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Comunicación, oralidad

y narrador
Por: Alexander Díaz

Contenido

1 Comunicación, oralidad y narrador

2 Semiosfera.

3 Ágora Narrativa.

4 Reforzando el ágora y llevándola a la reciprocidad dinámica.


Palabras claves

Oralidad, persuasión, ágora narrativa, semiósferas.

La Oralidad es uno de los momentos más importantes que tiene nuestra especie para poder
sobrevivir. Necesario y altamente unido a la memoria, es una expresión viva del hombre. El
dinamismo que desde su génesis se alimenta de las estructuras orales, trata de ser un reflejo
del “mundo de la vida” con el que el hombre intenta explicar el entorno. Desde Tespis hasta
Homero, desde Dante hasta Calderón de la Barca, desde Molière a el Boom latinoamericano, es
la oralidad, y sus relaciones con la escritura y la imagen, un medio de comunicación.

La oralidad es un lugar donde confluye la historia de las sociedades que ha sido


construida y vuelta a cimentar por la creatividad humana. Entonces, es necesaria para
que nuestra especie avance en su reflexión de sí misma. Asimismo, es el primer peldaño
en el sendero que llevó al hombre a ser consciente de sí mismo.

Pero, ¿hemos definido lo que significa oralidad? Desde un comienzo, parece que el término
está implícito y no nos detenemos a observar una definición precisa. Para ello, realizaremos un
recorrido en donde, por medio de unas características propias, podamos deducir exactamente
el término.

Hoy en día que estamos en la era de la comunicación y la información, la oralidad, al contrario


de lo que podría pensarse, adquiere un papel cada vez más importante en las interacciones hu-
manas, ya no sólo pensamos en una persona hablando ante un grupo de personas, pensamos
en oradores que pueden ser vistos por millones, con una variedad de herramientas tecnológi-
cas que pueden favorecer a sus propósitos, sin embargo, toda la tecnología todavía no reem-
plaza la actitud, la empatía y el impacto que puede generar un buen orador con su discurso.
Cada día las organizaciones requieren de personas altamente comunicativas en sus equipos
y aquellas que están llamadas a liderar equipos de trabajo deben desarrollar estas competen-
cias, en el recorrido de este módulo trabajaremos en cómo ser cada día, un orador que persua-
da a clientes y empleados a través de un discurso ameno y contundente.

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Sabemos que la oralidad es importante para el hombre, ha estado presente en la línea que
hace que nuestra especie se confronte y reflexione a sí misma. También, vemos que tiene que
ver con otros constructos simbólicos humanos: la escritura y la imagen. Incluso, las primeras
líneas nos hablan de la oralidad cercana a la memoria como si fuera una especie de tecnología
del intelecto (Goody Jack, 1996). Es decir, que es una herramienta propia de la especie humana
que contiene en sí misma una gran carga simbólica y que se usa para poder poner límites a las
influencias maravillosas que el hombre no puede comprender de su entorno, porque definir con
palabras se vuelve una primera tarea para comprender el mundo que rodea al conglomerado
humano.

Es cierto, en los lugares más alejados del ámbito humano se observaron costumbres nativas
de reunirse al anochecer, frente a la fogata que rompía la oscuridad, a escuchar y narrar los
cuentos teogónicos y/o cosmogónicos de los grupos humanos. Un buen uso de tal herramien-
ta primitiva, que representaba la vocalidad, podría dar al que narraba el poder de describir el
mundo circundante. En las Islas Trobriand, cerca de Nueva Guinea, uno de los antropólogos
más inquietos de occidente Bronislaw Malinowski, observaba a los “dueños de los relatos”
contar los “kwkwanwebu” o cuentos maravillosos. Estos no eran más que formas de explicar el
mundo que toca a la tribu en su quehacer diario. (Malinowski, 1985).

