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El Poder En Su Nombre
El énfasis en el poder y los milagros en la Iglesia abunda hoy en día y necesita
esta consideración para ser balanceado:
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que
creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y
estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios;
hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa
mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la
diestra de Dios.
Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y
confirmando la palabra con las señales que la seguían (Marcos 16:15-20).
Esta conclusión nos recuerda que una de nuestras tareas principales es predicar,
y que el Señor, quien estaba obrando con ellos, confirmó su predicación con las
señales que siguieron. Necesitamos por lo tanto, ver las señales, el poder y los
milagros—en el contexto de los propósitos de Dios—no como un sustituto de la
Palabra, no como una actividad independiente de la Palabra, sino confirmando
la Palabra. De esa manera fue en el comienzo de la Iglesia, y esa es la manera
en la que Dios lo tiene planeado en su conclusión.
Mi preocupación es que un poder o potestad está actuando a través de un pueblo
que piensa que todo lo que necesita hacer es invocar el nombre de Jesús como
un tipo de técnica o metodología. “En el nombre de Jesús” no es una frase
mágica que puede recitarse para obtener los resultados deseados. El nombre de
Jesús es una palabra poderosa que hace referencia a lo que Él es en Sí Mismo.
El efecto deseado de la obra o de la oración debe de estar de acuerdo con lo que
el Señor es en Sí Mismo: manso y humilde de corazón. Esto es el opuesto
diametral del pavoneo que tipifica nuestros ministerios de sanidad, de la
expectación de resultados dentro de presunción y exaltación egoísta que
desarmoniza completamente con Su carácter.
Es incluso más revelador leer las escrituras que inmediatamente preceden este
pasaje:
Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y
espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo. Habiendo, pues,
resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció
primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios.
Yendo ella, lo hizo saber a los que habían estado con él, que estaban tristes y
llorando. Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, no lo
creyeron. Pero después apareció en otra forma a dos de ellos que iban de
camino, yendo al campo. Ellos fueron y lo hicieron saber a los otros; y ni aun a
ellos creyeron. Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos
sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque
no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: Id por todo el
mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
La narración entera es una crónica de incredulidad, de una indisposición
impactante a creer en la evidencia de la resurrección, de indisposición a creer
el testimonio de las mujeres que habían recibido dicha evidencia de parte de un
ángel. Justo después de haberles reprochado severamente por su incredulidad,
Jesús añade inmediatamente, “Id por todo el mundo…”
Tengo un respeto sobrecogedor hacia la sabiduría de Dios. Esto es perfecto, y
está delante de nosotros como una advertencia sobria para todos en cada
generación que pudiésemos ser envenenados por la ambición religiosa,
pensando que todo lo que tiene que hacerse es aprender a realizar milagros, y
que entonces se puede ir y mirar a la gente caer al piso por montones y
atestiguar poder y milagros tremendos.
El Señor quiere recordarnos que los mismísimos hombres que Él comisionó para
predicar el evangelio fueron aquellos a los cuales Él reprendió por su dureza de
corazón e incredulidad. Que se nos recuerde que somos carne y sangre, tal como
ellos, nos mantendrá en un balance seguro. No estamos hechos de algo mejor.
Es admitir nuestra flaqueza, nuestro fracaso y nuestra debilidad como hombres
lo que nos salvará de la arrogancia y presunción que degenera en algo
muchísimo peor.
No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en
aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre
echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y
entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad
(Mateo 7:21-23).
Aquél Inicuo
Está claro que el “inicuo” será experto en actuar con poder, señales y maravillas
con el propósito de engañar a los desprevenidos:
Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al
presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces
se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca,
y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por
obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo
engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor
de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para
que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a
la verdad, sino que se complacieron en la injusticia (2 Tesalonicenses 2:7-12).
Aquí hay otra advertencia más: hemos de ver cosas que serán
incuestionablemente milagrosas. El Señor las califica como perversas cuando
provienen de aquellos quienes no tienen amor por la verdad. Algo bien puede
ser un milagro, pero ser un milagro falso o engañoso. ¿Podemos discernir lo
uno de lo otro? ¿Y en base a qué estamos haciendo la distinción? Tenemos que
ver más allá de las cosas que son aparentes, y más allá de las cosas que se
emplean para santificarlas cuando, de hecho el asunto es, que son malvadas. La
iniquidad aquí, o el espíritu de los hacedores de maldad, es un deseo del alma
de recibir gratificación que viene con las señales de poder sin que tengan
relación con el carácter y la persona en cuyo nombre están siendo invocados.
