad dentro de un marco de
referencia, que nos otorgue cierta originalidad en el grupo y alguna funció n
específica. Con frecuencia construimos asociaciones para diferenciarnos de
otros, cosa muy comú n entre los niñ os y los jó venes. Es decir, estamos juntos
aquí para no estar en otro lado. Para ello necesitamos distinguirnos de
alguna manera. La modalidad actual son las “tribus urbanas”, que permiten a
cada joven identificarse con una manera de vestir, de pensar, de caminar, de
comer y de relacionarse.
Es saludable buscar un lugar protegido de desarrollo personal. El problema
se produce cuando el joven se siente tan en peligro, que sin su tribu, no es
capaz de enfrentarse a su realidad circundante.
15. Historias no convencionales

• Familias vegetarianas
• Padres artistas
• Los padres extranjeros
• Las parejas mixtas (razas, religiones, culturas)
• Padres separados
• Familias monoparentales
• Padres o madres homosexuales
• Fertilizaciones asistidas
Familias vegetarianas
Es interesante notar có mo incluso en la aparente bondad de los
acercamientos a la vida natural, puede suceder que las estupendas creencias
y la comida vegetariana que elaboramos y consumimos no vayan a la par con
la exquisitez de los vínculos entre adultos o entre adultos y niñ os. Comer
saludablemente es maravilloso. Poner atenció n en los alimentos que
elegimos es esencial. Pero a veces nos refugiamos en las ideas como bastió n
y bandera de vida, mientras las necesidades de los niñ os y la especificidad
de cada hijo quedan relegadas detrá s de los ideales progresistas de sus
padres. Así las cosas, aprovechamos para dividir las aguas entre
vegetarianos y no vegetarianos, entre quienes vibran alto y quienes vibran
bajo, entre espirituales y materialistas. Elevarse a través de prá cticas
saludables está muy bien, siempre y cuando los niñ os no queden perdidos
entre esas extraordinarias elecciones.
Padres artistas
Cuando el arte forma parte de nuestra vida, de algú n modo estamos
embebidos en la belleza, y en todas las maneras sublimes de expresió n
humana. Hay niñ os que aprovechan al má ximo la mú sica, la estética, la
danza, el teatro, la sensibilidad y la inteligencia emocional que suelen
desplegar los adultos cuando vibran en sintonía absoluta con las diferentes
formas artísticas. En esas familias hay menos rigidez, menos arbitrariedad,
menos prejuicios, menos moral religiosa, aunque en ocasiones los niñ os
adolecen de falta de estructuras y orden cotidiano. Por eso, muchas veces los
hijos de artistas suelen organizarse interiormente, construyendo sus propias
rutinas e intentando parecerse a los hijos de los demá s.
Los padres extranjeros
Apenas empiezan a frecuentar la escuela, los niñ os pertenecen al país
donde viven. Comienzan a reconocer las diferencias de lenguaje, cultura y
costumbres entre los padres y el país que viven como propio. Si los niñ os
cuentan con padres abiertos a las diferencias, van a adquirir grandes
atributos: especialmente la capacidad de observar globalmente la realidad,
saber que ningú n concepto es determinante, que no hay bueno ni malo, que
nada es mejor ni peor que otra cosa. Estos niñ os acceden a mú ltiples
maneras de pensar, vivir y amar, porque saben que, desde un lado o desde
otro, es posible. Pueden absorber lo mejor de cada cultura y saberse
ciudadanos de todos los lugares. Por el contrario, si los padres son y se
sienten extranjeros en el lugar donde habitan, y está n atemorizados o
sometidos a una realidad que les resulta hostil, no deseada o sufrida, los
niñ os se nutrirá n del abismo que los humanos ponemos entre unos y otros, a
causa del miedo a las diferencias. En lugar de aprovechar la amplitud de la
visió n con perspectiva, los niñ os acumulará n rencor y resentimiento.