Si resaltamos el hecho de decir que la oralidad es una tecnología al servicio de los conglomera-
dos humanos, podríamos argumentar que es suprema desde el amanecer del hombre, en rela-
ción con sus semejantes, hasta el siglo XV de nuestra era, e incluso mucho tiempo después.

1. Comunicación, oralidad y narrador

Existe un carácter necesario frente al intercambio comunicativo entre los hombres. La comuni-
cación es el intercambio de un mensaje por un medio entre dos sujetos: el emisor del mensaje
y el receptor del mismo. Esta básica confluencia de elementos (que por supuesto sólo es una
parte de las grandes teorías de la comunicación actual) nos muestra que el sujeto, para ser-
lo, debe comunicarse e interactuar con los demás. Característica esencial de la oralidad y la
comunicación.

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Así es, en la larga experiencia humana, tanto en la prehistoria como en la historia, concurren
evidencias de un proceso de interacción entre hombres.

Figura 1. Característica esencial de la comunicación

Fuente: Elaboración propia (2011)

Para resaltar lo anterior, podemos mencionar lo dicho por el pensador alemán Federico Nietzs-
che (s.f.), gran genealogista de la moral, que nos sorprende con una justificación de tal proceso
entre los hombres, en el parágrafo 354 de su obra La Ciencia Jovial. En su proceso “prehistó-
rico”, al hombre le fue menester comunicarse oralmente puesto que: “la penuria, ha obligado
por mucho tiempo a los hombres a comunicarse, a entenderse rápida y sutilmente frente a los
otros”.

Y así, la comunicación por medio de la oralidad ha hecho posible una acumulación de saberes.
Es claro que, un primer paso, para dicha acumulación es el discurso oral y luego, se han vincu-
lado, poco a poco, lo escrito y la imagen. Nietzsche (s.f.) nos dice además que:

Allí (en el acto de comunicación efectiva e interacción del hombre) surge por fin un
excedente que se ha acumulado paulatinamente y que ahora espera que la reparta con
derroche de la misma manera que los oradores predicadores, escritores, todos los cuales
son animales hombres que se ven al final de una larga cadena.

Ese excedente es la tecnología oral que el hombre utiliza para -menesterosamente- sobrevivir
en su entorno. Por esto, es importante resaltar que la práctica de la oralidad y su transmisión
en las sociedades humanas determinan el conocimiento entre ellos mismos, es la forma de
interacción humana fundamental (Clifford, 1994).

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¿Qué importancia tiene entonces la oralidad en nuestro entorno? Todos, en algún momento de
nuestra vida, nos convertimos en una especie de narradores que acumulan experiencias y las
manifiestan hacia los demás. Allí radicaría otra característica de la oralidad: nos sirve como un
referente tanto individual, como colectivo del conocimiento de la especie.

Desde los Aedas hasta los Juglares; desde los Segreles hasta los nuevos narradores modernos,
las palabras constituyen el vehículo común para transmitir la cultura de un pueblo, así sea con-
tando en imágenes como lo asegura De Etchebarne (1983).

Nos recuerda Benjamín (1977), pensador alemán del siglo XX, que el papel del narrador oral en
una sociedad es:

Así considerado, el narrador es admitido junto al maestro y al sabio. Sabe consejos, pero
no para algunos casos como el proverbio, sino para muchos, como el sabio. Y ello por-
que le está dado recurrir a toda una vida. (Por lo demás, una vida que no sólo incorpora
la propia experiencia, sino, en no pequeña medida, también la ajena. En el narrador, lo
sabido de oídas se acomoda junto a lo más suyo.) Su talento es de poder narrar su vida y
su dignidad; la totalidad de su vida. El narrador es el hombre que permite que las suaves
llamas de su narración consuman por completo la mecha de su vida.