¡Esas señales y maravillas lucirán como la cosa de adeveras! Si estamos tan
hambrientos de una demostración de poder, o de algo que rompa la monotonía
de nuestros predecibles servicios dominicales, vamos a caer de lleno en la
trampa.
No se trata solamente de la verdad, o del reconocimiento de la verdad lo que
Dios nos señala como crítico a la hora de ser engañados. El punto aquí es que
ellos no recibieron un amor por la verdad. La verdad necesita ser amada, o no
sufriremos los sacrificios por los cuales se obtiene dicha verdad. Confesar
nuestras faltas mutuamente es ser veraces. Es un sacrificio humillante y
doloroso, y solamente lo haremos si tenemos amor por la verdad. Tal amor
capaz de pagar cualquiera que sea el costo, es la provisión de Dios para
guardarnos del engaño y de que seamos deslumbrados por señales y prodigios
mentirosos. Si estamos habituados al efecto de estos, si solamente queremos
experimentar la emoción, no hay duda alguna de que hay un vacío en nuestras
vidas que desea ser estimulado por el aparente milagro y poder sin hacer
demasiadas preguntas acerca de cómo es que sucedió. En ese punto ya no
importa quién lo realizó, ni quién está ultimadamente recibiendo el beneficio o
la gloria por la actuación, porque ya nos hemos convertido en candidatos al
engaño. ¿Amamos la verdad lo suficiente como para hacer esas preguntas?
¿Estaremos alertas, o simplemente nos dejaremos impresionar por la fachada
exterior?
Evidentemente, a la vista de Dios, existe una conjunción entre el carácter y el
poder que es muy importante. Igualmente, hay otra conjunción entre las
señales y prodigios mentirosos con la injusticia. En este contexto, la injusticia
es cualquier ejercicio de poder invocando el nombre del Señor que no tenga que
ver son Su gloria y honor, sino con la gloria y honor de aquél que lo exhibe.
Recibir la adoración de quienes sean beneficiados por el ministerio es injusticia
porque es un uso incorrecto del nombre del Señor con el propósito de auto-
exaltarse.
Hay algo más importante que ser liberado de los desesperanzadores síntomas
del dolor, algo que es mucho más importante que demostraciones
impresionantes de prodigios y señales; se trata del temor de Dios y del deseo de
Su gloria. Cuando esto no es nuestro celo y preocupación final, nos hacemos
candidatos al engaño. Las señales y maravillas que son una mentira lo son
porque no llaman la atención de aquellos quienes los observan o de quienes se
benefician de ellos hacia el Señor Mismo, sino hacia aquél quien los realiza “en
el nombre del Señor.”
Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio
para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo
cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro
Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 2:13-14).
Aquí está la referencia a la gloria de Dios como un factor preponderante para
estar seguros. ¿Quién de nosotros preferiría continuar con el sufrimiento de
una enfermedad física no sanada si fuera más apropiado para asegurar la gloria
de Dios que nuestra sanidad? En la sabiduría del Señor, existen sufrimientos
físicos que no son sanados. Este asunto es lo que le place a Él hacer, lo que
mejor sirve a Sus propósitos, y lo que redunda para Su gloria eterna. Dios no
nos ha llamado a una Cristiandad con bombo y platillo, a la conveniencia
carismática, a servicios emocionantes o a personalidades grandiosas; Él nos ha
llamado a alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Capítulo 3
El Conocimiento del Dios Santo
No existe nada que debiésemos de apreciar, preservar y proteger con mayor
empeño que el sentir y el conocimiento de Dios como de hecho Él es, más que
Dios como hayamos pensado que sea. Si perdemos el conocimiento de Dios
como Él es en realidad, ¿qué nos queda entonces? ¿Quiénes somos? ¿Cuál es
nuestro testimonio? Todo en el mundo, incluso en el mundo religioso, conspira
contra el conocimiento de Dios. Irónicamente, una de las extrañas paradojas
comunes e implícitas en la fe es que nuestro propio entusiasmo y deseo por
reuniones exitosas pueda oponerse y llegar a ser el mayor detrimento en nuestra
obtención del verdadero conocimiento de Dios.
