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*Jesús fue el emprendedor por excelencia*. Él arrancó desde cero, se enfrentó a
todo tipo de situaciones, tuvo su equipo e incluso uno de ellos lo traicionó. Educó
a sus coequiperos, compartió un mensaje diferente y a través de canales de
comunicación innovadores para su época, optimizó el tiempo y sufrió por su
causa, logrando transformar el mundo.
Jesús tenía su propósito definido y claro, por eso al iniciar su obra salvadora a los
30 años *(Lucas 3:23)*, logró transformar su sociedad en tan solo tres años. Tener
clara la meta desde el principio, le dio claridad al Señor para no perder el enfoque
de su misión en la tierra en medio de todas las dificultades que atravesó, tal como
lo expresó Jesús en el Huerto de Getsemaní “Yendo un poco más allá, se postró
sobre su rostro y oró: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago
amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú»”.
Durante todo su ministerio, Jesús se guió por el propósito que le fue revelado
desde el momento de su concepción, convirtiéndose en el mejor ejemplo del
cumplimiento del propósito de vida. Por medio de Cristo, Dios nos había elegido
desde un principio para que fuéramos suyos y recibiéramos todo lo que él había
prometido. Así lo había decidido Dios, quién siempre lleva a cabo sus planes.
*Efesios 1:11*.
Tener claro el propósito de una misión y/o idea emprendedora es imperativo para
avanzar al éxito. Sin una meta definida, el camino del emprendedor puede tomar
cualquier rumbo menos el que esperaba. Es fundamental saber cuál es el destino
antes de arrancar una empresa y ejemplo de ello es todo el ministerio de Jesús.