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La Anatomía del Engaño

Por Art Katz

Acerca del Autor


Art Katz nació en Brooklyn, Nueva York de padres judíos. Creciendo durante
los años de la Gran Depresión y la turbulencia de la Segunda Guerra Mundial,
Art abrazó las ideologías marxistas y existencialistas. Durante su ejercicio como
maestro de preparatoria, se encontró capaz a sí mismo de elevar cuestiones
acerca de las perplejidades de esta era moderna, pero no de contestarlas.
Viajando con tan solo una mochila por Europa y el Medio Oriente durante una
temporada sabática, el ateísta cínico y escéptico, anti-religión y anti-cristiano,
fue aprehendido por un Dios que le buscaba. El diario de aquella experiencia,
Ben Israel – La Odisea de un Judío Moderno, hace recuento de la búsqueda de
Art por el verdadero significado de la vida, que tuvo su clímax significativa y
simbólicamente en Jerusalén.
Art asistió al Santa Monica City College, UCLA y a la University of California en
Berkeley, obteniendo títulos de Licenciatura y Maestría en historia, así como
una Maestría en teología en el Luther Seminary de St. Paul, MN. Durante su
ministerio como orador durante casi cuarenta años, Art buscó brindar la
relevancia radical del mensaje bíblico a la sociedad contemporánea, tanto
secular como religiosa. Con muchos de sus libros traducidos a los lenguajes más
hablados en el mundo, Art viajó frecuentemente a muchos lugares del orbe como
conferencista, predicador y como una voz profética para la Iglesia hasta su
muerte en el 2007.
Reconocimientos
Publicado póstumamente, el contenido de este libro fue transcrito y editado a
partir de cinco mensajes compartidos oralmente por Art Katz hacia el final de
su vida.
Nuestro aprecio hacia aquellos que ayudaron con la tarea de preparar el
manuscrito para la publicación. Muchas gracias a Jeannie Clink y a Donna
Klindt por la mayor parte del trabajo de edición. Pudimos contar también con
James Hall y su invaluable asistencia en el diseño gráfico. Y no menos que ellos,
deseamos agradecer a todos aquellos amigos leales que generosamente
contribuyeron con los costos de la publicación.
En resonancia con los deseos y trabajos de Art para que la verdadera gloria de
Dios en la Iglesia sea manifestada, dedicamos este libro a aquellos que no
dejarán piedra sin voltear en su búsqueda de la verdad.
INTRODUCCIÓN
Por la providencia divina, tuve una vez la oportunidad de participar como un
orador en un “Rally por Jesús” en Winnipeg, Canadá. Una experiencia previa
durante el primero de esos eventos fue suficiente para mí. Juré jamás volver a
ser parte de tal atmósfera de carnaval a la intemperie. Hombres y mujeres,
vistiendo pantalones cortos y llenándose la boca de papas fritas, escuchaban a
lo que se suponía era un mensaje serio de parte de Dios desde la plataforma. El
ambiente me heló el alma. Sin embargo, cuando esta invitación vino de
Winnipeg, sentí que era la voluntad de Dios que aceptara, y a pesar de mi
determinación adversa anterior, fui.
Se suponía que no sería un orador en las reuniones generales. Empero, las
sesiones matutinas fueron dirigidas a los grupos carismáticos denominacionales
e interdenominacionales, y yo fui invitado para ser el orador en la reunión
carismática bautista. ¿Y cómo podría rehusarme a una invitación tan nueva
para mí como esa? Y de hecho, esas sesiones fueron bendecidas. La noche de
la reunión general, me encontré a mí mismo sentado en la plataforma donde un
predicador conocido internacionalmente era el portador del mensaje para esa
sesión. Al tiempo que todos entraron a la atmósfera de festividad imperante,
me quedé sentado ahí, como un pedazo de hosquedad, mortificado por algunas
de las declaraciones siendo elaboradas. El ambiente en el que la audiencia
estaba recibiendo el mensaje reforzó mi impresión de que todo el asunto estaba
arreglado, que no era genuino. No sé qué otra expresión pudiera utilizar. Había
un sentido de artificialidad, de cosas sintéticas y fingidas. Podrían tener la
apariencia de cosas reales, pero eran falsas, con todo y que los expositores
estuviesen usando palabras reales y términos significativos tales como frases
sacadas de las escrituras que hablaban de la unidad del cuerpo de Cristo.
También hubo declaraciones aquella noche de parte de una cierta asamblea de
hombres que ostentaban tener el don de profecía. Ellos escribían sus profecías
en cuartillas amarillas para luego dárselas a un encargado que a su vez les
llamaría al micrófono en el momento preciso para leerlas. Este procedimiento
hizo que la terrible sensación de falta de realidad fuese más pronunciada. Al
final de la noche, mi espíritu se encontraba en tal estado que no podía esperar
a abandonar la plataforma. Desafortunadamente, se me había designado para
dar la bendición al final de la reunión. No podría, sin embargo, prestarme a mí
mismo de tal forma a las cosas que habían estado tomando lugar, lo cual me
hubiera identificado como estando de acuerdo con ellas. Levantándome, me
dirigí al frente de la plataforma para jalar la manga del hombre que estaba
presidiendo para pedirle que me excusara de la obligación de dar la benedicción.
Antes de que lo hubiera alcanzado, anunció mi nombre, así que llegué al podio
en medio de una agonía y frustración terribles. Solamente tenía la libertad de
pedirle a la gente que se pusiera de pie, que se quitara sus gorras y bonetes, que
se presentara en una postura de respeto delante de Dios y que cantara conmigo
el Padre Nuestro. Así fue como terminó la noche. Cuando me alejaba de la
plataforma, la persona que estaba a cargo de arreglar las sesiones me preguntó
si estaría disponible para la sesión general la mañana siguiente. Le respondí
abruptamente, “¡No!” Pero un pensamiento después, le dije, “Esta bien, pero
solamente si el Señor me da algo en específico.”
La mañana siguiente, conduje hasta el Rally donde estaría hablándole a la
sección Bautista. Discutí con mis colegas si sí o si no debiera de aprovechar la
invitación que se me había hecho y hablar una palabra que fuese distinta y
diferente a la clase de cosas que se habían estado promulgando. Oramos juntos
porque no quería caer en el papel de siempre tener que llevar una palabra
desagradable. Sin apurarme para llegar, e incluso con la esperanza de que fuese
demasiado tarde, estacionamos el auto y me dirigí a la plataforma en el
momento preciso en que se iba a anunciar al orador. Ya habían asignado a otra
persona en mi ausencia, pero cuando el hombre me vio subiendo las gradas,
inmediatamente me llamó y me tendió el micrófono.
Comencé con algo como, “¿hay algo gravemente mal conmigo que me impide
entrar en el espíritu de alegría general que ha sido característico de estas
reuniones?” Y proseguí a leer de las escrituras donde Moisés bajaba del monte
Sinaí con las tablas de la ley, solamente para escuchar un ruido y un tumulto.
No era el ruido de batalla, sino el ruido de cánticos. Seguí adelante diciendo que
había tenido la impresión de que esa era la clase de ruido que podría describir
la noche pasada. Tuvo mucho que ver con ese evento pasado que hombres y
mujeres, demasiado impacientes como para esperar a que Moisés descendiera
del Monte con la cosa de adeveras, simularan algo en su lugar: un becerro de
oro—un sustituto—y danzaron alrededor de él con alegría.
¿Se puede imaginar cómo es que esas palabras iban saliendo? Aun al tiempo
que caminaba hacia la plataforma, escuché una de las así llamadas “profecías”
en las que el que hablaba decía, “Yo, el Señor, he estado con ustedes durante
este fin de semana; les he dado de Mi Espíritu y voy a hacer esto y voy a hacer
lo otro…” Para mí eso era una pesadez, sin vida alguna, de tal forma que dije,
“Me parece que mi condición es tan mala que no tengo testimonio de la
autenticidad de estas profecías. Me pregunto, ciertamente, si no será cierto tipo
de distintivo peculiar de mi persona, que siempre parezco tocar un bemol, una
nota amarga. Pero si mi condición es de alguna forma una expresión del latir
del corazón de Dios, bien pudiésemos preguntarnos si reuniones tales como esta
no son esencialmente un engaño masivo al que hemos sido inducidos sin darnos
cuenta. Aunque los sermones hayan sido instructivos y correctos, aunque
estemos impresionados de que tres o cuatro mil gentes estén reunidas aquí, y
aunque nuestros corazones hayan suspirado por la unidad verdadera del cuerpo
de Cristo, necesitamos considerar si no hemos sido demasiado rápidos y
dispuestos en llamar “unidad” a este Rally cuando, de hecho, no lo es. Mientras
exploramos eso, quizá debiésemos también de cuestionar la validez de todo el
fenómeno carismático. ¿Tenemos, realmente, un bautismo auténtico en el
Espíritu Santo? ¿O hemos, desde el principio hasta el final, sido inducidos a uno
de los engaños más colosales que jamás ha sido perpetrado en el mundo y la
historia religiosa?”
Esa fue la clase de preguntas que elevé, y entonces invité a tantos como
quisieran a la sesión donde hablaría acerca del “Espíritu de Verdad.” Hubo un
clamor de mi corazón para que algo auténtico tomara lugar, y para que no nos
conformásemos, que no estuviésemos satisfechos con una carismática falsa
hecha de plástico. El plástico no es una sustancia viva. Un reino de plástico es
una tragedia de proporciones tales que pudiera derrumbarme y llorar. Que el
reino de Dios sea plástico, y por lo tanto sujeto a presiones e influencias para
acomodarse a las necesidades de los hombres es algo inconcebible. En este libro,
intentaremos examinar el espíritu o la anatomía del engaño, de las cosas que
son plásticas, falsas, artificiales, sintéticas, imitaciones, falsificaciones,
espurias, fingidas y pretenciosas.
Capítulo 1
Oseas – Una palabra para la Iglesia de hoy
El libro de Oseas contiene el corazón, la esencia del clamor de Dios causada por
la apostasía de Su pueblo Israel. Mi sentir es que muchos de los que se llaman
a sí mismos el pueblo de Dios, están el día de hoy en una posición muy cercana
a la condición de Israel durante el tiempo en que cayó de su relación con Dios.
Una de las señales de la apostasía tanto en Israel como en la Iglesia, es un
espíritu y discernimiento tan embotados que no estamos ni siquiera en un
estado donde sea posible reconocer nuestra propia condición.
En nuestro estado caído, es irónico cómo anunciamos que conocemos y
celebramos a Dios, pensando que estamos en una encomiable relación con Él.
Sin embargo, se trata de una condición que obliga a Dios a enviar profetas que
expongan la realidad de la situación como Él Mismo la ve, que muy a menudo
es diferente de cómo la vemos nosotros. La verdad es todo como Dios lo ve. Las
más de las veces es doloroso hacer el ajuste de nuestra perspectiva a la Suya,
pero puedo decir, como judío, un descendiente de un pueblo que falló en hacer
tal ajuste, que las consecuencias para nosotros han sido extremadamente
trágicas.
El corazón de Dios se aflige mientras el nuestro no. Podemos sentir tristeza,
podemos ser decepcionados, podemos quedar perplejos, pero no nos afligimos.
Una aflicción profunda necesita venir a nosotros, una aflicción del tipo que Dios
mismo siente mientras Él mira el frágil estado de aquellos que se llaman a sí
mismos Su pueblo en las naciones. La caída en grandes números de las más
prominentes celebridades de un pueblo así es el síntoma y la declaración de un
problema mucho más profundo y extenso.
¿Será acaso posible que la Iglesia pudiera estar en un punto muy cercano a
experimentar el juicio de Dios? Si estamos chasqueando nuestras lenguas ante
el estado caído de algunas de las estrellas carismáticas y evangélicas, y
pensamos que de alguna manera su condición no se relaciona con la nuestra,
necesitamos mirarnos con más atención. Estas “estrellas” caídas son el síntoma
visible, la señal y la declaración de la Iglesia entera de la cual ellos y nosotros
formamos parte, y cuyo estilo de vida hemos hecho posible.
El mundo es absolutamente vil, bestial y abismal más allá de toda descripción,
está remojado en sangre, lujuria y violencia. Toda la sociedad ha tenido su parte
en esto; es cómplice; está envuelta en el mal mismo a causa de la naturaleza del
mal. Dios ordenó a Sus sacerdotes que enseñasen al pueblo la diferencia entre
lo santo y lo profano, pero si el pueblo sacerdotal de Dios no conoce la diferencia
entre ambos, ¿qué hemos entonces de esperar del mundo? Los juicios de Dios
comienzan por Su casa antes de que lo hagan en el mundo. En muchos aspectos,
la condición del mundo es un testamento al fracaso del pueblo de Dios en
establecer un estándar objetivo de la verdad delante de la humanidad para que
ésta pueda verlo. Por lo tanto, la humanidad se toma sus libertades, porque no
tiene nada contra lo cual alinearse. De hecho, existe muy poco que llame a la
humanidad a responder por sus acciones a través de ejemplos que le sean
presentados.
Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los
moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento
de Dios en la tierra.
Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras
homicidio se suceden.
Por lo cual se enlutará la tierra, y se extenuará todo morador de ella, con las
bestias del campo y las aves del cielo; y aun los peces del mar morirán.
Ciertamente hombre no contienda ni reprenda a hombre, porque tu pueblo es
como los que resisten al sacerdote.
Caerás por tanto en el día, y caerá también contigo el profeta de noche; y a tu
madre destruiré.
Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el
conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios,
también yo me olvidaré de tus hijos (Oseas 4:1-6).
¿Cómo es esto apropiado a nosotros como la Iglesia? Uno de los más severos
pronunciamientos contra Israel, durante uno de los puntos más bajos de su
historia de deslices, fue aquél declarando que el conocimiento de Dios había sido
desechado. Tener el verdadero conocimiento de Dios es salvación verdadera.
¡Dios es santo, formidable, justo y temible! Si no hay conocimiento de Dios,
entonces no habrá conocimiento de la verdad o de la misericordia. Dios es
verdad y misericordia. Si nos lo perdemos a Él, entonces hemos perdido todo,
y podemos perdérnoslo en el mismísimo momento en que estemos
aparentemente celebrándolo. Podemos ser hallados culpables de carecer del
verdadero conocimiento de Dios mientras estemos, al mismo tiempo, invocando
Su nombre y cantando Sus alabanzas, experimentando emociones eufóricas,
mientras que eso mismo, irónicamente, traiciona y nos oculta de la que es, de
hecho, nuestra condición real.
No piensan en convertirse a su Dios, porque espíritu de fornicación está en
medio de ellos, y no conocen a Jehová (Oseas 5:4).