Las parejas mixtas (razas, religiones, culturas)
La maravillosa mezcla de culturas y razas no hace má s que crear niñ os
bellos. En el caso en que cada uno de los padres continú e enamorado/a de la
diferencia de su có nyuge, la belleza surgirá de la riqueza de opciones. El
mestizaje es creador y da origen a nuevas culturas, razas y posibilidades.
Pero si aquella diversidad fue la que nos enamoró y luego es lo que no
toleramos en el otro, crearemos un precipicio infranqueable. Entonces los
niñ os quedará n desangrados porque son blancos y negros, altos y bajos,
occidentales y orientales, ricos y pobres. La extraordinaria realidad del hijo
de una pareja mixta, en cualquiera de sus acepciones, es que es una pequeñ a
totalidad de aparentes diferencias transformada en una unidad. Es decir, en
un individuo que contiene dentro de sí el abanico de todo lo humano.
Padres separados
Aú n hoy, a los niñ os que tienen padres separados les resulta trabajoso
encajar en las modalidades convencionales que aunque no son mayoría,
siguen funcionando como si lo fueran: el esquema de “una mamá , un papá ,
un niñ o, una niñ a y un perro” es difícil de conseguir, pero parece que
continú a siendo una figurita codiciada. Con los padres separados, se
requiere mayor adaptabilidad. Cosa que no siempre resulta negativa. Claro,
depende del modelo má s o menos amable o controvertido de la separació n y
de la razonable aceptació n del padre o la madre del niñ o en comú n que
seguirá existiendo. No es grave tener padres separados. Lo grave es escuchar
barbaridades dichas por una madre o por un padre respecto al otro
progenitor. Si esto no sucede, no só lo el niñ o puede vivir con relativa
felicidad la situació n, sino que ademá s puede sacar buen provecho de ella.
Que sería lo ideal.
Familias monoparentales
El consumo y el dinero nos van dejando má s solos y aislados. En este
contexto, es evidente que los niñ os van a nacer en hogares cada vez má s
reducidos. Con una mamá y nadie má s, o con un papá y nadie má s. Pocas
personas alrededor. Ninguna otra dentro de casa. Mucha demanda a
satisfacer por parte del adulto. Poco a quien poder demandar por parte del
niñ o. Este sistema cada vez má s habitual de forma de vivir tiene una ventaja:
tenemos conciencia de la soledad en la que estamos. Desde ese acceso a la
realidad –que no es poca cosa– será má s fá cil pedir ayuda, compañ ía y
sostén. Por otra parte, los “otros” también tendremos en claro que hay una
madre o un padre sola/o con un niñ o a quien criar, y posiblemente seamos
má s solidarios. Esta “conciencia de soledad” raramente la tienen las madres
que viven en pareja, aunque a veces vivan situaciones de soledad y estrés
mucho má s graves que una madre sola. Por ú ltimo, hay madres solas que
han elegido libremente el embarazo, el parto y la crianza del hijo sin querer
involucrarse con otros adultos. Otras en cambio, han deseado compañ ía
desde la fantasía personal, pero no han sido capaces de sostener una
relació n de pareja unida en el deseo y el mutuo consentimiento de tener un
hijo y amarlo. Ese punto de partida hará vivir, de modos muy diferentes, la
plenitud o el peso de la responsabilidad en el corazó n de los niñ os.
Padres o madres homosexuales
Los tiempos modernos también nos traen ventajas. Una de ellas es que la
homosexualidad ya no sea un impedimento moral para vivir la maternidad o
la paternidad. Las incó gnitas que circulan sobre lo “bueno” o “malo” que
pueda resultar para el niñ o, posiblemente tengan que ver con que aú n
tenemos poca experiencia social sobre estos sistemas que ya está n en
funcionamiento y que van en aumento. Una pareja heterosexual de padres
está lejos de ser perfecta para el niñ o. Del mismo modo sucederá con una
pareja de madres o de padres homosexual. Desde el punto de vista del niñ o,
será n cariñ osos o rígidos o arbitrarios o temerosos o sensibles. La ú nica
diferencia entre los niñ os es entre aquellos que reciben lo que necesitan y
aquellos que no. Y la capacidad de la pareja de progenitores que se
complementen de modo tal que el niñ o esté satisfecho en sus necesidades
bá sicas de cuidado, comprensió n, sostén, apoyo, mirada genuina y
acompañ amiento en el crecimiento. Todo lo demá s só lo sirve para alimentar
prejuicios.
