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Colección Ciencias Humanas

Bruno Latour
Crónicas de un amante
de las ciencias
Traducción Lucía Vogelfang

P) Dedalus Editores
Latour, Bruno

Bruno Latom nació en Beaune (Borgoña,


Francia), en 1947. Tras obtener un
profesorado en filosofía, se formó como
antropólogo en Costa de Marfil y enseñó
durante varios años en la École des Mines
-célebre escuela de ingenieros parisina-,
donde fue responsable de los cursos sobre
"Descripción de controversias científicas"
y "Socioeconomia de la innovación".
Desde 2006, es profesor del Instituto de
Estudios Políticos de París -el prestigioso
Sciences Po-, donde además es director
adjunto encargado de política científica.

Su primer libro. La vida en el laboratorio


(1979, en coautoría con Steve Woolgar)
marca el inicio de su preocupación por las
múltiples relaciones entre sociología, historia
y economía de las técnicas, derrotero que
llega a su mejor síntesis en Ciencia en acción
(1987). Hacia la década de 1990 se vuelca
decididamente hacia producciones más
teóricas sobre antropología filosófica, entre
las que destacan su obra más célebre Nunca
fuimos modernos (1991) y La esperanza de
Pandora (1999). Más recientemente,
publicó, entre otras obras, Reensamblar lo
social (2005), donde introduce la teoría del
actor-red, fundamental para la sociología
contemporánea, y de la cual es uno de los
principales referentes.

Ha recibido numerosos premios y dintínciones


en diversas universidades del mundo y fue
traducido a veinticinco lenguas.
Colección Ciencias Humanas

urio Latour
Crónicas de un amante
de las ciencias

Traducción Lucía Vogelfang

Dedalus Editores
I.atour, Bruno
Crónicas de un amante de las ciencias. - l a ed. - Buenos Aires : Dedalus, 2010.
286 p . ; 21x14 cm.

I S B N 978-987-23248-8-9

1. Sociologia de las Ciencias. 1. Título


C D D 306.42

C e t o u v r a g e , p u b l i é d a n s le c a d r e d u P r o g r a m m e d ' A i d e à la P u b l i c a t i o n V i c t o r i a O c a m p o , b é n é f i e d u s o u t i e n d u
iVlinistère f r a n ç a i s des A f f a i r e s E t r a n g è r e s et d u Service d e C o o p é r a t i o n et d ' A c t i o n C u l u i r e l l e d e l ' A m b a s s a d e d e
France en Argentine.

E s t a o b r a , p u b l i c a d a e n el m a r c o del P r o g r a m a d e A j i i d a a la P u b l i c a c i ó n V i c t o r i a O c a m p o , c u e n t a c o n el a p o y o del
M i n i S t e n o d e A s u n t o s E x t r a n j e r o s d e F r a n c i a y del Servicio d e C o o p e r a c i ó n y A c c i ó n C u l t i u a l d e la E m b a j a d a d e
¡'"•rancia e n la A r g e n t i n a .

'lìtulo originai: Chroniqttes d'un amateur de sciences

© 2006, Mines Paris - Les Presses


© 2006, Bruno Latour.
© (le la traducción: Lucía Vogelfang

edición en español: diciembre de 2010

Dedalus Editores
Felipe Valiese 855, Buenos Aires, Argentina.
info@dedaluseditores.com.ar, dedalus.editores@gmail.com
www.dedaluseditores.com.ar

Diseño de colección y cubierta: Crudele Ribeiro Diseño


Diagramación: Ariel Shalom

ISBN 978-987-23248-8-9
1 lecho el depóstito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida,
almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico,
mecánico, óptico, digital, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Indice

La Recherche, ¿una gran revista política? 11


¿Hacen falta críticos de ciencia? 19
¿Dijo usted "científico"? 25
Elogio del relativismo 29
¿La República ya no necesita científicos? 35
¿Necesitamos "paradigmas"? 39
¿Cómo dejar escapar un descubrimiento? 45
¿Tiene algún sentido la historia de las ciencias? 51
¿El fin de la Ciencia? 57
¿Hay que hablar de la historia de los hechos? 63
¿Una disciplina científica tiene que reflexionar
sobre sí misma? 69
¿Hasta dónde hay que llevar la historia de los
descubrimientos científicos? 75
¿Hay que defender la autonomía de los científicos?
Sí, a condición de que la compartan con todo
el mundo 81
¿Dijo usted pluridisciplinario? 87
El texto de Turing 91
La rebelión de los ángeles de Frege 95
¿Hay que tenerle miedo al reduccionismo? 101
"¡Cogito, ergo sumus!" 107
Einstein en Berna: Lo concreto de lo abstracto 113
Derecho y ciencia 117
¿Cómo acostumbrar a los investigadores
a vivir peligrosamente? 121
¿De qué religión es heredera la Ciencia? 127
¿Es la ciencia más espiritual que la religión? 133
Visible e invisible en ciencia 137
La obra de arte en la época de su
reproducción digital 143
Tengamos cuidado con el principio de precaución 149
Diversos sentidos de la representación . 153
La espada de Damocles 157
¿Hasta dónde debe llegar el debate público?
¡Hasta el cielo! 161
¿Hay que tenerle miedo a los suizos? 167
Por un derecho a la controversia científica 171
Política local y ecología práctica 177
"¡Contra la reacción morena!" 183
Una sesión en la Academia de Agricultura 189
¿Hay que conservar el principio de imprudencia? . . . . 193
La sabiduría de las vacas locas 197
La verdadera novela de la investigación 203
"Happy Birthday to you HAL! " 209
¡Cuidado! "Material culturalmente sensible" 215
La guerra de las calcomanías: ¿quién es el
pez más gordo? ¿Darwin o Jesús? 221
"Nadie sabe con certeza..." 225
El fin de las técnicas 229
¿Cómo evaluar la innovación? 233
Siguiendo la huella de la innovación arriesgada 239
¿Hay que saber antes de actuar? 243
Sujetos recalcitrantes 247
¿Por qué venís tan Tarde? 253
La guerra de los dos Karl o cómo hacer
para antropologizar la economía 257
La objeción de las ciencias sociales 261
¿La diplomacia de las excavaciones
o cómo respetar' a los muertos? 265
¿Cómo elegir la cosmología? 269
Guerra de las ciencias - u n diálogo- 273
Agradecimientos

Agradecemos al diario La Recherche la autorización para


reproducir estas crónicas y a Abril Ventura por su paciente
trabajo de relectura.
11

La Recherche,
¿una gran revista política?

ELLA: ¿Lee regularmente La Recherche^?


ÉL: SÍ y no, de hecho no, aunque el centro de documentación
de mi laboratorio recibe la revista. Así que virtualmente la miro
de todas formas. Se imagina, ya bastante trabajo es leer todo lo
que aparece en la especialidad a la que uno se dedica...
ELLA: SÍ, pero justamente, este órgano podría permitirle es-

tar al tanto de lo que sucede por fuera de su especialidad, ¿no?


ÉL: ES probable, pero para serle sincero, me parece que La
Recherche cambió mucho.
ELLA: La investigación también, ¿no?...
ÉL: Puede ser, pero en fin, antes la revista tenía mucho más
peso. Si un artículo aparecía allí se convertía en una referencia;

' N. de la T.; La Recherche es una publicación francesa realizada por periodistas cientí-
ficos que se consagra, desde 1972, a la divulgación de la ciencia, y que se ha convertido en
la revista de referencia sobre información científica francófona. En esta entrevista, lec-
tora e investigador debaten acerca de la publicación y se preguntan si es principalmente
un lugar de divulgación de los logros científicos autorizados, o si debe dar a conocer los
debates que hacen a la vida de la investigación científica y participan en la construcción
del mimdo común. La palabra francesa "recherche" significa investigación, búsqueda.
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
12

era una especie de Boletín Oficial de la ciencia francesa.


ELLA: Ah, porque seguramente usted lee frecuentemente el
Boletín Oficial, ¿no?
ÉL: Por supuesto que no, nunca; pero era algo bueno, in-
cluso aunque no se leyeran, los papers estaban allí de todas
formas...
ELLA: ¿Quiere decir que antes había artículos serios que no
había necesidad de leer y que ahora igual no se los lee pero por
otra razón, porque ya no son suficientemente oficiales?
ÉL: En un sentido, sí. Antes, los artículos eran serios pero no
se podían leer porque eran incomprensibles, excepto para los
especialistas. Ahora, quizás son legibles, pero ya no tienen la
misma autoridad, están llenos de controversias, de debates, de
incertidumbres, y además la revista está atiborrada de aspectos
no técnicos, de asuntos de sociedad: uno se pierde ahora, hay
incluso no-científicos que escriben allí, ¿entiende lo que quiero
decir?
ELIJV: Pero la investigación, sin embargo, se hace bastante
bien a pesar de todas las controversias, disputas y preguntas
que involucran grandes cuestiones, ¿no?
ÉL: Por supuesto, pero eso no justifica que se expongan esas
cuestiones en la plaza pública. Una revista de divulgación no
debe hablar de cuestiones de la cocina interna de la comunidad
científica.
ELLA: Pero esa famosa "comunidad científica francesa", ¿en
qué órgano expone sus dificultades, sus intereses, sus estados
de ánimo?
ÉL: De hecho, en ningún lado, y eso es un verdadero pro-
blema. Un poco en la Academia, otro poco en los pasillos del
ministerio, en las revistas anglosajonas... pero no hay verdade-
ramente un órgano apropiado.
ELLA: ¿ Y La Recherche no podría servir para eso? ¿No podría
brindarle un foro comim a todas las disciplinas? ¿Y si, en vez de
LA RECHERCHE. ¿UNA GRAN REVISTA POLÍTICA?

ocupar el rol de Boletín Oficial, ilegible para los resultados de


cada especialidad por separado, explorara lo que estas discipli-
nas tienen en común?
ÉL: SÍ, no sería nada tonto, los lobbies científicos tendrían fi-
nalmente su publicación, como sucede en Estados Unidos con
las editoriales de Science, pero se convertiría en una revista
para nosotros los científicos, ya no le interesaría a nadie más.
ELLA: ¿Por qué no? Los estudiantes, los profesores de cien-
cia, los ingenieros, los industriales, el gran público, todos
pagan por la investigación, es su ciencia también después de
todo, son sus impuestos, quizás les interese saber lo que están
investigando, buscando, por qué privilegiaron tal disciplina,
tal instrumentación, tal programa, tal colaboración. ¿No cree
usted que el público y la comunidad científica tienen de todas
formas intereses comunes que compartir?
ÉL: SÍ, por supuesto, es necesario que la opinión pública
sepa y comprenda lo que hacemos. Es necesario que esté al tan-
to. Pero la divulgación, como usted sabe, no es una cosa fácil.
ELLA: ¿ E S acaso porque usted no imagina otra alianza posible
con la opinión pública que no sea la divulgación? Si ésta está al
tanto de sus resultados, todo saldrá bien, ¿eso es lo que usted
cree?
ÉL: SÍ, ¿por qué? ¿Qué otro rol podría jugar el público?
E L I A : E S desalentador... Ahora entiendo por qué les cortan
el crédito. ¡El público tiene mil razones para interesarse por lo
que hacen los investigadores, además de la divulgación! Es su
propio futuro el que, en gran medida, se decide en los labora-
torios, ¿o no?
ÉL: Ah, sí, por supuesto, naturalmente, estamos orgullosos
de eso. Pero que los no-científicos esperen a que hayamos pro-
ducido resultados indiscutibles y ahí los pondremos al tanto.
No vamos, mientras tanto, a exponer en las revistas nuestros
problemas personales, nuestros debates internos, nuestras
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
14

cuestiones de políticas científicas, nuestras elecciones de equi-


pamiento, nuestras hipótesis de trabajo.
E L I A : ¿ Y por qué no? Una de dos: o bien el futuro de los
franceses se decide a través de las ciencias y las técnicas, y
entonces lo que pasa en este campo debe debatirse pública-
mente con los investigadores y en función de sus intereses,
quizás contradictorios; o bien la ciencia ya no define el futuro
de los franceses, de los francófonos, y entonces ya no necesi-
tan llevarles el apunte. Hagan que el sector privado pague sus
artilugios. Pero entonces, por favor, no hagan de la ciencia un
sacerdocio indispensable a la mayoría.
ÉL: Pero por supuesto que somos útiles para todo el mundo,
¿cómo poner eso en duda?
ELLA: Y bien, entonces, demuéstrenlo, argumenten, escriban
en La Recherche, expliquen sus disciplinas, sean comprensi-
bles, defiendan sus especiaUdades, recuérdennos las buenas
razones que tenemos para creerles, para apoyarlos, para que-
rerlos.. . ¡Hagan que nos interesemos por ustedes!
ÉL: Pero eso es una evidencia, la Ciencia conduce el mundo,
la Razón sostiene la democracia. No hay nada por encima del
conocimiento. ¡¿No vale le pena empeñarse en demostrar tal
cosa?!
ELIJÍ.: ¿Pero cómo que no? ¡Más bien que sí! Es como si se
les explicara a los diputados que ya no tienen que votar el
presupuesto de este año porque, de todas formas, estamos en
una democracia y sólo tienen que confiar en los funcionarios
del Tesoro...; o como si se les dijera a los jueces que no deben
someter a examen a los diputados porque los políticos, por
definición, trabajan en pos del interés general y no pueden
hacer daño. Ustedes tampoco están más allá de toda sospecha.
¿Cuándo expücó usted por última vez de manera convincente
la importancia y el interés de su disciplina? ¿Cuándo convenció
usted a alguien que no pertenecía a su misma especialidad y
LA RECHERCHE. ¿UNA GRAN REVISTA POLÍTICA?

que no era uno de sus patrocinadores?


ÉL: ¿Usted quiere decir que necesitaríamos una publicación
propia de la comunidad científica francesa para convencer
nuevamente al público de que lo que queremos investigar me-
rece su apoyo, que es interesante, que es pertinente, y que los
futuros que trazamos a través de esas investigaciones merecen
ser vividos, en todo caso, que hay que debatir con aquellos a
quienes este asvmto concierne directamente?
ELLA: S Í , de alguna manera, comenzamos a comprendernos.
ÉL: ¡Pero la ciencia más bella del mundo sólo puede dar lo
que tiene! Usted confunde, me parece, la ciencia con la política
y lo que exige de nosotros debería pedírselo a los diputados, a
los periodistas, a los hombres y mujeres de la política.
ELLA: Quizás en efecto es exactamente eso lo que busco:
que La Recherche se convierta en la gran revista política del
siglo que viene, lo que fue Esprit o Les Temps Modemes en la
posguerra. Le Nouvel Observateur durante la guerra con Arge-
lia...
ÉL: Pero entonces, usted mezcla todo. Nosotros los cientí-
ficos sólo buscamos dar del mundo la representación más fiel
posible; todo lo demás no nos pertenece.
ELLA: E S O mismo espero yo de una revista política: que par-
ticipe de la búsqueda de la representación más fiel posible del
mundo en el que queremos vivir.
ÉL: ¡Pero usted hace juegos de palabras! Yo quiero decir re-
presentación fiel y usted me habla de... "representación fiel",
yo hablo del mundo y usted me habla "del mundo"...
ELLA: Y bien, ¿no estamos acaso hablando de lo mismo? ¿No
es el mundo lo que hay que aprender a representar bien, y que
necesita entonces fieles representantes, exactos, confiables, us-
tedes, nosotros, y todos aquellos que también están implicados,
que necesitan un órgano común para saber si expresan la exac-
ta verdad, en vez de sus intereses parciales, unilaterales?
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
16

ÉL: En ese punto, estoy perdido. El naundo del que hablo,


el que tenemos que representar, es el mundo exterior, lejano,
extraño al hombre, a la política, a los juicios de valor, el de
los hechos, los simples hechos, el que nos fue dado en comu-
nión, como herencia, a nosotros los científicos, y usted habla
de...
ELLA: ...del mundo, sí, de ese mismo, el que es también
interior, humano, cercano, disputado, el de las controversias,
de las incertidumbres, el que tenemos que compartir con las
cosas, con los animales, los objetos de toda clase, las galaxias
y las partículas, los teoremas y las teorías, el que heredamos
todos nosotros, los hombres, ¡e incluso las mujeres! para que
lo comprendamos y representemos.
É].: ¿Pero cuál sería el interés de confundir en un mismo
órgano de prensa los dos tipos de representación, de repre-
sentantes, los que provienen, digamos, de la epistemología y
los qvxe provienen de la política?
ELLA: ¡Porque justamente podría debatirse allí la unidad
de este mundo! Todas esas especialidades brillantes, todos
esos expertos que se contradicen, se entrecruzan o discuten,
todo ese público vacilante, esos diputados indecisos, esas re-
glamentaciones contradictorias, todo eso no alcanza siempre
para construir un mundo, quiero decir, un mundo unificado.
ÉL: Pero el mundo está allí, fuera de nosotros, ya unifica-
do, sin importar lo que hagamos, digamos o pensemos.
ELIV>L: E S en este punto en el que estamos en desacuerdo: si
eso fuera cierto, ustedes hablarían todos de común acuerdo,
sin desacuerdos. No, la unidad está por delante nuestro, no
por detrás, no está ya hecha, obtenida sin combate y sin deba-
te, de una vez y para siempre. Hay que producirla, reclamarla,
pelear por ella, ¿y cómo hacerlo sin un foro, sin una revista,
sin un órgano, sin autores capaces de hacerse entender? Y no
simplemente para difundir sus pequeñas especialidades, sino
LA RECHERCHE. ¿UNA GRAN REVISTA POLÍTICA?

para crear su mundo común.


ÉL: ¿Y usted pretende pedirle eso a la revista La Recherche?
¿Hacer del ex Boletín Oficial de la Ciencia francesa con C ma-
yúscula la gran revista política del mundo común del futuro,
indisolublemente científico y político?
ELLA: E S eso mismo lo que pretendo en efecto. Digo que es
más que la hora, que es uno de los medios para renovar la polí-
tica y sobre todo la ciencia, su ciencia.
ÉL: Usted está soñando, me parece a mí, y, de todas maneras,
no hay autores para los artículos que usted querría leer en esa
revista. ¿Dónde están las plumas capaces de tales hazañas?
ELIA: Empecemos por usted: ¿por qué no escribir un artículo
sobre los objetos de la investigación que tanto lo apasionan?
ÉL: Eh, tengo demasiado trabajo, y eso sólo me interesa a mí,
me gusta más publicar en PNAS, en inglés, me trae más citas, y
con las presentaciones de patentes, usted comprende...
ELLA: Entonces, ¿confiesa usted que a la comunidad científi-
ca francesa no le interesa y que le importa un bledo la relación
entre la investigación y el público francés?...
ÉL: Pero de ninguna manera, se lo garantizo, de hecho usted
me resulta muy simpática. Escúcheme, la próxima vez trataré
de leer un número de la revista, sí, sí, mi centro de documenta-
ción está abonado, es fácil, en fin si tengo tiempo, no le prome-
to nada, me siento muy manipulado en este momento...

Mayo de 2000
19

¿Hacen falta críticos


de ciencia?

Jean-Marc Lévy-Leblond lo observó a menudo: ¿cómo puede


ser que haya críticos de arte y que la ex|)resión "crítico de
ciencia" no logre imponerse? No escasea, sin embargo, la gente
dispuesta a criticar las ciencias, pero se trata en la mayoría de
los casos de un rechazo sin matices, de una tecnofobia; ¡como
si los críticos de arte se pusieran a detestar la pintura!^ Y bien.
Como la expresión "crítico de ciencia" no prosperó, la etiqueta
"amante de las ciencias" es la que debe presidir esta crónica.
¿Cuáles son los derechos y las obligaciones de este género
literario inusitado?
El amante de las ciencias no produce ciencia en la misma
medida en que un crítico teatral no escribe obras. Ni uno ni
otro buscan entonces emular aquello sobre lo que hablan:
la autoridad que otorga el poder creador les es totalmente

' Se podrá encontrar en el número del Mande Diplomatique de principios del año
1998 un ejemplo particularmente extremo de un discurso crítico contra las "tecnocien-
cias", en oposición a lo que puede esperarse de amantes cultivados. A "la barbarie cien-
tiflcista", los autores no hacen sino oponerle, en toda la extensión de la página, lo que es
preciso llamar "barbarie crítica".
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
20

ajena. Se les pide más bien que participen en la formación del


gusto del público, estableciendo un conducto entre las obras
y aquellos que querrían apreciarlas pero que no saben todavía
cómo hacerlo. Sin otra autoridad que su independencia y su fa-
nüliaridad, a veces un poco impertinente, para con los objetos
de los que hablan, los críticos, tan insoportables para los crea-
dores como para el público, permiten no obstante que tanto
unos como otros se forjen una opinión - e n caso de necesidad
a expensas de ellos mismos. Sirven de mediadores en el juicio
crítico.
Podrán decirme que la palabra "mediador" ya existe y que
designa, en el dominio de la ciencia, la ayuda que debe ofre-
cérsele a los científicos para que transmitan sus resultados al
gran público. Si bien son útiles para participar en la difusión
de los conocimientos ya producidos, lamentablemente estos
mediadores no sirven para formar el gusto por lo que apa-
siona, incluso en el presente, a los investigadores. Tanto más
vale confundir la crítica literaria del "Lagarde et Michard"^ que
versa sobre valores ya establecidos, con el Monde des livres
que debe, todas las semanas, arriesgarse a hacer evaluaciones
que nada pueden garantizar. Por más indispensable que sea, la
pedagogía relaciona a ignorantes con saberes, y no a curiosos
con investigadores que todavía no saben.
Ahora bien, los científicos evalúan la calidad de sus hallaz-
gos con adjetivos completamente diferentes a verdadero y fal-
so: hay programas de investigación inútiles o dañinos, cálidos
o fríos, duros o blandos, nuevos o banales, caros o baratos, tác-

^ N. de la T.: André Lagarde y Laurent Michard fueron profesores de literatura en-


tre los años 1950 y 1960. El "Lagarde et Michard" es un manual escolar ilustrado que
compendia biografías y una selección de textos de autores franceses, acompañadas de
notas, comentarios y preguntas dirigidas a los alumnos. Durante mucho tiempo sirvió de
base para la enseñanza del francés en el nivel secundario en Francia y en otros países
de lengua francesa.
¿HACEN FALTA CRÍTICOS DE C I E N C I A ? 2 1

ticos o estratégicos, interesantes o triviales, estadounidenses


o franceses, bellos o feos, autónomos o coaccionados, acti-
vos o degenerados, elegantes o torpes, estériles o fecundos.^
El amante de las ciencias busca relacionar los intereses del
público, que no puede limitarse únicamente a la obligación de
aprender prudentemente sus lecciones, con esta rica paleta de
juicios.
Esta precisión, sin embargo, no alcanzará para calmar la
irritación de ciertos científicos. Hay, en efecto, algo chocante
en el hecho de tomar una disciplina científica, un instrumento,
un coloquio, un artículo, un argumento, una controversia, por
un bello objeto cultural, digno de ser apreciado, degustado,
sopesado, amado o detestado de la misma forma en que se
lo haría con un gran libro o una gran película. Los científicos
pueden querer que nos interesemos por ellos, pero ciertamen-
te no quieren que sus resultados sean tomados por obras de
arte susceptibles de ser juzgadas por perfectos ignorantes que
no pertenecen a la República de las Pruebas y que no corren,
como ellos, el riesgo de la experimentación. Los científicos se
ven tentados a responderles a estos críticos de ciencia con un:
"no queremos que nos amen, presuntos amantes, sólo quere-
mos que comprendan nuestras razones, y si no, ¡cállense!"
Nos encontramos entonces frente a dos posiciones posibles:
en la primera, hay que distinguir totalmente la crítica de arte
que juzga, gracias a habladurías indefinidas, sobre gustos y pre-
ferencias, y el saber que permite poner fin a las interminables
discusiones gracias a un juicio indiscutible. En esta óptica, el
amante de las ciencias no es, en el mejor de los casos, sino una
mosca borriquera, y en el peor, un impostor -en cualquier caso

Imrc Lakatos, Histoire et méthodologie des sciences. Programmes de recherche


et recoTistruction rationnelle, Paris, PUF, 1994, fue quien más lejos ha ido en la califi-
cación de los programas de investigación por su fecundidad.
22 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

no tiene su lugar en una publicación científica.


Aquí, en esta crónica de La Recherche, exploro una posición
diferente. Ya no sería cierto decir que habría, por un lado, in-
vestigadores que corren el riesgo de la experiencia para asentar
sus resultados y, por otro, el público que debería ser paciente
y esperar del lado de afuera hasta que los hechos estén lo su-
ficientemente maduros como para tomar conciencia de ellos.
Los tiempos cambiaron, y con ellos las relaciones del saber
indiscutible y del juicio discutible. Estamos todos embarca-
dos en las mismas experimentaciones colectivas, ya sea que
se trate de genética, de meteorología, de ecología, informática
o economía. Dicho de otro modo, a todos se nos conduce, por
ima razón o por otra, a hacer política científica. Ya sea que se
trate de elegir de un estante un sachet de soja genéticamente
recombinada, de sufrir o no sufrir una operación riesgosa, de
abandonar nuestro auto Diesel, de hacer que nos extraigan
sangre, de pasar a una moneda única, nos encontramos en el
corazón de las controversias científicas, jurídicas, técmcas,
legales, obligados a imaginar un programa de investigación y a
apreciar los saberes por otras cualidades más allá de lo verda-
dero y lo falso.
¿Dónde se encuentra esta rica paleta de juicios sobre las cien-
cias que nos permitiría hacer frente a las nuevas obligaciones de
esta poKtica científica generalizada? En las ciencias mismas, jus-
tamente, o más bien en el corazón de los procesos de investiga-
ción. Es allí precisamente donde hay que ir a buscarla. Ya que los
propios investigadores aprecian sus proyectos de investigación
con adjetivos mucho más sutiles que "exacto" e "inexacto", y ya
que estamos embarcados en las mismas experimentaciones, es
absolutamente necesario que compartan esos juicios con aque-
llos que se han convertido, como no podía ser de otro modo, en
colegas. Los investigadores ya no deben solamente difundir su
saber, sino también compartir su perplejidad frente a las políti-
¿HACEN FALTA CRÍTICOS DE CIENCIA? 2 3

cas científicas que nos conciemen a todos en diferente grado.


En lugar de la antigua partición entre saber indiscutible y
política discutible, nos encontramos todos obligados a parti-
cipar de una discusión pública. Es necesario entonces, en una
publicación científica como ésta, multiplicar las voces y los gé-
neros, hacer todo lo posible para que las ciencias sean objeto
de juicios tan diversos como las discusiones que los investiga-
dores sostienen entre eUos en lo más profundo de sus laborato-
rios. Cuando Jürgen Habermas, De Véthique de la discussion'^,
Paris, Cerf, 1992, quiere mantener el debate público en contra
de la razón instrumental de los expertos, no se da cuenta de
que obtendría mucho más rápido lo que busca si tuviera en
cuenta las controversias de los propios expertos. Lo que con-
duce a cruzar a Lakatos -que quiere poner a los científicos al
resguardo del mundo social- con Habermas -¡que quiere poner
al mundo social al resguardo de los científicos!. Magnífica sime-
tría que brinda la solución al problema que ni uno ni otro consi-
guen resolver El amante de las ciencias participa simplemente
de esta proliferación. En todo caso, es el riesgo que corre.

Mayo de 1998

N. de la T.: Hay traducción al español: La ética del discurso y la cuestión de la


verdad, Paidós, Barcelona, 2003.
25

¿Dijo usted "científico"?

Reducido a su forma, el método científico siempre se pare-


ce a consejos de sentido común, la mayoría de las veces diver-
gentes: escuchar las opiniones contrarias, pensar bien antes
de hablar, persistir suficiente tiempo sin dejarse intimidar, no
obstinarse, verificar que uno no se haya equivocado, confiar
Todo esto es muy decepcionante. Son los objetos a los que
se aplican estos preceptos los que otorgan su pertinencia a la
expresión "método cieiitífico"^ La falsificación, por ejemplo,
no aparece como una regla profunda sino cuando se aplica a
leyes físicas o a cuestiones de biología. Desligada de estas rea-
lidades materiales, no es, a decir verdad, sino una evidencia de
sentido común que aplicamos todos los días.
Si parece tan difícil definir un método, es quizás porque
buscamos denominar con un solo término formas de vida muy
diferentes. ¿Qué significa, en efecto, el adjetivo "científico"?
Podemos pensarlo al menos de tres maneras diferentes, a las

' Jean Lave, Cognitioìi in Practice. Mind, Mathematics and Culture in Everyday
Life, Cambridge, Cambridge University Press, 1988.
26 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

que, según creo, es necesario distinguir cuidadosamente. En el


primer sentido, "científico" se refiere a una forma de discurso
que permite pasar por alto la palabra pública, la lengua popu-
lar, el murmullo mundano, los rumores ociosos, el muestrario
indefinido de la subjetividad. En este primer sentido, decir que
un dato cualquiera es "científico" quiere decir que ya no hay
nada que discutir. Algo pasa en el centro de la vida común que
es tan vano querer detener como lo sería querer detener un
tren a gran velocidad lanzado a través de una aldea.
En el segundo sentido, el mismo adjetivo "científico" sig-
nifica casi exactamente lo contrario: nuevas entidades de las
que hasta el momento no se había hablado nunca comienzan
a formar un universo de discursos inusitados, en el interior
de comunidades científicas originales, en virtud de dispositi-
vos experimentales nunca antes empleados. Estas entidades,
lejos de pasar por alto la discusión, hacen que, al contrario,
los científicos y aquellos a quienes éstos se dirigen queden
perplejos. Pensemos en los priones, esas pequeñas proteínas,
llamadas justamente "no-convencionales", que pueden con-
siderarse responsables de la enfermedad de la "vaca loca"
-aunque todavía no es del todo seguro. Los hechos que las
contienen no tienen todavía la potencia de un tren a gran
velocidad: puede decirse que son sólo candidatos a una exis-
tencia asegurada. Lejos de interrumpir cualquier discusión,
están aquí, a la inversa, para complicarla, como pudo consta-
tarse en virtud de ese enorme caso que puso en peligro todo
el mercado europeo de la carne, así como todo el sistema de
vigilancia veterinaria.
Pero hay todavía un tercer sentido, al que nos referimos,
incluso sin pensarlo, cuando se afirma que un hecho es "cientí-
fico". Con eso quiere significarse que hay detrás del enunciado
una gran cantidad de pruebas, de cifras, de data, que podría
movilizarse en caso de que surgiera alguna duda. Mientras
¿DUO USTED -CIENTÍFICO"? 27

que el primer sentido remite más bien a lo indiscutible y el


segundo versa sobre la novedad y la perplejidad que engendra,
este tercer sentido se basa más que nada sobre lo que podría
llamarse la logística. Cuando se quiso trazar el mapa geológico
de Francia, hizo falta recolectar, clasificar, administrar, sinteti-
zar, reformatear centenas de miles de datos primarios. Hay allí
un problema de management que se debe esencialmente a la
amplitud de lo que se quiere manipular.^
Ahora bien, un enunciado puede ser científico en este ter-
cer sentido y no serlo en el segundo, exactamente por la mis-
ma razón que un ejército puede tener una excelente logística
pero ninguna estrategia. Inversamente, un enunciado puede
ser científico en el segundo sentido -entidades nuevas com-
plican las opiniones demasiado ligeras que sosteníamos hasta
entonces acerca del mundo- sin ser, sin embargo, científico en
el tercer sentido del término -ninguna masa de datos las res-
paldan. Es lo que sucede a inenudo al comienzo de los avances
teóricos, en algunos campos de las ciencias de la observación,
en gran parte de las ciencias humanas y en casi todas las hu-
manidades.
Al aplicar el mismo adjetivo "científico" nos referimos en-
tonces a tres repertorios de acción que no tienen casi ninguna
relación entre sí y que sólo la historia ha emparentado.
El primer sentido tiene como origen una larga guerra con-
tra la política, entablada por los griegos y continuada hasta
nuestros días: como el discurso político nos parece demasiado
lento, demasiado retorcido, demasiado complejo, demasiado
engañoso, buscamos simplificarlo recurriendo a enunciados

2 Theodore M. Porter, Ti'ust in Number. The Pursuit of Objectivity in Science


and Public Life, Princeton, Princeton University Press, 1995. Mary Poovey, History
of the Modern Fact. Problems of Knowledge in the Sciences of Wealth and Society,
Chicago, Chicago University Press, 1999.
28

que tendrían la capacidad de taparle para siempre la boca a los


oponentes y de suspender cualquier debate.® Pero este primer
sentido, el de la epistemología política, nunca se llevó bien con
el segundo, que le permitió a las antiguas sociedades así como
a las sociedades industriales, multiplicar el niimero de entida-
des con las que los seres humanos deben compartir su suerte.
Mientras que el primer sentido permitía limitar el uso de
la democracia a una rabadilla, el segundo obliga, al contrario,
a extenderlo siempre un poco más de manera que se puedan
absorber las controversias incesantes que se refieren a las
alianzas variables de humanos y de no-humanos. En cuanto
al tercer sentido, de origen mucho más reciente, depende de
las exigencias de la "demografía" de esos colectivos nuevos,
obligados a mantener juntas cantidades cada vez más grandes
de asociados -humanos y no-humanos.
No sorprende que cueste un poco de trabajo definir un
método científico, si el mismo adjetivo aglutina sentidos tan
diferentes...

Septiembre de 2000

Barbara Cassin, L'Effet sophistique, Gallimard, Paris, 1995 [Hay traducción al es-
pañol: Barbara Cassin, efecto sofístico, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2008|.
29

Elogio del relativismo

La acusación de "relativismo" alcanza la mayoría de las


veces para cerrarle el pico a los oponentes. ¿Cómo podría-
mos, sin paradojas, pretender hacer el elogio de ese signo de
infamia? ¿El relativismo no es acaso el mal de este fin de siglo?
Como lo dice la inscripción del afiche cinematográfico de una
película: "¡Todo es sospechoso, todos están en venta, y nada
es lo que parece!"^ ¿No resulta evidente la necesidad de luchar
contra este entusiasmo enfermizo? Sin embargo, aquellos que
utilizan el término "relativismo" como una injuria definitiva se
privan de todos los recursos que la discusión habría permitido
si hubieran podido prolongarla un poco. Al querer suspender el
trabajo de puesta en contacto, adoptaií, sin siquiera saberlo, la
posición opuesta: la del absolutismo.
El sentido común reúne en el mismo término -relativis-
mo- posiciones muy diferentes.^ El primer sentido remite a la
apreciación de gusto. Contrariamente a lo que dice el prover-
bio, sobre gustos sí hay mucho escrito y nunca dejamos de dis-
cutir sobre ellos. Como lo demuestra toda la historia del arte, la

' N. de la T.: Se refiere al film L. A. Confidential, de Curtís Hanson.


^ Uno de los numerosos orígenes de ese debate se remonta, como siempre, a los grie-
gos. Véase el notable trabajo de Barbara Cassin, L'EJJet sophistique, Paris, Gallimard,
1995 [Hay traducción al español: Barbara Cassin, El efecto sofístico, trad. Horacio Pons,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008¡.
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
30

formación de una jerarquía de gustos exige una confrontación


continua y meticulosa de las fuentes del juicio.® Lejos de ence-
rrar al otro dentro de la propia opinión particular, se trata, muy
por el contrario, de convencerlo, de formarlo, de enfrentarlo y
de transformarse a sí mismo en virtud de esta confrontación.
No se puede utilizar decentemente la palabra "relativismo"
para designar la ausencia de toda jerarquía de valores, aunque
ésta designa, justamente, la puesta en contacto por la cual se
establecen, a tientas, las ya mencionadas jerarquías.
El segundo sentido, mucho más dramático, remite a esa idea
de que existiría una cultura nacional o étnica tan particular que
permitiría que nos liberáramos de cualquier discusión, de cual-
quier confrontación, de cualquier justificación. Que se utilice el
adjetivo "relativismo" para designar la manera en la que ciertos
regímenes totalitarios de este siglo quisieron erigir su etnia
como un absoluto que les permitiera no ser ya responsables de
sus actos frente a los demás, hete aquí algo que sobrepasa el
sentido común. Pero que, por un reflejo condicionado, se llegue
incluso a esgrimir la acusación de "nazismo" cada vez que se
habla de "relativismo" en arte, en ciencia, en política, es algo
que muestra hasta qué punto los argumentos de los vencidos
pueden triunfar sobre sus vencedores: el rechazo del otro se
manifiesta tanto en aquellos que tienen la audacia de utilizar
este "argumento" como en los totalitarios de quienes se preten-
de que "el relativismo termina siempre por impulsar".
Es probablemente un tercer sentido, menos erudito, me-
nos dramático, el que se tiene en la mira cuando se esgrime
sin siquiera pensarlo una acusación semejante: "Usted tiene
su opinión, yo tengo la mía, no tenemos nada que discutir, yo

Véase, por ejemplo, Antoine Hennion, La Passion musicale. Une sociologie de la


médiation, A.-M. Métailié, Paris, 1993 [Hay traducción al español: Antoine Hennion, La
pasión musical, trad. Jordi Terré, Barcelona, Paidós, 2002[.
ELOGIO DEL RELATIVISMO
31

mantengo mi postura, usted mantiene la suya, cada cual en lo


suyo". Esta forma de tolerancia tiene en efecto algo chocante:
supone que ya no hay nada que discutir, que ningún argumento
volverá alguna vez a tener peso, que las opiniones están de-
finitivamente establecidas, que el mundo está compuesto de
esencias con límites fijos que nada nunca podrá modificar.^ La
purificación conceptual es tan escandalosa como la purifica-
ción étnica porque supone un absolutismo del punto de vista
particular: el otro nunca me hará cambiar de opinión acerca de
mi propio punto de vista.
Los antropólogos emplearon mucho la expresión "relativis-
mo cultural" (es el cuarto sentido al que recurrimos a menudo),
pero este vocablo, en su origen, no designaba en absoluto la fa-
cultad de que cada etnia viviera en su propio territorio, encerra-
da dentro de su paradigma: se trataba, muy por el contrario, de
ampliar la muy estrecha definición que los europeos construían
para sí de la humanidad, de la razón, de la virtud, confrontándola
con los otros pueblos con los cuales establecían relaciones por
medio del comercio, la evangelización y la conquista. Para los
antropólogos, la universalidad no podía jamás ser un punto de
partida, sino que debía ser siempre un pvmto de llegada, una vez
que la pesquisa hubiera sido llevada a cabo.® En consecuencia,
la utilización de la expresión se vio siempre acompañada, según
ellos, de una exigencia mayor en la puesta en relación de los
puntos de vista y jamás de un abandono progresivo de esas exi-
gencias. No hace falta ir hasta allí y hacer un trabajo de campo
para demostrar que las culturas son incomunicables...

Contra esta hipocresía del falso respeto del otro, véase el último volumen de Isabelle
Stengers, CostnopoliUques, París, La Découverte, 1997, titulado ¡con justicia! "Pour en
finir avec la tolérance" ("Para tenninar con la tolerancia").
Véanse los ensayos reunidos por George W. Stocking (director de la publicación).
Observers Observed. Essays on Ethnographic Fieldwork, Madison, The University of
Wisconsin Press, 1983.
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
32

Probablemente tenemos aquí el medio para no perdernos


entre todos esos diferentes sentidos de la misma palabra: ¿de
qué se trata ? ¿debemos acaso distender o bien acrecentar las
exigencias que permiten que nos relacionemos con el otro? Ésa
es la piedra de toque que permite distinguir el buen relativismo
-que habría que llamar, si las palabras tuvieran un solo sentido,
"relacionismo"- del mal relativismo -que no merece otra eti-
queta que la de "absolutismo del punto de vista".
No vale la pena perder un solo minuto en intentar saber si
los regímenes totalitarios son o no el propio ejemplo del rela-
tivismo: la negación de los demás los organiza totalmente; la
erección del punto de vista nacional como un absoluto es su
única definición. No creamos, sin embargo, que esgrimir un
universal nos permitirá luchar contra esos regímenes o contra
sus resurgimientos. En efecto, recurrir a la universalidad puede
tener exactamente los mismos efectos que el absolutismo: pue-
de uno servirse de ella tanto para aflojar las rígidas imposicio-
nes de la puesta en relación, como para suspender el trabajo de
aprendiza,je de los demás; alcanza con fingir saber de entrada
lo que sólo puede adquirirse por medio de una investigación o
de la experimentación. Puede verse con claridad, por ejemplo,
cómo esta piedra de toque funciona en el campo de la estética:
pone en una misma bolsa a todos aquellos que fingen que "so-
bre gustos no hay nada escrito" ya sea porque, evidentemente,
no existe ninguna jerarquía, ya sea porque, evidentemente, sólo
existe una, indiscutible y universal. El relacionismo pasa por
otro lado: por la confrontación obstinada de los juicios parti-
culares.
La palabra "relativismo" designa por lo tanto la posición por
la cual uno escapa de esas dos desidias: la del absolutismo del
punto de vista; la de la universalidad que se pone al resguardo
de la contradicción: dos medios simétricos de escapar del ries-
go que los demás hacen que corramos. Y vemos todo el partido
ELOGIO DEL RELATIVISMO g g

que se puede sacar de la injuria: "¡sucio relativista!": evitamos


sin mucho esfuerzo una larga discusión. Sin embargo, sin la
recuperación de esta expresión, no hay pensamiento ni civili-
zación posible.

Diciembre de 1997
35

¿La República
ya no necesita científicos?

Entren a un laboratorio: sus anfitriones les mostrarán orgullo-


sos los últimos instrumentos que acaban de adquirir, se jactarán
de estar mejor equipados que sus colegas del MIT o se afligirán,
al contrario, porque absurdas restricciones presupuestarias les
impiden adquirir la ultimísima versión de tal o cual robot, de tal
o cual programa. Solicítenles entonces a las batas blancas que
defman el trabajo que hacen: obtendrán un gran silencio. Luego
de eso, propondrán, no sin titubeos, algunas definiciones de sí
mismos, aunque la más fresca de ellas tendrá al menos unos cin-
cuenta o setenta años: "Somos sabios, eh, no, mejor dicho inves-
tigadores..., en írn científicos, digamos, más modestamente, tra-
bajadores intelectuales..., con algo de artistas sin embargo, altos
ejecutivos también, ingenieros, depende, técnicos de alto nivel,
sin olvidar cierto costado capitalista: corremos riesgos, usted
sabe, y además está la competencia, las patentes... además del
costado art,esanal, el de aficionados al bricolaje del ingenio, en
fin, funcionarios, no sabemos muy bien... no hay mucho tiempo
para reflexionar al respecto... pérdida de referencias... la época,
ya sabe...".
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
36

Así, los propios investigadores que preferirían andar descal-


zos antes que dejar pasar el último instrumento de laboratorio,
pueden aceptar sin ningún empacho, a partir del momento
en que se trata de su profesión, definiciones de su trabajo
entre las cuales se encuentran algunas ya obsoletas desde
hace tres siglos y entre las cuales las más recientes han sido
pintarrajeadas hace una, dos, tres generaciones. Si ya nadie,
en los laboratorios, se llama a sí mismo "filósofo natural", ex-
presión abandonada desde el siglo XIX (salvo en el laboratorio
Cavendish, en Cambridge), el término "sabio" parecerá algo
exagerado: supone en efecto una apertura de espíritu, una fe-
cundidad, una cultura, un peso en el Estado del que el siglo XIX
dio muchos ejemplos pero para el cual parece que hoy se ha
perdido el molde. La expresión "trabajador intelectual" no es
mala, pero huele a comunismo y a la gran alianza de los Joliot
y de los Bernal con la vanguardia del proletariado. Aliora que
los laboratorios se compran y se venden, que los investigadores
están al acecho de los inversores de capital de riesgo y de las
stock-options, el término parece anticuado. Es una lástima que
la expresión de Bachelard (quizás porque era demasiado próxi-
ma de la de "travailleur du chapean"^) no haya tenido repercu-
sión: "Trabajadores de la Prueba", ésa sí que tenía grandeza - y
la UNTP, "la Unión Nacional de los Trabajadores de la Pmeba",
hubiera sido un peso pesado en las luchas-...
"Científico" es muy vago y no satisfará a quienes, en los ran-
gos de la física teórica a mermdo, en los de la biología algunas
veces, continúan hablando de su empleo como de un sacerdo-
cio sagrado que, si bien ya no exige, como en los tiempos de
Newton, reunirse cada mañana en el consejo divino, obliga,
sin embargo, a rendir culto a la Razón para impedir que la

' N. de la T: La expresión "travailleur du chapeau", literalmente "trabajador del


sombrero", quiere decir "lelo, atontado, como pasmado".
¿LA REPÚBLICA YA N O NECESITA CIENTÍFICOS? Q J

República (la francesa en todo caso) se hunda en el caos.


Muchas veces se intentó con "productor de conocimiento",
pero ¿quién aceptaría trabajar de día y a menudo de noche, mal
pago y en condiciones habitacionales precarias, para cumplir
ese rol ingrato de "fabricante" de saber? Y si debemos definir
con esa horrible expresión el noble trabajo del investigador,
¿cómo distinguiremos al capitalista en información del contra-
maestre o del simple proletario?
Se dirá que este titubeo de los científicos sobre su trabajo no
tiene importancia y que pueden cumplir muy bien con las obli-
gaciones de su cargo sin tener que hablar correctamente sobre
ellas. Puede ser, pero entonces no hay que pedirle al Estado,
al público, a Europa, nuevos créditos, ni un apoyo sin fisuras.
Si queremos que la República vuelva a necesitar científicos, si
queremos sobre todo que los jóvenes ya no le den la espalda a
las carreras científicas, habrá que definir bien explícita y públi-
camente una vocación nueva, ¡que no sea ya la del Frente po-
pular de 1936, ni menos la del coloquio Chevènement de 1982!
Todas las profesiones, de juez a CEO, de periodista a policía,
buscaron redefinirse, refundarse, ¿y únicamente la de científi-
co podría durar para siempre sin puesta al día y sin puesta en
duda? Es poco probable.
Así como se ataca la experticia por donde se la mire, la dife-
rencia entre el mundo calmo de la ciencia y el tumulto incierto
de la investigación se hace cada vez más viva. Hace ya mucho
tiempo que la colectividad no se define más como una banda
de pueblerinos ignorantes a quienes habría que educar para im-
pedirles que hablen la jerga de su niñera o que vuelvan a caer
bajo el ala de los sacerdotes. Quizás es el momento de que los
científicos se dieran cuenta de que la República a la que aspi-
ran servir cambió de tono, de tinte y de composición. Que ya
no sea universal y racional no quiere decir que ya no necesite
científicos, sino que la cosa pública, la res publica, exige otras
38

virtudes, otras competencias, otros roles, otras funciones. Esta


República necesita que los investigadores salgan de su torpeza,
que modernicen sus equipamientos intelectuales y que le ofrez-
can algo más que esa mezcla bastante poco comprensible de
prácticas de precisión, de revalorización indiciaría, de veleidad
de izquierda, de inclinaciones artísticas, de incultura inmunda,
de generosa pasión, de un gusto certero por la emancipación,
de un deseo vago de clericatura universal, y de largas noches
apasionadas atentas a los resultados que dejarían sin aliento
a los instrumentos que fueran el último grito de la moda...
Investigadores, colegas míos, hagan un esfuerzo más para que
la República vuelva a necesitarlos.

Marzo de 2000
39

¿Necesitamos "paradigmas"?

La triste muerte de Thomas Khun en el mes de junio del úl-


timo año nos obliga a volver por un momento al pensamiento
de quien fuera no sólo un gran historiador de las ciencias, sino
también un hombre justo. En efecto, durante toda su vida, le
atribuyeron descubrimientos que no había hecho, le negaron
aquellos que sí eran suyos y lo acusaron de haber abierto una
caja de Pandora que él, contrariamente, había querido cerrar.
Frente a esta serie de malentendidos, reaccionó siempre sin
enojo, como un caballero, explicando incansablemente que
jamás había querido decir lo que le hacían decir Sin embar-
go, ¡qué éxito! Hasta el más insignificante investigador hoy
"posee", "combate", "revierte" un paradigma.' Junto con la
"falsificación" de Popper, "el obstáculo epistemológico" de

' Thomas Kuhn, La StructMre des révolutions scientifiques, Paris, Flammarion,


1983. [Hay traducción al español: Kuhn. T., (1980) La estructura de las revoluciones
científicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1990. (n. de t.)[
2 Gaston Bachelard, La Formation de l'esprit scientifique, Paris, Vrin, 1967 [Hay
traducción al español: Gaston Bachelard, Lafonnación del espíritu científico, Buenos
Aires, Siglo XXI, 1991¡.
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
40

Bachelard^ el acronimo "paradigma" constituye todo el bagaje


del científico - y en el bolsillo extemo puede leerse la etiqueta
"filosofía de las ciencias"...
Sin embargo, nada predisponía a esta palabra a este ines-
perado éxito. Sinónimo de ejemplo, sólo tenía un sentido téc-
nico en el campo de la filosofía para expresar el prototipo, la
Idea platónica, y en el campo de la lingüística para designar lo
opuesto de un sintagma.® Muchas burlas se han hecho sobre la
imprecisión de esta palabra en el empleo que de ella hizo Kuhn.
Tanto más vale burlarse de la multiplicidad de usos de una na-
vaja suiza. Y porque quiere decir tantas cosas contradictorias
a la vez es que resulta tan útil para expresar de otra manera la
práctica cotidiana de los científicos.
El paradigma funciona ante todo como las anteojeras que
uno debe procurarse para no captar el mundo directamente a
riesgo de perderse en él. Kuhn insiste mucho sobre el aspecto
obstinado, voluntariamente estúpido de xma disciplina. Pero el
paradigma es también una organización, una institución, una
colectividad, el conjunto de los "queridos colegas" que compar-
ten las mismas presuposiciones y que están de acuerdo sobre
casi todo, en especial sobre los problemas que merecen su
atención. Ya no se trata allí de limitar el campo de investigación
ignorando todo lo demás, sino de destacar vivamente los ras-
gos sobresalientes que merecen que nos detengamos en ellos.
¿Qué lo diferencia, se preguntarán, de una teoría que per-
mite también limitar y resaltar? El paradigma va mucho más
lejos que la idea de "teoría que construye los hechos", está
equipado de instrumentos, cargado de procedimientos institu-
cionalizados, es social, político, humano al mismo tiempo que

El paradigma es el conjmrto de palabras que puede sustituir en una frase a otra


palabra con la misma función. El sintagma es el conjunto de palabras con diferentes
funciones cuyo conjunto constituye una frase.
¿NECESITAMOS "PARADIGMAS"?

conceptual y técnico.'' El paradigma dice que nunca se piensa


totalmente sólo, que siempre se está arraigado a un colectivo
de departamentos, de métodos, de instrumentos costosos, de
costumbres corporales, incluso de reflejos condicionados. La
diferencia es muy débil, y podrán objetarme: ¿acaso no alcanza
con socializar un poco la teoría o, al contrario, con conceptua-
lizar un poco más el paradigma, para que los dos se confundan?
En absoluto, porque sus maneras de construir la historia diñe-
ren mucho. Una teoría, por más que condicione la mirada, por
más que elabore los datos, no tiene nunca el peso, la estela, la
cola de un paradigma. Y ése es justamente el descubrimiento
de Kuhn: se puede cambiar muy rápido de teoría ya que ningu-
na otra cosa se aferra a ella; pero no se cambia de paradigma.
La primera es fluida, el segundo viscoso.® Las teorías golpean
como un rayo; los paradigmas progresan como los glaciares, y
si se quiebran gracias a revoluciones catastróficas, es porque el
resto del tiempo avanzan milímetro a milímetro.
Se dijo de Gide que era "el Papa de una Iglesia de la que
no formaba parte". Lo mismo podría decirse sobre Kuhn. Se
le atribuyó la idea de partir a la Ciencia en pedazos inconmen-
surables y de hacer de ella una aventura "puramente social"
en el curso de la cual algunos revolucionarios terminarían por
dar vuelta los paradigmas, apoyándose sobre las anomalías, los
contraejemplos, los desechos de los paradigmas contrarios.
Hicieron de él el padre de esa especie de monstruo que es "la

Un predecesor poco conocido de Kuiin, Ludwig Fleck (Ge?wse et développement


d'un fait scientifìque, Paris, Les Belles Lettes, 2005 (1935 en alemán, 1979 en inglés),
Chicago, The University of Chicago Press], lo influenció mucho [Hay traducción al espa-
ñol: Fleck, Ludwik, La génesis y el desarrollo de un hecho científico, Madrid, Alianza
E(ütorial, 1987],
Como la "revolución paradigmática" de Kuhn se parecía a los "cortes epistemológi-
cos" de Bachelard se creyó a menudo en Francia que ambos decían lo mismo. Sin em-
bargo, la concepción de la historia de las ciencias, su ritmo y su tiempo, los ingredientes
tjue la componen, difieren completamente.
42 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

construcción social de las ciencias". Nunca una acusación fue


tan injusta, porque toda su vida detestó el sociologismo.® El
malentendido, sin embrago, es fácilmente explicable. Kuhn
utiliza a menudo metáforas psicológicas bastante calamitosas,
como la de esos dibujos en los que se puede ver alternativa-
mente a una miyer en el espejo o una cabeza de difunto. Se
creyó que los paradigmas operaban como vistas del mundo,
interpretaciones absolutamente justas, absolutamente falsas,
de un mundo para siempre inaccesible, en las que se obstina-
ban ciegamente los científicos no muy lúcidos hasta que eran
remplazados por otros, formados con otras miradas, en otras
escuelas. En resumen, se hizo del paradigma una especie de
cárcel detrás de los barrotes de la cual los investigadores mira-
ban la realidad sin poder nunca captarla.
Ahora bien, el paradigma, a pesar de los ejemplos tomados a
préstamo a la psicología de la Forma^, no es una metáfora ópti-
ca. Un paradigma no es una visión del mundo. No es una inter-
pretación e incluso menos una representación.® Es la práctica,
el modus operandi que autoriza que surjan hechos nuevos. Se
parece más a una ruta que permite acceder a un emplazamiento
experimental, que a un filtro que colorearía para siempre los
datos. Un paradigma actúa más bien a la manera del espacio
pavimentado de un aeropuerto. Hace posible, si puede decirse,
"el aterrizaje" de ciertos hechos. Comprendemos mejor la im-
portancia para Kuhn de todos los aspectos sociales, colectivos.