Siempre hay lugar para el peligro de hacer que Dios se vuelva algo cotidiano, de
convertirlo a Él a nuestra propia imagen. Y podemos llegar al punto de ni
siquiera estar concientes de lo que estamos haciendo. El lamento de Dios hacia
nosotros a través del profeta Isaías es que hemos pensado de Dios como alguien
semejante a nosotros, y que el conocimiento de Él es enseñado por preceptos de
hombres, pero una vez que uno a recurrido al precepto, ya no es Dios el que está
siendo proclamado, sino los principios acerca de Dios, no Dios Mismo.
Se nos anima a “contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a
los santos” (Judas 3). La fe no es un pliego de doctrinas o un medio a través del
cual obtenemos algo de Dios. La fe genuina es la aprehensión de Dios como Él
es, el sentir de Él, el temor y el asombro de Él. Este conocimiento lo templa
todo. Si no encontramos este conocimiento en la Iglesia, entonces el mundo es
abandonado a su suerte y pierde cualquier esperanza de conocer a Dios en
verdad.
Siendo así, no es de asombrarse que las señales y milagros de los recientes
avivamientos encuentren una aceptación general. Somos de antemano una
audiencia que busca algo nuevo, necesitando experimentar un estímulo.
Nuestra vida cristiana es difícilmente algo más que una sucesión interminable
de predecibles cultos de domingo. Desgraciadamente, aquello que tanto
deseamos no es lo que realmente necesitamos. Al contrario, probablemente nos
aleje de obtener el verdadero conocimiento de Dios.
¿Acaso no se nos exhorta a probar todos los espíritus? ¿Cómo entonces
podemos ignorar la prevalencia de aberrantemente ensordecedora música de
adoración, ofrendas de alto calibre, verdaderas actuaciones de teatro y la
atmósfera imperante de carnaval en tantas de nuestras reuniones? ¿Y qué
acerca de los chillidos que dejan helada la sangre y los gritos que acentúan los
procedimientos? ¿Qué es lo que hacemos ante la patente ausencia, a veces solo
como mera formalidad, de la proclamación de la Palabra? ¿Cómo respondemos
a aquellos testimonios que embotan el espíritu, a menudo expresados en un
estupor discordante con la dignidad de Dios?
¿Ha Dios dejado de ser el Dios que insistía en que Sus sacerdotes ascendieran al
altar usando una rampa en lugar de escalones para que nada de su carne
quedara al descubierto (Éxodo 20:26)? Es un requerimiento peculiar, pero al
levantar una pierna para subir de un peldaño a otro, existía la pequeña
posibilidad de que se revelase la carne del sacerdote, y la rampa aseguraría que
esto no sucediera. Él es el mismo Dios que mandó a Aarón que vistiera la
diadema de oro continuamente sobre su frente (Éxodo 28:36), el mismísimo
lugar que hoy en día hacemos rápidamente disponible para recibir un toque
buscando el efecto deseado de ser “derribados por el Espíritu.”
Y hablarás a los hijos de Israel, diciendo: Este será mi aceite de la santa unción
por vuestras generaciones. Sobre carne de hombre no será derramado, ni
haréis otro semejante, conforme a su composición; santo es, y por santo lo
tendréis vosotros. Cualquiera que compusiere ungüento semejante, y que
pusiere de él sobre extraño, será cortado de entre su pueblo (Éxodo 30:31-33).
Adoración y Sacerdocio
La tragedia del Movimiento Carismático, con todo su énfasis en alabanza y
adoración, es que sus adeptos lo han convertido en una técnica para su
beneficio, para generar cierta atmósfera propicia para lo que siga a
continuación. Lo han hecho para nosotros, más que para Él. La verdadera
adoración bien pudiera ser descrita como la expresión no premeditada,
espontánea de una realidad en Dios que viene a través de gente que ha estado
junta lo suficientemente y en tal intensidad como para obtener dicha realidad.
Ellos han llegado a un lugar de veracidad en su conocimiento de Dios y en su
caminata ante los demás en comunión verdadera bajo la sombra de la Cruz.
