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INTRODUCCIÓN AL CÓDIGO DEONTOLÓGICO DE LA ABOGACIA Y LAS

PRINCIPALES SIMILITUDES Y DIFERENCIAS CON LA DEONTOLOGÍA


EN PSICOLOGÍA

 Introducción

Aquellos que se vayan a dedicar al ejercicio de la abogacía, así como al de la


psicología, es necesario que guíen sus actuaciones profesionales según las normas
generales de la ética. En cada una de las profesiones, en consonancia con sus
peculiaridades, dichas normas o principios de carácter general presentan ciertos matices
que han de ser analizados y sistematizados (Syro, 1983). A pesar de tales diferencias, se
puede afirmar que en la esencia moral de los principios y normas son homólogas (como
se menciona en el art. 6 del Código Deontológico establecido por el Colegio Oficial de
Psicólogos y en el art. 1 del Código Deontológico de la Abogacía Española). Estas
normas permiten definir lo que sería un buen profesional (en el sentido de “ejemplar”)
porque van más allá de lo que las reglas de conducta exigen explícitamente para llevar a
cabo el ejercicio profesional (Atienza, 2008).

 Principios éticos en la abogacía

Durante siglos, las funciones ejercidas por los abogados se han mantenido
constantes, sin grandes variaciones. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo
pasado los Estados abogan por declarar la dignidad humana como derecho fundamental
y por el que debe regirse el ordenamiento jurídico (nacimiento coetáneo al origen de los
Principios de la Bioética establecidos en base al Código de Núremberg en 1947 y el
Informe Belmont en 1979, entre otros). Es en ese momento cuando la práctica de la
abogacía alcanzó su máxima importancia ya que, gracias a ésta, se posibilita a la
persona y a la ciudadanía acceder a la defensa de sus derechos. Tales derechos serían
inútiles si no se establece un contexto donde puedan hacerse efectivos. Por ello, es
preciso asentar y ratificar unos principios y unas normas que rijan la actividad
profesional de los abogados, asegurando y respetando los derechos del cliente, así
como, los valores superiores sobre los que se apoya el ordenamiento jurídico español,
como son la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político recogidos en el
Preámbulo del Código Deontológico de la Abogacía Española (2019); principios
similares a los que se acoge el Código Deontológico (CD) en el art. 2.
Hay una postura que ha sido defendida por la mayoría de las constituciones
contemporáneas en relación con la ética y el derecho. El derecho, como establece el
positivismo, ha de ser válido, pero, además, ha de aspirar al ideal de justicia, es decir,
debe buscar que las leyes sean justas. Según esto, una norma puede ser válida (legal)
pero a la vez puede ser injusta, por ello, puede concurrir el supuesto en el que lo legal
no coincida con lo justo. Existen leyes que aun no siendo justas no pierden su validez ya
que, entre el derecho y la ética, pese a su relación, existen ámbitos en los que son
independientes. En este sentido, la ley debe perseguir el bien de la sociedad, respetando
los valores fundamentales, y hacer justicia; luego, ¿dónde queda la ética? (Elosegui,
2015).

Centrando el foco en el ejercicio profesional de un abogado, parece demostrarse


que tales principios y normas morales presentan ciertas peculiaridades que no generan
grandes complicaciones a la hora de analizarlas. El cometido principal de un abogado se
basa en la defensa de los intereses y necesidades de su cliente, además, como establece
el artículo 4.2 del Código Deontológico de la Abogacía Española (CDAE), está
obligado a “no defraudar la confianza del cliente y no defender intereses en conflicto,
sean propios o de terceros.” (p. 16). Esta estrecha relación con los intereses del propio
cliente coloca al profesional de la abogacía y de la psicología en un plano similar,
diferenciándose de otro tipo de profesionales (Atienza, 2008). Al practicar la abogacía,
la moral del profesional presenta una ambigüedad insalvable ya que, por un lado, debe
cumplir con su función institucional y, por otro, defender los derechos e intereses de su
cliente. Dicha ambigüedad queda reflejada en los preámbulos tanto del Código
Deontológico de la Abogacía Española, como del Código Deontológico de los abogados
europeos de 1989 (Adaptado en 2006). En este último se establece que la “misión de los
abogados” impone unos deberes y obligaciones que, en ocasiones, son contradictorios
hacia el cliente, los tribunales y la sociedad (La Torre, 2013).