Fertilizaciones asistidas
Hemos dejado de nacer en casa, hemos dejado de morir en casa, y en el
futuro dejaremos de ser concebidos en casa, salvo rarísimas excepciones.
É sa es la realidad que nos depara el futuro. Para los niñ os nacidos, ya no hay
grandes diferencias, porque lo infructuosa que haya resultado su concepció n
quedó en el pasado, borrada de un plumazo gracias a su fehaciente
existencia. Ahora bien, si ese niñ o nacido es testigo y acompañ a todo un
nuevo proceso de fertilizació n asistida de sus padres, quienes desean má s
hijos, es posible que quede sometido al estrés, a los magros resultados, a la
frustració n y al desencuentro que traen como contrapartida estas técnicas
que a veces resultan extraordinarias. De cualquier manera, la vida tal como
la vivimos, el poco tiempo que dedicamos al descanso, la falta de silencio e
introspecció n, el exceso de trabajo, café y alcohol al que hemos accedido las
mujeres, y el intento de concebir hijos cuando ya no somos tan jó venes, nos
dejan a la mayoría de las mujeres menos fértiles, pero con el reloj bioló gico
haciendo tictac. Por lo tanto, seremos má s las usuarias de las diferentes
técnicas de fertilizació n, que irá n mejorando su performance, pero no
logrará n mejorar el acercamiento a nuestras íntimas dificultades
emocionales.
16. Historias violentas

• Violencia conyugal
• Divorcios controvertidos
• La pelea por los hijos
• Niñ os en medio de escenas peligrosas
• La inseguridad desde el punto de vista de los niñ os
• La jungla urbana
Violencia conyugal
Sería saludable reconocer que la violencia conyugal es muy comú n, má s de
lo que creemos.
Sobre todo porque no nos referimos só lo a las escenas en las cuales dos
personas se tiran los platos mutuamente mientras se gritan las peores
ofensas. También existe violencia cuando hay desprecio por las necesidades
o deseos diferentes, cuando aparecen la humillació n o la burla, cuando hay
descrédito o indiferencia. Esas actitudes pueden herir má s que una espada
filosa, ahondando la rabia y la furia que los individuos ya traemos desde
tiempos remotos.
La violencia activa o pasiva dentro de una pareja forma parte de un circuito
en el cual los niñ os necesariamente está n involucrados. Sean testigos o no de
los exabruptos o los golpes, cada có nyuge intentará encontrar aliados en los
niñ os. De alguna manera, logrará n llevar para su propio territorio emocional
el cariñ o de algunos de sus hijos, quienes pagará n el precio de la alianza con
el fin de obtener amor.
La descarga de las propias frustraciones o de la angustia en el otro es una
actitud habitual. Lamentablemente, el hecho de creer que hay un culpable, y
que las cosas sucederían de otra manera si ese culpable no existiera, nos
dificulta el abordaje de la responsabilidad personal sobre nuestras vidas. Ya
que só lo sucede alrededor lo que nosotros mismos construimos. O aquello
aná logo a lo que somos.

Divorcios controvertidos
Los divorcios transcurren de un modo muy parecido a como han sucedido
las cosas dentro de la relació n de pareja. Si la violencia, el desacuerdo, la
falta de comprensió n, la exigencia, el maltrato, la desidia, el desprecio o la
indiferencia han sido la moneda de cambio afectivo, pues esos mismos
elementos estará n presentes cuando la separació n de los có nyuges se
concrete. Continuaremos la batalla ahora, igual que en el pasado.