¿Tenemos acaso el temor de Dios suficiente como para resistir el ser
persuadidos por acordes musicales u otros métodos que apelan al alma en lugar
de al espíritu, que tienen como fin encajarnos en cierta predisposición? Tales
manipulaciones impías obran contra los más altos propósitos de Dios.
Solamente un sacerdote se estremecería ante estas cosas, mientras que aquellos
que meramente desean ser entretenidos no van ni a pestañear.
En el corazón del sacerdocio hay un “esperar en Él” hasta que llegue el tiempo
que a Él le agrade. Si deseamos ser la revelación de Su luz, vamos a tener que
reconsiderar qué es lo que estamos haciendo cuando nos lanzamos en la así
llamada adoración y cantar coros, u otras simulaciones de esperar en Dios. A
menos que haya un sentir de lo que es sacerdotal, la alabanza será solo
mecánica, o un medio, una manipulación, y esto no es entrar en el lugar santo
para nada. Degenerar hasta el punto donde la alabanza sea celebrada como lo
es actualmente mientras que realmente es una manipulación es una tragedia.
Se convierte en pura retórica y palabras, en un vocabulario que no tiene vida
genuina o significado.
Los dos hijos de Aarón murieron por ofrecer fuego extraño. Ellos eran
sacerdotes, llamados por Dios, pero actuaron en base a un deseo de evocar la
gloria de Dios cuando no era su derecho. Ellos vieron algo que fue demostrado
por la obediencia de Aarón y Moisés, y pensaron que podrían hacer lo mismo.
Se presentaron en el momento equivocado, de la manera equivocada y en lugar
de invocar un fuego glorioso, invocaron un fuego que los fulminó. ¡Fuego
extraño! Tenía la forma, pero no era lo verdadero, y en lugar de traer vida, trajo
muerte.
Este episodio contiene una profunda revelación para nosotros el día de hoy. Aun
Aarón como Sumo Sacerdote no podía entrar al Lugar Santísimo a su antojo.
Habiendo atestiguado la muerte instantánea de sus hijos, ¿cómo podría él
pensar que podría entrar al lugar santísimo cuando así lo eligiera? ¿Cuál es la
aplicación práctica para nosotros? ¿Pensamos que podemos entrar cuando nos
venga en gana al lugar de adoración santa? ¡El solo juntar la banda o la orquesta
y hacer sonar los coros no significa que estamos adorando! Eso no es el incienso
verdadero o los carbones encendidos de los cuales se eleva una nube de olor
fragante en la que Dios se manifestará. Sonará a golpe seco, no será una gloria,
y si seguimos haciendo las cosas de esa manera, obtendremos profecías falsas,
exhortaciones baratas, cosas calculadas para evocar de nuestra parte cierta clase
de respuesta. Iremos de ser inmaduros, moviéndonos en las emociones, hasta
el punto en que seamos completa e irremediablemente engañados.
Eunucos para Cristo
Jesús habló una vez acerca de los eunucos. Dijo que hay algunos que nacen
siendo eunucos, quienes nunca tendrán el medio físico para la gratificación que
es otorgada a todos los hombres; que algunos son hechos así por los hombres,
y que otros se han hecho a sí mismos eunucos por amor al reino de los cielos
(ver Mateo 19:12). Solamente se puede creer implícitamente en un eunuco. Él
no se va a apropiar de nada para sí mismo, porque como el Señor, un eunuco ha
sido “cortado de la tierra de los vivientes” (Isaías 53:8b), y Dios nos ofrece la
misma oportunidad. La cruz de Cristo es la provisión para que nosotros
podamos ser cortados también de la tierra de los vivientes.
Un eunuco por amor de Cristo es la única persona que estará a salvo al final de
la edad, una edad que abunda en iniquidad, llena de inmundicia y lujuria, de
seducciones poderosas y sensualidad. Él ha reconocido las inclinaciones
horribles de su carne, y ha visto que el discipulado auto-conciente no es la
respuesta; ha visto que cantar los coritos no es la respuesta. Hay solamente
una respuesta; es la cruz de Cristo Jesús, no la falsificación de plástico, sino la
sangre salpicada sobre la cruz, el lugar de sufrimiento y vergüenza a donde Dios
nos está invitando.