Esta “doble obligación” o “conflicto de deberes” a los que se enfrentan los


abogados, según muchos autores, es el dilema primordial de la deontología de los
abogados: ¿Cuál es la manera de compaginar la defensa de los intereses del cliente con
el respeto de los valores superiores de la sociedad tales como el de la veracidad, no
hacer daño, etc.?
Atienza (2008) establece que son tres las posturas que se pueden adoptar para hacer
frente a tal dilema:

1. Negar la existencia del problema


2. Aceptar que el ejercicio de la abogacía es internamente inmoral
3. Escoger alguno de los extremos de la ambigüedad (optar por los intereses del
cliente o por los deberes morales o éticos establecidos por la sociedad)

La primera postura consistiría en actuar como si no existiese dicho dilema moral,


es decir, sería aquel caso en el que el abogado únicamente se centra en comunicarle al
cliente cuál es el marco legal y cuáles son los límites legales de cualquier acción. En
este sentido, nos referimos a un abogado que busca la defensa de su cliente
considerando que tal defensa no puede ser objeto de reproche social ya que actúa sin
cometer ilícito jurídico alguno, es su única preocupación moral. Esta postura se puede
apreciar en el Preámbulo del Código de la Abogacía Española cuando señala que “la
honradez, probidad, rectitud, lealtad, diligencia y veracidad son virtudes que deben
adornar cualquier actuación” (p. 11). Además, en el artículo 3.1 de dicho código
también hace referencia a que el abogado tiene el derecho y el deber del libre
asesoramiento de sus clientes sin utilizar instrumentos ilícitos e injustos que eludan las
leyes (Santana, 2018).

La segunda postura hace referencia a una idea común que se ha extendido entre
la sociedad y que considera el ejercicio de la abogacía como una profesión
necesariamente inmoral, llegando a ser un tópico. Esta concepción de la abogacía
considera que el Estado de Derecho necesita que tal profesión sea practicada pero su
ejercicio no va a gozar de una moral y ética absolutas. Estas dosis de inmoralidad las
ilustra Seleme (2012) con un ejemplo, el abogado que defiende a un culpable. En este
caso el abogado ha de ser un férreo defensor de su cliente, de la mejor manera que se le
ocurra, siendo el juez el que finalmente decida sobre su culpabilidad. El abogado que
pretende evitar una condena de una persona culpable actúa de manera moralmente
reprochable. Por ello, se afirma que el ejercicio de la abogacía incluye un riesgo moral
más o menos frecuente pero que es necesario ya que es la forma establecida para la
defensa de los derechos y libertades.

Por último, la tercera postura consiste en dos maneras de entender la ética del
abogado, por un lado, estaría el abogado amoral y, por otro, el abogado moralista. En el
caso del “abogado amoral” nos referimos a aquel que defiende de manera extrema los
intereses de su cliente y solo con el criterio ético de su parcialidad. Este abogado
contribuye al funcionamiento procesal de un sistema que promueve el bien colectivo ya
que, en definitiva, el proceso judicial acaba con una resolución basada en los
argumentos presentados. Además, esta postura afirma que el abogado amoral sigue las
instrucciones últimas de su cliente por lo que no sería el verdadero culpable, él actúa en
juicio como si fuese el cliente (La Torre, 2013). Por otro lado, el concepto “abogado
moralista” se opone a la idea de que la autonomía individual es superior a los principios
de bondad o licitud de una acción, es decir, es favorable que el abogado ayude a su
cliente a actuar de manera autónoma, pero si dicha actuación es inmoral, el abogado
debe actuar como “juez”, como límite informal a las actuaciones de su cliente (Atienza,
2008).

