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Comprobación de lectura. Sobre La casa vieja de Abelardo Estorino.

Anabel Lescaille Rabell

El triunfo de la Revolución cubana en enero de 1959, si bien trajo grandes beneficios para
el pueblo gracias a los numerosos cambios sociales, tuvo que enfrentar la mentalidad
anquilosada que persistía dentro del propio pueblo, producto del analfabetismo, la pobreza,
entre otras causas. Sacó a la luz una serie de conflictos, de incongruencias, que se fueron
manifestando a medida que avanzaba el proceso transformador. Muchos de estos conflictos
están presentes en La casa vieja de Abelardo Estorino, obra que refleja la problemática
social de la época inicial de la Revolución, a través de los problemas internos de una
familia de pueblo.

Lo primero que notamos es que la familia atraviesa un momento de crisis, el padre está
gravemente enfermo al comienzo, muere y a raíz de esta compleja situación aparecen los
reclamos, las frustraciones, las verdades que cada personaje guarda y que son
representativas de diversos segmentos de la sociedad. Por tanto, se infiere que es en los
tiempos que acarrean cambios, cuando se descubren las carencias, los problemas reales, lo
cual es a la larga beneficioso, ya que solo al plantearlos pueden ser solucionados. El
contexto es el primer llamado de atención que hace la obra, probablemente en alusión a los
años iniciales de la Revolución en los que se centra, que estuvieron caracterizados por
posiciones contrarias, por choque de pensamientos e ideologías, por incomprensiones, por
esfuerzos rectificadores, todo lo cual se deja ver, a veces de forma implícita, a veces de
forma explícita, en La casa vieja.

A partir de las experiencias de los personajes vamos conociendo los principales conflictos
que enfrentó la época en cuestión, pero a la vez, observamos que por desgracia muchos
tienen una vigencia estremecedora, a pesar de los años que han transcurrido. Uno de los
más evidentes es el desbalanceado desarrollo que se daba en la ciudad y en el campo. La
desproporción no era solo de tipo económico, también cultural, ético. Esteban, que ha
tenido la oportunidad de estudiar y trabajar en La Habana, piensa muy diferente tanto del
tío –que no comparte el ideal revolucionario, y cree en el espiritismo- como de Diego, que
también se declara integrado al proceso. La forma de vida de los hermanos ha
condicionado, por supuesto, su manera de verla. Interesa fundamentalmente el desacuerdo
entre estos, más que con Higinio, por lo apuntado antes: ambos eran parte del cambio
social, aunque era imposible que tuvieran las mismas ideas. Diego permaneció en el pueblo,
su pensamiento es típico de este espacio, conservador, prejuicioso, pendiente de las
habladurías, acostumbrado al trabajo rudo, al ambiente del campo. Por su parte, Esteban es
solitario, estudioso, trata de luchar contra las imposiciones del viejo aparato burgués, cree
en la renovación del hombre para bien, en la libertad.

El campo y la ciudad como contextos contrapuestos llegan a plantear conflictos tan


profundos que impiden el entendimiento entre ambos “mundos”, tal como plantea Diego, al
referirse a su hermano: “él nos vira al revés, todo lo ve distinto. Hablo con él y no sé nunca
de qué está hablando”. Como sabemos, en Esteban se encarnan todos los ideales
progresistas, la actitud positiva ante el cambio, la conciencia de la condición imperfecta del
ser humano, el interés por las cuestiones filosóficas, los estudios, la literatura, la defensa de
la verdad y la justicia, la consecuencia moral de sus actos. Aquí se enuncia de forma
implícita un conflicto que aparentemente no tiene solución, al menos mientras no ocurran
verdaderas transformaciones, y es el hecho de que resulta precisamente Esteban -el que se
fue del pueblo, que tuvo la oportunidad de estudiar, que su condición física le deparó una
vida diferente a la de sus hermanos- quien representa el pensamiento más revolucionario de
la obra. Es decir, se deja ver que las personas de un pueblo de campo, apartados del
desarrollo citadino, encerrados en sus propias historias, en las antiguas concepciones y
prejuicios, no son capaces de percibir más allá de su reducida realidad. Mientras en el
pueblo se esconden, ocultan los hechos, solapan las verdades, Esteban -desde una posición
ajena, externa- es capaz de ver “las cosas como son”. Solo el personaje de Flora escapa un
poco a la condición arcaizante que impone la vida del pueblo, debido a todo lo que ha
tenido que pasar por esta causa.