La cruz es el poder de Dios para salvación a aquellos que se le unan, quienes se
han hecho voluntariamente eunucos para Cristo. Necesitamos ver esta verdad,
venir a ella y aferrarnos a ella hasta el final de la edad. Habiendo hecho esa
decisión, invitaremos a la muerte diariamente, a la reiteración diaria del
misterio del sufrimiento en formas que son apropiadas de una manera única
para nuestra vida, nuestro llamamiento y nuestra caminata.
La vida de Cristo jamás será amalgamada a la nuestra a menos que sea a través
de la condición necesaria de morir diariamente. El drama entero, la re-
representación y la base para ello son futuros, pero también hay una parte que
debe de cumplirse diariamente en nosotros. Si la cruz no opera diariamente, si
no estamos dispuestos a sufrir sus muertes, nos hacemos candidatos al engaño.
El asunto de ser salvados del engaño es el asunto de la cruz, y nuestra
disposición a ser despiadados con nosotros mismos y a sobrellevar el
sufrimiento que implica cuando Dios clarifica las cosas. Si racionalizamos y
justificamos nuestra conducta, si encontramos una forma de explicar las cosas
de tal forma que nos gratifique y nos salve de nuestra percepción del pecado
como tal, entonces somos, en la misma medida, candidatos al engaño. Ese es el
porqué las escrituras citan al amor por la verdad como uno de los medios
principales por los que somos salvados del engaño, no a través de un amor por
algo que es técnicamente correcto, sino la verdad como Dios la ve.
La expresión más aguda de lo que es la verdad es Cristo y Él crucificado. El
individuo que se aleje de la cruz no vive una vida cruciforme y está indispuesto
a sobrellevar el sufrimiento de la cruz. Deseando la “bendición” pero no la vida
de la cruz, se hace candidato al engaño. Ese engaño bien pudiera ser permitido
por Dios Mismo, quien dará permiso a las ilusiones mentirosas para que caigan
sobre aquellos que han despreciado el amor de la verdad. La mera tolerancia
por la verdad, o aun el respeto por la verdad no son suficientes. Solamente un
amor por la verdad tiene el poder de guardarnos del engaño. Necesitamos ser
despiadados en este sentido y aplicar la cruz, trayendo muerte sobre aquellas
cosas a las que Dios llama nuestra atención y que nos permite ver justamente
para ese propósito.
Capítulo 4
El Clamor Por Realidad
Si la Iglesia ha de cumplir su llamamiento para representar una realidad aparte
de lo que prevalece en el mundo, debe de ser eminentemente real,
eminentemente amante, viviendo eminentemente en la verdad. Debe de hablar
la verdad, caminar en la verdad y hacer la verdad. Debe de ser verdadera. Más
que meramente estar en lo correcto, o ser escritural y doctrinalmente adecuada,
la verdad debe de ser teñida en el tejido y tuétano del pueblo de Dios. La verdad
necesita estar en nuestros ojos, nuestro hablar, en la inflexión de nuestra voz,
en nuestra postura y conducta.
Las cosas auténticas no son baratas. ¿Estamos dispuestos por amor de la
verdad, a rehusarnos a aprovechar la primerísima cosa que parezca
presentarnos una posibilidad de resolver nuestros problemas que llegue
flotando a donde nos encontramos? ¿Estamos dispuestos a refrenarnos para no
simular algo en nuestra propia humanidad que tenga la apariencia de amor,
pero no lo es? ¿Estamos dispuestos a esperar aquello que viene de lo alto, no
importando lo mucho que tengamos que soportar la terrible agonía de una
reputación pulverizada? ¿Qué tanto estamos predispuestos a presentar una
farsa melosa que sea bien recibida por los hombres? Hemos sido inducidos al
espíritu de locuacidad, a las fáciles y zalameras alternativas a lo verdadero, y
somos rápidos en reconciliar aquello que no está reconciliado en Dios, solo para
sufrir persistentes problemas, dilemas y hábitos que simplemente no se
solucionan ni nos dejan en paz. Queremos resurrección sin el dolor y la
ignominia de la cruz. Pero es solamente en la agonía final y la devastación de
la cruz que la gloria suprema puede venir.