Esta es una declaración acerca de Israel, el mismo Israel al que se le dieron los
mandamientos en aquella asombrosa revelación de Dios en el monte Sinaí. Les
fueron dados los estatutos, las ordenanzas y los profetas. La acusación de Dios
fue que ellos no lo conocían, sino que fueron tras la fornicación. Estas dos cosas,
la fornicación y no conocer al Señor, van de la mano. El espíritu de fornicación
puede expresarse a sí mismo de diversas maneras a través de una persona al
grado en que dicha persona desconozca al Señor. El verdadero conocimiento de
Dios es la única cosa que va a guardarnos del espíritu de fornicación, el cual
actuará en nosotros en la proporción exacta a nuestro deseo y habilidad para
alcanzarlo.
Nuestros marcos humanos son vulnerables. Necesitamos unos de otros para
protegernos de nuestra propia ceguera a la tentación que viene en los momentos
de debilidad. ¿Cuántos de nuestros más famosos evangelistas han obtenido
demasiado poder, riquezas, estilos de vida suntuosos, y se han rodeado personas
que no se atreven a contradecirles—no sea que vayan a morder la mano que les
alimenta?
Si deseas garantizar tu fracaso, todo lo que necesitas hacer es vivir
sensualmente. Esto significa algo más que meramente mirar fotografías
eróticas. Puede significar disfrutar de una casa con una cantidad extravagante
de metros cuadrados, creyendo que se tiene todo derecho de deleitarse en ella.
Necesitamos afligirnos a causa de la celebración de personalidades y artistas
carismáticos cuyos estilos de vida hemos endosado, si no es que ayudado a
pagar. Si permitimos que nuestros líderes tengan un estilo de vida que
finalmente eructará en pecado tan evidente que tengan que dejar el ministerio,
¿qué hemos de decir respecto a nosotros mismos? ¿Es nuestra condición mejor
que la de ellos, aunque no resulte en pecado así de descarado?
¿Y qué de la medida de los recursos financieros que tenemos? ¿Qué clase de
sensualidad y gratificación estamos permitiéndonos, pensando que de alguna
manera es legítimo porque estamos sirviendo a Dios o porque podemos
dárnoslo? ¿Qué es lo que permanece oculto en nuestros corazones por nunca
dejar que el Señor sea árbitro y determine nuestro estilo de vida para llevarnos
a esa relación intensa y seria con hermanos creyentes quienes pudieran
cuestionar las elecciones de dicho estilo de vida? La búsqueda de la santidad
siempre tiene un precio.
Y realmente, ¿qué es lo que debe de determinar el estilo de vida del pueblo de
Dios? ¿Es el salario, la disponibilidad de bienes y riquezas, los talentos que
pueden emplearse, o qué? La pobreza apostólica caracterizaba a la Iglesia
primitiva. Pedro le dijo al cojo mendigo, “No tengo plata ni oro, más lo que
tengo te doy: ¡en el nombre de Cristo Jesús el Nazareno, levántate y anda!”
(Hechos 3:6) Lo que tenían era poder, gloria, gran gracia, e inenarrable riqueza
en la realidad y conocimiento de Dios. ¿Qué tenemos nosotros?
Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que
holocaustos (Oseas 6:6).
Dios desea que tengamos conocimiento de Él, pero ese conocimiento no es fácil
de obtener. Todas y cada una de las potestades de las tinieblas busca impedir
que el pueblo de Dios obtenga este conocimiento. El mundo entero conspira
contra el conocimiento de Dios. Las cosas del mundo, cotidianas, se acumularán
sobre nuestras conciencias en el momento que decidamos buscar al Señor.
Hemos hecho de la caminata cristiana algo muy casual y muy barato. Somos
una generación que confunde nuestros conceptos acerca de Dios con el
conocimiento auténtico de Dios. Si le conociésemos, le temeríamos. No
contemplaríamos—no digamos hacer—las cosas que han escandalizado Su
nombre en todo el mundo.
Lo que los hombres y las mujeres piensan cuando están libres de pensar lo que
quieran en la privacidad de sus mentes, es una declaración de dónde están en
Dios. Es lo que hacemos, con nuestra habilidad para hacerlo, lo que dice qué y
quiénes realmente somos, aun cuando la acción en sí misma no sea algo
grotescamente pecaminoso. Quizás sea algo tan pequeño como comprar dos
hamburguesas tamaño jumbo, sabiendo en el fuero interno que no necesito
ambas. Tal consentimiento de la carne, aun y cuando tengamos las finanzas
para comprarlas, no beneficiará la vida espiritual del hombre interior.
¿Nos conducimos en base a lo que nosotros queremos y somos capaces de hacer,
o en base a lo que el Espíritu nos inclina a que hagamos? ¿Estamos es una
posición de negarnos a nosotros mismos cosas que de otra manera nos son
disponibles? ¿Estamos resistiendo el pecado llevándolo a la cruz?
¿Reconocemos que todo el mundo está bajo el maligno, el padre de mentiras?
Ya que este mundo está inmerso en engaño y permeado del espíritu de
sensualidad, tomará de nuestra parte una determinación rigurosa delante de
Dios para resistirlo. ¿Estamos peleando esa batalla? Nuestro conocimiento de
Dios tiene mucho que ver con hasta qué grado estamos rindiéndonos y
sucumbiendo al espíritu del mundo. El cielo y la tierra están en oposición en
cada punto y particular, y quien quiera que sea un amigo del mundo, se
constituye enemigo de Dios.
Mas ellos, cual Adán, traspasaron el pacto; allí prevaricaron contra mí.
Galaad, ciudad de hacedores de iniquidad, manchada de sangre.
Y como ladrones que esperan a algún hombre, así una compañía de sacerdotes
mata en el camino hacia Siquem; así cometieron abominación (Oseas 6:7-9).
¿Estamos viendo cada pecado como una traición contra el conocimiento de
Dios? ¿Podrías creer que el sacerdocio de Dios pudo haber llegado alguna vez
al punto donde ellos cometían asesinato y abominaciones? Esa fue la
experiencia y el ejemplo de Israel para nosotros. ¿Quién, hoy en día, piensa que
es mejor que los sacerdotes israelitas de antaño? ¿Y de qué forma un sacerdote
santo llega un lugar de homicidio y abominación? ¿Sucede de una vez, o se trata
más bien de un proceso por grados de corrosión y sutileza en componendas y
condescendencia? Las escrituras nos exhortan: “Sobre toda cosa guardada,
guarda tu corazón” (Proverbios 4:23a), y “antes exhortaos los unos a los otros
cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se
endurezca por el engaño del pecado” (Hebreos 3:13).
¿Estamos diariamente en contacto con personas que nos animan y nos
exhortan? Esto es algo que no podemos descuidar ni dejar aparte. Mañana
puede ser demasiado tarde. ¿Es nuestra privacidad, nuestro tiempo delante de
la televisión o del monitor de la computadora más valioso que mirar la gloria de
Dios siendo manifiesta en toda la tierra?
Y la soberbia de Israel testificará contra él en su cara; y no se volvieron a Jehová
su Dios, ni lo buscaron con todo esto. Efraín fue como paloma incauta, sin
entendimiento; llamarán a Egipto, acudirán a Asiria. Cuando fueren, tenderé
sobre ellos mi red; les haré caer como aves del cielo; les castigaré conforme a lo
que se ha anunciado en sus congregaciones. ¡Ay de ellos! porque se apartaron
de mí; destrucción vendrá sobre ellos, porque contra mí se rebelaron; yo los
redimí, y ellos hablaron mentiras contra mí. Y no clamaron a mí con su corazón
cuando gritaban sobre sus camas; para el trigo y el mosto se congregaron, se
rebelaron contra mí (Oseas 7:10-14).
Estamos en verdaderos problemas cuando la insinceridad pasa por sinceridad y
ni siquiera notamos la diferencia. Han elaborado un espectáculo que
impresiona a los hombres, pero no impresiona a Dios.
Volvieron, pero no al Altísimo; fueron como arco engañoso; cayeron sus
príncipes a espada por la soberbia de su lengua; esto será su escarnio en la tierra
de Egipto.
Pon a tu boca trompeta. Como águila viene contra la casa de Jehová, porque
traspasaron mi pacto, y se rebelaron contra mi ley. A mí clamará Israel: Dios
mío, te hemos conocido (Oseas 7:16-8:2).
Ellos claman a Él cuando Su juicio cae en proporción a la iniquidad de Su casa.
¿No es acaso una lástima que solamente el juicio tiene el poder de despertarnos?
Se requiere de la calamidad para romper nuestra somnolencia y llevarnos al
entendimiento de que nuestro Dios es un Dios celoso.
¿Qué tan lejos irá Dios para juzgar a Su pueblo, y para erradicar el pecado, las
componendas y la contradicción de sus vidas, tanto en conjunto como
personalmente? Él expulsó a Israel de su Tierra, y en tiempos más recientes,
permitió que seis millones en número de Su pueblo sufrieran y murieran en el
horror del Holocausto Nazi. ¡Debiéramos de temblar y reconocer la bondad y la
severidad de Dios! Pablo nos advirtió que si Él no dudo en desgajar las ramas
naturales (Israel), no dudará en desgajar las ramas silvestres (gentiles)
también. Si no conocemos a Dios en Su severidad, ¿entonces cómo podremos
conocerlo en Su bondad? ¿Cómo podríamos conocerle realmente si no le hemos
conocido como el Dios que juzga?
“Israel desechó el bien; el enemigo lo perseguirá” (Oseas 8:3). Eso es lo que
sucede cuando nuestro pecado hace que despreciemos al Dios del pacto junto
con Su protección y cobertura. Estamos abiertos y expuestos a la reacción y al
contra ataque del enemigo en la proporción exacta, entonces, de nuestro pecado.
Esa ha sido la historia de Israel, y necesitamos aprender de esta. Igualmente,
no somos inmunes a tales cosas.
Ellos establecieron reyes, pero no escogidos por mí; constituyeron príncipes,
mas yo no lo supe (Oseas 8:4a).
En otras palabras, nunca consultaron con su Dios; nunca le preguntaron;
actuaron de su propia iniciativa. ¿Sabemos lo que significa realmente consultar
a Dios? Nuestros propios actos de presunción serán proporcionales a nuestra
falta de conocimiento de Dios. Gran presunción de nuestra parte significa poco
conocimiento de Dios.
En este mundo, en todo lo que es vil, en toda presión, tentación y fuerza
poderosa que busca deshonrar y difamar a Dios burlándose de Él de todas las
formas perversas concebibles, podemos darnos una idea de la clase de cosas que
serán dirigidas contra nosotros. Se va a necesitar de algo severo y radical para
que nos sea posible mantener el conocimiento de Dios una vez que lo hayamos
encontrado, y para profundizar y crecer en dicho conocimiento.
Olvidó, pues, Israel a su Hacedor, y edificó templos, y Judá multiplicó ciudades
fortificadas; mas yo meteré fuego en sus ciudades, el cual consumirá sus
palacios (Oseas 8:14).
A menudo me pregunto cómo Dios mira nuestras catedrales y los suntuosos
edificios de nuestras iglesias. ¿Vendrá un tiempo en el cual lleguen a estar ahí,
completamente vacías, las congregaciones disipadas? ¿Verá un día el mundo
secular la farsa de las iglesias que tomaron millones de dólares de sus adeptos,
pero ahora vacías? ¿Llegaremos a ver los grandes centros de retiro cristianos
abandonados como pueblos fantasmas como testimonios al fracaso de personas
que fallaron en tomar a Dios en serio, convirtiendo la fe en entretenimiento?
No te alegres, oh Israel, hasta saltar de gozo como los pueblos, pues has
fornicado apartándote de tu Dios; amaste salario de ramera en todas las eras de
trigo.
La era y el lagar no los mantendrán, y les fallará el mosto (Oseas 9:1-2).
¿Cuál es la aplicación para nosotros hoy? ¿Ha faltado nuestro mosto? ¿Nos
hemos convertido en un pueblo que usa la manipulación para evocar respuestas,
que emplea técnicas y metodologías para nuestros propios fines?
Podemos dar fruto, pero ¿es el fruto de Él? ¿Se trata de fruto eterno? ¿Somos
celosos por el fruto eterno que solamente Dios puede dar, más que de aquél que
podemos generar con nuestra propia habilidad y dinero? El último no es el
testimonio de nuestra relación correcta con Dios, ni de nuestro conocimiento de
Él, porque Su fruto es de otro tipo; es el fruto del Espíritu, y Su Espíritu es el
espíritu de humildad y mansedumbre, no de arrogancia, presunción u orgullo.
Un estilo de vida suntuoso pareciera contradecir el tenor de todas y cada una de
las cosas que sabemos de Dios.
Israel es una frondosa viña, que da abundante fruto para sí mismo; conforme a
la abundancia de su fruto multiplicó también los altares, conforme a la bondad
de su tierra aumentaron sus ídolos (Oseas 10:1).
¿Acaso no somos culpables de exactamente las mismas prácticas? ¿Acaso no
somos motivados hacia el éxito religioso, hacia programas de un tipo que
parecen lo mejor para satisfacer nuestras congregaciones? ¿Alguna vez le
hemos preguntado a Dios cuál es Su diseño para la Iglesia? ¿Hemos alcanzado
Sus condiciones para el ministerio genuino? Hay muchos hombres que se
autoproclaman muy a su estilo, y que portan títulos elaborados por sí mismos;
pero lo que aflige igualmente a Dios es un pueblo embelesado que ni siquiera
puede reconocer la diferencia. Su pueblo es uno fácil de impresionar y de
embaucar. ¿Cuántas veces hemos escuchado de predicadores de los que se dice
son apostólicos, quienes en realidad solamente tienen algo de habilidad con las
escrituras, o que han estado envueltos con iglesias o fundación de iglesias, o que
quizás han viajado mucho en el ministerio?
Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre
el que sirve a Dios y el que no le sirve (Malaquías 3:18).
La habilidad para discernir a los verdaderos siervos de Dios es otorgada como
un don a un pueblo al final de la edad, de quienes Dios dice, “Y serán para Mí”
(Malaquías 3:17). Su favor para con Dios vendrá en virtud de lo que ocurrió en
el verso precedente:
Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová
escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen
a Jehová, y para los que piensan en su nombre (Malaquías 3:16).
Sus palabras hacia el otro no era mera pérdida de tiempo. Entre otras cosas,
ellos buscaron y examinaron sus propias vidas para ver si estaban en la fe. Ellos
temieron al Señor; ellos fueron celosos por Su Nombre, Su honor y Su gloria.
Sembrad para vosotros en justicia, segad para vosotros en misericordia; haced
para vosotros barbecho; porque es el tiempo de buscar a Jehová, hasta que venga
y os enseñe justicia (Oseas 10:12).
¿Hemos buscado al Señor hasta que Él ha hecho llover (“llover” y “enseñanza”
son intercambiables en el hebreo. N. del T.) justicia sobre nosotros? ¿Tenemos
un corazón para esta clase de búsqueda sacrificial, para romper las capas de
injusticia que están entre el cielo y nosotros?
Habéis arado impiedad, y segasteis iniquidad; comeréis fruto de mentira,
porque confiaste en tu camino y en la multitud de tus valientes (Oseas 10:13).
Fuiste impresionado por los hombres poderosos, por los “guerreros”, por los
deslumbrantes, sus organizaciones y sus estilos de vida. Te lamentaste cuando
cayeron. Pensaste que su ministerio era apropiado y merecido. Puede que hayas
deseado secretamente tales cosas para ti. Dios ha esperado y guardado silencio,
pero si sus fracasos son los juicios de Dios, y si permitimos que estos juicios