Al ser narradores, poseemos un talento innato para manifestar e interactuar con el otro la reali-
dad que nos compete. En la oficina, en el hogar, en las reuniones familiares “los buenos con-
versadores” son los que conservan la “memoria” del grupo y reflexionan sus experiencias. La
estructura del grupo puede verse cuando es producida e interpretada por un narrador. Él comu-
nica el mundo que rodea al grupo, en otras palabras, el buen orador comunica e interactúa con
su entorno de manera eficiente, llevándolo incluso a tener procesos de persuasión efectivos en
la búsqueda de un bien común.

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2. Semiosfera

¿Y qué es lo que describe el que desea tener el nombre de narrador?

La respuesta es simple. Puede narrar su entorno o puede narrar sus memorias y puede narrar
su experiencia de un hecho particular, o puede reflexionar las implicaciones morales-éticas de
sus actuaciones.

Estamos rodeados de un mundo lleno de significados y éstos elaboran formas de pensar y pen-
sarnos en el mundo. La señal de prohibido estacionar, nos remite a una serie de formas cons-
truidas en nuestra sociedad: es una prohibición realizada por el grupo y “debemos cumplir”. En
caso de no cumplirla, nos haremos acreedores a un correctivo impuesto por el grupo mismo.

El icono de la estrella de David nos remite a la historia de un pueblo que aunque no es el nues-
tro, puede tener vínculo con nuestras creencias y al escuchar una canción, nos brinda la idea
de la situación y los símbolos históricos que reflejen costumbres de quien la elaboró.

De la misma manera que tenemos una atmósfera que nos rodea y que nos brinda sustento
vital, así mismo tenemos una de símbolos. Una red de significados simbólicos que rodean
nuestras costumbres y cotidianidades: una semiosfera.

Es por medio de la semiosfera donde podemos encontrar la red de significados simbólicos que
entrañan mi comunidad humana según Lotman (1996). Existen entonces tres tipos de semiós-
feras:

• Logósfera

Donde prima el poder de la palabra oral, siendo la primera red de significados simbólicos
del hombre. Siempre está presente en los procesos de interacción humana, aunque existe
una discusión sobre el papel de ésta en la comunicación de la imagen. Al respecto, aun-
que una imagen dice más que mil palabras, una palabra puede sugerir mil imaginarios.

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• Grafósfera

Es una red de significados simbólicos donde existe justamente una presencia del grafo,
es decir, de la palabra escrita. Aparece cuando la historia humana surge pero se afian-
zará con toda la reforma protestante del siglo XVI. Es ahora una de las atmósferas de
significado que contiene más poder aunque aún conserva, en una dinámica de interac-
ción, la logósfera.

• Vidéosfera

Desde el surgimiento de las cuevas de Altamira hasta el cinematógrafo, la imagen está


siempre presente en la elaboración humana. Desde las últimas décadas del Siglo XIX
hasta la aparición de la “imagen en movimiento”, como resultado del cine, la imagen ha
avanzado hasta convertirse en una atmósfera de significados muy poderosa en nuestra
sociedad, más con el avance de las tecnologías de la información y la comunicación.

Figura 2. Logosfera, grafósfera y videósfera

Fuente: Elaboración propia (2011)

Estas semiósferas nos hacen, justamente, elaborar momentos de significados del entorno en
donde vivimos. Narramos, comunicamos, lo que nos rodea ya sea por medio de la palabra oral
o por medio de la para escrita; representamos el mundo que nos rodea por medio de las se-
miósferas y nos convertimos en sujetos intérpretes de la realidad, de acuerdo a lo que afirma
Lotman (1996).

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¿Cuál es el papel de la oralidad en estas semiósferas? Desde un punto de vista general y como
veremos en la definición de persuasión, la oralidad es una herramienta precisa que nos cons-
tata la forma y fondo. Una sociedad que utiliza las semiósferas y la oralidad, como bien indica
Lluch Gemma (2006), “no sólo es una contraseña del pensamiento, es decir, forma parte de una
sociedad que confiere a las palabras el poder de hacer cosas y el poder sobre las cosas”.