" Teoría según la cual la ciencia sería una construcción "puramente social", posición
polémica ya que nadie la sostiene pero que sirve de régimen de explotación útil.
' La Teoría de la Gestalt, muy popular en la preguerra, permitía insistir sobre el
aspecto global de la percepción y sobre el trabajo intenso hecho por el cerebro para
reconstituir las formas evidentes a pesar del gran número de contraejemplos. Inspiró a
Kuhn, pero también a Merleau-Ponty y a muchos otros.
® Encontraremos en el deslumbrante librito de Vinciane Despret, Naissance d'une
íhéoríe éthologique, París, Les Empêcheurs de penser en rond, 1996, sobre el caso de
la etologia, un muy buen ejemplo de abandono de la metáfora óptica.
¿NECESITAMOS "PARADIGMAS"? 4 3

institucionales de los paradigmas. No hay nada en esta materia


que pudiera debilitar, para él, la verdad de las ciencias, su con-
mensurabilidad, su acceso a la realidad. Al contrario, al insistir
en los aspectos materiales de eso que permite que los hechos
"aterricen", comprenderíamos también, según Kuhn, por qué
las ciencias avanzan de un manera tan conservadora, tan lenta,
tan viscosa. Así como un hidroavión no puede aterrizar en Orly,
un quanton no puede "posarse" en Newton. Es inútil rasgarse
las vestiduras y afirmar que los paradigmas se convirtieron en
inconmensurables y que la unidad de las ciencias ha sido que-
brantada. No, mejor midamos el fantástico costo de una modifi-
cación de paradigma. Kuhn encarna las teorías a tal punto que,
para seguir su historia, podríamos utilizar metáforas técnicas
antes que mentales. La revolución copernicana se parece más
al reemplazo de la iluminación a gas por la iluminación eléctri-
ca que a un cambio repentino de fondo y forma en una imagen
ambigua.
Desde Kuhn, la ciencia ya no está hecha de ideas. Es porque
el paradigma no se decide a tomar ni la forma de una teoría ni la
de una institución que sigue siendo ineficaz. Introduciendo en
la historia de las ciencias el término polisémico de paradigma,
Kuhn hizo imposible la división tradicional entre, por un lado,
la historia social del contexto de los descubrimientos y, por el
otro, la historia conceptual de las propias teorías. En este sen-
tido, está exactamente en el origen de la nueva historia de las
ciencias que se rehúsa a abandonar tanto el contexto como el
contenido. Los investigadores tienen mucha razón en utilizar
este término de "paradigma" a diestra y siniestra, y los filósofos
tienen mucha razón en honrar la memoria de Kuhn por haber
inventado este término extraño que los obliga, a ellos también,
a pensar torcido a continuación de los primeros.

Septiembre de 1996
45

¿Cómo dejar escapar un


descubrimiento?

El libro es delgado -menos de 70 páginas- y el titulo impac-


tante', pero el tema debería apasionar a todos los científicos
que sueñari con dejar una marca en su época con un descu-
brimiento tan importante como el de Alexander Fleming. Si
la ciencia consistiera solamente en des-cubrir fenómenos
ya presentes, como en el juego de las escondidas, sería fácil
atribuirle la palma al ganador. Aquel que hubiese encontrado
el fenómeno sería su "inventor" exclusivo. A la inversa, si la
ciencia funcionara como la tecnología, buscaríamos saber
exactamente quién encontró qué sólo para poder distribuir
las rentas. Entre el motor perfecto para el que Rudolf Diesel
registró una patente, y la maquinaria que, treinta años más
tarde, equipó submarinos y paquebotes, la diferencia es tan
grande que ni siquiera pensaríamos en atribuirle la paternidad
de los poderosos dispositivos a su débil inventor, quien, por
otro lado, a punto de quebrar, terminaría arrojándose al canal

' Wai Chen, Comment Fleming n'a pas inventé la péniciline, Paris, l^es
Empêcheurs de penser en rond, 1996 (traducido por Sophie Mayoux).
46 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

de la Mancha.^ Las ciencias experimentales ofrecen una situa-


ción híbrida entre estos dos modelos: hay que encontrar algo
que nadie haya construido, como si la naturaleza jugara a las
escondidas con nosotros; hay que construir el fenómeno pieza
por pieza transformándolo todo sucesivamente.
El gran mérito del librito de Wai Chen, médico e historiador
de la medicina, consiste en evitarnos tanto la hagiografía como
la denuncia de los que quiebran ídolos. En efecto, si fue objeto
de un culto casi tan intenso como el de Pasteur, Fleming sirvió
de la misma manera de blanco para una penosa controversia:
¿por qué no hace nada durante trece años con esa penicilina
que, sin embargo, le salta a la vista? ¿Cómo puede atribuírsele
la paternidad de un descubrimiento a alguien que lo deja esca-
par con tanta obstinación? ¿No hay acaso que darle el crédito a
H. W. Florey, a E. B. Chain o incluso a R. Dubos que lo obligaron
a que por fin se interesara en su hallazgo? ¿No hay que atribuir-
le a Fleming la famosa definición de Canguilhem: "el precursor
es aquel que sabemos después que vino antes"? La respuesta de
Wai Chen: Fleining sí descubrió algo, algo que él llama, en efec-
to, "penicilina", pero que no tiene ninguna relación con lo que
luego llamaremos por ese mismo nombre, a partir de los años
de la guerra. Cargando un poco las tintas, podemos decir que
se trata casi de un caso de homonimia. A través de un hondo
sumergirse en las notas de laboratorio, reconstruyendo, etapa
por etapa, el proceso de investigación, Chen nos brinda una
lección magistral de filosofía empírica. Nos obliga, en primer
lugar, a distinguir el sustantivo -penicilina- de la sustancia, y
luego, la sustancia de los atributos de esa sustancia, uniendo
al mismo tiempo esas distinciones a las instituciones que las
hacen nacer

" Véase el excelente dossier que proponen sobre Diesel Les Cahiers de Science et
me, 11° 31, febrero de 1996.
¿CÓMO DEJAR ESCAPAR UN DESCUBRIMIENTO? 4 7

Sólo podemos definir vm fenómeno por lo que hace, es decir,


por la respuesta que da a las pruebas de laboratorio. En 1929,
lo que Fleming llama "penicilina" actúa como un ser comple-
tamente original que le servirá de herbicida, para facilitarle el
cultivo de un agente responsable de la gripe, enfermedad que
le interesa en sumo grado® y contra la cual intenta, así como
toda la institución en la que trabaja, bajo la dirección de A. E.
Wright, fabricar una vacuna. Lo que detecta en los cultivos no
es entonces la "penicilina" sino un agente que le permitirá iden-
tificar un ruido de fondo, con más nitidez y más precisión, el
agente infeccioso que le interesa por encima de todo. El título
de su primer artículo lo expresa bien: "Sobre la acción antibac-
teriana de cultivos de imPenicilium, refiriéndose especialmen-
te a su utiüzación para aislar aB. influenzae" (p. 58). En ningún
momento "ve" en su cultivo un antibiótico. Todo lo contrario,
afirma Chen, todo el laboratorio donde traba^ja se esfuerza, por
decirlo de algún modo, por prescindir del descubrimiento de
los antibióticos, criticando, artículo por artículo, el programa
de investigación de gente como Erlich y de la quimioterapia.
Wright se burla incluso del "magic bullet", término que más tar-
de servirá, sin embargo, para designar a los antibióticos (p. 63).
Al agregar penicilina a sus medios de cultivo, Fleming, según
él, hace un descubrimiento importante porque acelera la pues-
ta a punto de una vacuna contra la gripe. En ningún momento
quiere modificar su programa de investigación y tomar al herbi-
cida-que-facilita-la-visualización-del-bacilo-en-un-cultivopor el
propio agente terapéutico.
¿Es esto ceguera? No, explica Chen de manera convincente.
Los atributos de una sustancia se agnipan en una forma y bajo
el nombre que depende de la institución en la que trabaja: "El

¡Millones de muertos en 1918-1919, más que todos los de la primera Guerra Mvmdial
juntos, recordémoslo, y también 12.000 víctimas en 1928!
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
48

contexto es el siguiente: epidemias de gripe mortales; el labo-


ratorio de Wright con su fábrica de vacunas, en el que Fleming
tiene el rol de director de la producción; voces que se elevan
para dudar de la eficacia de las vacunas frente a esta afección;
la campaña global antiquimioterapia lanzada por el laboratorio,
finalmente, las 105.000 libras esterlinas en el nuevo edificio del
Instituto. En este contexto, Fleming logra transformar la penici-
lina en reactivo diagnóstico y destinado al cultivo de bacterias
-utilizaciones que concuerdan perfectcimente con sus intereses
personales, profesionales e institucionales-" (p. 64).
¿Se trata de una explicación "externa", como si el juego de
los intereses molestara la visión de un fenómeno que, sin ellos,
aparecería más claramente? No, porque Fleming tiene frente a
sus ojos exactamente el fenómeno que describe. La penicilina
hace exactamente todo lo que él dice que hace. Ningún prisma
deformante hace torcer la representación exacta que otros po-
drían tener en esa época. Cuando diez o doce años más tarde,
van a buscar "su" penicilina, se modificará completamente el
contexto institucional en el que esto ocurre. Se modificarán los
atributos de arriba a abajo. Se hará del reactivo diagnóstico
el gran agente terapéutico de la segunda revolución médica.
Entre su penicilina y la de Chain y Florey, el lazo no será ni
más fuerte ni más sostenido que entre Diesel y los motores que
escuchamos ronronear bajo nuestros capots. Los fenómenos
precisan sólidas instituciones tanto para aparecer como para
transformarse.
Esta me parece ser la saludable virtud del librito de Wai
Chen. Cuando se leen tanto los elogios como las denuncias de
Fleming, no podemos resistirnos a decir, jactándonos un poco:
"Si yo hubiese estado allí, frente a mi colonia de bacterias, con
esa mancha blanca marcando la destrucción de las bacterias
por parte del penicilium, seguramente hubiese visto lo que
verdaderamente debería impresionar la mirada." Cuando lee-
¿CÓMO DEJAR ESCAPAR UN DESCUBRIMIENTO? 4 9

mos a Chen, nos decimos, al contrario: "Si yo también hubiese


trabajado en ese laboratorio, en esa época, hubiera perdido
doce años, incluso sin darme cuenta." Como todo libro de histo-
ria de las ciencias, el de Chen hace que seamos modestos, cosa
que es una gran virtud, pero da ganas también de ir a buscar en
los laboratorios, todas las "penicilinas" cuyas propiedades po-
dríamos, incluso ahora, modificar duraderamente, perturbando
las instituciones y los programas de investigación que definen
la visibilidad. Esta virtud es incluso más saludable.

Abril de 1996
51

¿Tiene algún sentido


la historia de las ciencias?

Los historiadores de las ciencias en lengua inglesa utilizan,


para hablar de sus enemigos, un adjetivo un poco extraño.
Cuando el relato histórico parece conducir, por etapas ineluc-
tables, hacia el pináculo del presente, dicen, con cierto despre-
cio, que se trata de una historia "whig" o "whiggish".' Buffon
no conduce hacia Lamarck más de lo que Lamarck conduce
hacia Darwin o Darwin hacia Ernst Mayr. Si se quiere dar un
sentido a la historia, no hay que ir a buscarlo en el futuro, que
evidentemente nadie en esa época podía conocer, sino en el
presente. Al considerar un acontecimiento histórico cualquie-
ra, conviene tratarlo solamente con los recursos de la época
- s e trate o no de ciencia, Lamarck no se dirigía hacia Darwin
más de lo que Napoleón anunciaba a Louis-Philippe. Cualquier
otro punto de vista sólo conduce a anacronismos: pecado mor-
tal del historiador. No hay más genes en Darwin que lo que hay

' La expresión data de un libro de Herbert Butterfleld publicado en 1931, The Whig
hiteì-pretation of History (reeditado por W. W. Norton, New York, 1965), y se utiliza,
antes que nada, en historia política.
5 2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

de selección natural en Lamarck - n o más, en todo caso, que


las ametralladoras que hay en Valmy. Lo que Stephen Jay Gould
intenta hacer en pos de la evolución, los historiadores "antiwhi-
ggish" querrían obtenerlo para la historia de la racionalidad: la
evolución -tanto la de la vida como la de las ciencias-, en lugar
de apuntarle cada vez con más precisión a un único blanco, va
hacia la aventura, yerra, tantea y se ramifica, sin buscar nada
en particular.^
Sin embargo, una posición semejante parece menos vero-
símil para la historia de las ciencias que para la de la vida. A
fuerza de leer a Gould, logramos deshacernos del modelo en
escalera, y estamos listos para creer que la proliferación de los
vivos no apunta, de hecho, ni a la complejidad, ni a la concien-
cia; pero la lectura de los historiadores "antiwhiggish" nos deja
siempre con las ganas.® Sus relatos suponen que la historia de
las ciencias ya no está poblada sino de vencedores y vencidos o,
mejor aún, de suertudos y de hombres sin suerte. Si la reacción
contra la historia "whig" permite que se eviten alineamientos
demasiado fáciles y anacronismos por demás funestos, parece
privarnos en igual medida de la propia racionalidad. Se puede
prescindir de la teleología para los vivos; pero los científicos,
¿pueden prescindir de ella? O lo que es aún más grave: como lo
indica suficientemente el uso de la palabra "whig" extraída del
vocabulario parlamentario inglés, ¿es necesario abarcar una
historia "tory", una historia reaccionaria, que ningún futuro
mejor vendría ya a alentar?

" Véase su libro: Stephen Jay Gould, L'éventail du vivant. Le mythe du progrès,
Paris, Le Seuil, 1997 y la entrevista publicada en La Recherche, septiembre de 1997.
Por cierto, leemos el más sofisticado entre los libros de Stephen Jay Gould, La vie
est belle, Paris, Le Seuil, 1991, sin dudar un solo instante de que la nueva interpretaciórt
que propone sobre los fósiles del Burgess Shale es "superior" a la vieja [Hay traducción
al español: Stephen Jay Gould, La vida maravillosa. Burgess Shale y la, naturaleza
de la historia, Barcelona, Crítica, 1999],
¿TIENE ALGÚN SENTIDO LA HISTORIA DE LAS CIENCIAS? 5 3

La tradición histórica francesa, que proviene de Gastón


Bachelard, tenía justamente por objetivo evitar ese callejón sin
salida. En efecto, tampoco quería endosar la historia "whig" y
confundir los discursos de distribución de los precios con el
ritmo entrecortado, vacilante, tajante, violento, de la historia
de las ciencias"'; sino que quería que se distinguieran con cuida-
do los métodos de la historia general y las formas propias de la
historia de la racionalidad. Lo que vale para Bonaparte no vale
para Lamarck, incluso aunque se hayan frecuentado.® En esta
tradición, la historia de las ciencias tiene por efecto justamen-
te el hecho de distinguirse poco a poco de la historia general.
Lo que todavía ata a Buffon es aquello de lo que Lamarck va a
empezar a liberarse, y de lo que Darwin se separará aún más.
Sí, la razón nace exactamente en la historia, pero posee tam-
bién la capacidad de desprenderse de ella, introduciendo en
los programas de investigación una distinción capital que los
vuelve para siempre inconmensurables: unos serán "prescrip-
tos", los otros, al contrario, "sancionados". Comenzamos por
una historia general; terminamos por una racionalidad que co-
mienza a hablar de una manera muy diferente sobre la historia.
Comenzamos por la historia de las ciencias; terminamos por la
epistemología.
Comprendemos mejor la tensión que recorre los ámbitos de
la historia de las ciencias.® Por un lado, un método de inspira-
ción inglesa que apunta a fusionar de la mejor manera posible
sus costumbres con las de la historia a secas; por el otro, una

' No hay crítico más cruel de la progresión regular de la historia que Canguilhem o
Foucault.
Véase el sorprendente relato de este encuentro hecho por François Arago, Histoire
de m,a jeunesse; la vie de François Arago, Paris, Burgos (reedición), 1985.
" Dominique Pestre (1995), "Pour une histoire sociale et culturelle des sciences.
Nouvelles définitions, nouveaux objets, nouvelles pratiques", Annales {Histoire,
Science Sociale), vol. 3 (mayo-Junio), pp. 487-522.
54 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

historia que quiere, desde luego, beneficiarse de los recursos


de la primera, aunque sin perder la epistemología que le parece
el rasgo esencial de su objeto de estudio. Los primeros sueñan
con hacer un retrato de Einstein tan sofisticado como el que Le
Goff trazó de Saint Louis.^ Los segundos sueñan con compren-
der qué núcleo de racionalidad permitió que Darwin evitara
confundirse con las falsas ciencias de su tiempo. El paso del
tiempo marca toda la diferencia: en el primer caso, reina como
amo; en el segundo, se lo excluye poco a poco. Notemos que
esta división ya no coincide con la antigua diferencia entre
"factores internos" y "factores externos", porque encontrare-
mos, a partir de entonces, en los relatos tanto de una como de
otra escuela, la misma cantidad de instituciones, de instrumen-
tos, de profesiones, de conceptos, de cálculos, de carreras, de
política: solamente el paso del tiempo marcará la diferencia.
Los defensores de la primera escuela velarán celosamente
por conservar el nombre de "epistemólogos" para que no se
los confunda con los segundos que ambicionarán el honor de
llamar se -simplemente- "historiadores".
La elección probablemente no se limita a una alternativa en-
tre la historia irresoluble y la sanción de la racionalidad. Todo
depende, en efecto, del sentido que se le dé al trabajo de la his-
toria. Si Darwin inicia una época, no es porque le arrebate un
concepto a las contingencias de su tiempo; es porque crea un
acontecimiento. Con los conceptos propios que ha inventado
para resolver este problema nuevo de la evolución, embarca
a todos sus sucesores en una historia que ya no será nunca
la misma, sean cuales sean los esfuerzos de los historiadores
"antiwhiggish" por agregarle contingencia. Ahora bien, aunque
el acontecimiento nos comprometa para siempre, no exige, sin

" Jacques Le Goff, Saint Louis, Paris, Gallimard, 1996.


¿TIENE ALGUN SENTIDO LA HISTORIA DE L A S CIENCIAS?
55

embargo, que lo creamos racional. Irreversibilidad y necesidad


no son sinónimos.® Recibir como herencia un problema no es
lo mismo que sancionar o prescribir. En este sentido, la historia
de las ciencias se parece mucho a la historia "a secas"; quizás
ofrece incluso im buen modelo para la historia de la vida.
"¡Querella de historiadores!, podrán decir, sin relación con
las preocupaciones del laboratorio". Grave error: no nos acer-
camos a la mesa de laboratorio con el mismo ánimo si lo que
esperamos es desprendernos de la historia; si ocupamos, por
casualidad, un nicho provisorio en una historia agitada que
un sobresalto hubiera podido trastornar; o, en fin, si somos
herederos de un acontecimiento irreversible del que debemos
mostrarnos dignos descendientes.

Noviembre de 1997

" Se acaba de reeditar, en Flammarion, en formato de bolsillo y sin imágenes, el libro


publicado bajo la dirección de Michel Serres, Éléments d'histoire des scie?ices, en un
principio publicado por Bordas, Paris, 1993 [Hay traducción al español: Michel Serres
(comp.). Historia de las ciencias, Madrid, Cátedra, 1991).
57

¿El fin de la Ciencia?

"Así como los amantes comienzan a analizar sus relaciones


cuando las cosas se ponen feas, los científicos se volverán más
reflexivos y dudarán más de sí mismos el día en que sus esfuer-
zos comiencen a dar resultados decrecientes" (p. 227). ¡Esto
tenía que suceder! Luego del fin de la arquitectura, del fin de
la novela, del fin del comunismo, del fin de la historia, del fin
del arte, del fin de la familia, era inevitable, tenía que aparecer
un libro sobre "¡el fin de la Ciencia!" "¿Cómo podría terminar-
se la Ciencia?, me dirán, ¡si acaba de comenzar!". El subtítulo
del libro no tiene ¡por desgracia! ninguna ambigüedad: "Cómo
hacerle frente a los límites del conocimiento en el crepúsculo
de la era científica".' ¿Un panfleto reUgioso más en contra del
saber científico? ¿El autor es uno de esos izquierdistas que acu-
san a la Ciencia de estar al servicio del gran Capital? ¿O quizás
es uno de los protagonistas del "caso Sokal" que quiere hacer

' llii curioso librito de Nicholas Rescher escrito en 1978 y publicado hace poco en
Francia: Le Progrès Scientifique. Un essai philosophique sur l'économie de la.
recherche dans les sciences de la nature, Paris, PUF, 1993, había anticipado muchos
de estos temas.
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
58

de la Ciencia algo tan vago como su prosa? Para nada, el autor,


John Horgan, periodista del Scientific American, es tein serio,
sòlido y sereno como su diario.^
Si, John Horgan es serio pero también es cruel. Tendió en
su libro una pequeña trampa en la que atrapa in /vaganti a
los más grandes científicos de su tiempo cometiendo el delito
de estupidez.® Confiesa ingenuamente que le gusta bastante
ofrecer el micrófono de su grabador para darles la posibilidad
a Popper, Minski, Edelman, Penrose, Dyson, etc., de que pro-
fieran enormes sandeces con el tono sentencioso de la gente
que cena todas las noches con Dios. Uno dice que la física está
acabada porque ya se sabe todo; el otro que la Ciencia venció
definitivamente; el tercero que se volvió demasiado cara; otro
dice que no hay después de él verdaderos científicos; un quin-
to que la simulación hizo de las ciencias experimentales una
versión posmoderna de la literatura; otro que él no dudaría en
bajarse a sí mismo de Internet en su computadora... Y Horgan
se deleita, describiendo largo y tendido cómo sus víctimas
fueron engañadas y cómo rivalizan entre ellas en arrogancia.
"Explicar la sociedad, exclama Richard Dawkins, sería como
predecir el recorrido exacto de cada molécula de agua que cae
de las cataratas del Niágara. Es algo que no puede hacerse,
pero eso no quiere decir que haya algo allí fundamentalmente
difícil. Simplemente es muy pero muy complicado" (p. 147). El
tono grandilocuente de las declaraciones de los entrevistados

^ Joliii Horgan, The End of Science. Facing the Limits of Knowledge in the 'ñvilight
of the Scientifi.c Age, Nueva York, Helix Books, 1996 [Hay traducción al español: John
Horgair, El fin de la ciencia. Los límites del conocimiento en el crepúsculo de la era
científica, Madrid, Debate, 1998).
Todos hombres, salvo MarguMs, y todos angloestadounidenses, salvo Prigogine. Es
imposible encontrar una muestra más sesgada que ésa. Sin embrago, nadie se quejará
porcine ello les evita a los europeos tener que sumar sus metidas de pata a las de sus
queridos colegas.
¿EL FIN DE LA CIENCIA? g g

está maravillosamente puesto en escena gracias a la ironía des-


envuelta del periodista. La Ciencia, para él, habría entrado en
una atmósfera de fin de reinado, o mejor aún, de fin de siglo.
Si la aparición de semejante libro es un síntoma interesante,
la demostración (afortunada o desafortunadamente) no vale
demasiado. En efecto, a la ironía del autor no le cuesta ningún
trabajo explayarse a propósito de las innumerables fallas de la
ideología científica de los mandarines de la Ciencia oficial, a
quienes se interroga luego de su trabajo como a cardenales en
mangas de camisa en la cafetería del Vaticano. Justamente, la
ironía no le cuesta nada. Es demasiado fácil. Sobre los grandes
problemas de la historia y de la filosofía de las ciencias, los
investigadores no tienen nada muy interesante que decir y así
está mejor Cuando se le pregunta sobre el fin de la Ciencia,
Gerarld Edelman quizás sólo dice banalidades, pero si el autor
hubiera descripto sus robots Darwin en lugar de burlarse de
ellos'', hubiera extraído del encuentro una lección muy diferen-
te: los científicos son interesantes en el detalle de lo que hacen
y no en la explicitación pomposa de lo que dicen que hacen.
Descripto en medio de su corte, Ilya Prigogine se parece a un
vanidoso insoportable; tomado en su laboratorio, hubiera apa-
recido absolutamente iluminado por las dificultades técnicas
que busca vencer Los investigadores valen más por lo que igno-
ran que lo que los Científicos valen por lo que saben.®
Sin embargo, el autor probablemente tiene razón si por "fin
de la Ciencia" entendemos el fin de una argumentación fácil
como un slogan que mezclaría desordenadamente el progre-
so indefinido de los presupuestos y de los conocimientos, la

Gerald M. Edelman, Biologie de la conscience, Paris, Éditions Odile Jacob, 1994.


De aili proviene la importancia de considerar a las ciencias como una práctica y no
como una ideologia; véase un ejemplo asombroso en Adèle Clarke y Joan Fujimura (di-
rectores de la publicación), La matérialité des sciences. Savoir-faire et instruments
dans les sciences de la vie, Paris, Les Empêcheurs de penser en rond, 1996.
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
60

lucha contra el oscurantismo religioso, el sueño del dominio,


la omnisciencia divina, los presupuestos suculentos de la gue-
rra fría, algunas historias edificantes sobre Galileo, Newton o
Mendel, ima incomprensión flagrante para el mundo social...
Esta tienda de baratijas ya no puede en efecto servir para justi-
ficar indefinidamente el apoyo de la sociedad a la investigación
científica. Desde este punto de vista, de hecho, la Ciencia no
es eterna. El investigador del próximo milenio se diferenciará
tanto de aquel de los "treinta gloriosos" como éste difiere del
"científico" del siglo XIX, del "filósofo" del siglo XVIII o del "clé-
rigo" del siglo XII. De allí a pensar que las ciencias han termina-
do, que ya no hay nada por conocer, que lo único que haremos
a partir de aquí es completar los últimos casilleros del saber,
agregar ceros después de las comas, simular experiencias que
ya no podremos llevar a cabo, hay sólo un paso que los lectores
de La Recherche probablemente se negarán a dar. ¡Justamente
porque su revista se llama "La Recherche" [La investigación] y
no "La Science" [La ciencia]!
No hay más fin de la Ciencia de lo que hay fin de la historia.
Algo gracioso es que John Horgan ironiza sobre el destino de la
Ciencia que corre peligro de convertirse en algo parecido a la
literatura, a las artes, a la cultura. ¿Pero qué hay de tan funesto
en el fondo de im destino semejante? ¿Por qué la Ciencia se
asociaría para siempre con la guerra, con los sueños de om-
nisciencia y con la modernización brutal? En los tiempos de la
"vaca loca", puede que resulte útil, antes que ironizar sobre el
fin de la Ciencia, explorar otros modelos que permitan acoger
a las ciencias en la cultura y en el mundo político. En una serie
de Ubritos provocadores, es ésa justamente la vía que busca
Isabelle Stengers.® Colaboradora de Prigogine hace ya algún

" Isabelle Stengers, Cosmopolitiques, Tomo 1: La Guerre des sciences, Tomo


2: L'Invention de la mécanique: pouvoir et raison, Paris, La Découverte-Les
;EL FIN DE LA CIENCIA?
61

tiempo, sabe todo el peligro de la ideología científica y todo el


interés de las prácticas científicas. En lugar de considerar a los
investigadores por lo peor que tienen -la certeza de tener razón
contra todos-, los considera por lo que tienen de mejor: los
riesgos que corren con el mundo social y natural para hacerlo
comprensible y vivible. De ahí proviene ese bello vocablo que
es "cosmopolitica". ¿La Ciencia está muerta? ¡Vivan las cien-
cias!

Enero de 1997

Empêcheurs de penser en rond, 1996. Véase sobre su trabajo la crónica "Sujetos recal-
citrantes", pp. 247-251.
63

¿Hay que hablar de


la historia de los hechos?

Los investigadores aceptan fácilmente la historia de las


ciencias si ésta se ajusta al avance tranquilizador del progreso:
antes no se sabía, hoy se sabe un poco más. Con semejante
concepción del tiempo, la historia es bien recibida pero no
contribuye a la construcción de las ciencias. Explica solamen-
te las particularidades, las lentitudes, los desvíos. Su función
es pedagógica. ¿Por qué nuestros precursores perdieron tan-
to tiempo? ¿Cómo fue que hombres y miyeres admirables,
rmestros profesores y nuestros maestros, se despistaron a tal
punto? Es algo que hace que seamos modestos -porque nada
pmeba que nuestros sobrinos nietos no se burlarán de nosotros
de la misma manera- y superiores a la vez, porque tenemos el
privilegio de ver con claridad las razones por las que nuestros
tíos abuelos se equivocaban tan completamente. Ocupamos los
escalones superiores de la escalera regular del tiempo en la
que nuestros ancestros ocupan los primeros peldaños. Somos
enanos encaramados sobre los hombros de enanos - d e una
pirámide de enanos. La flecha del tiempo es recta y va siempre
hacia arriba.
jQ2
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

La situación se complica un poco si la flecha zigzaguea, se


interrumpe, da medias vueltas y si termina por parecerse aún
más a un spaghetti acurrucado en otros spaghettis... Tomemos
como ejemplo el excelente libro de Trinkaus y Shipman sobre los
hombres de Neandertal.' Como habitante de Chatelperron, en el
Alher, lugar epónimo de una civilización del Paleolítico superior
conocida únicamente a través de sus utensilios, yo quería saber
finalmente a qué se parecían los artesanos que los habían fabrica-
do. Por supuesto que esperaba encontrarme con controversias.
Sabía que el Neandertal era un poco como la Bosnia-Herzegovina
de la prehistoria. Hubiera aceptado fácilmente una dosis de histo-
ria de las ciencias a la antigua que me habría permitido reír para
mis adentros de los errores de nuestros precursores y de las bro-
mas de aquel (o de aquellos) que plantar on en el suelo el cráneo
de Piltdown.^ A condición, no obstante, de que pudiera conocer
a fin de cuentas las conclusiones a las que la ciencia prehistórica
permite que lleguemos hoy (al menos provisoriamente).
Pero Trinkaus y Shipman ofrecen en su libro la más saluda-
ble de las decepciones. Ya no hay fin. En lugar de dibujar frente
a nuestros ojos un diorama que daría una imagen verosímil de
los Neandertals ignorando la mayoría de las controversias o
haciendo el promedio de los hechos establecidos por los dife-
rentes científicos®, se esfuerzan al contrario por reconstruir la

' Erik Tiinkaus y Pat Shipman, The Neandertals. Changing the Image of Mankind,
Nueva York, Alfred A. Knopf, 1993.
En la jerga de los historiadores de las ciencias, se llama a esta historia continua del
progreso la historia "whiggish" en alusión a los sentimientos políticos de los hberales
ingleses del siglo XIX para quienes ¡el único objetivo que podía tener la historia del mun-
do era conducir hacia el hombre (y no hacia la mujer) británico! Véase la crónica "¿La
historia de las ciencias tiene algún sentido?", pp. 51-55.
A la manera del best-seller de Josef H. Reichholf, L'émergence de l'homme.
L'apparition de Vhormne et ses rapports avee la nature, Paris, Flammarion (Champs),
1991 (traducido del alemán), que le debe su éxito al hecho de ignorar todas las contro-
versias. No hay nada más instructivo que comparar su retrato de los Neandertals con el
de Ti-inkaus y Sliipman.
¿HAY QUE HABLAR DE LA HISTORIA DE LOS HECHOS? g g

dispersión de las posiciones que tomaron, en el transcurso del


tiempo, los desafortunados prehistoriadores sobre esos pobres
neandertalianos. En lugar de una historia regular que termina-
ría, según la metáfora gastada, por "acercarse asimptóticamen-
te a lo verdadero", los autores nos proponen una historia caóti-
ca en el curso de la cual algunos prehistoriadores se apropian,
en función de sus prejuicios, de sus teorías, de su institución,
de una ínfima fracción de los huesos y de los hechos de sus
precursores para proponer una imagen de los Neandertals que
las siguientes borronean en seguida.
El lector cientificista que duerme en cada uno de nosotros
espera que al menos los autores, luego de demoler a todos sus
colegas, den su "versión de los hechos" y nos digan por fin si
los Neandertals hablaban claramente, si respiraban por la na-
riz, si contribuyeron o no a nuestro pool genético. Ahora bien,
Trinkaus y Shipman aplican el mismo tratamiento a sus propias
teorías, que se destruyen casi al mismo tiempo en que se for-
mulan y se restituyen, también ellas, ¡a las condiciones locales
de producción!
Sólo tenemos el epílogo, de ocho páginas, para sacar en lim-
pio lo que los autores tienen por seguro. Incluso en este estadio,
la decepción continúa. Sabemos poco, pero podemos trazar el
mapa de los desacuerdos a condición de precisar, cada vez, la
posición social y afectiva de los investigadores y de sus teorías.
La historia de las ciencias ya no es el recuerdo enternecido de
los errores de nuestros mayores, sino uno de los medios que
poseemos para trazar el mapa de los programas de búsqueda
en competencia. Podíamos ignorar la primera forma de historia
que sólo interesaba a los historiadores (o a los investigadores
jubilados); no podemos ignorar la segunda. Podíamos salir de
la primera para emerger al fin en lo verdadero. Y sólo podemos
hundirnos más profundamente en la segunda...
Hace ya mucho tiempo había dos relativismos, el primero
jQ2
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

permitía, en las facultades de ciencias exactas, bajo el nombre de


relatividad, pasar de un marco de referencia a otro, y el segundo,
en las facultades de ciencias "blandas", pasar de un punto de vista
a otro. Deberían completarse, porque el segundo pennite multi-
plicar los puntos de vista, las perspectivas, las interpretaciones, y
el primero pasar de un punto de vista a otro sin deformar, sin em-
bargo, la información. Pero ambos no se mezclaban casi nunca,
y lo hacían solamente para combatir el absolutismo, su enemigo
común. En efecto, sólo podemos vinculaiios modificando sensi-
blemente el rol y el lugar' de la historia de las ciencias.
Este libro, bastante sintomático de una época nueva'', mezcla
con astucia los dos sentidos de la palabra "relativismo". Cada
investigador, cada escuela, propone una interpretación diferente
que se apoya sobre una exégesis sutil e inconmensurable de las
osamentas y de las excavaciones. Pero es posible, sin embargo,
pasar de un marco de referencia a otro, a condición de tomar en
cuenta las condiciones materiales, psicológicas y morales en las
que trabaja cada uno de esos investigadores. En vez de aclarar,
retrospectivamente, el progreso de conocimientos con el que no
contribuyó, hete aquí que la lüstoria de las ciencias se vuelve ne-
cesaria para permitir el paso de un punto de vista a otro. Se podría
decir de este libro que le adjudica a las ciencias una concepción
posmodema de la verdad.® Me parece más bien que explora otra

Stepheiï Jay Gould, Lo est belle, Paris, Le Seuil, 1991, ofreció hace algunos años una
magnífica ilustracióir, el título inglés anunciaba afui más claramente el objetivo del ejercicio:
Wonderful Life. The Burgess Shale and the Nature of History, Nueva York, W. W. Norton,
1989 [Hay traducción al español: Stephen Jay Gould, La vida maravillosa. Burgess Shale
y la naturaleza de la historia, Barcelona, Crítica, 1999].
'' Se liíima posmoderno a ese sentimiento de que la flecha del tiempo ya no va en línea
recta y de q\ie ya no permite organizar claramente el pasado y el futuro. Véase Jean-
François Lyotard, La Condition postmoderne, Paris, Minuit, 1979 [Hay traducción al
español: Jean-François Lyotard, La condición posmodema. Jnforrrw. sobre el saber, tr.
Mariano Antolíir Rato, Buenos Aires, Red Editorial Iberoamericana, 1991]. La cuestión que
se plantea es saber si se pueden imaginar investigadores, discipHuas, progi'amas de investi-
gación posmodernos o si el modermsmo es esencial a la práctica de los científicos.
¿HAY QUE HABLAR DE L A HISTORIA DE LOS HECHOS? g y

vía, mejor adaptada a estos tiempos de "vacas locas", que se nu-


tre astutamente de las controversias antes que esperar, con la
esperanza clavada en el cuerpo, que desaparezcan pronto. Este
libro aplica a la prehistoria la bella fórmula del filósofo Gilles
Deleuze: "El relativismo no es la variación de la verdad, sino la
verdad de la variación".®

Octubre de 1996

" Gilles Deleuze, Le PH. Leibniz et le baroque, Paris, Minuit, 1988. [Hay traducción
al español: Deleuze, Gilles, El pliegue. Leibniz y el Barroco, tr. José Vázquez Pérez y
Umbelena Larraceleta, Barcelona, Paidós, 1989. (n. de t.)[
69

¿Una disciplina científica tiene


que reflexionar sobre sí misma?

Si prestamos demasiada atención a la manera en que baja-


mos una escalera, inmediatamente tropezamos con los esca-
lones. Demasiada reflexividad mataría la competencia. No es
ésta la opinión de Shirley Strum, antropóloga californiana y
especialista en babuinos, ni de su amiga Linda Fedigan, estu-
diosa de los primates, canadiense y feminista.' El estudio de
los primates es una disciplina de alto riesgo, que debe luchar al
mismo tiempo en todos los frentes. Debe evitar la destrucción
de los hábitats que la privaría de sus objetos de estudio y antici-
parse a los irmumerables usos políticos que se hacen de los tra-
bajos que publica. Debe conseguir dinero haciendo que la gente
se interese por sus descubrimientos, evitando al mismo tiempo
dejarse atrapar periódicamente por los estragos de la sociobio-
logia. Cada obra sobre los chimpancés, sobre los babuinos, los
gorilas, agita en sucesivas oleadas todas las ideas sobre el amor
maternal, la violencia, la historia antigua del hombre, el rol de

' Shirley Strum, Voyage chez les baboidns (reedición), Paris, Le Seuil, Point Poche,
1995. Linda Marie Fedigan, Pmnate Paradigms. Sex Roles and Social Bonds,
Montreal, Eden Press, 1982.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

la ecologia, las bases de la vida social.^ Un químico puede creer


que está al resguardo del mundo político. Un estudioso de los
primates, no.
De allí proviene la idea de nuestras dos amigas: reunir durante
una semana en el extraño marco de un chalet suizo aislado en
las montañas brasileñas, a rma treintena de estudiosos de los
primates, viejos y jóvenes, hombres y miyeres provenientes de
varios continentes y de varias escuelas de pensamiento, para
que se pregunten colectivamente sobre los íündamentos de su
disciplina. No se trata, y allí reside todo el interés del ejercicio,
de un congreso científico como los hay en grandes cantidades,
en el transcurso del cual se intercambiarían datos para lograr
una síntesis. Se trata de reflexionar sobre los sesgos teóricos,
sobre el rol que juegan las ideologías, sobre la importancia del
sexo del observador, sobre el peso de los paradigmas, sobre
la historia reciente de la disciplina, sobre las fuerzas que la
moldearon.
¿Estamos entonces en im coloquio de filósofos e historiado-
res que reflexionan desde el exterior sobre la evolución de una
disciplina de la que no forman parte? Justamente no, y aUí resi-
de toda la novedad del ejercicio. Los facultativos suman entre
todos algunas centenas de años de presencia en el campo de
trabajo. Pero a ellos se agregaron, para ayudarlos, un puñado
de observadores especializados en la historia de las ciencias, en
filosofía, en feminismo o en el estudio de otros animales ade-
más de los primates -¡ratas, ovejas, e incluso hienas!. Allí está,
por ejemplo. Donna Haraway, autora de un libro sobre historia
social y cultural del estudio de los primates, que está en conse-
cuencia frente a aquellos a quienes ha entrevistado y que no es-

^^ Dos ejemplos en francés: Sarah Blaffer Hrcly, Des guenons et des hommes, essai de
sociobiologie, Paris, Éditions Tierce, 1981; François De Waal, La Politique du chim-
panzé, Paris, Odile Jacob-Opus, 1982 [1995],
¿UNA DISCIPLINA CIENTÍFICA TIENE QUE REFLEXIONAR... rj^

tán necesarianiente de acuerdo con su versión de los hechos.®


Se comprende todo el peligro de esta experiencia de labo-
ratorio y toda la audacia de quienes la concibieron con la co-
laboración de una fundación estadounidense.'^ Si se reflexiona
mucho con las herramientas de la historia y de la filosofía de
las ciencias, ¿no se corre el riesgo de destruir la autonomía re-
lativa de la ciencia del estudio de los primates? Si se exploran
demasiado las diferencias entre los macacos estudiados por
estadounidenses formadas en genética y financiadas por becas
anuales, y los mismos macacos estudiados por antropólogos
japoneses con contratos a muy largo plazo, ¿no se corre el
riesgo de despertar dudas sobre lo que sabemos acerca de los
macacos? Si comprendemos bien por qué las sociedades de
primates cambian tanto dependiendo de si son estudiadas por
una mujer o por un hombre, ¿no corremos el peligro de que la
buena gente dude de que se pueda alguna vez saber algo sobre
los monos?® ¿Cómo no sorpreiiderse de que en cincuenta años
los mismos babuinos pasen de ser, sucesivamente, una banda
de Bandarlogs lúbricos a ser una forma rígida de organización
para vivir, finalmente, en una sociedad altamente civilizada, lue-
go de haber conocido durante algunos años la revolución libe-
ral que los convertía en perfectos pequeños ejecutivos de Wall
Street que maximizaban sus ganancias en la bolsa de genes?
¿No hay allí motivo suficiente como para que las ciencias se
desesperen? ¿Acaso no hay que, contra esa invasión de dudas,
cerrar filas, olvidar las influencias deletéreas del mundo social

Donna Haraway, Primate Visions. Gender, Race and Nature in the World of
Modem Science, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1989.
'' El título de la reunión habla por sí solo: "Los cambios en las imágenes de las socie-
dades primates: rol de la teoría, de los métodos y del género (gender)". Agradezco a la
Wenner-Grenn Foundation for Anthropological Research por haberme invitado.
Véase el emocionante testimonio de Hans Kimuner, Vies de singes. Moeurs et
structures sociales des babouins hamadryas, Paris, Odile Jacob, 1993.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

y volver a sumergir la nariz más seriamente en los datos?


La experiencia estuvo a punto de salir mal. ¡Estudiosos de
los primates, ya inquietos por la fragilidad de sus disciplinas,
se alzaban en un campo casi unánime contra esos extranjeros
acusados de relativismo, de deconstruccionismo y de postmo-
dernismo! A estos, a su vez, los investigadores les parecían
demasiado arcaicos, envarados en un positivismo que los deja-
ba sin recursos para evitar las innumerables influencias de un
estudio de los primates que fueron ellos los que, sin embargo,
pusieron en el centro de todas las grandes cuestiones ideológi-
cas del momento.
Y luego, como sucede a menudo en una experiencia, ocu-
rrieron pequeños milagros. El conjunto de las posiciones se
modiñcaron durante la prueba -modificación que el lujo extra-
ño del lugar y la dinámica de grupo propia de todos los prima-
tes promovieron-...
Muy rápidamente se abandonó la idea de un estudio cientí-
fico de los primates, único islote sólido en medio de un mar tu-
multuoso, rodeado por los tiburones de los medios masivos de
comunicación y de las instituciones. Pero también se abandonó
muy rápido la idea de que nuestra visión de los monos estaría
"teñida" o "filtrada" por una sucesión de sesgos que limitarían
para siempre nuestro conocimiento y que nos encerrarían para
siempre en nuestra "visión del mundo" o en nuestro "punto de
vista". Cada nueva colonia, cada nuevo emplazamiento, cada
nueva experiencia, cada nueva escuela, cada nueva hipótesis,
al contrario, multiplica los puntos de vista y compromete más
profunda y más íntimamente a grupos de monos en las opinio-
nes que, colectivamente, tenemos sobre ellos. Desde luego, y
esa fue nuestra sorpresa común, los resultados no convergen
hacia una imagen unificada del mundo de los monos. Sino que,
a la inversa, a partir de esta multiplicidad de ramificaciones,
sólo podemos extraer como conclusión que los saberes de los
¿UNA DISCIPLINA CIENTIFICA TIENE QUE REFLEXIONAR... 7 3

estudiosos de los primates son inexactos, incompletos o falsos.


Es el extraño mito de una "aproximación asintótica a lo verda-
dero" lo que nos impedía comprender positiva y ya no negativa-
mente el incremento de las imágenes que los estudiosos de los
primates brindan de las sociedades de monos. "La ciencia no
piensa" decía Heidegger. Las disciplinas, al contrario, piensan
mucho. Sin embargo, hace falta organizar sistemáticamente la
operación reflexiva. No para paralizarlas. Para que marchen,
justamente, con un paso más firme.®

Diciembre de 1996

« Véase Sliirey Strum y Linda Fedigan, Primate Encounters, Chicago, Chicago


University Press, 2000.
75

¿Hasta dónde hay que llevar la


historia de los descubrimientos
científicos?

Una mañana de 1976, la momia de Ramsés II, enviada desde El


Cairo para recibir cuidados médicos, fue recibida en el aeropuer-
to de París con honores militares. En ese cadáver desecado, la
etiqueta diplomática reconocía a un jefe de Estado. Se condujo el
cuerpo, acompañado de la Guardia republicana, al Val de Grâce'
para cuidados retrospectivos. Paris-Match estaba allí. Frente a
una camilla de operaciones, asistidos por la iluminación violenta
de las lámparas de cirugía, con batas blancas, enmascarados,
"nuestros científicos" (preferimos utilizar este término antes que
el de "investigadores", más pobretón) auscultan el cadáver El
slogan de Match es conocido: "El peso de las palabras, el shock
de las imágenes". Pero es la leyenda sobre todo lo que quisiera co-
mentar: "Nuestros científicos socorren a Ramsés II que se enfer-
mó 3000 años después de su muerte". Sin duda, un agudo filósofo
el periodista que redactó esta leyenda sorprendente al pie de ese
collage: encuentro entre un faraón y los médicos sobre una mesa
de cirugía -"cadáver exquisito" si alguna vez lo hubo.

' N. de la T.: El Hospital de instrucción de los ejércitos del Val de Grâce es un hospital
militar de París.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

La historia de las ciencias se enfrenta siempre con una difi-


cultad insalvable en la que esta imagen nos permitirá penetrar.
¿Dónde estaban entonces los objetos que descubren los cien-
tíficos "antes" de este descubrimiento? Si, por ejemplo, en Val
de Grâce diagnosticaran que Ramsés II murió de tuberculosis,
¿cómo sería posible que hubiera muerto a causa de un bacilo
descubierto por Robert Koch en 1882? ¿Cómo, mientras estaba
vivo, hubiera podido beber cerveza fermentada con una leva-
dura que Pasteur (gran adversario de Koch) puso en evidencia
recién hacia mediados del siglo XIX?
La respuesta de sentido común -aunque sólo tiene, como
veremos, la apariencia del sentido común- consiste en decir
que los objetos (bacilos o fermentos) ya estaban allí desde
tiempos inmemoriales, y que "nuestros científicos" simple-
mente los descubrieron tardíamente: levantaron el velo de-
trás del cual se escondían esos pequeños seres. La humanidad
se da cuenta, retrospectivamente, que hasta entonces había
actuado en la oscuridad. En esta hipótesis, la historia de las
ciencias solamente tiene un interés muy limitado. Lo único
que hace es recordar los obstáculos que impidieron que los
científicos captaran más rápido y más temprano la realidad
que permanecía, durante ese tiempo, inmutable. Los científi-
cos juegan a esconder objetos y los historiadores simplemen-
te les dicen, como a los niños: "¡Caliente, quema!", "Tibio",
"¡Frío-Frío!" Hay una historia del descubrimiento del mundo
por parte de los científicos pero no hay una historia del mun-
do en SÍ.2 El periodista tendría que haber escrito: "En 1976,
nos dimos cuenta de que Ramsés II había muerto de tubercu-

Simplifico la cuestión dejando de lado la evolución de los microorganismos que agre-


garía, evidentemente, una nueva dimensión a la historicidad del mundo. Esta crónica
en plena "guerra de las ciencias" suscitó una intensa polémica. Para una versión más
técnica, véase L'Esprit de Pandore, La Découverte, 2001, pp. 151-181.
¿HASTA DÓNDE HAY QUE LLEVAR LA HISTORIA... 'J'J

losis, hace 3000 años". Esas palabras ya no hubieran causado


conmoción.
La respuesta más radical -aunque sólo tiene, como veremos,
la apariencia de la radicalidad- consiste en decir, a la inversa,
que Ramsés II sí se enfermó "3000 años después de su muerte".
Hubo que esperar hasta 1976 para atribuirle una causa a su
muerte, y hasta 1882 para que el bacilo de Koch pudiera servir
a semejante atribución. Antes de Koch el bacilo no tiene una
existencia real. Antes de Pasteur, la cerveza no fermenta toda-
vía gracias a la Saccharomyces cerevisiae. En esta hipótesis,
los investigadores no se contentan con des-cubrir: producen,
fabrican, construyen. La historia inscribe su marca sobre los
objetos de las ciencias, y no solamente en las simples ideas de
los que los descubren. Afinnar, sin otra forma de proceso, que
Faraón murió de tuberculosis descubierta en 1882, equivale a
cometer el pecado capital del Mstoriador, el de anacronismo.
Señalemos antes que nada que esta manera de ver parecería
una evidencia si consideráramos al bacilo o al fermento como
objetos técnicos. Si alguien hubiera afirmado, en Val de Grâce,
que un tiroteo de ametralladora era lo que había acribillado al
faraón, o que éste había muerto de estrés causado por un crack
bursátil, lo hubieran encerrado por anacronismo. Y hubieran
tenido razón. En efecto, a falta de máquina del tiempo, no se
puede hacer que una invención del presente tenga un efecto
retroactivo sobre el pasado. La historia irreversible ignora la
causalidad retrospectiva. ¿Por qué lo que es cierto sobre la
ametralladora o sobre el crack, no lo es sobre el bacilo?
La respuesta está en la foto que la leyenda analiza con una
exactitud asombrosa. ¿Cómo hacer el diagnóstico sobre la
causa de la muerte? Pues, llevando el cuerpo a París. Pues,
haciéndolo penetrar en el hospital. Pues, iluminándolo bajo las
sunlights. Pues, pasándolo por los rayos X. Pues, extrayendo
para el análisis fragmentos de tejido examinados al microsco-
jQ2
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

pio. Para vincular al bacilo con el rey de Egipto, se necesita un


trabajo enorme de conexión y de acercamiento. Lejos del labo-
ratorio, sólo se habla en términos vagos. Nuestros científicos
lo sabían perfectamente cuando les pidieron a los egipcios que
enviaran su preciosa reliquia. Se gana en certeza sólo a condi-
ción de conectarse con los recursos y los medios de las insti-
tuciones científicas. Podemos creer que Ramsés ya despedía
bacilos de Koch al escupirle a Moisés; pero sólo se puede tener
certeza de ello si se lo lleva al Val de Grâce.
Cada uno de nosotros hizo esta misma experiencia con
sus propias enfermedades. Mientras estoy lejos del hospital,
nunca estoy seguro de lo que tengo. Mis opiniones no tienen
ningún valor de verdad. "Me pica o tengo cosquillas", es todo
lo que puedo decir. Adquieren peso, se vuelven objetivas sólo
cuando penetro, yo también, en la institución, en el labora-
torio, cuando conecto mi brazo, mi corazón, mis dientes, mi
hígado a tal o cual instrumento. Puedo creer en mi salud cuan-
do estoy en casa, metido en la cama; pero no puedo creer con
certeza sino a costa de un acercamiento a la "Ciudad de los
trabajadores de la prueba" -para retomar la bella expresión
de Bachelard.
Toda la dificultad de este asunto consiste en comprender
que el desplazamiento en el tiempo obedece a las mismas re-
glas que el desplazamiento en el espacio. Así como no puedo
desplazar una enfermedad en el espacio sin ampliar la red
médica o acercándome a ella, no puedo desplazar un descu-
brimiento del presente hacia el pasado sin hacer un trabajo
complementario de extensión de esa misma red. Es lo que el
periodista de Paris-Match entendió perfectamente: 3000 años
más tarde, "nuestros científicos" hacen que finalmente Ramsés II
enferme y muera producto de una enfermedad descubierta en
1882 y diagnosticada en 1976.
Lo que sucede es simplemente que el trabajo de desplaza-
¿HASTA DÓNDE HAY QUE LLEVAR LA HISTORIA... y g

miento de El Cairo a París parece más fácil de trazar que el de


1976 al año -1000. Alcanza con seguir a los aviones, a las guar-
dias republicanas, a las camillas, a los guardajiolvos blancos.
Hay allí, sin embargo, sólo la apariencia de una dificultad, como
puede verse en el esquema de la figura a continuación.

dimensión lineal del tiempo


1000 aC 1976 1998

Ramsés 11
muerto
de muerte
descx)nocida

Ramsés 11
muerto
por el bacilo T avance irreversible
de Kocdi del tiempo

dimensión sedimentaria
del tiempo

Un año, en efecto, no se localiza gracias a una sola dimen-


sión, sino gracias a dos. La primera sigue la cronología; avanza
siempre en el mismo sentido, irreversiblemente; y desgrana la
serie de números enteros. La segunda, a la inversa, cada año
modifica a todos los que lo precedieron y, según los progresos
de las ciencias, dota a los años ya pasados de trazos más o me-
nos nuevos. Podemos entonces pensar en un año preciso, por
ejemplo, en el año -1000, más como una columna que como
un punto aislado en el tiempo. Esta columna estaría hecha de
sedimentos sucesivos que cada año dejan en su descripción por
un camino que se puede seguir, según cada caso, con más o me-
nos detalle. El año -1000 está compuesto, por ejemplo, de un
Faraón muerto por causa desconocida y, a partir del año 1976,
de un Faraón muerto por causa perfectamente conocida. Todos
los años -1000 producidos "a partir" de 1976 tendrán este nuevo
80

trazo: un Ramsés II cuya boca estaba Uena de bacilos de Koch.®


El movimiento de la historia no se hace a lo largo de la dimen-
sión horizontal, sino en dirección de la flecha al bies -y esta flecha
es absolutamente irreversible. No se puede jamás ir hacia atrás
sin cometer un anacronismo grave. Desde este punto de vista, el
bacilo de Koch no puede ir hacia atrás como tampoco pueden
hacerlo la ametralladora o el crack bursátil. Sin embargo, si deci-
mos, como el periodista, que Ramsés II "se enfermó tres mil años
después de su muerte", no debemos suponer ninguna causalidad
retroactiva; no adoptamos ningún idealismo que nos obligaría a
decir que inventamos pieza por pieza, a partir del presente, nues-
tro pasado. Lo único que hacemos es trazar una nueva conexión
entre Koch, El Cairo y París. El año -1000, sólidamente anclado,
gracias al Val de Grâce, en la medicina moderna, incluye en su
conformación, a partir de entonces y hasta prueba de lo contrario,
un bacilo que causó la muerte de su más célebre Faraón.
Siguiendo los desplazamientos en el tiempo como en el espa-
cio, a condición de practicar lo que podríamos llamar un "empi-
rismo radical"'', se puede ir mucho más allá en la historia de los
descubrimientos. Lo más extr año es que obtengamos de Paris-
Match esta pequeña lección de filosofía.