pasen desapercibidos como si de alguna forma no estuviésemos implicados en
ellos, entonces ha sido en vano para nosotros. ¿No tendremos entonces
nosotros que experimentarlos personalmente, directa y más dolorosamente?
¿No es acaso tiempo de buscar al Señor, de conocerle a Él?
No podemos conocer a Dios de una manera genuina y pasar por alto el asunto
de sus juicios. Hemos pagado un alto precio por la pérdida del entendimiento
de Dios, tanto en juicio como en misericordia, en severidad y en bondad. Mi
propia observación es que los tratos de Dios con Israel, pasados, presentes y
futuros están más o menos ausentes de toda consideración de nuestra parte.
Hemos entonces anulado una de las revelaciones más profundas de Dios dadas
en las escrituras. Una de las más grandes provisiones que Dios otorga a la
Iglesia para instruirla acerca de Su naturaleza es Israel y Sus tratos con ese
pueblo.
Si el Holocausto de los judíos europeos no fue meramente la consecuencia de la
aberración de algunos hombres locos en nombre de Hitler, sino de hecho, la
intención de Dios y el cumplimiento de las escrituras en Levítico y
Deuteronomio de un juicio que ocurriría en los Últimos Días, ¿cuánto más
habríamos de temer los tratos de ese mismo Dios para nosotros como la Iglesia?
El carácter simplista, frívolo y fingido de nuestro cristianismo le ha abierto la
puerta de par en par a engaños del tipo más increíble. Todo esto tiene que ver
con la ausencia del conocimiento de Dios, el temor y asombro hacia Dios—que
hubiera sido nuestro si hubiésemos sido correctamente instruidos por lo que
Dios ha hecho con Israel, y que aún hará, antes de que Él les restaure en Su
misericordia.
Capítulo 2
La Verdad de Dios
El episodio de Ananías y Safira en el libro de los Hechos es el recuento
impresionante de un incidente que ocurrió durante otra edad, en una hora
cuando el Espíritu de Dios prevalecía en gran magnitud y pureza. La Iglesia
estaba en su gloria, porque estaba alerta con respecto al asunto de la verdad y
el engaño. Ella sabía que antes de que el Espíritu de Dios se manifestase a Sí
Mismo como el Espíritu de poder, Él tenía que ser primera y primariamente el
Espíritu de Verdad. Cuando la verdad es abandonada, cuando se hacen
componendas en detrimento de la verdad, ¿cómo podemos pensar que la
Paloma va a permanecer por ahí para dar las expresiones de poder que
solamente servirían nuestras necesidades y gratificar nuestras almas?
Necesitamos que exista el mismo celo por la verdad que Pedro desplegó,
permitiéndole discernir la fraudulencia de un hombre y su esposa, quienes
donaron una suma de dinero, pero presentada como todo el precio cuando
solamente era una parte.
Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al
Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?
Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por
qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.
Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos
los que lo oyeron (Hechos 5:3-5).
Y casi en el siguiente aliento leemos,
Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el
pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón (Hechos 5:12)
En otras palabras, el respeto hacia el Espíritu de Dios como el Espíritu de verdad
precede y traza el camino para el Espíritu de Dios como el Espíritu de poder. En
lo que he podido observar, le hemos dado un completo revés a ese orden.
Celebramos el poder, las señales, las maravillas, mientras relegamos la verdad
a una mera consideración distante, si es que acaso la consideramos. ¿Quién de
nosotros no ha jugado al juego de dar una parte haciendo que parezca que
estamos dando la cosa completa?
Hubo un tiempo cuando solíamos decir que la verdad es toda la verdad y nada
más que la verdad, o no es la verdad. Redondear y recortar las esquinas,
cualquier cosa que sea menos que todo el paquete convierte en una mentira algo
que parece impresionante. Para mí es un verdadero dolor meditar en esto
porque es la tristísima condición que permea nuestras vidas. Le hemos dado a
Dios una medida de nosotros mismos solamente, pero llamamos a esa medida
“el todo” cuando es meramente una parte. No tenemos la reticencia, la modestia
o la mansedumbre que son apropiados para un pueblo cuyo Señor es el Cordero
de Dios.
¿Hasta qué grado somos diferentes de Ananías y Safira? ¿Buscamos y
anhelamos la evidencia y poder de una vida totalmente entregada a Dios,
mientras nos ofrecemos solo en parte? Todos queremos dar la apariencia de
estas cosas, queremos el confortamiento del Espíritu, la comunión íntima, pero
los deseamos al precio menor de reconocer la verdad solo doctrinal o
correctamente, en lugar de reconocer la verdad como la suma y la sustancia de
la realidad de nuestras vidas. Queremos la apariencia de verdad, pero no
estamos preocupados con ser verdaderos. Deseamos las palabras correctas.
Queremos aprobar la verdad, pero no obedecerla. ¡Por lo tanto, tenemos solo
la verdad parcial y fraseológica, haciendo que eso pase como el todo, como si
tuviésemos la realidad que estamos describiendo!
El tolerar voluntariamente tanto así como una sola mentira es violar toda la
verdad. Ser noventa y nueve por ciento verdaderos, o verdaderos por la mayor
parte, y presentar eso como toda la verdad es, en efecto, la mayor de las
mentiras; pecar en cualquier parte es haber pecado en el todo. Es en el área en
la que estamos más tentados a ocultar donde el asunto de la verdad está
realmente. ¿Cuál es la única verdad, el asunto final, aquella reserva que nos
impide entregarlo absolutamente todo a Dios? ¿Qué ha de cambiar para hacer
que la verdad sea realmente la verdad, y traer a la Iglesia y a su comunidad la
realidad de la presencia y gloria de Dios?
El Apóstol Judas Vio Este Día
¿Por qué será que tenemos tanta indisposición a criticar cualquier cosa que
aparente tener poder, especialmente cuando viene de personalidades y
ministros populares? ¿No podemos considerar la posibilidad de que esos
hombres bien pudieran ser los vehículos a través de los cuales puede venir el
engaño? Existe un patrón peligroso al que Dios quiere llamar nuestra atención
en el libro de Judas:
No obstante, de la misma manera también estos soñadores mancillan la carne,
rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores (Judas 8).
Pudiésemos haber pensado que esta advertencia en Judas habla de un tiempo
futuro cuando estas cosas serían tan groseramente expuestas que estaría por
demás claro a quiénes se refiere, pero percibo la resonancia de la referencia
hecha por Judas dentro de nuestra propia generación. Creo que el tiempo ha
venido para examinar la Cristiandad presente y sus ministros a la luz de estas
advertencias.
¿Quién hubiera pensado que Judas, verso 8, sería una descripción del ministerio
o ministros de hoy en día que pueden cautivar la imaginación de las masas, y
por quienes sentimos tal afecto? Dios bien pudiera describir a estas personas
como soñadores inmundos. Lo que hace que sus sueños sean inmundos es su
ambición, y la manera en que su ministerio se convierte en el medio hacia el
engrandecimiento personal, hacia el establecimiento de un estilo de vida que,
para ellos, parece perfectamente apropiado para la importancia de la obra que
presumen hacer. El estilo efusivo de sus ministerios y las elaboradas ofrendas
que requieren revela su ambición. El único ministro en que se podría confiar al
final de la edad es aquél que no sueña sus propios sueños, ni tiene ambición
personal, y que no se mira a sí mismo como un tipo de personalidad exaltada
demandando la atención, la devoción o el afecto de su audiencia.
¿Y qué es lo que significa “rechazar la autoridad”? ¿Pudiera ser que no tienen
un corazón real para la autoridad? Ellos hacen su propia cosa y no son
responsables o rinden cuentas ante nadie. Pueden tener credenciales
ministeriales en una organización cristiana, pero la estructura de muchas
organizaciones no se presta para hacer un balance. Tienen un gabinete y su
séquito, pero más veces que no, esas personas afirman al ministro en su propio
deseo y voluntad. ¿Qué tan dispuestos pueden estar a contradecirle o a exigirle
cuentas?
Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza
conocen, se corrompen como animales irracionales.
¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en
el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré (Judas 10-11).
Parte del error de Balaam fue el ministerio a la venta. En algún lugar durante
el curso del tiempo, a favor de sus propios intereses, un individuo se apropió
codiciosamente del ministerio, o del llamamiento, o incluso de la unción que
Dios le había otorgado. El Espíritu habló a través de Judas para describir un
portento de cosas que vendrían durante los Últimos Días a través de hombres
como esos, quienes no son de la fe, aunque son aceptos de alguna manera dentro
de ella. Ellos son una distorsión perversa de lo auténtico, y aun así tienen una
influencia poderosa en la Iglesia hoy en día.
Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con
vosotros se apacientan a sí mismos (Judas 12a).
Tienen acceso y lugares dentro de las celebraciones cristianas. La ausencia de
la conciencia de Dios como Juez ha producido una disminución del temor de
Dios, de tal forma que vemos la conducta más descarada, impía y sin sentido.
Siendo así, podemos entender que tanto perpetradores como participantes “no
tienen temor,” como si Dios mismo no estuviese observando, como si Dios
mismo no hubiera dicho en Su Palabra, “Estén seguros que su propio pecado los
encontrará.”
Nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin
fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman
su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada
eternamente la oscuridad de las tinieblas (Judas 12b-13).
Muy a menudo cuando tales ministerios colapsan, no transcurre mucho tiempo
antes de que el fundador caído establezca otro. No existe lugar semejante a una
empresa privada en Occidente, donde una estrella puede vagar de un lugar a
otro, emplear a un abogado para establecerse y convertirse nuevamente en una
estrella, enviando los materiales de relaciones públicas y el correo masivo. Estas
estrellas errantes parecen ser genuinas, pero después de que has dejado una de
sus reuniones o apagado la televisión donde estabas viendo una de sus
campañas, ¿qué es lo que realmente permanece en tu espíritu? ¿Qué cosa
efectual ha sido gestionada? ¿Qué ministerio significativo ha sido obtenido?
Estamos en el punto de un peligro tal, que algunos consideran la industria del
entretenimiento cristiano como el “sexto” de los cinco ministerios. Necesitamos
entender qué es el entretenimiento. Es sensacionalismo; llena el vacío del
aburrimiento; es una placentera distracción de las cosas que son reales y
actuales que merecen nuestra atención. La Iglesia es llamada por Dios a ser la
“columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15). Si somos escapistas, si
tenemos la necesidad de ser distraídos, o si no podemos sobrellevar las
realidades que constituyen nuestra vida y nuestra relación mutua en este mundo
presente, ¿a quién hemos de volvernos entonces? ¿Quién puede ayudarnos a
hacerle frente a estas realidades y a traer la respuesta redentora de Dios?
Entretener significa negar el pensamiento y la contemplación. De hecho, el
significado original de la palabra divertir es desviar la atención para engañar.
Si estos son los síntomas de nuestra condición como el Cuerpo de Cristo, ¿cuál
es entonces nuestra seguridad? El entorno en el cual puedo sentirme
confortable junto con cualquier expresión de poder en señales, maravillas o
milagros no es con “los grandes hombres de Dios de fe y de poder”, sino en el
patrón neotestamentario ejercitado en el contexto del Cuerpo de Cristo. Esta es
la intención de Dios desde el mero principio. Las señales de los apóstoles y las
maravillas que ellos realizaban confirmaron sus llamamientos y las verdades de
Dios que expresaban y vivían. El Poder estaba en congruencia con el carácter,
y no con una “estrella errante” quien es una nube sin agua. En otras palabras,
el contexto seguro en el que Dios deseó que se manifestara Su poder desde el
principio y dentro del cual Él tiene la intención de restaurar Sus señales y
maravillas debe de ser una expresión de fe que obra por amor. La fe como un
artilugio o fórmula la convierte en un método y en una técnica para la
manipulación, aún y cuando se empleen las escrituras. La fe es una cosa
demasiado sagrada para ser usada de esa forma. Para guardarnos de emplearla
mal, Dios nos dio la conjunción de la fe que “obra por el amor” (Gálatas 5:6).
Por lo tanto, necesitamos conocer a cada quién más que buscar y correr en pos
del “gran hombre de fe y de poder” para que nos imponga las manos para
liberarnos mágicamente de nuestros dolores. Los mantenemos porque no
hemos tenido el valor, en primer lugar, de llamar a los ancianos de la
congregación para que nos unjan con aceite y oren la oración de fe para que
seamos sanados y que nuestros pecados sean perdonados (ver Santiago 5:14-
16). De alguna manera, parece más fácil tener fe en una personalidad
impresionante, más que en uno de los ancianos o líderes de la Iglesia, a quienes
vemos todos los días. Esto nos libra de la vergüenza de tener que revelar alguna
cosa acerca de nuestras vidas que busquemos ocultar, ¡siendo que queremos ser
librados de precisamente eso! Debemos de permitir que la demostración de
poder al mundo incrédulo, validando el mensaje apostólico, venga dentro de la
estructura que Dios diseñó. Su estructura establece la seguridad y la cordura
que nos guarda del engaño cuando conocemos a nuestros líderes y somos
conocidos por ellos.
¿Y porqué razón necesitaremos de tanta sanidad, o de demostraciones de poder,
pues? Quizás Dios desea que examinemos la causa raíz. Las más de las veces,
existe una conjunción entre el pecado y la falta de salud, y Dios no
necesariamente quiere que ésta sea mágicamente restituida. Todavía más
importante, Él se reserva la prerrogativa de tratar con la raíz de la enfermedad,
la agitación y la tensión que vienen de una vida indisciplinada que no está de
acuerdo con la Palabra de Dios. Debiésemos de ocuparnos con el carácter de
nuestra vida, la calidad de nuestra caminata en el Señor, y con la realidad de
nuestras vidas en comunión como creyentes. Tenemos resentimientos de los
que no hemos hablado, amargura y celos que nos traban porque no somos para
confesar nuestras faltas los unos a los otros impidiendo así que se ore y que
haya sanidad. Toda esa evasión saldrá a la superficie, más veces que no, como
algo marchando mal en nuestras mentes o en nuestros cuerpos.

