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Criterio Médico
Original de Fernán Tamayo M.

Tomado del Libro:


Aventura Paranormal

Derechos Reservados 2011


Dirección Nacional de Derecho
de Autor.

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Criterio Médico

Nunca había sido indiferente


del todo ante los fenómenos
misteriosos que le rodearon
desde niño; el miedo tan
intenso que llegó a
experimentar algunas de las
más oscuras noches de su
infancia en su habitación de
niño bajo sus cobijas, aún le
recordaba cuán vulnerable
podía ser, siendo ya todo un
hombre de aspecto rudo, fuerte
y valiente.

Su madre, sufrió mucho por un


marido adúltero; eran
frecuentes las impetuosas
pugnas que presenciaba
Andrés, y no sólo entre sus
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padres sino también con las
amantes que con frecuencia
llamaban a reclamar lo que no
era suyo. En medio de tal
ambiente, donde una madre
desengañada y resentida
quería recuperar el amor de su
marido, Andrés creció siendo
testigo silencioso y fiel,
cómplice de su madre en los
sortilegios, los hechizos y
demás cuestiones de brujería
que la mujer hacía en un
intento desesperado por
recuperar a su esposo.

Andrés sentía desde chico la


mayor de las curiosidades, y
cuando se lo permitía su madre
presenciaba las
conversaciones con la bruja;
era interesantísimo para su ser
de niño escuchar a la vieja
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Carlota hablar naturalmente y
en tono de misterio sobre la
conducta de los espíritus, los
ángeles, los demonios y los
designios divinos sobre los
mismos. Aunque las
conversaciones solían agudizar
su miedo en las noches, las
escuchaba con gran placer,
como quien se adentra como
un vicioso que se enardece con
el “sabor de lo prohibido”.
Desde los 9 años se dedicó a
la lectura atenta de la biblia y
del libro del evangelio de Allan
Kardec, también leyó con su
mente de niño el llamado Libro
de los espíritus y el Génesis;
libros que amó, creyó y disfrutó,
le eran más valiosos que
cualquier otro, le parecían muy
superiores a la biblia, les
dedicaba más tiempo que a sus
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estudios y hasta hablaba a
solas en su cuarto para los
espíritus. Sin embargo, con el
paso de los años y las burlas
de algunos de sus compañeros
de clase en torno a sus
creencias, Andrés decidió
demostrar a sus compañeros
que era cierto, pero mientras
pasaba su adolescencia todos
sus intentos fueron en vano,
por lo que decidió estudiar en
serio y llegar a la verdad por sí
mismo.

Decidió disimular su afición por


tales temas, y por tanto hacerlo
desde su vida universitaria, con
el materialismo que supone ser
médico en un mundo marcado
por el positivismo empirista y el
utilitarismo, terminó por creerle
más a las ciencias que a las
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supersticiones infantiles de un
pasado oscuro debido en parte
a las frustraciones de su madre.

-“Encomiéndese a dios mijo”- le


dijo su madre un día en que la
angustia le mortificaba
notoriamente por medio millón
faltante para ingresar a estudiar
psiquiatría.

-¿Dios? ¿y quién es ese? –le


dijo a su madre con indignación,
pues parecíanle cosas de
burdos e ignorantes.

-“No diga eso mijo, algún día


va reconocer que sí y se va
arrepentir”. Pero todo salió bien,
después de todo logró ingresar
a estudiar psiquiatría en la
universidad, más que todo con
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el ánimo de desmentir toda una
tradición llena de falacias
producto de la imaginación y
los males psicosomáticos que
aquejaban a las masas; pero
en el fondo, tal vez casi
inconscientemente, le
impulsaba esa curiosidad
insatisfecha a la que había
renunciado desde sus años
como estudiante de medicina.

En la escuela de psiquiatría
conoció al doctor Richardson,
prestigioso neurocientífico
norteamericano que en un
intercambio con Tulane
University of New Orleans,
trabajaba como profesor en la
especialización.

-“En mi vida y en mis


investigaciones científicas he
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visto cosas increíbles sobre las
que he decidido no hablar ni
escribir por temor a perder algo
del prestigio intelectual por el
que tanto he trabajado todos
estos años, por eso prefiero no
ser despectivo con tales
asuntos, pues estoy seguro de
que hay algo oscuro y
misterioso que a lo mejor no
nos convenga mucho saber”. –
dijo Richardson con su acento
particular a Andrés luego de
escucharle hablar
indebidamente sobre una
supuesta poseída por el
demonio.