Marso de 1998

La demostración resulta familiar a los historiadores en el ejercicio de su trabajo. Juegan


sin dificultades con la sedimentación del pasado y con su progresiva reconstrucción.
Sabemos desde Champollion cómo leer de nuevo la cápsula de Ramsés II. Semejantes
afrrmaciones no debilitan de ninguna manera la certeza de los descubrimientos: sino que,
al contrario, airaigan más sólidamente el trabajo de los colegas necesario a los descubri-
mientos.
'' La expresión es de WiUiam James en Essays in Radical Empiricism, Londres,
University of Nebraska Press, 1996 [1907], Un deslumbrante librito de David Lapoujade,
William James. Empirisme et pragmatisme, Paris, PUF, 1997, contribuye de fonna
decisiva a rehabilitar el pensamiento de este pensador mayor cuya herencia los sucesores
habían dilapidado sin razón.
81

¿Hay que defender la autonomía


de los científicos? Sí, a condición
de que la compartan con
todo el mundo..;

Tiene muchas ventajas el hecho de gozar de un ministro de


investigación sobreexcitado^: obliga a que los investigadores se
inventen razones para existir. A un ministro, que es ex investi-
gador, y que afirma tranquilamente que la investigación no es
necesariamente prioridad nacional, hay que poder responderle
con algunos argumentos nuevos. Para resistir a las reformas,
no se puede, por ejemplo, recurrir siempre a la simple defensa
de "la autonomía científica".
¿Qué queremos decir, en efecto, por autonomía? La etimo-
logía lo afirma: es autónomo aquel que se otorga a sí mismo
sus propias leyes, en oposición entonces a la heteronimia. El
investigador autónomo sólo obedece a sí mismo; al investi-
gador heterónomo otros le dictan reglas que él no controla.
¿Conocieron alguna vez, según esta definición, a un científico

' Esta crónica por su tema y por su estilo fue escrita en homenaje a la memoria de
Pierre Thuilier, "protestante" en materia de ciencia y durante mucho tiempo cronista
de La Recherche.
^ De junio de 1997 a marzo de 2000, Claude Allègre es ministro de Educación nacional,
de Investigación y de Tecnologia.
jQ2
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

autónomo? Un individuo semejante no podría existir. No ten-


dría que depender de ningún colega para poder publicar, de
ningún financiamiento para equipar su laboratorio. Lo que es
más extraño aún: no tendría que depender ni de la naturaleza ni
de sus leyes para definir lo que debe pensar El objetivo de las
ciencias -al menos en las definiciones de los manuales-, ¿no es
justamente hacer que la misma naturaleza sea la que "dicte sus
leyes"? Un científico completamente autónomo sería un sobe-
rano loco que sacaría de su propia cabeza la totalidad del mun-
do. Lo sabemos bien, la experiencia ya fue realizada antaño, no
lograría decir otra cosa que no fuera ''cogito ergo sum".
¿Qué se busca significar entonces con la expresión "autono-
mía científica"? ¿Se refiere al corporativismo, muy extendido
en todas las sociedades, y que lleva a los profesionales, ya sean
panaderos o jueces, CEOs u ópticos, a organizarse en grupos de
presión para que las leyes que reciben sean aquellas que quie-
ren para ellos? Sin ningima duda. No tiene nada malo, en efecto,
que los investigadores se organicen en grupos de presión para
defender sus intereses. A Francia le hacen faltan seguramente
esas poderosas asociaciones que existen en el extranjero y que
permiten que una disciplina se fije como un lobby entre otros
posibles.®
No podríamos, sin embargo, reducir la defensa de la au-
tonomía científica únicamente al corporativismo. En efecto,
todos los demás lobbies de la sociedad justifican su existencia
a partir de los servicios que afirman estar en mejores condicio-
nes de proveer. Los jueces protegen su autonomía contra su
ministerio sólo para servir con más independencia la causa de

Para el caso clásico entre los físicos, véase Daniel J. Kevles, Les Physiciens.
Histoire de cette profession gui a changé le monde, Paris, Écononiica, 1989 y
Dominique Pestre, Physique et Physiciens en France, 1918-1940, Paris, Éditions des
Archives Contemporaines, 1984.
¿HAY QUE DEFENDER LA A U T O N O M Í A DE L O S CIENTÍFICOS?... g g

los justiciables. Los científicos tienen algo particular, protegen


la autonomía de su profesión no por los servicios que deben
proveer, sino porque afirman que no pueden hacer otra cosa: "La
investigación no se decreta, el genio tampoco, la ciencia como el
Espíritu Santo sopla por donde mejor le parece". Comenzamos
a ver cuál es el punto débil: el corporativismo común a todas las
profesiones defiende, en el ámbito de los científicos, una autono-
mía ya no de organización sino de contenido: no se trata de decir
simplemente: "Nadie puede comprender mejor que nosotros lo
que hacemos", sino de afirmar además: "Nadie en el mundo, ni
siquiera nosotros, puede comprender cómo funciona lo que ha-
cemos". Confesión de impotencia, para no decir de irracionali-
dad, que hace que sea demasiado difícil, en el caso de una crisis,
la defensa incondicional de la autonomía por la autonomía. El
investigador, devuelto al estatus estético del artista que defiende
también "el arte por el arte", coquetea con la irresponsabilidad:
"Denme dinero, que algo siempre sale; en todo caso, somos no-
sotros los únicos que debemos tomar las decisiones".
Los investigadores tienen suficientes buenas razones para
oponerse a que se los controle. Saben, todas las estadísticas lo
demuestran, que la investigación se encuentra ya bajo la influen-
cia -industrial, militar, estatal. Recuerdan con pavor la "produc-
ción que responde a la demanda" que pretendía hacer que en
sus disciplinas fundamentales reinara la ley del mercado y de
sus aplicaciones. Recuerdan con terror la denominación políti-
ca que en un momento se quiso que reinara sobre las ciencias.''
Frente a las amenazas de puesta en vereda, defienden, por un

El caso Lyssenko por otra parte no debe utilizarse como ejemplo de una dominación
de la ciencia por parte de la política, sino más bien de una ciencia -la genética de las
plantas- por otra ciencia -la economía política y la "ciencia" de la historia. En este caso
como en tantos otros, la política sufrió tanto o más que las ciencias. De allí proviene la
necesidad de definir en términos más generales la autonomía de estas cuestiones.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

reflejo pavloviano, la soberana autonomía de la Ciencia, con C


mayúscula: "La Ciencia no debe conocer otra ley que su propia
ley". Sólo la importancia de lo que está en juego allí iguala la
torpeza de su respuesta automática: se ataca la autonomía del
cuestionamiento; los investigadores defienden un cuerpo y un
derecho aristocrático a la irresponsabilidad - y todo se paga
con los denarios públicos.
Los investigadores necesitan que se les ayude a recobrar
una autonomía que la mayoría de las veces ya perdieron. Para
ello, no estaría mal que establecieran con el público una alianza
mucho más amplia que la que el corporativismo permite: existe
quizás un derecho de formular por sí mismo sus propias pre-
guntas sin dejarse intimidar por los programas de investigación
que otros establecieron.
Lord Kelvin, como recordarán, había querido impedirles a
los darwinianos que supusieran la existencia de una evolu-
ción sobre centenas de mülones de años bajo pretexto de que
el sol no tenía una duración de vida suficiente. Los biólogos
escucharon educadamente la objeción del físico pero no ac-
tuaron de acuerdo con efla, hasta que el descubrimiento de
la radioactividad alargó la existencia del sol y la reconcilió
con la lenta evolución de la vida. No dejarse intimidar por la
manera en que los demás plantean las preguntas es probable-
mente una virtud que merece que se defienda: esto permite,
por ejemplo, resistirse a los programas de investigación
impuestos por intelectualoides, o importados sin razón de
Estados Unidos; esto también permite resistir a la selección
de jóvenes investigadores basada en criterios únicamente sin-
dicales; esto permite de la misma manera negar el hecho de
que una discipfina domine bajo pretexto de que se afirma más
fundamentalmente que aquella bajo la cual intenta ubicarse;
esto permite finalmente retrasar el momento en que se acusa
a alguien de irracionafidad bajo pretexto de que continúa
¿HAY QUE DEFENDER LA A U T O N O M Í A DE LOS CIENTÍFICOS?... g g

planteándose una pregunta que "tendría que haber" desapare-


cido hace mucho tiempo..
Si los investigadores persisten en su defensa de un simple
derecho de la "ciencia por la ciencia", estarán muy solos. Si
aceptan compartir con todos un derecho de formular de ma-
nera autónoma preguntas interesantes, tendrán a su lado a una
masa de gente dispuesta a forzarlos a que sean mucho más au-
tónomos de lo que son hoy...

Diciembre de 1998

La capacidad de las asociaciones de pacientes de presentar hoy no sólo a los médicos


sino también a los investigadores sus programas de investigación no deja de sorprender
a los especialistas fiue están bastante contentos, en el fondo, de encontrarse con "clieiL-
tes" que tienen garantías antes ciue con ignorantes a los que hay que "pedagogizai'".
Véase sobre este asunto el número de Sciences sociales et sauté: "les associations de
malades: entre le marché, la science et la médecine", vol. 16, n° 3, septiembre de 1998.
Por otro lado, la misma tendencia se encuentra en el arte. Para doble sorpresa de aman-
tes y artistas, la Fundación de Francia organiza, por ejemplo, una mediación compleja,
que la autonomía del artista modernista había excluido durante cinco años, entre la de-
manda y la oferta de arte. La defensa irreflexiva de la autonomía no le hizo más favores
a los artistas de los que les hizo a los científicos.
87

¿Dijo usted pluridisciplinario?

Los días se alargan y los ministerios, junto con la primavera,


recobran las ganas de hacer que las ciencias naturales y socia-
les canten al unísono. La ambición siempre se renueva, siempre
es defraudada, porque hacemos como si las disciplinas, orga-
nizadas en territorios, pudieran colaborar como lo hacen los
microrreinos o las ciudades-Estado de la antigua Italia. Denme
un buen demógrafo, un buen equipo de geógrafos, un buen
laboratorio de sociólogos, se dicen para sí los naturalistas, me-
teorólogos o geógrafos, y podremos saber algo de lo que hacen
los seres humanos que se agitan, en diversas escalas, por enci-
ma o por debajo de los fenómenos que estudiamos.
Por desgracia, el mundo social no es un territorio particular
en el que podríamos penetrar luego de haber salido del de la na-
turaleza, franqueando una frontera mejor o peor custodiada que
podríamos confiarles, por esta razón, a colegas especializados.
Forma una red cuyas conexiones más insidiosas se mezclan
justamente en el interior de todos los cantones científicos.
Supongamos, por ejemplo, que un agrónomo francés, acos-
tumbrado a las ricas tierras de su Beauce natal, va a Amazonia
jQ2 C R Ó N I C A S DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

a aconsejar a los militares acerca del desarrollo de la selva vir-


gen en vías de deforestación. Una vez que esa exuberante selva
haya sido talada, se dice, quedará un suelo que una agricultura
prudente y atenta permitirá abonar y conservar. lYansporta con
él entonces cierta teoría del suelo que se hace carne con su sa-
ber y que le parece un hecho de naturaleza. Varias catástrofes
ecológicas más tarde, nuestro agrónomo se da cuenta, gracias
a sus colegas geógrafos, microbiólogos, entomólogos, natu-
ralistas, que en Amazonia el suelo sólo mantiene su aparente
riqueza gracias a la circulación rápida de los nutrientes que la
vegetación, la pululación de los microorganismos y las lluvias
permiten. Mientras que en Francia el suelo sostenía a la selva,
aquí, la selva, por así decirlo, sostiene al suelo. Sin selva no hay
tierra. El hecho de naturaleza que había dictado sus consejos
se convirtió progresivamente, por medio de la dura prueba de
la fallida deforestación, en un prejuicio, un mito, un paradigma,
en resumen, en un hecho social.
Supongamos ahora a una socióloga del desarrollo, que parte
de su barrio natal en las afueras de París, a la que una ONG envía
a ayudar a las sociedades indígenas a resistir la invasión de sus
territorios por parte de los sanguinarios de la transamazonia.
Como las culturas tradicionales viven, como se suele decir, des-
de siempre "en armonía con la naturaleza", poseen las mayores
ventajas para favorecer un desarrollo duradero de la selva.
Esta concepción de los indios protectores del medio ambiente
se hace carne con su disciplina y le parece, a ella también, que
es un hecho de naturaleza. Algimas catástrofes ecológicas más
tarde, algunas de entre ellas provocadas por indios armados
con sierras mecánicas que despedazaron su pedazo de selva
con el mismo entusiasmo que los pobres e incultos campesi-
nos que vinieron del Nordeste, se entera gracias a sus colegas
antropólogos, ecologistas, agrónomos, que la naturaleza no
constituye una categoría comúin para los indios y que éstos, en
¿DIJOUSTEDPLURIDISCIPLINARIO? g g

consecuencia, no sabrían cómo protegería. Este zócalo indis-


cutible, este suelo asegurado ("hay que proteger la naturaleza
como lo hacen los autóctonos") se desploma entonces bajo sus
pies y esta evidencia natural se convierte en un prejuicio, un
paradigma, un mito, en resumen, en un hecho social.
¿Qué colaboración podríamos buscar suscitar entre los dos
personajes de este apólogo silvestre? Si un ministerio reúne un
equipo pluridisciplinario y le confía al agrónomo la tarea de
prever las capacidades del suelo y a la socióloga la de prever
el comportamiento de los habitantes, se corre un gran riesgo:
el de ver a los expertos, cada uno en su territorio, tomar sus
prejuicios y los de su vecino por evidencias indiscutibles. La
socióloga creerá que el agrónomo representa fielmente lo que
puede esperarse del suelo; el agrónomo confiará en que la so-
ciología representa dignamente las reacciones humanas. Al de-
cir: "Yo me ocupo del suelo y usted de quienes lo pisan con sus
pies", estarán de acuerdo, pero estarán imaginando un mundo
en el que los indios, preocupados por el medio ambiente y su
desarrollo duradero, gozarán de un suelo rico que la selva ha-
brá liberado -antes de notar con horror que los indios no tenían
esa preocupación, ni el suelo, esa profusión.
¿Cómo reunir entonces equipos pluridisciplinarios? La
solución está en el apólogo: en vez de dejarle el suelo a los
agrónomos y los indios a los sociólogos, hay que poder avivar
la diferencia entre dos asociaciones, dos proposiciones, la que
imagina a indios en armonía con la naturaleza sobre un suelo
que permanecerá rico incluso una vez roturado y la que ve apa-
recer sobre un suelo pobre, sostenido por las raíces delicadas
de la vegetación, a indios que jamás, ¡oh jamás de los jamases!,
se preocuparon por conservar la naturaleza.
Prohibámosles a las disciplinas que formen territorios
propios y sometamos a cada una a la puesta a prueba que las
atraviesa a todas, ya sean naturales o humanas, obligándolas a
90

distinguir lo que creían que pertenecía a la naturaleza y lo que


descubren que es sólo ajuste de prejuicios profesionales. No
hay interdisciplinariedad si se respeta lo que la Asamblea llama
la "disciplina de voto", que obliga a cada diputado a votar con
su partido. En el interior de cada partido, de cada disciplina, de
cada pericia, se despliega la distinción, que habrá que retomar
siempre, entre los prejuicios y lo que aporta la dura prueba de
los hechos. No hay nada que sea interdisciplinario sin una dosis
respetable de indisciplina.

Abril de 2000
91

El texto de Turing

Imaginen lo que diríamos de un informático, de im espe-


cialista en robòtica, de un psicòlogo o de un neurobiòlogo
que mandara a una revista muy seria un largo artículo con los
siguientes cuentitos: un juego de rol en el que un hombre, es-
condido detrás de un biombo, intenta que se lo tome por una
mujer; la descripción kafkiana del trabajo de un burócrata in-
feliz borroneando resmas de papel sin apartar jamás la nariz de
su Código; una historia de ingenieros, todos del mismo sexo, in-
tentando clonar a un ser humano a partir de una "sola célula de
su pieV; una Mamá que le pide a Tom que "pase todas las ma-
ñanas por lo del zapatero"; un demonio de Laplace encerrado
en una máquina para escapar de los efectos de las teorías del
caos; una breve novela de anticipación sobre las consecuencias
intelectuales de las innovaciones técnicas; una digresión sobre
el alma de las mujeres en la teología musulmana; otra sobre
la trasmigración; otra sobre el derecho de los seres humanos
a servir de instrumento a la voluntad de Dios "ofreciendo un
hogar para las almas que Él creó'"-, un pequeño diálogo a pro-
pósito del sentido exacto de un soneto; un largo extracto sobre
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

la telepatia y otros fenómenos extrasensoriales; un informe


sobre la muy cruel educación recibida por un niño al que se le
inculcan sus lecciones con fuertes golpes en la cabeza... para
terminar con la Constitución de Estados Unidos y la estupefac-
ción del programador que ve que la máquina hace cosas que él
no había previsto que hiciera aunque fue él quien escribió cada
una de las líneas del código.
No cabe ninguna duda: semejante artículo habría sido re-
chazado por delirante y enviado a los fanzines de los amantes
de los platillos voladores y otras cuestiones paracientíficas; se
lo hubiese tomado como una farsa que podría publicarse más
bien, por su gracia, por su loca inventiva, en una revista litera-
ria. Y, sin embargo, se trata del artículo fundador con el cual el
ya célebre Alan Turing propuso, en 1950, su famosísimo test.'
Sí, hete aquí que el test viene de un texto. Al recordar el
primero, fácilmente olvidamos el segundo. No hay nada me-
nos formalista, nada más carnal, raro, indeciso, incoherente,
múltiple, que esa exploración a tientas de un mundo que no
existe todavía y del que Turing dibuja su estética barroca. Por
poco que uno se tome la molestia de releerlo, el texto original
despliega una ópera entera. Jamás la invención literaria, la ima-
ginación más desenfrenada, la audacia intelectual, las trampas
tendidas por el inconsciente^, se mezclaron tan íntimamente en
la invención tecnológica, en la metafísica y en el formalismo
lógico.
Cuando uno piensa que científicos austeros afirman que se
puede hacer ciencia en una lengua diferente de la propia, que
alcanza con chapucear un poco de inglés básico para "trans-

' Alan M. Turing, "Computing Machinery and Intelligence", Mind, Vol. LIX, 1950,
n° 236, pp. 433-460.
" Andrew Hodges, .A/ow Turing The Enig^na, New York, Simon and Schuster, 1983,
vio bien lo extraño de las metáforas carnales y sexuales de ese texto fundador.
EL TEXTO DE TURING
93

mitir los descubrimientos"... ¡Como si Turing, desprovisto de


la rica arcilla de su cultura, hubiera podido descubrir algo!
Cuando uno piensa que la escritura científica se presenta
como un simple medio transparente que sólo apimtaría hacia
la claridad de la comunicación. ¡Como si Turing fuera claro!
Allí lo tenemos, en cada párrafo, entusiasmado por senderos
transversales, por el tropismo incontrolable de la escritura: ni
siquiera durante un instante se pueden abstraer sus argumen-
tos de la materia textual y de sus imprevistos sobresaltos. Y, sin
embargo, eso no impidió que los comentadores lo tomaran por
el ejemplo mismo del espíritu formal. Como si el formalismo
pudiera sobrevivir un minuto fuera de su cuerpo.®
¡Lo más sorprendente es que el propio autor se toma el tra-
bajo de advertir al lector acerca de la abstracción! "En las dis-
cusiones filosóficas se olvidan fácilmente semejantes errores
[de funcionamiento]; se discute por consiguiente sobre 'máqui-
nas abstractas'. Estas máquinas abstractas son ficciones mate-
máticas y no objetos físicos" (p. 449).^ Pero justamente porque
construye una máquina carnal y no una ficción matemática,
es que Turing duda tanto sobre el sentido que hay que darle a
estos nuevos seres por quienes tanto hizo y a quienes intenta
domesticar. Frente a la objeción según la cual las computado-
ras jamás podrán pensar porque son "incapaces de tomarnos
por sorpresa", no duda en responder, justo él, el primer progra-
mador, el Adán de las calculadoras universales: "Las máquinas
muy a menudo me toman por sorpresa. Esto se debe en gran

Brian Rotman, Ad Infinitum. The Ghost in Turing Machine. Taking God out
of Mathematics and Putting the Body Back In, Stanford, Stanford University Press,
1993, se equivoca desde este punto de vista: el cuerpo nunca dejó de estar allí, pero es
el cuerpo del texto.
Para una descripción material y social de los fomaHsmos, véase Claude Rosental,
"La production de coimaissances certifiées en logique: un objet d'investigation sociolo-
gique", Cahiers internationaux die sociologie CIX, 2000, pp. 343-374.
94

medida al hecho de que no calculo lo suficiente lo que puedo


esperar de ellas, o más bien porque, aunque haga mis cálculos,
los hago rápida, torpemente, corriendo riesgos" (p. 450). Esto
debería tranquilizar a todos los usuarios de computadoras así
como a todos los programadores embrollados en sus bugs: el
padre fundador también era un pecador...
Pero Turing va aún más lejos: no duda en penetrar hasta el
corazón del "error fundamental al que están particularmente
sujetos filósofos y matemáticos" (p. 451). ¿Cuál es ese error?
¡Es justamente el que se le atribuye generalmente a Turing! El
que constituye el corazón de la ilusión formalista: una vez que
ha sido dada la forma, el resto, el pobre resto, la serie de con-
secuencias prácticas ya no tiene ninguna importancia. "Es una
suposición útil en muchas circunstancias, pero se olvida con
demasiada facilidad que es falsa", escribe Turing, y agrega esta
advertencia que debería hacer que todos los que se atienen a
las formas generales se estremezcan: "Una consecuencia natu-
ral [de este error] es suponer entonces que no existe ninguna
virtud en el simple hecho de extraer todas las consecuencias de
los datos y de los principios generales" (id.). Releamos los tex-
tos de aquellos a quienes consideramos, un poco rápidamente,
lógicos incorpóreos para encontrar esta virtud: tener un cuerpo
de imprevisibles consecuencias.

Mayo de 2001
95

La rebelión de los
ángeles de Frege

Al darle cuerpo al operador semiotico a quien los matemáti-


cos le encargaron que hiciera todo el trabajo sucio del cálculo,
la computadora, según el matemático Brian Rotman, modifica
radicalmente la concepción del ideal así corno la del infinito.'
¡Es terrible! A fuerza de confiarles a las computadoras una
parte cada vez más importante del cálculo, era lógico que un día
exigieran, a viva voz, un lugar err la teoría matemática. Los es-
clavos se resistirían. Exasperados porque siempre se los toma
por simples herramientas, simples medios, pedirían tomar él
lugar de los amos. Sucede en un librito deslumbrante, cuyo tí-
tulo ya es todo un programa: "Ad infinitum, el fantasma en la
máquina de Turing o cómo expulsar a Dios de las matemáticas
para poner en su lugar el cuerpo del matemático" (o antes bien,
como ya veremos, "los cuerpos" de los matemáticos, justamen-
te porque tienen varios y ésa es toda la esencia de la historia).
El autor, matemático inglés exiliado en Memphis, Tennessee,
ya había escrito un libro sorprendente^, en el que apUcaba la

' Brian Iiotman,^d Infinitum. The Ghost in Tu.ring Machine. Taking God out
of Mathematics and Putting the Body Back In, Stanford, Stanford University
Press, 1993.
^ Brian Rotman, Signifying Nothing. The Semiotics of Zero, I^ondres, MacmUlan, 1987.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

teoría semiòtica anglosajona al análisis del trabajo propor-


cionado por el signo "O". Esta vez se interesa por el "etc.",
por los tres puntos que nos permiten decir, sin dificultad, "y
así sucesivamente"... Hace mucho tiempo que la semiòtica, o
más bien la teoría del texto, había alcanzado a las matemáti-
cas. Jacques Derrida, hace ya treinta años, había intentado
atrapar dentro de la geometría la materialidad del texto. Más
recientemente, Michel Serres, en un texto maravilloso, mos-
trò cómo la naturaleza del cálculo cambiaba de sentido con
la rematerialización que el instrumento, el texto, el diagrama,
el esquema y finalmente la calculadora mecánica permiten.®
En este nuevo libro, Rotman va, me parece, mucho más lejos,
porque intenta describir, en los textos matemáticos, el tipo
de trabajo al que llamamos "abstraer", "idealizar". El genio de
esta obra viene del hecho de que, para calificar el trabajo del
matemático, no utiliza jamás el lenguaje de la abstracción.
Sin embargo, no es éste un libro sobre la "vida social" de los
matemáticos, sobre sus intereses económicos, o sobre su rol
político. Permanecemos, de punta a punta, en el dominio de las
matemáticas. El autor llega incluso, en el capítulo 5, a proponer
una nueva definición del número que pretende hacer que la fra-
se célebre de Leopold Kronecker sea una mentira: "Dios hizo
los números enteros, todo lo demás es resultado del trabajo
del hombre". No puedo juzgar la originalidad de esta empresa
para fundar una "aritmética no euclidiana" (p. 117), pero el
resto del libro brinda un excelente campo de estudio para los

' Michel Serres, "Gnomon: les débuts de la géométrie en Grèce", en Michel Serres
(publicación dirigida por), Eléments d'histoire des sciences, Paris, Bordas, pp. 63-100,
1989 |Hay traducción al español: Serres, Michel, "Gnomon: los comienzos de la geo-
metría en Grecia", en: Historia de las ciencias (ed. Michel Serres), Madrid, Cátedra,
1998). Véase también su libro L'Origine de la géo^nétrie, Paris, Flammarion, 1993 [Hay
traducción al español: Serres, Michel, Los orígenes de la geometría, Mexico, Siglo XXI,
1994).
LA REBELION DE L O S ANGELES DE FREGE
97

historiadores^, antropólogos y semióticos de las matemáticas


- y quizás incluso para los matemáticos conmovidos por las
consecuencias que la práctica de la computadora introduce en
la teoría del cálculo. Rotman propone, en efecto, triplicar el
cuerpo del matemático: está en primer lugar la Persona, el ma-
temático (menos comúnmente la matemática) de carne y hue-
so, rodeado de colegas, que trabajan en instituciones, escriben
en períódicos, "en la mesa del laboratorio", si puede decirse en
su "laboratorio chato" -el pizarrón- según la feliz expresión de
Livingstone.® Está luego también el Sujeto delegado en el texto
y reducido a un esqueleto que conmina, se expresa con impera-
tivos ("sea AB una recta..."), exhorta al lector a realizar opera-
ciones ("tomen", "consideren"). Todos los marcadores carnales
desaparecen cuando pasamos de la Persona al Sujeto. Hasta
aquí no hay nada muy original. Todo cambia cuando Rotman
pone en escena (o mejor dicho sigue la puesta en escena mate-
mática de) un tercer personaje, servil, olvidado, despreciado:
el Agente. Es éste al que, en la práctica, el Sujeto le encarga
que prolongue los cálculos, que pase por el límite, que continúe
indefinidamente las operaciones. Un cálculo se convierte, bajo
esta óptica, en "una apuesta sobre el futuro: si ciertas operacio-
nes son realizadas [por el Agente], el resultado será tal como lo
ha anunciado [el Sujeto]" (p. 77).
Es en este punto donde todo se comphca. En efecto, el
Agente al que el Sujeto le encarga que haga en la práctica los
cálculos a partir de una única conminación "y así sucesiva-
mente", debe hacerlo sin energía, sin sudor, sin medios y sin

'' Pienso por ejemplo en el ejemplar artículo de Andrew Warwick, "Cambridge


Mathematics and Cavendish Physics: Cunningham, Campbell and Einstein's Relativity
1905-1911. Parte 1: The Uses of Theory", Studies in History and Philosophy of
Science, vol. 23, 1992, pp. 625-656.
Eric Livingstone, The Ethnomethodological Foundations of Mathematical
Practice, Londres, Routledge, 1985.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

costo. Lo que llamamos "idealizar", "paso al límite" no designa


solamente el paso de la Persona del matemático al Sujeto del
texto matemático, sino sobre todo el paso del Sujeto amo al
Agente esciavo. El primer paso pierde todos los marcadores
que permitirían situar al matemático; el segundo, todos los
marcadores que permiten dotar de sentido a una operación
(p. 91). Hay que comprender bien que Rotman no busca en
ninguna medida fisicalizar la aritmética, darle artificialmen-
te un cuerpo sumergiéndose en las prácticas cotidianas, o
haciendo del cálculo un juego de piedritas, a la manera de
J. S. Mili.® Respeta justamente en las matemáticas el trabajo
original de abstracción pero lo califica sin recurrir a las tres
tradiciones que son el platonicismo, el intuicionismo y el for-
malismo. Para simplificar la cuestión, la primera sólo se inte-
resa por el Agente, la segunda sólo por la Persona, la tercera
sólo por el Sujeto. Rotman quiere considerar a la vez "los tres
cuerpos del matemático", como Kantorow^icz "los dos cuer-
pos del rey"...
Este breve resumen que no le hace justicia ni a la profundi-
dad, ni a la precisión del argumento, permite a pesar de todo
comprender el impacto fulminante de la computadora sobre
la concepción del ideal y del teórico. En efecto, por primera
vez en la historia, el Agente despreciado encargado de hacer
los cálculos sin gasto y sin energía reclama, para poder fun-
cionar, giga bits, enchufes, ventiladores y miles de francos. Al
aristocrático mandamiento del Sujeto "y así sucesivamente",
el Agente le rephca en adelante: "¿Cuántos milisegundos?
¿cuántas cifras después de la coma? ¿cuántos dólares?" ¡En

" Su solución, desde este punto de vista, es exactamente contraria a la explicación


social y materialista de las matemáticas que propone David Bloor, Sociologie de la logi-
que ou les limites de l'épistémologie, Paris, Editions Pandore, 1982,
LA REBELIÓN DE L O S ÁNGELES DE FREGE g g

lugar de tizas que parecen no costar nada, pide Crays!^ A


fuerza de hablar de "tecnologías intelectuales", terminamos
por dar vuelta el sentido de los adjetivos y por hacer de la
inteligencia una práctica.® "La logística contemporánea, que
se funda en la propiedad de que el cálculo es una parte del
mundo físico a mismo título que las montañas de la Luna que
a Galileo le daba tanto trabajo hacer visibles, no puede no
introducir en el mundo la flsicalidad de aquel-que-cuenta, del
esclavo delegado por el Siyeto sobre la escena matemática"
(p.l51). En ese libro magnífico, Rotman hace por la diferencia
entre lo abstracto y lo concreto lo que Galileo hizo por la di-
ferencia entre el mundo sublunar y el mundo incorruptible de
las esferas. Incluso aunque quizás fuerce el paralelo, le brinda
los puntos de partida a la antropología del formalismo más
prometedor.

Marzo de 1996

'' N. de la T.: Aquí el autor juega con la homonimia, imposible de reproducir en espa-
ñol, entre craie (tiza) y Cray, la compañía que fabrica supercomputadoras, creada por
Seymoiu- Cray en 1972.
" Véase por ejemplo Pierre Léyy, De la programinatioyi considérée comme un des
beaux-arts, Paris, La Découverte, 1992.
101

¿Hay que tenerle miedo al


reduccionismo?

En el momento de esplendor del presidente Mao, los físicos


chinos no podían publicar un artículo que, en su introducción,
no celebrara al Gran Timonel y que no desplegara sus hallaz-
gos del materialismo dialéctico. Luego de ello, al dar vuelta
la página, continuaban con el hilo de sus ecuaciones. El re-
duccionismo se parece a menudo a estas declaraciones de fe,
un poco ficticias, que se le agregan a los artículos científicos.
Contrariamente a lo que imaginan tanto los promotores del re-
duccionismo como sus primitivos adversarios, la introducción
y la conclusión pueden no tener nada que ver con el cuerpo de
los artículos.
Antes de ser una posición filosófica, el reduccionismo se
presenta en efecto como una manera de escribir a través de la
cual el autor quiere traducir un cierto número de términos gra-
cias a un número más reducido de conceptos. En la práctica,
es muy difícil disminuir el número de entidades que componen
el mundo y los "buenos" artículos científicos son justamente
los que acrecientan la población, incluso cuando certifican que
pusieron estrictos límites a su proliferación.
j Q 2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

Con un ejemplo basta. He aquí un artículo que afirma, al me-


nos en sus palabras clave, haber puesto en evidencia el gen que
codifica el comportamiento homosexual... en la drosophila.'
La conclusión del artículo obedece claramente al estilo reduc-
cionista definido anterionnente: "A pesar de las diferencias en
los mecanismos que deciden la elección del sexo, las conse-
cuencias fisiológicas de un disfuncionamiento se asemejan
bastante en las diferentes especies". Dicho de otro modo, de
la drosophila a los "gays", la consecuencia es buena. Pero la
última frase ya no es tan fácil: "Los hechos relevados aquí su-
gieren la intrigante posibilidad de que la nmtación de uno solo
de los genes que determinan el sexo acarree la impregnación
sexual de un subconjunto de células del cerebro, alterando por
la misma la orientación sexual del macho". La primera frase
permitía reducir la diversidad de las especies a un único me-
canismo; la segunda multiplica mecanismos desde el gen hasta
la elección del partenaire, pero sin que se sepa exactamente si
el autor establece relaciones entre niveles, o si permite llevar
todos los niveles a una sola mutación de un solo gen -mutación
que con un humor refinado llama "satori", término japonés
para nirvana-...
¿Cómo medir la diferencia entre "establecer relaciones" y
"reducir un nivel al otro"? Pero, y en esto consiste toda la difi-
cultad de evaluar el reduccionismo, el cuerpo del artículo hace
una cosa completamente distinta de lo que hace la conclusión.
En cinco páginas, pasamos de la etología de las drosophilas al
mecanismo complicado por el cual se puede medir el compor-

' Hiroki Ito et al, "Sexual Orientation in Drosophila is altered by the satory mutation
in the sexdetermination gene fruiless that encodes a zinc finger protein with a BTB
domain", Proc. Nat. Acad. Sci, Vol. 93, pp. 9687-9692, septiembre de 1996. Agradezco
a Sophie Houdard que se ocupa de la etnografia de ese laboratorio japonés por haber
llamado mi atención sobre este notable artículo.
¿HAY QUE TENERLE MIEDO AL REDUCCIONISMO? j^gg

tamiento sexual de las moscas gracias a un patrón -por decir-


lo de algún modo- llamado SAPI (¡por "sex appeal parameter
index"!)^; luego de lo cual el artículo se remonta hasta los cro-
mosomas, de allí al mapa físico de los genes, luego a la biología
molecular que permite definir, en la página que sigue, la estruc-
tura de los nucleótidos que codifican esta discreta mutación;
el viaje no termina aquí porque, una página más adelante, el
artículo se remonta, gracias a las imágenes del cerebro, a las
reagrupaciones de neuronas cuya coloración indica o no indica
la activación. El comportamiento homosexual de la drosophila
se enriquece repentinamente con una decena de niveles dife-
rentes, que la estrecha y costosa colaboración de una docena
de disciplinas pone en evidencia.
Para saber si el artículo manifiesta o no el reduccionismo, te-
nemos que inventar, nosotros también, una escala, firvaginemos
primero que contamos el número de personajes que el relato
de estos autores desgranó a lo largo del camino que conduce
desde satori a la homosexualidad.® Obtendríamos una cifra, di-
gamos, 200. Esto ya nos permite una comparación instructiva.
Supongamos en efecto que tomamos otro texto, violentamente
antirreduccionista, y que pretende luchar contra la teoría del
"todo genético". Como los hay. Sometámoslo a nuestro test.
Descubriremos, por ejemplo, que moviliza, en total, diez "per-
sonajes": "cultura", "símbolo", "castración", "poder", "subjeti-
vidad", etc. Ya podemos resolver la cuestión de saber cuál de
estos dos artículos es el más reduccionista: ¿el que pretende

^ Sobre la historia de estas crías, véase el magnífico libro de Robert E. Kohler, Lords
of the Fly. Drosophila Genetics and the Experimental Life, Chicago, The University
of Chicago Press, 1994.
Si utilizáramos los métodos semióticos que, en su época, desarrolló Françoise
Bastide, llamaríamos "actante" a cada uno de los "personajes" del relato. Véase, por
ejemplo, "Iconographie des textes scientifiques: principes d'analyse", en Culture tech-
nique, vol. 14,1985, pp. 132-151.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

ser reduccionista pero desplegó 200 personajes, o el que afirma


combatir toda reducción a lo biológico pero sólo pudo poner
en escena a diez? Ya nos hemos liberado de una falsa diferencia
entre ciencias naturales y humanas: el número de caracteres en
el relato cuenta más que su origen natural o social.
Preguntémonos luego si cada personaje hace actuar al que
le sigue según una determinación automática o si le ofrece
más bien la oportunidad de manifestar un comportamiento
imprevisto. Esto implica, en la teoría del relato, saber si cada
personaje juega un rol en la transformación de la intriga o si
está de adorno y sólo transmite fuerzas que otros pusieron en
marcha. Codificaremos, por ejemplo, a los primeros en rojo y a
los segundos en azul.'' Esta vez, el test sería más preciso porque
permitiría distinguir dos relatos con el mismo número de per-
sonajes: los hilos rojos recorrerían uno; en el otro, predomina-
ría el azul. Se dirá, por consiguiente, que el segundo es menos
reduccionista que el primero en la medida en que cada uno de
los personajes actúa en parte por sí mismo. En lugar de una
cadena de intermediarios, entre los que sólo cuenta el primero
-satori-, nos encontramos en presencia de una concatenación
de mediadores y todos ellos cuentan.
Hay entonces dos maneras de hacerle frente al reduccio-
nismo. La primera consiste en arremeter de cabeza contra la
entradilla de los artículos científicos y oponerles a los términos
de origen biológico o físico conceptos extraídos de los niveles
llamados "superiores" - a menudo sociales o psicológicos. La
segunda parece más fecunda: consiste en desplegar el número
de entidades que los laboratorios manifiestan, insistiendo úni-
camente en el "color" que se les da a las relaciones así estable-

' En la frase citada, significa medir las palabras subrayadas "sugieren" (azul), "posibi-
lidad" (azul), "determinan" (rojo), "acarree" (azul), "alterando" (azul), para saber si se
trata de una estricta causalidad o de una ocasión para el siguiente acontecimiento.
¿HAY QUE TENERLE MIEDO AL REDUCCIONISMO? ^ 0 5

cidas. Percibiremos que el frente se nubla bastante rápido: no


es (anti)reduccionista quien quiere serlo. Contrariamente a las
previsiones de Orwell, cada Neolengua se agrega a las jergas
y a las lenguas criollas: al querer reducir el número de entida-
des que componen el mundo, los investigadores, por suerte, lo
multiplican. Es lo que se llama en general la cultura, en la que,
como sabemos a partir de entonces, las ciencias participan
plenamente.®

Abñl de 1998

Sophie Houdert, Et le scientifique tient le monde. Etimologie d'un laboratoire ja-


pona.is de génétique du comportement, Tesis universitaria de Nanterre, Paris, 2000.
107

¡Cogito, ergo sumus!'

Es difícil sentirse cómodo entre las nuevas "ciencias cog-


nitivas". Dos tercios son simplemente un lavado de cara de la
vieja y querida epistemología que logra así atravesar el siglo
permaneciendo ciega frente a todas las ciencias sociales. Dos
novenos son fabulosas exploraciones de los efectos totalmente
imprevistos de la computadora en la definición de los humanos
y de sus capacidades. Sólo resta una novena parte, apasionan-
te, que renueva completamente la definición de lo que es pen-
sar. Es justamente lo que hace Ed Hutchins en su último libro.
Él solo funda una antropología cognitiva que no se parece en
nada a los tímidos esfuerzos de sus precursores.'
Hace algunos años. Ed Hutchins ya había escrito un libro
notable sobre las capacidades cognitivas de los trobriandeses.^
Esta pobre gente estaba abrumada, según la bibliografía, por
todo tipo de taras mentales: eran incapaces de argumentar e in-
cluso de poseer herramientas lógicas tan importantes como el
"porque", sin siquiera hablar del principio de contradicción del

' Edwin Hutchins, Cog^iition in the Wild, Cambridge, Mass, MIT Press, 1995.
^ Edwin Hutchins, Culture mid Infe?-ence. A Trobriand Case Study, Cambridge,
Harvard University Press, 1980.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

que parecían carecer por completo. Luego de una investigación


minuciosa, Hutchins había descubierto que los trobriandeses
pensaban, como todo el mundo -cosa que no debería sorpren-
dernos-, excelente y torpemente al mismo tiempo, pero que
para comprender su razonamiento había que reintroducir el
contenido de sus argumentos. Su derecho de propiedad era tan
complejo que los anteriores investigadores se habían perdido
en él, y habían creído recoger el delirio de los salvajes cuando
tenían frente a ellos la lengua precisa de los juristas locales.
Para sostener un razonamiento formal, el contenido de la lógi-
ca es esencial, contrariamente a los prejuicios de los lógicos.
Una vez de regreso a San Diego, este antropólogo se puso a
estudiar, con las mismas herramientas, situaciones modernas y
"high tech".® Con la autorización de la Marina estadounidense,
pudo equipar con grabadoras y cámaras al conjunto del perso-
nal encargado, sobre un portahelicópteros, de hacer los ate-
rrizajes y de permitir que las naves se desplacen. El título del
libro, comprensiblemente, tiene cierta ironía. El "conocimiento
en un medio salvaje" no se parece al Pensamiento salvaje de
Lévi-Strauss. Habría que traducirlo más bien como "el conoci-
miento en un medio natural", si admitiéramos llamar "natural" a
la artiflciosa combinación que incluye, a lo largo del libro, las ru-
tinas administrativas, el marco institucional y jurídico de la Navy,
el mantenimiento de Faros y Balizas, las tecnologías intelectuales
-compases, telescopios, reglas, transportadores, calculadores,
mapas-, el equipo de guardia con su jerarquía y sus problemas
indefinidos de coordinación, las instrucciones náuticas, y, final-
mente, el equipamiento mental de los agentes individuales.

Los físicos aprovecharán la lectura de Sharon Traweek, Beam Times ami Life
Times, The World of High Energy Physicists, Cambridge, Mass, fíarvard University
Press, 1988 y de los oceanógrafos Charles Goodwin, "Seeing in Depth", en Social
Studies of Science, vol. 25(2), 1996, pp. 2-37-284.
•jCOGITO, ERGO SUMUS!"

Sí, una vez fuera del estrecho laboratorio donde el psicòlogo


cree observar el pensamiento, se necesitan todas estas institu-
ciones, todos estos instrumentos, todos estos intercambios de
reglas, de opiniones, de órdenes y de llamados al orden para
poder pensar, o mejor aún, coordinar las acciones alrededor de
una tarea común. Si logro calcular un rumbo, es porque somos
varios, y porque transformamos materialmente el mundo a
nuestro alrededor para distribuir las tareas en las diversas tec-
nologías intelectuales a la vez que en una jerarquía social que
coacciona y en una planificación del mundo. De allí proviene la
expresión de este campo de investigación: la cognición distri-
buida.* Y eso es: ¡distribuida! En vez de descansar en el espíritu
del calculador humano, aquí la vemos, circulando, gracias a re-
combinaciones sucesivas, de las balizas a los compases, de los
compases a los titubeos del joven encargado de tomar las mar-
cas a lo largo de Punta Loma. Desde los cuatro micrófonos de
babor y estribor, llega hasta el jefe de guardia que debe recon-
ciliar esas informaciones a veces contradictorias con los datos
del mapa. Por supuesto que hay cálculo, pero es el grupo el que
calcula. ¡No!, el grupo más los instrumentos. ¡No!, el grupo, más
los instrumentos, más el mundo reorganizado alrededor de la
Navy para coordinar las actividades de cálculo.
Sin embargo, la gran originalidad del libro está en otra parte.
Después de todo, aunque la calidad meticulosa de las descrip-
ciones sobrepase en precisión a la mayoría de los trabajos en
antropología cognitiva, muchas otras investigaciones distri-
buyeron la actividad de pensamiento entre el grupo, los ins-

Véase Ed-svin Hutchins, "Comment le cockpit se souvient de ses vitesses", en


Sociologie du travail, vol. 4, 1994, pp. 451-474. El conjunto del niimero especial de
esta revista permite que uno se familiarice con los trabajos de este campo de trabajo.
Véase taml)ién Donald Norman, Things that Make Us Smart,, Nueva York, Addison
Wesley PubUshing Company, 1993, desgraciadamente no traducido al francés [y tam-
poco al español].
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

trunientos, las culturas y el mundo, escapando así desde hace


ya tiempo del callejón sin salida cartesiano de un pensamiento
que se confronta con las cosas.® La originalidad del libro, su ca-
rácter verdaderamente fundante proviene del hecho de que el
autor, aunque es antropólogo, permanece en su calidad de cog-
nitivista -además trabaja en el prestigioso laboratorio de cien-
cia cognitiva fundado por Don Norman. Dicho de otro modo, al
distribuir la cognición a través del conjunto de los mediadores
sociales, culturales, materiales y escritúrales, Hutchins sin em-
bargo no la pierde. Por lo general, la mayoría de los autores,
cuando pasan del interior de la piel -la psicología- al exterior
-la sociología- cambian el modo de análisis o inventan solucio-
nes híbridas como la psicosociología, que reúne lo peor de las
dos disciplinas, agregando los artefactos del contexto social a
todos los del espíritu individual... Pero Hutchins no parte ni del
individuo, ni de lo social. Propone lo que él llama en una frase
un poco defectuosa: "Una teoría del cálculo por propagación
de los modos de representación" (p. 230). No comienza por
conceptos, sino por mediaciones. No le interesan los cálcu-
los, sino las transformaciones de un tipo de representación
en otro.
Es ésta la innovación central del libro. Pero la palabra me-
diación, tan deshonorada hoy, no debe inducirnos al error. La
jerarquía, el compás, las reglas de tres, las balizas, el mapa, el
equipo de guardia, no son intermediarios que se situarían "en-
tre" el espíritu calculador y el cálculo a realizar, lo que significa-
ría una definición muy banal y muy atenuada de la mediación.
"Ninguna de las capacidades que forman la actividad cognitiva

Véase para un panorama histórico del campo: Roy D'Andrade, The Development of
Cognitive Anthropology, Cambridge, Cambridge University Press, 1995. Sobre el caso
de las ciencias, véase sobre todo Andy Pickering, The Mangle of Practice, Chicago, The
University of Chicago Press, 1995.
"¡COGITO, ERGO SUMUS!"

ha sido am,plificada por el uso de una de estas herramientas.


Se trata más que nada de decir que cada uno de ellos presentò
la tarea al usuario ba,jo la forma de un problema que requiere
de un nuevo conjunto de capacidades cognitivas o una reorga-
nización diferente de esas capacidades" (p. 154, las itálicas son
mías). Las técnicas intelectuales no son entonces la extensión
por fuera de las capacidades del espíritu. Al contrario, las ca-
pacidades cognitivas vuelven a internalizar, en otro médium,
por medio de otros desplazamientos, las tareas que circulan en
el "groupware" y de las que el agente individual se apropia para
retraducirlas.
"¡Cogito ergo sumus!" Hutchins le ofrece otra fundación a
la antropología cognitiva porque, sin abandonar el suelo del
cálculo, lo que lo hace compatible con el trabajo de los psicó-
logos, rechaza sin embargo partir ya sea del grupo, ya sea del
mundo, ya sea del espíritu, para seguir sólo las trayectorias de
transformación y de propagación de las formas materiales de
representación. Al relacionar su libro con las obras recientes
sobre el trabajo colectivo de los investigadores, deberíamos
poder dar una visión completamente nueva de las más "altas"
actividades cognitivas y lograr, aunque sin reducirlas, que ya
no le deban nada a la epistemología de la razón científica.

Marzo de 1996
113

Einstein en Berna:
lo concreto de lo abstracto

No existe la menor duda: Einstein es un genio solitario, un


pensador audaz cuyas teorías permitieron dar vuelta el viejo
cosmos, con su tiempo y su espacio absolutos, su éter tan in-
visible como indiscutible. En efecto, como tenía que ganarse
la vida, trabajó mucho tiempo en la Oficina de patentes de
Berna, pero es en vano tratar de establecer una relación entre
ese trabajo modesto y las teorías sublimes. Por un lado está el
mundo de las abstracciones, cerrado a los simples mortales,
por el otro, los humildes reclamos de la vida concreta, la de
los ingenieros, artesanos, relojeros y otros adeptos al concurso
Lépine.'

' N. de la T.: El Concurso Lépine fue creado en 1901 por Louis Lépine, entonces prefecto
de la policía de París. Originalmente, este concurso-exposición recompensaba con un pre-
mio de 100 francos a pequeños fabricantes de juegos y juguetes, de quincallas, de artículos
de amoblamiento, para el hogar, deportivos, de mecánica, de radiofonía, de fotografía,
etc. Su objetivo era sacar a los pequeños fabricantes parisinos de la languidez económica
general. Actualmente, este concurso de inventos está abierto a todos, a condición de que
se asiente im título de propiedad intelectual o industrial, con el objetivo de recompensar
mi invento original. Grandes inventos del siglo XX recibieron esta distinción: el motor a dos
tiempos, el lavavajillas, el bolígrafo, la plancha a vapor, los lentes de contacto.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

Ahora bien, en un artículo sahidable^, el historiador de las


ciencias Peter Galison propone otra versión: si Einstein es
sublime, revolucionario y teórico, es porque tomó en serio,
concretamente, la totalidad de los problemas prácticos que la
coordinación de los relojes planteaba en su tiempo. Los cole-
gas de Einstein se quedaban en las abstracciones, en el éter, y
en cambio Einstein se esforzó por combinar, tan literalmente
como le fue posible, cuestiones de metafísica con cuestiones
de transporte de señales a través de cables eléctricos o de on-
das de radio.
Galison vuelve a sumergir al héroe indiscutible de la física del
siglo XX en la proliferación de innovaciones técnicas del siglo
XIX que pasaban todos los días por sus manos. Hurgando en los
archivos de la Oñcina de patentes de Berna, se da cuenta de que
toda la época -¡y sobre todo la relojería suiza!- se preocupaba
por el transporte del tiempo en grandes distancias para sincro-
nizar los relojes, cuestión que se volvió esencial con las vías
férreas y el telégrafo. Pero, ese transporte a su vez toma tiempo
porque la señal viaja a la velocidad fija de la luz. Si se olvida inte-
grar ese desfase en el cálculo, no puede decirse que un reloj está
sincronizado con cualquier otro: es el caos, el relativismo del "a
cada cual su tiempo, a cada cual sus gustos" -relativismo que
deja pasmados tanto al belicoso Helmuth von Moltke, preocu-
pado por hacer que sus ejércitos partan a tiempo, como a Henri
Poincaré, director de la Oñcina francesa de longitudes, como al
propio padre de Einstein, Hermann, titular de numerosas paten-
tes sobre la medida de las corrientes eléctricas y de un "reloj

' Peter Galison, "Einstein's Clocks: the Place of Time", Critical Enquiry, vol. invierno de
2000, pp. 355-389. Véase en francés su libro L'empire du temps: Les horloges d'Einstein
et les canes de Poincaré, Paris, Robert Laftont, 2005. Véase para el conjimto del proyecto
sobre la cultura material de la abstracción física su libro magistral, Image and Logic.
Material Culture of Microphysixis, Chicago, The University of Chicago Press, 1997. Su pri-
mer libro. How Experiments End, está en vías de publicación en ediciones La Découverte.
EINSTEIN EN BERNA: LO C O N C R E T O DE LO ABSTRACTO

madre" capaz de dar mi buen impulso a todos sus "hijitos"...