¿Somos amantes de la cruz? ¿Amamos las astillas, la sangre y la humillación de
ésta? ¿Reconocemos que hay una cruz que debemos de llevar, y que somos
llamados a éste sufrimiento? La resolución del dilema no estará lejos de
nosotros si buscamos las cosas que son auténticas y verdaderas. ¿Tenemos el
discernimiento para distinguir entre lo auténtico y las falsificaciones? ¿O
estamos tan habituados al éxito, tan deseosos de atestiguar los efectos visibles
del poder, que no somos muy discriminatorios a la hora de evaluar los métodos
usados para conseguirlo? Deseamos “tener éxito” porque la posibilidad de
fracaso es una forma de morir que no estamos dispuestos a sobrellevar todavía,
pero ¿hemos realmente entendido cómo es que Dios define el éxito?
La Alemania Nazi puso gran énfasis en demostraciones del tipo más
impresionante, tales como las reuniones en Nuremburgo con marchas,
ceremonias con antorchas durante la noche y otras prácticas paganas que
llenaron el vacío de la vida germana con grandes emociones e intensidad. Se
trataba de una respuesta a la necesidad de llenura, emoción y realización. Si no
poseemos una realidad apostólica válida dentro de nuestra vida espiritual, ese
vacío será llenado por otros contendientes que esperan ansiosos su oportunidad.
Si nos movemos a la esfera de aquello que es falso, sintético, conducido por
humanidad y no por la operación del Espíritu, podremos movernos muy
fácilmente de lo carismático a lo demoníaco. El engaño siempre está
relacionado con una perspectiva distorsionada e inadecuada de Dios. Nuestra
habilidad para discernir aquello que se propone como una manifestación
sobrenatural de Dios, depende de nuestro conocimiento de Él en la verdad.
La Iglesia Egocentrista
Mientras he estado sentado en reuniones, a menudo me he quedado de una pieza
cuando se hacen llamamientos para sanidad, viendo que casi todos salen de sus
asientos. Jamás he visto una Iglesia tan enferma en todo lugar, y creo que
seguiremos estando enfermos, tanto física como espiritualmente, mientras
vivamos vidas esencialmente egocéntricas. ¿Cuál es la primera pregunta que se
hace cuando se abandona el edificio el domingo a medio día? ¿No es acaso, “Qué
piensas del predicador? ¿Te gustó? ¿Te gustó la alabanza? ¿Te gustó el
sermón?” ¿Es acaso lo que a ti te gusta el centro esencial de tu ser y voluntad?
Estamos en el centro todavía, y no es de maravillarse que estemos enfermos; no
es de impresionarse que necesitemos ser sanados continuamente. Hasta que
hagamos de Dios, Su gloria, Su honor, Su nombre y Su propósito eterno el
centro, seguiremos estando enfermos hasta que nuestro foco central falso sea
desplazado.
Tener nuestro enfoque central en nuestro propio beneficio y en lo que podemos
recibir nos coloca en un caldo de cultivo para el engaño. La gracia salvífica de
Dios es que podemos tener otro centro fuera de nosotros mismos y aparte de
nosotros mismos: esto es, los propósitos eternos de Dios (Efesios 3:8-12).
Nuestra enfermedad es la preocupación con nosotros mismos, haciéndonos
candidatos al engaño. La medida correctiva es reemplazar nuestro
egocentrismo con aquello que Dios quiere, a saber, el celo por Su gloria. Que
vengan los beneficios espirituales, no porque sean nuestro objetivo principal,
sino que vengan como consecuencia de una vida de obediencia y disciplina. Una
vida así busca primera y primariamente las cosas que pertenecen al reino de
Dios y a Sus propósitos, y por ende hay beneficios que son la consecuencia
natural—pero no hemos de buscar los beneficios por sí mismos. Eso es
egocéntrico y lleva al engaño.