Con todo, las atmósferas de significado denominadas aquí semiósferas son el lugar donde
todos nosotros interpretamos el mundo que nos rodea. Pero, ¿Qué hacer cuando cada expe-
riencia y cada Ser humano tienen una interpretación diferente del mundo?

Aquí surgen dos elementos a considerar: el ágora y la persuasión. El primero lo veremos en


esta lectura, la persuasión la trataremos en una lectura próxima.

3. Ágora narrativa

Hagamos algo de historia, en el mundo griego existía la expresión ágora que significa lugar de
reunión. Es en el Ágora donde se definían y discutían las decisiones más importantes para las
ciudades-estado de Grecia y las acciones administrativas, lo democrático. En este lugar, todos
los ciudadanos gozaban de un carácter especial: aunque tuvieran diferencia de estrato social o
ideológico, era allí donde se veía al otro como un igual, como un par; un sitio donde se llegaban
a consensos y donde se mostraba un acuerdo en la diferencia.

El ágora narrativa es justamente eso: es un lugar simbólico por medio del cual los miembros de
un acto comunicativo (emisor-receptor) entablan un consenso y hablan un lenguaje que pue-
dan entender las partes.

Es entonces, la siguiente cuestión necesaria en este punto de la argumentación: ¿cómo po-


nerse de acuerdo? La narración y la oralidad nos enseñan que existen elementos comunes en

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nuestros procesos comunicativos, momentos que sirven para que cualquier persona pueda
entender determinada situación-historia con una carga de significado simbólico. Es decir, el na-
rrador, quien cuenta la historia, dispone de una serie de signos que hacen que el mensaje-histo-
ria pueda ser entendido por los miembros de su conglomerado. ¿Por qué son tan impactantes
y recordadas las grandes historias clásicas? Porque hablan de valores y temas que los grupos
humanos pueden sentir: amor, valor, heroísmo, desamor, la preocupación por la muerte, el valor
de la amistad, el espíritu de grupo, entre otros.

El Ágora entonces, es el lugar donde, por medio de herramientas que hay en las semiósferas,
yo llego al entendimiento con mi interlocutor para que comprenda el mensaje de manera clara
y definida, no importa si él no proviene de mí mismo grupo. ¿Qué hacer cuando estamos en un
sitio donde no podemos escuchar a nuestro interlocutor? Recurrimos al lenguaje de señas, una
serie de construcciones no-verbales que todos pueden entender (el pulgar arriba significa “todo
bien”; la mano agitándose puede decir “hasta pronto”).

Ahora bien, si existe un nexo semiesférico con mi interlocutor, es decir, si el que recibe mi men-
saje pertenece a mi grupo, recurrimos a los signos y símbolos para que se haga más efectivo el
mensaje. Si nuestro interlocutor no pertenece a nuestro grupo, identificamos cuál podría ser el
“factor común” de comunicación y “filtraremos” el mensaje para que sea entendido.

Figura 3. Nexo semiosférico

Fuente: Elaboración propia (2011)

En ese orden de ideas, nosotros recurrimos a ese lugar llamado “Ágora” cuando deseamos
poner en palabras de nuestro interlocutor la narración-historia-concepto para que pueda en-
tenderlo. Pero no es unidireccional ese lugar: allí, el otro actúa como un igual en el proceso y
con ello, cuando existe un consenso, se utiliza el lugar como un sitio donde el receptor también
transforma lo que desea decirle al emisor o narrador.

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Figura 4. Representación del ágora

Fuente: Elaboración propia (2011)

¿Cómo podemos realizar este mensaje para que pueda ser útil, efectivo y en ultimas, compren-
sible? Usamos, en efecto, las herramientas que tenemos en los ambientes simbólicos y por
medio de ellas utilizamos el arte de la persuasión. La finalidad que debe pretender el narra-
dor-orador-locutor, en su proceso comunicativo, es convencer a su interlocutor de la veracidad
de las opiniones e ideas que presenta. Para eso, necesitamos del arte de la persuasión.