Buscaremos ganar, tener razó n, desacreditar al contrincante, hallar los
puntos débiles para atacarlo, desarmarlo, debilitarlo, lastimarlo, herirlo de
muerte hasta que nos pida perdó n y pague el precio que le hemos
adjudicado a nuestra rabia.
Los niñ os sufren. No porque el “divorcio” en sí mismo los perjudique. Los
niñ os no se manejan por pará metros morales o religiosos. Ni siquiera les
importan los prejuicios o el “qué dirá n”. Tampoco les resulta esencial que los
padres sean un matrimonio perfecto. Lo que los lastima es el enojo que
destilamos los adultos entre nosotros, al punto de enceguecernos y
olvidarnos de ellos. Está n expuestos a las estrategias concentradas para
descargar el rencor en el otro progenitor del niñ o, a quien, por supuesto, el
niñ o ama. Así queda atrapado entre los sentimientos egoístas y
malintencionados de sus padres. Desde el punto de vista del niñ o, no hay
peor prisió n emocional.

La pelea por los hijos


Es llamativo que en la pelea por los hijos raramente se tenga en cuenta en
verdad lo que cada niñ o necesita en su especificidad de niñ o pequeñ o. Los
hijos se convierten en un bien negociable, al mismo nivel que una cantidad
de dinero. De hecho, “hijos” y “dinero” son las dos variables presentes en los
juicios de divorcio y se negocia mejor o peor de acuerdo con lo obtenido por
la contraparte. Es decir, con frecuencia tenemos má s interés en “ganar” –lo
que sea– que el bienestar del niñ o en sí mismo.
Los niñ os no suelen tener voz ni voto. Y si se los escucha, generalmente
hablan “por boca del vencedor de la batalla”. Por lo tanto, responden a las
expectativas y necesidades de alguno de los padres. En esos casos son los
hijos que miran y satisfacen a los padres, y no al revés. No sirve que un niñ o
manifieste que desea permanecer con alguno de los padres. Simplemente
nunca deberíamos haber puesto a un niñ o en tal situació n.

Niños en medio de escenas peligrosas


En tiempos de inseguridad urbana en nuestros países llamados
“emergentes”, es probable que los niñ os se vean atrapados en robos,
agresiones callejeras o situaciones de violencia social, tanto como los
adultos. Sin embargo, en la medida en que esas escenas de agresió n y
disputas sean moneda corriente en el hogar, má s atraídos vibratoriamente
estará n de las trifulcas aparentemente externas. Por otra parte, si en el
hogar falta armonía o bienestar, los niñ os buscará n un sitio de pertenencia
en las calles –que podría no ser un mal lugar, si circulara el cuidado desde
cada individuo hacia cada individuo, protegiendo entre todos la ciudad–.
Pero la realidad muestra otro panorama, en el que se constata que por fuera
de los hogares, se traduce en mayor escala lo que sucede en el interior de
cada familia. Las batallas familiares invisibles, la falta de interés entre unos y
otros, la falta de disponibilidad, el drama de la superficialidad en las
relaciones afectivas y el poco tiempo de entrega y atenció n a los niñ os hacen
que los niñ os estén en peligro, tanto dentro como fuera de casa.

La inseguridad desde el punto de vista de los niños


La vivencia de que algo es seguro o inseguro es obviamente muy personal, y
responde a experiencias primarias, pasadas, que han sido relegadas al
inconsciente, al no poder siquiera reconocerlas o nombrarlas. Las noches
pasadas en soledad cuando fuimos bebes pueden traducirse hoy en fobia a
los aviones o terror a las situaciones que no podemos controlar. Podemos
afirmar que casi todos los miedos desproporcionados con los que
convivimos tienen una relació n directa con la falta de seguridad que hemos
experimentado en momentos en que nuestra vida dependía de los cuidados
y la seguridad que só lo podía proveernos una persona maternante.