¿El Poder de Quién?


Cuando se prefiere una experiencia como una alternativa de solución rápida en
lugar de las disciplinas de buscar a Dios diligentemente, en lugar de la auténtica
vida apostólica de la iglesia, en lugar de la negación del yo y cargar con la cruz
cada día siguiéndole a Él, nos colocamos en un lugar de peligro espiritual. ¿No
está acaso el Señor cercano a todos los que le buscan? ¿Cuál es el beneficio
duradero de meramente recibir alivio de los síntomas que fueron las
consecuencias de serios defectos de carácter? Ciertamente esos mismísimos
defectos de carácter siguen con nosotros hasta que el proceso de santificación
ha hecho su obra. Sea lo que fuere que el futuro revele acerca del fenómeno de
avivamiento reciente, quizás lo más grande que salga de ahí será el profundo
arrepentimiento de multitudes de miles cuando reconozcan su susceptibilidad
al engaño, debido a su falta de discernimiento elemental. En su prisa por correr
tras las demostraciones de poder, dentro de atmósferas contrarias a la santidad
y carácter conocidos de Dios, se perdieron la realidad de la Iglesia como el
Cuerpo de Cristo.
Claramente, un poder, una potestad está obrando, pero la pregunta es, ¿de
quién? ¿Quién es el que está mediando, ofreciendo un gozo alternativo y menor
a los inmaduros, los carnales, los que no pueden discernir? Asumiendo que
nuestros temores sean exagerados y que las manifestaciones sobrenaturales
actuales son de parte de Dios—aunque estropeadas por ciertos excesos—, ¿de
qué manera es que los futuros prodigios y señales mentirosos serán diferentes
de aquellos con los que estamos siendo presentemente confrontados? ¿Qué
criterio ha de usarse para identificar la diferencia? ¿Estamos presentemente en
un nivel de madurez y discernimiento por el cual estas distinciones puedan ser
hechas? ¿A través de qué medios habremos de llegar a ese lugar si tenemos la
tendencia a mirar con sospecha a aquellos que solamente están cuestionando la
validez de dichas manifestaciones? El ridículo y la censura hacia quienes hacen
tales preguntas convierten en sospechosos los reclamos mismos a los que estos
revivalistas se adhieren. El hecho de que algo eventualmente termine en
bendición o liberación no es necesariamente la garantía o evidencia de que es
de parte de Dios.
Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y
prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos
(Mateo 24:24).
Las mismas potestades, las fuerzas y poderes de las tinieblas que han traído
enfermedad y depresión causadas por modos de vivir desordenados o impuros
igualmente pueden aliviarlas, e incluso restaurar relaciones que han sido
quebrantadas y hechas miserables por ellos, ¡con el propósito de traer un
engaño todavía más tremendo a través de la mera remoción del síntoma! Aun
el más arrebatado sentir de amor por Dios puede ser una pseudo-sensación
producida por espíritus en aquellos quienes son perezosos, que no hacen
discriminación, que no están dispuestos a hacer el sacrificio diario requerido
por un amor verdadero y devocional. ¿Es el “hambre de Dios” realmente eso, o
es un hambre de experiencias para calmar el alma insegura de que es conocida
y aceptada por Dios? ¿No es esto acaso el mismo motivo no confesado que hace
que muchos suspiren delante de los profetas de la actualidad con la esperanza
de recibir una palabra profética? ¿Acaso esta tendencia no promueve y alienta
la inmadurez de tales personas, más que animarlos hacia la obtención de la fe
de hijos maduros? ¿Preferimos entonces que se invoquen milagros sobre
nuestras vidas que no requieren esfuerzo alguno en lugar de buscar
diligentemente a Dios basados en la promesa de Su Palabra?

El Poder En Su Nombre
El énfasis en el poder y los milagros en la Iglesia abunda hoy en día y necesita
esta consideración para ser balanceado:
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que
creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y
estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios;
hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa
mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la
diestra de Dios.
Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y
confirmando la palabra con las señales que la seguían (Marcos 16:15-20).
Esta conclusión nos recuerda que una de nuestras tareas principales es predicar,
y que el Señor, quien estaba obrando con ellos, confirmó su predicación con las
señales que siguieron. Necesitamos por lo tanto, ver las señales, el poder y los
milagros—en el contexto de los propósitos de Dios—no como un sustituto de la
Palabra, no como una actividad independiente de la Palabra, sino confirmando
la Palabra. De esa manera fue en el comienzo de la Iglesia, y esa es la manera
en la que Dios lo tiene planeado en su conclusión.
Mi preocupación es que un poder o potestad está actuando a través de un pueblo
que piensa que todo lo que necesita hacer es invocar el nombre de Jesús como
un tipo de técnica o metodología. “En el nombre de Jesús” no es una frase
mágica que puede recitarse para obtener los resultados deseados. El nombre de
Jesús es una palabra poderosa que hace referencia a lo que Él es en Sí Mismo.
El efecto deseado de la obra o de la oración debe de estar de acuerdo con lo que
el Señor es en Sí Mismo: manso y humilde de corazón. Esto es el opuesto
diametral del pavoneo que tipifica nuestros ministerios de sanidad, de la
expectación de resultados dentro de presunción y exaltación egoísta que
desarmoniza completamente con Su carácter.
Es incluso más revelador leer las escrituras que inmediatamente preceden este
pasaje:
Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y
espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo. Habiendo, pues,
resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció
primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios.
Yendo ella, lo hizo saber a los que habían estado con él, que estaban tristes y
llorando. Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, no lo
creyeron. Pero después apareció en otra forma a dos de ellos que iban de
camino, yendo al campo. Ellos fueron y lo hicieron saber a los otros; y ni aun a
ellos creyeron. Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos
sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque
no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: Id por todo el
mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
La narración entera es una crónica de incredulidad, de una indisposición
impactante a creer en la evidencia de la resurrección, de indisposición a creer
el testimonio de las mujeres que habían recibido dicha evidencia de parte de un
ángel. Justo después de haberles reprochado severamente por su incredulidad,
Jesús añade inmediatamente, “Id por todo el mundo…”
Tengo un respeto sobrecogedor hacia la sabiduría de Dios. Esto es perfecto, y
está delante de nosotros como una advertencia sobria para todos en cada
generación que pudiésemos ser envenenados por la ambición religiosa,
pensando que todo lo que tiene que hacerse es aprender a realizar milagros, y
que entonces se puede ir y mirar a la gente caer al piso por montones y
atestiguar poder y milagros tremendos.
El Señor quiere recordarnos que los mismísimos hombres que Él comisionó para
predicar el evangelio fueron aquellos a los cuales Él reprendió por su dureza de
corazón e incredulidad. Que se nos recuerde que somos carne y sangre, tal como
ellos, nos mantendrá en un balance seguro. No estamos hechos de algo mejor.
Es admitir nuestra flaqueza, nuestro fracaso y nuestra debilidad como hombres
lo que nos salvará de la arrogancia y presunción que degenera en algo
muchísimo peor.
No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en
aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y
entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad
(Mateo 7:21-23).