4. Reforzando el ágora y llevándola a la reciprocidad dinámica

Ya se ha hablado del ágora narrativa, un espacio simbólico donde unos y otros, al sentirse igua-
les, pueden formar verdaderos consensos. La oralidad es el lugar concreto donde el narrador
invita al público a escuchar la historia desde un lenguaje, que tal vez, pueda ser diferente y que
tiene un objetivo o emoción común: una serie de significados simbólicos comunes. Con esto
las interacciones, no sólo se hacen eficaces sino además constructivas, para el grupo al que se
pertenece, según Thompson (1998).

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Evitar el ruido comunicativo es esencial para que ese terreno común fructifique. Ahora bien,
desde el punto de vista de la persuasión no existe una mejor forma de sugerir un cambio de
actitud sobre una acción u objetivo, que cuando se invita al interlocutor a participar en los
acuerdos consensuales. Esto se hace cuando se escucha la historia que el otro tiene que con-
tar. Es allí, desde un punto de vista más ético que otra cosa, que al ponerse en el lugar del otro,
pueden escucharse sus interpretaciones sobre la realidad que desea cambiar y/o potenciar.
¿De qué sirve contar una historia si no se escucha, atentamente primero, la historia que el otro
desea contar?

Aquel que lea con atención puede detenerse en este punto de la lectura y al levantar los ojos
decir: ¿pero cómo hago para escuchar al otro su historia?

En la oralidad existe una etapa inquietante en la elaboración de una historia, la reciprocidad


dinámica. En ella, el locutor-emisor está escuchando-viendo-leyendo o bien interpretando la re-
acción que produce a su interlocutor-receptor con el mensaje que está dando. Cómo veremos,
en momentos posteriores del presente curso, el lenguaje no solo se compone de un elemento
eminentemente lingüístico sino además, metalingüístico, es decir, va más allá de las meras
palabras.

Se hace entonces importante poder observar con detenimiento la reacción que se tenga en el
acto comunicativo. Con ello poner en la marcha, adaptar y adoptar posturas que consigan de
manera efectiva optimizar el medio por el cual el mensaje se está enviando: cambiar la postura
corporal, agudizar el tono de voz, hacer énfasis en la identificación emocional, entre otras. Una
historia nunca se cuenta de la misma manera, y siempre tendrá un matiz diferente dependien-
do de aquel que la esté escuchando. Por ende, debemos buscar en el ágora que exista interac-
ción e identificación en todo momento: lograr esto hará que la labor de persuasión sea más
efectiva y que el objetivo se alcance exitosamente.

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Referencias

Goody J. (1996) Cultura escrita en sociedades tradicionales. Editorial Gedisa: Barcelona.

Malinowski B. (1985). Magia Ciencia y Religión. Barcelona: Planeta Agostini. pp. 115- 116.

Nietzsche F. (1985). La ciencia jovial, “la Gaya Scienza”. Traducción de José Jara. Caracas: Mon-
te Ávila Editores. Parágrafo 354. pp. 217.

Clifford R. (1994). La mediación crítica. En oralidad y cultura. México D. F.: Memoria y vida coti-
diana. pp. 19.

De Etchebarne D. P. (1983). El arte de narrar: un oficio olvidado. Buenos Aires: Editorial Guadalu-
pe. pp. 23.

Benjamín W. (1977). El narrador. Caracas: Monteavila editores.

Lotman I. (1996). La semiósfera. Madrid: Ediciones cátedra. Recuperado de: http://culturas-


populares.org/populares/documentosdiplomado/I.%20Lotman%20-%20Semiosfera%20I.pdf
(Consultado Abril 16, 2011).

Lluch G. (2007) Invención de una tradición literaria: de la narrativa oral a la literatura para ni-
ños. La mancha: Ediciones de la Universidad de Castilla.

Thompson J.B. (1998). Los media y la modernidad. Una teoría de los medios de comunicación.
Barcelona: Paidós.

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