Buscar a Dios es doloroso para la carne. Somos perezosos, apáticos y
frecuentemente indiferentes. No podemos encontrar el tiempo; hay muchas
distracciones, incluso válidas y razonables. Pero la seguridad de los creyentes
se encuentra en la búsqueda de Dios en el lugar secreto y en el lugar Santo. Los
primeros resultados de la búsqueda de Dios serán sequedales, muerte y un
sentir de la presencia de Dios prácticamente nulo. Parecerá como que nuestras
oraciones no son capaces de pasar del techo. Estaremos siendo probados, y
necesitamos perseverar más allá del punto donde finalmente lleguemos un lugar
de gracia donde Dios Mismo nos brindará su asistencia divina. Entonces, no nos
hallaremos buscando experiencias o beneficios o el fuego de Dios o la revelación
para nuestra predicación. Más que eso, buscaremos a Dios por que Él es Dios.
No debe de haber otra razón para buscar a Dios, y ciertamente no debe de ser
por cualquier beneficio que nos venga como consecuencia. Cualquier búsqueda
de Dios con el motivo de buscar Sus bendiciones no es buscar a Dios para nada;
debe de ser sin ninguna preocupación o consideración por nosotros mismos.
Dios merece que nos postremos delante de Él; solo Él es Dios. Solo en ese lugar
podremos comenzar a percibir la veneración, maravilla y terror de Dios, el
temor de Dios y la santidad de Dios. Tal búsqueda es una provisión otorgada
por el Señor mismo para ayudarnos a ser salvados de la falsedad y el engaño.
Existe una configuración apostólica y profética de la fe que tiene su centro en la
cruz de Cristo. Si no conocemos este centro en la verdad, el sacrificio y el
sufrimiento del mismo, no nos encontraremos abrazando los propósitos eternos
de Dios, de los cuales el misterio de Israel en los últimos días no es el menor.
Por la falta de esa clase de orientación e iluminación, nos condenamos a
encontrar una alternativa a lo insípido de nuestras vidas, de lo cual el final es la
pérdida de la fe y la muerte espiritual.
Conclusión
Apóstata o Apostólico
Vivimos en un tiempo de separación, y lo que estamos viendo en la iglesia
contemporánea son las primeras expresiones de lo que distinguirá a la iglesia
apóstata de la iglesia apostólica. Es impresionante cómo el oponerse a lo
relacionado con los fenómenos de avivamiento es ya un factor que separa a los
creyentes en las iglesias. Si hay poderosos engaños actuando, esperamos con
ahínco el día en que aquellos que han sido engañados puedan reconocerlo, y
arrepentirse profundamente para que puedan ser restaurados hacia Dios, y en
esa restauración, ser habilitados para permanecer de pie en los Últimos Días.
En otras palabras, creo firmemente que el Señor va a obtener su valía de entre
las cosas que están sucediendo presentemente en Su iglesia.
Lo que estamos experimentando no es tanto el engaño en sí mismo, sino la
consumación final y la consecuencia ser superfluos y suaves en la fe. Nuestros
deseos infantiles han resultado finalmente en manifestaciones de señales y
prodigios mentirosos, que han sido hechos posibles por lo que los ha precedido:
La falta de fe disciplinada en un pueblo que ha sido motivado por las
experiencias en lugar de la Palabra, y por pastores endebles que están
demasiado amedrentados como para ofender, y por lo tanto hablan solamente
mensajes bíblicos blandos y generales. Nuestra condición presente es la
sumatoria de un error del espíritu que ha tenido una larga historia, y ahora
estamos precipitándonos hacia un día en donde lo reconoceremos
patentemente.
No es por demás considerar nuestra condición presente como análoga a la
crucifixión de Jesús por la nación judía. No fue el pecado en sí mismo, sino la
consumación final y la declaración de una apostasía del pueblo judío ya de
tiempo atrás que finalmente trascendió en ese crimen trágico. Decir que eso fue
la cosa en sí misma, y no ser capaces de percibir que aquello fue precedido por
una historia de apostasía, es un craso error. Estamos cosechando lo que estas
últimas décadas de tendencia carismática casual e indiferencia sembraron. Esta
falta de disciplina está ahora manifestándose en estos fenómenos que son de un
tipo seriamente dudoso. Al correr a ciertos lugares, como si fuesen algún tipo
de Meca, estamos actuando como si Dios pudiese ser encontrado solamente ahí,
y esta es una propagación del mismo tipo de tendencia hacia el engaño
inconsciente.