Este es otro letrero de “cuidado” y un sano recordatorio de que no todo acto,


aún si tiene buenas consecuencias, es inspirado por Dios. Hay un poder en el
nombre de Jesús que evidentemente algunos pueden invocar, y obtener un
resultado, pero que no impresionará a Dios en el Día Final, cuando todos
nosotros estemos delante de Él como el Juez, donde nuestras obras serán
reveladas y probadas por fuego (1 Corintios 3:13). Muchos de nosotros
podríamos estar entre aquellos que le digan, “Señor, Señor, ¿no hicimos esto y
aquello, y profetizamos, e hicimos muchos milagros?” El hecho de que la
palabra “muchos” se encuentre en este texto, indica que realmente fueron obras
sustanciales que surtieron un efecto y que tuvieron consecuencias reales.
Empero, Él llama a aquellos que los hicieron “hacedores de maldad” porque
invocaron Su nombre, pero Él jamás les conoció.
Esto es una admonición acerca del uso y de la invocación del nombre de Jesús
como una especie de frase que, aún en su mala utilización, evidentemente tiene
una eficacia activa. ¡Eso significa que hay un peligro todavía mayor de ser
engañados! Sería muy diferente si esto solamente funcionase bajo una sola
condición—que fuera a través de uno que fuese enviado por Dios para hacer una
obra, una obra para la honra de Dios y para la glorificación del nombre del
Señor, en vez de ser proferido por la boca de un creyente carnal amante de la
sensación de poder y de auto-exaltación cuando un milagro es hecho a través de
él. ¿Quién de nosotros ha llegado a un lugar de santificación tal que crea que
está por encima de esa clase de egocentrismo espiritual? ¿O que no va a
sucumbir a la auto-exaltación si ve que grandes milagros están siendo realizados
por su mano por haber orado “en el nombre de Jesús”?
Dentro de la esfera donde actúa el poder, existe un riesgo enorme del cual
debemos de estar concientes, puesto que el texto aquí nos recuerda que ellos
dirán: “Señor, ¿no hicimos muchos milagros?” Realizar un milagro no es
garantía de que se está haciendo la obra de Dios. Ciertamente, no es una
garantía de la santidad propia, ni la confirmación de que Dios nos haya enviado,
o siquiera de que estamos en una relación correcta con Él. La mera invocación
del nombre del Señor se ha convertido en una práctica muy común. Cualquiera
puede vocalizar la frase, pero ¿eso la santifica? ¿Decirla hace que sea oficial?
Eso es lo que es profano: la utilización del nombre de Dios para validar de alguna
manera la cosa humana y religiosa que estamos promoviendo.
Necesitamos desarrollar un interés, si no es que una preocupación, por las obras
que son demostraciones de poder de Dios, que son de gloria para el nombre de
Jesús porque se hacen en Su nombre y en el Espíritu que es acorde con el
carácter de Su nombre. Son obras que se ejecutan en la humildad de personas
quienes no están buscando su propia promoción, quienes no se exaltan a sí
mismos cuando ven una evidencia de poder al invocar Su nombre. Necesitamos
comprobar el uso del nombre de Jesús en proporción exacta al conocimiento
real de Aquél cuyo nombre se invoca. Jesús califica de “malvada” toda obra que
no nace del conocimiento de Él o de la glorificación de Su nombre. Él no nos
permitirá, sin que suframos consecuencias, que manipulemos el poder
independientemente de la calidad de nuestra relación con Él.
El poder y los milagros deben de siempre estar en armonía con lo que Dios es
en Su propia persona, siempre con humildad y mansedumbre. Solamente
llegaremos a ser mansos y humildes en la medida de nuestra unión con Aquél
que es manso y humilde. La marca indiscutible del Dios verdadero, de Su
carácter y de Su persona, es Su mansedumbre. Cuando echemos mano de esa
mansedumbre junto con el poder, finalmente habremos llegado a la estatura de
hijos e hijas del Dios viviente en Cristo.
Si de alguna forma pensamos que sea imposible que jamás estemos entre los
muchos que dirán “Señor, Señor…” entonces nosotros, de entre todos los demás,
somos los primeros candidatos a ser engañados. No hay nada más propicio para
el engaño que la actitud pagada de sí misma de que nosotros estamos exentos.
Si nuestra carne ansía lograr grandes obras, milagros espectaculares y
demostraciones de poder, más que una relación pura con Jesús en verdad,
entonces ya estamos cayendo. La mejor seguridad para aquellos que serán los
instrumentos de Su poder está en tener esta calidad de relación y unión como
la primera prioridad antes de la expresión y manifestación del poder. ¿Qué
motivos tenemos para desear que el poder sea demostrado? ¿Es para honrar y
glorificar a Dios? Si nuestro motivo es aliviar la enfermedad y la desesperación,
tan honorable como sea, ese no es un motivo puro todavía. El primer motivo es
la glorificación de Su nombre y no una respuesta a la necesidad humana.

Aquél Inicuo
Está claro que el “inicuo” será experto en actuar con poder, señales y maravillas
con el propósito de engañar a los desprevenidos:
Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al
presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces
se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca,
y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por
obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo
engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor
de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para
que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a
la verdad, sino que se complacieron en la injusticia (2 Tesalonicenses 2:7-12).
Aquí hay otra advertencia más: hemos de ver cosas que serán
incuestionablemente milagrosas. El Señor las califica como perversas cuando
provienen de aquellos quienes no tienen amor por la verdad. Algo bien puede
ser un milagro, pero ser un milagro falso o engañoso. ¿Podemos discernir lo
uno de lo otro? ¿Y en base a qué estamos haciendo la distinción? Tenemos que
ver más allá de las cosas que son aparentes, y más allá de las cosas que se
emplean para santificarlas cuando, de hecho el asunto es, que son malvadas. La
iniquidad aquí, o el espíritu de los hacedores de maldad, es un deseo del alma
de recibir gratificación que viene con las señales de poder sin que tengan
relación con el carácter y la persona en cuyo nombre están siendo invocados.
¡Esas señales y maravillas lucirán como la cosa de adeveras! Si estamos tan
hambrientos de una demostración de poder, o de algo que rompa la monotonía
de nuestros predecibles servicios dominicales, vamos a caer de lleno en la
trampa.
No se trata solamente de la verdad, o del reconocimiento de la verdad lo que
Dios nos señala como crítico a la hora de ser engañados. El punto aquí es que
ellos no recibieron un amor por la verdad. La verdad necesita ser amada, o no
sufriremos los sacrificios por los cuales se obtiene dicha verdad. Confesar
nuestras faltas mutuamente es ser veraces. Es un sacrificio humillante y
doloroso, y solamente lo haremos si tenemos amor por la verdad. Tal amor
capaz de pagar cualquiera que sea el costo, es la provisión de Dios para
guardarnos del engaño y de que seamos deslumbrados por señales y prodigios
mentirosos. Si estamos habituados al efecto de estos, si solamente queremos
experimentar la emoción, no hay duda alguna de que hay un vacío en nuestras
vidas que desea ser estimulado por el aparente milagro y poder sin hacer
demasiadas preguntas acerca de cómo es que sucedió. En ese punto ya no
importa quién lo realizó, ni quién está ultimadamente recibiendo el beneficio o
la gloria por la actuación, porque ya nos hemos convertido en candidatos al
engaño. ¿Amamos la verdad lo suficiente como para hacer esas preguntas?
¿Estaremos alertas, o simplemente nos dejaremos impresionar por la fachada
exterior?
Evidentemente, a la vista de Dios, existe una conjunción entre el carácter y el
poder que es muy importante. Igualmente, hay otra conjunción entre las
señales y prodigios mentirosos con la injusticia. En este contexto, la injusticia
es cualquier ejercicio de poder invocando el nombre del Señor que no tenga que
ver son Su gloria y honor, sino con la gloria y honor de aquél que lo exhibe.
Recibir la adoración de quienes sean beneficiados por el ministerio es injusticia
porque es un uso incorrecto del nombre del Señor con el propósito de auto-
exaltarse.
Hay algo más importante que ser liberado de los desesperanzadores síntomas
del dolor, algo que es mucho más importante que demostraciones
impresionantes de prodigios y señales; se trata del temor de Dios y del deseo de
Su gloria. Cuando esto no es nuestro celo y preocupación final, nos hacemos
candidatos al engaño. Las señales y maravillas que son una mentira lo son
porque no llaman la atención de aquellos quienes los observan o de quienes se
benefician de ellos hacia el Señor Mismo, sino hacia aquél quien los realiza “en
el nombre del Señor.”
Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio
para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo
cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro
Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 2:13-14).
Aquí está la referencia a la gloria de Dios como un factor preponderante para
estar seguros. ¿Quién de nosotros preferiría continuar con el sufrimiento de
una enfermedad física no sanada si fuera más apropiado para asegurar la gloria
de Dios que nuestra sanidad? En la sabiduría del Señor, existen sufrimientos
físicos que no son sanados. Este asunto es lo que le place a Él hacer, lo que
mejor sirve a Sus propósitos, y lo que redunda para Su gloria eterna. Dios no
nos ha llamado a una Cristiandad con bombo y platillo, a la conveniencia
carismática, a servicios emocionantes o a personalidades grandiosas; Él nos ha
llamado a alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Capítulo 3
El Conocimiento del Dios Santo
No existe nada que debiésemos de apreciar, preservar y proteger con mayor
empeño que el sentir y el conocimiento de Dios como de hecho Él es, más que
Dios como hayamos pensado que sea. Si perdemos el conocimiento de Dios
como Él es en realidad, ¿qué nos queda entonces? ¿Quiénes somos? ¿Cuál es
nuestro testimonio? Todo en el mundo, incluso en el mundo religioso, conspira
contra el conocimiento de Dios. Irónicamente, una de las extrañas paradojas
comunes e implícitas en la fe es que nuestro propio entusiasmo y deseo por
reuniones exitosas pueda oponerse y llegar a ser el mayor detrimento en nuestra
obtención del verdadero conocimiento de Dios.
Siempre hay lugar para el peligro de hacer que Dios se vuelva algo cotidiano, de
convertirlo a Él a nuestra propia imagen. Y podemos llegar al punto de ni
siquiera estar concientes de lo que estamos haciendo. El lamento de Dios hacia
nosotros a través del profeta Isaías es que hemos pensado de Dios como alguien
semejante a nosotros, y que el conocimiento de Él es enseñado por preceptos de
hombres, pero una vez que uno a recurrido al precepto, ya no es Dios el que está
siendo proclamado, sino los principios acerca de Dios, no Dios Mismo.
Se nos anima a “contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a
los santos” (Judas 3). La fe no es un pliego de doctrinas o un medio a través del
cual obtenemos algo de Dios. La fe genuina es la aprehensión de Dios como Él
es, el sentir de Él, el temor y el asombro de Él. Este conocimiento lo templa
todo. Si no encontramos este conocimiento en la Iglesia, entonces el mundo es
abandonado a su suerte y pierde cualquier esperanza de conocer a Dios en
verdad.
Siendo así, no es de asombrarse que las señales y milagros de los recientes
avivamientos encuentren una aceptación general. Somos de antemano una
audiencia que busca algo nuevo, necesitando experimentar un estímulo.
Nuestra vida cristiana es difícilmente algo más que una sucesión interminable
de predecibles cultos de domingo. Desgraciadamente, aquello que tanto
deseamos no es lo que realmente necesitamos. Al contrario, probablemente nos
aleje de obtener el verdadero conocimiento de Dios.
¿Acaso no se nos exhorta a probar todos los espíritus? ¿Cómo entonces
podemos ignorar la prevalencia de aberrantemente ensordecedora música de
adoración, ofrendas de alto calibre, verdaderas actuaciones de teatro y la
atmósfera imperante de carnaval en tantas de nuestras reuniones? ¿Y qué
acerca de los chillidos que dejan helada la sangre y los gritos que acentúan los
procedimientos? ¿Qué es lo que hacemos ante la patente ausencia, a veces solo
como mera formalidad, de la proclamación de la Palabra? ¿Cómo respondemos
a aquellos testimonios que embotan el espíritu, a menudo expresados en un
estupor discordante con la dignidad de Dios?
¿Ha Dios dejado de ser el Dios que insistía en que Sus sacerdotes ascendieran al
altar usando una rampa en lugar de escalones para que nada de su carne
quedara al descubierto (Éxodo 20:26)? Es un requerimiento peculiar, pero al
levantar una pierna para subir de un peldaño a otro, existía la pequeña
posibilidad de que se revelase la carne del sacerdote, y la rampa aseguraría que
esto no sucediera. Él es el mismo Dios que mandó a Aarón que vistiera la
diadema de oro continuamente sobre su frente (Éxodo 28:36), el mismísimo
lugar que hoy en día hacemos rápidamente disponible para recibir un toque
buscando el efecto deseado de ser “derribados por el Espíritu.”
Y hablarás a los hijos de Israel, diciendo: Este será mi aceite de la santa unción
por vuestras generaciones. Sobre carne de hombre no será derramado, ni
haréis otro semejante, conforme a su composición; santo es, y por santo lo
tendréis vosotros. Cualquiera que compusiere ungüento semejante, y que
pusiere de él sobre extraño, será cortado de entre su pueblo (Éxodo 30:31-33).