"El artículo de Einstein, escribe Galison, terminado a fines
de junio de 1905, puede leerse ahora de una manera comple-
tamente diferente. En lugar de un Einstein 'científico-filóso-
fo' que ocupa un puesto que le da de comer en la Oficina de
patentes, podemos considerarlo antes bien como un Einstein
'científico-especialista en patentes' cuya teoría de la relatividad
y metafísica subyacente se encuentran refractadas a través de
uno de los dispositivos técnicos más simbólicos de la moder-
nidad" (p. 377).® No se trata en ningún caso de reducir el genio
de Einstein a un determinismo material cualquiera, como si,
a fuerza de contemplar los campanarios de Berna desde la
ventana de su oficina'', o de buscar la falla en las patentes que
escrutaba, hubiera terminado por poner en duda el carácter ab-
soluto del tiempo. "Mi esperanza, al explorar la cultura material
de la coordinación de los relojes, consiste en situar el lugar de
Einstein en un universo de sentido que permite cruzar disposi-
tivos técnicos y metafísicos" (p. 387).
Pero, ¿qué significa "cruzar"? Allí reside todo el desafío de
la historia concreta de la abstracción.® La cuestión práctica de
la sincronización de los relojes, si no "determina" la solución,
hace mucho más que sólo darle a ese atleta de la teoría una sim-
ple ocasión de ejercer sus talentos. La solución que Einstein le
aporta a los peligros del relativismo, y que permitirá coordinar
todos los marcos de referencia sin pérdida de sincronización.

Galison señala también que el estilo de ese famoso artículo de 1905, sin ecuación y
sin nota, se parece nmcho más al estilo de las patentes de la época que al de los artículos
publicados en las revistas contemporáneas de física.
Para otra "encarnación" de Einstein, léase la encantadora meditación literaria de
Alan Lightman, Quand Einstein rêvait, Paris, Laffont, 1993.
Véase igualmente el ambicioso proyecto que, en esta línea, lleva adelante Don
MacKenzie, Knowing ¡Machines: Essays on Technical Change, Cambridge Mass, MIT
Press, 1996.
116

es un híbrido constituido en parte por problemas de relojes y


en parte por relaciones entre marcos de referencia: "En este
contexto, el sistema de coordinación de relojes que Einstein
introdujo era, en un sentido no superficial, una máquina-uni-
verso, una inmensa red de relojes en un principio simplemente
imaginados" (p. 385).
Pero una máquina-universo revolucionaria porque ya no tie-
ne centro, ni reloj madre, ya no tiene meridiano de Greenwich.
Entre todos los marcos de referencia no hay mucho para elegir,
pero en lugar de culminar en el relativismo -el "absolutismo del
punto de vista"-, Einstein culmina en la relatividad, es decir,
en la posibiUdad de que el físico reciba de todos los puntos del
Universo informaciones sincronizadas, homogéneas, superpo-
nibles, que hacen que el mundo sea pensable sin que haya, sin
embargo, ni centro ni marco fijo. A costa de un abandono de
la concepción común del tiempo, un nuevo absoluto puede
surgir: el de la física teórica -tanto más vasto que el Imperio
alemán de Von Moltke.
Aunque sin banalizarlas ni reducirlas (por otro lado, ¿cómo
podría la encamación debilitar una idea?), Galison dota de
carne y hueso a las teorías de Einstein. Es justamente porque
es más concreto que sus colegas, porque toma desde la raíz el
conjunto de problenias planteados por la sincronización de los
relojes y porque medita mucho sobre el tiempo finito que hace
que la luz circule de uno a otro, que Einstein puede transformar
un simple artefacto, el famoso éter, concebido antes de él como
una realidad concreta y física, en una simple abstracción. Su
pensamiento no se eleva, de escalón en escalón, desde el mo-
desto reloj hasta el universo, sino que desciende, al contrario,
cada vez más hacia lo concreto: la simultaneidad debe pagarse
con transportes de señales. A lo concreto, concreto y medio.

Diciembre de 2000
117

Derecho y ciencia

Están sentados alrededor de una mesa, frente a los jardines


del Palais Royal.' Uno de los personajes se llama "el chismo-
so". Hace ya un tiempo, seis meses, un año quizás, alguien le
conñó el enorme expediente de un contencioso cualquiera, por
ejemplo, uno sobre la fecha de apertura de la temporada de
caza de los pájaros migratorios. Preparó una "nota" que debería
aclararle a sus colegas cuál es la decisión que deben tomar. Por
pedido del presidente, lee con voz imparcial ese largo texto del
que olvidó, en el ínterin, la mayoría de los detalles. Frente a él,
el "corrector" que los días anteriores estudió todo el expedien-
te, una vez finalizada la lectura de la nota, vuelve a exponer
todo el caso frente a sus colegas -el presidente, un asesor,
otros consejeros, algunos pasantes- que nunca escucharon
hablar del tema. El corrector, no obstante, no se contenta con
repetir lo que dice la nota: evalúa, condensa, expone las difi-
cultades, expresa todos los puntos de derecho. La discusión

' N. de la T.: El Palais Royal (Palacio Real) es un palacio con jardines situado al norte
del Museo del Louvre, en París. A pesar de su nombre, nunca fue residencia de los re-
yes. Se construyó por encargo del Cardenal Richelieu, en 1624. Luego, Richeheu legó
el palacio a la corona francesa y, más tarde, se convirtió en la residencia parisina de
los duques de Orleans. Hoy funciona como la sede del Consejo de Estado, del Consejo
Constitucional y del Ministerio de Cultura.
jQ2
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

termina cuando la "sub sección" se pone de acuerdo sobre un


"proyecto", una especie de borrador del futuro fallo. El caso,
sin embargo, no está juzgado, sino apenas "instruido".
Frente al presidente, hay un hombre sentado, la mayoría de
las veces en silencio, y toma notas. Él también escucha hablar,
por primera vez, del expediente. En ocasión de la discusión de
sus colegas, comienza a formarse una opinión. Es el "comisario
del gobierno", cuyo rol singular permite quizás sopesar, en oca-
sión del bicentenario del Consejo de Estado, la diferencia entre
el desinterés jurídico y la objetividad científica.
En unos días, luego de haber estudiado el expediente, leerá
sus "conclusiones" durante una sesión, de pie frente a los aboga-
dos de los demandantes y frente a una formación de juicio con-
formada por sus colegas de la sesión precedente además de otra
"subsección" ajena al caso. Luego de ello, se sienta nuevamente
y el caso "pasa a deliberación". Se consulta otro expediente. El
comisario, contrariamente a lo que indica su nombre, tiene total
libertad de opinión, incluso respecto de su texto, que puede pu-
blicar si lo desea. No cumple el rol de un procurador, sino más
bien el de un científico que sólo tendrá que rendirse cuentas a
sí mismo y a la Ley que, por obligación, debe encamar, sin im-
portar cuáles sean las obligaciones políticas, sociales, adminis-
trativas que un cambio eventual de jurispmdencia anrenace con
ocasionar. La formación de juicio, que lo escucha con atención,
no goza de esa libertad. Tiene detrás de ella doscientos años de
textos con los que debe permanecer compatible.^ Nadie sabe si

- Curiosamente, el propio Napoleón está en el origen de dos formas completamente


diferentes del derecho francés porque instituyó el Código Civil y creó el Consejo de
Estado. En efecto, el derecho administrativo, contrariamente al derecho judicial, se
formó lentamente a partii- del juego de los precedentes, un poco como el derecho an-
glo-estadounidense, y no por la intermediación de un Código que el juez ordinario no
tiene poder de modificar. Véase Guy Braibant, Le Droit administratif français, Paris,
Presses de la Fondation nationale des sciences politiques et Dalloz, 1992.
DERECHO Y CIENCIA

seguirá o no las conclusiones del comisario. Algunos días más


tarde, en la planta baja del Palais Royal, se fijará en un docu-
mento un juicio breve.
Luego de pasar algunos meses en el Consejo, un expedien-
te pasa por una persona que lo retoma, luego por dos, luego
por tres, luego por cuatro, luego por una docena a los que,
cada vez, hay que volver a explicarles la totalidad del caso. Si
este modo de proceder se aplicara a una producción científi-
ca, sería aberrante: en lugar de confiar el caso a especialistas,
que se interesan directamente por cada caso particular, nos
las ingeniamos, tomando mil precauciones, para separar a
aquel que juzga de toda implicancia directa con el caso, ha-
ciendo que varias personas, cada vez más ignorantes, retomen
el dossier Del trabajo de elaboración sólo emergerá un punto
de derecho cada vez más sucinto, al punto que, antes de la
deliberación, los jueces se encontrarán con un documento de
apenas una o dos líneas que les planteará una pregunta pura-
mente jurídica sobre un caso del que sólo quedarán el número
y el nombre del demandante.
Esta depuración, esta formalización, queda todavía más
alejada del trabajo científico en tanto se atiene, en cada eta-
pa, a lo que "se desprende del expediente", pequeño mundo
enteramente escrito, restringido por los documentos, y es-
trictamente fimitado a los "medios" que los abogados, priva-
dos de toda expresión oral -y de todo tipo de aspavientos y
gesticulaciones- sometieron a discusión. Es imposible volver
al terreno, rehacer una nueva experiencia, investigar directa-
mente a los demandantes, reabrir el expediente, multiplican-
do, por medio de un trabajo de investigación, las fuentes de
incertidumbre.
Totalmente a la inversa, hay que juzgar, y hacerlo tan rápi-
do como sea posible, hay que pronunciar una última palabra.
Para clausurar la disputa se instituyó esta corte suprema del
120

derecho administrativo y es para que ya no se discuta más que


ésta emite lo que se llama justamente un "fallo"®.
Toda la complicada mecánica del Consejo de Estado produ-
ce desinterés y juicio, pero busca la clausura más que la verdad.
Toda la complicada mecánica de un graii laboratorio produce
objetividad y busca la verdad más que la clausura. La diferencia
es tanto más difícil de entender cuanto que se habla en los dos
casos de "hecho", "forma", "doctrina", "teoría", "construcción",
"invención" e incluso de "ficción". No obstante, sería peligroso
confundirlos, porque al darle la última palabra a la ciencia, se
le ofrecería ese poder de ligar y de desligar lo que pertenece
únicamente al reino de la ley; al exigirle al derecho objetividad,
se le demandaría un nivel de verdad científica que éste debe
abstenerse, con obstinación, de jamás proveer. Y sin embargo,
cada vez más casos mezclan hoy estas dos formas que a todos
nos vendría bien aprender a distinguir mejor.'

Enero de 2000

' N. de la T.: La palabra "arrêt" en francés significa, además de fallo, parada, detención,
inten'upción.
Véase Bruno Latour, La fabrique du droit, Paris, La Découverte, 2003.
121

¿Cómo acostumbrar a
los investigadores a vivir
peligrosamente?

En estas épocas de "vacas locas" hay que aprender a vivir


peligrosamente. Para extraer lo más rápidamente posible las
enseñanzas de esta experiencia colectiva que mezcla con gran
magnitud y en tiempo real a los especialistas del prion, a los
criadores de Creuse y a los funcionarios a cargo de Europa,
hacen falta nuevos métodos de observación. Ya no se puede
saltar de crisis en crisis esperando que esta situación se termi-
ne. La antigua relación entre ciencia y política caducó. En la
práctica, si no en las mentalidades, ya pasamos de la ciencia a
la investigación, de la certeza de los hechos y de las leyes a la
incertidumbre de las hipótesis así como a la de los reglamen-
tos. Estamos entrado incluso, para algunos sociólogos como
Ulrich Beck, en la "sociedad del riesgo"' que nos obliga a defen-
dernos a la vez del enemigo exterior que es la naturaleza, y del
enemigo "interior" que son la técnica y la organización.
Un libro admirable nos ofrece justamente un posible méto-

' Ulrich Becl^, La Société du risque: Sur la voie d'une autre modernité, Paris,
Flammarion, 2003.
jQ2
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

do para extraer todas las enseñanzas de la crisis precedente, la


de la sangre contaminada.^ Marie-Angèle Hermitte, jurista espe-
cializada en el derecho de lo vivo, siguió en cerca de quinientas
páginas® la manera en la que el derecho -civil, penal, adminis-
trativo, constitucional- "reunió" el drama, las incertidumbres
cientíñcas de la época, la atxibución de responsabilidades des-
de el más absoluto principio de la transfusión sanguínea en el
siglo XVII hasta la creación del Tribunal Supremo de Justicia.
La primera enseñanza de este libro es que los juristas pare-
cen haber aprendido más de la experiencia colectiva de lo que
aprendieron los científicos o los expertos de la administración.
La idea de una ciencia autónoma que no le rinde cuentas a
nadie atraviesa en efecto la historia de la transfusión desde el
primer pleito en 1670, en el transcurso del cual los médicos se
conmocionaron al ser juzgados, hasta la petición internacio-
nal firmada por treinta premios Nòbel que, en 1994, apoyó al
Dr. Allain y reivindicó a viva voz el derecho de la ciencia a ser
superior a toda ley positiva. "El estudio muy leve que el medio
científico y médico hicieron sobre el trabajo realizado por el
derecho sobre el conjunto de este caso muestra que no se
comprendió la lección; un cierto número de sectores de la bio-
medicina continúan funcionando exactamente sobre la base de
la misma alianza -entre la política, la alta función pública, la
industria y una jurispericia que no logra la independencia- que
caracterizaba la transfusión sanguínea" (p. 473).
En la experiencia colectiva que esos enredos de ciencia,
industria y política constituyen ahora, las "libretas de expe-
riencia" están constituidas tanto por centenares de páginas

- Marie-Angèle Hermilte, Le Sang et le droit. Essai sur la transfusion sanguine,


Paris, Le Seuil (1996).
Sin índice ni bibliografía recapitulativa, lo que resulta un pequeño escándalo para un
libro de semejante importancia.
¿CÓMO ACOSTUMBRAR A LOS INVESTIGADORES A VIVIR... ^ 2 3

escritas por jueces y por las conclusiones de los comisarios


del gobierno en el Consejo de Estado, como por estadísticas
de salud pública o por tests de reacción frente a la presencia
de anticuerpos. Privarse de estos "datos" sería, para el autor,
como no aprender nada de las pruebas terribles por las que
pasa la colectividad.
Pero el autor va mucho más lejos. Construye, en su libro, una
verdadera "teoría de la decisión en situación de incertidumbre"
(p. 307). Mucho más que un fino análisis de la "delincuencia tec-
nológica", pretende analizar incluso, siguiendo siempre el hilo
conductor del derecho, un nuevo régimen político, una nueva
definición de la democracia, del Estado, de la jurispericia, de la
industria, de Europa, en resumen, hacer el panorama completo
de una sociedad que se adaptó a la urgencia.
Cosa curiosa, si la Ciencia en su concepción tradicional
está en contradicción con este nuevo mundo del que hace
el análisis -el fetichismo de la prueba científica es, según la
autora, una de las causas principales de los crímenes cometi-
dos (p. 385)-, no sucede lo mismo con la investigación que se
adapta admirablemente a la incertidumbre. La autora no pide
menos ciencia, sino más ciencia, o más bien otra ciencia que
desconfíe del peritaje como desconfiaría de la peste y que par-
ticipe de la organización de la prueba colectiva: "El principio de
precaución no conduce a menos ciencia [...] sino, al contrario,
a la obligación sancionada jurídicamente de adquirir el cono-
cimiento sobre el riesgo" (p. 299). Decir que nuestros aparatos
de Estado no están organizados para buscar sistemáticamente
las alternativas sería un eufemismo. Todavía esperan la prueba
definitiva que permitiría apoyar las normas de comportamiento
sobre la solidez de los hechos científicos. Forma clásica cuya
inadaptación la autora demuestra. En una dura lección para
los investigadores, en esta carrera hacia la audacia, se erige
el derecho, con reputación de conservador, que les muestra el
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

camino a los científicos, con reputación de innovadores: "El


tribunal invita de hecho a pensar a partir de entonces de ma-
nera dinámica y ya no estática la noción de 'vicio indetectable
en el estado de las técnicas en el momento de la puesta en el
mercado'" (p. 298).
Si los investigadores son tan reacios a aprender sobre
derecho, en este triste caso, es porque se creen injustamente
acusados por una historia retrospectiva, esa misma historia
"whiggish" cuyos estragos denunciaron los historiadores de
las ciencias. "Según las principales críticas, los tribunales
habrían juzgado en 1992, con los conocimientos de los que se
disponía en 1992, un caso que tuvo lugar entre 1981 y 1985,
en una época en la que no se sabía nada, y luego muy poco
sobre el SIDA" (p. 263). Allí también, la autora muestra que
no hay nada de eso. Los jueces practicaron una forma de
historia de las ciencias que los historiadores les envidiarían
mucho. Los juicios tienen muy en cuenta la incertidumbre de
los tiempos. Lo que los jueces no perdonaron es que, en nom-
bre de una concepción fechada de la ciencia y de un proyecto
industrial ineficaz, no se haya organizado una investigación
en consecuencia.
El punto de vista del derecho le ofrece a Marie-Angèle
Hermitte una posición ideal. A partir de esa normalidad tan
particular del derecho, tan llena de ficciones xitiles'', la autora
puede juzgar los acontecimientos dramáticos sin arrogarse el
rol imposible de un tribunal de la historia, sin sondear los rí-
ñones y los corazones, y sin tomar partido en las controversias
científicas. El tono que tomó prueba que, en las experiencias
colectivas en preparación, los juristas deben mantener una

" Contrariamente a las ciencias, la noción de ficción en derecho posee un sentido


totalmente positivo en el sentido de que evita callejones sin salida y permite encontrar
siempre una solución.
¿CÓMO ACOSTUMBRAR A LOS INVESTIGADORES A VIVIR... | 2 5

parte de los libros de protocolo. Lejos de molestar a los inves-


tigadores, los ayudarán.
Así como, a íines del siglo XIX, condenamos a los médicos
porque no les propusieron a sus pacientes el suero antidiftéri-
co, podemos imaginar que un día, no muy lejano, condenare-
mos a los investigadores ¡por no haber leído este libro esencial
que les habría incluso servido de "guía de experiencia"! La
colectividad no refunfuña tanto frente a la experimentación,
está mucho más lista de lo que se cree para asumir los riesgos,
pero se opone, a justo título, a que se le niegue ya sea el con-
sentimiento ilustrado, ya sea la organización de ese estado de
urgencia en el que sabe bien que va a tener que vivir.

Noviembre de 1996
127

¿De qué religión es


heredera la Ciencia?

¿Cómo podemos juntar sin contradicción dos palabras


como institución y razón? ¿Acaso no pelearon entre ellas
siempre la más despiadada de las guerras? ¿No es librándose
de las cadenas de los poderes establecidos, de los límites de
la tradición, de la interpretación de los escritos, que se llega,
como Descartes, a la razón verdaderamente libre? La ciencia,
por definición, ¿no es justamente lo que pennite que la huma-
nidad prescinda por fin de las instituciones teniéndolas bajo la
vigilancia de una razón científica superior a ellas?
Todo el interés del último libro de Pierre Legendre' provie-
ne, en cambio, de la estrecha unión que establece entre el po-
der dogmático de la institución, la religión católica y la historia
de las ciencias occidentales.^ Historiador del derecho romano

' Ultimo en orden cronológico pero primero en el orden lógico: Pierre Legendre,
Leçons I. La 901" conchision Étude sur le théâtre de la Raison, Paris, Fayard, 1998.
Podemos juzgar la disminución del debate intelectual en Francia por medio de im i'mico
dato: ¡el diario Le Monde dio cuenta de él en una noticia breve de 10 líneas!
^ Una deliciosa novela verdadera, especie de ¡Memorias de Adriano, permite, por
otro lado, volver a encontrar esa mezcla íntima de religión, ciencia y tradición en el
2 2 8 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

y de la administración francesa, psicoanalista, antropólogo,


Legendre no es fácil de leer: su prosa tiene más de profecía que
de demostración y sus libros, a fuerza de collages®, se parecen
algunas veces al castillo del cartero ChevaP. Ello no quita que
una sociedad que no escucha la voz singular, ronca y perturba-
dora de sus profetas, vaya más rápidamente hacia su ruina.
Puede parecer extraño que se cite en una revista científica
el nombre de un pensador que vomita Ciencia en páginas y
páginas y que no parece conocerse más de lo que se conocen
Heidegger o Jacques Ellul. Bajo el nombre de Gestión, de
sociologismo, de lo que llama, en otro libro, la "concepción
carnicera" de la vida, Legendre estigmatiza el apego a los ob-
jetos, a cosas bratas, que ningún simbolismo y ningún trabajo
de la palabra podrían civilizar. Hasta aquí, todo muy normal.
Éste es el fondo común de la anticiencia: la idea que los filóso-
fos, los sociólogos y los psicólogos se hacen de la humanidad
(que sólo comienza al desprenderse de las cosas inertes) -lo
que justifica, para ellos, ignorar a las ciencias, reducidas a la
simple y tonta positividad. Pero a este fondo de humanismo
bastante llano, Legendre le agrega una contribución decisiva: el

propio pensamiento de Descartes, astutamente puesto en escena por Brigitte Hermann.


Véase: Histoire de mon esprit, ou le roman de la vie de René Descartes, Bartillat (sin
indicación de ciudad), 1996.
Como buen intelectual francés, no cita jamás a los autores cuyos temas frecuenta.
No se nombra ni a René Girard sobre el ritual, ni a Michel Serres sobre la antropología
de las ciencias, ni a Derrida sobre la inscripción, ni a Foucault sobre la institución, ni a
Tobie Nathan sobre la fabricación de sujetos o la ablación, y mucho menos se los discute,
lo que evidentemente se suma a las dificultades de lectura de un texto voluntariamente
aislado.
" N. de la T.: En sus sueños, Ferdinand Cheval (1836-1924) imaginó un castillo. Un día
de 1879, durante su turno como cartero, tropezó con una piedra extraña y allí comenzó
su aventura. Cheval transportó piedras a su jardín y esculpió su sueño, inspirado en la
naturaleza y en sus lecturas. Luego de 33 años de trabajo, este campesino había creado
un palacio único en el nmndo. En 1969, André Malraux catalogó al Palacio Ideal como
monumento histórico. Objeto de buria en su época, esta obra de arte fue y es admirada
por artistas como André Breton, Picasso, Tiirguely, Max Ernst.
¿DE QUÉ RELIGIÓN ES HEREDERA LA CIENCIA?

ser humano no se arranca por sí mismo al imperio de las cosas


ejerciendo su libertad, sino porque se lo arranca desde el exte-
rior y violentamente por medio del sello ritualizado, teatral, de
una institución dogmática que se caracteriza por el proverbio
latino, a la vez fuente de certeza, de clausura y de artificio: "res
indicata pro veritate accipitur" ("la cosa juzgada debe ser ad-
mitida como verdad") (p. 314).
De golpe, "el imperio de la Ciencia" quiere decir, en este li-
bro, dos cosas bastante diferentes: por un lado, la creencia tan
ingenua como engañosa de que el reino de las cosas va a poder
extenderse a todo, incluso a la sociedad, a la subjetividad, a la
gestión, al cuerpo y a la vida, abandonando todo dogmatismo;
por otro lado, el reconocimiento, por parte de la cultura occi-
dental, del rol instituyente de la propia Ciencia.® Así como el
Estado laico francés le sucedió al Papa, de la misma forma la
Ciencia y la técnica se convirtieron en la fuente de la dogmáti-
ca y de su poder de fabricación artiñcial de los sujetos: "Hoy,
apuntalada sobre la ciencia, la técnica se adueñó de la Imagen
monoteísta: no puede, según el acto de fe tradicional, ni equivo-
carse ni engañarnos" (p. 357).
No nos equivoquemos de blanco: semejante asimilación de
la Ciencia al dogma no tiene ya como objetivo criticarla, como
en todos los panfletos contra la "religión de la ciencia", sino, al
contrario, exigir de efla que acepte su rol fundador y su carác-

'' "No debe escapársenos, en la era ultra científica, que la producción de las ciencias
permanece sometida a la función inaugural que consiste en cerrar la escena de la inter-
pretación para fundar el cuestionamiento [...]. En este sentido, el científico moderno
conserva la vestimenta del augure, exégeta de los signos porque está fundado para
cuestionar; a este título, puede ser llamado auctor, el a,utor en el antiguo sentido de la
palabra: hábil para hacer nacer, surgir frente a sí mismo el hecho, es también el que, por
su relación con la función inaugural, asume la distribución de la Razón instituida, enseña
la verdad del fundamento" (p. 319).
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

ter "papal"®: "A pesar del shock provocado por el surgimiento


del espíritu científico en la época moderna, la matriz de la ins-
titución de las ciencias yace en ese sitio de la historia, reco-
rrido por los filósofos-teólogos y cubierto, y no destruido, por
los sedimentos del pensamiento posmedieval europeo -pensa-
miento que poco a poco se separa de la representación de un
Tercer Estado divino y sin embrago arraigado en ese subsuelo
teológico-metafísico-" (p. 204).
El más virulento de los críticos del cientificismo no preten-
de escapar de la Ciencia, sino, al contrario, exigir de ella que
asuma finalmente sus responsabifidades reconociendo, no sus
límites como en el humanismo común, sino su poder incom-
parable de definir los límites: "Abordamos la hermenéutica
como poder de manipular, del modo adecuado, la distinción
entre lo verdadero y lo falso en el gobierno de la humanidad.
[...] Esta confusión [de los planos científicos y dogmáticos]
está hoy en su punto culminante, ya que nos negamos a levan-
tar acta de un efecto lógico mayor: introducida en la escena
del Texto a título de fundamento, la Ciencia adquiere un esta-
tuto dogmático" (p. 348). Dicho de otro modo, la Ciencia sería
menos peligrosa si fuera hasta el punto de tomar los hábitos
del Papado, ya que en ese caso revestiría también los atribu-
tos jurídicos, artísticos, rituales, teológicos que permitirían
instalar, en el corazón de la sociedad occidentaF, el poder de
la ficción. No se puede ir más lejos en la provocación. Paul
Feyerabend exigía que se separara la Ciencia del Estado:

'' Para una reseña mucho mejor argumentada aunque menos profunda de la bibliogra-
fía sobre la relación positiva de la religión y de las ciencias, véase el excelente libro de
David F. Noble, The Religion of Technology. The Divinity of Man and the Spirit of
Invention, Nueva York, Knopf, 1997.
' Legendre pone por otra parte todo su libro bajo la égida de ima antropología si-
métrica que "hace que Occidente sea comparable" (p. 93), ahondando en la distinción
naturaleza/cultura (pp. 108 y 157) sin dividirla.
¿DE QUÉ RELIGIÓN ES HEREDERA LA CIENCIA?

¡Legendre exige que se eleve la Ciencia al nivel del derecho


romano del siglo XII!
Todo el razonamiento depende a partir de allí del sentido
positivo o negativo que se le dé a la noción de institución. El
libro desgraciadamente no da una respuesta clara a esta pre-
gunta. Hay en efecto dos Legendres, mezclados a veces en una
misma página. El primero, obsesionado por Saussure, Freud y
Lacan, retoma la vieja idea moderna de que la nada reina sola
en el centro del poder. La institución es entonces sinónimo de
arbitrariedad, cosa que Legendre aprueba pero que justifica
la desconfianza de los pensadores críticos. Es difícil, en todo
caso, servirse de ese vacío absoluto para volver a hablar inteli-
gentemente del contenido de las ciencias. Pero existe también
otro Legendre, el jurista, que ve en la institución el poder de
las ficciones positivas, que no tienen nada de arbitrario incluso
aunque hayan sido construidas.® Así como el primer Legendre
le otorga fuerza al horror que el pensamiento contemporáneo
debe sentir frente al vacío en el que tanto se complació, el
segundo puede servirles a los científicos para reconciliar por
fin estas dos palabritas: fabricación y verdad. Científicos, ¡sién-
tanse orgullosos de su herencia! Conviértanse finalmente en
religiosos de Estado...

Octubre de 1998

Hay ciue ir a buscar en las impecables investigaciones de Yan Thomas ese sentido po-
sitivo de la palabra instituir, en particular, "Fictio Legis. L'empire de la fiction romaine
et ses limites médiévales", Droits, vol. 21, 1995, pp. 17-63.
133

¿Es la ciencia más


espiritual que la religión?

El papa hizo del año 2000 un año de jubileo. Aunque el pa-


saje del milenio sólo tenga sentido para los cristianos (para
los demás es sólo el franqueamiento de un límite arbitrario),
no es una mala ocasión para volver sobre los lazos que unen
a la ciencia con la religión. Desgraciadamente, este tema evo-
ca molestos debates entre gente achacosa de los que salimos
bostezando y con ganas de dormir la siesta. Y es porque tanto
la ciencia como la religión se presentan en su peor faceta, por-
que se encuentran en el único terreno de lo que ignoran tanto
una como la otra. Al agregar los conñnes del conocimiento a
los enigmas de la Escritura, sólo se produce una amable con-
fusión que permite hablar con la voz entrecortada por sollozos
del Big Bang, de los agujeros negros y de los designios impe-
netrables de Dios.
Sin embargo, el ñlósofo inglés Whitehead había propues-
to, hace ya mucho tiempo, una vía completamente diferente
al disponer para los creyentes esta noble conminación: "La
religión sólo encontrará su antiguo poder si welve a ser
capaz de enfrentar el cambio con el mismo espíritu que la
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

ciencia".' Según el filósofo, la ciencia posee este espíritu, esta


espiritualidad, por su capacidad de modificar rápidamente sus
representaciones en función de los nuevos descubrimientos.
Puede abandonar muy rápido, por ejemplo, la noción de éter o
la visión común del espacio y del tiempo, si las exigencias de su
teoría y si las evidencias de los hechos la obligan a semejantes
revisiones.
Pero, ¿cuándo fue la última vez que escuchamos hablar de
una revisión desgarradora en el mensaje religioso?, se pregunta
Whitehead. ¿A qué siglo hay que retrotraerse para dar con una
total reorganización del cristianismo, que innova sin miedo y
distingue sin temor las antiguas imaginerías que hay que tirar
por la borda de las tradiciones verídicas que tomarían entonces
nuevo color? Mientras que del lado de la religión como del de
la ciencia no estemos poseídos por el mismo "espíritu" para
enfrentar el cambio, el encuentro entre los dos no merecerá
semejante desplazamiento.
Si la religión permanece sólidamente encerrada en el Arca
de Noé que le permite resistir al diluvio del tiempo presente^,
es porque no ve cómo salir de allí sin ahogarse en el espíritu
de las ciencias. Se imagina, en efecto, que debe responder a
la pregunta por la creencia en los mismos términos generales
que los del saber. Que la pregunta "¿Cree usted en Dios?" debe
tener la misma forma que la pregunta "¿Cree usted en el reca-
lentamiento global?", aunque las respuestas, evidentemente,
difieran. En ambos casos, el asunto consiste en obtener una
información. La creencia tomaría prestado el mismo vehículo

' Alfred North Whitehead, Science and the Modern World, New York, Free Press
1925 [1967], p. 224.
^ Otra metáfora de Whitehead en otro libro: "Un sistema de dogma puede brindar el
arca en el que la Iglesia flota con toda seguridad a través del diluvio de la historia. Pero
la Iglesia perecerá si no abre sus ventanas para dejar que la paloma parta a la búsqueda
de la rama de oHvo" (Religion in the Making 1926, pp. 145-146).
¿ES LA CIENCIA MÁS ESPIRITUAL QUE LA RELIGIÓN? J^gg

que el saber, con la excepción de que no conduciría a un conoci-


miento asegurado. Trataría sobre fenómenos diferentes, situa-
dos más allá de los fenómenos, en otro mundo que escaparía al
conocimiento, incluso aunque la escalera que lleva a él tuviera
tantos escalones como la que permite acceder a los hechos.
Dicho de otro modo, los religiosos intentan presentar el tema
de su fe como algo lejano a lo que habría que acceder, pero que
permanece para siempre inaccesible e inefable. Semejante ac-
titud explica la esterilidad de tantos diálogos entre científicos y
religiosos con los ojos alzados hacia el Cielo.
Pero parece que la religión cristiana, si consideramos el
estudio empírico de su práctica®, tiene muy poco que ver con
el acceso misterioso a objetos inaccesibles. La noción de
creencia refleja muy mal la originalidad del reUgioso. Si los
instrumentos y los laboratorios de ciencias permiten alcanzar
lo que está lejos y lo que está ausente, los rituales y las elabo-
raciones intelectuales de las religiones permiten, al contrario,
recibir lo que está cerca y lo que está presente. "¿Quién es
mi prójimo? ¿Cómo volverse atento a lo que está presente y
a lo que es la propia Presencia?" Tales preguntas se plantean
en el curso ordinario de la acción religiosa. Los creyentes no
creen tanto como se dice - o como querrían creer los que los
desprecian.
La creencia en un más allá, en otro mundo suprasensible,
parece más bien uno de esos artefactos que se deben a la com-
postura de xm Dios inmutable, figura que ya no corresponde,
como también dice Whitehead, a la psicología contemporánea
y que entonces hay que rechazar con el mismo espíritu de re-

'' Como acaba de hacerlo un sociólogo franco-belga, Albert Flette, La Religion de


près, Paris, Anne-Marie Métailié, 1999, en un libro que, utilizando principios de meto-
dología desarrollados por Elizabeth Claverie, "Voir apparaître, regarder voir". Raisons
pratiques, vol. 2, 1991, pp. 1-19, renueva profundamente la sociología de la religión.
136

novación de las ciencias que, desde hace mucho tiempo, "ya


no necesitan esta hipótesis".
Comprendemos por qué el diálogo entre ciencia y religión
desde entonces se anima un poco. Ya no tenemos que oponer
a los que saben y a los que creen; a los que se ocupan de la ma-
teria visible y a los que buscan el espíritu invisible; a los que se
interesan por el cómo y a los que quieren el por qué; a los que
dicen cómo va el cielo y a los que muestran cómo ir al Cielo,
según palabras de Galileo. Los científicos, al contrario, son los
que se ocupan de acceder a lo que es invisible e incluso inacce-
sible, son ellos los que, por la frágil senda de las pruebas, pavi-
mentan los caminos que conducen a lo que era hasta allí lejano
y ausente. Los religiosos, a la inversa, son los que se aterran a
lo que ahora ya es presente, muy cercano, y lo que olvidamos
por perdición o, según su expresión, por pecado.
Esto promete más "júbilo" que el actual compromiso entre
una ciencia que se toma por religión aunque no dé el sentido
de la existencia y una religión que pretende otorgar el sentido,
aunque perdiendo la razón.

Octubre de 1999
137

Visible e invisible en ciencia

¿Hay para las ciencias la misma "querella de las imágenes"


que hay para la teología? Oponemos a menudo la investigación
religiosa de lo invisible y la búsqueda científica de lo visible.
Como se puede constatar leyendo cualquier artículo técnico de
esta revista, las cosas deben ser un poco más complicadas. En
efecto, nunca se ven directamente virus o galaxias, sino sieni-
pre indirectamente.' Una única imagen de una galaxia no alcan-
za jamás para prevalecer sobre la comdcción de un astrónomo.
Hacen falta varias que correspondan a diferentes longitudes de
onda, diferentes codificaciones, diferentes tratamientos de la
imagen. El fenómeno no reside tanto en una imagen tomada en
sí misma como en la superposición de una multitud de indicios
diferentes. ¿Qué es, en consecuencia, lo que el astrónomo ve?
En una única imagen, nada de nada. Lo que ve es lo que perma-
nece estable entre un indicio y otro, lo que supone constante a

' Esta es por cierto una propiedad general de las imágenes cuyas consecuencias para
las ciencias se aplican rara vez; véase Régis Debray, Cours de. médiologie genérale,
Paris, Gallimard, 1991.
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

través de las transformaciones de los gráficos, de los cuadros,


de las fotografías, de los informes, de los cálculos. Lo que ve
permanece entonces, al pie de la letra, invisible. La galaxia no
es comparable con la perla de un collar, sino antes bien con un
hilo invisible que mantendría todas las perlas juntas.^
La obsesión de los "ufólogos" por el indicio definitivo, por la
perla rara, indiscutible, que probaría, según ellos, la presencia
de platos voladores o de monstruos extraterrestres nos ofrece
un divertido contraejemplo. Siempre encuentran con qué mar-
car placas fotográficas, manchas, bandas, halos, sombras inex-
plicables. Superficialmente, los indicios que obtienen a duras
penas se parecen bastante, en efecto, a aquellos sobre los que
la ciencia llamada oficial funda su convicción.® Pero los ufólo-
gos cargan a un indicio aislado con todo el peso de la evidencia.
Esa es la única diferencia. Los astrónomos nunca harían eso.
Un indicio aislado no tiene para ellos verdaderamente un refe-
rente. Comienza a tenerlo solamente cuando se puede definir
un fenómeno como la constante que se mantiene a través de
una serie indefinida de deformaciones. Allí donde el ufòlogo
cree encontrar el bicho raro, la prueba milagrosa, lo escondi-
do vuelto visible, el astrónomo, un poco más agudo, persigue
una forma muy particular de invisible: aquello que permite dar
sentido a un haz de evidencias. El primero cree que debe ver; el
segundo sabe que no verá nada.
Los ufólogos se indignan siempre con que la "ciencia oficial"

^ Véase el número 22 de la difmita revista Culture Technique, dirigida por Jocelyn de


Noblet (1991) y el número especial de Science et Avenir, n° 104, diciembre de 1995, so-
bre la imaginería científica. Véase, finafinente, el clásico y siempre muy completo trabajo
de lan Hacking, Concevoir et expérimenter Thèmes introductifs à la philosophie
des sciences expérimentales, Paris, Christian Bourgois, 1989.
Véase el nùmero especial coordinado por Pierre Lagrange y particularmente su ar-
tículo, "Les extraterrestres rêvent-ils de preuves scientifiques?". Ethnologie française,
n°3, 1993.
VISIBLE E INVISIBLE EN CIENCIA
139

no reconoce sus "datos" y se imaginan entonces que "se com-


plota contra ellos" para "disimular las pruebas"/ La verdad es
menos exótica. Los ufólogos olvidan que los científicos tienen
una relación mucho más sutil con lo invisible que lo que per-
miten creer los manuales y los informes. Desde luego sucede
a veces que un investigador, cuando se dirige al gran público,
extrae uno de sus indicios, lo resalta, lo engarza y dice "¡Hete
aquí una galaxia!", como si en efecto esa imagen aislada fuera
exactamente el fenómeno que quiere señalar. Pero esta facili-
dad del lenguaje sólo le es útil a la pedagogía. Cuando se trata
de convencer a los pares, no se puede dar una perla por el
collar Los colegas quieren experimentar toda la serie de trans-
formaciones, una por una. De allí proviene la confusión de los
registros: cuando finalmente aporta un indicio visible de lo que
habla, el ufòlogo cree probar a la manera de una verdadera
ciencia, cuando lo único que hace es imitar al pedagogo que
aisla un indicio para hacer de él el representante único de todo
lo que representa... En el mismo momento en el que agita la
evidencia en el aire es cuando el ufòlogo es lo menos científico
que se puede ser.
Si esta teoría es correcta, me objetarán, ¿por qué asociar la
ciencia con lo visible y con la inmediatez, en lugar de insistir
sobre su búsqueda tan particular de lo invisible y de la media-
ción? La primera razón se debe probablemente a la historia del
arte. ¿De dónde sacamos, en efecto, esa idea curiosa según la
cual habría por un lado un modelo y por el otro una sola y única
imagen de ese modelo? De una forma muy particular de pintu-

'' Véase el curioso libro que el mismo Pierre Lagrange consagró a La Rumeur de
Boswell, Paris, La Découverte, 1996. Sólo un complot de proporciones fantasiosas pue-
de explicar cómo pruebas tan contundentes pueden haber sido disimuladas frente al
público. ¡Sólo falta, evidentemente, hacer la prueba del complot! Y en ese caso, las evi-
dencias nuevamente se vuelven increíblemente firmes, conduciendo a la investigación
interminable del sociólogo sobre las causas de la imásiblUdad del complot...
228
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

ra, probablemente de la pintura holandesa. Es allí, en efecto,


donde se forma una idea de la descripción en la que siempre
se puede encontrar la fuente de numerosas metáforas sobre
"la correspondencia" entre la "representación" del cuadro y "la
realidad".® Sin embargo, entre una serie de perlas y el hilo que
las mantiene unidas, la relación no es para nada igual a la que
existe entre un cuadro y su modelo. La metáfora de la pintura
acentúa la importancia de la correspondencia uno a uno entre
un modelo y su copia, y hace invisible la forma tan particular de
visualización y de modelización propia de las ciencias exactas.
Las ciencias no copian el mundo.
Pero, probablemente la dificultad para representar el traba-
jo de la imagen científica proviene de la querella antirreligiosa,
tan importante para la formación de las ciencias. En un libro
apasionante de teología bizantina, Marie-José Mondzain re-
cuerda que la palabra "economía" designa a la vez una manera
de gobernar, una forma de interpretación de las imágenes reli-
giosas y, finalmente, una teoría muy sofisticada de la relación
entre lo visible y lo invisible.® Nos falta, sin duda, una economía
de las imágenes científicas ¡que posean también una sutileza
bizantina! Los iconoclastas, en efecto, existen en las ciencias
tanto como en la religión. Quieren privarse de los socorros de
la mediación material de la imagen y pasar directa, espiritual,
milagrosamente hacia el modelo indecible que sólo debería ins-
pirarlos. Pero, los iconófilos, tanto en ciencia como en religión,
insisten sobre una vía completamente diferente que obliga a
tomar muy en serio el simple hecho de que las cosas de las que
se habla no se vean directamente. En lugar de oponer en vano

Svetlana Alpers, L'Ait de dépoindre. La peinture hollandaise au XVII" siècle,


Paris, Gallimard, 1990.
" Marie-José Mondzain, Image, icône, économie. Les sources byzantines de
l'imaginaire contemporain, Paris, Le Seuil, 1996.
VISIBLE E INVISIBLE EN C I E N C I A 141

lo visible y lo invisible, haríamos bien quizás si nos uniéramos a


las fuerzas de esas dos grandes prácticas de la imagen que son
la religión cristiana y las ciencias. La oposición clásica entre
racional e irracional parece mucho menos pertinente que la que
hay entre iconoclastas e iconófilos. ¿Pero cómo se hace para
ser a la vez iconófllo en ciencia y en religión?

Febrero de 1997
143

La obra de arte en la época


de su reproducción digital

"¡La digitalización de la imagen va a matar el arte!" Ya se


levantan quejas contra esta matematización del ojo, el olvido
de los viejos oficios, la frialdad informática. Inversamente,
se anuncia con bombos y platillos que con la informatización
del arte los viejos oficios finalmente desaparecerán y que se
nos ofrecerán las posibilidades más inauditas gracias a la
total y definitiva estabilidad de la información, reemplazada
por ceros (0) y unos (1). Como siempre, con la informática,
si se quiere escapar del coro de lloronas y de las cornetas de
los fanfarrones, hay que ir a mirar más de cerca y seguir las
experiencias que llevan a cabo los practicantes.
En una recopilación de láminas, acompañada de un libro.
Digital Prints', el pintor inglés Adam Lowe exploró, a par-
tir de un detalle de alrededor de un milímetro extraído de

' Adam Lowe (obra dirigida por), Digital Pñnts, Londres, Permaprint, 1997. Este
suntuoso estudie representa por sí solo una sorprendente experiencia sobre los oficios
de la impresión en la época de la informática y debería figurar en todas las escuelas de
arte y de imprenta.
228
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

una imagen, todas las transformaciones de la imagen digital


cuando se la imprime con los dieciocho tipos de procedi-
mientos disponibles en la actualidad, desde la copia láser a
color para todo el mundo hasta el transfer de pigmento del
que es uno de sus adeptos, pasando por la electrofotografía,
la litografía, etc. Cada una de estas imágenes representa
exacta, literal, y digitalmente la misma información con un
grado de aproximación de una unidad de información, de
un bit. Pero los resultados difieren tanto que incluso nos
preguntamos si se trata del mismo detalle. Cada uno de los
procedimientos, por codificación, filtrado, transcripción,
impresión, modificó profundamente la naturaleza de la
imagen. La mecanización final de la obra de arte, contraria-
mente a las predicciones catastróficas de Benjamín^, sólo
tiene como resultado el hecho de multiplicar las pequeñas
diferencias y de abrirles a los artistas - a l menos a aquellos
a los que la modernización no deja ciegos- un nuevo campo
para producir especificidad: cada familia de tirada difiere de
las demás, incluso aunque la impresión debiera transportar
sin deformar la misma, y exactamente la misma, cantidad de
información.
Me dirán que son pequeños matices que introducen el
grano del papel, la fluidez de la tinta, las perturbaciones
del calor, la dispersión de los pigmentos, pero que la infor-
mación, por definición, sigue siendo la misma. Pero, Brian
Cantvi^ell Smith, un informático filósofo, demuestra que esta

- Walter Benjamin, "L'œuvre d'art à l'époque de sa réproduction mécanique", 1936,


en Écrits français, prés. Moniioyer, Gallimard, 1991, pp. 140-171 [Hay traducción al
español: Walter Benjamin, "La obra de arte en la época de su reproducción técnica", en
Discursos Intemimpidos I, Taurus, Buenos Aires, 1989|.
LA OBRA DE A R T E EN LA ÉPOCA DE LA REPRODUCCIÓN D I G I T A L 145

indecisión se remonta incluso hasta el corazón de la silicona


con la que se hacen los chips.®
Porque materializa el formalismo, la computadora vivida
-"in the wild", como dice Smith, es decir, en la realidad y no
en el pensamiento de los que la admiran o critican- no tiene
una existencia verdaderamente digital: los potenciales eléc-
tricos, para cumplir su rol, deben repararse constantemente,
reinterpretarse, verificarse, corregirse, mantenerse, conser-
varse, si se quiere poder extraer de ellos un cálculo por O y
1. Afirma que en el mismo momento en el que los filósofos
toman la computadora que soñaron por el ejemplo mismo
del formalismo, la computadora real demuestra que en todos
lados, incluso en el formalismo, las divisiones claras entre
O y 1 sólo pueden ser por aproximación: "contra la continua
devastación física de la señal en el nivel microscópico, las
computadoras tienen que emplear correctores de errores
de una complejidad fenomenal de manera de preservar y
recuperar la señal ideal tal como se la quiso digitalizar" (p.
8). La computadora de silicona no realiza el sueño de una
realidad por fin lógica -ni, por supuesto, la pesadilla de un
cálculo frío- sino que demuestra, al contrario, la imposibili-
dad de extender el formahsmo más allá del ideal. El cuerpo
de las computadoras esconde secretos de los que nos damos
cuenta cuando decimos que son puras calculadoras. La con-
versión de la señal modifica profundamente la información.
No sorprende demasiado entonces que, desde las fases de
tratamiento de la imagen, múltiples diferencias compliquen
los proyectos del infógrafo.

Su capítulo se llama "ideas indiscretas" en oposición, por supuesto, a las entidades


discretas que supuestamente forman los bits. Acaba de escribir también un libro de me-
tafísica: lo que no es nada banal para un especialista en computadoras, Brian C. Smith,
On the Origins of Objects, Cambridge, Mass., MIT Press, 1997.
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

Artistas, filósofos e ingenieros siempre trabajaron de co-


mún acuerdo a la vanguardia de las técnicas disponibles. En
un libro magnífico, William Ivins, conservador de los graba-
dos, había, hace ya mucho tiempo, mostrado los estrechos
lazos que unen las ciencias, el arte y la teología en la inven-
ción por parte del Renacimiento de las primeras imágenes
calculadas.'' Si hay un fenómeno que no es nada revolucio-
nario, es la utilización por parte de los artistas de todos los
medios de cálculo disponibles para engendrar nuevas diferen-
cias, nuevos contrastes, nuevos efectos. La digitalización por
computadora, lejos de suspender ese movimiento, lo único que
hace es acelerarlo.
Como por otra parte lo demuestra el primer artículo
de Digital Prints, escrito por un erudito bibliófilo, Colin
Franklin, esta digitalización no nació ayer: afirma, con bue-
nos argumentos, que al primer grabado "digital" se lo puede
datar de 1642, una mediatinta hecha por Ludwig Von Siegen
que representaba a una princesa alemana. ¿Por qué digital?
Porque el procedimiento consiste en marcar toda la placa
con la ayuda de un instrumento llamado "raedor", compuesto
de pequeños dientes filosos que surcan una multitud de agu-
jeritos, equivalentes a los píxeles de hoy.® En ese estadio, la
placa es uniformemente oscura, de allí proviene la expresión
"grabado a media tinta". Es la primera vez que se puede lo-
calizar en la historia la fabricación mecánica de información
recortada en pedazos uniformes. Alcanza luego con aplanar

' Libro que, desgraciadamente, nunca ha sido traducido al francés, William M. Ivins,
Prints and Visual Communications, Cambridge, Mass., Harvard U. R, 1953 (varias
veces reeditado). Mucho más reciente, M. Kemp, The Science of An. Optical Themes
in Western Art from Brunelleschi to Seurat, New Haven, Yale University Press, f 990.
Florian Rodari (obra dirigida por), Anatornie de la couleur. L'invention, de l'estampe
en couleurs, Paris, LausaruTe, Bibliothèque Nationale de Fnmce, Musée Olympique de
Lauscmne, 1996. Leer en especial el capítulo de Maxime Préaud, pp. 18-50.
LA OBRA DE A R T E EN LA ÉPOCA DE LA REPRODUCCIÓN DIGITAL
147

los agujeros con la ayuda de un rascador o de un raspador


para obtener puntos que con la impresión se vuelven blancos
porque ya no se rellenan de tinta.® Gracias a esta pixelización
de la imagen, el grabado puede imitar los colores plenos de la
pintura porque permite pasar progresivamente por todos los
matices del gris. Como puede verse en el sorprendente catá-
logo que rehabilitó la historia de este método, la invención de
la media tinta permitió, desde el comienzo del siglo XVIII, que
el grabador Le Blon inventara la cuatricromía, ¡un siglo antes
del fotograbado!'^
Que los críticos de la informática se tranqtiilicen y que los
paladines se calmen: no hay información que no sea transfor-
mación; en cuanto a la historia de la infografía, ya tiene más de
tres siglos...