Frecuentemente, los niñ os expresan sus miedos (a la noche, a los fantasmas,
a los ruidos, a las personas demasiado grandes o con voz grave, a las
tormentas o a los insectos), pero las personas grandes de-sestimamos eso
que les pasa. Con lo cual, dejan de expresar esos miedos, pero los trasladan
hacia situaciones menos visibles, instalando la inseguridad interior como
una emoció n permanente y aparentemente sin explicació n. Esos niñ os
inseguros somos los adultos de hoy, aunque nos hemos entrenado para que
no se note demasiado.
La jungla urbana
A falta de mamuts, tenemos autos que cruzan a gran velocidad las avenidas
con semá foros en rojo. A falta de tigres feroces, los niñ os caminan por las
calles con miedo a ser asaltados, robados, violentados, abusados, lastimados.
Esmog para los pulmones, desconocidos por doquier, ruidos exagerados
desde los cañ os de escape de los vehículos destrozados, humos industriales,
carteles luminosos y alguna que otra invitació n a comprar chocolates para
apaciguar el alma. No es mejor ni peor que en otras épocas u otras culturas,
pero claramente no hay evolució n verdadera cuando el peligro forma parte
de nuestra vivencia cotidiana. Si la vida es peligrosa para los adultos, lo es
doblemente para los niñ os, que dependen de los cuidados de las personas
grandes.
17. Hijos adolescentes

• El cuerpo que no encaja


• Solos, expulsados o controlados
• La necesidad de separarse de los padres
• La vocació n
• Los primeros amores
• Los viajes de iniciació n
El cuerpo que no encaja
El adolescente se va a dormir una noche y a la mañ ana siguiente despierta
con un cuerpo que no le pertenece, envuelto en sensaciones y emociones
nunca antes percibidas y con toda la potencia de una flor en crecimiento.
Desregulados como estamos todos en la sociedad de consumo, los
adolescentes tienen fuerza suficiente para cazar rinocerontes y valentía para
internarse en la selva y sortear obstá culos. Sin embargo, los tenemos
aferrados a sus pupitres, haciéndoles creer que no son capaces, que no
pueden adquirir autonomía, que no son mayores de edad, que no merecen
independencia y que deben prolongar la infancia de mandatos y obediencias
debidas. El cuerpo y el alma del adolescente pujan por volar lo má s lejos
posible del hogar de los mayores, pero suelen quedar atrapados por las
convenciones que determinan que hasta los 18 añ os no son capaces de
conducir un auto y hasta los 21 añ os no está n legalmente habilitados para
formalizar su matrimonio. Los jó venes sufren el síndrome del rompecabezas
imposible de encastrar.
Solos, expulsados o controlados
El drama de nuestros adolescentes es que, apenas ayer, eran niñ os
relativamente abandonados, exigidos, batallados o descuidados.
Repentinamente se encuentran con má s fuerza física, má s desarrollo y,
sobre todo, con sentimientos independientes o incluso opuestos a los de los
padres o maestros amados. Entonces se despliegan algunas escenas
cruciales: los jó venes encuentran el coraje interno para desafiar a los
mayores. La consecuencia de ese desafío va a ser la expulsió n –en términos
emocionales– del territorio de intercambio afectivo. De ese modo
actualizaremos la reiteració n histó rica del abandono, reflejado en el
desprecio por las elecciones que el adolescente realiza. Y luego, para
rematar, aumentaremos el control sobre los actos que el adolescente
pretende desplegar. Raramente el joven o la joven amado/a por el
adolescente será aceptado/a en la familia. Los desafíos que elija asumir no
tendrá n apoyo familiar. Hasta la
rebeldía será despreciada y
La necesidad de separarse de los padres
Si los adultos comprendiéramos que los seres en transició n entre la
infancia y la adultez necesitan regularse entre ellos, permitiríamos que se
juntaran má s, convivieran má s entre pares, resolvieran má s y mejor sus
asuntos y, sobre todo, apoyaríamos que fueran calibrando armó nicamente la
capacidad de valerse por sí mismos. Suponer que la adolescencia es
sinó nimo de dolor de cabeza para los padres es una estupidez. Si han sido
niñ os amados y acompañ ados sin prejuicios ni exigencias desmedidas, la
adolescencia transcurrirá con separaciones saludables, cortas, aventuras
acotadas y confianza establecida. Pero si quienes son adolescentes hoy, ayer
han sufrido el abandono emocional en cualquiera de sus formas, la
confrontació n hacia los adultos será dura y tenaz. Só lo en esos casos
sentiremos la rabia acumulada de nuestros hijos. Recién en ese momento les
tendremos miedo, por primera vez. Casi tanto como el que ellos han sentido
respecto a nosotros.