-“Pero es cierto doctor,- replicó


Andrés- las condiciones de vida
y las presiones
medioambientales llevan a los
individuos desde la
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configuración genética de su
sistema nervioso a un montón
de manifestaciones de carácter
psicosomático que bien pueden
agravar y reforzar las creencias
para terminar empeorando la
situación”.

-Te expondré detalladamente


un caso que estudié con un
amigo en New Orleans. –dijo
Richardson mientras se
sentaba con su café en vaso
plástico en la mano derecha,
ante lo cual Andrés se sentó
también detrás del escritorio de
aquella pequeña oficina en
aquel tradicional hospital
psiquiátrico- una vez estando
nosotros en la oficina del
instituto de investigaciones
psiquiátricas y neurológicas,
supimos de un colega que se
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hallaba tratando a un niño con
problemas severos de
conducta por un supuesto
amigo imaginario; en un primer
momento lo consideramos un
caso fácil, puesto que con
alguno que otro fármaco suave,
una buena terapia y el
acompañamiento indicado bien
se podría superar, sin embargo,
pasados ya seis meses de
tratamiento y a pesar de que el
niño se recuperó total y
satisfactoriamente, el doctor
Johns, quien le había atendido,
llegó una mañana un tanto
inquieto a consultarnos algo
que le tenía muy preocupado, y
era que pasados ya
aproximadamente dos meses y
medio de no ver a su paciente
por haberle sanado
enteramente, escuchó una voz
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extraña y ronca que le habló en
tono fuerte y como cargada de
odio que le decía “acabaré
contigo”. Todo en su semblante
era normal, le hicimos todo tipo
de pruebas y exámenes pero
por mucho que de manera
exhaustiva indagamos su
situación no hallamos un solo
rastro de patrón esquizoide ni
paranoico, todo en él era
normal; fuimos en verdad tres
expertos incapaces de hallar
causas posibles a tal situación.
La voz persistió y se
manifestaba cada vez con
mayor frecuencia, tanto que le
impedía ya al doctor Johns
tener buenas relaciones
sexuales con su mujer. Entre
los tres entonces nos
decidimos por algunos
psicofármacos fuertes que sin
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duda impedirían con gran
efectividad las alucinaciones
auditivas que le acosaban
constantemente, sin embargo,
no le servirían de mucho en su
vida sexual. –en esa parte
Richardson dejó ver una pícara
sonrisa para continuar –lo más
extraño de todo mi querido
doctor Andrés, es que siendo el
fármaco un desactivador
instantáneo de todo tipo de
alucinaciones por las
consecuencias que a nivel
químico produciría en el
sistema nervioso de Johns,
éste seguía escuchando tan
nítidamente la voz que una vez
desesperado se tomó más de
la dosis indicada y durmió
profundamente durante dos
días y medio sin interrupciones,
pero siempre que despertaba
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ahí estaba la voz
acompañándole amenazante y
como cargada de odio.

-“Pero es imposible que


cualquier sugestión pueda
generar algún tipo de
alucinación bajo el efecto del
fármaco, ¿no podría sin
embargo alguna característica
de su configuración
neuroquímica propiciar tal
fenómeno bajo el fármaco,
estudiaron bien tal
posibilidad? ”- dijo inquieto
Andrés.

-Si lo hicimos- respondió


Richardson- pero aunque no
hallábamos respuestas sólidas
lo considerábamos así, hasta
que un día hallándonos en el
estudio Johns decía ser
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amenazado violentamente por
la voz y repentinamente todas
las cosas del escritorio
empezaron a volar por todas
partes como si alguien invisible
las tirase; ahí entendimos por
qué no funcionaban los
fármacos, pues la voz no
surgía de su interior.

-“Increíble- dijo Andrés- de otra


persona no lo hubiera creído”. -
Yo nunca suelo hablar- dijo
Richardson con cara de
misterio- de estas cosas, pues
la seriedad que supone mi
posición académica no me lo
permite.

-“Pero siga contándome por


favor”- dijo Andrés a
Richardson un tanto animado.