 Principales similitudes y diferencias entre aspectos éticos en abogacía y


psicología

Santana (2018) asegura que a pesar de la ambigüedad moral presente en la


profesión de la abogacía, dicha profesión comparte principios deontológicos con la
profesión de la psicología debido a que ambas cumplen con una función social de
interés público, como recoge el artículo 5 del Código Deontológico. Las actuaciones
tanto del psicólogo como del abogado deben estar presididas por el respeto de la
dignidad e integridad humana (art. 10 Constitución Española (en adelante, CE), art. 6
CD). Ambas profesiones comparten Normas Deontológicas troncales como son la de
fidelidad al cliente, la lealtad a la profesión y la confidencialidad. Este último es
particularmente importante en dichas profesiones porque los clientes que acuden al
psicólogo o al abogado son personas que necesitan asesoría por parte de profesionales y,
para ello, confiesan sus circunstancias más íntimas (Salomone, 2005). En este sentido,
existen dos diferencias, en primer lugar a pesar de que la custodia de la intimidad del
cliente está constitucionalmente consagrada (art. 18 CE), ambos profesionales difieren
en su puesta en práctica. En segundo lugar, parece obvio que el concepto y la calidad de
intimidad no se rige por los mismos parámetros, difiriendo por ejemplo en el tipo de
información aportada, las características de la relación, el fin de esta o las razones de su
finalización (Albert, 2004).
Por otro lado, resulta complicado establecer una similitud entre principios y
normas que rigen ambas profesiones, porque aparte de que se guían por distintos
razonamientos lógicos y por distintos fines, la conceptualización general queda en un
marco abstracto y poco realista, ya que la preponderancia de uno u otro principio
dependen de características especiales de la casuística (Albert, 2004). Por ello, se va a
realizar una comparación general extrayendo las principales similitudes y ciertas
diferencias entre los artículos del Código Deontológico del Psicólogo y los artículos del
Código Deontológico de la Abogacía Española, siguiendo el orden de este último.

En el art. 1.1 del CDAE se recoge la oficialidad y la publicidad legal de la


deontología presente en la abogacía, al igual que en el art. 64 del CD se afirma la
necesidad de elevar dicho documento al ordenamiento jurídico.

En relación con la ejecución del oficio el art. 2.1 del CDAE postula la
importancia de la independencia de quien ejerce la profesión; de igual manera en el art.
4 del CD se afirma que se rechazará cualquier traba que atente contra la independencia
y el legítimo ejercicio de la profesión. En los siguientes apartados (art. 2.2 y 2.3) se
menciona la necesidad de estar libre de injerencias e intereses propios o de terceros.
Asimismo, el CD establece en el art. 15 la máxima imparcialidad en su quehacer
profesional, valorando los conflictos de lealtades y de intereses que pueden aparecer;
además, en el art. 44 se menciona de igual manera la no utilización de la información
del cliente para beneficio/interés propio o de terceros. Por último, en el art. 2.4 del
CDAE se deniega el ejercicio de la abogacía cuando ésta se encuentra fuera de los
principios que guían el su quehacer profesional; asimismo, en el art. 24 del CD se obliga
a rechazar cualquier ejercicio profesional del que se tenga certeza de su mala utilización
o de su utilización contra los legítimos intereses.

Respecto al secreto profesional, el art. 5.1 y 5.2 del CDAE resalta la existencia
de una confidencialidad plena en la información emitida por el cliente o terceras
personas, exceptuando su exteriorización para labores de defensa o asesoramiento
jurídico. En el art. 40 del CD se recoge la obligatoriedad de secreto profesional,
exceptuando las autorizaciones del cliente. Además, siguiendo el art. 5.5 del CDAE y el
art.40 del CD ambos incluyen cualquier medio o tipo de información recopilada
(confidencias de la parte opuesta en abogacía o datos psicométricos en psicología, por
ejemplo). Sin embargo, rescatando la primera idea se observa una discrepancia: el
quehacer de la abogacía justifica el uso de información confidencial en los casos que
suponga una ganancia en la defensa, dando por hecho entonces que suponen un
provecho al cliente y, por tanto, actuando desde el Principio de Beneficencia a criterio
del profesional (paternalismo). En cambio, en términos generales y con ciertas
excepciones, como la incapacidad del cliente, la psicología se rige por el Principio de
Autonomía en primer lugar, ya que es el cliente quien decide la ruptura del secreto y no
el Principio de Beneficencia dictado por el profesional. En cuanto al secreto profesional
compartido el art 5.6 y 5.7 del CDAE y el art. 40 del CD reflejan la importancia de
ampliar la confidencialidad cuando son varios los profesionales que intervienen en el
proceso.