La vocación
Los jó venes de hoy se caracterizan por no saber hacia dó nde ir. No está n
movidos por grandes ideales colectivos, no encuentran a quién admirar má s
allá del fanatismo por algú n conjunto musical o un equipo deportivo. No
poseen demasiado interés en un estudio en particular. No persiguen
objetivos personales ni sociales. Les da lo mismo. Una cosa o la otra.
Estudiar o no estudiar. Trabajar o viajar. Es posible que después de añ os de
escolaridad a jornada completa, agotados de actividades extracurriculares,
sometidos a deseos paternos y abandonados en terrenos afectivos, una vez
que adquieren algo de libertad, prefieran usarla para no saber, no sentir, no
decidir, no hacer, no pensar. El impulso vital que define a cada adulto y que
señ ala a cada individuo los caminos que vino a recorrer en esta vida, se ven
desdibujados, hartos de control, abuso emocional y pretensiones absurdas.
Los primeros amores
Es en el terreno de los primeros enamoramientos que los adolescentes
logran dejar a los mayores fuera del control de sus vidas. Es una puerta
abierta hacia la autonomía emocional. Llamativamente, aunque a veces los
jó venes sufren, se desconciertan, se desencuentran o se hieren, raramente
cuentan con los adultos para acompañ arlos en el aprendizaje de los
intercambios afectivos. Desde el punto de vista de los padres, no hay nada
demasiado preocupante que pueda sucederles, porque los jó venes no nos
“dan problemas” cuando tienen novio o novia, entonces volvemos a
retirarles la mirada una vez má s. Solos frente al abismo del amor, del
desamor, de la felicidad infinita y del desconcierto.
Los viajes de iniciación
El pasaje entre la infancia y la adultez requiere pruebas de valentía. A falta
de rituales organizados en nuestra moderna sociedad, los jó venes se calzan
la mochila al hombro y salen a la aventura, dispuestos a enfrentarse a ciertos
peligros, desconocimientos y aventuras que efectivamente tendrá n que
superar. Todo viaje de iniciació n es un adió s al hogar de la infancia, una
preparació n para medir las capacidades personales de supervivencia y
calibrar la autonomía que pueden desplegar a partir de ese momento.
Quienes hayan recibido suficiente amparo sabrá n distinguir entre lo que
vale la pena enfrentar y lo que no. Quienes provengan de historias de
descuido o maltrato caerá n en las garras de feroces depredadores,
confundiendo arrojo con fragilidad interior.
18. Un mundo ideal

• La tribu
• Varias mujeres para muchos niñ os
• En armonía con la naturaleza
• Las noches comunitarias
• La ecología
• Comer sano
• El ritmo natural femenino
• Por un mundo má s amable
La tribu
Los seres humanos estamos diseñ ados para vivir en tribus, en manadas, en
aldeas, en comunidad. En las grandes ciudades del mundo globalizado
hemos perdido la seguridad de la aldea, quizá s porque se han vuelto
demasiado grandes, demasiados peligrosas, demasiado consumistas o
demasiado anó nimas. La cuestió n es que la gran ciudad ya no nos protege.