Claramente, la advertencia es contra falsificar el aceite de la unción o contra


fabricar algo semejante. ¿Cuántos de nosotros consideraríamos el uso de
amplificadores para sacudir a la gente creando una atmósfera para el Espíritu
como fabricar un aceite de la unción? Dios ungirá lo que Él señale, no lo que
queramos para nuestra propia satisfacción y disfrute, o para asegurar que el
culto sea bueno. No hagamos otro aceite semejante. En su libro, El Poder
Latente del Alma, escrito en la década de 1920, Watchman Nee advirtió acerca
del poder del alma (entendiéndola como mera emotividad), y contra el engaño
que puede ser inducido con instrumentos musicales y aquellas cosas que había
antes de que fuesen inventados los amplificadores.
Nuestro dolor es para que la “Santidad a Jehová” sea inscrita nuevamente en las
frentes de hombres y mujeres sacerdotales que se pongan firmes por Él durante
ésta edad nada menos que vulgar. Es también el clamor de Isaías:
Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de
ella; purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová (Isaías 52:11).
…y del apóstol Pablo:
Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de
Dios (2 Corintios 7:1).

Una apreciación por la santidad del Señor debe de acompañar cualquier


avivamiento genuino o despertar del pueblo de Dios. ¿Cuántos de nosotros
conocemos la santidad a la que me estoy refiriendo? Tenemos una vasta
descripción en la Escrituras en los libros de Éxodo, Deuteronomio, Levítico y
Números que claramente define un Dios santo y un pueblo santo. Se trata de
un pueblo de los Últimos Tiempos, un remanente quienes tengan esa misma
diadema que hacía presión contra la frente de Aarón en donde estaba escrito,
“Santidad a Jehová”; gente que siempre está consciente de lo que dicen y de lo
que hacen porque saben que están delante de un Juez santo. Tal preocupación
celosa por la santidad de Dios es prácticamente desconocida para nosotros; se
ha perdido. Esta revelación es una provisión de parte de Dios, y si está
profundamente gravada en nuestros corazones, será una defensa y una muralla
contra la edad fingida y barata en la que vivimos.
El Espíritu Santo bien pudiera ser llamado el “Espíritu de Santidad.” Este
ministra en el espíritu de la verdad, el espíritu de la justicia, el espíritu de la
santidad. Cuando es recibido de esa forma, Él será para nosotros ese poder y
esa capacitación necesarios en nuestras vidas. ¿Cómo podrán los judíos,
quienes están tan enredados en el espíritu del mundo y son sus principales
promotores, ser salvados de su propio engaño masivo si no hay una Iglesia que
pueda mostrarles la santidad de su propio Dios?

Adoración y Sacerdocio
La tragedia del Movimiento Carismático, con todo su énfasis en alabanza y
adoración, es que sus adeptos lo han convertido en una técnica para su
beneficio, para generar cierta atmósfera propicia para lo que siga a
continuación. Lo han hecho para nosotros, más que para Él. La verdadera
adoración bien pudiera ser descrita como la expresión no premeditada,
espontánea de una realidad en Dios que viene a través de gente que ha estado
junta lo suficientemente y en tal intensidad como para obtener dicha realidad.
Ellos han llegado a un lugar de veracidad en su conocimiento de Dios y en su
caminata ante los demás en comunión verdadera bajo la sombra de la Cruz.
¿Tenemos acaso el temor de Dios suficiente como para resistir el ser
persuadidos por acordes musicales u otros métodos que apelan al alma en lugar
de al espíritu, que tienen como fin encajarnos en cierta predisposición? Tales
manipulaciones impías obran contra los más altos propósitos de Dios.
Solamente un sacerdote se estremecería ante estas cosas, mientras que aquellos
que meramente desean ser entretenidos no van ni a pestañear.
En el corazón del sacerdocio hay un “esperar en Él” hasta que llegue el tiempo
que a Él le agrade. Si deseamos ser la revelación de Su luz, vamos a tener que
reconsiderar qué es lo que estamos haciendo cuando nos lanzamos en la así
llamada adoración y cantar coros, u otras simulaciones de esperar en Dios. A
menos que haya un sentir de lo que es sacerdotal, la alabanza será solo
mecánica, o un medio, una manipulación, y esto no es entrar en el lugar santo
para nada. Degenerar hasta el punto donde la alabanza sea celebrada como lo
es actualmente mientras que realmente es una manipulación es una tragedia.
Se convierte en pura retórica y palabras, en un vocabulario que no tiene vida
genuina o significado.
Los dos hijos de Aarón murieron por ofrecer fuego extraño. Ellos eran
sacerdotes, llamados por Dios, pero actuaron en base a un deseo de evocar la
gloria de Dios cuando no era su derecho. Ellos vieron algo que fue demostrado
por la obediencia de Aarón y Moisés, y pensaron que podrían hacer lo mismo.
Se presentaron en el momento equivocado, de la manera equivocada y en lugar
de invocar un fuego glorioso, invocaron un fuego que los fulminó. ¡Fuego
extraño! Tenía la forma, pero no era lo verdadero, y en lugar de traer vida, trajo
muerte.
Este episodio contiene una profunda revelación para nosotros el día de hoy. Aun
Aarón como Sumo Sacerdote no podía entrar al Lugar Santísimo a su antojo.
Habiendo atestiguado la muerte instantánea de sus hijos, ¿cómo podría él
pensar que podría entrar al lugar santísimo cuando así lo eligiera? ¿Cuál es la
aplicación práctica para nosotros? ¿Pensamos que podemos entrar cuando nos
venga en gana al lugar de adoración santa? ¡El solo juntar la banda o la orquesta
y hacer sonar los coros no significa que estamos adorando! Eso no es el incienso
verdadero o los carbones encendidos de los cuales se eleva una nube de olor
fragante en la que Dios se manifestará. Sonará a golpe seco, no será una gloria,
y si seguimos haciendo las cosas de esa manera, obtendremos profecías falsas,
exhortaciones baratas, cosas calculadas para evocar de nuestra parte cierta clase
de respuesta. Iremos de ser inmaduros, moviéndonos en las emociones, hasta
el punto en que seamos completa e irremediablemente engañados.
Eunucos para Cristo
Jesús habló una vez acerca de los eunucos. Dijo que hay algunos que nacen
siendo eunucos, quienes nunca tendrán el medio físico para la gratificación que
es otorgada a todos los hombres; que algunos son hechos así por los hombres,
y que otros se han hecho a sí mismos eunucos por amor al reino de los cielos
(ver Mateo 19:12). Solamente se puede creer implícitamente en un eunuco. Él
no se va a apropiar de nada para sí mismo, porque como el Señor, un eunuco ha
sido “cortado de la tierra de los vivientes” (Isaías 53:8b), y Dios nos ofrece la
misma oportunidad. La cruz de Cristo es la provisión para que nosotros
podamos ser cortados también de la tierra de los vivientes.
Un eunuco por amor de Cristo es la única persona que estará a salvo al final de
la edad, una edad que abunda en iniquidad, llena de inmundicia y lujuria, de
seducciones poderosas y sensualidad. Él ha reconocido las inclinaciones
horribles de su carne, y ha visto que el discipulado auto-conciente no es la
respuesta; ha visto que cantar los coritos no es la respuesta. Hay solamente
una respuesta; es la cruz de Cristo Jesús, no la falsificación de plástico, sino la
sangre salpicada sobre la cruz, el lugar de sufrimiento y vergüenza a donde Dios
nos está invitando.
La cruz es el poder de Dios para salvación a aquellos que se le unan, quienes se
han hecho voluntariamente eunucos para Cristo. Necesitamos ver esta verdad,
venir a ella y aferrarnos a ella hasta el final de la edad. Habiendo hecho esa
decisión, invitaremos a la muerte diariamente, a la reiteración diaria del
misterio del sufrimiento en formas que son apropiadas de una manera única
para nuestra vida, nuestro llamamiento y nuestra caminata.
La vida de Cristo jamás será amalgamada a la nuestra a menos que sea a través
de la condición necesaria de morir diariamente. El drama entero, la re-
representación y la base para ello son futuros, pero también hay una parte que
debe de cumplirse diariamente en nosotros. Si la cruz no opera diariamente, si
no estamos dispuestos a sufrir sus muertes, nos hacemos candidatos al engaño.
El asunto de ser salvados del engaño es el asunto de la cruz, y nuestra
disposición a ser despiadados con nosotros mismos y a sobrellevar el
sufrimiento que implica cuando Dios clarifica las cosas. Si racionalizamos y
justificamos nuestra conducta, si encontramos una forma de explicar las cosas
de tal forma que nos gratifique y nos salve de nuestra percepción del pecado
como tal, entonces somos, en la misma medida, candidatos al engaño. Ese es el
porqué las escrituras citan al amor por la verdad como uno de los medios
principales por los que somos salvados del engaño, no a través de un amor por
algo que es técnicamente correcto, sino la verdad como Dios la ve.
La expresión más aguda de lo que es la verdad es Cristo y Él crucificado. El
individuo que se aleje de la cruz no vive una vida cruciforme y está indispuesto
a sobrellevar el sufrimiento de la cruz. Deseando la “bendición” pero no la vida
de la cruz, se hace candidato al engaño. Ese engaño bien pudiera ser permitido
por Dios Mismo, quien dará permiso a las ilusiones mentirosas para que caigan
sobre aquellos que han despreciado el amor de la verdad. La mera tolerancia
por la verdad, o aun el respeto por la verdad no son suficientes. Solamente un
amor por la verdad tiene el poder de guardarnos del engaño. Necesitamos ser
despiadados en este sentido y aplicar la cruz, trayendo muerte sobre aquellas
cosas a las que Dios llama nuestra atención y que nos permite ver justamente
para ese propósito.
Capítulo 4
El Clamor Por Realidad
Si la Iglesia ha de cumplir su llamamiento para representar una realidad aparte
de lo que prevalece en el mundo, debe de ser eminentemente real,
eminentemente amante, viviendo eminentemente en la verdad. Debe de hablar
la verdad, caminar en la verdad y hacer la verdad. Debe de ser verdadera. Más
que meramente estar en lo correcto, o ser escritural y doctrinalmente adecuada,
la verdad debe de ser teñida en el tejido y tuétano del pueblo de Dios. La verdad
necesita estar en nuestros ojos, nuestro hablar, en la inflexión de nuestra voz,
en nuestra postura y conducta.
Las cosas auténticas no son baratas. ¿Estamos dispuestos por amor de la
verdad, a rehusarnos a aprovechar la primerísima cosa que parezca
presentarnos una posibilidad de resolver nuestros problemas que llegue
flotando a donde nos encontramos? ¿Estamos dispuestos a refrenarnos para no
simular algo en nuestra propia humanidad que tenga la apariencia de amor,
pero no lo es? ¿Estamos dispuestos a esperar aquello que viene de lo alto, no
importando lo mucho que tengamos que soportar la terrible agonía de una
reputación pulverizada? ¿Qué tanto estamos predispuestos a presentar una
farsa melosa que sea bien recibida por los hombres? Hemos sido inducidos al
espíritu de locuacidad, a las fáciles y zalameras alternativas a lo verdadero, y
somos rápidos en reconciliar aquello que no está reconciliado en Dios, solo para
sufrir persistentes problemas, dilemas y hábitos que simplemente no se
solucionan ni nos dejan en paz. Queremos resurrección sin el dolor y la
ignominia de la cruz. Pero es solamente en la agonía final y la devastación de
la cruz que la gloria suprema puede venir.
¿Somos amantes de la cruz? ¿Amamos las astillas, la sangre y la humillación de
ésta? ¿Reconocemos que hay una cruz que debemos de llevar, y que somos
llamados a éste sufrimiento? La resolución del dilema no estará lejos de
nosotros si buscamos las cosas que son auténticas y verdaderas. ¿Tenemos el
discernimiento para distinguir entre lo auténtico y las falsificaciones? ¿O
estamos tan habituados al éxito, tan deseosos de atestiguar los efectos visibles
del poder, que no somos muy discriminatorios a la hora de evaluar los métodos
usados para conseguirlo? Deseamos “tener éxito” porque la posibilidad de
fracaso es una forma de morir que no estamos dispuestos a sobrellevar todavía,
pero ¿hemos realmente entendido cómo es que Dios define el éxito?
La Alemania Nazi puso gran énfasis en demostraciones del tipo más
impresionante, tales como las reuniones en Nuremburgo con marchas,
ceremonias con antorchas durante la noche y otras prácticas paganas que
llenaron el vacío de la vida germana con grandes emociones e intensidad. Se
trataba de una respuesta a la necesidad de llenura, emoción y realización. Si no
poseemos una realidad apostólica válida dentro de nuestra vida espiritual, ese
vacío será llenado por otros contendientes que esperan ansiosos su oportunidad.
Si nos movemos a la esfera de aquello que es falso, sintético, conducido por
humanidad y no por la operación del Espíritu, podremos movernos muy
fácilmente de lo carismático a lo demoníaco. El engaño siempre está
relacionado con una perspectiva distorsionada e inadecuada de Dios. Nuestra
habilidad para discernir aquello que se propone como una manifestación
sobrenatural de Dios, depende de nuestro conocimiento de Él en la verdad.