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-“Lo que pasó después de tal
impresión que nos llevamos -
continuó Richardson
pausadamente y con una gran
seriedad como de miedo
interior- fue que el doctor Johns
salió corriendo como un loco
desesperado del consultorio
que era una oficina más bien
grande y al llegar a la calle
principal luego de un largo
trecho, se volvió a mirarnos con
una sonrisa demoníaca como
de loco, como un verdadero
poseído, y se lanzó de
espaldas sin perder la
demoníaca expresión burlesca
de su rostro a un bus escolar
que pasaba aquella tarde por
aquella esquina. No fue mucho
lo que quedó en buen estado
de su cuerpo maltrecho, mi
colega y yo no pudimos hacer
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nada para ayudarle, pues por
mucho que corrimos tras él no
pudimos alcanzarle; llevamos
su cuerpo sin embargo a la
sección de urgencias del centro
pero estaba complemente
muerto”.

-Doctor, es increíble lo que me


está contando ¿por qué confía
en mí para confiarme una
anécdota que podría ponerle
en ridículo?- preguntó inquieto
e incrédulo Andrés a
Richardson- ¿es usted
creyente doctor?

-“Te lo digo por que eres el


mejor del grupo y tienes las
mejores calificaciones,-
respondió Richardson
indignado a su incrédulo
alumno- pero te lo digo más
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bien, porque este caso de esta
supuesta poseída se parece
mucho a aquello, y te juro mi
querido Andrés sin
avergonzarme ante ti que tengo
miedo de ver una vez más de
frente el verdadero rostro del
mal objetivo”.

-Ahora entiendo doctor, por


favor disculpe mi ignorancia
juvenil- dijo apenado el joven
doctor Andrés a su
experimentado y viejo tutor,
Richardson.

-“Acompáñame, –dijo
Richardson a su discípulo-
espero que no padezca de
temores ante tales cosas”. Ante
tales palabras, el tan
mencionado efecto
psicosomático se apoderó del
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joven doctor Andrés, quien
recordando su infancia no pudo
evitar cierto temor ante el
recuerdo de sus
conversaciones de niño en su
habitación, solo con los
espíritus en los que en aquel
entonces si creía y consideraba
sus amigos; sin embargo,
ahora, desde su mente
científica se explicaba a sí
mismo mentalmente el proceso
neuroquímico y endocrino que
bien activaba aquellas
sensaciones que según las
ingenuas palabras de la bruja
Carlota eran producto de la
presencia cercana de los
espíritus.

Así caminaban en silencio por


el solitario pasillo, eran las tres
de la tarde de aquel día común,
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una cierta vergüenza parecía
cubrir el rostro de Andrés, en
parte por desconfiar de su tutor,
y en otra por el miedo creciente
que sentía ascender desde sus
entrañas y su columna
vertebral hasta los músculos
rígidos de su rostro. Una vez
llegados a la habitación donde
se hallaba la mujer, desde
antes de abrir la puerta Andrés
pudo escuchar los murmullos
de un coro de voces orantes de
varias mujeres mayores que
secundaban a un hombre de
aproximados 49 años,
supuesto pastor protestante
reconocido por sus labores
como exorcista. La familia de la
chica estaba desesperada,
pues eran ya dos semanas y
media que llevaba internada en
el hospital con una supuesta
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posesión demoníaca; yacía
amarrada en la cama con
fuertes correas de cuero
utilizadas para tal fin, pues
había sido imposible hacerle
entrar en la camisa de fuerza.
Andrés al entrar y ver el
espectáculo -ante sus ojos
grotesco- del exorcismo, se
indignó y ordenó
enérgicamente que dejarán de
hacerlo, pues sabía que
incrementaría la autosugestión
de la enferma agudizando el
efecto psicosomático y
haciéndole más daño.

-“No, -dijo Richardson mientras


tomó de la mano a Andrés y lo
sacó de la habitación cerrando
la puerta para explicarle- a esa
paciente yo mismo le apliqué
altas dosis de benzodiacepinas,
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desde las cuales se supone
debía dormir hasta tres días
seguidos sin interrupciones,
pero nada le hace efecto”.

-“Es imposible, no puede ser, -


decía Andrés como temeroso-
usted sabe que es imposible
química y neurobiológicamente
doctor”. -“Si, lo sé bien –dijo
Richardson- por eso hay que
recurrir a lo que sea para
calmarla, así sea efecto
sugestivo psicosomático como
tú insistes en llamarlo”.

-¿Y usted, usted cómo le llama


doctor Richardson?- preguntó
asombrado Andrés y lleno de
temor.

-“Pues yo pienso que no es


posible que se sigan dando
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alucinaciones y peor, que siga
despierta y tan activa y alterada
bajo los efectos del fármaco;
eso sólo puedo comprenderlo
si acepto que está siendo
manejada como una marioneta
como una fuerza
sobrehumana”.