Por el contrario, muchas veces la ciudad en la que hemos nacido y vivimos
es, en verdad, territorio enemigo. É ste es un juego desalentador para la
conciencia, porque tenemos que encajar la idea de “hogar” a las cuatro
paredes de nuestro pequeñ o departamento. A veces, logramos articular una
tribu en un club, por ejemplo, donde sentimos que podemos caminar con
total seguridad, nos conocen por nuestro nombre, y nosotros reconocemos a
quienes cruzamos por el camino. Se entra y se sale por una ú nica puerta y se
tiene total certeza de que adentro es seguro y afuera no. Algunas es-cuelas
pequeñ as funcionan también como aldeas, si los niñ os se sienten protegidos
dentro de los límites del establecimiento. Quienes má s sufren la falta de
aldea y la pertenencia a una tribu son los niñ os, porque quedan apresados
entre muy pocas personas para hacerse cargo de ellos. Por lo tanto, esos
adultos responsables de los niñ os también quedan atrapados en la inmensa
responsabilidad de cuidarlos. Todos estamos muy solos.
Varias mujeres para muchos niños
Los sistemas comunitarios tienen la ventaja de que se pueden asumir los
desafíos en grupo. Cuando pensamos en otras especies de mamíferos,
reconocemos que la obtenció n del alimento es un riesgo, pero el cuidado de
la cría, no tanto. Posiblemente sentiríamos lo mismo si viviéramos en
comunidad: que la crianza de los niñ os no es tan difícil. É se es el secreto.
Criar niñ os rodeada de otras mujeres es fá cil. Criarlos sola es
extremadamente complejo y agobiante. Cada vez que en las grandes
ciudades nos encontramos rodeadas de otras mujeres –en la medida en que
no sean abusivas ni autoritarias– el día con niñ os a cuestas transcurre
fluidamente. Es un propó sito saludable armar redes femeninas o tribus
urbanas para ofrecer y recibir el apoyo cotidiano necesario. Entonces la
crianza será una responsabilidad compartida entre todos, y quienes se
beneficiará n será n los niñ os.
En armonía con la naturaleza
Vivir “naturalmente” en la gran ciudad es prá cticamente una paradoja. No
solemos tener la vegetació n al alcance de la mano. Sin embargo, podríamos
recuperar algo que es muy “natural”, y que son los ritmos internos. Quienes
nos acercan los ritmos que vivimos como entorpecedores de nuestra rutina
de trabajo y obligaciones, suelen ser los niñ os pequeñ os. Una manera de
recuperar la armonía con la naturaleza es dormir cuando ellos duermen,
comer con parsimonia, bajar la velocidad cotidiana y enlentecer las
actividades. También el hecho de prestar atenció n al alimento que
ofrecemos al niñ o, cuando empieza a ingerir só lidos, nos puede restituir
parte del equilibrio perdido. Comida má s sana, menos elaborada, orgá nica,
sin pesticidas ni conservantes, má s sencilla y natural, se convierte en un
puente entre la naturaleza y nosotros. El cuidado de la cría también está en
armonía con la naturaleza. La lactancia prolongada, la vida en comunidad,
los rituales alrededor del fuego y los bañ os purificadores nos devuelven el
poder de lo humano. Todo esto –incluso en las grandes ciudades– lo
podemos practicar en íntima unió n con la naturaleza.
Las noches comunitarias
A nadie le gusta dormir solo. A los niñ os, menos. La sociedad de consumo
incita a comprar casas cada vez má s grandes, con má s habitaciones,
dormitorios para los niñ os con má s juguetes, má s cortinas, má s cunas, má s
estantes, má s computadoras y má s accesorios; de modo tal que los niñ os no
tengan excusas y deseen permanecer en esas prisiones de color. Falso. No
hay cortina, ni cuna, ni cama con acolchado floreado que reemplace el
cuerpo de mamá . Las noches está n hechas para compartirlas, mientras los
niñ os sean pequeñ os. En un mundo ideal los niñ os nunca está n solos.