Ahora bien, los problemas que supone el mero hecho de haber desarrollado vidas en lugares
tan distintos como un pueblo y una ciudad, conllevan a otros tantos que merecen igual
atención dentro de la obra. Se presentan sobre todo a través de pares dicotómicos que se
ven constantemente enfrentados en los parlamentos y las actitudes de los personajes.
Encontramos así la confrontación entre la creencia en la efectividad de las viejas
concepciones -que defienden casi todos en el pueblo-, el machismo, el racismo; frente a la
posición de Esteban y en alguna medida de Flora, que defienden un pensamiento
transformador y abogan por la renovación del carácter hipócrita moralizante, la igualdad de
derechos, la sexualidad y el amor libres. La aparente rectitud de principios, la excesiva
rigurosidad solo conducen a la frustración, como apreciamos en un personaje como Laura.
Pero es el paralelismo entre Flora y Luisa la principal prueba de que si las cosas no
cambian, la historia se repetirá eternamente. Los prejuicios, la falsa moral, la mentalidad
retrógrada, destruirán la vida de muchos, y las más afectadas -como sugiere la obra- serán
siempre las mujeres.

Otro de los conflictos que La casa vieja apunta, comienza a manifestarse a partir de la
muerte del padre, cuando durante la despedida del duelo se hace un comentario sobre éste
que acaba por enfurecer a Esteban y finalmente crea otra nueva discusión entre los
hermanos, a la que se suma luego la familia. Se trata de la oposición entre la verdad y lo
incierto, entre lo que pasa y lo que se trata de ocultar, entre la realidad y la mitificación de
los hechos. Por un lado, Esteba trata de humanizar la figura de su padre que han tratado de
pintar como alguien perfecto (“Me molestan las mentiras. ¿Vamos a seguir creando santos,
pasarnos la vida levantando altares?”), por otro, quiere hacer entender a Diego que todos
son iguales, han cometido errores, han evadido responsabilidades, han tratado de evitar
decirse la verdad, porque resulta demasiado difícil de soportar por culpa de unos supuestos
principios, de la aparente decencia, por miedo a lo que dirán los otros.

Esteban hace del miedo el principal responsable de la infelicidad que consume a los
personajes: “Miedo a hacer lo que más deseamos, miedo a decir lo que pensamos. Miedo
siempre, a las reglas, a las leyes, a los números, a lo estricto”. Pero la conclusión a la que
llega en ese mismo parlamento es lo más significativo, porque enfrenta su realidad con el
inconformismo crítico propio del revolucionario que se necesitaba dentro del proceso de
transformación social que vivía Cuba: “Miedo a romper las reglas. A romper cosas y
quedarse sin nada. ¿Y qué más da que nos quedemos sin nada si lo que tenemos no sirve?”
Era necesario un cambio individual, al interior de cada uno, para llegar al progreso de la
sociedad que tanto se anhelaba. Esteban creía realmente en ese cambio, él mismo era
producto de su realización. Por eso la defensa de Luisa era también la defensa de las
generaciones futuras, las verdaderas responsables de continuar la obra. Con un pensamiento
profundamente martiano, Abelardo Estorino plantea a través de La casa vieja, la necesidad
de garantizar que los jóvenes no crezcan con los prejuicios de sus mayores, que desarrollen
un pensamiento nuevo en consecuencia con su tiempo, que comprendan el valor de la
libertad lo suficiente como para que sean capaces de crear su propia historia.

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