Enero de 1998

" Me dirán que la cantidad de tinta varia de manera analógica y no digital en cada uno
de los agujeros que se obtienen con esta técnica. Según la experiencia de Adam Lowe,
lo mismo sucede con todos los procedimientos modernos utilizados para imprimir lo que
sale de las computadoras, ya sea que se trate de tinta, calor, luz, colorante, pigmento,
o polvo. Tanto en el interior como en el exterior de la computadora, la digitalización
estricta sigue siejido un ideal.
' Para comprender las sutilezas, es mejor mirar en paralelo el film realizado por Henri
Coìomer, A7iatoì7iie de la peinture (ediciones de la BNF), 26 min. Como se puede ver
en el catálogo de la exposición de la BNF, los descubrimientos de la cuatricronria se apli-
caron tempranamente a la imagen científica y, en especial, a las planchas anatómicas.
149

Tengamos cuidado con


el principio de precaución

Si no tenemos cuidado, el principio de precaución, invento


tan útil como frágil, va a banalizarse al punto de confundir-
se con la simple prudencia. Pronto los padres ya no dirán:
"Cuidado al cruzar la calle" sino "Aplicá el principio de precau-
ción, mirando a la izquierda y luego a la derecha". En lo que
concierne a Caperucita Roja se le recomienda fervientemente,
si realmente pretende compartir cama con la abuela, que pien-
se en el principio de precaución antes de tomar los dientes
del lobo por la dentadura postiza de su abuelita... No, defini-
tivamente, si hacía falta un sinónimo de prudencia, no valía la
pena inventar un término tan pedante -con "prestar atención"
hubiese alcanzado.
El surgimiento de este principio remite a una cosa comple-
tamente diferente de la sabiduría milenaria: rompe el lazo tra-
dicional entre peritaje y acción. Si antes era necesario "saber
antes de actuar", conviene a partir de ahora actuar sin contar
con las certezas del saber. El principio de precaución es en-
tonces el exacto opuesto de la prudencia: ésta pedía que nos
abstuviéramos a falta de conocer todos los pormenores de una
228
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

acción; aquel exige que actuemos por otras razones y siguiendo


otros criterios además del conocimiento preciso de las causas
y de las consecuencias, incluso aunque se trate de enredos de
ciencias y de técnicas.
El asunto de la vaca loca ofrece una buena ilustración de
este contraste. Se quiso ver en la decisión del gobierno de
mantener el embargo sobre las carnes británicas una prueba
de la aplicación de este famoso principio. Se afirmó, en efecto,
que, ya que los científicos de la Agencia Independiente de la
Seguridad Alimentaria tenían reservas - y las habían explici-
tado- sobre la inocuidad de los procedimientos ingleses, el
Gobierno debía "en aplicación del principio de precaución"
mantener el embargo. Los investigadores tienen y exponen
dudas, por consiguiente el gobierno mantiene sus reservas. Si
este es el caso, no vemos muy bien qué es lo que los políticos
agregarían a la intervención de los científicos.
Para comprender que no puede tratarse aquí de una aplica-
ción del principio de precaución, alcanza con imaginar lo que
el gobierno hubiese hecho si los especialistas hubiesen decla-
rado que las carnes no corrían ningún peligro: muy aliviado
de no tener que vérselas con el Sr. Blair, el gobierno hubiese
autorizado nuevamente las importaciones. En ambos casos, en
consecuencia, el político queda en segundo lugar frente al cien-
tífico. Incluso aunque se mantenga la ficción de creer que los
investigadores proponen y los políticos disponen, no podemos
imaginar ni por un segundo que la decisión pueda separarse del
saber que la precede.
El verdadero test hubiera sido escuchar al gobierno, luego
de que éste hubiera recogido la opinión de los científicos que
afirmaba la probable aunque no cuantificable existencia de
un peligro, decir que era preferible aliarse con los ingleses, a
riesgo de perder a algunos comedores de bifes. En ese caso, y
sólo en ese caso, el principio se aplicaría al pie de la letra: "la
TENGAMOS CUIDADO CON EL PRINCIPIO DE PRECAUCION
151

incertidumbre sobre los resultados científicos no debe impedir


que se tomen medidas".
Para justificarse, el primer ministro explicó a los ingleses que
a sus vecinos franceses los había paralizado el caso de la san-
gre contaminada y que, por consiguiente, no podían permitirse
poner en peligro nuevamente la salud pública. Hete aquí una
respuesta que se parece mucho a la historia de Epaminondas,
que seguía siempre los consejos de su madre pero con un tiem-
po de retraso. Si bien es absolutamente cierto que la trágica his-
toria de la sangre contaminada podría haberse evitado en parte
si se hubiera recurrido al principio de precaución, es justamen-
te porque los políticos, también aquí en segundo plano frente
a los investigadores, esperaban para actuar recibir certezas
absolutas sobre la gravedad del peligro y sobre la fiabilidad del
test. También en este caso, por consiguiente, había que actuar,
impedir las colectas sin esperar las certezas.
Extraer enseñanzas del caso de la sangre contaminada no
significa entonces que debemos convertirnos en pusilánimes
luego de haber sido arrogantes, sino que debemos desprender
la decisión política colectiva del trabajo de investigación de los
científicos. La vida pública debe acostumbrarse a partir de allí
a convivir ya no con científicos que deciden impulsados por la
certeza indiscutible de sus opiniones sino con investigadores
que justamente se caracterizan por la incertidumbre y el carác-
ter controversial de sus resultados provisorios. La democracia
triunfará; las ciencias también.
El principio de precaución no tiene nada que ver con la in-
acción ni tampoco con la acción precavida. Al contrario, está
absolutamente gobernado por una nueva urgencia de la deci-
sión. Detrás del principio de precaución se esconde en realidad
una reorganización profunda de la vida pública: al ir más allá
de la opinión de la Agencia independiente, el gobierno en nin-
gún caso deslegitimaba las opiniones de estos investigadores.
152

como se dijo erróneamente. Nada impide, en efecto, que una


vez tomada la decisión de suspender el embargo, se pongan
en marcha los procedimientos que permiten amplificar toda-
vía más los medios de los que disponen los investigadores, de
ambos lados del Canal de la Mancha, para alertar al gobierno.
Al contrario, decidir correr el riesgo no impide que se multipli-
quen los medios de medirlo. Lo que resulta asombroso es que
haya que haber esperado el surgimiento de este principio para
pensar nuevamente una evidencia semejante: en lugar de fingir
creer que la acción sigue siempre al saber o que permanece
suspendida en tanto éste es incierto, más vale hacer como si
las dos tareas, la de la alerta y la de la decisión, fueran no sólo
paralelas, sino incluso complementarias.
Tal es la lección de este célebre principio: "la vida piíblica
camina con ambas piernas y no con una pata coja". Tiene tanta
necesidad de mantener la perplejidad como de correr riesgos
clausurando la discusión. Al banalizar el principio de precau-
ción, perderíamos la oportunidad de pensar finalmente a la
política en situación de incertidumbre científica.

Le Monde, 3 de enero de 2000


153

Diversos sentidos
de la representación

Estamos en Estocolmo, en una gran plaza ptiblica. En el


centro de la plaza, versión modesta de la Concorde parisina,
se destacan solemnemente dos obeliscos de estilo neoegipcio.
¿Es acaso un intento de arquitectura posmodema? No, es su
Majestad el rey Carlos XVI Gustavo que ordenó que se la eri-
giera, en el afio de gracia de 1994.' ¿¡Cómo! el rey de Suecia,
modesto monarca que hace las compras como cualquier hijo
de vecino, se habría súbitamente creído que era Ramsés II,
Mohamed Ali o Louis-Philippe, al punto de ponerse a erigir
obeliscos en honor al sol? ¿Se cree faraón? No, si a su Majestad
se le metió en la cabeza reinventar el obelisco, es en honor a la
Ciencia, con C mayúscula, y más particularmente, para sacrifi-
car a las nuevas divinidades de la antipolución...
En efecto, no lo notamos enseguida, pero en lugar de
los jeroglíficos que habitualmente decoran este tipo de
monumentos, se pueden ver cintas de neón coloridas que
serpentean a lo largo y que dan a las piedras alzadas el aspecto

' Agradezco a Petra Adolfsson por haberme hecho conocer este objeto notable.
228
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

de carteles luminosos de estilo Egipto-Disney. Una estela nos


explica la voluntad científica y mediática del soberano: los
jero-glíficos (inscripciones sagradas) de las antiguas religiones
dieron lugar a lo que hay que llamar "epistemo-glíficos",
inscripciones científicas.
Se trata de mostrarle al pueblo, gracias a contrastes cam-
biantes de colores vivos, los niveles de polución de los dos
elementos a los que, se supone, debería querer en mayor me-
dida: el aire y el agua (todavía faltan la tierra y el fuego). Los
faraones de Egipto también hacían que la felicidad de su súb-
dito dependiera de la calidad de las aguas del Nilo. Medían la
prosperidad pública con "nilómetros", instalados a lo largo del
río, como hoy lo hacemos al examinar con cierta ansiedad el
nivel de nuestro PBL
Pero en Suecia la medida se ha vuelto más sutil y más cien-
tífica: cada obelisco sirve de punto extremo a una vasta red de
instrumentos diversos que brindan en tiempo real el estado de
la polución en la ciudad. La cara oeste lleva los estigmas del
monóxido de nitrógeno que emiten los autos en el centro de la
ciudad y sus datos se actualizan a cada hora. La cara norte cal-
cula la tasa de dióxido de nitrógeno (NO^) con una escala que
va de O a 120 microgramos por metro cúbico. "Las luces que
parpadean rápidamente señalan la acumulación en el centro de
la ciudad y las que parpadean lentamente señalan la cantidad
presente en las afueras". El lado este transmite la polución del
conjunto de la ciudad en NOg y en CO^: "Cuanto más oscuro es
el color, más contaminada está la ciudad". Finalmente, la cara
oeste transmite la velocidad del viento.
El obeUsco levantado en honor a la Ciencia del agua no se
queda atrás. Es incluso más extraño todavía porque, si el oeste
marca la calidad del agua en el Lago Málaren (los datos, esta
vez, son sólo semanales), la cara sur indica la calidad del agua
a la salida de las fábricas de reprocesamiento (¡enfriamientos
DIVERSOS SENTIDOS DE LA REPRESENTACIÓN
155

cada seis minutos!). Aún más precisa, la cara este compara la


diferencia entre la calidad del agua antes y después del repro-
cesamiento.. . Uno se pregunta si los ciudadanos quieren saber
tanto. En todo caso, no hay lugar a dudas, el folleto es formal:
los habitantes de Estocolmo tienen frente a sus ojos la prueba
diaria de la incomparable calidad de su agua y de su aire.
Estos curiosos obeliscos reales mezclan con razón diversos
sentidos de la palabra representación. Se habla a menudo de
representación para designar la imagen que las ciencias logran
brindar de la realidad. Estos monumentos erigidos representan
en este sentido diversas variables que agrupan y sintetizan. Es
imposible, sin embargo, confundirlas con la ventana de los ins-
trumentos científicos del servicio de las aguas o de la polución
de la ciudad de Estocolmo. Su lectura, en efecto, no ofrece asi-
dero suficiente a la necesidad de precisión y de registro.
Sucede que los megalitos también representan la polución
en un sentido completamente diferente, artístico. Pusimos en
escena la polución para que la comprensión sea más chocan-
te, más dramática. Si bien estos monumentos no permiten el
cálculo, sí generan sorpresa y quizás admiración al poner en
escena, de manera estética, la representación científica.
Representan incluso en un tercer sentido porque, por su
solemne inauguración, testimonian la preocupación que el
soberano, nuestro representante, tiene del bienestar de los
súbditos. Descendiente de los Bernadotte, el rey de Suecia no
tiene nada de un heredero de derecho divino. Y sin embargo,
debe, como en la antigua China, probar que puede preservar
al Imperio de toda polución ligando la suerte del reino a la de
todo un cosmos -cuyos constituyentes se han modernizado en
términos de ozono, nitrógeno y CO2
Pero las tres representaciones científicas, estéticas y políti-
cas, culminan en un cuarto sentido de la palabra: le permiten al
pasante, a los donantes, a los turistas, a los amantes de la cien-
156

cia, darse cuenta, representarse la nueva importancia que ocu-


pa la polución en la definición del bien púbfico.^ La reflexión,
la reflexividad nunca está en primer lugar, sino que, por defi-
nición, siempre en segundo. Sin estos curiosos amalgamas de
saberes, de poderes y de estética, no sabríamos lo que somos ni
el todo que formamos a partir de entonces con los elementos.
Es fácilmente comprensible el desconcierto de los arqueólo-
gos del futuro: ¿a qué dioses podían adorar aquellos que levan-
taban semejantes monolitos? ¿Al Cosmos? ¿A la Propiedad? ¿A
la Pureza?

Diciembre de 1999

^ Es posible encontrar en la línea que va desde el Observatorio hasta el Senado toda


una serie de obeliscos y de estatuas que representan en varios siglos un programa que
es a la vez real, artístico y científico alrededor de la cartografía. Para el período antiguo,
véase Josef W. Konvitz, Cartography in France, 1660-1848. Science, Engineering
and Statecraft, Chicago, Chicago University Press, 1987.
157

La espada de Damocles

Nada es más irritante para los científicos que ver al público


rechazar toda forma de riesgo en materia de tecnología. Luego
de haber recibido con entusiasmo la causa de la moderniza-
ción, nos encontramos súbitamente tan pusilánimes que ya no
queremos aceptar el más mínimo producto químico, el más ino-
cente de los colorantes, la más segura de las manipulaciones
genéticas sin que se haya probado su total inocuidad. E incluso
en ese caso desconfiamos. Esta exigencia imposible de un
"riesgo cero" parece tanto más excesiva cuanto que ese mismo
púbUco bebe, fuma, conduce, crea, invierte, juega, construye
y especula - n o dudando en fiirtear con peligros mucho más
grandes. Lejos de evitar los riesgos, los busca con avidez. ¿Hay
que ver en estas actitudes contradictorias un crecimiento de lo
irracional? No necesariamente.
Cuando el sociólogo alemán, Ulrich Beck, propuso para des-
cribir nuestra época el término "sociedad del riesgo"', no que-
ría decir que vivimos una vida más peligrosa, sometida a más
azares que la de nuestros precursores, sino que a partir de ese

' Ulrich Beck, La Société du risque: Sur la voie d'une autre modernité, Paris,
Flaininarion, 2003 [Hay traducción al español: Ulrich Beck, La Sociedad del riesgo:
Hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós Ibérica, 2006],
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

momento era imposible creer que las técnicas y las industrias


nos permitirían escapar de todos los peligros. Se pueden trasla-
dar los riesgos a otras generaciones, a otros países, a otras es-
pecies, pero no se puede hacer que desaparezcan gracias a un
juego de manos. A la producción desigual de los "bienes", hay
que agregar; decía Beck, la desigual distribución de los "males".
Lo nuclear, por ejemplo, no nos libra de toda preocupación,
aunque nos embarca en una experiencia delicada que reclama
cuidados y precauciones. La lección no corría el riesgo de pa-
sar inadvertida porque su libro apareció en Alemania justo en
el momento de Chernobyl...
Entrar en la sociedad del riesgo no significa entonces que
corramos hoy más peligros que ayer, ni que el público deje de
tener confianza en las ciencias y técnicas, sino que éstas ya no
escapan a la suerte común. Ya no están por im lado los riesgos
"objetivos", que especialistas calculan para nosotros, y por el
otro riesgos "subjetivos", vanos fantasmas que unos pollos mo-
jados proyectan sobre certezas indiscutibles. Nos burlábamos
antaño de "nuestros ancestros los galos" que tenían miedo de
que el cielo cayera sobre sus cabezas: ¡con el calentamiento
global, sabemos ahora que el cielo puede caer sobre nuestras
cabezas en cualquier momento! Todos estamos obhgados a do-
mesticar en común las consecuencias desconocidas de nues-
tras acciones.^
Es inútil protestar contra la irracionalidad de las pobla-
ciones o lamentar la incapacidad del espíritu humano para
comprender los razonamientos probabilistas. Es mejor forjar
un vocabulario que permita comparar los tipos de riesgos y que

^ La empresa no es nueva como puede verse en el bello libro de lan Hacldng, The
Taming of Chance, Cambridge, Cambridge University Press, 1990: sin embrago, ya no
se trata de calcular el azar sino de repartirlo [Hay traducción al español: lan Hacking, La
domesticación del azar, Barcelona, Gedisa, 2006).
LA ESPADA DE DAMOCLES
159

entable de ese modo una discusión razonada. Es todo el inte-


rés de un trabajo, también venido de Alemania, en el que dos
especialistas de la evaluación tecnológica lograron nombrar a
los monstruos a los que debemos enfrentamos inspirándose en
personajes de la mitología griega.®
Para llevar a cabo ese proyecto, no podemos conformar-
nos con las dos dimensiones habituales: la probabilidad del
acontecimiento y la amplitud de los deterioros esperados. A
ellas hay que agregarles seis más que son la naturaleza de la
incertidumbre en la que nos encontramos para calcularlas; la
difusión geográfica de los efectos potenciales; la persistencia
de esos efectos a través de las generaciones; su reversibilidad,
el tiempo de latencia entre la causa y la consecuencia; en fin, el
carácter chocante o no de los daños infligidos que facilita o ra-
lentiza la movilización militante. Armados con estas variables,
los autores del estudio afirman poder dominar todos los riesgos
y hacer que salten como los leones a través de un círculo de
fuego.
Los riesgos del tipo "Espada de Damocles", por ejemplo, ya
no deben confundirse más con los del tipo "Cabeza de Medusa"
de lo que los riesgos "Casandra" se confunden con los "Caja de
Pandora", ni las "Pitonisas" con los "Cíclopes". La explosión
de una central nuclear o el impacto de un meteorito son a la
vez muy poco probables y devastadores en sus consecueiicias,
pero su débil probabilidad se deja calcular fácilmente, aunque
el momento preciso sea imposible de prever: es la espada de
Damocles. La influencia de las líneas de alta tensión o de los
teléfonos móviles sobre la salud, en cambio, parece tan por
debajo de los umbrales de detección que los laboratorios

Andreas Klinke y Ortwin Renn, Prometheus Unbound. Challenges of Risk


Evaluation, Risk Classification and Risk ¡Management, Bade-Wurtemberg, Akademie
für Teclmikfolgenabschätznng, n° 153, noviembre de 1999.
160

deben confesar su ignorancia, y sin embargo, a pesar de los


deterioros invisibles, hay aquí riesgos que fascinan tanto como
la cabeza de Medusa. Si, como para los cambios climáticos, las
consecuencias son terribles, la probabilidad tanto como la in-
certidumbre muy grandes, y el retraso entre la causa y el efecto
muy largo, es la ocasión para que Casandra se queje sin que la
escuchen. Algunas industrias, con la diseminación de ciertos
productos químicos, abrieron la caja de Pandora llena de ma-
les no siempre graves aunque sí difusos, persistentes, y que no
pueden indemnizarse fácilmente. ¿Qué decir de ciertos tipos de
peligros, como los creados por el genio genético, del que no sa-
bemos ni el impacto potencial ni la probabilidad de que suceda,
y que parecen tan ambiguos como los oráculos de la Pitonisa?
Cada vez es otra combinación de variables y por lo tanto
otro proceso de discusión para dominar el tipo de riesgo y
llevarlo hacia un terreno en el que investigadores, militantes y
políticos podrán comenzar a comprenderse. Estamos lejos de
la estéril oposición entre riesgos percibidos y riesgos reales.
Es mejor que los investigadores se acostumbren: la discusión
sobre los riesgos se convirtió en una de las formas nuevas de la
vida democrática y de la política científica a la vez.

Octubre de 2000
161

¿Hasta dónde debe


llegar el debate público?
¡Hasta el cielo!

¿Hemos perdido la inocencia? Eso es lo que afirma un con-


sejero de Estado, Max Querrien, en el muy oficial diario de los
Anuales des ponts et chaussées: "Sin duda el TGV Méditerranée
será el último operativo de infraestructura que el Estado habrá
emprendido con la conciencia tranquila, por no decir con la
inocencia, que puede habitar el espíritu de los responsables
cuando, libres de toda duda acerca de la utilidad pública, se
alistan para abrirse camino serenamente entre la lógica de
proyecto y la legitimidad social, esta última de antemano ase-
gurada por el respeto de los procedimientos clásicos"'. Luego
del caso de la sangre contaminada^ y la crisis de la vaca loca,
las controversias sobre los proyectos de autopistas o de TGVs

' Citado en el artículo de Jean-Michel Fourniau, "La portée des contestations du TGV
Méditerranée", en el número de Écologie politique, n° 21, 1997, p. 61. Sobre el mismo
asunto del TGV, véase también la tesis muy profundizada de -Jacques Lohve: "La mise en
œuvre controversée d'une politique de réseau: Les contestations du TGV Méditerranée",
Tesis doctoral en ciencias poKticas, Universidad MontpelUer I, 1997 (pubUcada.en 1999
por L'Harmattan).
Marie-Angèle Hermitte, Le Sang et le droit. Essai sur la transfusion sanguine,
Paris, Le Seuil, 1996.
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

ponen en duda la capacidad del Estado para definir el bien


público. Decididamente, estamos en otro mundo, pero los
procedimientos que permiten que entendamos la nueva forma
todavía no aparecen con claridad.
El número 21 de Écologie politique (revista muy útil cuya
reaparición debemos celebrar) permite determinar el grado de
evolución de lo que se ha acordado llamar el "debate público".
Para impedir que la sospecha genere dudas sobre la calidad de
sus decisiones técnicas, el Estado multiplica sin cesar, desde
hace quince años, los procedimientos que permiten que el pú-
blico dé su opinión. Una regla implícita parece presidir estas
innovaciones sucesivas: cada vez que un procedimiento nuevo
se pone en marcha, va más por encima del precedente, descien-
de más por delante en las consideraciones técnicas y ¡se toma
más tiempo!®
Las primeras inspecciones públicas tenían como objetivo
proteger a los propietarios de las usurpaciones abusivas de
la administración. El proyecto técnico ya estaba allí, atado,
indiscutible: sólo se podía regatear en el margen. Gracias a la
ley Bouchardeau de 1983, se puede ir más lejos, porque el co-
misario investigador registra las opiniones que pueden muy rá-
pidamente desbordar el estrecho marco de la solución técnica
propuesta.'' Este desbordamiento, por otro lado, llevó, en 1992,
a la puesta en marcha de un rmevo procedimiento llamado "de
la circular Bianco", propio de las autopistas y de las vías ferro-
viarias. Por esta formula, se abría la discusión mucho antes de

El ejemplo más sorprendente lo da la ley Bataille sobre los desechos nucleares.


Véase la obra de Yannick Bartlie, Le pouvoir d'indécision: La mise en politique des
déchets nucléaires, Paris, Économica, 2006.
' Xavier Piechaczyk, en el mismo número de Écologie politique, pp. 43-60, tuvo la
feliz idea de estudiar a esa población de comisarios investigadores, nuevos mediadores
cuyo rol todavía incierto prefiguró bastante bien el futuro poder sumarial que permitirá
acompañar la experiencia colectiva.
¿HASTA DÓNDE DEBE LLEGAR EL DEBATE PÚBLICO?... j^gg

la fase del trazado -sometido más tarde a la investigación pú-


blica. Procedimiento paradójico, con efectos políticos inespe-
rados®, porque agitó a toda una región, cuando el trazado sólo
amenazaba a los ribereños. Sin embargo, a pesar de la apertura
de las elecciones, la solución técnica permaneció intacta: se
puede rechazar o aceptar el TGV o la autopista, ¡pero no se pue-
de transformarlos en bicisendas!
Tres años más tarde, en 1995, la ley Barnier innovó todavía
más instituyendo la Comisión nacional del debate público que,
en esos momentos, dio sus primeros pasos en el nuevo puerto
de El Havre. Esta vez, ya no se cxientan las investigaciones en
meses, sino en años; ya no se decide sólo sobre el trazado y
sus variantes, sino sobre la propia solución técnica y sobre
las alternativas que podrían encontrársele; ya no se moviliza
a particulares contra proyectos ya dibujados, sino ciudadanos
que se enfrentan en nombre de los diferentes mundos posibles
que pretenden habitar. La diferencia entre el innovador, el di-
señador, el ñnanciador, el utilizador y el ribereño disminuyó
un poco. A fuerza de pequeñas modificaciones, el modelo de
decisión pública comienza a cambiar.®
Antes, el tecnócrata reunía en su mano los tres poderes:
técnicos, políticos y administrativos. Era la era de la inocencia
de la que hablaba Max Querrien. Una vez que la instrucción del
expediente había terminado, se tenía entre las manos a la vez
el buen procedimiento, la mejor solución técnica, y el interés
general. El ribereño, reducido a sus intereses y a su ignorancia,
sólo podía negociar sus indemiiizaciones o hacer que se levan-

Efectos que estudia Sandrine Rui, Écologie politique, 1997, n° 21, pp. 27-42.
" Los especialistas de la política pública no se ponen siempre de acuerdo sobre
la amplitud de estos cambios, véase por ejemplo Pierre Lascoumes, Éco-pouvoir.
Environnements et politiques, Paris, La Découverte, 1994.
228
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

taran muros antirruidoJ Hoy, los procedimientos se inventan


de a poco, el interés general está todavía por hacerse, las so-
luciones técnicas se abren en medio de controversias cada vez
más intensas. El tecnócrata se da cuenta, no sin cierto estreme-
cimiento, de que ya no posee ninguno de los tres poderes: no
conoce de antemano el interés general, no conoce la naturaleza
de los hechos, no sabe qué procedimiento hará que su decisión
esté al resguardo de la sospecha.
Se puede plantear la hipótesis de que la institución del de-
bate público, introducida por medio del collage y el bricolaje
en un cuerpo administrativo que le era extraño, prefigura la de-
mocracia del futuro. Ésta será técnica o no será. Es decir que
tratará sobre las cosas tanto como sobre los humanos.
La diferencia se ve en las condiciones de aprendizaje. En el
antiguo modelo tecnocràtico, los ribereños amenazados por la
infraestructura, aprenden cómo defenderse de ellas, pero sus
promotores no tienen nada más que aprender: ellos saben.
Todo cambia cuando hablamos de la experiencia colectiva.
El aprendizaje concierne a todo el mundo. Nadie, al comienzo
de la investigación, sabe con precisión cómo está compuesto
el interés general, cómo encontrar la mejor solución técnica.
Justamente hay que aprender, investigar, experimentar. Hace
falta un procedimiento que permita una curva de aprendizaje
tan rápida y tan "virtuosa" como sea posible.
La reunión de Kyoto, ¿no ofrece el mejor ejemplo de estos
procedimientos nuevos? ¿No es raro ver reunidos en un con-
cino a jefes de Estado, lobistas, ecologistas militantes, inves-
tigadores de todas las disciplinas, para decidir la continuación

^ El ribereño estaba reducido a ese rol bastante triste simbolizado por el término, aíin
más triste, de NIMBY (not in my òac/ci/ard), romia contemporánea del incorregible egois-
mo del que, sin embargo, Muriel Tapie-Grime, Écologie politique, 1997, IL" 21, pp. 13-26,
demuestra además todas las ventajas políticas que los actores pueden extraer.
¿HASTA DÓNDE DEBE LLEGAR EL DEBATE PÚBLICO?... j^gg

que se le debe dar a esta inmensa experiencia colectiva a la


que llamamos "el recalentamiento concertado del planeta"? Un
concilio para decidir la manera en la que la Tierra debe girar, va
seguramente más lejos que la ley Barnier. ¡Esto representa un
cambio simpático con respecto al proceso Galileo! ¿Podemos
imaginar una asamblea que habría reunido en Florencia o en
Roma, hacia 1633, a los cardenales y a los príncipes, a los
matemáticos, astrólogos y astrónomos para decidir junto con
Galileo la caída de los cuerpos y la manera en que la llerra
debe girar? Comparando la asamblea de Kyoto con este cón-
clave imaginario, se pude medir bastante bien el cambio que se
esconde detrás de estas inocentes palabritas que son "debate
público".

Febrero de 1998
167

¿Hay que tenerle


miedo a los suizos?

¿Cuál es la peor pesadilla de im investigador? ¿Derramar sus


probetas? ¿Que la revista Nature le rechace un artículo? No. Es
ver que sus investigaciones se someten al voto de una asamblea
que decide, sin entender nada al respecto, si hay que prolongar-
las o no. La pequeña democracia suiza acaba de hacer que sas
científicos pasaran por esta ruda prueba al pedirle a la población,
gracias a im "referéndum de iniciativa popular", que vote a favor
o en contra de que se suspendan las investigaciones en genética
aplicada. Por suerte para los investigadores, la "votación" (¡con
una tasa de participación superior a la registrada en el referén-
dum contra la entrada de Suiza en Europa!) finalmente rechazó
la convocatoria de los que pensaban que ese tipo de investigación
era muy peligroso para el medio ambiente y la democracia suiza.
Los investigadores pueden continuar trabajando libremente -es
decir, b^jo el estrecho control de las potentes industrias farma-
céutica y agroalimentaria- ...
Al comienzo de la campaña, los científicos helvéticos no sa-
bían bien cómo comportarse. En efecto, aplicaban sin pensarlo
las perezosas costumbres adquiridas durante la guerra fría, y
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

continuaban dirigiéndose al público como si fueran iletrados en


clases del tumo noche. Según la antigua relación del público y
la Ciencia, a los suizos se les exigió respectivamente: que sostu-
vieran las investigaciones pagando regulannente sus impuestos;
que no trataran de intervenir en la selección de los programas de
investigación que se deciden únicamente entre científicos; que no
olvidaran tampoco apasionarse por los resultados de la Ciencia;
que sólo se interesaran por esos resultados bajo la forma debida-
mente sellada de la pedagogía; finalmente, y es lo más importante,
que consideraran sus inquietudes y escrúpulos como cuestiones
subjetivas y personales que sólo comprometen su fuero interior
Comprendemos que, provistos de semejaiite concepción del
púbUco, los portavoces de la Ciencia hayan tenido algunas difi-
cultades para convencer a su auditorio. En efecto, en el período
actual, no queda ningún trazo de ese venerable arreglo: la genética
aplicada se encuentra en los productos que la industria pone en el
mercado y hace ya un tiempo que no son tínicamente los impues-
tos los que la financian; los industriales, y ya no sólo los científi-
cos, deciden soberanamente los programas de investigación que
deben seguir adelante; los riesgos para la salud y para el medio
ambiente impiden que el público reduzca a pura admiración su in-
terés por los resultados que salen de los laboratorios; finahnente,
el público se niega obstinadamente a considerar las cuestiones de
valor como un simple asunto personal, como una religión íntima,
sin relación con la naturaleza de las cosas. Los suizos, cosa espan-
tosa, parecen considerar la ciencia como una cuestión de política
ordinaria sometida a los procedimientos habituales de selección
colectiva del bien común.'
Por supuesto que tienen razón si consideramos que con la

' ¡Francia, país infinitamente más ilustrado que Suiza, sólo reunió en la Sorbonne, en
junio, para discutir estas mismas cuestiones, a quince personas elegidas como "repre-
sentativas" por medio de un procedimiento de sondeo!
¿HAY QUE TENERLE MIEDO A LOS SUIZOS?

genética aplicada el conjunto del mercado -por intermedio de


los bienes puestos en venta-, del medio ambiente -por el rela-
jamiento de los organismos que poseen su propia dinámica-, de
la población -por las modificaciones de la competencia entre los
vivos-, en resmnen, toda la Suiza está incluida, al menos poten-
cialmente, en la experiencia de difusión de los organismos gené-
ticamente modificados. Por mucho que digamos entonces que los
rudos montañeses, sus ancestros, practican ese "biopoder" desde
el neolítico, que se han tomado todas las precauciones para loca-
lizar y confmar a los genes, que la prosperidad helvética depende
de esas industrias, no deja de ser menos cierto que los suizos se
han vuelto, todos, colaboradores de ima experiencia colectiva de
enormes proporciones y que es bastante normal que participen
de las decisiones que los conciemen en primer lugar a ellos, a sus
vacas, a su pasto, a sus montarías y a sus balcones ñoridos.
Desgraciadamente, no existe una concepción tan expandida de
lo político que corresponda a esta gran loable preocupación. Los
investigadores, por su parte, todavía viven con la idea de que la
Ciencia modestamente define sólo los hechos, lo que, como reco-
nocen de buena gana, no alcanzará para decidir sobre cuestiones
morales y políticas que dejan a otras personas más competentes
que ellos. Es en nombre de esta modestia que los investigadores
exigen poder continuar con sus trabajos sin que unos ignorantes
voten para impedírselo. Cada vmo en su campo de trabajo -los
científicos se ocupan de los hechos, los políticos de los valores-y
las vacas estarán a salvo.^
El malentendido es total, porque es justamente esta visión
modesta y voluntariamente delimitada de la Ciencia lo que hoy se
cuestiona. Los suizos partidarios de la interrupción de las investi-

^ N. de la T.: La expresión proviene del proverbio francés "À chacun son métier, les va-
ches sont mieux gardées" que literalmente significa "Cada uno a su trabajo y las vacas es-
tarán mejor cuidadas" cuyo equivalente en español podría ser "Zapatero, a tus zapatos".
170

gaciones afirmaban justamente que los científicos -bajo el manto


de los hechos- comprometían a toda la Suiza en una decisión
sobre los valores que a ellos les parecían inaceptables. La falsa
modestia de los científicos es lo que justamente se ataca. "Ustedes
sostienen que no resuelven todos los problemas, nosotros cree-
mos a la inversa que los resuelven demasiado rápido, ¡dígannos
en qué Suiza querrían ustedes que viviéramos!", esto es lo que los
partidarios del sí le gritaban a los científicos que continuaban ha-
ciendo como si no supieran hablar de política.
El procedimiento hubiese tomado un giro más prometedor
si aceptábamos considerar que todos -investigadores, políticos,
industriales y simples ciudadanos- hacían simplemente "política
científica". Este término híbrido indica bastante bien lo que no va
más en el antiguo modo de repartición entre ciencia y política. Lo
que liasta aquí le era reservado a unos pocos burócratas y manda-
rines que discutían en un cuarto ceirado sobre qué investigacio-
nes conviene interrumpir y cuáles conviene desarrollar, se extien-
de hoy al conjunto de la población. Porque todos nos hemos con-
vertido ya sea en los investigadores, ya sea en los cobayos, ya sea
en los que deciden, en todo caso en los "colaboradores" de una
experimentación de laboratorio a escala de un país, a todos nos
corresponde hacer política científica y decidir, para retomar una
expresión de Imre Lakatos, qué programas de investigación serán
fecundos y cuáles serán estériles.® A partir de ahora, la cuestión ya
no es saber quiénes son los científicos y quiénes son los políticos,
sino quién hace buena y quién hace mala política científica.

Septiembre de 1998

Imre Lakatos, Histoire et méthodologie des sciences. Programmes de recherche


et reconstruction rationnelle, Paris, PUF, 1994.
171

Por un derecho a la
controversia científica

¿Cómo hacer para que ni investigadores ni periodistas deci-


dan ellos solos qué es verdadero y qué es falso? La trampa está
bien montada, el resorte muy tirante, los investigadores caen in-
cluso sin darse cuenta y cuanto más se mueven más se estrechan
las redes y más los ahogan. En im libro notable, que todo inves-
tigador al que invitan a la tele debería leer antes de meterse en
la boca del lobo, una lingüista del CNRS', Marianne Doury, tuvo
la astuta idea de transcribir ima veintena de emisiones sobre las
paraciencias de las que infelices escépticos aceptaron partici-
par.^ El análisis meticuloso no trata sobre el fondo del debate - a
favor o en contra de las paraciencias- sino sobre la estructura de
la argumentación. El resultado de este estudio de retórica -en el
sentido noble de la palabra- es terrorífico.

' N. de la T.: El CNRS, Centro Nacional de Investigación Científica, por sus siglas
en francés, es un organismo público de investigación, un establecimiento público de
carácter científico y tecnológico, bajo la tutela del Ministerio de Enseñanza Superior e
Investigación.
^ Marianne Doury, Le débat immobile. Largumcntation dans le débat médiatique
sur les parasciences, Paris, Kimé, 1997.
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

Los periodistas y sus séquitos de magos, videntes, astrólo-


gos y otros dianéticos, venden gato por liebre, sin dejarle ni la
más mínima chance a los pocos representantes de la ciencia
llamada "oficial". Los científicos no sólo son casi siempre mi-
noría sino que, además, les han birlado todas y cada una de sus
armas. Si critican la astrologia, les hacen notar con altura que
no tienen ninguna competencia ¡porque ni siquiera son astró-
logos! Si utilizan términos simples, sus adversarios los ahogan
bajo una multitud de términos técnicos. Si apelan a la convic-
ción unánime de los científicos, los periodistas y sus invitados
claman a viva voz que se trata de un complot y ¡llegan incluso a
invocar- el caso Galileo, poniendo a la numerologia o a la para-
kinesis en el papel de víctima modesta que la historia vengará
algún día! Emisión tras emisión, las paraciencias recurren al
argumento de autoridad, utilizan el prestigio de las revistas, la
humilde sumisión a los hechos, la experiencia metódica contra
los investigadores que tienen a sus diplomas por armaduras
¡a quienes se acusa de ser solamente "pseudocientíficos"! Las
paraciencias en la Tele logran marginalizar la ciencia... Si en
un último momento de indignación, los escépticos vencidos se
burlan de la credulidad pública, muy pronto los magos y viden-
tes invocan a los "millones de simplones" que están detrás de
ellos y que seguramente no pueden equivocarse todos al mismo
tiempo.
Efectivamente, como lo indica el título de Marianne Doury,
se trata de "un debate inmóvil", porque los paracientíficos se
aprovechan con maestría a la vez de todos los recursos utili-
zados hasta aquí por la ciencia y, al mismo tiempo, de toda la
fuerza de las masas que los siguen y cuyo punto de vista preten-
den expresar en su lucha contra la ciencia. Ya le encontraron la
vuelta. ¿Cómo puede debilitarse tanto la prueba de los hechos,
ima vez puesta en escena en un estudio de televisión? Frente
a las cámaras, los argumerrtos más poderosos se parecen a sa-
POR UN DERECHO A LA CONTROVERSIA CIENTÍFICA ^ Y g

bles de madera. Definitivamente, el antiguo modelo de la razón


científica ya no parece capaz de luchar en igualdad de condicio-
nes con el de la razón mediática.
El caso juzgado el 12 de mayo último por el tribunal de gran
instancia de París nos ofrece otro ejemplo de esta desigual-
dad. Un periodista de TFL pasó un film sobre Nueva Guinea,
que pretendía representar uno de sus "primeros contactos"
que los medios esperan ávidos. ¡Salvajes de la era de piedra
se encontraban por primera vez con hombres blancos ante la
mirada de la cámara! Todos los clichés racistas se acumulaban
allí según los mitos más puros del siglo XIX: ¡esos bárbaros
amenazantes se sorprendían de que una llama les quemara los
dedos, cuando nuestros ancestros comunes dominan el fuego
desde hace 500.000 años!; ellos sólo conocen las herramientas
de piedra -que los otros abandonaron luego de la segunda gue-
rra mundial-; ¡apenas si sabían servirse de una cuchara -que
éstos emplean sin la más mínima dificultad- y vivían en un valle
desconocido que administradores, misionarios y etnólogos vi-
sitan desde hace 30 o 40 años! Preocupado, a pesar de todo, por
no pasar el film sin que antes lo peritaran, el periodista había
pedido con anterioridad la opinión de los antropólogos espe-
cialistas en Nueva Guinea. Carcajada general. Ninguna duda, es
una falsificación mal hecha. Algunos de los personajes del fUm
son incluso conocidos de los investigadores. No hay más "pri-
mer contacto" en este film de lo que hay de pueblo de la era de
piedra en esta parte del mundo.® Si decide pasarlo de todas for-
mas, dicen los etnólogos, avise que se trata de una "ficción".

La única Irerramienta de piedra que se muestra en el film acaba de ser fabricada


pero al revés, como lo sefialan los tecnólogos. No hay nada sorprendente ¡porque esos
pueblos hace tiempo que las han abandonado! Tanto más vale pedirle a un joven criador
del Bourbonnais que muestre cómo pasarle el yugo a los bueyes. Es mejor ir a buscar ese
saber al Museo de artes y tradiciones populares.
228
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

Ahora bien, TFL pasa el film como si fuera un documental


sin advertir que suscitó al menos las "reservas" de los antropó-
logos. Escuchando sólo lo que les dicta el corazón, e ignorando
el derecho, los investigadores protestan en un comunicado.
¿Qué piensan que sucedió? Utilizando un procedimiento que
se inventó en primer lugar para ponerle freno al poder de los
periodistas, el periodista acusa de difamación a uno de los que
protestan y, como era de esperarse"*, gana. Los investigadores
se ven atrapados y juran, aunque un poco tarde, que no los
volverán a atrapar®, mientrgis que en los teleespectadores se
refuerzan las ilusiones racistas sobre la existencia de tribus lo
suficientemente primitivas como para ignorar el metal y la sal y
para tomar a los hombres blancos por los salvadores misterio-
sos que están finalmente allí para hacerles dar el último paso
hacia la civilización.
Aquí también, bajo pretexto de luchar contra la "ciencia
oficial", los periodistas creyeron poder ignorar la opinión de
los investigadores. Si son unánimes, es porque se equivocan. Si
afirman algo, ¡están equivocados! Como en el caso de las para-
ciencias, vemos cuál es el punto débil. O bien se trata de una
ficción y los científicos en efecto no tienen por qué protestar en

Científicos estén atentos, el código penal en ese aspecto no permite ambigüedades.


La difamación permanece totalmente independiente de la veracidad de los hechos invo-
cados. Por otro lado, la mala fe se supone siempre. El defensor tiene diez días y sólo diez
días para notificar que quiere que se lo admita para probar la veracidad de los hechos
difamatorios. Pasado ese plazo, todavía puede revocar el cargo de mala fe, pero ya no
podrá para ello utilizar la veracidad de los hechos. Dos consejos prácticos: no olviden
la regla de los diez ch'as; conserven siempre una copia escrita de los peritajes que les
solicitan los medios masivos de comunicación.
N. de la T.: El autor retoma literalmente mros versos de la fábula de La Fontaine "El
cuervo y el zorro", donde se dice "mais un peu tard qu'on ne les reprendra, plus"
("aunque un poco tarde, ciue no lo volverán a atrapar". Aquí, el cuervo adulado por el zo-
rro quiere demostrar su bella voz y deja caer el cjueso que sostem'a con su pico. El astuto
zorro, entonces, se queda con el queso y el cuervo, avergonzado y un poco confundido,
jura, un poco tarde, que no se dejará atrapar otra vez.
POR UN DERECHO A LA CONTROVERSIA CIENTIFICA
175

nombre de la exactitud de los hechos.® O bien se trata de un do-


cumento nuevo que un observador logró obtener mientras que
los mejores científicos no lo lograban. Sucede todos los días,
unos aficionados descubren cometas, piedras, filones, cuevas
que se les escaparon a los especialistas. Preciosos documen-
tos que aceptamos discutir públicamente con aquellos cuya
autoridad pretendemos derrocar. Ello no sólo derivaría en una
ciencia mejor, sino en buena televisión.
Si ya no hay que permitir que los investigadores pontifiquen
en la pantalla sin que se los interrumpa, también hay que im-
pedir que los periodistas decidan qué es verdadero y qué es
falso, evitando los riesgos de la discusión. Sin la creación de un
verdadero derecho a la controversia científica en los medios de
comunicación, el debate será siempre "inmóvil".

Octubre de 1997

'' La única vía legal que probablemente se debería haber seguido es una denuncia por
difamación contra TFl por parte de las organizaciones antirracistas o por parte de los
representantes legales de Nueva Guinea.
\Ti

Política local y
ecología práctica

Lo sabemos desde Rousseau, el primero en haber cercado


un campo se constituyó en el origen de todas las desgracias de
la humanidad. ¡Ahora descubrimos que lo mismo sucede con
las desgracias de la animalidad! En efecto, puede verse en va-
rias regiones de Kenya, vastos parques privados o públicos, con
una sólida barrera que impide la entrada de cazadores furtivos
y la salida de la fauna salvaje. ¿El resultado? En algunos años,
el parque autónomo y cerrado, ¡se vacía de todo tipo de vida
animal o humana! Toda la actividad se desplaza hacia afuera
de los espacios cercados... Sobrepoblada, sobreexplotada,
privada de los rebaños de pastores de los que se la quería pre-
servar, la naturaleza no ha sido preservada, todos los animales
murieron o emigraron; en cuanto a los turistas, se evaporaron
con los animales salvajes. Expulsados del parque, excluidos de
las fuentes de agua, detestando aquello que llaman la "gana-
dería del gobierno" que destruye su plantación, los habitantes,
al convertirse en cazadores furtivos, hacen que las bestias
paguen. Así, al querer proteger a los animales eliminando a
los humanos, se los alza a unos contra otros y lo que fue un
228
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

rico ecosistema en el que los pastoralistas y la fauna salvaje se


mezclaban desde hacía algunas decenas de miles de años se
transforma en desierto.'
En un Ubro apasionante, investigadores y activistas reunie-
ron su experiencia sobre lo que se llama en inglés "community
based conservation" y que podría traducirse como "arraiga-
miento local de las políticas de preservación".^ ¿Preservación
de qué? No de la flora aislada, tampoco de la fauna sola. Sino
más bien de la economía conjunta de los seres humanos y de
sus comensales. Se trata de mantener la existencia de una mez-
cla curiosa de ecología y economía, sin hacer justamente mu-
cha distinción entre ambas. Y, lo que es más sorprendente toda-
vía, sin hacer mucha diferencia entre los países desarrollados
y los países en vía de desarrollo. La intrincación de humanos y
no-humanos es tal en ambos casos que preservar la fauna salva-
je significa casi siempre preservar un modo de vida, un paisaje,
una cultura, es decir, lo que llamaríamos hoy un patrimonio.®
¿Pero se trata realmente de una preservación? No, los auto-
res del libro nos lo nmestran bien, porque esos militantes tienen
que modificar completamente la base económica que permite

' En nn libro deslumbrante, Alston Chase, Playing God in Yellovjstone. The


Destniction of America's First National Park, New York, Harcourt Brace, 1987, ya
había contado las desgracias de un parque cuyos fundadores habían querido eliminar a
los Indios sin darse cuenta de que eran ellos los que moldeaban el paisaje desde siempre.
Queriendo volver a la época de "antes de Colón", el parque de "antes del hombre" ¡se
convirtió en un artefacto highl tech que requiere de la continua intervención reparadora
de los rangers!
" David Western, R. Michael Wright y Shirley Strum (obra dirigida por), Natural
Connections. Perspectives in Community-based Conservation, Washington DC,
Island Press, 1994.
Véase el artículo de Philippe Descola, "Les cosmologies des Indiens d'Amazonie",
La Recherche, vol. 292, 1996, pp. 62-68, que nos recuerda de manera muy útil que la
naturaleza no es una categoría indiscutible ni entre los Indios de Amazonia, ni en las
sociedades industrializadas. De allí la imposibilidad antropológica de una preservación
"de la naturaleza".
POLITICA LOCAL Y ECOLOGIA PRACTICA
179

que las comunidades locales subsistan, y esas trausformacio-


nes no pueden hacerse sin un saber ecológico de punta. Lejos
de mantener intactos intercambios supuestamente armoniosos,
la política local de conservación exige, al contrario, numerosas
innovaciones a la vez en economía, en funcionamiento político
y en ciencia de la ecología. Es el único medio de obtener lo que
resume un hijo mayor de los Masai al final de una baraza ritual,
reconciliando a los responsables del parque con los pueblos
que lo rodean, luego de una historia local muy atormentada:
"La fauna salvaje volvió a convertirse en nuestra segunda gana-
dería. Podremos ordeñarla cuando nuestras vacas ya no tengan
leche a causa de las sequías. El parque nacional ganó dos mil
pares de ojos para localizar a los cazadores furtivos" (p. 36).
Por medio de un sabroso giro de la historia, el primer autor
de este libro se convirtió, desde hace algunos años, en el suce-
sor de Richard Leakey a la cabeza del Kenya Wildlife Service.
Ecologista de gran renombre, que siguió durante un cuarto
de siglo las aventuras del ecosistema del parque nacional de
Amboseli, lo vemos ahora a cargo de un puesto eminentemente
político. La experiencia colectiva que provocó y que todavía
está en curso brinda la mejor prueba para las tesis del libro.''
¿El arraigamiento local de las políticas de preservación mo-
difica la evolución de la flora, de la fauna, de las culturas, de
los turistas y de los Estados nacionales en busca de divisas?
Abandonando la idea de un parque natural aislado de toda "po-
lución" humana, ¿lograremos favorecer a la vez a los árboles,
a los elefantes, a los jóvenes Masai, a los turistas japoneses, a
los potentados locales, y a los rebaños de vacas domésticas que
pastan al pie del Kilimanjaro?

Una filósofa inglesa, Cliaris Thomson, sigue de cerca esta experiencia y le agra-
dezco su prepublicación "Community-Based Conservation and Science", University of
California San Diego, 20 de mayo de 1996.
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

El ejemplo de los elefantes es significativo. Furtivamente


cazados en todos los demás lugares, se juntaron en rebaños
en el parque al punto de destruir todos los árboles, lo que mo-
dificó el paisaje y el curso de las fuentes hasta hacer huir a los
predadores privados de resguardo, lo que hizo que huyeran los
turistas desanimados por ese paisaje lunar y por la ausencia
de leones... Pero excluir a los elefantes del parque implica que
sus inmensas rutas migratorias pasen a través de los shambas
de los masais sedentarizados a medias y de acuerdo con ellos.
¿Cómo exigirles a los cultivadores que protejan a los elefantes?
¿Cómo convencer a los elefantes de que las antiguas rutas mi-
gratorias son nuevamente seguras y que no tienen que pisotear
los shambas? ¿Cómo convencer a los turistas de que vuelvan?
Cosa sorprendente, lo que es cierto sobre el parque parece
serlo aún más sobre la ciencia ecológica. Una ciencia autóno-
ma protegida de todas las pequeñas pasiones de la política
local ¡parece consumirse incluso más rápido que un parque!
En efecto, así como los rebaños de vacas son indispensables
para la supervivencia del ecosistema (según el dicho local "la
ganadería fabrica los árboles y los elefantes fabrican el pasto"),
la presencia de los masais, de sus exigencias económicas, de
su saber, de su desconfianza hacia las promesas no cumplidas
del gobierno central, son indispensables para la recolección de
datos. Hay aquí una paradoja que obliga a modificar todo lo que
creemos saber sobre la objetividad de las ciencias así como
sobre la larga convivencia de los humanos y de las grandes
sabanas de África del Este. La idea de una naturaleza intacta,
inhumana, soberbia, a preservar por sí misma - o más bien para
el ojo de los turistas y el fusil de los primeros colonos británi-
cos- parece tan extraña hoy como la de una naturaleza obje-
tiva, intacta, inhumana, a conocer por sí misma - o más bien
¡para enriquecer los curriculum vitas de los investigadores del
Oeste!- Así como la nueva barrera ya no pasa entre los parques
POLÍTICA LOCAL Y ECOLOGÍA PRÁCTICA 2 8 1

(sin seres humanos) y su medio ambiente (sin fauna salvaje),


la distinción ya no pasa quizá por una ciencia (sin subjetividad)
y un contexto social (sin saber preciso). El elefante, animal
"carismàtico" si los hay, ofrece aquí el mejor ejemplo, porque
los conocimientos producidos acerca de él difieren según si lo
tomamos por él mismo, a riesgo de negar sus efectos devas-
tadores sobre la vida local, o "por los otros" ¡haciendo de sus
rutas migratorias el vector del desarrollo local! Rica en parado-
jas político-científicas, la experiencia de David Western segura-
mente se beneficiará de las experimentaciones colectivas que
se llevan a cabo en Francia en y alrededor de los parques que
ahora dudamos en llamar "naturales".

Marzo de 1997
183

¡Contra la reacción morena!"