La ecología
El há bitat debería estar al servicio del bienestar de todos: humanos,
animales y plantas. Porque só lo así el agua, el viento, la madera, el fuego y
los metales podrá n estar a nuestro servicio. Eso es la ecología, es la armonía
suprema entre las cosas vivas. En un mundo amable no arrasamos los
bosques, no contaminamos el agua, no envenenamos los alimentos, no
abandonamos a los niñ os, no les retaceamos los pechos ni los brazos, no los
dejamos llorar hasta dormirse, no los sobornamos con azú car ni los
arrojamos a las fieras salvajes. En un há bitat cuidado y ordenado hay
suficiente alimento para todos y las necesidades bá sicas está n cubiertas. Por
eso los individuos podemos cultivar el arte, elevar el pensamiento y
desarrollarnos creativamente en una espiral espiritual ascendente.
Comer sano
Si vivimos al son del ritmo natural, el alimento aparece acorde con las
rutinas cotidianas. Hay muchas teorías contradictorias respecto al “alimento
sano”, sin embargo, no hay dudas de que la mejor opció n es comer lo que
crece en la época y en el ambiente en el cual vivimos. Y por supuesto,
descartar la comida elaborada con químicos, conservantes y colorantes en
cantidades tan grandes que dejan desprovisto al alimento de algú n vestigio
de pureza. Comer alimentos poco desnaturalizados es tan poco probable en
las grandes ciudades como respirar aire puro. Sin embargo, con un poco de
dedicació n y esmero, siempre es posible recuperar la ecología personal
compartiendo unas frutas frescas, unas semillas orgá nicas o un trozo de pan.
El ritmo natural femenino
Antiguamente, la menstruació n no era una maldició n que recaía sobre las
mujeres, sino que, por el contrario, era un don a partir del cual la mujer
generaba vida, y de ese modo la Luna –como reflejo del ciclo femenino– se
transformó en un símbolo de su energía creativa.
La sincronicidad entre el ciclo femenino y la ó rbita de la Luna alrededor de
la Tierra, revelaba también la conexió n entre la “mujer” y lo “divino”. Esto
significaba que cada mujer poseía los poderes propios del universo: dar la
vida.
No só lo las niñ as merecen aprender el significado del ciclo femenino, sino
también los niñ os, para que comprendan, a través de lo femenino, las
manifestaciones cíclicas ocultas de todas las expresiones humanas. Si las
mujeres registrá ramos y respetá ramos nuestro ritmo, tomando en cuenta la
esencia cíclica, cambiante y circular de nuestro ser femenino y llevá ramos la
experiencia vital en nuestros cuerpos, los varones la podrían vivir a través
de nosotras.
Por un mundo más amable
Amar y ser amado son cualidades bá sicas del ser humano. Los niñ os
amados y amparados son pacientes, comprensivos y respetuosos. Ellos
entienden el mundo tal como lo viven: dentro del amor y la dedicació n, lo
sienten como amoroso e infinito, aunque en el desamparo y el vacío afectivo,
lo experimentan como un lugar hostil del que hay que protegerse. Las
madres tenemos la posibilidad de nutrirlos amorosamente, permaneciendo
corporal y afectivamente disponibles para ellos. Parir, amamantar, criar,
llorar, desesperar, morir y resucitar se convierten en un há bito cotidiano
cuando el niñ o pequeñ o se mantiene apasionadamente adherido al cuerpo
materno. No importa que hayamos tenido vidas difíciles. Cada día es una
nueva oportunidad para mirar a un niñ o y saber que está deseoso de
alimentarse de nuestra sustancia materna. No hay otra forma de hacer que
nuestro mundo sea como lo soñ amos todos.

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