Aunque desde el CD no se recoge expresamente la obligatoriedad del secreto


profesional aún habiendo finalizado la relación terapéutica, dicho deber se deduce del
art. 49, donde se exige la confidencialidad aun habiendo desaparecido o fallecido el
cliente. De igual manera en el en el art. 5.8 del Código Deontológico de la Abogacía
Española se acoge esta prolongación temporal del secreto profesional.

De nuevo en el art. 5.10 del CDAE se recae en paternalismo, afirmando que el


consentimiento del cliente no justifica la ruptura del secreto profesional, quedando en
las manos de éste la decisión, conclusión opuesta a la que se sigue desde la deontología
psicológica, siendo la principal excepción de la ruptura de la confidencialidad la propia
autorización del cliente (art. 40 y 41 del CD).

Respecto de la publicidad, ambos códigos recogen aspectos generales orientados


a su formato y contenido (art.6.1- art. 6.3 del CDAE y art. 50 del CD). Adicionalmente
expresan la infracción deontológica de atribuirse titulación ambigua o no cursada (art.
6.4 del CDAE y art. 51 del CD).

Con relación a la lealtad profesional, el Código Deontológico de la Abogacía


Española especifica la competencia desleal, la manipulación y las maniobras de
captación de clientes como conductas punibles (art. 7), de igual manera que lo recoge el
Código Deontológico en el art. 13 (manipulación y captación) y el art. 55 (competencia
desleal).

Siguiendo el recorrido del CDAE, en el art. 9 se regulan las relaciones con el


colegio profesional y, en concreto, en el apartado 4 se exponen la necesidad de
denunciar cualquier intrusismo. Igualmente, la obligación de dar a conocer ante el
Colegio Oficial de Psicólogos (COP) cualquier intromisión ajena al fundamento
científico de la psicología se recoge en el art. 34 del Código Deontológico.

Respecto a las relaciones entre profesionales, el CD especifica en los artículos


22 y 23 el respeto a profesionales de mismo o distinto oficio, incluyendo en el art. 30 la
imposibilidad de inmiscuirse en el quehacer de un compañero; aspecto similar a lo
recogido en el art. 11, en el primer punto, del CDAE donde se hace referencia al
encuentro con compañeros de oficio (tanto de la misma parte como de la contraria).

Por otro lado, ambos coinciden en la necesidad de preservar la cautela y el


máximo respeto en los escritos referentes a clientes (art. 11.3 del CDAE y art. 12 del
CD).

El art. 12.1 del Código Deontológico de la Abogacía Española se menciona


directamente la Norma Deontológica de fidelidad al cliente (norma básica en el
quehacer de la psicología), expresando la necesidad de compromiso por parte del
abogado con la defensa de su cliente. También se recoge en el apartado B.2b del art. 12
y en el art. 14 la necesidad de informar al cliente de los honorarios, igualmente recogida
en el art. 57 del CD. Dentro del mismo artículo, en el apartado B.4 se obliga al abogado
a reconocer la capacitación a la hora de aceptar un caso y evaluar la posible
colaboración con un segundo profesional. Esta asunción de las limitaciones y
capacitaciones profesionales se aprecian de igual manera en el art. 17 del CD.

En definitiva, exceptuando artículos y aspectos idiosincráticos de cada profesión,


como, por ejemplo, los englobados entre el art.33 y el art. 38 del CD que tratan de la
investigación y la docencia en psicología o el artículo 16 del CDAE centrado en las
provisiones de fondos y pagos a cuentas, es posible establecer similitudes entre ambos
documentos y extraer reglas deontológicas comunes.

 Conclusiones

Con lo expuesto en las páginas anteriores y a la espera de una mayor


profundización sobre la temática, se puede concluir que dichos ámbitos profesionales
mantienen una gran vinculación. En primer lugar, porque la aplicación de la psicología
no se puede llevar a cabo sin un encuadre legal del territorio en el que se practica y,
porque a menudo los conflictos éticos que hacen dudar al clínico incluyen actos
tipificados en la legislación penal. Además, estas disciplinas se fusionan en campos
profesionales concretos como la Psicología Jurídica, entre otros (Salomone, 2005); por
lo que es necesario evaluar tanto a nivel general como específico qué criterios, artículos,
normas y principios éticos rigen su puesta en práctica.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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