"Traicionan a la Ciencia y a la Razón". Ése es el título del


libro escrito por dos célebres ecologistas estadounidenses,
Paul y Anne Ehrlich, que además son apasionados militantes
del ecologismo.' ¿Un nuevo panfleto contra la sociología de
las ciencias? ¿Una nueva contribución a la lucha contra el irra-
cionalismo? No exactamente. El subtítulo indica hacia dónde
apuntan. "Cómo la retórica de los nvovimientos antiambien-
talistas amenaza nuestro futuro". Argumento tras argumento,
los autores responden a lo que llaman el "brownlash" y que
podríamos traducir por "la reacción morena" contra todos
los movimientos Verdes.^ En efecto, luego de que los científi-
cos, los periodistas, los movimientos sociales y los políticos

' Paul R. Ehrlich y Aiuie II. Ehrhch, Betrayal of Science and Reason. How Anti-
Environmental Rhetoric Threatens Our Future, Washington, DC, Island Press,
1997. Paul Ehrlich alentó mucho, en los años 1970, la noción de explosión demográfica.
Para un cuadro de las diferentes esferas de influencia del ecologismo estadounidense,
véase Martin W. Lewis, Green Delusions. An Environmentalist Critique of Radical
Environmentalism, Durham, Duke University Press, 1992.
^ "Brownlash" está construido a partir de "backlash", que quiere decir vuelco inespe-
rado, reacción imprevista, contrafuego.
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

se entusiasmaron durante quince años con la protección del


medio ambiente, asistimos en toda América -pero también en
Francia®- a una reacción contra las exageraciones de los "ver-
des", contra sus predicciones apocalípticas y, más en general,
contra los principios de desarrollo que proponen.
Los Ehrlich tienen una respuesta absolutamente lista para
este contrafuego inesperado: poderosos intereses compraron
los medios de comimicación, tergiversaron los hechos, co-
rrompieron a los investigadores, turbaron con controversias
artiñciales el débil espíritu de los políticos y, sobre todo, se
aprovecharon de la ignorancia masiva del público respecto
de todo lo que es cientíñco. Esta retórica anticiencia amenaza
por lo tanto rmestro futuro. Algo hay que responderle. ¿Con
otra retórica? ¿Con otros intereses, otras coaliciones? No, por
supuesto que no, con una ciencia segura de sus conocimientos,
conciente de sus límites, protegida contra los intereses de las
grandes firmas, y abocada al bien público.
Todo el interés del libro proviene del hecho de que se debate
constantemente entre un modelo tradicional de las relaciones
entre ciencia y política, y obligaciones nuevas que son visible-
mente las de la ecología política. Estos conflictos, así como la
incapacidad de los autores de sacarles provecho, probable-
mente explican el silencio repentino de los Verdes, y la fuerza
de la "reacción morena".
Consideremos la más fuerte de estas tensiones. Término de

Como siempre en Francia, la reacción fue filosófica. El Mbro de Luc Ferry, Le Nouvel
ordre écologique (l'arbre, l'animal et l'homme), Paris, Grasset, 1992 [Hay traducción
al español: Luc Ferry, El nuevo orden ecológico (el árbol, el animal y el hombre),
Barcelona, l\isquets, 1994¡, autorizó a los franceses a no tomar más en serio a la ecología
política, así como las refutaciones violentas del darwinismo social les había permitido,
diez años antes, no tratar tan seriamente como correspondía a la sociobiologia. A causa
de estas dos reacciones epidérmicas, la política sigue siendo mücamente la de los huma-
nos y no la de la naturaleza.
"¡CONTRA LA REACCIÓN MORENA!" ^ g g

ciencia política, la palabra "consenso" sirve ahora para indicar


las formas de unanimidad de la comunidad científica. Pero los
autores saben bien que los investigadores nos conducen cons-
tantemente a romper el consenso provisorio, a modificar las
premisas de los modelos, a rectificar las previsiones. Saben el
rol enorme que jugaron en la consideración del medio ambiente
algunos pequeños equipos de investigación, contrarios muchas
veces a la ortodoxia de los climatólogos, de los químicos, de los
ingenieros agrónomos, de los geólogos. De allí surge una pri-
mera tensión. Para hacer reaccionar a los militantes, se nece-
sita una ciencia consensual, indiscutible. Pero para hacer que
la ciencia ande sobre ruedas, es necesario mantener el disenso
y desconfiar, como de la peste, de las ortodoxias de los exper-
tos." ¿Cómo salirse de una dificultad semejante? La primera so-
lución es clásica: "Porque semillas de duda y confusión fueron
sembradas por la reacción morena acerca de la calidad de las
previsiones de los ecologistas, los estadounidenses dudan de
si embarcarse en cambios que podrían implicar sacrificios o
molestias" (p. 23). Eliminemos a los malos reaccionarios y a
los científicos sobornados, nos encontraremos con la ciencia
indiscutible y podremos andar viento en popa. Sobre todo, no
hablemos de las controversias que corren el riesgo de turbar el
espíritu del público.
Sin embargo, algunas páginas más adelante, la solución es
totalmente diferente: "Aunque la investigación científica no
puede hacerse por consenso [...] la política científica sí debe
hacerse de esa foima. Así, en la mayoría de estos casos, la me-
jor apuesta de la sociedad es confiar en el consenso -aunque.

Véase, por ejemplo, la reflexión de Philippe Roqueplo, Climats sous surueillance.


Limites et conditions de l'expertise scientifique, Paris, Economica, 1993 y el articido
de Hervé le Treut, "Climat: pourquoi les modèles n'ont pas tort", La Recherche, n° 298,
mayo de 1997.
228 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

de vez en cuando, la minoría tenga razón y obligue al consenso


a cambiar. La sociedad en la mayoría de los casos no puede
permitirse actuar solamente sobre ideas científicas tiradas de
los pelos -que para la mayoría se revelarán falsas-" (p. 31).
Comprendemos la confusión del pobre pueblo: debe descon-
fiar de las vistas disidentes; no puede fiarse del consenso que
corre el riesgo de representar un lobby o un capricho; debe de
todas maneras apostar por el consenso, único medio de actuar
a largo plazo sin variar todo el tiempo; debe prepararse para
actuar rápidamente sobre las vistas disidentes todavía no del
todo probadas...®
¿Los autores van a explicarnos cómo nosotros, gente co-
mún, podremos salir de esta dificultad? ¿Hay que hacer que
las controversias científicas entren en los recintos políticos
-acostumbrados desde siempre a las controversias-? ¿Hay
que introducir en todos lados la noción de riesgo y de reparti-
ción del riesgo, a riesgo de modificar a la vez la definición de
la certeza científica y de la ley política?® ¿Hay que considerar
que estamos comprometidos en una experiencia colectiva que
exige la renovación de la noción de experto así como la de
investigador o usuario? Para nada. Los que se oponen a ellos
hacen uso de "retórica" y persiguen "intereses particulares".
La verdadera ciencia, la de ellos, persigue el interés general y
permanece conforme a la realidad de los hechos porque está
protegida contra el capitaüsmo... Cuanto menos política hace,
mejor se porta el científico.
Sin embargo, al final del libro, caemos sobre una nueva

Encontramos algunas de estas dificultades en la opinión de Axel Kahn, "Grandeur et


misère de l'expertise", La Recherche, n° 297, abril de 1997.
" Consultaremos provechosamente los trabajos que llevan adelante Claude Gilbert y
su red del CNRS, "Risques collectifs et situation de crise", que justamente buscan reno-
var las relaciones de la práctica y de la sociedad bajo la categoría de "riesgo".
"¡CONTRA LA REACCIÓN MORENA!" ^ g ^

solución. Encontramos en anexo bajo el título "el consenso


científico", una petición firmada por 1.670 investigadores que
pertenecen a "58 academias de ciencias" y que retoma el tono
más solemne y más político posible, con el objetivo de desper-
tar la conciencia universal: "Nosotros los firmantes, miembros
eminentes de la comunidad científica internacional, por la pre-
sente, prevenimos a la humanidad de lo que le espera. Un gran
cambio en la manera de servir al planeta y a la vida debe inter-
venir si queremos evitai' que el hombre sufra inmensas miserias
y que nuestro planeta sea mutilado" (p. 244).
Al querer conservar la teoría clásica de las relaciones entre
ciencia y política absorbiendo al mismo tiempo las contro-
versias sobre el medio ambiente, vemos cómo los autores se
enredan cada vez más. Decididamente, hay dos cosas que no
funcionan en la ecología política: ¡su concepción de la ecología
y su concepción de la política! Mientras que los "Verdes" no re-
tomen desde ambos lados los términos del debate, su silencio
frente a la "reacción morena" seguirá siendo ensordecedor..

Junio de 1997
189

Una sesión en la
Academia de Agricultura

¿Quién dijo que el regreso a la tierra debería traer siem-


pre la bucólica calma de las campiñas? Ésa no es la opinión
de este académico que, una vez vuelta la luz, se levanta
para protestar con cierta vehemencia contra la exposición
que acaba de escuchar: "Si entiendo bien, a nosotros que
hicimos la revolución verde, que renovamos la agricultura
francesa, introdujimos la modernidad en la más pequeña
de las granjas, ¿nos acusan de no haber hecho bien nuestro
trabajo, de haber matado el suelo, de haberlo esterilizado?".
Educadamente, el orador intenta atenuar la fuerza de su ex-
posición asegurando que no acusa a nadie. Sin embargo, el
amante de la ciencia no puede resistirse a pensar que es eso,
en efecto, lo que quiso decir. Las labranzas profundas, al eli-
minar las lombrices, habrían hecho que el suelo fuera inerte;
si las consecuencias no se miden todavía en términos de pro-
ductividad es porque la antigua tierra francesa vive de sus
adquisiciones: pero, por debajo de su brillante superficie, el
suelo habría perdido sus "bioturbadores", toda esa masa de
1 9 0 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

pequeños bulldozers que agitan la multitud de bacterias que


duermen en el suelo.'
Sobre ello, el presidente, luego de haber tomado la pre-
caución de decir que era "amigo de las lombrices", cierra muy
rápido la sesión asegurando que, lejos de las modas y de las
pasiones, "Dios reconocerá a los suyos"...
Lo que sucede es que los académicos, ese día, no se pusie-
ron de acuerdo sobre cuál debería ser su tipo de materialismo.
Se consagraron a la ñlosofía - e incluso a la metafísica experi-
mental. Los oradores, venidos de la biología, hacen que nue-
vamente pululen seres microscópicos cuya actividad modifica
profundamente la composición y la dinámica del suelo. Cuanto
más hablan, más complejo, activo, poblado, rico, intrincado se
vuelve el sófido trozo de tierra de la pedología - y su evolución
se vuelve más difícil de prever Al suelo moderno le sigue un
suelo, ¿cómo llamarlo?, posmoderno...
Uno de los investigadores, Patrick Lavelle, le ofrece a su pú-
bUco una nueva versión del cuento de la. Bella durmiente? Las
bacterias son tan numerosas en el suelo que pueden constituir
varias toneladas de materia orgánica por hectárea. Pero, priva-
das de todo medio para desplazarse, prisioneras de los trozos
de tierra entre los que el más pequeño es para ellas como una
gigantesca fortaleza, permanecen estériles, dolientes, durmien-
tes. Es que les falta el agua y la mucosidad indispensables
para su desarrollo. Para que se despierten, es necesario que el
Príncipe Azul venga a despertarlas con un casto beso. Cuando
finalmente aparecen, ¡lo hacen bajo la inesperada forma de

' El trabajo clásico de Charles Darwin conforma el volumen 28 de sus Œuvres com-
plètes, 1992, The Works of Charles Darwin, vol. 28: The Formation of Vegetable
Mould, Through the Action of Worms, with Observations on Their Habits, Pickering
y Chato, 1881.
^ P. Lavelle, L. Brussaard y P. Hendrix, Earthwoi~m Management in Tropical
Agroecosystems, Wallingford, UK, CABdnternational, 1999.
UNA SESIÓN EN LA A C A D E M I A DE A G R I C U L T U R A ig][

lombrices! Estos formidables agitadores son capaces, en cier-


tos suelos tropicales, de mover, como el célebre Pontoscolex
corethrurus, cerca de mil toneladas de tierra por hectárea y por
año. Al aportar el agua y la flora intestinal de su tubo digestivo,
se convierten en "biorreactores" y hacen explotar de una sola
vez las capacidades reproductivas de los microorganismos.
Luego de eUo, sus deyecciones dejan en su estela un suelo cuya
composición, consistencia y permeabilidad se metamorfosean
por mucho tiempo.
Al introducir semejantes actores en la lista de los agentes
que componen el suelo, comprendemos que su dinámica se
transforme. O bien las lombrices pueden poner en contacto el
agua con las bacterias, y entonces el suelo evoluciona rápida-
mente; o bien, el Príncipe Azul no aparece, y el suelo, sea cual
sea su riqueza en materia orgánica, dormitará. Es imposible no
prestar atención a las lombrices, con el pretexto de que son
pequeñas y están ocultas, para concentrarse sobre los aspectos
macroscópicos del suelo.® El pequeño contiene al gratide. Lo
oculto contiene lo visible. Lo biológico contiene lo pedológico.
Lo microbiològico contiene lo macrobiológico.
Comprendemos también la reacción de ciertos académicos,
agricultores formados en otras escuelas, que no pueden no sen-
tirse atacados, a pesar del brío y de la diplomacia de los orado-
res. Hablar del suelo es hablar de los agrónomos. Cambiar su
composición, los agentes de los que está compuesto, es modi-
flcar sus costumbres intelectuales, sus reflejos profesionales,
su ética, es exigir de ellos otras competencias, otras lecturas,
otros colegas, otros instrumentos. Si la dinámica del suelo
cambia, al punto que erradicando las lombrices se erradica, a

Para una presentación general de los métodos, véase Alain Ruellan y Mireille Dosso,
Regards sur le sol, Paris, Foucher, 1993. Para una historia, véase Georges Pedro, La
Scierwe des sols en France, Paris, ürstom y AFES, 1986.
192

fin de cuentas, uno de las campos de la vida, toda su existencia


se modifica, la vision que tienen de su carrera bien establecida.
"¿Qué hicimos con los suelos que nos habían sido confiados?
¿El progreso indiscutible de la productividad no esconde el re-
troceso ineluctable de la diversidad? ¿No hicimos acaso el mal
que no queríamos, en lugar del bien que buscábamos?".
Según la continuación de los debates en la Academia de
Agricultura, los consejos que se les dan a los granjeros varían:
luego de un tiempo más o menos largo, el aspecto de las pra-
deras, el curso de las aguas, incluso la forma de los paisajes,
se modificarán. Con la consideración establecida o no del rol
clave de las lombrices, la política también cambia. ¿La política?
¡Pero sí, por supuesto! ¿Qué es la política sino la reunión ex-
plícita, en un forum idóneo, de todos aquellos que deben vivir
juntos? ¿Y cómo haría la política para no cambiar desde el mo-
mento en que se introduce en los debates un nuevo tipo de ser
(aquí, los bioturbadores) que, a mismo título que los agitadores
humanos, agregan su granito de arena?
Definitivamente, es una lástima que el presidente de la se-
sión haya acortado la discusión: si la política de los suelos no
se juega en la Academia de Agricultura, ¿dónde encontrará el
forum, el parlamento que le conviene?

Marzo de 2001
193

¿Hay que conservar


el principio de innprudencia?

¿La sensibilidad política de los científicos se volvió más


grande que la de los ingenieros sociales? ¿Tanto cambiaron
los tiempos? ¿Ya no podemos hablar de innovación técnica sin
blandir el ahora famoso principio de precaución, mientras que
podríamos seguir proponiendo iimovaciones sociales invocan-
do siempre el venerable principio de imprudencia? Podemos
plantearnos la pregunta comparando la manera en la que tra-
tamos a los OGM (organismos genéticamente modificados) y lo
que Dominique BouUier llama los ¡OJM (organismos jurídica-
mente modificados)!'
Desde el momento en que se pretende poblar los campos
con una soja que lleva genes ajenos a su historia biológica,
todos los militantes, activitas, ideólogos y políticos que hay en
Francia se ponen a discutir para evaluar los peligros y verificar,
por sí o por no, si los promotores de esos OGM no introducen
como quien no quiere la cosa riesgos aterradores. Por más que
nos digan que los OGM van en el sentido del progreso, de la ra-

' Dominique Boullier, L'Urbanité numérique, Paris, fJHarmattan, 1999.


2 9 4 CRÓNICAS DE U N AMANTE DE LAS CIENCIAS

zón, de la innovación, de la rentabilidad y del confort, muchos


de entre nosotros desconfiamos con buenas o malas razones.
Es imposible en todo caso acusar a los que se oponen a estas
innovaciones de irracionales, arcaicos, nostálgicos o reaccio-
narios. Gracias a la invocación del principio de precaución,
podemos discutir nuevamente acerca de las innovaciones téc-
nicas sin que en seguida se nos lance a las tinieblas del oscu-
rantismo. ¡Finalmente tenemos derecho a oponemos, incluso
con malas razones!
Los que se oponen a las innovaciones sociales no gozan de
tantas consideraciones. Se los trata de reaccionarios. Si dudan
sobre si poblar o no las ciudades francesas con organismos
"jurídicamente modificados" que deben adoptar modos de vida
extraños a su historia es porque no entienden la evolución de
las costumbres. A los que se oponen a los PACS^, a la extensión
de los plazos del aborto, a las manipulaciones de los enibriones,
se los trata como ya no nos animaríamos a tratar siquiera a los
críticos de lo nuclear, de la comida chatarra o de los productos
químicos.® Si objetan, si dudan, si ostentan, aunque sólo fuera
con el más mínimo escrúpulo, la más ínfima restricción mental,
lo que sucede es que buscan desacelerar la marcha ineluctable
del progreso siempre hacia una mayor emancipación.
La paradoja es agradable: ya no se puede tocar el núcleo del
átomo sin inquietud y sin dilema moral, pero debemos poder

" N. de la T.: PACS significa "Pacto Civil de Solidaridad" y es un contrato que se celebra
entre dos personas mayores de edad, de diferente sexo o del mismo sexo, para orgarüzar
su vida en común.
Por ejemplo, enLeMonde del 14 de octubre de 2000, Eric Fassin, sociólogo, no duda
en preguntarse a propósito del PACS: "¿Cómo comprender las resistencias formidables
que encontró este progreso moderado entre los progresistas que se dicen razonables?"
Quién se atrevería a preguntar: "¿Cómo comprender las resistencias formidables que
el enterramiento de los desechos nucleares suscitó entre los alcaldes de ciudades que
eran, sin embargo, razonables?"
¿HAY QUE CONSERVAR EL PRINCIPIO DE IMPRUDENCIA?

tocar el núcleo de la reproducción social sin arrepentimientos,


sin temer ningún efecto secundario, sin obtener la más mínima
garantía experimental, sin estudio de impacto, sin conferencia
de ciudadanos, sin obtener los medios, en caso de alerta, de
volver rápidamente atrás. En materia de innovación técnica, el
entusiasmo revolucionario colabora desde hace tiempo con un
robusto escepticismo, mientras que en materia de ingeniería
ética hay que continuar avanzando sin escuchar los escrúpulos
de los opositores que sólo pueden hacer alarde de su irraciona-
lidad congènita.
í]ste desfase entre el principio de precaución y el principio
de imprudencia es tanto más riesgoso cuanto que los asuntos
actuales versan sobre organismos que son a la vez genética
y jurídicamente modificados. Es la famosa biopolítica tan
magistralmente anticipada por Michel Foucault. Es imposible
que no nos perdamos si tenemos que tener dos pesos y dos
medidas, según se trate de naturaleza o de sociedad, de genes
o de costumbres.
Por supuesto que entendemos bien el miedo que se apode-
ra de los promotores de innovaciones éticas: si escucháramos
a los opositores, ya no podríamos hacer nada más, porque
siempre habría que quedarse en el estrecho lecho de la sa-
crosanta naturaleza. Temen que se les diga: "Sobre todo, no
toquemos nada, ni el núcleo del átomo ni el de la sociedad."
Pero, el principio de precaución puede servir de modelo a las
innovaciones sociales así como a las técnicas. Ya no se trata,
justamente, de proteger a la naturaleza, al orden inmutable
de las cosas, de la agitación desordenada de los aprendices
de brujos. Se trata de experimentar pero sabiendo que la ex-
periencia puede fracasar, que puede revelarse peligrosa. La
gran virtud del principio de precaución es que permite evitar
tanto el inmovilismo como el aventurismo: nos recuerda que
no se puede innovar sin poner en marcha procedimientos de
196

rigurosa experimentación.'' La razón siempre habla a través de


él, pero una razón que ya no se expresa en singular: hay a partir
de aquí varias naturalezas y varios progresos.
Peter Sloterdijk da testimonio de esa necesidad de pensar
de nuevo los peligros del biopoder: "No sucede nada extraño
a los hombres cuando se exponen a una nueva producción
y manipulación, no hacen nada perverso cuando se transfor-
man por autotécnica", escribe, aunque agrega rápidamente:
"si suponemos que estas intervenciones y estas ayudas se
sitúan en un nivel de comprensión de la naturaleza biológica
y social del hombre, entonces las coproducciones auténticas,
inteUgentes y productivas con potencial de evolución pueden
ser eficaces (p. 89)"®. Sí a las manipulaciones, a las modifica-
ciones, a la autotécnica; no al olvido del peligro, no a la ausen-
cia de escrúpulos. La inquietud debe permanecer continua en
el sentido de esta peligrosa experimentación. Tengan piedad,
no nos hagan la jugarreta de la innovación indiscutible que
debemos tomar o dejar Que se trate el núcleo de la existencia
social con tantas precauciones como se trata el del átomo.
Que el principio de imprudencia no barra los avances del prin-
cipio de precaución, forma nueva de la biopolítica.

Junio de 2001

" Véase Michel Gallon, Pierre Lascomnes, y Yannick Barthe, Agir dans un monde
incertain Essai sur la démocratie technique, Paris, Seuil, 2001.
En el librito deslumbrante de Peter Sloterdijk, La Domestication de l'Être, Paris,
Mille et une nuits, 2000.
197

La sabiduría de las vacas locas

Si el general de Gaulle, con una de esas tautologías


cuyo secreto conocía, podía asestar: "Francia siempre será
Francia", ahora Jacques Chirac también puede, puesto que
acaba de exclamar, imitándolo: "Los herbívoros de ahora en
más seguirán siendo herbívoros". Que nadie se burle: por una
vez se trata de buena política -aunque al procedimiento le fal-
te mucho espíritu democrático. Antes, había por un lado pai-
sajes, animales, territorios, en pocas palabras, una naturaleza,
y por el otro, desprendiéndose de esos paisajes, había seres
humanos provistos de derechos, de voluntades y de intereses,
en pocas palabras, una sociedad. Los políticos representaban
a los seres humanos; los no-humanos se las arreglaban para
hacer que se hablara de ellos por medio de los especialistas:
zoólogos, geógrafos, agrónomos, delegados sindicales o eco-
nomistas. Los políticos por un lado y los expertos por el otro,
cada uno que se ocupe de sus cosas y las vacas estarán a sal-
vo.' A excepción, por supuesto, de cuando están locas - y es

'Ver nota 2, p. 169.


198 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

ahí, justamente, cuando las cosas se ponen interesantes.


Impulsados por la inquietud pública, nuestros representan-
tes tomaron una postura sobre uno de los componentes de la
naturaleza - y ya no de la sociedad-: las vacas comen pasto. La
antigua división entre naturaleza y seres humanos dio paso a
una proposición que liga en un solo continuum a paisajes, cria-
dores, especialistas en proteínas, amantes de carnes rojas, ca-
denas de negocios y vacas. Dicho de otro modo, Jacques Chirac
nos propuso una cosmología particular que arroja hipótesis
tanto sobre el gusto de los seres humanos por la carne como
sobre el de las vacas por el pasto. Pero, por supuesto, esta
cosmología no está sola en la carrera: otras asociaciones de
vacas, de pasto, de harina, de industria, de sojas americanas y
de consumidores se perfilan en el horizonte. A partir de enton-
ces, ya no tenemos a los expertos proponiendo y a los políticos
disponiendo: nos encontramos frente a cosmologías distintas
que hay que aprender a clasificar. Según la fuerte expresión de
Isabelle Stengers, pasamos de la política a la cosmopolitica. La
cuestión ya no es saber en qué sociedad queremos vivir, sino
también en qué mundo. Ya no hay un solo mundo y políticos,
sino mundos en lucha. O mejor aún, el antiguo mundo, simple
marco objetivo para la actividad humana, se convirtió otra vez
en un cosmos del que hay que hacerse cargo con una política
adaptada.
Mi hipótesis es entonces que el pánico de la vaca loca no tie-
ne nada que ver con el miedo frente a peligros nuevos o a una
búsqueda imposible de absoluta seguridad. Muchos buenos
espíritus lo afirman, y no veo por qué dudar de sus opiniones:
jamás la comida industrial que comemos fue tan segura, tan
controlada, tan planeable, incluso tan rica como hoy. Y, de to-

^ Ulrich Beck, La Société du risque: Sur la voie d'une autre modernité, Paris,
Flammarion-Champs (2003) [Hay traducción al español: Ulrich Beck, La Sociedad del
LA SABIDURÍA DE LAS VACAS LOCAS I Q Q

das maneras, la madre de familia que se indigna de que "todavía


se sirva" una hamburguesa en el comedor de su hijo, pasará
alegremente un semáforo en rojo, poniendo en peligro la vida
de otros de una manera mucho más directamente criminal que
todos los actores que participan de la cadena de la carne vacu-
na. Aquellos sobres los que se afirma que se aterrorizan frente
a sus bifes, asumen todos los días riesgos infinitamente más
grandes cuando se casan, piden préstamos, dan a luz, plantan,
fuman o manejan.
Como bien lo constató el sociólogo Ulrich Beck^, "la socie-
dad del riesgo" en la que, según él, vivimos no es una sociedad
en la que se corren más riesgos, sino todo lo contrario, una
sociedad que rechaza tajantemente que los objetos industriales
o científicos estén aislados de la exigencia de democracia. Lo
que conmociona en el caso de la vaca loca no es sólo el riesgo
alimentario sino también la decisión tomada anteriormente de
alimentar a las vacas con desechos animales, sin que nadie,
salvo los especialistas, lo haya decidido. Si las asociaciones
de consumidores hubiesen participado de esa decisión, ¿la
hubieran aceptado? Y lo que todavía conmociona de la reciente
decisión del primer ministro es que la dulce Francia inunde hoy
con centenas de miles de toneladas de harina animal, sin que
se le haya pedido opinión a nadie -salvo, una vez más, a los
expertos.
La nueva visibilidad de los riesgos nos obliga a tener en
cuenta los pormenores de todos los no-humanos con los que
compartimos desde entonces nuestra existencia, terneros,
priones, vacas, genes y nidadas. Pero lo que hace que la nueva

riesgo: Hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós Ibérica, 2006. (n. de t.)];
Qu'est-ce que le cosmopolitisme?, Paris, Aubier (2006).
2 0 0 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

política sea difícil de discernir es que nos obstinamos en man-


tener diferenciados el trabajo de los expertos y el de la decisión
política. Esa antigua división de tareas hace imposible tanto el
rol de los especiahstas -convertidos en nuevos chivos expiato-
rios- como el de los políticos -obligados a seguir servilmente
a los primeros tanto como a ignorar sus opiniones a riesgo de
volver a un oscurantismo peligroso. Es todo lo que está enjue-
go en el a partir de entonces famoso "principio de precaución"
que, segíín las interpretaciones que se le den, puede tanto con-
ducir a una parálisis general -la suspicacia contra los políticos
se extiende a todos los expertos- como desembocar en una
cosmopolitica que finalmente se ajuste al nuevo mundo en el
que todos debemos debatirnos.
La solución reside, creo yo, en la introducción de otra divi-
sión de tareas, ya no entre "evaluación de los riesgos" -que se
les deja a los expertos- y "gestión del riesgo" -que se abandona
a los políticos-, sino entre dos funciones de la vida pública que
nada debe hacer que se confundan: la de la toma en cuenta por
un lado, la del ordenamiento por el otro. El público no exige
vivir una vida desprovista de todo riesgo, sino que quiere, y está
en todo su derecho, participar con los expertos y con los políti-
cos de la evaluación de los riesgos, y quiere también, y también
está en todo su derecho, participar con los expertos y con los
políticos de la decisión final sobre la jerarquía de los riesgos.
Ya no hay que asegurar sólo la autonomía de los especialistas
sino también la autonomía de toda la función de toma en con-
sideración: todas las voces deben hacerse escuchar, las de mis
vecinos, criadores del Bourbonnais, así como las de las vacas
y las de los amantes de carnes rojas. Pero una vez que la toma
en cuenta está asegurada, debe poder elegirse una cosmología
entre todas sus competidoras, decidirse por un mundo posible
errtre todos los mundos posibles, y no son únicamente los po-
líticos los que deben asumir esta decisión, "zanjando" sobera-
LA SABIDURIA DE LAS VACAS LOCAS
201

namente - y la mayoría de las veces arbitrariamente- entre las


opiniones necesariamente contradictorias de los expertos.
Los que se quejan de que la política se ha vuelto inencon-
trable, olvidan que cada vez que pasamos un semáforo en rojo,
compramos cerdo en vez de ternera, prendemos un cigarrillo,
regulamos un termostato, contribuimos con el Teletón, toma-
mos el tren... arbitramos entre dos mundos posibles, tomamos
una posición en el conflicto de las cosmologías. A los periodis-
tas, a los políticos, a los especialistas, a los intelectuales, les
corresponde ofrecernos, en lugar del debate imposible entre
expertos y políticos, una representación legible de esas elec-
ciones de mundo. Quizás entonces las vacas locas y los que
se murieron por haberlas comido, no se habrán sacrificado en
vano.

Le Monde, 14 de noviembre de 2000


203

La verdadera novela
de la investigación

Biólogos moleculares, si están en sus mesas de trabajo, con


la pipeta en la boca, no les cuelguen nuevos marcadores radio-
activos a sus anticuerpos. Informáticos, si están determinando,
por sexto día consecutivo, su red neuronal, marquen "código-
Q" y pongan en bandera su computadora. ¡Mejor lean a Richard
Powers!' Aprenderán allí más sobre ciencia que en sus publica-
ciones científicas favoritas.
Nada que ver con la ciencia ficción que imagina, en esce-
narios cada vez más futuristas, aventuras humanas que ter-
minan siempre, a pesar de todo, pareciéndose a las novelas
de capa y espada. Nada que ver tampoco con los juegos de
mente, genialmente organizados, de un ítalo Calvino. En la
obra de Powers se trata de investigación y no de ciencia. Sin
embargo, Powers no habla de investigadores a los que recor-

' Richard Powers, The Gold Bug Variations, William Morrow and C°, New York, 1991;
Galatea 2.2., Farrar, Strauss and Giroux, New York, 1995. 'IVaducidos al francés: Trois
fumiers s'en vont au bal, Paris, 10-18, 2006 y Le temps où nous chantions, Paris, Le
Cherche-Midi, 2006.
2 0 4 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

taría trozos de vida sangrantes imitando, por centésima vez, la


forma de las novelas policiales. Los personajes principales, los
que importan para el desarrollo del relato, no son investigado-
res humanos en lucha con los datos, sino el propio ADN o las
redes de los conexionistas. Powers, en dos libros deslumbran-
tes, logra cambiar la manera de hablar a la vez de los objetos de
ciencia y de los sujetos científicos.
Que se juzgue la cuestión. Galatea 2.2. es el relato que hace
un ya célebre novelista de su contratación por parte de un gran
instituto de informática en algún lado en el Middle West. A pedi-
do de Philip Lentz, un cognitivista un poco chifiado, el novelista
debe formar una red neuronal para la "comprensión" de toda
la bibliografía disponible en el campus. Para arbitrar entre las
disputas clásicas de las ciencias cognitivas sobre la compren-
sión del lenguaje natural, Lentz decidió subir la apuesta con un
test de Turing un poco modificado. Se trata de saber si un panel
de expertos podrá decidir quién está más preparado para pasar
el test de literatura inglesa que se les exige a los alumnos del
DEUG^: ¡un joven deconstructivista moderno (de quien el narra-
dor se enamora locamente) o la red de empalmes conexionis-
tas (de la que el narrador se enamora locamente en la misma
medida)! Las primeras implementaciones de la máquina farfu-
llan en un inglés digno de BASIC o de C. Pero, y éste es todo el
campo de la intriga, la máquina mejora capa tras capa, sesión
de training tras sesión de training. En lugar de recibir la vida
de golpe, como el monstruo de Frankenstein, o de obtenerla de
Venus, como la estatua de Pigmalión que da título a la novela,
la red neuronal, poco a poco, absorbe funciones, siguiendo una
evolución técnicamente plausible que nos hace penetrar dentro

2 N. de la T.: En Francia, el DEUG es el Diploma de Estudios Universitarios Generales,


diploma nacional de la enseñanza superior.
LA V E R D A D E R A NOVELA DE LA INVESTIGACIÓN 2 0 5

de toda la literatura científica del campo de estudio. A fuerza


de leer todo Shakespeare y todo el romanticismo inglés, la má-
quina se vuelve lo bastante maligna como para, después de un
tiempo, pedirle a sus creadores su nombre y su sexo. Se "llama"
Helena. Pero cada una de las proezas de Helena exige los cál-
culos masivamente paralelos de todas las computadoras de la
red a las que está conectada y con las que se identifica. Aunque
pueda imitar de mil maravillas el análisis que hace Derrida de
un texto de Platón, es incapaz de comprender la diferencia en-
tre "abajo" y "arriba" ¡porque no tiene cuerpo!
Toda la belleza de la novela proviene del hecho de que
Helena no es la única que farfulla en búsqueda de su cuerpo.
Todos los personajes buscan las palabras y el autor renueva,
capa tras capa, neurona tras neurona, sesión de training tras
sesión de training, la descripción de los sujetos humanos y de
sus afectos. La mujer del científico loco, luego de un ataque, no
logra encontrar las palabras. El hijo mongólico de una neuro-
bióloga apenas habla. ¡El propio novelista, luego de trasladarse
a Holanda y persiguir a una mujer que amó hace tiempo, pierde
todos sus recursos y se pone a chapucear en holandés! En cuan-
to a la deconstructivista, toda la literatura inglesa se desovilla
junto con ella y comienza a farfullar. Helena, la heroína conexio-
nista, comparada con todos estos farfulladores, termina por pa-
recerse a un locutor casi coherente. Al punto que, luego de ha-
ber pedido m i r a r el mundo del que conoce todas las palabras
y luego de haber absorbido todos los videos de la biblioteca,
decide... pero no, no les contaré el final. Sepan solamente que
no pasa el test de Turing antes de que el novelista se dé cuenta
de que es él a quien estuvieron estudiando los cognitivistas todo
ese tiempo, para ver cómo había que hacer para describirle a
una máquina no humana el mundo de los humanos-
Escrito algunos años antes, Les Variations sur le Scarabée
d'or (Gold Bug Variations) -el juego de palabras con la obra de
206 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

Bach no ocurre en francés®- es casi más ambicioso todavía. La


narradora es una joven bibliotecaria, Jan O'Deigh. Todd, un jo-
ven un poco misterioso, testea sus capacidades documentales
pidiéndole que se informe acerca de un viejo informático, con
el que vigila, por las noches, un parque de computadoras gi-
gantes. Ressler, para él, parece haber sido, en los años 1950, un
gran biólogo, pero cesó (¿como Glenn Gould?) bruscamente de
"jugar" a la biología molecular de la que era, sin embargo, justo
después de Crick y Watson, una de sus promesas. Empiezan
entonces 600 páginas de una pasmosa meditación sobre una
historia doble cuya estructura imita tanto las varillas entrela-
zadas de la doble hélice como las variaciones Goldberg: cada
capítulo nos sumerge en los años 1950 en Champagne, Illinois,
donde Ressler decodifica el ADN y la correspondencia entre los
codones y las proteínas, al tiempo que se enamora locamente
de Jeanette Koss, su colega bióloga, mientras que en paralelo
se lleva adelante, treinta años más tarde, la investigación de
Jan O'Deigh para comprender lo que le sucedió al Dr Ressler,
la biología que quiso descubrir, y el amor extraño que le debe
Todd, informático frustrado de los años 1980.
Por un lado el ADN, por el otro las computadoras y sus pro-
gramas. Por un lado, el amor desdichado de Ressler y Koss,
por el otro el de Jan y Todd. Por un lado, el sumergirse en la
codificación de la vida, por el otro, el sumergirse, también ver-
tiginosamente, en los servicios de documentación y en la red
de las bibliotecas estadounidenses. Por un lado, el esfuerzo
de Ressler por comprender en qué el ADN no es un código de
criptografía, por el otro, el de Jan por comprender lo que sintió
Ressler y lo que lo excluyó de la biología, que debe parecerse.

N. de la T.: El autor se refiere a la similitud fónica entre Gold Bug Variations y Las
Variaciones Goldberg. El título traducido al español ("Variaciones sobre el escarabajo
de oro") tampoco conserva el juego de palabras.
LA V E R D A D E R A NOVELA DE LA INVESTIGACIÓN 2 0 7

poco a poco lo vamos comprendiendo, a la inquietud que forzó


a Todd a no ligarse de manera durable a Jan. ¿Y qué hay en el
medio? La música, la de Bach, que Ressler vuelve a tocar ince-
santemente desde hace treinta arios, por las noches, mientras
que alrededor de él roncan las computadoras a cargo de las
transacciones financieras de Wall Street. Veintitrés notas cuyas
variaciones alcanzan para codificar las veintitrés variaciones
Goldberg y los veintitrés capítulos del Ubro.
No hay nada misterioso, nada esotérico, nada forzado, en
este envolvimiento de las estructuras musicales, moleculares,
informáticas, y amorosas una dentro de la otra. En ningún mo-
mento el novelista busca apropiarse de un elemento estable
para apoyar a los otros como si, por ejemplo, la naturaleza del
ADN pudiera explicar el amor y sus patologías de la manera en
que Zola, en el siglo pasado, se servía de la genética para brin-
darle a sus novelas un marco realista. Al contrario, los secretos
del corazón y el mundo del amor no sirven como explicaciones
"sociales" a los descubrimientos científicos. Cada pizca de la
historia sirve de variación a las otras. Salimos de allí, deslum-
hrados, con otra definición del ADN, como si las variaciones
que permite explicaran a la vez la novela y la vida. Nada que ver
con las aburridas deconstrucciones de la novela contemporá-
nea, nada que ver con los asuntos del corazón, con la pesada
objetización del nouveau román. Sí, la nueva novela llegó, la
que se sirve finalmente del contenido propio de las ciencias
para buscar en qué somos humanos presos de las cosas. Con
Powers, la investigación científica encuentra por fin una estéti-
ca a su medida.

Octubre de 1995
209

Happy Birthday to you HAL!'

Todo el mundo conoce a HAL, la computadora del film de


Stanley Kubrick 2001, Odisea del espacio. A cargo de velar
sobre la tripulación de una nave espacial enviada a Júpiter para
descubrir la clave de una misteriosa alineación de megalitos
dispuestos por inteligencias superiores, aparentemente respon-
sables del desarrollo de los humanos, la computadora termina
asesinando a los cosmonautas, a excepción del vaUente Dave
Bowman que desconecta uno por uno sus circuitos impresos.'
Si bien recordamos con emoción la muerte de HAL, nadie re-
cuerda que tomó forma en 1997 en el campus de la Universidad
de Illinois en Urbana-Champagne, uno de los mejores centros
de investigación de Estados Unidos. Arthur Clarke, el célebre
autor de la novela que dio lugar a la adaptación de Kubrick,
todavía no logra recordar por qué situó el nacimiento de HAL

' Podemos seguir las aventuras de HAL y de sus descendientes en SOOl Odysée de
l'espace, Laffont, 1991 [Hay traducción al español: Arthur C. Clarke, SOOl, una odisea
espacial, Barcelona, Ediciones DeBolsillo, 2003]; luego 2010 Odysée 11, J'ai lu, 1984; y
finalmente Odysée HI, J'ai lu, 1991. Una última aventura, situada en 3001, acaba de
aparecer en inglés. Todas estas novelas de anticipación son de Arthur Clarke.
2 1 0 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

en ese lugar y en esa fecha. Por otro lado, incluso la fecha


permanece incierta, el film sitúa el acontecimiento en 1992,
Kubrick en 1991 y el libro que se desprende del íilm en 1997...
Decididamente, todas las historias de orígenes se pierden en
una querella de expertos.
Sin embargo, no hay lugar a duda, viéndolo al rojo vivo,
articula bien con su voz metálica: "Soy HAL-9000, la compu-
tadora de Generación n° 3. Me volví operacional en la fábrica
HAL de Urbana, Illinois, el 12 de enero de 1997". Nadie había
reparado en este detalle insignificante del más célebre de los
films de ciencia ficción, salvo los miembros del departamento
de informática conocido por haber desarrollado, junto con
Mosaic, uno de los elementos esenciales del World Wide Web,
sin hablar de algunos trabajos importantes sobre realidad
virtual y muchos otros en el campo de las computadoras que
se remontan a los tiempos heroicos de los tubos vacíos del
ILLIAC.2 Se les ocurrió la sorprendente idea de celebrar como
un acontecimiento capital, fundador, original, el nacimiento
de IIAL en 1997 en Urbana-Champagne. Insistamos sobre este
punto, no es una invención de los hombres de letras, de filóso-
fos o de críticos de films, sino de especialistas tanto del hard
como del soft, que están a cargo justamente de transformar en
reafidad los sueños de la PantaUa. De allí viene la idea de una
"cyberfiesta" que acaba de desarrollarse en el campus y que
movilizó, durante una semana, a todos los departamentos, a
todas las empresas, a todos los ex alumnos, para culminar en
una gala "cyberfestiva" en el curso de la cual el presidente de
la universidad dio un gran discurso puntuado por extractos

^^ Es también la sede del Beckman Institute en donde Richard Powers, un escritor


netamente más dotado que Clarke, hizo tiue naciera Helena, el sorprendente personaje
de su Galatea 2. New York, Farrar, Strauss and Giroux, ] 995. Véase sobre sus obras la
crónica que precede a ésta ("La verdadera novela de la investigación").
"HAPPY BIRTHDAY TOU YOU HAL!" 2 1 1

del film y en la que Arthur Clarke (teletransportado a la Web


desde su retiro en Sri-Lanka) declaró cosas grandiosas sobre
el futuro informático del planeta. Luego de una ópera iiiterac-
tiva en tres dimensiones, por fin se cantó el "¡Happy Birthday
to you HAL!"3
Cosa extraña, la gala celebraba con la misma pasión los sue-
ños futuros del cyberespacio y la fabricación pasada del film de
Kubrick, empresa titánica que los miembros del equipo de filma-
ción recordaron a la masa entusiasta. Aplaudimos vivamente a
uno de los actores cuando agitó sobre el podio la órbita muerta
de HAL, simple círculo de acero que conservaba preciosamente
como un fetiche que verdaderamente habría traído del espacio
exteríor. ¡Pero perdimos todavía más el sentido de la relación
entre ficción y realidad, cuando nos enteramos por la boca
de uno de los consejeros técnicos del director que había par-
ticipado durante la guerra de la fabricación de los V2 antes de
dibu,jar la nave lanzada hacia Júpiter! ¡Había pasado del teatro
de operaciones a la puesta en escena de films antes de dirigirse
a los ingenieros e industriales para hablarles del futuro de las
computadoras y de sus mercados suculentos! Por otra parte, el
film promocional filmado por Kubrick para "tranquilizar" a sus
inversores daba a la aventura la dimensión megalomaníaca de
una verdadera conquista del espacio... Ya no nos sorprendía,
luego de algunas horas, escuchar a Hans P. Moravec anunciar
para 2020 la época en la que los humanos deberán "cambiar de
plataforma" para "bajarse a sí mismos de la Web" con el objetivo
de resistir a la competencia de robots inteligentes "mejor adap-
tados que ellos" a la vida en la nueva idéosfera...
Los antropólogos tuvieron rara vez la oportunidad de dar-
se cuenta en vivo y en directo de la invención de un mito de

Agradezco a la Universidad, y en particular al departamento de inglés, por haberme


invitado a esta celebración tan inusual.
2 1 2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE L A S CIENCIAS

origen. O se trata de una tradición venerable celebrada con


regularidad, y el origen del mito se pierde en la noche de los
tiempos, o se trata de una ficción reconocida como tal, y nin-
gún ritual releva la cola frente a las salas de cine ni la moda
pasajera de los productos derivados. Pero la gala final de esta
cyberfiesta tenía la particularidad de mezclar en una verdade-
ra ceremonia a toda la comunidad científica, política y econó-
mica local. Se trataba sin lugar a dudas de fundar, o mejor aún
de refundar, el lugar de Urbana-Champagne en el Cosmos, ¡en
algún lado entre los monos y los robots! Lo que era aún más
soiprendente era que en este ritual de fundación no había nada
irrisorio, nada irónico. Claro que nos burlábamos ligeramente
de él (hasta el slogan de la semana "It couldn't have happened
anywhere else!" marcado por la autoburla), pero sin que el
acontecimiento dejara por ello de ser emocionante. Hay que
aclarar que el film de Kubrick no estaba mal elegido. Entre los
antropoides del prólogo y los seres superiores del epflogo, se
divisaba bien a la Tierra, con sus ingenieros astutos, y con el
producto de su inteligencia y el campus neoclásico en medio
de los campos de maíz. Un poco acomplejada por encontrarse
"in the middle of nowhere", la universidad se situaba aquí por
fin, por la gracia de un film de ficción, en un punto notable del
Universo...
A los ingenieros entusiasmados por los sueños de la Web,
¿les inquietaba poner su trabajo bajo los auspicios de una fic-
ción filmada en plena guerra fría, sobre una misión abortada a
causa de una computadora que se volvió esquizofrénica? Para
nada. Adoraban, al contrario, esa mezcla de puesta en escena,
de desmesura, de ópera, de drama, de falhdos. Ese ambiente
de artificio, lejos de devaluar su trabajo y de hacerles perder
un poco de su seriedad, parece ofrecerles, al contrario, la
única grandeza que le sienta bien a sus delirantes proyectos.
Definitivamente, tenemos mucho que aprender sobre la an-
"HAPPY BIRTHDAY TOU YOU HAL!" 2 1 3

tropología de las técnicas. Como diría Michel Serres: "No hay


puro mito sino el de una ciencia pura de todo mito"".

Mayo de 1997

'' En un género completamente diferente, podrá leerse en la obra de François Jullien,


Traité de l'efficacité, Paris, Grasset, 1997, la más sorprendente descripción antropoló-
gica de la eficacia occidental. Vista desde China, parece aún más extraña que los inge-
nieros robóticos de Illinois.
215

¡Cuidado!
Material culturalmente sensible'

El objetivo de un museo no es siempre mostrar los tesoros


que alberga. Por encima de una vitrina llena de magníficas más-
caras esculpidas por los indios, puede verse, en el apasionante
museo de antropología de Vancouver, en Columbia Británica,
una gran caja blanca. Por encima de ese paralelepípedo de
cartón, se puede leer la siguiente advertencia: "Material cul-
turalmente sensible". En el medio de la caja, otro cartel, más
detallado, explica qué peligro obligó a los conservadores del
museo a ocultar el material que deberían haber expuesto allí:
"En esta caja hay ima máscara de ceremonia que pertenece al
pueblo de los Nuu-chah-nulth. Según su costumbre, este objeto
sólo puede verse durante una ceremonia. Retiramos entonces
el objeto de la vista por respeto a sus tradiciones".
Es fácil imaginar el pavor del visitante: bastaría con que
cada una de las "Primeras Naciones" de América del Norte
le transmitiera a los conservadores las mismas exigencias,
para que poco a poco las vitrinas del museo se cubrieran de
cortinas y advertencias diversas, ocultando cada uno de los
tótems, cada una de las máscaras, de los bastones de ceremo-
2 1 6 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

nia, borrando una por una las vitrinas, opacando los estantes
expositores, reenterrando solemnemente las osamentas de los
muertos, en resumen, cubriendo con un velo púdico lo que ya
no podríamos v e r ' El museo, ese espacio dedicado al acto con
el que la mirada panóptica del visitante occidental devora a los
indios, se convertiría en un verdadero templo en el que todo se
mantendría en secreto - y en cuyos secretos sólo se podría pe-
netrar a condición de ser iniciado por aquellos que decidieron
ya no dejar que nadie más hable en lugar de ellos.
Un simple mapa de los grupos lingüísticos de la región de
Vancouver alcanza para hacer que el viajante tome conciencia
de la transformación que debe sufrir. Esperábamos informa-
ción, encontramos iniciación: una arenga "de implicación"
reemplaza cada panel explicativo. Luego de haber utilizado
las convenciones de la cartografía occidental, un largo panel
explica bajo el mapa que se trata de una seguidilla de errores
muy poco políticamente correctos y que convendría entonces
rectificar: los nombres que se le dan a los diferentes grupos de
indios - y ese mismo estúpido nombre de "indio"- no son los
nombres con los que las Prinieras Naciones se designaban a
sí mismas; las fronteras administrativas impuestas por los in-
vasores no corresponden a las fronteras reconocidas por los
pueblos que se representan allí; por otro lado, la propia noción
de frontera no tiene el nüsmo sentido, dice el panel, para las
Primeras Naciones que para los colonos. Se podría agregar que
la cartografía difiere también de una civilización a la otra y que.

' El efecto de ese retirar por fuera de la visibilidad es tanto más vivo cuanto ese mu-
seo tiene la sorprendente particularidad de hacer visibles sus colecciones permitiendo
que sus visitantes abran los cajones de los depósitos y que compongan así sus propios
recorridos a partir de su propia selección de objetos y obras. La extrema sensibilidad
de los conservadores fue alimentada en parte por las búsquedas de Jean Jarnin, Jim
Clifford y Georges Stocking sobre la mirada del etnólogo y sobre la puesta en museo de
otras culturas.
¡CUIDADO! "MATERIAL CULTURALMENTE SENSIBLE" 2 1 7

en buena lógica, los pueblos no deberían proyectarse de ese


modo sobre un fondo de mapa indiferenciado.
Los franceses se burlan con mucho gusto de lo "políticamente
correcto" de los estadounidenses; aunque hayan exportado
al mvmdo entero el escrúpulo posmoderno, creyeron poder
dispensarse de todos esos sermoneos que se les aparecían
como tantos otros melindres para disimular la brutalidad de las
relaciones de fuerza. Sin embargo, a fuerza de precauciones,
el museo de antropología de Vancouver acabó modificando
profundamente la relación del visitante con las obras que va
a visitar: creía que encontraría muertos, y encuentra vivos;
pensaba que sólo encontraría las cenizas de tradiciones
folclóricas, pero eirtra en una sala en donde se define, en la
tensión, la justa relación de una asamblea deliberativa. La visita
a im museo se convierte en una experiencia de transformación
política acerca de la cuestión de saber a quién le pertenece
Vancouver^: "Con el objetivo de reconocer a nuestros vecinos
de las Primeras Naciones con quienes compartimos la región
de los estrechos de Georgia, insistimos, dice el panel, sobre
los nombres distintivos tal como se los utiliza localmente".
Esto quizás todavía huele a paternalismo, pero hay otras cosas
en juego que están muy presentes en el museo, además de la
estética y del archivo.
A fuerza de ser políticamente correctos, los antropólo-
gos estadounidenses modificaron la manera en la que los
Occidentales entablan ima conversación con las demás cultu-
ras. Antes, el encuentro se llevaba a cabo sin grandes dificul-

^ La transformación política es todavía más importante para los que hacen las expo-
siciones teniendo en cuenta las exigencias de los que se niegan a que a partir de en-
tonces "se los muestre". Para un testimonio sorprendente, véase Aldona Jonaitis (obra
dirigida por). Chiefly Fests. The Enduring Kwakiuü Potlach, Seattle, University of
Washington Press, 1991.
2 1 8 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

tades: existía una naturaleza universal y unificadora a la que


todos los pueblos pertenecían por igual; y luego, había cultu-
ras diversas que se sobreañadían a la naturaleza y que exigían,
cada una de ellas, un esfuerzo especial de comprensión. El
antropólogo alternaba entonces entre la arrogancia y la modes-
tia: con la naturaleza universal sabía a ciencia cierta "de qué"
estaba hecho el ser humano; con cada cultura particular, era
necesario que emprendiera una meticulosa investigación.® Los
filósofos dirían: a la naturaleza única las "cualidades primeras",
a las culturas múltiples las "cualidades segundas". Para decirlo
de otro modo: mononaturalismo y multiculturalismo.
Pero, desde ya hace algún tiempo, se abre una nueva época:
las culturas se niegan a presentarse frente a la mirada sobre un
fondo de naturaleza universal. Frente al pavor de los espíritus
refiexivos, al monstruo del multiculturalismo se le une desde
hace un tiempo un monstruo todavía más extraño y frente al
cual habría que tener el coraje suficiente como para llamarlo
"multinaturalismo". No es la existencia, la exterioridad, la rea-
lidad de la naturaleza lo que este monstruo cuestiona, sino su
unidad o, mejor dicho, su capacidad política para definir sin
discusión qué es la unidad. Ya no se puede modificar de ante-
mano y sin otra forma de proceso lo que pertenece al mundo
común.
Contrariamente a los barriles radioactivos o a las cabinas
de alto voltaje, no existe todavía un logo standard que permita
identificar el peligro que significaría que alguien abriera una
caja ¡"culturalmente sensible"! Y, sin embargo, valdría la pena

Por otra parte, las iraciones indias tienen a menudo, en Estados Unidos, el extraño
privilegio de alojarse en los museos de lüstoria "natural" junto con los pumas y los bison-
tes, Sobre las rarezas de la naturaleza estadounidense, véase la compilación de William
Cronon (obra dirigida por), Uncommon Ground. Rethinking the Human Place in
Nature, New York, Norton, 1996.
¡CUIDADO! "MATERIAL CULTURALMENTE SENSIBLE" 2 1 9

que lo hubiera ya que muchos contenedores podrían multipli-


carse con el cambio de época... Esperemos que los que tra-
bajan en la obra del Museo de las artes primeras, en París, no
cometan el error de despreciar los escrúpulos de sus colegas
estadounidenses y que al visitar el futuro museo del muelle
Branly tengamos la oportunidad de preguntaros nuevamente
qué es lo que funda, después de todo, la universalidad de la
República francesa. Pregunta "culturalmente sensible" que los
Nuuh-chah-nulth parecen haber sabido plantearles a los con-
servadores con bastante fuerza...

Enero de 1999
221

La guerra de las calcomanías:


¿quién es el pez más gordo?
¿Darwin o Jesús?