La Percepción Correcta de Dios


Cómo nos relacionamos con Dios es afectado en gran medida por cómo le
percibimos a Él, y es aquí donde se ubica la raíz del problema. De nuestra propia
subjetividad, creamos una distorsión y vemos a Dios a través del prisma de
nuestro propio ser. Muchos de nosotros vemos a Dios como el muchacho que
hace los mandados, quien ha provisto la conveniencia de reuniones para
satisfacer nuestras necesidades, pero es solamente con aquellos que son puros
que Dios se muestra a Sí Mismo (Salmos 18:26).
Para poder percibir a Dios de la manera correcta, algo es requerido de nuestra
parte. Si tenemos cualquier clase de controversia con Dios, el problema no es
de parte de Dios, sino nuestro; estamos proyectando algo en Él. Israel fue
culpable de éste pecado. Nuestra más grande necesidad es la de ser
transformados a Su imagen, no la de proyectar nuestra imagen sobre Él. Dios
no es una mera conveniencia. Él es Dios, el Creador y el Todopoderoso.
Pareciera como si esas grandes designaciones de Dios hubieran perdido su
fuerza. Quizás hemos usado demasiado esos títulos, y ahora se han convertido
en una invocación mecánica. A menos que le conozcamos en aquél lugar que es
demasiado profundo para ser descrito con palabras, hemos de preguntarnos si
realmente le conocemos en absoluto. Hasta que haya un jadeo súbito y
tartamudez, hasta que nos encontremos postrados y tendidos delante de Él
como muertos, ¿realmente podemos decir que le conocemos? ¿Cuántos de
nosotros pasaremos por una vida cristiana entera sin el verdadero conocimiento
de Dios como Él es y permaneceremos perfectamente conformes, pensando que
le conocemos y creyendo que a veces incluso podemos comunicarlo a otros?
Las manifestaciones de poder sobrenatural son desconcertantes y causan
perplejidad en la Iglesia en cada nación, con muchos preguntándose “¿Será
Dios?” No estamos en una posición para condenar categóricamente como
engaño los beneficios aparentes de los cuales muchos testifican. Dios siempre
es libre de bendecir a quien quiera bendecir. Sin embargo, en lo que respecta a
mí mismo, siempre voy a escoger mantener mi distancia de los fenómenos
sobrenaturales extraños del tipo que circulan presentemente en la Iglesia,
creyendo que cualesquier cosa que pueda estarme perdiendo no es más grande
que aquello que estoy protegiendo y valorando, confiando que el Señor no es
ofendido por una cautela que pueda errar en celo por Su santidad en lugar de
arriesgar subvertir aquello que nos ha sido ya dado como puro y verdadero.
En nuestra codicia por experiencias, nos entregamos sin pensarlo a
personalidades dudosas que han captado las fantasías del público de la noche a
la mañana. Yo respeto profundamente el uso de parte de Dios de aquello que es
débil y menospreciado, pero por esa razón, no puedo endosar algo de colores
chillantes, barato y tosco como aquello “débil y menospreciado” de lo que Pablo
está hablando. “Santidad a Jehová” es todavía el estándar de la Casa de Dios,
aún cuando no sea espectacular ni pretencioso a nuestros ojos.
Si tenemos un poco de celo de que la Iglesia cargue con el nombre del Santo de
Israel, debiéramos de analizar con ojo crítico las señales y maravillas en lugar
de asentir inconscientemente y de darnos a nosotros mismos en nombre de la
“bendición”. Es posible pagar un precio demasiado alto por la bendición, y si
ese precio es la denigración de Dios y de Su nombre, hemos cruzado ya esa línea
invisible.
Esperar es una función sacerdotal, y necesitamos esperar para ver si nuestros
espíritus están en sintonía con aquello que estamos escuchando que se declara
desde las plataformas de nuestras iglesias. ¿Es compatible con nuestro presente
conocimiento de Dios? Si no lo es, entonces pueden pararse de cabeza, correr
por toda la plataforma y ejecutar cualquier tipo de locura que se les ocurra, pero
no hemos de asentir a nada de ello. Necesitamos guardar nuestra integridad en
Dios y no debemos de permitirnos ser influenciados, dejados llevar, o afectados
por las últimas tendencias en la cristiandad.
…sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la
cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí
por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia
de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Efesios
4:15-16).
Apocalipsis 12:11 nos dice,
Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del
testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.
Vencer está condicionado por aquello que hemos logrado en nuestra relación
con Dios, por nuestra historia personal de conocimiento de Dios, así como por
los reproches y sufrimientos que han acompañado nuestra obediencia al Señor.
El conocimiento de Dios es precioso y querido. Necesitamos convertirlo en el
índice de todo conocimiento aparte. Si las señales milagrosas y los prodigios no
son compatibles con lo que ya sabemos y hemos probado—el conocimiento de
Dios como Dios—, entonces necesitamos mantener a distancia aquello que
pretende ser de parte de Dios, aún si parece bendecir a otros.
Hay seguridad en evaluar los fenómenos sobrenaturales a la luz del
conocimiento ya probado que tengamos de la santidad de Dios. Tengo un celo
por ese depósito interior, ese residuo del conocimiento de Dios que está más allá
de las palabras. No puedo articularlo, pero sé que se encuentra en la parte más
profunda de mi ser, y absolutamente todo debe de ser probado por ello. Si algo
que se presenta como de parte de Dios no está en resonancia con lo que
actualmente sé que es el carácter y el camino de Dios, entonces soy alertado, y
no puedo recibir indiscriminadamente lo que otros están aplaudiendo. Eso ha
sido una provisión que me ha salvado la vida, y debiera serlo para todos los
creyentes.
En el Salmo 24, Dios distingue aquellos que subirán al santo monte de Sión como
aquellos de “manos limpias y puros de corazón,” quienes no han entregado su
alma a cosas vanas ni a falsedad corriendo hacia todo lo que tenga sonido a
avivamiento, a las reuniones de sanidad, y a las innumerables plataformas con
sus predicadores y profetas. Él le dice a aquellos que ascenderán este monte
santo y que abrirán las puertas para que el Rey de Gloria pueda entrar, “Tal es
la generación de los que te buscan, de los que buscan Tu rostro” (verso 6). No
es necesario correr a algún lugar para buscarle; Él está justo donde lo estás tú.
Sé inexorable contra ti mismo cuando apartes tiempo para buscar a Dios. Si le
buscamos con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, Él promete
encontrarnos.
Capítulo 5
La Iglesia Verdadera: El Lugar Seguro
En la relación con nuestros compañeros creyentes, necesitamos estar recibiendo
el tipo de cosas que constituyen una vida real y apostólica. ¿Estamos
madurando en nuestro conocimiento de Dios? ¿Estamos siendo llamados en
nuestros espíritus y nuestras mentes y en la totalidad de nuestro ser? Si no,
terminaremos asentándonos en un estilo de vida mundano y predecible, o bien
pudiera ser que nos encontremos un día con una comezón de llenar ese vacío
corriendo hacia los lugares donde están siendo ejecutadas impresionantes
demostraciones de poder. ¿Pero qué si esos fenómenos son milagros, maravillas
y señales falsas o mentirosas? Seremos atraídos hacia los individuos que
parecen tener estos poderes, y a los ministerios que los exhiben. La condición
de nuestras vidas cristianas inadecuadas y convencionales nos convertirá en
receptáculos abiertos de este poder falso. Una prevención para esto es la obra
de Dios en nuestra propia comunidad, lo que debe de impedirnos que
busquemos compensación fuera de este contexto.
No podemos crecer fácilmente siendo nutridos y en la admonición del Señor en
un ambiente de meros servicios dominicales puntualizados cada y nunca por el
estudio bíblico entresemana. La Iglesia verdadera no es un suplemento de
domingo. Estamos llegando al final de la edad. Dios tiene grandes propósitos
por consumar a través de Su pueblo, pero ello ocurrirá solamente a través de la
porción de la Iglesia que le conozca y que hará grandes hazañas como resultado
de ese conocimiento. Pablo lo entendió cuando dijo,

A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus


padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte (Filipenses 3:10).

Existe un conocimiento de Dios obtenido en unión con los sufrimientos de Cristo


que es exquisito, el cual no podemos adquirir de ninguna otra fuente. ¿Cuál es
nuestra actitud presente hacia los sufrimientos de Cristo? ¿Estamos más a
gusto con la mentalidad del mundo con su búsqueda del placer y de evitar el
dolor a toda costa? ¿Estamos todavía esencialmente protegiendo nuestras vidas
y salvaguardando nuestra privacidad? No somos más que un conglomerado
casual de individualidades que retienen y viven su estilo de vida privado.
¿Dónde está la Iglesia del tipo apostólico en donde aquellos que creían estaban
juntos?
Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor
Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos (Hechos 4:33).
Vamos a tener que romper los muros de ladrillo que hemos construido a nuestro
alrededor. Estas vidas privadas, separadas y aparte están en agudo contraste
con el carácter distintivo, el genio y la esencia de la Iglesia verdadera. La Iglesia
genuina es un sufrimiento antes de que sea una gloria, meramente por lo que
somos en nosotros mismos, juntos, en la intensidad de esa comunión.
¿Estamos en una comunión que lo es de verdad, más que solamente un agregado
de individuos que se congregan casualmente durante los domingos por un par
de horas? ¿Está la gente saliendo en la misma condición en la que entró? Somos
llamados a ser cambiados de gloria en gloria y a contemplar en el rostro de cada
uno la gloria de Dios. ¿Estamos moviéndonos hacia “partir el pan en las casas”
(Hechos 2:46) como hizo la iglesia primitiva, y al mismo tiempo escuchando y
compartiendo las cosas que conforman una vida verdadera, experimentando el
poder redentor de Dios obrando a través de unos hacia los otros? Si nuestra
vida cristiana es básicamente un lastre, y si estamos buscando emociones y
demostraciones de aparente poder, entonces necesitamos urgentemente
verificar qué conforma la estructura y fachada de nuestra vida cristiana, tanto
individual como corporativamente.
¿Cuántos de nosotros estamos en una relación con creyentes en una base diaria?
¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a abandonar el tiempo que tenemos
reservado para pasarlo delante de la televisión, y la privacidad que tanto
disfrutamos, para hacer espacio para la intensidad apostólica de las relaciones?
No estoy hablando de meramente pasar visitando, sentándose a la mesa para
tomar una taza de café y tener una plática casual; eso no es un sinónimo de
comunidad. ¿Amamos lo suficiente al otro hermano como para decir, “mira, mi
espíritu está perturbado. Te escuché cantando en el servicio y oí tu testimonio,
pero algo en ello no cuadra. Le faltaba el verdadero gozo del Señor y tengo el
presentimiento de que estás deslizándote dentro de cierta mentalidad y espíritu
de actor. Si estoy equivocado, te pido que me perdones, pero el amor me obliga
a expresarte el sentir en mi corazón de alarma y de tener cuidado”?
¿Hay algo en nuestras vidas, algo incorrecto, que ha comenzado a manifestarse,
especialmente en el lugar donde pensamos que somos espirituales? ¿Preferimos
la privacidad a una exhortación diaria? ¿Preferimos acudir juntos a una
atmósfera de festival dominical para disfrutar de la buena sensación de
camaradería, y luego regresar al mismo patrón de privacidad y reclusión por el
resto de la semana? Si es así, encontraremos que el mundo aprovechará la
oportunidad para invadir, hacernos transigir y en última instancia, robarnos la
fe.
La comunidad en la que el pueblo no está en una relación auténtica los unos con
los otros diariamente no es aquello por lo cual murió el Señor de gloria. La
comunión verdadera es muy costosa, tanto en términos de humillaciones
inevitables, como en tener que ceder nuestra privacidad. ¿Estamos dispuestos
a hacer tiempo para la obra redentora y los propósitos de Dios en nuestras
comunidades?
La santificación que tan desesperadamente necesitamos para poder vivir vidas
cristianas auténticas no viene al agitarnos una varita mágica encima de la
cabeza, sino en la interacción con los hermanos. Viene con el desgaste, las
tensiones y roces que uno encuentra sólo en la verdadera comunidad, donde los
santos avanzan con determinación de gloria en gloria. La santificación viene a
aquellos que tienen un amor de la verdad, y que reconocen que la agencia por
la cual esa verdad puede ser formalizada y demostrada en la tierra es la Iglesia
de Cristo Jesús. Dios nos ha llamado a ser el fundamento y columna de la
verdad, pero si la Iglesia se convierte en un fenómeno que se desmorona; si es
suave, indulgente y corrupta; si ama su carne y sus lujos, ¿entonces qué
esperanza puede haber de que sea eficaz en el mundo?