-¡Oh maldita sea no, no puede


ser!- dijo como un tanto
asustado Andrés mientras se
volvía al doctor y con violencia
le tomó del cuello y le reclamó:

-¿Acaso es todo un teatro para


intimidarme o jugarme una
broma? Le juro que no es nada
gracioso doctor…

-“Cálmese Andrés, recuerde


que usted es el médico aquí,
no puede dar muestras de
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debilidad- le dijo Richardson
intentando calmarle- ahora
prepárese, que vamos a entrar,
no intervenga, dedíquese sólo
a estudiar a la paciente”.

Una vez dicho aquello,


Richardson abrió la puerta y se
encontraron con la escena;
esta vez la mujer parecía
dormida e inmutable ante los
rezos y las oraciones del pastor
y de sus ayudantes, así, luego
de aproximados 45 segundos
de intento vano por alterar a la
mujer con rezos sin respuesta
alguna Andrés se sintió un
tanto satisfecho interiormente
al igual que Richardson, pues
creían en el efecto cierto de las
benzodiacepinas, pero una vez
se acercaron los dos médicos
para examinar sus signos
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vitales en general, la mujer de
una manera brusca y repentina,
casi teatral, abrió los ojos y
miró fijamente con una
malévola y tenebrosa sonrisa a
Andrés; así, con una voz
deformada con un fétido olor a
carne en descomposición que
expulsaba por su boca dijo:

-“El amiguito de Kardec”.


Luego de tales palabras cerró
de nuevo los ojos y siguió
como durmiendo. Ante sus
palabras y su gesto repentino
Andrés y Richardson
retrocedieron como empujados
por la impresión y el miedo que
les causó. Mientras tanto, el
pastor y las mujeres seguían
rezando, orando en alta voz
para intimidar al malvado
demonio; Andrés ya temblaba
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de miedo recordando que su
afición por las obras de Kardec
era un secreto infantil que ni su
madre sabía. -¿Quién
demonios es ese Kardec del
que habla? ¿qué te pasa?
Contrólate –le dijo Richardson
al verle alterado.

-“Lo que me dijo es cierto, -dijo


Andrés a Richardson mirándole
a los ojos y como
tartamudeando- es uno de los
mayores secretos de mi
infancia”.

-¿No estarás hablando de Allan


Kardec o sí? –preguntó
indignado Richardson.

-“Sí es de él de quien habla,


quiero irme de aquí doctor,
presiento que no me conviene”
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–dijo Andrés al su tutor. Ante
sus palabras sin embargo, y
ante las oraciones vociferadas
de los religiosos presentes la
mujer acostada con el rostro
desecho y los párpados como
inflamados, sin abrir los ojos,
empezó a sonreír, primero
mesuradamente, para luego
producir tal ruido que atemorizó
a los religiosos que salieron
huyendo de la habitación al
sentirse después de varios días
de lucha, incapaces y
asustados ante el tal ente
demoníaco.

Una vez hubieron quedado


solos los dos médicos y la
paciente amarrada en la cama,
ésta abrió excesivamente sus
ojos y guardó silencio; les
miraba fijamente con un odio
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que jamás hallarían en ser
humano alguno, sus ojos
parecían turbios, como si
tuvieran una gran catarata cada
uno. Los miraba a los dos, miró
a Richardson y le dijo con una
voz de ultratumba:

-“El doctor Ramna te manda


saludos desde el infierno”.

Ante tales palabras


Richardson quedó helado,
mudo y quieto; no era posible
que nadie en aquella ciudad
supiera algo sobre su difunto
colega. Andrés por su parte,
ante el aspecto de su tutor
quedó frío, pero la mujer le
habló entonces a él:

-¿No recuerdas el miedo que


sentías todas las noches que te
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acompañaba en tu habitación
cuando eras un niño? La muy
puta de Carlota la bruja se
puso a llenarte la cabeza de
idioteces. Los dos médicos
salieron corriendo del cuarto
llenos de miedo; la mujer a
solas en la habitación hizo uso
de toda su fuerza y liberándose
de las ataduras que la
mantenían en cama saltó
sonriendo a carcajadas graves
con los brazos bien abiertos
por la ventana del cuarto, que
quedaba en el quinto piso. Aún
no se hallan causas concretas
a ciertos tipos de esquizofrenia,
muchos médicos prefieren
callar y no pasar por ignorantes
supersticiosos, pero algunos,
sólo en secreto, en tono
confidencial, reconocen el
misterio cierto de un lado
30
oscuro que asecha nuestra
naturaleza.

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