Los téjanos se lanzaron a una extraña guerra cuya salida es


incierta: se pelean entre ellos con ilustraciones pegadas sobre
los paragolpes de sus gigantescas 4X4. Aunque ya no saben len-
guas clásicas, los fundainentalistas cristianos han adoptado la
costumbre de pegar su fe en sus autos por medio de un pescado
estilizado, símbolo de Jesús desde la época de las Catacumbas
(ICHTUS forma en griego el acronimo de Jesucristo hijo de Dios
el salvador). Los laicos, a quienes la negación de los Cristianos
a enseñar la teoría de la evolución de Darwin excedía por
completo, tuvieron entonces la astuta idea de responder con
otra calcomanía en el paragolpes transformando el primitivo
pescado JESÚS en un anñbio dotado de patas primitivas, ¡en
el interior del cual escribieron DARWIN! Por medio de este
diseño esperaban, probablemente, hacer "evolucionar" a los
téjanos haciéndolos pasar, mediante sucesivas conversiones,
del pantano del oscurantismo a la tierra ñrme de los hechos
positivos... Ventaja de esta primera escaramuza: estacionando
el axito en el supermercado, sabemos a quién, fundamentalista
o laico, nos enfrentamos.
2 2 2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

Hacer eso significaba no contar con el humor certero de


los red-necks} La historia, como la evolución, no termina aquí.
Una nueva calcomanía apareció entonces: al pequeño anfibio
DARWIN se lo traga entonces un pez enorme llamado ya sea
JESÚS, ya sea TRUTH (verdad en inglés). Como a Jonás el profe-
ta se lo había tragado la ballena, a Dai-win, el falso profeta, se lo
come finalmente la verdad religiosa. El vendedor de la librería
cristiana donde compro estas calcomanías me explica también
que Darwin habría abjurado de su teoría sobre su lecho de
muerte: "Todavía no lo sabemos", dice con un suspiro. Yo, en
efecto, lo ignoraba...
La disputa no está clausurada. No es imposible que el apara-
to digestivo del pez JESÚS sea incapaz de metabolizar al anfibio
DARWIN. Por otro lado, la ballena, es sabido, vomitó a Jonás
tres días después sobre una playa... Hay algo todavía más per-
turbador: al hacer que el gran tiburón de la verdad se trague a
la morralla del error, los creacionistas admitieron en el fondo
lo esencial del evolucionismo. ¡Lo que aceptaron dibujar en su
calcomanía no es otra cosa que la lucha por la vida! Aunque,
por un cambio imprevisto, es Darwin el que se traga el relato
de la Creación porque la tínica forma que tiene para hacer que
la verdad triunfe es la dura realidad de las relaciones de fuerza:
comer o ser comido, esa es la ley de la selva religiosa.
Otra calcomanía para paragolpes, comprada en el mismo
negocio, lo demuestra: esta vez, se lo ve a DARWIN escapándo-
se del pez ICHTUS mientras que está escrito en mayúsculas: "la
supervivencia de los perdonados", en lugar del slogan habitual
de los evolucionistas: "the smnival of thefittesf.
La disputa va de mal en peor El darwinismo se presenta

' N. de la T: Así es como se llama, peyorativamente, en Estados Unidos a los snrerlos


reaccionarios de la clase baja rural.
LA GUERRA DE LAS CALCOMANÍAS... 2 2 3

como una religión en conflicto abierto con la Biblia (al menos


en el nivel de los paragolpes); el creacionismo se postula como
una explicación científica que para triunfar utiliza el mecanis-
mo de la supervivencia del más apto. Esperamos impaciente-
mente la réplica de los evolucionistas'^...
No nos burlemos tan rápido de estas disputas. Sus lecciones
exceden al Bible Belt. Al hacer que JESÚS se trague a DARWIN,
los fundamentalistas no carecen de valor. Rechazan la solución
habitual que consiste en dejar que todos los peces boguen en
paralelo en el mismo acuario: a los científicos, el mundo real;
a la religión, el fuero interior. No, quieren que su Dios se mani-
fieste en el mundo por medio de una Creación que sea empíri-
camente visible. Si buscan pelea, es porque se niegan a reducir
la Biblia a un gran relato entre otros, a una creencia respetable
sin efecto físico. Cuando los estudiantes escuchan que en la
universidad se habla de la evolución como si fuera una verdad
establecida, su corazoncito se enciende: ven allí un sermón re-
ligioso, que atenta contra sus creencias y que es contrario a la
separación de las iglesias y del Estado.
A la inversa, para los evolucionistas es inaceptable, y es
comprensible, que su posición se reduzca a una creencia entre
otras. Rechazan violentamente la pretensión inaudita de los
Sudistas de otorgar a los creacionistas estrafalarios y a sus
ciencias serias el mismo tiempo para hablar. Ellos también pre-
conizan la separación de las iglesias y del Estado, y les niegan a
los oscurantistas el acceso a los campus universitarios.
Es inútil esperar ocupar una posición intermedia o sepa-
rada: se trata de una guerra de los mundos e incluso de una
guerra sobre la manera de hacer la paz. Es inútil, finalmente.

^ Sobre la ideología de esta controversia, puede leerse: Dominique Lecourt,


L'Amérique entre la Bible et Darwin, Paris, PUF, 1992.
224

imaginar una solución de compromiso, como si, entre los 5.000


años de la Creación bíblica y los 5 mil millones de años de la
historia terrestre, regateáramos como si fuéramos vendedores
de alfombras: "¡Vamos! Quedamos en dos mil millones y medio
y somos todos amigos."
Ridiculizando a los creacionistas o relativizando a los
científicos, perderíamos la oportunidad de entablar una ne-
gociación de paz que exige no mediadores sino diplomáticos.®
Abandonaríamos la oportunidad de descubrir los objetivos
de guerra que persiguen unos y otros. No lograríamos replan-
tear el nuevo interrogante político: pueden vivir en el mismo
mundo común, formar la misma República, es decir, la misma
"cosa" pública." ¿Es cierto que los biólogos quieren confinar la
religión únicamente al sentimiento interior? ¿Es posible que el
Dios de la Biblia quiera de verdad alejar a los darwinianos de su
inmensa duración y de sus colecciones de fósiles? No se trata
en realidad de la supervivencia del más apto, sino más bien del
advenimiento del mejor mundo posible.

Junio de 1999

Expresión introducida en Isabelle Stengers, Cosmopolitiques, tomo 7. Pour en fi-


nir avec la tolérance, Paris, La Découverte-Les Empêcheurs de penser en rond, 1997.
El mediador es un tercero desinteresado. El diplomático pertenece a una o a la otra
jjarte en conflicto.
'' Se dice que la palabra cosa (res, thing) proviene de la asamblea judicial, aunque
la palabra res-publica puede designar algo completamente diferente de las relaciones
humanas. Véase el muy bello análisis de Yan Thomas, "Res, chose et patrimoine (note
sur le rapport sujet-objet en droit romain)". Archives de philosophie du droit, vol. 25,
1980, pp. 413-426.
225

Nadie sabe con certeza...'

El amante del arte está acostumbrado desde hace mucho


tiempo a visitar museos. No se sorprende al verno sólo las obras,
sino también los cart,eles que explican las dificultades de atribu-
ción de un Vemieer o de un Rembrandt; la lista de coleccionistas
y donantes prestigiosos por cuyas manos pasó cada ima de las
piezas; la variedad de los juicios de gusto en el transcurso de los
tiempos o las incertidumbres de las restauraciones sucesivas así
como las polémicas que despertaron. Milagro de la cultura: cuan-
to más sepa, más se formará su gusto, más violentamente sentirá
el placer o lo detestará, más capaz será de articular sus juicios
cuando deba justificarlos frente a los demás, frente a sus colegas
amantes, que forman un círculo, un coro, un club alrededor de
cada obra.
Para el amante de la ciencia, la visita es más contrastante por-
que los museos científicos dudan siempre entre la formación del

' Los gabinetes de curiosidades preceden evidentemente la división entre los dos
tii)os de museo, como puede verse al leer a Lorraine Daston y Katharine Park, Wonders
and the Order of Nature, Cambridge, Mass., Zone Books, 1999.
226 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

gusto y la sed de saber.' No hay nada más emocionante, desde


este punto de vista, que el Museo de historia natural de New
York, en el Central Park. En la planta ba,ja, hay una primera sor-
presa: ¿cómo puede el país de lo "políticamente correcto" mos-
trar salas que se conservan exactamente en el mismo estado en
el que el racismo conquistador de los Occidentales las elaboró?
Al lado de la "sala de los Mamíferos africanos", se encuentra
la de los "Indios de las praderas" y, lindante con el "Hall de los
pueblos asiáticos", el de los "Mamíferos de Asia". Como si, en
la representación de la naturaleza salvaje, se pudiera poner a
la vez a pumas e iroqueses sin considerar la distancia infinita
que separa la naturaleza de unos de las culturas de los otros.
Incluso encontramos en algunas vitrinas animales disecados e
indios de cera que parecen naturalizados^...
Pero, en el último piso, pasamos bruscamente del siglo XIX
al XXI, descubriendo las nuevas salas de paleontología. No
conozco otro ejemplo de pedagogía tan llevada al extremo, de
estética tan perfecta, que sea al mismo tiempo, para el público
masivo que va los doiningos en familia, y tan técnicamente
exigente: no falta ningún término científico para distinguir
los tipos de saurios, para reconocerse en la mezcolanza de
antiguos mamíferos -la propia disposición del espacio ayuda a
memorizar el laberinto de la evolución puesta en escena para
el visitante.®
Tenemos todo esto en París, podrán objetarme, ¡en nues-

^ Existe en un museo de Nápoles un Bosliiman disecado, aunque tuvieron el escrúpulo


de esconder ese crimen luego de haberlo expuesto sin malas intenciones durante varios
siglos. Sobre museogratia de África, véase Anrüe E. Coombes, Reinventing Africa.
Museums, Material Cultures and Popular Imagination in Late Victorian and
Edwardian England, Yale University Press, 1994.
' Sobre la relación de las ciencias, del espacio y de la arquitectura, puede leerse con
provecho el apasionante compendio de Peter Galison y Emily Thompson (obra dirigida
por), The Architecture of Science, Cambridge, Mass., MIT Press, 1999.
"NADIE SABE CON CERTEZA..."
227

tra suntuosa Gran Galería de la Evolución! Es cierto, pero la


sorpresa del amante de la ciencia no proviene únicamente de
la calidad pedagógica y estética, cada vez mejor difundida.
Proviene de esa frasecita puesta en casi todos los carteles:
"We don't knowfor sure". Pareciera que una banda de conser-
vadores discípulos de Derrida, que una pandilla de sociólogos
de las ciencias, se las ingenió para "deconstruir" cada vitrina
a fin de mostrar su fragilidad, de revelar sus entretelones, de
señalar sus incertidumbres.
Todo el mundo conoce la célebre serie de fósiles que
conduce en "línea recta" de los ancestros liliputienses de los
caballos a los pura sangre contemporáneos. La encontramos
aquí, pero historizada, deconstruida, complicada, puesta en
duda y en escena de luia manera totalmente diferente: "Un
ejemplo clásico revisüado", dice el gran afiche de vidrio,
y el panel explica: "La historia de los caballos, la versión
revisada". ¿Dónde no anidará el revisionismo? Y el amante
se vuelve más ilustrado al aprender que, contrariamente a la
versión canónica, ciertos caballos tardíos eran más pequeños
que sus predecesores y que otros, aunque fueran tardíos,
tenían tres dedos en lugar de una sola pezuña. ¡Es un poco
fuerte! En medio de este templo de la pedagogía simplificada
y depurada, complican hasta la historia de los caballos, ese
tópico del darwinismo, desplegando frente a los visitantes
querellas de especialistas. El hecho de atribuirle un rango a
un fósil, ¿se volverá tan disputado como la atribución de un
Van Gogh? Definitivamente, estos conservadores no respetan
nada. Hasta son tan audaces como para "revisitar" al gran
diplodocos, orgullo del Museum: "En 1992 los especialistas
empezaron a remontar el espécimen para reflejar lo que
aprendimos sobre los saurópodos desde 1905. El cráneo, el
número de vértebras del cuello, la configuración de los puños
y el largo de la cola fueron modificados". Y a mostrar una jun-
228

to a la otra la antigua y la nueva versión, como se haría con la


disputada restauración de Saint Sernin de Toulouse..."
Una vez que pasó la sorpresa, una vez que se adquirió la
costumbre de leer las advertencias "Nadie sabe con certeza",
una vez respetado el trabajo de los artistas zoológicos®, una vez
comprendidas las dificultades de la excavación, el amante de
ciencia percibe que, cuanto más se toma en cuenta la historia
de los científicos, más se profundizan el respeto y la confianza
que sus resultados provisorios le generan. La competencia
pedagógica está siempre allí, la sed de conocimientos también,
pero a éstas se agrega por añadidura la cercanía del frente de
investigación. En vez de atenuar la fe que se les puede atribuir
a los hechos establecidos, esta inyección masiva de historia
revisada en el corazón de un museo científico tiene como
efecto el hecho de multiplicar las fuentes de placer, de interés
y de pasión. El museo de ciencia se eleva entonces al nivel del
Metropolitan, museo de arte del otro lado del Central Park,
y los niños en grupos revoltosos, a quienes los hechos por sí
mismos no hubieran conmovido, tienen más posibilidades de
exclamar como aquel pintor del Renacimiento: "¡Yo también
soy paleontólogo!"

Noviembre de 1999

' Misma disputa de ambos lados: ¿hay que conservar preciosamente como fósiles de
un pasado reciente las restauraciones de nuestros predecesores? ¿Hay cine preservar la
idea que Viollet-le-Duc podía hacerse hace un siglo de lo que era una verdadera iglesia
romana? Sobre la historia precoz de la patrirnonialización, véase Dominique Poulot,
Musée, nation, patrimoine. 1789-1815, Paris, Gallimard, 1997.
Un video nos permite conocer en detalle el trabajo de Jay H. Matternes que tiene a
su cargo la ruda tarea de dramatizar la reconstrucción de los seres desaparecidos hace
mucho tiempo.
229

Elfin de las técnicas

Eslán esos acontecimientos niinúscnlos, que pasan casi


inadvertidos, que revelan, sin embargo, frente a la mirada del
amante de la ciencia, a qué punto cambiamos rápidamente de
época. Lo que los sociólogos de las técnicas venían diciendo
desde hace veinticinco años, y que parecía incongruente o for-
zado, está convirtiéndose en un elemento de sentido común:
los objetos técnicos ya no son ajenos al mundo social.' Dicho
de otro modo, ya no hay caja negra.
Propongo como prueba este extracto del Intemational
Herald. Tribune que relata uno de los episodios del juicio con
golpe de efecto que el gobierno de Estados Unidos, en nombre
de la ley antitrust, instauró contra Microsoft. Los jueces de
apelación habían exigido que se les dieran unos cursitos recu-
peratorios para comprender mejor el mundo esotérico de las

' Para una presentación clásica, véase Wiebe Bijker y John Law, eds., Shaping
Technology-Building Society. Studies in Sociotechnical Change, Cambridge, Mass.,
MIT Press, 1992, y para un ejemplo reciente, véase el muy útil librito bajo la dirección
de Donrinique Vinck, Ingénieurs au quotidien, Grenoble, Presses universitaires de
Grenoble, 1999.
2 3 0 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

computadoras. Nada más inocente, podrán decir; nada en todo


caso que pruebe mejor la modestia, la seriedad y la imparciali-
dad de los jueces. Un tal Sr. Hites había aceptado presentarles
los rudimentos de la informática.
Pero, ¿qué creen que pasó? ¡Los abogados de ambas partes
en litigio lograron impedir que el profesor impartiera su curso!
"Entre los diferentes problemas sobre los que las partes en
juicio por violación de la ley antitrust, aunque profundamente
divididas, se pusieron de acuerdo, estaba el hecho de que pro-
bablemente el briefing del Sr. Hites tocaría temas controver-
siales. Por ejemplo, el Sr. Hites había previsto explicarles a los
jueces el funcionamiento de los sistemas de explotación. Pero,
justamente, durante todo el juicio, esta cuestión -¿qué es im
sistema de explotación?- fue objeto de muchas deposiciones
contradictorias.
"Para Wilham Kovacic, un profesor especializado en el con-
tencioso antitrust en la Universidad George Washington, que
siguió la totaUdad del juicio, la idea de un briefing era buena,
pero los jueces 'evaluaron mal el alcance de las controversias
sobre tecnología'.
"Como lo demuestra la experiencia, agregó el Sr Kovacik,
'en el momento en que el Sr. Hites empiece a definir la expre-
sión 'browser', se irán a las manos en la sala de audiencia'
(International Herald Tribune, 30 de octubre de 2000)".
¿Qué? ¿Ya no habría entonces cómo definir objetiva, cal-
madamente, qué es una computadora, ese símbolo de la razón
moderna, ese parangón de todas las virtudes lógicas, no habría
cómo exponer sus rudimentos, cómo expresar su quintaesen-
cia, sin que enseguida se desatara una pelea acerca del más
elemental de sus componentes? Como buenos racionalistas
a la antigua, los jueces habían pedido que se les presentaran
primero los hechos indiscutibles, y se reservaban, como sabios
habitués de los pretorios, los desacuerdos espinosos que segu-
EL FIN DE L A S TÉCNICAS 2 3 1

ramente surgirían sobre la interpretación de esos hechos.


Pero nuestros buenos jueces se equivocaron de época, "eva-
luaron mal el alcance de las controversias sobre tecnología".
Los hechos se volvieron tan controvertidos como las interpre-
taciones. Ya no hay cómo descansar de las pasiones de lo con-
tencioso interesándose sólo por las propiedades puramente
objetivas de los dispositivos técnicos. Los hechos también se
convirtieron en casos. Cada cosa se convirtió - o mejor dicho
se volvió a convertir- en una causa, célebre o no.^
No hay nada sorprendente en todo esto. Los innovadores y
aquellos que los estudian -sociólogos, antropólogos, historia-
dores o ergónomos- saben bien que cada elemento de una dis-
posición técnica depende de una elección de mundo, propone
cierta definición del usuario, implica una política de patentes
y normas, entraña una estrategia industrial. A tal punto que, si
quisiéramos hacer el mapa sociotécnico de cualquier invención
material, podríamos ya sea describirla como una organización
de objetos, ya sea como xma disposición social. De Diderot a
Simondon pasando por Marx o Leroi-Gourhan, es siempre el
mismo grito -incluso el de Cuvier: "¡Denme la punta de una
aguja y les trazaré el retrato de toda la civilización que la hizo
posible!".
Lo que es nuevo es que este estudio, reservado hasta en-
tonces a los especialistas de la tecnología, se vuelve, cada día
más, bajo la presión de los querellantes, de los abogados, bajo
las embestidas de la prensa, una evidencia de sentido común.
Ya no hay técnica en sí que pueda descansar, por fuera de toda
controversia, en la evidencia tranquila de sus límites bien
deUmitados. "Navegador Web" ya no es un simple objeto que

^ Las dos palabras, no lo olvidemos, tienen la misma etimología, sobre la cual pensado-
res como Michel Serres jugaron mucho. Véase, por ejemplo, su Statues, Paris, François
Bourin, 1993.
232

podríamos poner en una caja negra para sólo ocuparnos de


sus entradas y salidas. De tan cerrado se volvió abierto. De tan
calvo se volvió despeinado. Lejos de poner fin a las controver-
sias por el peso de su objetividad, de sus funcionalidades, de
su eficacia, las abrió, las avivó, despertó sus peleas a golpes de
puño. Ya no es la arena que se lanza para apagar un principio de
incendio, es el aceite que se tira sobre el fuego para avivarlo.
En este nuevo mundo de las controversias técnicas, los
dispositivos, incluso los rudimentarios, aparecen como tantas
otras hipótesis sobre la repartición de los seres capaces o in-
capaces de convivir: ¿los estadounidenses pueden o no pueden
vivir con Microsoft, su sistema operativo y su buscador Web?
Quizás sería el momento de que los expertos a cargo de la for-
mación de los técnicos se beneficien a su vez de la punzante
lección que los jueces de apelación, privados de cursos recu-
peratorios, acaban de recibir Como lo demuestra esta pequeña
anécdota, cambiamos de mundo - y lo hacemos rápidamente. Si
las causas se convirtieron en causas, se terminó el viejo oficio
del ingeniero tanto más eficaz cuanto más encerrado vivía.

Enero de 2001
233

¿Cómo evaluar la innovación?

El dilema del innovador es muy conocido: cuando puede,


no sabe; cuando sabe, no puede. Al principio de su proyecto, si
todavía no conoce en lo más mínimo las reacciones del priblico,
de los flnanciadores, de los proveedores, de los colegas y de las
máquinas que debe combinar en conjunto para que su proyecto
tome cuerpo, puede, sin embargo, muy rápidamente, modificar
de arriba a abajo la naturaleza de sus planes para adaptarse a
sus desiderata. Al final de su proyecto, habrá aprendido final-
mente todo lo que habría tenido que saber sobre la resistencia
de los materiales, la fiabilidad de los componentes, la calidad
de sus subcontratistas, la fidelidad de sus banqueros, la pasión
de sus clientes, pero ya no podrá cambiar ni un poco sus pla-
nes: muy tarde, ya están ahí moldeados en bronce. La astucia
de la innovación consiste entonces en hacer que dos curvas se
entrecrucen: la primera representa la adquisición de los cono-
cimientos sobre los estados del mundo; la segunda registra la
pérdida de los grados de libertad del irmovador.' El saber sobre

' Encontraremos en el libro ele Christophe Midler, L'Auto qui n'existait pos, Paris,
234 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

lo que se debería haber hecho se paga con dinero contante y


sonante, en margen de maniobra.
La buena economía de la innovación, puede comprenderse
sin el más mínimo problema, consiste en aprender lo máximo
posible sobre el mundo que le espera al innovador, cerrando
lo más tarde posible el abarüco de posibilidades. Lo ideal sería
que la primera curva subiera rápido y que la segunda descen-
diera lentamente, al experimentar, de tal manera que la prueba
aporte el máximo de enseñanzas que se podrán muy rápida-
mente, y a un costo bajo, hacer actuar sobre la definición de
un proyecto al que se le ha dado flexibilidad.^ Víctima de esa
inquietud devoradora, el jefe de proyecto debe entonces eva-
luar sin cesar la calidad de las pruebas a las que somete sus
planes para sacar partido lo más rápido posible, antes de que
sea demasiado tarde.
El ejercicio no es tan fácü como se cree. Efectivamente, se
opone al sentido comíín que presupone que hay que "saber an-
tes de actuar" y que un buen jefe de proyecto, en consecuencia,
es el que "apUcará en la reaUdad", con la menor deformación
posible, lo que habría dibujado de antemano hasta en sus más
mínimos detalles. Sin embargo, fuera de los casos de rutina
absoluta, un proyecto jamás se encuentra en la situación que
el sentido común prevé: no sabemos antes de actuar, actuamos
para saber Aunque hay que sacar de ello algún provecho. Hace
ya al menos siete años, por ejemplo, todos los especialistas del
transporte saben que las dos líneas ÉOLE y MÉTÉOR, surcadas
en pleno París, son una locura absoluta. Sin embargo, ese sa-

luteréditions, 1993, una presentación de estos dilernas en relación con la organización


por proyecto, tan popular hoy en las empresas.
- Para una representación mucho más amplia de los problemas que la incertidmnbre de
la investigación le plantea a la economía, véase Dominique Foray y Christopher Freeman
(obra dirigida por), Technologie et richesse des nations, Paris, Economica, 1992.
¿CÓMO EVALUAR LA INNOVACIÓN? 2 3 5

ber nunca tuvo ni la más mínima oportunidad de ejercer una


influencia sobre las líneas que se dibujaron demasiado tempra-
namente; en lugar de servir para el aprendizaje, se transforman
en lamentos inútiles sobre el despilfarro de una administración
incapaz de experimentar. Las dos curvas se cruzaron de la peor
manera posible: se gastarán miles de millones sin que enten-
damos siquiera lo que tendríamos que haber hecho en lugar de
ÉOLE y de MÉTÉOR, cuya inauguración presenciaremos con el
corazón roto y a las que habremos de mantener por décadas.
Los ingenieros, administradores y jefes de proyecto deberían
tomar de las ciencias experimentales algimos de sus secretos.
Entre el saber y la ignorancia, todo el mundo en el laboratorio
lo sabe, está la experiencia. Se la puede echar a perder; puede
no ser significativa; podemos vernos forzados a abandonar una
pista de investigación; nadie jamás, en todo caso, tendría la
absurda idea de actuar sin recolectar permanentemente, por
medio de un protocolo muy cuidado, el efecto de las pruebas
que se han experimentado. Pero, ¿dónde están, en la adminis-
tración, en el Estado, en las grandes empresas, los experimen-
tadores a cargo de recolectar permanentemente el resultado,
positivo o negativo, de las pruebas por las que pasan conti-
nuamente los proyectos en curso? ¿Quién define el protocolo?
Para utilizar un término militar, ¿quién redacta el debriefing de
las misiones? ¿Podemos imaginar un investigador que nunca
extrajera ninguna lección de sus fracasos? ¿Un laboratorio que
no anotara jamás el resultado de sus experiencias?
Más extraño aún: ¿qué hacemos cuando no sabemos, cuan-
do carecemos de certezas? ¿Dibujamos un camino de pruebas
para tantear, para aprender, poco a poco, acerca de modelos
reducidos, de programas piloto, de muestras representativas,
cómo anticipar las reacciones del futuro? Para nada: vamos a
decidir; a resolver. El sentido común reúne entonces los dos
inconvenientes: imagina a un ingeniero que sabe antes de ac-
236 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

tuar y a un politico que resuelve sin saber. De la experiencia, de


la seguidilla de fracasos, del encadenamiento de los éxitos no
aprenderemos nada. Volveremos a empezar la vez siguiente, sin
haber adquirido ningún aprendizaje. El tiempo habrá pasado en
vano.
Hay que imaginar entonces un nuevo poder que no se defi-
na ni por su saber, ni por su aptitud para resolver, sino por su
capacidad para seguir las experiencias en curso y para estimar
la calidad de su aprendizaje. Una mala experiencia no es la
que fracasa, sino aquella de la que no se aprende nada para la
siguiente. Una buena experiencia, a la inversa, es aquella cuyas
pruebas muy tempranamente ponen en peligro las evidencias
que servían para definir el proyecto.^ La búsqueda de la "falsi-
ficación", cara a Karl Popper, no es una virtud únicamente del
laboratorio: hay que extenderla a todas las experiencias colec-
tivas con las que estamos comprometidos, muy a nuestro pesar.
No esperamos que ese poder nos diga lo que hay y no hay que
hacer, sino que documente obstinadamente el aprendizaje al
que nos sometemos."
Siempre nos burlamos de la tecnocracia. Efectivamente,
tenemos razón en criticar a los cuerpos técnicos capaces de
reunir los defectos de la política, de la ciencia y de la adminis-
tración, sin tener ninguna de las virtudes. En efecto, hay algo

La búsqueda de los "caminos críticos", tan útiles en los períodos tardíos de gestión
de los proyectos, no sirve de nada en las fases de elaboración. Nadie sabe todavía con
qué obstáculo nos encontraremos en el camino, porque el propio cainino todavía no está
definido. Entonces hay que aumentar, de manera general, lo que podríamos llamar "la
criticidad" de un proyecto, es decir, imaginar a la vez los caminos posibles y sus posibles
obstáculos multiplicando las descripciones contradictorias del propio proyecto por la
mayor cantidad posible de partes involucradas.
"I Sobre la puesta en estado de alerta de una administración capturada por la incertidum-
bre técnica, véase el libro capital de Marie-Angéle Hermitte, Le sang et le droit. Essai sur
la transfusion sanguine, Paris, Le Senil, 1996 (comeritado en este jnismo libro: "¿Cómo
acostumbrar a los investigadores a vivir peligrosamente?", pp. 121-125).
;CÓMO EVALUAR LA INNOVACIÓN?
237

intolerable en el hecho de ver cómo se acumulan en las mismas


manos tantas capacidades de ignorar: los tecnócratas no pagan
ni el precio de la representación popular, ni el de la difícil in-
vestigación científica, ni el de la continuación incierta y la eva-
luación arriesgada. Sin embargo, estos cuerpos técnicos tienen
la enorme ventaja, en Francia, de ser poderosos. Si pudiéramos
quitarles su extraña concepción del ingeniero que sabe y del
político que resuelve, dispondríamos entonces, quizás, de un
recurso maestro para redeflnir el Estado.
Para reformar la política, los franceses, hasta aquí, se inspi-
raron siempre en las certezas de la ciencia. Es tiempo de que se
inspiren en las incertidumbres de la investigación.

Noviembre de 1998
239

Siguiendo la huella
de la innovación arriesgada

Los directores de investigaciones, públicas o privadas, lo


saben muy bien: en los primeros estadios de la innovación, hay
demasiadas incógnitas como para calcular las posibilidades
de un imevo procedimiento o de un nuevo producto. Deben
encomendarse a la suerte, al olfato, a la opinión más o menos
informada de algunos caciques - o apoyarse en una especie
de selección natural para hacer que emerjan los más aptos.
Desgraciadamente, la evolución darwiniana nunca culmina
en lo óptimo: excelentes innovaciones pueden ser espantadas
por otras más brutales, por no haber sido protegidas el tiempo
suficiente.
Lo que sucede es que todos los descubrimientos importan-
tes nacen siendo ineficaces: son hopeful monsters, "monstruos
prometedores". Para darles su oportunidad es necesario que se
los haya protegido por mucho tiempo de los competidores que
ya estaban en sus puestos, mejor armados, que tenían todos
los argumentos a su favor. ¿Qué posibilidad tenía la lámpara de
Edison frente a las poderosas compañías de gas? ¿Qué resulta-
dos habrían arrojado los cálculos, si se hubiese comparado, en
240 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

1930, el interés de la energía nuclear con el carbón? ¿Cuánto


valía el tranvía veinte años atrás?
Para evaluar las posibilidades de una innovación más o
menos radical, no podemos confiarnos al cálculo porque el
mundo en el que ésta se insertará no es lo suficientemente
estable como para brindar cifras confiables; sin embargo, sería
en vano confiarse a la selección natural ya que ningún sentido
de la eficacia guía la evolución. ¿Hay que bajar los brazos y ce-
lebrar los peligros y grandezas de la investigación, "que nadie
sabría diñgir", sosteniendo los proyectos a la buena de Dios?
Si bien algunas veces puede halagar a los investigadores, esta
manera de ver culmina, la mayoría de las veces, en un inmenso
despilfarro.
La cuestión consiste entonces en saber si se puede evaluar
sin calcular. Pero, lo que no se puede calcular, puede, a pesar
de todo, ser descripto. Pero, ¿cómo hacer una buena descrip-
ción de una innovación que todavía no ha nacido? La manera
habitual de presentar los proyectos de investigación no permi-
te mucha evaluación. Un investigador siempre será propenso
a presentar su descubrimiento como la octava maravilla del
mundo: sin defectos, sin enemigos, sin competidores, se im-
pone, según él, con todas las fuerzas combinadas de la verdad
científica, de la eficacia técnica, de la rentabilidad económica, e
incluso de la justicia social -sin olvidar el ineluctable progreso.
Al escuchar esto, los accionistas, capitales de riesgo, colegas y
consumidores sólo tienen que sacar sus chequeras... Es huma-
no, pero no es evaluable.
Supongamos ahora que se le pide al innovador ya no que
describa su proyecto como ima necesidad ineluctable, sino
que lo cuente como una peligrosa aventura que perfectamente
puede fracasar: se le exige que cite a los competidores cuyos
productos ocupan hoy el nicho en el que pretende insertarse; se
le pide que trace los rumbos alternativos que podría tomar su
SIGUIENDO LA HUELLA DE LA INNOVACIÓN ARRIESGADA 2 4 1

proyecto si no logra convencer; nos gustaría saber cómo podría


modificarse para integrar en su cuaderno de especificaciones
técnicas las objeciones de los opositores, y así sucesivamente.
En lugar de que "construya en hormigón" su presentación, se le
pide que haga una "descripción arriesgada."'
¿Por qué esta descripción, podrán objetarme, permitiría una
mejor evaluación que el cálculo imposible? Si no podemos sin
cometer una injusticia pedirle al paladín de una innovación
radical que calcule de entrada las posibilidades de su proyec-
to, todavía menos podemos exigirle que conozca la respuesta
a todas estas preguntas sobre la ecología de una innovación
futura.
Tampoco el juicio de un evaluador se refiere a un conoci-
miento profundo: a un embrión de innovación sólo se le puede
pedir un embrión de respuesta. La evaluación no se refiere al
conocimiento completo del entorno del proyecto, sino sola-
mente a la "riqueza" cada vez más grande de la descripción
que ofrece el innovador. El inventor no conoce el mundo
futuro; puede fracasar; puede equivocarse; tantea a ciegas;
no podemos confiar en ningíín experto para juzgarlo; no po-
demos confiarnos a la injusta selección natural; todo esto es
cierto y, sin embargo, hay sólo una cosa que no miente, hay un
solo hilo de Ariadna que permanece sólidamente en mano: ¿la
descripción del mundo futuro del proyecto es ahora más rica
y más detallada, luego de las pruebas que sufrió el proyecto,
que durante el precedente encuentro entre el innovador y el
evaluador? Lo que el evaluador puede medir con un principio
de certeza es el "delta de aprendizaje" que permite, entre dos
pruebas, entre dos encuentros, mejorar la descripción del pro-

' Una lista completa de los dieciséis indicadores de una "descripción arriesgada" fue
prop\iesta y arriesgada en el marco del proyecto ERANIT, luego PROTÉE. Véase más
información en el site de B. Latour.
242

yecto, hacerlo a la vez más articulable y más negociable.^


"¿Negociable? ¡Pero señor, mi proyecto es un tómelo o dé-
jelo!", se indignará el innovador, exclamando como Cyrano:
"Imposible, Señor; Mi sangre se coagula / Cuando pienso que
cambian mis comas". Entonces, no le den ni un peso; dejen que
el proyecto teriráne en los placares donde duermen las innova-
ciones geniales aunque irrealizables. No tienen frente a ustedes
a un monstmo prometedor, sino a un "elefante blanco"®, dicho
de otro modo, un "devorador de recursos". Para que exista den-
tro de diez o veinte años, el proyecto tiene que ser capaz de in-
sertarse en una ecología tan frágil como la de una selva amazó-
nica: o bien el innovador busca comprender junto con ustedes
ese medio ambiente - y hay que respaldarlo en sus pruebas-; o
bien, sólo le interesa su proyecto y no su ecología -pero su pro-
yecto no tiene ni la más mínima posibilidad de existir AI exigir
la descripción, se harán ahorros que el cálculo no hubiese per-
mitido. Esto es mejor que invocar a San Darwin.

Noviembre de 2000

^ Esto supone por supuesto que el evaluador y el innovador se incluyan en el nüsmo


"pacto de aprendizaje".
Expresión estadounidense que designa los proyectos admirables, como Super
Phénix, que se llevan al extremo indefinidamente en lugar de pararlos a tiempo.
243

¿Hay que saber


antes de actuar?

No parece que haya habido en Francia, recientemente, una


experiencia colectiva más dolorosa que la de la sangre conta-
minada. Sin embargo, habría que saber exactamente de qué
experiencia se trata y qué lecciones se han podido extraer de
ella. Al leer las opiniones libres y apasionadas que sirven de
disparos de artillería preparatorios al juicio del Alto Tribunal
de Justicia, nos quedamos perplejos frente a las dificultades de
aprendizaje.
Un modelo de sociología del conocimiento por suerte se
desmoronó: aquel que quería que las certezas circularan instan-
táneamente, como un fluido eléctrico, a partir de un único la-
boratorio fuente y que sin vehículo, sin gradaciones, obligaran
a todos los espíritus a tomar posición inmediatamente. Todos y
cada uno deben admitir hoy que el conocimiento de un hecho,
por muy evidente que nos parezca a posteriori, adquiere muy
lentamente su claridad deslumbrante. Dicho de otro modo, la
evidencia no se encuentra en el comienzo de la historia sino
al final. Para que la relación entre un agente infeccioso y una
enfermedad se vuelva visible para todos, hace falta un largo
2 4 4 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

y progresivo trabajo de "puesta en evidencia", trabajo del que


participan las múltiples instituciones que describen los histo-
riadores y sociólogos de las ciencias: preconceptos, instrumen-
tos, escuelas y camarillas, coloquios y diarios, medios masivos
y manuales.' Lo que el drama del SIDA nos recordó tan violen-
tamente, ya lo habíamos aprendido - o deberíamos haberlo
aprendido- con Pasteur y Koch. Por otra parte, no tiene sen-
tido ir a buscar ejemplos tan lejos: cada uno de nosotros sabe
bien que el conocimiento de una correlación entre el tabaco y
el cáncer no impide en mayor medida que se deje de fumar así
como, en una autopista, la certeza matemática de una relación
entre la velocidad y la muerte no hace que desaceleremos.
A todo el mundo le parece que, en este asunto, hay que tener
cuidado con el pecado capital del error retrospectivo -lo que los
historiadores de las ciencias llaman la historia "whiggish"- que
le atribuiría al pasado un conocimiento deslumbrante cuando
en realidad esa claridad es sólo el resultado tardío de una ins-
titucionalización del sentido común. Los contemporáneos de
Copérnico, a partir de la aparición de su tratado, no estaban
todos equivocados al rechazar el heliocentrismo. En todo caso,
no lo ignoraban solamente por puro oscurantismo. Sólo mucho
más tarde se pudo ver en su trabajo la evidencia de un sistema
del mundo que probablemente ni el propio Copérnico había
percibido.^ La humanidad no está entonces llena de incapaces
y malos que rechazarían, a causa de la "pesadez sociológica"
de las instituciones, la verdad desnuda que tienen frente a
sus ojos. Está llena de casi ciegos que andan a tientas sin otro

' Encontraremos en Joseph Ben-David, Éléments d'une sociologie histcn~ique des


sciences (Textos reunidos e introducidos por Gad Freudenthal), Paris, PUF, 1997, una se-
rie de ejemplos ya antiguos de esas instituciones necesarias al ejercicio del conocimiento.
^ Véase el libro por suerte traducido al francés de Augustine Brannigan, Le Fondement
social des découvertes scientifiques, Paris, PUF, 1996.
¿HAY QUE SABER ANTES DE A C T U A R ? 2 4 5

auxilio que el de las frágiles instituciones que logran mantener


y equipar.
Detrás de toda teoría del conocimiento, se esconde una fi-
losofía de la historia. Pero es allí donde, justamente, las cosas
se complican: los adversarios del proceso en la Corte Suprema
utilizan esta nueva sociología del conocimiento que reconoce
grados progresivos en la evidencia, para absolver de antemano
a todos los que tomaron las decisiones de la época. La antigua
versión injusta y "whiggish" poblaba al mundo de ciegos vo-
luntarios que se resistían a la luz de lo verdadero por pura y
exclusiva maldad; la nueva sostiene que, ya que la luz del cono-
cimiento era sólo parcial y progresiva, cada uno tenía entonces
excelentes razones para rechazar saberes incompletos y que,
en consecuencia, todo el mundo es inocente. Dentro de esta
óptica, el proceso sería sólo una venganza tardía perpetuada
para satisfacer la afición ancestral de las masas por los chivos
expiatorios. El antiguo modelo veía villanía en todos los seres
de antes que no habían sabido ver lo que tendría que haberles
saltado a la vista; ¡el nuevo sólo ve mezquindad en las poblacio-
nes de hoy sedientas de sangre!
La idea según la cual se debería absolver a los políticos, res-
ponsables administrativos, porque a pesar de su apariencia de
sentido común no sabían completamente, de la manera plena y
entera en que sabemos hoy, me parece, al contrario, aterradora:
prueba, en efecto, que no se espera para actuar otra luz que no
sea la del conocimiento, que confundimos el ejercicio del po-
der político con la aplicación de los saberes científicos, que les
pedimos a nuestros administradores que sean científicos y, lo
que es aún más espantoso, les exigimos a nuestros científicos
que aporten luces deslumbrantes y hechos indiscutibles antes
de que la máquina del Estado se ponga en marcha. La campaña
a favor de la inocencia de los ministros revela hasta qué punto
sus autores no imaginan otro fundamento para la política que
246

no sea la seguridad que brindan las certezas científicas. O bien


sabemos y podemos pasar a la acción; o bien no sabemos, y
entonces tenemos razón en no hacer nada. Definitivamente, el
viejo Augusto Comte todavía no ha muerto.
Como lo demostró tan elocuentemente Marie-Angéle
Hermitte®, la terrible lección de la sangre contaminada nos
obliga justamente a abandonar a la vez la idea de que los co-
nocimientos científicos son indiscutibles y la idea, de otro
modo temible, de que los políticos deben basarse en ellas. Al
contrario, hay que organizar el Estado en base a esta doble
incertidumbre: la que otorgan las ciencias, lentas, progresivas,
controvertidas, y la de los políticos obligados a experimentar a
tientas. Al confundir las ciencias con la política, se pierde toda
posibilidad de obtener alguna luz de su doble indecisión, es
decir, de experimentar colectivamente.

Marzo de 1999

' Marie-Angéle Hermitte, Le Sang et le droit. Essai sur la transfusion sanguine,


Paris, Le Seuil, 1996.
247

Sujetos recalcitrantes

Las ciencias humanas, ¿cómo pueden de una vez por todas


volverse "duras"? En sus Cosmopolitiques, Isabelle Stengers
propuso que se aplique a las ciencias del hombre un principio
de método que puede renovar profundamente su estilo.' En
los debates sobre las ciencias humanas se distinguen habitual-
mente dos acercamientos: el primero se esfuerza por "tratar a
los hechos sociales como cosas", segúrv la célebre fórmula de
Durkheim, buscando las situaciones en las que los seres huma-
nos en masa se asemejan lo más posible a los comportamientos
de la materia -multitud, cola, embotellamiento, competencia,
atracción, perturbación, mercado. La segunda aproximación, al
contrario, se esfuerza por distinguir lo más posible el compor-
tamiento de los actores sociales del de los objetos. La concien-
cia, la reflexión, la intención, la moral, la historia impiden que
se apliquen a las ciencias del hombre los métodos cuantitativos
de las ciencias de la naturaleza. Para simplificar, podemos decir

' Isabelle Stengers, Cosmopolitiques, Paris, La découverte & Les Empêcheurs de


penser en rond, 1996.
2 4 8 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

que la primera vía es objetivante, la segunda interpretativa.


Estas dos posiciones tradicionales comparten el hecho de
creer que las ciencias de la naturaleza tratan a los objetos
"como cosas", es decir, que los controlan y dominan. Pero esto
es justamente lo que Isabelle Stengers se niega a creer. Para
ella, en efecto, los objetos teóricos o experimentales se carac-
terizan por su carácter recalcitrante. El investigador puede exi-
gir una respuesta por medio del montaje de una experiencia; el
objeto no se sentirá obligado a responder en los mismos térmi-
nos. Si la experiencia está bien montada, desviará la pregunta,
sorprenderá al interrogador, trastornará los pronósticos y hará
que la interpretación corra riesgos insospechados. En la pers-
pectiva de Stengers, existe una relación directa entre la calidad
de una disciplina científica, el interés de una experiencia o de
una teoría, el riesgo que corre el investigador y lo recalcitrante
de los objetos. Un saber ya no se mide por la vara de su objeti-
vación, sino por los riesgos que comparten el observador y lo
observado.
Con este nuevo principio, la comparación entre las ciencias
naturales y las humanas cambia de cabo a rabo. ¿Cómo lograr
imitar de la mejor manera posible la sorpresa de la experiencia
que caracteriza los dispositivos de las ciencias de la naturaleza?
Importándoles a las ciencias del hombre el control de las cosas
inertes, responderán los defensores del acercamiento clásico.
Negándose a tratar a los humanos como cosas, replicarán sus
oponentes.
Ni lo uno ni lo otro, afirma Stengers. El mejor medio de imi-
tar a las ciencias naturales es dotarse de sujetos recalcitrantes,
capaces justamente, como los objetos de las ciencias exactas,
de rechazar las exigencias del investigador y de imponerle
nuevas obfigaciones. Un sociólogo al que se envía a un hogar
para hacer que una madre soltera complete un cuestionario
sólo puede producir ciencia repetitiva, porque la entrevistada
SUJETOS RECALCITRANTES 2 4 9

obedecerá pasivamente, marcando con una cruz las respuestas


en orden, cumpliendo de mil maravillas con el rol de sujeto en-
cuestado. Pero, si el mismo sociólogo interroga a una feminista
militante que rechaza las preguntas, que le plantea otras, que
invierte el sentido de la prueba y que finalmente lo echa, ¡allí
entonces podrá hacer una obra de ciencia! Se habrá topado
entonces con un sujeto recalcitrante. Habrá exigido respues-
tas, pero estará obligado, a partir de ese momento, a plantear
otras preguntas. Por haber corrido un riesgo, su discurso podrá
volverse científico.^
Vemos la novedad del principio de método. Para los defen-
sores del acercamiento interpretativo, hay que evitar a toda
costa el hecho de "objetivar" a los actores humanos... Sin esto,
no hay verdadera ciencia del hombre. Para los defensores del
acercamiento objetivante, hay que hacer que los humanos sean
tan mudos, tan inertes, tan dominados, tan contabilizables
como una cosa. Sin esto, no hay verdadera ciencia del hombre.
Pero, el principio de Stengers invierte las dos posiciones a la
vez: "¡aprendan a tratar a los sujetos humanos al menos tan
bien como tratan a los objetos recalcitrantes de los laborato-
rios!" En efecto, el gran peligro de los vivos -seres humanos
incluidos- no proviene del carácter recalcitrante "natural" de
toda investigación sino, al contrario, de su asombrosa aptitud
para dejarse inñuenciar por las exigencias del encuestador.
Adoran instalarse en la postura pasiva de una cosa a la que se
domina de lejos y que se conoce desde el exterior.® Los únicos

- Los antropólogos se acostumbraron desde hace tiempo a entablar relaciones ya no


con informantes sino con otros antropólogos provenientes de las sociedades que estu-
dian. Lo que perdieron en distancia, lo ganaron en virulencia. En sociología, el principio
está en la base de la etnometodología inventada por Harold Garfinkel: el actor social
hace tanta sociología como el sociólogo y es a menudo más reflexivo que él. Lo núsmo
sucede en la etnopsiquiatría donde el terapeuta considera al paciente como un colega
puesto, él también, en situación de investigación.
250 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

seres que escapan a esta connivencia son las entidades de la


física que van por su camino sin preocuparse en lo más rm'nimo
por los intereses y las exigencias de los científicos. En conse-
cuencia, el tínico medio de encontrar un poco de esa distancia
entre los seres vivos consiste, paradójicamente, ¡en nunca tra-
tar sino con sujetos recalcitrantes que se niegan a convertirse
en objetos de ciencia! Únicamente la igualdad entre investiga-
dor e investigado permite importar a las ciencias del hombre la
indiferencia del objeto respecto de las preguntas del científico,
indiferencia que les permitió tan bellos logros a las ciencias de
la naturaleza."
Comprendemos a partir de este hecho la diferencia entre el
principio de Stengers y el famoso principio de "falsificación"
de Karl Popper. Éste permite eliminar, como tantas falsas
ciencias, todas las actividades que no pueden obtener de sus
objetos de estudio la respuesta "sí" o "no" (sólo la segunda es
portadora de una información, la primera sólo viene a confir-
mar las hipótesis del científico). Ahora bien, estas situaciones
son a la vez raras y muy fácilmente difundidas. Popper elimina
tanto el marxismo como el darwinismo, el psicoanálisis como
la historia, pero conserva todos los montajes experimentales,
aunque estén llenos de artefactos, en los que seres imposibilita-
dos de responder responden por "sí" o por "no". Stengers hace
que su criterio de demarcación pase por otro lado. Descarta
como no científicas las disciplinas experimentales no obstante

El caso ampliamente estudiado por Stengers es el de Stanley Milgram, Obedience to


Authority. An Experimental View, New York, Harper Torch Books, 1974.
'' La igualdad juega en ambos sentidos. Un jefe de una empresa no puede exigir que el
encuestador estudie de cierta manera y no de otra. Lo núsmo sucede con los científicos
que evidentemente no pueden exigir que aquellos que vienen a estudiarlos les hagan
sólo un tipo de preguntas y sólo imo. Si el encuestador no quiere tratar desde el exterior
con seres mudos a quienes donünaría con la mirada, no quiere tampoco que sus objetos
de estudio le dicten las preguntas... Ningún diktat, ni de un lado ni del otro, ésa es la
exigencia de igualdad.
SUJETOS RECALCITRANTES 2 5 1

muy científicas pero que no permiten la igualdad entre lo que


el investigador exige y aquello a lo que lo investigado lo obliga.
Acepta en cambio considerar científicos a todos los dispositi-
vos que obligan al investigador a reconfigurar de arriba a abajo
las preguntas que le dirige. Las ciencias humanas pueden ganar
con ello una "dureza" nueva que ya no les vendría de la vana
imitación de las ciencias duras. Si el dominio de los objetos dio
tan buenos resultados en las ciencias de la naturaleza es jus-
tamente porque los objetos siempre escaparon a ese control.
Encontremos en las ciencias del hombre las situaciones en las
que los sujetos escapan al control, quizás finalmente obtenga-
mos mejores resultados...

Septiembre de 1997
253

¿Por qué venís tan Tarde?

Siempre creí, lo confieso, que lo real era racional y que los


buenos autores, al final de cuentas, siempre triunfaban. La
reciente publicación de las obras de Gabriel Tarde, sociólogo
y metafisico, alcanza para probar todo lo contrario. Hete aquí
una tradición científica en sociología que desapareció muy
seguramente como lo hizo Jean-Baptiste Lully. Privar a los so-
ciólogos de semejante filosofía, ¿no sería tan grave como haber
privado a los amantes del arte de la música barroca? ¿Quién
sabe qué hubiera sido de las ciencias sociales si hubieran sabi-
do conservar ambas herencias, la de Tarde y la de Durkheim?
Comparemos primero las dos tradiciones. Todo sociólogo,
todo antropólogo, todo economista, todo historiador, todo lin-
güista aprende a reconocer detrás de las conductas individuales
la presencia de una estructura más vasta y más general que sola
puede darle sentido. Desde el DEUG' que estamos adiestrados
para descubrir el "nosotros" bajo el "yo". ¿Qué dice Tarde? Casi

' N. de la T.: En Francia, el DEUG es el Diploma de Estudios Universitarios Generales,


diploma nacional de la enseñanza superior.
254 CRÓNICAS DE UN A M A N T E DE LAS CIENCIAS

exactamente lo contrario: "En el fondo de nosotros, buscando


bien, sólo encontraremos una cierta cantidad de ellos y de ellas
que se nublaron y confundieron al multiplicarse"^ (p. 61). Hay
efectivamente efectos de estructuras, de los contextos, de las
inercias más pesadas, pero el investigador obstinado siempre
puede desenredar la madeja de acciones individuales que poco
a poco los fue engendrando. Yendo del "yo" hacia el "nosotros",
nunca estamos obligados a pasar por la "sociedad", el "contex-
to global", o el "yo colectivo".
¿Por qué Tarde está taii seguro de su hecho? ¡Por la historia
de las ciencias! Efectivamente, la ciencia es una producción
colectiva relativamente reciente cuya rastreabilidad, para
utilizar los términos de los industriales, es tan perfecta que
se puede seguir en detalle cómo cada evidencia fue, un día u
otro, producto de un laboratorio particular. "En cuanto al mo-
numento científico, el más grandioso de todos los monumentos
humanos, no hay duda posible. Este se edificó a plena luz de la
historia, y seguimos su desarrollo desde aproximadamente el
principio hasta nuestros días. [... ] Todo aquí es de origen indivi-
dual, no sólo todos los materiales, sino también los planos, los
planos de detalles y los planos de conjunto; todo, incluso lo que
hoy se extiende a todos los cerebros cultivados y se enseña en
la escuela primaria, comenzó siendo el secreto de un cerebro
solitario [...]" (p. 125).
¡Pero qué gran hallazgo!, me dirán, Tarde descubrió la
pólvora al oponer psicología individual y sociología colecti-
va... Esto es lo que nos hicieron creer los durkheimianos y lo
que les permitió ganar frente a Tarde aquel malísimo proceso
en psicología. Pero, en ningún momento se trata de partir del

- Tarde, Gabriel, Les lois sociales, Paris, Les Empêcheurs de penser en rond, 1999
(reedición) [Hay traducción al español: Tarde, Gabriel, Las Leyes Sociales, Barcelona,
Editorial Sopeña, 1967[.
íPOR QUE VENIS TAN TARDE?
255

individuo sino de seguir la fina red de lo que lo alcanza y de lo


que éste restituye.® A la psicología intrapersonal, Tarde opone
una psicología interpersonal, en resumen, una sociología, pero
que tendría por motor, por móvil, por objeto, la influencia que
cada individualidad ejerce sobre cada una de las otras. "Lo que
hay que otorgarles a los adversarios de la teoría de las causas
individuales en historia es que se la ha falseado al hablar de
los grandes hombres cuando había que hablar de las grandes
ideas, que a menudo surgieron en hombres muy pequeños
[...]" (p. 127). No conviene interesarse por las personas sino
por aquello que las atraviesa y que, sin embargo, jamás tie-
ne la forma de un yo colectivo. Mucho antes de que Richard
Dawkins propusiera su extraña sugerencia de los "memes", ca-
paces, como los genes, de reproducirse explicando la cultura".
Tarde quiso centrar la atención sobre el problema -que se ha
vuelto central- de la coordinación de las acciones a partir de
los bienes, de las palabras, de las leyes, de las obras de arte, de
las teorías científicas. Partiendo de una sociedad sui generis
para explicar el comportamiento, los durkheimianos toman el
problema por la solución y construyen su ciencia sobre una
tautología carente de sentido. "En verdad, semejantes expli-
caciones son ilusorias, y sus autores no se dan cuenta de que
postulando de este modo una fuerza colectiva, una similitud
de millones de hombres a la vez bajo ciertas relaciones, eluden
la dificultad mayor, la cuestión de saber cómo pudo ocurrir
esta asimilación general" (p. 62). Hay que obtener la similitud
en lugar de partir de ella. Decididamente, los "sociólogos de lo

Véase el prefacio de Bruno Karsenti, Les lois de l'imitation, Paris, Édition Kimé,
1993 (reedición).
'' Encontraremos en Sperber, Dan, La contagion des idées, Paris, Éditions Odile
Jacob, 1996, una versión naturalizada de uno de los argumentos de Tarde. (Los "memes"
son el equivalente cultural de los genes en lo que llamamos la memética.)
256

social" deberían haber perdido su juicio por difamación.