En mi opinión, ya hemos llegado al punto de no regreso, a la luz del hecho de
que tantos creyentes se han abierto y se han hecho susceptibles al tipo de cosas
que están tomando lugar. Dios ciertamente desea que oremos por aquellos en
esa condición lamentable. Tenemos a una generación entera que jamás ha
conocido la santidad de Dios, pero que hablan de Dios demasiado a la ligera.
¿Pero qué Dios? Me pregunto incluso, si las personalidades centrales liderando
el avivamiento han hecho pactos con alguien que no es Dios, y que ni siquiera
lo sepan. En una mentalidad de “obtener ahora sin preocuparse del futuro”,
ellos están recibiendo un poder para afectar cuerpos y vidas que piensan que
viene de Dios. En respuesta a su clamor porque algo suceda, estas almas
realmente piensan que realmente están comunicándose con Dios y que son un
canal para Él.
Necesitamos que se nos recuerde continuamente acerca de los engaños en los
Últimos Días, de todas las cosas falsas y engañosas:
Por que éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como
apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza
como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan
como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras (2 Corintios
11:13-15).
Necesitamos alcanzar la sobriedad a través de declaraciones de este tipo. Las
artimañas y astucia de Satanás son sobrenaturales. Las más poderosas de ellas
no son las que apelan a nuestra carnalidad, sino que apelan a la esfera espiritual,
¿pero espiritualidad de qué tipo?
Aún si lo que hemos estado observando en años recientes no son las señales y
prodigios mentirosos de los que hemos sido advertidos como característicos de
los Últimos Días, ¿entonces cuándo aparecerán, y cómo serán sustancialmente
diferentes en forma y apariencia a las señales y maravillas que estamos viendo
presentemente? ¿Cómo ejercitaremos el discernimiento si somos incapaces de
hacerlo ahora? Van a haber señales, maravillas, milagros, demostraciones de
poder acompañadas por aparentes beneficios grandiosos para los
recipiendarios. Pero serán señales y maravillas falsas o mentirosas, y si nuestra
preocupación es solamente el beneficio de ellas, y no tanto su origen, no seremos
capaces de discernir uno de lo otro.
Oración:
“Señor, apelamos a Ti en Tu gran misericordia. Ven, mi Dios, y sopla un sentir
de Ti Mismo sobre congregaciones que jamás te han conocido como debiesen.
En nuestra distraída superficialidad, nos hemos hecho candidatos para se
engañados de muchas maneras. Nos falta un espíritu quebrantado. No somos
acongojados o afectados por lo que está sucediendo. Celebramos las cosas que
están en contradicción con Tu santidad y decimos que vienen de Ti.
Señor, estamos en un estado que da lástima, y si estos no son los engaños de los
Últimos Días, de los cuales Tu nos has advertido, ¿cómo podremos ser
guardados de lo que ha de venir? Señor, estoy apelando a Tu misericordia.
¿Quién es el más susceptible de ser engañado sino aquél que piensa que su
espiritualidad es tan segura que no puede ser engañado?
Señor, te rogamos que traigas Tu humildad y quebrantamiento a la Iglesia para
salvarla de estas cosas terribles. Miramos a Ti, Señor, y sabemos que Tú tendrás
una Iglesia que será una gloria a tu nombre para siempre, que Israel será
restaurado a través a través de la mediación de Tu Iglesia, a través de su
misericordia y de su testimonio. Concédenos nuevas fuerzas para seguir
adelante y para ser lo que debemos ser a Tus ojos, y para con Tu pueblo, al
tiempo que en estos Últimos Días se cumplan más y más las cosas de las cuales
nos has prevenido. Alzamos nuestra mirada hacia Ti y te damos gracias por la
preciosa provisión de Tu Palabra, Tu Espíritu y por la Iglesia misma en su
configuración como un cuerpo de creyentes que pueden hablar la verdad en
amor, que pueden exhortar y animarse mutuamente todos los días, hablando
los unos a los otros como debemos, y recibir de cada quien aquello que
solamente puede venir a través de Tu Iglesia, la gran provisión santificadora
que nos has concedido para salvarnos, de tal forma que no tengamos que
comparecer delante de Ti con vergüenza en el día de Tu advenimiento, sino con
gozo al escuchar las preciosas palabras, “Bien hecho, buen siervo y fiel.” En Tu
Santo Nombre lo pedimos. Amén.”