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ELADIO

Amanece.
Eladio se despierta un poco sobresaltado y alza la cabeza. Con el movimiento se hace sentir la dureza
del banco, y áhi él se incorpora rápidamente y se sienta, como si temiera ser sorprendido en falta. Le
dice buen día a Dios, le agradece, se alisa el pelo, se ata los cordones, dobla la manta, la guarda en el
bolsito, y después se queda tratando de parecer alguien que casualmente se está tomando un descanso
allí. Todavía está todo tranquilo. Se apura entonces a mear contra un árbol y después va hasta la fuente
a lavarse la cara y mojarse un poco la cabeza. A la noche tendría que haber lavado la camisa, y ahora la
tendría seca y limpia, pero le había dado pereza y le pareció que iba a tener frío en cueros. Bueno, se
acomoda la ropa afanosamente, trata de aliñarse un poco, se limpia los zapatos restregándoselos en el
pantalón, hace todo esto nervioso, hasta que por fin vuelve a su asiento y se cruza de brazos, como a la
expectativa. Tiene un aire tenso, carraspea para aclararse la voz, y con eso ya parece estar listo para
algo.
Pasan unos minutos y Eladio se afloja. Mira la plaza, un poco descorazonado. Ve al tipo que sale a esa
hora a correr, con buzos impecables, ayer uno naranja, hoy uno amarillo, después se baña, se trajea y se
va al trabajo. En un ratito cae la vieja que saca a pasear al perro –la primera vieja–, es increíble, un par
de días que lleva áhi y ya conoce el movimiento del barrio. Hoy él tiene que ir a hablar con el señor
Ludueña, un conocido del cuñado, que capaz que algo le consigue. Sí, hoy está decidido y va a ir.
El viejo borrachín que duerme por allá en otro banco se ha despertado y lo está mirando, reclinado
sobre un brazo; a la noche habla solo y se ríe. El viejo le hace un saludo con la cabeza, sonriéndole
amistosamente, y Eladio se lo devuelve serio, no quiere darle confianza al viejo. Y además él no
precisa amigos, para eso lo tiene a Dios. Todas las noches él le canta canciones, despacito, canciones
que él mismo inventa para Dios, ebrio de alegría, y piensa que Dios lo escucha y que el día siguiente
será a lo mejor el día en que se acuerde de él. Si no igual siempre Dios algo tira, para que uno pueda
seguir. Estas noches que ha dormido al sereno, cuando cierra los ojos y el mundo se resume en el
menguado rumor de la calle, ha tenido la sensación de que se eleva y lo siente más cerca, y que un
poquito más y casi que parece que ya oye como un susurro.
Lleva ya tres noches durmiendo allí, dispuesto a no volver a Moreno hasta que por lo menos no hable
con el señor Ludueña. Si no va a tener que escuchar a la hermana y al cuñado. Uh, son buenos para
rezongar y dar ideas. Pero además como si fuera tan fácil volver a Moreno, sin un centavo para el
boleto, y él no sirve para viajar sin pagar, no se anima. Hoy va a ir, sin falta va a ir.
Empiezan a pasar las pibas que van al colegio de curas o de monjas de acá atrás, bañaditas, el pelo
precioso, desayunadas. El del buzo amarillo sigue dando vueltas, pero se ve que ya está cansado como
un perro. Y bueno... vivirá en un regio departamento por acá, ahora va se baña y desayuna.
Otro pibe que pasa. Che pibe, tenés hora. El pibe que lo mira con desconfianza, como pensando que le
va a pedir algo más, como si él tuviera traza de pedigüeño, y le dice secote la hora. Se siente humillado
por aquella mirada. Para qué mierda se la pidió, para qué mierda precisa él saber la hora.
Se pasa la mano rabioso por la cara y se nota la barba crecida. Esa es la desgracia, cada día que pase va
a ser peor, va a ir teniendo como un aire de abandono.
Del otro banco el viejo lo sigue mirando sonriente, se ha sentado y le hace otro saludo, levantando la
caja de vino. Le da fastidio y tristeza ese viejo pordiosero, borracho y abandonado. Acá en la esquina se
junta una banda que también duerme por acá, parecen drogados y piden todo el día a cada uno que pasa
o a los coches que paran en el semáforo. Están todo el día chupando y hablando estupideces a los
gritos, anoche bien que jodieron hasta tarde. Él les tiene un poco de miedo aunque por ahora no se han
metido con él. En realidad, más que pedir parece que no se meten con nadie. A lo mejor no son más
que unos pobres borrachos vagabundos.
Otro señor que pasea al perro, un señor bien, el perro husmea un poco el banco y el señor por lo menos
lo saluda, buen día. Y después el perro se aleja y el dueño por detrás.
Se empieza a sentir el movimiento. Cuando quiere acordar, el sol ya está dejando atrás el horizonte
irregular de las cornisas. ¡El señor Ludueña!, hoy capaz que temprano lo ubica. Eladio se para de un
salto decidido y da unos pasos con las manos en los bolsillos, como para estirar las piernas, agarra su
bolsito... Después se sienta de nuevo, se desata los cordones, los ajusta bien y se los ata de nuevo bien
fuerte. Eladio se pone a mirarse los zapatos y lo gana como un desconsuelo. De pronto siente una
infinita lástima de sí mismo, los ojos se le velan y se le ablanda el cuerpo.
Delante de él pasa la pareja tomada de la mano, camino del trabajo seguramente... Tan temprano y ya
van contentos, conversando. Vista así, la felicidad parece algo tan sencillo...
Eladio suspira. Mira para el banco donde está el viejito, y piensa que lo más triste de todo es estar solo.
—Buen día amigo.
—Buen día compañero, si gusta...
La mañana todavía es joven, pero el día es ya un espléndido día. Después de todo, qué bien se
siente uno entre estos árboles, tan verdes y robustos, qué bien se mira el cielo, restallante de azul
por entre los huecos del follaje, qué bien se respira el aire en la mañana ebria de luz. A lo mejor
un día, Eladio, Dios se acuerda y tira más. Bien pronto será el mes de los jacarandás y esta plaza
está llena, y parece que son un hermoso consuelo.

Omar Lobos

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