Sin embargo, si se trata más bien de una ruina majestuosa
antes que de un programa de investigación vivo, el estructura-
lismo siempre organiza las ciencias sociales, de la lingüística
a la etnología. Así como Rusia espera siempre la econonría de
mercado que le prometieron, los postestructuralistas no se
cansan de esperar la reanudación del gran proyecto de expli-
car el "él" a través del "nosotros". Pero, un siglo antes. Tarde
había abierto una alternativa muy rápidamente cerrada y que
permitía, sin perder el ideal de cientificidad, interesarse por las
particularidades de las redes antes que por las generalidades
de los tipos. "En general, hay más lógica en una frase que en un
discurso, en un discurso que en una seguidilla o que en un gru-
po de discursos"® (p. 115). ¿Microhistoria avant la lettre? Para
nada, porque aquel que lleva lo microscópico lleva también por
añadidura lo macroscópico, que no es su explicación ¡sino su
simpliñcación! Lo social global es sólo un caso particular, un
debilitamiento de lo social local.®
Parece que en las ciencias sociales, como en el arte, el tiem-
po marcha torcido y que a veces atrasamos respecto de nues-
tros precursores...

Mayo de 1999

Podemos leer en el último libro de Sylvain Auroux, La raison, te langage et les


nomes, Paris, PUF, 1999, una destrucción del estructuralismo en lingüística y su recons-
trucción a partir de un argumento muy "tardiano" que obliga a tomar la gramática y a los
gramáticos como objeto de estudio.
" Hay que leer para ello el primer volumen de sus obras completas: Monadologie et
sociologie, Paris, Les Empêcheurs de penser en rond, 1999 (reedición) y aceptar que
hay que hacer metafísica para poder hacer sociología, volviendo entonces al prejuicio
antifrlosófico de Durkheim.
257

La guerra de
los dos Karl o còrno hacer para
antropologizar la economia

La izquierda nunca tuvo mucha suerte con la Ciencia. Luego


de haberla asociado con la lucha contra el oscurantismo, qui-
so, bajo la sólida férula de los marxistas, inventar una política
"finalmente científica". Pero, la vida política no carecía de cien-
cia, más bien lo que le faltaba era democracia. AI inventar una
economía científica de izquierda, los marxistas descubrieron
una forma de crear un cortocircuito en las exigencias de la vida
política. Bajo el manto de una extensión de la razón científica,
se escondía un sólido desprecio por las formas antiguas de la
vida política: en nombre de la "ciencia" econónüca, de las leyes
"científicas" de la historia, de una política finalmente "científi-
ca" ¡qué crímenes no se han cometido!
Quieren hacernos creer que luego de la "desviación" política
del marxismo, sólo queda una ciencia triunfante e indiscutible,
la de la economía. Se dijo que el marxismo se hundió porque
habría politizado indebidamente una ciencia exacta: la econo-
mía liberal neoclásica. Pero, extraer semejante conclusión de
la terrorífica experiencia de este siglo sería agregarle un nuevo
terror al que ya se pretende explicar. En efecto, el marxismo se
2 5 8 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

hundió porque cientifizó la política por la economía y no por-


que haya indebidamente politizado la ciencia económica.
Por suerte encontramos en Karl Polanyi' a un maestro,
también de izquierda, pero muy diferente de Marx. Los peca-
dos que cometió un primer Karl, ¡puede borrarlos un segundo
Karl! En Marx, tanto como en los liberales a los que combate,
la economía sin lugar- a dudas existe y sirve de infraestructura
indiscutible al resto de la vida social. En Polanyi, al contrario,
se trata justamente de la creencia que permitió el desarrollo del
capitalismo y que una teoría política de izquierda debe cuidarse
de compartir. La ciencia económica es solamente una interpre-
tación desafortunada de fenómenos desatados por eiror: "Para
aturdimiento de los espíritus reflexivos, xma riqueza inaudita
resultaba inseparable de una pobreza inaudita. Los científicos
proclamaban al unísono que se había descubierto una ciencia
que no dejaba ni la más mínima duda sobre las leyes que gober-
naban el mundo de los hombres. Fue bajo la autoridad de estas
leyes que se despojó a los corazones de la compasión y que
una determinación estoica a renunciar a la solidaridad humana
en nombre de la mayor felicidad de la gran mayoría adquirió
la dignidad de una religión secular" (p. 144). Descubrimiento
sorprendente: la economía como cosa proviene de la economía
como disciplina, o como diría el idioma inglés que posee dos
términos para lo que el español sólo posee uno: economy viene
de economics.
Si Polanyi, cincuenta años después, permanece tan fresco
como los primeros días, es porque es uno de los únicos que

' Karl Polanyi, La Grande Transformation. A'ox origines politiques et économi-


ques de notre temps, Paris, Gallimard, 1993. Este libro mayor, que aparece en 1944 en
Estados Unidos, no tuvo la descendencia política que se merecía. Únicamente los antro-
pólogos se adueñaron de él para fundar la antropología económica [Hay traducción al
español: Karl Polanyi, La gran traiisformación. Los orígenes políticos y económicos
de nuestro tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 1992|.
LA GUERRA DE L O S DOS KARL 0 COMO HACER PARA..
259

supo antropoligizar el mercado.^ No se trata solamente de


agregar a la economía la influencia del mundo social, el rol de
las relaciones de confianza. Se trata de mostrar cómo la econo-
mía-disciplina no describe el mercado autorregulado, sino que
lo performa, es decir, lo produce por imposición más o menos
violenta de lo que debe ser.® La ciencia económica no descubre
las leyes indiscutibles de la naturaleza social: ofrece una inter-
pretación cuya extensión es indispensable a su prolongación.
Si el hombre de izquierda, para Marx, debía sustituir una eco-
nomía "burguesa" o "ideológica" por una economía "finalmente
científica", debe, para Polanyi, prohibirse creer que la ciencia
económica describe el mundo del que habla. Lo único que hace
es prescribir la manera en la que desea a partir de entonces
que se hable de ella, externalizando lo que decidió no tener en
cuenta.
Estas dos interpretaciones de las relaciones entre la izquier-
da, la ciencia y la economía traen aparejada una visión diferente
de quiénes son los vencederos y quiénes los vencidos. Mientras
que para el primer Karl la historia obedece a una ley dialéctica
por la cual el socialismo "acababa", en todos los sentidos de la
palabra, con la economía burguesa, para el segundo Karl siem-
pre tenemos razón cuando nos resistimos a la interpretación
que nos brinda la economía de los fenómenos desatados bajo
sus auspicios: "Es el mito de la conspiración antiliberal que,
bajo una u otra forma, es común a todas las interpretaciones
[...]. Es así cómo, bajo su forma más espiritualizada, la doctrina

^ Encontraremos en el libro colectivo dirigido por Michel Gallon una síntesis de las
discusiones recientes sobre las fuerzas y debilidades de la antropologización del mercado:
Michel Gallon (obra dirigida por), The Laws of Oie Market, London, Routledge, 1998.
Véanse también los cuadernos publicados regulannente por el MAUSS en La Découverte.
Esto funciona también en la compatibilidad, como lo muestran los apasionantes traba-
jos remiidos en Michael Power (obra dirigida iior), Accounting and Science: National
Inquiry and Commercial Reason, Cambridge, Cambridge University Press, 1995.
260

liberal realiza una hipóstasis del funcionamiento de una ley


dialéctica de la sociedad moderna que le quita todo valor a los
esfuerzos del pensamiento iluminado, mientras que en su cruda
visión, se reduce a un ataque contra la democracia política, que
se supone es lo que principalmente le incumbe al intervencio-
nismo. El testimonio de los hechos contradice la tesis liberal de
la manera más decisiva posible. La conspiración antiliberal es
puro invento. La gran variedad de las formas que toma el con-
tramovimiento "colectivista" no se debe a ninguna preferencia
por el socialismo o por el nacionalismo por parte de los intere-
ses concertados, sino exclusivamente al registro más amplio de
los intereses sociales vitales que el mecanismo del mercado en
extensión alcanza" (p. 196).
Mientras que este siglo fue a muy menudo marxista, el
próximo quizás sea polanyista. No creer en la economía como
descripción de mercados es quizás el nuevo signo a partir
del cual podremos reconocer a un demócrata. En todo caso,
está claro que a partir de aquí ya no aceptaremos llamar "de
izquierda" a alguien que pretendiera que las leyes indiscutibles
de la economía le permiten finalmente hacer más rápidamente
un cortocircuito en la vida política. ¿Habrá que hacer con la
economía lo que la República hizo con el catolicismo romano:
separarla del estado?

Abril de 1999
261

La objeción de
las ciencias sociales

Esto corre en los ministerios; se lo repite en los simposios;


excelentes apóstoles, que parecen afligidos, lo sirven con una
fina sonrisa: "No hay objetividad científica en las ciencias so-
ciales, sólo la hay en las ciencias matemático-físicas; ustedes
los sociólogos pierden su tiempo, y ustedes, sociólogos de
las ciencias, lo pierden todavía más porque la distancia entre
los objetos universales de las ciencias duras y las opiniones
erráticas de las ciencias blandas crece cada día, a pesar de sus
esfuerzos.
"No, decididamente no sirve de nada hablar de 'ciencias so-
ciales': es un abuso unir esas dos palabras".
El veredicto suena tanto más fuerte y su influencia sobre
los presupuestos se hace tanto más temible que parece reunir
la crítica que nmchos sociólogos, economistas, demógrafos,
antropólogos, psicólogos le hacen a sus colegas que se envuel-
ven desde hace cien años en la manta de púrpura de la ciencia.
Si hubiesen querido poner las ciencias sociales al mismo nivel
que las ciencias duras, sólo hubiesen logrado imitar su aspecto
sin encontrar la sustancia. Así como la rana que quería ser más
262 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

grande que el buey, pronto explotarán...


Pero la objetividad se dice de dos maneras diferentes: la
primera señala una virtud interior, cercana a la justicia, al des-
interés, a la indiferencia, a la honestidad; la segunda remite a la
presencia de los objetos.
"Objetivo" ya no designa una actitud mental, sino la influen-
cia sobre el discurso de lo que "objeta", erigiéndose en obstá-
culo, contradiciendo, interrumpiendo lo que los seres humanos
pretenden decir al respecto. El objeto se convierte entonces en
un "caso" en el sentido casi jurídico del término.
Como nos lo recuerda Yan Thomas acerca del uso de la pa-
labra "cosa" en el derecho romano: "Cuando aparece [la res]
en esa función, no es como sede donde se ejerce el dominio
unilateral de un sujeto [...]. Si la res es objeto, lo es antes que
nada de un debate o de una discrepancia, objeto común que
opone y reúne dos protagonistas en el interior de una misma
relación"' (p. 417).
Olvidemos por algunos minutos la distinción de sentido
común entre ciencias naturales y ciencias sociales para
ocuparnos sólo de las condiciones de su objetividad - e n el
sentido que acabo de exponer. Esta objetividad depende a
partir de aquí de la aptitud de una disciplina para crear un
recinto, un higar, un terreno, un laboratorio, un dispositivo,
un foro que le permita a un objeto: a) resistirse a lo que se
afirma respecto de él, b) falsificar lo más rápidamente posible
las hipótesis que se hacen sobre él, c) enunciar en sus propios
términos las preguntas que habría que hacerle, finalmente

' Y más adelante: "Su objetividad está asegurada por ese acuerdo común del cjue la
controversia y el debate judicial son el punto de origen" (p. 418), Yan Thomas, "Res,
chose et patrimoine (note sur le rapport sujet-objet en droit romain)". Archives de phi-
losophie du droit, vol. 25, pp. 413-426, 1980. Mismo argumento en Michel Serres, quien
hizo la innovación decisiva de su Contrat naturel, Paris, Bourin, 1990.
LA OBJECIÓN DE LAS CIENCIAS SOCIALES
263

d) hacer que sea imposible un acuerdo que se haría a sus


espaldas y sin su participación.
Intentemos ahora utilizar esta definición para retomar la
comparación entre las ciencias llamadas duras y las que hay
que llamar "blandas". Es imposible, lo concebimos sin esfuer-
zo, encontrar de una vez por todas un método seguro para
alcanzar la objetividad: cada vez, el descubrimiento del buen
dispositivo, de la buena experiencia, de la prueba pertinente
parecerá singular, casi milagroso, en todo caso, es tan poco
frecuente que merece quizás un premio Nòbel.
Si tantas veces a las ciencias sociales les falta objetividad,
no es a falta de imitar a las ciencias exactas, sino porque, justa-
mente, no tratan de encontrar los dispositivos raros y frágiles
que les permitirían descubrir los buenos objetos: los que obje-
tarían sin piedad lo que se pretende decir a propósito de ellos;
los que falsificarían al mismo tiempo las hipótesis emitidas en
su lugar; los que harían imposible que los demás se pusieran de
acuerdo sin ellos. Extraña paradoja: tratamos a los objetos de
la naturaleza con más infinita precaución, prudencia, seriedad,
respeto que a los objetos del mundo social.^
En la violenta querella de los organismos genéticamente mo-
dificados, por ejemplo, no encontramos a un sólo biólogo que
se atreva a hablar de los genes de la soja sin "pedirles su opi-
nión" a los genes de la susodicha soja, por medio de numerosas
experiencias que se sabe pueden fracasar; pero para hablar de
los agricultores, de las multinacionales, de los gobiernos o de
los consumidores, no tomamos tantos recaudos: una masa de
periodistas, de militantes, de economistas, de funcionarios y de
sociólogos hablan de los demás sin ofrecerles la posibilidad de

- Éste es todo el interés de la selección de la psicología experimental hecha


por Vinciane Despret, Ces émotions qui nous fabriquent. Ethnopsychologie de
l'authenticité, Paris, Les Empêcheurs de penser en rond, 1999.
264

objetar. Como si pudiera hablarse tan fácilmente de las cues-


tiones humanas. Como si existiera para entender sus opiniones
un método todo terreno. Como si se pudiera incluso hablar de
ellos a sus espaldas y sin que participen de ninguna manera en
el discurso acerca de ellos.
Comprendemos por qué tanta gente cree que las ciencias
sociales carecerán siempre de objetividad; por qué se alienta
a los sociólogos o a los economistas a que imiten la dureza de
fachada de las ciencias naturales, sabiendo muy bien que sólo
podrán fracasar. En efecto, si las ciencias sociales multiplica-
ran dentro de la sociedad tantos dispositivos de conexión, de
sorpresa, de objeción, tantas singularidades, asuntos, tantos
res como lo hacen las ciencias naturales para los objetos de la
naturaleza, ya no nos pondríamos de acuerdo tan fácilmente a
espaldas de los humanos.® Peor todavía: si las ciencias sociales
desarrollaran tantas objeciones, es decir, tantas objetividades
como las naturales, habría entonces que volver a hacer política.
¡Qué horror!

Septiembre de 1999

' La belleza desigual de la obra Copenhague de Michael Frayn consiste en haber


sabido mezclar en una sola tragedia contemporánea el destino de las partículas y de las
naciones en el propio principio de incertidumbre sobre la guerra y la paz.
265

¿La diplomacia de las excavaciones


o cómo respetar a los muertos?

Todo lector de las 7 Bolas de cristal^ lo sabe perfectamente:


cuando un explorador expone a Rascar Capac, sus descendien-
tes se vengan despiadadamente. No sorprende entonces que una
nación india exija que se recuperen los restos de un humano
encontrado en su territorio. La cosa se complica cuando los ar-
queólogos descubren un esqueleto que pertenece, según su aná-
lisis de datación y sus estudios anatómicos, a una época mucho
más airtigua y a un tipo humano absolutamente diferente del de
los ocupantes actuales de la reserva. Los indios quieren enterrar
dignamente a aquel al que consideran su ancestro; los arqueólo-

' N. de la T.: Las 7 Bolas de Cristal (Les 7 Boules de Cristal) es ima historieta del
belga Hergé, realizada para su colección de las aventuras de Tintín. Fue publicada entre
1943 y 1944 en el diario Le Soir y cuenta la historia de los arqueólogos de la expedición
Sanders-Hardniuth q\ie regresan a Europa tras dos años en Perú y Bolivia, en donde
han hallado el sepulcro del rey inca Rascar Capac. Estos exploradores comienzan rápi-
damente a padecer una extraña enfermedad que los sumerge en vm profundo letargo, y
que hace que despierten a la misma hora del día, sobresaltados, como si los torturaran
para volver a caer en su sueño. Todo indicaría que se trata del castigo profetizado en la
tumba de Rascar Capac. Junto a todos los enfermos aparecen los restos de unas ampo-
llas esféricas de cristal con un veneno en su interior.
2 6 6 CRÓNICAS DE UN A M A N T E DE LAS CIENCIAS

gos, apasionados por su descubrimiento, quieren, al contrario,


retirar el esqueleto de la excavación para estudiarlo más acaba-
damente y les parece ridículo que ese "caucásico" de hace diez
mil años pase por ritos funerarios infinitamente más recientes.^
En cuanto a los representantes de la nación india, ellos in-
sisten en conservar "su" esqueleto y en mantenerlo en el linaje
ancestral. Es bastante comprensible: desde el momento en que
se les asegura que son autóctonos, hijos de la propia tierra, pri-
meros habitantes de este continente, no hay nada absurdo en el
hecho de sostener que un esqueleto enterrado bajo sus territorios
sea, de ima o de otra forma, su ancestro. No hay nada absurdo
tampoco en el hecho de recibir a ese esqueleto, incluso distante,
en la genealogía mítica de los orígenes, ya que estas naciones no
insisten tan obstinadamente como los arqueólogos sobre el hilo
que sostienen los genes y las razas. Éstas se mestizaron bastante,
en el transcurso de la historia, como para amalgamar esa pilita de
huesos de la que ignoramos, de todas fomias, la lengua y las leyes.
Si los arqueólogos permanecen fascinados por lo extraño de ese
esqueleto que no corresponde ni a la raza ni a la época, el ritual
de asimilación puede fácilmente, a los ojos de los indios, transfor-
mar en antecesor ancestral a todo lo que cae bajo su pala y pico.
Hasta una época reciente, hubiera sido fácil acusar a los in-
dios de irracionales. En Norteamérica, felizmente las cosas se
complican un poco.® Desde luego, comprendemos que los cien-

" Véase sobre el ejemplo algo diferente del hombre llamado "de Kennewick", la inves-
tigación de Scott L. Malcomsom, The New York Times Magazine, del 2 de abril de 2000
y el site http:/wvvw.cr.nps.gov/aad/kennewick.
Los indios tienen la ley de sn lado, ei Native Americ,an Repatriation Act ( N A G P R A ) ,
que obliga a los museos de historia natural y de antropología a devolveries los restos de
sus ancestros a las naciones indias que los pidan. Pero ninguna nación puede alegar diez
mil años de existencia continua, de allí proviene la batalla por saber quién debe recu-
perar al iiombre de Kennevnck: los investigadores, obligados a sumarse al juego de la
etnización, afirman por otro lado que son la única "nación" digna de ver que ese muerto
descansa entre ellos...
¿LA DIPLOMACIA DE L A S EXCAVACIONES O CÓMO RESPETAR... 2 6 7

tíficos vean en el pedido de los indios una exigencia insoporta-


ble que quiebra la autonomía necesaria al desarrollo de sus in-
vestigaciones. Nada podrá hacer que ese esqueleto rejuvenezca
y cambie la forma de su cráneo para pasar por un ancestro de
los indios actuales. Un hecho es un hecho. Justamente porque
pertenece a otro tipo humano modifica tan profundamente la
dinámica y la cartografía de las diversas poblaciones norteame-
ricanas. Para proteger este índice cnicial, los investigadores
deben, sin embargo, resistirse a la tentación de utilizar la no-
ción bien establecida de racionalidad, pared hermética que per-
niitiría conservar su esqueleto en el interior de la arqueología y
dejar afuera, por irracional, insensato, en todo caso superfluo,
lo que llamarían un "conflicto de valores".
Habría una manera, falsamente caritativa, de simplificar el
conflicto: respetemos a los indios cuya "cultura" exige que igno-
ren las ciencias contemporár\eas y para quienes el Pleistoceno
no tiene más sentido que el ARN ribosómico. Se aceptaría en-
tonces que los indios se negaran a dejarle "su" esqueleto a la
ciencia, no porque tendrían razón en contra de los científicos,
sino porque esos prisioneros de sus culturas no sabrían esca-
par de sus formas habituales de pensar Sólo la ciencia logra
escapar Se aceptaría entonces que los desdichados cedieran
no a lo absurdo, sino a la dominación inflexible de la cultura.
Esta lectura de la controversia tiene dos inconvenientes:
los indios estarían determinados por una cultura, y los arqueó-
logos sólo lograrían datar su esqueleto porque escaparían a
toda cultura. Y lo que es aún más grave: habría que respetar la
cultura de los indios, aunque privándolos definitivamente de
todo acceso a lo real: no pueden ni salir de sus creencias, ni
aprovechar como "nosotros" el formidable descubrimiento de
la evolución, de la dinámica de las poblaciones, de una historia
que cuenta con decenas de miles de años. En los dos casos, no
sabríamos cómo respetar a ambas partes de la controversia: o
268

se respeta mal a los científicos privándolos de toda cultura a


pesar de la importancia de ésta para formatear las investiga-
ciones en arqueología y en genética de las poblaciones''; o se
respeta hipócritamente a las naciones indias admitiendo como
evidencia que su cultura inmutable y total no podrá jamás be-
neficiarse ni de la genética ni de la arqueología. En el primer
caso, el de los arqueólogos, tenemos demasiada realidad y no
la suficiente cultura; en el otro, el de los indios, demasiada cul-
tura y no la suficiente realidad. Sólo permanecen constantes el
respeto hipócrita por los científicos privados de sociedad y el
respeto hipócrita por los salvajes privados de ciencia.
Ahora bien, estas controversias toman hoy un nuevo cariz:
los arqueólogos no acusan a los indios de irracionales para de-
fender sus hechos contra la política y los valores; los antropólo-
gos no protegen a la cultura virgen de los indios del choque de
las ciencias. No se les pide ni a los investigadores que cedan en
sus dataciones, ni a los indios que capitulen frente a los hechos
aceptando de entrada aprender lo que quiere decir la palabra
Pleistoceno. No se trata tampoco de imaginar un compromi-
so monstruoso entre algunos hechos bien elegidos y algunas
exigencias culturales, llevando por ejemplo el esqueleto a una
fecha intermedia: ¡de menos 10.000 a menos 5.000! Ya no se
busca ni la exclusión ni el compromiso sino la composición.®
En resumen, la diplomacia comienza.

Junio de 2000

Véase, por ejemplo, Misla Landau, Narrutives of Human Evolution, New Haven, Yale
University Press, 1991, y Victor Stoczkowtà, Anthropologie naïve, anthropologie savan-
te. De l'origine de l'homme, de la imagination et des idées reçues, Paris, CNRS, 1994.
Véase sobre el caso de los Hopis el apasionante ejercicio de diplomacia empren-
dido por los arqueólogos T. J. Ferguson, Kurt Dongoske, Mike Yeatts y Leigh Jenkins,
Working Together: Hopi Oral History and Archaeology. The Role of Archaeology,
American Archeological Association Society for American Ar-chaelogy, abril de 2000.
269

¿Cómo elegir la cosmología?

¡Pobre de nosotros! Sin embargo, ya nos lo habían prometido


y jurado: el desciframiento del genoma humano nos brindaría
toda la información necesaria para la comprensión de nuestro
cuerpo; finalmente obedeceríamos al famoso mandato socráti-
co del "Conócete a ti mismo"; hojeando el inventario de todas
las piezas sueltas, podríamos repararnos como un automóvil. Y
luego, ups, en quince días, toda la prensa científica finalmente
nos anuncia que no hay suficientes genes como para explicar
todas las pequeñas diferencias de fenotipo, que los genes no se
parecen ni a planos de arquitectos, ni a programas de compu-
tadora, ni incluso a archivos, que el genoma, en el fondo, no es
tan importante, que habría que buscar más bien por el lado de
las proteínas, que los organismos deben comprenderse como
una ecología compleja con fluctuaciones aleatorias, con redes,
retroacciones, parásitos, en resumen, que todo es mucho más
complicado de lo que creíamos.
¿Cómo se supone que se las arreglará el gran público frente
al cambio radical tan repentino de las metáforas? Antes, las
cosas parecían más simples: bastaba con popularizar los resul-
270 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

tados científicos eligiendo la vía inedia y razonable dentro de


la paleta de las disensiones entre científicos. Pero, ¿qué hacer
hoy cuando los desacuerdos se dan sobre opciones metafísicas
fundamentales que atraviesan las disciplinas y que cambian tan
rápidamente?
¿Cómo arreglárselas de ahora en más para popularizar el
gen? ¿Qué relación hay entre el actor egoísta, atómico y maxi-
mizador, Richard Dawkins, y el que nos presentan, por ejemplo,
Jean-Jacques Kupiec y Pierre Sonigo en un libro deslumbrante*?
Ambos descienden de Darwin y, sin embargo, no se parecen en
nada: el primero calcula por su propia cuenta, mientras que el
segundo provoca una cascada de reacciones que no controla en
absoluto y que se estabilizarán por razones aleatorias debidas
al medio ambiente. El primero programó todo de entrada, el
segundo tantea a ciegas. El primero es una unidad de cuenta in-
dividual, el segundo una multitud. Pero sobre todo, ¡el primero
informa mientras que el segundo come!
La situación no sería tan dramática si la querella de los
genes fuera lo único que desorienta al público: desgracia-
damente, la guerra de los mundos -hay que llamarla por su
nombre- se extiende al conjunto de las entidades del mundo
natural. ¿Qué relación puede haber entre el cerebro que propo-
ne Gerald Edelman en un libro reciente^ y el de, por ejemplo,
Paul Churchland®? Incluso aquí los ingredientes no son los
mismos, su disposición, su evolución, su historia, su modo de
causalidad difieren. "Abonarse", si es correcto el término, al ce-
rebro a la manera de Edelman, no es en absoluto lo mismo que

' Kupiec, J.-J. y P. Sonigo, Ni Dieu ni gène, Paris, Le Seuii-Colección Science ouver-
te, 2000.
^ Gerald Edelman y Giulio Tononi, Comment la matière devient conscience, Paris,
Odile Jacob, 1999.
P. Churchland, A Neurocomputational Perspective. The Nature of Mind and the
Structure of Science, Cambridge, Mass., MIT Press, 1989.
¿CÓMO ELEGIR LA COSMOLOGÍA? 2 7 1

apostar por la computadora cerebral concebida a la manera


de Churchland. Es imposible separar el verdadero cerebro del
cerebro ideológico.
Me dirán que, acercándose a la física, se podrá dejar al fm
el ámbito de la metafísica. Pero, ¿cómo elegirá el gran público
entre un cosmos a la Steven Weinberg y el de, por ejemplo, Ilya
Prigogine, mientras que el primero se encuentra desprovisto de
toda forma de temporalidad, y el segundo se niega a eliminar
el tiempo? Lo que es cierto sobre la física lo es aún más sobre
su epistemología: ¿qué relación puede existir entre la visión de
las leyes de la física que propone Alan Sokal y la de una filósofa
como Nancy Cartwright^? En la primera, las leyes reinan como
amo y señor de todos los tiempos, mientras que en la segunda,
conceptualizan localmente algunos efectos en un mundo cuya
apariencia permanece tornasolada o moteada.®
Frente a semejantes desacuerdos, la solución tradicional
consistía en exclamar: "Basta de metafísica, dediqúense a la
ciencia, sólo a la ciencia y déjennos la filosofía." Antes, Louis
Althusser se había vuelto famoso al proponer que se purgara
a las ciencias de toda influencia exterior, separándolas de una
vez por todas de la ideología.® ¡Qué lejos parecen haber queda-
do esos tiempos! Kupiec y Sonigo no pretenden para nada dejar
de lado la metafísica: combaten la de Aristóteles a la que ven
operando en la noción de información y de programa de sus
adversarios. No oponen la verdadera ciencia racional a la biolo-

N. Cartwi'ight, The Dappled World. A Study of the Boundaries of Science,


Cambridge, Mass., Cambridge University Press, MIT Press, 1999.
La situación no se arregla mucho si pasamos de la física grandiosa a la física cercana,
como lo demuestra la excelente obra de Pablo Jensen, Entrer en matière. Les atomes
expliquent-ils le monde?, Paris, Le Seuil, 2001. Esta vez, es el átomo y ya no el gen lo
que se vuelve inestable.
" Louis Althusser, Philosophie et philosophie spontanée des savants, Paris,
Maspero, 1967 [Hay traducción al español: Louis Filosofía y filosofía, espon-
tánea de los científicos, Barcelona, Laia, 1975j.
272

già descarriada de sus opositores: no, reivindican intensamente


una metafísica - o mejor dicho una metabiología- darwiniana.
Dicho de otro modo, contrariamente a su etimología habitual,
la metafísica no llega "después" de que se haya estabilizado la
física, sino antes y durante el proceso; no viene del exterior a
predisponer a las teorías que estarían más cómodas sin ella,
sino que reside en el interior de las ciencias que estimula y agi-
ta. No están de un lado los científicos y del otro los ideólogos.
En lugar de tener que vérnosla con categorías bien definidas,
nos encontramos sumergidos en un juego de go en el que la
ciencia de uno se convierte en la sofocante ideología del otro,
en que las especulaciones metafísicas de unos se convierten en
los descubrimientos fecundos de otros.
¿Y el pobre piíblico? ¿Cómo va a sobrevivir un público al
que se inunda de promesas y de popularización, de dibujos ani-
mados y de modelos simplificados, de anuncios y de hipótesis?
¿En qué cosmos vive? ¿Qué cerebro usa? ¿Qué gen heredó?
¿En qué teoría de la ciencia debe confiar? Si el gran público
tiene que elegir su cosmología, hay que procurarle los medios
para que ejerza su cosmopolitica. Allora bien, ¿cómo va a for-
marse el gusto? Los restaurantes tienen sus críticos, los films,
las exposiciones tienen sus críticos, los autos, los tejidos, los
perfumes, las carreras de caballos tienen sus críticos, ¿y las
ciencias?

Abril de 2001
273

Guerra de las ciencias


- u n diálogo-

ELLA: Ah, ¿usted es sociòlogo y estudia a los científicos?


Entonces podrá explicármelo. No dejo de oír hablar de "guerra
de las ciencias" en mi laboratorio. ¿Exactamente sobre qué
discutimos?
ÉL: ¡Si tan sólo lo supiéramos! Sabríamos hacia qué frente
dirigirnos, qué equipos Uevar, qué camuflaje adoptar. Pero en
este campo, se dispara para cualquier lado. Uno se pierde muy
fácilmente.
ELLA: Escuché decir que el asunto consiste en evitar el rela-
tivismo, pero como soy física, eso me parece difícil, porque sin
la relatividad no podríamos medir nada, estaríamos siempre
presos de un punto de vista; nosotros, en nuestra disciplina,
necesitamos la relatividad de los marcos de referencia para tra-
bajar. Sobre todo yo que trabajo con acontecimientos cercanos
al Big Bang. ¿No sucede lo mismo en su campo de trabajo?
ÉL: (suspirando) Sí, sí, por supuesto, pero el "relativismo"
es una de las víctimas de esta guerra, un refugiado; para usted
quiere decir "relatividad"; para las humanidades y para la moral
es una injuria, quiere decir: "Ah, entonces usted cree que todos
274 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

los puntos de vista son equivalentes, que todas las culturas son
iguales, que se puede poner la verdad y el error en un nnismo
plano, que Rembrandt y los graffitis tienen el inismo valor y
que no se puede decidir entre creacionistas y evolucionistas,
porque es todo lo mismo y anything goes".
ELIA: ¡Pero ustedes creen eso! ¡Es horrible entonces! Tienen
razón en mi laboratorio cuando me dicen que nunca salga con
un sociólogo...
EL: Pero no, le digo que es una injuria, no un concepto: el
relativista es siempre el otro, al que se acusa de no respetar la
jerarquía de los valores, de no saber marcar la diferencia entre
un científico loco y un verdadero científico, entre un cardenal y
Galileo, entre un negacionista y un verdadero historiador
EUJ\: Pero usted, entonces, ¿sabe distinguirlos? ¿O es un
relativista en serio?
ÉL: ¡Pero por supuesto que sé distinguirlos! ¿Por quién me
toma? Hay tantas diferencias entre los departamentos de geo-
logía y de geociencia y los "gabinetes de curiosidades" de los
creacionistas (visité algunos en San Diego, ¡"centros de investi-
gación creacionistas"!) que no veo por qué habría que agregar,
además, una absoluta diferencia entre lo Verdadero y lo Falso.
Unos construyen desde hace dos siglos una historia de la Tierra
de varios miles de años, ¡los otros están obsesionados con la
Biblia y luchan contra el aborto! No hay relación entre ambos.
Viven en mundos incomparables.
ELLA: En consecuencia, usted rechaza la acusación de re-
lativismo, si entiendo bien, pero dice que no se necesita una
diferencia absoluta entre lo verdadero y lo falso para distinguir
estos diferentes casos. En mi disciplina, cuando rechazamos
los marcos de referencia absolutos, llamamos a eso relativis-
mo. Para nosotros es un término positivo, y es el único medio
de establecer comparaciones.
ÉL: Si usted así lo quiere, muy bien, entonces sí, soy relativis-
GUERRA DE LAS CIENCIAS -UN DIÁLOGO- 2 7 5

ta en el sentido en que, como usted, rechazo el punto de refe-


rencia absohito y ello permite justamente, y estoy de acuerdo,
establecer relaciones, diferencias, medir las distancias entre
los puntos de vista. Relativista para mí significa: establecer
relaciones entre marcos de referencia y entonces poder pasar
de un marco a otro, transportando medidas o al menos expli-
caciones, descripciones. Estoy absolutamente de acuerdo en
que es un término positivo, ¡en la medida en que lo contrario de
relativista es absolutista]
ELIA: Si lo que usted dice es cierto, ¿por qué mis colegas los
atacan tanto? Me pregunto si usted no me oculta algo... Es el
lobo disfrazado de corderito, ¿no?
ÉL: Pero sus colegas, perdóneme, no hacen sólo física, tam-
bién hacen política, y justamente es por razones políticas que
nos insultan de arriba a abajo. ¡Ellos son los lobos que se hacen
pasar por corderitos a los que atacan los lobos!
ELLA: ¡ N O me parece! ¡Ellos los acusan a ustedes de hacer
política! Dicen que ustedes mezclan cuestiones de verdad
científica con cuestiones de valor y que si los siguiéramos a
ustedes, todo sería político. Para decidir si mis quásares están
o no presentes en la constelación de Betelgeuse y si verdade-
ramente su fecha es un billón de años después del Big Bang,
bastaría con que reuniese a los miembros de mi laboratorio y
que los hiciera votar y, ups, por consenso, ¡los cuatro quásares
en disputa estarían presentes en el cielo y en la fecha justa!
Como si se tratara de hacer una ley sobre las reglas de tránsito
o sobre el reembolso de las catástrofes naturales.
ÉL: (suspirando) ¿Y eso porque usted cree que la política son
reuniones, votos y que, "ups", como dice, se toman decisiones
que luego existen por sí mismas, solas en el mundo? La cues-
tión es un poco más complicada.
ELLA: Por supuesto, por supuesto, la política son también
intereses, pasiones, valores, cuestiones de moralidad, pero fi-
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
276

nalmente, por si o por rio, ¿usted cree que yo puedo modificar a


voluntad la cantidad de quásares que hay en Betelgeuse? ¿Que
mis artículos científicos no sufren ninguna tensión por parte de
esos fenómenos celestes? ¿Que es (me dijeron que la expresión
es muy chic en su medio) un simple "juego de lenguaje"? ¿Que
puedo decir cualquier cosa?
ÉL: SÍ, se puede decir cualquier cosa, ¡usted acaba de brin-
dar la prueba de ello con su pregunta!
ELLA: (acalorada) En lugar de injuriarme, ¡podría explicarme
en qué un quásar es una construcción social inventada pieza
por pieza por mí y por mis colegas! ¡Parece que usted escribió
cosas horribles sobre la "construcción social" de la realidad! Es
un poco fuerte, y después soy yo la que hace que la acusen de
decir cualquier cosa...
ÉL: ESO es, como puede ver, la "guerra de las ciencias": dos
investigadores inteUgentes que se plantean preguntas tan idio-
tas... Primero "construcción social" no quiere decir nada, y
además no soy yo el que utiUza esa expresión sino rxds colegas.
De todas maneras ese no es el problema, el problema está en
su perversidad y en su práctica escandalosa de la doble conta-
bilidad.
ELLA: ¡ E S O es un poco fuerte! ¡Se lo acusa púbUcamente de
ser un impostor y usted se permite, no sólo injuriarme, sino
también insinuar que yo cometo fraude!
ÉL: Pero usted sí comete fraude, el término es violento,
¡pero después de todo son sus colegas los que empezaron con
las injurias! Dígame, cuando trabajan con sus radiotelescopios,
cuando hacen girar sus simuladores, cuando imprimen sus
mapas en colores reconstituidos, cuando calculan el redshift,
cuando utiUzan el trabajo de los teóricos de las partículas, ¿to-
das esas teorías, esos instrumentos, esos medios, juegan o no
un rol en la adquisición de sus conocimientos?
E L I A : Por supuesto, ni falta hace que lo diga, sin eUos no
GUERRA DE L A S CIENCIAS -UN DIÁLOGO-
277

podríamos decir nada, de hecho, la propia existencia de los quá-


sares no se hubiera podido probar...
ÉL: ¡Espere, espere, no me dé la razón tan rápido! Sólo le
pido que considere esta primera contabilidad con una colunma
crédito y una columna débito: entonces, si comprendo bien lo
que dice, en la columna crédito pondría los instrumentos, radio-
telescopios, presupuestos, teorías, etcétera.
ELLA: Por supuesto, ya que es lo que me peimite hablar de
los quásares.
ÉL: Y entonces, en la columna débito, ¿qué pondrá?
ELIA: N O lo sé. Lo que me impide hablar de ello, los malos
instmmentos, la confusión de los datos, ciertas disputas entre
teóricos, la falta de presupuesto sobre todo; no se logran coor-
dinar los esfuerzos para transformar todo el planeta en un in-
menso radiotelescopio, cosa que resulta increíble, porque si pu-
diéramos coordinar todas nuestras máquinas, lograríamos... de
hecho en el último encuentro de la Asociación Internacional fui
elegida por mis colegas para organizar la segunda fase del Sloan
quasar mapping project, lo que debería interesarle, porque...
ÉL: Por favor, no nos desviemos, sus asuntos me interesan,
pero querría terminar con esta cuestión de contabilidad: enton-
ces jamás se le ocurrirá la idea de decir "Logro poner en eviden-
cia los quásares a pesar de la existencia de los radiotelescopios
y del conjunto de los equipamientos y teorías que están relacio-
nados con ellos".
ELLA: Pero no, porque le digo que fui elegida incluso
como miembro de la oficina a cargo de coordinar todos los
radiotelescopios de la tierra para hacer una inmensa antena, en
2005, y usted no me escucha.
ÉL: Pero sí la escucho, la escucho incluso con mucha satis-
facción al verla hmidirse alegremente en sus contradicciones.
ELIA: (fuera de quicio) ¿En qué me contradigo? Me gustaría
mucho saberlo.
CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS
278

ÉL: Porque suda sangre y agua para obtener nuevas máqui-


nas, que están en la columna crédito de su primera contabilidad
y cuanto más poderosos son sus instrumentos, más cosas exac-
tas dice usted respecto de los quásares ...
ELLA: S Í , claro, vaya hallazgo, y entonces, ¿dónde está la
falla?
ÉL: La falla, mi querida física, es que usted cambia de conta-
bilidad según si se dirige a rm' o al público medio: siempre tiene
usted dos columnas, una columna crédito y una columna débi-
to, pero en el crédito pone ahora a los quásares, tal como son,
indiscutibles, y en el débito, pone los instrumentos, los presu-
puestos, las teorías, los artículos, a los colegas, y exclama: "Si
no tuviera todas estas máquinas y todos estos bártulos, sabría
por fin cómo hablar directamente, y sin ninguna confusión, so-
bre mis quásares".
E L I A : (fríamente) Dije e-xac-ta-men-te lo opuesto. Dije que
sin los radiotelescopios, no podríamos hablar de los qiiásares.
ÉL: ¿Por qué, para ridiculizarme, hizo usted entonces como
si hubiera que elegir entre dos posiciones? ¿O bien usted hace
política y decide a voluntad, así, por consenso, reuniendo a su
laboratorio, la existencia de los cuatro quásares de Betelgeuse,
o bien los quásares tienen una influencia sobre sus artículos y
sobre lo que usted dice sobre ellos? Fue usted quien me impuso
esta elección conminatoria, e incluso me impuso que había que
elegir entre "juego de lenguaje" y "realidad". Hay efectivamente
dos columnas. Una columna débito y una columna crédito, una
columna juego de lenguaje, construcción social, discurso, y una
columna realidad, verdad, exactitud. Tiene entonces dos lengua-
jes, ¡su lengua es tan viperina como la de una víbora! En un caso,
cuando le conviene (en general para pedir dinero) dice: "Los ins-
trumentos me permiten hablar" y en el otro, cuando le conviene,
dice: "Hay que elegir entre los juegos de lenguaje y la realidad".
Personalmente, Uamo a esto un fraude caracterizado...
GUERRA DE L A S CIENCIAS -UN DIÁLOGO-
279

ELLA: (un poco suavizada) Eh, quizás me expresé mal. Mis


colegas me dijeron que son ustedes los que nos obligan a hacer
esa elección entre construcción social y realidad exterior, que
si se los deja hacer, ya no habría forma de distinguir entre las
ciencias y todas las absurdidades de la patafísica, de la nume-
rologia, o de la astrologia. Acudieron a un talk de Sokal y lo que
me contaron me asustó bastante. Para nosotros, según ellos,
es realmente una cuestión de vida o muerte. No podemos dejar
que hagan eso.
ÉL: ¿Pero qué es "eso"? Para mí, no podemos dejar que los
"sokalistas" continúen perpetrando este fraude, esta impostura
intelectual, esta doble contabilidad en la que, de un lado, rea-
hdad y construcción son sinónimos (cuanto mejores son los
instrumentos, mejor se comprende la realidad) y del otro lado
se hace como si debiéramos oponer construcción y realidad.
Lo siento mucho, pero creo que allí está el verdadero escán-
dalo. En la lucha antimafia, se llamaría a esto lavado de dinero
sucio... Y, además, es anticiencia. Su impostura hace que la
defensa de la actividad científica sea imposible.
ELLA: Porque usted se interesa por la defensa de la actividad
científica, señor sociólogo, ¿y desde cuándo se las da de amigo
de las ciencias?
ÉL: (divertido) Uh, desde hace treinta años, más o menos.
Las ciencias me parecen interesantes, ricas, cultivadas, civiliza-
das, útiles, apasionantes, y no entiendo cómo, por razones po-
líticas, tantos científicos aceptan convertirlas en frías, idiotas,
incultas, contradictorias, asocíales, iniítiles y aburridas.
ELLA: Estoy completamente perdida. Para mí tanrbién son
apasionantes, consagro mi vida a ellas, son mi pasión. ¿Por qué
estamos en campos enemigos entonces? Si usted tuviera razón,
¿seríamos aliados?
ÉL: (algo tierno) Pero si lo somos, mi querida física, por su-
puesto que somos aliados, es el grito de guerra de las science
2 8 0 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

warriors, y unicamente él, el que nos obliga a que creamos que


estamos en campos rivales, a que nos burlemos de nosotros,
a que nos alineemos como si hubiera una batalla. Pero no hay
batalla...
ELLA: (nuevamente recelosa) No, si sólo fuera eso, la guerra
de las ciencias no sería tan intensa; a mis colegas se les caía
la baba cuando soñaban con el seminario; es necesario que
ustedes representen verdaderamente un peligro más grande
que una disputa por la doble contabilidad o por los límites del
constructivismo.
ÉL: ¡Por supuesto que representamos un peligro, somos sus
enemigos políticos!
ELLA: ¡Ah, conñesa por lo menos que quiere politizar las
ciencias!
ÉL: NO, conñeso que deseo despolitizar las ciencias para
arrancarlas de esa manera poco apetitosa en las que se las
utiliza como si fueran un arma para acallar cualquier discusión
política.
ELLA: Sólo eso faltaba; son ellos los que hacen política, los
"sokalistas", como los llama usted, ¿es eso lo que me quiere
decir?
ÉL: Pero por supuesto, porque al volver incomprensible la
articulación entre lenguaje y realidad, construcción y verdad,
instrumentos y acceso al mundo exterior, hacen como si tu-
vieran, ellos y solamente ellos, algo formidable: un acceso sin
mediación alguna, una máquina mágica para decir la verdad sin
pagar el doloroso costo de la controversia y de la construcción
de un laboratorio, sin la difícil labor de la historia.
ELLA: De todas maneras, ellos no dicen eso, son más
razonables.
ÉL: Ay, sí, lo dicen, pero como tienen su doble contabilidad
pueden jugar en todos los frentes: cuando quieren, establecen
la relación entre instrumentos y verdad, y cuando quieren tam-
GUERRA DE L A S CIENCIAS -UN DIÁLOGO- 2 8 1

bién hacen como si las leyes de la física cayeran del cielo y


como si todos los que muestran el rol de los instmmentos y de
los juegos de lenguaje fueran locos o criminales.
ELLA: (irónica) Es gracioso lo que dice, porque, según lo que
me contaron, a ustedes es a quienes acusan de tener un doble
lenguaje: a veces dice usted ser un constructivista social y,
cuando le conviene, dice ser el más fiel amigo de las ciencias
y un realista bom again... y, así como así, le dice a todos los
públicos (a los anticiencias y a los prociencias) lo que ellos
quieren escuchar, sin manchar su reputación...
ÉL: Para ellos, por supuesto que tengo un doble lenguaje
porque ellos no entienden lo que digo. Yo hablo de onda-partí-
culas y ellos dicen que hay que elegir, ¡o es una onda, o es una
partícula!
ELLA: Pero de todas formas usted no se va a poner a hacer
física.
ÉL: Tomo una imagen para que usted comprenda el alcan-
ce de su incomprensión. Ni siquiera empezaron a plantear el
problema que nosotros intentamos resolver, en historia, en
sociología, en antropología de las ciencias: el acontecimiento,
la irrupción de un nuevo objeto del mundo del que los seres
humanos son capaces de hablar de verdad. Para ellos, simple-
mente no hay ningún problema. Creen que me hago el vivo, que
evito las dificultades, cuando en realidad me rompo la cabeza
con lo que ellos cuidadosamente evitan con su fraudulenta con-
tabilidad: ¿cómo se las arreglan los seres humanos para cargar
al mundo en el lenguaje? ¿Cómo se las arregla usted, mi queri-
da, para hablar de verdad de quásares que tienen vm billón de
años más que el Big Bang? Pero ellos, en lugar de escuchar, de
comprender, de reconstruir la dificultad, niegan la existencia
del fenómeno y llegan en medio de la discusión, con sus zapa-
tones y gritan: "La cuestión no se planteará, están por un lado
los cuatro quásares de Betelgeuse y por el otro, la Señora X, la
2 8 2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

física; los que quieren complicar las cosas son peligrosos relati-
vistas". Yo digo: "Déjennos trabajar y vayan a hacer sus sucios
asuntos a otra parte. ¡Si ustedes no entienden el problema que
planteamos, no espanten a los demás!"
ELLA: (absolutamente suavizada) Pero yo entiendo este pro-
blema, incluso me parece interesante, me mantiene ocupada
día y noche. ¿Cómo hablar de verdad?, usted tiene razón, no
se puede eliminar así como así... ¿esa es la investigación que
usted lleva a cabo?
ÉL: (un poco emocionado) Sí, es mi quásar, mi Betelgeuse, lo
que ocupa mis días y mis noches.
ELLA: Entonces usted también es un investigador, yo creía
que los sociólogos... (sarcàstica y tierna) de hecho, tiene usted
una profesión respetable.
ÉL: Eso creo, bueno, eso espero. Solamente modificando la
concepción de la ciencia, impedimos el uso político que hacen
sus amigos los físicos, y es eso, en el fondo, lo que no nos per-
donan. La disputa no se refiere directamente a un problema de
investigación.
ELIA: N O comprendo en qué aspecto la actitud de ellos sería
una cuestión política.
ÉL: Pero si, al insistir incansablemente sobre la existencia
de un mundo exterior indiscutible, directamente conocido, sin
mediación, sin controversia, sin historia, hacen que toda vo-
luntad política sea impotente: la vida ptiblica se reduce a una
rabadilla.
E L I A : Pero si no me perdí, ¿usted también cree en la reafidad
exterior, o no entendí nada?
ÉL: Ah, ¡debería darle un beso! ¡Podría usted firmarme un
diploma que dijera "La Señora X, física, certifica por su honor
que tuvo pruebas de que el Señor Y, sociólogo, cree en la reali-
dad exterior"! Claro que creo. Es la palabra indiscutible lo que
está en duda. A mí las realidades exteriores me hacen hablar.
GUERRA DE LAS CIENCIAS -UN DIÁLOGO- 2 8 3

aumentan, complican, alargan la discusión...


ELLA: Ah, pero para mí también, usted no sabe las dificulta-
des que tengo para convencer a mis colegas de que hay cuatro
y no tres quásares en ese rincón del cielo y que uno de ellos era
el más antiguo objeto jamás localizado.
ÉL: Pero ellos, los science warriors, asimilan la realidad
exterior con lo indiscutible, el silencio, lo que permite acallar
a los desgraciados seres humanos, a los que hablan sin decir
nada, a los políticos...
ELLA: Quizás los políticos hablan sin decir nada, ¿pero yo?
¿Sería un alivio ver que tratan de acallarme con su realidad in-
discutible? Ah, y bueno, vea usted, es como ese profesor..., un
terrible machista, ¡quería hacerme callar con el pretexto de que
me habría equivocado en el cálculo del redshifÜ Lo mandé al
cuerno. Usted tiene razón, hay que luchar contra los que quie-
ren cerrarnos el pico. Si eso es la guerra de las ciencias, estoy
lista para luchar con usted...
ÉL: ¿Conmigo? Pero si para usted estábamos en campos
opuestos, y los que quieren clausurar toda discusión confun-
diendo realidad exterior y silencio son sus colegas, mi querida
amiga, sus queridos colegas, sobre los que usted dijo...
ELLA: Ah, sí, es posible, ya no sé muy bien dónde estoy pa-
rada, esta guerra de las ciencias de todas formas es un poco
oscura...
ÉL: ES lo que le decía al principio. ¿Por qué no podríamos
hablar simplemente de paz?
ELLA: Sí, hablemos de algo más interesante, tengo que expli-
carle ese asunto de la antena grande como el planeta, segura-
mente lo apasionará el tema [...]

2000
Colección Ciencias Humanas

Con un estilo irónico, agudo y provocador, Bruno Latour redactó entre 1996
y 2001 para La Recherche una serie de breves crónicas en las que despliega
todo su conocimiento sobre la práctica científica actual.

Calcomanías en Texas donde Jesús se come a Darwin, el acta de deftmción


de la Ciencia, una momia que enferma tres mil años después de muerta. A lo
largo de estas páginas, Latour desmonta mitos, denuncia imposturas, lee y
crítica sin concesiones a sus colegas y alza su voz en medio de las controver-
sias con la vehemencia y la pasión de un verdadero "amante". El resultado
es un rico entramado de ideas e interrogantes que tiene una premisa funda-
mental: hoy todos hacemos poKtica científica. "Ya sea que se trate de elegir
de un estante un sachet de soja genéticamente recombinada, de sufrir o no
sufrir una operación riesgosa, de abandonar nuestro auto Diesel, de hacer
que nos extraigan sangre, de pasar a una moneda única nos encontramos en
el corazón de las controversias científicas, jurídicas, técnicas, legales,
obligados a imaginar un programa de investigación y a apreciar los saberes
por otras cualidades más aUá de lo verdadero y lo falso."

Sin duda, estas Crónicas de un amante de las ciencias son una lección de
estüo y agudeza intelectual que bien pueden incluirse, por su calidad litera-
ria, en la mejor tradición ensayística francesa, desde Montaigne hasta
Barthes y Deleuze.

Bruno Latour es uno de los sociólogos más destacados de la actualidad y


referente de la teoría del actor-red o sociologa de la traducción. Sus obras
más importantes son La vida en el laboratorio (1979) j Nunca fuimos
modernos (1991).

Dedalus Editores

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