Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
errores irreparables en la
nueva aventura de las cuatro
pequeñas mentirosas.
Retorcida
Pequeñas mentirosas - 9
ePub r1.0
Titivillus 01.10.16
Título original: Twisted
Sara Shepard, 2011
Traducción: María Sánchez Salvador
Me ha escrito A. ¿Y a ti?
Blam.
Emily abrió los ojos sobresaltada.
Tenía la boca pegajosa y pastosa.
Estaba en un sofá que no conocía. A
través de la ventana vio los grandes e
inconfundibles pinos alineados en la
mediana de la calle en la que vivían Ali
y Spencer. La habitación olía a jabón
con un intenso aroma a vainilla. Se
sentó, desorientada.
Oyó pasos en la cocina. Una alacena
que se abría y que se cerraba. La madera
del suelo crujió y una figura entró en la
sala de estar y se sentó junto a ella. El
olor a vainilla se intensificó. Era Ali. Su
Ali. Emily estaba segura.
Sin decir una palabra, Ali se inclinó
sobre Emily, como si fuese a hacerle
cosquillas, como hacía de vez en cuando
en plena noche. Un segundo más tarde,
unos labios rozaron los suyos. Emily le
devolvió el beso sintiendo fuegos
artificiales en el estómago. Pero la
barbilla de Ali era áspera, no suave.
Emily abrió los ojos y despertó a la
realidad.
El rostro que sentía contra el suyo
era de un hombre, no de Ali. Olía a
puros, alcohol y, principalmente, a pudin
de vainilla. Su cuerpo, que le
presionaba el estómago y le apretaba las
tetas, pesaba más del doble que Ali.
Emily se apartó bruscamente y
chilló. La figura retrocedió y encendió
una luz. La bombilla dorada reveló el
cabello canoso del señor Roland.
Obviamente, Emily no estaba en casa de
los DiLaurentis; seguía en casa de
Chloe. Habían estado haciendo de
canguros.
—Despierta, dormilona —dijo el
señor Roland con una inquietante y
maliciosa sonrisa.
Emily se encogió tras el sofá.
—¿Qué está haciendo?
—Solo te despertaba —respondió él
acercándose de nuevo a ella.
Emily reculó.
—¡Pare!
El señor Roland bajó las cejas y
miró hacia la escalera.
—¡Chissst! Mi esposa está arriba.
Emily miró hacia la escalera. No
solo la señora Roland estaba arriba;
también Chloe. Cogió su abrigo del
respaldo de la silla y salió corriendo de
la casa sin tan siquiera atarse los
cordones de los zapatos.
—¡Emily, espera! —la llamó el
señor Roland en un susurro—. ¡Tu
dinero!
Pero Emily no miró atrás.
Fuera reinaba una oscuridad
sepulcral y soplaba un aire gélido.
Emily corrió a su coche y se derrumbó,
hiperventilando, en el asiento del
conductor. Solo es un sueño, se decía.
Miró hacia la calle. Si pasa un coche en
los próximos diez segundos, es solo un
sueño. Pero era más de medianoche y no
pasó ningún coche.
Bip.
El teléfono de Emily se iluminó
dentro del bolsillo de su chaqueta. El
cinturón de seguridad se le escapó entre
los dedos. ¿Y si era de Chloe? ¿Y si lo
había visto? Sacó el teléfono. Era algo
peor: un mensaje con remitente anónimo.
Temblorosa, abrió el mensaje.