La Iglesia Egocentrista
Mientras he estado sentado en reuniones, a menudo me he quedado de una pieza
cuando se hacen llamamientos para sanidad, viendo que casi todos salen de sus
asientos. Jamás he visto una Iglesia tan enferma en todo lugar, y creo que
seguiremos estando enfermos, tanto física como espiritualmente, mientras
vivamos vidas esencialmente egocéntricas. ¿Cuál es la primera pregunta que se
hace cuando se abandona el edificio el domingo a medio día? ¿No es acaso, “Qué
piensas del predicador? ¿Te gustó? ¿Te gustó la alabanza? ¿Te gustó el
sermón?” ¿Es acaso lo que a ti te gusta el centro esencial de tu ser y voluntad?
Estamos en el centro todavía, y no es de maravillarse que estemos enfermos; no
es de impresionarse que necesitemos ser sanados continuamente. Hasta que
hagamos de Dios, Su gloria, Su honor, Su nombre y Su propósito eterno el
centro, seguiremos estando enfermos hasta que nuestro foco central falso sea
desplazado.
Tener nuestro enfoque central en nuestro propio beneficio y en lo que podemos
recibir nos coloca en un caldo de cultivo para el engaño. La gracia salvífica de
Dios es que podemos tener otro centro fuera de nosotros mismos y aparte de
nosotros mismos: esto es, los propósitos eternos de Dios (Efesios 3:8-12).
Nuestra enfermedad es la preocupación con nosotros mismos, haciéndonos
candidatos al engaño. La medida correctiva es reemplazar nuestro
egocentrismo con aquello que Dios quiere, a saber, el celo por Su gloria. Que
vengan los beneficios espirituales, no porque sean nuestro objetivo principal,
sino que vengan como consecuencia de una vida de obediencia y disciplina. Una
vida así busca primera y primariamente las cosas que pertenecen al reino de
Dios y a Sus propósitos, y por ende hay beneficios que son la consecuencia
natural—pero no hemos de buscar los beneficios por sí mismos. Eso es
egocéntrico y lleva al engaño.
Buscar a Dios es doloroso para la carne. Somos perezosos, apáticos y
frecuentemente indiferentes. No podemos encontrar el tiempo; hay muchas
distracciones, incluso válidas y razonables. Pero la seguridad de los creyentes
se encuentra en la búsqueda de Dios en el lugar secreto y en el lugar Santo. Los
primeros resultados de la búsqueda de Dios serán sequedales, muerte y un
sentir de la presencia de Dios prácticamente nulo. Parecerá como que nuestras
oraciones no son capaces de pasar del techo. Estaremos siendo probados, y
necesitamos perseverar más allá del punto donde finalmente lleguemos un lugar
de gracia donde Dios Mismo nos brindará su asistencia divina. Entonces, no nos
hallaremos buscando experiencias o beneficios o el fuego de Dios o la revelación
para nuestra predicación. Más que eso, buscaremos a Dios por que Él es Dios.
No debe de haber otra razón para buscar a Dios, y ciertamente no debe de ser
por cualquier beneficio que nos venga como consecuencia. Cualquier búsqueda
de Dios con el motivo de buscar Sus bendiciones no es buscar a Dios para nada;
debe de ser sin ninguna preocupación o consideración por nosotros mismos.
Dios merece que nos postremos delante de Él; solo Él es Dios. Solo en ese lugar
podremos comenzar a percibir la veneración, maravilla y terror de Dios, el
temor de Dios y la santidad de Dios. Tal búsqueda es una provisión otorgada
por el Señor mismo para ayudarnos a ser salvados de la falsedad y el engaño.
Existe una configuración apostólica y profética de la fe que tiene su centro en la
cruz de Cristo. Si no conocemos este centro en la verdad, el sacrificio y el
sufrimiento del mismo, no nos encontraremos abrazando los propósitos eternos
de Dios, de los cuales el misterio de Israel en los últimos días no es el menor.
Por la falta de esa clase de orientación e iluminación, nos condenamos a
encontrar una alternativa a lo insípido de nuestras vidas, de lo cual el final es la
pérdida de la fe y la muerte espiritual.
Conclusión
Apóstata o Apostólico
Vivimos en un tiempo de separación, y lo que estamos viendo en la iglesia
contemporánea son las primeras expresiones de lo que distinguirá a la iglesia
apóstata de la iglesia apostólica. Es impresionante cómo el oponerse a lo
relacionado con los fenómenos de avivamiento es ya un factor que separa a los
creyentes en las iglesias. Si hay poderosos engaños actuando, esperamos con
ahínco el día en que aquellos que han sido engañados puedan reconocerlo, y
arrepentirse profundamente para que puedan ser restaurados hacia Dios, y en
esa restauración, ser habilitados para permanecer de pie en los Últimos Días.
En otras palabras, creo firmemente que el Señor va a obtener su valía de entre
las cosas que están sucediendo presentemente en Su iglesia.
Lo que estamos experimentando no es tanto el engaño en sí mismo, sino la
consumación final y la consecuencia ser superfluos y suaves en la fe. Nuestros
deseos infantiles han resultado finalmente en manifestaciones de señales y
prodigios mentirosos, que han sido hechos posibles por lo que los ha precedido:
La falta de fe disciplinada en un pueblo que ha sido motivado por las
experiencias en lugar de la Palabra, y por pastores endebles que están
demasiado amedrentados como para ofender, y por lo tanto hablan solamente
mensajes bíblicos blandos y generales. Nuestra condición presente es la
sumatoria de un error del espíritu que ha tenido una larga historia, y ahora
estamos precipitándonos hacia un día en donde lo reconoceremos
patentemente.
No es por demás considerar nuestra condición presente como análoga a la
crucifixión de Jesús por la nación judía. No fue el pecado en sí mismo, sino la
consumación final y la declaración de una apostasía del pueblo judío ya de
tiempo atrás que finalmente trascendió en ese crimen trágico. Decir que eso fue
la cosa en sí misma, y no ser capaces de percibir que aquello fue precedido por
una historia de apostasía, es un craso error. Estamos cosechando lo que estas
últimas décadas de tendencia carismática casual e indiferencia sembraron. Esta
falta de disciplina está ahora manifestándose en estos fenómenos que son de un
tipo seriamente dudoso. Al correr a ciertos lugares, como si fuesen algún tipo
de Meca, estamos actuando como si Dios pudiese ser encontrado solamente ahí,
y esta es una propagación del mismo tipo de tendencia hacia el engaño
inconsciente.
En mi opinión, ya hemos llegado al punto de no regreso, a la luz del hecho de
que tantos creyentes se han abierto y se han hecho susceptibles al tipo de cosas
que están tomando lugar. Dios ciertamente desea que oremos por aquellos en
esa condición lamentable. Tenemos a una generación entera que jamás ha
conocido la santidad de Dios, pero que hablan de Dios demasiado a la ligera.
¿Pero qué Dios? Me pregunto incluso, si las personalidades centrales liderando
el avivamiento han hecho pactos con alguien que no es Dios, y que ni siquiera
lo sepan. En una mentalidad de “obtener ahora sin preocuparse del futuro”,
ellos están recibiendo un poder para afectar cuerpos y vidas que piensan que
viene de Dios. En respuesta a su clamor porque algo suceda, estas almas
realmente piensan que realmente están comunicándose con Dios y que son un
canal para Él.
Necesitamos que se nos recuerde continuamente acerca de los engaños en los
Últimos Días, de todas las cosas falsas y engañosas:
Por que éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como
apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza
como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan
como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras (2 Corintios
11:13-15).
Necesitamos alcanzar la sobriedad a través de declaraciones de este tipo. Las
artimañas y astucia de Satanás son sobrenaturales. Las más poderosas de ellas
no son las que apelan a nuestra carnalidad, sino que apelan a la esfera espiritual,
¿pero espiritualidad de qué tipo?
Aún si lo que hemos estado observando en años recientes no son las señales y
prodigios mentirosos de los que hemos sido advertidos como característicos de
los Últimos Días, ¿entonces cuándo aparecerán, y cómo serán sustancialmente
diferentes en forma y apariencia a las señales y maravillas que estamos viendo
presentemente? ¿Cómo ejercitaremos el discernimiento si somos incapaces de
hacerlo ahora? Van a haber señales, maravillas, milagros, demostraciones de
poder acompañadas por aparentes beneficios grandiosos para los
recipiendarios. Pero serán señales y maravillas falsas o mentirosas, y si nuestra
preocupación es solamente el beneficio de ellas, y no tanto su origen, no seremos
capaces de discernir uno de lo otro.

Oración:
“Señor, apelamos a Ti en Tu gran misericordia. Ven, mi Dios, y sopla un sentir
de Ti Mismo sobre congregaciones que jamás te han conocido como debiesen.
En nuestra distraída superficialidad, nos hemos hecho candidatos para se
engañados de muchas maneras. Nos falta un espíritu quebrantado. No somos
acongojados o afectados por lo que está sucediendo. Celebramos las cosas que
están en contradicción con Tu santidad y decimos que vienen de Ti.
Señor, estamos en un estado que da lástima, y si estos no son los engaños de los
Últimos Días, de los cuales Tu nos has advertido, ¿cómo podremos ser
guardados de lo que ha de venir? Señor, estoy apelando a Tu misericordia.
¿Quién es el más susceptible de ser engañado sino aquél que piensa que su
espiritualidad es tan segura que no puede ser engañado?
Señor, te rogamos que traigas Tu humildad y quebrantamiento a la Iglesia para
salvarla de estas cosas terribles. Miramos a Ti, Señor, y sabemos que Tú tendrás
una Iglesia que será una gloria a tu nombre para siempre, que Israel será
restaurado a través a través de la mediación de Tu Iglesia, a través de su
misericordia y de su testimonio. Concédenos nuevas fuerzas para seguir
adelante y para ser lo que debemos ser a Tus ojos, y para con Tu pueblo, al
tiempo que en estos Últimos Días se cumplan más y más las cosas de las cuales
nos has prevenido. Alzamos nuestra mirada hacia Ti y te damos gracias por la
preciosa provisión de Tu Palabra, Tu Espíritu y por la Iglesia misma en su
configuración como un cuerpo de creyentes que pueden hablar la verdad en
amor, que pueden exhortar y animarse mutuamente todos los días, hablando
los unos a los otros como debemos, y recibir de cada quien aquello que
solamente puede venir a través de Tu Iglesia, la gran provisión santificadora
que nos has concedido para salvarnos, de tal forma que no tengamos que
comparecer delante de Ti con vergüenza en el día de Tu advenimiento, sino con
gozo al escuchar las preciosas palabras, “Bien hecho, buen siervo y fiel.” En Tu
Santo Nombre lo pedimos. Amén.”

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